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TEXTO CORRESPONDIENTE A LAS PÁGINAS 28-86 DEL LIBRO

(lectura recomendada para una adecuada aproximación a Clausewitz)

1
DE LA GUERRA

La guerra hasta el siglo XIX

La guerra es una permanente actividad humana constatada históricamente y de


la que existen, "desde siempre", referencias escritas. Multitud de autores han plasma-
do sus ideas sobre la guerra. Pero unos se han limitado a narrar las que le fueron
próximas, acompañando la narración de disquisiciones acerca de sus orígenes o de sus
consecuencias y otros estudiaron la guerra, en general, como simple reflejo de la
condición humana y del grupo social.
Durante mucho tiempo, las causas y el origen de las guerras no han sido otra
cosa que, según los casos, una manifestación evidente de la propia naturaleza humana
y de sus motivaciones individuales (biológicas, psicológicas, etc.), que empujan a los
hombres a luchar contra otros, o, desde posiciones situadas por encima del análisis de
la condición humana individual y que fijan su atención en la condición gregaria del
hombre, una consecuencia inmediata del choque entre las aspiraciones, motivaciones,
afanes o reclamaciones de grupos sociales más o menos organizados frente a otros
grupos, lo que implicaba que las causas de la guerra habría que buscarlas en la natura-
leza interna de los propios grupos sociales.
Más allá, aún, de lo dicho, y desde otras perspectivas, se ha asegurado que la
aproximación al problema de la guerra habría que hacerla desde el estudio de los
grupos sociales; pero no tenidos en cuenta uno a uno, no analizando su naturaleza
individual, sino considerando directamente las relaciones entre ellos, enfocando la
visión hacia lo que se podría llamar la estructura del conjunto, de la relación entre los
grupos, y buscando, por consiguiente, las causas de la guerra en la naturaleza del
sistema intergrupal imperante.
Ya Herodoto, en Los nueve libros de la Historia, hace un esfuerzo por intentar
comprender la larga enemistad y el conflicto entre griegos y persas. Es cierto que
Herodoto logró describir (correcta o incorrectamente, dependiendo del punto de
vista) las causas específicas de un conflicto, como otros tantos autores que, desde

2
entonces, han escrito libros sobre las causas de la guerra, examinando otros conflic-
tos. Pero los intentos de generalizar sobre la guerra a partir de las conclusiones
obtenidas del análisis de una guerra han sido infructuosos. Gran cantidad de teóricos
y estudiosos han intentado explicar por qué ha habido tantas guerras. No han logrado
decir más que, en cualquier caso, la guerra era un hecho ineludible, tal vez, en ocasio-
nes, una calamidad; pero algo consustancial al hombre, como la terquedad de la
historia se encargaba de demostrar, y ante la que no que cabía solución efectiva
alguna, excepto remedios paliativos en algunas circunstancias.
Las teorías que se han propuesto antes de Clausewitz para explicar la guerra se
reducen a tres: 1) La guerra es algo inevitable a la vista de la naturaleza del hombre;
todos los hombres tienen el instinto básico de adquirir poder y dominio sobre los
demás y esto conduce, de manera inapelable, a la guerra. 2) El hombre es un animal
gregario, social, y la propia naturaleza y estructura de los grupos, sus enfrentamientos
y disputas, conducen irremediablemente a la guerra. 3) Las relaciones entre los grupos
y la estructura de un eventual sistema intergrupal, influya en ellas o no la propia
naturaleza de los grupos, es lo que provoca la guerra.
En cualquier caso, las tres teorías se refieren a la naturaleza del hombre o del
grupo humano. Según Julie Freund 1 se han elaborado, básicamente, dos tipos de
concepciones que conciernen a la naturaleza de la sociedad en general: la una dice que
el hombre es un ser social por naturaleza, y la otra que la sociedad es una obra
artificial del hombre. Aquella es la más antigua y se ha mantenido durante siglos. Su
primera elaboración sistemática se atribuye a Aristóteles, quien, en su Política, declara
que el hombre es, por naturaleza, un ser social. El hombre, individualmente, no puede
ser autosuficiente de una manera total, pues tiene necesidad de otros para realizar su
humanidad. Esta necesidad recíproca que tienen unos seres respecto a otros es la base
de la constitución de los grupos sociales.
Para Aristóteles, la sociedad también «existe por naturaleza» 2 . En consecuencia
no cabe la idea, que nacerá más tarde, de "contrato social". Y declara explícitamente a
propósito de la unidad de la ciudad que tal unidad no podría resultar de «la alianza» de

1. FREUND, J. Sociología del conflicto, Ejército, Madrid, 1995, pp. 25-26.

3
sus miembros. El hombre no vive en sociedad por vivir en sociedad, sino que es
imperativo que viva en sociedad para realizarse como hombre en ella, realizando
asimismo el fin de la ciudad 3 . La ciudad no se organiza por sí misma, sino a base de
leyes, de normas, de instituciones y de convenios, de lo que se llama constitución o
régimen, y que representa el origen de la polis, la institución de la política. Y de esta
necesidad de convenios (acuerdos, convenciones) es de donde nacen las guerras.
No obstante, la violencia es inmanente a las sociedades organizadas: no hay un
origen de la guerra, la guerra está en la propia naturaleza de la sociedad (del grupo) y
de la sociedad organizada (la polis): en consecuencia, puede estallar por cualquier
motivo en una ciudad, sea bajo la forma de rebelión y de sedición, sea bajo la de
guerra abierta entre ciudades. Se puede reprimir, incluso paliar, esta violencia, pero no
se puede suprimir totalmente.
Esta concepción, debidamente adecuada, se trasmite por los escolásticos, llega
hasta Bodino y Grocio, y se asienta en los internacionalistas españoles de los siglos
XVI y XVII, aderezada con la teoría de la “guerra justa” agustiniana y tomista y
reforzada por el jusnaturalismo grociano: durante todo este tiempo, al tener que
esforzarse en justificar la “guerra justa”, se vieron obligados a “ignorar” el problema
del origen y las causas de la guerra.
La segunda concepción es más reciente, si bien Platón había sentado sus bases
en Las Leyes y en La República: esta concepción fue elaborada por primera vez de
manera sistemática por Hobbes, a partir de la idea de “contrato social” 4 . El origen de
las sociedades, de los grupos sociales, sería puramente convencional, obra de la
voluntad del hombre. Después, diversos autores (Montesquieu, Rousseau, etc.) se
plantearon -y todo ello al margen (o en el seno) de la polémica acerca de la bondad o
maldad "natural" del hombre- la posible necesidad de concebir un doble contrato, uno
llamado de asociación que constituyera la sociedad, y el otro llamado de sujeción que
instituyera la política.
Sin embargo, la guerra ha sido, hasta el presente, un elemento constante en la

2. ARISTÓTELES, Política, 1252b-1253a.


3. ARISTÓTELES, op. cit., 1280b-1281a.

4
historia humana y en todas las doctrinas del contrato social se presupone, con moda-
lidades diversas, la existencia inevitable de la guerra. Todas las teorías vislumbraban
un "estado natural" que habría sido anterior a la formación del grupo social y en el
que la guerra era un elemento constitutivo, por lo que hubieron de nacer las socieda-
des ante la preocupación de los hombres por remontar un estado endémico y desas-
troso de conflictos y violencia. Una sociedad civil (organizada) nace cuando se quiere
poner fin a los conflictos y a la violencia existentes en el seno del grupo humano que
va a ser el germen de su constitución.
Los teóricos del contrato han contribuido a hacer una distinción entre tres
tipos de conflictos: los internos a un grupo social o a una sociedad civil, que creen
poder excluir gracias a un juego de unanimidades y acuerdos; los enfrentamientos
entre diferentes grupos o sociedades ya existentes, que tales teorías sitúan en el
"estado natural", en el que las guerras continúan castigando a los hombres; y, por
último, los conflictos entre modelos posibles de sociedades futuras.
Un ejemplo de esta última concepción lo representa Hume que imputa el
característico desgobierno de la sociedad de estados (grupos sociales) y la evidencia de
conflictos entre ellos a que no han sido capaces, aún, de establecer el tipo adecuado
de instituciones y autoridades que, situadas por encima de cada una de las naciones,
tenga capacidad para imponer y mantener la paz entre ellas.
Esta situación pretende ser superada, desde la denuncia racionalista de lo ab-
surdo de la existencia de la guerra, con los "proyectos de paz perpetua", cuyos
ejemplos más significativos podrían ser los del Abate de Saint-Pierre y Kant. Proyec-
tos despiadadamente destrozados, el primero, por Rousseau:

«No hay duda de que la paz perpetua es hoy por hoy un proyecto del todo
absurdo [...], admiremos tan bello proyecto, pero consolémonos de no ver cómo se
lleva a cabo, pues no se puede más que por medios violentos y terribles para la
humanidad. Vemos que las ligas federales sólo se establecen por medio de revolucio-
nes y, según eso, ¿quién de nosotros osaría decir si la liga europea es deseable o temi-

4. HOBBES, T., Leviatán, Alianza, Madrid, 1989, Introducción, p. 11.

5
ble? Quizá haría más daño de una vez que el que podría evitar durante siglos». 5

y, el segundo, por Hegel que, en unas cuantas líneas, no sólo liquida el proyec-
to kantiano de paz perpetua 6 sino que excluye la posibilidad de instaurar un orden
jurídico internacional:

«No hay ningún pretor entre los estados, a lo sumo mediadores o árbitros, e
incluso esto de un modo contingente, es decir, según la voluntad particular. La repre-
sentación kantiana de una paz perpetua por medio de una federación de estados que ar-
bitraría en toda disputa y arreglaría toda desavenencia como un poder reconocido por
todos los estados individuales, e impediría así una solución bélica, presupone el
acuerdo de los estados, que se basaría, [...] en definitiva, en la particular voluntad so-
berana, con lo que continuaría afectada por la contingencia». 7

En 1.830, el general prusiano Carl von Clausewitz pretende quitarle a la guerra,


toda la carga inmanente a, o constitutiva de, un "estado natural" consustancial al
grupo social o previo a su creación o formación.

El general Carl von Clausewitz

Carl von Clausewitz pertenecía, como se dice en la breve biografía que aparece
en la edición española de su libro Vom Kriege, 8 a esa clase que, en España, había
retratado tan bien Cervantes, la de los hidalgos pobres. Su padre había sido oficial y
tras la campaña de Rusia, donde fue herido en un brazo y quedó inútil para el servicio,
se le empleó como recaudador de consumos, con un modestísimo sueldo, en la ciudad

5. ROUSSEAU, J. J., «Juicio del proyecto de paz perpetua», en Escritos sobre la paz y la
guerra, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1982, p. 48.
6. Cfr. DERRIDA, J. Apories. Paris. Galilée. 1996. p. 44 y ss.
7. HEGEL, G. W. F., Principios de la filosofía del derecho, Edhasa, Barcelona, 1988, § 333, p.
416.
8. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., p. 11.

6
de Burg (Magdeburgo), en la que nació Carl, tercero de sus hijos, en 1780.
Clausewitz ingresó a los doce años, como cadete, en el regimiento de Infantería
Príncipe Fernando, de guarnición en Postdam, en el que había servido su hermano
mayor; en los dos años siguientes ya tuvo oportunidad de estar presente en acciones
militares. De los años de Clausewitz como cadete y alférez no se sabe mucho, salvo
que era un lector voraz y que le gustaba pasar sus permisos en una granja de las
Provincias Renanas 9 .
Sin embargo, es importante recordar que, en aquellos primeros tiempos de
profesión militar, su falta de noble cuna convertía su promoción al cuerpo de oficiales
en algo sumamente difícil. Incluso después de recibir su despacho de oficial, la
adaptación al brutal y estirado sistema militar prusiano no debió ser fácil para un
muchacho de clase media con aspiraciones de nobleza.
No obstante, en 1801 obtuvo un puesto como oficial-alumno en la nueva
Escuela General Militar (Militärische Hochschule) de Berlín; y, allí, sus grandes aptitudes
fueron reconocidas por Scharnhorst, entonces director de la Escuela y hombre de
origen todavía más humilde que Clausewitz, que, a pesar de todo, había logrado que se
le reconociera como el militar alemán más destacado de su tiempo.
Hasta su muerte, en 1813, Scharnhorst siempre protegió, alentó y ayudó a
aquel hombre más joven, tímido, vulnerable e ilustrado. Gracias a su influencia,
Clausewitz fue nombrado ayudante del príncipe Augusto Guillermo de Prusia, junto a
quien participó en las campañas de Austerlitz y Jena, en la segunda de las cuales
fueron ambos capturados por los franceses. Liberado en 1808, Clausewitz volvió a
trabajar con Scharnhorst en el Ministerio de la Guerra y pronto llegó a ser miembro
destacado de un pequeño círculo de militares reformadores y, por tanto, quiérase o
no, comprometidos políticamente dentro del cuerpo de oficiales.
Al mismo tiempo, por sus dotes literarias, fue escogido para supervisar la
educación militar del príncipe heredero; es entonces, y habiendo alcanzado ya el grado
de comandante, cuando puede, por fin, casarse con la condesa Von Brühle.
Durante aquellos aparentemente años felices, Clausewitz, por una mezcla de

9. Para una detallada biografía de Clausewitz, véase PARET, P., Clausewitz y el Estado,

7
motivos patrióticos y profesionales, se mostró cada vez más inquieto respecto de la
degradada situación política de Prusia que, tras el Tratado de Tilsit, se encontró con
territorios amputados y continuamente ocupada por las tropas de Napoleón.
A principios de 1812, Prusia se vio obligada a integrarse en una alianza defen-
siva con Francia, real y evidentemente dirigida contra Rusia. Aquel acontecimiento
llevó a Clausewitz a tomar la decisión más importante de su vida; alentado por
Scharnhorst y Gneisenau, y de acuerdo con una costumbre bastante común de la
época, viajó al este a unirse a las fuerzas rusas, en las que ya prestaban sus servicios
algunos oficiales alemanes.
En Rusia se le recibió con todos los honores y se le concedió el grado de
teniente coronel; pero en Berlín (ocupado por los franceses) fue procesado en rebel-
día. Aunque en desventaja por su ignorancia de la lengua, Clausewitz prestó destaca-
dos servicios a la causa rusa como consejero militar y como negociador principal de la
célebre Convención de Tauroggen, mediante la cual, en enero de 1813, el general
prusiano Yorck proclamó la exoneración de todas sus fuerzas de la alianza con los
franceses. Como oficial de estado mayor, Clausewitz participó en las batallas de
Witebsk, Smolensko y Borodino; y, posteriormente, cuando servía en el ejército del
norte, siguió y observó de cerca la retirada y la desintegración del Gran Ejército
napoleónico. Todas estas vivencias le dieron una perspectiva profunda, inhabitual-
mente bien equilibrada, del acontecimiento militar más grande y más terrible de su
tiempo y le abrió los ojos a la posibilidad de formas de guerra totalmente nuevas. Pero
pagó un precio muy elevado. Su salud se deterioraba permanentemente; salió de la
campaña afligido por algún tipo de enfermedad reumática o artrítica, que lo obligó a
depender cada vez más del opio, y con el rostro cruelmente desfigurado por la
congelación.
También resultó afectado psicológicamente por lo que presenció durante la
retirada francesa. Como observa en su libro sobre la campaña de 1812, sintió como si
nunca más pudiera volver a estar libre de las horribles impresiones de aquel espectá-
culo. Desde entonces, la depresión y el profundo descontento por su carrera fueron
temas recurrentes y casi obsesivos en todas sus cartas.

Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1979.

8
Y, si había esperado un recibimiento de héroe a su regreso a Prusia, su decep-
ción habría de ser profunda. Al terminar la guerra tuvo problemas para reincorporarse
al Ejército prusiano, pues no quería hacerlo por la vía que se le brindaba (ingreso
masivo de participantes en la guerra, con los grados alcanzados), sino con todos los
honores de una rehabilitación formal. Una y otra vez se le negó la readmisión en el
ejército prusiano durante las campañas de 1813-1814, pese a los ruegos de Gneisenau
y otros amigos.
Durante este tiempo trabajó como oficial de enlace ruso en el estado mayor
prusiano. Por fin, en 1815, se le permite regresar al ejército de su país, recibe indivi-
dualmente el despacho de teniente coronel de infantería prusiana, y se le destina como
jefe de estado mayor del cuerpo de ejército de Thielmann, en la campaña de Waterloo.
A pesar de ello, durante diez años fue tratado con persistente disgusto y desconfianza
por parte del gobierno del rey Federico Guillermo III.
Después de la guerra, pasó un año agradable como jefe de estado mayor de
Gneisenau, en el ejército del Rin. Entonces empezó a esbozar su libro De la guerra.
Pero, en 1818, fue llamado de nuevo a Berlín, donde se le nombró director adminis-
trativo de la Escuela General Militar, puesto que resultó ser mitad sinecura, mitad
insulto. Clausewitz esperaba poder reformar los programas y el espíritu de la enseñan-
za de la Escuela, pero se vio constantemente supeditado a un consejo directivo
conservador, en el que radicaba el verdadero poder de decisión.

«Sus deberes como profesor de la Allgemeine Kriegsschule sólo le ocupaban unas


horas por la mañana [...] Sus deberes administrativos [...] incluían asuntos tales como
la supervisión del presupuesto de la escuela y de su nómina [...] Sus relaciones con el
cuerpo de dirección de estudios resultaron difíciles [...] Muchos [de los oficiales-
alumnos] se relacionaban con él solamente cuando necesitaban un adelanto sobre su
salario mensual». 10

No obstante, el puesto le supuso, realmente, disponer de mucho tiempo para


escribir los libros que había estado planeando durante largo tiempo, no sólo De la

10. PARET, P., op. cit., p. 418.

9
guerra, sino algunas historias sobre las campañas del siglo XVIII y de principios del
XIX. Pero la inactividad que aquel destino le imponía y la convicción de que ya nunca
obtendría un importante mando militar, le pesaban dolorosamente.
En 1830, con motivo de la insurrección polaca contra Rusia, fue llamado de
nuevo al servicio activo y, para su satisfacción, fue nombrado, otra vez, jefe de estado
mayor de Gneisenau, en el frente oriental. Pero allí le aguardaban más desilusiones.
Pronto reconoció que era físicamente inadecuado para su trabajo y, un golpe tal vez
aún más cruel, que su viejo amigo ya no era el personaje heroico que alguna vez
admirara tan ardientemente. Hubo desacuerdo e indicios de malestar entre los dos
hombres, aunque Gneisenau se inclinó siempre ante el consejo de Clausewitz.
La epidemia de cólera de 1831, que se llevó a Gneisenau y a Hegel entre
innumerables otros, también hizo presa en Clausewitz, que sucumbió tan fácilmente a
ella que algunos han sugerido que la causa de su muerte fue, en realidad, un aneurisma
o algún tipo de afección nerviosa. Tenía, apenas, cincuenta y un años de edad.

Clausewitz, ¿filósofo?

Clausewitz fue un hombre de su tiempo (un tiempo en el que un número


sorprendente de militares demostraron ser, cuando menos, iguales, en cultura inte-
lectual, a sus homólogos civiles) que se propuso sistematizar (en realidad, poner en
orden a-sistemáticamente) sus ideas sobre la conducción general de la guerra. ¿Qué
fue lo que le llevó a emprender semejante tarea? Ésta es la breve relación que él
mismo hace del modo en que pudo ser escrito De la guerra:

«Estos materiales han nacido sin preconcebido plan. Mi intención fue


primeramente, sin atender al sistema ni a estrecha dependencia con el punto capital
de este tema, escribir en frases cortas, precisas y extractadas mis meditadas conclu-
siones [...] Me imaginaba que los cortos y sentenciosos capítulos que sólo gérmenes
quería llamar al principio, atraerían a los intelectuales, tanto por lo que de ellos podía
deducirse, como por lo que en sí encerraban; también me imaginaba un lector inteli-

10
gente y conocedor de la materia [ HAY UNA PRETENSIÓN INICIAL DE NO
SISTEMATIZAR , AUNQUE SU " ESPÍRITU DE INVESTIGACIÓN " Y SU " MANERA DE
SER " LE EMPUJEN A UNA SISTEMATIZACIÓN ... NO LOGRADA ]. 11 Pero mi manera
de ser, que siempre me impulsa a desarrollar y sistematizar, también aquí se hizo paso
al fin [...]. Cuanto más avanzaba en mi trabajo más me dejaba llevar del espíritu de
investigación de proceder sistemáticamente [ COMO VEREMOS , LE RESULTÓ
PRÁCTICAMENTE IMPOSIBLE , ENTRE OTRAS RAZONES , POR SU PROPIA CONCEP -

CIÓN DE LA TEORÍA ], y así se sucedieron uno tras otro los capítulos.


Mi última idea era revisarlo todo otra vez, motivar en los primeros párrafos otros
muchos, y tal vez condensar en los últimos muchos análisis en un resultado [...] Al
mismo tiempo quería evitar todo lo corriente, de fácil comprensión, cien veces repe-
tido y generalmente aceptado; pues mi ambición era escribir un libro que no fuera ol-
vidado a los dos o tres años, y que el que se interesara por estos asuntos pudiera con-
sultar más de una vez». 12

Como dice Gallie,

«si estas palabras precedieran un tratado sobre [...] derecho, retórica, lógica,
matemáticas, economía, ingeniería o navegación, nadie familiarizado mínimamente
con la filosofía podría dejar de pensar que su autor era un hombre de marcada habili-
dad filosófica, [...estas palabras...] sugieren a un hombre que comprende hasta qué
punto todo pensador está en manos de su obra [ CURIOSAMENTE , G ALLIE PLANTEA
UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS DE LA RELACIÓN DEL TEXTO CON EL AUTOR : EL

AUTOR NO DOMINA EL TEXTO ; EN ESTE CASO , ES LA OBRA QUIEN POSEE AL

AUTOR ], que su mejor obra es aquella que lo posee [...]. Lo que, a su vez, sugiere que
estamos ante un auténtico filósofo». 13

¿Cuáles podían ser, entonces, las principales aportaciones de Clausewitz a la

11. En este Capítulo se irán insinuando [ EN LETRA VERSALITA ] aquellas operaciones


deconstructivas que podrían (aunque no se haga) ponerse en acción sobre la obra de Clausewitz.
En realidad, sólo se trabajará, en el capítulo siguiente con alguna de ellas.
271. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., p. 16.
13. GALLIE, W. B., Filósofos de la paz y de la guerra, Fondo de Cultura Económica, México,

11
filosofía, aunque no fuera realmente un filósofo?. Naturalmente, fueron de tipo
limitado. Podría decirse que giraban, entre otras cosas, en torno a la "idea de la
práctica" de lo que podría ser la guerra y sus implicaciones para la ciencia social en
general. Clausewitz descartó todo intento de asimilar la guerra tanto a las artes
mecánicas, que se basan en leyes objetivas válidas para todos los sistemas físicos,
como a las bellas artes, para las que, en su opinión, nunca pueden establecerse
principios firmes, pese al consenso general respecto de las obras maestras que produ-
cen. En contra de esos criterios, insiste en que la guerra pertenece al campo de la vida
social, ya que, para él, está claro que

«La diferencia esencial consiste en que la guerra no es una función de la


voluntad que se realice sobre una materia inerte como las artes mecánicas, o sobre un
objeto vivo, y sin embargo, paciente, como el espíritu humano y el humano senti-
miento en las artes ideales, sino contra uno vivo que reacciona [...] Si un conflicto en-
tre fuerzas vivientes, tal como se forma y resuelve en la guerra, puede quedar someti-
do a reglas generales, y si éstas pueden darnos un método útil para obrar, esto es lo
que investigaremos en parte de este libro». 14

Los intereses, las metas, los medios y los movimientos encontrados en que
consiste la guerra se afectan continuamente de manera recíproca [ NO HAY UN

ELEMENTO PRIVILEGIADO , QUE PREDOMINE SOBRE LOS DEMÁS , SINO QUE TODOS

SE INJERTAN , UNOS EN OTROS Y SE CONTAMINAN MUTUAMENTE ], por lo que


Clausewitz, en contra de alguno de los teóricos de su tiempo y de ciertas teorías
bélicas actuales, técnicamente complejas, afirma que el ideal de una "respuesta"
lógicamente completa o suficiente a cualquier problema planteado por la guerra es un
error grave [ LO QUE PARECE INDICAR LA IMPORTANCIA QUE OTORGA ( DA ) A QUE

EL " SISTEMA " NO SEA CERRADO ; Y , SOBRE TODO , IMPORTANCIA DE , Y ATENCIÓN

A , LA " SINGULARIDAD ", EN CADA CIRCUNSTANCIA . NO CONCEPCIÓN DE LA

GUERRA COMO UN " TODO " CERRADO , IDÉNTICO SIEMPRE A SÍ MISMO ].

1979, p. 87.
14. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. III, 3-4, p. 121.

12
Pero esto no significa que no pueda haber una auténtica aproximación a una
teoría de la guerra ni reglas basadas en tal teoría. Clausewitz sostiene que sería así si
aceptáramos una idea excesivamente pobre y rígida de lo que es y hace una teoría. La
teoría existe y actúa, afirma Clausewitz, siempre que un conjunto de reglas o de
máximas generales contribuya manifiestamente al juicio o a la decisión, aun cuando
falte la suficiencia lógica necesaria para la solución de los problemas a la que aspira
toda ciencia pura. 15 Todo esto nos lleva a dos de las realizaciones filosóficas más
importantes de Clausewitz: sus explicaciones del carácter lógico de la guerra (o de la
naturaleza de sus principios) y las de la postura (o el estilo de pensamiento) que las
realidades de la guerra exigen de los jefes de cualquier nivel.
Clausewitz quiere demostrar que cualquier principio acerca de la guerra,
además de no ser nunca suficiente para decidir lo que debe hacerse en determinada
situación bélica, tampoco es necesario para adoptar una decisión militar correcta, en
el sentido de que no se le pueda contravenir. Pero los principios de la guerra sí son
necesarios en un sentido subjetivo o educacional, en tanto que llaman severamente la
atención sobre situaciones, planteamientos, oportunidades, peligros, que continua-
mente se presentan en la guerra y que, posiblemente, resulten de vital importancia
para decidir el resultado, el éxito o el fracaso. Ningún jefe competente olvida nunca
un principio militar establecido; pero todo jefe competente debe estar preparado para
pasar por encima, incluso, de los principios militares más aparentemente fundamenta-
les en ciertos casos de urgencia.
Clausewitz nos dice que, en la guerra, las verdades teóricas son más efectivas
cuando «van perdiendo su apariencia objetiva de ciencia para tomar la subjetiva de
conocimiento [habilidad]», 16 o que «en la guerra, el que dirige debe someterse a estas
verdades de la teoría asimilando su espíritu, mejor que considerándolas como leyes
inflexibles extrañas a su persona»; 17 o bien, que la teoría debería «guiar al futuro jefe

15. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. II, 27. p. 110-111.
16. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit. Lib. II, Cap. II, 27, p. 110.
17. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. V, p. 143.

13
en la educación de sí mismo», 18 y que sus verdades existen «para ofrecerse a sí mismas
para que el uso las acepte, y [que] al raciocinio pertenecerá siempre fijar si son
convenientes o no». 19 Esta aparente contradicción la resuelve Gallie, haciendo notar
que

«ese énfasis en la subjetividad de las evaluaciones y los juicios militares puede


parecer extraño y sospechoso a los espíritus educados para confiar sólo en las verda-
des objetivas, es decir, públicamente demostrables. Pero, en realidad, la subjetividad
en que Clausewitz insiste es menos una subjetividad de discernimiento que de res-
ponsabilidad para la acción consecuente». 20

Sería interesante vincular aquellas afirmaciones de Clausewitz con el examen


que hace de la utilización de la historia militar y del estudio crítico de las batallas y las
campañas mejor documentadas en el adiestramiento de futuros jefes, 21 examen en que
se anticipa a la idea de la historia como el re-establecimiento de hechos pasados, que
plantea R. G. Collingwood, 22 «aunque» Clausewitz lo realiza «tomando en cuenta las
realidades "difíciles" de la historia que Collingwood, con sus predilecciones idealistas,
o bien minimiza o bien ignora». 23 Esto parece mostrar suficientemente hasta qué
punto eran originales y hasta qué punto sólidas las capacidades filosóficas de Clause-
witz.

La naturaleza de la guerra en Clausewitz

De la guerra es un libro que quedó inconcluso. En una célebre "Nota", fechada

18. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. II, 27, p. 111.
19. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. V, p. 130.
30. GALLIE, W. B., op. cit., p. 93.
31. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 2, p. 128 y sis.
32. COLLINGWOOD, R. G., Idea de la Historia, Fondo de Cultura Económica, México,
1952, p. 271-289.
33. GALLIE, W. B., op. cit., p. 95.

14
en 1827, 24 expresa Clausewitz su intención de revisar toda la obra con una terminolo-
gía mucho más simple. Pero, finalmente, el único capítulo del que se muestra satisfe-
cho es el Capítulo I del Libro I y, en él, lejos de simplificar su terminología y sus
principios, los complica en un esfuerzo por presentar un planteamiento preliminar
consistente de la estructura de su pensamiento militar. Hay que enfrentarse a la
siguiente dificultad: el Capítulo I del Libro I de De la guerra se aparta de los capítulos
restantes porque ofrece un extenso tratamiento, y también una aplicación radicalmente
alterada, de un conjunto de ideas que Clausewitz había utilizado por espacio de
muchos años, pero que nunca antes había tratado de articular y defender de manera
sistemática. Se debe abordar este capítulo como locus classicus para la comprensión de
la estructura lógica del libro; y limar las ásperas contradicciones que caracterizan otros
pasajes no revisados o sólo parcialmente corregidos de De la guerra.
De otra forma, la unidad de su pensamiento parecería confusa e incluso sus
ideas más brillantes habrían de ser aprehendidas como a través de una niebla de
incomprensibilidad y distorsión. Ésta parece haber sido la experiencia de muchos de
los lectores más inteligentes y sinceros de De la guerra. El problema consiste en asir,
aceptar y aplicar un marco de ideas centrado básicamente en el contraste entre guerra
absoluta y guerra real.
Todos los estudiosos coinciden en que, probablemente, la mayor dificultad con
que se tropezó Clausewitz fue explicar la relación entre esas dos "ideas" de la guerra y
el conflicto entre las metas militares y políticas. Detrás de cada guerra, de cualesquiera
grados de intensidad y destructividad, hay condiciones y decisiones políticas que
explican ese grado de intensidad y de destructividad.
Pese a las apariencias, ninguna guerra está dirigida, políticamente, en mayor o
menor medida que otra. Si la política es mezquina, adecuadamente planeada o vacilan-
te, las mismas características presentarán las medidas militares que exija. Sin embargo,
Clausewitz había dicho: «Cuando esta política llega a ser grande y poderosa, la guerra
toma la misma forma, y esto puede llegar hasta la altura en que la guerra vuelve a

34. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., NOTAS DEL AUTOR, 1ª, p. 19-20.

15
tomar su carácter absoluto». 25
Clausewitz elaboró una idea de guerra absoluta y, hasta la revisión final del
Capítulo I del Libro I, llegó a considerarla la clave principal de toda comprensión de
la guerra. Utilizó este concepto como principio metodológico en cada fase de su
pensamiento, con objeto de distinguir la guerra de otras formas de acción social
organizada: dado que la guerra se distingue de otras formas de acción social por los
modos en que recurre a la violencia.
Inicialmente, su modo de utilizar la violencia debe ser aprehendido en su forma
extrema, en la que no hay ni rastro de la superposición de los procesos de negocia-
ción, de persuasión o de presión no militar de cualquier tipo. Y esto significa la
utilización de la violencia para la victoria total a cualquier precio o, lo que es lo
mismo, la destrucción o la inhabilitación total de las fuerzas enemigas.
Sin embargo, a lo largo del Capítulo I del Libro I (tras su revisión) cambia su
argumento por uno más complejo en el que pretende demostrar que, considerada en sí
misma, la idea de guerra absoluta es una abstracción engañosa, cuya utilización debe
quedar subordinada a la idea de la guerra como instrumento político.
Dice Pierre Naville:

«La indagación de la esencia o naturaleza de la guerra nos sitúa a Clausewitz


de inmediato en su concepto, en la guerra "absoluta" o, mejor aún, en el absoluto de
la guerra (noción que no hay que confundir con la idea y las formas de lo que hoy día
se llama guerra "total"). Filosóficamente, este concepto implica lo que Clausewitz de-
nomina un "desarrollo hacia los extremos" en toda su pujanza, (o potencia), que no es
otra que cosa que el movimiento hacia la violencia pura, es decir, el aniquilamiento.
Pero el aniquilamiento del otro (el adversario) no puede reducirse a una simple nega-
ción lógica; por el contrario, es una negación dialéctica [ EN REALIDAD ,
CONTAMINACIÓN ] engendrada por el conflicto mismo. En tanto que el conflicto se
desarrolla, esto es, en tanto que desarrolla su potencialidad, se manifiesta no como
una fuerza en sí mismo, sino como el producto de una realidad creada por antagonis-
tas también reales. Esta manifestación real que es la acción recíproca entre dos anta-

35. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. VI(B), p. 716.

16
gonistas, opuesta a la esencia absoluta de la guerra, permite que derive la elaboración
de una "teoría" que no será el simple enunciado de reglas justas y correctas, sino el
producto de la observación de los hechos, del fenómeno natural, y sólo podrá ser uti-
lizada para su interpretación. La teoría de la guerra no es aquello que hay que hacer en ca-
da caso, sino lo que seguirá inevitablemente a la toma de decisión de los protagonistas». 26

El principal interés de Clausewitz se centraba, evidentemente, en la guerra y, a


ese respecto, las distintas cualidades, relaciones y dependencias que Clausewitz
atribuye a la guerra en el curso de su libro están vinculadas por el intento de alcanzar
una meta única: poner en claro lo concerniente a ese trágico aspecto de la vida
humana y el modo en que opera. Como muchos de sus analistas han observado, De la
guerra no nos brinda una apología, sino algo mucho más semejante a una fenomenolo-
gía de la guerra: tarea ésta que se hace necesaria por el hecho de que sea tan difícil
aprehender, clara y totalmente, la idea de la guerra con anterioridad a la conciencia,
como realizar la misma operación con ideas igualmente medulares y esquivas como la
paz, la justicia, la libertad, la felicidad y el amor.
Como contraste, las observaciones de Clausewitz sobre política presentan una
sola idea brillante, a saber, que el Estado es el representante, o el agente, de los
intereses generales de determinada comunidad, ante otros Estados:

«Se sobreentiende que la política encierra y concilia todos los intereses del
Gobierno en el interior, aun también los de la humanidad, y, en general, todos aque-
llos que pueden proponerse racionalmente. En efecto: la política no desempeña otro
papel que el de apoderado de estos diversos intereses para obrar al exterior». 27

La evidente circularidad de la afirmación expresa, en realidad, el reconocimien-


to de Clausewitz de que hablar del Estado, per se, siempre resulta engañoso: ningún
Estado sería un Estado si no existiera como uno en una pluralidad de Estados distin-
tos y (cuando menos potencialmente) rivales. La sociedad de Estados que plantea

26. NAVILLE, P., «Introducción: Carl von Clausewitz y la teoría de la guerra», en


CLAUSEWITZ, C. von, De la guerra, Labor, Madrid, 1992, p. 12.

17
Clausewitz, cuando escribe De la guerra,

«se parece más la del siglo XVIII que a la de la aventura napoleónica. En el


Capítulo 6 del Libro VI [...] evoca la tendencia de los Estados europeos al equilibrio,
a la unión más o menos espontánea, más o menos rápida de los Estados contra aquel,
de entre ellos, que ansíe o adquiera los medios que le permitan aspirar a la monarquía
universal [...] La sociedad europea de Estados, tal como la piensa Clausewitz, implica,
por tanto, que los miembros de esta sociedad se reconozcan recíprocamente, se com-
batan a veces, pero sin pretender, por ello, aniquilarse mutuamente». 28

En cualquier caso, queda claro que Clausewitz no fue, esencialmente, un


teórico político. Esa posibilidad lo despojaría de su singularidad y su originalidad. De
la guerra surgió, inicialmente, del descontento de Clausewitz con ciertas doctrinas
militares específicas, respecto a cómo emprender y ganar guerras, no respecto a cómo
valerse de las guerras para alcanzar fines políticos como la seguridad, la fuerza y la
libertad nacionales o cualquier otra cosa, si bien, tras su reescritura, pretenda justificar
e, incluso, definir la guerra desde la política.
Clausewitz nunca se propuso dar una caracterización general de lo que podría
llamarse su visión histórica de la guerra. En primer lugar, Clausewitz no tenía teoría
política o sociológica alguna acerca de la causa o las causas principales de la guerra.
Uno de los pasajes más destacados en De la guerra -un brillante esbozo a vuelo de
pájaro de la historia de la guerra desde la Grecia clásica hasta la era napoleónica-
empieza con las palabras siguientes:

«Los tártaros medio civilizados, las repúblicas del mundo antiguo, los señores
feudales y las villas comerciales de la Edad Media, los Reyes del siglo XVIII y, final-
mente, los príncipes y los pueblos del siglo XIX, todos hacen la guerra a su manera,
de un modo distinto, con otros medios y con otra finalidad». 29

27. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. VI(B), p. 717.
28. ARON, R., Sur Clausewitz, Editions Complexe, Bruselas, 1987, p. 101.
29. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. III(B), p. 691.

18
Por lo tanto, cada guerra debe estudiarse dentro de su propio contexto social
particular [ PROBLEMA DEL TEXTO Y EL CONTEXTO : NO HAY CONTEXTO

PARTICULAR ( EN REALIDAD EL CONTEXTO NUNCA SE DEJA DELIMITAR , DEBIDO AL

CARÁCTER ITERABLE DEL SIGNO ), SINO RELACIONES DE INTERTEXTUALIDAD ] y,


del mismo modo, a la hora de buscar causas, elementos o principios permanentes de la
guerra, éstos deben mantenerse fluidos en nuestro pensamiento sin permitirles nunca
fraguar en dogmas [ SINO DENTRO DE SISTEMAS NO CERRADOS QUE , POR

CONSIGUIENTE , YA NO SON " SISTEMAS "]. En segundo lugar, en lo que concierne al


futuro de la guerra, a Clausewitz jamás se le ocurrió considerar la posibilidad de que la
guerra pudiera ser algún día erradicada del panorama humano. Lo que no es sorpren-
dente, ya que en esto compartió la actitud de sus coetáneos -tanto filósofos y políti-
cos, como militares-, con una única excepción importante (y relativa), la de Kant.
Por otro lado, Clausewitz insistió en que, cuanto más graves fueran los moti-
vos, más considerables las ganancias, más vitales los problemas, mayor el grado de
participación popular por ambas partes, más sangrienta y más destructiva sería la
guerra resultante.
Éste es un aspecto de su pensamiento que debe hacer vacilar (o re-pensar) a
militaristas y pacifistas por igual. Veía la guerra como algo no sólo arraigado perma-
nentemente en el espíritu de competencia de los grupos humanos, sino también
ocasionado y mantenido vivo, principalmente, por aquellos grupos, los relativamente
más débiles [¿ SON LOS DÉBILES LOS QUE VEN EN EL OTRO AL ADVERSARIO , LOS

QUE VEN AL OTRO COMO ADVERSARIO ?], "los defensores inofensivos", hacia los que
todos nosotros sentimos una simpatía humana inmediata y justa.

«La guerra es más necesaria para la defensa que para la conquista [ LO QUE ,
EN PRINCIPIO , PARECE YA UNA INVERSIÓN DEL CONCEPTO TRADICIONAL ]; ya
que es una invasión la que ha provocado la primera defensa, y con ella la guerra. El
conquistador desea siempre la paz (Napoleón siempre la ha pretendido), él preferiría
entrar tranquilamente y sin oposición en nuestros Estados; así, pues, es con el objeto
de que no pueda hacerlo con el que debemos desear la guerra, y en consecuencia,

19
prepararla también. Esto significa que precisamente son los débiles los que están ex-
puestos a deber defenderse, que deben siempre estar armados, con el fin de no ser
sorprendidos. He aquí lo que exige el Arte de la Guerra». 30

Las frases anteriores no pretenden probar que la guerra sea una necesidad
permanente de los Estados amantes de la libertad; pero apuntan la explicación dada
por muchos de por qué el papel de la guerra en la historia dista mucho de ser simple-
mente destructivo y retrógrado.
En la concepción de la guerra que, en su libro, presenta Clausewitz, se deja
notar claramente la diferencia entre los elementos objetivos y subjetivos de la guerra.
A la hora de intentar una primera aproximación a su pensamiento, ésta podría ser una
de las estrategias a seguir.
Entre los elementos objetivos de la guerra figura en primer lugar la concepción
de guerra real, en contraposición a la guerra ideal (absoluta), toda vez que en aquélla
no se verifican las condiciones de una guerra ideal (esfuerzo justificativo para reducir
la guerra a términos aceptables, racionales, políticos). En cambio, sí se le puede
aplicar (a la guerra real) con exactitud la distinción que Clausewitz hace (esta clara
distinción le permite racionalizar la guerra) entre Ziel (objetivo militar) y Zweck (fin
político).
Por otra parte, y también desde una perspectiva objetiva, lo que define clara-
mente la realidad de la guerra es la presencia en ella del elemento político y no la
mayor o menor intensidad del conflicto, hasta el extremo que guerra y política deben
ser consideradas actividades indesligables.
Pero la política misma, a su vez, no es más que una determinación particular de
la esfera de lo social, que es más amplia y que comprende el conjunto de las relaciones
interhumanas y todas sus manifestaciones, análisis con el que Clausewitz da la debida
relevancia a la dimensión social de la guerra.
Desde otra perspectiva, Clausewitz compara la guerra con un juego, en el que
prima lo incierto sobre lo seguro, que expresa la esencia de lo lúdico y donde se
manifiesta una inclinación hacia lo nuevo o lo indeterminado. Al asimilarla con el

30. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VI, Cap. V, p. 403.

20
juego, Clausewitz adscribe la guerra a las actividades humanas puramente subjetivas.
Además, la fractura entre guerra real y guerra ideal introduce, en la primera, la
indeterminación y la aleatoriedad originadas por múltiples causas, en particular,
aquellas que Clausewitz engloba bajo el nombre de "fricción" [ UN INDECIDIBLE

BÁSICO Y FUNDAMENTAL PARA EL ANÁLISIS DEL TEXTO CLAUSEWITZIANO : UN

AUTÉNTICO FÁRMACON ], y que llevan a aceptar la imposibilidad de elaborar una


teoría entendida como doctrina positiva, como conjunto de instrucciones relativas a la
conducta bélica. La aplicación de la teoría a la realidad de la guerra se realiza no tanto
por medio de la formulación de un aparato doctrinal, cuanto por la actividad crítica
[ CARACTERIZADA POR LA A - SISTEMATICIDAD Y, SOBRE TODO , POR LA

" SOLICITACIÓN " DEL SISTEMA ], por lo que la teoría de la guerra pierde todo carácter
objetivo.
Finalmente, cada página de De la guerra lleva impresa la enfrentada indisolubili-
dad entre las fuerzas morales y las materiales. No se infravalora la fuerza material,
sino que se pone en evidencia el componente moral, que combina las potencias de la
inteligencia y del corazón y exige estar en posesión de dos facultades fundamentales:
el golpe de vista («coup d'oeil») y la resolución («courage d'esprit») que capacitan para
individualizar la conjunción entre la realidad y la teoría, capacitación ésta que no se
puede codificar en reglas o aprender con el estudio y la reflexión -en tal caso coincidi-
ría con la teoría- sino que supone un talento natural que emana de esa facultad que es
el genio. Pero, unido a la estrategia de aproximación apuntada [ OBJETIVIDAD / SUBJE -
TIVIDAD , PAR DE OPUESTOS QUE NO SE RESUELVEN , SINO QUE SE CONTAMINAN

MUTUAMENTE ], en paralelo o superpuesto, debe ir el análisis del parentesco "casi


dialéctico" de los conceptos que Clausewitz maneja, sustentados, la mayoría de las
ocasiones, sobre pares jerarquizados de términos opuestos, casi siempre, excluyentes
[ SOBRE LOS QUE DEBE OPERAR LA DIFFÉRANCE , COMO CABALLO DE TROYA DE LA

METAFÍSICA ].

Hay autores, entre ellos Raymond Aron, que están convencidos de que Clause-
witz muestra un pensamiento dialéctico, 31 precisamente, por su utilización de parejas

31. R. ARON en Penser la Guerre, Clausewitz, Gallimard, Paris, 1976, dedica toda la segunda

21
de conceptos opuestos. Si bien, el propio Aron matiza claramente que «la esencia de la
dialéctica histórica de Hegel, la síntesis que supera las contradicciones en el tiempo y
da un sentido racional al devenir, no aparece en ningún momento en el Tratado
(nombre con el que Aron se refiere siempre al libro de Clausewitz)» 32 .
De entre las muchas parejas de opuestos utilizadas por Clausewitz, hay tres
que, por su importancia intrínseca y por su mutua relación, van a tener una considera-
ción preferentemente: las oposiciones guerra-paz, medio-fin y moral-físico
[ OPOSICIONES " PURAMENTE " METAFÍSICAS Y SOBRE LAS QUE INCIDE , DE LLENO ,

LA ESTRATEGIA GENERAL DE LA DECONSTRUCCIÓN ].

La oposición moral-físico, como dice Aron, «nos lleva a la cosa misma, a la


acción de los hombres enfrentados unos contra otros a través del tiempo y del
espacio, con un jefe que asume la responsabilidad de mover la masa a pesar del
razonamiento y de imponer a los acontecimientos la dirección de una voluntad
inteligente». 33
Esta primera antítesis (aparente) conduce, inmediata y lógicamente, a la
segunda, la del medio y el fin. La dimensión inteligente de la acción guerrera está
(debe estar) regida por la racionalidad final. La referencia a la racionalidad final define
la estructura de todo el campo conceptual de la guerra, y el de sus dos sistemas
(procedimientos) de conducción, el de la estrategia y el de la táctica. De un lado, la
racionalidad final determina lógicamente la subordinación de la guerra a la política
como la del medio al fin [ COMO SE VERÁ , ESTE DESIDERATUM DE C LAUSEWITZ NO

ES OTRA COSA QUE EL USO ( NO JUSTIFICADO , ¿ NUNCA JUSTIFICADO ?) DE LA

VIOLENCIA FUNDADORA DE LA NORMA , EN ARAS DE CONTROLAR LA VIOLENCIA DE

LA GUERRA ]; del otro, obliga a tomar en consideración la naturaleza del medio -las
tropas o las armas en acción (la violencia, ya que la acción, a su vez, se define por su
fin; pero este fin sólo lo puede alcanzar empleando los medios oportunos y eficaces
que, en el caso de la guerra, se confunden con la violencia)- en la determinación del
fin. El fin sigue siendo, por tanto, el legislador supremo, pero no despótico, sino

parte del libro, p. 151-277, al análisis de la "dialéctica" en Clausewitz.


32. ARON, R., op. cit., p. 364.
33. ARON, R., op. cit., p. 153.

22
parcialmente sometido a las presiones de los medios. Pero, y aquí enlazamos con la
tercera gran antítesis, guerra-paz, ya que al reducir los actos de violencia (la guerra,
pues si se hace abstracción del origen y del fin de la lucha no permanece más que un
choque de voluntades, cada una queriendo imponer su ley a la otra por la violencia) a
un medio de la política, Clausewitz les da como objetivo no la victoria -que sería lo
que busca la táctica- sino la vuelta a la paz
La substitución de la victoria por la paz, como objetivo último de la guerra,
resultaría de la heteronomía (de la pérdida de la autonomía) de la guerra. En cuanto
deja de ser una "cosa independiente", la guerra no tiene otro fin último que la paz.
Vemos, pues, que los conceptos de medio y fin, por su carácter formal, se sitúan al
nivel de abstracción más alto: complementarios y no opuestos [ AFECTADOS POR LA

MÁS " PURA " CONTAMINACIÓN ], se imponen tanto al actor, para decidir, como al
observador, para entender. En cada etapa, dirigen la relación entre la parte y el
conjunto y, por consiguiente, entre la guerra y la paz ya que, en última instancia, el fin
de la guerra es la paz o, al menos, una cierta paz.
Las grandezas morales y los recursos materiales son menos complementarios
que opuestos, pero la oposición es puramente conceptual [ LAS OPOSICIONES DUALES

TIENDEN A (¿ PRETENDEN ?) DESAPARECER SOLAS , POR EFECTOS DE LA

DISOLUCIÓN DE LOS LÍMITES , DE LOS MÁRGENES ]. Según las circunstancias, la moral


compensa la inferioridad material o la multiplica; la destrucción de las fuerzas armadas
se entiende más en sentido moral que material. La violencia, en definitiva, apunta en
gran medida a la moral del enemigo, aunque sólo la alcance derramando sangre.

Lo objetivo de la guerra en Clausewitz

En el siglo XVIII se había concebido la guerra (en los ámbitos militar y


político) como un arte o una ciencia independiente de cualquier otra actividad huma-
na, que encontraba en sí misma sus propios principios y sus propias reglas de direc-
ción. El hombre era considerado solamente un ejecutor de estos principios, por lo que
su eficacia parecía ser tanto mayor cuanto más se le reducía a una función instrumen-
tal y perdía sus connotaciones específicamente humanas. En los últimos años del

23
XVIII, emerge, por el contrario, una concepción que niega a la guerra su tradicional
autonomía, mostrando la dependencia que tiene con la esfera de la política y de la
organización social [ NUEVOS TEXTOS PARA NUEVOS CON - TEXTOS Y NUEVA

RELACIÓN INTERTEXTUAL ]. Paradójicamente, a los militares del XVIII les faltó


conciencia de tales conexiones, a pesar de que experimentaban, cada día, la subor-
dinación de la guerra a la política. No obstante, esta conciencia se hizo viva en
hombres como Scharnhorst o Clausewitz. Aquella evidente paradoja se disuelve,
inmediatamente, cuando se piensa que fueron la revolución francesa y la expansión
napoleónica las que demostraron con los hechos cómo el condicionamiento histórico
(en sus facetas políticas y sociales) podía transformar radicalmente tanto el modo de
concebir como el de conducir la guerra.
Scharnhorst tuvo, ya, la intención de elaborar una teoría sistemática de la
guerra que sustituyera a los viejos tratados militares del siglo XVIII. Pero no llegó a
realizar este proyecto y lo dejó en herencia a Clausewitz.
La fortuna de Clausewitz fue mayor, aunque no completa. El 10 de julio de
1827, afectado por la enfermedad se vio obligado a interrumpir su trabajo, por lo que
añade, a su tratado De la guerra, la "Nota" fechada en 1827 para avisar sobre la incom-
pletud del manuscrito: de los ocho libros de los que se compone la obra, los seis
primeros debían ser revisados y los dos últimos completamente rehechos [ EL TEXTO

TODO DEBÍA SER SOMETIDO A UNA NUEVA LECTURA / ESCRITURA , LOS SIGNOS

ITERADOS Y LAS SIGNIFICACIONES ( HUELLAS O TRAZAS ) REENVIADAS ,

DIFERENCIADAS Y DIFERIDAS EN OTRO TEXTO ].

Clausewitz, curado de su enfermedad, se reincorpora al trabajo, pero no


consigue llevarlo a término, ya que muere el 16 de noviembre de 1831. En otra
"Nota", casi unánimemente reconocida como posterior a la "Nota" de 1827, solamen-
te considera completo el primer Capítulo del Libro primero e invita al lector a servirse
de él para conocer la orientación que pretendía dar al conjunto. 34 Ya en la "Nota" de
1827, Clausewitz apuntaba [ EN UNA DOBLE OPERACIÓN DECONSTRUCTIVA :

INJERTO Y REENVÍO , SEMBRADA DE PALABRAS QUE TRABAJAN SEMÁNTICO -

34. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., NOTAS DEL AUTOR, 2ª, p. 21.

24
SINTÁCTICAMENTE LA ESCENA EN QUE SE INSERTAN , DE MARCAS DECONSTRUCTI -

VAS ¿ DECONSTRUIBLES ?, COMO « ORIENTACIÓN », « CONTRARIO », « FRONTERAS »,


« PUNTOS DE PASO », « INCOMPATIBLE », « DIFERENCIA »] los dos criterios a los que
deberían obedecer la reelaboración y la revisión:

«En esta corrección aparecerá clara a la vista en todas partes, la doble


modalidad de la guerra y, por consiguiente, recibirán todas las ideas un sentido más
preciso, una orientación determinada y una aplicación más inmediata. Esta doble mo-
dalidad de la guerra consiste: en aquella cuyo fin es el abatimiento del contrario, sea que
lo aniquilemos políticamente o simplemente lo dejemos indefenso para obligarle a la
deseada paz, y aquélla en que sólo se pretende hacer algunas conquistas en las fronteras de su
reino, sea para conservarlas o para hacerlas objeto de un cambio beneficioso en el tra-
tado de paz. Los puntos de paso de una a otra deben conservarse; pero en todo debe
manifestarse la distinta naturaleza de ambas tendencias y su separación está en lo que
tienen de incompatible.
Además de esta diferencia, de hecho, debe fijarse de manera expresiva y exacta el
punto de vista práctico, puesto que la guerra no es más que la política del Estado prosegui-
da por otros medios». 35 [ DICHO DE OTRA FORMA , LA GUERRA NO ES MÁS QUE UN
SUPLEMENTO DE LA POLÍTICA ].

La primera de las dos distintas clases de guerra que distingue Clausewitz, la que
tiene como finalidad el abatimiento del adversario, surge de la definición misma del
fenómeno bélico: «la guerra es un acto de fuerza dirigido a obligar al adversario al
cumplimiento de nuestra voluntad». 36 Del análisis de esta proposición se sigue, según
Clausewitz, una triple relación de acciones recíprocas de los beligerantes que, en sus
tres aspectos, conducen a una sola conclusión: la guerra tiende, por esencia, a desar-
rollarse hasta lo extremo. En efecto: en primer lugar, la sumisión del adversario a la
propia voluntad lleva consigo el uso ilimitado de la fuerza; en segundo lugar, el daño
militar que cada contendiente intenta infligir al otro es el aniquilamiento total (abati-
miento o desarme); en tercer lugar, la imposibilidad de prever la fuerza moral del

35. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., NOTAS DEL AUTOR, 1ª, p. 19.

25
enemigo con la misma aproximación con la que se prevé la entidad de su fuerza física
implica la necesidad de empeñarse en la lucha de manera incondicional.
Pero, por otro lado, como apunta Aron, estas

«ideas [...] se sitúan en la prolongación de la reflexión sobre la relación del


medio con el fin. ¿Qué significa la doble clase de guerra, sino la toma de conciencia
por el propio Clausewitz de que no se puede tratar la guerra, incluso desde el punto
de vista estrictamente militar, sin referirse a su fin, al menos en ese punto de encuen-
tro del objetivo militar y del fin político que constituye la modalidad de vuelta a la
paz?». 37

El fin último de la guerra se confunde siempre con una cierta paz; la modalidad
de la vuelta a la paz se convierte en el criterio de la alternativa: en caso de "abatirlo",
el vencedor impone al enemigo en tierra cualquier condición, incluidas eventualmente
la desaparición del Estado y hasta la eliminación física de la población; en otro caso,
trata con un enemigo que consiente el abandono de una provincia o intercambia la
provincia ocupada por otra. Paz impuesta o dictada, por una parte; paz negociada, por
otra. La idea fundamental compete a la política y concierne a la modalidad de vuelta a
la paz. Pero ambas clases de guerra representan siempre un último fin en términos
extremos: imponer la paz o negociarla
Sin embargo, si la guerra mostrase en la realidad una naturaleza idéntica a la
que emerge de un análisis puramente lógico de su concepto, cual es el de la hipótesis
de «un conflicto de fuerzas abandonadas a sí mismas y que no obedecen más que a sus
íntimas leyes», 38 aquella debería explicarse necesariamente en su forma absoluta, con
el máximo empleo de la fuerza e impulsada, sin interrupción ni concesiones, hasta el
abatimiento militar de uno de los dos beligerantes. Pero, para que esto suceda,
deberán darse tres condiciones [ JUSTIFICACIÓN RACIONALIZADORA DEL ACTO DE

VIOLENCIA FUNDADORA POR EL QUE SE SOMETE LA GUERRA A LA POLÍTICA ]: la

36. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 2, p. 27.


37. ARON, R., op. cit., p. 155-156.
38. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 6, p. 31.

26
guerra, 1) deberá ser un acto completamente aislado, privado de correlación con la
vida anterior del Estado; 2) deberá resumirse en una única decisión de los ejércitos; 3)
deberá llegar a un resultado definitivo, no alterable ulteriormente por relaciones
políticas que se lleven a cabo entre los Estados, después de la conclusión de las
hostilidades. 39
En la realidad no se verifican, sin embargo, ninguna de estas condiciones. En
primer lugar, la guerra no nace instantáneamente y no es independiente de la vida de
los Estados en cuyo seno se está gestando. En segundo lugar, la guerra consiste en
una serie de encuentros sucesivos y conlleva la necesidad de economizar el empleo de
la fuerza. En tercer lugar, el resultado de la guerra no representa nada absoluto, en
cuanto que el Estado vencido siempre tiene la posibilidad de reducir, si no anular, el
daño recibido en el aspecto militar a través de sucesivos acuerdos y tratados políticos
internacionales. Como consecuencia de estos tres factores, la intencionalidad de cada
beligerante resulta limitada, si se compara con la valoración de la del adversario, que
es, a su vez y por esto mismo, también limitada.
El objetivo militar es siempre el mismo, imponer la propia voluntad mediante
el uso de la violencia, y para su consecución, rara vez resulta necesario el abatimiento
militar del contrario; la mayoría de las veces es suficiente infligirle -o mostrarse capaz
de infligirle- un daño que, aunque limitado, comporte para él un desastre superior al
que representa la aceptación de las condiciones que se le quieren imponer. El empleo
absoluto de la fuerza se sustituye por una refinada técnica de análisis y valoración de
las ventajas y las desventajas; la tendencia a lo extremo se sustituye por el cálculo de la
entidad mínima de la fuerza necesaria para garantizar la superioridad (esto es, la
conveniencia de continuar la guerra por parte del adversario) o, viceversa, la entidad
máxima de la fuerza que se está dispuesto a emplear (más allá de la cual, el daño que
representa el riesgo de una derrota es superior a la ventaja constituida por la probabi-
lidad de victoria), puesto que

no siendo ya ambos adversarios conceptos puros, sino Estados y Gobiernos

39. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 6 y 7 p. 31-32.

27
con individualidad definida, ya no será la guerra un desarrollo de acciones ideales si-
no [algo] propiamente constituído; por tanto, será lo realmente conocido un dato para
la esperada determinación de lo desconocido». 40

Clausewitz considera un cuarto elemento diferenciador entre la guerra real y la


ideal, que impide que ésta se desarrolle hasta lo extremo; este elemento es el conjunto
de los factores que originan la «fricción» en el curso de las operaciones bélicas: «Todo
en la guerra es muy sencillo, pero lo más sencillo es difícil. Estas dificultades se
amontonan y determinan una fricción que nadie que no haya visto la guerra puede
representarse felizmente». 41
Las fricciones son el resultado de innumerables pequeñas causas que no es
posible valorar exactamente en la preparación teórica de la guerra y que impiden, a
menudo, conseguir los resultados previstos. Son formas de fricción: la sensación de
peligro que paraliza o retarda la acción del soldado; la fatiga física que, influyendo
sobre la moral, reduce, de improviso, el rendimiento de la tropa; la información
fragmentaria sobre el desarrollo de la guerra, que desanima a los subalternos e induce
a los jefes a errores de valoración; los incidentes, productos de la casualidad, como
una lluvia imprevista que retrasa la marcha o un banco de niebla que esconde al
enemigo. Las fricciones contribuyen a aumentar la incidencia del azar, convirtiendo en
incierto el desarrollo de las hostilidades y abriendo una brecha entre la guerra real y su
imagen teórica: la «fricción es [ SE INSISTE , Y MÁS ADELANTE SE VERÁ , EL

INDECIDIBLE QUE HACE POSIBLE , MÁS ALLÁ DE CUALQUIER JUSTIFICACIÓN

RACIONALIZADORA , LA GUERRA REAL , LA GUERRA LIMITADA ] el solo concepto que


corresponde a la diferencia existente entre la guerra real y la guerra en el papel». 42 En
el Libro VIII de De la Guerra -cuya redacción, probablemente no definitiva, no pre-
senta aún el elevado grado de conceptualización del Libro I- Clausewitz establece, en
efecto, la distinción clara entre guerra absoluta y guerra real sobre el concepto [ QUE ,
COMO SE HA VISTO , ES CONCEPTO VAGO , SIN UNA CLARA DEFINICIÓN ; QUE NO ES

40. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 10, p. 34.


41. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. VII, p. 85.
42. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. VII, p. 84.

28
UN CONCEPTO EN EL SENTIDO TRADICIONAL DEL TÉRMINO ] de la fricción y sobre
la inercia producida por el complejo desarrollo de los

«elementos, fuerzas, intereses de la vida política con los cuales la guerra está
en contacto. A través de las circunvoluciones innumerables de este dédalo
[ LABERINTO Y, POR CONSIGUIENTE , SOLICITACIÓN , CON - MOCIÓN DEL

SISTEMA ], la consecuencia lógica no puede perseguirse como a lo largo de una línea


racional y directa de una serie de conclusiones». 43

El desarrollo del primer principio enunciado en la "Nota" de 1827 (la duplici-


dad de la naturaleza de la guerra) lleva a la comprensión del segundo (la continuidad
entre guerra y política). En cuanto la guerra real se aleja de la ideal, el propósito de
reducir al adversario a la impotencia pierde valor: el objetivo puramente militar se
sustituye, como motor primario de la guerra, por el fin político. Éste expresará «la
medida, así para el resultado que pretende alcanzarse por medio del acto guerrero,
como para los esfuerzos que deben realizarse» 44 .
Previamente (en sentido cronológico), en el Capítulo VI(B) del Libro VIII,
Clausewitz había dicho [ EN UNA PÁGINA QUE CONTITUYE , POR UN LADO , EL ACTO

MÁXIMO DE VIOLENCIA FUNDADORA DE LEY ( SUBORDINACIÓN DE LA GUERRA A LA

POLÍTICA ) Y , POR OTRO , LA CONSTITUCIÓN DE LA GUERRA EN ESCRITURA , EN

TEXTO UBICADO EN EL " CON - TEXTO " DE LA POLÍTICA ] que:

«Hasta aquí el antagonismo que existe entre la esencia de la guerra y los


restantes intereses individuales y sociales, nos ha obligado a volvernos tan pronto
hacia un lado como hacia el otro, con el fin de no despreciar ninguno de los elemen-
tos contrarios. Este antagonismo está, por lo demás, fundado sobre la naturaleza
humana en sí misma y por eso es insoluble para la razón filosófica. Ahora vamos a
tratar de buscar la unidad que forman en la vida práctica estos principios contradicto-
rios, aliándose y neutralizándose recíprocamente [ CONTAMINACIÓN ], en parte. No-

43. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. II, p. 683.
44. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 11, p. 35.

29
sotros podríamos haber establecido, desde el principio, esta unidad, si no hubiese si-
do precisamente necesario hacer resaltar bien netamente esta oposición elemental y
considerar separadamente los principios distintos. Ahora bien: esta unidad se resume
en la idea de que la guerra no es sino una parte del comercio político y no es, por sí misma, una
cosa independiente.
No se ignora que la guerra surge de las relaciones políticas de los Gobiernos y de los
pueblos; pero ordinariamente nos imaginamos que la guerra hace cesar este comercio
político para introducir un estado de cosas diferentes, que no depende más que de sus
leyes intrínsecas.
Nosotros afirmamos, al contrario, que la guerra no es sino la continuación de las
transacciones políticas, llevando consigo la mezcla de otros medios. [...] La guerra.
¿No es en sí una escritura o una nueva lengua para expresar el pensamiento políti-
co?». 45

Clausewitz divide el arte de la guerra (y sus modos de conducción) en dos


partes y sólo en dos partes, táctica y estrategia. Y la razón de esta división está
vinculada a los dos conceptos de medio y fin: el conocimiento o la teoría de la acción
implica tantos capítulos como ésta medios o fines distintos. Sólo ellos permiten
pensar la acción y en particular la acción guerrera. Y Clausewitz sólo conoce dos
medios esencialmente diferentes: las fuerzas armadas y los combates. Por lo tanto,
estrategia y táctica se diferencian por referencia a estos medios y a los fines. La
estrategia tiene como medio la victoria y como fin la paz (la concordia); la táctica,
como medio las fuerzas armadas (su uso: la violencia) y como fin la victoria.
En consecuencia, dice Aron, el problema planteado por la teoría de Clausewitz
es la determinación de los fines, tanto de la táctica como de la estrategia. Escribe el
militar prusiano como introducción de la pequeña guerra: «Si determinamos (definimos)
la estrategia según su medio y no según sus fines, la razón es que el medio (a saber, el
combate), empleado por ella de manera muy general, es único y jamás puede ser
eliminado por el pensamiento sin destruir el propio concepto de guerra; mientras que,
por el contrario, los fines posibles (de la estrategia) son distintos y no se dejan

45. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. VI(B), p. 715.

30
agotar». 46 Si la estrategia tiene un fin, ése es la paz.
El fin de la estrategia o de la dirección de la guerra es la paz, no la victoria
militar, aunque evidentemente cada uno de los beligerantes quiera otra paz o conciba
la paz de forma diferente. «En principio la Estrategia tiene como medio la victoria,
esto es, el éxito táctico; y como fin, lo que debe llevarnos a una paz inmediata» 47 .
Clausewitz distingue claramente el término Ziel, con el cual indica el objetivo militar
de la acción de fuerza, del término Zweck, 48 con el que expresa el fin político a que
obedece toda la guerra.
En la guerra absoluta (llevada a los extremos) se busca exclusivamente el Ziel,
el objetivo intrínseco del concepto mismo de guerra, es decir, el abatimiento del
enemigo: en vista de esto, cualquier entidad de la fuerza empeñada, por muy grande
que sea, nunca es desproporcionada o injustificada. En la guerra real, cada beligerante
busca, por el contrario, el Zweck, el fin político propio y el del adversario, a ello
subordina el (y es el fin del) objetivo militar, considerando el uso de la fuerza como
un medio y limitándolo, en la medida en que se hace necesario para conseguir aquél
(es interesante constatar como el fin de la guerra absoluta, al relativizarse ésta, se
convierte en medio para otro fin: el político).
El medio de la táctica son las fuerzas armadas, el fin inmediato, la victoria. El
fin superior -al que tiende la estrategia- determina las disposiciones adoptadas por la
táctica; y, porque la guerra forma un conjunto orgánico, los fines últimos de la
estrategia, o sea, aquello que conduce inmediatamente a la paz, marcan claramente la
magnitud de las operaciones militares (la violencia) o la explotación de los éxitos
obtenidos. La estrategia está ligada a la acción política y la táctica a la acción militar.
Clausewitz pretende dejarlo bien claro cuando dice:

«existe una distinción poco juiciosa y aun nociva, cuando se quiere que un
gran acontecimiento militar, o el proyecto de una gran operación, sea sometido a una

46. Citado por R. ARON en Penser la guerree, Clausewitz, ed. cit., p. 164.
47. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. II, 36, p. 113.
48. R. ARON realiza un breve estudio del campo semántico de Ziel y Zweck en Penser la
guerree, Clausewitz, ed. cit., p. 405-406.

31
apreciación puramente militar. Es, además, un procedimiento poco racional el de lla-
mar, como lo hacen a menudo los Gobiernos, a los militares para la discusión de los
proyectos de guerra, con el fin de que pronuncien un juicio puramente militar. Pero
lo que todavía es más absurdo es el deseo de los teóricos, que quieren que los medios
militares disponibles sean indicados al general en jefe, para que él combine, de acuer-
do con esto, un proyecto de guerra o de campaña puramente militar». 49

Y más adelante, en el mismo capítulo, añade:

«Para que una guerra responda completamente a los designios de la política y


para que la política esté a la altura de los medios de la guerra, cuando el hombre de
Estado y el soldado no están reunidos en una sola persona, no queda sino un medio,
que es hacer del general en jefe un miembro del Gobierno, con el fin de que pueda
participar en los actos principales». 50

{Aquí la traducción española induce a un cierto error, ya que puede que


parezca decir que quien podría tener participación en los actos principales del Go-
bierno es el general en jefe, cuando Clausewitz dice todo lo contrario. En la edición
inglesa a cargo de Michael Howard y Peter Paret, se hace decir a Clausewitz: «to make
the commander-in-chief a member of the cabinet, so that the cabinet can share in the major aspects of
his activities» 51 y remite a una nota a pie de página que dice: «En la primera edición
estaba escrito: "so bleibt . . . nur ein gutes Mittel übrig, nämlich den obersten Feldherrn zum
Mitglied des Kabinets zu machen, damit dasselbe Theil an den Hauptmomenten seines Handelns
nehme". En la segunda edición, aparecida en 1853, la última parte de la frase se cam-
bió 52 por: "damit er in den wichtigsten Momenten an dessen Beratungen und Beschlüssen teilneh-

49. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. VI(B), p. 719.
50. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. VI(B), p. 720.
51. CLAUSEWITZ, C. von, On War, ed. y trad. al inglés Michael Howard y Peter Paret,
Princeton University Press, Guilford (Surrey, Inglaterra), 1984, p. 608.
52. Al parecer, este cambio (y varios cientos más) fueron introducidos por el cuñado de
Clausewitz, Conde Friedrich von Brühl, y el Estado Mayor prusiano, responsables de esta
segunda edición.

32
me"». 53 En la traducción española de esta edición inglesa, editada por el Ministerio de
Defensa, 1999, se dice (p. 857): «hacer que el comandante en jefe sea miembro del
consejo de ministros, de forma que el consejo pueda compartir los aspectos más
importantes de sus actividades».
Ésta parece ser la razón de que en muchas ediciones, entre ellas, en la inglesa a
cargo de Anatol Rapoport, basada en la traducción publicada por J. J. Graham en
1908, se haga decir a Clausewitz: «to make the Commander-in-Chief a member of the Cabinet,
that he may take part in its councils and decisions on important occasions». 54 Este último es un
sentido diametralmente opuesto al que le dio originalmente Clausewitz, quien reco-
mienda que el comandante en jefe sea un miembro del gobierno para que éste [el
gobierno] pueda participar en el mayor número de aspectos de la actividad de aquél [el
comandante en jefe].
De esta forma, Clausewitz pone el énfasis en la participación del gobierno en
las decisiones militares, no en la participación de los militares en las decisiones
políticas. Ésta y las demás alteraciones introducidas en el texto de Clausewitz han sido
descubiertas y enmendadas, según reconoce Raymond Aron, 55 por el profesor
H.Hahwleg en su edición alemana 56 }. 57
La relación medio-fin, combinada con la dualidad táctica-estrategia y con sus
definiciones específicas, conduce a una visión de la guerra como un conjunto estruc-
turado por la jerarquía de los medios y de los fines, por la búsqueda, en cada nivel, de
la racionalidad final que estará siempre subordinada a la finalidad del nivel superior: la
de la táctica a la de la estrategia, la de los fines en la guerra a la de los fines de la
guerra [J ERARQUÍA DE MEDIOS Y FINES QUE SE VERÁ DESESTRUCTURADA EN EL

CAPÍTULO SIGUIENTE ]. La totalidad de la guerra, inseparable de la jerarquía de los

53. CLAUSEWITZ, C. von, On War, ed. cit., nota 1, p. 608.


54. CLAUSEWITZ, C. von, On War, edit. por Anatol Rapoport, trad. al inglés J. J. Graham
(1908), Penguin Books, Harmondsworth (Middlesex, Inglaterra), 1968, p. 407.
55. ARON, R., op. cit., nota 2, p. 176.
56. CLAUSEWITZ, C. von, Vom Kriege, edit. por Werner Hahlweg, Dümmlers Verlag,
Bonn, 1980.
57. El largo y extraño paréntesis, aquí, no indica subordinación o marginación alguna del
texto que encierra. Se limita a re-marcar un injerto textual, por otra parte, revelador.

33
fines, no permite disociar conceptualmente las operaciones que tienen una finalidad
puramente militar con el objetivo final, totalmente político, de la guerra entera. Y, en
cualquier caso, la destrucción de la fuerza militar del enemigo es, solamente, uno de
los medios disponibles, no ciertamente el único ni, a menudo, el más conveniente: en
el mayoría de los casos, el mismo fin político se puede alcanzar sirviéndose de objeti-
vos militares bastante menos ambiciosos, como la conquista de alguna provincia, su
ocupación, las demostraciones de fuerza o, incluso, la simple espera pasiva del choque
dirigida a ir extenuando las energías enemigas. «Así, la política hace un simple instru-
mento del elemento indomable de la guerra». 58
La guerra no es sino el choque. Y los Estados que hacen la guerra disponen,
por definición, de fuerzas armadas. El choque de las fuerzas armadas llamado comba-
te (violencia) constituye el medio por excelencia, el medio único si se quiere, de la
guerra. Y es el único medio porque las fuerzas armadas están hechas para
luchar (para la violencia) y el resto -el reclutamiento, las fortificaciones- sólo tiene
sentido o, mejor, sólo tiene algún fin con relación al combate. Por eso dice Clause-
witz:

«existen en la guerra varios caminos que conducen al objetivo, esto es, a la


consecución del fin político, pero [...] el combate constituye el único medio, estando
todo sujeto a la ley suprema de la solución por las armas». 59

Clausewitz estuvo siempre preocupado por la cuestión más difícil, la de la


relación entre los fines en la guerra y los fines de la guerra, o entre los objetivos
militares y el fin político. Resulta evidente que, en la medida que los objetivos milita-
res constituyen, dentro del sistema jerárquico de los medios y de los fines, los medios
con vistas a fines políticos, el jefe de guerra conserva la elección entre múltiples
medios (concretos) o entre múltiples objetivos militares. En otras palabras, la plurali-
dad de los caminos equivale a la pluralidad de los objetivos militares y éstos, como
medio del fin político, reducen la posibilidad de que el combate (la violencia) sea algo

58. CLAUSEWITZ, C. von, De la guerra, ed. cit., Lib. VIII, Cap. VI(B), p. 716.

34
definitivo en la guerra (o, dicho de otra forma, que la ley suprema de la decisión esté
en manos de las armas) a una verdad tan abstracta como pueda serlo la guerra ideal.
La dialéctica" del medio y del fin no juega, pues, según Clausewitz, con conceptos
contradictorios o incompatibles: el fin de una actividad inferior se convierte en el
medio de una actividad superior [ NO HAY CONCEPTOS PUROS O ABSOLUTOS ; CADA

UNO DE ELLOS ESTÁ CONTAMINADO Y CONTAMINANDO A LOS DEMÁS ; CADA

CONCEPTO ES TEXTO EN UN APARENTE CON - TEXTO QUE NO ES MÁS QUE OTRO

TEXTO , EN UN JUEGO DE INTERTEXTUALIDADES ]. Por consiguiente, como dice


Aron,

«se podría llamar al conjunto la dialéctica de la acción inteligente y la dialécti-


ca de la totalidad. La jerarquía de los medios y de los fines restablece, gracias al en-
tendimiento, la unidad de la totalidad guerrera, unidad que se realizaba espontánea-
mente en el choque ciego de los pueblos salvajes y que la multiplicación de los com-
bates dispersos parecía disolver. Pero la dialéctica del medio y del fin restablece esta
unidad total de dos maneras radicalmente diferentes: o bien, por la concentración de
la campaña en una batalla decisiva, el jefe de guerra recobra, gracias a unos recursos
del arte, una forma aparentemente próxima a la lucha de hombre a hombre o de pue-
blo a pueblo; o, por el contrario, acepta el juego en el que el número de fichas, en el
momento de la finalización, designa al vencedor; en el último caso, la ausencia de
unidad orgánica dará a la campaña o a la guerra su estructura dispersa o incoherente,
estructura que la teoría, a pesar de todo, convertirá en inteligible» 60 [ NO PARECE
QUE LA UNIDAD SEA TAN RADICAL , LO QUE , POR OTRA PARTE , ERA DE ESPERAR :

LA JERARQUÍA DE LOS MEDIOS Y LOS FINES NO SE SUPERARÁ EN NIGUNA

SÍNTESIS UNIFICADORA , SINO QUE SE DISEMINARÁ ].

A la unicidad de la guerra ideal se contrapone la multiplicidad de la guerra real


[ RESULTADO DE LA DIFFÉRANCE EN SU DOBLE SENTIDO DE DIFERENCIA Y

" DIFERICIÓN "]. Cuanto más grandes son los intereses y las pasiones involucradas en
la guerra, tanto más se aproxima ésta a su forma abstracta: el fin político y el objetivo

59. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib.I, Cap.II, p. 58.

35
militar tienden entonces a coincidir y el carácter específicamente bélico del conflicto
puede volver a adquirir su posición en primer plano, hasta convertir en menos
transparente la componente política.
Por el contrario, cuanto más motivada está la guerra por razones de gabinete y
más reduce su apuesta en juego, tanto más se desvía de su dirección natural: el fin
político se aleja del objetivo militar y prevalece sobre éste.
Entre los dos ejemplos extremos de guerra, la guerra de exterminio, que se
aproxima más al modelo ideal, y la simple observación armada, la que más se aleja de
dicho modelo, hay una amplia gama de gradaciones en la cual se distribuyen los
diferentes tipos de guerras reales. 61 Por eso, al final del Capítulo I del Libro I, que
refleja la fase de máxima reelaboración del texto, Clausewitz propone una nueva
definición que, a diferencia de aquella inicial («acto de fuerza para obligar al contrario
al cumplimiento de nuestra voluntad»), expresa no tanto la finalidad de la guerra
cuanto su naturaleza compleja, como un modo de poder explicar el carácter específico
de los conflictos reales a través de la diferente importancia que tienen sus componen-
tes.
Según esta última definición, la guerra se presenta como

«una maravillosa [extraña] trinidad, compuesta del poder primordial de sus


elementos, del odio y la enemistad que pueden mirarse como un ciego impulso de la
naturaleza; de la caprichosa influencia de la probabilidad y el azar, que la convierten
en una actividad libre del alma; y de la subordinada naturaleza de un instrumento
político, por la que recae puramente en el campo del raciocinio». 62

Ahora es posible aclarar con precisión la relación de la diferencia entre guerra


absoluta y guerra real con la distinción, expuesta en la "Nota" de 1827, entre guerra de
aniquilamiento y guerra con objetivo limitado.
En el Libro VIII, que, con toda seguridad, no alcanzó jamás una redacción

60. ARON, R., op. cit., p. 192.


61. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 25, p. 43 y Lib. I, Cap. II, p. 47 y ss.
62. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 28, p. 45.

36
definitiva, las dos parejas son prácticamente asimilables. La guerra absoluta podrá no
ser muy diferente de la guerra real, pero jamás constituirá un elemento normativo, aun
cuando, a veces, coincida con la realidad de los hechos; la guerra absoluta no seguirá
una construcción lógica, pero representará el caso en el cual la guerra real se alinea
con la ideal, realizando completamente su propia naturaleza y finalidad. Pero, además,
por coherencia, Clausewitz se ve obligado a sostener que también la guerra absoluta,
en cuanto real o, al menos, realizable, reviste un carácter claramente político, 63 no
percatándose de la dificultad que esto comporta, desde el momento en que el carácter
político de la guerra parece surgir -como se ha visto- precisamente del decrecimiento
del elemento puramente bélico. Contradicción que se hace palpable en la siguiente
afirmación:

«Si nos detenemos otra vez ante el concepto abstracto de la guerra, deducire-
mos que el fin político se halla fuera de su campo; pues [...] tratará siempre y única-
mente de derribar al contrario, esto es, dejarlo indefenso». 64

Mucho más clara es, por eso, la posición (complejo y alambicado intento de
racionalización) expresada por Clausewitz en la redacción definitiva del Capítulo I del
Libro I, donde la guerra absoluta se configura como abstracta e ideal, deducida
apriorísticamente de su simple concepto y haciendo abstracción de cualquier contexto
socio-político. La guerra real entra, por el contrario, inmediatamente, en el complejo
juego de los intereses y de las causas concretas: la pérdida de la idealidad se convierte
en la condición primera impuesta por la naturaleza política del conflicto. La oposición
delineada en la "Nota" de 1827 entre la guerra de aniquilamiento y la guerra de
objetivo limitado se vuelve a presentar, por esta razón, en el ámbito de la guerra real.
Lo que define la realidad de la guerra es exactamente la presencia en ella del elemen-
to político y no la mayor o menor intensidad del conflicto. Desde este punto de vista,
la guerra napoleónica (de aniquilamiento) y las escaramuzas del siglo XVIII (de
objetivo limitado) son ambas reales porque son políticas; si bien, en el primer caso, la

63. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. VI(B), p. 715 y ss.

37
distancia respecto del modelo ideal es mínima, mientras que en el segundo caso es
notable. La idealidad de la guerra absoluta y la realidad de la guerra política son
afirmaciones equivalentes: la única forma en que una guerra puede no ser política es la
de ser ideal.
De esta manera, se puede explicar la distinta valoración de la guerra absoluta
expresada por Clausewitz en los Libros I y VIII.
En el Libro VIII (vagaroso, intuitivo, necesitado de revisión, pero contundente
en sus afirmaciones: [ VIOLENCIA FUNDADORA ]), la posibilidad de llevar a cabo de
forma efectiva la guerra absoluta permite que los diferentes niveles de la guerra real
estén subordinados a aquélla, lo que no explica a satisfacción, debido a la preponde-
rancia del elemento político sobre el militar, la naturaleza del fenómeno bélico. Los
diversos grados de intensidad de los que la guerra es susceptible permitieron, así, a
Clausewitz, en el Libro VIII, sostener que «la guerra puede ser más o menos verdade-
ramente una guerra, es decir, que admite todos los grados de intensidad». 65 La guerra
política, de objetivo definido, aparece como algo «vago, incompleto e inconsecuente»,
una «semi-guerra», una «contradicción en sí misma». 66 La dimensión política llega a ser
casi un elemento de degeneración de la naturaleza de la guerra.
Por el contrario, desde la perspectiva del Capítulo I del Libro I (estructurado,
pretendidamente lógico, revisado, herramienta racionalizadora: [ VIOLENCIA
CONSERVADORA ]), la subordinación de la guerra política a la guerra absoluta pierde
todo significado, desde el momento en que los dos tipos de guerra se sitúan en dos
planos diferentes e irreductibles, cual son el de la realidad y el de la idealidad. La
guerra absoluta, desde el punto de vista conceptual de Clausewitz, es por definición
irrealizable, aún cuando conserva un cierto valor de referente en la realización del
proyecto y en la conducción de la guerra concreta (valor que llega a ser, obviamente,
tanto más grande cuanto más próxima está la guerra real a la guerra absoluta). Por el
contrario, toda guerra (guerra real) adquiere el carácter de instrumento político. En la

64. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. II, p. 47.


65. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. II, p. 684.
66. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap .II, p. 683; Lib. VIII, Cap. VI(A), p.714 y
Lib. VIII, Cap. VI(B), p. 716.

38
última fase del pensamiento de Clausewitz (Libro I), la naturaleza política de la guerra
-reconocida ya en la "Nota" de 1827 y desarrollada en el Libro VIII- consigue su
plena justificación [ RACIONALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA FUNDADORA QUE APARECE

EN EL L IBRO VIII, POR MEDIO DE LA VIOLENCIA CONSERVADORA DE LA LEY ]: lo que


parece absolutamente congruente con la situación histórica en la que Clausewitz
escribe De la guerra, en plena Restauración, cuando el caso Napoleón se presenta -
incluso para el general prusiano- como un paréntesis definitivamente cerrado, y la
guerra de objetivo limitado (es decir máximamente política) no es considerada ya una
guerra del pasado, sino, más bien, la guerra del futuro .
La guerra es la continuación de la política con otros medios o con la mezcla de
otros medios. Esta última fórmula es la mejor, puesto que la política, el comercio
entre Estados por medios no violentos, continúa incluso mientras las hostilidades
siguen su curso. La guerra, acto de fuerza para imponer la voluntad de uno a otro,
incluye un medio, la violencia, y un fin, fijado por la política. Pero, como el mismo fin
somete tal violencia a la inteligencia, o sea a la política, esta última no deja de ser el
cauce del desencadenamiento de la violencia.
Pero, además, la propia voluntad que pretende imponerse a otra emana de la
política objetivada por el conjunto de las relaciones político-sociales, en el seno de las
cuales los lineamientos del conflicto armado se esbozan y disimulan. Esa es la razón
de por qué Clausewitz tomó plena conciencia de que los fines de la guerra debían
dominar los fines en la guerra.
Lo que intenta introducir, a lo largo de su libro, es la idea maestra de que la
acción militar, como tal, sigue siendo acción política. A partir del momento en que las
operaciones militares pierden su autonomía, a partir del momento en que la política
no se contenta con fijar los fines que se han de alcanzar por la guerra y determina
también los fines que se han de alcanzar en la guerra, todos los análisis estrictamente
militares revisten un carácter condicional (el proceso de racionalización de la guerra
parece alcanzar así su grado más elevado).
Guerra y política son, por tanto, actividades indesligables. La guerra no es más
que la continuación del quehacer político conducido por medios diferentes [ GUERRA
COMO SUPLEMENTO DE LA POLÍTICA ]. Cuando las notas diplomáticas no son ya

39
suficientes para asegurar la eficacia de la política, entran en función las armas y los
ejércitos, pero el fin sigue siendo el mismo: «El Arte de la Guerra, considerado desde
su punto de vista más elevado, se convierte en política; pero esta política se manifiesta
por batallas en lugar de notas diplomáticas». 67 «La Conducción de la Guerra, en
cuanto a sus líneas fundamentales, pertenece a la política, propiamente dicha. Ésta
abandona la pluma y toma la espada, pero no deja, por esto, de dirigirse por sus
propias leyes» 68 [ TANTO AQUÍ COMO A CONTINUACIÓN , SE PUEDE VER , SEGÚN LA

CONCEPCIÓN DE C LAUSEWITZ , LA GUERRA COMO UN TEXTO INMERSO EN EL CON -

TEXTO DE LA POLÍTICA . EN REALIDAD , UN INJERTO TEXTUAL EN OTRO TEXTO , EL

DE LA POLÍTICA ; O , MEJOR AÚN , UNA RELACIÓN ENTRE TEXTOS ]. Por consiguiente,


la guerra asume, respecto de la política, una función subordinada e instrumental
(suplementaria, en el sentido tradicional).
El proprium de la guerra consiste, por tanto, en la naturaleza específica de los
medios de los que se sirve (la violencia) y en el hecho de que ella misma es un medio
específico. Su finalidad intrínseca, por el contrario, cae entera y exclusivamente en el
ámbito de la política. La única condición que la guerra puede imponer a la política es
que sus proyectos no estén enfrentados con la naturaleza de los medios que el aparato
militar pueda tener a su disposición o no sean desproporcionados respecto a su
entidad: como cualquier otro instrumento, la guerra se debe usar de forma correcta,
según las reglas que le son propias. 69
Por lo demás, la determinación de la guerra por parte de la política está clara-
mente testimoniada por los eventos históricos más próximos: el éxito del ejército
revolucionario francés no se puede buscar en nuevos métodos de la conducción
militar de la guerra; la energía de renovación surge de los cambios políticos y adminis-
trativos acaecidos en Francia, los cuales transformaron radicalmente la actitud del país
en su enfrentamiento con otras naciones y, consecuentemente, cambiaron también su

67. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. VI(B), p. 718-719.
68. CLAUSEWITZ, C. von, loc. cit., p. 722.
69. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 24, p. 43.

40
forma de hacer la guerra. 70
La guerra no es una realidad autónoma y no puede, por lo tanto, comprenderse
a través de la simple referencia a sí misma. 71 Por nacer siempre de una situación
política contingente, solamente se puede explicar como un acto político.
Pero la política misma, a su vez, no es más que una determinación particular de
la más amplia esfera de lo social, que comprende el conjunto de las relaciones inter-
humanas y de todas sus manifestaciones. Una sumaria historia de la guerra demuestra,
según Clausewitz, cómo ésta es el producto de las ideas, de los sentimientos y de las
circunstancias dominantes en el momento en que nace, y cómo toda época y toda
sociedad presentan, por tanto, formas específicas de conducta bélica. 72 Antes que un
acto político, la guerra es, pues, un acto social: «La guerra no pertenece al campo de
las ciencias y las artes, sino al de la vida social». 73 Clausewitz estaba convencido de
que el carácter social de la guerra era consustancial a su tiempo, en el que los conflic-
tos se aproximaban nuevamente a su forma absoluta, involucrando en ella todos los
intereses de casi todas las naciones [¿ NO SE ESTÁ RE - CON - TEXTUALIZANDO EL CON -
TEXTO POLÍTICO COMO UN TEXTO INMERSO EN EL CON - TEXTO DE LO SOCIOLÓGI -

CO , COMO UN INJERTO TEXTUAL QUE , HABIENDO RECIBIDO YA EL INJERTO DE LA

GUERRA , SE INJERTA A SU VEZ EN EL TEXTO SOCIOLÓGICO ?]; incluso la sensibilidad


que muestra por el problema de la intervención armada por parte de la población civil
se enraíza en el convencimiento acerca de la naturaleza social y comunitaria de la
guerra.
Muchos intérpretes han considerado -con buen criterio, por otra parte- como
eje básico del pensamiento de Clausewitz la reducción de la guerra a instrumento de la
política. No se le ha dado, sin embargo, la debida relevancia al reconocimiento de la
dimensión social de la guerra (con-textualización social [ INTER - TEXTUALIDAD ]:
guerra, política, sociedad) y, sobre todo, la recuperación de la perspectiva que esta
dimensión ha supuesto respecto de la tradición polemológica de los siglos XVII y

70. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. VI(B), p. 719-722.
71. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 27, p. 45
72. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VIII, Cap. III(B), p .690 y ss.

41
XVIII, fundada, tradicionalmente, sobre el presupuesto de que la guerra era una
manifestación de la a-sociabilidad humana.
Pero Clausewitz no es, o no pretendió ser, un filósofo (¿o lo es, realmente?) y
no define expresamente lo que entiende por «vida social» ni hace distinción, dentro de
este concepto, entre sociabilidad y sociedad, entre sociedad natural y sociedad civil,
entre relaciones sociales internacionales y relaciones sociales intranacionales.
No obstante, se ve claramente que su noción de sociabilidad/sociedad se
define sencillamente por el hecho de que los hombres no pueden conservar su
existencia manteniéndose aislados, sino que deben necesariamente adaptarse a un
contrato recíproco.
En esta interacción, los intereses de los individuos, sean éstos personas o
Estados, pueden coincidir o chocar: en el segundo caso, el conflicto se puede resolver
con la simple transacción socio-política o bien con el recurso a las armas (la violen-
cia); pero en ambas circunstancias, los medios, tanto la política como la guerra, son
instrumentos de comunicación social. La vida social no excluye, más bien incluye, el
enfrentamiento y el conflicto (pólemos).

Lo subjetivo de la guerra en Clausewitz

La consideración de la guerra como manifestación del espíritu humano resulta


evidente en Clausewitz, como demuestra el hecho de que la compare con el juego. 74 El
elemento en que se mueve la guerra es el peligro: de ahí, la importancia del valor y de
sus manifestaciones, como la propensión al riesgo, la fe en la fortuna o la temeridad.
Pero todas estas inclinaciones tienen en común, como ya se ha dicho, la primacía de lo
incierto sobre lo que es seguro; primacía que pone de relieve claramente la esencia de
lo lúdico. A través de la actividad lúdica se expresa una inclinación hacia lo nuevo, lo
desconocido o lo indeterminado, que constituye un componente del espíritu humano
no menos importante, para Clausewitz, que lo racional o lo sistemático:

73. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. III, 3, p. 121.

42
«Aunque nuestra opinión se siente siempre inclinada hacia la verdad y la
certeza, también se siente nuestro espíritu muchas veces atraído por lo incierto. En
vez de marchar con la razón por la sinuosa y estrecha senda de las investigaciones fi-
losóficas y las lógicas conclusiones para llegar, casi sin apercibirse, a sitios en los que
se siente extraño, y donde todos los objetivos conocidos parecen abandonarle, prefie-
re vivir con su imaginación en el reino del azar y la fortuna. Cambia aquella mezquina
necesidad por un vivir desarreglado en el reino de las posibilidades, y exaltado, toma
alas el valor y se lanza a los riesgos y peligros, como el bravo nadador a la corrien-
te». 75

Por medio de la asimilación de la guerra al juego, Clausewitz reconfirma la


pertenencia de los conflictos a la esfera de las actividades específicamente humanas,
de igual forma que, en otro lugar, llega a la misma conclusión reconduciendo la guerra
hacia el acto político y lo social. Clausewitz ve en el hombre, no sólo al animal rationa-
le, sino también al homo ludens. A menudo, los hombres tienden a combinar las dos
tendencias, la actividad intelectual y la actitud lúdica, la inclinación hacia la actividad
racional con el gusto por lo incierto. Lo demuestra el atractivo que ejerce sobre ellos
el juego de cartas: «siendo de todos los ramos de la actividad humana, el juego de
naipes el que más se le asemeja [a la guerra]». 76
La escisión entre guerra real y guerra ideal introduce en el fenómeno bélico el
elemento de la indeterminación y de la aleatoriedad. Las fuentes de la indeterminación
son múltiples: la importancia del componente emotivo y la dificultad de valorarlo
correctamente, lo imprevisible de las reacciones recíprocas de los beligerantes, la
"fricción", la incertidumbre de los datos disponibles para la gestión de las decisiones
operativas. A causa de estos elementos, la guerra se sustrae a todo cálculo cuantitati-
vo. El componente matemático pierde importancia a medida que se eleva el nivel de
las conductas bélicas en relación con las operaciones: es fundamental en el arte de la

74. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 20-22, p. 40-42.


75. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 22, p. 41.
76. Ibid.

43
fortificación y en la táctica elemental -relativa al movimiento de tropas-; pero es ya
insuficiente en la táctica superior, en la que la fuerza moral, los caracteres individuales
y el azar comienzan a hacer sentir su peso; y pierde casi todo su valor frente a la
estrategia, en la que el tiempo y el espacio son demasiado grandes para ser suscep-
tibles de una valoración adecuada o creíble. 77 Las tentativas de transformar la estrate-
gia en geometría, como pretendían algunos tratadistas militares como von Bülow, dice
Clausewitz, elevan el nivel de formalización teórica y de abstracción conceptual de la
conducta militar, pero confirman con ello la incompatibilidad entre teoría y realidad.
El reto que se planteó Clausewitz fue realizar un «esfuerzo para captar la
naturaleza de la guerra, para elaborar una teoría que no se confundiera con una doctrina,
en otros términos, que enseñara al estratega a entender su misión sin fomentar la
pretensión irrisoria de comunicar el secreto de la victoria». 78
En otras palabras, Clausewitz afirma la imposibilidad de elaborar una teoría de
la guerra entendida como doctrina positiva, esto es, como conjunto de instrucciones
relativas a la conducta bélica. Si se quiere que pueda traducirse en práctica, la teoría
debe abandonar la aspiración de convertir en absolutas sus indicaciones prescriptivas
y limitarse a la simple «ponderación» de la guerra, es decir, a un examen analítico que
nos dé a conocer los elementos simples que la componen. La teoría debe diseccionar
la guerra, distinguir claramente las características de todos los medios de que usa y de
todos los objetivos que se propone, indicar los probables efectos de los medios y su
eventual adaptabilidad a los objetivos, etc.. Es decir, la teoría debe proporcionar el
aparato conceptual indispensable para que la conducción de la guerra no tenga que ser
abandonada al azar, a la casualidad o al arbitrio. Pero la combinación de los conceptos
así dilucidados solamente puede ser sugerida por la experiencia: en la acción práctica,
será el hombre de armas quien la lleve a cabo, de modo elástico, bien haciendo rápidas
incursiones en el campo de la abstracción y de la conceptualización, bien confiándose
a la experiencia, sea ésta histórica o personal:

«Ella [la teoría] educará para la guerra el espíritu de los futuros jefes, o mejor

77. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib, III, Cap. XV, p. 197-198.

44
aún, les servirá de guía en la educación de sí mismos, pero no los acompañará en el
campo de batalla, del mismo modo que un sabio profesor dirige y facilita el desarrollo
intelectual de sus discípulos sin llevarlos con andadores por la vida». 79

Sentadas estas premisas, el concepto de ley está excluído del ámbito de la


teoría: «La ley, como objeto de la inteligencia», sostiene Clausewitz, «trata la relación
de las cosas y su acción mutua; como objeto de la voluntad, es una determinación para
obrar, sinónima de mandato y prohibición». 80
En su significado gnoseológico la ley es imposible o inútil: imposible, porque
la guerra no presenta suficiente regularidad para ser reducida a una mera estructura
legal; inútil, porque su regularidad, en la medida mínima en la cual subsiste, es tan
elemental que no precisa más que de la constatación empírica.
En su significado práctico, la ley es siempre imposible, porque únicamente el
oficial particular puede establecer, caso por caso, cuándo las prescripciones de la
teoría son conformes a una situación concreta. Sin embargo, se puede aplicar un
discurso diferente a «los principios, las reglas, las prescripciones y los métodos», es
decir, a aquellas normas de acción que, a diferencia de las leyes, presentan únicamente
un grado limitado de definición y generalidad. 81 Estas normas prácticas son indispen-
sables a fin de que la teoría no se convierta en un puro ejercicio conceptual, sino que
desarrolle una parte sintética (esto es, prescriptiva) junto a la puramente analítica, sin
convertirse en estereotipo, en complejo doctrinal rígidamente preconstituido. Clause-
witz se apresura a precisar que la validez de la prescripción es tanto mayor cuanto más
se desciende en el grado de la jerarquía militar.
En efecto, en el ámbito de la táctica, las operaciones presentan un mayor grado
de automatismo y son más fácilmente codificables; por el contrario, elevándonos hacia
mayores grados en la estrategia, el valor de tales normas se reduce, hasta anularse
completamente al nivel del comandante en jefe, a quien no le queda más que la

78. ARON, R., op. cit., p. 11-12.


79. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. II, 27, p. 111.
80. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. IV, p. 123.
81. CLAUSEWITZ, C. von, loc. cit., p. 123-124.

45
comparación, siempre cambiante, entre lo abstracto y lo concreto, entre el edificio
conceptual proporcionado por la teoría y la valoración empírica de las situaciones
particulares.
La aplicación de la teoría a la realidad se lleva a cabo realmente, según Clause-
witz, no tanto por medio de la formulación de un aparato doctrinal, cuanto por medio
de la actividad crítica, cuyas principales funciones consisten en deducir los efectos de
las causas y en indagar la relación entre los medios empleados y los fines efectiva-
mente conseguidos. Estas funciones arrojan luz sobre la estrecha conexión que inter-
relaciona la teoría con la experiencia.
Para juzgar la correlación entre los medios y los fines (o entre causas y efectos)
es necesario no limitar el análisis a los medios realmente empleados, sino extenderlo a
todos aquellos que puedan ser utilizados con mayor o menor eficacia. De ahí, la
necesidad de conocer la naturaleza abstracta de los medios y de los objetivos y de
establecer hipotéticas conexiones; en otros términos, de confrontar lo real con lo
ideal. Por otra parte, en el examen crítico, los resultados de la teoría no pueden
revestir un valor definitivo. De igual forma que un buen general recurre a la teoría
únicamente como soporte para un plan operativo, el crítico militar puede servirse del
aparato conceptual únicamente como criterio heurístico para interpretar el con-
catenamiento de las causas y de los efectos; pero no debe dudar en corregir el para-
digma teórico cuando éste revela la insuficiencia de su alcance explicativo. 82 Si, desde
cierta perspectiva, la teoría es indispensable para valorar la experiencia, desde otra, el
conocimiento empírico contribuye a verificar y a rectificar las indicaciones de la
teoría. Entre teoría y experiencia existe -y existirá siempre- una brecha insuperable.
Tanto el soldado como el crítico encuentran, por esta razón, la mayor garantía para su
actividad en la continua interrelación entre la una a la otra y en la correlación median-
te la que, permanentemente, cada una informa a la otra. Las divergencias que separan
la teoría de la realidad, haciendo imposible la aplicación automática de la primera a la
segunda, excluyen la reducción de la polemología a la categoría de simple técnica e
interrumpen una tradición casi plurisecular. Si Federico II todavía podía concebir la

82. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. V, p. 128 y ss.

46
teoría de la guerra como una ciencia objetiva, fundada en sí misma y con principios
propios, indiferente a su buena o mala aplicación para conseguir aquello que era su
objetivo, para Clausewitz, por el contrario, la teoría adquiere significado y validez
únicamente cuando -en la acción práctica o en la actividad crítica- se adapta a un
contexto particular, singular, respecto al que, en sí misma, es extraña.
El valor de la teoría estaría en ser aplicada con éxito; lo que quiere decir, -
según expresión del propio Clausewitz- que el saber es tal, sólo en cuanto se trans-
forma en poder 83 (convendrá analizar [ Y SE HARÁ MÁS ADELANTE , AL MARGEN - TAL

VEZ NO - DE CUALQUIER ESTRATEGIA DECONSTRUCTIVA ] la relación entre esta


teoría calusewitziana del saber/poder y la pregunta foucaultiana sobre el poder). Pero
esta transformación no está implícita en el propio saber, como ocurre con la ciencia
objetiva; al contrario, aquí depende de la capacidad del hombre de armas, o del crítico,
para individualizar, caso por caso, el punto de conjunción entre realidad y teoría. Una
capacidad de estas características, sin embargo, por su propia naturaleza, no se puede
codificar en reglas o aprender con el estudio y la reflexión -puesto que, en tal caso,
coincidiría con la propia teoría-, sino que presupone un talento natural, explicable,
únicamente, por la referencia a aquella facultad autofundamentadora que es el genio. 84
Las consecuencias de esta concepción clausewitziana tienen un alcance muy
amplio: la teoría de la guerra, según la explícita afirmación de Clausewitz, pierde todo
carácter objetivo. Pero la subjetividad de que se reviste no significa que la teoría, en
cuanto tal, varíe de individuo a individuo, sino que el saber, en tanto que susceptible
de transformarse en poder, tiene necesidad de un sujeto que complete esa transfor-
mación. Este sujeto es siempre individual, como individual es el modo en que «llega a
la completa asimilación [del saber] en la vida y el espíritu propios», 85 transformándolo
en poder.
En otras palabras, si haciendo depender el conflicto armado de acciones o
actitudes políticas o sociales, Clausewitz conecta indisolublemente los conceptos de
guerra y de humanidad, al subordinar la validez del saber polemológico a su transfor-

83. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. II, 46, p. 118-119.
84. Ibid.

47
mación en poder bélico, une el concepto de guerra con el de individuo y el de perso-
na. A través de la guerra -al menos, al nivel más elevado de su conducción- se explica
no solamente la naturaleza humana en general sino, también, el individuo particular
con su personalidad específica y, en ciertos casos, con su genialidad.
Al hacer referencia al uso clausewitziano del concepto de genio, es necesario
precisar sus límites. El genio es utilizado por Clausewitz en la acepción del término
propia del siglo XVIII, acepción que pretende explicar aquellos caracteres cuya
manifestación más palmaria es la creatividad libre de reglas. 86 El genio militar, que
consiste en la ruptura de la rigidez de las normas teóricas para expresarlas de acuerdo
con la concreción de lo real, representa capacidades que no se pueden aprender artifi-
cialmente. Es cierto que Clausewitz acepta la extrapolación romántica del genio desde
la esfera de la estética a todas las manifestaciones de la actividad creativa del hombre:
el arte militar posee su propia genialidad, de igual forma que la poesía o la pintura:

«Cada actividad especial necesita, si se ha de desarrollar con cierta virtuosidad,


especial disposición de la inteligencia y del ánimo. Cuando son excepcionales en alto
grado y se manifiestan por extraordinarias producciones, el espíritu a que pertene-
ce[n], se designa con el nombre de genio». 87

Sin embargo, Clausewitz está muy lejos de la concepción según la cual el genio
es expresión individual de la universalidad de un espíritu omnímodo, de una fuerza
terminante, algo como una encarnación del Absoluto. Si existe en él un bosquejo de
filosofía de la historia, éste obedece a esquemas conceptuales todavía plenamente
ilustrados y en absoluto sustentados por ningún tipo de metafísica de lo infinito. Su
propio concepto de individualidad es totalmente equiparable al que ofrece la mentali-
dad del siglo XVIII. El hombre es faber historiae porque tiene la capacidad de influir en
la andadura política de las naciones que hacen la historia y, en esta producción de
realidad histórica, al general de los ejércitos le corresponde un papel de primer orden,

85. CLAUSEWITZ, C. von, loc. cit., p.119.


86. KANO, I., Crítica del Juicio, § 46, Espasa-Calpe, Madrid, 1984, p. 213-214.
87. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. III, p. 60.

48
siempre y cuando se eleve a la altura del genio. A pesar de todo, esta condición,
manifestada en la habilidad de conseguir la unión de la razón con la experiencia, no es
ciertamente la llama de un saber absoluto. Aunque contemporáneo de Hegel, Clause-
witz no piensa en términos de individuos histórico-universales. El objeto de su
admiración es la ilustrada y moderada Realpolitik de Federico el Grande, mientras que
en Napoleón -a quien siempre llama expresamente Bonaparte- no ve el "alma del
mundo", sino un hábil usurpador.
En Clausewitz, el reconocimiento del elemento psico-emotivo en la conducta
militar está estrechamente conectado con la definición de la guerra en términos de
acto político, social y, más genéricamente, humano: dado que el soldado no deja de ser
un hombre, no puede ser tratado como una simple unidad logística, indiferente a
cualquier manipulación, sino que debe ser considerado como sujeto de reflexión, de
pasión, de impulsos y de sentimientos propios.
El estado de ánimo de los soldados, del comandante y de los políticos que
conducen la guerra, el sentimiento de la población que la soporta, el entusiasmo o el
desánimo que sigue a una victoria o a una derrota, llegan a ser factores determinantes
para el éxito o el fracaso de una campaña. Estos factores son, en efecto,

«el espíritu que penetra hasta en el último detalle de ella [la guerra] y los que
primero se unen con estrecha afinidad a la voluntad, que dirige y pone en movimiento
toda la masa de las fuerzas, formando, por decirlo así, unidad con ella, que, a su vez,
también es factor moral». 88

Cada página de De la guerra lleva la impronta del principio de la indisolubilidad


entre la fuerza moral y la fuerza material (de donde, la ausencia de oposición dialécti-
ca): si esta última es parangonable al asta de madera de una lanza, la primera se
asemeja a su punta metálica, brillante y afilada.
Clausewitz no infravaloraba la importancia de la fuerza material: reconoce el
peso de la superioridad numérica y recomienda siempre la adopción de las com-
binaciones de elementos materiales más favorables, concentrando la fuerza en el

49
tiempo y en el espacio. 89
Pero, al mismo tiempo, no pierde ocasión de poner en evidencia el componen-
te moral de la misma fuerza material, por lo que la concentración del esfuerzo dirigido
a abatir al enemigo debe tener como objetivo tanto las fuerzas materiales como las
morales de éste: el desánimo de una primera derrota se refleja en la ulterior capacidad
de resistencia, aumentando la amplitud de las pérdidas materiales, que, a su vez,
influyen sobre la moral, precipitando la derrota definitiva. 90
La estrategia no enseña al grupo en estado de inferioridad que lo mejor que
puede hacer es firmar la paz; al contrario, le incita a compensar su inferioridad
material por la elevación moral. Ninguna teoría de la guerra está, para Clausewitz, más
lejana de la realidad que la que se limita a equiparar las posibilidades de victoria al
número y a la cantidad.

«Todos conocemos la influencia moral de la sorpresa, del ataque de flanco, o


por retaguardia: todos aminoramos el valor supuesto al enemigo tan pronto como
vuelve las espaldas y nos arriesgamos de muy distinto modo al perseguir que cuando
somos perseguidos. Cada uno juzga a su contrario según la fama de su talento, según
sus años y su experiencia, y arregla sus actos en consecuencia. Cada uno arroja una
escrutadora mirada sobre el espíritu y la opinión de sus tropas y de las del enemi-
go». 91

Aron, en el Capítulo V de su libro Penser la Guerre, 92 titulado «Lo moral y lo


físico», realiza un agudo análisis de esta dicotomía: Para Aron «Clausewitz pasa por
ser el escritor militar que introdujo en la teoría la noción de la moral (de un ejército) o
de las fuerzas morales (moralische Potenzen)». El momento en que surge la oposición

88. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. III, Cap. III, p. 162.
89. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. III, Cap. VIII, p. 174-178; Lib. III, Cap. XI-XII, p.
185-192 y Lib. V, Cap. III, p. 285-287.
90. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. II, p. 47-59; Lib. IV, Cap. IV, p. 219-226 y
Lib. IV, Cap. X, p. 148-153.
91. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. II, Cap. II, 15, p. 105.
92. ARON, R., op. cit., p. 195 y ss.

50
moral-físico durante el desarrollo conceptual de Clausewitz es en torno al Capítulo I
del Libro I.
Aparece, en opinión de Aron, en tres ocasiones: por primera vez «en la defini-
ción inicial de la guerra, una segunda vez en el parágrafo 18 hasta el 21, cuando
Clausewitz se esfuerza por marcar la diferencia entre la guerra según el concepto y la
guerra real y, por fin, en la conclusión, en la definición trinitaria de la guerra».
En cada una de estas ocasiones, se descubre un nuevo aspecto, una nueva
significación de la antítesis moral-físico. Y todo ello, a partir del hecho de que el
modelo simplificado que plantea Clausewitz al principio, el de la lucha entre dos
personas («nada mejor que representarnos dos luchadores»), 93 implica ya en sí mismo
esa dualidad moral-físico.

«La lucha enfrenta voluntades y no sólo cuerpos: dos elementos, discernibles


analíticamente, pero no concretamente, en los luchadores, que se disocian de ellos
mismos en cuanto se substituyen las armas por los cuerpos y las colectividades por
los individuos [...] Por ello es necesario, para entender la guerra a partir del modelo
más simple, reconocer su naturaleza -la guerra es una relación entre voluntades
humanas- y su carácter específico, el recurso a la violencia física». 94

Es evidente, pues, que la dualidad del medio (la violencia) y del fin (obligar al
adversario a hacer lo que queremos que haga) implica inmediatamente la toma en
consideración de la moral.
Para Raymond Aron, la aparición del elemento moral tal como se muestra en el
primer capítulo da ocasión a tres temas importantes, susceptibles de ser analizados
independientemente, cada uno de ellos determinado por el contexto en que dicho
elemento aparece:

«1. La definición inicial de la guerra implica que el desenlace de un combate,


de una batalla, de una guerra, dependa de la fuerza respectiva de las voluntades en-

93. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 2, p. 27.


94. ARON, R., op. cit., p. 196.

51
frentadas. Cuando Clausewitz habla de inferioridad o de superioridad, incluye siem-
pre el elemento moral, que se opone por consiguiente al elemento material por exce-
lencia, el número. Puesto que el elemento moral y el elemento material son insepara-
bles, uno y otro pueden convertirse en blancos; la destrucción o el aniquilamiento se
refiere tanto a la voluntad como al instrumento. Cuando la voluntad de los soldados
o de los jefes cede, el instrumento, compuesto por hombres, ya no existe como tal.
En esta línea se situaría el estudio del elemento moral como sujeto y como objeto,
condición de superioridad y objeto vulnerable, uno de los factores de la victoria o de
la derrota. 2. La segunda aparición del elemento moral, para dar cuenta de la suspen-
sión de las operaciones de guerra, nos lleva al concepto de fricción (o de rozamiento)
[...] [que no es otra cosa que] el intercambio incesante entre concepto y experiencia,
el rechazo de la teoría en el sentido antiguo de la palabra. 3. La definición trinitaria
de la guerra [...] los tres elementos constitutivos de toda guerra, la pasión del pueblo,
la libre actividad del alma del jefe militar, el entendimiento del Estado están represen-
tados por una noción moral, se podría decir que por una facultad o una combinación
de facultades». 95

Si Clausewitz obligó a los estrategas a no descuidar las grandezas morales, no


fue por haber concebido él mismo la noción o descubierto un elemento ignorado
mediante una intuición casual, sino por haber vuelto a la propia naturaleza del fenó-
meno guerrero, a su significación humana. Es evidente que el pueblo, la población,
como opinión, constituye uno de los blancos de la acción enemiga, ya que es condi-
ción indispensable para la resistencia o para la victoria. Pero,

«puesto que la guerra enfrenta a Estados y ejércitos, los elementos morales que la
teoría debe incluir engloban a cada instante a los jefes y a sus instrumentos. Como se
trata de instrumentos humanos, de instrumentos que deben su eficacia a la acción co-
lectiva de los hombres, la relación entre los que mandan y los que obedecen, entre los
que deciden y los que ejecutan se vuelve dialéctica: la última palabra pertenece a la
política, que la pronuncia, y es función del arma; dicho de otro modo, del ejército por
ella manejado. El jefe militar da las órdenes: la adhesión, la confianza de las tropas

95. ARON, R., op. cit., p. 200.

52
condicionan la decisión que toma y los resultados que obtiene». 96

La insistencia de Clausewitz en las fuerzas morales es el resultado de su in-


terpretación de la guerra como actividad social en la cual los hombres se com-
prometen todos, pueblo, ejército, jefes militares, solidarios los unos con los otros,
siendo la unión moral del pueblo entero y con el propio soberano el fundamento
último del Estado. La originalidad de Clausewitz frente a otros teóricos de la guerra
contemporáneos es que él se dedica, con insistencia, a las fuerzas morales y las opone,
situándolas al mismo nivel, al número. El resto, la geometría de las campañas o de las
batallas no desaparece, pero pasa a segundo término y se convierte en consideración
subordinada.
Clausewitz no disminuye en absoluto la importancia del número como factor
de la victoria, incluso admitiendo que, en la noción de superioridad o de inferioridad,
introduce un elemento moral: la misma tropa, con Federico o con Napoleón, imbuida
de espíritu guerrero, se convierte, por así decirlo, en más numerosa. El comandante en
jefe y el espíritu guerrero pueden compensar la inferioridad cuantitativa, pero sólo
dentro de unos límites. La experiencia enseña, por tanto, que el comandante en jefe
más prestigioso tiene poca probabilidad de vencer cuando la relación es de uno contra
dos.
No obstante, Clausewitz no saca la conclusión que el más débil ha de inclinarse
y sufrir la ley del más fuerte. Al contrario, la misión de la estrategia es servir al débil
(el fuerte puede hasta prescindir de ella), enseñarle a no desesperar: en ciertas circuns-
tancias, la audacia suprema se confunde con la suprema prudencia.

«Si [...] nos representamos, pues, la defensa tal como debe ser [...] no desem-
peñará un triste papel frente al ataque, y este último no parecerá tan infalible como
parece en las ideas confusas de aquellos que tratando de ataque y defensa, sobreen-
tienden de un lado, valor, fuerza de voluntad, movimiento, y del otro, impotencia,
torpeza, apatía». 97

96. ARON, R., op. cit., p. 199.


97. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. VI, Cap. V, p. 403

53
Dentro de la esfera psíquica -o moral, según su propia expresión-, Clausewitz
distingue, sin separarlos, los componentes intelectuales y emotivos, la «combinada
facultad de la inteligencia y del corazón». Por una parte, la guerra, en cuanto acto de
violencia, tiene necesariamente relación con la pasión y el sentimiento. En la guerra
moderna, el sentimiento hostil, que estaba en el origen de la lucha entre los pueblos
bárbaros, generalmente se atenúa, transformándose en simple intención hostil. Pero,
cuando los intereses involucrados en el conflicto son de gran importancia, la guerra
asume, aún entre las naciones civilizadas, el carácter de una violenta pasión que se
configura como odio nacional. Aun cuando, inicialmente, faltase el sentimiento hostil,
se generaría por efecto de la lucha misma: en cuanto uno fuese herido o se viera
amenazado por el enemigo que tiene enfrente, sentiría la necesidad natural de vengar-
se personalmente de él.
La dimensión emotiva de la guerra se ilustra con el elemento del peligro, frente
al cual, el soldado puede sucumbir, dominado por el miedo, o bien resistir, empujado
por el valor. Pero valor y miedo no son más que sentimientos opuestos que, unas
veces, se compensan y, otras, prevalece uno sobre otro. Una fructífera conducción de
la guerra requiere, por tanto, que se ponga la máxima atención en estimular, tanto en
la tropa como en los oficiales, aquella tensión emotiva que mejor promueva el empeño
personal en la lucha y, a la vez, en reprimir el sentimiento contrario, que no haría del
soldado más que un hombre incapaz de gobernarse a sí mismo y dirigir a los demás. 98
Por otra parte, la guerra es esencialmente cálculo, esfuerzo por prever las
eventualidades futuras, capacidad de discernir el camino más seguro para alcanzar el
objetivo, sin perderse en el dédalo de la posibilidad. Esto requiere la posesión de dos
facultades fundamentalmente intelectuales y ya citadas: el golpe de vista («coup d'oeil»),
que permite analizar y descubrir rápidamente los caracteres esenciales de una situación
imprevista y la resolución («courage d'esprit») que, si de un lado, depende del valor de
actuar a pesar de la incertidumbre del resultado, de otro, exige un acto de inteligencia
que produzca la conciencia de la necesidad de arriesgarse y, mediante ella, determine

98. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. I, 3, p.28 y Lib. II, Cap. II, 14-20, p. 104-

54
la voluntad de hacerlo.
La inteligencia viene, por esta razón, a ser un requisito indispensable para el
hombre de armas, sobre todo en los grados más altos de la jerarquía. Para los simples
soldados y para los grados inferiores de la oficialidad, la virtud principal consiste
siempre en aquella simplicidad militar, adquirida con la instrucción y hecha familiar
con el hábito, que permite obedecer prontamente las órdenes y superar con facilidad
las fricciones que frenan el desarrollo de las operaciones. Pero, cuanto más se ascien-
de en el orden jerárquico, tanto más necesarias son las dotes intelectuales e inventivas,
a fin de que la conducta bélica sepa conformarse a la concreta especificidad de las
circunstancias y de las necesidades: por eso ocurre, con frecuencia, que oficiales que
han mostrado excepcionales capacidades en empleos subalternos se revelan poco
menos que mediocres en el cometido de funciones superiores. Finalmente, en el
vértice de la jerarquía, donde la guerra se confunde con la política, la inteligencia
desempeña un papel total, toda vez que la misma política no es otra cosa que la
inteligencia del Estado personificado. 99
En las páginas que Clausewitz dedica a las fuerzas morales y al cuidado que se
debe poner en cultivarlas no es difícil aislar dos temas clásicos de la ética del XVIII: el
reconocimiento del valor, en la esfera de las emociones, y su subordinación a las
facultades del intelecto y a la razón. Por una parte, los sentimientos y las pasiones son
necesarios para dar impulso y fuerza a la acción del hombre; por otra, las acciones
realizadas emotivamente serán efímeras e inconclusas, cuando no del todo contrarias a
la real utilidad del agente, si no se han sometido al control del intelecto.
Todo esto lleva a que, en el capítulo dedicado al genio guerrero, 100 Clausewitz
elabore una tipología de cuatro caracteres fundamentales, que guardan un cierto
paralelismo con los expuestos por Kant en su Antropología: 101 el flegmático e indolente,
escasamente impresionable; el excitable, cuyos sentimientos se encienden rápidamen-
te, pero tienen poca fuerza y breve duración; los tranquilos, hombres sensibles cuyos

107.
99. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. III, p. 62-65.
100. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. III, p. 60-77.
101. KANT, I., Antropología. En sentido pragmático, Alianza, Madrid, 1991, p. 231-237.

55
afectos no sobrepasan nunca un determinado nivel; y, por fin, aquellos en quienes los
estados emotivos se modifican lentamente, pero con gran fuerza y de manera durade-
ra. En consecuencia, dice Clausewitz, son estos últimos los hombres más adaptados
para dirigir la máquina de la guerra, puesto que sus sentimientos se dejan someter más
fácilmente al dictado de la razón y su inteligencia permanece libre y activa aún bajo la
acción de la pasión. 102
La complementariedad que Clausewitz establece entre el sentimiento y la razón
presenta, no obstante, un cierto matiz post-ilustrado cuando el general prusiano sitúa,
en la composición armónica de las diferentes actitudes frente a la guerra (y, por ello,
también, de los componentes emotivos e intelectuales), la esencia del genio guerrero:

«el genio guerrero, que no es una facultad aislada dirigida a aquel objeto [la
actividad bélica] como, por ejemplo, el valor, mientras faltan otras facultades de la ra-
zón y del ánimo o tienen orientación inútil para la guerra, sino que es un conjunto
armonioso de fuerzas, en el que pueden predominar unas u otras de ellas, pero sin
que se opongan en lo más mínimo». 103

Junto a los talentos individuales de los oficiales, que culminan en el genio


militar, Clausewitz enumera otras dos grandes fuerzas morales que, generalmente,
deben poseer la totalidad de los cuerpos combatientes: el espíritu patriótico y el valor
militar. La importancia del sentimiento patriótico le viene sugerida por la experiencia
histórica del decenio precedente: la campaña de la Francia revolucionaria, la insurrec-
ción española contra Napoleón, la resistencia rusa consecuencia inmediata de la toma
de Moscú y el empeño prusiano en la guerra de liberación han demostrado que un
espíritu nacional, sentido intensamente, puede asegurar la victoria, aún cuando las
fuerzas materiales sean notablemente inferiores.
El valor militar consiste, en cambio, en ser penetrado por el espíritu de la
guerra, en cultivar las fuerzas físicas y morales necesarias para ella, en adquirir
seguridad y familiaridad con el ejercicio y la costumbre, en ser obediente a las órdenes

102. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. I, Cap. III, p. 68-70.


103. CLAUSEWITZ. C. von, op. cit., Lib. I, Cap. III, p. 60.

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y a la disciplina, en fusionar la propia condición humana con la naturaleza específica
del soldado. Esto distingue el valor militar de la simple proeza o del entusiasmo
generado por la guerra, del que todos pueden participar en mayor o menor grado, y lo
convierte en esa cualidad específica que sólo poseen aquellos que hacen de la guerra la
propia profesión y el propio modo de vivir: sobre ella, se fundamenta la necesidad de
los soldados profesionales y de los ejércitos permanentes. 104
La recíproca confrontación de estas dos últimas fuerzas morales revela los
límites de las enseñanzas que Clausewitz sacó de la experiencia revolucionaria. De una
parte, su consideración sobre el espíritu nacional del soldado muestra cómo era
consciente de que el rendimiento de los que combaten es proporcional al incentivo y a
los intereses personales que cada uno encuentra en la lucha; de otra, su concepción
del valor militar denuncia su adhesión al sistema tradicional de los ejércitos permanen-
tes y su alejamiento del ideal del ciudadano-soldado.
Para Clausewitz, el soldado debe ser siempre profesional, ya que esta condi-
ción, lejos de desnaturalizar al individuo transformándolo en un engranaje de la
máquina bélica, exalta en él su dimensión humana y cívica. El sentimiento patriótico
que debe animar al ejército constituye un ingrediente emotivo, esencial para la prepa-
ración militar del soldado, más que una auténtica conciencia política del ciudadano.
El objetivo principal de la investigación polemológica de Clausewitz fue el de
explorar las condiciones de eficacia de los soldados como profesionales, de manera
que la propia conexión entre guerra y política o entre guerra y sociedad, que represen-
ta el elemento más innovador de su análisis, está subordinada siempre al análisis de
tales condiciones de eficacia.

104. CLAUSEWITZ, C. von, op. cit., Lib. III, Cap. V, p. 161-164.

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