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Quizá a causa de tener una cierta expresión de espanto, y por su ropa tan
haraposa y acaso, también porque quería hablar, el patrón sintió un
especial desprecio por el hombrecito. Al anochecer, cuando los siervos se
reunían para rezar el Ave María, en el corredor de la casa -hacienda, a esa
hora, el patrón martirizaba siempre al pongo delante de toda la
servidumbre; lo sacudía como a un trozo de pellejo.
Y así, todos los días, el patrón hacía revolcarse a su nuevo pongo, delante
de la servidumbre. Lo obligaba a reírse, a fingir llanto. Lo entregó a la
mofa de sus iguales, los colonos.
Pero ... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba
colmado de toda la gente de la hacienda, cuando el patrón empezó a
mirar al pongo con sus densos ojos, ése, ese hombrecito, habló muy
claramente. Su rostro seguía un poco espantado.
- Gran señor, dame tu liciencia; padrecito mío, quiero hablarte - dijo.
- )Y tú?
- Entonces, después, nuestro Padre dijo con su boca: `De todos los
ángeles, el más hermoso, que venga. A ese incomparable que lo
acompañe otro ángel pequeño, que sea también el más hermoso.
Que el ángel pequeño traiga una copa de oro, y la copa de oro llena
de la miel de chancaca más transparenteA.
Los indios siervos oían, oían al pongo, con atención sin cuenta pero
temerosos.
- Dueño mío: apenas nuestro gran Padre San Francisco dio la orden,
apareción un ángel, brillando, alto como el sol; vino hasta llegar
delante de nuestro Padre,caminando despacio. Detrás del ángel
mayor marchaba otro pequeño, bello, de luz suave como el
resplandor de las flores. Traía en las manos una copa de oro.
- )Y a ti
- Cuando tú brillabas en el cielo, nuestro Gran Padre San Francisco
volvió a ordenar: `Que de todos los ángeles del cielo venga el de
menos valer, el más ordinario. Que ese ángel traiga en un tarro de
gasolina excremento humanoA.
- )Y entonces?