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Daniel Cubilledo Gorostiaga

Alumno de intercambio

Análisis de la sociedad argentina

EL CONFLICTO “GOBIERNO-CAMPO” EN 2008: ANÁLISIS DE SUS


DIMENSIONES SOCIOECONÓMICAS Y POLÍTICAS

El presente trabajo consiste en una reseña múltiple de cinco artículos que tratan sobre el
conflicto “gobierno-campo” de 2008. Los textos seleccionados son: Características
estructurales y alianzas sociales en el conflicto por las retenciones móviles (Arceo E., Basualdo
E., 2009); “Son los piquetes de la abundancia” Actores y Estado en el conflicto agrario en
Argentina (Gras C., Hernández V., 2009); La soja de la discordia. Los sentidos y estrategias en
la movilización de la pequeño burguesía (Gómez M., 2008); Paro agrario: crónica de un
conflicto alargado (Giarracca N. et al., 2008); A cara descubierta. Protestas patronales en la
Argentina postconvertibilidad (Accorinti S. et al, 2009). El objetivo que nos trazamos es el de
realizar una lectura crítica y comparada de los textos citados, que nos permita analizar y
comprender más profundamente las dimensiones socioeconómicas y políticas del conflicto
desencadenado en 2008, a raíz del nuevo sistema de retenciones móviles a las exportaciones del
agro anunciado por el gobierno.

Por las características del trabajo –reseña múltiple- el desarrollo del mismo estará organizado en
dos partes: la primera parte consistirá en las reseñas propiamente dichas de cada uno de los
artículos, mientras que en la segunda parte se procederá a la discusión comparada de los cinco
textos poniendo el énfasis en los contrastes, semejanzas, divergencias y complementariedades
existentes entre ellos. Además, podrán plantearse críticas u opiniones personales que puedan
surgir de la lectura de la bibliografía seleccionada, o en su caso de otras lecturas, que no
formando parte de los artículos trabajados, sí constituyan parte de la bibliografía más general
de dónde éstos fueron seleccionados. No obstante, a lo largo de las diferentes reseñas se podrán
realizar si es pertinente comparaciones puntuales entre los textos que en el apartado final
retomaremos y desarrollaremos con más profundidad.

a) Características estructurales y alianzas sociales en el conflicto por las retenciones


móviles,

Por Eduardo Basualdo y Enrique Arceo

El texto de Arceo y Basualdo, trata de responder a algunos de los interrogantes que emergieron
como resultado del conflicto desatado en 2008 a raíz de las retenciones móviles sobre las
exportaciones del agro argentino, mediante un análisis estructural-genealógico de los factores
sobre los que se cimienta la inédita disputa del 2008. Más concretamente, la pregunta que
pretenden esclarecer, es cómo fue posible una serie de alianzas sectoriales en contra del
gobierno entre diferentes fracciones de la burguesía con intereses heterogéneos, en un momento
en el que el sector del agro contaba con una rentabilidad extraordinaria, y que dicho conflicto se
manifestara con la duración temporal, extensión territorial, y métodos de protesta como los
cortes de ruta y el desabastecimiento urbano de productos.

Para ello, los autores tratan de enmarcar lo inédito de dicho conflicto expresado en las alianzas
sociales observadas en el agro, buscando su correlato en las trasformaciones estructurales
experimentadas en la Argentina en las últimas décadas. En esta arqueología del conflicto, la
evolución del sector es observada en perspectiva primero, respecto de las transformaciones
sucedidas en la economía Argentina fruto del nuevo patrón de acumulación impuesto desde
1976, las reformas estructurales de los noventa, el cambio tecnológico en el sector agrario, el
alza de los precios internacionales, o la devaluación de 2002 que dio inicio a una fase de
transición respecto al nuevo perfil del patrón de acumulación de capital. En segundo lugar,
dichas transformaciones se ponen en relación con los cambios sucedidos en la estructura social
del sector, analizando su repercusión en las formas de tenencia y control de la tierra de la cúpula
agraria que según los autores son quienes marcan el comportamiento general del sector.
También se pone especial énfasis en analizar la importancia de los pools de siembra, para
tratar de esclarecer su supuesta centralidad en el agro, sostenida tanto por el gobierno en
algunos momentos del conflicto, como por las diversas fracciones de la burguesía enfrentadas a
él.

Los autores citan varios hechos importantes que repercutieron en la evolución del sector agrario.
El primero de ellos tiene que ver con la instauración del nuevo patrón de acumulación en la
Argentina fruto de las políticas económicas monetaristas que se adoptaron durante la última
dictadura militar. La repercusión para el sector agrario fue la ruptura de la clásica combinación
del ciclo agrícola ganadero basado en sus rentabilidades relativas, por el cual cuando se reducía
el stock de ganado se utilizaba la superficie liberada para la siembra. Los datos ofrecidos por los
autores dan cuenta de que entre 1977 y 1988 se produjo la mayor liquidación de cabezas de
ganado de la historia en Argentina, pasando de 61,1 millones a 47,1 millones. Sin embargo, en
el mismo periodo el área sembrada no creció en la proporción correspondiente, sino que por el
contrario, decreció. Para los autores estos datos dan cuenta de una expulsión de recursos desde
la producción agropecuaria hacia otros sectores de la economía, especialmente el sector
financiero. La liberalización financiera junto a otros efectos como el endeudamiento del Estado,
dispararon las tasas de interés del país muy por encima de las tasas de los mercados
internacionales aumentando la rentabilidad del sector financiero. Por lo tanto la dirección del
excedente generado en el agro fue desviada hacia el sector financiero , lo que supuso la
incorporación del sector a la nueva lógica de la valorización del capital.

Sin embargo, a mediados de los noventa se produce una fuerte expansión agrícola tanto en
volúmenes de producción como en superficie sembrada, liderada por la soja. Los factores más
importantes destacados por los autores son: las innovaciones tecnológicas (siembra directa,
ciclo combinado trigo-soja, soja transgénica, fertilizantes, herbicidas, etc.), el comportamiento
de los precios internacionales, y el desarrollo de las economías de escala en la producción
agrícola. Estos factores son los que impulsaron la expansión de la producción agrícola
marcando un punto de inflexión en la evolución del agro ya que gracias a estos nuevos factores
se aumentó la rentabilidad relativa, con el efecto de atraer de nuevo hacia el sector parte del
excedente que anteriormente era desviado al circuito financiero. Con respecto al análisis de
estas cuestiones es interesante la aclaración realizada por los autores sobre el cultivo de la soja:
si bien es cierto que fue el cultivo con mayor expansión esto no significa que desplazara otros
cultivos relevantes como el trigo o el maíz. Señalamos dicha puntualización ya que es habitual
oír hablar del “monocultivo de la soja” cuando a nuestro juicio, debe ser relativizada dicha
concepción si nos atenemos a la evidencia empírica. También resulta destacable la interesante
conexión establecida por los autores entre las privatizaciones de empresas públicas de los
noventa y su repercusión en el potenciamiento de economías de escala. En efecto, la
privatización de servicios como los ferrocarriles o la comercialización de gasoil benefició a los
grandes propietarios de tierras, que al contratar grandes volúmenes se beneficiaban de un menor
costo por tonelada de grano transportada o gasoil consumido. Este aspecto de las privatizaciones
será retomado como una cuestión importante cuando los autores analicen las formas de
propiedad sobre la tierra de las fracciones de la burguesía que desempeñan un papel central en
el comportamiento del sector.

Tras los cambios en el agro destacados por los autores en sus dimensiones más puramente
económicas, el análisis se plantea sobre la repercusión de dichos cambios en la estructura social
del agro, centrándose fundamentalmente en la cúpula (propietarios de más de 2500Ha.) Un
primer dato interesante que aportan los autores sobre la concentración de la propiedad en la
cúpula es que, si comparamos los censos agropecuarios de 1988 y 2002 la estructura de la
propiedad entre los diferentes estratos de la cúpula permanece prácticamente estable. Sin
embargo, quizá lo más interesante es el análisis sobre las formas de control sobre la tierra de los
grandes propietarios. En los terratenientes de más de 20.000 ha. se observa que la forma de
propiedad predominante entre la tradicional oligarquía terrateniente es la de los grupos
económicos y los grupos de sociedades agropecuarias. Los autores llaman la atención sobre este
aspecto ya que fueron los grupos económicos locales (oligarquía diversificada) quienes durante
las privatizaciones de los noventa consiguieron consolidarse como los dirigentes del conjunto de
la burguesía, y lograron por lo tanto ser interlocutores ante el Estado. Pero a mediados de los
noventa buena parte de los grupos económicos locales vendieron sus acciones de la empresas
privatizadas a compañías extranjeras, dándose el proceso de extranjerización de la economía, y
perdiendo presencia en los sectores manufactureros y de servicios, y por lo tanto, aumentando
su presencia relativa en el agro (como es el caso de los grupos de sociedades agropecurias). Este
aspecto será de nuevo retomado por los autores en sus conclusiones para lanzar una interesante
hipótesis sobre la interpretación del conflicto de 2008.

También es importante la atención que prestan sobre un nuevo actor que surgió en el agro: los
pools de siembra. Según los autores, durante el conflicto del campo se sostuvo la idea tanto por
el gobierno como por las diversas fracciones del campo, de que estos actores cuyo capital tiene
origen financiero, sería quienes estuvieran desempeñando un papel central en la producción
agrícola en detrimento de la tradicional oligarquía pampeana, y además estarían desplazando a
medianos y pequeños productores mediante el arrendamiento de tierras. A través del estudio del
último Censo Nacional Agropecuario los autores llegan a la conclusión de que los pools de
siembra están vinculados primordialmente a los propietarios, cualquiera que sea su tamaño, y su
origen exclusivamente financiero tiene poca incidencia. Esto además concuerda perfectamente
con la constitución de economías de escala, ya que tanto pequeños, medianos, como grandes
propietarios buscarán aumentar la superficie sembrada para reducir costes por hectárea
sembrada.

El texto de Arceo y Basualdo concluye con una síntesis donde se expresa en forma de hipótesis,
lo que a nuestro juicio es una de las contribuciones específicas de este texto, y que queda
sólidamente fundamentada por todo el análisis anterior. Para los autores, a partir de 2002 se
inició una fase de transición, como resultado de las grandes transformaciones de la década
anterior, en la que se están definiendo tanto la importancia relativa de las fracciones del capital
como una nueva relación entre capital y trabajo. Sin embargo, a partir de 2006/2007 las
presiones inflacionarias amenazaron la tendencia de recuperación del trabajo frente al capital.
En este contexto –y aquí está la hipótesis que plantean-, el conflicto iniciado en 2008 indicaría
la intención del agro pampeano por terciar en la disputa por la redistribución del ingreso, y
además subordinar a los asalariados y al sector industrial a su propia dinámica de acumulación.
La reacción del agro sería para incrementar sus beneficios y ocupar el centro de la escena
política y económica definiendo un patrón de acumulación liderado por sus requerimientos de
expansión. Esta interpretación se sustenta especialmente sobre una cuestión clave señalada
anteriormente: la extranjerización de los noventa que supuso que los grupos económicos locales
se desplazaran a la esfera del agro dado el aumento de su rentabilidad, lo cual precipita una
mayor polarización sectorial –capital agrario frente al industrial y financiero-, y un reclamo por
recuperar un liderazgo y poder frente al Estado, como tuvieron los grupos económicos locales
desde 1976 hasta mediados de los noventa.

Una vez dicho esto los autores enfocan la atención sobre la dimensión más política del conflicto
lo cual supone cierto cambio de perspectiva del problema, que sin duda alguna lo complementa
y enriquece. Un aspecto importante que explicaría la derrota del Ejecutivo en el conflicto de
2008, según los autores, es la estrategia que Nestor Kirchner adoptó en 2007 privilegiando una
construcción política basada en el PJ. Arceo y Basualdo señalan que el transformismo de los 90
(cooptación del PJ por los sectores dominantes) socavó su capacidad de movilización social.
Este aspecto debe ser tomado en consideración para entender el conflicto del 2008 que
enfrentaba a un aparato estatal con escasa capacidad de movilización, y un frente social
conformado por diversas fracciones del agro, sectores medios, los medios de comunicación
privados, y las fuerzas políticas opositoras. Primero, el Ejecutivo perdió su batalla por el
“sentido común”, después perdió la batalla en las calles, y después en el Senado, donde contaba
aparentemente con mayoría. Con respecto a esto último, cabe destacar el papel de los
representantes de las regiones presentes en el Senado, lo cual fue un factor clave de la derrota,
al subestimar el papel de los senadores de las regiones con fuerte presencia del sector
agropecuario. También resulta reseñable la relación de cierto autonomismo expresado en las
votaciones del senado argentino respecto a la resolución 125, y otros procesos de autonomía
regionales de países latinoamericanos como el caso de Santa Cruz en Bolivia, y también en
Ecuador, con algunas semejanzas interesantes.

b) La soja de la discordia. Los sentidos y estrategias de la movilización de la pequeño


burguesía,

Por Marcelo Gómez

El artículo de Marcelo Gómez recorta el conflicto desatado en 2008 desde el punto de vista de
las clases sociales que intervinieron y tiene como propósito decodificar a través del conflicto
por las retenciones móviles los cambios en las prácticas políticas, estrategias de movilización,
construcción de legitimidad y dotación de sentidos de las clases dominantes y las clases medias.
Para el autor, la extensión e intensidad de la movilización colectiva observada durante el
conflicto de 2008, son una clara muestra del carácter clasista de la disputa enmarcado en la
lucha por la apropiación del excedente extraordinario de las exportaciones agrarias y en
particular de la soja. Sin embargo, su interés se centrará en las clases medias y en la pequeña y
mediana burguesía agraria, sectores sociales sobre los que se distinguen los principales aportes
específicos del texto en cuestión.
En relación a la perspectiva teórico-metodológica, en el análisis particular de las clases medias
urbanas alineadas con la coalición agraria, puede añadirse que el autor trata de distanciarse de
posiciones apriorísticas que supongan intereses objetivos de dicho sector social, y que
interpretan su apoyo “al campo” como “equivocado” o contrario a sus intereses, ya que desde el
punto de vista con el que el autor interpreta las retenciones móviles, éstas son beneficiosas para
las clases medias urbanas que no tienen relación directa con el campo. Como afirma el autor,
más allá de tratar de esclarecer los verdaderos “intereses objetivos” el planteo del problema es el
de tratar de “visualizar el proceso de cálculo y formación de intereses desde el punto de vista
histórico estructural y desde el punto de vista de coyuntural”. Este planteamiento teórico queda
sustentado sobre el argumento de la intensidad de la movilidad social que es persistente en la
Argentina. De acuerdo con esto, las clases intermedias sufren fuertes procesos de ascendencia y
descendencia social –más acentuados por los cambios estructurales de los noventa, cuyas
consecuencias hoy persisten-, que hacen que las clases medias “nunca sean las mismas”.

Entrando al contenido del texto, el autor parte de la pregunta de por qué el sector agropecuario,
siendo un sector que contribuye alrededor del 6% del producto bruto, demostró en el conflicto
desatado en 2008 tener la fuerza política suficiente como para ocupar el centro de la escena
política con una movilización social inédita por su carácter, y que terminó con la derogación de
las retenciones móviles. La respuesta que ofrece el autor es que dicho sector, más allá de la
importancia cuantitativa en el PIB, tiene una importancia estratégica que se traduce en una
suerte de “dependencia fisiológica” respecto al proceso general de expansión de la industria, el
empleo y la recuperación del ingreso observado en la etapa de la postconvertibilidad. Este papel
estratégico de las divisas generadas por las exportaciones agropecuarias, y de la soja en
particular, contrajo según el autor una deuda política con el modelo impulsado por los Kirchner,
cuyo cobro se saldó con las armas de la inflación, el desabastecimiento, los cortes de ruta y los
cacerolazos de marzo a julio de 2008. También es importante señalar que más allá del “carácter
confiscatorio” con el que fue percibido la medida por amplios y variados sectores de la
sociedad, tanto propios como ajenos respecto al impacto de la medida, las retenciones eran
cuestionadas respecto al destino final de los recursos. Este punto es central en el análisis
posterior sobre la construcción del sentido y la legitimidad desde las clases medias urbanas y la
pequeña y mediana burguesía agraria. En lo relativo a esta cuestión vale la pena comentar el
énfasis que pone el autor en dejar en claro que las retenciones no son realmente una política
fiscal sino un ajuste del tipo de cambio efectivo para las exportaciones agrarias, que se vieron
muy beneficiadas por la devaluación del 2002. Asimismo añade, que las retenciones no actúan
como una redistribución activa del ingreso de un sector hacia el resto sino de forma pasiva,
compensando las consecuencias sobre el salario real que causó la devaluación del 2002. Este
análisis por lo tanto, nos permite ver cuál es la perspectiva del autor respecto a la auténtica
batalla de fondo que estaba en juego, más allá de la lucha política por la hegemonía del sentido
común acerca del significado de las retenciones, así como de la aspiración de legitimidad y
centralidad política y social de los sectores que apoyaron “al campo”.

Antes de entrar al análisis particular del papel de la pequeño burguesía agraria y las clases
medias en el conflicto, el autor trata de argumentar la compleja trama de intereses que hay en
torno a la soja que, según sostiene, trasciende a los propietarios y productores puramente
agrarios: productoras de semillas, comercializadoras, sector financiero, grupos económicos
diversificados en otras ramas de la economía, rentistas, industria ligada a la maquinaria,
sindicalistas y políticos, complejizarían la trama de intereses que debe de alejarnos de una
visión dicotómica del conflicto entre “Estado” y productores agrarios. Sin duda alguna es cierto
que la trama de intereses es más compleja y que una visión dicotómica del conflicto no permite
ver la complejidad y aristas del conflicto. Sin embargo, la visión opuesta puede pecar de cierto
desdibujamiento acerca de las fracciones dominantes que impulsan y determinan el
comportamiento general del sector agropecuario, en el contexto de una puja interburguesa para
subordinar al resto de fracciones y clases a su propio proceso de expansión y acumulación. La
discusión de esta cuestión la trataremos en la parte final de este trabajo contrastándola con los
argumentos y datos aportados por el artículo de Arceo y Basualdo.

El análisis sobre la pequeño burguesía agraria representada por la FAA y su posicionamiento


con el bloque agrario es interpretado por el autor como un intento de este sector de no ceder
terreno ante el Estado en su apropiación de la renta extraordinaria originada por los precios
internacionales y la devaluación. Su alineamiento “con los poderosos” y su intento de acaparar
el centro de la escena política tiene el peligro según el autor, de oscurecer el verdadero carácter
del conflicto cuyos principales actores serían los grandes intereses de la exportadoras, las
semilleras, los pools de siembra y otros grandes grupos económicos presentes en el mercado
sojero. Una vez más estas afirmaciones pueden ser discutidas y matizadas si las confrontamos
con el artículo de Arceo y Basualdo que ofrece argumentos más sólidos sobre quiénes son los
actores centrales de la pugna. No obstante el papel de los pequeños propietarios agrarios en la
contienda política como sector movilizado del “bloque agrario” muestra una convergencia de
intereses con fracciones burguesas más poderosas, que se explica por la situación excepcional
del mercado de la soja y una percepción de prosperidad y ascendencia social que choca con
cualquier medida redistributiva hacia otros sectores.

Tras el análisis de la pequeña burguesía agraria cuyos intereses se reflejaban en la FAA el autor
pasa a analizar el comportamiento de los sectores medios urbanos, lo cual supone quizá el
aporte más lúcido del artículo. ¿Por qué si no participan de la renta agraria apoyaron al sector
enfrentado con el gobierno? El autor da cierta plausibilidad a la hipótesis de la influenciabilidad
por parte de los medios de comunicación aunque no es un argumento que explique por sí solo el
rechazo; más bien los medios actuarían como catalizadores del rechazo a la postura del gobierno
creando un clima difuso apto para percepciones de las retenciones como “medida autoritaria” o
“confiscatoria”. Otra explicación más sociológica que atribuiría el rechazo a la postura del
gobierno sería la persistencia de modos de acción colectiva generados en la crisis de 2001/2002,
que emergerían en coyunturas conflictivas como la del 2008. Pero la hipótesis más interesante
que plantea el autor acerca de la creación de intereses de los sectores pequeño burgueses en esta
coyuntura sería la que parte de su situación socioeconómica: según el autor el desempeño de
actividades económicas en sectores desvinculados con la industria y un tipo de consumo
imitativo acorde a los patrones del “primer mundo”, generan un tipo de aspiraciones de
ascendencia social contrarios a cualquier proyecto industrialista o redistribucionista. Su estilo de
vida y patrones de consumo son autopercibidos como el ideal universal, produciéndose un
proceso de reapropiación del concepto de “pueblo”, que produce una visión de estos sectores
pequeño burgueses como los rectores de la sociedad civil bajo la cual deben aglutinarse los
pobres. Si bien han sido beneficiados del reciente ciclo de expansión y en este sentido se han
“capitalizado” económicamente además de expandirse sus expectativas, los sectores urbanos y
de la pequeña burguesía sufrieron desde el fracaso de la Alianza y el declive del radicalismo,
una descapitalización política que se traduce en un rechazo al gobierno cuyo discurso popular y
redistributivo es percibido como una amenaza.

El autor también dedica una parte de su artículo a la propia dinámica de la disputa analizando
las estrategias y novedosas formas de protesta desplegadas, así como indagando en los factores
que influyeron en la derrota del gobierno. Destaca la desinstitucionalización del conflicto
engrasada por la polarización y el binarismo que adquirió la retórica de los posicionamientos,
como factor clave que decidió la contienda a favor de los intereses de la coalición agraria. Esta
polarización extendió los reclamos iniciales del bloque agropecuario a cuestiones más amplias
como la discusión sobre el modelo de país, cuyo objetivo era extender su apoyo a otros sectores
más allá del agro. Esta estrategia fue combinada con acciones radicales como el
desabastecimiento urbano o los cortes de ruta, cuya legitimidad fue construida bajo una lógica
de guerra abierta contra el gobierno en la que no se reconoce ninguna racionalidad superior por
el carácter binario de la contienda. Estas acciones son novedosas en tanto en cuanto las
expresiones públicas que implican movilización social no son comunes dentro de las vías
tradicionales de los grandes intereses económicos de hacer valer sus intereses. Según el autor, la
especifidad de la coyuntura viene dada por una politización de la economía por parte del bloque
agropecuario que por otro lado no supo ser respondido por el gobierno más que con una
respuesta en el plano cívico-político, que como se demostró no fue suficiente. El artículo
finaliza afirmando que si bien la “ofensiva agrorentista” ha bloqueado por largo tiempo la
política estatal en materia agropecuaria, se ha abierto por otro lado el debate público sobre la
renta agropecuaria y la redistribución del ingreso.

c) “Son los piquetes de la abundancia” Actores y Estado en el conflicto agrario en


Argentina

Por Carla Grass y Valeria Hernámdez

En este artículo el conflicto de 2008 es puesto en perspectiva para relacionar los cambios
experimentados en el agro Argentino con su repercusión en las identidades de diversos actores,
prestando especial interés a los grupos de “autoconvocados”. Este actor emergió en el conflicto
con un papel relevante en el plano político marcado por su activismo y radicalidad, mediante
acciones directas como los cortes de ruta. Pero también se destacó en el plano social
desbordando el plano corporativo, generando apoyos en un contexto rural más amplio, en virtud
de su proyección como representantes de un nuevo perfil agro-empresarial.

Con una perspectiva teórica que trata de reconstruir una fenomenología sociológica de los
grupos movilizados, las autoras tratan de decodificar los cambios en las relaciones sociales de
producción en el agro que han dado lugar al surgimiento de nuevas identidades productivas y
profesionales. Esta reorganización social del trabajo en el agro debida a importantes
transformaciones que datan desde las políticas de liberalización comercial y financiera iniciadas
con la dictadura y continuadas bajo las reformas estructurales de los noventa, generó nuevos
actores y cambios en los perfiles de las tradicionales asociaciones del agro. Bajo esta
perspectiva y con una metodología basada en las entrevistas a productores y registros
etnográficos, las autoras tratan de arrojar luz sobre cómo el conflicto de 2008 da cuenta de
recomposiciones simbólicas e identitarias muy profundas, como la que emerge en la figura del
“empresario emprendedor” encarnada por los autoconvocados, que se expresan tanto en la
formas, intensidad y estrategias de movilización social contra el gobierno, como en su relación
con las organizaciones gremiales del sector. Las conclusiones que se derivan de este enfoque,
que explora una parte de la dimensión simbólica del conflicto –además de las socioeconómicas-
son sin duda el aporte específico de este texto. Sobre estas cuestiones y otros aspectos
significativos ahondaremos a continuación.
Respecto a la descripción de los factores y transformaciones que cambiaron el escenario del
sector agropecuario, las autoras destacan el cambio tecnológico, la introducción de la soja
transgénica y la siembra directa, el alza de los precios internacionales y el surgimiento de
nuevas formas de explotación de origen financiero como los pools de siembra. También se hace
referencia a las semilleras, al importante papel de los pequeños propietarios rentistas y a la
desaparición de pequeños productores de otros cultivos por el avance de la soja. Esta
caracterización, si bien da cuenta de las novedades en el panorama agropecuario, quizá puede
ser criticada basándonos en el texto de Arceo y Basualdo por subestimar el papel central de los
grandes propietarios tradicionales y en general de los propietarios de la cúpula –e incluso
medianos y pequeños- que siguen siendo quienes concentran el grueso del la producción
agraria. Según Basualdo son los propietarios, cualesquiera que sea su tamaño quienes son
además los mayores tomadores de tierra. La figura del arrendatario puro, que en este artículo
juega un papel central no sería tal respecto a la producción total de granos en comparación con
los propietarios que además de sus tierras, explotan otras alquiladas. Lo mismo puede decirse de
los pools de siembra, los cuales según Basualdo son marginales en su versión exclusivamente
financiera, siendo los grandes propietarios terratenientes los que adoptan esta forma de
explotación a través de los grupos de sociedades agropecuarias y los grupos económicos locales.
Sin embargo, más allá de la discusión sobre el papel que juegan la tradicional oligarquía
pampeana en la producción agraria actual, ocupa un lugar importante la caracterización de las
asociaciones gremiales que surgieron al calor de las trasformaciones aludidas, y las
trasformaciones sucedidas en las tradicionales como la SRA o la FAA.

Son precisamente estos cambios en el carácter de las asociaciones gremiales influidas por el
cambio tecnológico y la expansión de la producción agrícola liderada por la soja las que ponen
en evidencia la heterogeneidad generada en la nueva estructura social productiva del agro. En
concreto, las autoras ponen de relieve el horizonte del “empresario innovador” como el ideal de
los diversos sectores sociales del agro impulsado por las nuevas asociaciones de perfil técnico
como AACREA (experimentación agrícola) y AAPRESID (siembra directa). En un estudio de
las temáticas tratadas en sus congresos es apreciable otro cambio cualitativo de sus
planteamientos que van más allá de la producción misma, abordando temáticas como la
responsabilidad social empresaria y su vinculación con su entorno social. Esto implica una
ampliación de miras en las que se plantean implícita o explícitamente su rol dentro de la
sociedad o incluso el modelo de desarrollo y de país al que aspiran.

Es en este marco de interpretación del nuevo contexto socioeconómico, asociativo y simbólico


del agro, donde las autoras analizan la figura paradigmática de este nuevo escenario encarnada
en los grupos de autoconvocados. Un aspecto importante que las autoras aportan sobre ellos es
su carácter heterogéneo de procedencia: propietarios de entre 500 y 2500 hectáreas que además
de ser propietarios, toman tierras en la mayoría de los casos; contratistas de maquinaria;
miembros de las agrupaciones gremiales tradicionales y otros sin ninguna relación con las
mismas; pobladores de localidades rurales asociados de alguna forma al negocio agropecuario;
profesionales urbanos, etc. También se destaca el rol jugado en el contexto del conflicto
político, presentándose como las bases movilizadas de la mesa de enlace, y al mismo tiempo
presionándola en ocasiones demostrando cierto grado de autonomía. Por supuesto, los grupos de
productores autoconvocados se distinguieron también por sus métodos de acción directa como
los cortes de ruta, y sus formas asamblearias de organización, lo cual supone una novedad en el
panorama de las protestas patronales. En torno a esta cuestión, las autoras prestan especial
atención a la construcción de la legitimidad respecto a dichas acciones que adquirieron gran
importancia por su cantidad y extensión territorial. Dicha construcción se realizó en base a la
generación discursiva de sentidos en torno a las retenciones, percibidas como una medida
confiscatoria que pretendía castigar y someter al sector que produce la riqueza genuina del país
socavando las bases de su negocios y estilo de vida.

Por último cabe destacar el propio desarrollo de los autoconvocados una vez fue derogado en el
senado el sistema de retenciones móviles. Lejos de abandonar la protesta algunos grupos de
autoconvocados siguieron reclamando al Estado el retiro de toda retención y una apertura
irrestricta a las exportaciones. Estos nuevos actores además de reclamar al Estado, actuaron por
fuera de las asociaciones agrarias que hicieron de interlocutores oficiales a través de la llamada
mesa o comisión de enlace. En esta situación, surgieron debates internos sobre si seguir o no
con las acciones directas cuestionándose internamente la legitimidad de las mismas, y hubo
discusiones sobre si debía institucionalizarse el movimiento, lo cual da cuenta de las tensiones
originadas en el proceso de construcción de una identidad forjada en el conflicto. Por último
las autoras se preguntan si dicho movimiento que llegó a construir redes multisectoriales de
autoconvocados pueden cristalizar en un pensamiento político consistente.

d) Paro agrario: crónica de una conflicto alargado,

Por Norma Giarracca, Miguel Teubal y Tomás Palmisano

En este artículo la perspectiva con la que es abordado el conflicto “gobierno-campo” de 2008


puede identificarse con un clásico análisis político de coyuntura. En primer lugar, los autores
inician su artículo con algunas aclaraciones sobre conceptualizaciones y caracterizaciones que
circularon durante el conflicto, que sientan la posición desde el cual es pensado por los autores.
A continuación, y tras una caracterización del marco general en el que se inserta dicho
conflicto –análisis de las transformaciones en el agro, caracterización del “modelo del
agronegocio” y/o “modelo sojero”, nuevos y viejos actores del panorama agrario,
caracterización de la protesta “del campo” como paro agrario, etc.-, definen el objetivo del
artículo como una propuesta para establecer una cronología y periodización de la disputa. Dicha
periodización es abordada bajo el prisma teórico-metodológico de la “perspectiva del actor” en
el sentido de ver cómo los actores sociales involucrados actúan para dar sentido a sus
experiencias. Desde esta aproximación, los autores caracterizan el conflicto como “una
situación de interfase marcado por las rupturas más que por las continuidades”. Finalmente,
tras un análisis minucioso de las diferentes fases e hitos del conflicto, los autores ofrecen
algunas claves para la interpretación del mismo.

Respecto a las aclaraciones iniciales, los autores se centran en dos puntos. En primer lugar
enmarcan el paro agrario del 2008 dentro de las acciones corporativas de un sector concreto, en
el que sus demandas no necesariamente favorecen al conjunto de la sociedad. En este sentido,
también establecen una diferenciación entre este tipo de protestas corporativas, y los nuevos
movimientos sociales y sus reclamos en torno a los recursos naturales: mientras en el primer
caso se defienden intereses económicos corporativos, en el segundo caso se lucha por extender
derechos sociales. La segunda aclaración es en torno al sentido de las retenciones o los derechos
de exportación: los autores reconocen en ellas una herramienta legítima del Estado para captar
parte de la renta extraordinaria que tiene su origen en un bien natural como la tierra y su
peculiares características de fertilidad diferencial con respecto a otros países. Como se puede
apreciar dichas aclaraciones ponen en claro cierto posicionamiento político desde el cual el
conflicto de 2008 es conceptualizado. Tras estas aclaraciones también hay que destacar algunas
interpretaciones previas a la caracterización del marco general en el que se inserta la disputa de
2008. Para los autores el conflicto tiene como causas fundamentales la “extrema sojización” del
agro en un contexto de falta de andamiajes institucionales para encauzar los intereses
contrapuestos. Los autores, además, definen los actores centrales que en su opinión conforman
el modelo del agronegocio y son quienes se quedan con las fabulosas ganancias: empresas
semilleras, grandes exportadoras y los fondos de inversión serían los nuevos actores ligados con
el negocio agrario. Asimismo se afirma que a pesar de que dichos actores no tuvieron
visibilidad en la crisis de 2008 son quienes realmente inciden en la dinámica del sector estando
los viejos actores del agro como socios subalternos del nuevo modelo. Los autores, sin embargo,
reconocen que dicha caracterización respecto a la centralidad de los nuevos y viejos actores está
en discusión y que no existe un verdadero acuerdo entre periodistas y economistas. No obstante,
argumentan que los datos censales sobre las “formas de tenencia” de la tierra no ofrecen
evidencia sobre la centralidad de los viejos propietarios terratenientes en el “modelo sojero” y
sugieren una subestimación de los pools de siembra por parte de quienes siguen reconociendo
un papel central a los propietarios de tierras. Su posición la sostienen basándose en estudios de
campo e información cualitativa. Efectivamente, como hemos comprobado en los textos
anteriores hay diferentes opiniones al respecto. Sin embargo, una lectura atenta de los
fundamentos expuestos por autores como Arceo y Basualdo en el artículo que vimos
anteriormente, nos permiten inclinarnos por la lectura según la cual los viejos propietarios
seguirían jugando un papel central en el agro, al contrario de lo que argumentan los autores de
este artículo. Debido a que en el apartado final analizaremos más a fondo esta discusión –entre
otras-, adelantamos que a nuestro juicio, el núcleo del diferendo interpretativo se basa en una
confusión conceptual entre las diferentes formas de explotación de la tierra –entre las cuales
están los pools de siembra- y los actores que adoptan dichas formas de explotación. En primer
lugar, pensamos que no hay contradicción en afirmar la importancia de las nuevas formas de
explotación mediante pools y al mismo tiempo sostener que quienes se encuentran detrás de
ellos son fundamentalmente grandes propietarios o incluso medianos y pequeños. En segundo
lugar, pensamos que si bien es cierto que no existe información directa de la importancia en la
producción mediante pools, comparando los datos censales de 1988 y 2002 sí puede inferirse
que la importancia de los pools de siembra de origen exclusivamente financiero es mínima, y
que por el contrario, son los propietarios de tierra los actores centrales en la producción agrícola
independientemente de la modalidad con que dicha producción se lleve adelante.

Prosiguiendo con el artículo y tras las aclaraciones que hemos señalado, los autores realizan una
caracterización general en la que enmarcar el conflicto de 2008. Las líneas fundamentales tratan
sobre la importancia que ha adquirido la soja en el campo argentino a consecuencia de las
políticas de liberalización comercial y financiera iniciadas hace tres décadas. En consonancia
con las aclaraciones previas, los autores vuelven a remarcar la importancia de los nuevos actores
(semilleras, pools de siembra, comercializadoras, grandes empresas, etc.) en la conducta del
agro y sostienen que la crisis se debe en buena medida al auge y apoyo del modelo desde
diferentes estancias, que sin embargo no fue acompañado del andamiaje institucional adecuado
para regular las ganancias extraordinarias. También se pone énfasis en señalar la importancia
numérica de los pequeños y medianos productores que evidencian la heterogeneidad presente en
el campo, y que por otro lado fue ocultada por la retórica polarizante y reduccionista del debate
desplegado, gobierno/campo. También se argumenta en contra de los nuevos actores del
“modelo del agronegocio” el peligro que supone para la soberanía alimentaria de Argentina, la
destrucción de puestos de trabajo y el debilitamiento de pequeños y medianos productores de las
economías familiares. Afirman que es en este contexto de debilitamiento de la situación de los
trabajadores del campo y la pequeña producción donde debe enmarcarse el conflicto de 2008.
Respecto a esta caracterización, aparte de la discusión ya mencionada sobre la importancia de
los nuevos y viejos autores, también pueden realizarse algunas lecturas críticas. Por ejemplo,
una crítica que consideramos válida es la de cuestionar la importancia extrema de la soja. Sin
duda alguna estamos de acuerdo en la gran importancia de la soja y su fuerte expansión, muy
por encima del resto de los cultivos. Sin embargo, pensamos que es posible sostener esta
posición de manera más equilibrada matizando que otros cultivos como el maíz y el trigo
también aumentaron su producción y reconociendo por lo tanto, la importancia que siguen
teniendo. Caracterizar la importancia de la expansión de la soja como “sojización extrema”
pensamos que puede llevar a concepciones equivocadas sobre la real situación de la producción
agraria en Argentina. Respecto al riesgo para la soberanía alimentaria realmente existente como
consecuencia de la expansión sojera creemos que existen algunos argumentos a favor, como el
desplazamiento de cultivos menores por dicha expansión. Sin embargo sería positivo
fundamentar dicha tesis con algún tipo de evidencia empírica ya que a pesar de lo anterior la
constatación del aumento de la producción de trigo y maíz puede cuestionar o relativizar el
impacto de la soja en la soberanía alimentaria.

Pasando, ahora sí, a la cronología y periodización establecida por los autores –ilustrada
mediante un gráfico-, el “tiempo del conflicto” viene definido en base a los anuncios de
conflicto o tregua declarados por la llamada mesa o comisión de enlace, que agrupaba a las
cuatro entidades agrarias: FAA, SRA, CONINAGRO y CRA. Como ya dijimos, los autores
justifican estos criterios de periodización en base a una “perspectiva del actor”, ya que
consideran que es de central importancia comprender “cómo éstos actúan para dar sentido a
sus experiencias, marcos de significación y entendimientos cognitivos y emocionales”. En este
sentido remarcan la importancia de la batalla simbólica que se libró durante la contienda: para
los autores, los actores sociales en disputa se concentraron en definirse como dos polos
antagónicos lo cual alimentó y reforzó las identidades respectivas -gobierno/campo- en base a
una lógica beligerante que por otro lado eliminó la heterogeneidad de cada polo definido, así
como la posibilidad de visiones o criterios intermedios y/o alternativos.

El primer ciclo abarca desde el anuncio del gobierno de la resolución 125 sobre las retenciones
móviles hasta la tregua declarada por la comisión de enlace el 2 de abril. Algunas claves de este
ciclo vienen definidas por la pretensión de implementar el nuevo esquema de retenciones antes
de la comercialización de las cosechas lo cual repercutiría más negativamente en los pequeños y
medianos productores. Este hecho, unido a que no se combinó la medida con políticas
compensadoras hacia los pequeños y medianos propietarios, dio como resultado el alineamiento
de estos sectores en contra del gobierno nacional. A lo largo de este ciclo la conflictividad va
aumentando y desde el lado de los ruralistas se comienza a tratar de ampliar la base de apoyo y
la legitimidad de la protesta presentando el interés particular como el interés de los pueblos y
ciudades del interior e incluso como el interés general de la sociedad. Piquetes, marchas,
tractorazos y el desabastecimientos se convierten en los métodos de lucha de los ruralistas y la
retórica puesta en juego va reforzando la identidad de quienes van apareciendo detrás de estas
acciones directas: los “autoconvocados”. También se observan cacerolazos espontáneos tras el
discurso de la presidenta del 25 de marzo, así como la movilización social de sectores afines al
gobierno. El 2 de abril, la Comisión de enlace declara una tregua de un mes tras la exhortación
de la presidenta al diálogo.

La tregua terminará el 2 de abril y el nuevo ciclo de la protesta adquiere una nueva dimensión al
incorporarse nuevas formas de protesta y de presión: la oposición política entra en escena del
lado de los ruralistas, los gobernadores regionales se posicionan e incluso en el Congreso
Nacional se definen explícitamente las adhesiones a uno u otro bando. Para los autores, la lógica
del contexto parece obligar a una fijación de posturas a favor de una u otra fracción impidiendo
cualquier visibilidad social de posturas intermedias. De nuevo el gobierno llama a la distensión
–preocupado por el aniversario del día 25- y el 19 de mayo se produce el cese del paro. Sin
embargo, esta tregua durará apenas siete días y tras los actos de Salta y Rosario con motivo del
aniversario de La revolución de Mayo, un día después, las entidades agrarias declaran el estado
de alerta y movilización. La siguiente fase de conflicto que terminará el 20 de junio, tras el
envío del proyecto a su debate en el congreso viene signado por la obstrucción de los canales de
diálogo y la agudización de la confrontación: el cese de la comercialización de granos para la
exportación o las detenciones de ruralistas el 14 de junio alimentan la hoguera del conflicto que
se traduce en un progresivo desgaste del gobierno, e incluye la autonomía de cortes de rutas
respecto a la Comisión de enlace por algunos grupos de autoconvocados. La protesta termina
con la denominada por los autores “etapa institucional” el 16 de julio, con la victoria del bloque
agrario tras el rechazo en el Senado del proyecto previamente enviado y aprobado en el
Congreso.

Por último los autores se lanzan con algunas interpretaciones del conflicto agrario. En primer
lugar sostienen que el conflicto desatado no tenía ninguna perspectiva de aumentar derechos
sociales o democratizar la sociedad ya que la medida del gobierno afectaba a productores
capitalistas subordinados a la cadena agroindustrial y no estaba dirigida contra las empresas
exportadoras, productoras de semillas, fondos de inversión etc. que como quedó remarcado al
inicio del artículo son para los autores los verdaderos actores que se apropian de las rentas
extraordinarias. La segunda interpretación, en torno al fracaso de la estrategia política del
gobierno, afirma que ésta se basó en polarizar a la sociedad y tratar de simbolizar en la SRA a
la vieja oligarquía. Para los autores dicha estrategia fracasó ya que esta “consigna setentista” no
es entendida por la franja de hasta 50 años, es decir, quienes no llegaban a los 20 años cuando
llegó la última dictadura militar. En cuanto al intento de identificar a la SRA como a la vieja
oligarquía contra la cual estaba dirigida la medida no cuajó, ya que de acuerdo a las entrevistas
realizadas por los autores durante las protestas éstos eran vistos como capitalistas argentinos
preocupados por la producción del país. El discurso contra la SRA solo era efectivo por lo tanto
para quienes ya estaban convencidos de las relaciones de la oligarquía terrateniente con la
dictadura. Otro eje de la interpretación del fracaso del gobierno/Estado gira en torno a la
incapacidad por densificar la legitimidad del actor gobierno frente a las cuatro entidades
agrarias. También critican la pérdida de la batalla de sentidos que el gobierno subestimó así
como los dispositivos comunicacionales del gobierno, que no cubrían positivamente la franja
de población a la que el gobierno aspiraba. Todo ello fue aprovechado por el “campo”
apropiándose de símbolos que contrarrestaron al discurso del gobierno, ganando apoyos
también en las ciudades. Por último se preguntan qué pasó con los sectores populares urbanos
respondiendo con una hipótesis sobre el desinterés y un sentimiento de estar al margen de un
gobierno que a pesar de que los asiste, no los incluye como ciudadanos.

Basándonos en los artículos anteriores, hay varios aspectos de esta interpretación del conflicto
que dan lugar a la discusión y crítica de la misma. Avanzamos que si bien esta lectura crítica
está de acuerdo en algunas claves generales que determinaron la derrota del gobierno (o la
victoria del bloque agrario), como la mala política comunicacional y una táctica polarizante
sobre un cálculo que desconocía la correlación de fuerzas realmente existente, errores tácticos
que unieron al “campo” cuando había que dividirlo y dividieron los apoyos del gobierno llevado
el debate a la esfera institucional subestimando el poder de las regiones, entre otras cuestiones,
podemos disentir sin embargo, con respecto a la interpretación más detallada sobre las causas
que precipitaron la derrota de la estrategia gubernamental. En el apartado final retomaremos
estas cuestiones.

e) A cara descubierta. Protestas patronales en la Argentina postconvertibilidad,

Por Sabrina Accorinti et al.

El artículo elaborado por el Equipo de Conflicto y Protestas Sociales de la Central de


Trabajadores de Argentina aporta un conocimiento sobre una dimensión poco estudiada en el
conjunto de los análisis acerca del conflicto y la protesta social: el conflicto patronal. Partiendo
del conflicto agrario del 2008, y a la luz de los resultados de las elecciones parlamentarias del
2009 que los autores interpretan como un avance del bloque agrario en sus pretensiones
hegemónicas, éstos tratan de arrojar luz sobre el particular entramado de alianzas sociales que se
fueron tejiendo en la disputa por la hegemonía política y económica de Argentina. Con esta
perspectiva los autores se plantean como meta principal “caracterizar la conflictividad
patronal previa al enfrentamiento por las retenciones móviles” analizando la evolución de las
protestas patronales sucedidas del 2001 al 2007. El interés es el de tratar de insinuar algunos
elementos que contribuyeron a darle al conflicto de 2008 la magnitud alcanzada. Más
concretamente la pregunta principal que tratan de responder es por qué algunos sectores de la
burguesía recurren a la acción directa como modalidad de presión, cuando sus habituales formas
de influencia estaban dadas por el lobby y el tráfico de influencias. Otras preguntas que orientan
este trabajo son determinar quiénes son los actores empresariales en conflicto, a qué sectores
productivos pertenecen y cuál es el carácter general de las demandas que esgrimen.

La perspectiva en la que se enmarca este estudio sobre las protestas patronales, se fundamenta
sobre los análisis e hipótesis realizadas por Arceo y Basualdo en un libro que es objeto de la
primera reseña realizada en este trabajo. En concreto, nos referimos a la hipótesis que planteaba
que el conflicto de 2008 daba cuenta de un intento de la fracción oligárquica agropecuaria de
subordinar a las demás fracciones del capital, además de los asalariados, a sus propias
necesidades de acumulación y expansión. Podemos ver, por lo tanto, que si bien es cierto que
este trabajo no trata en sí mismo la disputa de 2008, aborda sin embargo una línea temática
estrechamente relacionada que puede aportar y de hecho aporta, elementos relevantes para
comprender mejor el conflicto que estalló en 2008 y valorar su significado en una dimensión
más amplia: la lucha por la hegemonía política y económica entre clases y entre fracciones de
clases.

Entrando al contenido del artículo, en una primera parte los autores realizan una caracterización
del comportamiento del bloque de poder a la vista de las transformaciones ocurridas en el
periodo analizado (2001-2007). Basándose en algunos trabajos de Schorr y Wainer, los autores
destacan dos periodos principales. El primero de ellos entre 2001 y 2003 estaría marcado por la
salida devaluacionista interpretada como la victoria de la fracción del capital productivo
“nacional”, nucleados en torno a la UIA y AEA , frente al sector financiero y de servicios. Es
una etapa de crisis económica que impactó negativamente sobre todas las fracciones de capital,
pero especialmente en la más débiles de cada sector: pequeñas y medianas empresas del sector
industrial y pequeños y medianos productores agropecuarios, ahogados por las hipotecas. Por el
contrario, a partir de 2003 comienza la nueva etapa postconvertibilidad o del “dólar alto”, que se
caracteriza por una fuerte expansión de la economía con creación de empleo. En esta etapa se
observa una extraordinaria expansión de la producción de los bienes transables beneficiados por
la devaluación (agro, industria, petróleo y minería) en detrimento de los no transables (banca y
servicios), pudiéndose observar un nuevo reacomodamiento al interior del bloque dominante.
En materia de rentabilidad en este periodo puede afirmarse que el sector agropecuario y
manufacturero fueron los principales beneficiarios.

En base a esta caracterización general del desempeño económico general y de cada sector
productivo, los autores pasan al análisis de la conflictividad patronal. En líneas generales,
observan que durante los años de crisis 2001-2002 se observa el periodo de máxima
conflictividad patronal, en todos los sectores, que a partir de 2003 desciende significativamente.
A partir de 2006 hay un nuevo punto de inflexión al alza acotado fundamentalmente al sector
agrario. Ya en esta evolución general de la conflictividad patronal por sectores productivos, se
observa algún rasgo distintivo en el sector agropecuario, ya que además de ser junto al sector
servicios el sector con mayor número de protestas patronales es el único que tras el descenso de
la conflictividad de todos los sectores a partir de 2003, repunta en 2006 y 2007. Este hecho hace
que los autores le presten una especial atención para tratar de explicar por qué en el sector
agropecuario repunta la conflictividad cuando por otro lado es uno de los sectores más
favorecidos en cuanto a la rentabilidad, como se vio anteriormente.

Por lo tanto, centrando la atención en el sector agropecuario –aunque en el artículo encontramos


un análisis de la conflictividad de los tres sectores-, los autores distinguen los dos periodos de
conflictividad elevada en dicho sector, observando sin embargo algunas diferencias respecto a
los motivos que impulsaron los conflictos: si bien durante los años 2001 y 2002 las protestas se
debían –especialmente en la región pampeana, interesante en el análisis por su mayor
rentabilidad- a la condonación de deudas, exención de impuestos, reclamos por subsidios o
reclamo de apertura de líneas de crédito, en el periodo 2006-2007 ya no se reclama por medidas
de reactivación económica, sino en contra de políticas comerciales (retenciones, restricciones a
la exportación) y la preservación de la renta. Entre estos dos periodos, si bien es cierto que el
nivel de conflictividad descendió en todos los sectores incluido el agropecuario, los autores
destacan un paro patronal en el agro muy importante: un lock out de 5 días (del 3 al 7 de marzo
de 2003)convocado por más de 30 organizaciones. Como se destaca en el artículo, es importante
constatar que ya en este paro coincidieron organizaciones como la FAA, la CRA y la SRA –
además de otras-, alianza que volveríamos a ver en el conflicto que estalló en 2008 a raíz del
nuevo régimen de retenciones móviles impulsado por el gobierno.

¿Cuáles son las conclusiones que los autores sacan del estudio de la conflictividad patronal en el
periodo? En parte, estas conclusiones apuntan sobre lo que ya dijimos anteriormente. El sector
rural sobresale en su conflictividad respecto al sector industrial y servicios en varios sentidos.
En primer lugar, porque es el único que a partir de 2006 reactiva sus protestas, eso sí, ya no en
contra de medidas estatales que reactiven el sector sino en contra de políticas de intervención
del estado sobre las rentas extraordinarias. En segundo lugar, porque a diferencia de los
conflictos en la industria y en los servicios donde las protestas eran llevadas adelante por los
sectores menos concentrados, en el campo sí se observan conflictos abiertos donde confluyen
tanto asociaciones de productores pequeños-medianos como la FAA, como las cámaras que
agrupan a grandes productores como la SRA, e incluso comercializadoras y otros representantes
de los sectores más concentrados de la cadena agropecuaria. Más aún, los autores afirman que el
conflicto por las retenciones móviles donde se observó una alianza entre diversas agrupaciones
de productores, no comenzó en 2007 ni en 2006, sino en 2003, durante el lock out de 5 días
mencionado, en el que confluyeron tres de las cuatro asociaciones (FAA, SRA, CRA), que
conformarían la mesa de enlace en el conflicto de 2008. La diferencia entre estas dos protestas
rurales es que en la primera, debido a la reciente crisis de 2001 y 2003 las cámaras
agropecuarias no consiguieron un apoyo social en otros ámbitos sociales ya que el reclamo
general era de “vuelta a la normalidad”, que según apuntan los autores convenía al sector
industrial que hegemonizaba el bloque dominante. En esta misma línea de análisis los autores
explican la protesta abierta por la que optaron las corporaciones rurales en términos de pérdida
de influencia a través de cauces institucionales debido al reacomodamiento de los sectores del
bloque dominante, donde el sector privilegiado fue el productivo. Para decirlo de otra forma los
autores afirman que si bien el sector agropecuario exhibió un mejor reposicionamiento al
interior del bloque dominante en términos económicos (altas rentabilidades), experimenta un
empeoramiento en términos políticos, lo cual es importante para comprender el sentido de la
protesta rural. Sumado a esto, y enmarcándolo en la dimensión histórica, los autores apuntan a
que la dependencia fisiológica del sector agropecuario en la estructura económica argentina, fue
confrontando dos proyectos antagónicos no solo en términos económicos, sino también en
términos de identidad política. Podría decirse que tal cuestión es la que estaba latente en el
conflicto de 2008 y se visibilizó de manera manifiesta en toda la retórica discursiva y retórica
desplegada por el Estado y el “campo”. Aún así, los autores no dejan de lado situar esta
dimensión política-cultural revitalizada en el conflicto de 2008 en el plano de una lucha real por
la hegemonía del conjunto de los propietarios rurales en alianza estratégica por el poder.

f) Comparación y crítica a partir de las reseñas.

A lo largo de esta reseña múltiple de cinco textos sobre el conflicto “gobierno-campo” de 2008,
hemos podido analizar sus dimensiones socioeconómicas, políticas y simbólicas, desde
diferentes ángulos y perspectivas, con las que cada autor o grupos de autores, recortaba el
problema. En este sentido, una primera cuestión a destacar es la propia complementariedad
existente entre los cinco artículos, cuyo estudio nos aporta una comprensión más profunda y
global sobre el alcance y significado del conflicto “gobierno-campo” de 2008.

Así por ejemplo, el artículo realizado por Arceo y Basualdo, interroga y analiza el conflicto de
2008 desde la posibilidad de una lucha de mayor alcance enmarcada en las tensiones al interiobr
del bloque de poder dominante. Este planteamiento requiere de un análisis temporal y espacial
que rebasa la esfera más inmediata de la batalla política “gobierno-campo”, ya que el tiempo y
el espacio social de los cambios en el patrón de acumulación y en las luchas en el bloque
dominante por conquistar la hegemonía, necesitan de un encuadre más amplio. Es por ello que
los autores analizan la evolución del sector agropecuario en relación a las transformaciones
estructurales de la economía argentina ocurridas desde 1976, distinguiendo los cambios
operados en su interior por factores internos y externos, con el fin de establecer los
condicionantes que hicieron posible el estallido del conflicto. Este tipo de análisis, que en este
caso tiene la virtud de estar argumentado sobre diversos datos empíricos y desarrollado de
forma ordenada y rigurosa, nos permite acercarnos al conflicto desde una mirada que rebasa la
coyuntura política concreta. Asimismo, permite plantearnos nuevos interrogantes e hipótesis
sobre el devenir político y social en el medio plazo, sobre la base de un movimiento más
amplio de la lucha por la hegemonía política y económica en la Argentina. Desde nuestro punto
de vista, este enfoque de corte más estructural, tiene sin duda una gran importancia para
comprender en un sentido más amplio lo concreto del conflicto, y que como hemos visto con la
lectura de los demás artículos, es crucial para interpretar los intereses en juego, los actores
principales, las alianzas construidas, y la dinámica propia del conflicto en todas sus
dimensiones. En este sentido, hemos podido observar cómo los diferentes autores, en función de
la matriz descriptiva-interpretativa de las transformaciones ocurridas en el sector agropecuario,
analizaban las alianzas del sector agrario y la trama de intereses comunes y enfrentados, desde
coordenadas diferentes y a veces, contrapuestas. Nos referimos en concreto a la relevancia dada
por los autores a los actores centrales de la contienda y a los intereses de fondo que estaban en
juego. Así por ejemplo, mientras que Arceo y Basualdo al igual que los autores del último
artículo visto, dejaban bien claro que los propietarios agropecuarios –especialmente los grandes
propietarios- son los que determinan el carácter general del agro, y la disputa mostraría un
intento del bloque agropecuario por ocupar un lugar protagónico en la esfera política de la cual
se hallaba relegado, pese a su importancia estratégica en la estructura económica de la
postconvertibilidad (e incluso su importancia para el “éxito” del modelo impulsado por los
gobiernos Kirchner), Marcelo Gómez ponía el énfasis en la diversidad y heterogeneidad de
intereses del agro, destacando la influencia de otros actores como semilleras, exportadoras y
pools de siembra. Y si bien Marcelo Gómez señalaba únicamente la presencia de otros actores
para reflejar la complejidad de la trama de intereses y analizar el papel de la pequeña burguesía
agraria y urbana, las autoras Carla Grass y Valeria Hernández, daban a estos nuevos actores
una importancia determinante rechazando el protagonismo de los grandes propietarios
tradicionales, en la misma línea de interpretación que el artículo titulado “Paro agrario,
crónica de un conflicto alargado”. Como podemos ver, la caracterización del agro a la luz de
las transformaciones sufridas en las últimas décadas es un punto de conflicto y desacuerdo entre
los investigadores. Y si bien es cierto que dependiendo la perspectiva y objetivo de cada
artículo, las consecuencias de interpretar esta cuestión de una u otra forma tienen diverso
alcance y da lugar a conclusiones que no tienen porqué ser diametralmente opuestas, sí
pensamos que es importante abordar esta cuestión. Nuestra visión al respecto, como se ha
podido entrever a lo largo de la reseña, se inclina más por el análisis realizado por Arceo y
Basualdo, que también es compartido por el Equipo de Conflicto y Protestas Sociales de la CTA
tal y como afirman en su artículo sobre las protestas patronales. Las razones fundamentales ya
han sido expuestas anteriormente y no vamos a repetirlas de nuevo. Sin embargo, a pesar de
nuestra posición al respecto, trataremos de ver hasta qué punto y en qué medida, los aportes de
cada uno de los artículos son válidos y si es posible asumirlos en una interpretación del
conflicto que integre las diferentes dimensiones.

El artículo de Marcelo Gómez, por ejemplo, así como el de las autoras Carla Grass y Valeria
Hernández se interroga acerca del papel destacado que, a su juicio, jugaron en la contienda la
pequeña burguesía agraria y urbana, en el primer caso, y los llamados grupos de productores
autoconvocados en el segundo. Ambos artículos tienen en común el hecho de estar centrados en
actores concretos, con el fin de examinar su composición social, su posición en la trama de
intereses y las dinámicas de construcción de la legitimidad de sus reclamos y sus novedosos
métodos de protesta, para tratar de esclarecer cómo fue posible una alianza social en torno al
“campo” cuando los actores que la conformaban eran tan diversos y heterogéneos. También se
preguntan cómo explicar que fueran estos sectores de la pequeña y mediana burguesía, los que
protagonizaran la movilización social con la intensidad, extensión y duración con la que se
mostró. Estos artículos, si bien es cierto que parten de un repaso de la evolución del sector
agropecuario cuyos hechos significativos coinciden con algunos destacados por Arceo y
Basualdo, abordan la contienda en su dimensión simbólica, cultural, perceptiva e ideológica.
Para los autores, si los cambios en el agro han dado lugar a un escenario mucho más complejo
donde entran en juego nuevos actores de extracción diversa que han sido los protagonistas de las
intensas movilizaciones, esta alianza no puede ser explicada desde el “viejo” escenario
socioeconómico, donde los grandes propietarios pampeanos representados en la SRA
desempeñaban el rol fundamental. En nuestra opinión, las alianzas y apoyos sociales en torno al
agro, pueden tener que ver efectivamente, con las transformaciones en las dimensiones
simbólicas e identitarias surgidas al calor de la tecnologización del campo y la incorporación de
nuevos actores, con nuevos perfiles socioeconómios y culturales. De igual manera, como señala
acertadamente Marcelo Gómez en su artículo, esta alianza que movilizó también a sectores
urbanos se explica en buena parte por las aspiraciones de ascensión social que germinaron en las
clases medias y pequeño burguesas al calor del ciclo expansivo de la economía, que partía de
una crisis sin precedentes, y que rechazaba la retórica polarizante y redistributiva de un
gobierno que además, cometió serios errores “tácticos” en la batalla por el sentido común. Sin
embargo, todos estos elementos que operaron en el nivel más ideológico y que cristalizaron en
una alianza contra el gobierno, sobre la cual se desplegaron formas de lucha no habituales en
una protesta patronal por preservar unas ganancias extraordinarias de un sector concreto, no
tienen porqué tener su “base material” en un cambio fundamental de los actores que
desempeñan un papel central en el agro. Si bien es sugerente la tesis de que son los nuevos y
diversos actores del agronegocio y del “modelo sojero” quienes lideran la producción agraria en
detrimento de los propietarios de tierras, que además concuerda en apariencia con la diversidad
de actores existentes bajo el engañoso bloque homogéneo del campo que ayudó a construir el
gobierno, esto no significa que tenga que ser así. Más aún cuando los mismos autores afirman
que no hay datos referentes al papel que juegan actores como los pools de siembra. Nuestra
opinión coincide con las explicaciones dadas por estos autores en el sentido de que constatar
esta complejidad, ayuda a comprender los mecanismos por los cuales se generó tan particular
alianza, y explicar por qué fue posible construir una legitimidad y un respaldo social, acorde a
los intereses del bloque agropecuario. Sin embargo, esto no es incompatible con la centralidad
de los propietarios en la producción agropecuaria. Pensamos que los grandes terratenientes
“tradicionales” así como otros propietarios medianos o incluso pequeños, han podido
experimentar transformaciones en sus identidades como indican estos autores sin dejar de jugar
por ello un papel central en el agro. Por el contrario, pensamos que estas transformaciones en
las dimensiones señaladas han contribuido a diluir su identificación con la “vieja oligarquía” y
sentar las condiciones para que, en una coyuntura concreta como la analizada, en la que un
gobierno con un discurso industrialista y redistributivo con el que amplios sectores sociales no
se sienten identificados, estos sectores, amplios y heterogéneos, puedan apoyar a un “campo”
vaciado de toda connotación negativa, que se autorepresenta y se percibe como honesto,
trabajador y emprendedor frente a un gobierno “confiscatorio”, “autoritario” y “corrupto”.
Como afirmaron los autores del cuarto artículo analizado en base a varias entrevistas que
realizaron durante las protestas, los miembro de la SRA eran percibidos como “capitalistas
argentinos preocupados por la producción del país”. Efectivamente, pensamos que el sector
agrario ha experimentado importantes transformaciones que han complejizado un escenario en
el que ya no están tan claros los actores sociales que hay detrás. En concreto, la evolución en las
formas de propiedad, gestión, y explotación de la tierra, ayudan a desdibujar el escenario y hace
más dificultoso ver qué actores sociales y qué intereses se encuentran tras un conflicto
coyuntural como el de 2008. Esta complejidad, pensamos que debe ser tenida en cuenta y es
especialmente importante para desentrañar los mecanismos que explican la construcción de la
legitimidad y que operan en la esfera subjetiva de diversos sectores. Sin ella, la pregunta del
cómo son posible alianzas entre sectores heterogéneos no puede ser agotada. Pero al mismo
tiempo, dicha complejidad debe ser reducida en algún momento si lo que queremos es captar
una dimensión más amplia de la batalla política y económica, por lo que es necesario estudiar
con apoyo en evidencias empíricas, rasgos fundamentales que definan el comportamiento
general de un sector económico y cuáles son los actores centrales que le imprimen dicho
carácter, en base a unos intereses comunes. En esta misma línea y a modo de conclusión final
podemos ver cómo los artículos analizados nos revelan las contradicciones y dialéctica de toda
investigación: para encontrar un explicación que gane en profundidad no podemos dejar de lado
toda la complejidad de la realidad social; pero al dar cuenta de toda la complejidad también
corremos el riesgo de perder toda referencia y ser incapaces de encuadrar la coyuntura en un
cuadro más general, que nos permita relacionarla con el pasado y al mismo tiempo nos sugiera
hipótesis de futuro. Ambas perspectivas por lo tanto, deben tratar de complementarse para una
mayor comprensión de las diversas problemáticas de nuestras sociedades.

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