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No es requisito la edad para el valor, ni la victoria para la gratitud: Escipión el Africano

Por: Patricia Díaz Terés


“El coraje no se puede simular: Es una virtud que escapa a la hipocresía”.
Napoleón I
Comúnmente, al hablar de los grandes generales de la historia, se nos vienen a la cabeza nombres
como Julio César, Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte o George S. Patton; sin embargo, existen algunos
que, aunque menos conocidos, realizaron hazañas que salvaron de la catástrofe a sus imperios o naciones.
Encontramos entonces en el Imperio Romano a un joven que poseyendo extraordinario valor e
inigualable carisma, enfrentó a uno de los más terribles enemigos de su patria, el cartaginés Aníbal Barca;
se trata de Publio Cornelio Escipión hijo (235-183 a.C.), más conocido como Escipión el Africano.
Publio era hijo de un Cónsul -de quien heredó el nombre- y una mujer llamada Pomponia,
proveniente de una familia de “caballeros” –clase emergente en Roma monetariamente fuerte, pero sin
nobleza de linaje-; de esta manera, perteneciendo la familia a la clase de los patricios –en la cual era
requisito indispensable que uno o más antepasados fuesen cónsules- el pequeño Cornelio aprendió de su
madre los hábitos de conducta y las primeras letras, mientras su padre lo instruyó en el árbol genealógico,
administración de propiedades, Derecho básico romano y el sistema político del Imperio.
Siguiendo la carrera militar, Escipión acompañó a su padre en las campañas de la Segunda
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Guerra Púnica , cumpliendo la mayoría de edad al mismo tiempo que ésta inició en el 218 a.C.; habiendo
recibido el experimentado Cónsul la misión de cortar el paso al implacable Aníbal –quien decididamente
marchaba hacia Italia-, los ejércitos se enfrentaron siendo rebasados los romanos a orillas del río Tesino.
Estando el padre de Publio en grave peligro, el muchachito decidió cargar él solo contra el ejército
cartaginés para dar ejemplo a sus compañeros y salvar la situación; tan repentino –y seguramente a los
ojos de Aníbal increíble- ataque tomó a los enemigos por sorpresa, por lo que rompieron su formación.
De regreso en el campamento el Cónsul saludó a su hijo ante su ejército como su salvador. Tras la
inesperada victoria los Escipión volvieron a casa; sin embargo el descanso fue corto, ya que apenas
recuperóse el padre de las heridas sufridas, el veterano militar partió a defender el río Ebro –Hispania
(España)-, donde se encontraba otro miembro de la ilustre familia, Gnaeus Escipión.
Pero el ataque de los cartagineses fue demasiado cruento en la cabecera del río Guadalquivir, por
lo que durante la lucha resultaron muertos tanto Publio Cornelio (padre) como su hermano; de este modo,
poco a poco las defensas romanas fueron menguando, llegando en 211 a.C. a ser sólo 9 mil los legionarios
que se oponían al avance de Cartago, que a la sazón tenía en sus filas más de 45 mil guerreros.
No obstante el joven Escipión de 24 años –quien ya había sido tribuno militar a los 19 y edil
curul a los 22- no había permanecido inactivo, sino que había estudiado las estrategias militares de Aníbal;
observando el temor que Hispania provocaba en sus compañeros milicianos y políticos, Publio decidió
subir al tribunal para presentar su candidatura como Pro-Cónsul, moción que fue aceptada por unanimidad.
Una vez conseguido su objetivo, Escipión partió sin tardanza hacia la Península Ibérica llevando
con él diez mil hombres de infantería y mil de caballería; una vez ahí, ubicó su cuartel general en la región
de Tarragona, donde decidió que atacaría la ciudad de Cartago Nova, bastión enemigo.
Sabiendo que los ejércitos cartagineses se hallaban a diez días del lugar, Publio Cornelio
emprendió la marcha; colocando bajo sitio una ciudad con murallas supuestamente infranqueables. La
suerte sonrió al romano cuando un cambio en la marea de la laguna situada al norte de la ciudad –
adjudicado por las leyendas a la divina intervención del dios Neptuno- le permitió llevar a cabo la ofensiva.
De esta manera, además de conquistar una estratégica localización y de lograr que gran cantidad
de tribus ibéricas se sumaran a su causa, Escipión ganó provisiones, minas de plata, rehenes y una bahía
donde ubicó su base para coordinar su avance hacia el sur y entrenar a sus soldados. Así, modificando su
armamento –proveyó a su ejército con espadas cortas españolas de fácil manejo- y la formación tradicional
-reduciendo las unidades de infantería- dotó a sus batallones de una mayor flexibilidad para maniobrar,
cruzando en 210 a.C. el Ebro con más de 25 mil hombres, dejando a Marcus Silanus para defender la línea
del río con 3 mil 500 soldados. Enfrentó entonces a Asdrúbal Barca, en Baecula e Ilipa (cerca de Sevilla),
venciendo en ambas ocasiones y logrando que finalmente el último refugio cartaginés en Hispania –Cádiz-
cayera en manos romanas en 206 a.C.
Tras estas campañas, Publio Cornelio fue elegido Cónsul por unanimidad. A pesar de los triunfos
aún faltaba sacar a Aníbal de las tierras italianas, pidiendo entonces Escipión permiso al Senado para
atacar las bases cartaginesas en África; tras conseguir la ayuda de los Pomponios y los sicilianos, y
habiendo enviado en avanzada (205 a.C.) a Gaius Laelius para entablar alianzas con los jefes numidas
Masinissa y Syphax –accediendo sólo el primero, convirtiéndose en amigo de Escipión- el general partió
hacia el continente negro (204 a.C.) al mando de 50 navíos en los que transportaba 25 mil combatientes.
Provocando los romanos la caída de Útica (en el actual Túnez), los cartagineses se vieron
obligados a llamar en su auxilio a Aníbal. Cuando éste arribó, los dos generales se encontraron en un punto
intermedio para tratar de salvar la situación por vía diplomática; sin haber podido llegar a un acuerdo,
Aníbal y Escipión se separaron, sentenciando éste: “Preparaos para la guerra ya que no pudisteis soportar
la paz”. La estrella brilló nuevamente sobre el romano, quien después de enfrentar a un ejército que contaba
entre sus filas con 80 elefantes y numerosos mercenarios celtas, moros y ligurianos -además de los
valientes cartagineses-; obtuvo una legendaria victoria en la batalla de Zama (202 a.C.), hecho que le valió
el apelativo “Africanus”, siendo el primer general romano en merecer el título de la tierra conquistada.
Aclamado por sus hombres como Imperator (emperador), vitoreado por el pueblo y admirado por
los políticos –fue nombrado Princeps Senatus (199 a.C.)-, pronto despertó envidias entre sus colegas,
siendo quien descargó el golpe Marco Porcio Catón, acusando a Publio Cornelio y a su hermano Cneo
de haber acaparado las indemnizaciones exigidas al rey sirio Antíoco III, el Grande de Asia Menor.
Profundamente indignado, Escipión el Africano rompió los papeles incriminatorias en el caso de su
hermano ante un atónito tribunal; mientras que ni siquiera se dignó a comparecer cuando él mismo fue
acusado, acudiendo el día de la citación al templo de Júpiter, en el aniversario de su triunfo en Zama.
Sin soportar más las intrigas de la capital, el general decidió retirarse a su villa de Literum en la
Campania, donde se dedicó a estar con su familia –estaba casado con Aemilia y tenían dos hijos, Publio y
Lucio- y a cultivar pacíficamente la tierra, resintiendo el resto de su vida la terrible ingratitud del Imperio, a
tal grado que en su tumba mandó a esculpir el epitafio: “Patria ingrata, no posees ni siquiera mis huesos”.
Habiendo sido un militar de magnífico valor y envidiable inteligencia, así como un carismático
político, Escipión el Africano –cuya vida ha sido recientemente novelada por Santiago Posteguillo en el
libro “Africanus” (2010)- realizó durante su vida tan grandiosas empresas, que tristemente puede esclarecer
las palabras del dramaturgo español Jacinto Benavente: “Poco bueno habrá hecho en su vida el que no
sepa de ingratitudes”.
**Para mi gran amiga Maritxu, ávida lectora de novelas históricas.
FUENTES:
“El Vencedor de Aníbal”. Aut. José Antonio Monge Marigorta. Historia National Geographic. No. 18 España,
agosto 2005.
“Publius Cornelius Scipio Africanus”. Aut. Howard Hayes Scullard. www.thelatinlibrary.com .
“Scipio Africanus”. Aut. D. Kent Fonner. Military History Magazine. Marzo 1996.

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En las tres Guerras Púnicas se enfrentaron Roma y Cartago, entre 264 a.C. y 146 a.C.

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