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en el Chile de Hoy
Debate y Conclusiones
Docencia
La etimología de la palabra educación nos remite al latín “ducere”, que significa
“conducir”. Desde ahí, la educación suele comprenderse como el desarrollo metódico
de las facultades y aptitudes de una persona para alcanzar una perfecta formación
adulta. Tal definición lleva consigo de manera implícita que el papel activo queda
reducido a la figura del educador, conductor del proceso y transmisor de los
conocimientos. Por su parte, el educando es considerado un ente pasivo, asimilador de
la información entregada. Así, el “alumno” -a/lumen, privado de luz-, saldría “de un
estado primitivo 'de naturaleza', es decir, de supuesta ignorancia total, para sumarse a 'la
civilización'”1. Sin embargo, desde otro enfoque la educación también es entendida
como “un proceso de aprendizaje permanente, colectivo y dirigido a promover en las
personas el desarrollo de facultades coadyuvantes tanto de su realización como de una
construcción social justa y participativa”2.
1 Coppens, Federico y Van de Velde, Herman. Curso Técnicas de Educación Popular. Programa de
Especialización en “Gestión de Desarrollo Comunitario”. CURN/CICAP. Estelí, Nicaragua, 2005, pág. 4.
2 Uabierta, Foro Educación Escolar en Chile: Debate y Conclusiones, Santiago de Chile, 2010.
3 Cfr.: Sanabria, Francisco. La Educación Popular: Panorámica de un Fenómeno Socio-Cultural
moderno. En: Revista de Estudios Políticos, N°141-142, mayo/agosto, 1965, págs. 128-129.
4 Coppens, Federico y Van de Velde, Herman. Op. Cit, pág. 2.
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Uabierta... hacia la creación participativa de conocimiento
Investigación
La educación popular surge como alternativa -o necesidad- frente a las carencias
de la educación formal. En Chile durante el siglo XIX, la educación formal estaba
restringida a la élite que se reproducía en los círculos del poder estatal y financiero. En
este escenario, Estado e Iglesia establecían una unidad que sustentaba un sistema
educativo que funcionaba como mecanismo de aseguramiento de dicha reproducción.
Sin embargo, promediando el siglo, sectores de una incipiente pequeña burguesía
productora desarrollaron un movimiento de carácter mutualista en el que destacaron las
sociedades de artesanos, las cuales se proponían asegurar la instrucción de sus asociados
y de sectores populares en general, quienes eran excluidos de los círculos oligárquicos.
Junto a este objetivo, las sociedades de artesanos se planteaban la práctica educativa
como forma asociativa que les permitiera tener un nivel organizacional capaz de
levantar un discurso propio frente al de la oligarquía.
Ejemplo de estas experiencias es la Sociedad de Artesanos de La Serena fundada
en 1862. Esta organización establecía en sus estatutos un profundo compromiso con la
educación pública, entendiendo por tal el acceso libre a las clases para cualquier
persona. Según Miguel Fuentes Cortés, “esto queda aún más claro en su labor
educativa, ya que la escuela –fundada en 1874- era ‘de artesanos’ y no ‘para artesanos’,
en la cual podía asistir cualquier persona que así lo quisiese”19.
No obstante lo anterior, la Escuela Nocturna de la Sociedad de Artesanos de La
Serena presentaba un problema de deserción que se repite en las prácticas de educación
popular de hoy. Según las estadísticas extraídas por Fuentes Cortés, el descenso de la
asistencia media mensual se concentra en los meses de noviembre y diciembre, “esto se
producía por el temor de reprobar los exámenes finales”20.
Hacia el término del siglo, irrumpía en el escenario nacional un nuevo actor
político y social constituido por el movimiento obrero organizado, el cual marcaría un
hito en el desarrollo de la educación popular. Luis Emilio Recabarren, con sus anhelos
por desarrollar la conciencia de clase en los trabajadores chilenos, mediante los
programas de alfabetización e instrucción, representa un nuevo estadio en los proyectos
embrionarios de educación popular, puesto que no sólo se trataba de la formación
intelectual en sí, sino que también consideraba la práctica educativa como un modo de
articulación.
Ya durante el siglo XX, con la instalación del Estado social benefactor en la
década de 1930, el movimiento popular experimenta un cambio significativo respecto
de su capacidad autoeducativa. El Estado asume como propia la tarea de educar a los
sectores más desposeídos, así como también de mejorar sus condiciones materiales de
vida; por otro lado, los partidos políticos de clase se insertan en la institucionalidad.
Estos dos elementos adecuan la educación popular desde la práctica asistémica hacia
formas organizadas a través de los partidos políticos representantes de la clase obrera.
En 1919 la Federación Obrera de Chile (FOCH), fundada 10 años antes,
reformula sus orientaciones y se transforma en una organización que representa la
unidad sindical. Según Pedro Milos y Mario Garcés, “los propósitos mínimos de la
FOCH, dan perfecta cuenta de un doble proceso que caracteriza al movimiento obrero
en estos años. Por una parte, alcanzar mejores condiciones de vida y de trabajo
confrontando al capital y al Estado. Por otra, su insistencia en la unidad, la organización
local, la educación y la sociabilidad obrera con el objeto de hacer ‘mas poderosa’ a la
organización obrera”21. Esta realidad contrasta radicalmente con las orientaciones de la
actual Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Aunque la sindicalización “libre”,
establecida durante la dictadura, dificulta la constitución de una central sindical única,
aquélla no la hace imposible, pues no se prohíbe a los trabajadores agruparse en una
sola multisindical. Esta situación puede explicarse, entre otros motivos, por un
problema de conducción de la CUT, donde la función educativa es realizada a través de
la Fundación Instituto de Estudios Laborales (FIEL), que tiene dentro de sus programas
a la Escuela Nacional Sindical (ENS) en la que se forma a los trabajadores para
desenvolverse dentro de los marcos establecidos por la institucionalidad. Además, la
22
Cfr.: http://www.sindicalchile.cl/
23 Cfr.: Bustos Titus, Luis. Los Discursos y Prácticas de la Educación Popular: 1973-1990. En Revista de
Historia y Ciencias Sociales, Universidad ARCIS, Santiago de Chile, año 1, N°1, 2003, págs. 41-64.
24 Cfr.: http://www.piie.cl/portal/index.php?option=com_content&task=view&id=62&Itemid=88
25 PNUD. Desarrollo Humano en Chile. Más Sociedad para Gobernar el Futuro. Santiago de Chile,
2000, pág. 17.
26 Op. Cit., pág. 114.
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Uabierta... hacia la creación participativa de conocimiento
con los estándares de asociatividad, no calificaría dentro del mapa. Este es uno de los
problemas que existe para sistematizar la información sobre el estado de la educación
popular en Chile.
En la actualidad la educación popular está en una encrucijada, donde los nuevos
aprendizajes deben vincularse a los movimientos sociales, so pena de agotarse en la
mera expresión docente sin alcanzar una articulación coherente en función de un
discurso y una práctica política crítica de los valores de la sociedad dominante. Esta
situación hoy nos abre la puerta a un debate potencialmente enriquecedor, en tanto nos
permita establecer una diferencia entre un modelo de educación popular centrado en las
prácticas pedagogicistas (asistencialistas) y otro que restituya las prácticas políticas y
sociales de carácter alternativo y autónomo respecto de las carencias de la educación
formal27. Algunas experiencias de educación popular nos permiten afirmar que la
primera clasificación es la que predomina en los llamados preuniversitarios populares,
que en el fondo remiten al posible acceso a la educación superior a sectores de menos
recursos. Centros religiosos, sedes vecinales, bibliotecas públicas e incluso iniciativas
generadas por municipios, son sedes de muchos preuniversitarios que se autodefinen
como populares, sin explicitar una práctica social y política. Otro problema es la
convocatoria, puesto que también existen preuniversitarios populares que declaran su
absoluta convicción de querer formar estudiantes críticos y comprometidos con el
devenir de los sectores populares, pero la intención de quienes se interesan por
participar habitualmente es utilitaria. No es posible, pues, atribuir a la educación
popular en Chile un carácter homogéneo, sino más bien constatar la existencia de
múltiples experiencias con diversidad de objetivos. Sin embargo, vinculado a la falta de
datos oficiales sobre la materia, se encuentra el hecho de que, en general, los proyectos
de educación popular han mostrado una profunda incapacidad de generar datos propios
para el análisis de la realidad que pretenden cambiar. Sin producir conocimiento propio,
no se puede disputar el espacio a la institucionalidad.
Extensión
En el escenario actual la educación popular nos presenta distintas experiencias.
Por una parte, prácticas pedagógicas centradas en la reproducción de la realidad social,
que buscan amortiguar la expresión del déficit del modelo educativo vigente. Por otra,
las dirigidas al campo de la política y el trabajo social.
El Preuniversitario Popular Víctor Jara nace el año 2001 y sus sedes se ubican en
San Ramón, La Pintana, La Florida, la Escuela de Gobierno de la Universidad de Chile
y la Biblioteca de Santiago. Uno de sus principales objetivos consiste, según Javier
Celis, tutor del preuniversitario, en “entregar herramientas y técnicas pedagógicas
tendientes a potenciar los conocimientos específicos necesarios para que los estudiantes
de establecimientos públicos de sectores de bajos recursos puedan enfrentar y aprobar
los desafíos de las pruebas de selección universitaria”28. Sin embargo, no existen
objetivos pedagógicos conducentes a estrechar lazos con las organizaciones sociales.
Los estudiantes del preuniversitario “no se vinculan con las redes sociales, los alumnos
del Instituto Nacional Barros Arana y el Confederación Suiza traen un arraigo social de
su colegio, la ocupación territorial como tal no existe, más bien como un arraigo
precedente”29.
El colectivo Luciano Cruz Aguayo dio origen, después de seis años de actividad,
al preuniversitario popular del mismo nombre, que comienza a funcionar en 2010 en el
Centro Educacional Mirador, comuna de San Ramón. Su objetivo, según Marcela
Muñoz, directora del preuniversitario, es “golpear y enfrentar el sistema educacional…
empecemos a crear conciencia, agarrándonos de una necesidad, como necesidad latente,
que es llegar a la universidad, porque es lo que te vende el mercado, o sea, tú estudia,
endéudate, y puedes salir de la pobreza… Pero digámosle a los chicos que necesitan
despertar socialmente”30. Respecto de la posición de estrechar lazos con otras
organizaciones de educación popular, la respuesta es “no, no hay ninguna”, pero
“tenemos la opción y el deseo, de hecho escrito, de participar con todas las
organizaciones sociales”31. El trabajo que realiza este preuniversitario incluye un
Programa de apoyo a Padres y Apoderados y otro de Orientación Vocacional, que
contempla charlas y talleres. Además, se condiciona la permanencia de los estudiantes a
determinadas metas de asistencia.
Actualmente, la educación popular nos lleva a identificar una fractura entre los
estudiantes y su entorno. Ellos no participan en las organizaciones sectoriales y
poblacionales. La producción de conocimiento queda, pues, disociada de las
comunidades. Hoy no hay instancias de participación ni actores responsables de
impulsar la articulación de nuevas relaciones sociales que encaminen a la generación de
29
Ibíd.
30 Entrevista con Marcela Muñoz, directora del Preuniversitario Popular Luciano Cruz Aguayo.
Realizada el 9 de octubre de 2010.
31 Ibíd.
32 Entrevista con Ignacio Moya, director del Centro Cultural Santa Corina. Realizada el 18 de octubre
de 2010.
33 Ibíd.
34 Ibíd.
35 Uabierta. Educación Escolar en Chile: Debate y Conclusiones. Santiago de Chile, 2010.
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Uabierta... hacia la creación participativa de conocimiento
Autonomía
El concepto de autonomía (αὐτονοµία) viene del griego autó, uno mismo, y de
nomos, norma o regla, teniendo, según la Real Academia Española, un significado
equivalente a lo que en el dialecto chileno entendemos por autodeterminación36. En
tanto, la definición de comunidad autónoma alude a una entidad territorial dotada de
independencia legislativa y competencias ejecutivas, así como la facultad de
administrarse mediante sus propios representantes37. El problema de esta segunda
concepción es que se refiere a elementos propios de la organización interna de España,
de modo que se trata de autonomía vinculada a la institucionalidad. Podemos decir que -
en un sentido estricto- autonomía es sinónimo de política, de disputa de poder en
espacios limitados por distintos planos y grados de importancia. Sus condiciones de
existencia suponen más que la voluntad de los individuos que integran la sociedad, ya
que la sola presencia en el espacio público de entidades regidas por normas de derecho
privado implica grados diversos de tensión con el poder central del Estado, cuya
gobernabilidad podría llegar a verse afectada, tanto a favor como en contra, por la
existencia de comunidades autónomas, es decir, aquellas cuya gestión no depende en
absoluto ni en grado alguno de la voluntad del Estado.
36
Cfr.: Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española, Madrid, 1992, pág. 528.
37
Ibíd.
38
Cfr.: Pavón, Armando & Ramírez, Clara. La Autonomía Universitaria, una Historia de Siglos. Revista
Iberoamericana de Educación Superior, México, D.F., núm. 1, vol. 1, 2010, págs. 157-161.
39
Cfr.: http://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=13031
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Uabierta... hacia la creación participativa de conocimiento
40
Cfr.: http://www.educacionpopular.cl
41
Ibíd.
42
Cfr.: http://www.cgtmosicam.cl/Noticia_377.htm
43
Cfr.: http://villasur.iespana.es/
44
Entrevista a Ignacio Moya, director del Centro Cultural Santa Corina, realizada el 18 de octubre de
2010.
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Uabierta... hacia la creación participativa de conocimiento
Conclusiones
La educación popular es un concepto en pugna entre aquellos que lo acogen
como dinámica complementaria -y, por tanto, de justificación del modelo vigente- y
quienes se aglutinan asimilando el proceso de aprendizaje como una herramienta
participativa para el ejercicio de la crítica y la transformación de la realidad con miras a
construir una sociedad justa. Este último enfoque constituye un desafío altamente
significativo en un país donde los niveles de desigualdad en el ingreso se expresan
también en profundas asimetrías respecto de la posibilidad de acceder a una educación
formal de calidad. Las prácticas vinculadas a este esfuerzo son de larga data en Chile,
pasando de experiencias como las sociedades de artesanos en el siglo XIX al proceso de
autoeducación que, en un nivel superior de articulación, lideraron a comienzos del siglo
XX Luis Emilio Recabarren y la FOCH. En las últimas décadas, entidades sectoriales y
territoriales han dado vida a centros culturales, escuelas y preuniversitarios populares,
pero en general tales proyectos no se plantean como objetivo la excelencia académica y,
además, exhiben una profunda incapacidad para investigar y generar datos a partir de la
realidad. Sin producir conocimiento de ese tipo, por cierto, no es posible disputar
espacios a la institucionalidad. En esa perspectiva, estrechar lazos con el entorno social
constituye un aprendizaje que, en tanto tal, adquiere estatura estratégica, toda vez que
permite colectivizar la reflexión, fortalecer las organizaciones e instalar el debate y la
creación de conocimiento en el seno mismo de las comunidades. La educación popular
deviene, así, en una lucha ética y política, justamente porque la ignorancia es una de las
principales condiciones asociadas a la vulnerabilidad de los grupos sociales
mayoritarios. Lograr la autonomía en la construcción de ese emprendimiento supone un
camino arduo, en el que muchas veces las organizaciones transan para acceder a fondos
generados con fines sistémicos y, por tanto, terminan cooptadas. En efecto, la historia
muestra cómo la dependencia económica termina fagocitando iniciativas de educación
popular precisamente cuando ellas comienzan a recomponer el tejido social. Crear
contextos de educación popular contribuye a democratizar la sociedad, en la medida en
que abre canales de participación en los que el aprendizaje supera la burbuja del aula y
se instala en las organizaciones, desde donde se ha de apelar a un nivel de compromiso
que haga del saber un instrumento de cambio que vaya más allá incluso de la gratuidad,
pues ésta no basta para cubrir los costos reales implicados en el acto de estudiar ni frena
por sí sola la deserción que se verifica en los sectores de más escasos recursos.
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