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R I C A R D O A. L.A T C H A M
Vida ¿e
anuel
El Guerrillero
E D I T O R I A L N A S C I M E N T O
SANTIAGO CHILE
1932
3 propiedad del editor.
i
inscripción número 2629.
1riipfeso en i osTalleres de
la EJiforial Nascirnento
N.o 1167 = Ahumada 1 2 5 =
\entiago de Chile. 1932
i !
i
Vsnuel Rodríguez
Obras del Autor
ESCALPELO
(Ensayos criticos). 1926.
CHUQUICAMATA ESTADO YANKEE
1926.
ITINERARIO DE LA INQUIETUD
( V i a j e s ) 1931.
DE P R ~ X I M AP U B L I C A C I ~ N
.................................................... 9
I. gio. la Universidad 13
II . L a Independencia .............................................................. 35
III . La Dictadura de Carrera-Rodríguez conspira en 1811, en 1813
y en 1814.................... ....................... 51
IV. iA Mendoza! ia Mendoza!-La ...................... 91
V. El campamento del Plumerillo .......................................... 103
VI. La Corte de Marcó del Pont.-EI-~agitador en acción.-El huaso
Neira ...................................................................... 127
VIL El asalto de Melipilla ........................................... 159
VI11. El ataque a San Fernando.-Ei guerrillero .............................. 171
IX. La vida popular de Rodriguez.-Sus ideas y amoríos ............. 185
X Después de Chacabuco.-Las últimas guerrillas ........................ 201
XI. El eterno descontento.-La invitación al viaje ....................... 217
XII . De Cancha Rayada a Maipo.-La Dictadura de Rodríguez.-Los
Húsares de la Muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
XIII . El Cabildo del 17 de Abril.-Prisión del Tribuno .................... 253
SIV Camino del Puerto.-El asesinato de Tilti1.-El misterio de la
muerte .................................................................. 265
Bibliografía .............................. ............................ 214
TlVTRODUCCION
10 RICARDO A. LATCHRM
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f8 RICARDO A. LATCHAM
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MANUEL RODR~GUEZ 19
El paseo de la Cañada
24 RICARCO A. LATCILZM
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IZAX'UZL RODRIGUEZ
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MANUFL RODRíGUEZ
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des, no percibía sino síntomas lejanos” ( 1 ) .
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\IANUFI RCDRíGL'LZ
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40 L. ‘‘ R ~ O 1. I A r< 1 I 1~
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El Tajamar
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RICARDO A. L A T C H A M
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nubios con una sólida campesina o con una cencefia china chim-
bera, lo apartan del mundo elegante para elegir la compafíera
de su vida. Más tarde se liará con una cuyana, que pasa a esta
banda cabalgando en briosa mula.
Para Rodríguez la vida tiene encantos positivos y nunca
deja este rumbo que lo hace llegar a la muerte en instantes en que
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MANUE L RODRIGUEZ 47
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- MANUEL RODR~GUEZ 55
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56 RICARDO A. LATCI-IAM
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58 RICARDO A. LATCIH4M
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montaba a caballo eran el tema de todas las conversaciones en
la capital.
El Congreso recientemente elegido, y en e1 que Manuel
Rodríguez desempeíia el cargo de diputado por Talca, era mal
mirado por todo el mundo. En su seno se albergaban muchos
:noderados y un poderoso núcleo de los eternos conciliadores
que forman la esencia del carácter chileno, que calificó Mon-
sieur Barrere, al referirse a los hijos de este suelo, como atitó-
inatds de la América lweridional.
L a revolución se estaba desacreditando por su lenidad en
cmjurar e! posible peligro de una reacción espaííola. Se daban
títulos milkares a los partidarios del antiguo régimen y se in-
daba con pies de plomo en la remisión de pólvora para la otra
tanda. Esta atmósfera de paz exasperaba a los exaltados,
en cuyo seno ha118 Carrera el mayor apoyo.
Rodríguez miraba en un comienzo con calma los sucwx
de la revolución y su astucia le parecía indicar que su papel
debk reservarsii para una oportunidad más cabal. Pero la Ile
gada de su antiguo condiscipuio y el entusiasmo comunica&
de su verbo hicieron el milagro de exaltarlo rápidamente. Asi-
rnisnio sicedió con otros moderados que, por convicción o por
conveniencia, IIQ se resolvían a desenvolver una actuación de-
cisiva en 10s sucesos que apasionaban a los criollos y chapeto-
nes de Chile.
Carrera estaba mal conceptuado en algunos círculos ma-
jigntos. E! obispo y su camarilla lo creían un volteriano y un
libertino. Antes de irse a Europa su fama de galantzionzo se
habia desarrollado con estridentes aspectos. En una ocasión
MANUEL
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RODRíGULZ
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Provocáronse otras medidas que levantaron recelos en los
círcrdos eclesiacticos, de suyo susceptibles y quisquillosos con la
mal: t fama de los Carrera. Se suspendió el envío a Lima del
dinecc destinado al Tribunal de la Inquisici8n y la abolición
¿e l(1s derechos parroqliiales hizo que un núcleo del. clero mirase
tal aiudacfa como obra del propio demonio.
Pero como si esto fuese poco, se hicieron todavía mis in-
nova ciones: se declaró libre a todo individuo nacido en Chile,
5e p1rohibió la internación de esclavos, se preparó ¡a fundación
Juego de bolas
MANUEL RODR~GUEZ 7i
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ci-9 er_ ~hi!!;? e 2 vez ci,e sef: naturz! de E ~ p f i 2ccxc &C?Z kl.
No obstante, Carrera reconoce en el juicio seguido con los
conspiradores que se valió de Torres para sonsacar datos a los
presos, quienes provocaban sus sospechas desde mucho tiempo
antes.
Manuel Rodríguez fué rodeado y arrestado por soldados
con bayoneta calada. Se le condujo a la cárcel, donde pronto lo
acompañaron sus dos hermanos, Argomedo, el escribano Ala-
rnos, el regidor José Miguel Astorga, don José Tomás Urra,
don José Lorenzo de Urra, don blanuel Orrián (O’Ryan) , don
Pedro Estéban de Espejo, don Manuel Solís, los domínicos pa-
dres José Fúnes e Ignacio LMujica y el mercedario fray Juan
Hernández (1).
Se siguió con este motivo un sumario activísimo que ocu-
pó varios legajos, el que duró hasta marzo de 1813. En su curso
abundaron las declaraciones y sz llegó a la conclusión de que
exmía conspiración, la que habría consistido en la toma de los
tres cuarteles y !a muerte de los Carrera. Don José Miguel Ca-
rrera, en su Didrio Militar, reconoce más tarde que los Rodrí-
guez sólo qurrían separarlo del mando y enviarlo en comisión
af extranjero.
\
Este tacha a los inqui tos hermanos Rodríguez de “maliciosos
u
( 1 ) En la de ensa de on Ambrosio Rodríguez se leen las siguientes
referencias dignas tación: “La facción llamada rozina ha mira-
do silempre como enemigo a don hfanuel Rodríguez. Este era solicitado
por uno de los (vocales de la junta para entrar en la secretaría de ella,
1‘ en tales circunstancias don Tomás Urra, adicto a esfa faccióiz, tuvo
con don -4mbrosio la coniversación. Rodríguez, al paso que se burló de
ella y la despreció, concibió que tal t e z podría ser intriga de los enemigos
de su hermano jara hacerlo perder la coiiventeqtcia qice se le jreieiataba,
1‘ en el acto de que Urra le hablaba le respondía sí, con el ánimo >de
examinar en otras conrersacionec qi podía tener algún fundamento la
propuesta y retorcer entonces la intriga contra aquellos de que veníz
dkig;da”.
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74 R7CARDO A. LATCHAM
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escribi 6 al margen del torno Qri ero de La Nueila Clarisa una
preoeri c i h en que dice egar es el únicb medio” y que
aquel1o se limpiaba con una miga de pan, lo que no dejaba
duda de su complicidad. El proceso agrega: “Debe tenerse tam-
bién presente la incongruencia y violencia de sus respuestas a
10s cargos que se le hacen en su confesión y a las implicancias y
contradicciones del careo con don Ambrosio”.
E1 18 de marzo de 1813 se condenó a Manuel Rodríguez
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76 RICARDO A. LATCHAM
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78 RICARDO A. L A T C H A M
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salón resuenan las notas de un pianoforte, pasmo de los “hua-
sos” y de los forasteros.
Los contrarios a Carrera no descansaban en la capital. El
enemigo español se había resuelto a hacer la guerra contra Ibs
patriotas y el general Pareja, desembarcado en Talcahuano con
un selecto séquito de oficiales, preparaba una efectiva empresa
armada contra los juristas y políticos de Santiago. La lucha
entre los criollos y los chapetones dejaba sus fórmulas acadé-
micas para convertirse en una vasta y sangrienta contienda. Las
fórmulas casuísticas del coloniaje cedían el paso a las ferradas
lanzas de coligiie y los debates clásicos de los primeros cuerpos
legislativos se reemplazaban por los broncos acentos de las cule-
brinas.
h4ucho trabajo habia costado ya a don José Miguel cal-
mar los arrebatos del voluntarioso don Juan José. Este recelaba
de su hermano y lo ponía mal en cenáculos y tertulias. La envi-
dia roía su alma y por todas partes creaba obstáculos al enér-
gico jefe del Estado.
Carrera habia pretextado escudarse en su salud para reti-
rarse del Gobierno e hizo una renuncia formal de la Junta. E r a
una maniobra astuta destinada a aparentar un desdén por el
poder que en el fondo no sentía.
Don Ignacio de la Carrera, hombre significado y res-
petadísiino, trataba de unir a los hermanos; pero las dife-
rencias cundían. Mientras don Luis, mediocre comparsa de don
José Miguel, se embelesaba oyendo al historiado húsar, don Juan
José blasonaba de autoridad en virtud de ser el mayor de los
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~MANUi.1. KODKIGULZ k?
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Iba acompaiíado del Cónsul de los Estados Unidos, Mr.
loel Roberrs Poinsett, el fiel capitán Diego José Renavente, cota
docp soldados, un cabo un sargento de húsares de la Gran
Guardia Nacional.
Los pueblo or do de pasaban se hallaban convulsionados
con los temores de la invasión. Los patriotas significados se ha-
b í a ~escondido y otros se acercaban desatentados hacia San-
tiago. Poinsett admiraba este curioso país con sus típicas costum-
bres y sus tiernos paisajes. E n la hacienda de Paine, donde re-
posaron, los alcanzó la nueva de la toma de Talcahuano por el
lnmsor y el miedo que había producido en Concepción.
Santiago queda envuelto en un ambiente de plomo. La
Don Bernardo O’Higpins
silr, donde era fácil que lo arrestaran por sus conocidas ideas
liberta]rias.
LJna sucesión de contrariedades abruma al ejército. La
L del invierno, la carencia de armamentos, la dificultad
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MANUEL RODRíGUEZ 83
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de sus adversarios. La displicencia de don Luis Urrejola,
ndante espaíiol en Chilljn, que debía enviar a Talcahuano
Carrera, les dió oportunidad de fugarse al norte. A su
por Talca Carrera conversó amistosamente con O'Higgins,
i no soñó nunca lo que iba a suceder días después.
Bruno. Había que impedir que prestara algún servicio a los go-
dos victoriosos.
hdientras el historiado coche es devorado por las llamas en
13 n
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FiaZa del pueblo, las milicias de Carrera organizaban la re-
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a de las familias y se aprestaban para defenderse de Elo-
;a, que empieza a amagar los contornos con sus patrullas.
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98 RICARDO A. LATCHAM
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San hfartín seguía con ojo atento todo lo que traían los
chasques y arrieros de Los Andes. U n a inquietud grande le
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M y\ U L L RODRIGUEZ ' i i i
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RICARDO A. L A T C H A M
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M 4NUEL
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RODRlGUiZ
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Un hacendado chileno
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RICARDO A. LATCHAM
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AM.4NUhL RODRIGUEL
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s excesos.
AYO no mando más que yo. S e acabó la tolerancia;
e permitir que una Junta mal constituída se crea en
quistado y mdpague !os generosos socorros otorga-
ecindario.
tretas marciales y los despliegues de fuerza anima-
de1 aduar. Carrera se hace rendir homenaje a s u
dicianos !e presentan armas mientras marciales mú-
inden por los sitios donde avanza su elegante y pro-
ueta.
!os emigrados chilenos circulan rumores contrarios a
te ha introducido cargas de plata labrada y se ha
termitir que los Funcionarios de aduana le revisen
Sus caballos colmados de objetos preciosos, de ricas
de sacos con chafalonía se han colado por entre !as
'os aduaneros, al amparo de los mwetones de sus
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la Junta para movilizarse en dirección a la capital de la Ar-
gentina.
Cuando el general cuyano se siente seguro no da permiso
a don Juan José y a don José María Benavente para partir
a! litoral. Antes lo había negado a Uribe, quien llevaba pen-
sado crear ambiente a Carrera en los círculos gubernativos por-
teilos.
U n día San Martín hace rodear de milicias el aduar de
Carrera. Contaba con las fieles tropas de Alcázar y Molina,
que mandaban a los chilenos adversos a don José Miguel. Se-
cundaban a estas tropas profusas patrullas de soldados auxi-
liares 21 mando de don José Gregorio Las Heras. Las salidas
del cuartel carrerino estaban amagadas por amenazadoras bo-
cas de bronce. Las culebrinas apuntaban al aduar como índi-
ces del autoritarismo inquebrantable de San Martín.
Se dió orden a don José Miguel de que su ejército reco-
nociera por jefe al comadante don Marcos Balcarce. Fueron
muy contados los carrerinos que desertaron. La mayoría pre-
firió dirigirse a San Luis, para ser allí colocada bajo la disci-
plina de diversos batallones.
Carrera estaba desarmado. El astuto zorro cuyano había
limado las grrrras ávidas del cóndor chileno.
loros días más tarde, bajo la calcinación inmensa del sol
panipero, se perdían en dirección a San Luis los cuatrocientos
carrerinos que
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permanecían fieles al vibrante caudillo. L a s 1á-
grimas se asomarcn a ~ O Spenetrantes ojos de don José Miguel.
Comprendía, con su insrinto agudo de !a realidad, que su sed de
marIdo estaba detenida por !a enérgica voluntad del Goberna-
dor de Mendoza..
Xabía que intentar un último esfuerzo cerca de Alvear, su
com pariero de empresas militares en Europa y con el que se
íaiJaba
ia en ambición y deseo de preponderancia.
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Estas incidencias no envuelven a Rodríguez. .AYO !e. es gra-
ta mansión y sus ardientes mujeres, las pulperías abundantes
en vinos generosos y la riqueza derramada por todos sitios, ale-
gran los días del destierro. Algunas veces visita a Gandarillas,
oue se ingenia en la fabricación de naipes, y conversa con Zen-
teno, quien se ocupa en humildes menesteres en su bodegón
pintoresco. En más de una ocasión se topa con O’Higgins, cuya
mirada enbrgica le mete cierto cosquilleo por el cuerpo. Este
homhre obeso y de pocas palabras no fué nunca del agrado
del guerrillero. Estaban destinados a no entenderse. U n o era
la fuer7a libre de la Naturaleza, el desborde rico de los ímpe-
tus espontibeos; el otro significaba la sumisión a las normas
cansagradas y a las razones de estado.
Cuyo era una región agradable y sedante. El calor arre-
ciaba en las noches y el cielo pampero parecía un toldo de
Cucgo. Las haciendas vecinas ofrecían un refugio encantador.
En las tertulias camperas, comiéndose un churrasco regado con
los vinos grúesos de la zona y completados por el mate amargo
de los “paisanos” se distrae muchas veces el ex secretario de la
Junta carrerina.
Una vieja hacienda criolla
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mejor modo pasihle p?Ta que pueda rodar por ellas su pomposí-
sima carrozz. !ririendo 511s capas bejaranas, sus encajes y unifor-
mes bordados.
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\lANUEI. R0DRIGUT.Z
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M A S ULL RODRíGUEZ 155
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un campito en Lo Chacón.
El asistente lleva daga y tercerola, Paso un par de pisto-
Guzmán y Galleguillos sólo han conseguido unos sables.
En el horizonte se perfila una lenta carreta que avanza ha-
capital arrastrada por bueyes soñarrientos. Nadie se ima-
el peligro que se acerca. La ocupa el comerciante español
Damián con su familia. Se dirigen a Santiago a entregar una
platita, a hacer unas compras en los baratillos y a ver a los ami-
gc's.
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ratos delirantes gritan y echan vivas a la libertad. Damián tiene
que tornar a Melipi!!a, junto con todos los viandantes.
El camino se anima con tal cortejo, mientras la ciudad
dormita bajo el sol estival. Las diucas cantan entre los espino:
y el silencio espeso del campo se sobresalta con gritos y mani-
festaciones de entusiasmo.
Rodríguez arma en un santiamén a sus parciales. Con pi-
canas, con chuzos, con fierros, con piedras, con hachas incre-
menta el original arreo bélico de la turba. U n roto yergue una
tranca ¿e algarrobo; otro se ha conseguido un cuchillo carni-
cero; el de más alli un simple lazo.
Mdipilh está a la vista. Sus pesados caserones y SLIS c i -
lles polvorosas tiemblan bajo el galope de los patriotas. La gente
:e esconde; pero mucha se asoma al resonar los reiterados gri-
tos de libertad.
El subdelegado don Julián Yécora, hombronazo bonachón
y tímido, se demuda del espanto. Rodríguez está frente a él 7
lo hace amarrar mientras sus huasos, en número de ochenta,
se abalanzan sobre el estanco. Los naipes y el tabaco son el
premio de su actividad. Pintadas barajas y fardos ¿e negro
tabaco y papel de fumar circulan entre los saqueadores.
El guerrillero ha reconocido pronto a don José Santiago
Fp, ::g>.ff.?;* .: '' '
to de Cuyo.
Rodríguez se mueve por los fundos de Colchagua y bur-
la, en las noches, la vigilancia de sus enemigos. Las patrullas
peninsulares no logran darle alcance y, por el contrario, se ven
azotadas con las fulminantes acometidas de los huasos de Neira.
Entre los compañeros de este tiempo hay dos curiosos y
enigmáticos personajes, cuyo misterio apenas ha descorrido la
historia. U n o es Magno Pérez, hombrie arriesgado y temerario.
y el otro obedecía al apodo del Enjergadito. Mezclas de baiídi-
dos y de contrabandistas, estos hombres se jugaban la vida con
la misma tranquilidad con que movían los naipes o deslizaban
sus veloces cabalgaduras a corta distancia de los dormidos cen-
tinelas maturrangos.
Al sur del cordón de cerros de la cuesta de Carén, vivía
un patriota muy considerado entre los comarcanos por su ri-
queza y sus expansiones de carácter. Era don Pedro Cuevas,
que se hace célebre más tarde por el prestigio de sus caballos y
vacas. Son famosos los caballos “cuevanos” por lo sufridos para
el trabajo y por la resistencia quie ofrlecen al ser ocupados en
faenas penosas.
Mora el hacendado en su feudo rural llamado “Lo de
Cuevas”, situado al norte del río Cachayoal. Cuevas es un
hombre campechano, dicharachero y típicamente criollo. Lo Ila-
maban “el manco Cuevas”, porque había perdido varios dedos
de la mano derecha en la faena de enlazar. Su propiedad era
rica en recursos y prestó siempre seiíalados servicios a los pa-
triotas.
carrerinu~.ci riacrnuauo rue a n ~ t :m~u y a ~ ~ i i g ut:
o u u ~ iJ U ~ U
José Carrera, quien lo llevó a palacio cuando gobernaba su her-
mano don José Miguel. Entre el huaso colchagüino y el mi-
litar patriota se produjo una amistad en que la bizarría del
’
húsar ganó la comprensión admirativa del personaje rural.
U n día llegó un propio al fundo de Cu,evas y comunicó
la secreta noticia: Rodríguez se hallaba escondido en Q d a -
muta y los españoles lo buscaban empeñosamente. Su cabeza
se cotizaba ocultamente en cinco mil pesos y muchos sentían
la tentación de traicionarlo si no mediara el miedo y el avance
de !a libertad, cuyos emisarios encendían todo el sur del país
con voces de aliento y socorros en armas y dinero (1).
Naranjo en el cerro
no da naranja,
pero da !os azahares
de mi esperanza.
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MANUEL RODRIGUEZ 17Q
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186 R I C A ~ D O 4. LATCHAM
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está más bien entre los huasos y los arrieros que al lado de los
descendientes de oidores y de cabildantes.
Su estilo epistolar es semejante a su oratoria. Es efectista
hombre popular. No
ias embajadas que le o
rablemente del dicho
“Todo chileno es enet
pleado público”.
Los defectos de Rc
peramento, su sinipatí
N o es muy chilenc es€
rnorrista que ofrece a Ic
arios de su existencia.
Tampoco acepta
el dinero o en los aboic
el primer demócrata s
tic0 chileno.
La seguridad cor
proceso de 1813 y sus parucuiares iaeas acerca ae la nomeza
significan una intuicih admirable que lo eleva sobre muchos
de sus contemporáneos.
Este no conformismo lo hace simpático en el pueblo y
crea en su torno las leyendas más absurdas y contradictorias.
S u imagen genuina se escapa o se deforma entre muchas inter-
pretaciones. No es tampoco un carrerino incondicional; porque
opone su individualismo a las ideas absolutistas de esta familia,
verdadera tribu oligárquica que malogra el primer período de
la Independencia.
Es probable que Rodríguez, como otros patriotas, hubiese
bebido sus ideas en los enciclopedistas. Sabemos que también
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híAK;UtL RODRIGUEZ 191
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[Huifa, rendija,
me caso con tu hija,
te rajo el refajo
de arriba hasta abajo!
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Los Andes
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MANUEL RODRíGUEZ
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El viejo Valparaíso
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224 RICARDO A. L A T C H A M
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MANUEL RODRíGUEZ 22 5
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728 RICARDO A. L A l C H A M
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Pronto se supo que más de tres mil hombres, entre los cua-
les figuraban dos batallones de infantería y algunas compa-
ñías de lanceros y de artilleros llegadas de España, constituían
el refuerzo que venía del Perú.
San Martín, con ojo perspicaz, comienza a concentrar el
ejhrcito patriota en la hacienda de Las Tablas, situada al sur
de Valparaíso.
Con fecha del 13 de diciembre se propone a Manuel Ro-
dríguez para el cargo de substituyente del auditor genera!. El
15 está listo el nombramiento y el abogado se dirige al cam-
pamento.
Reina en él un entusiasmo admirable. Todo el recinto es-
taba dominado por la actividad más prolija. Se renovaban los
arreos bélicos y se hacían ejercicios, mientras los emisarios lle-
gaban de la capita! o salían conduciendo los despachos con
noticias y brdenes.
Más de cuatro mil hombres se acantonaban en Las Ta-
blas. El tren militar era excelente y había catorce mil fusiles
en buen estado, aparte de grandes cantidades de pólvora y mu-
niciones. Por la cordillera llegaban animadas recuas con re-
fuerzos de armas que mandaba el gobierno argentino. El cam-
pamento hervía en medio de la movilidad más prodigiosa.
En el campo patriota dominaba la disciplina y el orden,
pero subterráneamente se movían gérmenes de discordia. En
muchos vivacs y en los sitios donde los oficiales se reunian a
jugar a las cartas, a beber y a chismorrear se notaban síntomas
de insubordinación.
Rodríguez actuaba en todos los corrillos de descontentos;
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KlCARDO A. LATCIIAM
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,MANUEL RODRIGUEZ
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Tipos populares
- __ - MANUEL RODR~GUEZ
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249
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(1) El viajero inglés John Mier,, que estuvo en Santiago años des-
pués de estos sucesos, dice lo siguiente:
“El sargento que asesinó a Rodrígu-z y quien se habría retirado a
Mtendoza, donde se establece como pequeño comerciante, estuvo en este
tiempo e n Santiago por cuestiones de negocios. ,41 ser reconocido fué arres-
tado y acusado de su crimen. Confesó y los detalzles son los que hemos
relatado. Rbeconoció haber recibido de la caja militar 70 onzas de oro
(oquisalentes a 240 !libras esterlinas) por la fidelidad con que había eje-
cutado su mandato. Puede suponerse qlue este criminal recibiría el cas-
tigo que merecía, pero lejos de eso, se le permitió salir en libertad y volvió
nuevamente a M e n d o ~ a ,donde vive respetado por los h-bitantes de aiquel
pueblo y se consildera tan poco digno d: reproche que no titubea e n con-
t a r todos los detalles de su hazaña a cualquiera que se interesara en oírlo”.-
John Miers, Travels in Chile and !a Plata, tomo 11, págs. 90-91.
262 RICARDO A. LATCHAM
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nuevo, en la soledad de la prisión, hormiguean en su espíritu
encontradas sensaciones.
L a Logia manda en Santiago. Nadie conoce sus designios.
Todos dicen que entre San Martín, O’Higgins, Tomás Guido
y Rudecindo Alvarado se mueven los rumbos del poder y que
las vidas y haciendas están a merced de sus designios.
Más allá, entre el aire alienta la libertad. Rodríguez espera
con ansiedad que !legue la noche. Afuera, sobre el cielo, tiem-
blan y vibran alegres sones. Suenan las campanas con grave
majestad; se oye el grito de un arriero; voces de niños; marcia-
les cornetas.
Otra noche acaba por imperar. Rodríguez cuenta los mi-
nutos. Sobre la mesa hay un libro y algunos papeles. Aletean
presagios: la muerte en un fusilamiento. Revuelan imágenes
*
familiares; una cara afectuosa, una mano tibia, el regazc) de
un cariíio. D e pronto unos golpes discretos lo devuelven a la
realidad. H a y que tener ánimo y salir otra vez. Afuera todlavía
existen hombres que confían y esperan, mujeres que ama Y
un aire menos viciado.
El 22 de mayo, poco antes de formarse las compañía s, se
apersonó el teniente Navarro a Manuel José Benavente Y le
dijo:
“-Mi capitán, tengo que confiar a Ud. un secreto muy
importante y delicado; ya sabe que lo considero mi único a1nigo
en América; quiero que Ud. me dispense el favor de emitirme
su opinión.
“--iSobre quC?.-le replica Benavente.
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Camino de la prisión
cuerdos de viaje.
La noticia de lia duente fué dlevada a O’Higgins por el cap itán d,on
Santiago Lindsay.
El cadáver fue sacaido por el subdelegado don Tomás 7Jalle, en
compaíiía de su pdm Hilario Cortés. Según deolaraciones tom?idas más
tarde, “fué dejado el cuerpo medio entervado en la dbertura de u na ancu-
viña inldígena”. El muerto estaba destrozado por perros y pájaros, sin
zapatos y con girones de ropa cubierta de tierra y sangre. Entre Valle Y
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MAXUEL RODRíGUEZ 27-1
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RICARDO A. LATCHAM
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cha del Gato o die las Ancuviiías, cerca de un maitén a una le-
gua de las casas de Polpaico.
La noticia de la tragedia motivó comentarios muy lacó-
nicos entre los hombres que podían haber consignado una refe-
rencia más detenida de tal suceso. O’Higgins, en carta a San
Martín, le expresa el 27 de mayo de 1818:
“Rodríguez ha muerto en el camino de esta capital a Val-
paraíso, recibiendo un pistoletazo del oficial que lo conducía
p r haberlo querido asesinar, según consta del proceso que me
ha remitido el comandante de Cazadores de los Andes, Al-
varado”.
Nada más expresa el escueto comentario del gran enemigo
de Rodríguez. San Martín, a su vez en carta a Tomás Guido,
del 2 de junio de 1818, le dice:
“Siento decir a Ud. que a (los tres días de haber salido de
esta capital el Batallón de Cazadores de los Andes para Qui-
Ilota, conduciendo preso a Manuel Rodríguez, dió cuenta Al-
varado que habiéndose separado con el oficial y un cabo que
10 conducía, con el pretexto de ver a no sé quién, arrancó Ro-
dríguez una cuchilla y tiró una cuchillada al oficial, que, pues-
to en defensa, usó de una pistola y lo mató de un tiro. Este
suceso dió margen a mil interpretaciones, que se van serenando.
El oficial quedó en prisión y se le sigue un riguroso sumario”.
Años más-tarde, San Martín conversa en Bruselas con
el general Miller y recuerdan ambos al guerrillero.
“-Quería mucho a Rodríguez-dice el veterano de los
Andes,-y me hizo importantes servicios desde Mendoza: era
inteligente y activo. Cuando supe su muerte en Buenos Aires
me impresionó mucho porque lo sentí y porque calculé que me
culparían por ella”.
Así giraban las vidas en es;a época de la historia america-
na. Los actores del drama en que se jugó el sino de Rodríguez
acabaron casi todos mal, unos en el olvido y otros por la violen-
cia. Por esto, al recordar al malogrado patriota suenan como
una ironía las palabras que estampa San Martín en una carta
a don Estanislao López: “Cada gota de sangre americana que
se vierte por nuestras disensiones me llena de amargura”. Es-
tas frases se lanzaban el 8 de julio de 1819, cuando el soplo die
Ia piedad se extiende ya sobre la memoria del leal carrerino.
L a sangre americana sigue derramándose a torrentes. En
1820 se amotinan los Cazadores de los Andes y acribillan a ba-
yonetazos a Sequeira, que tan sombría actuación desempeña
en el drama de Tiltil.
E n 1825 cae Monteagudo derribado por el puñal asesino
del negro Candelario Espinosa, en las calles de Lima.
Focos aiíos después se extingue el general O’Higgins, abru-
mado por la ingratitud y por ‘el olvido de los chilenos.
L a tormenta continúa y el drama criollo vive alimentado
con este girar incesante de los más contradictorios destinos;
pero nunca alumbra el definitivo y tranquilo bienestar.
E n Rodríguez ni siquiera llega Ia calma a dar paz a sus
cenizas, que sirven de incentivo a las disputas póstumas y para
encandilar violentas pasiones entre los dos bandos que él vió
agitarse en el vacilante escenario de la Patria Vieja.
FIN
1s
R I B L I O G R A F I A DE hdANUEL R O D R I G U E Z
J N Á T E G U I ~ ~ I G U ELtJIs.-La
L reconquista española.
JNÁnzGur M I G U E L LuIs.-La dictadura de O’Hig-
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Colección de historiadores y docufientos relativos a la In-
dependencid de Chile. Tomo XXVII1.-Proceso seguido a los
vencidos de Chacabuco.
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