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JUAN JOSÉ ARREÓLA

LECTURA
N VOZ ALTA

EDITORIAL PORRUA
AV. REPÚBLICA ARGENTINA 15. MÉXICO

SEPAN CUANTOS..." NÚM. 103


LECTURA EN VOZ ALTA 79

sus periódicos, sus gomas y sus gritos: están absortos, como en una
pesadilla de cansancio y de tristeza, en esta rosa blanca que la negra
exalta y que es como la conciencia del subterráneo.
Y la rosa emana, en el silencio atento, una delicada esencia y eleva
como una bella presencia inmaterial que se va adueñando de todo, hasta
que el hierro, el carbón, los periódicos, todo, huele un punto a rosa
blanca, a primavera, a eternidad.

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ.

LO FEO

El enigma de la fealidad tú no lo has descifrado. Tú no sabes por


qué el Señor, dueño de los lirios del campo, consiente que la culebra
vaya entre los lirios. Él la deja atravesar sobre los musgos perfuma-
dos.
En lo feo la materia está padeciendo: yo he escuchado su gemido.
Mira su dolor y ámalo.
Ama a la araña porque no tiene, como la rosa, la expresión de la dicha
y no alegra los ojos que la miran.
Ámala porque es, con el escarabajo, con el gusano de la tierra, un
anhelo malogrado de armonía, una ansia no escuchada de perfección.
Son como algunos de tus días, mezquinos y vulgares a pesar de ti
mismo.
Ámalos también porque no te recuerdan a Dios, ni los semblantes
que has amado, como te los recuerda una azucena, y por esto mismo no
alcanzan a inspirarte amor.
Ten piedad de ellos que buscan ávidamente, dolorosámente, la belle-
za que no trajeron y a la cual aspira todo lo inanimado.
La araña ventruda, en su tela leve, sueña con la idealidad, y el
escarabajo deja el rocío sobre su dorso para que le finja, siquiera unos
instantes, con la luz, un resplandor.

AMADO ÑERVO.

AUTORRETRATO

Soy el autodidacto neto, y el autodidacto es grande únicamente si


consigue madurarse y formarse. Soy el enciclopédico, el hombre de los
manuales y de los diccionarios, y el enciclopédico es maravilloso
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cuando sabe ligar con los anillos de hierro de las ideas madres los haces
marchitos y sin flores de los hechos regados aquí y allí por las librerías.
Puedo deslumbrar a más de uno con la bibliografía; puedo sostener
conversaciones docentes, incluso con especialistas. Pero pasados cinco
minutos o cinco días, héteme a secas; mi panera está vacía. Tengo
muchos sacos en mi casa, pero ninguno a la medida.
Adondequiera que me vuelva no soy un profano, mas tampoco un
iniciado. No tengo sitial reconocido en las reuniones de los doctos, y
no llevo carteles en la frente. Soy un desarraigado que puede estar en
cualquier parte mientras no lo echen.
Judío errante del saber, no me he detenido en país alguno, no he
tomado domicilio estable en ninguna ciudad. Perseguido por el demonio de
la curiosidad he explorado ríos y bosques sin designio y sin paciencia,
de paso, al vuelo. Tengo muchas reminiscencias, pero pocos fundamen-
tos. Soy como un rey que posee un gran imperio compuesto de mapas.
Lo he empezado todo y no he concluido nada. Apenas emprendido un
camino, he vuelto por la primera travesía abierta a mi derecha o a mi
izquierda, y de ésta, por los atajos, he ido a dar a los senderos y por los
senderos a otra carretera.
Cuando alguien se maravilla de mi saber, de mi erudición, me entran
ganas de reír. Yo sólo sé los vacíos espantosos que hay en mi cerebro.
Yo solo, que he querido saberlo todo, sé cuan próximos están los
confínes de mi ciencia.
Las hazañas de la antigüedad, las lenguas muertas de las grandes
naciones, las ciencias de la luz, del movimiento, de la vida, me están
casi cerradas. Conozco el vocabulario y algún párrafo, tengo una idea
del conjunto, y no sé andar con mis piernas. Soy ignorante, desmesurada
e incurablemente ignorante. Y lo peor es que mi ignorancia no es la pura
y natural del hombre de los bosques y de los campos, que puede ir unida
a la frescura, a la paz e incluso a una cierta ingeniosidad.
No; yo soy un ignorante que se ha revolcado entre libros; soy un ratón
de biblioteca; soy el que ha aprendido tanto, que ha perdido la espon-
taneidad sin adquirir sabiduría.

GIOVANNI PAPINI.

JARDÍN MUERTO

Cae lluviosa la mañana sobre el jardín... Al fin de una cuesta fangosa


y junto a una cruz, verde y negra por la humedad, está la puerta de
madera carcomida que da entrada al recinto abandonado. Más allá hay

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