Você está na página 1de 2

Ni pensar en vacaciones

• El viejo sepulturero había pasado toda su vida asistiendo a la


muerte y viendo personas que lloraban de tristeza y nostalgia, por
eso nunca había tenido tiempo para pensar en su propia muerte.
• „Quién tiene tiempo para morir con tanto trabajo para hacer’,
decía, por lo que ocupaba sus días, desde el amanecer hasta el
crepúsculo, cavando fosas profundas sin asperezas como si su
pala se hubiera acostumbrado, después de tantos años, a realizar
aquella tarea con la habilidad de los más expertos. Y no sólo las
paredes mostraban el resultado de esa eficacia. Las medidas de
los pozos eran perfectas, los ángulos, simétricos y el fondo sobre
el que descansaría el ataúd, de una pulcritud divina, ningún
cascote de más, ninguna fisura, ningún resto de polvo acumulado.
• Bien se podría decir que don Raúl Pasión, a quien todos llamaban
don “Raúl Cajón”, era el sepulturero perfecto y nadie tenía dudas
de que seguiría siéndolo por mucho tiempo. A final de cuentas él
tenía años de experiencia como para ser el mejor y... el único,
además, por esos días nadie aspiraba a ocupar su lugar. Pero, la
muerte llegó y lo encontró trabajando para los demás sin siquiera
haber elegido un rincón para su sepultura. Así, el cuerpo inerte del
pobre Raúl permaneció más de cuatro días en una habitación
esperando que lo inhumaran.
• Una mañana, después del cuarto día, rumoreó un viento cálido
que hizo que las hojas de los árboles se balancearan en sus tallos
y la campana de la iglesia sonó con aquel tañido de cuando algún
niño acababa de nacer. Los vecinos murmuraron sobre tan
extraños acontecimientos y corrieron desde la iglesia hasta la
plaza, del campo a la iglesia y finalmente, fueron hasta el
cementerio. Allí encontraron a don Raúl cavando y reclamando
¿No lo dije yo? ¿Quién tiene tiempo para morirse con tanto trabajo
para hacer? A su lado, la muerte con rostro abatido, concordaba
de cabeza baja, conciente de que tampoco ella nunca podrá
descansar.

Você também pode gostar