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Angela Sánchez
Una mañana la gente del pueblo se sorprendió con el ruido de
motores en marcha. Eran camiones: grandes, medianos, largos,
altos, con lonas coloridas, que en fila interminable llegaban por
el camino en marcha lenta.
Algunos chicos, los más atrevidos, corrían detrás de los
vehículos y se colgaban de los paragolpes traseros.
Los adultos, mientras tanto, bastante curiosos, se reunían en
grupos y conversaban, preguntándose cuál sería la carga de los
camiones misteriosos.
_Van a abrir una fábrica_ dijo un hombre decidido_ y de
zapatillas.
_ ¡No! Son juegos para un parque_ dijo una señora_ para que
se diviertan nuestros hijos.
_Es para una usina nuclear_ agregó otro en tono dramático.
Y seguían intentando adivinar ¡Son ladrones! ... ¡Una sorpresa!
Pero a medida que los camiones estacionaban en el campito de
fútbol, algunos hombres comenzaban a descargar cajas que podían
contener cualquier cosa.
Y el señor continuó:
Cada uno de nuestros artistas
y animales tiene un libro en la
cabeza porque es de esa forma
en que todos ustedes
podrán satisfacer su
curiosidad... si desean
saber cómo es la vida
de cada uno y qué es lo
que hacen sólo bastará con
que abran esos libros y lean...
Entonces” -y aquí gritó bien fuerte-
“Queee comieeence laaa fuuunciónnn”
De esa manera todos corrieron a abrir los libros y supieron
qué eran y qué realizaban en el circo. Pero una señora
preguntó,
_¿Y como hacemos con los trapecistas que están allá
arriba?
Los trapecistas dieron unas vueltas en el aire y bajaron
para ser conocidos por todos.
Así, a medida que todos leían, la diversión prosperaba
porque leer es como estar dentro de las historias y toda la
magia queda a nuestro alcance.