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SIGLO XX
JOSE FERNANDO OCAMPO
PRIMERA PARTE: DESARROLLO
HISTÓRICO DE COLOMBIA EN EL
SIGLO XX
El imperialismo, o dominio del capital financiero, es el capitalismo en su grado más
alto...
La tendencia entre los autores sobre la definición histórica del siglo XX se caracteriza
por una ausencia casi total del análisis de esta perspectiva mundial. Historiadores de las
más diferentes tendencias y con los más diversos intereses caen en el mismo error. Su
punto de partida interpretativo elude dar una visión de la etapa general en que se
desarrolla la historia de Colombia durante el siglo XX. No se trata de defender que el
único elemento que determina la historia nacional es el desarrollo de la economía o de
la política mundial, con lo que se estaría negando la existencia de una verdadera historia
nacional. El punto más bien radica en precisar que no puede entenderse el proceso de la
historia nacional, más en el siglo XX que en el siglo XIX, sin partir de una
caracterización de la etapa que vive el mundo y de su trascendencia para la historia
nacional. En último término, es este elemento mundial el que define la diferencia
esencial que media entre la historia colombiana del siglo XIX y la del siglo XX. En la
interpretación del elemento diferenciador de estos dos períodos históricos, los
historiadores toman distintos caminos.
No es fácil determinar cuáles son las interpretaciones que los principales historiadores y
políticos han dado de nuestra historia contemporánea. Para Gerardo Molina, el cambio
fundamental de nuestra historia del siglo XIX al XX radica en la aparición de las clases
medias "que necesitaban al avanzar el siglo tres requisitos mínimos: la paz, la
estabilidad monetaria y el Estado burgués de derecho’’. Esto fue lo que significó, según
él, "la aproximación a un nuevo tipo de sociedad" (1). En cambio, López Michelsen
define el signo de la historia contemporánea de Colombia como el del fortalecimiento
del Estado, como su intervencionismo, a diferencia de un Estado liberal que favorecía el
capitalismo sin límites, pero en el que, en forma semejante al Estado colonial español en
América, limita los intereses particulares (2). Un grupo de sociólogos de la Universidad
Nacional que adelantaron un trabajo sobre la estructura de clases en Colombia de 1920
a 1970 analizan más bien al siglo XX como el proceso a través del cual se opera la
unificación de la clase dominante (3). Por su parte, Mario Arrubla, que niega la historia
nacional por considerar que nuestro desarrollo ha sido el del mundo en su conjunto
desde la conquista, pone a girar la historia de Colombia alrededor de las condiciones del
mercado internacional impuesto por el sistema capitalista mundial (4). Historiadores de
la importancia de Álvaro Tirado Mejía o Jorge Orlando Meló pasan por alto la
diferenciación de los dos períodos y no ofrecen una caracterización general de la
historia del siglo XX (5).
Aunque el Surgimiento de las clases medias sea un fenómeno de la historia del siglo XX
en Colombia no puede decirse que los artesanos constituyan esas clases como lo
defendió Núñez, y con quien parece coincidir Molina, ni que su desarrollo, tanto el de
los artesanos como el de otras clases medias, explique fenómenos fundamentales de
nuestra historia contemporánea, por ejemplo, la industrialización, el auge del sector
financiero, el ascenso del partido liberal al gobierno, el intervencionismo de Estado y
otros semejantes. Esto podría ser así, en el caso de que Molina definiera como clases
medias a la burguesía o al proletariado, cuyo carácter sería intermedio entre el
campesinado y los terratenientes. Pero esta interpretación falsearía toda la tesis de
Molina. No queda sino la pequeña burguesía intelectual y profesional, a la que puede
señalarse como la verdadera clase media y a la que no le cabe el papel que Molina le
asigna a las clases medias en el sentido de definir la naturaleza de la historia del siglo
XX en Colombia. En un sentido la tesis de Molina es imprecisa, en el otro sentido es
falsa. Igualmente discutible es la tesis sobre la unificación de la clase dominante.
Primero, porque para que se hubiera dado esta unificación, tendría que haberse operado
la desaparición de la clase terrateniente y su transformación en burguesía, fenómeno que
contradice toda la evidencia de la estructura social y económica del país. Segundo,
porque confunde las alianzas de las clases y de los partidos con una identificación de
intereses, la cual pudiera ser base para hablar de una unificación de la clase dominante.
Y tercero, porque el fenómeno de las alianzas por sí mismo no tiene valor explicativo
para el proceso del siglo XX, ni siquiera para el surgimiento del Frente Nacional,
porque, en esencia, no tiene cómo clarificar el surgimiento del sector financiero en la
economía y su trascendencia para la política nacional, ese sí fenómeno peculiar del siglo
XX mundial y nacional.
Sin la definición de la etapa mundial en la que se encuadra Colombia en esta época y sin
la determinación de cuál sea la contradicción principal que recorra toda la historia
contemporánea colombiana, es imposible hacer una historia que no se convierta en la
historia oficial de las clases dominantes —"Una nueva historia oficial"—, editada,
auspiciada y financiada por el Estado, o en una historia que no reedite los modelos
imperialistas aprendidos en las universidades norteamericanas, francesas, alemanas o
soviéticas. Podría decirse que Arrubla cumple con estos dos requisitos fundamentales de
la historia científica. Sin embargo, por una parte, Arrubla no toma en cuenta las etapas
históricas del capitalismo y se hunde en unas categorías estructurales esquemáticas que
lo llevan a desconocer los hechos concretos del desarrollo de la historia mundial. Por
otra parte, el desarrollo del capitalismo mundial es tan determinante que desaparecen las
condiciones internas de la historia nacional y las contradicciones generales del siglo XX
toman el carácter de problemas secundarios como la inflación, el deterioro de los
términos de intercambio, el predominio de un tipo de industria, el intercambio desigual,
fenómenos que, o son eminentemente transitorios o encuentran su explicación en la
transformación del capitalismo que Arrubla no analiza. En su último estudio sobre la
década del sesenta prescinde por completo del marco que había utilizado para una
generalización de la historia contemporánea en trabajos anteriores, lo cual estaría
probando que su referencia a la época mundial le era completamente adjetiva (6).
Nosotros trataremos de hacer una interpretación general del siglo XX en Colombia que
sirva de marco para el análisis particularizado de las etapas de su desarrollo histórico.
Con ese propósito tomaremos como punto de partida un estudio somero del proceso
histórico mundial en el que se desenvuelve la historia de nuestra patria durante este
siglo. Ese marco general es el carácter del capitalismo en su era actual. De ahí
arrancaremos para seguir la forma que toma en Colombia durante este siglo consistente
en el control que Estados Unidos va adquiriendo sobre nuestra economía, en primer
lugar. Y en segundo lugar, examinaremos el proceso de los dos partidos tradicionales,
liberal y conservador, que ha determinado nuestro desarrollo histórico hasta el
momento.
NOTAS
1.Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914, Sexta Parte, Cap. Segundo.
4.Mario Arrubla, Estudios sobre el subdesarrollo colombiano. Editorial La Oveja Negra, 1971.
5. Ver, por ejemplo, Jorge Orlando Meló, "La república conservadora", en Colombia hoy, Siglo XXI
Editores, 1978; y Tirado Mejía, "Colombia: Siglo y medio de bipartidismo", en Colombia hoy, Siglo XXI
Editores, Bogotá, 1978.
6. Mario Arrubla, "Síntesis de historia política contemporánea", Colombia hoy, op. cit.
Capítulo Primero. El proceso histórico
mundial
Entre 1871 y 1917 se inicia una nueva etapa de la historia del mundo. Por una parte, el
capitalismo entra en su fase imperialista, cualitativamente distinta de su momento
anterior de consolidación y ascenso, en la que el viejo colonialismo toma características
peculiares y da surgimiento al neocolonialismo que dominará la historia del siglo XX.
Por otra parte, se inicia la época de la revolución socialista con la revolución de octubre
en Rusia, la cual da comienzo a una nueva forma de producción en el mundo, la del
socialismo, con sus avances y retrocesos, como corresponde a un momento de la
historia en la que un modo viejo de producción entra en decadencia y uno nuevo
comienza a desarrollarse lenta pero seguramente. El surgimiento del imperialismo es al
mismo tiempo el comienzo del socialismo. "El imperialismo es la continuación del
desarrollo del capitalismo, su fase superior, en cierto aspecto, una fase de transición
hacia el socialismo... El imperialismo es el capitalismo marchitándose pero que aún no
se ha marchitado, agonizante, pero no muerto" (1).
La guerra entre Estados Unidos y España en 1898, la guerra anglo-boer de 1899 a 1902,
la disolución del Imperio Otomano de 1856 a 1890, la repartición de África entre
Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, la guerra ruso japonesa de 1904, la repartición de
China, el dominio inglés en la India, son acontecimientos y fenómenos que expresan el
surgimiento del imperialismo como una nueva etapa del capitalismo (2). No se trata ya
del viejo colonialismo. No hay regiones nuevas para conquistar, descubrir u ocupar. Se
trata más bien, como dice Lenin, del "reparto definitivo del mundo", o sea, "que la
política colonial de los países capitalistas ha terminado ya la conquista de todas las
tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por vez primera, el mundo se
encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede efectuarse son
únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un propietario a otro, y no
el paso de un territorio sin propietario a un dueño" (3). Las guerras mundiales no son
sino el producto de esta lucha feroz que se entabla desde principios de siglo, preparada
desde 1871, entre las potencias capitalistas más avanzadas del globo. La desventaja
relativa de Alemania respecto de Inglaterra y Francia en la competencia mundial por
zonas de influencia, es lo que conduce a la primera guerra mundial. Y un fenómeno
parecido lleva a la segunda guerra mundial, después de que Alemania había quedado
reducida a la impotencia tras la derrota de 1919 y las imposiciones de sus enemigos. De
todas maneras, lo fundamental es dejar claro que la transformación del capitalismo en
imperialismo culmina a finales de la crisis económica de 1900 a 1903. Este hecho
histórico es aceptado por historiadores de las más diversas tendencias y concepciones
ideológicas.
NOTAS
(1)Lenin, "Materiales para la revisión del programa del partido", Obras completas, Editorial Cartago, T.
XXIV.
(2)La literatura sobre el imperialismo y sobre el significado de esta etapa es profusa. Citaremos solamente
las obras más conocidas y de mayor importancia para nuestro punto de vista: Lenin, "El imperialismo,
fase superior del capitalismo". Obras escogidas. En tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1961, v. 1; R.
Hilferding, El capital financiero, Editorial Tecnos, Madrid, 1963; N. I. Bujarin, La economía mundial y el
imperialismo. Editorial Pasado y Presente, Córdoba, 1971; David K. Fieldhouse, Economía e Imperio. La
expansión de Europa 1830-1914, Editorial Siglo XXI, México, 1978.
(5)Ibid.
(6) Ibid.
(7) Ibid.
(8) Ibid.
(9)Ibid.
(10)Ibid.
(11) Ibid.
(12)Lenin, "El imperialismo y la escisión del socialismo", Marx, Engels, Marxismo, Editorial Progreso,
Moscú.
(13). R. R. Palmer y Joel Colton, A History of the Modern World, Alfred A. Knoff, New York, 1965, p.
619.
(14). Time, junio 3 de 1977. Ver Pierre Jalée, Imperialismo, 1970, Editorial Siglo XXI, México, 1971;
Pierre Jalée, El saqueo del Tercer Mundo, Ruedo Ibérico, París, 1966; Haroíd von Cleveland y W. H.
Bruce Brittain, "¿Se hunden los países menos desarrollados?". Perspectivas Económicas, No. 22.1978/2.
(17) Lenin, El Imperialismo fase superior del capitalismo, Cap. IV (18) Ibid., Cap. VI. "...La fuerza varía
a su vez en consonancia con el desarrollo económico y político; para comprender lo que está
aconteciendo hay que saber cuáles son los problemas que se solucionan con los cambios de las fuerzas,
pero saber si dichos cambios son ’puramente’ económicos o extra-económicos..., es un asunto secundario
que no puede hacer variar en nada la concepción fundamental sobre la época actual del capitalismo".
Ibid., Cap. V.
(19) Ver, para una crítica a las teorías de la dependencia, José F. Ocampo y Raúl Fernández, "The Latín
American Revolution:A Theory of Imperialism, Not dependence" en Latín American Perspectives,
Spring, 1974, V. 1, Num. 1, pp. 30-61. Una serie de autores han popularizado la "teoría de la
dependencia", entre ellos, los más importantes serian Osvaldo Sunkel, Theotonio Dos Santos, André
Gunder Frank, Fernando Henrique Cardozo, Rui Mauro Marini. Para un recuento muy completo de la
bibliografía, ver Ronaid H. Chilcote, "Dependency: A Critical Synthesis of the Literature", Latín
American Perspectives. Ibid.,pp. 4-29.
(20). Arrubla, op. cit, cpts. 2o. y 3o. Para Rosa Luxemburgo, la realización de la plusvalía no puede darse
sólo con el mercado interior, sino que necesita de la expansión del capital hacia los países agrarios. El
capitalismo, por esencia, sería expansionista y, por tanto, imperialista. Luxemburgo no está de acuerdo
con Lenin en que el imperialismo sea una etapa del capitalismo en que éste se niegue a sí mismo dentro
del mismo capitalismo, como lo plantea Marx. Por esta misma razón, el imperialismo tampoco es para
Luxemburgo el dominio de un país sobre otro, sino la realización de la plusvalía en el mundo. Rosa
Luxemburgo, La acumulación de capital, Editorial Grijalbo, México, 1967.
(21) Lenin, "El proletariado revolucionario y el derecho de las nacieres a la autodeterminación", Obras
completas, T. XXI.
(23) Ibid.
(24) Lenin, "Sobre la caricatura del marxismo y el ’economismo imperialista’", Obras completas, T.
XXIII.
(25) Ver Mao Tse Tung, "La revolución china y el partido comunista de China", Obras escogidas, V. II.
(28) La teoría del presidente Mao sobre los Tres Mundos constituye una gran contribución al marxismo-
leninismo, Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1977, Entre 1989 y1995 se derrumbó la Unión
Soviética y se desintegró en pequeños países, excepto Rusia. La Perestroika de Michael Gorvachov fue el
paso de transición a la caída de lo que podría ser en ese momento la potencia más poderosa de la historia.
Estas notas, escritas en 1982 no hacen sino mostrar lo que en ese momento había llegado a ser el mundo y
la lucha entre las dos superpotencias.
(29)Lenin, "Guerra y revolución". Obras completas, T. XXIV.
(30) Lenin, "La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla". Obras escogidas, T. 2.
(31)Ver Lenin, "La caricatura del marxismo y el economismo imperialista", Obras completas, T. XXIII.
Cap. 3.
(32)Quizás el defensor más ilustrado de esta posición es el profesor de la Universidad Nacional, Darío
Mesa. Ver, por ejemplo, su conferencia sobre La universidad y la revolución científico-técnica,
mimeógrafo, Universidad Nacional, Bogotá. Su posición coincide plenamente con la de Alfonso López
Michelsen, op. cit. y, coincidencialmente, con la de Mario Laserna, Estado fuerte o caudillo, Editorial
Revista Colombiana, Bogotá, 1968.
(33)Lenin, "La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirían. Obras escogidas, T. II. Cap. II.
Todo el esfuerzo de los autores de la "nueva historia" en su interpretación del siglo XIX
se reduce a desvirtuar por completo la contradicción entre terratenientes y comerciantes.
Tirado Mejía, al hacer notar que los comerciantes se vincularon a la tierra después de la
Constitución de Rionegro, señala: "Sería interesante revisar el manido concepto de
lucha entre comerciantes y terratenientes a mediados del siglo XIX, a propósito del
asunto del libre cambio, y preguntar dónde podía estar el interés de los terratenientes en
que no se importaran los artículos de lujo para su consumo y en que hubiese aranceles
que gravaran la exportación de productos agrícolas" (3). En este sentido, las causas que
aduce Tirado para explicar las guerras civiles son las mismas que ya conocen todos los
textos de historia tradicional popularizadas por el de Henao y Arrubla. Unas veces las
divergencias religiosas, otras los conflictos de familias, otras las ambiciones personales
de los caudillos. Para Tirado la división entre "un liberalismo progresista expresión de
los intereses de la burguesía comerciante o industrial, y conservatismo retardatario,
expresión de los latifundistas", no es sino una mecánica transposición de la
problemática europea. Por eso añade: "a partir de mediados del siglo XIX, toda
oposición antagónica entre comerciantes y terratenientes perdió razón de ser" (4). Para
Tirado la contradicción es entre una clase dominante "a la vez terrateniente,
comerciante, burocrática y especuladora empotrada en dos partidos, el liberal y el
conservador", y un pueblo compuesto de esclavos, artesanos y campesinos. En el tope
un pequeño grupo de familias que adoptaron ideas europeas por gustos ideológicos y
porque no pugnaban con sus intereses. Y cuando interpreta la alianza de conservadores
y liberales contra Meló y la masacre subsiguiente de gente del pueblo exclama: "Fue
éste el inicio de una práctica reiterada del Frente Nacional expresada en la unión de
oligarquías liberales y conservadoras contra las acciones populares" (5). Y concluye:
"El llamado problema religioso fue el real punto de separación entre el liberalismo y el
conservatismo", lo cual coincide con la posición del ideólogo conservador, Marco Fidel
Suárez que dice: "entre nuestros partidos históricos y tradicionales la diferencia
sustancial y específica es de índole religiosa’’ (6).
La lucha por un comercio libre, por una reforma agraria antiterrateniente y contra el
régimen fiscal de la Colonia expresaba en su forma más acabada el proceso de la
revolución democrática que pugnaba por el desarrollo del capitalismo en el país. Los
terratenientes se oponen sistemáticamente a este proceso, unas veces con razones
económicas, otras con razones religiosas, otras con argumentos filosóficos, otras por
medio de las armas. Los comerciantes, unas veces apoyan decididamente el proceso,
otras veces vacilan o claudican. Lo que hay que examinar en cada momento del
desarrollo histórico del siglo XIX, es qué fuerzas se colocan al lado de las medidas, los
hechos y las ideas que favorecen los cambios radicales que promueven las premisas del
capitalismo y qué fuerzas se oponen abierta o solapadamente. El problema religioso no
es sino una expresión de esta lucha profunda que enmarca casi un siglo entero de
nuestra historia. Lenin, en su resumen de El Capital, señala la importancia decisiva de
estas condiciones, alrededor de las cuales giró en Colombia el siglo XIX: "Es premisa
histórica para la aparición del capital, primero, la acumulación de determinada suma de
dinero en manos de ciertas personas, con un nivel de desarrollo relativamente alto de la
producción mercantil en general; y, segundo, la existencia de obreros ’libres’ en un
doble sentido —libres de todas las trabas o restricciones puestas a la venta de la fuerza
de trabajo y libres por carecer de tierra y de toda clase de medios de producción—, de
obreros sin hacienda alguna, de obreros ’proletarios’ que no pueden subsistir más que
vendiendo su fuerza de trabajo" (11). A los terratenientes no les convenía en el siglo
pasado la descomposición de los artesanos y campesinos, porque perdían mano de obra
sometida. A Núñez, por ejemplo, hay que juzgarlo a la luz de su oposición al proceso de
proletarización que el libre cambio aceleraba y a la reforma agraria. Eso es lo que
determina su carácter para la historia y no medidas secundarias en las que se enredan los
modernos apologistas de la "Regeneración" (12).
Colombia era un país inmensamente atrasado al nacer su entrada al siglo XX, cuando ya
los países más avanzados del mundo habían alcanzado las formas más desarrolladas del
capitalismo y habían entrado en la fase imperialista. Desde finales del siglo XIX había
comenzado a sentir los embates de las potencias imperialistas, como en el caso de la
intervención de tropas norteamericanas en Panamá para apoyar el gobierno de Núñez
contra la insurrección de Prestant (13). Colombia era un país estratégico en la lucha por
la hegemonía mundial. Los Estados Unidos terminan apoderándose del istmo,
sometiéndolo, concediéndole la independencia política y controlándolo
económicamente. Fue este el primer zarpazo del imperialismo norteamericano contra la
soberanía nacional. Era el aviso de que Estados Unidos enfilaba sus baterías contra
nuestro país. Lo que lo convertía en un bocado apetecido por el imperialismo
norteamericano en ascenso y en competencia con Europa, era su posición estratégica y
su atraso económico. Las inversiones inglesas en Colombia a finales del siglo XIX no
fueron suficientes para darle a Inglaterra el control efectivo sobre nuestra economía. Por
su parte Estados Unidos se ampara en la doctrina Monroe para preparar las condiciones
económicas y políticas que le permitan tomar el control de América Latina y salir
triunfante en su lucha con Inglaterra y otras potencias europeas por la hegemonía del
hemisferio. En ese momento la doctrina Monroe cambia de significado para los países
latinoamericanos. Hasta la última década del siglo XIX, la doctrina Monroe significó la
defensa de los países latinoamericanos ya independizados de España contra la
interferencia y coloniaje europeos. Aunque su formulación original de 1823 ocultara
secretas ambiciones de Estados Unidos sobre ciertos territorios del continente,
especialmente aquellos que no habían definido todavía su independencia, no solamente
estaba encaminada a obstaculizar el avance de Inglaterra y la amenaza de la Santa
Alianza contra los países latinoamericanos, sino que en la práctica efectivamente los
defendió del colonialismo inglés y europeo. En el debate que adelantó Uribe Uribe en el
Congreso de 1896 contra el Ministro de Relaciones Exteriores de Caro sobre la cuestión
cubana, hace una defensa de la doctrina Monroe y elabora un recuento de los hechos
que se convirtieron en una defensa de la independencia latinoamericana y dice: "De
manera que a la doctrina Monroe deben las repúblicas hispanoamericanas una segunda
independencia, por cuanto tuvo efecto inmediato hacer abandonar a la Santa Alianza sus
propósitos de intervención para reconquistarlas en favor de España. ¡Y esto lo ignora
todo un Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia!" (14). Y señala en los
siguientes discursos los peligros que asediaban a estas naciones de parte de Inglaterra y
cómo se defendieron amparados en la doctrina Monroe. Lo que no entiende Uribe es
que para 1896, momento de su debate en el Congreso, Estados unidos empezaba a
convertirse en un país imperialista que se lanzaba sobre Cuba, Puerto Rico, Nicaragua y
Colombia, principalmente, y Uribe sale, entonces, en defensa de los intereses
norteamericanos sobre el Canal de Panamá.
Entre la primera y la segunda guerra mundial los Estados Unidos diseñan una estrategia
global de expansión económica en América Latina. Al mismo tiempo que buscaba
consolidar su posición económica y política en el hemisferio, intentaba establecer una
estrategia de contención al proceso revolucionario iniciado por Rusia en 1917 (19). Esta
tarea fue sistemáticamente planeada por Woodrow Wilson y recogida y ampliada por
Franklin D. Roosevelt con su slogan de "la política del buen vecino". Las Conferencias
Interamericanas de La Habana en 1928, de Montevideo en 1933 y de Buenos Aires en
1936, son consecuencia de esta estrategia norteamericana. Wilson se convirtió desde un
principio en el líder de la oposición radical a la influencia de la revolución rusa en el
mundo, no solamente en Asia, sino también en América Latina (20). Tanto Wilson,
como Hoover y Roosevelt abrigaron la preocupación de modificar la imagen de la
intervención militar y mitigar la reacción que la política del "gran garrote" había
acarreado contra Estados Unidos. Sobre esta base se propusieron obtener una serie de
objetivos a corto y largo plazo, objetivos que determinan el rumbo de su política
imperialista: 1) Prosperidad y estabilidad doméstica e internacional; 2) una estructura
política exterior conducente a estimular el comercio y la inversión norteamericana; 3)
una ideología global compatible con los "ideales" políticos norteamericanos; 4)
establecimiento de la supremacía norteamericana en América Latina sobre los
tradicionales rivales europeos y sobre los nuevos rivales asiáticos (21). La definición de
estas metas obtuvieron una respuesta preliminar, pero definitiva, por parte de los países
latinoamericanos en la Conferencia de Montevideo de 1933, durante la cual el
Secretario de Estado de Franklin D. Roosevelt. Cordell Hull, expuso los instrumentos
inmediatos que adoptaría esta política. El voto de Colombia lo dio Alfonso López
Pumarejo no sin antes sentar claramente su posición con estas palabras: "Los Estados
Unidos están comenzando a seguir una orientación política y económica más conforme
con los deseos y las conveniencias de todos los pueblos de América" (22). En esta
forma, Estados Unidos trataba de sustituir la invasión militar para preservar su
influencia y lograr su hegemonía mediante una política basada en la estabilidad, la
organización y la asesoría internacional. Es lo que se ha denominado como la
"modernización’’.
El general Pedro Nel Ospina, firme sostenedor de los principios de Suárez es quien,
finalmente, pone en marcha los principios de modernización por vía del endeudamiento
externo y lanza al país a lo que se ha llamado "la danza de los millones". En su discurso
de posesión Ospina exponía claramente su estrategia para industrializar el país: "Para el
desarrollo de nuestro surgimiento económico, cuyas bases son tan extensas, será
necesario disponer de recursos que no se encontrarán a nuestro alcance sino en virtud de
compromisos que afectarían no sólo nuestra generación, sino las venideras, que son, a la
verdad, las que se beneficiarán plenamente de nuestro empeño. Puedo afirmar con
íntima satisfacción en relación con este tema, que Colombia es hoy considerada por los
dirigentes de las grandes instituciones en cuyas manos están las finanzas internacionales
del mundo, como país destinado a envidiable porvenir y merecedor de especiales
consideraciones" (28). Como producto de esta política de modernización por
endeudamiento, los banqueros inversionistas norteamericanos tenían en sus manos la,
para esa época, "fabulosa suma de 172 millones de dólares en bonos del gobierno y
tenían inversiones directas por 132 millones de dólares: Esto hacia finales de la década
del treinta (29). La deuda externa creció solamente entre 1927 y 1928 un 200% y
alcanzó la suma de 215 millones de dólares.
En este proceso de endeudamiento, la figura clave para mantener las relaciones con los
banqueros norteamericanos fue Enrique Olaya Herrera primer presidente liberal de este
siglo, embajador de Colombia en Washington de tres gobiernos conservadores, el de
Jorge Holguín, el de Pedro Nel Ospina y el de Abadía Méndez. Además, como
intermediario permanente de la política norteamericana en Colombia, había sido
Ministro de Relaciones Exteriores de Reyes y Suárez y había abanderado la posición de
la Estrella Polar de este último. En su campaña electoral Olaya trazó toda la política de
entrega a los Estados Unidos en la forma más clara. Todo su programa de gobierno se
orientó a darle garantías a los financistas norteamericanos para que otorgaran todo el
crédito a Colombia. Es necesaria, decía Olaya en su conferencia del Jockey Club en
1930, "una acción gubernativa que borre la impresión de que existe entre nosotros una
hostilidad hacia el capital extranjero y muy especialmente hacia el capital
norteamericano. Es necesario despejar el ambiente y dejar una impresión clara y precisa,
no sólo de que tal hostilidad no existe, sino de que tal capital es bienvenido al país; que
él encuentra y encontrará entre nosotros seguridad, protección y que estamos dispuestos
a estimularlo en condiciones de equidad... Si esto no se hace en forma que cambie el
espíritu existente hoy entre las grandes instituciones financieras de los Estados Unidos,
tendremos un segundo factor de desconfianza, cuyas consecuencias serán de la mayor
seriedad para el futuro inmediato de la vida económica del país" (30). Cuando Alfonso
López Pumarejo tiene que enfrentarse a una renegociación de la deuda externa con
Estados Unidos, adelantar las negociaciones para la legislación petrolera y para la firma
del Tratado de Comercio, llama a Olaya Herrera como Ministro de Relaciones
Exteriores, no sin que antes éste le hubiera condicionado su aceptación a la concesión
de los puntos exigidos por Estados Unidos (31). Es tan notoria la entrega de Olaya al
imperialismo norteamericano que le permite a Laureano Gómez iniciarle un juicio de
responsabilidades en 1933 incluyendo este tema entre sus acusaciones, después de
renunciar a su embajada en Berlín, con un tono nacionalista de sabor pro germano. En
esta forma se definía entre 1920 y 1940 el carácter de la "modernización" del país por el
camino de la dominación imperialista canalizada por el endeudamiento externo, la
política petrolera y los tratados de comercio con Estados Unidos. Tanto los gobiernos
conservadores como los liberales coinciden plenamente en este punto fundamental. Ya
no se vuelve a hablar de los objetivos de la revolución democrática que era el otro
camino abierto para la "modernización". El futuro del país queda así plenamente
definido por el partido conservador y el partido liberal en el poder. Esta definición es lo
que, en la práctica, señala el carácter de toda la historia de Colombia en el siglo XX.
La política del "buen vecino" auspiciada por Hoover e institucionalizada por Roosevelt
contó con tres instrumentos fundamentales que se convirtieron en la clave para la
dominación imperialista sobre Colombia: El programa de los Tratados Recíprocos de
Comercio, el Banco de Exportación e Importación y el Consejo de Protección de los
Tenedores de Bonos Extranjeros (32). El primero de estos instrumentos obedece a la
política de expansión comercial que adopta Estados Unidos después de la primera
guerra mundial tendiente a desplazar a las potencias europeas, pero que se convierte en
un elemento esencial de la recuperación económica norteamericana después de la crisis
del treinta. Los otros dos instrumentos buscan la expansión de la inversión indirecta a
través de la colocación de crédito, especialmente en los países atrasados, y la garantía
del pago de la deuda externa que ésta conlleva. En último término, son instrumentos
indispensables y complementarios de la expansión imperialista, los cuales se
realimentan mutuamente. Toda esta estrategia, hecha extensiva para América Latina, irá
surtiendo sus efectos a corto, mediano y largo plazo, obtendrá grandes éxitos y sufrirá
retrocesos, encontrará grandes dificultades en ocasiones, pero se mantendrá
inmodificable en su objetivo de controlar económicamente para preservar sus zonas de
influencia, consolidar su posición mundial y defender la seguridad hemisférica como
condición de estabilidad, no importa que cambien sus instrumentos de tiempo en
tiempo. Las dos décadas que median entre la primera y la segunda guerra mundial
consolidan la posición de Estados Unidos en Colombia y ponen las bases de su dominio
sobre la economía. El control definitivo que ejercerá Estados Unidos sobre la economía
colombiana no se dará sino hasta después de la segunda guerra mundial. La pérdida de
la independencia a manos del imperialismo norteamericano no fue un hecho súbito, sino
que obedeció a un proceso iniciado antes del robo del Canal de Panamá con fenómenos
como el establecimiento en la década de 1890 de lo que se convertirá más tarde en la
United Fruit Company. Si bien es cierto que el robo de Panamá constituyó un atentado
contra la soberanía nacional y la indemnización negociada por la oligarquía liberal-
conservadora representó el precio recibido por la entrega de Panamá al imperialismo, no
fue un factor que definiera el control de Estados Unidos sobre la economía colombiana.
La industria norteamericana del banano en el Magdalena o la industria petrolera en los
Santanderes también representan atentados contra la soberanía nacional, pero no
determinaron de un momento a otro la pérdida de la independencia. Fue necesario que
se dieran otros fenómenos, especialmente el del control de los recursos del Estado a
través del endeudamiento externo y de la sumisión de los gobernantes, para que este
control imperialista se hiciera efectivo. En este proceso, la etapa vivida por el país entre
1920 y 1945 define que Colombia haya adoptado la estrategia de la "modernización" sin
independencia económica, en lugar de haberlo hecho por el camino de la revolución
democrática y de la independencia nacional.
En Colombia este proceso de los Tratados de Comercio pasó por tres etapas. Primera,
las negociaciones que siguieron al conflicto producido en Colombia por la legislación
proteccionista de Estados unidos como efecto del Acto Legislativo Smoot-Hawley del
Congreso Norteamericano de 1930, y la tendencia proteccionista en Colombia durante
los últimos años de la administración Abadía y los primeros años de la administración
Olaya. En 1926 la misión suiza Haussermann propuso la liberación de aranceles
aduaneros, pero los industriales se opusieron e impulsaron una política proteccionista.
No fueron eficaces los oficios del embajador Jefferson Caffery para convencer a Abadía
y a Olaya de los objetivos más generales del gobierno norteamericano. Olaya, por
ejemplo, subió las tarifas para la importación de azúcar con el objeto de favorecer
intereses particulares de inversionistas norteamericanos que acababan de comprometer
dos millones de dólares en la incipiente industria azucarera colombiana (34). Lo mismo
sucede con la harina, porque el 90% de la producción harinera del país estaba
controlada, en ese momento, por empresas norteamericanas (35). En esta etapa Estados
Unidos no logra obtener sus objetivos de largo alcance, pero hacia 1933 comienza a
negociar tratados en Brasil, Cuba, Argentina y Colombia, por lo menos.
Segunda, la negociación y la firma del Tratado Recíproco de Comercio, sin que se logre
su ratificación en ninguno de los dos Congresos. La responsabilidad de la negociación
recae sobre el gobierno de Olaya, el cual nombra como sus representantes a dos
conservadores y a un liberal, este último, Miguel López Pumarejo, hermano de Alfonso
López y vocero de los cafeteros que defendían ante todo las más amplias concesiones
con tal de que se les asegurara la libre exportación a los Estados unidos, y ante la
obsecuencia de Olaya para con sus amigos norteamericanos, los industriales levantan
una furiosa oposición en el seno mismo de la comisión negociadora y por la prensa.
Estos defendían la incipiente industria colombiana. A pesar de la oposición de los
industriales y de parte de la prensa liberal, de las contradicciones entre el Ministro de
Relaciones, conservador, y su embajador en Washington, liberal, el gobierno firma el
Tratado el 15 de diciembre de 1933, e inmediatamente desaparece toda la oposición de
los liberales, dirigidos por Olaya desde la presidencia y por Santos desde la política
liberal. Sin embargo, el Congreso Norteamericano se opuso a la ratificación por
considerar que no garantizaba suficientemente los intereses de los hombres de negocios
norteamericanos. Tampoco lo hizo el Congreso colombiano por conflictos partidarios de
política parlamentaria.
Tercera, una nueva negociación del Tratado, la firma de López Pumarejo y la
ratificación por el Congreso. Ante el aparente fracaso del programa de Tratados
Recíprocos de Comercio, el gobierno de Roosevelt modifica los Actos Legislativos de
1922 y 1930, le da bases institucionales a la reciprocidad, introduce reformas en las
relaciones de la empresa privada y el gobierno para impulsar el capitalismo de Estado, y
establece la dirección de la inversión norteamericana en el exterior por el gobierno. En
esta perspectiva, se abren de nuevo las negociaciones. El gobierno de López nombra a
Olaya Ministro de Relaciones y al hermano del presidente como embajador en
Washington. En octubre de 1935 el gobierno norteamericano publica el Tratado e
inmediatamente recibe el apoyo de los hombres de negocios y de la prensa. Los
conservadores se oponen furiosamente al Tratado, movidos por su oposición radical al
gobierno de López y por su inclinación clara hacia los intereses germanos en franca
competencia con los Estados Unidos. El partido comunista se opone al Tratado y
propone una moción de rechazo en el Concejo de Bogotá que es derrotada. En el
Congreso la aprobación se tramita rápidamente, ante la ausencia de los conservadores y
ante la debilidad del sector liberal de Antioquia que representaba los intereses
industriales en desarrollo. El senador Héctor José Vargas de Boyacá deja la siguiente
constancia: "Voto a favor del Tratado con los Estados Unidos porque considero que, al
aceptar el punto de vista de su nueva política comercia], haciéndole importantes
concesiones sin haber obtenido ninguna excepto la confirmación de nuestro actual
estado de cosas, les damos la mejor prueba de nuestro sincero deseo de cooperar con el
reestablecimiento del equilibrio y del ritmo de nuestro intercambio comercial..." (36). El
gobierno de López Pumarejo le daba a los norteamericanos concesiones en casi
doscientos renglones y más de quinientos productos, mientras los norteamericanos no
nos daban concesiones sino en once renglones y unos treinta productos, tales como
bálsamo de Tolú, ipecacuana o semillas de ricino. Pero, además, el gobierno de López
incluyó productos agrícolas producidos en el país o que podían producirse en él, lo
mismo que productos industriales que salían de la incipiente industria nacional, como
calzado, impresos, telas de algodón crudo, frazadas de algodón, ropa interior de tela de
algodón y lino para hombres, mujeres y niños, tejidos de punto y muchos más (37). De
esta manera, hace entrega de los intereses de la agricultura colombiana, da un golpe al
proceso de industrialización, abre el campo a todo tipo de productos que compiten con
los nacionales, acepta condiciones sobre la administración pública consagradas en el
Tratado, no obtiene beneficios para la economía colombiana con excepción de la
seguridad de la exportación cafetera. En realidad, López se pliega totalmente a la
política norteamericana exclusivamente con la perspectiva de favorecer a los cafeteros.
Desde entonces, la política económica del gobierno de López en el terreno comercial, se
orienta a darle todas las garantías a la estrategia hegemónica de los Estados Unidos en
Colombia. El embajador norteamericano William Dawson decía en octubre de 1937:
"No hay duda de que la política comercial del gobierno colombiano tiende
definitivamente a ponerse de acuerdo con los propósitos básicos y los objetivos del
programa de acuerdos comerciales de los Estados Unidos" (38). La firma del Tratado
Reciproco de Comercio le da a los Estados Unidos, en contra de Alemania y Japón, y en
contra de los intereses nacionales, la última garantía de tipo económico necesaria para la
dominación imperialista. El gobierno liberal de Olaya prepara el camino, el gobierno
liberal de López consagra la entrega.
Don Luis Cano le replica a López sus argumentos sobre la necesidad del capital
extranjero y la necesidad de colaborar con el gobierno y dice: "No puede acusarse con
razón al liberalismo ni a ninguno de los matices de él, como enemigo del progreso
nacional, como adversario de la introducción de capitales extranjeros, o como
empeñado en suscitar dificultades para el desarrollo de las grandes obras que deben
transformar el aspecto económico de la nación... No ha surgido hasta el presente un solo
proyecto de empréstito conseguido en condiciones prudentes y decorosas, ni una
propuesta para la construcción de vías férreas, o para la apertura de carreteras, o para la
canalización de ríos, que no haya contado desde sus primeros pasos con nuestra cordial
y efectiva cooperación... Nos hemos esforzado como pocos en hacerle buena atmósfera
al capital extraño; en atraerlo, en contribuir a que halle en Colombia las necesarias
garantías..." (40). Pero, como línea dura del liberalismo de entonces, añadía su fórmula
para mantener la independencia nacional, fórmula romántica e inútil: "Consideramos
que no podemos ir dignamente y sin peligros al encuentro de los financistas y de los
grandes industriales extranjeros, que naturalmente buscan en primer término su
beneficio y sólo secundariamente el nuestro, sino después de robustecer la unidad
intelectual, moral y económica para que resista el embate de los intereses no vinculados
por el corazón a la estabilidad independiente de la patria... Amigos por convicción del
capital extranjero, sin cuya colaboración el desenvolvimiento nacional demoraría largos
años, no creemos conveniente ese nuevo lirismo mercantilista que hace aparecer a los
países en éxtasis místico ante el becerro de oro, ni juzgamos tampoco que Colombia
pueda acoger indistintamente cuantas instituciones se le dejen oír en materia de
préstamos, concesiones o enajenaciones de bienes y riquezas cuya potencialidad
próxima supera muchas veces a su valor actual, aparentemente crecido..." (41).
Todos los gobiernos, sin excepción ninguna, que van a seguir a la primera misión
Kemmerer, pondrán como primer objetivo de su administración, el fortalecimiento,
consolidación y desarrollo de estas dos reformas: impulso del sector financiero y
establecimiento del capitalismo de Estado. El tercer punto del programa de gobierno
presentado por Olaya Herrera en la campaña de 1930 resume perfectamente la respuesta
de la oligarquía liberal conservadora a las exigencias del imperialismo. Decía Olaya:
"Es indispensable que procedamos a desarrollar un conjunto de medidas que lleven a los
medios financieros del exterior, en particular a los medios financieros de los Estados
Unidos, la persuasión de que vamos a desarrollar una política financiera de orden y
economía, un plan de obras públicas prudente y bien pensado, de acuerdo con los
consejos que los técnicos en la materia han dado y los que puedan dar al gobierno
nacional, a nuestros departamentos y a nuestros municipios. La impresión actual hoy en
los Estados Unidos, es la de que manejamos nuestros negocios con incompetencia,
nuestras finanzas imprudentemente y que subordinamos al juego de la política la
gerencia de los grandes intereses que son el eje de nuestra producción, de nuestra
propiedad" (54). Es así como Colombia adopta la estrategia de desarrollo del
imperialismo, la que le conviene a esos intereses de exportación de capital, la que se
orienta consecuencialmente a garantizar el pago de la deuda externa, la que produce un
estimulo constante a la importación de capitales, la que genera irremisiblemente toda la
economía de monopolio, la que se adecúa con perfección a un sistema financiero
internacional que va a generalizarse después de la segunda guerra mundial. Esta
estrategia de desarrollo adoptada por la oligarquía liberal conservadora que controla el
país no es complementaria sino sustitutiva de la otra alternativa posible que hemos
definido como la estrategia de desarrollo por vía de la revolución democrática que tiene
como condición esencial e insustituible la liquidación del régimen terrateniente y el
impulso autónomo de la agricultura.
López Pumarejo ha sido presentado por toda la literatura histórica liberal y de izquierda
como representante de la burguesía nacional progresista(67). Inclusive, el partido
comunista formó en 1936 un Frente Popular Antiimperialista sobre la base del apoyo a
López (68). Los hechos son contrarios totalmente a esta visión apologética del
liberalismo de la época de López. López jamás tuvo una posición antiimperialista, ni
defendió la industria nacional, ni adelantó las medidas que hubiera podido exigir la
revolución democrática. Todo lo contrario. López modificó la legislación petrolera
existente ante la presión de las compañías norteamericanas que controlaban la
explotación de petróleo. Mediante la Ley 160 de 1936 López concedió mayores
garantías a la inversión imperialista en el petróleo, estableció bases más firmes para los
contratos con el objeto de dar mayores seguridades a la compañías inversionistas,
modificó los requisitos para desarrollar tierras en manos de intereses privados en favor
de la Texas, redujo los impuestos a las propiedades privadas de exploración, liberalizó
los requisitos de las regalías favorables a los inversionistas norteamericanos, redujo las
regalías para la producción de petróleo crudo con destino a exportación, declaró de
utilidad pública las empresas petroleras para impedir los movimientos reivindicativos de
los obreros, evadió el establecimiento de una empresa estatal colombiana para refinar el
petróleo (69). López fue mucho más generoso con las compañías norteamericanas de lo
que había sido Olaya, reconocido por el gobierno de los Estados Unidos como su amigo
íntimo. En este sentido, lo que López hizo fue establecer reglas de juego precisas y
modernas, garantizándole a los inversionistas norteamericanos todas las ventajas, pero
fijando normas precisas a las que pudieran atenerse sin temores de ninguna especie. Por
otra parte, en lo referente a la negociación de las relaciones comerciales, el tratado que
López firma y cuya aprobación logra en el Congreso, concede, como hemos visto, todas
las ventajas a los Estados Unidos, desprotegiendo la incipiente industria nacional en
todos los campos, principalmente en confecciones, alimentos y otros renglones que
comenzaban a desarrollarse o que tenían posibilidad de desarrollarse con inversión
nacional (70). En ese momento el proteccionismo aduanero era una necesidad de la
economía nacional en defensa de la industria. López entrega el comercio a las
importaciones norteamericanas. El Tratado de Comercio de 1935 es un golpe a la
industria nacional. El mercado colombiano fue inundado de productos norteamericanos
y la importación de productos estipulados en la liberación de impuestos de aduana subió
de 1935 a 1936 en un 102.0%. Punto aparte merece el golpe a la producción de tabaco,
algodón, papa y otros productos agrícolas afectados por el Tratado, concesión hecha
ante la presión norteamericana ahogada por los excedentes en estos renglones.
Frente al endeudamiento externo, López accede a renegociar con los Estados Unidos y a
conceder las ventajas necesarias, aconsejado por su Contralor General Lleras Restrepo.
Solamente la falta de apoyo en el Congreso, tomado por los santistas, en oposición a
López, le impide llegar a términos concretos en este aspecto. Sin embargo, el embajador
norteamericano informa a Washington que López está listo para aceptar un acuerdo,
siempre y cuando se aísle del contexto político que vivía el país en ese momento, para
no quedar públicamente comprometido. En realidad, López coincidía con el gobierno
norteamericano en que era imposible seguir endeudándose mientras no se arreglara el
pago de la deuda existente desde 1928 y no se dieran las reformas en el campo
financiero, constitucional y laboral exigidas por la modernización del país (71).
Roosevelt estaba contra el exceso de crédito al exterior, porque esto llevaba a conflictos
políticos internacionales graves. Su Secretario de Estado, Morgenthau, por ejemplo,
había amenazado al gobierno colombiano con tomar medidas semejantes a las que
Estados Unidos había tomado en Centroamérica, si no se atendía el pago de la deuda
externa. El senador Johnson había obtenido una ley impidiendo nuevos créditos a los
países que no hubieran pagado la deuda existente. El relativo poco endeudamiento de
López con Estados Unidos no proviene de su política antiimperialista, sino de la política
del gobierno norteamericano de no extender más la deuda y a la decisión de los
banqueros de ese país de no prestarle más dólares mientras no obtuviera del Congreso
una aprobación de su acuerdo de renegociación. La táctica de López es igual a la de
Roosevelt, presentarse demagógicamente como reformador social para neutralizar una
izquierda ascendente, grandemente influida por la revolución rusa y su influencia en el
mundo, con la diferencia de que Roosevelt opera para dominar el mundo y López para
darle campo a la dominación. Randall ofrece este juicio sobre López: "Enfrentado a una
gran depresión económica y a un creciente radicalismo político y económico del
movimiento obrero, López viró hacia la izquierda en una forma muy semejante a como
lo hizo Roosevelt. El programa doméstico de López tuvo un tono socialista, pero sus
objetivos fueron no menos burgueses y capitalistas que el modelo americano hacia el
cual siempre se volvió como guía" (72). López no tiene el estilo de Olaya ni de Santos
de operar abiertamente en favor del imperialismo, como Franklin D. Roosevelt no posee
la misma estrategia imperialista de Theodore Roosevelt, pero la eficacia de la nueva
táctica y del nuevo estilo obtuvo mejores resultados.
En 1974 el Banco Mundial demandaba las reformas que puso en marcha lo que el
gobierno de López Michelsen llamó "la emergencia económica" y los agentes del banco
denominaron un programa "de estabilización" consistente en un presupuesto
equilibrado, reforma del sistema de impuestos, eliminación del control de precios y
reducción de los subsidios concedidos por el Estado (78). En resumen, el capital
financiero internacional, por intermedio del Estado, ha establecido en Colombia un
poder financiero de capitalismo de Estado que se irriga por toda la economía y pone a
funcionar toda la sociedad alrededor de reformas orientadas primordialmente a
garantizar tanto el pago de la deuda como nuevas importaciones de capital. Sería
conveniente una investigación cuidadosa sobre este punto crucial: ¿cuáles son los
problemas fundamentales del desarrollo que ha resuelto Colombia con el
endeudamiento externo y con la gran inversión de capital durante los últimos sesenta
años? Una cosa es cierta, Colombia no ha salido del subdesarrollo y no tiene esperanzas
inmediatas de salir de él. ¿No se ha distanciado más Colombia de Estados Unidos, por
ejemplo, de lo que estaba al comienzo de la estrategia de "modernización" auspiciada
por el imperialismo, pedida y aceptada por el partido liberal y el partido conservador?
A principios del siglo XX Colombia era un país sin vías de comunicación, sin servicios
de agua, luz y alcantarillado, sin industria, sin un sector financiero en la economía, sin
un sistema de transporte establecido. La revolución democrática y la lucha por
consolidarla a través del siglo XIX habían fracasado. Las fuerzas que siempre
estuvieron contra ella y las que la traicionaron en las dos últimas décadas del siglo,
impidieron que se diera el desarrollo del capitalismo sobre bases nacionales. Fue el
imperialismo el que se apoderó de ese proceso entre 1910 y 1940, le dio su carácter de
dominación imperialista y estructuró una economía que dejaría intacto el régimen
terrateniente e impulsaría el fortalecimiento y predominio del sector financiero sobre
una industria altamente monopolizada, rasgos de la estructura económica colombiana,
íntimamente ligados. Después de setenta anos de "modernización" por endeudamiento
externo, el régimen de monopolio terrateniente en el campo, con una agricultura
atrasada, ineficiente, en permanente retroceso ante las necesidades de alimentación de la
población, con un minifundio persistente, con millones y millones de hectáreas sin
cultivo, con toda clase de formas atrasadas de producción desde las más primitivas hasta
las en vía de transición hacia formas capitalistas, no solamente se mantiene a pesar de la
transformación de toda la economía, sino que mantiene su poder político incólume y se
erige como obstáculo gigantesco al desarrollo de las fuerzas productivas en el país. El
imperialismo se ha lucrado en infinidad de formas de este atraso de la agricultura, uno
de cuyos aspectos más importantes es el de haber impedido en esta forma que el país
desarrolle sus fuerzas económicas, resultado de lo cual habría sido la colisión
irreversible con la explotación que ejerce el imperialismo sobre nuestro país. El
imperialismo ha mantenido a los terratenientes, ha mantenido el monopolio
improductivo de la propiedad de la tierra, se ha apoyado en el poder político de esta
clase con un carácter feudal, pero ha sabido, a través del capital financiero, incorporar
esa economía a su explotación imperialista, ha puesto los terratenientes a utilizar su
capital y ha impulsado en la economía feudal del país lo que Lenin llamó "un desarrollo
junker del capitalismo", del que sólo se benefician los terratenientes y, mediante éstos,
el imperialismo. Al imperialismo le es necesario en estos países este tipo de desarrollo
del capitalismo que no destruye el régimen feudal, pero le permite lucrarse de la
utilización que hacen del capital financiero (92). Pero al mismo tiempo que la
"modernización" imperialista por vía del endeudamiento externo logró preservar el
régimen terrateniente, produjo en Colombia la contradicción entre una economía
monopolista de tipo capitalista y otra no-monopolista, o sea, una contradicción generada
por el capital monopolista y el no monopolista. Esto quiere decir que el imperialismo, al
generar una economía basada en el capitalismo monopolista de Estado, en el sector
financiero y en la industria monopolista, dio origen a dos tipos de capitalismo, uno
monopolista y otro no-monopolista. Al capitalismo monopolista lo llamamos
capitalismo imperialista y al capitalismo no monopolista lo denominamos capitalismo
nacional. El capitalismo imperialista es el que tiene su base económica en el
endeudamiento externo y que toma la forma de las tres características que hemos
señalado en los párrafos anteriores. El capitalismo nacional es el que depende de la
pequeña y mediana producción, bien sea industrial o agrícola de tipo capitalista. La
contradicción que existe entre estos dos capitalismos radica en la oposición del capital
monopolista con el capital no-monopolista, al margen de la conciencia que de esta
contradicción posean las clases sociales dueñas de los dos tipos de capital, o sea,
independientemente de la conciencia que tenga la gran burguesía burocrática y
financiera, por una parte, y la burguesía nacional, por otra.
NOTAS
(1)Ver, por ejemplo, Jorge Orlando Melo, "La república conservadora", en Colombia hoy, Siglo XXI
Editores, Bogotá, 1978; Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914; Alberto Lleras,
"Aquileo Parra", Escritos Selectos, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1976; Indalecio Liévano
Aguirre, Rafael Núñez, Segundo Festival del Libro Colombiano, Bogotá 1960; Nieto Arteta, Economía y
cultura en la historia de Colombia, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1962.
(2)Ver Álvaro Tirado Mejía, "Colombia: Siglo y medio de bipartidismo", en Colombia hoy. Siglo XXI
Editores. Bogotá, 1978; Tirado Mejía, Aspectos sociales dé las guerras civiles en Colombia, Instituto
Colombiano de Cultura, Biblioteca Básica Colombiana, Bogotá, 1976.
(3) Tirado Mejía, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia, p. 28, nota.
(4) Tirado Mejía, "Colombia; Siglo y medio de bipartidismo", op. Cit., p. 115.
(6) Tirado Mejía, Ibid.; Marco Fidel Suárez, Sueños de Luciano Pulgar, Editorial Voluntad, Bogotá,
1940, V. II.
(7) Pedro Fermín de Vargas, Pensamientos políticos sobre la agricultura, comercio y minas del Virreynato
de Santa Fe de Bogotá y memoria sobre la población del Nuevo Reino de Granada, Universidad Nacional
de Colombia, Bogotá, 1968. p. 100.
(8) José Ignacio de Pombo, "Informe del Real Consulado de Cartagena de Indias a la Suprema Junta
Provincial de la misma", en Sergio Elías Ortiz (recopilador), Escritos de dos economistas coloniales,
Publicaciones del Banco de la República, Bogotá, 1965, p. 138.
(9) Antonio Nariño, Ensayo sobre el nuevo plan de administración en el Nuevo Reino de Granada,
Ministerio de Trabajo, Bogotá, 1960.
(10) Ver Eduardo Peña Consuegra, El origen de la burguesía en Colombia, Ediciones Los Comuneros,
Bogotá, 1976, Cap. V.
(11) Lenin, "Carlos Marx", en Marx, Engels, Marxismo, Editorial Progreso, Moscú, 1967, p.21.
(12) Ver Melo, op. cit.; Kalmanovitz, La transición según McGreevy: una posición alternativa,
mimeógrafo; Darío Bustamante, "Efectos del papel moneda durante la Regeneración", Cuadernos
Colombianos, MedelIín, No.4.
(13) Foción Soto, Memorias sobre el movimiento de resistencia a la dictadura de Rafael Núñez, 1884-
1885, Arboleda y Valencia, Bogotá. 1913. p. 27. Dice Soto-."...las autoridades colombianas nuñistas
auxiliaron y apoyaron este inaudito atentado contra nuestra soberanía y más tarde el gobierno del doctor
Núñez dio las gracias por él al de los Estados Unidos. Pero cuando la historia haya de pronunciar su fallo
ineludible sobre el doctor Núñez, acaso lo absuelva de su insaciable ambición, del peculado, de la
corrupción establecida por sistema con el nombre de apaciguamiento, del odio que profesa a todo hombre
digno y honrado; pero nunca lo absolverá de la infamia con que ha cubierto a la nación, mendigando el
apoyo extranjero para levantar la horca, proscrita en este país desde el tiempo de la Colonia y detestada
por la civilización moderna". (14) Rafael Uribe Uribe, Discursos parlamentarios. Congreso de 1896,
Imprenta y Librería de Medardo Rivas, Bogotá, 1897.
(15) Liévano Aguirre se convirtió en el paladín de las causas perdidas en la historia de Colombia. Así
como defiende a Bolívar en sus posiciones francamente probritánicas, es el resucitador del espíritu
autoritario de un Núñez. En esta forma es un verdadero Ideólogo del nuevo liberalismo del siglo XX, el
cual le permite ponerse en contra de toda la causa de la revolución democrática, renegar de lo que ella
representó en el siglo XIX y servir de modelo a todos los historiadores que pretenden ser marxistas y que
repiten las tesis reaccionarias de Liévano. En el caso del "monroísmo", Liévano sale en defensa del
colonialismo británico, de la reacción representada en la Santa Alianza y opuesta a Estados Unidos, país
que, en el momento de enunciarse la doctrina Monroe, estaba en las mismas condiciones que los países
latinoamericanos. Ver Indalecio Liévano Aguirre, Bolivarismo y monroismo, Editorial Revista
Colombiana Uda., Bogotá, 1969, Cap. III. Ver Gordon Connell-Smith. The United States and Latin
America. An Historical Analysis of Inter-American Relations, Heinemann Educational Books, London,
1874, principalmente Caps. 2 y 3.
(16) Ver en Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia, Ediciones Tercer Mundo, pp.
359-361 y en Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, Editorial Santa Fe, Medellin, pp.
215 y 244, los datos sobre comercio exterior durante el siglo XIX. Ver Aníbal Galindo, "Historia del la
deuda extranjera", Estudios económicos y fiscales, Anif-Colcultura, Bogotá, 1978. Para las relaciones de
Estados Unidos e Inglaterra con América Latina, ver J. Fred Rippy, La rivalidad entre Estados Unidos y
Gran Bretaña por América Latina (1808-1830), Eudeba, Buenos Aires, 1967. La tesis de que Colombia
siempre ha sido "dependiente" no tiene piso teórico ni empírico en el marxismo. Es más bien el fruto de
posiciones románticas sobre la historia de Colombia en el siglo XIX, auspiciadas principalmente por
autores de la "nueva historia", influidas por los "dependentistas" latinoamericanos, y que están orientadas
a desvirtuar el proceso de la revolución democrática en Colombia y a absolver de responsabilidad al
partido liberal en este proceso. Los responsables, de acuerdo a esta teoría, del atraso del país no serían ni
los liberales, en cuyas manos estaba el proceso de la revolución democrática, ni los conservadores, que
siempre se opusieron a él, sino el pretendido imperialismo inglés, a través del intercambio desigual. No
puede atribuírsele al intercambio comercial, por desigual que haya sido, el poder de controlar una
economía, a no ser que cuente con el apoyo de la fuerza militar o del capital financiero. Durante el siglo
XIX no hubo invasión militar ni toma política por parte de Inglaterra ni de ninguna otra potencia
extranjera. Y, por otra parte, el capital financiero, así fuera incipiente, no contó con la fuerza suficiente
para imponer su tipo de dominación indirecta. La deuda colombiana del siglo pasado con Inglaterra
difiere, por su carácter y por la naturaleza del capital, completamente, del endeudamiento que inicia el
país desde 1922 y que se viene incrementando constantemente desde entonces. No puede hablarse de
capital financiero en Colombia sino hasta la época de la llamada "danza de los millones" en adelante. En
este sentido resulta incongruente, por decir lo menos, que Darío Bustamante hable de capital financiero
durante la "Regeneración". Op. cit., pp. 576 y ss.
(17) Enrique Olaya Herrera, "Una independencia que peligra", en Oradores liberales, Selección Samper
Ortega, Editorial Minerva, Bogotá, 1937, p. 223,
(20) Lenin, "Reunión de los funcionarios del Partido de Moscú: Informe sobre la actitud del proletariado
ante la democracia pequeño-burguesa". Obras Completas, t. XXVIII,
(24) Carta de Alfonso López a Nemesio Camacho, abril 25 de 1928, en Alfonso Romero Aguirre, Ayer,
hoy y mañana del liberalismo colombiano, Editorial ABC, Bogotá, 1972. pág. 341-343. Ver texto
completo en la Tercera Parte de este libro.
(25) Randall, op. cit., págs- 7-10 y passim. Dice Randall: "Los objetivos del embajador Caffery
representaban uno de los blancos vitales del Departamento de Estado en los años de Hoover-Roosevelt:
un ambiente en América Latina favorable a la inversión norteamericana y una comunidad inversionista
sensible a las condiciones locales", op. cit., pág.66.
(26) Citas y datos tomados de Jorge Villegas y José Yunis, 1900-1924. Sucesos colombianos,
Universidad de Antioquia, CIE, 1976, págs. 30, 39, 98.
(27) Citado por Jorge Sánchez Camacho, Marco Fidel Suárez, biografía, Imprenta del Departamento,
Bucaramanga, 1955, pág. 125.
(28) Manuel Monsalve, Colombia: Posesiones presidenciales: 1810-1954, Editorial Iqueima, Bogotá,
1954, pág. 373.
(30) Enrique Olaya Herrera, "Conferencia sobre los problemas económicos de Colombia", El Tiempo, 30
de enero de 1930. Ver texto completo en la Antología, Tercera Parte.
(33) Los datos principales sobre el proceso de negociación del Tratado Reciproco de Comercio están
sacados del libro de Randall, op. cit., caps. 1 y 2.
(37) "Convenio comercial entre Colombia y los Estados Unidos de América", en Eduardo Guzmán
Esponda, Tratados y convenio» de Colombia: 1910-1938,-Imprenta Nacional, Bogotá, 1939.
(39) "Otra oportunidad que puede perderse", El Diario Nacional, 6 de julio de 1922.
(41) Ibid.
(46) Ibid.
(49) Ver el cuadro completo de los empréstitos con todos los datos de destinatario, cantidad, fecha, plazo,
interés y objetivo, en Rippy, op. cit., pág. 190.
(53) La misión Kemmerer fue la más importante de una serie de misiones norteamericanas de asesoría
económica y financiera que envió Estados Unidos a los países subdesarrollados después de la primera
guerra mundial. Sus objetivos fundamentales eran los de consolidar áreas de expansión económica y
comercial, asegurarse un abastecimiento de materias primas dentro del consorcio mundial y contrarrestar
la influencia de Inglaterra específicamente en América Latina. Este último objetivo era el más importante
de los de la misión Kemmerer. En 1913 las inversiones inglesas en la región eran de US$ 531.5 millones
y las de Estados Unidos US$ 72 millones. Para 1929 las inversiones inglesas no habían crecido sino un
13.6 por ciento, mientras las norteamericanas habían aumentado un 1241 por ciento. Ver Robert Seidel,
"American Reformers Abroad: The Kemmerer Missions in South America, 1923-1931", The Journal of
Economlc History, VoL XXXII. No. 2, junio 1972.
(54) Olaya Herrera, op. cit. Era tal la presión de los norteamericanos para lograr las reformas que dieran
paso al establecimiento del sector financiero, que el embajador Cafferey cuenta que Kemmerer sugirió a
Olaya la expedición de la ley sobre la banca central, aunque contraviniera las disposiciones
legales-.Seidel, op. cit., pág. 530.
(55) Max Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1964, 2 volúmenes.
(56)Ver Talcott Parsons, "Introduction", en Max Weber, The Theory of Social and Economic
Organization, The Free Press, New York; Talcott Parsons and Edward Shils, Toward a General Theory of
Action, Cambridge, Mass., 1951.
(57) W.W. Rostow, The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifiesto, New York, 1952;
ver también, una síntesis en "The Take- off into Selfsustained Growth", en Jason Finkle and Richard
Gable, ed., Political Development and Social Change, John Wiley and Sons, Inc., New York, 1966, págs.
233-253.
(58) Max F. Millikan and Donaid L. M. Blackmer, ed., The Emerging Nations: Their Growth and United
States Policy, Little Brown and Company. Bostón, 1961, págs. 46-53. Entre los autores del informe están
personajes como Ithiel de Sola Pool, Everet Hagen, Lucían W. Pye, Walt W. Rostow, Daniel Lerner. La
literatura imperialista norteamericana sobre estos asuntos, desde el punto de vista teórico y aplicado es
inmensa, como es de suponer. Me permito citar algunas obras que han determinado la política
norteamericana en muchos aspectos. Daniel Lerner, The Passing of Traditional Society, The Free Press,
New York, 1958; Everet E. Hagen, On the Theory of Social Change, Homewood, Ill, Doresey Press,
1962; David McClelland, The Achieving Society, Van Nostrand Co., Princeton, 1961; S. Kuznet et. al.,
Economic Growth: Brazil, India, Japan, Durham, N.C., 1955; Gabriel Almond and James Coleman, The
Politics oí the Developing Areas, Princeton, 1960; Lucian W. Pye, Aspects of Political Development,
Little Brown, Bostón, 1966; Gabriel Almond and Sidney Verba, The Civic Culture, Princeton University
Press, Princeton, 1963; David Apter, The Politics of Modernization, The University of Chicago Press,
Chicago, 1965; Bert F. Hoselitz et. al., The Theories of Economic Growth, Free Press, Glencoe, Ill.,
1960; Jason L. Finkle and Richard W. Gable, ed., Political Development and Social Change, John Wiley
and Sons, Inc, New York, 1966; Kart W. Deutsch, The Nerves of Government: Models of Political
Communication and Control, Free Press, Glencoe, Ill., 1963; Joseph La Palombara, ed., Bureaucracy and
Political Development, Princeton University Press, Princeton, 1964; Cyril E. Black, The Dynamics of
Modernization: A Study in Comparative History, Harper and Row, New York, 1966.
(60) David Apter, The Politics of Modernization, The University of Chicago Press, Chicago, 1967.
(66) Ibid., pág. 80. Seria interesante profundizar en las relaciones de Olaya con la United Fruit Company
y en las contradicciones que surgieron posteriormente entre la United y Alfonso López Pumarejo. Olaya,
por ejemplo, hace un contrato con la United para no modificarle el impuesto sobre el banano de
exportación durante un período de veinte años, aun contraviniendo los consejos de su asesor Kemmerer,
quien veía en la United una de las pocas fuentes importantes de tributación de la que estaba necesitado el
gobierno colombiano para responder por la deuda externa.. Ver Seidel, op. cit., pág. 531.
(67) Ver, por ejemplo, Darío Mesa, Ensayos sobre historia contemporánea de Colombia, págs. 47-48,134-
138 y passim, La Carreta, Bogotá, 1977; Mario Arrubla, en Colombia hoy, op. cit.; Ignacio Torres
Giraldo, Síntesis de historia política de Colombia, Edit. Margen Izquierdo, Bogotá, 1972; Molina tiene
una posición bien curiosa. Su apasionada defensa de López le hace reconocer que no tuvo nada de
revolucionario y que lo calumnian quienes lo llamaron socialista y dice: "Lo que le confiere a él jerarquía
especial entre los políticos colombianos de esa época fue el no haberse declarado nunca anticomunista".
¿No sería, precisamente, con el objeto de poder neutralizar a los "comunistas" de la época y ponerlos a la
cola del partido liberal, como efectivamente lo logró? Ver Molina, Las ideas liberales en Colombia. De
1935 a la iniciación del Frente Nacional, Editorial Tercer Mundo, Bogotá, 1977, pág. 96.
(69) Randall, op. cit., cpt. 5; Jorge Villegas, Petróleo, oligarquía e imperio, Ediciones Tercer Mundo, 3a.
edición, Bogotá, 1975, págs. 200-216. Villegas relata el robo de la familia López de 150.000 hectáreas de
terrenos petrolíferos, una de las causas que llevaron a López a lograr la ley 160.
(71) En la misma nota ya citada de Bert L. Hunt a Grosvenor Jones, se dice: "La impresión que tuve
durante todas las negociaciones fue la de que el detener los préstamos a Colombia prestaría un gran
servicio a ambos gobiernos, y creo sinceramente que la publicación de la Circular previno pérdidas
futuras a los ciudadanos norteamericanos de varias decenas de millones de dólares y logró ahorrarle al
gobierno colombiano un peso mucho mayor de endeudamiento del que actualmente lleva". Citado por
Randall, op. cit., pág. 61.
(72) Randall, op. cit., pág. 81. La influencia de Roosevelt en López también la consigna Molina, op. cit.;
Lleras Restrepo dice al respecto: "El pensamiento y la acción tanto económica como política y social del
presidente Roosevelt debieron tener un influjo muy grande, no sólo en la orientación de la administración
Olaya, a partir de 1933, sino también en las de López Pumarejo". Y hace un recuento de los puntos en que
López imitó a Roosevelt. Borradores para una historia de la república liberal, Editora Nueva Frontera,
Bogotá, 1975, págs. 128-129.
(75) Raúl Fernández, The Development of Capitalism in Colombia, manuscrito, Irvine, California, 1978;
Rippy, op. cit., pág. 188.
(76) Fernández, op. cit., cpt. IV; ver Oscar Rodríguez, Efectos de la gran depresión sobre la industria
colombiana, Ediciones El Tigre de Papel, Bogotá, 1973; Gabriel Poveda Ramos, "Historia de la industria
en Colombia", Revista Trimestral, ANDI, No. 11, 1970, págs. 41-55.
(78) Los datos utilizados en esta parte sobre el capitalismo de Estado y el endeudamiento externo del
gobierno han sido sacados principalmente de los trabajos de Raúl Fernández, "Imperialist Capitalism in
the Third Worid: Theory and Evidence from Colombia", próximo a publicarse en Latín American
Perspectives; también del mismo autor, The Domination of Finance Capital in Colombia, manuscrito,
University of California, Irvine, 1978; lo mismo, The Development of Capitalism in Colombia,
manuscrito, University of California, Irvine, 1978, caps. II y III. Sobre las condiciones del First National
City impuestas a Olaya y del Banco Mundial a López Michelsen. Fernández cita a James E. Boyce y
Francois J. Lambert, Colombia’s Treatment of Foreign Banks, American Institute for Public Policy
Research, Washington, 1976, pág. 21 y a Latín American Economic Report, July, 1975, vol. III, No. 26.
Para este problema en su conjunto, pueden consultarse, entre otros, las siguientes publicaciones: José F.
Ocampo y Raúl Fernández, "The Andean Pact and State Capitalism in Colombia, Latín American
Perspectives, vol. II, No. 3, Fall, 1975; Alvaro Camacho Guizado, Capital extranjero: subdesarrollo
colombiano, Punta de Lanza, Bogotá, 1972; Rodrigo Parra Sandoval, La desnacionalización de la
industria y los cambios en la estructura ocupacional colombiana, Centro de Estudios sobre el Desarrollo
Económico, Unív. de los Andes, Bogotá, 1977; Konrad Matter, Inversiones extranjeras en la economía
colombiana, Ediciones Hombre Nuevo, MedeIlin, 1977; James E. Boyce y Francois J. Lombard,
Colombia’s Treatment of Foreign Banks, American Instituto for Public Policy Research, Washington,
1976.
(79) ANIF, "Evolución del sector financiero, 1965-1975", Carta Financiera, vol. IV, No. 5, 1977.
(82) Ver la estructura de la industria en esta época en los libros citados de Poveda y Rodríguez.
(84) Ibid.; ver Controversia, Centro de Investigación y Educación Popular, No. 52 y 53.
(92) Lenin señaló que en Rusia la contradicción en la agricultura consistía en la oposición existente entre
la vía "farmer" (americana) y la vía "junker" (prusiana). La burguesía rusa, inconsecuente con su papel de
desarrollar el capitalismo, escogió la vía "junker" que favorece a los terratenientes, mantiene la opresión
feudal de los campesinos y permite un desarrollo lento del capitalismo. Ver Lenin, "El programa agrario
de la social democracia en la primera revolución rusa de 1905 a 1907", cap. 1. Obras completas, LXIII. El
imperialismo trata de superar la contradicción que le presenta su necesidad de exportar capital y la de
mantener el atraso para impedir la competencia del país neocolonial, impulsando el desarrollo "junker"
del capitalismo, único que puede preservar el régimen de explotación terrateniente por un tiempo
indefinido, dado el proceso lentísimo del avance capitalista.
Estas tres interpretaciones de los partidos tradicionales colombianos son, a la vez, tres
interpretaciones del Frente Nacional. Coinciden en abstraer el proceso histórico
colombiano del proceso general de la transformación que ha sufrido el capitalismo y de
su influencia en la lucha de los partidos. En esencia, según estas interpretaciones, los
partidos, su composición, su ideología y su comportamiento no han sufrido
transformaciones esenciales del siglo pasado a la época contemporánea. Pero, además,
el análisis del Frente Nacional no se aparta, substancialmente , de la justificación que
han ofrecido los mismos partidos que pactaron esta etapa de nuestra historia. En esto,
las tres interpretaciones no solamente están de acuerdo, sino que se complementan. Es
indudable que lo que desquicia, en el fondo, estas interpretaciones, es el hecho de que se
haya formado un Frente por dos partidos que estuvieron enfrentados, o que aparentaron
enfrentarse, durante siglo y medio, pero que en un momento dado resuelven hacer un
gobierno compartido, como si se tratara de un partido único de gobierno. Resulta, pues,
insoslayable el abordar una interpretación no solamente del carácter del Frente
Nacional, sino de los sectores que lo componen y del proceso que condujo a su
establecimiento.
Los partidos políticos surgen en la historia del mundo como producto de la revolución
mundial democrático-burguesa, al abrirse paso la lucha por el poder político entre las
diferentes clases sociales, una vez que se hubo superado la concepción feudal de que la
autoridad provenía de Dios y que, por tanto, correspondía por herencia a sus
representantes directos o indirectos. En Colombia, los partidos políticos son también el
resultado de la revolución democrático-burguesa en el país, representada por la
revolución de independencia y por la lucha que libraron las clases sociales en conflicto
durante el siglo XIX frente a los objetivos económicos y políticos de la revolución. Ni
los escritores liberales y conservadores del siglo pasado ni los escritores de la "nueva
historia" parecen estar en desacuerdo con esta proposición general, no importa que la
interpretación sobre el origen de la división en dos colectividades se aparte
substancialmente o coincida en muchas ocasiones. Pero el problema central que nos
ocupa radica en dilucidar si los partidos son pluriclasistas y si, por tanto, su ideología y
su práctica corresponden a intereses de clase contrapuestos o no. A pesar de que Tirado
Mejía utiliza una fórmula un tanto ambigua para abordar el problema en el artículo
antes citado, sin embargo lo que queda claro de su posición, es que para él los partidos
son pluriclasistas. Cuando habla del liberalismo, reafirma su posición inicial y dice: "El
esquema explicativo del liberalismo como sinónimo de burguesía progresista, aparte de
que olvida la composición pluriclasista de esta agrupación ha permitido a este partido
jugar el papel de catalizador de los movimientos populares..." (5). Lo que lleva a Tirado
Mejía a tal confusión permanente es la tendencia, primero, a mirar los partidos políticos
colombianos con esa visión lineal que ya hemos criticado, partiendo de la época
contemporánea para aplicarle los mismos criterios de análisis a los fenómenos de hace
siglo y medio que a los de " hoy y, segundo, en perderse entre la maraña de fenómenos
aparentes y menos importantes sin distinguir las contradicciones principales de las
secundarias.
Si el partido liberal fue un partido progresista en el siglo XIX se debió a la defensa que
hizo de las grandes reformas exigidas por el desarrollo capitalista, el cual, a pesar de
este esfuerzo, no llegó antes del siglo XX. Pero el partido liberal no representaba los
intereses de una sola clase. Los comerciantes y los artesanos coincidían en la lucha
contra el régimen fiscal de la Colonia y, por ese motivo, coincidieron en el impulso a la
revolución democrática en los primeros años de vida independiente. Pero cuando el
desarrollo del país exigió la libertad de comercio, única manera de lograr el capital
necesario para la inversión en formas más avanzadas de producción industrial, se desató
una contradicción irreductible entre las dos clases y el partido liberal se dividió entre
radicales y draconianos. Poco a poco los draconianos, representantes de los artesanos,
fueron siendo liquidados, hasta quedar el partido liberal como la representación
exclusiva de los comerciantes. Esta clase social que propugnaba por el libre cambio, en
ausencia de la burguesía industrial, surge en el siglo XIX como la clase social más
avanzada y progresista (11). Era porque impulsaba las condiciones necesarias para el
desarrollo capitalista que hemos mencionado más atrás, guiándose por la ideología
liberal revolucionaria de la burguesía en el período de ascenso del proceso mundial
(12). Lo trágico de este proceso radica en que los comerciantes, a diferencia de la
burguesía industrial, pueden lucrarse, en un momento dado, tanto de un régimen
terrateniente adaptado a las condiciones del comercio internacional capitalista, como de
un régimen capitalista dirigido por la burguesía industrial. La confusión de la "nueva
historia" a este respecto reside en la consideración de que actualmente la burguesía
industrial también se lucra del régimen terrateniente, pero no tienen en cuenta que no es
la burguesía industrial la que domina el país, sino la gran burguesía financiera e
industrial monopolista que no tiene contradicciones antagónicas con los terratenientes
como sí los tiene la burguesía industrial no monopolista. De todas maneras, entre 1861
y 1880 un sector de los comerciantes, en lugar de integrarse al proceso progresivo del
desarrollo industrial, se aprovecha de las ventajas obtenidas en la lucha contra el general
Mosquera para invertir en la compra de las tierras desamortizadas. Este fenómeno
económico es aceptado por los autores de la "nueva historia" y por los historiadores
norteamericanos que se ocupan de la época. Pero pasan por alto sus consecuencias
políticas en la conformación de los partidos. El partido liberal sufre una nueva división,
acaudillada por Rafael Núñez, la del liberalismo independiente, representante de un
gran sector de comerciantes cuyos intereses habían ido coincidiendo con los de los
terratenientes hasta transformarse plenamente en los de ellos. Así se explica por qué
Núñez coincide con el sector más recalcitrante del partido conservador, el que se va a
denominar de los conservadores nacionalistas, o pertenecientes al partido nacional
fundado por Núñez. El partido liberal traiciona así la revolución democrática. Su último
intento de retomar el camino lo hace en la "guerra de los mil días", pero ya, para
entonces, todo un gran sector del viejo radicalismo prefiere negociar con los
conservadores en lugar de persistir en la revolución democrática. Más adelante haremos
una interpretación de este momento histórico crucial para entender el siglo XX. Ahora
lo esencial es tener en cuenta que los vaivenes del partido liberal en el siglo XIX se
debieron, primero, a su alianza interna con la clase de los artesanos, clase que no podría
jugar un papel histórico progresista y, segundo, a la transformación de un sector de los
comerciantes que claudican con la revolución democrática y arrastran a la conciliación
la inmensa mayoría del partido liberal.
El partido liberal en el siglo XIX representó los intereses de la clase comerciante y ese
fue su aspecto principal, pero en el siglo XX va a tener que sufrir un proceso de
acondicionamiento al desarrollo del capitalismo nacional y del capitalismo imperialista.
El desarrollo del capitalismo que se opera en Colombia desde principios de siglo da
origen a dos clases sociales que no existían antes en el país, a saber, la burguesía y el
proletariado. Una, la burguesía, va a dividirse por efectos del dominio imperialista y
penetración del capital norteamericano, en burguesía monopolista y burguesía no
monopolista o, lo que es lo mismo, en gran burguesía financiera y monopolista y
burguesía nacional. El partido liberal va a dejar de representar los intereses de los
comerciantes precapitalístas en transición hacia el capitalismo, para apropiarse los
intereses de la burguesía. El conflicto inherente al partido liberal durante la primera
mitad del siglo XX será el de la lucha entre estos dos sectores de la burguesía, conflicto
que no viene a definirse por completo en favor de la gran burguesía sino hasta después
del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Pero esta lucha dentro del partido liberal no
significa que, en algún momento, llegara ese partido a representar los intereses de la
burguesía nacional. Los apologistas del partido liberal entre los escritores de la "nueva
historia" siempre han presentado a los más connotados jefes del partido liberal, entre
ellos a Olaya Herrera, López Pumarejo y Lleras Restrepo, como los representantes de
una burguesía industrial progresista y antifeudal. Para el profesor de la Universidad
Nacional, Darío Mesa, tan influyente en las nuevas generaciones liberales de sociólogos
e historiadores, "en torno al doctor Olaya Herrera se dio lo que podemos llamar el
combate antifeudal... La burguesía industrial que acaudillaba el doctor López llegó a
1936 con la gran tarea de liquidar la Colonia y aupar el país hasta los tiempos
modernos" (13). Podríamos decir que este criterio es dominante en escritores como
Arrubla, Melo, Tirado Mejía, Bejarano, Torres Giraldo, Buenaventura, Oscar Rodríguez
y otros. Mesa, en su entusiasmo de ver por fin el ascenso de la burguesía en Colombia
exclama: "Ya no es difícil descubrir en la base de todo ello el ascenso de la burguesía
industrial. El doctor López la encarnaba como nadie; la encarnba en todo, hasta en su
desenfado y su audacia" (14). Sin embargo, la estrecha conexión del partido liberal con
el imperialismo norteamericano en el proceso de "modernización" nos lleva a
conclusiones diferentes.
Por su parte, el partido conservador también tiene que adaptarse a las nuevas
condiciones del desarrollo capitalista en el país, el surgimiento de la burguesía y a la
aparición de la clase obrera. Para este partido el proceso de adaptación será mucho más
traumático, porque su ideología siempre había sido anticapitalista y porque los intereses
de los grandes terratenientes se contraponían antagónicamente con el desarrollo de unas
clases que podrían amenazar la supervivencia de sus intereses. Sin embargo, un sector
terrateniente en Antioquia, dadas las condiciones peculiares en que se desarrolla la
actividad minera, el proceso de comercialización y el auge de la colonización hacia el
sur (18), se incorpora poco a poco a la industrialización y vira rápidamente hacia la
"modernización" imperialista, como es el caso del general Pedro Nel ’Ospina y la
corriente política de los conservadores "históricos". El surgimiento de este sector dentro
del partido conservador conduce en pocos años a una profunda división y pugna interna
que se hará más aguda en los momentos en que se sienta en Colombia con mayor fuerza
la competencia por la hegemonía mundial entre Estados Unidos y Alemania después de
1935. Un sector dirigido por Laureano Gómez, profundamente enraizados en la
ideología terrateniente y otro sector que va agrupándose en tomo de la familia Ospina,
cuyo jefe llegará a ser Mariano Ospina Pérez. Mientras Gómez dirigirá el sector
recalcitrante de los terratenientes anticapitalistas, ferozmente opuestos a los Estados
Unidos, Ospina, que a sus intereses terratenientes familiares añadirá los financieros, se
erigirá en el defensor de la "modernización" imperialista, coincidiendo en gran manera
con el partido liberal. Por esta razón, Ospina podrá trabajar en su retiro político al que lo
obliga el sectarismo de Gómez, aun para sus mismos copartidarios, con la burguesía
financiera liberal (19). Gómez se une con todos aquellos que en cualquier momento se
coloquen contra el peligro capitalista, venga de donde viniere, no importa si es de los
masones, de los norteamericanos, de algunos tímidos miembros del clero que defienden
la "modernización". De esta manera Gómez conduce el partido conservador a su gran
crisis, la de 1930 a 1945, crisis de transformación, similar a la sufrida por el partido
liberal entre 1880 a 1930. En su lucha contra Estados Unidos, Gómez se pone de parte
de los fascistas españoles y, más disimuladamente, de los fascistas italianos y alemanes.
Entre 1934 y 1941, Gómez se convierte en una punta de lanza del imperialismo alemán
con su posición neutralista a ultranza (20). Alemania libraba una gran batalla por la
hegemonía en América Latina y, particularmente, en Colombia, no sólo por el
comercio, en donde Alemania era desplazada rápidamente por Estados Unidos, sino
también en torno a la aviación comercial latinoamericana que había llegado a
convertirse en un sector estratégico de la lucha por la hegemonía mundial y que tenía su
centro en Colombia (21). El partido conservador se mantiene unido en este momento
por su tradición terrateniente, por el enfrentamiento partidista con rezagos del siglo XIX
y porque no ha culminado el proceso de transformación de los dos partidos que tendrá
lugar más adelante con la consolidación del control imperialista sobre la economía.
Entre tanto, ante las nuevas circunstancias que hacen inevitable la penetración del
capitalismo en el país, el partido conservador se vuelve, unas veces tímidamente, otras
abiertamente, hacia los movimientos fascistas europeos del veinte al cuarenta. Esta es la
forma que adopta la defensa de los intereses de los terratenientes que es común a todo el
partido conservador. Aun el sector ’’ospinista’’, que va ligándose al sector financiero,
no deja de representar los intereses de la clase terrateniente, la cual no pierde poder,
pero tiene que luchar por mantenerlo adaptado a las nuevas circunstancias. No es que
los terratenientes hayan desaparecido como clase ni que hayan perdido su poder
político, sino que se han ligado al capitalismo por medio del capital financiero, con lo
cual pueden lucrarse de las ventajas del capital y mantener incólume el régimen de la
tierra que conviene a sus intereses.
Olaya Herrera, primer presidente liberal de este siglo, lanzó su candidatura y desarrolló
su gobierno con un programa de "concentración nacional", nombró ministros
conservadores, entre los que descolló Esteban Jaramillo, destacado economista y
ministro de varios gobiernos conservadores, incluido el de Abadía Méndez, y fervoroso
defensor de los intereses norteamericanos, al cual Olaya nombró, aun enfrentándose a
algunos sectores de su propio partido, el liberal (22). Esta primera etapa, caracterizada
por la concentración nacional, es la culminación de una serie de hechos de colaboración
entre el partido liberal y el partido conservador. Tanto López Pumarejo como Eduardo
Santos patrocinaron la política colaboracionista con los gobiernos conservadores antes
de 1930. Durante el gobierno del general Ospina estos jefes liberales libraron una lucha
interna para lograr la participación de su partido con los conservadores, movidos por la
política de "modernización" del presidente Ospina y ya hemos hecho mención del agrio
debate que suscita el sector anticolaboracionista dirigido por el senador Luis Cano,
centrado en el problema del endeudamiento externo. Finalmente López y Santos no
entraron al gobierno del general Ospina, pero López siguió empeñado en la
colaboración con los gobiernos conservadores. Durante el proceso de selección del
candidato para las elecciones de 1930, López, que no ocultaba su oposición a Olaya
Herrera basado en la participación de éste en el partido republicano de Carlos E.
Restrepo, inició conversaciones con los dos candidatos conservadores, Guillermo
Valencia y el general Vásquez Cobo, con el objeto de escoger entre los dos para
brindarle su apoyo y el del partido liberal (23). La posición colaboracionista del partido
liberal no había sido ajena a sus jefes más connotados. Derrotados los liberales en la
guerra de los mil días, Uribe Uribe y Benjamín Herrera se convierten en el apoyo
principal del general Reyes y el intelectual liberal más prestigioso de la época,
Baldomero Sanín Cano, surge como la figura descollante de ese régimen autocrático.
Los liberales, bajo la dirección de Benjamín Herrera, proponen y hacen aprobar en la
Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa, durante sus sesiones de 1905, la
prolongación del período presidencial del general Reyes hasta el 31 de diciembre de
1914. Más adelante, Uribe Uribe ordena votar al partido liberal por el candidato
conservador José Vicente Concha, después de lo cual acontece su asesinato en pleno
centro de Bogotá. Casi todos los gobiernos conservadores de la época, que se han
llamado "de hegemonía", contaron con gabinetes de liberales y conservadores. Todo
esto culmina con el nombramiento de Olaya Herrera como embajador en Washington de
tres gobiernos conservadores consecutivos, después de haber figurado como Ministro de
Relaciones Exteriores en varios gobiernos de esa misma afiliación.
Este proceso de alianza entre el partido conservador y el partido liberal que desemboca
en el gobierno de concentración nacional de Olaya, tiene raíces en el fenómeno
económico que hemos examinado anteriormente y que denominamos desarrollo del
capitalismo nacional. Es indudable que, durante el período de la "Regeneración" de
finales de siglo, el sector liberal que todavía se llamaba de los "radicales", empeñados
en la guerra y dirigidos por Herrera y Uribe Uribe, coincide en no pocos intereses con
los conservadores históricos de Martínez Silva y Pedro Nel Ospina. En cierta manera
esto explica que ambos sectores se hayan opuesto a Núñez y Caro, jefes de la
"Regeneración" y hayan llegado a pensar en una alianza para llevar a cabo la guerra
conjuntamente (24). Se trataba, entonces, de un sector de los comerciantes en proceso
de transformación en industriales y de ese sector de los terratenientes,
predominantemente antioqueño, que se interesaba en la industrialización, como lo era el
mismo general Ospina. Los vínculos entre Uribe Uribe y el general Ospina quedan
claramente al descubierto a raíz del mensaje conciliador y derrotista que Uribe Uribe le
deja al retirarse de la plaza de Corozal en la guerra de los mil días ante la implacable
persecución que le hace el general (25). Esta coincidencia de intereses vinculados al
desarrollo del capitalismo nacional y a los fenómenos que prepararon el surgimiento de
la industrialización, expresado en un intento de alianza de los liberales "radicales" y los
conservadores "históricos", cambia radicalmente cuando aparecen los intereses del
imperialismo norteamericano, sobre todo, al iniciarse el endeudamiento externo de
1920. El imperialismo norteamericano, a través del proceso ya descrito, produce en
Colombia el surgimiento de la gran burguesía financiera empotrada en el Estado antes
de que hubiera llegado a su pleno desarrollo la burguesía industrial no monopolista. El
partido liberal se inclina por completo ante los nuevos intereses introducidos por el
endeudamiento externo y sus consecuencias. Pero esta tendencia hacia Estados Unidos
del partido liberal se daba ya, por lo menos, desde el conflicto del Canal de Panamá.
Los jefes liberales Vargas Santos y Foción Soto autorizaron las declaraciones de
Antonio José Restrepo al The Commercial Advertiser ofreciéndole el Canal a los
Estados Unidos, después de que ganaran la guerra y llegaran al gobierno (26). Y el
apoyo y la colaboración de los liberales al gobierno de Reyes, connotado partidario de
los Estados Unidos, es expresión de la misma tendencia que toma rumbos firmes
cuando los representantes de los financieros López y Santos arriban a la dirección de su
partido.
En esta primera etapa el proceso ofrece no pocas confusiones que tienen su explicación
en la transformación que está sufriendo el partido liberal de un partido representante de
los comerciantes precapitalistas en uno representante de la gran burguesía financiera
pro-imperialista. El partido conservador se ve cada vez más acorralado ante las
exigencias de los nuevos fenómenos que corroen sus cimientos ideológicos
anticapitalistas mantenidos por él hasta bien entrado el siglo XX. Esta es una primera
etapa de acomodamiento de los dos partidos a las nuevas circunstancias históricas. Por
eso puede verse a una figura ascendente del partido conservador como Laureano Gómez
aliarse en diferentes oportunidades con los liberales para atacar a aquellos copartidarios
que se atreven a coquetear con el "monstruo capitalista norteamericano" o se entregan a
él. Así surgía como una figura fiel a sus principios, actitud que le abría camino hacia la
dirección del partido, mientras los liberales aprovechaban para recuperar terreno con la
oposición a algunos gobiernos conservadores. Pero una vez que la posición
norteamericana de Olaya Herrera queda completamente al descubierto y se profundiza
la crisis del gobierno liberal por la guerra con el Perú, desaparecen las confusiones
ideológicas y se definen por completo las posiciones políticas. Para la década del treinta
el partido liberal representa ya a la gran burguesía financiera en rápido desarrollo y
patrocina sin ambages la "modernización imperialista". El partido conservador, por su
parte, se encuentra en el momento de la iniciación de su crisis de acomodamiento. Elige
como Jefe a Laureano Gómez a su regreso de la embajada en Berlín, rompe
radicalmente con el partido liberal y adopta la posición recalcitrante proterrateniente de
nuevas tonalidades religiosas. En un momento de lucha profunda por la hegemonía
mundial entre el imperialismo alemán y el imperialismo norteamericano, el partido
conservador, bajo la dirección de Gómez se opone con toda su fuerza a la influencia del
imperialismo norteamericano y adopta posiciones "nacionalistas", de tinte fascista, que
favorecen la posición y los intereses del imperialismo alemán en Colombia (27). En
gran medida el rompimiento del partido conservador con el partido liberal se debió a la
contradicción de esos dos imperialismos y al conflicto mundial de preguerra por la
hegemonía mundial. También era un elemento determinante la transformación del
partido liberal en un partido de capitalismo de Estado y el apoyo que Estados Unidos
había dado a sus programas y a sus candidatos como en el caso de la candidatura de
Olaya Herrera. Cuando Alfonso López Pumarejo, partidario siempre de la colaboración
de los dos partidos en el gobierno, ofreció tres ministerios al conservatismo en 1934,
entre los cuales incluía el nombre de Ospina Pérez para Hacienda, el Directorio
Nacional Conservador, dirigido por Gómez, rechazó la oferta en forma tajante (28).
Desde entonces hasta la renuncia de López en 1945, el partido conservador se lanza a la
más feroz oposición a los gobiernos liberales de López y Santos.
De 1934 a 1953 vive la historia política de Colombia una etapa durante la cual se
manifiestan con toda nitidez las diferentes posiciones ideológicas que expresan los
intereses de las clases en conflicto representados por los partidos liberal y conservador
del siglo XX. El partido conservador representa los intereses de esos terratenientes que
ven un peligro en las fuerzas capitalistas identificadas con la penetración del
imperialismo norteamericano. Los ideólogos de este partido que se han quedado sin las
ideas que tenían en el siglo XIX recurren a un catolicismo trasnochado, a la hispanidad
encamada en Franco, al fascismo de Mussolini, al nacionalsocialismo de Hitler. Las
escisiones internas del partido conservador provienen de dos factores: 1) de que un
sector de los terratenientes comprende que el imperialismo norteamericano y la
penetración del capitalismo imperialista por medio del endeudamiento no pone en
peligro el régimen terrateniente, pero que éste tiene que adaptarse a las nuevas
condiciones incorporándose a las actividades financieras y a las reformas del Estado; 2)
de que este sector se coloca de parte del imperialismo norteamericano en el conflicto
mundial por razones del poder de los Estados Unidos en el país y por el carácter
estratégico de Colombia para ese imperialismo. El fondo de la división conservadora
entre "ospinistas" y "laureanistas" hunde sus raíces en las divergencias de los
conservadores "nacionalistas" (es decir, pertenecientes al partido nacional de Núnez) e
"históricos" en la última década del siglo pasado, de una parte, y en la posición
pronorteamericana de Ospina Pérez, mientras Gómez sostiene el antinorteamericanismo,
de otra parte. La derrota del imperialismo alemán, la oposición cerrada que suscita la
constitución corporativista que Gómez intenta imponerle al país durante su gobierno, el
convencimiento de Gómez después de la segunda guerra mundial de que el
imperialismo norteamericano no era el monstruo capitalista sino el defensor de la
civilización occidental contra el enemigo socialista, al mismo tiempo propulsor de
ideologías muy semejantes a las que lo habían llevado a ponerse de parte del fascismo,
y la lucha contra Rojas Pinilla, son factores que posibilitan no solamente la unidad
conservadora, sino, sobre todo, la alianza del partido conservador y el partido liberal, ya
a finales de la década del cincuenta. Por otra parte, el partido liberal, tal como lo hemos
señalado, no solamente desbroza en esta etapa el camino hacia la dominación de la gran
burguesía imperialista, sino que consolida sus condiciones económicas para que la
burguesía nacional quede sin piso dentro del partido y del país, despejando así la vía
para la alianza con los terratenientes. El sector financiero y burocrático que surge de la
"modernización" impulsada por los liberales no posee contradicciones antagónicas con
los grandes terratenientes. En el fondo, el mismo "parasitismo" improductivo del capital
financiero reproduce en nuevas condiciones, el "parasitismo" feudal de los
terratenientes. Cuando en 1930 se intenta una alianza de los dos partidos, todavía no se
había culminado el proceso de transformación con las características propias del siglo
XX. Para 1945, las dos fuerzas habían definido sus posiciones y habían "modernizado"
sus ideologías, en términos generales. Es entonces cuando se hace un nuevo intento de
alianza, propiciado por Alberto Lleras Camargo que había reemplazado a López
Pumarejo en su último año de gobierno y recogido por Mariano Ospina Pérez. Es el
inicio de la segunda etapa.
Todos los factores indispensables para la alianza se encontraban listos para las
elecciones de 1946 y sólo faltaba encontrar la forma que ella tomaría. En efecto. El
imperialismo norteamericano era hegemónico en el mundo y había consolidado su
posición dominante en Colombia. El sector terrateniente antinorteamericano del partido
conservador ya no contaba con el apoyo ideológico y económico del imperialismo
alemán, derrotado en la segunda guerra mundial. Tanto el partido liberal como el
partido conservador habían escogido sus candidatos oficiales en tal forma que fueran los
más aceptables para la otra parte. Los financistas y los terratenientes habían transitado el
camino penoso de reconocimiento ante el país y habían adquirido claridad sobre las
nuevas características de la situación internacional y local. Pero sólo un obstáculo se
interponía para el éxito de esta alianza tan esperada. Dentro del partido liberal se había
fortalecido el sector comandado por Jorge Eliécer Gaitán y no pocos oportunistas veían
en el caudillo popular el futuro de su partido y trasegaban en pos de él. Aunque Gaitán
se había iniciado en su juventud con el partido liberal, hizo un intento de formar su
partido político independiente con el apoyo del movimiento campesino del Sumapaz. La
oligarquía liberal hizo todo lo posible por captar y neutralizar a Gaitán, ofreciéndole
toda clase de garantías dentro de su partido. Pero las contradicciones iniciales que lo
llevaron a separarse de él momentáneamente fueron agudizándose hasta hacerse
antagónicas en la campaña electoral de 1946. Gaitán no estaba de acuerdo con el partido
liberal, porque éste había llegado a convertirse en el partido de la gran burguesía
financiera y monopolista. Tanto por su ideología, por su estilo de masas, como por sus
vacilaciones, Gaitán no representaba esa clase social. Era más bien la figura solitaria
que representaba los intereses de esa burguesía nacional que se había quedado sin una
expresión política muy definida. De todas maneras la oligarquía liberal nunca se
imaginó que Gaitán se convirtiera en un verdadero peligro para sus intereses. Jamás
calculó que Gaitán obtuviera en las elecciones de 1946 los votos necesarios para hacerle
perder a Gabriel Turbay la presidencia. Pero exactamente eso fue lo que sobrevino. Y
tras la derrota de Turbay, no queda como alternativa para el partido liberal sino la fuerza
popular de Gaitán, quien gana las elecciones de mitaca, logra la mayoría en el Congreso
y asciende a la jefatura única del partido. Gaitán no iba a permitir la alianza con los
terratenientes, contra los que se había enfrentado durante la década del treinta y todavía
perduraba la imagen de la lucha antiimperialista librada por él en torno a la huelga de
las bananeras y a la masacre que le siguió. Con Gaitán de por medio, la alianza de la
oligarquía liberal-conservadora se volvía, si no imposible, por lo menos,
extremadamente difícil. No le quedaba otra alternativa a la alianza gran burgués-
terrateniente de la oligarquía liberal-conservadora que eliminarlo y acusar de su crimen
al comunismo internacional. Eso fue lo que sucedió. Eliminado Gaitán, no se dio, sin
embargo, sino una alianza transitoria, cuando los jefes liberales concurrieron a palacio y
llegaron a un acuerdo con Ospina. El pueblo liberal se levantó por todo el país, salieron
a la lucha los guerrilleros liberales del Llano, del Tolima y de otras regiones. La
oligarquía liberal tuvo que jugar a las dos cartas, la del gobierno y la de los guerrilleros,
con lo cual desintegró la alianza y el sector recalcitrante de los terratenientes de
Laureano Gómez vio llegada la hora de tomar revancha de las dos décadas anteriores.
La violencia, la lucha popular, la insurrección campesina, la reacción terrateniente, el
sectarismo partidario entre el pueblo azuzado por los jefes, recorrieron el país y el
imperialismo empezó a mirar con preocupación la explosiva forma como se
desarrollaba la política colombiana. De ahí que el imperialismo no dude un momento y
patrocine, con los sectores liberales y conservadores más fieles a su dominación, el
golpe militar del trece de junio de 1953. El gobierno militar fue una forma de alianza,
pero se enfrentó desde su iniciación con un obstáculo que no permitió su
fortalecimiento, el que no todos los sectores del partido conservador y del partido liberal
colaboraron con el golpe militar. No había una institucionalización de la alianza. Tuvo
que darse el proceso de desgaste del gobierno militar con el sector de la oligarquía que
lo había apoyado y con el imperialismo para que surgiera la fórmula definitiva que
consagrara la alianza. Todo el proceso culmina con el establecimiento del Frente
Nacional, es decir, con la alianza plebiscitaria de los terratenientes y la gran burguesía
financiera, monopolista y burocrática.
Para comprender el proceso seguido por los partidos liberal y conservador en el siglo
XX, definido como el de la alianza de los terratenientes y de la gran burguesía, y no
como la unificación de la clase dominante en burguesía, es necesario clarificar cuatro
elementos: 1) La clase que se fortalece con el desarrollo del capitalismo en el país es la
gran burguesía financiera, monopolista y burocrática, clase con intereses contrapuestos
antagónicamente a los de la burguesía no monopolista o burguesía nacional. 2) La clase
de los terratenientes persiste con su base económica en el monopolio latifundista de la
tierra, tiene que adaptarse a las condiciones del capitalismo imperialista, pero, a
diferencia de los países capitalistas del siglo XIX que toleraron a los terratenientes o los
derrotaron como en Estados Unidos, esta clase mantiene su poder y comparte el
gobierno con el sector financiero. 3) El partido liberal, una vez culminado su proceso de
transformación del siglo XIX al XX, llega a ser el partido de la gran burguesía, el
partido conservador sigue representando a los terratenientes, pero dentro de su seno se
desarrolla un sector financiero con vínculos económicos directos con esa gran burguesía
representada por el partido liberal. Los financistas y monopolistas representados por el
partido liberal provienen, principalmente, de los comerciantes del siglo XIX, mientras
los financistas y monopolistas representados por el partido conservador, provienen de
los terratenientes que invirtieron en la industria a principios de siglo. 4) Como factor
aglutinante, es decir, como factor que crea una franja de intereses comunes, surge la
dominación imperialista que actúa en dos sentidos, primero, en el de colocar a los
terratenientes en la necesidad de utilizar el capital financiero y ponerse en el camino del
desarrollo capitalista por la vía "junker", y segundo, colocando en el comando de la
economía al sector financiero que ejerce el control y desarrolla las políticas
encaminadas a obstaculizar el avance del capitalismo nacional.
En el siglo XIX la caracterización de los dos partidos políticos colombianos tenia que
definirse sobre la base de la posición que adoptaran frente a la revolución democrática.
No hay dudas al respecto. El único partido que se colocó en favor de ese objetivo
fundamental fue el partido liberal, con todas las vacilaciones inherentes a los
comerciantes, a falta de una burguesía industrial. Una dirección de esta naturaleza
condujo a la claudicación de un sector que degeneró en el partido independiente de
Núñez y, más tarde, en el partido nacional. No solamente se trató de una claudicación,
sino de una traición a la revolución democrática. Pero en el siglo XX, una
caracterización del partido liberal y del partido conservador tiene que partir de sus
posiciones ante la revolución nacional y democrática, o sea, ante la liberación nacional
y la liquidación del régimen de explotación terrateniente. De la ausencia de esta
perspectiva, principalmente en la llamada "nueva historia", se ha seguido una serie de
falacias sobre la historia colombiana de la época contemporánea, las más fundamentales
son las siguientes: 1) El partido conservador es el representante de la reacción y el
partido liberal del progreso social. 2) Alfonso López es la "revolución en marcha" y
representa la burguesía industrial nacional progresista. 3) Jorge Eliécer Gaitán fue el ala
radical del partido liberal, pero su lucha política no defiere substancialmente de los
otros Jefes liberales. 4) La época de la violencia fue, esencialmente, una lucha entre el
partido liberal que defendía al pueblo y el partido conservador que defendía a la
oligarquía. 5) El partido liberal, como colectividad de avanzada, se ha ganado la
mayoría electoral y, por tanto, salvaguarda al país de la reacción conservadora. 6) El
partido liberal ha sido el motor que ha convertido a Colombia en un país capitalista. 7)
En los gobiernos compartidos del Frente Nacional, los ministros liberales han sido, en
general, el ala democrática del gobierno. 8) El liberalismo colombiano es el aliado
natural de la revolución democrática.
Basta medir la trayectoria del partido liberal con la medida de la revolución nacional y
democrática, para que estas falacias se descubran. El partido conservador, igual que en
el siglo XIX, en ningún momento ha defendido los objetivos fundamentales del
progreso en Colombia. Siempre estuvo contra la revolución democrática y su posición
no se ha modificado en la época contemporánea. Más aún, la lucha proterrateniente que
desarrolló durante la primera mitad de este siglo y su decidido apoyo al imperialismo
norteamericano desde el fin de la segunda guerra mundial lo hacen tan reaccionario
como en el siglo pasado. Los autores de la "nueva historia", en general, están de acuerdo
con esta apreciación. Pero, en cambio, se convierten en los apologistas abiertos o
velados del partido liberal, de sus dirigentes y de sus gobernantes. Unas veces saliendo
en abierta defensa de su supuesto progresismo; otras disculpando sus entregas,
vacilaciones y claudicaciones; otras callando o silenciando sus traiciones. De la primera
posición son típicos los trabajos de Darío Mesa y Mario Arrubla, de la segunda,
Gerardo Molina, de la tercera, Jorge Orlando Melo y Alvaro Tirado. Lo que la "nueva
historia" no dice del partido liberal es que traicionó la revolución democrática y abjuró
de la liberación nacional. Su traición se plasma en su alianza con el partido conservador,
eliminando de sus programas y de su lucha política el objetivo de la liquidación del
régimen terrateniente. La legislación agraria de López y de Lleras Restrepo apuntó a la
neutralización del movimiento campesino y a la apertura de la agricultura para el capital
financiero, favoreciendo así el régimen terrateniente que permaneció intacto. Fue
eminentemente política en busca del apoyo campesino, por una parte, y totalmente
antinacional en obediencia a los pedidos del imperialismo norteamericano. Su
abjuración de la liberación nacional proviene de su táctica tendiente a modernizar el
país por medio del endeudamiento externo que entregó el país al control y dominio del
imperialismo norteamericano. No solamente la ideología que adoptó el partido liberal
desde comienzos de siglo basada en el impulso al capitalismo monopolista de Estado,
sino todo su esfuerzo de ponerlo al servicio de los intereses norteamericanos en todos
los gobiernos a su mando o con su colaboración, convierten al partido liberal en un
partido tan reaccionario como el partido conservador. Más aún, el partido liberal se
yergue en el siglo XX como el adalid de la "modernización" imperialista y en ese
sentido, libra una batalla con el partido conservador para someterlo a las condiciones de
la *’modernización" antinacional. Gran parte de las luchas de los partidos tradicionales
se explican por esta contradicción y por este proceso de acomodamiento.
NOTAS
(1) Tirado Mejía, "Colombia: Siglo y medio de bipartidismo", en Colombia hoy, Siglo XXI Editores,
Bogotá, 1978, págs. 105-106.
(2) Pangloss, "Temas de nuestro tiempo", El Espectador, septiembre 15 de 1978; en esta dirección se
inclinan la mayoría de los historiadores positivistas norteamericanos interesados en nuestra historia. Ver,
por ejemplo, Frank Safford, "Aspectos sociales de la política en la Nueva Granada, 1825-1850", en
Aspectos del siglo XIX en Colombia, Ediciones Hombre Nuevo, Medellín, 1977.
(4) Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Humanas, op. cit.: "Durante los últimos cincuenta
años avanza la unificación política de la clase dominante sobre la base del proceso de concentración y
acumulación de capital que se realiza en la formación del mercado interior, unificación que corre paralela
al desarrollo de la lucha de clases", pág. 102.
(5) Tirado Mejía, op. cit., pág. 116 (el subrayado es nuestro).
(6) Ver para profundizar en el debate ideológico más importante del siglo XIX, Jaramillo Uribe, El
pensamiento colombiano en el siglo XIX, Editorial Temis, Bogotá, 1964; Gustavo Humberto Rodríguez,
Ezequiel Rojas, Editorial ABC, 1970.
(7) Op. cit., pág. 115. "La aplicación de la oposición: liberalismo progresista expresión de los intereses de
la burguesía comerciante o industrial, y conservatismo retardatario, expresión de los latifundistas, es gran
parte trasposición mecánica de la situación europea de los siglos XVIII y XIX... Ni por las relaciones
denominación, ni por su poderío económico y social puede asimilarse a los latifundistas granadinos con
los aristócratas europeos del siglo XVIII o XIX". Ibid.
(8) Mariano Ospina Rodríguez, "Los partidos políticos en la Nueva Granada", en Jaime Jaramillo Uribe,
Antología del pensamiento político colombiano, t.1, págs. 117-148.
(9) Ver Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Edit. La
Nueva Prensa, Bogotá, t.1; López Michelsen, op. cit., Primera Parte.
(11) Lo que define el carácter progresista de los comerciantes en la lucha política del siglo XIX es el
ataque frontal al régimen fiscal de la Colonia, las reformas sociales, y la defensa del librecambio. A
diferencia de la mayoría de los historiadores de la "nueva historia", consideramos que el librecambio fue
progresista, posición que defendió Marx en el análisis de las condiciones del siglo XIX: "Pero, en general,
en nuestros días, el sistema proteccionista es conservador, al paso que el librecambio es destructor. Este
régimen desintegra las antiguas nacionalidades y lleva a sus últimas consecuencias el antagonismo entre
la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución
social. En este sentido, exclusivamente, emito yo mi voto, señores, en favor del librecambio", Carlos
Marx, "Discurso sobre el problema del librecambio", en Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo,
México, 1962, pág. 335.
(16) Lenin, "El Estado y la revolución", Obras escogidas. 3 vol. Editorial Progreso, Moscú, v. 2.
(17) No puede confundirse en todo este debate el concepto de "burguesía nacional", con "burguesía
nacionalista" o "antiimperialista". El primer término se refiere a la burguesía no monopolista, la cual, por
supuesto en el proceso productivo, económico, sufre el embate del imperialismo, aparte de la actitud que
tome políticamente la burguesía. El segundo término se refiere a una actitud política, a una posición
consciente que puede reflejarse en su organización política o en su participación activa en la lucha por el
poder. Nosotros consideramos que, en Colombia, la burguesía nacional es la dueña de la pequeña y
mediana producción capitalista, cuyo carácter no es monopolista y que existe como clase, aparte de su
posición política determinada, la cual puede estar con el imperialismo en un período o contra él en un
momento dado.
(19) Departamento de Sociología, Hipótesis generales derivadas del estudio exploratorio del período
1920-1970, febrero de 1971, Bogotá, págs. 106-108. Ospina, mientras dura la jefatura de Gómez en esta
época, con la cual está en desacuerdo, funda la Federación de Cafeteros, la Caja Agraria, en unión de
liberales y se integra a una serie de negocios de este tipo con ellos.
(20) Gómez decía de Hitler en 1941: "Su obra la he contemplado a la distancia, y me parece gigantesca,
para haber realizado lo que ya tiene hecho en tan pocos años. Si gana la guerra, será sin lugar a dudas, el
hombre más grande de la historia, pero si la pierde será un héroe común, a pesar de todo lo que ha llevado
a cabo...", El Siglo, 26 de enero de 1941.
(23) Julio Holguín Arboleda, Mucho en serio y algo en broma, Editorial Pío X, Bogotá, 1959, págs. 227-
236.
(24) Eduardo Rodríguez Piñeres, Diez años de política liberal. 1892-1902, Editorial Antena, Bogotá,
1945, passim; Carlos Martínez Silva, Por qué caen los partidos políticos, Imprenta de Juan Casis, Bogotá,
1934; Eduardo Santa, Rafael Uribe Uribe, Editorial Bedout, Medellín, 1968, 2a. edición, capítulo
undécimo.
(25) Entre otras cosas dice Uribe: "A propósito: me complace tenerte por contrincante. Entre los dos no
perderemos esfuerzo por civilizar la guerra... En cuanto a relaciones entre los dos, quedan por mi parte
establecidas para todo objeto útil o de interés común. No en vano habremos sido condiscípulos y amigos
de toda la vida; y aunque tendría yo derecho a guardarte rencor por querellas de juventud en que te
excediste, los años han dejado caer sobre ellas capas sucesivas de ceniza fría". Santa, op. cit., pág. 250.
(27) Ver Silvio Villegas, No hay enemigos a la derecha, materiales para una teoría nacionalista, Editorial
Zapata, Manizales, 1937; a este respecto es muy elocuente el libro de Laureano Gómez, El cuadrilátero,
Mussolini, Hitler, Stalin, Gandhi, Bogotá, 1953; David Bushnell, Eduardo Santos and the Good Neighbor,
1938-1942, Grainsville, 1967.
(28) Lleras Restrepo hace un recuento detallado de este proceso y publica las dos cartas, la de López y la
respuesta del directorio conservador dirigido por Gómez, ver op. cit., págs. 232-242.
(29) Lenin, "Carlos Marx", Obras escogidas, 3 vol., Editorial Progreso, Moscú, 1960. vol. I, págs. 43-47;
ver Marx, El capital, t. III, Sección sexta; Marx, Historia crítica de la plusvalía, 2 vol., Editorial Cartago,
Buenos Aires, 1956.
(30) Ver, por ejemplo, Kalmanovitz, "Desarrollo capitalista en el campo colombiano", en Colombia hoy;
Bejarano, "Orígenes del problema agrario", en Biblioteca Básica Colombiana, La agricultura en el siglo
XX, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1976. Hago referencia a programas como la llamada
"revolución verde" auspiciada para el mundo subdesarrollado por la fundación Rockefeller y el Banco
Mundial, adaptados a Colombia en el DRI (Desarrollo Rural Integrado), puesto en marcha por el gobierno
de López Michelsen y continuado por Turbay como el punto central de la política agraria.
(31) Lenin, "El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa de 1905 a 1907",
Obras completas, t. XIII.
(32) La ley de aparcería del gobierno de López Michelsen, discutida y aceptada por los dos partidos en el
llamado Pacto de Chicoral.
(33) "La esencia del problema agrario en Rusia", en el Problema de la tierra y la lucha por la libertad,
Editorial Progreso, Moscú, págs. 14-15.
(38) Ver Mao Tse-Tung, "La revolución china y el partido comunista de China", Obras escogidas, vol. II;
"Sobre la nueva democracia", ibid.; "Sobre la situación actual y nuestras tareas", vol. IV; "Sobre el
gobierno de coalición", vol. III; etc.
SEGUNDA PARTE: LA
TRANSFORMACIÓN DEL PARTIDO
LIBERAL. 1886-1934
No es extraño que López Michelsen ofrezca los mismos argumentos para defender un
Estado todopoderoso, autoritario, como el que salió de la "Regeneración". Dice López:
"La historia de nuestro pensamiento político y la de nuestras instituciones quedaría
falseada si este período liberal no se estudia desde el sitio que le corresponde, con una
perspectiva completa, o sea, entre las instituciones coloniales españolas y la nueva
orientación socialista del Estado que trajo al gobierno el Partido Nacionalista en 1886 y
el llamado partido liberal en los últimos quince años... La paz, la cultura y el progreso
de nuestro continente durante los siglos XVI, XVII y XVIII fueron el fruto de un
intervencionismo de Estado Individualista en toda la acepción del vocablo. Únicamente
hacia la mitad del siglo XVIII aparecieron en España y en sus colonias los primeros
brotes de la nueva ideología, la doctrina liberal... que produjo, como una consecuencia
accidental, a nuestro entender, nuestra separación de España en la guerra de la
Independencia... Los dos grandes virreinatos de Nueva España y el Perú... y el
virreinato de Nueva Granada..., fueron los más perjudicados con el advenimiento del
liberalismo como doctrina política en la América Latina... El liberalismo como
ideología, no como partido, adelantó un proceso de anarquía y de disolución en estas
tres nacionalidades (México, Lima y Santa Fe)... Milagrosamente y, por un fenómeno
para nosotros inexplicable, nuestros Estados, victimas de la anarquía y el desorden, no
fueron definitivamente absorbidos por sus vecinos de América a los cuales no causó la
ideología liberal trastornos de tanta entidad como a los nuestros... Para nosotros la causa
remota y común de esta mutilación geográfica de México, el Perú y Colombia tuvo por
origen la anarquía política, social y cultural producida por la implantación súbita de las
doctrinas liberales en los países que no estaban preparados para recibirlas... El
liberalismo en todas partes fue la doctrina con que la burguesía obtuvo respaldo popular
en su lucha contra la nobleza; fue la bandera de guerra de los comerciantes contra los
príncipes; del capitalismo contra la Iglesia Católica. Entre nosotros sirvió para erigir en
doctrina de Estado al individualismo contra la tradición unitaria de la Colonia... La
magnifica obra legislativa de inspiración típicamente social, fue perdiéndose en el
olvido, desacreditada por los nuevos encomenderos de la república que veían sus
intereses afectados por cualquier intervención del Estado que no fuera encaminada a
favorecerlos... La fuente de todos estos males radica en el candido optimismo de la
mayoría de los hombres públicos de nuestro siglo XIX que aplicaron
indiscriminadamente en nuestro suelo la doctrina liberal inglesa y los principios
esenciales del Derecho Público norteamericano... Lógicamente la doctrina política que
debía surgir como consecuencia de estas prácticas individualistas de los ingleses en el
comercio, en la religión y en la concepción, era el liberalismo económico. Entre
nosotros esta ideología, sin antecedentes, carecía de actualidad y desvirtuaba una
política social avanzada en relación con los indios. Es, pues, inadmisible que se
califique de progreso en este continente la brusca implantación de esta doctrina... Los
grandes acontecimientos históricos del siglo XIX, los grandes sacudimientos nacionales,
las revoluciones sangrientas que se registran en nuestra historia republicana, se explican
todos por este conflicto entre el individualismo destructor y la organización colectivista
en muchos aspectos de los colonizadores..." (5). Y López concluye su disquisición, no
solamente negando la vigencia de los derechos individuales, tal como lo hace Liévano,
sino haciendo esta apología de Núñez: "Basta leer las páginas consagradas por Indalecio
Liévano Aguirre a la pugna entre el presidente Núñez y los dirigentes radicales, para
apreciar en todas sus proporciones la magnitud de uno de los más trascendentales entre
estos conflictos. Lucha del sociólogo y del hombre, conocedor de la realidad histórica
nacional en cuanto a las funciones que el Estado había llenado en nuestro país, frente a
un millón de pequeños intereses privados para los cuales el mantenimiento del
librecambio, del patrón oro, del negocio de la banca privada, etc., son cuestiones de vida
o muerte que se cobijan con la bandera del liberalismo .económico. De este conflicto
surgió un nuevo partido, el ’nacionalista’ reaccionario si se quiere, pero divorciado de la
ideología liberal común a ambos partidos, en cuanto que no pierde de vista la tradición
intervencionista del Estado colonial" (6).
Ospina Vásquez muestra el proceso a través del cual Núñez fue volviéndose más y más
contra el librecambio y en defensa a ultranza del proteccionismo en un esfuerzo por
proteger a los artesanos (24). Uno de los artículos más importantes escritos por Núñez
sobre este tema es el de 1884 titulado "Gato por Liebre". En este artículo Núñez lanza
un argumento muy socorrido por los autores modernos de la "nueva historia" por el cual
se defiende que el librecambio era una medida más que favorecía a Inglaterra y que no
contribuía al desarrollo del país (25). Indudablemente el librecambio favorecía el
desarrollo capitalista de Inglaterra, pero favorecía también el desarrollo mundial del
capitalismo. Las condiciones de Inglaterra variaban de acuerdo a sus condiciones de
fortalecimiento del capitalismo y a su política colonial. Pero las de Colombia eran de tal
naturaleza que no podían prescindir del librecambio para impulsar el capitalismo, así
favoreciera los intereses ingleses. La defensa que hace el "regenerador" del
proteccionismo no tiene que ver nada con la situación de Inglaterra, sino con el
problema de lo que él llama el "fomento de las artes". No puede confundirse, por tanto,
el fomento de la industria artesanal con el impulso a la industrialización capitalista.
Cuando Núñez tuvo que defender su política proteccionista en favor de las artesanías
porque estaba golpeando duramente a los consumidores del país por los impuestos
indirectos, expresó: "Entre nosotros el librecambio mercantil no es sino la conversión
del artesano en simple obrero proletario, en carne de cañón o en demagogo, porque ese
librecambio no deja casi vigentes más de dos industrias: comercio y agricultura, a que
no pueden de ordinario dedicarse los que carecen de capital y de crédito" (26). Esta cita
retrata los propósitos de defender la economía artesanal predominante en el país y los
intereses de los terratenientes íntimamente ligados a la preservación de una fuerza de
trabajo campesina sometida. Por eso Núñez concibe la defensa de la industria artesanal
como un prerrequisito de la paz política. Preservando las condiciones artesanales y
terratenientes, Núñez podía adaptarse a las condiciones del desarrollo mundial del
capitalismo, por una parte, y someter la burguesía colombiana incipiente al predominio
terrateniente desde el punto de vista político y económico. La clave de esta
contradicción residía en ese entonces en el régimen político reaccionario y en impedir el
desbordamiento de la proletarización, sin la cual se hacia imposible un verdadero
despegue de la industrialización. Núñez, entonces, acudía a los argumentos más
atrasados como el de que la condición de los proletarios era en Europa y en los países
capitalistas más infeliz que lo que había sido la de los esclavos en la antigüedad: "El
inmenso problema económico que diariamente crece, no ha podido ser resuelto por los
economistas. Sus dogmas han tenido durante medio siglo, decisiva influencia en los
Parlamentos, en la prensa y en la cátedra; y si ellos han contribuido a la supresión de la
esclavitud, por ejemplo, en cambio han hecho surgir, o permitido que surjan, los
proletarios de las fábricas y los rurales, que son más infelices todavía que los antiguos
esclavos urbanos; proclamando el principio de la concurrencia y de la abstención oficial
en materia de industria... El predominio del criterio del interés individual ensalzado por
los economistas no puede ya sostenerse, porque la ola encrespada del sufrimiento se ha
vuelto constante peligro para los pocos cuyos palacios puedan caer en ruinas, como
cayeron los castillos feudales a impulsos de la pólvora, recién inventada entonces’’ (27).
Y reforzaba este argumento que tanto esgrimieron los esclavistas del sur de los Estados
Unidos en la época de la guerra de secesión: "A la época de las guerras brutales ha
seguido allí... la de la lucha por la existencia en la deleznable órbita del comercio, de la
industria y de la explotación agrícola. Pasaron los esclavos y los siervos de la gleba de
los tiempos antiguos; pero el obrero fabril y el obrero rural se hallan en realidad en peor
condición que los esclavos y los siervos; porque nadie tiene interés en su conservación.
El esclavo era una cosa, un valor. El obrero es una entidad anónima, un número
reemplazable por otro número, como se reemplaza en una fábrica un manubrio por otro
manubrio o una rueda dentada por otra rueda dentada, o como se reemplaza una hoz,
por otra hoz en un fundo agrícola’’ (28). Para impedir el surgimiento y desarrollo del
proletariado, había que fortalecer el gremio de los artesanos "porque es este gremio la
fuerza científica, por decirlo así, que debe servir de contrapeso o de fiel dé los platos
extremos de la balanza" (29). La defensa del proteccionismo, entonces, era una
necesidad surgida de impedir la proletarización. Por tanto, el proteccionismo no era una
alternativa para el desarrollo del capitalismo. Tampoco era ya suficiente el librecambio,
aunque seguía teniendo vigencia como un instrumento de descomposición del
campesinado y de capitalización. Lo que no entendieron los "regeneradores" ni la
burguesía representada por los radicales fue la urgencia de una política tendiente a la
inversión de capital en la industria que no fue favorecida por la monopolización de la
banca y el crédito por parte del Estado.
La lucha política que desencadenó la "Regeneración" provino, por una parte, de los
comerciantes que vieron limitada y amenazada su libertad de comercio y, de otra parte,
de un sector de terratenientes y comerciantes que iban convirtiéndose en industriales y
vieron en peligro sus nuevos intereses. Las dos causas principales de la lucha radican en
el proteccionismo y en el monopolio bancario. Es posible que puedan aducirse otras
causas económicas, pero no tan determinantes como estas dos. Las fuerzas políticas del
país se dividieron frente a la " Regeneración" en tres posiciones. El partido liberal
dirigido por los radicales presentó una oposición desde el principio del movimiento de
Núñez hasta el final de la guerra de los mil días. El partido nacional de Núñez y Caro,
compuesto por los independientes de Núñez, salidos del partido liberal y el
conservatismo en pleno que fue dividiéndose a medida que se agudizaron las
contradicciones del proceso regenerador, se constituyó en su soporte. El conservatismo
histórico, dirigido por el general Marceliano Vélez y Carlos Martínez Silva, que rompió
con el partido nacional ya avanzado el proceso de la ’’ Regeneración’’.
El partido liberal del siglo XIX fue un partido que empezó a sufrir un proceso lento de
descomposición desde la Convención de Rionegro, primero por su oposición a las
medidas de Mosquera frente a la desamortización de bienes de manos muertas y frente a
la Iglesia, y segundo por la tendencia de un sector de los comerciantes a invertir sus
excedentes en propiedad territorial. De este último sector surgió el partido
independiente de Núñez. Pero de la oposición a Mosquera también se desarrolló una
tendencia conciliacionista con los terratenientes que va a ser representada dentro de los
radicales en su oposición a la "Regeneración" como los pacifistas en el momento en que
el partido liberal tiene que definir su conducta frente a Caro. Esto significa que en el
partido liberal después de la Constitución del 63 van apareciendo tres tendencias: una
que es fiel a los principios del liberalismo decimonónico y que no concilia con el
partido conservador, por lo menos hasta la guerra de los mil días; otra que se mantiene
dentro del partido liberal, pero conciliador en los principios del liberalismo, que va a
enfrentarse de distintas maneras a la fracción más radical y persistente en los principios;
y otra que conforma el partido nacional con los conservadores y acaba fundiéndose con
el partido conservador. Estas tres tendencias hacen crisis en el período que va de 1880 a
los primeros años del siglo veinte. Se ha acusado al partido liberal de haber lanzado a
Núñez en brazos del conservatismo por la oposición violenta que desde el principio del
proceso de la "Regeneración" le presentó. Pero la razón la tenia el liberalismo radical en
oponerse a Núñez que lanzó un movimiento de restauración a favor de los
terratenientes, con los cuales coincidía ideológica y políticamente. La línea de Núñez no
se modifica substancialmente en sus escritos y en su conducta de 1880 a 1896, ni su
coincidencia con Caro, como lo hemos tratado de demostrar, es puramente casual o
adjetiva. El Banco Nacional, por ejemplo, se convirtió en un instrumento de
financiación de los terratenientes, no solamente para la represión de los liberales, sino
para la guerra de los mil días (44). La oposición liberal a Núñez adolecía de un
problema fundamental y consistía en la división de intereses dentro de los comerciantes
que sostenían al partido liberal. Si el partido liberal inició muy rápido su
descomposición, se debió precisamente al carácter de la clase que era su apoyo
fundamental, clase históricamente en transición y que no poseía sus raíces en la
propiedad territorial como los terratenientes ni la fuente de su atesoramiento provenía
de la propiedad de los medios de producción industriales como la burguesía industrial.
Este era el carácter de los comerciantes precapitalistas agentes principales de la
revolución burguesa en Colombia, los cuales dependían del capital comercial. Por eso
los comerciantes no poseían una ideología propia, aunque en la lucha por la
independencia y por la revolución democrática hubieran adoptado las ideas de la
burguesía industrial, las del liberalismo revolucionario que impulsó el surgimiento y
avance del capitalismo en el mundo. Dentro del partido liberal unos sectores, pocos, se
mantuvieron fíeles a esos principios; otros sectores, la mayoría, claudicaron en el fragor
de la lucha contra los terratenientes; y los demás traicionaron pasándose a los
terratenientes y adoptando su ideología. Estos factores fueron los que hicieron
relativamente fácil la tarea de Núñez en el proceso de un movimiento esencialmente
proterrateniente. No fue, no podía ser en la época en que ya el capitalismo pasaba de su
maduración a la decadencia, la restauración del feudalismo, pero sí significaba la
garantía al régimen de monopolio feudal de la tierra para los terratenientes.
Entre enero de 1896 y agosto de 1897, al mismo tiempo que arrecia la oposición liberal
y se prepara la guerra civil, se materializa la división conservadora, con la publicación
del famoso Memorial de los 21, elaborado por Martínez Silva, y con el retiro del apoyo
al gobierno. En julio de 1896, Martínez Silva sostiene una polémica con Caro sobre el
carácter del partido conservador. Caro decía: "El partido que ejerce hoy el poder público
se compone de los elementos que concurrieron a reintegrar la nación y expedir la
Constitución de 1886 y que hayan permanecido fíeles a su bandera. Este partido es
conservador en cuanto sostiene y conserva el orden constituido, el respeto a la autoridad
y la concordia con la Iglesia, base de la paz social. Pero no es éste un partido
reaccionario. El partido que votó la Constitución de 1886 no puede ser el mismo que
había votado la del 58, porque ésta y aquella ley fundamental son antagónicas. El
partido que sustenta la Constitución del 86 se fundó para efectuar y defender una gran
transformación política que se ha llamado regeneración; es un organismo que tiene
principios y fines determinados, vida y desarrollo propios, y por lo mismo, un nombre
propio, el cual es el hermoso nombre del partido nacional, bajo el cual, con la obra que
ha realizado, se presentará ante el tribunal de la posteridad" (51). Entonces Martínez
Silva le responde. Por fin Caro declara públicamente lo que venía diciendo desde hace
mucho tiempo, que no hay partido conservador. La Constitución del 86 no representa en
modo genuino las doctrinas tradicionales del partido conservador. El partido
conservador no dictó esa Constitución. Simplemente la acogió porque consagraba dos
puntos fundamentales capitales de la doctrina conservadora, la unidad nacional y el
reconocimiento de los derechos de la Iglesia Católica. De esa Constitución surgió "todo
un sistema político y administrativo" que todavía no ha sido suficientemente estudiado y
de ahí la confusión reinante en torno a lo que pasa. El partido nacional son dos cosas: la
Constitución, el sistema político y administrativo a que dio origen, y el hombre, Caro.
No solamente hay que rechazar al hombre, sino también al sistema a que dio origen esa
Constitución. Martínez Silva no estaba contra la Constitución del 86, sino contra el
sistema que la dirección unipersonal de Caro había establecido apoyándose en ella (52).
Pero la preocupación principal suya radicaba en la crisis del partido conservador. Para
él el partido nacional no era el partido conservador menos los independientes, sino un
partido diferente. Por eso decía: "¿Y el partido conservador, existe, o no? se preguntan
algunos. La respuesta es sencilla: existen aún conservadores, en mayor número acaso de
lo que comúnmente se cree; pero partido organizado con este nombre, capaz de influir
en la dirección de la política y en los destinos del país, en ninguna parte se ve.
Absorbidos unos de sus antiguos miembros por el nacionalismo, separados otros
francamente de esta bandería, deseosos los más de volver a las antiguas filas, pero
detenidos por el espantajo del "enemigo común" y por el miedo de que se les tilde de
disidentes, ninguna acción colectiva, ningún movimiento de independencia, ningún
conato de organización ejecutan, y de bueno o mal grado los más de ellos siguen
uncidos al carro del nacionalismo, renegado por lo bajo, alimentándose de ficciones y
viviendo en perpetuas transacciones con la conciencia" (53). Así se materializó la
división del partido conservador, la cual estuvo a punto de llevar a que los "históricos"
apoyaran a los liberales en la guerra de los mil días.
Colombia vivía una época en que las fuerzas económicas del capitalismo que
lentamente se habían ido abriendo paso, por encima de todas las torpezas,
conciliaciones, vacilaciones y traiciones de los comerciantes representados por el
partido liberal, y superando la oposición radical de los terratenientes expresada en el
partido conservador, se encontraron con una Constitución política que recortaba las
garantías democráticas, eliminaba los respiraderos políticos de las clases que se abrían
campo, restauraba el despotismo colonial sin monarquía, imponía una talanquera
insoportable para los comerciantes que pugnaban por salir adelante en sus negocios,
destrozaba los poros del sistema económico de un momento de transición, y concedía,
en esta forma, plenas garantías a las fuerzas de los terratenientes más reaccionarios,
mientras aplastaba sin contemplaciones a las desorganizadas y todavía no bien
consolidadas fuerzas procapitalistas. Una corriente no bien constituida, incipiente, un
tanto amorfa si se quiere, de burguesía industrial integrada con comerciantes y con
terratenientes, pugna para abrirse campo, por defender sus intereses, por recuperarse del
golpe mortal que les ha asestado la "Regeneración". Del lado de los terratenientes, esa
corriente es representada por los conservadores "históricos". No dejan de ser
terratenientes, no abandonan su partido conservador y sus tendencias reaccionarias
enraizadas en la lucha del siglo XIX, pero no soportan las medidas que les impone la
"Regeneración" y que, objetivamente, atenían contra sus incipientes interésese de
burguesía industrial. Esa contradicción, de conservadores decimonónicos
transformándose en burguesía industrial, es la que expresa la lucha enconada y ambigua
que libra Carlos Martínez Silva. En el partido liberal la lucha será más clara, más
enconada, más decisiva. Lo veremos inmediatamente. Lo que simboliza esta lucha
intensa contra la "Regeneración" es la defensa de las garantías democráticas y el
reconocimiento de todas las fuerzas políticas. Quizás allí radica su fortaleza, pero
también su debilidad, porque ni en el partido liberal ni en los "históricos" aparece con
claridad un objetivo económico y social que garantice esa lucha intensa y profunda que
caracteriza el último quinquenio del siglo XIX y el primero del siglo XX.
En un país como Colombia, atrasado y feudal, como lo era al comienzo del movimiento
de la "Regeneración", es un adefesio histórico defender que se dio impulso al desarrollo
económico del país con una política terrateniente y reaccionaria. La "Regeneración",
Núñez y Caro, el partido nacional, no representan sino un movimiento de restauración
despótica, autocrática y antidemocrática, al mismo tiempo que la garantía definitiva
para el régimen terrateniente que iría a subsistir en Colombia por encima de todas las
transformaciones y modernizaciones. Bajo esa caracterización pueden juzgarse las
demás interpretaciones que se han esgrimido sobre este período histórico. La defensa
que Líévano Aguirre y López Michelsen hacen de Núñez queda completamente al
descubierto y su famoso "capitalismo de Estado" no es sino la aplicación de su ideología
de mitad del siglo XX proimperialista a la tendencia despótica y autocrática de tinte
colonial español de Núñez y Caro, en lo cual consiste la coincidencia reaccionaria de la
concepción de Liévano y López con la práctica política de Núñez y Caro. Algo parecido
podría decirse de Núñez como adalid de la unidad nacional. Fue este el argumento de
los conservadores para apoyar las ideas de Núñez y abanderarse de ellas. Pero ni desde
el punto de vista económico, con un mercado interior, ni desde un punto de vista
político, de la desmembración del país, esa unidad peligró verdaderamente. Todas las
guerras civiles que siguieron a la Constitución de Rionegro y que tuvieron alguna
trascendencia, giraron sin excepción en torno al poder central del Estado y ninguna tuvo
como objetivo la independencia de uno o varios Estados. El argumento de que Núñez y
la "Regeneración" constituyeron un movimiento de fortalecimiento del Estado es
completamente ambiguo. Si se trata de un fortalecimiento del Estado en relación a
luchas externas, quedaría completamente sin piso ante la impotencia de Colombia para
enfrentar el robo de Panamá y del canal. Y si es un fortalecimiento del Estado hacia el
caos y la anarquía interna, este es el argumento de los más reaccionarios defensores de
la "Regeneración’’ manifiesto en los documentos de Núñez y Caro. El fortalecimiento
del Estado puede ser un argumento esgrimido tanto por los colonialistas españoles de la
monarquía, como por los terratenientes feudales del siglo XIX y los fascistas más
recalcitrantes del siglo XX. La "Regeneración" fortaleció el régimen central autoritario
contra las fuerzas progresistas del país, ya bastante debilitadas y desorientadas y en
favor de las corrientes más reaccionarias.
NOTAS
(1) Indalecio Liévano Aguirre, Rafael Núñez, Segundo Festival del Libro Colombiano, Bogotá, pág. 447.
(3) Indalecio Liévano Aguirre, "Prólogo", en Rafael Núñez, La reforma política en Colombia, 7 vols..
Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1945, vol. VI, t. 2, pág- 9.
(5) Alfonso López Michelsen, El Estado fuerte, Editorial Revista Colombiana, Ltda,, Bogotá, 1968, citas
extractadas de la primera parte, passim, (el subrayado es nuestro).
(8) Ver, por ejemplo, Núñez, op. cit., vol. II, págs. 225-228; vol. III, págs. 199, 209; 209-217; vol. VII,
págs. 77-82.
(9) Miguel Antonio Caro, "Imperio de la legalidad", Obras completas, Imprenta Nacional, Bogotá, 1932, t
VI, pág. 3 (el subrayado es nuestro). Ver texto completo en la Antología, Parte III.
(11) Caro, "Mensaje dirigido al Congreso Nacional en la apertura de las sesiones ordinarias de 1894", op.
cit., págs. 106-117.
(14) Caro, "Mensaje al Congreso Nacional", op. cit., pág. 178. Ver texto completo en la Antología, Parte
III.
(17) Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Edit. La Nueva
Prensa, Bogotá, t.1.
(19) López Michelsen recorrió las plazas de Colombia como jefe del Movimiento Revolucionario Liberal
(MRL), atacando al capitalismo y al individualismo en favor del intervencionismo estatal, y amplios
sectores intelectuales creyeron ver en esta postura la de un nuevo revolucionario, cuando, en realidad,
sólo se reducía, por una parte, a pensar en el estado colonial autocrático que la revolución de
independencia había barrido, y en el capitalismo monopolista de Estado que el imperialismo
norteamericano le venía exigiendo a la oligarquía liberal conservadora como garantía del endeudamiento
externo y de su dominación.
(20) Marx, "Discurso sobre el librecambio", en Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo, México,
1962. Ver la nota 11 de la Parte I, cap. 3o.
(22) Kalmanovitz, La transición según McGreevy, una interpretación alternativa. Instituto de Estudios
Colombianos, mimeógrafo, julio de 1975.
(24) Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, Editorial Santa Fe, MedellÍn, págs. 287-
292.
(29) Citado por Luis Ospina Vásquez, op. cit., pág. 290
(34) Marx hacía notar que el capitalismo de libre competencia consistía en el establecimiento del
despotismo interno dentro de la fábrica, con una disciplina estricta y una jerarquización rígida, mientras
se exigía el caos y la libertad total de la oferta y la demanda en la organización de una sociedad dada, sin
la intervención del Estado. Marx, El capital, t.I, cap. XII, aparte 4.
(35) Lenin, "El Estado y la revolución". Obras escogidas, 3 vols., Editorial Progreso, Moscú, vol. II.
(36) Lenin, "La caricatura del marxismo y el economismo imperialista", Obras completas, Editorial
Cartago, Buenos Aires, t. XXIII.
(37) Contrasta con la actitud de Núñez contraria a la guerra civil norteamericana, el apoyo que Marx y
Engels brindaron a la lucha de Lincoln contra los esclavistas sureños, porque era favorable para el
movimiento obrero mundial. Ver Karl Marx y Federico Engels, The Civil War In the United States,
International Publishers, New York, 1973, passim.
(38) Liévano Aguirre, Núñez..., cuarta parte, capítulo primero. Ver Kalmanovitz, op. cit.; Jorge Orlando
Melo, "La república conservadora", Colombia hoy, Editorial Siglo XXI, México, 1978.
(39) Ver, Liévano, Núñez; Luis Martínez Delgado, "República de Colombia", t.I (1885-1895), en Historia
extensa de Colombia, Ediciones Lerner, Bogotá, 1970, vol. X, cap- XI y XII; Joaquín Tamayo, Núñez,
Editorial Cromos, Bogotá, 1939.
(40) Ospina Vásquez, op. cit., pág. 278 (el subrayado es nuestro).
(41) Tomas O. Eastman, "Panegírico de la Regeneración", El Autonomista, Bogotá, mayo 24 de 1899 (el
subrayado es nuestro).
(43) Carlos Martínez Silva, "El proyecto del Banco Nacional", Obras completas. Imprenta Nacional,
Bogotá, 1937, t. VIII, pág. 239. La adopción del papel moneda por el Banco Nacional durante la
Regeneración ha creado la confusión, principalmente originada por los escritos de Liévano Aguirre a
quien siguen autores como Darío Bustamante, entre la unificación de la moneda y la centralización y
monopolización de la banca por el Estado. El primer fenómeno era un paso ineludible impuesto a
cualquier gobierno de la época en un país integrado a la economía mundial, aparte del carácter que lo
definiera, como era ineludible e inevitable la construcción de ferrocarriles en ese entonces o más tarde de
carreteras y actualmente de aeropuertos o acueductos. Pero así como no puede caracterizarse un gobierno
del Frente Nacional, por ejemplo, por las obras inevitables de servicios públicos y las obras de
infraestructura que inauguren, en la misma forma tampoco puede calificarse el gobierno de Núñez por
una medida que le imponían las condiciones. Algo muy diferente significa la centralización y
monopolización del crédito. Esa es una medida que caracteriza un régimen, como puede serlo la reforma
tributaria o financiera para Alfonso López Michelsen o la reforma agraria para Lleras Restrepo. La
monopolización y la centralización del crédito fue una medida retardataria. El papel moneda, por su parte,
agenció toda esa política que no hizo sino darle fondos a los terratenientes en la guerra de los mil días y
durante todo el periodo de la "Regeneración". Todavía en la década del 20 cuando se iba a establecer el
Banco Central con la misión Kemmerer, se acordaban de los efectos estremecedores del Banco Nacional
y del uso del papel moneda.
(44) Joaquín Tamayo muestra a todo lo largo de su obra el papel jugado por las emisiones del Banco
Central en la financiación de la guerra. Joaquín Tamayo, La revolución de 1899, Biblioteca Banco
Popular, Bogotá, 1975.
(45) Carlos Martínez Silva, Capítulos de historia política de Colombia, 3 vols. Biblioteca Banco Popular,
Bogotá, t. II, septiembre 30 de 1886, pág. 251.
(47) Ver biografías de Pedro Nel Ospina, Emilio Robledo, La vida del General Pedro Nel Ospina, autores
antioqueños, Medellín, 1959; Jorge Sánchez Camacho, El General Ospina, Academia Colombiana de
Historia, Bogotá, 1960. También Mariano Arango, Café e industria, 1850-1930; Jesús Antonio Bejarano,
editor, El siglo XIX en Colombia visto por historiadores norteamericanos, Ediciones La Carreta, Bogotá,
1977.
(48) Carlos Martínez Silva, "El proyecto del Banco Nacional", op. cit., pág 237.
(49) Citado por Martínez Silva, op. cit., t. II, enero de 1897, pág. 380 (el subrayado es nuestro).
(50) Ibid.
(51) Miguel Antonio Caro, "Declaración sobre el partido nacional", citado por Julio Holguín Arboleda,
Mucho en serio y algo en broma, Editorial Pío X, Bogotá, 1959, pág. 100. En la Parte III se puede
consultar el texto completo del Memorial de los 21.
(52) Ver Carlos Martínez Silva, op, cit., t. II, págs. 273-275, julio 22 de 1896.
(54) Luis Eduardo Nieto Caballero, "Carlos Martínez Silva", en Carlos Martínez Silva, Obras completas,
t. VIII, págs. 9-25.
(55) Ibid., pág. 41. Ver también Luis Eduardo Nieto Caballero, "En torno de Martínez Silva", Por qué
caen los partidos políticos, Librería Colombiana, Camacho Roldan, Bogotá, 1934.
(56) Carlos Martínez Silva, Capítulos de historia política..., t. III, pág. 350.
Es necesario ante todo definir a qué se debió la derrota del partido liberal en 1880 y en
1885. Aparte de una serie de factores secundarios, la causa fundamental radicó en la
incapacidad del partido liberal para dar pasos adelante en el desarrollo económico del
país y sacar las consecuencias necesarias de su política de librecambio orientadas a
impulsar la inversión capitalista en la industrialización. Desde el punto de vista político,
el partido liberal no quiso y no fue capaz de liquidar el poder de los terratenientes. Y
desde el punto de vista económico, el partido liberal no tuvo el suficiente valor de llevar
adelante una reforma agraria democrática. Un gran sector de los comerciantes que le
servían de apoyo, adquirieron intereses en la propiedad latifundista y ambicionaron
extender su dominio sobre la tierra sin que se diera cambio estructural en el régimen
terrateniente. Política y económicamente el partido liberal no solamente dejó un margen
para el avance de los terratenientes, sino que contribuyó a consolidar su posición. Fue
éste el fenómeno que tan sagazmente aprovechó Núñez. El partido liberal no estaba en
las mejores condiciones para el gran ataque, y definitivo, que le lanzarían los
terratenientes. Políticamente un sector que venía deslizándose hacia el partido
conservador, encuentra en Núñez su dirigente y se lanza sin vacilaciones en esa
dirección. Sufría, pues, el partido liberal una deserción cuantitativa importante, que,
aunque minoritaria, cualitativamente poseía una interpretación del momento que vivía el
país y una alternativa que iba a contar con el apoyo decidido del partido conservador.
Económicamente, el partido liberal no contaba con una alternativa para la crisis
económica coyuntural que venía aproximadamente desde 1875 ni para los problemas de
estancamiento que lo que exigía era un impulso más allá del librecambio. Por eso Núñez
lanza su consigna de "regeneración política o catástrofe". Ante la guerra, paz; ante la
anarquía, orden; ante el caos federal, autocracia; ante las libertades democráticas,
autoridad. Y en el plano económico, ante el librecambio, proteccionismo; ante el
dogmatismo radical de los liberales, pragmatismo sin principios; ante la competencia
mercantil, monopolio estatal; ante la proletarización inminente, vigencia de los
artesanos. Así respondía Núñez a una coyuntura que le era favorable y derrotaba al
partido liberal desconcertado y acobardado política y económicamente. De ahí a la
entrega, la conciliación y la traición, no hubo sino un paso.
Núñez y Caro lograron amarrar y amordazar al partido liberal con el régimen aprobado
en la Constitución del 86. Diez años después de promulgada, el partido liberal se
encuentra profundamente escindido entre los partidarios de una oposición pacifista y de
una oposición armada contra la "Regeneración". Todo el partido liberal coincidía en la
inexorabilidad de la oposición. La generación radical de expresidentes, exgobernadores,
exministros anteriores a 1880 dirigían la facción pacifista. Una generación joven sin
muchas ideas nuevas dirigía la facción guerrerista. En vísperas de la guerra civil de los
mil días, esta división era aguda. No hay testimonio más elocuente que el violento
editorial de Uribe Uribe en su periódico El Autonomista contra la vieja generación de
dirigentes del partido liberal: "Singular es el contraste entre la suerte de la generación
nueva y la que la precedió. Formóse ésta cuando el partido estaba en el poder y llegó la
segunda a la ciudadanía cuando la obra liberal se derrumbaba. Los hombres de aquélla
desarrollaron su inteligencia bajo el reinado de la libertad absoluta de la imprenta; y ésta
ha padecido algo como la ablación de la mitad de su cerebro, bajo la cuchilla de la
represión de la prensa. Se hicieron ellos jurisconsultos en los Juzgados y Fiscalía, en los
Tribunales y en la Corte; nosotros litigando pobremente ante una administración de
justicia banderiza, o copulsando los comentadores en la soledad del gabinete; se
formaron ellos militares bajo el uniforme, con el pré y mandando tropas veteranas al
servicio del gobierno; nosotros en las filas aleatorias de la revolución, y leyendo las
teorías de los tratadistas; en las cátedras universitarias se instruyeron en las reuniones
públicas, en las Legislaturas y Congresos tuvieron escuela de oratoria; en los gobiernos
de los Estados y ministerios nacionales se hicieron estadistas; en las Legaciones
aprendieron diplomacia; y con la tranquilidad y tiempo que deja la posesión de los
empleos, cultivaron la literatura, y otros ramos del saber. ¿Qué cosas semejantes pueden
decirse de los desventurados que les hemos sucedido? Ni honores ni gajes tuvimos
nunca del partido; sólo sacrificio nos cuesta. Repleto está nuestro Haber con él; en
blanco o poco menos la página del Debe. Las amarguras, no las dulzuras, los dolores no
los goces del servicio a la causa es lo que nos ha tocado en suerte. Barcos llamó Daudet
a las generaciones que van llegando a la vida. El que trajo la nuestra navegaba con
presagio siniestro y feliz el que condujo la pasada... Hay entre los jefes liberales muchos
que por gozar de comodidades para la vida, tienen todo el tiempo necesario para
proclamar las esperas de la evolución social, que ellos llaman científica; gentes felices
que soportan las miserias y desventuras de los otros con una amable filosofía... ¡Ah!
pero ellos, los viejos jefes, acatados por los adversarios y bien a cubierto de las
contingencias de la vida» pueden desde sus gabinetes más o menos confortables,
encomiar la espera en el triunfo final, pregonar las virtudes del quietismo y motejar los
males de la impaciencia" (1). Esta división que venía gestándose desde el momento
mismo en que se sintieron los efectos de la "Regeneración", pero que se agudizó
después de las elecciones para el Congreso de 1896, al que sólo llegó un solo
representante, Rafael Uribe Uribe, alcanzó su momento culminante con el editorial de
El Autonomista. Pero ¿cuál era el carácter de la oposición liberal a la "Regeneración"?
El partido liberal, bajo la dirección de los "radicales", se propuso despojar de todo poder
al partido conservador, imponerle las reformas más urgentes que le quitaran a los
señores de la tierra sus privilegios y, si fuera posible, liquidarlo de la vida política
efectiva del país. Esa fue la etapa que siguió a la Constitución de Rionegro. Pero su
incapacidad quedó manifiesta. Parte por el gran poder de los terratenientes, parte por la
vacilación, unas veces, y otras, por la traición, del partido liberal. En este proceso los
terratenientes no se plegaron, no vacilaron, no adoptaron las posiciones del partido
liberal, con el objeto de ganar terreno y tomarse el poder en la mejor oportunidad. No lo
hicieron así. Por el contrario, se dedicaron al hostigamiento, al sabotaje, a la guerra
permanente. No era como decía Núñez que los "radicales" fueran los señores de la
guerra, sino que los conservadores no dieron un paso atrás en la defensa de los
principios esenciales que defendían el orden terrateniente. En esta forma, veinte años de
lucha permanente, les dio el triunfo con la gran "traición’’ de Núñez. Entonces el
partido conservador dio los pasos necesarios para devolverle en la misma moneda que el
partido liberal le había pagado. Se dispuso a liquidarlo. Los señores de la tierra
elaboraron una Constitución que neutralizara al partido liberal y que le diera los
instrumentos para darle el golpe mortal en el momento definitivo. La división entre los
partidarios de la oposición pacifica y la oposición armada, demuestra cuan efectiva fue
la táctica del partido conservador para liquidar a su enemigo. El debate efectuado por
Uribe Uribe en el Congreso de 1896 presenta toda la tragedia del partido liberal en la
oposición.
Lo primero que hace Uribe es salir a la defensa del partido liberal y para ello utiliza el
debate sobre la legalidad de los representantes y el fraude de las elecciones. Entonces
dice: "Lo cierto es que hoy se apela a otra clase de razonamientos para explicar la
ausencia del partido liberal en estos bancos. El Ministro de Relaciones Exteriores, y con
él algunos de los honorables representantes que me han combatido, cree que esa
ausencia se debe a que el partido liberal, ha perdido todo prestigio entre las masas
populares, que se han apartado de él y que lo temen por el solo recuerdo de sus
fechorías antiguas; que el partido liberal está, por consiguiente, del todo debilitado; y
poco faltó para que el señor Holguín lo declarase muerto y sepultado. Pero entonces
¿por qué se hace que se paren 30.000 soldados sobre la losa de la tumba de ese nuevo
Lázaro, agitados de día y de noche por el temor a su resurrección? ¿Por qué se apuntan
contra ese sepulcro los cañones de una inmensa y costosa artillería, en que el señor
General Holguín parece depositar toda su confianza? ¿A qué contra un muerto, todo ese
aparato de parques, de cruceros, de acorazados y fortalezas, de facultades omnímodas,
de inseguridad, de supresión de la prensa y de mensajes presidenciales dedicados
exclusivamente a escarnecer al que, según se afirma, ya no es de este mundo? A este
respecto tengo que repartir el dilema propuesto por un notable escritor conservador, que
no vacila en calificar de grande iniquidad la conducta que se ha venido observando con
el partido liberal; o éste es tan fuerte y temible que justifique el alto pie de fuerza y las
medidas que se adoptan contra él, y entonces el modo de aplacarlo y de alcanzar la
tranquilidad nacional no es seguir oprimiéndolo, sino reconocerles sus derechos, en
virtud de los cuales él tendría aquí, en ley y justicia, una numerosa representación,
proporcional a la fuerza que se le supone; o bien, no le corresponde legalmente más
representación que la escasa que ha alcanzado, porque su número e importancia en el
país no dan para más, y entonces sobran el numeroso ejército, los costosos armamentos
y todo el aparato de resistencia desplegado contra un enemigo" (3).
Partiendo de la defensa del partido liberal, Uribe Uribe desarrolla un furibundo ataque a
las facultades omnímodas dadas al Ejecutivo por la Ley 61 de 1888 o ley de los
caballos, la emprende contra la "Regeneración", se opone a los gravámenes del café que
ponen un inmenso peso sobre los productores, se alza contra los recargos en las
contribuciones, y sienta su posición sobre la ley de prensa, el servicio militar y otros
asuntos de vital importancia para la vida del país. En todo el furioso debate que el
representante liberal adelanta, hay un argumento central y es el de distinguir entre la
Constitución del 86 y la "Regeneración" un movimiento del partido nacional que utiliza
la Constitución del 86 contra el partido liberal. Pero el partido liberal no sólo acepta la
Constitución del 86, sino que la tiene que aceptar para que se le considere un partido
legal, no obstante las objeciones que pueda abrigar contra algunos puntos de la
Constitución. Por eso dice: "A lo menos en cuanto a los liberales, la conducta de la
Regeneración, a fuerza de inicua, ha llegado a ser curiosa. Ha hecho de las instituciones,
y especialmente de las facultades omnímodas, elemento de opresión contra nosotros, y
cuando resistimos a plegamos bajo el peso, nos califica de rebeldes impenitentes, de
eternos enemigos del orden y de la paz, y en esa virtud agrava las persecuciones y
castigos: es decir, que por cuanto no besamos sumisos y agradecidos el látigo con que
se nos flagela, admirando su fuerza y contextura, se nos vapula más aún, increpándonos
duramente, como en el último mensaje, nuestra falta de simpatías por este instrumento.
A nadie sino a nuestros tiranos sorprenderá entonces que el castigo nos confirme en la
aversión..." (4). Para Uribe el problema es la aplicación de la Constitución que ha
recurrido a las facultades extraordinarias y las ha hecho permanentes. Los nacionalistas
defendían el carácter constitucional de la Ley 61 y la necesidad de mantenerla para
preservación del estado de derecho. Uribe plantea su posición en la siguiente forma:
"Porque lo que se propone es convertir la ley de facultades omnímodas de temporal en
permanente. Ocho años largos hace que ella rige, pero como su vigencia es abiertamente
inconstitucional hay la esperanza de verla cesar algún día, mientras que la que ahora se
propone lleva trazas de hacerse perdurable, en su carácter de reglamentación
permanente de lo irreglamentable. El partido liberal prefiere que se deje en pie la Ley
61, que, como exceso de un mal, clama por el remedio, en vez de esta hipócrita
suavización del mismo mal, que en definitiva lo agrava y lo prolonga" (5). Pero es
importante hacer la comparación entre la Ley 61 que Uribe prefiere al proyecto de
institucionalización de esas medidas. Las descripciones que el mismo Uribe nos hace de
las consecuencias de la ley de los caballos son para si mismas elocuentes;
proscripciones, encarcelamientos sin cuenta, detenciones arbitrarias y sumarias,
deportaciones, multas a la prensa, suspensión de periódicos, clausura de imprentas,
violación de domicilios, clausura de institutos docentes, interceptación del correo,
prohibición del derecho de reunión, violación de todos los derechos (6). El decreto que
proponen los nacionalistas mantiene todas las atribuciones del Ejecutivo para
apoderarse del poder judicial, a tal punto arbitrario que Uribe exclama: "No queda,
pues, duda de que este proyecto ’en desarrollo de un artículo de la Constitución’, es la
supresión de toda normalidad constitucional, y como ya sabemos contra quién van esas
nuevas ’medidas de seguridad’, el proyecto equivale al mantenimiento del partido
liberal fuera de la ley" (7).
¿Era la posición de Uribe de tal carácter que lo llevaría a levantarse en armas contra la
Constitución del 86? Se levantara o no se levantara en armas Uribe declara que el punto
de partida en cualquier caso sería la Constitución del 86 (8). Acusado de perjuro por
haber entrado al Congreso jurando fidelidad a la Constitución y sin embargo estar
contra ella, Uribe replica que debe acatamiento a la Constitución, no obstante los
procedimientos irregulares que sufrió el proceso de su promulgación (9). Y añade: "Y
sin embargo de todo esto; sin embargo de que esa Constitución se ha hecho despreciable
para todos, y para el partido liberal odiosa, como instrumento de la más ruda opresión
de que jamás comunidad política alguna haya sido víctima; sin embargo de eso, deseo
sinceramente que, si la paz continúa, la normalidad constitucional se establezca
plenamente, para que si la Constitución es buena, como a despecho de todo lo afirman
algunos, su bondad resalte, y si no para verificar en ella la máxima inglesa: la ley mala,
ejecutarla, para que su maldad se patentice y la reforma se imponga. Es decir, creo que
el partido liberal debe aceptar la Constitución del 86, contra la cual se le considera en
permanente rebeldía; debe aceptarla como un hecho cumplido y positivo, si no como
una creación de derecho, por razón de su origen; debe aceptarla por declaración
explícita, como implícitamente la aceptó no combatiéndola desde su promulgación, y la
ha aceptado ejecutando actos pacíficos que presuponen el régimen político que en ese
instrumento se apoya; pero debe aceptarla reservándose el derecho de esforzarse por
introducir en esa Carta las reformas solicitadas por la opinión, en especial la de que sea
lealmente practicada en todo tiempo, erigiendo —si posible fuere— en traición a la
patria la concesión o el ejercicio de facultades omnímodas ni extraordinarias, que la
desvirtúan o la anulan. Y creo más: que el partido liberal debe aceptar el Código del 86,
no con el inconcebible propósito vindicativo de medir un día a sus adversarios con la
misma vara con que lo han medido, sino por una científica y elevada consideración
política: si la garantía de duración de un instrumento constitutivo proviene de la
concurrencia en su formación de los dos grandes partidos nacionales, a fin de que en él
desaparezcan combinadas y adunadas las dos tendencias que ellos representan:
fortificación de la autoridad a expensas de la libertad, el uno, y extensión de la libertad a
expensas de la autoridad, el otro; autoritario el uno, individualista el otro, ¿por qué no
admitir la Constitución del 86, que representa la primera tendencia, esforzándose por
introducir las reformas que representarían la segunda, y llegando así a la formación de
un Código político verdaderamente nacional?" (10).
Queda muy a las claras el dilema de la oposición liberal comandada por Uribe en ese
momento. Ya no posee los principios de los liberales que impulsaron la Constitución del
63, se arrepiente del federalismo que consagró esa Carta, pide un compromiso entre las
dos posiciones extremas representadas por las ideas del 63 y del 86, acepta los
principios básicos de la Constitución del 86, propone una forma de gobierno que a la
vez sea conservadora y liberal "para garantizar el orden y la tradición, y favorecer la
libertad y la innovación... se preconizaba, en fin, la virtud de un justo medio, adquirido
por concesiones reciprocas en lo adjetivo, dejando en pie lo sustancial, a fin de alcanzar
de ese modo la realidad de la república" (11). Esta era la fracción "extremista" del
partido liberal, la partidaria de la lucha armada contra el régimen conservador, la
heredera de los principios liberales abandonados supuestamente, por la vieja generación
fustigada agriamente por Uribe. En esas condiciones, presenta un programa liberal que
los conservadores de la Cámara tildan de conciliacionista y de haber adoptado los
principios de la "Regeneración" (12). No tiene Uribe otra alternativa que salir a
clarificar su posición, con lo cual no hace sino reafirmar la tragedia de su lucha, vacía
ya de los grandes principios democráticos que habían inspirado casi cuarenta años de
confrontación. Dice así: "Los cuatro objetos que me propuse no quedarían por eso
menos logrados: lo., presentar temas concretos de consideración para inducir a cada uno
a hacer su examen político de conciencia, y para facilitar el acuerdo de unos y otros
sobre bases positivas; 2o., tranquilizar al verdadero y único partido conservador sobre
las miras y propósitos del liberalismo; 3o., tranquilizar también a la porción seria,
prudente o timorata de nuestro mismo partido, acerca de las tendencias de la porción
avanzada; y 4o., quitar al gobierno regenerador el pretexto para seguir persiguiéndonos
so capa de partido ilegal y rebelde" (13). Todo el fondo del asunto radica en que Uribe
Uribe ha perdido el sentido sobre el verdadero contexto en que se debate el país. Así se
justifica que hable de alcanzar de ese modo (conciliando) la realidad de la república".
No existe, por tanto, para él la necesidad de que el régimen representado por los
terratenientes, victoriosos y fortalecidos por diez años de ’’Regeneración’’, desaparezca,
como la condición necesaria de cualquier desarrollo para el país. Esa perspectiva ha
quedado liquidada. Es indispensable, por tanto, que el enfrentamiento secular desde el
mismo momento en que se inicia el movimiento revolucionario de la emancipación,
quede saldado y se inicie una etapa en que las dos posiciones contrapuestas, convivan y
esa convivencia se consagre en la Constitución. En esencia, la oposición de Uribe Uribe
se dirige a que la Constitución del 86 no sea el instrumento de un solo bando, de un solo
partido, de una sola clase, sino que se reforme para dar cabida a las dos clases que se
habían venido disputando el destino de Colombia, sobre el presupuesto de la aceptación
mutua y la tolerancia recíproca. Lo grave, en el punto de vista de Uribe y del
liberalismo "avanzado" que comandaba, consistía en la renuncia a los principios de la
revolución democrática y la traición a la lucha por el desarrollo del país cimentado en la
liquidación del régimen terrateniente. Desde este punto de vista, la lucha contra los
terratenientes no sólo se justificaba, sino que era una condición indispensable, tal como
lo hemos venido defendiendo. El feroz debate de Uribe no es sino una claudicación.
Entonces, ¿qué exigía el partido liberal? Cuatro cosas: 1) abolición de las facultades
omnímodas y de la irresponsabilidad presidencial; 2) expedición de una ley racional de
prensa; 3) reforma de la ley de elecciones; 4) esclarecimiento y castigo de los fraudes
fiscales (14). Con estos propósitos enmarcaba su posición en la lucha por las libertades
democráticas fundamentales. Decía Uribe: "...sepan todos que los liberales no
sostenemos estas luchas solicitadas por el ansia de recuperar el poder o porque no nos
consolemos de haberlo perdido, sino por la necesidad de reducir a nuestros opresores a
que nos otorguen la efectividad de nuestros derechos. Peleamos por la libertad, no por el
Presupuesto... Sólo un móvil tan elevado como urgente puede echarnos inermes a la
guerra o a estériles luchas parlamentarias contra la rabia de los sectarios o el interés de
los explotadores" (15). No se encontraba Uribe muy distante de las posiciones de Carlos
Martínez Silva que, en ese momento, partía diferencias con el nacionalismo. Pero Caro
y los nacionalistas tenían muy claro sus propósitos. Ellos no hacían discriminaciones
entre los nuevos y viejos liberales. Más aún, sabían que la línea más radical estaba
representada por Uribe y no por Aquileo Parra, Sergio Camargo, Nicolás Esguerra y
demás representantes de la línea pacifista. Estaban dispuestos a liquidar al partido
liberal, a borrarlo del mapa y no iban a hacerle concesiones que pusieran en peligro su
propósito principal. A pesar de los esfuerzos de algunos "históricos" para que se
reconociera la legalidad del partido liberal y se hicieran las reformas pertinentes
exigidas por los liberales, los nacionalistas no transigieron. Por otra parte, los
terratenientes presionaban en el Congreso una serie de reformas tributarias tendientes a
la recolección de fondos para adelantar su política contra los liberales y para favorecer
las ambiciones de su clase. Los impuestos al café afectaban a los liberales de Antioquia
y el recargo en las contribuciones afectaban a los comerciantes y a la incipiente
burguesía industrial. Uribe Uribe abandera los intereses afectados, sin obtener ningún
resultado. A la posición política absolutamente intransigente de los nacionalistas se
añadían los atentados contra intereses muy sentidos de esa clase que estaba dejando de
jugar un papel en el país y de la nueva que iba surgiendo poco a poco. El partido liberal,
no obstante su posición conciliadora y vacilante, había quedado acorralado. Uribe Uribe
lo expresaba con vehemencia a su regreso de México en 1898: "...ni el bochorno de
tantas afrentas nos ha enardecido; ya que no el sentimiento de la justicia, ni la sed de
venganza nos ha aguijoneado; puestos fuera de la ley, perseguidos y acosados, como no
lo fueron jamás los iroqueses, los pieles rojas ni los maoríes, hemos sido incapaces de
pagar con odio varonil el odio que se nos dedica; hemos permanecido impasibles y
como dormidos. Señores: ya no es sangre, es suero incoloro lo que a los liberales nos
circula por las venas..." (16). Y añade al final de su discurso: "Declaro, por tanto, que
renuncio a la lucha. Los hombres de cierta clase y cierto temple nada tienen que hacer
con colectividades que no saben o no quieren cumplir con su deber; y si ellas se amañan
a vivir sin libertad, u optan por recibir humildes la limosna del derecho a las puertas de
los detentadores poderosos, en vez de derribarlas a culatazos, penetrar animosamente en
el edificio, expulsar a los usurpadores y traficantes, y tomar por la fuerza posesión de lo
propio, hay quienes sentimos invencible repugnancia para coadyuvar en esa obra...
Continuara todavía la brega si por asomos creyera al liberalismo capaz de demandar con
altivez lo que le pertenece y le ha sido inicuamente arrebatado; pero pues todo lo
aguarda de la clemencia del gobierno me retiro, porque no tengo medios de obrar sobre
él, y porque aun cuando los tuviera, me daría vergüenza emplearlos, trocando la actitud
de reclamante orgulloso por la de palaciego suplicante" (17). Estaba planteando
desesperadamente la guerra, porque era la única forma de supervivencia, pero sin
ningún planteamiento revolucionario. Así queda evidente que la guerra de los mil días
no surgió por la defensa de los principios de la revolución democrática a punto de
perecer, que hubiera levantado el partido liberal, afanoso como estaba de hacer las
concesiones indispensables a los terratenientes, cuyo testimonio es el debate y la
conducta de Uribe Uribe, sino por la decisión inflexible de los conservadores de liquidar
al partido liberal que los lleva a no transigir ni en las modestas peticiones de su
contrario.
Gerardo Molina interpreta esta crisis ideológica, programática y política del partido
liberal como la transición hacia un partido popular que habría surgido transformado de
la guerra de los mil días (20). Según Molina las ideas de Uribe Uribe de "socialismo de
Estado" de 1904 estarían coincidiendo con las de Aníbal Galindo y éstas, a su vez,
constituirían un polo opuesto a las de Eastman, partidario todavía del laissez-faire
decimonónico. En todo el pensamiento de Molina, lo que hace popular al partido liberal,
es la adopción de ese "socialismo de Estado" que se pone, supuestamente, al servicio del
pueblo. Una interpretación de esta naturaleza nos hace regresar a la polémica sobre la
"Regeneración" y al significado que le da Liévano Aguirre a las ideas de Núñez como la
concreción de un "socialismo de Estado". Pero Galindo, al proponer un nuevo programa
para el partido liberal que tendría que transformarse en "partido demócrata", y
centrándolo en la reorganización de la Hacienda Pública, en la reconstrucción
fundamental del sistema oligárquico de educación pública, y en la abolición del servicio
militar obligatorio, no está proponiendo ningún "socialismo de Estado". Coincide más
con Núñez que con ningún otro y da su apoyo a la Constitución del 86. Desde este
punto de vista, la apología que hace Molina de las ideas de Galindo, se contradice con
su tímida oposición al movimiento "Regenerador". En realidad, Molina ataca a Eastman
porque se opone a éste que él también llama "socialismo de Estado", pero no cala el
fondo de sus planteamientos. El acierto fundamental de Eastman radica en la correcta
caracterización de la "Regeneración" como un sistema de tendencia monarquista y
autocrática, no importa que confunda el intervencionismo de Estado y la centralización
propia de la época del absolutismo con el "capitalismo de Estado" de la época del
imperialismo. Esa es también la confusión de Molina, la que le sirve, precisamente, para
salvar la posición antidemocrática y absolutista de Galindo, en la misma forma que ha
confundido a tantos otros.
El partido liberal perdió la guerra de los mil días. La perdió militar, política e
ideológicamente. Podría argumentarse que desde el punto de vista político, el partido
liberal consiguió una amplia amnistía, que gracias a su lucha consiguió su
reconocimiento por parte del partido conservador y que, por la fuerza de las armas,
obtuvo del gobierno de Reyes los cuatro objetivos básicos que Uribe le había señalado a
la revolución de 1899. Eso es cierto. Pero el precio de esos cuatro puntos consistió en el
sometimiento político al partido conservador y en la renuncia a los programas de la
revolución democrática. La derrota de 1902 significó el fin del partido liberal del siglo
XIX. En los últimos veinte años se venia precipitando a su ruina. Podría aventurarse que
el mismo triunfo no habría logrado la recuperación ideológica del partido liberal, dadas
las premisas que jefes como Rafael Uribe Uribe habían colocado ya en la base de la
lucha contra la "Regeneración". El partido conservador no alcanzó a liquidarlo en la
guerra, pero lo mantuvo bajo su égida. En esta forma culmina un proceso trascendental
para la historia de nuestra patria, proceso que consideramos de suma importancia para
entender el siglo XX, y en el cual hemos venido insistiendo. Nosotros consideramos que
la contradicción principal del siglo XIX tuvo que ver con la lucha por la consolidación
de la revolución democrático-burguesa y el desarrollo del capitalismo en el país. De ahí
que no podemos estar de acuerdo con aquellos autores de izquierda, más bien
románticos que científicos, por ejemplo Torres Giraldo, que colocan la contradicción
principal en la lucha del pueblo contra las clases dominantes, incluyendo en ellas tanto a
los terratenientes como a los comerciantes. Precisamente la lucha del pueblo tenía su
manifestación fundamental en todo el esfuerzo por liquidar el régimen terrateniente
heredado de la Colonia, bajo la dirección de una de las clases dominantes que habían
dirigido la revolución emancipadora, la de los comerciantes. Esta clase formó el partido
liberal. Por el carácter del comercio que servia de base económica a una clase
precapitalista, por la alianza con los artesanos en un largo tramo de lucha, por el poder
de los terratenientes, por la traición de un amplio sector de los comerciantes, el partido
liberal fue incapaz de consolidar la revolución democrático-burguesa. La tragedia de la
oposición al proceso de la "Regeneración" es testimonio elocuente de este fracaso y de
esta traición. No fueron los nuevos dirigentes del partido liberal, como Uribe Uribe y
Benjamín Herrera, capaces de contrarrestar el embate feroz de los terratenientes desde
1880. Cuando la contradicción con el partido nacional se agudizó hasta el extremo, el
partido liberal no contaba con ideas políticas y económicas que orientaran su acción
revolucionaria. La paz de Wisconsin, con la que el partido liberal selló su derrota,
señaló el fin del partido liberal como partido revolucionario, carácter que venia en
decadencia desde el comienzo de la "Regeneración". Aunque Joaquín Tamayo no es
consciente del significado que tienen sus palabras, sin embargo son lo suficientemente
elocuentes como para reflejar ese momento histórico: "La quiebra de los partidos
políticos fue un hecho e irremediable... El liberalismo como partido doctrinario a
mediados de 1902 a duras penas soportaba esa crisis orgánica. Los civilistas de Bogotá,
representantes de la escuela de Rionegro, carecían de poder para imponer a la masa sus
aspiraciones; el viejo partido dividido hasta lo infinito por querellas inoportunas —
como al final de la guerra de Melo— quedó al margen de toda intervención posible"
(22). La obra de Rafael Núñez había llegado a su cima. Los terratenientes lograban
derrotar a sus adversarios, someterlos a sus condiciones e imponerle al país la
hegemonía de su estructura feudal. En esas circunstancias Colombia entraba al siglo
XX, al siglo del imperialismo, atrasada, débil, indefensa y con el poder del Estado en
manos de los terratenientes con su hegemonía consolidada.
La etapa histórica del partido liberal que abarca los últimos cuatro lustros del siglo XIX
es de descomposición, la que surge con la derrota y dura hasta la subida de Alfonso
López es de reconstrucción. El signo de esta reconstitución está dado por el encuentro
de una nueva ideología y por la adopción de una táctica política de sometimiento al
partido conservador. Los jefes liberales que simbolizan esta transición son Rafael Uribe
Uribe y Benjamín Herrera y los dirigentes que van a recibir y a impulsar al partido
liberal del siglo XX con una nueva ideología son Enrique Olaya Herrera, Alfonso López
Pumarejo y Eduardo Santos. Esa nueva ideología adoptada por el partido liberal se
imponía poco a poco en el mundo, principalmente en Europa, impulsada por la
socialdemocracia, ante la liquidación de casi todos los partidos liberales del siglo XIX.
Se trataba del "socialismo de Estado". Sólo dos años después de haber firmado la paz el
partido liberal, Uribe Uribe plantea con toda claridad el nuevo rumbo ideológico que
debe seguir. Es la famosa conferencia dictada por él en el Teatro Municipal de Bogotá
el 4 de octubre de 1904. Para entonces, ya estaba trazada también la nueva táctica
política. El partido liberal no solamente da su apoyo al gobierno conservador de Rafael
Reyes, sino que se convierte en su principal soporte, aun por encima de un amplio
sector del mismo partido conservador. Posteriormente se compromete en la
conformación de un nuevo partido, la Unión Republicana, bajo la dirección del
conservador Carlos E. Restrepo. Un sector del partido liberal vota por el candidato
conservador José Vicente Concha. El general Benjamín Herrera apoya la candidatura de
Guillermo Valencia contra Suárez y acepta un ministerio en el régimen de Concha. Se
desata una gran polémica interna en el partido liberal sobre la colaboración con el
gobierno del general Ospina. Alfonso López Pumarejo trata de organizar un
movimiento de apoyo liberal a uno de los candidatos conservadores en las elecciones de
1930. Candidato de "concentración nacional" lo es Olaya Herrera que ya había
colaborado con Holguín, Ospina y Abadía Méndez, llama conservadores a su gobierno,
entre ellos, al más notable de los financistas de ese partido, Esteban Jaramillo. Los datos
son innumerables para testimoniar la táctica de sumisión al partido conservador para
llegar al gobierno. Indudablemente, el partido liberal logra este objetivo, pero a costa de
una transformación ideológica fundamental que le permite no solamente convivir con su
adversario del siglo XIX, sino llegar a identificarse en los objetivos cruciales de
gobierno del país.
De inmediato las nuevas ideas planteadas por Uribe al partido liberal tenían un doble
efecto. Por una parte, eludían los temas candentes que habían enfrentado a los dos
partidos durante el siglo pasado y, en esta forma, preparaba el terreno para la
colaboración y la sumisión. Por otra parte, los nuevos principios ideológicos se
presentaban lo suficientemente neutrales e inocuos como para no ir a producir una
reacción del partido conservador en un futuro próximo. Uribe podría tranquilamente, y
con él Benjamín Herrera, los grandes intelectuales liberales como Baldomero Sanín
Cano y casi todo el partido liberal, dar su apoyo al régimen de Rafael Reyes (29). Pero
Uribe no sólo había renunciado a los principios liberales que podrían, en alguna forma,
haber contribuido a la culminación de la revolución democrática, como lo hacían en ese
momento figuras de la talla de Sun Yat-Sen en China, sino que conciliaba en igual
forma con quien se iba convirtiendo en el enemigo más peligroso del país, después del
atraco de Panamá, el imperialismo norteamericano. En este sentido es típica su actitud
frente al problema más candente del momento, el de Panamá. Nombrado por Reyes
delegado a la Conferencia Panamericana de Rio de Janeiro en compañía de Guillermo
Valencia, redacta un documento de tipo jurídico para demostrar la violación que había
cometido Estados Unidos de las leyes internacionales y de los tratados, pero sin
mencionar el atentado contra la soberanía nacional y el carácter imperialista de la
expansión norteamericana mediante el patrocinio de una supuesta independencia
nacional de Panamá. Uribe era perfectamente consciente no sólo de lo que significaba
esa supuesta independencia de Panamá, sino también de los propósitos que abrigaba
Estados Unidos con la Conferencia de Río tendientes a crear una actitud favorable para
las concesiones comerciales a que aspiraba, así como del peligro que representaba
Estados Unidos para América Latina. En su artículo sobre la separación de Panamá que
fue escrito como una ponencia para la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro, en
donde nunca la quiso presentar, dice: "La conferencia dará lugar a un formidable gasto
de vocablos como fraternidad, solidaridad, americanismo, unión, estrechamiento de
relaciones amistosas, aproximación, y otros análogos, que no sonarán como sarcasmo
en los oídos de los delegados colombianos si proceden de labios hispano o
lusoamericanos, pero que viniendo de los Estados Unidos habrán de clasificar entre las
mentiras convencionales, en tanto que subsista sin composición el atentado de Panamá’’
(30). Y también tiene claridad sobre el peligro norteamericano. Al analizar el propósito
del Secretario de Estado, Mr. Root, de quebrar el monopolio comercial de Europa en
América Latina, añade: "El viaje de Mr. Root es, pues, un viaje de conquista comercial.
La Conferencia de Río, trae envuelto en números de programa de puro adorno y
fantasmagoría un clou, un plato de resistencia: otorgar a los Estados Unidos tarifas
aduaneras y otras ventajas que le permitan convertirse en proveedores de nuestros
mercados. Es una nueva y muy lógica derivación de la Doctrina Monroe, en una de sus
últimas ediciones, corregida y aumentada, con glosas y comentarios de la acreditada
Casa Rooseveit & Root. ’América para los americanos’ quiere ahora decir que este
continente debe bastarse a sí mismo, producir, porque eso es pagarle tributo. La
emancipación comercial debe ser el complemento de la emancipación política... Con
todo, si conquista comercial hubiere, seguirá una marcha progresiva de norte a sur.
Verdaderamente México va siendo en lo económico, y quizá no tardará mucho tiempo
para serlo también en lo político, una simple prolongación de los Estados Unidos...
Después seguirán Venezuela y Colombia por ocupar las costas septentrionales más
vecinas a los Estados Unidos, con los cuales establecerán tráfico rápido al través del
Mar Caribe, como ya en parte lo tiene establecido..." (31). No obstante estas
declaraciones, la actitud de Uribe en Río y su cambio frente a los Estados Unidos
confirman su falta de principios y su entrega a quienes consideraba conscientemente
enemigos reales o potenciales.
La actitud contra la conducta entreguista de Uribe no se hizo esperar. Una violenta carta
de Diego Mendoza, el mismo que había sido destituido por Reyes cuando trató de tomar
una posición patriótica ante Estados Unidos, destitución que no fue protestada por Uribe
Uribe su fiel colaborador, en contra de la delegación colombiana a la Conferencia,
obliga a Uribe a dar una respuesta en la que justifica plenamente su conducta
entreguista. Uribe declara que no era conveniente censurar a los Estados Unidos ni
protestar por la presencia de la delegación panameña. Las razones que aduce lo dibujan
de cuerpo entero: el asunto de Panamá no estaba en el programa, porque Estados Unidos
había maniobrado para que se eliminara ese punto; no era conveniente enemistarse con
los países que habían ya reconocido a Panamá; tratar este asunto hubiera dividido una
Conferencia en la que no hubo la más mínima discordancia importante que enfrentara a
los participantes. Como dice Uribe textualmente: "Propiamente, no había manera de
orillar el asunto sin herir y sin aparecer extemporáneo y descortés" (33). Pero además,
argumenta Uribe, el gobierno colombiano, de quien recibimos directivos para esta
Conferencia, ha aceptado los hechos de la separación y se encuentra en los trámites de
negociación, la cual pudiera ponerse en peligro con una actitud demasiado inflexible.
Una actitud de ese carácter hubiera orientado la Conferencia contra Estados Unidos,
porque se encontraban allí muchos países agraviados por él. Pero el argumento más
contundente, el más profundo y el que descubre la verdadera realidad de lo que pasaba
en Colombia en ese momento es el siguiente: "Con tales antecedentes no era posible ni
oportuno, ni de utilidad ninguna, suscitar querellas y despertar rencores en el seno de
una corporación de confraternidad americana... Incriminar a los Estados Unidos y a
Panamá equivalía a distribuir las responsabilidades que les cupiera a ellos según
nuestros discursos, con los otros países de América...; habría sido echar a un lado, con
escándalo de cultura universal, la cortesía entre naciones, base de la vida internacional,
que si en toda ocasión es atendible, singularmente lo era en ésta, en que el Brasil ofrecía
graciosamente su hospitalidad y se empeñaba en halagar y festejar de todos modos a los
representantes de los Estados Unidos. ¿En qué pie habríamos colocado a la república
después de malquistarla con los demás países, hoy que tanto necesita de la concurrencia
extranjera?" (34).
La razón verdadera del entreguismo de Uribe, era la misma que movía al gobierno de
Reyes a buscar por todas formas el arreglo con Estados Unidos, no importa a qué
precio, hasta llegar a firmar un tratado tan indignante como el Cortés-Root que no tuvo
su curso en el Congreso, y la que movió a los gobiernos siguientes a desarrollar un gran
debate en torno al precio con que Colombia se contentaría con la "venta" de Panamá y
en torno a la frase precisa que señalara alguna mínima responsabilidad moral a Estados
Unidos sin exigirle el respeto a la soberanía nacional. Esa razón radica en la ansiedad de
la oligarquía colombiana por recibir los grandes capitales norteamericanos disponibles
para la exportación e iniciar la gran carrera del endeudamiento. Uribe Uribe, por
ejemplo, mostró tanta urgencia de "arreglar" lo de Panamá que invitó a Mr. Root, con la
aprobación del gobierno de Reyes, a que en su paso de la Conferencia Panamericana,
hiciera escala en Cartagena, lo que lleva a que un personaje como el general Ospina
firme una carta contra el gobierno, como resultado de lo cual es encarcelado (35). ¿Qué
otra "concurrencia extranjera" distinta de la de Estados Unidos tenía en mente Uribe
Uribe que pudiera ponerse en peligro con una actitud de denuncia en la Conferencia de
Río? Ningún otro país de los allí presentes estaba en capacidad de exportar capital a
Colombia y financiar las obras de infraestructura, fuera de los Estados Unidos. Esa es la
raíz profunda del afán entreguista de Uribe y de su servilismo ante el gobierno de Reyes
a quien obedecía fielmente. En ese preciso momento la única concepción sobre el
desarrollo colombiano era la del endeudamiento y Uribe empezaba a distinguirse como
uno de los abanderados de ese tipo de modernización. Esencialmente, su inquietud por
una modernización a toda costa, así fuera por medio de la entrega a los Estados Unidos,
explica su apoyo irrestricto a un gobierno de carácter modernizante para las condiciones
de extremo atraso que vivía Colombia, como lo fue el régimen de Reyes. Reyes es el
primer abanderado de la modernización desde arriba que va a caracterizar también el
gobierno del general Ospina, con lo cual coincide Uribe Uribe y los gobiernos liberales
más connotados.
Rafael Uribe Uribe representa la etapa de transición del partido liberal, de ese partido
francamente antiterrateniente que fue en el siglo XIX a un partido modernizante por
capitalismo monopolista de Estado que propicia las estructuras favorables al
imperialismo norteamericano. Primero, Uribe Uribe comanda la oposición más radical a
la "Regeneración" hasta conducir a su partido a la guerra. Segundo, Uribe Uribe es
quien orienta el sentido, la estrategia y el contenido de la guerra de los mil días, a pesar
de la competencia que le ofrece Benjamín Herrera. Tercero, Uribe Uribe es quien ofrece
por primera vez, en forma clara, la nueva ideología del partido liberal, la del capitalismo
de Estado. Cuarto, es Uribe Uribe quien orienta al partido liberal en la etapa que va de
la derrota de la guerra hasta la fecha de su asesinato. Su posición vacilante ante la
Constitución del 86 y, por tanto, ante la "Regeneración", no es sino la expresión de un
partido que ha perdido su rumbo ideológico y no encuentra un asidero para enfrentar a
su enemigo. La derrota de la guerra que Uribe acepta con anticipación a la paz de
Wisconsin no es sino la consecuencia lógica de esa crisis política, ideológica y militar
que padecía el partido liberal, por lo menos desde 1880 y que fue organizándose a
medida que la "Regeneración" se consolidaba. La guerra de los mil días fue más el
resultado de la determinación de los conservadores de acabar con los liberales que la
consecuencia de una determinación decidida de estos últimos por defender los
principios que había alimentado su colectividad. La renuncia expresa y taxativa de
Uribe a los principios del liberalismo representa el testimonio más elocuente de que la
guerra de los mil días lo que logró fue liquidar los últimos vestigios decisorios de esa
ideología en el partido liberal. Los rezagos que quedarían de esa hecatombe no
contarían con la fuerza suficiente para hacerse sentir en adelante en la orientación del
partido liberal contemporáneo. La división de guerristas y pacifistas en la última década
del siglo pasado dentro del partido liberal y la misma falta de apoyo de un sector de los
liberales a la guerra fueron señales muy claras de que el partido liberal no contaba con
una posición ideológica resistente contra el embate de los conservadores. De ahí a una
entrega ideológica y política no había sino un paso que dieron los dirigentes liberales
después de la derrota. No se trató solamente de una colaboración táctica con el
propósito de recuperar fuerzas y ser capaz de dar una lucha más efectiva por el poder.
Era que esa táctica conciliadora reflejaba la situación interna del partido liberal que
renunciaba, como lo hemos dicho, a los objetivos de la revolución democrática y,
además, adoptaba principios francamente opuestos a ellos que, por el momento, se
disfrazaban con las ideas demagógicas y rimbombantes de "socialismo de Estado", de
"liberalismo moderno"; de "capitalismo de Estado", de "liberalismo modernizante". La
traición del partido liberal a la revolución democrática coincide, por supuesto, con el
cambio que sufre la burguesía en el contexto mundial con el paso del capitalismo al
imperialismo. Se ponía de acuerdo el partido liberal colombiano, no con las condiciones
revolucionarias de los pueblos oprimidos contra el imperialismo, como lo hacían
muchos en ese momento, sino con las condiciones que el imperialismo exigía para
entrar a saco nuestros recursos y nuestra economía. Esa fue la misión de Uribe como la
expresión del proceso que sufrió el partido liberal en esa etapa.
No era, por tanto, de extrañar que apareciera en el país el intento de un nuevo partido
político, en el que se agruparon aquellos conservadores que procedían del sector de los
’’históricos" y un sector del partido liberal francamente partidario de la armonía
conciliadora con los conservadores. Este partido se denominó Unión Republicana. A él
se afiliaron no solamente jefes connotados del liberalismo como Nicolás Esguerra,
Benjamín Herrera y Tomás O. Eastman, sino liberales de las nuevas generaciones que
entrarían rápidamente a jugar un papel decisivo en el destino del partido liberal como
Enrique Olaya Herrera y Eduardo Santos. La Unión Republicana simplemente significó
el esfuerzo de ambos sectores por institucionalizar el reconocimiento del partido liberal,
después del frustrado intento de los terratenientes por liquidarlo de la vida política del
país. Jugaron en la efímera existencia de esta organización política un papel
preponderante la reforma electoral que consagró la representación de la minoría, la
limitación del Poder Ejecutivo que había extralimitado la Constitución del 86 y algunas
reformas administrativas tendientes a establecer un sistema tributario y rentístico así
como una real descentralización hacia los municipios y departamentos. Tanto los
programas como los proyectos de ley del republicanismo aparecen firmados por
representantes de los dos partidos, entre los cuales sobresalen los ya mencionados y
además Pedro Nel Ospina, Miguel Abadía Méndez, Agustín Nieto Caballero, Luis
Eduardo Nieto Caballero, Tomás Rueda Vargas, Aquilino Villegas, Lucas Caballero,
Luis Cano, Eduardo Rodríguez Piñeres, Armando Solano, Guillermo Quintero Calderón
y otros (36). Inclusive Rafael Uribe Uribe entra en conversaciones con los republicanos
y, especialmente, con Carlos E. Restrepo, muy desde el principio del movimiento con el
propósito de fusionar el partido liberal y el republicanismo. El rechazo de Restrepo
motiva el rompimiento radical de Uribe con el republicanismo y su oposición frontal
contra él, oposición que lo lleva a votar por Concha y no por la candidatura republicana
representada por un liberal en la persona de Nicolás Esguerra (37). Sólo después del
fracaso de este intento, Uribe mantiene su independencia liberal frente al
republicanismo, pero queda patente su espíritu conciliador.
Después de la guerra de los mil días, el surgimiento del republicanismo sella la paz
entre el partido liberal y el partido conservador y es un primer paso que anuncia ya el
proceso que seguirá la política del país en el siglo XX. Resultaría ingenuo, sin embargo,
confundir este intento de fundar un nuevo partido compuesto por militantes de los dos
partidos tradicionales con lo que representó la vigencia del partido nacional de Núñez y
Caro en la época de la "Regeneración" o con la alianza institucional de los dos partidos
en el Frente Nacional. Como fenómeno eminentemente transitorio, el republicanismo
refleja el proceso que toma auge en esta etapa, pero que venía ya manifestándose desde
la división del partido conservador en 1896, al que hemos aludido más atrás, y que tiene
que ver con el desarrollo del capitalismo nacional con base en una incipiente
industrialización. Se trata, por una parte, del partido liberal en busca de una identidad
como partido de la burguesía y, por otra parte, un sector del partido conservador que se
conecta con los intereses de los cafeteros y con la misma industrialización antioqueña.
Pero tanto uno como otro tomarán rumbos muy distintos a los que en este momento han
escogido. El partido liberal no llegará a representar los intereses de la burguesía
nacional ni ese sector del partido conservador renunciará a sus intereses terratenientes.
Como el país se enrulará por las vías que le trace el neocolonialismo, los dos partidos
encontrarán fácil la adopción de los dictámenes de la dominación imperialista. Resultará
más productivo para el partido liberal la independencia forzosa de Uribe Uribe, la cual
le permite mirar con mayor seguridad el futuro de su partido. Eso es lo que harán.
Pondrán en marcha la elaboración de una nueva ideología, de una nueva táctica, de
nuevos métodos y se lanzarán sobre los nuevos efectivos electorales compuestos por
una clase obrera en ascenso. Sin embargo los "republicanos" pertenecientes al partido
liberal servirán de puente más adelante cuando se empiece a gestar la alianza de la gran
burguesía y de los grandes terratenientes con el gobierno de Olaya Herrera en los
últimos años de esta etapa que pone fin a la transformación del partido liberal.
Si en 1904 Uribe Uribe trazó los lineamientos generales de lo que sería el partido liberal
en el siglo XX, en 1911 le da los principios básicos de organización y un nuevo
programa. Como punto de partida afirma: "No hemos agotado nuestra obra ni nuestro
destino; al contrario, puede decirse que nuestra tarea apenas comienza... El liberalismo
es hoy el único partido capaz de instituir en Colombia un órgano a la vez impulsor y
moderador... Venimos con la antigua fuerza de propulsión pero sin el fogoso
aturdimiento que nos caracterizaba. Nuestra actitud es conciliadora. Desterremos toda
idea de ceder a un espíritu de exclusivismo. Partido igualmente celoso de progreso y del
respeto por sus tradiciones, no entiende jamás conservar sin renovar, ni innovar sin
conservar, ni transigir con el mal sólo porque sea antiguo. Ni reacción ni revolución, es
su divisa; eso es, no se pondrá a remolque de los reaccionarios, sean de la clase que
fueren, ni de los revolucionarios tomando esa palabra en el sentido corriente. En otros
términos, se mantendrá sin reservas igualmente lejos de dos políticas que condena por
igual: la de los enemigos del progreso y la de los amigos de los medios violentos" (38).
Quedaba, en esta forma, plenamente definida la perspectiva en que se movería el partido
liberal, cuyo ambiente se había venido preparando desde antes de la guerra de los mil
días. Por esta razón, es importante examinar el diagnóstico que nos da Uribe Uribe y el
programa que le traza al partido liberal.
Son cuatro los puntos del programa: 1) Una acción política, 2) una acción legislativa, 3)
una acción económica y 4) una acción organizativa. Para Uribe el partido liberal debe
centrar una acción legislativa en el problema administrativo del Estado y, por tanto, en
la solución adecuada de lo que había sido siempre esa contradicción inextricable de
federalismo y centralismo, superando la fórmula "regeneradora" de centralización
política y descentralización administrativa. Y apunta a un problema importante del
régimen político colombiano: "En efecto, no es a los hombres a quienes hay que acusar,
es al sistema, es al desacuerdo entre el régimen administrativo y el político. Nos
llamamos república y somos despotismo: esa es la paradoja sobre el cual vivimos. El
favoritismo, la política de clientela, la tiranía presidencial, ministerial, departamental y
municipal; las candidaturas oficiales; todos esos choques, todos esos abusos tienen la
misma causa; la contradicción fundamental entre el nombre de república y el fondo
cesarista, o sea este formidable pisón de mina, creado para triturar todo lo que necesita,
por la omnipotencia de los centros directivos" (39). Todo el documento tiene este tono.
Ha desaparecido ya la beligerancia que reclamaba la vigencia del contenido
democrático del régimen político, reducido ya a una simple forma. Por eso puede
añadir: "En estos propósitos no estamos solos; no somos los únicos que abrigamos estas
aspiraciones; son muchos los conservadores que piensan en la necesidad de reformas
radicales..." (40). Resulta comprensible que uno de los puntos álgidos de la lucha contra
la "Regeneración", como la de la total libertad de prensa, haya quedado reducida a esta
fórmula anodina e insípida en el programa de Uribe: "Mejora de la ley de prensa" (41).
Pero algo más, todo el problema central del país, alrededor del cual había girado medio
siglo o más de luchas y contiendas trascendentales, como el problema religioso, que
expresaba de fondo el del régimen terrateniente, en la forma ya señalada por nosotros,
desaparece por completo y queda reducida a una fórmula general que nada dice: "Ley
de defensa agrícola" (42). Y cuando en el punto referente a la acción económica resume
todas las reformas que serán el código de todos los programas liberales del siglo en
materia social, explica mejor esta ley agraria con una sola frase: "Creemos en las
ventajas de una ley agraria, en favor de los arrendatarios..." (43). En ningún momento
Uribe deja de ser el maestro de la demagogia liberal contemporánea, cimentada
firmemente en proponer minúsculos remedios e inoperantes para grandes males. La
tendencia de los liberales ha sido la de señalar los problemas en una forma más o menos
descamada, especialmente los de carácter social relativos a la desigualdad, para darles
soluciones que nunca llegan al fondo de los problemas. Encontramos frases lapidarias,
semejantes a las que ya hemos leído sobre la amenaza norteamericana, que quedan en el
vacío o porque se proponen alternativas conciliatorias o traidoras a los intereses que
dicen defender, o porque los hechos concretos históricos los desmienten, en forma
similar a como el amor irresistible a los norteamericanos le hace olvidar los crímenes
que acaban de cometer. Por ejemplo dice: "Ya que los otros partidos nada han hecho en
definitiva por el pueblo, salvo empobrecerlo, fanatizarlo y envolverlo en sombras de
ignorancia cada vez más espesas, es necesario que el liberalismo esté con el pueblo, no
con meras reformas políticas, sino económicas..." (44). Pero añade a continuación su
concepto de oro que permite llegar al verdadero fondo del pensamiento liberal expuesto
por Uribe: " ’Siempre tendréis pobres con vosotros’, dice el Evangelio y es una gran
verdad. Por eso nadie se promete el milagro de que todos lleguen a ser ricos; no se trata
de crear aquí abajo el Paraíso; ya se sabe que el hombre perdió sus llaves para nunca
jamás; pero siquiera que no sea el infierno anticipado" (45). No puede en esta forma
llamarse al liberalismo de Uribe un liberalismo popular, como lo hace Gerardo Molina,
simplemente porque se adelanta a una serie de medidas lenitivas para la condición
extremadamente grave del pueblo. No se justifica el silencio de los autores de la "nueva
historia" sobre la violación, la conciliación y la traición de Uribe Uribe a la revolución
democrática tan patente en Ignacio Torres Giraldo, Jorge Orlando Melo y Alvaro Tirado
(46).
Casi cincuenta años transcurren desde la derrota del partido liberal en 1880 hasta el
triunfo de una candidatura liberal en 1930. En este transcurso el partido liberal se
descompone durante el período que va hasta la guerra de los mil días y trata de
levantarse bajo el impulso que le da Uribe Uribe. Lo fundamental en la etapa de 1902 a
1914, fecha del asesinato de Uribe, radica en el establecimiento de las bases principales
que servirán de guía al partido liberal para su desarrollo posterior, no importa que no
lleguen a ser completamente acatadas en ese momento por sus jefes y por sus
seguidores. Dos rasgos esenciales hay que señalar como resultado de esos primeros
quince años del siglo: formulación de unos principios ideológicos cuyo núcleo reside en
el capitalismo de Estado, por una parte, y el planteamiento de una serie de reformas
sociales tendientes a ganar un nuevo sector social que será clave para el futuro del
liberalismo, la clase obrera, por otra parte. Así como el proceso de descomposición del
partido liberal en los últimos veinte años del siglo XIX da origen a diversos
enfrentamientos internos y divisiones de toda índole, la efervescencia de ideas y tácticas
políticas que se produce en el seno del partido liberal en estos quince años conduce a
divisiones, enfrentamientos y tendencias de diverso tipo. El partido liberal continúa en
crisis, pero está a punto de salir de ella, ya no como el partido de la revolución
democrática sino como el partido de la modernización imperialista dirigido por la gran
burguesía financiera. Pero esta transformación pasa por un momento intermedio,
difícilmente definible en términos de fechas precisas, relacionado íntimamente con el
despegue de la industrialización, y que tiene que ver con el encuentro del partido liberal
con la burguesía. Aproximadamente esa definición de su nuevo carácter de clase ligado
a la burguesía moderna y no simplemente precapitalista, como en el siglo XIX,
comprende de 1915 hasta el final de esta etapa, o sea, hasta el ascenso de Alfonso López
Pumarejo al gobierno. El fenómeno que se opera en estos años resulta de la
conformación al mismo tiempo en el país de la burguesía nacional y de la burguesía
financiera, burocrática y monopolista, ambas representadas por el partido liberal del
siglo XX en plena formación, con intereses económicos opuestos y contradictorios y
aunque no aparezca así desde el primer momento dado el completo proceso de
desarrollo capitalista del país durante este período. Al mismo tiempo que está
despegando la industria nacional no monopolista, base de la burguesía nacional,
empieza a desarrollarse un sector financiero, principalmente ligado al Estado, mediante
el vertiginoso endeudamiento externo de 1920 en adelante. O sea, al mismo tiempo que
despega el capitalismo nacional se desarrolla el capitalismo imperialista, y los dos
parecen interconectarse y confundirse en los inicios del proceso. Por esta razón resulta
tan compleja la transformación del partido liberal y a este fenómeno se deben las
múltiples confusiones a que ha dado origen.
NOTAS
(1) Rafael Uribe Uribe, "Los desagradecidos", en El autonomista, 13 de septiembre de 1899. (2) Miguel
Antonio Caro, "Mensaje al Congreso Nacional, julio 20 de 1896", Obras completas, Imprenta Nacional,
Bogotá, t. VI, págs. 179-184. El texto completo se encuentra en la Antología, Parte III.
(3) Rafael Uribe Uribe, Discursos parlamentarios, Congreso Nacional de 1896, Imprenta de Medardo
Rivas, Bogotá, 1897, págs. 27 y 28. Estos discursos están publicados en Obras selectas, Colección
Pensadores Políticos, Cámara de Representantes, Bogotá, 1979. Citamos Discursos parlamentarios...
(9) Ibid.
(10) Ibid., págs. 194-95.
(16) Obras selectas, tomo II, pág. 168. Texto completo en la Parte III.
(18) "Manifiesto que dirige la Convención Electoral del partido liberal a la nación", La Crónica,
septiembre 15 de 1897. El texto completo del programa y el manifiesto se encuentra en la Parte III.
(20) Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914, Tercer Mundo, Bogotá, 1973, 3a. ed.,
pág. 193.
(21) Ver, entre otros textos, Joaquín Tamayo, La revolución de 1899, Biblioteca Banco Popular, 1975;
Eduardo Rodríguez Piñeres, Diez años de política liberal, 1892-1902, Camacho Roldan y Cía., Bogotá,
1945; Carlos Martínez Silva, Por qué caen los partidos políticos, Camacho Roldan y Cía., Bogotá, José
Manuel Marroquín, Pbro., Don José Manuel Marroquín, íntimo, Arboleda y Valencia, Bogotá, 1915; Luis
Martínez Delgado, República de Colombia, 1885-1910, Historia Extensa de Colombia, Ediciones Lerner,
Bogotá, 1970, vol. X, t. 2; Jorge Villegas y José Yunis, La guerra de los mil días, Carlos Valencia
Editores, Bogotá, 1978.
(23) Rafael Uribe Uribe, "Socialismo de Estado", en El pensamiento político de Rafael Uribe Uribe,
Antología, Colección Popular No. 155, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, pág. 23.
(29) Baldomero Sanín Cano, "Administración Reyes, 1904-1909", en Escritos, Biblioteca Básica
Colombiana, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1977.
(30) Rafael Uribe Uribe, Por la América del Sur, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Editorial
Kelly, 2 vols., Bogotá, 1955, t.1, pág. 135.
(31) Rafael Uribe Uribe, "Conferencia Panamericana, informe de la delegación de Colombia en la tercera
Conferencia Panamericana", op. cit., t. II, pág. 636.
(32) Ibid., pág. 598.
(35) Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos colombianos, 1900-1924, Universidad de Antioquia, Medellín,
1977, pág. 99. Sobre la ansiedad de la oligarquía liberal conservadora por arreglar el conflicto de Panamá
para conseguir capitales norteamericanos es interesante el comentario de El Tiempo del 19 de agosto de
1916 a un editorial del periódico La Patria, en el que arguye que el patriotismo tampoco puede ir hasta
sacrificar intereses superiores del país como es la posibilidad de su desarrollo, mucho más importante que
seguir defendiendo a Panamá, cuando ya es un hecho cumplido. Dice, entre otras cosas, "La opinión
pública está ya perfectamente empapada de una verdad no sujeta a más discusión; la de que las objeciones
hechas por el señor gobernador de Cundinamarca al proyecto de empréstitos para Bogotá obedecen sólo a
un sentimiento de viva repulsión contra el capital yanqui, ’que nos robó a Panamá’. Los escrúpulos
legales, las sutilezas de carácter constitucional, han sido meros pretextos que cubren el verdadero móvil,
revelado y aplaudido con loable franqueza por La Patria en categórico editorial. ¿Conviene que el país
tome en consideración el problema que hoy se presenta y del que depende todo su porvenir? ¿Va contra
nuestro decoro y contra nuestro honor el negociar empréstitos en un país cuyos poderes públicos andan
remisos a satisfacer nuestras justas exigencias de pueblo agraviado? ¿Debemos, si esas exigencias son
desoídas, petrificamos en una actitud de altivo rencor y cerrar nuestras fronteras a todo lo que venga del
aborrecido país?... Es indudable que por lo menos por un cuarto de siglo los Estados Unidos, enriquecidos
por la guerra que a otros arruina, convertidos en lugar de refugio del oro que huye de la hoguera en que
arde el viejo mundo, serán el único lugar a donde puedan volver los ojos los pueblos jóvenes que
necesitan recursos". Ibid., pág. 261.
(36) Ver para el programa del republicanismo Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos..., págs. 127, 219;
Convención Nacional del Partido Republicano, Arboleda y Valencia, Bogotá, 1915.
(37) Villegas y Yunis, Sucesos..., pág. 151; ver Carlos E. Restrepo, Orientación republicana, 2 vols,
Biblioteca Banco Popular, Bogotá, t. I, págs. 392-94. (38) Rafael Uribe Uribe, "Exposición sobre el
presente y el porvenir del partido liberal en Colombia", El Liberal, Bogotá, abril de 1911; ver Obras
selectas, t. I; en Romero Aguirre, op. cit., págs. 178-179. Citaremos Romero Aguirre. El texto completo
se encuentra en la Parte III, Antología.
(46) Torres Giraldo va dando puntadas acá y allá sobre las actuaciones de Uribe, pero siempre calla sus
hechos bochornosos que en nuestra opinión, son tan importantes que resultan decisivos para juzgar de su
posición histórica. El juicio central de Torres es el siguiente: "En Uribe, colgada también la espada estaba
su propia concepción evolucionada de la política, reformista, democrático-burguesa, con una visión
propia también de los problemas nacionales y una actitud progresista definida ante las masas
trabajadoras", op. cit., t. III, pág. 90. Uno puede preguntarse ¿era democrático-burguesa la posición de
Uribe Uribe, en qué; y era progresista respecto a qué?. Melo y Tirado se limitan a consignar que Uribe
propició "el abandono de las doctrinas del laissez taire y su sustitución por otras acordes con las nuevas
situaciones y la afirmación del poder del Estado para intervenir en la vida económica y en la regulación
de las condiciones de producción, que dada la estructura de clase, tenía que ser de explotación", Alvaro
Tirado Mejía, "Colombia: siglo y medio de bipartidismo", Colombia hoy, Siglo XXI Editores, Bogotá,
pág. 142. (47) Ver Gerardo Molina, op. cit., t. II, cap. VII.
(48) Alfonso López Michelsen, "Apología de la Generación del Centenario", en Cuestiones colombianas.
Impresiones Modernas S.A., México, D.F., 1955
(49) Ver Stephen Randall, The Diplomacy of Modernization: Colombian American Relations, 1920-1940,
University of Toronto Press, Toronto, 1977; David Bushnell, Eduardo Santos and the Good Neighbor,
1938-1942, Grainsville, 1967.
(50) Ver para un recuento de los hechos, Gustavo Humberto Rodríguez, Benjamín Herrera en la guerra y
en la paz, Universidad Libre, Bogotá, 1973, caps. 20-23. Rodríguez defiende, en contra de Lemaitre, que
Herrera tenía suficiente armamento, soldados y posibilidades de retomar la guerra. Con mayor razón la
tendría entonces para enfrentar a los norteamericanos, como lo hicieron después en peores condiciones
otros patriotas de América Latina, como por ejemplo, Sandino en Nicaragua. Para los argumentos de
Uribe Uribe, ver "Manifiesto del General Rafael Uribe Uribe a los liberales de Colombia", en Carlos
Martínez Silva, Por qué caen los partidos políticos, Camacho Roldan y Cía., Bogotá, 1934, págs. 176-
198. El texto completo aparece en la Parte III.
(51) El Tiempo, cit. por Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos colombianos, pág. 222.
(52) El 31 de marzo el corresponsal de El Tiempo, Gil Blass, cablegrafiaba lo siguiente: "El General
Benjamín Herrera citó a Mr. Williams, Gerente de la United Fruit Company en Santa Marta, a absolver
posiciones para entablar demanda contra la United Fruit por incumplimiento del contrato. Queda así
contestado el artículo". Ibid. Ver, por ejemplo, Molina, op. cit., cap. VIII, en donde muestra que Herrera
sólo puso algunas reservas al tratado Urrutia Thompson y a la misión Kemmerer pero nunca emprendió
una posición contra ellos ni contra el imperialismo norteamericano.
(53)"La convención de Ibagué" en Romero Aguirre, op. cit., pág. 215. El programa completo se encuentra
en la Antología, Parte IIL
(54) Ver César Ferrero Calvo, "Los sindicatos obreros colombianos", Estudios sindicales y cooperativos,
Madrid, vol. 4,1970, No. 15/16, págs. 40-44.
(56) Gerardo Molina, Las ideas liberales, 1915-1934..., pág. 83, (el subrayado es nuestro).
(57) Ver cartas de Alfonso López Pumarejo a Nemesio Camacho, El Tiempo, abril 26 de 1928, mayo 21
de 1928. Consultarlas en la Parte III, Antología.
(58) Alvaro Pío Valencia, "Una historia incompleta", Magazine Dominical, lo. de abril de 1979.
(60) Enrique Olaya Herrera, "Conferencia sobre los problemas económicos de Colombia", El Tiempo, 30
de enero de 1930. Ver texto completo en la Parte III.
(61) Ver Robert N. Seidel, "American Reformers Abroad: The Kemmerer Missions in South America,
1923-1931", The Journal of Economic History, vol. XXXII, No. 2, June, 1972.
El punto central en discusión, es la división territorial del país; y hacen uso de la palabra
los consejeros José Domingo Ospina Camacho, Felipe Paul, Juan de Dios Ulloa y
Rafael Reyes, defendiendo las tesis del centralismo, en contra de la constitución liberal
de 1863, que había otorgado independencia a los Estados federales.
Acaso no ha habido una nación más sistemáticamente anarquizada que Colombia bajo
el régimen de la Constitución de Rionegro. Aquel código impío y absurdo, después de
negar la suprema autoridad divina, pulverizó la soberanía nacional, creando tres
soberanos absolutos, la nación, la provincia, el individuo. De aquí nacieron las
disensiones civiles, y aquel estado social, más deplorable que la tiranía y la revolución
material, en que los signos de la legitimidad se borran, y se pierde el respeto a la
autoridad por los mismos que en principio la proclaman y en hecho no aciertan a
descubrirla.
Tal es el principio a que estamos obligados a obedecer todos los amigos u operarios de
esta reconstrucción política; y por lo que hace a los miembros de este consejo, no será
inoportuno que fijemos de una vez, ya que la ocasión de tratar este punto se ofrece, al
principio del debate de la nueva Constitución, nuestro criterio y juntamente nuestro
deber, porque de esta manera habremos también circunscrito y escombrado el campo de
la discusión, alejando de él los pensamientos retrospectivos, las alegaciones exóticas.
Yo distingo, señor presidente, entre los puntos que aquí debemos tratar, aquellos que se
enlazan íntimamente con las bases, como concomitantes o corolarios suyos legítimos, y
los que nada tienen que ver con aquellos principios; doctrinales los primeros, opinables
los segundos.
Y por lo que mira a las materias doctrinales o íntimamente conexionadas con las bases,
sólo debemos averiguar lo que a ellas es contrario, para desecharlo sin más examen, y lo
que con ellas lógica y necesariamente se conforma, para sancionarlo luego, sin temor ni
vacilación.
En materia doctrinal no podemos admitir, debemos guardarnos cuidadosamente de
admitir nada que ofrezca contradicciones con lo acordado, porque cualquiera
inconsecuencia nuestra, en lo que es sustancial, implicaría una infidelidad al voto de
confianza que hemos recibido, y nosotros, que venimos aquí a condenar, a matar si
fuese posible, la hidra de la revolución, faltaríamos al deber de la obediencia,
quebrantaríamos la disciplina, revolviéndonos contre la primera fuente de autoridad que
hemos reconocido, y seríamos así, al abrir la era de la legalidad, los primeros
revolucionarios.
Ni sólo hemos de respetar las bases por deber de fidelidad, sino también por razón de
conveniencia; que la virtud es fecunda en bien, y el error engendra males de todo linaje.
Peor aún que un mal sistema es la falta de todo sistema; nada es tan funesto en las
instituciones de un pueblo, como la contradicción. Porque así como el trastorno del
juicio, el error de entendimiento tuerce la voluntad, y ocasiona una conducta viciosa y
funesta, la contradicción en las leyes fundamentales de una nación, se traduce luego en
hechos, y la discordia de los principios sembrada en las leyes no tarda en germinar, y
aparece al fin en forma de discordia civil efectiva. ¿Cuál fue, si no, el vicio
característico de la Constitución de 1863, sino el reconocer soberanías que
recíprocamente se excluyen, el ser anticientífica, el ser absurda? Por manera que la
contradicción fundamental, el principio de Hegel aplicado a la política, la afirmación de
que una cosa puede ser y no ser a un mismo tiempo, es lo primero de que debemos huir,
como del mayor, del más pernicioso de todos los errores. Y ante esta consideración
nada debe pesar en nuestro ánimo consideraciones de ningún género. Si se demuestra
que una disposición es esencialmente contraria a las bases ya sancionadas, en vano será
buscar argumentos especiosos que la justifiquen. Yo he oído decir aquí: aceptemos esto,
desechemos aquello, para evitar tal peligro, para conjurar tal protesta. Buen argumento,
y yo soy el primero en aceptarlo tratándose de materias opinables. Pero guardémonos de
darle oídos cuando se trate de materia doctrinal, porque en ese caso, señor presidente,
valdría tanto como ésa esta otra fórmula más clara y exacta: "Para no provocar una
revolución, sembremos de una vez en las instituciones la semilla de la revolución".
Para este año, 1896, el gobierno de Caro ha entrado en franca decadencia, por el
sectarismo despótico del presidente, el dogmatismo religioso y la incapacidad de Caro
para manejar los asuntos políticos, a pesar de sus conocimientos filosóficos y literarios.
Tal actitud del gobernante, sumió progresivamente al país en una crisis irreversible de
todo orden, la que causaría esta línea oposicionista a su administración.
En este memorial, firmado por Carlos Martínez Silva, Jaime Córdoba, Emilio Ruiz,
Rafael Ortíz, Juan Arbeláez, Rufino Gutiérrez, Gerardo Pulecio, Luis Martínez Silva,
José Joaquín Pérez, Emilio Sáiz, Mariano Ospina Ch., Carlos Eduardo Coronado,
Eduardo Posada, Mariano Ospina V., Bernardo Escobar, Guillermo Durana, Cipriano
Cárdenas, Rafael Pombo, Rafael Tamayo, Joaquín Uribe, y Jorge Roa, inicialmente
analiza la condición de miembros del partido conservador, de los suscritos. Hace un
examen de lo que ha significado la "Regeneración" para el país, y la participación de los
firmantes en el gobierno. Señala dos tareas alcanzadas por la "Regeneración":la
pacificación del país y el haber alcanzado la unidad nacional. Pero observa que la
Constitución de 1886 concebida para acabar con la anarquía generada por la de 1863, se
ha sobrepasado en sus funciones y no ha cumplido los objetivos inicialmente
propuestos, especialmente el de alcanzar una democracia republicana. Al contrario, lo
que se ha obtenido es centralizar al máximo el poder político, concentrando en las
manos presidenciales todo el poder posible, convirtiendo al Estado en una dictadura
personal. Esto ha traído como consecuencia el abandono regional y el manejo
administrativo del país desde la capital, con sus secuelas de despilfarro y corrupción,
como sucede con las obras públicas.
Por estas razones alzamos la voz los que suscribimos este documento, como miembros
del antiguo partido conservador, y colaboradores, en escala más o menos modesta, en la
obra política que se ha llamado la regeneración, sometida hoy en su pleno desarrollo y
madurez a la severa crítica experimental.
A aquella obra contribuimos todos nosotros con generoso entusiasmo, con honradas
convicciones, y en ella veíamos desde lejos realizadas, no las conveniencias de un
partido y menos aún cualquiera especie de granjerías personales, sino la prosperidad y
grandeza de la patria común.
De ello no nos pesa, primero, porque la conciencia nos dicta que el móvil fue bueno y
generoso, y segundo, porque abrigamos aún la seguridad de que el bien alcanzado no ha
sido escaso ni será tampoco efímero. En la vida política de los pueblos el progreso es
lento: como en la marea —siguiendo el pensamiento de un conocido escritor inglés— la
ola avanza y retrocede alternativamente, pero siempre es más el terreno conquistado que
el que se pierde, y el avance es constante.
Y al adelantar este concepto no les formulamos cargo: convencidos estamos de que los
miembros de aquel consejo sólo tuvieron en mira una organización política que
afianzara el orden sin menoscabo de las libertades públicas, caras a todos los
colombianos.
Las leyes, sin embargo, y en especial las leyes políticas, no son de aquellas obras sobre
cuya bondad puede decidirse a priori. Sin desconocer el poder educador de las
instituciones sobre los pueblos, preciso es admitir también que la piedra de toque de la
experiencia es lo que viene a dar a aquellas su verdadero valor; y a menudo sucede que
las más estudiadas combinaciones políticas, producen funestos resultados, por
circunstancias peculiares del pueblo a que se aplican, según su estado de civilización o
atraso.
Argüíase antes contra la forma federal que la debilidad intrínseca del gobierno le
obligaba a apelar a la fuerza para mantener siquiera el orden material; y se decía que
cambiando el sistema, el vigor de la contextura interior permitiría reducir
considerablemente el ejército y destinar de preferencia los recursos públicos a las obras
de progreso que la nación demandaba y demanda con anheloso grito. El sistema se
cambió; el gobierno se hizo fuerte por extremo; los departamentos perdieron el derecho
de tener fuerza pública; el libre comercio de armas desapareció; los gobernadores se
constituyeron como agentes inmediatos del poder supremo; y a pesar de todo esto, el
ejército ha sido, durante la regeneración, y en tiempo de paz, más numeroso que en
ninguna otra época de la república; de donde resulta que la mayor parte de las
contribuciones nacionales han tenido que invertirse en este servicio, con grave
detrimento de todos los demás ramos de la administración.
Decíase antes que las pretensiones regionales desarrolladas por la federación hacían
imposible la concentración de los recursos públicos en favor de ninguna obra
verdaderamente nacional; y el cargo era, a la verdad, justo, como lo acreditó la
experiencia de largos años. Sin embargo, el cambio de instituciones no ha puesto
tampoco remedio al mal. Diez años cuenta ya la regeneración, diez años de paz apenas
interrumpida por unos pocos meses, y todavía no se ha visto, ni hay esperanza de verse,
una obra grande llevada a término o iniciada siquiera por el esfuerzo común de la
nación. En cambio, abundan, hoy más que antes, los proyectos de empresas
descabelladas, los contratos leoninos para la construcción de ferrocarriles y caminos,
que implican dispersión de recursos y que invariablemente terminan en litigios y en
ruidosas indemnizaciones, perseguidas de antemano por los especuladores.
Este hecho tiene por sí solo significación inmensa, porque indica que el sistema
republicano está socavado en su base. El predominio absoluto de un partido sobre otro
es monstruosa iniquidad. En una sociedad en que gran porción de ella —y porción
inteligente, honrada y rica— no goza de derechos políticos, y sólo se la tiene en cuenta
para pagar contribuciones, cuya inversión no vigila, asentada está sobre el despojo y
sobre la forma más hipócrita de la esclavitud moderna.
El principio así formulado es, sin duda, correcto, y acaso no haya país alguno civilizado
en que no se le reconozca y practique. Pero esta doctrina, que en otros pueblos no
presenta peligro alguno para la parte sana de la sociedad, por la energía con que en ellos
se expresa la opinión pública y por el hábito que da la cultura general de respetar todos
los derechos de tal modo se ha desvirtuado entre nosotros, que las facultades
extraordinarias se han convertido en ordinarias; y en virtud de ellas hemos visto, en
plena paz y por los más leves pretextos o motivos, ciudadanos desterrados, presos o
confinados, imprentas cerradas y bienes confiscados, sin que el gobierno se haya creído
obligado a dar siquiera al público las pruebas de los hechos que dieran fundamento a
tales procedimientos. La inseguridad ha venido así a ser crónica, y de tal suerte
preocupa ella todos los ánimos, que muchas personas creen ya preferible el sistema
antiguo, que a lo menos circunscribía la arbitrariedad al tiempo de guerra, al practicado
hoy, que erige el estado de guerra en norma de gobierno, a voluntad del jefe de Estado
que, a su vez, es arbitro de las voluntades y de las entidades que debieran servir de
contrapeso a sus actos.
Ninguna prueba más elocuente de ello, que el hecho de haber subsistido la república
entera en estado de sitio por muchos meses después de haberse extinguido las últimas
chispas del incendio revolucionario. Y aun hoy todavía, en vísperas de elecciones
generales, la ciudad capital y algunas otras porciones del territorio nacional, están en la
misma anormal situación, sin que nadie pueda descubrir o comprobar el menor síntoma
o conato de trastorno del orden público.
Tal estado de cosas puede prolongarse indefinidamente, sin que haya recurso alguno
legal para compeler al gobierno a entrar de nuevo en el carril constitucional. Del jefe del
ejecutivo—y sólo de él— depende, pues, que los derechos individuales se suspendan o
se reconozcan a los colombianos; y de tal suerte hemos llegado a convencernos de que
aquellos derechos son obra de gracia o favor del gobernante, que para todos es cosa de
secundaria importancia la declaratoria oficial del restablecimiento del orden público.
Van ya, sin embargo, corridos diez años desde que se promulgó la Constitución, y
cuatro legislaturas ha tenido el Congreso, sin que se haya expedido la ley de prensa, ya
sea por orden del gobierno, que ha resistido enérgicamente toda restricción a sus
atribuciones provisionales en la materia, ya por culpable omisión del cuerpo legislativo,
ya porque se haya creído insoluble el problema de asegurar la libertad de imprenta y de
prevenir y castigar sus abusos con imparcialidad, eficacia y justicia (3).
El hecho es que hoy no existe, en materia tan grave, otra regla que la voluntad o
capricho del jefe del gobierno, que unas veces muestra cierta tolerancia engañosa, y va
en otras hasta perseguir con el destierro, el confinamiento, el reclutamiento de los
escritores y la clausura material de las imprentas, las más legítimas manifestaciones del
pensamiento público.
Una circular del ministro de gobierno y las medidas gubernativas adoptadas contra el
periódico, la imprenta y el director de El Heraldo, han venido a destruir, una vez más, la
poca normalidad que existía con el asendereado decreto sobre prensa, y a demostrar que
en esta materia sólo prima la caprichosa voluntad del mandatario. Está sentado, pues, el
precedente de que la firma de un decreto ejecutivo, y de que cualquier censura, hasta
contra un presunto empleado, puede considerarse por las autoridades como causa directa
o indirecta de trastorno del orden público. De esta suerte quedan cubiertos con manto de
impunidad todos los desmanes y aun delitos que los funcionarios o empleados puedan
cometer o hayan cometido.
Bajo semejante régimen, la imprenta no puede ser libre, como lo quiere la Constitución.
Y ya se sabe que donde falta esta libertad, base y sustentáculo de todas las demás, la
sociedad carece de defensa contra todos los abusos del poder, la propaganda de las ideas
se hace imposible, la opinión pública deja de ser fuerza ponderativa y de equilibrio, los
partidos degeneran en círculos personales, la juventud se apoca y se empequeñece por
falta de campo abierto a sus naturales expansiones, la intriga sorda, mezquina y de
encrucijadas, se sustituye a la lucha por los grandes intereses públicos; la conspiración
se urde en las sombras, y el silencio mismo viene a ser amenaza constante para la
sociedad y para el gobierno, que sólo por la delación y el espionaje, interesados en el
engaño y la mentira, puede pretender tomar el pulso a las palpitaciones de la opinión.
Ante hecho tan elocuente, fuerza es convenir en que si la agitación producida por la
prensa libre puede ser un mal, mayor lo es quizás el engañoso adormecimiento a que
suele conducir el silencio del periodismo independiente, al cual, necesariamente, viene a
sustituir otro periodismo bastardo, interesado en el engaño, y cuyas fuentes de vida no
se encuentran ni se buscan en el apoyo espontáneo de los pueblos.
Aun pudiera extenderse este examen a otros muchos puntos, a fin de hacer patente el
antagonismo entre la doctrina constitucional y la práctica, ya legislativa, ya
administrativa, tales como la anulación del principio fundamental de que los
presupuestos de rentas y gastos se voten por el Congreso cuando en realidad es el
gobierno quien viene a formularlos por medio de los créditos extraordinarios, de que tan
escandalosamente se ha abusado; el de las incompatibilidades para el ejercicio de ciertos
empleos públicos, destruidas todas por la ley, a solicitud del gobierno, para aumentar el
caudal de sus influencias en el cuerpo legislativo, harto supeditado de suyo; y el
prescindir de las condiciones constitucionales para la provisión de los más altos
empleos de la jerarquía judicial, la cual perdió primero aquel prestigio y respetabilidad
que fueron canon permanente de la escuela conservadora, para perder después su
necesaria independencia.
Basta, sin embargo, lo expuesto para concluir lógicamente que ha llegado el momento
de promover la reforma de la Constitución —si acaso su cumplimiento fiel es imposible
o la reforma fundamental de la política, para sustituirla por otra más amplia, expansiva
y tolerante, que se armonice mejor con los ideales republicanos y que deje, sobre todo,
juego más libre a la opinión, cimentando así la paz en algo menos efímero que el poder
de las bayonetas y el amaño corruptor de los intereses personales.
Y aun suponiendo que la fidelidad a los principios hubiera sido absoluta de parte de los
legisladores y gobernantes, restaría averiguar qué aplicación han tenido esos principios
a la gobernación de los pueblos y a la administración de sus intereses; porque si es
verdad que no sólo de pan vive el hombre, como lo repiten muy a menudo los tranquilos
usufructuarios de todas las materialidades del poder, también lo es que no sólo de
doctrinas, y sobre todo de frases, viven las sociedades políticas. Ellas piden algo
positivo y tangible en cambio de las contribuciones que pagan, que son cosa harto
positiva y tangible.
En esta materia, doloroso es reconocerlo, la labor del gobierno ha estado muy por
debajo de las necesidades públicas y de los sacrificios impuestos; y para demostrarlo no
habría para qué entrar a estudiar uno a uno los diferentes ramos del servicio
administrativo, sino que bastaría preguntar cuál de ellos ha recibido vigoroso impulso
merced a la pericia, actividad y celo de los respectivos funcionarios.
Hacienda, instrucción pública y mejoras materiales, son hoy en todas partes los ramos a
que los gobiernos cultos consagran atención preferente, y por lo mismo son también los
que se toman como piedra de toque para juzgar de los adelantos de un Estado en punto a
administración pública.
Dígalo, sí no, el echado sobre el consumo del tabaco, en cuya organización no sólo se
violó la ley que determinó su creación, sino que se desplegó un lujo tal de impericia y
de pedantesca terquedad, que en vez de hacer de aquel ramo una renta, se habría
convertido en capítulo crónico y gravemente oneroso de nuestro presupuesto de gastos,
si no hubiera estado ahí a la mano el Banco Nacional para hacer frente al desastre.
En punto a mejoras materiales, muy pocas son las que la nación haya llevado a cabo en
los últimos años, y esas pocas, ni guardan proporción con los gastos en ellas
impendidos, ni corresponden a las necesidades bien estudiadas del país. En cambio, han
sido numerosos los contratos celebrados para la construcción de ferrocarriles, sin plan ni
sistema, ni garantías de seriedad de parte de los contratistas, y de tal modo gravosos
para la república, que debe ella darse por bien servida cada vez que uno de aquellos
contratos termina en la consabida indemnización de daños y perjuicios... en favor del
empresario.
Ni un solo paso serio se ha dado para el arreglo de nuestra deuda extranjera, repudiada
de hecho desde hace varios años, con desdoro del buen nombre de la República, con
perjuicio de su crédito, de que tanto necesita para su redención industrial, y con mengua
del mismo partido conservador, que siempre consideró deber preferente del gobierno el
pago de las deudas de la nación. Recordar hoy este principio se mira casi como una
blasfemia política, o a lo menos como una candorosa necedad (4).
La ley sobre crédito público interior, dictada a raíz de la Constitución de 1886, no tardó
en ser modificada por el Congreso; y de entonces para acá ha sido el gobierno mismo el
legislador en la materia, alterando, por medio de decretos, las disposiciones legales,
modificando las condiciones y términos de pago de los documentos de crédito, y
suspendiendo el servicio de la deuda cada vez que se presenta alguna dificultad en la
tesorería. Los intereses de los acreedores son siempre los últimos, como indignos de
protección y respeto, hasta el punto de que alzar por ellos la voz o tratar de proveer a su
defensa, se ha llegado a considerar como acto poco menos de traición a la patria. No
procedieron así los antiguos gobiernos conservadores, y oportuno es aquí recordar que
en los mismos días en que cayó el de la Confederación Granadina, pagándose estaba el
cupón correspondiente de la deuda consolidada.
Perdida está ya toda esperanza de que Colombia salga del régimen del papel moneda
inconvertible, para tornar a una circulación monetaria normal y verdadera, que dé
seguridad a los capitales, desarrollo al crédito y base sólida a los negocios; y ello, no
porque la nación no haya clamado por la reforma, ni porque hayan faltado la
oportunidad y los medios de iniciar siquiera la conversión, sino porque el gobierno se ha
opuesto tenazmente a todo plan fiscal que pudiera redimirnos de la "moneda
evangélica", viendo siempre en el billete del Banco Nacional un medio permanente y
fácil de saldar todo déficit, de salir al encuentro de toda dificultad, de hacer innecesaria
toda economía.
Ni aun el ejército, objeto predilecto de la atención del gobierno, ha sido atendido con
aquel esmero inteligente que demandan las exigencias de la guerra moderna. Se ha
aumentado mucho, es cierto, el número de los soldados, se les viste y se les arma bien,
se les adiestra para paradas y revistas; pero al mismo tiempo la educación técnica de los
oficiales y jefes se ha desatendido en absoluto. En los estados mayores, recargados de
empleados inútiles, ni se estudia ni se trabaja con aquel tesón, callado y perseverante,
cuyo resultado se palpa en el momento de la acción decisiva y rápida; y en cuanto a la
formación material del ejército, ninguna medida se ha dictado aún para sustituir el
infame, cruel y odioso sistema de reclutamiento forzoso, —negación absoluta de la
forma republicana y repudiación efectiva de todo principio cristiano—, por otro que
consulte, siquiera en algo, la igualdad de los ciudadanos y los dictados de la humanidad
(5).
Con profunda amargura y dolor hemos entrado en el breve recuento que precede,
dejando deliberadamente en la sombra muchos puntos que pudieran llevarnos al campo
odioso de las personalidades. Para hombres como nosotros que, con tanto ardor y
entusiasmo han puesto el contingente, más o menos valioso, de sus esfuerzos al servicio
de una causa política, duramente probada por todo género de infortunios, tiene que ser
supremamente doloroso verse obligados a reconocer, años después de obtenido el
anhelado triunfo, que sus resultados no han correspondido ni a las esperanzas en él
fincadas, ni a las promesas hechas en su nombre, ni a los sacrificios exigidos para
alcanzarlo.
Pero, por cima del que llamaremos amor propio de partido, debe ponerse el amor santo
de la patria, los fueros de la verdad, los dictados de la justicia social, y el interés por esa
misma causa política, que tanto hemos amado, y que está condenada a irremisible y
afrentoso desastre si no se hace un esfuerzo generoso y viril para salvarla, no por medio
de equívocos, amaños o de artificiales combinaciones, sino reconociendo los errores
cometidos, aceptando las reformas reclamadas por la opinión, introduciendo en la
política más cristianismo práctico y llevando a los puestos de elección popular hombres,
antes que todo, honrados, modestos, exentos de cualquiera pretensión de caudillaje, y
que den a los problemas administrativos y fiscales la importancia que en sí tienen
siempre, y en todas partes, y muy especialmente en Colombia, donde, en achaques del
gobierno, todo está por crear y organizar.
Y esperamos que no se apelará ahora, al estudiar los diferentes puntos tocados en esta
exposición, al fácil y gastado expediente de escudriñar nuestros propios actos y nuestra
conducta política o privada; porque, aunque nada tememos a este respecto, y aunque
abrigamos la conciencia de haber procedido siempre con honradez y patriotismo, nos
anticipamos a reconocer que en muchos de los males que dejamos apuntados nos
corresponde no poca responsabilidad, siquiera sea la del silencio y la aquiescencia;
responsabilidad que aceptamos con hidalga franqueza, y que desde hoy nos creemos con
derecho a considerar descargada, en parte a lo menos, en gracia de esta paladina
confesión de nuestras faltas y errores.
No nos forjemos la ilusión de que los cuarteles bien colmados y los parques bien
provistos bastaran por sí solos para contener un derrumbamiento general; porque
cuando la opinión abandona a un régimen político, cuando la corrupción interna lo
carcome y devora, el más leve y fortuito impulso es en ocasiones poderoso a dar en
tierra con la fábrica en apariencia mejor apuntalada.
Y cuando llegue aquel tremendo día; cuando los perversos elementos que bullen en las
capas bajas de ésta, como de todas las sociedades humanas, rompan sus diques; cuando
la anarquía, por vía de reacción, señoree la república y arrolle hombres, instituciones y
partidos, la patria tendrá razón para maldecir el día en que el partido conservador volvió
al poder, pues con él habrá pasado, a lo menos por muchos años, toda esperanza de
fundar en Colombia un gobierno sólido y estable.
Nada valdrá entonces damos a la estéril y vergonzosa tarea de los lamentos y de las
recriminaciones, tratando de echar la responsabilidad sobre ciertos personajes y
gobernantes, porque, así como cada pueblo es digno de su suerte, todo partido en el
poder es solidariamente responsable de los actos de sus gobernantes.
Por esta misma razón es. absurda y mostruosa aquella teoría de la disciplina muda,
inconsciente y pasiva, en virtud de la cual se pretende someter un partido entero,
compuesto de seres inteligentes y libres, a la dirección arbitraria de un solo hombre, ya
sea él jefe del gobierno, ya caudillo de oposición. Aquella disciplina, profundamente
inmoral, puesto que anula la responsabilidad y la conciencia individuales, es también
causa y origen de suprema debilidad colectiva, una vez que la fuerza entera de una gran
agrupación política se subordina a las flaquezas y caprichos de una sola inteligencia y
de una sola voluntad. Si aquella doctrina fuera correcta, preciso sería concluir que un
pueblo esclavo es más fuerte que un pueblo libre.
No sabemos qué efecto ni qué eco tendrán estas palabras nuestras. Al viento de la
publicidad las lanzamos, y las confiamos al estudio sereno y maduro de nuestros
copartidarios todos, no como expresión o programa de un círculo o parcialidad, pues
que de todo círculo personal, regional o de ciega oposición nos declaramos desligados,
sino como voz de alerta y de protesta; como voz, sobre todo, de patriotas, que sólo
aspiramos a la grandeza y prosperidad de la república. En todo caso, las precedentes
consideraciones sintetizan nuestras aspiraciones en el presente y marcarán nuestra línea
de conducta en lo porvenir.
Jaime Córdoba, Carlos Martínez Silva, Emilio Ruiz Barreto, Rafael Ortiz B., Juan C.
Arbeláez, Rufino Gutiérrez, Gerardo Pulecio, Luis Martínez Silva, José Joaquín Pérez,
Emilio Sáiz, Mariano Ospina Ch., Carlos Eduardo Coronado, Eduardo Posada, Mariano
Ospina V., Bernardo Escobar, Guillermo Durana, Cipriano Cárdenas, Rafael Pombo,
Rafael Tamayo, Joaquín Uribe B., Jorge Roa.
MENSAJE AL CONGRESO
NACIONAL (6)
Miguel Antonio Caro, Julio 20 de 1896
En esta sesión del Congreso, levanta su voz, el representante liberal Rafael Uribe Uribe,
para rebatir el informe oficial, atacar al gobierno, y fijar la posición del partido liberal
ante la Constitución de 1886.
Una década de paz estaba próxima a cumplirse para Colombia en el año anterior cuando
los pueblos fueron sorprendidos por grande alarma.
Durante aquellos años las erupciones revolucionarías han agitado casi toda la América
meridional y central, sembrando dondequiera nuevos gérmenes de discordia. El Brasil,
Chile, Venezuela, Salvador, Ecuador, Perú, han sido presa de guerras civiles. No nos
toca apreciar los motivos que puedan justificar a éste o aquel gobierno, a tal o cual otra
revolución. El espectáculo general desconsuela; la guerra civil es una forma de barbarie,
que, arraigada, desmoraliza y arruina a los pueblos. Y habiendo llegado a ser las
revoluciones una como epidemia hispanoamericana, no podemos menos de reconocer
que aquella nación que exhiba un periodo de paz más largo, ha realizado un gran
progreso en cuanto se aproxima a la normalidad que debe caracterizar las sociedades de
hombres.
Verdad es que puede un pueblo haber asegurado la paz interior y carecer todavía de
otros bienes muy interesantes en el orden político y religioso; pero la firme garantía del
orden favorece por sí sola la acción del bien, y ella, sobre todo, ha venido a ser de
necesidad primaria para la existencia misma de estas nacionalidades americanas en un
período crítico de su desenvolvimiento.
La república de México, después de una serie de convulsiones como las que han
padecido y padecen aún otros pueblos del mismo origen, parece haber asegurado la paz
y el bienestar público, y dando desde el norte un grande ejemplo en ese capital asunto a
las coetáneas naciones del. sur, se ha granjeado la admiración y el respeto de los
extraños. Colombia se ufanaba ya de seguirle los alcances a México en la labor de
cultivar y aclimatar la paz.
Desde fines de enero del año anterior la acción del gobierno se ha consagrado de
preferencia a restablecer el orden, material y moralmente conmovido por el espíritu
revolucionario y anárquico.
No fue dado entonces licenciar las tropas que se habían organizado ni levantar el estado
de sitio: el peligro de nuevos pronunciamientos y de nuevas invasiones; el anuncio de
haberse agitado otra vez la región de Casanare y de haber sido ocupadas, a viva fuerza,
la población de Arauca y otras por malhechores de una y otra nacionalidad; la noticia
cierta de que en Nueva York se trataba de contratar por agentes de la revolución un
barco para introducir armas en nuestras costas; la guerra civil que conmovió el Ecuador,
y que, como en tales casos acontece, vino a exaltar los ánimos, ya en favor, ya en contra
del movimiento insurreccional, en las provincias nuestras limítrofes: la tentativa
revolucionaria que después ocurrió en Venezuela, produciendo iguales efectos, —todos
estos sucesos, a veces simultáneamente, a veces uno en pos de otro—-, complicaron la
situación y obligaron al gobierno a adquirir nuevos elementos de guerra y nuevos
medios de vigilancia y defensa de la Costa Atlántica y de la grande arteria que con ella
comunica las regiones del interior; a movilizar fuerzas y enviar expediciones militares a
los opuestos extremos y confines terrestres de la república, con el objeto de prevenir
cualesquiera conflictos, de evitar que la guerra renaciese por contagio, de guardar las
fronteras, observando la más estricta neutralidad, conteniendo por igual a los amigos y
los adversarios políticos interesados en las contiendas de los países vecinos, y de
completar, en suma, la pacificación de la república en el interior y en sus relaciones
externas.
La guerra fue breve, la campana dilatada, y tan costosa para el fisco como lo habría sido
si hubiese continuado el derramamiento de sangre, porque no es la sangre sino los
grandes aprestos y previsores esfuerzos lo que impone erogaciones extraordinarias. En
las naciones europeas, teatro de avanzada civilización, el peligro de un conflicto
internacional o de una conflagración producida por el anarquismo, es causa de enormes
gravámenes para los pueblos durante largos años de paz. A gran precio se conserva el
orden, pero se considera que el bien asegurado excede al precio. Muy lejanos ya los
tiempos patriarcales, las naciones modernas están fundadas sobre un sistema que no es
dado reformar con generosas utopías, y en el cual persiste como verdad incontestable el
antiguo proverbio, Si vis pacem para bellum.
Presenta la última revolución dos caracteres odiosos, novísimo el uno, y muy raro el
otro, aunque no desconocido, en nuestros anales.
Hace mucho tiempo que aquí se conspira de continuo, y muchos de los agentes de la
conspiración han viajado por el exterior demandando apoyo para sus planes. Hechos y
publicaciones recientes han demostrado esta verdad a los más escépticos. Los gobiernos
de Costa Rica y Venezuela, lejos de coadyuvar a la maquinación, dieron oportunos
avisos al de Colombia, y aun persiguieron a algunos de los agitadores que tramaban la
ruina de nuestras instituciones; lograron, sí, los agentes de la conspiración comprometer
a no pocos aventureros, confiriéndoles mando militar con las más altas graduaciones, y
prometiéndoles ventajas y preeminencias en su soñado reino. La expedición que
desembarcó en Bocas del Toro, comandada por un famoso forajido que llevaba
correspondencia con algunos de los cabecillas que debían pronunciarse en el interior,
pone vergonzosa marca a la revolución del 95.
Agréguese a esto la ferocidad de que hicieron muestra los invasores que lograron ocupar
alguna plaza, y que no alcanzaron a desplegar los que fueron rechazados y vencidos en
la primera acometida. Sabido es que las guerras se encruelecen a la larga, y raro, si no
único, es el caso de una guerra iniciada con matanzas de personas pacíficas, como la
que dejó huella imborrable en las casas y plazas de la ciudad de Cúcuta, sancionada por
sanguinaria proclama del que acaudillaba la hueste. Uno de los expedicionarios que
atacaron a Bocas del Toro había ofrecido a sus auxiliadores del exterior enviarles el
primer parte de triunfo "con cabezas de frailes"; y el que sucumbió en Baranoa. en carta
que se interceptó y tengo en mi poder, prometía que, al ocupar a Barranquilla, fusilaría
ante todo a algunos "liberales platudos" (estas eran sus palabras), para comprometer a
los indiferentes y establecer el terror.
Los principios de moral y de honor que regulan las relaciones entre los individuos, se
aplican también a las colectividades de hombres, y constituyen las reglas del derecho de
gentes. Los diseñados caracteres y tendencias de la revolución pasada establecen entre
ella y la generalidad de las contiendas civiles, diferencia idéntica a la que, tratándose de
particulares, existe entre un atentado atroz, premeditado en las sombras, y la riña franca
o el desafío público en que se parte el sol a los contendores.
Mas no sucede así, por desgracia: continúa la maquinación secreta, los medios para
hacer el mal faltan, la intención persiste; se ensalza y festeja a los "héroes" de la
revolución, estimulando así la reincidencia; se conciben y discuten proyectos infernales,
que unos acogen y rechazan otros, siendo bien triste que, a quien tiene honradez y
conciencia para censurar el proyecto, le falte valor para alejarse indignado de quien lo
propone; se solicita de nuevo la cooperación de agitadores extraños a título de
reciprocidad... Otros que aparentemente, y en teoría no son partidarios del desorden,
parece que hayan olvidado que el gobierno ha salvado y está preservando a la sociedad
de una inmensa calamidad, y que cuanto contribuya a debilitarle y a dividir las fuerzas
que le sostienen, propende, como ya se ha visto, a dar creces y poder al mal.
No, no debemos olvidar hechos cuyo germen vive, ni acallar su elocuente enseñanza,
cuando ese olvido puede implicar el desconocimiento del peligro o la justificación del
crimen de lesa patria.
En esta hora solemne, en presencia de una amenaza de barbarie y retroceso, los partidos
políticos, sin renunciar a sus principios o aspiraciones, suspenden hostilidades, se
prescinde también de cuestiones personales, y apoyando al gobierno, concurren todos a
la común defensa, Era de esperarse que, por un hermoso arranque de patriotismo, o por
interés bien entendido, los hombres de posición social y de honorable conducta privada,
que llevan la misma denominación política de que hacían gala los facciosos, ofreciesen
sus servicios al gobierno en alguna forma, o expresasen sus simpatías por el triunfo de
la legalidad.
Error grave y de consecuencia: nada hay, en efecto, que tanto enaltezca a los hombres
públicos como el valor civil de reprobar los crímenes que se cometen bajo el nombre de
la causa a que aquellos pertenecen; lo que se pierde, por lo pronto, en número de
prosélitos, se gana en honra y fuerza para el porvenir. Nada hay, de igual modo, tan
funesto para la sociedad como aquella doble moral o cobarde contemporización, por la
cual hombres por otra parte honrados prestan su nombre de tribu para que corran con
patente política los contrabandos del delito.
No bien se había restablecido el orden público cuando llegó la época de las elecciones
generales de diputados a las asambleas, representantes del pueblo y senadores de la
república, otro género de lucha que agita y conmueve, pero de naturaleza esencialmente
distinta de la contienda armada entre el gobierno, defensor y ejecutor de las leyes y los
facciosos, que desconocen toda ley y toda autoridad y amenazan con incógnitas
pavorosas.
Las elecciones abrían, por tanto, campo adecuado y libre a los que, siendo partidarios de
cualesquiera reformas y de cambios en el personal que dirige los negocios públicos,
reconozcan, no obstante, y respeten al propio tiempo el orden social, para que pudiesen
organizarse, votar y triunfar en todo círculo electoral donde tuviesen mayoría. Si así
hubiesen procedido los que aparecen como directores de política, en vez de dejar
explotar sus nombres por el espíritu anárquico que agita y domina la masa, cualesquiera
ventajas materiales que hubiesen obtenido, y aunque éstas hubiesen sido nulas, habrían
ellos alcanzado un gran triunfo moral, llevando la lucha política con la autoridad de que
creen o se cree que disponen, al terreno del derecho, habrían devuelto la tranquilidad a
la sociedad en general y adquirido justo título a la estimación y gratitud del pueblo
colombiano. Que si la autoridad que tienen es condicional y ficticia y no puede ejercerse
sino a cambio de servir y halagar a las pasiones revolucionarias, obligados moralmente
estaban a retirar sus nombres de una corriente en que no les es dado comprometer su
propia e individual responsabilidad.
Enhorabuena que los anarquistas, ejerciendo derechos políticos de que podían usar por
indulto del gobierno, hubiesen concurrido a las urnas a depositar sus votos por
candidatos de un partido legal de oposición. Eso se explica, pero no se justifica lo que
se intentó realizar y en parte pequeña se realizó.
Si la rebelión hubiese triunfado, demasiado claro está que no habría habido elecciones
en 1896, ni a ellas, en la hipótesis contraria, habrían concurrido los actuales defensores
del gobierno, a quienes la rebelión amenazaba con persecuciones a muerte. La
revolución de 1860 pretextó para justificarse la necesidad de reformar la ley de
elecciones que a la sazón regía, y bien sabemos qué especie de elecciones siguieron al
triunfo de aquella revolución.
No se entendió la situación por los que pensaron explotarla: reclamaron derechos con
altivez de vencedores, se concibió la idea de vengar la reciente derrota y de convertirla
en triunfo por artes y ligas inmorales.
Sucede, además, que los resabios de la viciada política de épocas anteriores, de aquella
política de pandillaje a que se resignan los hombres políticos que desearían otro apoyo y
no aciertan a encontrarlo, perturba la mente de muchos y origina graves daños a la
sociedad. El respeto a la verdad nos haría libres, según la enseñanza evangélica.
¡Cuántos que hablan de honor, de dignidad y de altivez republicana, faltan en sus actos
políticos al respeto debido a la verdad, como si pudiese haber dignidad, ni honor, ni
moral, faltando a la verdad que es Dios mismo!
Como ejemplo de los resultados a que se aspiraba por medio de un trabajo electoral al
parecer encaminado a fines pacíficos, citaré el caso de haber sido elegido representante
quien, habiendo sido uno de los principales autores, acaso el principal, del proyecto del
23 de enero, se ha vanagloriado de aquella hazaña, lo cual bien claramente demuestra la
extensión de la libertad de sufragio concedida por el gobierno en las últimas elecciones,
y el carácter revolucionario que prevalece en organizaciones exteriormente pacíficas.
Durante largos meses, desde que se restableció el orden público, antes y después de las
elecciones, concedióse la más amplia libertad de imprenta, y hubimos de observar el
mismo triste fenómeno que en los casos anteriores. Nunca se vio igual tolerancia, nunca
se ha visto mayor abuso. Los diarios de oposición aparecieron dirigidos y escritos por
individuos desautorizados; ningún escritor de ejecutoria en su partido los sancionó con
su nombre; alguno de aquellos diarios se presentó como órgano de un comité, pero
ningún comité ha aceptado la responsabilidad de los productos de tales fábricas.
Periódicos procaces hemos visto en todas las épocas; pero nunca se había organizado
una conjuración tal al servicio exclusivo y diario de la calumnia. Parece que existiese un
certamen de invenciones falsas y monstruosas, examinadas por secretos jurados; parece
que la impotencia de derribar por las armas un gobierno honrado y justo, hubiese
sugerido la idea de matarlo con el veneno, comprometiendo sin pudor la honra nacional
a los ojos de los extraños, y haciendo en cierto modo imposible la vida pública para los
hombres de bien, porque ¿quién se resuelve a servir en una carrera en que ha de estar
expuesto un día y otro día a los excesos de una maledicencia que nada respeta?
Nunca se vio tampoco tan intencionada y maligna concitación a la rebelión como la que
contienen aquellas publicaciones, de las cuales debe quedar memoria para estigma
eterno de sus autores como representantes de una escuela de armas vedadas; porque sí
fuese cierto que el gobierno de Colombia de tiempo atrás es encubridor o cómplice de
delitos comunes, de robos y asesinatos; si fuese cierto que un artesano que murió
públicamente agredido por resultas de un altercado con quien, por haber sido su
victimario, ha sido puesto a disposición del poder judicial, fue muerto por orden secreta
para impedir revelaciones de otros delitos oficiales; si eso fuese cierto, si fuese
meramente posible, declaro que el gobierno de Colombia no sería gobierno, sino el más
abominable engendro que hayan visto los siglos, y que yo, señores, ¡ sería el primero en
justificar cualquier revolución que se promoviese para librarnos de tal monstruo! Esas
sugestiones, que no van contra ningún hombre, ningún partido ni gobierno alguno, sino
contra el honor de la patria y de la humanidad misma, han sido miradas con indignación
por todo hombre honrado y rechazadas por la incredulidad general; ellas no pueden
producir por sí mismas ningún mal efecto, pero lo producirían por el pernicioso ejemplo
de la impunidad si hubiesen sido del todo toleradas, porque la ineficacia del torpe medio
no hace que sea menos perversa la intención, ni excusa a sus autores de la mayor
culpabilidad de que es capaz pecho humano.
Debemos esperar, con esta ocasión, que expidáis una ley de imprenta, pero no una ley
que embrolle el derecho, sino que, hasta donde alcance el poder de la sanción legal a
reprimir el mal, ofrezca medios expeditos que permitan proteger a las víctimas de la
calumnia y librar a la sociedad de los escándalos a que está expuesta, en tanto que, por
falta de otras sanciones, exista tolerada, y por malas pasiones fomentada, la profesión de
difamador.
La rápida exposición que acabo de hacer, y que a algunos parecerá acerba, sin que deje
de ser completamente exacta, es demostración melancólica de que el partido
revolucionario, indultados sus hombres por el delito de rebelión, ni se transforma ni se
depura, porque revolucionaria es su base, y de que no se somete voluntariamente al
orden legal. Es gran desgracia para una nación que exista en ella un partido que conspira
y que, sirviendo de centro de atracción a los que desertan de la bandera nacional, espía
en las disensiones y en algún posible conflicto de las agrupaciones políticas legales,
ocasión propicia para interrumpir la marcha regular de la república y producir profundo
trastorno y enorme retroceso.
Fuera del malestar que ocasiona aquel germen vivo de rebeldía, nada hay que hoy por
hoy alarme al gobernante ni al legislador. Las cuestiones administrativas, las reformas
que la experiencia aconseja, y de que detalladamente tratarán los señores ministros ante
vosotros, por escrito o de palabra, pertenecen a aquel género de asuntos que
serenamente se debaten y que no son causa de ninguna grave preocupación.
Los males de la guerra fueron menores que en otras épocas, por la celeridad con que fue
sofocada la insurrección, y en parte se tornaron en bienes. Sí no fue dado prevenir la
guerra, si siempre es deplorable que hubiese ocurrido aquel descarrilamiento de una
máquina que parecía segura en su movimiento regular y progresivo, también se puso de
manifiesto que existían fuerza de opinión y fuerza material bastante para remediar
prontamente el daño; quedó comprobada la iniquidad de viejas maquinaciones ocultas,
justificado el gobierno, y más estrechamente unidos por amor de patria, ya que no del
todo reintegrados, los elementos que sostienen el orden. La prosperidad económica del
país, excepcional en los últimos años, no ha padecido interrupción en su desarrollo
fecundo; el crédito del gobierno no sólo ha salido incólume de la prueba, sino que ha
sacado de ella nuevo lustre, comoquiera que el papel moneda, a pesar de la emisión
legal que se hizo para atender a los gastos de la guerra, sostiene y eleva su valor, y corre
ya a la par con la moneda de plata a que en su calidad primitiva de billete de banco
estaba asimilado, verificándose de esta suerte en los mercados aquella impaciente
aspiración de financistas quejumbrosos que tanto alarmaron al país con sus clamores, y
que hoy, ante la elocuencia de los hechos, guardan respetuoso silencio.
No queda, pues, otro problema que inquiete, que aquél cuya causa ha sido materia
especial de este mensaje; y a remediar este mal, a conjurar el peligro que entraña,
debemos concurrir todos reflexivamente en la esfera de nuestras respectivas facultades.
Cuando disputan el poder, o mejor dicho, la dirección de los negocios públicos, partidos
legítimos que reconocen una base común tradicional o constitucional, el jefe del Estado
es centro y moderador de ellos, y con ellos por turno gobierna, según se marque la
opinión parlamentaria, sin peligro de conmoción social.
En 1885 se unieron esos elementos para salvar el país de la anarquía que amenazaba
devorarlo: movimiento espontáneo que, aun más que por la fuerza material que ostentó
en la guerra, asombró por su grandeza moral al poder fanático que le resistía.
Un cuarto de siglo de anarquía había sido prueba demasiado evidente de que habíamos
errado el camino, y de que siguiendo así, no podíamos entrar económica ni
políticamente en el concierto de los pueblos constituidos por razas disciplinadas. Todos
reconocían la enfermedad y deploraban sus efectos; pero, como suele acontecer con
enfermedades producidas por el vicio, muchos pretendían que se remediase el efecto sin
corregir la causa. Era preciso salvar la patria, y todos fueron invitados a la obra santa de
filial piedad y de honor de la familia; a ella concurrieron cuantos tuvieron la virtud de
deponer rencores y olvidar antiguas denominaciones que pudiesen hacer revivir las
pasadas querellas de aquella vida de infierno, y fuertes por la fe y por el recíproco
perdón de los agravios, salvaron la república.
Es un estado de paz armada. No tenemos la culpa de que así sea: la amenaza obliga a la
defensa. A las necesidades de esta situación responden las leyes que invisten al poder
público de facultades especiales para contener a los agitadores y prevenir la agresión:
leyes que, estén o no escritas, emanan de un derecho social incontrovertible, y cuyos
efectos cesan, sin derogación expresa, desde el momento en que los mismos que las
censuran porque las temen, quieran sinceramente abolirías, cesando de conspirar, ellos
primero.
Sin perjuicio de que el gobierno ejerza la debida vigilancia, y esté, como lo está,
preparado para todo, juzgo, sin embargo, que para asegurar la paz, más que de
facultades extraordinarias y de recursos legales, necesitamos de mayor suma de virtudes
cristianas y cívicas, de la religión del respeto, de ausencia de viejas preocupaciones
banderizas, de sacrificios de amor propio, de unión y disciplina vigorosa. Nuestras
disensiones, a veces escandalosas, nos desautorizan, y alientan al enemigo; las
apostasías y defecciones de los nuestros lo robustecen. Creo yo que una demostración
honrada, solemne y firmísima de unidad en el nacionalismo, causa que abraza a todos
los leales defensores del orden y con su generalidad convida a todos los hombres de
buena voluntad, bastará a desconcertar a los perturbadores, convenciéndolos de
impotencia, y a fundar una paz estable.
Ved ahí, señores, la parte trascendental de la misión que debéis cumplir; ved ahí la
gloria que podéis alcanzar como representantes de los pueblos. Ajeno de toda ambición,
ni tuve iniciativa alguna en vuestra elección, como es notorio, ni quiero tenerla en
vuestros actos de carácter político. Sólo debo deciros, como conclusión lógica de
precedentes razonamientos, que implícitamente votaréis la guerra si presentáis
espectáculo de discordia, y del propio modo decretaréis la paz y la confianza si os
mostráis grandes y fuertes marchando en unidad de fe y de sentimiento. De vosotros
pende el porvenir de la república. ¡Que Dios os ilumine!
Inicialmente, Uribe enjuicia con energía, toda la conducta que ha guiado al partido
liberal en los tiempos precederos, señalando cómo no ha tenido el valor, la decisión, y la
dirección necesaria, para enfrentar a un partido conservador en el poder, pero debilitado
por las rencillas internas y sin apoyo popular por la desacertada conducción general del
país.
Más aun, dice Uribe, lo que ha hecho el partido liberal, es legitimar la farsa electoral
montada por la "Regeneración", al participar en unas elecciones fraudulentas, que por
supuesto, dieron el triunfo al conservatismo, fraude reconocido por el General Reyes.
Cometimos un error táctico monstruoso, señala, pues en vez de abstenernos de ir a
elecciones y hacer una guerra revolucionaria, participamos en ellas a sabiendas que eran
fraudulentas y perdimos.
Al final del discurso y en amargo acento, Uribe deja a los liberales y al arbitrio de su
responsabilidad, toda la actividad futura del partido.
Señores:
Si me someto a vuestra exigencia no es con el fin de hablar por hablar; soy enemigo
jurado de las frases porque sé que quien gasta en hacerlas su tiempo y su energía, deja
poco para la acción: largo de palabras, corto en obras. De ahí que procure con ahínco
que, cuando por necesidad inevitable he de expresarme, mis discursos equivalgan a
verdaderos actos o preparen su ejecución.
¡Lo que es el influjo enervante de los sofismas! ¡Lo que es el poder extraviador de las
frases hechas! Fue el partido liberal a las elecciones —¡quién lo creyera, al cabo de doce
años de tiranía!— en busca de "bandera para la guerra", a "llenarse de razón", a "hacer
que cayese en la copa repleta de sus padecimientos la gota que la hiciese derramarse", a
"escribir la última hoja del proceso de la Regeneración", a hacer "acto de presencia" y
"pasar lista en el campamento liberal".
La guerra, que hubiera sido justa en 1886 o en cualquiera de los años subsiguientes; que
habría sido justa y legítima en 1892, tras la imposición oficial; que fue justa, legítima y
oportuna en 1895; que hubiera sido todo eso y además santa en 1896, después de la
burla electoral; y que es una vergüenza que no la hiciéramos en diciembre pasado, a raíz
del nuevo fraude; la guerra ha dejado de ser oportuna y posible.
Si el partido liberal fue a las urnas confiado en las promesas del gobierno sobre respeto
al sufragio, mostró con ello un candor verdaderamente inoxidable y una virginidad de
inocencia superior a todo contratiempo; tras la experiencia de doce años, pensar que la
palabra de los regeneradores envolviese otra cosa que engaño y farsa, fue exhibir
candidez primaveral. Y si el partido fue a los comicios para disimular los preparativos
de guerra, debió cerciorarse de que en verdad se hacían con eficacia, o, mejor aún, debió
hacerlos por sí mismo, en vez de considerar esa consecuencia como "valor entendido"
con los jefes una vez realizado el fraude electoral previsto- Aunque parece bien
establecido que ni el partido ni los jefes son capaces de ocuparse a la vez de las dos
cosas: toman la agitación electoral como fin, no como medio; se engolosinan con las
peripecias de la lucha y, en definitiva, el brío y los recursos que en ella gastan, se
pierden absolutamente con respecto al objetivo esencial, a cuyo logro debieran dirigirse
y cuya mira se oscurece u olvida.
Por eso la labor revolucionaria no adelantó un solo paso y, lo que es peor todavía, la
presencia del liberalismo en el debate, a sabiendas de lo que forzosamente había de
suceder, asumió el carácter de concurso voluntario a la legitimación del resultado (9),
desde que al día siguiente del atropello no desenvainó la espada para protestar contra la
iniquidad. Porque, como dijo el General Grant, citado oficialmente por el honrado
gobernador de Antioquia, doctor Bonifacio Vélez: "Los partido pueden sin deshonor y
deben por civismo conformarse con el éxito desfavorable de elecciones puras,
prometiéndose para más tarde el desquite por el mismo camino, después de hacerse
propicia la opinión que les fue adversa; pero de ningún modo están obligados a tolerar
el régimen resultante de elecciones que no aparezcan libres de toda sospecha de
ilegalidad y fraude".
De ahí que cada día pasado en la inercia desde el 5 de diciembre para acá, haya sido una
declaración tácita de conformidad con lo sucedido. La concurrencia a los colegios
provinciales de los pocos electores que obtuvimos, no siquiera a levantar una protesta
ruidosa contra la legalidad de la elección, sino a sancionarla con su presencia y con sus
firmas al pie de las actas de escrutinio, acabó de consolidar su legitimación (10); y cada
hora transcurrida desde el 2 de febrero, sin alzarnos en armas, ha equivalido a revalidar
con nuestra aprobación definitiva el triunfo fraudulento de los detentadores de nuestro
derecho.
Poco valen en contrario los documentos acusadores del proceso electoral: lo que del
exterior se ve, la noticia que la prensa extranjera pregona, el fenómeno que en el interior
mismo se columbra en globo, o sin reparar en pormenores que pronto se olvidarán, es
que los nombres de ciertos candidatos surgieron victoriosos de una lucha acalorada en
que todos los partidos tomaron parte, y que el país se conformó con ese resultado.
El único partido de quien el gobierno no podía jactarse de haberse burlado era el liberal;
prestarse a la burla fue, por tanto, una infeliz inspiración. Si a las luchas políticas es
aplicable —como a veces lo es— aquella máxima de guerra del General Santander:
"Hacer lo contrario de lo que el enemigo desea", el ansioso interés del gobierno en que
el liberalismo concurriese a las elecciones, debió despertar nuestras sospechas y
advertimos de que no debíamos plegarnos a ser una ficha en su juego. Y que no fuimos
sino eso, es lo que luego se patentizó y lo que debió preverse. El fantasma del enemigo
común fue mañosamente explotado para conducir a un tiempo a disidentes y
nacionalistas, asustándolos con él unos tras otros, dejándolos halagarse en secreto con
nuestro apoyo o acusándose recíprocamente de haberlo obtenido; compactando de ese
modo las escasas filas ministeriales, y obteniendo, sobre todo, para el fin previsto y
hábilmente preparado, la sanción decisiva de nuestra presencia en los comicios.
Nos hemos exhibido, pues, con una inferioridad verdaderamente humillante y lastimosa.
Porque, señores, lo que nadie acertará a explicarse satisfactoriamente, lo que el
historiador futuro de este triste período no podrá comprender jamás, es por qué
desaprovechó tan en absoluto el partido liberal la maravillosa oportunidad que la
profunda división de sus adversarios le ofrecía para recuperar su influjo y su derecho.
Ellos mismos reconocían que el liberalismo era el árbitro de la situación, y que en esa
ocasión única y propicia, era llegada nuestra hora (11). "O evolución o revolución", eran
los términos imprescindibles del dilema, y si no se presentaron facilidades para la
primera, debimos alistamos para la segunda, y hacerla. Pero salirse al cabo sin la una y
sin la otra; no resultar ni políticos ni guerreros, ni hábiles ni intrépidos, ni astutos ni
valientes, ni zorras ni leones, sino sólo mansos corderos, eso es lo que no alcanzará ante
la Historia excusa ni perdón. Quedamos como antes; ser los únicos excluidos de la vida
del derecho, puesto que los diversos grupos de nuestros adversarios acabarán al fin por
entenderse a nuestras expensas; acomodarnos a seguir siendo parias o ilotas, incapaces
de transacción por terquedad o por ineptitud, y de reivindicación por cobardía, ese es —
sin género de duda— el colmo de la decadencia.
Nos hemos contentado hasta ahora con lo que se ha convenido en llamar "triunfos
morales": mucha unión, mucha disciplina, muchas adhesiones y mucha sujeción a la
orden de tener paciencia para soportar las vejaciones de nuestros adversarios,
permitiéndoles que nos arrebaten nuestros derechos y contentándonos con llamar
testigos, dejar constancia de lo torticero de ese proceder y llenar de protestas baldías las
páginas de nuestros periódicos.
Mas yo os digo, una vez por todas, que daría con gusto una docena, y aun una gruesa,
de triunfos morales por un décimo de triunfo material efectivo, que en todo caso sería
legítimo; yo os digo que, ciertamente, el progreso del partido liberal ha sido grande en
estos doce años, pero más que labor nuestra, voluntaria y calculada, más que fruto
directo de nuestros esfuerzos y sacrificios, ha sido obra del tiempo y contragolpe de los
errores y crímenes de nuestros enemigos, por lo cual es corta la gloria que en ello nos
corresponde; yo os digo, sobre todo, que a nada conducen las fuerzas adquiridas si no se
las emplea, y que llegados a la repleción del vigor, vamos a consumirlo y disiparlo en la
inacción; yo os digo, además, que dar la firma y el voto, que tan poco cuestan, y no el
dinero ni el brazo, es sentar las premisas y carecer de valor para sacar las consecuencias;
y yo os digo, finalmente, que a estar unidos y disciplinados en este abismo de
servidumbre, habría sido preferible que nos hubiésemos dividido, y que la fracción
audaz y valerosa, libre de toda traba, se hubiese lanzado sola: el triunfo evidente habría
realizado la única unión ambicionable, la unión en la cumbre. Nuestra disciplina bajo la
opresión regenerante se me parece mucho a la obediencia de las cuadrillas de esclavos
bajo el látigo del capataz.
Porque, decidme a vuestro turno, ¿qué utilidad práctica tienen la unión y la disciplina en
la situación que voluntariamente nos hemos creado, o que por lo menos soportamos sin
contradicción? Ellas no son fines que una vez alcanzados nos permitan descansar
satisfechos y nos releven de la acción: son apenas medios o vehículos para ir más
adelante. ¡Triste consuelo el de desfilar en formación compacta, a paso regular y a la
vez de nuestros jefes, rodeando inermes las murallas de la Jericó regenerativa,
recibiendo las burlas y escupitinajos de las almenas! ¡No en la séptima, en la
septuagésima vuelta vamos ya, esperando el milagro de que los bastiones caigan por sí
mismos, en vez de ir animosamente al asalto y batirlos en brecha con la piqueta
revolucionaria!
Aun entiendo que esta unión y disciplina nuestras, tan decantadas, lejos de constituir un
mérito, se vuelven contra nosotros como causal de acusación y afrenta. En nuestro
vencimiento consuetudinario no nos queda ni la excusa de la debilidad proveniente de
división y desorganización: es agrupados en cuerpo de ejército, sometidos a la
obediencia pasiva y moviéndonos al unísono cual veteranos, como padecemos y nos
aguantamos las derrotas políticas- Nuestra conducta es tan indisculpable como la del
atleta a quien se preguntase: "¿en qué proezas empleas tus fuerzas hercúleas? " y
contestase: "en mantenerme echado en mi cama". Fuera menos censurable su
holgazanería no siendo robusto sino enclenque.
Parece que los liberales colombianos se hubieran afiliado en aquella secta rusa de los
doukobors, tan encomiada por Tolstoi, y cuya principal máxima es: "no oponerse al mal
con la violencia", como medio de renovar la práctica del Evangelio en toda su prístina
pureza. Apaleados, escarnecidos, encarcelados, despojados de sus bienes, proscritos,
sólo contestan con la insumisión irreductible y serena de la resistencia pasiva: se
resignan, pero no se someten, y a despecho de todo, persisten en su resolución
inquebrantable. Hicieron de sus armas un montón a que rociaron petróleo y pusieron
fuego, para demostrar que de cuantos ultrajes y vejaciones fuesen víctimas no tomarían
venganza por la fuerza; y terminaron por rehusar el servicio en el ejército, para evitar el
combate y excusar a todo trance la efusión de sangre.
¡Oh vosotros, evangélicos doukobors colombianos!... ¡Pero no: los liberales no tenemos
ni el mérito de la secta eslava; nuestra conducta no es resultado de ninguna regla
doctrinaria, de ningún principio científico, moral o religioso, de ninguna determinación
reflexiva; si soportamos el despotismo no es por renuncia tácita ni expresa de
combatirlo a mano armada; nuestro proceder no se explica por dictados del espíritu: es
egoísmo materialista; nuestra humildad no es la cristiana, es abyección; nuestra inercia
no es voluntaria, es pereza; nuestra resignación no es virtud, es miedo!
Hemos olvidado que, como dice un escritor alemán, "el derecho no es una abstracción
lógica, sino una idea de fuerza, por lo cual si la justicia lleva en la mano izquierda la
balanza para pesarlo, empuña en la diestra la espada para hacerlo efectivo. Espada sin
balanza es fuerza brutal; pero balanza sin espada es algo peor; es el derecho impotente,
confundido y desacreditado. Espada y balanza se completan entre sí, y el reino
verdadero del derecho no comienza sino cuando la fuerza desplegada por la justicia
iguala o sobrepuja a la destreza para mantener el fiel".
Puede parecer rudo, pero es franco y práctico el lema chileno por la razón o la fuerza
cuyo verdadero significado es que el poder moral del derecho implica y requiere la
facultad y la resolución de usar de la fuerza para imponerlo a quienes lo resistan y
defenderlo de quienes lo desconozcan o vulneren. Eso es lo racional y lo humano. Lo
demás es necio jacobinismo.
Porque la verdad es que todo el mundo tiene derechos: la monta está en saber
defenderlos. Derechos tienen, por fuero de la naturaleza, las multitudes asiáticas,
arreadas como rebaños por los shas, los sátrapas, los rajahs y los mandarines; y
derechos tienen el inglés y el norteamericano; pero como éstos saben reclamarlos, por
eso los gozan. La efectividad del derecho es inseparable de su defensa.
Jamás se presentan a los pueblos sus derechos en azafates de plata, como a los reyes las
llaves de las fortalezas; antes bien, no logran más libertades que las que sepan
conquistarse por su propio esfuerzo; pero es ley inmutable que cuanto anticipen en
sangre de mártires, en años de prisión o destierro, y en sacrificios, privaciones y
padecimientos de todo género, les será tarde o temprano retribuido con creces en
derechos efectivos y gozados.
De este modo, la única afirmación eficaz del derecho, la única base racional para
discutirlo delante de los que pretendan menoscabarlo o suprimirlo, no es proclamar la
paz a todo trance ni la fertilidad final del dolor, sino pensar y decir:
—"Creo en mi derecho hasta estar dispuesto al martirio por él; pero, naturalmente, antes
de llegar a esa extremidad perjudicial para mí, comenzaré por disparar mi fusil contra tí,
déspota, en cuanto te atrevas a manifestar la intención de despojarme".
Esa fue la enseñanza que nos dejaron los padres de la patria y los fundadores de la
república; y si diariamente hiciéramos esa declaración y nos pusiéramos en capacidad
de ánimo y recursos para cumplirla, seguro está que ninguno de nuestros mandatarios se
saldría un ápice del carril de su deber.
Debimos, además, reflexionar en que era disyuntiva ineludible que, de esta hecha, o el
liberalismo o el despotismo debía perecer, porque era imposible que ambos cupiesen
bajo un mismo cielo, y que aun cayendo nosotros en la lucha, era mil veces preferible
que nos exterminasen, conforme nos lo tienen prometido, pero que fuese con el hierro y
el fuego que purifican, hacen mártires y dejan en pie la idea, y no con la corrupción, el
espionaje y el papel moneda, que descomponen los partidos como la peste, anonadan su
ser moral y convierten a los ciudadanos en rufianes. Y debimos, por fin, abrigar este
supremo pensamiento y este supremo temor: que si este régimen se prolongaba por
algunos años más, desaparecería en Colombia toda entereza de carácter y no quedarían
siquiera quienes llorasen como mujeres lo que no supieron defender como hombres.
Y sin embargo, el régimen regenerador no era más que una armazón frágil, que con
poco esfuerzo habríamos podido derrumbar. ¿No habéis oído hablar de aquella estatua
del dios egipcio Osiris, hecha en madera y que por largos años existió en un templo de
Alejandría, aun después de convertida al cristianismo esa ciudad? Para casi todos los
neófitos la divinidad no era ya sino un mito y su imagen el remanente de una creencia
abrogada; y, no obstante, ninguno se le atrevía al formidable ídolo, consagrado por un
culto secular de respeto y temor. Pero llegó el día en que un monje resuelto le asestó al
exdios jubilado un tremendo martillazo en la cabeza, en presencia del pueblo reunido; y
en vez de estallar el rayo contra el sacrílego, como muchos de los concurrentes —no
bien curados aún de la superstición antigua— lo esperaban, viéronse salir del seno
carcomido de la estatua... tres ratones fugitivos, "e Isis tuvo que llorar una vez más la
muerte de su esposo" (12) , a tiempo que el fraile audaz recibía las felicitaciones de
todos aquellos a quienes libraba de secretos remordimientos y temores.
Declaro, por tanto, sin sombra de reticencia, antes con entera sinceridad, que renuncio a
la lucha. Los hombres de cierta clase y cierto temple nada tienen que hacer con
colectividades que no saben o no quieren cumplir con su deber; y si ellas se amañan a
vivir sin libertad, u optan por recibir humildes la limosna del derecho a las puertas de
los detentadores poderosos, en vez de derribarlas a culatazos, penetrar animosamente en
el edificio, expulsar a los usurpadores y traficantes, y tomar por la fuerza posesión de lo
propio, hay quienes sentimos invencible repugnancia para coadyuvar en esa obra. Por
activa, no por pasiva, es como hubiera seguido acompañando al liberalismo en la
gestión de su causa; esto es, pugnando esforzadamente de abajo para arriba, en lugar de
esperar sumisos las migajas que por lástima puedan tirarnos de lo alto. Continuara
todavía la brega si por asomos creyera al liberalismo capaz de demandar con altivez lo
que le pertenece y le ha sido inicuamente arrebatado; pero pues todo lo aguarda de la
clemencia del gobierno, me retiro, porque no tengo medios de obrar sobre él, y porque
aun cuando los tuviera, me daría vergüenza emplearlos, trocando la actitud de
reclamante orgulloso por la de palaciego suplicante.
Estoy en una hora negra de decepción y abatimiento. Después de haber vivido varios
años bajo la tensión nerviosa de quien espera la redención por la guerra, viene ahora la
sedación consecuencial a la pérdida de toda esperanza, porque veo alejarse
indefinidamente el empleo de ese recurso único y decisivo. Alguna vez dije que la
convicción inapeable de que este régimen había de caer, era el resorte que me mantenía
en pie luchando, pero que la distensión o ruptura de ese resorte me anonadaría. El caso
ha sobrevenido y por eso voy ahora camino de la vida privada, que es la muerte política,
si no pudiere alzar mi tienda y trasladarme a otro país, después de sacudir de las
sandalias el polvo de esta tierra envilecida.
Porque, señores, hasta tal punto se ha fatigado la paciencia del partido y a tal punto ha
llegado su anonadamiento, que ya hoy lo que pide de sus jefes es apenas un poco de
franqueza. Pide que si no se puede o no se quiere ir a la guerra, se le diga eso una vez
por todas con entera claridad; y pide que si, contra la ilusión que el partido se forja, es
en él mismo donde reside la incapacidad para la acción, se le saque de ese engaño en
que a sí propio se mantiene, haciéndole ver que es él quien no quiere la guerra. Por este
falso supuesto y mala inteligencia, los ganaderos han perdido año tras año sus pastos,
temerosos de vestir sus dehesas por sí mismos ni en compañía; los comerciantes, lejos
de ensanchar sus negocios, los han reducido a lo mínimo posible, obligados a ello
también por la disminución de los consumos y la restricción de los créditos,
determinadas por la inseguridad; los empresarios de industrias que requieren algún
tiempo para desarrollarse, no pudiendo contar con él, se han abstenido de acometer
trabajos, o los han limitado a lo puramente indispensable; todos los que necesitan de
capitales los han visto escasear, doblarse la rata del interés y acortarse
extraordinariamente los plazos; la falta de brazos, producida por el reclutamiento y el
temor, ha hecho perder las cosechas de los agricultores y dificultado o hecho imposibles
sus labores; los jóvenes y los hombres de acción, que para estar listos no han querido
emprender ocupación alguna, han estado viviendo de lo poco que tenían, y aun no pocos
han diferido formar hogares que el huracán revolucionario podría desbaratar; los
proscritos y los emigrados han preferido no regresar al seno de sus familias y llevar vida
precaria en el extranjero, a trueque de no inutilizarse para prestar sus servicios en la
oportunidad esperada; a todos, en fin, nos ha arruinado y hecho infelices una
perspectiva de guerra que dura hace ya tres anos, que no acaba de llegar, y que, sin
embargo —influyendo en todos nuestros actos y formando la atmósfera que respiramos
— ha sido para todos más costosa que dos revoluciones perdidas. Hemos desempeñado
el papel de las vírgenes necias del Evangelio: es media noche todavía, el aceite de
nuestras lámparas se agotó en la espera y, sin embargo, el Maestro no parece darse
trazas de venir.
Es ya tiempo de que cese situación tan tirante; teniendo la culpa de nuestras propias
cuitas y hasta cierto punto de la inseguridad general, lo que no puede tolerarse más, lo
que no es de probidad ni de conciencia, es que se prolongue una situación de que todos
somos victimas. Si en definitiva no estamos resueltos a asumir actitud militante,
conformemos las palabras a los hechos, y los hechos a las intenciones; declaremos u
obremos de modo de resignarnos a la servidumbre, y vayámonos cada uno y todos a
nuestro trabajo. Con esto nos evitaremos la ruina personal, en cuanto de nosotros
depende; devolveremos la calma al país, en cuanto por nosotros esté alterada, y
desapareciendo de la escena el liberalismo como entidad política temible, acaso nuestros
adversarios se resuelvan por compasión a mejorar la suerte de seres que son y se
reconocen inofensivos. Casos hay en que se da por graciosa concesión lo mismo que
antes se negaba por exigencia imperiosa.
No tengo más autoridad para hablar que la del conocimiento de los hechos, y por eso
creo de mi deber declarar que el partido liberal me parece impotente para alzarse en
armas contra la opresión regenerativa, de una manera provechosa y conforme a un plan
general de ejecución simultánea; que habiendo dejado pasar la ocasión oportuna,
declino tomar parte en intentonas descabelladas que de antemano condeno si, contra mi
consejo, llegan a verificarse; y que, en consecuencia, debemos prepararnos a vivir en
esta especie de paz que nos dan, abandonando, no diré todo propósito serio de guerra,
pues nunca lo hemos tenido valedero, sino toda preocupación, o pongamos temor, de
que esta tranquilidad sepulcral se altere por nada ni por nadie.
Como hasta ahora, los liberales no deben desesperarse. No necesitan que nadie les
prescriba conformidad, pues ellos se la tienen de antemano recetada. Su resignación
inimitable les asegura la bienaventuranza prometida a los mansos de corazón y a los que
padecen persecuciones por la justicia; pero lo que es en este mundo, la supremacía
corresponde, por ministerio de Darwin y de una realidad contundente, a los mejor
dotados para la lucha, en razón de mayor fuerza, más habilidad y más arresto. El
porvenir de la Regeneración queda así asegurado por tiempo indefinido, y como lo
profetizó el presidente Caro, todo se conjura para hacer creer que de veras este régimen
no está destinado a morir de muerte violenta. La merece, pero no hay ejecutor.
Tenemos, por otra parte, distracciones de sobra, en clubes y casinos, circos, bailes,
carnavales y juergas, donde la falta de libertad política no impide divertirse, antes es
para muchos la salsa de la alegría. Fiestas parecidas debió de haber en los tiempos de la
decadencia bizantina; pero confiemos en que cuando sobrevenga el inevitable despertar
a la vergüenza y al castigo, ya nosotros dormiremos el sueño de la muerte. Tendremos,
mientras tanto, en primer lugar, la lectura de los magníficos editoriales que nuestros
pensadores no dejarán de seguir escribiendo, y los excelentes chistes que a nuestros
ingenios continuará, sin duda, ocurriéndoseles para solazarnos a expensas de nuestros
enemigos. Verdad es que éstos, en cambio, se ríen de nosotros a mucho mejor título,
puesto que a nuestra costa imperan y pelechan; y verdad es que con artículos de prensa
está visto que nada se remedia, mucho menos bajo el palo de la ley Calomarde que la
rige; pero como de remediar no se trata, sino de vivir agradablemente, ya veréis que no
escasearán expedientes para engañar nuestra propia servidumbre.
En segundo lugar, nuestros gobernantes cuidarán de que no nos falten frases suyas
ambiguas para que nos entretengamos en descifrarlas; que si fueren promesas claras,
nos halagaremos con la dulce esperanza de verlas algún día realizadas; y cuando el
desengaño venga —que no dejará de venir—, comparando entonces el texto de dichas
promesas con la evidencia de los actos contrarios, les echaremos en cara enérgicamente
a nuestros amos su carencia de lógica y de buena fe. Cierto que ahí parará el daño, para
en seguida volver a las andadas; pero no por eso habrá dejado de transcurrir el tiempo,
que es lo importante; las generaciones venideras resolverán o no el punto, y nosotros
habremos vegetado tranquilos. En esto coincide nuestra opinión con la del General
Vélez, signo inequívoco de que estamos equivocados; pero, reconocido el error, ¿quién
está en disposición de corregirlo?
En tercer lugar, vamos a tener toda especie de buenas razones para no haber hecho la
guerra. Diremos que "ella nos habría llevado a la anarquía o a la dictadura militar",
como si el sistema regenerador no fuera un compuesto crónico de las dos. Nos
horrorizaremos por imaginación de "los sacrificios de vidas que habría acarreado la
lucha, haciendo correr ríos de sangre, sembrando de cadáveres el territorio nacional y
cubriendo de luto miles de hogares", como si la muerte no fuese preferible a la pérdida
del honor y de la dignidad, como si habiendo de extirpar el cáncer el cirujano se parara
en sacrificios de órganos delante de la inminencia del peligro, y como si la
Regeneración no hubiera hecho llorar y sangrar al país más que diez revoluciones.
Caeremos en la cuenta de que "la guerra habría sido, sobre todo, ruinosa". Pensaremos,
efectivamente, que "hemos podido pasar guerreando casi todo el siglo, sin advertir en
nuestro enardecimiento que nos suicidábamos, a la manera que en la batalla de Cannes
no sintieron romanos y cartagineses que la tierra temblaba bajo sus pies. En nuestra fácil
vida económica, para satisfacer cortas necesidades, en medio de la sencillez y frugalidad
de nuestras costumbres, casi nos bastábamos con la producción nacional, o cubríamos el
saldo de las importaciones con frutos exportables, baratamente adquiridos. Mientras que
ahora, parece que hubieran venido a acumularse en este fin de siglo todas las pérdidas
de tiempo, vidas y riqueza, padecidas en el prolongado curso de nuestras contiendas
civiles; parece que hoy vinieran, como con recargo y capitalización de intereses y con
cobro de lucro cesante y daño emergente, a pesar juntas todas esas pérdidas sobre
nosotros, hijos y nietos de los guerreadores, y guerreadores nosotros mismos; y parece
que la exigencia de esa vieja deuda se nos hiciera en la forma perentoria de atraso en el
tiempo, escasez de capitales, carencia de brazos, y sobra de desmoralización y de
ignorancia. Cansados de esperarnos los mercados extranjeros, determinaron al fin
producir por sí mismos los pocos artículos que les enviábamos, y hoy tenemos que
luchar en condiciones desventajosas para competir con los nuevos productores.
Derrotados hace tiempo en la quina, el tabaco, el añil, el cacao, el azúcar, las píeles, el
caucho, el algodón y otros artículos, estamos a punto de serio en el café y los metales
preciosos, únicos géneros de importancia que nos quedan y que parecen bien
comprometidos. De suerte que cuando nuestras necesidades han seguido una progresión
creciente extraordinaria, y cuando pasamos por la vergüenza de ser hoy importadores de
productos que antes exportábamos, inclusive artículos alimenticios y otros de primera
necesidad, los medios de pagar nuestros consumos han venido en progresión
decreciente hasta tocar los límites del agotamiento.
"Este es, por tanto, un momento decisivo en nuestra vida de nación, porque en esta hora
hace crisis todo nuestro organismo económico. Salir derrotados o victoriosos en la lucha
con los competidores es cuestión de centavo más o menos en la libra de café o en la
onza de plata, y es cuestión de perder o aprovechar un mes de más o de menos. De la
mayor economía y prisa en la producción de esos artículos, depende que se aleje
definitivamente, que se retarde o que se apresure el desenlace trágico de la espantosa
crisis en que estamos. Si enérgica y reflexivamente realizamos un vasto plan de
disminución de consumos y aumento de productos, y si nos damos tiempo de fortificar
las industrias que flaquean o de sustituirlas por otras, quizá nos salvemos, pero si
desaprovechamos estos momentos preciosos empleándolos en destruimos y arruinarnos,
nunca más los recuperaremos, y el desastre económico y social vendría con tal fuerza,
que acaso traería consigo la disolución y muerte de la nacionalidad; peligro no remoto
delante del coloso de absorción que crece a ojos vistas hacia el Norte, y delante de la
necesidad de territorios francamente expuesta por las naciones del Viejo Mundo, para
derramar el excedente de sus razas sin dejar de cobijarlas con su bandera y darles una
protección que de nosotros no puedan esperar, incapaces como nos hemos demostrado
para gobernamos a nosotros mismos".
Pues bien: Casi todo eso es exacto, pero no lo es menos que el agente principal si no
único de nuestra ruina ha sido la Regeneración, que pecuniariamente nos ha costado
más que diez guerras civiles; que ese mismo sistema es el mayor obstáculo para todo
proyecto de mejora económica; y, sobre todo, que todos esos argumentos en favor de la
abstención belicosa, no provienen de cálculo ni son fruto de la prudencia, no tenemos en
ello el mérito de la previsión ni el de la determinación voluntaria; ya he dicho y repito
que la abstención sólo proviene de los tres más bajos móviles que pueden dirigir las
acciones humanas: el egoísmo, la pereza y el miedo.
Finalmente, aunque nos maten a contribuciones y aunque las nuevas emisiones de papel
moneda, los monopolios y las depredaciones fiscales acaben de arruinarnos, alguna
empresa, alguna industria, alguna ocupación lícita, nos restará para lisonjeamos con la
perspectiva de ser ricos y tener con qué pagar los impuestos con que el gobierno tiene
gravados nuestros vicios, y las indemnizaciones que nos ocasionan sus torpezas y
bellaquerías. En la seguridad de que si somos formales y juiciosos; si no nos metemos
en esta borrachera de las ideas, de las doctrinas, de la desigualdad, del derecho y otras
abstracciones peligrosas; si, como la universidad española de Cervera, condenamos "la
funesta manía de pensar", si prescindimos de poner obstáculos a la ilustrada y benévola
acción del gobierno, depositando en él una confianza incondicional e ilimitada; si a lo
menos renunciamos a este espíritu inmoderado de la censura que no nos permite hallar
bueno ni honrado nada de lo que hacen nuestros inteligentes y probos mandatarios; si
echamos el previsto insano de inquisición y curiosidad que nos lleva a revisar cuentas y
evaluar la diferencia entre el precio oficial y el real de los objetos o de los servicios; y
sí, una vez por todas, hacemos nuestra sumisión, despreciamos el mundo y
abandonamos el siglo, entregándonos al sueño del espíritu en medio de los goces
materiales; entonces, señores, seguro está que nadie se atreverá a molestarnos y que
podremos llevar vida regalada y feliz en el regazo de nuestras esposas, dedicadas al
cuidado de nuestros hijos y al fomento de nuestros intereses. Si todos estos quehaceres y
consuelos no nos bastaren, será porque contagiados de la demagogia pecamos de
descontentadizos y exigentes, pero de eso ya nadie tendrá la culpa sino nosotros
mismos.
!Ah! se me olvidaba: aunque la ley electoral no reciba ninguna reforma, preparémonos
para concurrir a las elecciones del año entrante, y más especialmente para las de
renovación del ejecutivo de 1904. Eso piden la perseverancia doctrinaria, la fe en la
evolución social, la disciplina bien entendida, el civismo y la gallardía.
Adiós, señores.
Con muchas dificultades, Uribe Uribe logra salir personalmente indemne de la bravía
persecución que le hiciera por medio territorio nacional, Pedro Nel Ospina. Acechado
en Antioquia, casi derrotado en Córdoba, a punto de caer en Bolívar y Magdalena,
finalmente consigue llegar a Guajira donde se entrevista con el General Gabriel Vargas
Santos, al momento jefe del partido liberal y de la revolución en desarrollo. Después de
analizar la situación militar, acuerdan la necesidad de buscar auxilios en el extranjero,
única manera de continuar la contienda y asegurar el triunfo. Vargas concede a Uribe
Uribe toda la autoridad de su representación y cartas de presentación para los jefes
liberales de otros países.
En él, Uribe Uribe analiza la situación planteada, señalando especialmente seis razones
que impiden obtener la victoria: no ye consigue ayuda en el exterior; no se cuenta con
los recursos materiales suficientes; el liberalismo no tiene una estrategia global que
pueda asegurar el éxito de la revolución; militarmente se observa una desbandada
general de las guerrillas liberales; el país desea la paz, no hay ambiente de guerra; y
finalmente, el gobierno posee todos los recursos económicos, armas y hombres para
defender el régimen. Por tanto, Uribe ofrece la paz.
Como por aquel entonces están en discusión las negociaciones sobre el Canal de
Panamá, y ante la actitud claudicante del gobierno, que entrega la soberanía a cambio de
recursos para acabar con el liberalismo, Uribe dice que prefiere ofrecer la paz, para no
dar a los conservadores, excusas para entregar la soberanía.
No se hace ilusiones acerca de la actitud que asumirá el partido conservador y el
gobierno después de la victoria y previene a sus partidarios acerca de la represión que se
avecina. Finalmente, pide a los liberales no echarse mutuamente culpas por la derrota,
insiste en que los errores fueron globalmente cometidos y ahí la causa del descalabro.
Pide a todos volver a la vida privada y al trabajo, sin desear venganzas ni revanchas.
285
EPÍGRAFE
I. Me consta que muchos de mis amigos políticos desean oír mi voz para determinar su
conducta. Bien que no siendo en mí en quien se halla depositada la autoridad oficial del
partido, no estaría yo, en rigor, obligado a hablar pero sería cargo de conciencia no
hacerlo cuando un falso supuesto podría traer la continuación de sacrificios que he
venido a reputar estériles, y cuya responsabilidad pesaría, de cierto modo, sobre mí si
los autorizara con mi aquiescencia y mi silencio.
Saben todos que si me retiré de la lucha fue para salir en busca de los elementos por
cuya absoluta carencia terminó la campaña de Bolívar, y con el propósito firme de
volver a la guerra en cuanto los adquiriera. Mientras esperé conseguirlo, nada dije, pero
desvanecida hoy la esperanza de una inmediata realización de nuestros deseos, es deber
mío anunciarlo así con franqueza. Hube también de aguardar a convencerme de la
ineficacia de los esfuerzos que otros intentaban en distintas partes para que nadie
pudiese acusarme más tarde de que el mal éxito se debía a mi inoportuna intervención
pacífica, que había venido á perturbar sus proyectos cuando estaban en vía de
desarrollo.
Si, faltando elementos suficientes y un buen plan general, únicas garantías de victoria,
todavía creyera útil mi regreso a la revolución, o que la ofrenda de mi vida sirviera para
salvar al partido liberal, demostrado tengo que sería capaz de hacerlo.
La prensa de los Estados Unidos ha publicado que se piensa en ceder a este país el
dominio territorial sobre la faja del Istmo de Panamá por donde se construye el canal, y
como debemos suponer que ese sacrificio de soberanía se hace en cambio de
compensaciones de dinero destinado principalmente a debelar la revolución y
exterminar al partido liberal, éste debe dar una muestra suprema de amor a la patria,
renunciando sus esperanzas en esta hora sombría, a trueque de que ni directa ni
indirectamente pueda atribuírsele culpa o suministrado ocasión o pretexto para
mutilaciones a la nacionalidad.
II. Entre las fracciones conservadoras no hay ninguna cuyo predominio podamos
preferir, ni que por sus actos y sentimientos con respecto a nosotros nos merezca
calificativo menos amargo. En la paz como en la guerra se han mostrado igualmente
sectarios, perseguidores y crueles, con raras excepciones de casos y personas. No cabe,
después de tan larga y dolorosa experiencia, forjarse ilusiones sobre el republicanismo
de esos bandos ni sobre la sinceridad de sus promesas. La única cosa en que surgirán
rivalidades será en la saña de su opresión irremisible y de su odio implacable a cuanto
tenga el nombre de liberal.
Nada menos justificado, sin embargo, que el miedo al triunfo del partido liberal. Su
índole generosa es incapaz de rencor y de venganza. La historia demuestra que al otro
día de sus victorias ha igualado su condición con la de sus adversarios vencidos,
cubriéndolos con amplias amnistías y devolviéndoles todos sus derechos. El liberalismo
triunfante se habría esforzado por no justificar ninguna de esas predicciones funestas
acerca del empleo que habría hecho del poder, y habría demostrado que la adversidad
no ha pervertido su corazón y sí ha iluminado su mente.
III. Yo sé, pues, que los atropellos salvajes de los corchetes en los campos y aldeas, de
los alcaldes en los municipios, de los prefectos en las provincias, de los gobernadores en
los departamentos, de los militares y del gobierno de la capital y en toda la república,
arreciarán aún más en cuanto desaparezca todo temor de un vuelco de la suerte por obra
de las armas; sé que los liberales que salgan de los calabozos donde no los siga
reteniendo la ley marcial, volverán a ellos so color de responsabilidades criminales, por
actos ejecutados de buena fe durante la guerra, y que el Poder Judicial se prestará a
servir de instrumento de venganzas políticas y particulares; sé que en la hora en que
suene el último tiro de la revolución, será la en que comience la peor de nuestros
padecimientos, y que precisamente porque a ese respecto no cabe duda posible, es por lo
que la lucha se ha prolongado; sé que miles de liberales se verán perseguidos y cazados
como bestias monteses en las breñas y espesuras en donde se refugian; sé que es baldío
aguardar que haya ley o respeto por ella, y que para nosotros no habrá otro régimen que
el del terror blanco; sé que los proscritos habrán de continuar lejos de su patria y
familia, muchos otros irán a reunírseles huyendo del despotismo, y que los capitales
tendrán que emigrar en busca de seguridad: sé que las expoliaciones y empréstitos
llevarán a la miseria a los que no estén aún totalmente arruinados, y que nuevos
impuestos y nuevas emisiones, con cualquier pretexto, agravarán más y más la situación
del pueblo hambreado; sé que la corrupción y el contratismo seguirán floreciendo como
en los peores días de la regeneración; sé que no habrá amnistías o salvoconductos, o que
serán violados, y que el gobierno faltará a su palabra, sea cual fuere la forma y
solemnidad con que la empeñe; y sé que pensar en derechos civiles y políticos
procurados por el sufragio y las evoluciones, seria aumentar la pena de la opresión con
la esperanza engañada y el escozor de la burla.
Con todo, afirmo que, juzgando serenamente las cosas, no como político sino como
general, conviene que pongamos término a la guerra, porque no hay probabilidades de
vencer. Aceptemos la ley adversa del destino, lo fatal de la necesidad, pero sin renunciar
por un momento al derecho de sacudir la servidumbre. Las persecuciones de nuestros
enemigos nos confirmarán en la justicia de nuestros proyectos de resistencia futura, de
modo que cuando llegue la hora de ejecutarlos no haya un solo hombre en el partido que
vacile en levantarse. No podemos hablar de concordia, porque ésta no reina sino entre
iguales; no podemos hablar de fraternidad, porque no existe entre amos y súbditos, entre
explotadores y explotados; no podemos hablar de reconciliación, puesto que se nos
rechaza miserablemente; no podemos hablar de unión nacional en un país en donde un
partido predica y practica el exterminio de otro; sólo podemos hablar de resistencia
mientras nos resignemos a la esclavitud.
IV. Por desgracia, no son meses sino años los que pueden transcurrir antes de que
podamos ponernos en capacidad de demandar otra vez por la fuerza el derecho que por
las buenas no se nos ha querido ni se nos querrá reconocer. Pero no consintamos en que
sobre ese derecho corra la prescripción del olvido. Si fuera yo de los que temen que
suspendiendo ahora la lucha nunca más se reanudaría, excitara para que la
continuáramos hasta la desesperación. Con los elementos que poseemos y con los que
quitáramos al gobierno, como tantas veces lo hemos hecho, sabríamos prolongar
indefinidamente la lucha; pero en lugar de cansarnos ahora dando coces contra el
aguijón, es evidente que conviene más conservar y aumentar nuestras energías y
recursos para emplearlos a su debido tiempo conforme a un plan general de ejecución
simultanea. Siempre habrá bajo el rescoldo brasas suficientes para que, cuando sea
posible arrimar los tizones y soplar, la hoguera prenda y fulgure. Dejemos a los débiles
lamentarse de los males de la guerra, y reservemos todo nuestro desdén para los que
puedan vivir satisfechos en la abyección, y todo nuestro horror para la vergüenza
indeleble de soportar sin protesta el pie de nuestros enemigos eternamente sobre
nuestros cuellos.
El partido liberal ha demostrado que prefiere sentir en lucha desigual el sable de sus
enemigos abriéndole las carnes y derramando su sangre, a recibir su golpe de plano
sobre la espalda estando inerme: aquello es un infortunio que eleva, esto una infamia
que envilece; ha demostrado que prefiere ver su riqueza consumida en el incendio de la
guerra antes que tributada mansamente a las arcas de la tiranía; y ha demostrado que
estima la vida sólo por cuanto ella puede ser ofrecida a la libertad en holocausto, porque
morir por una causa hermosa estará siempre mil codos por sobre una existencia inútil y
humillada.
V. Los conservadores no quisieron reconocer nuestros derechos antes del 95, porque no
creyeron al liberalismo capaz de hacer la guerra; no cedieron después, porque lo
consideraron incapaz de repetirla con más acuerdo y brío, pero hoy saben que la tercera
acometida a que estamos resueltos, será irresistible. De ellos depende que cambiemos de
actitud y de propósitos. Nuestra conducta se amoldará a la suya. Suspendiendo
voluntariamente la guerra, suprimimos la excusa de la anormalidad y los dejamos en
libertad completa para que desarrollen sus planes, si algunos tienen para el bien de la
república; y como no participaremos de la vida política ni volveremos a los comicios
mientras permanezca sin cambio la ley de elecciones vigente, tampoco en ese campo les
estorbaremos para que den de sí todo aquello que tengan reservado.
Retirémonos, mientras tanto, a la vida privada y al trabajo honrado, del que todo liberal
sabe vivir, pues ninguno de nosotros necesita del merodeo de la guerra ni de los gajes
del presupuesto. Por eso, ni aceptamos ni mucho menos exigiremos empleos en ningún
ramo de la administración, sin perjuicio de trabajar por nuestra cuenta y en la medida de
nuestras propias fuerzas por la reconstrucción moral, industrial y financiera de un país
que si no podemos llamar patria, siempre será nuestra tierra natal.
VI. Con respecto al orden interno de nuestra comunidad política, dos cosas se hacen
necesarias, si mi indicación en favor de la paz fuere atendida. Evitemos cuidadosamente
la discriminación de responsabilidades anteriores a la guerra o procedentes de ella. No
construyamos frases con sí, como "sí se hubiera obrado de tal modo", "si fulano hubiese
ejecutado tal movimiento", que a fuerza de ser fáciles pasan a ser vulgares, y no
teniendo poder para reformar lo pasado, sí lo tienen, y grande, para producir disensiones
en lo presente y para oscurecer el porvenir. No escribamos historia: dispongámonos a
agregarle capítulos. Miremos adelante, no hacia atrás. En vez de censurarnos
recíprocamente, consolémonos los unos a los otros en la aflixión de nuestra común
desgracia. En presencia del enemigo, a quien hay que seguir combatiendo, se impone el
toque de silencio en nuestras filas. Más o menos, todos hemos cumplido con nuestro
deber con abnegación y patriotismo y la buena voluntad y la recta intención excusan
suficientemente los errores que hayamos cometido.
Lejos de tener el partido liberal nada de qué avergonzarse, tiene mucho de qué
enorgullecerse. La epopeya que ha escrito con la punta de la espada es inmortal. Sobre
nuestra obra guerrera pueden nuestros adversarios derramar la hiel de su iracundia, pero
no el veneno del ridículo. El liberalismo ha sido heroico. Sin una especie de conjuración
de los hados, que lo han perseguido, sus esfuerzos habrían bastado para derribar diez
veces el despotismo que lo oprime. Ha puesto tan alto el honor de su bandera, que
ningún adversario que sepa lo que es valor y constancia podrá alcanzar hasta ella para
tirarla por el suelo.
Las elecciones de febrero de 1911 fueron ganadas por Carlos E. Restrepo, candidato de
la Unión Republicana, organización recién formada por miembros de los partidos liberal
y conservador, como reacción al régimen despótico del General Reyes.
A mediados de abril, Uribe Uribe visita al presidente, para proponerle la fusión del
republicanismo con el partido liberal, propuesta que es rechazada por Carlos E.
Restrepo. A continuación, Rafael Uribe Uribe se coloca en la oposición al gobierno,
pronunciando luego este discurso. En primer lugar, analiza los últimos 25 anos de
gobierno conservador, que han significado 25 años de persecuciones al liberalismo.
Señala la inevitabilidad de la caída conservadora, para dar paso a la nueva corriente
liberal. Sin embargo, ofrece una posición conciliadora, pidiendo alternabilidad política y
solicitando al conservatismo que sea realista y deje su puesto en el gobierno al partido
liberal.
En este discurso, Uribe señala que el partido liberal no tiene programas fijos que
ofrecer, pero si principios generales, y el principio que guía su accionar político es: dar
a los problemas sociales, políticos y económicos, soluciones conformes con la libertad.
Así propone, libertad civil y religiosa, igualdad delante de la ley y derecho común.
Acción legislativa, es decir, proponer una serie de reformas que el Congreso debe
adoptar, para poner la república acorde con las necesidades del país. Inicialmente
solicita reformar la Constitución del 86, reformas electorales, expedir nueva ley de
prensa, reorganizar la administración estatal, cambios en los ministerios, reformas
tributarias y aduaneras, fiscalización del presupuesto, reformar la estructura militar del
ejército, y otra serie de medidas que a su juicio, transformarán profundamente el país.
Acción económica, destinada a cerrar el abismo existente entre las clases sociales.
Resume así la política liberal en este campo: previsión social, solidaridad, mutualismo y
protección al trabajo. Solicita al Congreso dos cosas: proteger la riqueza nacional como
fuente de ingresos y expedir un código del trabajo.
Saludo a la bandera
Y, sin embargo, nada se ha podido contra ese nombre. Los que lo llevan han opuesto a
la tempestad deshecha una resistencia heroica, no tanto la aparente como la sorda; se
han dado perfecta cuenta de que la condenación canónica del liberalismo se refiere a la
escuela filosófico-religiosa europea y no a este partido político americano; y ante la
opresión no sólo se han mantenido incontrastables sino que su decisión y cantidad han
crecido cada día. Han mostrado el tranquilo e imperturbable valor que los grandes
corazones sacan de las grandes convicciones y, a despecho de todo, sobre el campo
mismo de batalla, bajo los fuegos del enemigo, han logrado constituir un ejército cívico,
fuerte por el número y por la disciplina, pero más fuerte aún por el altísimo ideal que no
cesará de tener ante sus ojos.
¡Honra y gloria para la causa que sabe inspirar a sus defensores semejante poder de
perseverancia! ¡No habrá hombre sensato y valiente que no se incline lleno de
admiración ante un haz de ideas y sentimientos que torna a sus sostenedores capaces de
soportar, sin doblegarse, el martirio, la pobreza y el dolor¡. ¡Qué gracia agruparse
alrededor del poder y de sus gajes! ¡Mérito grande mantener la existencia de la
colectividad bajo el azote de las tribulaciones!
Sin duda, en tan prolongada y penosa marcha, nos han sobrecogido lamentables
vacilaciones y desfallecimientos; hemos pasado por desfiladeros peligrosos en que
hemos perdido a algunos de los nuestros; en no pocas ocasiones los mismos jefes, por
error de criterio, nos han extraviado; hemos padecido duras pruebas. ¡Cuántas
emboscadas se nos han aderezado! ¡Cuántos asaltos se nos han dirigido! A cada caída se
nos ha creído muertos; enterradores de buena voluntad corrían para cavarnos la
sepultura, pero hemos escuchado con la misma indiferencia las imprecaciones siniestras
y las oraciones fúnebres; cada vez se nos ha visto levantarnos y exclamar para nuestros
enemigos:’’¡Aún estamos en pie! Ya que no habéis podido exterminarnos, fuerza es que
os resignéis a que vivamos".
Digno es de regir los destinos nacionales el partido que tan incomparable muestra de
vitalidad y persistencia ha dado.
De ahí que el hombre liberal ya a nadie inspire miedo y que su vuelta al gobierno en
nadie despierte recelos. El pueblo colombiano se está poniendo resueltamente del lado
de lo que dura, de lo que está destinado al triunfo, al buen éxito, a la posesión del poder
y de la fuerza. La conciencia pública quiere darse a sí misma la satisfacción no tanto de
un cambio de personal político como de ideas directivas y de orientación nacional.
Nosotros vamos a venir, eso es ineludible; no hay poder humano capaz de contrarrestar
el cumplimiento de la ley política en cuya virtud, fatigado el país de la gestión
conservadora, quiere sustituirla por la gestión liberal. La fuerza de las armas y el fraude
electoral no son ya capaces de detener el ímpetu ascendente de la marea liberal; servirán
apenas para corroborarle al país y al extranjero que a esos medios anormales sólo apela
un partido que, por confesión implícita, se reconoce minoría, pues si tuviera conciencia
y confianza de ser mayoría, cumpliría lealmente la ley electoral.
Así como las buenas jornadas en los caminos de nuestro país no se hacen sin llevar
caballerías de remuda, tampoco la nación hará bien la jornada del progreso sin partidos
de repuesto en el gobierno. Si existiera en Colombia un partido de recambio, resuelto a
no correr aventuras, listo a gobernar pacíficamente con las instituciones actuales,
modificadas a lo largo del tiempo, por los medios establecidos en ellas mismas, el país
se arrojaría en sus brazos sin vacilar.
Ahora bien, el liberalismo viene esforzándose hace largos años por ganar la confianza
de la nación y por constituirse en ese partido salvador, destinado a suceder
próximamente al conservatismo. Forma hoy una colectividad homogénea y poderosa
que se da perfecta cuenta de su misión histórica y que se siente capaz de hacer con
método cuanto bueno y mucho más hizo antes por instinto. Hay derecho a esperarlo
todo de la labor liberal; y existe una razón específica para que se piense en el
liberalismo: no es un partido solamente, es un refugio; se aparece en estos momentos
como el arca de salvación en que deben precipitarse asustados y confundidos todos los
amenazados de sumersión por el diluvio que de otro modo se ve venir.
No hemos agotado nuestra obra ni nuestro destino; al contrario, puede decirse que
nuestra tarea comienza apenas. Nuestra próxima entrada en escena señala bien las
aspiraciones nuevas de un país que quiere cuidar el orden, pero agregándole una resuelta
voluntad de progreso. El liberalismo es hoy el único partido capaz de instituir en
Colombia un órgano a la vez impulsor y moderador.
El programa liberal
Se nos pregunta por nuestro programa. Quizá es improcedente exigir a partidos políticos
bien conocidos que a cada paso estén expidiendo programas; podría contestarse que en
todos los países del mundo y en todas las épocas de la historia lo que los partidos se
proponen es promover la felicidad de la nación, por un conjunto de medios que casi
siempre se resumen en la posesión del poder.
Los acontecimientos son los que dictan los programas, que no pueden ser eternos ni
siquiera permanentes, porque las circunstancias varían y los partidos tienen que ir
transformándose para adaptarse a las situaciones que van apareciendo. Así sucede que
los partidos verdaderos y durables, como los de Inglaterra, no tienen programa escrito.
Desde luego no creemos haber encontrado la fórmula definitiva del soberano bien
social; dejamos esa pretensión a los que se dicen poseedores exclusivos de la verdad
absoluta. No somos los sectarios empíricos que pretenden llevar en el bolsillo la receta
infalible, el específico inerrable para curar todos los males. Somos modestos y
prudentes como la ciencia. Sabemos que no hay dogmas en política; sólo hay verdades
experimentales que acostumbramos decorar con el nombre de principios, porque
creemos que nunca han engañado y nunca engañarán a quienes los aplican con tino y
buena te. Confesamos que buscamos la verdad, que procuramos deletrearla
trabajosamente en los catecismos de la historia y de la experiencia y que esperamos
leerla de corrido algún día. Adoptamos en política el método experimental y evolutivo.
Nos creemos en permanente devenir.
No es posible, se repite, resolver de antemano, con una fórmula general, todas las
dificultades de especie, de tiempo, de lugar, de personas y de circunstancias. Ni los
programas pueden ser inmutables, porque es necesario responder a los incidentes
cotidianos de la política corriente: deben tener aristas vivas, con la unidad de un
principio central: un ideal como un faro guiador al través de los tiempos, y una porción
concreta para realizarla en determinado período.
Principios generales
Una vez en el gobierno, y aun antes, nos dedicaremos a despertar el sentido social
atrofiado y nos esforzaremos por desarrollar el sentimiento de la solidaridad humana y
la religión de la justicia, en estas sociedades que, bajo un barniz de cristianismo,
conservan un fondo de barbarie primitiva, exacerbado en el último cuarto de siglo,
durante el cual no han prevalecido otras reglas que las del estado de guerra, otro derecho
que el del más fuerte, ni otras máximas que la del vae victis y la del homo homini lupus.
Un partido verdaderamente liberal tiene que ser un partido idealista; debe tener como
función propia simbolizar el alma misma de la nación y debe aspirar a que su interés
particular se identifique fácilmente con el interés general. Ahora bien: el patrimonio
liberal hace parte integrante del patrimonio nacional; todo lo que sea nacional es liberal;
somos un partido que aspira a confundirse con la nación. Lo que nos une es la firme
voluntad de realizar la mayor suma posible de justicia social.
No merecen el nombre de estadistas los que plantean los problemas sino los que
resuelven aquellos que ya se encuentran planteados por la naturaleza de las cosas, por el
curso de los acontecimientos y por las necesidades sociales. Obrar de otra manera es
acometer la faena estéril de acumular dificultades sobre dificultades, y es aumentar en
vez de aligerar la carga, en un país anarquizado y desmoralizado como el nuestro.
Venimos con la antigua fuerza de propulsión, pero sin el fogoso aturdimiento que nos
caracterizaba. Nuestra actitud es conciliadora. Desterramos toda idea de ceder a un
espíritu de exclusivismo. Partido igualmente celoso del progreso y del respeto por sus
tradiciones, no entiende jamás conservar sin renovar, ni innovar sin conservar, ni
transigir con el mal sólo porque sea antiguo. Ni reacción ni revolución, es su divisa; esto
es, no se pondrá a remolque de los reaccionarios, sean de la clase que fueren, ni de los
revolucionarios, tomando esa palabra en el sentido corriente, En otros términos: se
mantendrá, sin reservas, igualmente lejos de dos políticas que condena por igual: la de
los enemigos del progreso y la de los amigos de los medios violentos.
La nueva era que pretendemos abrir se nos aparece con el advenimiento de los ideales
del derecho, de la justicia, de la libertad, del honor, del desinterés y de la belleza moral
en el gobierno de Colombia. Los liberales haremos cuanto nos sea posible para que ella
recupere el puesto de vanguardia que un día llevó en la marcha de las naciones
hispanoamericanas. El liberalismo se ofrece, sobre todo, a levantar la hoy abatida
bandera de la patria. El liberalismo se compromete a cambiar esta triste defensiva
internacional, a que hace tiempo estamos reducidos, por la ofensiva de la integridad y
del derecho, contra quien quiera vulnerarlos, dentro de la paz si es posible, pero en todo
caso sobre la norma de la firmeza y del orgullo.
Una cuádruple acción se impone a la actividad de los liberales: una acción política, una
acción legislativa, una acción económica y una acción disciplinaria.
Acción política. Entre los individuos y la nación se necesitan intermediarios, y esos son
los partidos, desde el punto de vista político.
Pero hace algún tiempo que la responsabilidad política es ficticia y verbal en Colombia;
a cada momento se escucha a los hombres públicos "salvar su responsabilidad"; se
controvierte si la general de la administración y la particular de ciertos actos censurables
incumbe a los liberales o a los conservadores, y como de una y otra parte se alegan
buenas razones, el punto queda indeciso. Cuando se sabe que las consecuencias de los
hechos políticos estallan muchas veces diez o veinte años después de ejecutados, si la
responsabilidad se hace personal, esto es, de tal o cual ministro o funcionario, ya puede
haber muerto cuando se le vaya a exigir; fuera de que no hay paridad entre el mal
causado al país y un castigo individual que casi nunca se impone. Supóngase un
desastre nacional dentro de cinco años o antes, como muchos lo prevén: ¿a la cuenta de
qué partido lo cargaría la historia?
Es menester, por tanto, procurar que los partidos se organicen fuertemente, por grandes
masas homogéneas, sin perjuicio de las transacciones decorosas, pero proscribiendo las
hibridaciones, que desmoralizan las colectividades y les hacen perder el concepto exacto
de sus derechos y de sus deberes. Hay que reconocer existencia legal a los partidos y
proveer a su funcionamiento normal, como órgano de propulsión. Cada uno de ellos
debe estar en su puesto y constituirse de modo de economizar conflictos inútiles con los
demás, porque el gobierno debe ser una adición, no una sustracción de fuerzas políticas.
Hasta ahora, las unas han ido al ataque de las otras o se han puesto a la defensiva, con
una violencia que nada ha limitado; el poder ha estado integro de parte de unos y en
contra de otros, y así la acción se ha expresado por una diferencia, como de
antagonismo, en vez de ser un total por suma. Al emplearse el grupo vencedor
únicamente en oprimir al vencido, se ha anulado a sí mismo, porque la acción se ha
equilibrado con la reacción.
Si cada partido obrara en el poder de modo que al ser reemplazado por el otro no tuviera
que deshacer lo hecho, éste no le minaría la base, porque calcularía que, pasado un
período, le tocaría ejercer a su turno el gobierno y le seria útil hallar en pie lo
adelantado por el otro. Sólo de la continuidad de esta obra sucesiva puede esperarse el
progreso del país; pero si el partido que llega se entretiene invariablemente en destruir
lo que el otro obró, la nación, lejos de avanzar, retrogradará constantemente. En
Inglaterra el whig jamás anula en el gobierno lo que hizo el tory que le precedió, y
viceversa; son reformas definitivas, porque propiamente no son los partidos quienes las
han hecho, sino la nación misma, por medio de sus mayorías parlamentarias.
— ¿El examen de Colombia da hoy la misma impresión? La mayoría del país contesta
negativamente. Ahora bien: todo el mundo conviene en la importancia de los órganos
nacionales. No hay cuestión política más considerable. Este problema del valor de los
órganos constitucionales, de la calidad intrínseca de cada uno y de sus relaciones
recíprocas, es asunto de vida o muerte para un país, y no para lo futuro sino para lo
presente, pues aunque las naciones tengan existencia más larga que los hombres, de lo
que se trata es de vivir vida sana, y así como para el individuo no es indiferente tener
huesos sólidos o cariados y corazón o pulmones averiados o normales, Colombia será o
no capaz de seguir existiendo y progresando, según que tenga o no órganos bien
constituidos y bien avenidos entre sí.
El punto se resuelve por esta interrogación: ¿están bien hechas las dos operaciones
esenciales para constituir un buen gobierno, su división y su distribución?
Cuanto a lo segundo; ¿han sido trazadas con pulso firme y líneas nítidas las órbitas de lo
nacional, de lo departamental, de lo municipal y de lo individual? Porque si, como
sucede, la demarcación es vaga y confusa, de manera que permita invasiones mutuas,
estaremos más vecinos del caos que de la creación.
Esa concentración de todos los poderes en una sola mano pudo, en rigor, explicarse
hace veinticinco años como una reacción contra el federalismo excesivo; pero, pronto se
vio, como un experimento concluyente, que era un contrasentido y un peligro, y sin
embargo, nada se hizo por corregir el extravió, probablemente porque sólo iba contra
los liberales. Todavía ahora se vio a la última asamblea nacional rechazar la reforma
que hacía intervenir a las asambleas departamentales en el nombramiento de
gobernadores y negar la elección de los alcaldes por las municipalidades. Sin duda
temieron que si se abandonaba una parte del poder discrecional, se debilitaba al Estado,
cuando precisamente es lo contrario; ese poder discrecional, en vez de guardar a los
gobiernos, los expone, y este peligro es mayor en las repúblicas, cuando se trata de
fortificar el régimen por medios discrepantes de su espíritu.
Pero entonces, ¿qué tenía de particular ni de sorprendente que el pueblo colombiano,
sumiso y habituado en el distrito al poder personal y arbitrario del alcalde, en la
provincia al del prefecto y en el departamento al del gobernador, volviera, sin cesar,
instintivamente los ojos hacia el poder personal y arbitrario en el Estado? Todas las
instituciones estaban listas para el déspota desconocido; todas las cosas estaban en su
lugar para recibirle; se educó cuidadosamente al país para eso, y cuando el resultado
llegó, ¡hubo quienes se admiraran! "Se habla de responsabilidad —exclamaba con
amargura, refiriéndose al presidente Reyes, un diputado conservador de los confinados
— se habla de responsabilidad, cuando nosotros lo habíamos hecho constitucionalmente
irresponsable".
Deberíamos, por tanto, tender a clasificar cada día más, así en las atribuciones como en
los presupuestos, los intereses generales y los intereses locales. En suma, la alternativa
que se nos presenta es entre el sistema de gobierno que consiste en mantener pendiente
a todo el país de las puntas del alambre telegráfico cuyos manipuladores están en el
Palacio de la Carrera y en los Ministerios, o un sistema de gobierno propio que sea
capaz de formar hombres y ciudadanos.
Todos los pueblos del mundo han pasado por fases semejantes a las que nos afligen, y
cuando se han querido librar de ellas han trabajado por restaurar y fortalecer sus
libertades locales. En otros países, aun de los hispanoamericanos que están al mismo
nivel de civilización que el nuestro, numerosos ciudadanos se ocupan en la
administración de la comuna, hacen allí su educación cívica y política, y aprendiendo a
gobernar a sus convecinos, aprenden a gobernarse a sí mismos y se preparan para
gobernar en más vastas esferas. Entre nosotros, esa escuela de aprendizaje falta por
completo; en el municipio no hay espacio sino para la influencia del funcionarismo;
carecemos de las costumbres de la libertad y de los instrumentos propios para
hacérnoslas adquirir; estamos nivelados y modelados para la dominación de un hombre
o de una oligarquía.
En estos propósitos no estamos solos; no somos los únicos que abrigamos estas
aspiraciones; son muchos los conservadores que piensan en la necesidad de reformas
radicales; la prueba es que el Congreso pasado y la Asamblea última se ocuparon en
ellas, con lo que admitieron que la Carta íntegra del 86 no es un corán intocable. Se
explica que el liberalismo quiera que se modifique, porque eso podría atribuirse al deseo
de conquistar el poder; pero que quienes están en él señalen los vicios fundamentales
del sistema y se den cuenta de que funciona mal, es sumamente significativo. Contra lo
que era de esperarse, los conservadores ya no juran por el Código intacto del 86, como
poseedor de todas las condiciones, de todas las virtudes y de todos los elementos
necesarios de dicha y de salud para la patria. Cierto que hay unos pocos que proponen
conservarlo como está y que pretenden que todo va bien y aun inmejorablemente en
Colombia; pero nadie los escucha, ni ellos mismos tienen aire de estar convencidos de
lo que dicen.
La actuación liberal, así dentro como fuera del gobierno, se ejercitará, en consecuencia,
a la vez en los círculos concéntricos de la nación, de los departamentos y de los
municipios.
1° Elección directa de los senadores por las Asambleas, a razón de tres por cada
departamento. Renovación del Senado y de la Cámara, por mitad cada dos años;
7" Supresión de los Ministerios de Obras Publicas y del Tesoro, erección del de
Agricultura, y reemplazo de la actual desesperante atonía ministerial por la actividad en
el despacho, con el señalamiento de términos cortos para los asuntos pendientes;
11" Fomento del crédito hipotecario y agrícola, de las cooperativas y de las cajas de
ahorro, y ampliación de los servicios del cheque;
16" Ley general de caminos, para determinar bien los nacionales, los departamentales y
los municipales y aplicar a cada clase rentas fijas y suficientes; construcción inmediata,
por cuenta del tesoro nacional, de las vías al Chocó y al Caquetá y las de Tamalameque
y Sarare;
17" Reforma judicial para hacer la administración de justicia más rápida y barata, así en
lo civil como en lo criminal; en particular, facilitar las sucesiones de los pobres,
cambios en la división judicial;
24" Adopción de medidas especiales y enérgicas para hacer efectivo el amparo de las
garantías individuales por parte de la autoridad.
Con este programa, el liberalismo no se propone luchar con sus adversarios hasta
aplastarlos y repartirse sus despojos, sino esforzarse por conquistarlos para sus ideas y
propósitos, o por lo menos hacerlos beneficiar un día de su propia victoria. Iremos al
combate como partido de oposición constitucional, que aspira a convertirse en gobierno
por los caminos de la ley, más bien que por los del azar.
El partido procurará ante todo bastarse a sí mismo, pues se siente harto fuerte para no
tener necesidad de la ayuda ajena, pero sabrá, llegado el caso, con quién ha de aliarse.
El papel que desempeñará será el de un combatiente que no excusa la fatiga para lograr
el triunfo, pero que estará listo a tender a derecha o a izquierda su mano de compañero
leal, a quien la solicite.
Acción económica
Se dijo atrás que "mejorar la suerte de los trabajadores" hacía parte del programa liberal,
y esa no es una fórmula de parada, simple exhibición de una simpatía platónica.
Ya que los otros partidos nada han hecho en definitiva por el pueblo, salvo
empobrecerlo, fanatizarlo y envolverlo en sombras de ignorancia cada vez más espesas,
es necesario que el liberalismo esté con el pueblo, no con meras reformas políticas sino
económicas, si es que se quiere poner realidad, la mayor realidad posible, en las sonoras
pero hasta hoy huecas palabras de Libertad, Igualdad y Fraternidad con que hace más de
un siglo viene halagándosele; hay que buscar en las capas sociales a todos los que de
veras no sean libres ni iguales, a todos los que vivan en un estado de inferioridad, por
culpa de la defectuosa organización social.
La reforma política es muy importante, pero no la que más interesa al país; es buena
como medio, pero no como fin; la reforma económica es la que el liberalismo considera
primordial.
Partimos del principio de que todas las sociedades actuales están padeciendo una
evolución que en vano se querría detener y que el empuje de las aspiraciones sociales
crece en el mundo y plantea graves problemas que sería locura querer resolver a golpes
de negaciones autoritarias y rotundas. Por eso creemos que hoy el primer deber de los
gobiernos es inspirar sus leyes y sus actos en el sentimiento cristiano de la fraternidad y,
en consecuencia, ejercer el poder no en provecho de una élite o flor social, sino en el de
la inmensa multitud de los que se ganan penosamente el pan con el sudor de sus frentes.
La utilidad general sigue siendo, en este aspecto, el mejor principio de legislación
pública.
Suficientes son las causas naturales que tienden a establecer la desigualdad de los
caudales, tan contraría a la democracia verdadera, para que se aumente su número o su
intensidad con medidas legales. Se pide que el Estado intervenga para disminuir
sistemáticamente el imperio de esas causas; en segundo término, se le exige que no las
favorezca, que no las estimule, que no cree otras nuevas. O en orden inverso: que se
ponga de parte de los débiles contra los fuertes, o que permanezca neutral, pero que en
ningún caso se ponga de parte de los fuertes contra los débiles.
Si queremos que la república sea otra cosa que un engaño, hay que esforzarnos por
asegurar a cada colombiano condiciones de vida material que garanticen su libertad y su
independencia, y le suministren el tiempo y la seguridad indispensables para el ejercicio
de las funciones cívicas. Y si no ¿para qué en la Constitución y en las Leyes lo
llamamos ciudadano? Suena como una paradoja la frase proudhoniana "nadie tiene
derecho a lo superfino cuando otros carecen de lo necesario", pero nadie podrá vedar a
los espíritus cultos la facultad de meditar en un posible justo medio en que se equiparan
las condiciones de los que están en lo alto de la escala económica, si descienden un
tanto, con la de los que están en lo bajo, si ascienden otro tanto.
"Siempre tendréis pobres con vosotros", dice el Evangelio, y es una gran verdad. Por
eso, nadie se promete el milagro de que todos lleguen a ser ricos; no se trata de crear
aquí abajo el paraíso; ya se sabe que el hombre perdió sus llaves para nunca jamás; pero
siquiera que no sea el infierno anticipado. Es lícito pensar, con el buen Rey Enrique IV
de Francia, en un Estado social próspero, en que cada familia colombiana tenga los
domingos gallina en el puchero; es agradable imaginar, con Napoleón, cuando leía los
artículos del Código Civil, un campesino acomodado.
Ahora bien; está fuera de toda duda que hoy son raros en Colombia los presupuestos de
familia equilibrados; los más se saldan con déficit, aun de los que parecen holgados.
¡Cómo serán los de los obreros! ¿Nos resignaremos a que esto sea eternamente así?
¿Será una exigencia inmoderada la de pedir que no se esculque más los bolsillos de los
pobres? Porque es una cosa singular que no hay Pactolo más inagotable que esos
bolsillos, dice M. Sembat; allí es donde cada cual va en busca de fortuna; no hay mina
de oro igual. Mete el pobre la mano en su faltriquera y la saca limpia, porque en
realidad no tiene un ochavo; pero llega el financista, mete la mano en todos esos
bolsillos vacíos y saca lingotes, saca millones a centenas.
De suerte que si es una gran cosa proponer que no despoje más a la colectividad, o sea
al conjunto de los ciudadanos, en provecho de unos pocos. Es una aspiración humilde
pero efectiva la de que no se saque de los bolsillos del pueblo sino lo que siempre se ha
sacado, lo que es costumbre sacar, y que se deje allí todo lo demás, que a la larga y en
total resulta ser bastante.
Los ríos, las florestas, las tierras, las minas, el mar, son del pueblo colombiano;
consérveselos, no se los dilapide. Sobre el suelo y bajo el suelo hay riquezas que
duermen, que son de todos nosotros. Busquémoslas y explotémoslas, en nombre y
provecho de todos, hasta donde sea posible. No habrá para enriquecernos todos, pero tal
vez alcance para crear retiros de ancianos, para asegurarle un lecho y una taza de caldo
al obrero o al peón agricultor enfermos, baldados por el trabajo o víctimas de sus
accidentes, y para arrancar a la familia obrera del tugurio donde se amontona en la
estrechez y la mugre obligatorias, y darle habitación barata, limpia, aireada, alegre, con
un rincón de jardín donde los niños jueguen y aprendan a conocer ese primor de la
naturaleza que se llaman las flores, y que muchos tienen la ignorada pero no por eso
menos enorme y lastimosa desgracia ¡de vivir y morir sin haberlas visto!
La riqueza del país tiene que ir en aumento. En 1910 ha sido veinte o treinta veces
mayor que en 1810; ninguna razón valedera hay para que no se suceda otro tanto en este
segundo siglo; en 2010 se habrá, por lo menos, decuplicado; esto es, la riqueza actual
constituye la décima parte de la que tendremos dentro de cien años.
Siendo ello así, nadie podrá negar lo muy interesante que parece para la nación, para
este ser colectivo de vida tan larga, que se preocupe de que ese desarrollo progresivo de
la riqueza no caiga Íntegro en poder de unos pocos, sino en las manos del pueblo, para
que sea equitativamente distribuido en toda la comunidad.
En ese sentido dirigirá siempre su esfuerzo el partido liberal. En una afirmación resuelta
de este aspecto de nuestra doctrina es donde queremos buscar una fuerza nueva y una
compatibilidad más amplia con todos los que quieran sinceramente las reformas y el
progreso, guardándose muy bien de confundirlos con el desorden, la anarquía y la
destrucción, pues entre nosotros no hay ninguno que desconozca la necesidad del
gobierno, de la ley y de la propiedad.
Es que las reformas económicas nada tienen de misterioso ni de difícil; sólo sí que son
prosaicas, materiales, positivas y hasta vulgares. La cuestión económica se reduce, en
definitiva, a saber cómo se viste el pueblo, cómo se alimenta, cómo se aloja y cómo se
mueve; si lleva bultos a la espalda, cual bestia de carga, o si tiene acémilas, carros y
trenes; cómo se calza o si va descalzo, cómo se cura las enfermedades, si se las cura,
qué lee, si lee, cómo se divierte, si se divierte y, en suma, cuánto es su salario y si le
alcanza para satisfacer sus principales necesidades.
Todo eso es poco poético, especialmente para aquellos a quienes la vida sonríe como un
sonrosado cuento de hadas, que parece velaran por sus deseos, y suministraran a punto
los platos regalados, las ropas suaves y finas, la rica habitación, los objetos de arte, los
carruajes y las fiestas; por lo cual no quieren saber que debajo de ellos hay multitudes
que trabajan de sol a sol, que comen y duermen mal, que van semidesnudas, que
adolecen y mueren como perros, y que se quejan, o que si no lo hacen no es porque les
falte motivo, sino porque no han aprendido a protestar o porque ignoran que tienen
derecho a ello. Ya comienzan a saberlo o sospecharlo, y los felices que hoy bostezan
cuando se les habla de estas cosas, o que toleran cuando más que les sean recordadas en
términos vagos, generales y nobles, deben interesarse en la cuestión económica aunque
les disguste; pues como a los que comen, visten y duermen mal hay que dejarles
siquiera la libertad de pensar o, por lo menos, de soñar en algo mejor, resulta necesario
que también todo el mundo se preocupe de ello, porque sin esto se corre el riesgo de que
el dulce sueño social en que se arrullan, se interrumpa bruscamente por algún sobresalto
desagradable, si no por una sacudida trágica. Pero que se preocupen no como asunto de
piedad cristiana solamente, que lo mismo puede ejercitarse que omitirse, sino como un
derecho de los de abajo y como un deber de los de arriba.
Los liberales creemos que la previsión social, la solidaridad, el mutualismo y las leyes
de protección del trabajo deben intervenir para templar el rigor del destino individual;
creemos que hay males y abusos que es necesario remediar y reprimir, y que eso no
puede hacerse sino por una intervención de la ley; creemos que la benevolencia de los
poderes públicos debe mostrarse para con los débiles; creemos en el estado bienhechor,
que haga la policía de la miseria como la de las calles, no en el estado industrial
concurrente de las iniciativas privadas salvo determinados servicios que sí pueden
confiársele ventajosamente; creemos que la intangibilidad de la propiedad es uno de los
principios tutelares de la civilización, porque constituye el amparo de la vida de familia
y como la coraza de la libertad personal, garantía de independencia, y fuente de energía
y de dignidad moral; pero creemos también que si el salariado moderno señala un
progreso evidente sobre la esclavitud antigua, quizá no es el último peldaño de la
evolución, porque en lugar de la producción de tipo monárquico y patronal, vendrá un
día la del tipo cooperativo, más eficaz y justo, por cuanto entrega a los obreros mismos,
esto es, a los que ejecutan el trabajo y crean el producto, la parte proporcional que les
corresponde; mas creemos que para alcanzar ese término de la evolución se necesita que
el proletariado se esfuerce por adquirir suficiente valor profesional o técnico y
cualidades intelectuales y morales para poder elevarse a la dignidad del patronato
colectivo; creemos en las virtudes del corporativismo, de las cooperativas, de los
sindicatos y de todas las formas nuevas de agremiación, nacidas del contacto
permanente de los trabajadores; creemos en la obligación social de dar asistencia a los
ancianos caídos en la miseria y que ya no tienen fuerzas para trabajar; creemos que es
necesario dictar leyes sobre los accidentes del trabajo y protectoras del niño, de la joven
y de la mujer, en los talleres y en el trabajo de los campos; creemos que se debe obligar
a los patronos a preocuparse de la higiene, del bienestar y de la instrucción personal;
creemos que en los distritos debe fundarse la asistencia medica gratuita para los
desamparados, y que el personero municipal o un abogado de pobres debe ayudarles a
defender sus derechos; creemos en la conveniencia de plantear el reposo hebdomadario;
creemos en las ventajas de una ley agraria, en favor de los arrendatarios, y creemos, en
fin, que a los códigos existentes hay que agregar uno que todavía no se ha escrito, y es
el Código del Trabajo, de la previsión y de la ayuda social mutua.
En suma, juzgamos que hay que procurar sustituir paulatinamente el actual sistema de
relaciones económicas por otro distinto, o por lo menos introducirle modificaciones
sustanciales, particularmente en la manera de organizar el trabajo y la producción.
Este es sólo un esbozo fugitivo de las reformas económicas que ayudarán a marchar
hacia el fin, pero que tampoco constituyen el fin mismo. Ni son para plantearlas sobre la
marcha; tomemos, sí se quiere, todo este segundo siglo de vida nacional para llevarlas a
cabo; la labor es lenta y difícil porque todo está por hacer, sobre un plan nuevo; pero a
lo menos, adoptemos la resolución de comenzar a preocupamos de la materia
seriamente; estemos atentos a lo que, en el dominio de estas aspiraciones, van
realizando otros países, para tratar de poner en práctica lo que esté a nuestro alcance.
Los pormenores podrán variar; los textos de las medidas legales y su aplicación podrán
mejorar, pero la justicia de su principio es indiscutible, y el progreso cristiano las
reclama. Son innovaciones que pueden acarrear dificultades, pero mayores son los
peligros que se derivan de atravesarse como un obstáculo en la senda del mejoramiento
social.
Acción disciplinaria
La organización liberal no es platónica o al vacío, por el solo gusto de decir que estamos
organizados: es para la acción cívica. Los más refractarios a ella han comprendido la
necesidad de la lucha y de una organización para sostenerla. De todas las regiones del
país se ofrecen buenas voluntades y se ponen a la obra con un empeño y desinterés
admirables. Sin duda, muchos concursos que había derecho a esperar, hurtan el cuerpo y
se muestran indiferentes. Veces habrá en que sea necesario levantar la bandera que
algunos dejen caer; pero atrás vendrá quien lo haga. Veces habrá en que se nos venga
abajo lienzos enteros de la fábrica levantada con tan largos y penosos esfuerzos; mas no
faltarán arquitectos que tornen a construirlos con los mismos materiales, pero con mejor
argamasa y más cierta plomada. El liberalismo no está destinado a morir: es eterno;
siempre habrá que contar con él. Como no obra por ilusiones, jamás cede al desaliento.
Su lema es perseverare divinum.
El apoyo vendrá de todas las clases sociales, más de las humildes que de las elevadas.
En la gran familia liberal no se conoce otra distinción que la de la actividad; el más
diligente y el más generoso será siempre el primero, venga a pie o a caballo, calzado o
descalzo, de frac o de ruana. Como Alejandro legó su imperio "al más digno", el más
digno, esto es, el más abnegado y laborioso, será el llamado dentro del liberalismo a
prevalecer sobre las voluntades de sus compañeros.
Es cosa probada en todo el mundo que no hay asociación sin cotización. Los partidos
políticos son meras ficciones de derecho público si no se apoyan en pequeños pero
regulares sacrificios pecuniarios: es una mentida o inútil adhesión la de quien no lo
abona con su dinero. La abnegación y el sacrificio son los grandes sembradores de
ideas; con egoísmo y con pereza no se funda nada. Liberal y tacaño no pueden ir juntos.
Miembros ad honorem, que no se creen obligados a nada, son provisionales; el día
menos pensado se pasan al enemigo. El amor por su causa se demuestra prácticamente.
El partido liberal llegará a tener una fuerza incontrastable cuando sólo acepte miembros
cotizantes. No nos conviene compañeros gratis; los cedemos al conservatismo como
peso muerto. Es indispensable persuadirse de que ser liberal es un honor que cuesta.
La necesidad que se impone es, pues, la del pago de una cuota periódica, por pequeña
que sea. Unos pocos pesos dados cada semana o cada mes, para una obra cuyos
resultados prácticos no se esperan de pronto, parecen una prodigalidad enojosa, y los
que gastan cinco, diez o cincuenta veces más en unos cuantos minutos, en licores, en
mujeres, en juego, en tabaco o en artículos de lujo, no son luego capaces de erogar una
pequeña suma para la defensa y triunfo de sus ideas, sin embargo de que es colocar esa
cuota a interés compuesto, el ayudar a establecer un régimen que disminuya las
contribuciones o que las emplee de un modo reproductivo.
Son también muy numerosos los copartidarios que le niegan a su causa el concurso de
sus votos o que creen ejecutar un gran acto de civismo y dejar cumplida la totalidad de
sus deberes, tomándose el trabajo de poner su papeleta en la urna, una vez cada dos o
cuatro años; y si el triunfo electoral no corresponde a esa acción distinguida de valor, se
creen héroes traicionados por el destino, y motejan con amargura a los jefes que los
hicieron incomodarse sin garantizarles la victoria; es un concierto de quejas el que
entonces se escucha, y la derrota produce el escepticismo y la dispersión.
Sin embargo, hasta ahora no se ha descubierto otro modo de que un partido en la
oposición gane el poder, fuera de estos dos: o por la fuerza, o por el sufragio repetido.
Habiendo renunciado a emplear la primera, no nos queda otro recurso que apelar al
segundo.
Porque la lucha ha sido larga y dura; ¿renunciaremos a ella, faltos de paciencia? Más
cómodo seria, sin duda, cruzarnos de brazos y esperar lo imprevisto. Pero ¿cómo
hacerlo cuando el país va para abajo a toda prisa, cuando la miseria avanza, cuando las
cuestiones externas nos abruman, cuando los sentimientos separatistas crecen, y cuando
la autoridad pública se muestra cada vez más incapaz de afrontar tantos problemas y
detener la obra de licuefacción política y social que amenaza la existencia misma de la
nacionalidad?
El liberalismo podría aguardar porque sus hombres estamos acostumbrados a vivir del
trabajo y no necesitamos del poder para medrar; pero la suerte de Colombia no da
espera. La inoculación del virus disolvente es demasiado profunda, y si no se acude
pronto, el envenenamiento no tendrá remedio. El progreso del mal es rápido, y el
peligro harto visible para que tengamos el derecho de subordinar nuestra acción a azares
que pueden tardar. Va el país hacia el abismo, como leño muerto al amor de la corriente,
y nuestro papel estaría reducido a dejar hacer, a esperar que un golpe teatral cambiara la
faz de los sucesos, o a que un lento apostolado ¡transformarse el alma popular!
Hasta ahora muchos de los más violentos enemigos del régimen entre los nuestros, sólo
han puesto su esperanza en alguna de esas crisis que periódicamente estallan en nuestro
país. Pero así como Cavour decía, lleno de confianza, l´Italia fara da sé, es necesario
que el liberalismo haga por su cuenta; es imposible que deposite la suerte de su causa en
manos del adversario, que bien se cuidará de no servirla, pues su interés es todo lo
inverso. La quietud y el silencio por parte de los liberales, son omisiones, simples
hechos negativos que mal pueden engendrar hechos positivos. Sólo la acción y la
palabra son fecundos. Si nos ponemos a aguardar a que el régimen conservador se caiga
por sí solo, seguro es que perdurará; hay que empujarlo, empujarlo con las corrientes de
la opinión pública organizada y activa.
Hay quienes creen que no son tanto los partidos los que edifican y las oposiciones las
que derrumban, sino que son los gobiernos los que se vuelcan a sí mismos con sus
errores; por lo cual, en Colombia todo se reduce a saber cuándo el régimen conservador
acabará por suicidarse; como si la experiencia de veinticinco años, en que muchos se
han estado mano sobre mano, esperando en la virtualidad desgastadora del tiempo, no
nos tuviera enseñado que hay una fuerza de inercia que basta por sí sola para prolongar
la duración de los gobiernos, por malos que sean.
Sabemos que no todo el mundo nos sigue hoy; sabemos que en el fondo de los campos,
en las masas profundas de la población hay todavía muchas preocupaciones que disipar
y muchas resistencias que vencer en cuanto a nuestros propósitos más bien que en
cuanto a nuestras ideas; sabemos que hay muchas buenas gentes predispuestas contra
nosotros, porque no nos conocen o porque se les ha enseñado a miramos mal; pero
acabaremos por persuadirlas de que no entrañamos ningún peligro para nada que sea
legítimo o que merezca vivir, y en poco tiempo el liberalismo acabará por conquistar el
país entero.
Algo le falta también al liberalismo para acabar su propia educación, para formarse una
conciencia de su identidad, para adquirir plena confianza en su propia fuerza, para
levantarse a la altura de la misión que le corresponde y para recuperar la hegemonía que
perdió el día en que dudó de si mismo y de sus principios.
Queda dicho que la sola salida a la actual difícil situación nacional es constituir un
partido de gobierno, que sin violencia dispute a los conservadores el poder, resuelto a
ejercerlo sin represalias, y que ese partido es el liberal.
Aquellos de los conservadores que sean verdaderos patriotas, son quienes menos deben
asustarse por el inevitable cambio que sobrevendrá; porque mediante la labor liberal, la
república, dotada de dos partidos sin los cuales no hay gobierno representativo
verdadero ni régimen libre, saldrá del bache en que se halla atascada, para convertir en
gobierno nacional el de secta que hasta ahora hemos tenido.
"Estimo seguro el triunfo del liberalismo, que está bien organizado y es numeroso,
escribe el General Marceliano Vélez. Yo no creo que esto sea un mal; soy partidario
decidido del sufragio puro, el cual debe respetarse religiosamente. Si la mayoría del país
quiere cambiar de gobierno, en buena hora; una minoría, por más respetable que sea, no
debe de ninguna manera oponerse al cambio. Conseguido esto, la causa de la paz está
asegurada en Colombia. Al conservatismo lo depurarían algunos años de prescindencia
en la dirección de la cosa pública, que no es patrimonio exclusivo de ningún partido
político.
"Repito que a mí no me asusta el triunfo del partido liberal; hasta creo que muchas de
las reformas que introdujera serían en extremo convenientes. Este extraordinario
centralismo está acabando con la nación. Hace falta autonomía para las secciones y para
los municipios".
El liberalismo no viene como un vengador por la violencia sino como mi convictor por
la razón. Colectivamente no ejercitará venganzas, ni como gobierno permitirá que las
ejerciten los particulares. El partido entiende no tener cuentas pendientes que cobrar.
Con nuestro triunfo no habrá vencidos, puesto que todo el mundo ganará con seguirnos
por la senda de la libertad y de la justicia. El liberalismo es una esperanza, no un temor.
Los devotos de la fuerza sonreirán y nos tendrán lástima ante la enunciación de estas
ideas; pero nosotros creemos que la esperanza es un deber, antes que una virtud; e
ignoramos cómo valdría la pena de vivir la vida si no fuera consagrándola íntegra a una
tarea que la ocupe plenamente y aun la desborde. Suceda lo que quiera, jamás
deploraremos un esfuerzo que lleva dentro de sí mismo su propia recompensa, por la
satisfacción de realizarlo. Esa es ya una victoria que nada podrá arrebatarnos y que tiene
su precio en este tiempo de egoísmo y de cobardía civil.
¿Que no hemos obtenido buen éxito hasta ahora? Los impacientes que formulan ese
cargo quizá sean los que, por su falta de concurso, han contribuido a detener nuestra
marcha; pero habremos de contestarles que si no hemos ganado todo el terreno que
deseábamos, en cambio los más rudos ataques no nos han hecho retroceder una pulgada,
y podemos hoy comprobar la verdad de aquella gran palabra de un célebre general: Un
ejército no conoce su verdadero valor sino cuando ha experimentado reveses. Nuestras
luchas, nuestras mismas derrotas nos han hecho dar cuenta de nuestra fuerza, distinguir
más claramente nuestro camino y precisar nuestros fines y nuestros medios. Hoy,
pasada una batalla electoral y en vísperas de otra, nos encontramos en línea, con tropas
aguerridas y una bandera sin mancha.
¡Vamos adelante!
Así las cosas, en marzo de este año se crea la Unión Republicana, partido de
conciliación entre liberales y conservadores, dispuestos a enfrentar la dictadura y ganar
las elecciones. Posteriormente Reyes renuncia, y el 30 de julio la Unión gana las
elecciones. En noviembre del año siguiente, la Asamblea Nacional elige como
presidente a Carlos E. Restrepo, quien había sido el principal propulsor del
republicanismo, e inmediatamente asume el poder. Entre los adictos a este movimiento,
se contarían José Vicente Concha, Miguel Abadía Méndez y Benjamín Herrera. El
gobierno republicano daría vida luego, legalmente, al partido liberal, que comienza a
actuar con mayores garantías. Luego de cumplir el objetivo propuesto, la Unión
Republicana comenzó a declinar, y para 1920 ya no responde a la situación política que
vive el país.
El 20 de junio de 1920, Eduardo Santos, Luis E. Nieto Caballero y Luis Cano, dirigen
una carta a Carlos E. Restrepo, fundador y jefe del partido republicano, para manifestar
sus inquietudes políticas. Ante la crisis que afronta el movimiento, los corresponsales
proponen revitalizarlo orgánica y programaticamente, para llevarlo a ser de nuevo la
primera fuerza política del país. Sugieren la fusión con el liberalismo para alcanzar tal
fin. Su orientación será hacer del republicanismo una fuerza intermedia, entre el
conservatismo derechista y el socialismo izquierdista y anarquizante.
Hemos sido escritores republicanos desde hace muchos años y casi se confunde el
periodo de nuestra actividad con el de la existencia del partido. Por ello, si no por otro
género de razones, nos creemos con derecho a opinar en esta delicada materia, y
condensamos nuestras opiniones y sentimientos en la forma siguiente:
En primer lugar, parécenos que la posición del partido republicano no puede hoy ser la
misma que fue nace ocho años, cuando entre los dos grandes partidos debía ser un
campo intermedio, de moderación y de paz, "un algodón entre dos vidrios", que
impidiera el choque estridente. Esa misión necesaria y oportuna se cumplió ya, y
creemos que en el día las circunstancias la harían anacrónica. Muerto el General Uribe,
dispersas las fuerzas que acaudillaba, anarquizado y debilitado el liberalismo en grado
máximo, reducidas las fuerzas progresistas a un indeciso anhelo y a una incoherente
acción, enfrente al conservatismo, cuyas discordias intestinas y perpetuas luchas no le
impiden presentarse unido y compacto cada vez que se trata de asegurar la permanencia
de su hegemonía, todo demuestra que la situación hoy en Colombia es de intensa y
amarga crisis para los elementos liberales, entre los cuales se cuentan los que componen
el partido republicano.
Absolutamente nada hemos podido hacer los republicanos por mermar las fuerzas de
que dispone el partido conservador; a él han vuelto no pocos de quienes nos
acompañaron en horas difíciles, como el doctor Marcelino Uribe Arango, y ahora el
doctor Carreño se aleja de nosotros a un retiro no hostil para sus copartidarios de hace
diez años. Cierto es y profundamente honroso y grato para el partido, que la mayoría de
los conservadores que de 1911 para acá figuran en el republicanismo se mantiene fiel a
él, pero es el hecho que en los últimos siete años el partido conservador ha acentuado su
personalidad, sus éxitos y su hegemonía, en tanto que el vidrio opuesto se ha
despedazado, quedando sin contrapeso aquella masa, cuya cohesión ha sido hasta ahora
superior a nuestro esfuerzo.
Es preciso servir a esa revolución oportuna y urgente, y tememos que la inacción total
del republicanismo antes la estorbe que la impulse. Lo hemos sentido así, y muchas
veces hemos tenido el dolor de ver que nuestro partido, quieto e inerte, que no trabaja ni
da señales de vida organizada, antes que un elemento de fuerza y de adelanto en la
política progresista, es un peso muerto que sólo sirve para mantener anarquizadas e
inactivas las corrientes que se oponen al conservatismo.
Nuestro deseo, pues, es solicitar de jefes autorizados —en esta hora de innegable crisis
para el partido— una consideración serena de los problemas que se presentan y una
resolución precisa que defina el presente y el porvenir del republicanismo y su
actuación ante las fuerzas liberales. "La patria por encima de todos los partidos", acaba
de decir el General Herrera, y eso hemos dicho los republicanos siempre; pero la patria
reclama acción, reclama la creación de una fuerza capaz de imponer en el país doctrinas
y prácticas más avanzadas, rumbos más modernos y eficaces. Un nombre generoso
sobre una inmovilidad casi indiferente, en la que hay quien no obra sino "cuando tiene
rabia", no pueden bastar para el buen servicio de una patria necesitada de tantas cosas.
En espera de su para nosotros tan importante respuesta, nos es muy grato repetirnos sus
más adictos y sinceros copartidarios y amigos.
***
Señores doctor Eduardo Santos, don Luis Cano y doctor L. E. Nieto Caballero. Bogotá.
Correspondo con gusto a la muy importante carta de ustedes fechada el 20 del presente
mes.
Sobran a ustedes títulos para hablar sobre materias políticas, ya por la briosa y
perseverante actuación que han sostenido en ese campo en los últimos años, ya por la
inteligencia, el desinterés y la buena fe con que han obrado. Hacen, además, muy bien
en hablar con la franqueza con que hablan, y deben esperar que yo proceda de igual
modo, toda vez que estamos cobijados por el nombre republicano, que es todo claridad
y libre examen en materias políticas.
Perdonen que al contestar haga implícita referencia a mis escritos, especialmente a los
de los últimos once años y, con mayor particularidad, a los que titulé Orientación
republicana. Mis convicciones en el sentido allí expuesto se han ido formando desde la
niñez y robusteciendo con los años; y hoy, al declinar de ellos, no tengo que rectificar
ningún punto sustancial: en todos me ratifico singular y absolutamente.
Es cierto, dolorosamente cierto, que muchos y muy importantes amigos nos han
abandonado y han vuelto a sus viejas tiendas liberales o conservadoras, y es seguro que
otros seguirán tomando los mismos rumbos, muy a nuestro pesar; pero ello no afecta en
nada la esencia misma de nuestras ideas.
Los fundamentos filosóficos de las opiniones que profeso, se hallan casi íntegramente
expuestos y detallados en el libro de F’aguet titulado El liberalismo, en que, por rara
coincidencia, dice que si en Francia se pudiera formar un partido con ellos, debería
llamarse partido republicano. Pero allí mismo advierte que, más que partido, debe
llamársele contra-partido, porque su verdadera misión consiste en oponerse a los
excesos y abusos de todos los partidos.
Fundase ese criterio en la evidente relatividad de los principios políticos, que hace
imposible para toda mente racional el proclamarlos como dogmas infalibles y el
imponerlos con procedimientos draconianos o inquisitoriales. Criterio de adaptabilidad
y de tolerancia, "de moderación y de paz", como ustedes lo han llamado, que nos obliga
a no buscar la destrucción del adversario ni la de sus principios, sino la rectificación de
los últimos por medios racionales y persuasivos; y, mientras llega, procurar la
convivencia civilizada con ellos bajo el cielo de la patria y la interinteligencia en los
puntos de contacto que nos son comunes.
Procediendo sobre la base fundamental de ese criterio, podemos abordar sin miedo —y
si se quiere con audacia— todos los problemas que se presenten en nuestra existencia
individual y colectiva.
Ejercitando esos principios, que son justos y son equitativos para cualquier situación
que pueda presentarse, pediremos que se reconozcan al capital los derechos innegables
que tiene, y al trabajo los que con toda razón le corresponden. Defenderemos a los
industriales contra las huelgas injustificables, y a los obreros contra los salarios inicuos;
protegeremos a la sociedad contra los perturbadores del orden, y al pueblo contra los
conculcadores de sus garantías.
Para individuos o agrupaciones que proceden sobre las bases expuestas —de
relatividad, de adaptabilidad, de justicia y de tolerancia, y que merced a ellas se han
librado de todo prejuicio incómodo— no hay problema de los expuestos por ustedes que
no pueda estudiarse con ánimo sereno y con todas las probabilidades de acertada
solución, higiene, protección a los trabajadores de las ciudades y de los campos, rentas y
contribuciones, nacionalización de algunos servicios, asistencia e instrucción públicas,
vías de comunicación, relaciones entre la Iglesia y el Estado, etc.
Procuro vivir enterado de lo que pasa, no sólo en Colombia, sino en el resto del mundo;
y, hasta donde mis facultades me alcanzan, trato de sacar de ese conocimiento lecciones
que me aprovechen a mí y a mis semejantes. Creo advertir que, pasada la guerra
mundial, han quedado los hombres —quizá como consecuencia de la misma guerra—
viviendo una vida de imperialismo, de fuerza y de violencia. Fundándose siempre en el
eterno error de que se es dueño de la razón y de la verdad absolutas, los más fuertes
están imponiendo sus puntos de vista por medio de procedimientos draconianos: el
Japón en la China, en Corea y en Siberia; Polonia en Rusia; Italia en lo que excede de
sus provincias irredentas; Francia en África y en Alemania; Inglaterra en la India, en
Egipto y en Irlanda; los Estados Unidos en las Antillas, Centro América y Colombia.
¿Qué más? Los mismos Estados Unidos, en aquel país en donde todos los hombres
estábamos acostumbrados a ver irradiar’ ’la Libertad iluminando al mundo", se repiten
constantemente los atentados contra la libertad del pensamiento, de asociación, de
elegibilidad, de locomoción, hasta el punto de que un grave periódico inglés (The New
Statesman), al estudiar esta situación, exclama: "La campaña presidencial puede ser una
purga social (para esos procedimientos draconianos). Al menos, así lo esperamos,
porque debido a su conducta interna en los últimos diez y ocho meses, los Estados
Unidos escasamente pueden ser mirados por el mundo como un país civilizado".
¿Estará Colombia amenazada de que a ella también la invada una ola de coacción y de
draconianismo? Dios no lo quiera; pero lo hacen temer algunas prácticas y doctrinas de
los gobernantes (véanse el 16 de marzo, los sucesos de Ibagué, y sus comentarios
conservadores), y la impaciencia, acaso el brío, de algunos gobernados.
Lo cierto es que siempre será conveniente, y más que conveniente, necesario, que
queden individuos y agrupaciones que se interpongan como un algodón sedante entre
los partidos y entre las creencias, entre mandatarios y mandantes, entre el capital y el
trabajo... dondequiera que haya dos fuerzas contrarias que amenacen destruirse. Ahora,
es indudable que conviene y es preciso imprimir mayor celo y, si se quiere, mayor
actualidad a nuestras actividades políticas, con lo que estoy enteramente de acuerdo con
ustedes; pero en el orden de las ideas que he apuntado. La próxima renovación del
Poder Ejecutivo —cuya discusión, a mi ver, se ha festinado— es una ocasión propicia
para acelerar el rumbo, ya que no para variarlo ni torcerlo, según lo que llevo expuesto.
Es más, admito que lo que hoy llamamos partido republicano varíe su programa
accidental o sustancialmente, o que adopte el de cualquiera de las otras agrupaciones
políticas en que están divididos los colombianos; pero no creo que ni ustedes ni yo
tengamos facultades para hacerlo, si bien es verdad que tampoco nos las estamos
arrogando.
Querría decir —y eso es consustancial a nuestro programa— que los miembros de ese
partido quedaríamos en plena libertad de aceptar o no la plataforma de la Convención,
porque el republicanismo dejaría que los miembros delegaran en cualquier individuo o
entidad, incondicionalmente, la facultad de pensar. Podemos y debemos ofrendar a la
disciplina los puntos accidentales, pero los principios fundamentales no.
Convendría que en una época próxima, de aquí a diciembre, se reunieran en esa capital
sendas convenciones de los partidos progresistas, en que estén genuinamente
representadas las ideas de cada agrupación. La reunión de las convenciones debe
coincidir en la época de sus sesiones, y las Asambleas tratarán de ponerse de acuerdo en
los puntos principales de la política general y de su venidera campaña presidencial.
No creo difícil que, dados el patriotismo y la buena fe que han de inspirar a esas
convenciones, pueda acordarse un programa común para el próximo debate electoral,
sin perjuicio de que cada uno de esos cuerpos exponga y desarrolle el suyo peculiar.
Carlos E. Restrepo
MENSAJE DE BENJAMÍN HERRERA
A LA CONVENCIÓN DE 1922 Y
PROGRAMA
Abril de 1922
Esta asamblea nacional del liberalismo, reviste particular importancia, pues ella definirá
la política y la conducta de ese partido, prácticamente hasta hoy.
La cercanía del próximo debate electoral, ha tensionado a los partidos políticos, urgidos
por encontrar candidatos para la contienda. El conservatismo manifiesta agudas
contradicciones a su interior, al lanzarse simultáneamente varias candidaturas; Pedro
Nel Ospina por el gobierno; José Vicente Concha, quien aspira a un segundo período
presidencial y Alfredo Vásquez Cobo, quien se ha manifestado en contra del gobierno
de Suárez, en abierta oposición. Del otro bando, un grupo de liberales proclama la
candidatura del General Benjamín Herrera por su partido. Sin embargo, también el
liberalismo se debate en crisis a causas de profundas desavenencias internas.
A todas estas, Suárez; presionado por una serie de graves acusaciones en su contra,
renuncia a la presidencia, encargando de ella a Jorge Holguín. Inmediatamente, se
iniciaría en la Cámara un juicio a Suárez, en base a las acusaciones hechas.
En febrero de 1922, Benjamín Herrera, convoca una reunión nacional del liberalismo,
que se realizará en abril, donde se deberían tratar tres aspectos fundamentales: la unión
liberal; adoptar un programa político y elegir un candidato para las próximas elecciones.
Señores delegados:
Os presento el más respetuoso saludo, y en nombre del liberalismo os doy las gracias
por la manera admirable como habéis respondido a su llamamiento. Representáis la
genuina opinión de nuestros amigos de toda la república, conocéis por estudio personal
y directo la situación en que ellos se encuentran en los distintos lugares, y estáis por eso,
y por vuestras capacidades y merecimientos, en condición excepcional para .marcar al
liberalismo rumbos de acción acertados y eficaces, que éste seguirá con entusiasmo y
disciplina.
Nada que vosotros no sepáis podré deciros acerca de la política liberal en los últimos
meses. Realizada el año pasado la unión del partido, congregados todos sus elementos
en torno de la antigua bandera, ha recobrado el liberalismo una cohesión y pujanza
digna de los mejores tiempos de su gloriosa historia, y puede afirmarse que se presenta
hoy como la fuerza de opinión más poderosa que exista en el país, predominante en la
inmensa mayoría de los centros cultos, arraigada en el corazón del pueblo, que nos
acompaña con noble lealtad, desinterés y decisión incomparables, apoyada por las altas
clases, que ven en las ideas y prácticas liberales la mayor esperanza de redención
nacional.
Esa es, señores delegados, la colectividad compacta, consciente de su fuerza, que tenéis
ante vosotros y de cuyos destinos vais a decidir.
Sabéis bien, cómo a pesar de todos nuestros leales esfuerzos, fue imposible una
coalición con elementos avanzados del conservatismo, que hubiera obtenido una sincera
unión electoral de todos los elementos progresistas en tomo de un moderado programa
común que habría podido salvar a la república de mayores males. No ignoráis cómo la
Convención conservadora se apresuró a lanzar ella sola, y sin acuerdo ninguno con otras
agrupaciones, un muy respetable y digno candidato conservador, y cómo fue imposible
obtener el lanzamiento de un programa completo que justificara nuestro apoyo. En esas
condiciones, no se trataba ya de coalición sino de simple adhesión, fórmula del todo
incompatible con el decoro y la independencia de nuestro partido.
Desechada esa posibilidad, la Convención Nacional resolvió que el partido fuera a las
urnas con un candidato propio, y para ese efecto, haciéndome un honor que me abruma
y que sobrepasa cuanto yo haya podido hacer por nuestra causa, escogió mi nombre, y
puedo decir que me impuso la aceptación de una candidatura rechazada por mí con la
más sincera insistencia,
Con gran acierto la Convención invitó de manera cordial a los elementos republicanos y
socialistas a acompañar al liberalismo en la lucha electoral, y aunque los Directorios
Supremos de esas agrupaciones decidieron mantenerse neutrales, la gran mayoría de
quienes ellas forman parte trabajaron por el candidato liberal y por las ideas que éste
representaba con energía, decisión y lealtad, que las hace acreedoras a la gratitud de
todo liberal, especialmente de quien tiene en este momento el honor de hablaros.
En el curso de este intenso debate fueron por desgracia víctimas de inicuos atropellos
algunos de nuestros amigos, y cumplo con el deber de consagrar a su memoria un
respetuoso recuerdo y con el de renovar la expresión de hondísimo pesar que causó su
trágico fin. Entre los crímenes ocurridos tiene espacialísima gravedad el de que fue
teatro la ciudad de Salazar de las Palmas, tanto por la calidad de las víctimas, algunas de
ellas jóvenes meritísimos que honraban a la patria y al partido, como por los caracteres
de salvajismo y de ferocidad que revistiera tan atroz delito. Estos hechos altamente
deplorables, contra los cuales el liberalismo sostiene permanente protesta, y la
impunidad que hasta ahora ha cobijado a sus autores, han creado una situación
delicadísima, especialmente en el Norte de Santander, y sobre ella me permito llamar
vuestra atención de modo encarecido.
El resultado probable de los escrutinios demuestra que fue vano tan intenso y legítimo
empeño. Mejor que yo sabréis vosotros las condiciones en que se desarrolló el debate, y
os toca resolver cuál debe ser ante todo eso la línea de conducta del partido que
representáis. A más de las medidas tendientes a consolidar la unión del partido, a
perfeccionar su organización en todas las regiones del país en la forma más democrática
posible y a crear entre sus miembros lazos de solidaridad sincera, os corresponde la
tarea de echar bases prácticas y efectivas para la creación del fondo liberal que permita
intensificar los trabajos del partido y el desarrollo de iniciativas que muchas veces se
malogran por falta de recursos. Me parece éste uno de los puntos esenciales de vuestras
labores, y sobre él llamo respetuosamente vuestra atención.
Diferencia indiscutible hay entre los empleados del servicio público que se costean con
los fondos de un Tesoro por todos pagado, y en los cuales no debe regir sino la
competencia y la probidad, como que se trata de trabajos secundarios para desempeñar a
los cuales todo ciudadano tiene derecho, y aquellos altos puestos que tienen carácter
directivo y llevan envuelta responsabilidad en la manera como se manejan los asuntos
públicos. Respecto de estos últimos, su aceptación o rechazo no puede ser indiferente a
la política liberal, y debéis fijar sobre ese particular normas que correspondan a los
anhelos y necesidades del partido.
He sido partidario de que se adopte en nuestras filas y para las campañas electorales, el
sano principio de que no puedan figurar como candidatos los miembros de los
respectivos Directorios, práctica usada ya con buen éxito en algunos lugares, y que
tiende a dar a los dirigentes el prestigio y la autoridad que da el desinterés evidente. Así
mismo considero conveniente delegar en los Directorios la designación de los
candidatos, previa consulta a los Directorios y Comités Seccionales, y acatando la
opinión que éstos exterioricen. Me parece este sistema más adecuado para reflejar la
verdadera opinión de los pueblos, que el de Asambleas que muchas veces se prestan a
intrigas de todo género, y en que los delegados pueden muchas veces trabajar en forma
distinta del querer de sus comitentes. Una inteligencia directa entre los Directorios, un
escrutinio hecho por éstos, sobre las tendencias que se manifiesten, daría quizás
mayores probabilidades de acierto. Sobre este importante asunto, me permito someter a
vuestra consideración, un proyecto de acuerdo.
La Convención Departamental, que en esta misma ilustre ciudad se reunió hace un año,
echó en proposición muy discreta y elocuente, las bases de la actividad social del
partido, al llamar a su seno a los elementos socialistas momentáneamente alejados, y os
ruego prestar a este tópico la mayor atención. Las clases populares son la base misma
del liberalismo, son sangre de su sangre, y en nuestra patria están ellas en un estado de
inferioridad evidente, y apenas de nombre conocen reformas e instituciones que en
pueblos más afortunados son ya realidades que dan al obrero protección y garantías
efectivas. El partido debe escribir en su programa esas reformas, adaptadas a nuestras
posibilidades y circunstancias, y debe dar a sus voceros en Congresos, Asambleas y
Municipalidades, como misión principal, la de luchar por ellas incansablemente hasta
sacarlas adelante. Así lo manda la justicia y así lo reclama el verdadero sentido del
liberalismo moderno.
Vosotros sabréis trazar a grandes y precisos rasgos los lineamientos de nuestra política
futura, los caminos por donde pueda ir el liberalismo al poder, a realizar desde allí los
anhelos nacionales; a colocar a la patria en el sitio que le corresponde, y del cual, por
desgracia para ella y para nosotros, está hoy tan lejos. Yo confío plenamente en que el
liberalismo acatará y obedecerá vuestras decisiones, y estoy seguro de que ellas serán
fruto del muy sereno y hondo estudio y de la atenta y reflexiva consideración de todas
las cuestiones que van a resolverse, y cuya importancia excepcional no se oculta a
vuestro ilustrado criterio.
B. Herrera
La Convención Nacional del partido liberal, siguiendo las normas de la última época
que acreditan a nuestra colectividad como un partido civil y de administración,
recomienda al pueblo colombiano, y especialmente al liberalismo, las siguientes bases
de acción y de aspiraciones políticas:
Art. 1°. Reforma de la ley electoral en la cual aparezcan y queden como disposiciones
esenciales, las siguientes:
a) Levantamiento del censo nacional de una manera científica por técnicos extranjeros;
f) Que no puedan ser elegidos electores ni para puestos de elección popular los
individuos que no sepan leer y escribir;
Art. 2°. Igualdad civil de todos los colombianos en el sentido de que desaparezcan los
fueros y privilegios constituidos por la actual legislación en beneficio de los sacerdotes
y de los militares.
Art- 4°. Reforma del sistema tributario sobre bases científicas, y si es preciso, con la
colaboración de técnicos extranjeros en la materia, de modo que el peso de las
contribuciones no recaiga sobre determinadas clases sociales.
Art. 5°. Conversión del papel moneda y prohibición absoluta de nuevas emisiones de
signos inconvertibles, cualquiera que sea la forma y nombre que se les de.
Art. 8°. Lucha contra el alcoholismo y supresión del arbitrio rentístico consistente en
explotar las bebidas embriagantes. Supresión de los juegos de suerte y azar.
a) Sostenimiento en cada una de esas secciones de una fuerza suficiente para mantener
el orden y presentar seguridad a los colonos que en ellas se establezcan y a los indígenas
de esas regiones;
f) Creación del departamento del Chocó y fomento de sus vías de comunicación con el
interior del país.
Art. 10°. Establecimiento del registro obligatorio del estado civil de las personas, por
funcionarios civiles de la república.
Art, 11°. Reforma fundamental y científica del Código Penal y de los actuales sistemas
penitenciarios.
Art. 12°. Supresión del voto del ejército y demás cuerpos armados. Nacionalización
efectiva del ejército.
b) Intensificación, hasta el extremo que permitan los recursos públicos, de las campañas
sanitarias que liberten al pueblo de los males que le abruman y contrarresten con los
recursos de la ciencia moderna, los estragos causados por el clima y el medio, y
especialmente por enfermedades como la anemia tropical, el paludismo, la tuberculosis
y la sífilis;
p) Fomento del ahorro popular en forma que garantice los fines a que debe responder la
fundación de las Cajas de Ahorro.
Art. 16", Fomento del crédito exterior en el sentido de facilitar la inversión del capital
extranjero en el país, y desarrollo de los servicios públicos por medio de empréstitos
con destino a las obras nacionales, departamentales o municipales.
Art. 19°. Reforma legislativa que mejore la condición civil de la mujer casada, y que en
general asegure a la mujer en la vida social el alto y libre puesto que le corresponde.
Art. 21°. Extensión y ampliación de los poderes del Congreso, facultándolo para dar
votos de censura que tengan como consecuencia la dimisión de los ministros que sean
objeto de ellos.
Art. 22°. Expedición de una ley sobre servicio civil, en forma que garantice los derechos
de los empleados subalternos, y los ponga a cubierto de las intrigas y de la arbitrariedad
o sectarismo de sus superiores.
A mediados de 1926 se posesiona del gobierno Miguel Abadía Méndez, conservador del
grupo de los ’’históricos", y quien se había presentado como único candidato en las
elecciones pasadas. Abadía, un inepto estadista, pronto se vio colmado de conflictos
surgidos a cuenta de su ineficaz administración. A lo anterior, se sumaba la intensa
actividad de los socialistas, una nueva organización política, que divulgaba sus
programas especialmente entre la clase obrera. Fruto de este trabajo, eran las dos
huelgas realizadas por los trabajadores de la Tropical Oil Co., el paro de braceros del río
Magdalena y el movimiento cívico de Barrancabermeja. De otro lado, crecía
desmesuradamente la miseria de las masas, a cuyas peticiones, Abadía respondía con los
fusiles del ejército.
Así las cosas, López dirige estas dos misivas al jefe del liberalismo, para trazar
orientaciones tácticas claras, que permitan al partido, hacer frente a su tradicional rival
en agonía, y contrarrestar la labor socialista, que les quita votos y audiencia entre las
masas obreras, clase estratégicamente clave para los proyectos políticos liberales del
futuro.
Estimado amigo:
María Cano, o mejor dicho, la agitación social de que ella es instrumento o símbolo
transitorio, me trae a escribir a usted esta carta, informada en el deseo de participar en el
estudio de uno de los más inquietantes problemas nacionales de la hora actual.
Esta emergencia ofrece a los hombres de ideas avanzadas una nueva oportunidad para
tratar de constituir un grupo político capaz de asumir la responsabilidad de continuar la
misión del partido liberal depurándolo de los vicios antidemocráticos que adquirió bajo
la dirección de sus jefes militares, y si esto no fuere posible ahora, para empujar a los
numerosos elementos reaccionarios que nacieron y han vivido afiliados al liberalismo,
sin saber qué significa éste o qué debe perseguir en cada nueva etapa de su actividad,
hacia las comodidades del conservatismo imperante o hacia las vicisitudes del
desarrollo del partido socialista en Colombia. Porque las ideas liberales quieren la
realidad y aceptan tranquilamente sus consecuencias, en los días en que se abren paso
victoriosas, como en los que sufren eclipse, y en este trance de la vida nacional en que
la fuerza y la violencia principian a recobrar entre nosotros su antiguo prestigio para
arrestar las reivindicaciones populares, los representantes de tales ideas se deben
congregar y aprestarse para defenderlas, defendiéndolas con entera claridad y
renunciando al apoyo de cuantos no las entiendan y no las amen de verdad; o deben
resolverse a confiar a otros, más animosos y desinteresados, la ardua tarea de sostener la
lucha contra el privilegio, en busca de una distribución menos inequitativa que la actual
del poder económico y político.
Yo estoy seguro de que usted también querrá invitar al país a investigar las causas de la
revolución social que desvela a los guardianes de la hegemonía conservadora y parece
excitarlos a desandar el camino por donde alcanzaron la adhesión del partido liberal,
después de ensayar inútilmente, durante largos años, el sistema de represión. Con el
pretexto de impedir que sean difundidas en Colombia las ideas fundamentales del
bolcheviquismo ruso, se pretende, o se puede tratar, de restringir la libre expresión del
pensamiento, en el mismo instante en que la inveterada incapacidad administrativa del
régimen comienza a ser a todas luces tan evidente para sus amigos como para sus
enemigos; y lejos de ser improbable, es propio de la fragilidad de nuestra memoria y de
nuestra torpe índole política, que un gran número de liberales, olvidando los atropellos y
vejámenes de que fue víctima nuestra comunidad antes de que los gobiernos
regeneradores se allanaran a darle representación en las corporaciones públicas y sitio
de honor en la mesa del presupuesto, se unan y confundan con los conservadores en el
empeño de negar acceso en las instituciones y en la administración a las ideas y a los
hombres de otras tendencias políticas. No son pocos los liberales que piensan y sienten
como los conservadores ante lo que ellos llaman la amenaza comunista. Un egoísmo
estúpido puede llevarlos a oponerse juntos al desarrollo del socialismo, como en los
años que siguieron al quinquenio de Reyes los llevó a combatir sin tregua ni descanso al
partido republicano.
María Cano nos ha colocado a usted y a mi, como a los otros liberales de Colombia, que
probablemente alcanzamos a sumar medio centenar, en una posición muy desairada.
Confesémoslo, cándidamente. Nosotros los liberales jamás nos habríamos atrevido a
llevar al alma del pueblo la inconformidad con la miseria. Nos habríamos sentido hasta
cierto punto culpables de la embrutecedora monotonía de su vivir aprisionado, y
habríamos considerado contrario a los intereses de nuestra clase, enseñarles los caminos
de la independencia económica, política y social. ¿Qué mucho, pues, que los
conservadores y los pseudoliberales atribuyan a las doctrinas de Lenin y de Trotsky el
fermento social contra el orden y los intereses creados por ellos, para no reconocer que
María Cano predica la rebeldía contra estos intereses y contra el orden en que descansan
desde la roca escarpada de la injusticia general a que se encuentran sometidas las masas
populares?
Los trabajadores de los campos y las ciudades no creen estar habitando el Paraíso
Terrenal donde los suponen los discípulos del doctor Pangloss. No han tenido la ocasión
de experimentar la felicidad de vivir pobres e ignorantes, al margen del progreso, sin
otra alegría que la de beber chicha, o aguardiente en exceso. Han vivido un siglo en
obligada quietud, estacionarios, aprendiendo a ser resignados y obedientes; pero al paso
que salen a incorporarse en la corriente de la vida activa, van sintiendo nuevas
necesidades y nuevos anhelos; quieren calzarse, vestirse, alimentarse mejor,
entretenerse. Y esto, que es natural, es humano y es conveniente, espanta a los
afortunados.
No pierden sus bases de equidad las reivindicaciones de los prosélitos del partido
socialista en Colombia, por el hecho de que María Cano o Torres Giraldo, no Ramsay
Mac Donald o León Blum, sea el portador de su bandera. Es una tontería de nuestra
aristocracia intelectual exigir a una clase que puede allegar entre sus mayores agravios
el no haber sido enseñada a leer y escribir, apoderados y defensores menos preparados,
más brillantes, que los malos empleados públicos que viven a expensas de los
contribuyentes ostentando el pomposo título de estadistas. En condiciones muy
adversas, luchando con todo género de resistencias, Uribe Márquez, Torres Giraldo y
María Cano adelantan la organización de un nuevo partido político que lleva trazas de
poner en jaque al régimen conservador; y no es el menor de sus derechos a la simpatía
de los espíritus sinceramente democráticos, el estar sirviendo, en esta hora de confusión
y cobardía, de exponente del descontento general con la incapacidad administrativa de
los encargados de la cosa pública.
El partido liberal está domesticado: limpio de ideas liberales, falto de arrestos para la
lucha política, satisfecho con su porción de prebendas, a gusto en la condición de
partido de minoría. No aspira a alternar con el partido conservador en el poder, ni cree
tener en la actualidad mejor derecho a la confianza del país. En su actividad política
observa hoy las mismas prácticas, adopta los mismos procedimientos y persigue los
mismos fines que su adversario tradicional. Es otro grupo esencialmente burocrático,
pero de menor importancia que el conservatismo, y completamente subordinado a éste.
Ya en 1913, Uribe Uribe consideraba al liberalismo colombiano fatigado por modo
definitivo en la oposición. Años después Herrera quiso llevarlo a ella, y fracasó en su
intento. Ahora usted habrá podido observar en el corto tiempo que lleva de acompañar
al general Bustamante en la dirección, que sería por lo menos muy aventurado esperar
del reducido grupo que acata sus decisiones que se coloque frente al gobierno para
exigirle responsabilidad por su desastrosa gestión administrativa. Yo no extraño que
usted haya guardado absoluto silencio desde que fue llamado con los generales Cuberos
y Bustamante a dirigir la política oficial del partido, pero quiero invitarlo cordialmente a
que regrese del desierto mental a donde se marchó, de brazo con ellos, para que me haga
el favor de decirme cuál es, en su ilustrado concepto, la actitud liberal en este momento
de la revolución económica y social que está cuarteando el edificio conservador y que
promete derrumbarlo, a pesar de todos los cañones que se emplacen en sus grietas; y
también cuál debe ser la actitud de los congresistas liberales ante cualquier proyecto de
facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo para reprimir o suspender el ejercicio de
las libertades establecidas, encubierto en arbitrarios planes de defensa social.
Si esta es una aspiración irrealizable y a mí se me preguntara qué otra cosa puede hacer
el partido liberal para volver a pesar en la vida de la república, no vacilaría en
recomendar que se trifurcase de acuerdo con sus afinidades ideológicas. Nada perdería
con que los liberales de nombre, que abominan sinceramente de las nuevas ideas y
temen el libre desarrollo de la lucha política, fueran prontamente a acampar bajo las
toldas conservadoras. Los socialistas ganarían mucho reforzando sus filas con las masas
liberales, ahora inutilizadas para la lucha cívica por la miopía de sus caudillos militares.
Y el liberalismo propiamente dicho, reducido en sus proporciones numéricas, quedaría
acendrado para hacer la crítica de las tendencias opuestas y secundar las iniciativas que
mejor consulten el bienestar común.
Tiene usted en sus manos, mi estimado amigo, los elementos necesarios para definir
esta situación: ilustración y sagacidad, independencia personal, un puesto en la Cámara
de Representantes, otro en la Dirección Nacional de nuestra comunidad, y el deseo de
servirla.
Dejaría de ser leal conmigo mismo si por no extender más esta pesada comunicación me
abstuviera de agregar que he llegado al convencimiento de que el partido liberal ha
venido camino del desastre, como va la república, aunque otra cosa piensen y digan
nuestros optimistas profesionales, porque no ha tenido el valor de exigir a los
depositarios de su confianza la responsabilidad correspondiente. Han fracasado las
direcciones liberales, como los gobiernos conservadores, sin perder el mando. Abrigo la
seguridad de que cualesquiera que sean las discrepancias del modo de pensar de usted
con el mío, en un punto estaremos irrevocablemente conformes: el honor de dirigir un
gran partido político o un país, impone la obligación de aceptar o renunciar.
Deseo reiterar a usted que leí con emoción y agradecimiento la respuesta que tuvo a
bien dar a mi carta política del 25 de abril último. Ella me ha movido a hacer una rápida
incursión al pasado del liberalismo, para traer al debate de la política de la Dirección del
partido las reflexiones que me permito someter a la consideración de usted en seguida.
Siempre fue grato hacer memoria de los esfuerzos del liberalismo por conquistar las
libertades que hoy constituyen el patrimonio común del mundo civilizado, con
excepción de aquellos países, como Italia y Rusia, en donde las reacciones de la guerra
europea lograron asegurar transitoriamente la dictadura de la extrema derecha o de la
extrema izquierda de la opinión. Hasta los afiliados a las agrupaciones políticas que
están o se consideran comprometidas a oponerse al avance de las ideas liberales —como
el partido conservador en Colombia— cuando ya las han aceptado, se complacen en
reconocer su influencia en el bienestar social. Y para quienes, como usted, han corrido
los azares de la lucha en todos los campos en que el liberalismo ha venido sosteniéndola
entre nosotros desde que perdió el poder: con el rifle al hombro en los campamentos; en
la prensa, en la tribuna, bajo el imperio de la ley 61 de 1888, conocida en los anales de
la Regeneración con el nombre de "Ley de los caballos"; y finalmente en todas las
esferas de la actividad gubernamental disfrutando con impaciencia unas veces y otras
con resignado contento, las prebendas de un partido de minoría, que se siente y se cree
fatalmente vencido, debe ser muy satisfactorio volver la vista hacia atrás y reconstruir el
proceso de las dificultades que superó con su ayuda para alcanzar la altura en que ahora
se encuentra.
Los miembros de la generación del centenario no podemos desconocer los títulos que
tienen al agradecimiento del partido liberal sus jefes militares; los que hoy comparten
con usted la responsabilidad de dirigirlo oficialmente, como los que rindieron ya la
jornada sin escatimarle sacrificios ni desvelos. Ya he dicho que en la hora de la última
prueba, cuando exponían la vida en una lucha desesperada, que nos relevó de soportar
las mismas persecuciones y fatigas, mi corazón estuvo con ellos. Años después, me he
encontrado con mucha frecuencia en pugna abierta con las ideas y los procedimientos
que tales jefes han creído conveniente adoptar para el gobierno de nuestra colectividad o
enfrente del gobierno conservador, y varias veces he visto mi actitud atribuida a
pequeños sentimientos de animadversión o vanidad, porque la inclinación constante de
la gran mayoría liberal ha sido a condenar acremente, con injusticia, las discrepancias
de los jóvenes con los caudillos, y a dejarse imponer la disciplina militar como buena
para la lucha cívica, con una persistencia indicativa de desconfianza en los métodos
republicanos, según lo anota usted con grande acierto; pero no sabría yo desperdiciar
esta oportunidad que usted me brinda para repetir cuando estoy retirado de la política
activa que sigue acompañándome, la creencia de que aquella inclinación equivocada ha
sido una de las causas eficientes —acaso la principal— de la ruina ideológica en que
contemplamos ahora al liberalismo y de la insignificancia de su influjo en la vida
política de la república.
Sobre esto no debe haber duda, ni conviene que perdure el engaño en que vive nuestra
comunidad. En manos de Herrera y Bustamante, y a pesar de sus nobles intenciones,
perdió ella su vigor espiritual, perdió gran parte de su fuerza numérica, perdió el apoyo
de la juventud, perdió el respeto del adversario. De su antigua grandeza no queda sino el
recuerdo, muy debilitado por cierto, en la conciencia nacional.
Bien dijo don Miguel Antonio Caro que no se puede decir misa con cardenales
protestantes. La dirección de un partido liberal que hace su camino hacia el poder por
las vías legales, requiere hombres de pensamiento, amplios y generosos, enérgicos pero
tolerantes, y dotados de confianza comunicativa en la virtud de las ideas y de los
métodos democráticos. Son los hombres a quienes entusiasma el carácter esencialmente
experimental del pensamiento y de la vida los que hacen amable y pueden conducir a la
victoria definitiva al liberalismo, el cual es, en último análisis, hoy más que nunca, una
inclinación del espíritu a establecer el imperio de la razón en las relaciones humanas.
Los hombres de espada, como Herrera y Bustamante, carecen generalmente de la
disposición adecuada para acometer con buen éxito la tarea imponderable de crear en la
conciencia pública el ambiente propicio para que arraiguen en las instituciones las
nuevas ideas que van trayendo consigo las nuevas necesidades sociales.
Por una reacción de mecánica política, que creo haber explicado en las líneas anteriores,
usted llegó a ocupar un puesto en la Dirección del partido cuando ya éste había quedado
reducido a la condición de una pequeña sociedad electoral, organizada en beneficio
exclusivo de los amigos de los generales Bustamante y Cuberos Niño, mal llamados
"liberales homogéneos".
Desde ese alto puesto nos invita usted a sus antiguos compañeros a congregarnos al píe
de la bandera liberal, "haciendo caso omiso de pasajeras y transitorias divergencias". Es
la invitación que ordena el rito; pero hecha en términos que son desconcertantes
autorizados por la firma de usted.
Yo creía coincidir con usted en que no eran transitorias y pasajeras divergencias las que
nos separaron del general Herrera primero, y de los generales Cuberos y Bustamante
después. Yo entendía que en nosotros se prolongaban las diferencias ideológicas y de
temperamento que han dividido la opinión liberal a todo lo largo de nuestra historia; y
hubiera considerado superfluo de mi parte informar a usted hasta qué punto es vano
pedir a los jóvenes de mi tiempo identidad de ideas y de métodos con los de los
hombres que entraron a la vida pública cuarenta o más años antes, cuya experiencia y
conocimientos, adquiridos durante el período convulsivo de nuestra democracia, ha
hecho inadecuados e inútiles para resolver los problemas de la hora actual, la celeridad
de nuestro progreso económico.
Ningún nuevo llamamiento a la unión habrá de ser atendido. No pierda usted su tiempo
haciendo declaraciones sobre la misión del liberalismo que no abrirán surco en la
conciencia colectiva mientras no sean reforzadas por los hechos de sus representantes en
las corporaciones públicas, y fuera de éstas, por el partido mismo. Las plataformas
políticas de Ibagué y Medellín están relegadas al olvido porque no expresan de una
manera auténtica la íntima voluntad de sus autores, o porque la expresaron en
desacuerdo con el sentimiento de las clases directoras de la opinión liberal, o que se
apellida así. En la práctica, la conformidad con el pensamiento conservador,
reaccionario, ha sido demasiado evidente para que el pueblo pueda engañarse respecto
de la verdadera actitud del liberalismo frente a los fenómenos económicos y políticos de
los últimos cinco años.
En cambio, la empresa de iniciar y dirigir enérgicamente el examen desapasionado de
los actos de este gobierno, presenta a usted una oportunidad excepcional de ofrecer al
país el servicio de su clara inteligencia y singulares conocimientos de la administración
pública, para informarlo del insólito desbarajuste en que ésta se encuentra, señalando al
propio tiempo los caminos por donde él pueda evitar o disminuir los desastres de una
desorganización extensiva como la que fomenta y explota el séquito del presidente
Abadía Méndez.
Esta crítica, tal como yo concibo que la reclaman con urgencia los intereses generales y
que puede acometerle usted con el apoyo de la representación liberal, sin tardanza ni
desfallecimientos, es una apremiante necesidad de la república, y haciéndola, cumplirán
con el deber de fiscalizar al gobierno, que es una de las obligaciones que ha descuidado
la oposición.
Sería imperdonable que dejáramos rodar el país al desastre, colocados al margen de los
acontecimientos, para no interrumpir la molicie de nuestra despreocupada burocracia,
como aguardamos a que el tiempo sacara verdadero el vaticinio que hicimos del
desastre del partido liberal bajo la dictadura de sus jefes militares.
La nación debe ver —cuanto antes mejor— cómo con la misma eficacia que un
poderoso monitor hidráulico arrasa en poco tiempo un enorme banco aluvial, el
derroche de los impuestos y los recursos extraordinarios que entran a la tesorería de la
república está socavando rápidamente todas las bases del orden establecido, y dando
pábulo a la revolución social, que pretenden sofocar sus propios autores, poniendo en
manos de la policía a Torres Giraldo y Uribe Márquez, a despecho de los derechos
civiles y de las garantías individuales consagradas en el título 3º de nuestra carta
fundamental. Porque hoy son las masas populares las que están inquietas y ansiosas de
imponer una nueva distribución del poder económico y político; pero mañana estallará
el descontento de la clase media, agobiada por el alto costo de la vida; y por último,
llegará de improviso el día de prueba para las gentes acomodadas, que han visto subir el
precio de sus tierras, sus ganados, sus acciones industriales, o que de la noche a la
mañana se encontraron dueñas de los caudales públicos y creyeron conveniente
aplicarlos en parte a holgar aquí o en Europa con algún título oficial. Las facultades
extraordinarias que solicita el Poder Ejecutivo servirán primero para atropellar a los
amigos de María Cano, es decir, a los ciudadanos que andan con el pie al suelo,
trabajando con la aspiración de calzarse; luego, para ahogar los gritos desesperados de
las víctimas de la escasez de pan y carne; y finalmente, para tratar de impedir que se
reúnan y que escriban y que hablen y que manden representantes al Congreso los
desafectos y damnificados del régimen.
Pero las medidas de represión serán baldías para hacer el silencio alrededor de los actos
del gobierno, so capa de impedir la propaganda comunista. No enmudecerá la prensa ni
se apagará la voz del sentimiento republicano en las corporaciones de origen electivo. El
país necesita poner orden en su administración y fiscalizar el manejo de las rentas
nacionales, y no se someterá tranquilamente a que la arbitrariedad oficial recobre su
imperio. La revolución económica no tiene aquí por base las teorías de Marx y Lenin,
sino el abuso del crédito exterior, ni sus más activos agentes son los directores del
movimiento socialista, sino los ministros de Hacienda y de Obras Públicas. Como es el
mejor propagandista de este movimiento el Ministro de Guerra. El edificio de nuestra
prosperidad, levantado a debe, no puede descansar sobre la incomprensión y el capricho
de nuestros mandatarios.
Dichas cuestiones son por fortuna las que usted domina mejor, y las que más necesitan
conocer los hombres del gobierno. La discusión de ellas ofrecerá a usted y a todos los
demás miembros de la minoría parlamentaria una oportunidad singularmente propicia
para desenvolver su pensamiento en contraposición con el pensamiento oficial,
señalando en cada caso las rectificaciones que a éste le demanda el interés común.
En esa pugna por el bien colectivo alcanzará usted, entre otras legítimas satisfacciones,
la de reivindicar un titulo más alto que la voluntad del general Bustamante para llevar
en sus manos la bandera de las aspiraciones liberales, y nos dará a todos los fugitivos
del viejo y desolado campamento, así a los que están luchando por la justicia social con
otra divisa como a los que resultamos definitivamente incapaces de someter nuestro
espíritu a la camisa de fuerza de la disciplina de partido, el gusto de compartir con usted
el afán diario de una lucha de finalidades concretas, llamada a satisfacer agudas
necesidades que están dando aliento a la presente agitación democrática.
Disimúleme que haya abusado de su paciencia con otra carta tan larga, y reciba un
cordial apretón de manos.