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COLOMBIA

SIGLO XX
JOSE FERNANDO OCAMPO
PRIMERA PARTE: DESARROLLO
HISTÓRICO DE COLOMBIA EN EL
SIGLO XX
El imperialismo, o dominio del capital financiero, es el capitalismo en su grado más
alto...

Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo.

Cuando el capitalismo de la época de libre competencia se desarrolló y convirtió en


imperialismo... surgió la contradicción entre el capital monopolista y el no
monopolista...

Mao Tse Tung, sobre la contradicción

La historia de Colombia del siglo XX no está determinada solamente por su proceso de


desarrollo interno, sino que se enmarca en el contexto mundial de una época cuyo signo
es el de una transformación radical y cualitativa del capitalismo mundial. Emprender
una interpretación de la historia política colombiana del siglo XX tiene que partir
obligatoriamente de una localización de las transformaciones fundamentales que sufre el
mundo en esta etapa. La primera y la segunda guerra mundiales, la lucha por la
hegemonía entre las grandes potencias imperialistas, antes y después de ambas guerras,
las grandes revoluciones socialistas y de liberación nacional, como las de Rusia, China,
Corea, Cuba y Viet Nam, la crisis económica de los años treinta y de los años setenta, la
transformación de la economía mundial, todos ellos y otros más son procesos que no
pueden dejarse por fuera en un análisis serio y científico de nuestra historia
contemporánea.

La tendencia entre los autores sobre la definición histórica del siglo XX se caracteriza
por una ausencia casi total del análisis de esta perspectiva mundial. Historiadores de las
más diferentes tendencias y con los más diversos intereses caen en el mismo error. Su
punto de partida interpretativo elude dar una visión de la etapa general en que se
desarrolla la historia de Colombia durante el siglo XX. No se trata de defender que el
único elemento que determina la historia nacional es el desarrollo de la economía o de
la política mundial, con lo que se estaría negando la existencia de una verdadera historia
nacional. El punto más bien radica en precisar que no puede entenderse el proceso de la
historia nacional, más en el siglo XX que en el siglo XIX, sin partir de una
caracterización de la etapa que vive el mundo y de su trascendencia para la historia
nacional. En último término, es este elemento mundial el que define la diferencia
esencial que media entre la historia colombiana del siglo XIX y la del siglo XX. En la
interpretación del elemento diferenciador de estos dos períodos históricos, los
historiadores toman distintos caminos.

No es fácil determinar cuáles son las interpretaciones que los principales historiadores y
políticos han dado de nuestra historia contemporánea. Para Gerardo Molina, el cambio
fundamental de nuestra historia del siglo XIX al XX radica en la aparición de las clases
medias "que necesitaban al avanzar el siglo tres requisitos mínimos: la paz, la
estabilidad monetaria y el Estado burgués de derecho’’. Esto fue lo que significó, según
él, "la aproximación a un nuevo tipo de sociedad" (1). En cambio, López Michelsen
define el signo de la historia contemporánea de Colombia como el del fortalecimiento
del Estado, como su intervencionismo, a diferencia de un Estado liberal que favorecía el
capitalismo sin límites, pero en el que, en forma semejante al Estado colonial español en
América, limita los intereses particulares (2). Un grupo de sociólogos de la Universidad
Nacional que adelantaron un trabajo sobre la estructura de clases en Colombia de 1920
a 1970 analizan más bien al siglo XX como el proceso a través del cual se opera la
unificación de la clase dominante (3). Por su parte, Mario Arrubla, que niega la historia
nacional por considerar que nuestro desarrollo ha sido el del mundo en su conjunto
desde la conquista, pone a girar la historia de Colombia alrededor de las condiciones del
mercado internacional impuesto por el sistema capitalista mundial (4). Historiadores de
la importancia de Álvaro Tirado Mejía o Jorge Orlando Meló pasan por alto la
diferenciación de los dos períodos y no ofrecen una caracterización general de la
historia del siglo XX (5).

Aunque el Surgimiento de las clases medias sea un fenómeno de la historia del siglo XX
en Colombia no puede decirse que los artesanos constituyan esas clases como lo
defendió Núñez, y con quien parece coincidir Molina, ni que su desarrollo, tanto el de
los artesanos como el de otras clases medias, explique fenómenos fundamentales de
nuestra historia contemporánea, por ejemplo, la industrialización, el auge del sector
financiero, el ascenso del partido liberal al gobierno, el intervencionismo de Estado y
otros semejantes. Esto podría ser así, en el caso de que Molina definiera como clases
medias a la burguesía o al proletariado, cuyo carácter sería intermedio entre el
campesinado y los terratenientes. Pero esta interpretación falsearía toda la tesis de
Molina. No queda sino la pequeña burguesía intelectual y profesional, a la que puede
señalarse como la verdadera clase media y a la que no le cabe el papel que Molina le
asigna a las clases medias en el sentido de definir la naturaleza de la historia del siglo
XX en Colombia. En un sentido la tesis de Molina es imprecisa, en el otro sentido es
falsa. Igualmente discutible es la tesis sobre la unificación de la clase dominante.
Primero, porque para que se hubiera dado esta unificación, tendría que haberse operado
la desaparición de la clase terrateniente y su transformación en burguesía, fenómeno que
contradice toda la evidencia de la estructura social y económica del país. Segundo,
porque confunde las alianzas de las clases y de los partidos con una identificación de
intereses, la cual pudiera ser base para hablar de una unificación de la clase dominante.
Y tercero, porque el fenómeno de las alianzas por sí mismo no tiene valor explicativo
para el proceso del siglo XX, ni siquiera para el surgimiento del Frente Nacional,
porque, en esencia, no tiene cómo clarificar el surgimiento del sector financiero en la
economía y su trascendencia para la política nacional, ese sí fenómeno peculiar del siglo
XX mundial y nacional.

Sin la definición de la etapa mundial en la que se encuadra Colombia en esta época y sin
la determinación de cuál sea la contradicción principal que recorra toda la historia
contemporánea colombiana, es imposible hacer una historia que no se convierta en la
historia oficial de las clases dominantes —"Una nueva historia oficial"—, editada,
auspiciada y financiada por el Estado, o en una historia que no reedite los modelos
imperialistas aprendidos en las universidades norteamericanas, francesas, alemanas o
soviéticas. Podría decirse que Arrubla cumple con estos dos requisitos fundamentales de
la historia científica. Sin embargo, por una parte, Arrubla no toma en cuenta las etapas
históricas del capitalismo y se hunde en unas categorías estructurales esquemáticas que
lo llevan a desconocer los hechos concretos del desarrollo de la historia mundial. Por
otra parte, el desarrollo del capitalismo mundial es tan determinante que desaparecen las
condiciones internas de la historia nacional y las contradicciones generales del siglo XX
toman el carácter de problemas secundarios como la inflación, el deterioro de los
términos de intercambio, el predominio de un tipo de industria, el intercambio desigual,
fenómenos que, o son eminentemente transitorios o encuentran su explicación en la
transformación del capitalismo que Arrubla no analiza. En su último estudio sobre la
década del sesenta prescinde por completo del marco que había utilizado para una
generalización de la historia contemporánea en trabajos anteriores, lo cual estaría
probando que su referencia a la época mundial le era completamente adjetiva (6).

Nosotros trataremos de hacer una interpretación general del siglo XX en Colombia que
sirva de marco para el análisis particularizado de las etapas de su desarrollo histórico.
Con ese propósito tomaremos como punto de partida un estudio somero del proceso
histórico mundial en el que se desenvuelve la historia de nuestra patria durante este
siglo. Ese marco general es el carácter del capitalismo en su era actual. De ahí
arrancaremos para seguir la forma que toma en Colombia durante este siglo consistente
en el control que Estados Unidos va adquiriendo sobre nuestra economía, en primer
lugar. Y en segundo lugar, examinaremos el proceso de los dos partidos tradicionales,
liberal y conservador, que ha determinado nuestro desarrollo histórico hasta el
momento.

NOTAS

1.Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914, Sexta Parte, Cap. Segundo.

2.López Michelsen, El Estado fuerte. Una introducción al estudio de la Constitución de Colombia.


Editorial Revista Colombiana, Bogotá, 1968.

3.Sección de Investigaciones Sociales del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional,


Hipótesis generales derivadas del estudio exploratorio del período 1920-1970, febrero de 1971, Bogotá.

4.Mario Arrubla, Estudios sobre el subdesarrollo colombiano. Editorial La Oveja Negra, 1971.

5. Ver, por ejemplo, Jorge Orlando Meló, "La república conservadora", en Colombia hoy, Siglo XXI
Editores, 1978; y Tirado Mejía, "Colombia: Siglo y medio de bipartidismo", en Colombia hoy, Siglo XXI
Editores, Bogotá, 1978.

6. Mario Arrubla, "Síntesis de historia política contemporánea", Colombia hoy, op. cit.
Capítulo Primero. El proceso histórico
mundial
Entre 1871 y 1917 se inicia una nueva etapa de la historia del mundo. Por una parte, el
capitalismo entra en su fase imperialista, cualitativamente distinta de su momento
anterior de consolidación y ascenso, en la que el viejo colonialismo toma características
peculiares y da surgimiento al neocolonialismo que dominará la historia del siglo XX.
Por otra parte, se inicia la época de la revolución socialista con la revolución de octubre
en Rusia, la cual da comienzo a una nueva forma de producción en el mundo, la del
socialismo, con sus avances y retrocesos, como corresponde a un momento de la
historia en la que un modo viejo de producción entra en decadencia y uno nuevo
comienza a desarrollarse lenta pero seguramente. El surgimiento del imperialismo es al
mismo tiempo el comienzo del socialismo. "El imperialismo es la continuación del
desarrollo del capitalismo, su fase superior, en cierto aspecto, una fase de transición
hacia el socialismo... El imperialismo es el capitalismo marchitándose pero que aún no
se ha marchitado, agonizante, pero no muerto" (1).

La guerra entre Estados Unidos y España en 1898, la guerra anglo-boer de 1899 a 1902,
la disolución del Imperio Otomano de 1856 a 1890, la repartición de África entre
Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, la guerra ruso japonesa de 1904, la repartición de
China, el dominio inglés en la India, son acontecimientos y fenómenos que expresan el
surgimiento del imperialismo como una nueva etapa del capitalismo (2). No se trata ya
del viejo colonialismo. No hay regiones nuevas para conquistar, descubrir u ocupar. Se
trata más bien, como dice Lenin, del "reparto definitivo del mundo", o sea, "que la
política colonial de los países capitalistas ha terminado ya la conquista de todas las
tierras no ocupadas que había en nuestro planeta. Por vez primera, el mundo se
encuentra ya repartido, de modo que lo que en adelante puede efectuarse son
únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un propietario a otro, y no
el paso de un territorio sin propietario a un dueño" (3). Las guerras mundiales no son
sino el producto de esta lucha feroz que se entabla desde principios de siglo, preparada
desde 1871, entre las potencias capitalistas más avanzadas del globo. La desventaja
relativa de Alemania respecto de Inglaterra y Francia en la competencia mundial por
zonas de influencia, es lo que conduce a la primera guerra mundial. Y un fenómeno
parecido lleva a la segunda guerra mundial, después de que Alemania había quedado
reducida a la impotencia tras la derrota de 1919 y las imposiciones de sus enemigos. De
todas maneras, lo fundamental es dejar claro que la transformación del capitalismo en
imperialismo culmina a finales de la crisis económica de 1900 a 1903. Este hecho
histórico es aceptado por historiadores de las más diversas tendencias y concepciones
ideológicas.

1. La transformación del capitalismo

¿Qué había sucedido en el desarrollo del capitalismo? Fundamentalmente, que el


capitalismo comenzaba a negarse a sí mismo, sin dejar de ser capitalismo, pero
sometido a contradicciones insalvables que daban base para el surgimiento de una nueva
fase en la historia del mundo. Marx desarrolla un análisis genial de este proceso, cuando
apenas se encuentra en el momento de su iniciación y cuando aparecen en el mundo
capitalista las llamadas "sociedades anónimas". En esencia, lo que esto lleva implícito
es la abolición de la propiedad privada del capital. Los capitalistas se transforman en
"simples capitalistas de dinero", alejados cada vez más del proceso productivo,
reemplazados por administradores y gerentes de capital ajeno. Las empresas aparecen
como empresas sociales por oposición a las empresas privadas. "Es", dice Marx, "la
supresión del capital como propiedad privada dentro de los límites del mismo régimen
capitalista de producción" (4). Se efectúa un cambio radical en los caracteres de la
propiedad. La ganancia se da a través, sobre todo, del interés, es decir, "como simple
remuneración de la propiedad del capital" (5). Tanto la producción como el trabajo
aparecen separados de la propiedad del capital y de la propiedad sobre los medios de
producción. Marx dice que este resultado del máximo desarrollo de la producción
capitalista "constituye una fase necesaria de transición hacia la reversión del capital a
propiedad de los productores, pero ya no como propiedad privada de productores
aislados, sino como propiedad de los productores asociados, como propiedad directa de
la sociedad" (6).

El aspecto fundamental que Marx señala respecto de la aparición de las sociedades


anónimas consiste en que la ganancia reviste ’’exclusivamente la forma del interés", y
’’esta clase de empresas sólo son posibles siempre y cuando arrojen simples intereses"
(7). Tanto el carácter social que adquiere la propiedad del capital dentro del capitalismo,
como el papel que entra a jugar el interés, inician la transformación del crédito en la
producción capitalista. Surge algo peculiar, propio solamente de la etapa más elevada
del capitalismo, el capital financiero. Lo que se da es verdaderamente una contradicción
entre el capital industrial de libre competencia directamente productivo y el nuevo
capital financiero. "El sistema de las acciones entraña ya la antítesis de la forma
tradicional en que los medios sociales de producción aparecen como propiedad
individual, pero al revestir la forma de la acción, siguen encuadrados dentro del marco
capitalista; por consiguiente, este sistema, en vez de superar el antagonismo entre el
carácter de la riqueza social y como riqueza privada, se limita a imprimirle una nueva
forma" (8). Así se da una gigantesca centralización del capital y una "expropiación en la
escala más gigantesca" (9). Pero el crédito expresa, en su punto más álgido, la
agudización de las contradicciones del régimen de producción capitalista. Acelera el
desarrollo material, estimula el mercado internacional, centraliza y extiende la forma de
administración de la empresa al conjunto de la sociedad, pero también generaliza el
fraude y la especulación, genera las explosiones violentas de las crisis y con "ellas los
elementos de la disolución del régimen de producción vigente". Muy graciosamente se
refiere Marx a este fenómeno, en que conviven la corrupción más desmedida inherente
al capital financiero con las bases de transición hacia un régimen de producción nuevo:
"esta dualidad es la que da a los principales portavoces del crédito, desde Law hasta
Isaac Pereire, esa agradable fisonomía mixta de estafadores y de profetas" (10).

Cuando Lenin en 1916 desarrolla estas tesis, precisamente al encontrarse en pleno


fragor la primera guerra mundial imperialista, el proceso que Marx había comenzado a
analizar ha adquirido ya el carácter universal del desarrollo del capitalismo y se ha
convertido con plena vigencia en "la fase superior". Para Lenin, como para Marx, no se
trata de una simple etapa que pueda ser superada por otra dentro del capitalismo. No.
Para ellos lo que se está dando es la última etapa del capitalismo, cuyas características
son, por una parte, la negación misma del capitalismo y, por otra, la base material de
una nueva forma de producción. Marx es completamente explícito al respecto. "Esto
equivale a la supresión del régimen de producción capitalista dentro del propio régimen
de producción capitalista y, por tanto, a una contradicción que se anula a si misma y
aparece prima facie como simple fase de transición hacia una nueva forma de
producción... Es una especie de producción privada, pero sin control de la propiedad
privada" (11). Por eso Lenin puede, basado en el análisis de la economía mundial de
1916, cuando este proceso ha adquirido plenamente todas sus características, señalar
que el imperialismo es la base material del socialismo, pero que también es el
capitalismo agonizante, caduco, corrupto, superexplotador, inmensamente agresivo,
totalmente antidemocrático, en pleno proceso defensivo (12).

Lo que cambia el carácter del capitalismo es la gigantesca acumulación de capital


producida en los países más avanzados del mundo, concomitante con lo cual aparece el
monopolio como la forma específica de propiedad de la nueva fase y el predominio del
capital financiero por oposición al predominio del capital industrial de libre
competencia. Lenin llama a esto la ’’sobremaduración’’ del capitalismo. la formación
de un "exceso" de capital, y la necesidad ineludible de la exportación de capital. La
exportación de capital es un fenómeno secundario durante el siglo XIX y que no
responde a una necesidad ineludible de los países capitalistas. Pero con el imperialismo,
se vuelve una condición esencial de la supervivencia del capitalismo, la forma más
eficaz de contrarrestar su crisis, de contener la baja tendencial de la cuota de ganancia.
En 1914, por ejemplo, Gran Bretaña tenía invertido fuera de su territorio la suma de
veinte mil millones de dólares, lo cual equivalía a una cuarta parte de toda su riqueza
(13). Cincuenta años después, en la primera mitad de la década del sesenta, solamente el
capital a crédito, colocado por los países imperialistas en los países atrasados, ascendía
a una suma similar a toda la inversión en el extranjero de la Gran Bretaña en esa época.
Pero menos de veinte años después, el endeudamiento externo del mundo
subdesarrollado se había multiplicado por diez y llegaba a la fabulosa suma de
doscientos mil millones de dólares sin contar la inversión directa (14). Tanto Francia
como Alemania contaban a principios de siglo con sumas enormes invertidas en el
mundo entero, más fuera de sus colonias que dentro de ellas. Alemania había invertido
para el comienzo de la primera guerra mundial en África, Asia y el Imperio Otomano,
mientras Francia le tenia prestado a Rusia la suma de dos mil millones de dólares. La
lucha entre Francia, Inglaterra y Alemania por controlar zonas de influencia y proteger
sus intereses, era una lucha a muerte (15). Hoy esa lucha continúa, aunque hayan
cambiado sus protagonistas. Pero, de todas maneras, lo esencial es que los países
imperialistas exportan capital o perecen. Esa es la moderna ley de hierro del
Capitalismo y no era así en el siglo XIX.

2. El imperialismo como dominación

"Económicamente", dice Lenin, "el imperialismo es el capitalismo monopolista" (16).


Por esta razón, lo que caracteriza el desarrollo del capitalismo en el siglo XX es que el
carácter de monopolista que adquiere, cuya imperiosa necesidad de supervivencia lo
conduce a la exportación de capital, es ya una negación de su propio carácter y de sus
propias leyes, es su propia negación, aunque todavía no su desaparición. El poder
económico adquirido por el capital financiero, obliga a los países capitalistas a buscar el
control de las materias primas, de mano de obra barata y de tierra a bajo costo en los
países atrasados, en donde los beneficios son elevados y, mediante cuyo control, logran
ampliar el mercado de exportación de sus mercancías. "... En el umbral del siglo XX
asistimos... a la situación monopolista de unos pocos países ricos, en los cuales la
acumulación de capital había alcanzado proporciones gigantescas. Surgió un enorme
exceso de capital en los países avanzados. Mientras el capitalismo es capitalismo, el
exceso de capital no se consagra... sino el acrecentamiento de estos beneficios mediante
la exportación de capital al extranjero, a países atrasados. En estos países atrasados el
beneficio es ordinariamente elevado, pues los capitales son escasos, los salarios bajos, el
precio de la tierra poco considerable, las materias primas baratas" (17). Esta necesidad
de exportación de capital, de mercados más amplios y de beneficios mayores es lo que,
realmente, da origen al nuevo tipo de colonialismo, al neocolonialismo. Surge, así, un
fenómeno que no era posible en el siglo XIX, es decir, la dominación por medios
económicos sin el control político-militar, la pérdida de la independencia nacional por la
fuerza del control económico que ejercen un puñado de países en donde se ha
desarrollado el capitalismo monopolista. En el siglo XX, a diferencia del siglo XIX, se
dan dos formas de perder la independencia nacional. Una, por el control económico, por
la fuerza del capital financiero internacional y el crédito de país a país, sin control
político-militar directo, como una exigencia insustituible de la economía monopolista.
La otra, por medio del dominio directo, por la invasión y el poder político militar, la
forma colonial utilizada en el siglo XIX como una política de la burguesía, pero no
como una necesidad de supervivencia. La primera es la típica dominación del siglo XX
que no existió durante el siglo anterior, porque no se habían desarrollado las
características monopolistas del capital ni había llegado a predominar el capital
financiero. Las características del capital internacional disminuyen la necesidad del
dominio colonial directo, dado el poder inherente al capital financiero. "El capital
financiero es una fuerza tan considerable, por decirlo así tan decisiva en todas las
relaciones económicas e internacionales, que es capaz de subordinar, y en efecto
subordina, incluso a los Estados que gozan de una independencia política completa... La
política colonial capitalista de las fases anteriores del capitalismo se diferencia
esencialmente de la política colonial del capital financiero". "Los capitalistas no se
dividen el mundo llevados por una particular perversidad, sino porque el grado de
concentración a que ha llegado les obliga a seguir este camino para obtener beneficios y
se lo reparten ’según el capital’, ’según la fuerza’" (18). El capitalismo del siglo XIX no
fue imperialista. Hemos señalado con Marx y Lenin que el imperialismo no comenzó
sino en un momento muy avanzado de desarrollo del capitalismo, proceso de
transformación que se inicia hacia finales del siglo XIX, que culmina plenamente a
principios del siglo XX y que se expresa sin ambages en la primera guerra mundial
imperialista de 1914.

Esta concepción leninista del imperialismo que nosotros consideramos como un


desarrollo de las tesis de Marx de acuerdo a lo que hemos expuesto, se diferencia
radicalmente de las tesis de Rosa Luxemburgo sobre la acumulación de capital y el
expansionismo del sistema capitalista, así como de sus derivaciones en las diferentes
variantes de la llamada "teoría de la dependencia" (19). La mayoría de los historiadores
colombianos de la "nueva historia" se apartan de Marx y Lenin y acuden a Rosa
Luxemburgo y a los "dependentistas" para tratar el problema del subdesarrollo. El caso
más claro es el de Mario Arrubla (20). Para él, el imperialismo comienza con el mismo
desarrollo del capitalismo y es inherente a toda la época que abarca su proceso. Las
etapas que él señala, no significan un cambio esencial dentro del mismo desarrollo del
capitalismo, sino simples desenvolvimientos de la expansión capitalista mundial. Por
otra parte, esta concepción luxemburguista no concibe el imperialismo como la
dominación del capital financiero mediante el mecanismo de la exportación de capitales.
Para Arrubla, como para los "dependentistas", el neocolonialismo no consiste en la
pérdida de la independencia nacional, sino en el desarrollo del capitalismo como efecto
de la expansión del capital internacional en los países atrasados. Como consecuencia, el
problema nacional no tiene sentido y sólo lo adquiere el de la lucha contra el capital
internacional, ignorando así, como fenómeno determinante, la dominación de unos
países sobre otros como resultado del desarrollo desigual del capitalismo. Para una
interpretación de la historia de Colombia esta diferencia de concepción sobre el
desarrollo del capitalismo resulta determinante. Para Arrubla toda la historia de
Colombia ha sido dependiente, porque se ha enmarcado dentro del desarrollo del
capitalismo mundial desde la época de la colonia española. Esta posición convierte en
inocua la revolución de independencia y niega el carácter independiente del siglo XIX.
La expansión del capitalismo mundial habría hecho imposible la independencia
nacional y sólo el intercambio mercantil o capitalista desigual habría sido suficiente
para el avance del capitalismo en Colombia y, por tanto, para su ’ ’dependencia’ ’. En
una concepción leninista del problema la pérdida de la independencia en el siglo XIX
solamente fue posible mediante la invasión militar, hecho que no se dio en Colombia,
precisamente porque el capital no había llegado a adquirir ese poder autónomo de
ejercer la dominación económica sin la invasión político-militar.

El monopolio, el predominio del capital financiero, la exportación de capitales, la lucha


por el reparto del mundo, la pérdida de la independencia nacional mediante la
dominación directa e indirecta, el surgimiento de grandes asociaciones internacionales
de capital, todo esto son expresiones acabadas de la nueva época que vive el mundo del
siglo XX. "El imperialismo es la progresiva opresión de las naciones del mundo por un
puñado de grandes potencias" (21). Por supuesto que los conflictos internacionales entre
las grandes potencias del mundo que pugnan por la extensión y consolidación de la
opresión de las naciones siguen siendo iguales en la forma a los que se dieron en los
siglos XVIII y XIX, pero su contenido social y de clase ha cambiado
fundamentalmente. "El circuncambiante histórico objetivo ha pasado a ser enteramente
distinto" (22). Tres cambios esenciales se han dado en este proceso, desde el punto de
vista de su contexto político y social. Primero, el capital ascendente que procuraba la
liberación nacional contra el feudalismo, ha dado campo al capital financiero, que Lenin
califica de ultrarreaccionario. Por eso el blanco fundamental de la lucha es el capital
financiero internacional. Segundo, el marco de los Estados nacional-burgueses que fue
un apoyo para el desarrollo de las fuerzas productivas se ha convertido en su obstáculo
al haber llegado a ser en los países más avanzados del mundo, una fuerza de opresión
mediante el dominio del monopolio y del capital financiero. Y tercero, la burguesía que
fue una clase revolucionaria que luchó por el avance del mundo y era una clase en
ascenso en los siglos anteriores, se ha convertido en una clase que se hunde, decadente y
reaccionaria. Ya no es esa clase la ascendente, sino otra clase enteramente distinta, el
proletariado (23). Por eso el capitalismo, cuya superestructura política era la democracia
burguesa, ha vuelto a la reacción política, que corresponde al monopolio. Hilferding
decía: "El capital financiero aspira al dominio, no a la libertad". Y Lenin añade: "El
imperialismo procura violar la democracia, procura implantar la reacción tanto en la
política exterior como en la política interna. En este sentido, el imperialismo es,
indudablemente, la ’negación’ de la democracia en general, de la democracia en su
conjunto, y no tan sólo de una de las exigencias de la democracia, a saber, la
autodeterminación de las naciones" (24).

El imperialismo no está dedicado a promover el progreso del mundo y, mucho menos,


de los países atrasados. Su único propósito consiste en aumentar sus ganancias. sin
preocuparse de la producción, de las necesidades de las masas, o del desarrollo de los
pueblos. Lo que resulte de avance o de progreso proviene de la circunstancia de que el
imperialismo necesita promover aquello que le permita saquear en forma más eficaz los
países coloniales y neocoloniales. De esta manera, permite y promueve las formas de
desarrollo capitalista que le sirven a sus intereses, al margen de las necesidades y de los
intereses de los países dominados. Para ello utiliza toda una serie de mecanismos: las
guerras de agresión que destruyen el país; los tratados desiguales que dan al país
imperialista garantías para ejercer control de parte o del total de la economía; control
sobre el comercio, las comunicaciones y la agricultura; penetración del capital
extranjero y la suplantación del capital nacional por medio de extorsión, competencia y
tecnología; monopolización del crédito, la banca y las operaciones financieras; creación
de una clase intermediaria que trabaje en interés del país imperialista explotando con la
usura los sectores débiles de la economía nacional; firme alianza con la clase
terrateniente y con la burguesía intermediaria para mantener los rezagos feudales en la
agricultura; abastecimiento de armas y entrenamiento militar del ejército y de la policía;
penetración cultural a través del control progresivo del sistema educativo, los medios de
comunicación hablados y escritos, y sobre el entrenamiento de los intelectuales (25).

3. Imperialismo, lucha, por la hegemonía mundial y capitalismo de Estado

El proceso a través del cual Estados Unidos llega a constituirse en la potencia


hegemónica mundial está determinado principalmente por las dos guerras mundiales.
Antes de la primera guerra, la lucha por la hegemonía se concentraba en Europa.
Alemania era el poder imperialista en ascenso, mientras Francia e Inglaterra defendían
una posición ya consolidada en Asia y África. Entre tanto Estados Unidos ganaba
terreno en América Latina, desplazando progresivamente a Inglaterra que había
obtenido resultados importantes en su expansión imperialista a finales del siglo XIX,
especialmente al Cono Sur del continente. Alemania logra formar un eje con Austria e
Italia para enfrentarse a la Triple Alianza de Inglaterra, Francia y Rusia. Estados Unidos
no entra sino al final de la guerra, se beneficia de los estragos causados por la guerra en
sus aliados y sale fortalecido de haberse convertido en el poder decisorio que había
inclinado la balanza a favor de la Triple Alianza. Pero entre la primera y segunda guerra
mundial la lucha por la hegemonía se hace más aguda debido a la posición cada vez más
agresiva de Alemania, acorralada por las demás potencias y amenazante con el fascismo
y su alianza con Japón e Italia. Los puntos fundamentales de conflicto son América del
Sur, China y las colonias de los países imperialistas. Estados Unidos avanza cada vez
más en América Latina. Allí tiene que defender el Canal de Panamá y los vastos
intereses adquiridos especialmente después de 1920 en todo el continente. Pero también
tiene intereses en China y se lanza a una competencia sin cuartel para conquistar las
fuentes de petróleo que irían a influir poderosamente en la definición de la segunda
guerra mundial. En esta lucha por la hegemonía, Estados Unidos entra en alianza con
Inglaterra y Francia para derrotar al imperialismo más agresivo y más peligroso en ese
momento que era el de Alemania y Japón. De la guerra el mayor beneficiado es Estados
Unidos que emerge como la potencia hegemónica mundial. Había comenzado su
ascenso imperialista con la victoria en la guerra hispanoamericana, con el robo de
Panamá y la construcción del Canal. Se había fortalecido económica y militarmente
después de la primera guerra mundial con el debilitamiento de las potencias europeas y
había resultado como la potencia hegemónica sin competencia importante después de la
segunda guerra mundial. Pero las guerras de Corea y Vietnam, la revolución china y las
revoluciones de liberación nacional en el periodo más reciente han ido debilitando el
poder hegemónico norteamericano. La Unión Soviética ha surgido como la potencia que
compite palmo a palmo con Estados Unidos por la hegemonía mundial. Ya no es
Estados Unidos la potencia en ascenso, sino la Unión Soviética que avanza con éxito,
principalmente, en África y Asia.

La transformación del capitalismo en imperialismo, la agudización de las


contradicciones entre el capital y el trabajo, la lucha sin cuartel por la hegemonía
mundial, la división del mundo en países opresores y países oprimidos, son los
fenómenos fundamentales que definen el desarrollo del capitalismo en el siglo XX. La
historia de Colombia está íntimamente ligada a este proceso. Pero esta etapa de
decadencia del capitalismo en el mundo que se expresa en el dominio del monopolio y
del capital financiero parasitario significa además que una nueva forma de producción y
de organización social surge en el mundo. En efecto, la Revolución de Octubre en Rusia
inicia una nueva etapa en la historia mundial, la era de la revolución mundial proletaria
y la era del socialismo. "Porque la primera guerra mundial imperialista y la primera
revolución socialista victoriosa, la Revolución de Octubre, han cambiado la dirección
histórica de todo el mundo y señalado una nueva era histórica para todo el mundo... En
una era así cualquier revolución contra el imperialismo que se produzca en una colonia
o semi-colonia, es decir, cualquier revolución contra la burguesía y el capitalismo
internacionales, no pertenece ya a la antigua categoría de la revolución democrático-
burguesa mundial, sino a una nueva, y ya no forma parte de la antigua revolución
mundial burguesa o capitalista, sino de la nueva revolución mundial: la revolución
mundial proletario-socialista" (26). Desde la revolución francesa hasta la guerra franco
alemana de 1871 que incluye la primera revolución proletaria, la de la Comuna de París,
el mundo vivió la era de la revolución mundial burguesa. En ese periodo el "contenido
objetivo del proceso histórico de la Europa continental no era el imperialismo, sino los
movimientos burgueses de liberación nacional" (27). Desde la Comuna de París hasta la
Revolución de Octubre se da una etapa de transición. Pero la Revolución de Octubre da
término a la revolución mundial burguesa, democrática, e inicia la etapa de la
revolución mundial proletaria, socialista. El contenido del proceso histórico mundial es
el de la liberación nacional contra el imperialismo y el de la construcción del socialismo
en cada vez más regiones del mundo. La Unión Soviética fue el primer país socialista.
Su revolución fue dirigida por Lenin y continuada por Stalin. A Stalin le tocó guiar el
proceso de la revolución socialista en un solo país contra el embate de todos los países
imperialistas y, principalmente, contra la amenaza del fascismo durante la segunda
guerra mundial. El socialismo en la Unión Soviética obtuvo triunfos extraordinarios y
apoyó el proceso revolucionario en todo el mundo, en Europa Oriental, en China, en
Corea, en Indochina y en otras regiones. La muerte de Stalin dio paso a la usurpación
del poder por Krushov con lo que se inicia un proceso de restauración del capitalismo
en la Unión Soviética y de lucha por la hegemonía mundial con Estados Unidos. En esta
forma el primer país que había hecho la revolución socialista se convierte en un país
expansionista con todas las características de los demás países imperialistas del globo.
Exporta capital, compite por materias primas y mercados, utiliza mano de obra barata de
países menos desarrollados, forcejea en todas las regiones de conflictos militares con
Estados Unidos, controla regiones enteras militarmente y lucha por la supremacía del
mundo cuya clave se encuentra en Europa (28). El aspecto principal de la lucha por la
hegemonía es la competencia entre la Unión Soviética, la potencia imperialista en
ascenso, y Estados Unidos, que tiene una posición consolidada y la defiende.

La base material de la restauración capitalista en la Unión Soviética está cimentada en el


capitalismo monopolista de Estado. El fenómeno del capitalismo de Estado responde, en
la etapa actual del mundo, a las necesidades que encuentra el monopolio y el capital
financiero de control centralizado y de contabilidad estatal sobre la economía. Esta
necesidad conduce a la nacionalización de sectores claves de la economía,
especialmente en la gran industria, en la distribución y en los servicios, "combinando las
fuerzas gigantescas del capitalismo con las fuerzas gigantescas del Estado a fin de
formar un solo mecanismo" (29). Este fenómeno significa que la máquina del Estado se
fortalece en forma desmesurada. Muchos han llamado a este capitalismo de Estado,
socialismo democrático de Estado. Pero lo que cambia el carácter del capitalismo de
Estado es, precisamente, el control sobre el Estado y la clase social que lo tenga. No es
lo mismo un capitalismo de Estado en un Estado burocrático-reaccionario bajo la égida
de los terratenientes y los financistas que en un "Estado democrático-revolucionario...
que destruya revolucionariamente todos los privilegios..." (30). En la Unión Soviética
Lenin estableció el capitalismo de Estado al principio de la revolución como una
necesidad para construir la economía socialista, sin lo cual no podría haberse avanzado
a grados más altos de economía colectiva. La nacionalización, el control y la
contabilidad centralizados son comunes a la economía de capitalismo de Estado y de
socialismo, y en ello radica la confusión de considerar el capitalismo monopolista de
Estado como un socialismo "democrático" pero que sigue en manos de la gran
burguesía burocrático-reaccionaria. Después de la llegada de Krushov al gobierno, una
camarilla burocrático-reaccionaria ha usurpado el poder en la Unión Soviética y se ha
aprovechado de los grandes avances que había hecho la construcción del socialismo en
ese país para convertirlo en una economía de capitalismo monopolista de Estado, la más
organizada y la más centralizada de la tierra.

El capitalismo monopolista de Estado que está en manos de los grandes monopolios y


bajo el poder del capital financiero no conduce sino a una negación cada vez más aguda
de la democracia burguesa. Por eso, desde el punto de vista político, el capitalismo
monopolista de Estado, bajo el poder del capital financiero conduce al fascismo. El
fascismo es la negación más extensa de la democracia burguesa, de toda la democracia.
Lenin explicó esta contradicción que se da desde el principio entre la superestructura
política y la infraestructura económica en el capitalismo. A pesar de que el capitalismo
necesitaba para su lucha con el feudalismo la democracia burguesa y ésta era su forma
política natural, existía una contradicción que consistía en que el capitalismo niega la
igualdad y la libertad que afirma la democracia. La igualdad, porque divide las clases
entre capitalistas y obreros; y la libertad, porque tiene que imponer en el contexto de la
fábrica la disciplina más estricta y la ausencia de libertades democráticas más estrecha.
Al llegar el capitalismo a la etapa del monopolio y del dominio del capital financiero
esta contradicción entre la superestructura política y la base económica se vuelve
antagónica. Tanto más es así, cuanto que el sistema capitalista se ve amenazado por el
surgimiento del socialismo y por la exigencia de la plenitud de la democracia burguesa
que consiste en el poder de la mayoría (los obreros) sobre la minoría la (burguesía). De
ahí que Lenin diga que el imperialismo es la negación de la democracia, de toda la
democracia (31). Lo que tiende a implantar el capitalismo monopolista de Estado como
una necesidad ineludible en el conjunto de la sociedad es esa misma disciplina y
despotismo que tiene que reinar en toda fábrica capitalista.

Si el capitalismo de Estado surge en un país como Colombia por la fuerza de la


dominación imperialista y no por el desarrollo interno de sus condiciones económicas,
lo que hace es agregar a la pérdida de la independencia nacional un régimen político
cada vez más oprobioso, más antidemocrático y de tendencias cada vez más fascistas
por la naturaleza misma del tipo de Estado que se implanta. La discusión con el
liberalismo colombiano del siglo XX debe enmarcarse dentro de este orden de ideas.
Como veremos más adelante, la tendencia que aparece dentro del partido liberal después
de la derrota final sufrida en la guerra de los mil días y que determina una etapa crucial
de nuestra historia, defiende cada vez con más ahínco el capitalismo de Estado que
Uribe Uribe llamó ya "socialismo de Estado" y que han seguido sin dudar los
principales dirigentes de ese partido. A esta posición más social-demócrata que liberal
se han acogido importantes sectores intelectuales que propugnan por un fortalecimiento
del Estado sin tener en cuenta en manos de quién se encuentra el poder, confundiendo
así una posición antiimperialista con un nacionalismo chauvinista de profundas raíces
en la orientación fascista del Estado (32). El capitalismo monopolista de Estado expresa
en su forma más acabada una época histórica, en la cual se encuadra la historia de
Colombia del siglo XX, que asiste a la decadencia del capitalismo, al dominio del
imperialismo y al surgimiento del socialismo. Es la profunda contradicción del siglo
XX, en la que el capitalismo monopolista de Estado es a la vez la expresión más
acabada del imperialismo y la preparación material, la antesala del socialismo. Como
diría Lenin: "La transformación del capitalismo monopolista en capitalismo
monopolista de Estado pone... a la humanidad extraordinariamente cerca del socialismo:
tal es precisamente la dialéctica de la historia’’ (33).

NOTAS

(1)Lenin, "Materiales para la revisión del programa del partido", Obras completas, Editorial Cartago, T.
XXIV.

(2)La literatura sobre el imperialismo y sobre el significado de esta etapa es profusa. Citaremos solamente
las obras más conocidas y de mayor importancia para nuestro punto de vista: Lenin, "El imperialismo,
fase superior del capitalismo". Obras escogidas. En tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1961, v. 1; R.
Hilferding, El capital financiero, Editorial Tecnos, Madrid, 1963; N. I. Bujarin, La economía mundial y el
imperialismo. Editorial Pasado y Presente, Córdoba, 1971; David K. Fieldhouse, Economía e Imperio. La
expansión de Europa 1830-1914, Editorial Siglo XXI, México, 1978.

(3)El Imperialismo, fase superior del capitalismo, Cap. VI.

(4)Marx, El Capital, T. III, Cap. XXVII.

(5)Ibid.

(6) Ibid.

(7) Ibid.

(8) Ibid.

(9)Ibid.

(10)Ibid.

(11) Ibid.

(12)Lenin, "El imperialismo y la escisión del socialismo", Marx, Engels, Marxismo, Editorial Progreso,
Moscú.

(13). R. R. Palmer y Joel Colton, A History of the Modern World, Alfred A. Knoff, New York, 1965, p.
619.
(14). Time, junio 3 de 1977. Ver Pierre Jalée, Imperialismo, 1970, Editorial Siglo XXI, México, 1971;
Pierre Jalée, El saqueo del Tercer Mundo, Ruedo Ibérico, París, 1966; Haroíd von Cleveland y W. H.
Bruce Brittain, "¿Se hunden los países menos desarrollados?". Perspectivas Económicas, No. 22.1978/2.

(15) Palmer y Colton, op. cit., Cap. XV.

(16)Lenin, "Sobre la caricatura del marxismo y el economismo imperialista", en Obras completas,


Editorial Cartago, T. XXIII.

(17) Lenin, El Imperialismo fase superior del capitalismo, Cap. IV (18) Ibid., Cap. VI. "...La fuerza varía
a su vez en consonancia con el desarrollo económico y político; para comprender lo que está
aconteciendo hay que saber cuáles son los problemas que se solucionan con los cambios de las fuerzas,
pero saber si dichos cambios son ’puramente’ económicos o extra-económicos..., es un asunto secundario
que no puede hacer variar en nada la concepción fundamental sobre la época actual del capitalismo".
Ibid., Cap. V.

(19) Ver, para una crítica a las teorías de la dependencia, José F. Ocampo y Raúl Fernández, "The Latín
American Revolution:A Theory of Imperialism, Not dependence" en Latín American Perspectives,
Spring, 1974, V. 1, Num. 1, pp. 30-61. Una serie de autores han popularizado la "teoría de la
dependencia", entre ellos, los más importantes serian Osvaldo Sunkel, Theotonio Dos Santos, André
Gunder Frank, Fernando Henrique Cardozo, Rui Mauro Marini. Para un recuento muy completo de la
bibliografía, ver Ronaid H. Chilcote, "Dependency: A Critical Synthesis of the Literature", Latín
American Perspectives. Ibid.,pp. 4-29.

(20). Arrubla, op. cit, cpts. 2o. y 3o. Para Rosa Luxemburgo, la realización de la plusvalía no puede darse
sólo con el mercado interior, sino que necesita de la expansión del capital hacia los países agrarios. El
capitalismo, por esencia, sería expansionista y, por tanto, imperialista. Luxemburgo no está de acuerdo
con Lenin en que el imperialismo sea una etapa del capitalismo en que éste se niegue a sí mismo dentro
del mismo capitalismo, como lo plantea Marx. Por esta misma razón, el imperialismo tampoco es para
Luxemburgo el dominio de un país sobre otro, sino la realización de la plusvalía en el mundo. Rosa
Luxemburgo, La acumulación de capital, Editorial Grijalbo, México, 1967.

(21) Lenin, "El proletariado revolucionario y el derecho de las nacieres a la autodeterminación", Obras
completas, T. XXI.

(22) Lenin, "Bajo una bandera ajena". Obras completas, T. XXI.

(23) Ibid.

(24) Lenin, "Sobre la caricatura del marxismo y el ’economismo imperialista’", Obras completas, T.
XXIII.

(25) Ver Mao Tse Tung, "La revolución china y el partido comunista de China", Obras escogidas, V. II.

(26) Stalin, "Significado internacional de la Revolución de Octubre" y "La Revolución de Octubre y la


táctica de los comunistas rusos", Cuestiones del leninismo. Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín,
1979; Mao Tse Tung, "Sobre la nueva democracia", Obras escogidas, Pekín, Tomo II.

(27) Lenin, "Bajo una bandera ajena", Obras completas, T. XXI.

(28) La teoría del presidente Mao sobre los Tres Mundos constituye una gran contribución al marxismo-
leninismo, Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1977, Entre 1989 y1995 se derrumbó la Unión
Soviética y se desintegró en pequeños países, excepto Rusia. La Perestroika de Michael Gorvachov fue el
paso de transición a la caída de lo que podría ser en ese momento la potencia más poderosa de la historia.
Estas notas, escritas en 1982 no hacen sino mostrar lo que en ese momento había llegado a ser el mundo y
la lucha entre las dos superpotencias.
(29)Lenin, "Guerra y revolución". Obras completas, T. XXIV.

(30) Lenin, "La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla". Obras escogidas, T. 2.

(31)Ver Lenin, "La caricatura del marxismo y el economismo imperialista", Obras completas, T. XXIII.
Cap. 3.

(32)Quizás el defensor más ilustrado de esta posición es el profesor de la Universidad Nacional, Darío
Mesa. Ver, por ejemplo, su conferencia sobre La universidad y la revolución científico-técnica,
mimeógrafo, Universidad Nacional, Bogotá. Su posición coincide plenamente con la de Alfonso López
Michelsen, op. cit. y, coincidencialmente, con la de Mario Laserna, Estado fuerte o caudillo, Editorial
Revista Colombiana, Bogotá, 1968.

(33)Lenin, "La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirían. Obras escogidas, T. II. Cap. II.

Capitulo Segundo. De la revolución


democrática a la dominación
imperialista en Colombia
Los historiadores modernos del siglo XIX en Colombia tienden a adoptar una posición
lastimera respecto de las profundas y agudas luchas que enfrentaron al partido liberal y
al partido conservador o a sus fracciones, sobre todo después de promulgada la
Constitución de Rionegro. En esta posición continúan indudablemente la tradición
sentada por Núñez, quien, hábilmente, explotó el sentimentalismo, el romanticismo, la
sensiblería y la obsesión del orden por el orden que se apoderó de tantos colombianos
pero, en especial, de los más recalcitrantes y sectarios conservadores (1). Quienes no
adoptan una posición lastimera, consideran las guerras civiles simples contiendas
caudillescas, inútiles enfrentamientos familiares, inconscientes pugnas utilizadas por
manzanillos sin principios (2). Ni Núñez que defendía la implantación del orden ni sus
adversarios que propiciaron una nueva guerra para derrotar la "Regeneración,
interpretaron las guerras civiles en su verdadero significado. Ellas no fueron sino la
expresión de una profunda lucha que inició la revolución de independencia y se
prolongó en formas distintas a todo lo largo del siglo XIX. Ese proceso fue el de la
revolución democrática en Colombia.

1. El proceso histórico del siglo XIX en Colombia

Todo el esfuerzo de los autores de la "nueva historia" en su interpretación del siglo XIX
se reduce a desvirtuar por completo la contradicción entre terratenientes y comerciantes.
Tirado Mejía, al hacer notar que los comerciantes se vincularon a la tierra después de la
Constitución de Rionegro, señala: "Sería interesante revisar el manido concepto de
lucha entre comerciantes y terratenientes a mediados del siglo XIX, a propósito del
asunto del libre cambio, y preguntar dónde podía estar el interés de los terratenientes en
que no se importaran los artículos de lujo para su consumo y en que hubiese aranceles
que gravaran la exportación de productos agrícolas" (3). En este sentido, las causas que
aduce Tirado para explicar las guerras civiles son las mismas que ya conocen todos los
textos de historia tradicional popularizadas por el de Henao y Arrubla. Unas veces las
divergencias religiosas, otras los conflictos de familias, otras las ambiciones personales
de los caudillos. Para Tirado la división entre "un liberalismo progresista expresión de
los intereses de la burguesía comerciante o industrial, y conservatismo retardatario,
expresión de los latifundistas", no es sino una mecánica transposición de la
problemática europea. Por eso añade: "a partir de mediados del siglo XIX, toda
oposición antagónica entre comerciantes y terratenientes perdió razón de ser" (4). Para
Tirado la contradicción es entre una clase dominante "a la vez terrateniente,
comerciante, burocrática y especuladora empotrada en dos partidos, el liberal y el
conservador", y un pueblo compuesto de esclavos, artesanos y campesinos. En el tope
un pequeño grupo de familias que adoptaron ideas europeas por gustos ideológicos y
porque no pugnaban con sus intereses. Y cuando interpreta la alianza de conservadores
y liberales contra Meló y la masacre subsiguiente de gente del pueblo exclama: "Fue
éste el inicio de una práctica reiterada del Frente Nacional expresada en la unión de
oligarquías liberales y conservadoras contra las acciones populares" (5). Y concluye:
"El llamado problema religioso fue el real punto de separación entre el liberalismo y el
conservatismo", lo cual coincide con la posición del ideólogo conservador, Marco Fidel
Suárez que dice: "entre nuestros partidos históricos y tradicionales la diferencia
sustancial y específica es de índole religiosa’’ (6).

Ni los artesanos, ni los campesinos, ni los esclavos dirigieron la revolución


democrático-burguesa en Colombia en el siglo XIX. No la podían dirigir. Lo que estaba
en el terreno de la lucha en Colombia y en el mundo entero era el ascenso del
capitalismo, proceso revolucionario que dirigía la burguesía y no podía ser dirigido sino
por ella. La revolución de los comuneros, la revolución de independencia y las luchas
del siglo XIX durante la república hicieron parte de esta lucha del capitalismo
ascendente contra el feudalismo decadente, no importa que tomara formas peculiares en
cada país o cada región. Los sectores más avanzados ideológica, política y
económicamente tenían claro desde finales del siglo XVIII en la Nueva Granada cuáles
eran los objetivos de esa revolución que debían implantar en Colombia el capitalismo.
Pedro Fermín de Vargas defendía la necesidad de una reforma agraria revolucionaria
contra los terratenientes y contra las tierras de la Iglesia inmovilizadas, como la que
había llevado a cabo Enrique VIII en Inglaterra (7). José Ignacio de Pombo se levantaba
contra todas las trabas que impedían el desarrollo de la agricultura y del comercio y
daba la formulación exacta de las exigencias de la revolución democrática en Colombia:
"...para dar un verdadero impulso a la agricultura, y al comercio, que es un agente, era
necesario remediar varios males, quitar muchas trabas e inconvenientes, y remover
diferentes obstáculos, físicos, morales y políticos que se oponen a su progreso..." (8).
Antonio Nariño propone todo un plan de acción en el mismo sentido, como un
programa revolucionario cuyos objetivos económicos coincidan con la reforma agraria,
la reforma del régimen tributario, la eliminación de los monopolios, la libertad de
comercio (9). Quienes esto proponían, no eran sino los precursores de la revolución de
independencia y sus mentores ideológicos. Pero después de la toma del poder y de la
independencia de España, Castillo y Rada entre 1821 y 1825 inicia el proceso de estas
reformas revolucionarias que ponían las bases del desarrollo capitalista en nuestro país.
Tomás Cipriano de Mosquera en su primera presidencia con la inspiración de Florentino
González derrumba el régimen fiscal de la Colonia. Como fruto de su levantamiento
contra Ospina Rodríguez, Mosquera toma una de las medidas más revolucionarias de
todo el siglo XIX, la desamortización de bienes de manos muertas, inicio de la reforma
agraria burguesa que habían exigido los más avanzados dirigentes de la revolución (10).
Antes José Hilario López había dado fin a la esclavitud y eliminado los resguardos.
Todas estas reformas y muchas más con el mismo contenido abrían paso al capitalismo
que era lo más avanzado, lo más progresista, lo más revolucionario de la etapa que vivía
el mundo. Por esta razón la polémica y la lucha alrededor de los tres problemas más
agudos de todo el siglo XIX, el régimen fiscal de la Colonia, la tenencia de la tierra y el
libre comercio es lo que define el curso de la historia colombiana.

La clase que dirigió este proceso en Colombia fue la burguesía comercial y no la


burguesía industrial como en Europa y Estados Unidos, porque simplemente no existía
la industria capitalista. Lo que define el tipo de intereses que defienden los dirigentes,
son los hechos, las medidas adoptadas, la ideología que afirman con sus actitudes.
Tirado ataca a Mosquera porque era de una familia aristocrática, poseía tierras y era
hermano del Arzobispo Primado de Bogotá. Pero olvida un hecho protuberante, y es el
de que Mosquera expulsa a su hermano por no someterse a la reforma agraria que está
impulsando. Mosquera fue un típico revolucionario burgués con defectos de ambición
personalista y caudillismo, pero siempre consecuente con sus principios y. por esa
razón, resultó tantas veces enfrentado a amigos y presuntos copartidarios,
inconsecuentes con los objetivos de la lucha democrática. Ahora bien, los terratenientes
podían haberse beneficiado inicialmente con las medidas de libre comercio que
favorecían sus exportaciones, de la misma manera como se beneficiaron con la
independencia y, por esa razón, un amplio sector de esa clase, la apoyó. Pero Tirado
pasa por alto que el comercio tiene efectos sobre la descomposición del artesanado y del
campesinado, presiones sobre la tenencia de la tierra que los terratenientes no pueden
aceptar porque atenta contra sus intereses. Además, es verdaderamente ingenuo afirmar
que en el siglo XIX no hubo sino una clase dominante que era a la vez terrateniente,
comerciante y burocrática. ¿A qué se debió entonces la lucha por el poder? Tirado
ignora el hecho de que la burguesía comercial no es una clase cuyos intereses estén
plenamente ligados al desarrollo capitalista. Pueden llegarse a beneficiar de la
exportación de los terratenientes o de un desarrollo industrial. El capital comercial surge
antes del desarrollo pleno del capitalismo, es la forma antediluviana del capital y, por
tanto, no exige, como si lo hace el capital industrial antes de la etapa imperialista, la
eliminación del régimen terrateniente y la lucha política contra la clase terrateniente
feudal. En Colombia, un sector de la burguesía comercial en la década del setenta del
siglo pasado, aprovechándose de los bonos del Estado que poseía, invirtió en tierras y
adquirió intereses iguales a los de los terratenientes. Más adelante examinaremos este
fenómeno que tiene amplias repercusiones políticas para entender el proceso de la
"Regeneración". De todas maneras, un sector de los comerciantes claudica en su lucha
por el desarrollo capitalista. Otra cosa es considerar esta claudicación más bien como la
inexistencia de dos clases antagónicas que componen los dos polos de la contradicción
principal del siglo XIX. Y Tirado no comprende el proceso cuando señala que el Frente
Nacional ya comienza con la alianza temporal que hacen los dos partidos, apenas en su
proceso de conformación, contra el golpe militar de Meló en 1853.

La lucha por un comercio libre, por una reforma agraria antiterrateniente y contra el
régimen fiscal de la Colonia expresaba en su forma más acabada el proceso de la
revolución democrática que pugnaba por el desarrollo del capitalismo en el país. Los
terratenientes se oponen sistemáticamente a este proceso, unas veces con razones
económicas, otras con razones religiosas, otras con argumentos filosóficos, otras por
medio de las armas. Los comerciantes, unas veces apoyan decididamente el proceso,
otras veces vacilan o claudican. Lo que hay que examinar en cada momento del
desarrollo histórico del siglo XIX, es qué fuerzas se colocan al lado de las medidas, los
hechos y las ideas que favorecen los cambios radicales que promueven las premisas del
capitalismo y qué fuerzas se oponen abierta o solapadamente. El problema religioso no
es sino una expresión de esta lucha profunda que enmarca casi un siglo entero de
nuestra historia. Lenin, en su resumen de El Capital, señala la importancia decisiva de
estas condiciones, alrededor de las cuales giró en Colombia el siglo XIX: "Es premisa
histórica para la aparición del capital, primero, la acumulación de determinada suma de
dinero en manos de ciertas personas, con un nivel de desarrollo relativamente alto de la
producción mercantil en general; y, segundo, la existencia de obreros ’libres’ en un
doble sentido —libres de todas las trabas o restricciones puestas a la venta de la fuerza
de trabajo y libres por carecer de tierra y de toda clase de medios de producción—, de
obreros sin hacienda alguna, de obreros ’proletarios’ que no pueden subsistir más que
vendiendo su fuerza de trabajo" (11). A los terratenientes no les convenía en el siglo
pasado la descomposición de los artesanos y campesinos, porque perdían mano de obra
sometida. A Núñez, por ejemplo, hay que juzgarlo a la luz de su oposición al proceso de
proletarización que el libre cambio aceleraba y a la reforma agraria. Eso es lo que
determina su carácter para la historia y no medidas secundarias en las que se enredan los
modernos apologistas de la "Regeneración" (12).

Colombia era un país inmensamente atrasado al nacer su entrada al siglo XX, cuando ya
los países más avanzados del mundo habían alcanzado las formas más desarrolladas del
capitalismo y habían entrado en la fase imperialista. Desde finales del siglo XIX había
comenzado a sentir los embates de las potencias imperialistas, como en el caso de la
intervención de tropas norteamericanas en Panamá para apoyar el gobierno de Núñez
contra la insurrección de Prestant (13). Colombia era un país estratégico en la lucha por
la hegemonía mundial. Los Estados Unidos terminan apoderándose del istmo,
sometiéndolo, concediéndole la independencia política y controlándolo
económicamente. Fue este el primer zarpazo del imperialismo norteamericano contra la
soberanía nacional. Era el aviso de que Estados Unidos enfilaba sus baterías contra
nuestro país. Lo que lo convertía en un bocado apetecido por el imperialismo
norteamericano en ascenso y en competencia con Europa, era su posición estratégica y
su atraso económico. Las inversiones inglesas en Colombia a finales del siglo XIX no
fueron suficientes para darle a Inglaterra el control efectivo sobre nuestra economía. Por
su parte Estados Unidos se ampara en la doctrina Monroe para preparar las condiciones
económicas y políticas que le permitan tomar el control de América Latina y salir
triunfante en su lucha con Inglaterra y otras potencias europeas por la hegemonía del
hemisferio. En ese momento la doctrina Monroe cambia de significado para los países
latinoamericanos. Hasta la última década del siglo XIX, la doctrina Monroe significó la
defensa de los países latinoamericanos ya independizados de España contra la
interferencia y coloniaje europeos. Aunque su formulación original de 1823 ocultara
secretas ambiciones de Estados Unidos sobre ciertos territorios del continente,
especialmente aquellos que no habían definido todavía su independencia, no solamente
estaba encaminada a obstaculizar el avance de Inglaterra y la amenaza de la Santa
Alianza contra los países latinoamericanos, sino que en la práctica efectivamente los
defendió del colonialismo inglés y europeo. En el debate que adelantó Uribe Uribe en el
Congreso de 1896 contra el Ministro de Relaciones Exteriores de Caro sobre la cuestión
cubana, hace una defensa de la doctrina Monroe y elabora un recuento de los hechos
que se convirtieron en una defensa de la independencia latinoamericana y dice: "De
manera que a la doctrina Monroe deben las repúblicas hispanoamericanas una segunda
independencia, por cuanto tuvo efecto inmediato hacer abandonar a la Santa Alianza sus
propósitos de intervención para reconquistarlas en favor de España. ¡Y esto lo ignora
todo un Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia!" (14). Y señala en los
siguientes discursos los peligros que asediaban a estas naciones de parte de Inglaterra y
cómo se defendieron amparados en la doctrina Monroe. Lo que no entiende Uribe es
que para 1896, momento de su debate en el Congreso, Estados unidos empezaba a
convertirse en un país imperialista que se lanzaba sobre Cuba, Puerto Rico, Nicaragua y
Colombia, principalmente, y Uribe sale, entonces, en defensa de los intereses
norteamericanos sobre el Canal de Panamá.

Quien ha popularizado la posición de que la doctrina Monroe fue imperialista desdé


1823, es decir desde su enunciado inicial es Indalecio, defendiendo la actitud pro
británica de Bolívar en contraposición de la actitud independentista de Santander.
Liévano, como sus seguidores de la "nueva historia", no consideran el cambio histórico
que sufre el mundo después de 1880 y comprometen, en esa forma, la defensa de la
independencia nacional. La no intervención de las potencias europeas después de la
independencia le servia tanto a Estados Unidos como a las naciones latinoamericanas,
porque Estados Unidos no era ni una nación poderosa, ni una potencia imperialista.
Oponerse a la doctrina Monroe significaba ponerse en contra de la defensa de estos
países y quedar del lado de Inglaterra (15). Inglaterra intentó en múltiples ocasiones
sojuzgar a los países recién independizados y tomarse a Colombia. Sin embargo,
nuestro país logra llegar a finales del siglo XIX con una independencia incólume. Ni el
comercio con Inglaterra ni el insignificante endeudamiento externo del siglo XÍX le
dieron a ese país el control sobre Colombia,. Las exportaciones, casi siempre superaron
a las importaciones y durante varios años Colombia comerció mas con Alemania que
con la misma Inglaterra. Y después de los créditos de la revolución de independencia,
Colombia no hizo sino renegociar esa deuda con Inglaterra, sin aumentar
significativamente su endeudamiento (16). Colombia, en el siglo XIX, nunca perdió su
independencia después de 1820.

El signo que define la historia de Colombia en el siglo pasado es el proceso de la


revolución democrática dirigida por los comerciantes. Ante todo, porque la historia
nacional se inscribe dentro de ese proceso general de la revolución democrático-
burguesa que vivía el mundo. En segundo lugar, porque desde el punto de vista
económico y político los objetivos de la revolución nacional coinciden con los objetivos
de la revolución mundial, a saber, el desarrollo del capitalismo y la implantación de un
régimen de república democrática burguesa. En tercer lugar, porque las principales
luchas que tienen lugar en el país surgen por motivo de las divergencias en torno a los
objetivos fundamentales de la revolución. A diferencia de la revolución democrática en
Estados Unidos, por ejemplo, la clase que dirige en nuestro país no es la burguesía
industrial sino la burguesía comercial. En el país del Norte la burguesía industrial logra
propinarle una derrota decisiva a los terratenientes y consolidar su revolución después
de la sangrienta guerra civil de secesión. En Colombia, las guerras civiles no son
decisivas, con excepción de la guerra de los mil días, la cual, en lugar de darle el triunfo
a la burguesía, se lo da a los terratenientes. Todo el proceso de la "Regeneración", como
lo veremos a su turno, no produce sino el debilitamiento de un sector de los
comerciantes, la claudicación de otro sector y el fortalecimiento de los terratenientes. La
revolución democrática fracasa estruendosamente por el poder que Núñez les confiere a
los terratenientes y por la inconsecuencia y traición de un amplio sector de los
comerciantes. Cuando en Colombia se inicie el despegue del capitalismo, hacia la
segunda década del siglo XX, no será, precisamente, debido a la política de la
"Regeneración", sino a pesar de ella. Estados Unidos no es un país mucho más "viejo"
que Colombia. Fue "descubierto" y colonizado en la misma época que Colombia,
obtuvo su independencia sólo treinta años antes de que se iniciara nuestra revolución de
independencia y consolidó su revolución democrática económica y políticamente en el
momento de la revolución de 1860 contra Ospina Rodríguez dirigida por Mosquera.
Pero logró consolidar su revolución democrática, desarrollar el capitalismo e, inclusive,
convertirse en un país imperialista. Colombia, en cambio, llega al siglo XX con su
revolución democrática fracasada y en el atraso más grande.

2. El embate de Estados Unidos sobre Colombia en el siglo XX

Colombia afronta dos problemas fundamentales a principios del presente siglo, el


embate de las potencias imperialistas contra su independencia y su tremendo atraso
económico. Como ya lo hemos señalado, la posición estratégica de nuestro país, sus
recursos potenciales y el contar con el Istmo de Panamá, lo hacían especialmente
apetecible en un momento en que se libraba una lucha por la hegemonía mundial. En
este sentido, las potencias europeas pierden terreno ante Estados Unidos porque tienen
puntos neurálgicos más importantes que atender ante la presión de Alemania. Pero este
problema de la independencia nacional frente a la ambición de las potencias
imperialistas mundiales está íntimamente ligado al problema del desarrollo económico.
La situación colombiana exigía a todas luces una profunda modernización en todos los
aspectos. Para lograrla, sólo tenía dos caminos, o proseguir la revolución democrática
tal como lo intentaban varios países del mundo, entre ellos China y Rusia, o someterse a
la dominación imperialista interesada en un tipo de modernización de los países
atrasados del mundo en una forma que sirviera sus intereses de expansión económica.
En un discurso de juventud, de cuyas ideas renegará más tarde totalmente, Olaya
Herrera expresa el dilema en que se encontraba Colombia a principios del siglo: "Pueblo
que desarrolle su producción, canalice sus ríos, se forme buenas y baratas vías de
comunicación, perfeccione su utillaje agrícola e industrial, adquirirá por virtud misma
de estos progresos, seguridad interna para los derechos de sus hijos y respeto
internacional para su existencia soberana e independiente... El esfuerzo de los países
latinoamericanos, si quieren escapar a la dominación de los pueblos fuertes y voraces,
debe encaminarse al aumento de la producción económica, a la educación popular
racionalmente dirigida, y a la propaganda aunque lenta, en pro de las instituciones
libres..." (17). Esto lo decía Olaya porque su análisis sobre el robo de Panamá y de la
situación latinoamericana lo llevaba a exclamar: "La independencia de los países de
América Latina, situados en la región tropical, se halla en peligro" (18). Pero las
fórmulas relativamente vagas sobre la industria y la agricultura que se convertirán en
frase de cajón desde entonces, no demuestra sino que se ha renunciado a los propósitos
de la revolución democrática, cuya clave económica reside en la eliminación del
régimen terrateniente. El proceso de transformación que sufre el partido liberal desde la
crisis, de la burguesía comercial hasta el surgimiento y consolidación de una nueva
burguesía en las décadas del treinta y cuarenta, llevará a escoger, como "estrategia de
desarrollo económico para Colombia el endeudamiento externo, la inversión directa
norteamericana en los recursos naturales y en la industria. A esa estrategia se sumará
toda la oligarquía conservadora, por diferentes motivos y en diferentes etapas.

Entre la primera y la segunda guerra mundial los Estados Unidos diseñan una estrategia
global de expansión económica en América Latina. Al mismo tiempo que buscaba
consolidar su posición económica y política en el hemisferio, intentaba establecer una
estrategia de contención al proceso revolucionario iniciado por Rusia en 1917 (19). Esta
tarea fue sistemáticamente planeada por Woodrow Wilson y recogida y ampliada por
Franklin D. Roosevelt con su slogan de "la política del buen vecino". Las Conferencias
Interamericanas de La Habana en 1928, de Montevideo en 1933 y de Buenos Aires en
1936, son consecuencia de esta estrategia norteamericana. Wilson se convirtió desde un
principio en el líder de la oposición radical a la influencia de la revolución rusa en el
mundo, no solamente en Asia, sino también en América Latina (20). Tanto Wilson,
como Hoover y Roosevelt abrigaron la preocupación de modificar la imagen de la
intervención militar y mitigar la reacción que la política del "gran garrote" había
acarreado contra Estados Unidos. Sobre esta base se propusieron obtener una serie de
objetivos a corto y largo plazo, objetivos que determinan el rumbo de su política
imperialista: 1) Prosperidad y estabilidad doméstica e internacional; 2) una estructura
política exterior conducente a estimular el comercio y la inversión norteamericana; 3)
una ideología global compatible con los "ideales" políticos norteamericanos; 4)
establecimiento de la supremacía norteamericana en América Latina sobre los
tradicionales rivales europeos y sobre los nuevos rivales asiáticos (21). La definición de
estas metas obtuvieron una respuesta preliminar, pero definitiva, por parte de los países
latinoamericanos en la Conferencia de Montevideo de 1933, durante la cual el
Secretario de Estado de Franklin D. Roosevelt. Cordell Hull, expuso los instrumentos
inmediatos que adoptaría esta política. El voto de Colombia lo dio Alfonso López
Pumarejo no sin antes sentar claramente su posición con estas palabras: "Los Estados
Unidos están comenzando a seguir una orientación política y económica más conforme
con los deseos y las conveniencias de todos los pueblos de América" (22). En esta
forma, Estados Unidos trataba de sustituir la invasión militar para preservar su
influencia y lograr su hegemonía mediante una política basada en la estabilidad, la
organización y la asesoría internacional. Es lo que se ha denominado como la
"modernización’’.

Los objetivos del imperialismo norteamericano y los objetivos de la oligarquía


colombiana coinciden plenamente. Por una parte, se trataba de modernizar el país y, por
otra, de contener la influencia comunista. La estrategia de la "modernización’’ va a
servirle a los Estados Unidos para consolidar su posición económica en Colombia que
era el principal objetivo ya desde Wilson. Y la oligarquía colombiana va a encontrar el
medio de neutralizar por mucho tiempo las fuerzas revolucionarias o "socialistas" como
eran denominadas en la década del veinte. Este papel de neutralizar las fuerzas
revolucionarias le va a corresponder al partido liberal. Pero, en gran medida, va a
coincidir con el papel "modernizador" de las administraciones liberales. Como reacción
a la masacre cometida por el gobierno conservador en la huelga de las bananeras de
1928, Eduardo Santos escribía: "El liberalismo no será socialista, porque no puede
serlo; porque renegaría de todos sus principios y de la razón misma de su existencia...
Sin ceder nada en los principios, sin entrar en transacciones con el colectivismo, el
liberalismo sí puede practicar una amplia política social, porque ella es también de la
esencia de su programa... Para el desarrollo de este programa el partido liberal tiene que
contar con el apoyo de los trabajadores. Ellos deben convencerse de que el paraíso
soviético, que les han ofrecido los agitadores, ilusos los unos e interesados los otros, no
lo conocerán sino en la muerte... El liberalismo no constituye, sin duda, el máximum de
las aspiraciones obreras; pero es el único medio que el pueblo trabajador tiene de
mejorar su condición" (23). Con las apreciaciones de Santos coincidía plenamente
Alfonso López Pumarejo quien, para la misma época, proponía la audacia del partido
liberal como arma capaz de contrarrestar la influencia entre las masas de Uribe
Márquez, Torres Giraldo y María Cano que volvían sus ojos hacia el comunismo. Decía
López: "No son pocos los liberales que piensan y sienten como los conservadores ante
lo que ellos llaman la amenaza comunista. Un egoísmo estúpido puede llevarlos a
oponerse juntos al desarrollo del socialismo, como en los años que siguieron al
quinquenio de Reyes los llevó a combatir sin tregua ni descanso al partido republicano...
María Cano nos ha colocado a usted y a mí, como a los otros liberales de Colombia, que
probablemente alcanzamos a sumar medio centenar, en una posición muy desairada.
Nosotros los liberales jamás nos habríamos atrevido a llevar al alma del pueblo la
inconformidad con la miseria... El partido liberal está domesticado: limpio de ideas
liberales, falto de arrestos para la lucha política, satisfecho con su porción de prebendas,
a gusto en la condición de partido de minoría... Es imperativo que éstas ’(las
colectividades políticas)’ cambien de rumbo, y particularmente, insistir en que el
liberalismo haga un esfuerzo decidido y decisivo por reconquistar el favor del pueblo
adoptando como principio de su acción el concepto democrático de que todos los
ciudadanos deben tener iguales oportunidades y saber que las tienen, y encontrar en el
Estado el mismo apoyo para aprovecharlas" (24). Tanto Wilson, como Hoover, pero
principalmente Roosevelt, mantuvieron siempre la preocupación de que las empresas
privadas norteamericanas se ajustaran a esta política de "reforma social" con la cual se
comprometía el partido liberal y, en el transcurso de este período crucial para las
relaciones norteamericanas, surgieron conflictos entre los gobiernos norteamericanos y
los monopolios de ese país en el exterior por no ajustarse a esta política (25).

La preocupación modernizadora de los norteamericanos y de su gobierno tuvo una


respuesta inmediata por parte de la oligarquía colombiana desde principios de siglo. El
primero que responde directamente con programas y relaciones tendientes a poner en
marcha la estrategia norteamericana es Rafael Reyes. Pero Reyes encuentra el gran
obstáculo de las negociaciones sobre Panamá. Profundamente adicto a los Estados
Unidos, antes de ser elegido Presidente de Colombia había declarado en su discurso de
la Conferencia de México en 1901: "Los norteamericanos han contribuido a disipar, no
sólo en nuestro continente, las tinieblas, sino en el mundo entero; ellos son un poder
civilizador, y no hay por lo mismo que temerlos como conquistadores ni como
expoliadores. Ellos han plantado el estandarte de la libertad y del progreso en Cuba,
Puerto Rico y las Filipinas; ellos son la humanidad seleccionada". Nombrado por
Marroquín para negociar en Panamá y Estados Unidos, declara al llegar a New York:
"...estamos dispuestos a conceder los derechos del Canal a los Estados Unidos sin que
éstos nos paguen un solo centavo". En estas condiciones Estados Unidos se muestra
partidario fervoroso de la candidatura de Reyes y promete mostrarse deferente con
nuestro país si él es elegido. Reyes fue íntimo amigo de William Nelson Cromwell,
representante de la Compañía del Canal y negociador (mejor, intrigante) del gobierno
norteamericano tanto en Panamá como en Colombia, del tratado Herrán-Hay. Desde
1899 ya estaban negociando Reyes y Cromwell cómo hacer el negocio del Canal. La
principal inquietud de Reyes fue siempre la de negociar a toda costa con Estados
Unidos para poder abrirle las puertas del país. Con esa misión nombra a un liberal
Diego Mendoza para que adelante las conversaciones en Washington como su
embajador. Ni Roosevelt ni Hay, su Secretario de Estado, lo reciben, porque Mendoza
acusa a Estados Unidos de fomentar la revolución que ocasionó la separación de
Panamá. Mendoza renuncia el 14 de agosto de 1906 y pide la ruptura de relaciones.
Reyes como respuesta lo declara traidor a la patria y el Ministro de Justicia lo cita a
juicio por traición (26). Reyes ve frustradas sus inquietudes modernizadoras al no poder
negociar con Estados Unidos. Pero Marco Fidel Suárez da pasos más firmes,
participando en las negociaciones del Tratado sobre Panamá que fue firmado en 1914,
pero ratificado solamente en 1922. El es el autor de la famosa teoría pronorteamericana
del "respice Polum’’, mirar hacia la estrella polar, volver los ojos hacia los Estados
Unidos para salvar al país. Dice Suárez: "La fórmula ’respice Polum’ que me he
atrevido a repetir para encarecer la necesidad de mirar hacia el poderoso norte en
nuestros votos de prosperidad, deseando que la América Latina y la América Sajona
armonicen en justicia e intereses, es una verdad que se impone por su claridad y
necesidad" (27) ».

El general Pedro Nel Ospina, firme sostenedor de los principios de Suárez es quien,
finalmente, pone en marcha los principios de modernización por vía del endeudamiento
externo y lanza al país a lo que se ha llamado "la danza de los millones". En su discurso
de posesión Ospina exponía claramente su estrategia para industrializar el país: "Para el
desarrollo de nuestro surgimiento económico, cuyas bases son tan extensas, será
necesario disponer de recursos que no se encontrarán a nuestro alcance sino en virtud de
compromisos que afectarían no sólo nuestra generación, sino las venideras, que son, a la
verdad, las que se beneficiarán plenamente de nuestro empeño. Puedo afirmar con
íntima satisfacción en relación con este tema, que Colombia es hoy considerada por los
dirigentes de las grandes instituciones en cuyas manos están las finanzas internacionales
del mundo, como país destinado a envidiable porvenir y merecedor de especiales
consideraciones" (28). Como producto de esta política de modernización por
endeudamiento, los banqueros inversionistas norteamericanos tenían en sus manos la,
para esa época, "fabulosa suma de 172 millones de dólares en bonos del gobierno y
tenían inversiones directas por 132 millones de dólares: Esto hacia finales de la década
del treinta (29). La deuda externa creció solamente entre 1927 y 1928 un 200% y
alcanzó la suma de 215 millones de dólares.

En este proceso de endeudamiento, la figura clave para mantener las relaciones con los
banqueros norteamericanos fue Enrique Olaya Herrera primer presidente liberal de este
siglo, embajador de Colombia en Washington de tres gobiernos conservadores, el de
Jorge Holguín, el de Pedro Nel Ospina y el de Abadía Méndez. Además, como
intermediario permanente de la política norteamericana en Colombia, había sido
Ministro de Relaciones Exteriores de Reyes y Suárez y había abanderado la posición de
la Estrella Polar de este último. En su campaña electoral Olaya trazó toda la política de
entrega a los Estados Unidos en la forma más clara. Todo su programa de gobierno se
orientó a darle garantías a los financistas norteamericanos para que otorgaran todo el
crédito a Colombia. Es necesaria, decía Olaya en su conferencia del Jockey Club en
1930, "una acción gubernativa que borre la impresión de que existe entre nosotros una
hostilidad hacia el capital extranjero y muy especialmente hacia el capital
norteamericano. Es necesario despejar el ambiente y dejar una impresión clara y precisa,
no sólo de que tal hostilidad no existe, sino de que tal capital es bienvenido al país; que
él encuentra y encontrará entre nosotros seguridad, protección y que estamos dispuestos
a estimularlo en condiciones de equidad... Si esto no se hace en forma que cambie el
espíritu existente hoy entre las grandes instituciones financieras de los Estados Unidos,
tendremos un segundo factor de desconfianza, cuyas consecuencias serán de la mayor
seriedad para el futuro inmediato de la vida económica del país" (30). Cuando Alfonso
López Pumarejo tiene que enfrentarse a una renegociación de la deuda externa con
Estados Unidos, adelantar las negociaciones para la legislación petrolera y para la firma
del Tratado de Comercio, llama a Olaya Herrera como Ministro de Relaciones
Exteriores, no sin que antes éste le hubiera condicionado su aceptación a la concesión
de los puntos exigidos por Estados Unidos (31). Es tan notoria la entrega de Olaya al
imperialismo norteamericano que le permite a Laureano Gómez iniciarle un juicio de
responsabilidades en 1933 incluyendo este tema entre sus acusaciones, después de
renunciar a su embajada en Berlín, con un tono nacionalista de sabor pro germano. En
esta forma se definía entre 1920 y 1940 el carácter de la "modernización" del país por el
camino de la dominación imperialista canalizada por el endeudamiento externo, la
política petrolera y los tratados de comercio con Estados Unidos. Tanto los gobiernos
conservadores como los liberales coinciden plenamente en este punto fundamental. Ya
no se vuelve a hablar de los objetivos de la revolución democrática que era el otro
camino abierto para la "modernización". El futuro del país queda así plenamente
definido por el partido conservador y el partido liberal en el poder. Esta definición es lo
que, en la práctica, señala el carácter de toda la historia de Colombia en el siglo XX.

3. La hegemonía comercial norteamericana

La política del "buen vecino" auspiciada por Hoover e institucionalizada por Roosevelt
contó con tres instrumentos fundamentales que se convirtieron en la clave para la
dominación imperialista sobre Colombia: El programa de los Tratados Recíprocos de
Comercio, el Banco de Exportación e Importación y el Consejo de Protección de los
Tenedores de Bonos Extranjeros (32). El primero de estos instrumentos obedece a la
política de expansión comercial que adopta Estados Unidos después de la primera
guerra mundial tendiente a desplazar a las potencias europeas, pero que se convierte en
un elemento esencial de la recuperación económica norteamericana después de la crisis
del treinta. Los otros dos instrumentos buscan la expansión de la inversión indirecta a
través de la colocación de crédito, especialmente en los países atrasados, y la garantía
del pago de la deuda externa que ésta conlleva. En último término, son instrumentos
indispensables y complementarios de la expansión imperialista, los cuales se
realimentan mutuamente. Toda esta estrategia, hecha extensiva para América Latina, irá
surtiendo sus efectos a corto, mediano y largo plazo, obtendrá grandes éxitos y sufrirá
retrocesos, encontrará grandes dificultades en ocasiones, pero se mantendrá
inmodificable en su objetivo de controlar económicamente para preservar sus zonas de
influencia, consolidar su posición mundial y defender la seguridad hemisférica como
condición de estabilidad, no importa que cambien sus instrumentos de tiempo en
tiempo. Las dos décadas que median entre la primera y la segunda guerra mundial
consolidan la posición de Estados Unidos en Colombia y ponen las bases de su dominio
sobre la economía. El control definitivo que ejercerá Estados Unidos sobre la economía
colombiana no se dará sino hasta después de la segunda guerra mundial. La pérdida de
la independencia a manos del imperialismo norteamericano no fue un hecho súbito, sino
que obedeció a un proceso iniciado antes del robo del Canal de Panamá con fenómenos
como el establecimiento en la década de 1890 de lo que se convertirá más tarde en la
United Fruit Company. Si bien es cierto que el robo de Panamá constituyó un atentado
contra la soberanía nacional y la indemnización negociada por la oligarquía liberal-
conservadora representó el precio recibido por la entrega de Panamá al imperialismo, no
fue un factor que definiera el control de Estados Unidos sobre la economía colombiana.
La industria norteamericana del banano en el Magdalena o la industria petrolera en los
Santanderes también representan atentados contra la soberanía nacional, pero no
determinaron de un momento a otro la pérdida de la independencia. Fue necesario que
se dieran otros fenómenos, especialmente el del control de los recursos del Estado a
través del endeudamiento externo y de la sumisión de los gobernantes, para que este
control imperialista se hiciera efectivo. En este proceso, la etapa vivida por el país entre
1920 y 1945 define que Colombia haya adoptado la estrategia de la "modernización" sin
independencia económica, en lugar de haberlo hecho por el camino de la revolución
democrática y de la independencia nacional.

Entre 1928 y 1929 toda la diplomacia norteamericana se orienta a la obtención de un


Tratado de Comercio con Colombia. La negociación y la ratificación de este Tratado
durará hasta 1935, año en que López Pumarejo lo firme y el Congreso lo ratifique (33).
El Tratado de Colombia será el primero de los firmados en América Latina por Estados
Unidos, parte de un programa continental de Tratados de Comercio a que ya se ha
hecho mención. Este programa obedecía a una estrategia detenidamente planeada, cuyos
objetivos pueden reducirse a tres: 1) Estimular la exportación para reducir los efectos de
la superproducción y, por consiguiente, de la crisis económica; 2) desplazar la
competencia europea y japonesa de América Latina y asegurar la hegemonía en esta
parte del mundo; 3) apoderarse, en esta forma, de un amplio mercado de capitales de
inversión directa e indirecta, con la cual se garantizará el control económico de la
región.

En Colombia este proceso de los Tratados de Comercio pasó por tres etapas. Primera,
las negociaciones que siguieron al conflicto producido en Colombia por la legislación
proteccionista de Estados unidos como efecto del Acto Legislativo Smoot-Hawley del
Congreso Norteamericano de 1930, y la tendencia proteccionista en Colombia durante
los últimos años de la administración Abadía y los primeros años de la administración
Olaya. En 1926 la misión suiza Haussermann propuso la liberación de aranceles
aduaneros, pero los industriales se opusieron e impulsaron una política proteccionista.
No fueron eficaces los oficios del embajador Jefferson Caffery para convencer a Abadía
y a Olaya de los objetivos más generales del gobierno norteamericano. Olaya, por
ejemplo, subió las tarifas para la importación de azúcar con el objeto de favorecer
intereses particulares de inversionistas norteamericanos que acababan de comprometer
dos millones de dólares en la incipiente industria azucarera colombiana (34). Lo mismo
sucede con la harina, porque el 90% de la producción harinera del país estaba
controlada, en ese momento, por empresas norteamericanas (35). En esta etapa Estados
Unidos no logra obtener sus objetivos de largo alcance, pero hacia 1933 comienza a
negociar tratados en Brasil, Cuba, Argentina y Colombia, por lo menos.

Segunda, la negociación y la firma del Tratado Recíproco de Comercio, sin que se logre
su ratificación en ninguno de los dos Congresos. La responsabilidad de la negociación
recae sobre el gobierno de Olaya, el cual nombra como sus representantes a dos
conservadores y a un liberal, este último, Miguel López Pumarejo, hermano de Alfonso
López y vocero de los cafeteros que defendían ante todo las más amplias concesiones
con tal de que se les asegurara la libre exportación a los Estados unidos, y ante la
obsecuencia de Olaya para con sus amigos norteamericanos, los industriales levantan
una furiosa oposición en el seno mismo de la comisión negociadora y por la prensa.
Estos defendían la incipiente industria colombiana. A pesar de la oposición de los
industriales y de parte de la prensa liberal, de las contradicciones entre el Ministro de
Relaciones, conservador, y su embajador en Washington, liberal, el gobierno firma el
Tratado el 15 de diciembre de 1933, e inmediatamente desaparece toda la oposición de
los liberales, dirigidos por Olaya desde la presidencia y por Santos desde la política
liberal. Sin embargo, el Congreso Norteamericano se opuso a la ratificación por
considerar que no garantizaba suficientemente los intereses de los hombres de negocios
norteamericanos. Tampoco lo hizo el Congreso colombiano por conflictos partidarios de
política parlamentaria.
Tercera, una nueva negociación del Tratado, la firma de López Pumarejo y la
ratificación por el Congreso. Ante el aparente fracaso del programa de Tratados
Recíprocos de Comercio, el gobierno de Roosevelt modifica los Actos Legislativos de
1922 y 1930, le da bases institucionales a la reciprocidad, introduce reformas en las
relaciones de la empresa privada y el gobierno para impulsar el capitalismo de Estado, y
establece la dirección de la inversión norteamericana en el exterior por el gobierno. En
esta perspectiva, se abren de nuevo las negociaciones. El gobierno de López nombra a
Olaya Ministro de Relaciones y al hermano del presidente como embajador en
Washington. En octubre de 1935 el gobierno norteamericano publica el Tratado e
inmediatamente recibe el apoyo de los hombres de negocios y de la prensa. Los
conservadores se oponen furiosamente al Tratado, movidos por su oposición radical al
gobierno de López y por su inclinación clara hacia los intereses germanos en franca
competencia con los Estados Unidos. El partido comunista se opone al Tratado y
propone una moción de rechazo en el Concejo de Bogotá que es derrotada. En el
Congreso la aprobación se tramita rápidamente, ante la ausencia de los conservadores y
ante la debilidad del sector liberal de Antioquia que representaba los intereses
industriales en desarrollo. El senador Héctor José Vargas de Boyacá deja la siguiente
constancia: "Voto a favor del Tratado con los Estados Unidos porque considero que, al
aceptar el punto de vista de su nueva política comercia], haciéndole importantes
concesiones sin haber obtenido ninguna excepto la confirmación de nuestro actual
estado de cosas, les damos la mejor prueba de nuestro sincero deseo de cooperar con el
reestablecimiento del equilibrio y del ritmo de nuestro intercambio comercial..." (36). El
gobierno de López Pumarejo le daba a los norteamericanos concesiones en casi
doscientos renglones y más de quinientos productos, mientras los norteamericanos no
nos daban concesiones sino en once renglones y unos treinta productos, tales como
bálsamo de Tolú, ipecacuana o semillas de ricino. Pero, además, el gobierno de López
incluyó productos agrícolas producidos en el país o que podían producirse en él, lo
mismo que productos industriales que salían de la incipiente industria nacional, como
calzado, impresos, telas de algodón crudo, frazadas de algodón, ropa interior de tela de
algodón y lino para hombres, mujeres y niños, tejidos de punto y muchos más (37). De
esta manera, hace entrega de los intereses de la agricultura colombiana, da un golpe al
proceso de industrialización, abre el campo a todo tipo de productos que compiten con
los nacionales, acepta condiciones sobre la administración pública consagradas en el
Tratado, no obtiene beneficios para la economía colombiana con excepción de la
seguridad de la exportación cafetera. En realidad, López se pliega totalmente a la
política norteamericana exclusivamente con la perspectiva de favorecer a los cafeteros.
Desde entonces, la política económica del gobierno de López en el terreno comercial, se
orienta a darle todas las garantías a la estrategia hegemónica de los Estados Unidos en
Colombia. El embajador norteamericano William Dawson decía en octubre de 1937:
"No hay duda de que la política comercial del gobierno colombiano tiende
definitivamente a ponerse de acuerdo con los propósitos básicos y los objetivos del
programa de acuerdos comerciales de los Estados Unidos" (38). La firma del Tratado
Reciproco de Comercio le da a los Estados Unidos, en contra de Alemania y Japón, y en
contra de los intereses nacionales, la última garantía de tipo económico necesaria para la
dominación imperialista. El gobierno liberal de Olaya prepara el camino, el gobierno
liberal de López consagra la entrega.

4. El capital financiero norteamericano se toma a Colombia


La historia del endeudamiento externo de Colombia durante los veinte años que median
entre las dos guerras mundiales señala el establecimiento definitivo del poder financiero
norteamericano con sus consecuencias de dominación imperialista. Desde el punto de
vista de la oligarquía colombiana liberal conservadora fue la decisión de modernizar el
país a través de la entrega de su economía. Esta vía del endeudamiento externo para el
"progreso" colombiano fue escogida como resultado de una mezcla de intereses que
pueden resumirse así: 1) renuncia a llevar a cabo las reformas sociales necesarias que
exigía una economía atrasada, un régimen terrateniente dominante y una escasez de
capital agobiante; 2) perspectivas de un enriquecimiento rápido que presentaba el flujo
de capitales enormes norteamericanos y la construcción de obras de infraestructura a
todo lo largo y ancho del país. Antes y después de la Convención de Ibagué en 1922, el
partido liberal se trabó en una polémica interna sobre la cooperación con el gobierno
conservador del general Ospina, uno de cuyos puntos esenciales tenia que ver con el
endeudamiento externo del país. Esta polémica ilustra en forma elocuente los dos
aspectos que incluían los intereses en juego. Los editoriales de El Espectador, dirigido
por don Luis Cano y de El Diario Nacional, dirigido por Alfonso López Pumarejo dejan
en claro los intereses liberales. Por supuesto, la iniciativa de la estrategia modernizante
por endeudamiento externo había sido definida por el gobierno conservador del general
Ospina, lo cual colocaba al partido liberal contra la pared. López Pumarejo se
adelantaba a las objeciones de que el partido liberal estuviera contra las inversiones
extranjeras y fustigaba a su mismo partido: "Esa idiosincrasia nuestra es quizás la
primera causante del atraso material del país y la única explicación que podemos
encontrar al hecho de que mientras otros países inferiores que Colombia en capacidad
financiera, en población y potencialidades, impulsan y acometen obras de progreso con
ayuda del capital extranjero, aquí no se logra contratar un empréstito y seguimos
viviendo al margen de la vida económica del mundo, como rodeados moralmente por
una muralla china, por la muralla de la desconfianza y temor al oro extranjero,..". Y
señala que tenemos que acudir cuanto antes a Wall Street, antes de que se disminuya el
auge financiero norteamericano o se canalicen hacia otra parte y añade: "Si esto se
realiza habremos perdido totalmente la oportunidad de impulsar el progreso nacional
con la vinculación de capitales extranjeros" (39).

Don Luis Cano le replica a López sus argumentos sobre la necesidad del capital
extranjero y la necesidad de colaborar con el gobierno y dice: "No puede acusarse con
razón al liberalismo ni a ninguno de los matices de él, como enemigo del progreso
nacional, como adversario de la introducción de capitales extranjeros, o como
empeñado en suscitar dificultades para el desarrollo de las grandes obras que deben
transformar el aspecto económico de la nación... No ha surgido hasta el presente un solo
proyecto de empréstito conseguido en condiciones prudentes y decorosas, ni una
propuesta para la construcción de vías férreas, o para la apertura de carreteras, o para la
canalización de ríos, que no haya contado desde sus primeros pasos con nuestra cordial
y efectiva cooperación... Nos hemos esforzado como pocos en hacerle buena atmósfera
al capital extraño; en atraerlo, en contribuir a que halle en Colombia las necesarias
garantías..." (40). Pero, como línea dura del liberalismo de entonces, añadía su fórmula
para mantener la independencia nacional, fórmula romántica e inútil: "Consideramos
que no podemos ir dignamente y sin peligros al encuentro de los financistas y de los
grandes industriales extranjeros, que naturalmente buscan en primer término su
beneficio y sólo secundariamente el nuestro, sino después de robustecer la unidad
intelectual, moral y económica para que resista el embate de los intereses no vinculados
por el corazón a la estabilidad independiente de la patria... Amigos por convicción del
capital extranjero, sin cuya colaboración el desenvolvimiento nacional demoraría largos
años, no creemos conveniente ese nuevo lirismo mercantilista que hace aparecer a los
países en éxtasis místico ante el becerro de oro, ni juzgamos tampoco que Colombia
pueda acoger indistintamente cuantas instituciones se le dejen oír en materia de
préstamos, concesiones o enajenaciones de bienes y riquezas cuya potencialidad
próxima supera muchas veces a su valor actual, aparentemente crecido..." (41).

El señor Cano se oponía a la cooperación incondicional con el gobierno conservador,


mientras López y Santos la patrocinaban, en un momento en que la fiebre de los
empréstitos recorría el país. Para oponerse a esta cooperación decía: "Nosotros hemos
visto perdidos ya para el país sus grandes depósitos de oro blanco, enajenada a una
entidad la bahía de Cartagena y vinculada fatalmente a los banqueros de los Estados
Unidos la red de vías públicas con que sueña el país, sin que hayan sido suficientes a
evitarlo los pobres alaridos de un patriotismo candido y fervoroso..." (42). López tuvo
que responderle violentamente por su oposición a la cooperación con el gobierno
conservador, a lo que replicó don Luis: "He dicho que desde hace más de un año viene
girando fatalmente la política nacional alrededor de vastos planes financieros, que en su
desarrollo tiende a crearle al país una peligrosa situación de dependencia con relación a
los Estados Unidos... Lo he dicho con franqueza en la Cámara, en el periódico y en
Asambleas del partido... ¿Tengo que agregar a esas declaraciones públicas la nómina
exacta de los ciudadanos nacionales y extranjeros a quienes creo interesados en todas
las explotaciones petrolíferas y negocios de empréstitos, de ferrocarriles, de oleoductos,
de muelles y de faros? No acabaría. Ni de la simple publicación de esos nombres que a
usted y a mí nos son familiares podría deducirse otra cosa que la existencia de un estado
de descomposición social, que a nadie se oculta y que no permite establecer
responsabilidades individuales, sino en cada caso concreto..." (43).

La corrupción, el peculado, la descomposición social estimulada por los millones


norteamericanos y los contratos con las compañías extranjeras, el peligro en que se
ponía la soberanía nacional, todas las denuncias de Cano contra López por la inclinación
de éste a vincularse al gobierno del general Ospina, no son suficientes para clarificarle
al señor Cano que el capital extranjero, en las condiciones de Colombia significaba
precisamente lo mismo que él denunciaba, la entrega de la independencia nacional al
capital norteamericano y la pérdida de la soberanía nacional. Era que el partido liberal,
para esa época, había perdido ya por completo el objetivo de la revolución democrática
y su decisión de luchar por culminarla. López Pumarejo, quizás más que ningún otro
liberal, auspiciaba esta política de "modernización" por endeudamiento, como lo hacia
la inmensa mayoría de su partido. En su polémica con Cano, López se queja de que
Colombia hubiera desaprovechado las oportunidades de endeudamiento de 1919 y de
que ahora, en 1922, fuera a pasar lo mismo, cuando existía en Estados Unidos tanto
capital sobrante. Y criticaba al partido conservador por haber sido renuente a recibir de
inmediato los dólares norteamericanos de la indemnización: "Los colombianos somos
sin saberlo enemigos irrevocables del capital extranjero en todas las formas
consideradas aceptables por el mundo civilizado. Comprendemos muy bien que sin su
ayuda no podemos prosperar, lo invitamos a prestárnosla por todos los medios
imaginables, pero tan pronto como hace acto de presencia entre nosotros, nos ponemos
todos de pie para rechazarlo, ya sea que venga a desarrollar nuestras vías de
comunicación, o a fomentar el crédito o satisfacer necesidades de orden fiscal..." (44).
Seis meses antes había expresado en un editorial de su periódico conceptos mucho más
claros aún sobre el endeudamiento externo: "Económicamente Colombia debe brindar
con espíritu amplio sus grandes e inexplorados campos de riqueza al trabajo y al capital
estadounidense, cuya cooperación en forma leal y equitativa, abre para nuestro país
horizontes halagüeños de bienestar y prosperidad" (45). Era la conclusión de López a la
firma del Tratado sobre Panamá que, según él, "es la puerta abierta de un nuevo periodo
que ha de estar señalado con una acción sincera, inteligente e intensa para unificar y
desarrollar los intereses colombianos con los de los Estados Unidos" (46). Mientras la
oligarquía conservadora "modernizante" representada por Ospina adelantaba la política
de endeudamiento, la oligarquía liberal deliraba ante la expectativa de la millonaria
invasión norteamericana a Colombia, de la que le vendrían pingües beneficios a corto y
a largo plazo. El partido liberal comprendería más rápidamente, bajo la dirección de
López, que la estrategia modernizadora del imperialismo norteamericano le abriría las
puertas del poder del Estado, pero el partido conservador llegaría también a asimilar
más tarde esta estrategia y, entonces, desataría una lucha sin tregua por el poder que
conducirá a una ineludible alianza para repartirse los beneficios del endeudamiento.
Será la relación con el imperialismo la piedra de toque para la lucha y la alianza de los
partidos en este siglo.

Si desde el punto de vista del comercio, la estrategia norteamericana se orientó a


obtener tratados que liberaran los aranceles para los productos agrícolas e industriales
de su país y a controlar la comercialización de los productos europeos, desde el punto
de vista financiero sus objetivos fueron mucho más ambiciosos. Estados Unidos
necesitaba, por una parte, garantizar de alguna manera el pago de la deuda y, por otra
parte, hacer rentables sus inversiones. Como lo captaba muy bien Alfonso López, el
capital de los préstamos norteamericanos era el capital sobrante de su economía y, por
tanto, era capital que podría ser colocado en condiciones diferentes a las utilizadas en el
país de origen, por ejemplo, a bajos intereses y a largo plazo. Pero ese capital debería
ser rentable y para ello era necesario transformar las economías feudales de América
Latina en forma tal que se adecuaran a los intereses de la inversión directa e indirecta de
los Estados Unidos. La preocupación central del gobierno de Hoover y de los gobiernos
sucesivos de Franklin D. Roosevelt consistió en asegurarse estos objetivos. En esta
forma el imperialismo norteamericano que se abría campo en el mundo y,
especialmente, en América Latina, se presentaba con una imagen de progreso, de
adelanto técnico y de impulso a las obras de industrialización de los países atrasados del
hemisferio. Estados Unidos utilizó dos instrumentos fundamentales para lograr esa
modernización de acuerdo a sus intereses, el impulso de las obras públicas tendientes al
establecimiento de una red de ferrocarriles, carreteras, plantas eléctricas, acueductos y
demás servicios, necesarios para el establecimiento de la industria, en primera instancia,
y la reforma de la administración del Estado hacia el establecimiento de un sistema
bancario, un sistema fiscal, un sistema monetario, un sistema laboral y un sistema
constitucional que abriera campo al capitalismo de Estado. La diplomacia
norteamericana, después del Tratado Urrutia-Thompson de 1922, se dirigió a controlar
la orientación de los préstamos al Estado y a los departamentos y municipios y a exigir
las condiciones que le garantizaran con reformas del Estado el pago de la deuda (47).
Pero la preocupación central tanto de los banqueros privados como del gobierno
norteamericano fue desde el principio de este gran endeudamiento la garantía de pago
de la deuda, no obstante que todos los préstamos eran hipotecarios, bien sobre las rentas
departamentales o nacionales, bien sobre propiedades públicas que hubieran podido ser
tomadas por los prestamistas (48).
El endeudamiento de Colombia con Estados Unidos entre 1922 y 1928 es un hecho
histórico que determina el futuro del país. Los prestamistas norteamericanos
condicionan sus dólares a la construcción de obras públicas. No hay un solo empréstito
en esta época que no sea dirigido con ese propósito (49). Toda la política regional
empieza a girar alrededor de la consecución de nuevos empréstitos. La rebatiña por los
dólares norteamericanos se convierte en el centro de la pugna partidaria en
departamentos y municipios. Fred Rippy enumera cuarenta y ocho préstamos por un
total de doscientos treinta y cinco millones, de los cuales 21 millones correspondían a
préstamos de bancos hipotecarios sin respaldo del gobierno y 2 millones a compañías
petroleras y mineras (50). Como ya hemos dicho el total de dólares invertido en obras
públicas en Colombia en forma de papeles de valores públicos ascendía a 170 millones.
El caos producido por este flujo de capital y por la fiebre de construcción de obras
públicas fue tal que el gobierno de los Estados Unidos exigió al gobierno colombiano el
establecimiento de una comisión supranacional para controlar la construcción de obras.
Esta comisión fue exigida además por el gobierno británico, pero el ministro de
Hacienda Esteban Jaramillo, presentado siempre en los documentos norteamericanos
como defensor de sus intereses, se opuso a la injerencia de los británicos. Sin embargo,
la comisión fue establecida con tres extranjeros y dos colombianos, repartidos los
extranjeros entre Estados Unidos, Inglaterra y Bélgica. Tanto Esteban Jaramillo como el
Ministro de Obras renunciaron por no haberse aceptado la fórmula norteamericana. El
proceso de esta negociación llevó a un funcionario de la embajada norteamericana a
exclamar: "Los americanos casi se tragan entera a Colombia..." (51). La presión
británica sobre el gobierno colombiano era el fruto de las inquietudes de embajador,
cuyas apreciaciones dan una imagen aproximada de la situación caótica de los
programas de construcción de los gobiernos de Ospina y Abadía: "La distribución de las
rutas de ferrocarriles y vías se ha convertido en el deporte de la política local; un plan de
arterias de transporte ha dado paso a una mera mezcla confusa de obras desconectadas e
improductivas de muy dudoso valor y altos costos" (52).

Para lograr resolver ese que se había convertido en el problema central, el de la


inseguridad de la deuda externa de Colombia que tenía su raíz en la poca capacidad de
endeudamiento del país y en su obsoleta estructura administrativa, el gobierno
norteamericano envía en dos ocasiones la misión Kemmerer (1923, 1930), como lo hace
con otros países que están cayendo bajo su hegemonía (Guatemala, Chile, Bolivia,
China, Perú) y con sus colonias (Puerto Rico y Filipinas) (53); el First Natíonal Bank le
exige al gobierno colombiano reformas substanciales al embriónico sistema financiero
del país; la Secretaria de Comercio publica la famosa Circular Especial de James C.
Corliss en 1928 titulada Latín American Budgets con análisis y exigencias precisas; los
prestamistas norteamericanos forman en asocio con el gobierno la renombrada Foreign
Bondholders’ Protective Council, Inc.; y toda la diplomacia norteamericana en Bogotá
presiona por reformas de todo tipo orientadas a obtener recursos para el pago de la
deuda externa. Las reformas propuestas por Kemmerer que, en esencia, constituirán la
condición del crédito norteamericano, formalizaban la modernización del sistema
financiero y establecían las bases de un sistema estatal centralizado firme. Un sistema
financiero en un país como Colombia exigía la centralización en manos del Estado de
tal forma que éste tuviera capacidad de garantizar los compromisos adquiridos interna y
externamente, por una parte, y un sistema bancario extendido por todo el país que le
diera una adecuada canalización a los recursos obtenidos por medio de los empréstitos.
Como una prueba del carácter de la misión resalta el hecho de que las acciones de los
bancos se triplicaron en el país después de su primera venida, entre 1924 y 1928. Era
completamente claro que la palanca de la modernización impuesta por el imperialismo
en toda América Latina y, de una manera concreta, en Colombia, era el sector
financiero, único capaz de garantizarle la necesidad de exportación de capital y de
rendirle los beneficios esperados. Hasta ese momento la Banca colombiana no era más
que un rezago del sistema capitalista del siglo diecinueve, en donde el papel de los
bancos no pasaba de ser el de un intermediario y no el de centro y motor de la
economía. Más atrasado todavía se encontraba el sistema financiero del Estado, carente
como estaba de un sistema de presupuesto nacional, sin un aparato adecuado de
impuestos y sin los recursos económicos y administrativos para dirigir la economía.
Tanto el sistema financiero como la centralización de la economía en manos del Estado
sobre bases financieras, no llegará a tomar fuerza sino hasta la década del cincuenta y
no logrará su pleno desarrollo sino hasta la década del sesenta. Pero la estrategia del
imperialismo estaba clara. El desarrollo del país tenía que darse basado en un sector
financiero altamente refinado y eficiente.

Todos los gobiernos, sin excepción ninguna, que van a seguir a la primera misión
Kemmerer, pondrán como primer objetivo de su administración, el fortalecimiento,
consolidación y desarrollo de estas dos reformas: impulso del sector financiero y
establecimiento del capitalismo de Estado. El tercer punto del programa de gobierno
presentado por Olaya Herrera en la campaña de 1930 resume perfectamente la respuesta
de la oligarquía liberal conservadora a las exigencias del imperialismo. Decía Olaya:
"Es indispensable que procedamos a desarrollar un conjunto de medidas que lleven a los
medios financieros del exterior, en particular a los medios financieros de los Estados
Unidos, la persuasión de que vamos a desarrollar una política financiera de orden y
economía, un plan de obras públicas prudente y bien pensado, de acuerdo con los
consejos que los técnicos en la materia han dado y los que puedan dar al gobierno
nacional, a nuestros departamentos y a nuestros municipios. La impresión actual hoy en
los Estados Unidos, es la de que manejamos nuestros negocios con incompetencia,
nuestras finanzas imprudentemente y que subordinamos al juego de la política la
gerencia de los grandes intereses que son el eje de nuestra producción, de nuestra
propiedad" (54). Es así como Colombia adopta la estrategia de desarrollo del
imperialismo, la que le conviene a esos intereses de exportación de capital, la que se
orienta consecuencialmente a garantizar el pago de la deuda externa, la que produce un
estimulo constante a la importación de capitales, la que genera irremisiblemente toda la
economía de monopolio, la que se adecúa con perfección a un sistema financiero
internacional que va a generalizarse después de la segunda guerra mundial. Esta
estrategia de desarrollo adoptada por la oligarquía liberal conservadora que controla el
país no es complementaria sino sustitutiva de la otra alternativa posible que hemos
definido como la estrategia de desarrollo por vía de la revolución democrática que tiene
como condición esencial e insustituible la liquidación del régimen terrateniente y el
impulso autónomo de la agricultura.

5. La "modernización" imperialista y sus consecuencias

Los teóricos imperialistas del desarrollo económico y político resumieron estas


experiencias adquiridas en los países de América Latina y de Asia entre los años 1910 a
1940 para elaborar toda una refinada concepción sobre la modernización, cuyas bases se
encuentran ya en el sociólogo alemán Max Weber con su dicotomía "tradicional-
moderno’’ y su concepto fundamental de racionalidad económica y centralización
política (55). En este sentido Max Weber es el ideólogo inspirador de la estrategia
imperialista del desarrollo que sistematizará un sociólogo norteamericano, Talcott
Parsons, cuya guía metodológica consistirá en la capacidad comparativa de los sistemas
basados en cinco dicotomías: afectividad-neutralidad afectiva; orientación por los
intereses individuales-orientación por las exigencias de una colectividad;
particularismo-universalismo; ineficiencia-eficiencia; difusividad-especificidad (56). La
aplicación de estas variables darían la medida del grado de modernidad y de los
objetivos de modernización que deberían imponerse. En el terreno económico, las
teorías del desarrollo económico guardan una afinidad con las teorías de la
modernización, especialmente cuando se consideran como teoría de las etapas o cuando
se concibe el desarrollo económico en íntima relación con el cambio social y político
(57). El mejor resumen de estas concepciones del desarrollo es el Informe a la Comisión
de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos, editado por Max Millikan y Donaid
Blackmer en 1961, sobre "el cambio económico, político y social en los países
subdesarrollados y sus implicaciones para las políticas de los Estados Unidos". Lo que
el informe defiende es que en los países atrasados deben darse una serie de cambios
fundamentales para que puedan salir del subdesarrollo, cambios que consisten en la
adaptación de los recursos, técnicas e instituciones de los países imperialistas del mundo
o "desarrollados", como ellos los llaman (58). Para obtener este cambio el factor
esencial es la inversión de capital que los países subdesarrollados no tienen y que, por
tanto, deben obtener a través de la "ayuda externa" (59). El informe orienta, desde este
punto de vista, la estrategia de exportación de capital que debe adoptar el gobierno
norteamericano y los demás países "desarrollados" del mundo capitalista. Una serie de
interpretaciones y desarrollos de las teorías de Weber y Parsons ha dado origen a toda
una sociología de Estado, concebida como absolutamente necesaria para el acelerado
desarrollo de lo que ellos llaman "los países en desarrollo". El más acabado estudio del
desarrollo político es el de David Apter, cuyo punto de vista es que la democracia
política no tiene capacidad para sacar del subdesarrollo a los países atrasados y que por
tanto debe adoptarse el capitalismo de Estado como gobierno fuerte, eliminación de las
libertades democráticas y centralización económica (60).

Los principios sociológicos de Max Weber han conducido, basándose en la experiencia


que los países imperialistas han adquirido en el mundo subdesarrollado, a elaborar toda
una estrategia consistente esencialmente, en trasladar a esos países la estructura vigente
hoy en el mundo imperialista, impidiendo que se lleven a cabo las transformaciones
fundamentales por las que, inclusive, todos esos países pasaron en los siglos XVIII y
XIX. La base de todo ese traslado ’modernizador" ha sido el desarrollo del sector
financiero que surgió en los países imperialistas como resultado de un exceso de capital,
pero que se establece en los países atrasados sobre la base de su escasez de capital. La
época vivida por Colombia entre 1920 y 1940 no es sino el establecimiento de esta
estructura artificial, impuesta por las condiciones de la dominación imperialista
norteamericana, pedida y aceptada por la oligarquía liberal conservadora. La estrategia
de desarrollo por endeudamiento externo obedeció, como es natural, tanto a las
necesidades mismas del país imperialista como a toda una concepción ideológica
elaborada por los economistas y sociólogos del imperialismo. Las consecuencias para
Colombia no pueden haber sido más graves.

El enorme endeudamiento de Colombia en la década de los años veinte, semejante al de


casi toda América Latina, encontró al país sin una estructura suficiente capaz de
responder por el pago de la deuda ya para principios de la década del treinta. Este
fenómeno lo habían previsto los banqueros norteamericanos y, por consiguiente, el
gobierno de Estados Unidos dirigió su diplomacia a la obtención de reformas que
garantizaran el pago de los bonos o títulos colombianos. Al final de 1935, el 85% de los
títulos colombianos colocados en Estados Unidos, base de la deuda externa, se
encontraban sin respaldo alguno (61). Desde finales de 1928, el país no pagaba sus
obligaciones con los Estados Unidos. Por esta razón el gobierno norteamericano
presionó la elección de Olaya Herrera, confiado en las garantías que para resolver
problemas tales como la negociación petrolera y el pago de la deuda había dado y
ofrecido durante su permanencia como embajador en Washington. En una nota de Bert
L. Hunt, agregado comercial de la embajada norteamericana en Bogotá, dirigida a
Grosvenor Jones, jefe de la División de Finanzas e Inversiones del Departamento de
Comercio, comentando la influencia de la Circular Especial de ese Departamento se
dice: "Fue también su influencia (la de la Circular) lo que hizo posible la elección del
doctor Olaya con todos los esperados beneficios para los Estados Unidos" (62). Sin
embargo, los banqueros norteamericanos se negaron a dar los créditos necesarios a
Olaya para salir del atolladero en que lo había puesto el endeudamiento de la década
anterior, no obstante que Olaya, como presidente electo, había viajado a los Estados
Unidos para entrevistarse con esos banqueros, recibido promesas de ellos y ofrecido
todas las garantías (63). La situación es tan grave para Olaya que el mismo embajador
Cafferey intercede ante el gobierno de Washington para que convenza a los banqueros
de que disminuyan sus exigencias para los nuevos préstamos, porque de lo contrario
Olaya puede caerse (64). Olaya, en su desesperación, llega hasta hipotecar las salinas
del Banco de la República (65). Ante la decisión de Olaya de preferir a los banqueros
norteamericanos, se forma en Colombia el Comité Ejecutivo Nacional de Deudores de
Bancos Extranjeros, el cual le exige al gobierno de Olaya que conceda prioridad a las
instituciones financieras colombianas sobre las norteamericanas. Pero, entre tanto, se
forma un Comité semejante en Estados Unidos, de carácter mixto, al que ya hemos
hecho referencia, que presiona al gobierno norteamericano en sentido contrario. El
gobierno de Olaya, quien, entre otras cosas, se había lucrado electoralmente en su
campaña del ataque a la United Fruit Company adelantado por algunos sectores de su
partido, acude a esta misma empresa y obtiene de ella préstamos de emergencia (66).
Con todo esto, Olaya no logra renegociar la deuda externa, problema que queda en
manos de López. En esta forma, le toca a López afrontar negociaciones con Estados
Unidos sobre tres puntos neurálgicos que comprometen el futuro del país: una
legislación petrolera, el convenio de comercio y la deuda externa.

López Pumarejo ha sido presentado por toda la literatura histórica liberal y de izquierda
como representante de la burguesía nacional progresista(67). Inclusive, el partido
comunista formó en 1936 un Frente Popular Antiimperialista sobre la base del apoyo a
López (68). Los hechos son contrarios totalmente a esta visión apologética del
liberalismo de la época de López. López jamás tuvo una posición antiimperialista, ni
defendió la industria nacional, ni adelantó las medidas que hubiera podido exigir la
revolución democrática. Todo lo contrario. López modificó la legislación petrolera
existente ante la presión de las compañías norteamericanas que controlaban la
explotación de petróleo. Mediante la Ley 160 de 1936 López concedió mayores
garantías a la inversión imperialista en el petróleo, estableció bases más firmes para los
contratos con el objeto de dar mayores seguridades a la compañías inversionistas,
modificó los requisitos para desarrollar tierras en manos de intereses privados en favor
de la Texas, redujo los impuestos a las propiedades privadas de exploración, liberalizó
los requisitos de las regalías favorables a los inversionistas norteamericanos, redujo las
regalías para la producción de petróleo crudo con destino a exportación, declaró de
utilidad pública las empresas petroleras para impedir los movimientos reivindicativos de
los obreros, evadió el establecimiento de una empresa estatal colombiana para refinar el
petróleo (69). López fue mucho más generoso con las compañías norteamericanas de lo
que había sido Olaya, reconocido por el gobierno de los Estados Unidos como su amigo
íntimo. En este sentido, lo que López hizo fue establecer reglas de juego precisas y
modernas, garantizándole a los inversionistas norteamericanos todas las ventajas, pero
fijando normas precisas a las que pudieran atenerse sin temores de ninguna especie. Por
otra parte, en lo referente a la negociación de las relaciones comerciales, el tratado que
López firma y cuya aprobación logra en el Congreso, concede, como hemos visto, todas
las ventajas a los Estados Unidos, desprotegiendo la incipiente industria nacional en
todos los campos, principalmente en confecciones, alimentos y otros renglones que
comenzaban a desarrollarse o que tenían posibilidad de desarrollarse con inversión
nacional (70). En ese momento el proteccionismo aduanero era una necesidad de la
economía nacional en defensa de la industria. López entrega el comercio a las
importaciones norteamericanas. El Tratado de Comercio de 1935 es un golpe a la
industria nacional. El mercado colombiano fue inundado de productos norteamericanos
y la importación de productos estipulados en la liberación de impuestos de aduana subió
de 1935 a 1936 en un 102.0%. Punto aparte merece el golpe a la producción de tabaco,
algodón, papa y otros productos agrícolas afectados por el Tratado, concesión hecha
ante la presión norteamericana ahogada por los excedentes en estos renglones.

Frente al endeudamiento externo, López accede a renegociar con los Estados Unidos y a
conceder las ventajas necesarias, aconsejado por su Contralor General Lleras Restrepo.
Solamente la falta de apoyo en el Congreso, tomado por los santistas, en oposición a
López, le impide llegar a términos concretos en este aspecto. Sin embargo, el embajador
norteamericano informa a Washington que López está listo para aceptar un acuerdo,
siempre y cuando se aísle del contexto político que vivía el país en ese momento, para
no quedar públicamente comprometido. En realidad, López coincidía con el gobierno
norteamericano en que era imposible seguir endeudándose mientras no se arreglara el
pago de la deuda existente desde 1928 y no se dieran las reformas en el campo
financiero, constitucional y laboral exigidas por la modernización del país (71).
Roosevelt estaba contra el exceso de crédito al exterior, porque esto llevaba a conflictos
políticos internacionales graves. Su Secretario de Estado, Morgenthau, por ejemplo,
había amenazado al gobierno colombiano con tomar medidas semejantes a las que
Estados Unidos había tomado en Centroamérica, si no se atendía el pago de la deuda
externa. El senador Johnson había obtenido una ley impidiendo nuevos créditos a los
países que no hubieran pagado la deuda existente. El relativo poco endeudamiento de
López con Estados Unidos no proviene de su política antiimperialista, sino de la política
del gobierno norteamericano de no extender más la deuda y a la decisión de los
banqueros de ese país de no prestarle más dólares mientras no obtuviera del Congreso
una aprobación de su acuerdo de renegociación. La táctica de López es igual a la de
Roosevelt, presentarse demagógicamente como reformador social para neutralizar una
izquierda ascendente, grandemente influida por la revolución rusa y su influencia en el
mundo, con la diferencia de que Roosevelt opera para dominar el mundo y López para
darle campo a la dominación. Randall ofrece este juicio sobre López: "Enfrentado a una
gran depresión económica y a un creciente radicalismo político y económico del
movimiento obrero, López viró hacia la izquierda en una forma muy semejante a como
lo hizo Roosevelt. El programa doméstico de López tuvo un tono socialista, pero sus
objetivos fueron no menos burgueses y capitalistas que el modelo americano hacia el
cual siempre se volvió como guía" (72). López no tiene el estilo de Olaya ni de Santos
de operar abiertamente en favor del imperialismo, como Franklin D. Roosevelt no posee
la misma estrategia imperialista de Theodore Roosevelt, pero la eficacia de la nueva
táctica y del nuevo estilo obtuvo mejores resultados.

El verdadero cambio de la historia colombiana entre el siglo XIX y el siglo XX se


realiza en este período, durante el cual se define el carácter de nuestra historia
contemporánea, el cambio del período de la revolución democrática al de la dominación
imperialista. Los gobiernos conservadores son tan responsables como los gobiernos
liberales. Pero son los gobiernos liberales de Olaya y López los que ponen a funcionar
el país más en acorde con las necesidades del imperialismo. Jorge Villegas dice en su
libro sobre el petróleo en un juicio de Olaya: "Apenas llevaba cuatro años el liberalismo
en el poder, después de 45 años de oposición, y en tan breve periodo superó al
conservatismo en su política de entrega de la soberanía nacional al imperialismo
norteamericano. Fue más grande su delito de alta traición que el cometido por los
gobiernos de Marco Fidel Suárez y Pedro Nel Ospina" (73). Y a continuación cita al
panfletista antioqueño liberal Femando González: "La repugnancia que debemos sentir
por los gobiernos colombianos, muy especialmente por los gobiernos de Olaya y López.
Llamo a la juventud... a la oposición. Es preciso hacer una terrible oposición, porque
hemos sido engañados. Vivimos cuarenta años de anhelos, luchando para que hubiera
un cambio, peleando con los gobiernos conservadores, y hemos sido engañados" (74).
La dominación imperialista que se efectúa siguiendo procesos económicos y no en
respuesta a una peculiar maldad de los actores políticos, tal como lo señalamos
anteriormente en la teoría de Lenin, se estableció en Colombia en una relación directa
con el Estado, a través de todo el proceso seguido por el endeudamiento con Estados
Unidos. Se debió, pues, esencialmente, a la inversión indirecta más que a la inversión
directa. La inversión directa en industria, distinta del petróleo, no llegó nunca al 10%
del total antes de 1950 y casi el 80% de todas las inversiones de 1920 a 1940 fueron
inversión indirecta a través del Estado (75). Le resultaba al imperialismo muy difícil,
dadas las condiciones internacionales de esta época, obtener los beneficios que
necesitaba sin una industria que le diera garantías y sin un sistema financiero privado o
público medianamente desarrollado. La inversión directa en industria no viene a ser
importante sino después de 1950 cuando se convierte, después del petróleo, en el
segundo renglón de toda la inversión imperialista. Por esta razón el imperialismo
norteamericano permite el desarrollo de la industria nacional con relativa libertad hasta
el momento en que se vuelve rentable, después de la segunda guerra mundial, cuando
precisamente los grandes monopolios imperialistas, o bien se trasladan al país en el
programa de substitución de importaciones, o bien se toman las débiles industrias
nacionales (76). Tanto el petróleo como el banano fueron enclaves muy aislados que no
tuvieron, excepto hasta después de la segunda guerra mundial, una influencia
importante en la economía del país. En 1922 Colombia no cuenta con más de dos mil
quinientos automóviles (77). El petróleo era una industria de exportación cuyas
ganancias eran obtenidas y exportadas por las compañías norteamericanas. El centro de
la economía para la inversión imperialista era el Estado. De ahí que el Estado se
convirtiera en el objetivo de las reformas pretendidas por Estados Unidos y auspiciadas
por los gobiernos liberales. Sólo en esta forma puede entenderse la política
proimperialista de un Alfonso López Pumarejo cuyo programa de gobierno se reduce al
acondicionamiento del Estado para responder a los intereses del imperialismo. Lo
esencial es entender que la orientación de López y de los modernizantes liberales
coincide plenamente con lo que proponían y siguen proponiendo los teóricos
imperialistas sobre la modernización del Estado y de la economía, reformas que
impulsan y han impulsado los gobiernos norteamericanos. La modernización del Estado
y de la economía, sin las reformas de la revolución democrática, que ni López ni ningún
otro gobierno liberal o conservador ha acometido, es la política que necesita el
imperialismo para la exportación del capital y para su rentabilidad. El cambio que
siempre han propuesto los imperialistas y que han sistematizado los economistas y
sociólogos del imperialismo, es el que le sirve a sus intereses y en último término,
siempre ha sido justificado en esa forma.

6. El desarrollo del capitalismo imperialista en el país

De esta política de "modernización" impuesta por Estados Unidos a través de su poder


financiero, de la incapacidad del gobierno colombiano para pagar la deuda y de la plena
aceptación por parte de la oligarquía liberal y conservadora colombiana de la estrategia
imperialista, se ha seguido la preservación del subdesarrollo del país, no en las
condiciones de un país feudal como era Colombia a finales del siglo XIX, sino en
condiciones de un país semifeudal, en donde el capitalismo se ha desarrollado sobre la
base del mantenimiento de todo el régimen terrateniente y en donde se ha abierto campo
a una economía en donde el control lo ejerce el capitalismo imperialista. La dominación
norteamericana, entroncada siempre a su fuente de control, el capital financiero y la
exportación de capital, ha contribuido a establecer una economía con tres características
principales derivadas directamente de la estrategia modernizante por endeudamiento: 1)
Una economía de capitalismo de Estado que no puede prescindir del capital financiero
internacional; 2) una economía controlada por grandes grupos financieros; 3) una
economía industrial monopolista. Examinaremos rápidamente cada uno de estos tres
aspectos.

El crecimiento del poder económico del Estado colombiano y su papel siempre


creciente en la inversión y en el control de la economía es un hecho fácilmente
perceptible. Los principales renglones de la producción industrial como el petróleo, el
acero, la petroquímica, la industria automotriz, la minería, o bien están totalmente en
manos del Estado o fuertemente asociados con los organismos financieros del país. La
inversión directa del Estado en la economía es un factor dominante en la economía
colombiana. Este es un proceso que se acelera en el país después de 1950. Sólo en 1968,
por ejemplo, el Instituto de Fomento Industrial (IFI) poseía acciones que representaban
el 45% de las de todas las corporaciones financieras del país y el 53 % de su inversión
total, contaba con inversiones en 43 empresas y aquellas en las que el IFI tenía mayoría,
representaban el 7% de toda la industria manufacturera. En 1978, las corporaciones
financieras estatales o semi-estatales contaban con el 57% del capital y el 40% de los
activos totales. Un balance de los últimos diez años muestra que el crecimiento de los
bancos estatales o semi-estatales ha sido más rápido que el de los bancos privados. Esto
sin tener en cuenta a la Federación Nacional de Cafeteros que pasa por ser una entidad
privada pero que es una institución financiera de carácter mixto, la mayoría de cuyos
ingresos provienen de los impuestos estatales que ella administra, invierte y distribuye,
principalmente a través del Fondo Nacional del Café. De 1968 a 1972, la tasa de
crecimiento de capital en los bancos públicos fue de 207%, mientras en los privados fue
de 185%; los depósitos crecieron un 273% y un 194% respectivamente; los préstamos
crecieron un 204% contra un 163%. Y así sucesivamente. El punto fundamental sobre el
capitalismo de Estado en Colombia radica en el hecho de que este sistema llega a ser el
centro de la importación de capital y de la distribución en toda la economía de los
recursos del endeudamiento externo. Por esta razón se convierte en el aspecto más
importante de las reformas constitucionales de 1936 y 1968, llevadas a cabo por López
Pumarejo y Lleras Restrepo. De hecho, en toda la economía de los recursos del
endeudamiento externo, siempre lo ha sido así, desde los años veinte, tal como lo hemos
visto, pero con la diferencia de que en ese entonces no existía un sistema
institucionalizado que permitiera ni esta centralización ni esta distribución que hoy
reina. Los fondos de recursos externos llegan de las organizaciones financieras
internacionales y de los países imperialistas al gobierno colombiano que los canaliza a
través del Banco de la República y de los Institutos Descentralizados. El Banco de la
República distribuye por medio de programas de desarrollo, fondos especiales de
crédito de todo tipo a los Fondos de Inversión, al IFI, a los bancos privados y a las
empresas del Estado, privadas y mixtas. Los Institutos Descentralizados canalizan estos
recursos en programas de educación, desarrollo urbano, transporte, programas de
desarrollo agrario y otros del mismo estilo.

Esta estructura es uno de los resultados más concretos de todo el proceso de


endeudamiento externo, consignado en todos los programas de las misiones
imperialistas llegadas a Colombia y de todos los programas norteamericanos para
América Latina, llámense Misión del Banco Mundial (1950), Alianza para el Progreso
(1960), Misión de la OIT (1969), Misión de Economía y Humanismo (1956), CEPAL,
Misión Musgrave, o Fondo Monetario Internacional. No es extraño que, pasada la crisis
de 1930 a 1940 con los prestamistas norteamericanos, y superada la segunda guerra
mundial, la inversión directa e indirecta haya afluido en grandes sumas al país. De 1965
a 1973 por ejemplo, la deuda externa del país creció de quinientos millones de dólares a
dos mil millones de dólares y de ese año a 1976 subió a cuatro mil millones de dólares.
Pero el servicio de la deuda externa creció aún más rápido, de 100 millones en 1969 a
190 millones en 1973, alcanzando un 17.4% de crecimiento anual en un período de
cuatro años. Por otra parte, la deuda externa proveniente de los bancos privados
extranjeros creció hasta 42 millones de dólares en 1973 y el servicio de esta deuda
alcanzó la suma de 130 millones. En 1973, el servicio de la deuda alcanzó la suma de
130 millones. Sólo en ese año, el servicio de la deuda externa pública y privada de 320
millones de dólares representó el 26% de todas las divisas obtenidas en ese año. En
1977 el gobierno colombiano obtuvo préstamos por valor de mil millones de dólares y
de setecientos setenta para 1978. No hay programa alguno gubernamental que no tenga
en una forma u otra capital imperialista, bien sea a través de los organismos financieros
internacionales, de los bancos privados de los países imperialistas o directamente de los
gobiernos. Estos préstamos siguen exigiendo el mismo tipo de reformas. En 1930 el
First National City Bank exigía un presupuesto equilibrado, la reforma de los sistemas
de impuestos y de finanzas del Estado.

En 1974 el Banco Mundial demandaba las reformas que puso en marcha lo que el
gobierno de López Michelsen llamó "la emergencia económica" y los agentes del banco
denominaron un programa "de estabilización" consistente en un presupuesto
equilibrado, reforma del sistema de impuestos, eliminación del control de precios y
reducción de los subsidios concedidos por el Estado (78). En resumen, el capital
financiero internacional, por intermedio del Estado, ha establecido en Colombia un
poder financiero de capitalismo de Estado que se irriga por toda la economía y pone a
funcionar toda la sociedad alrededor de reformas orientadas primordialmente a
garantizar tanto el pago de la deuda como nuevas importaciones de capital. Sería
conveniente una investigación cuidadosa sobre este punto crucial: ¿cuáles son los
problemas fundamentales del desarrollo que ha resuelto Colombia con el
endeudamiento externo y con la gran inversión de capital durante los últimos sesenta
años? Una cosa es cierta, Colombia no ha salido del subdesarrollo y no tiene esperanzas
inmediatas de salir de él. ¿No se ha distanciado más Colombia de Estados Unidos, por
ejemplo, de lo que estaba al comienzo de la estrategia de "modernización" auspiciada
por el imperialismo, pedida y aceptada por el partido liberal y el partido conservador?

La formidable penetración de capital financiero desde 1920 hasta hoy y su irrigación


por toda la economía, acumulando más y más capital, sobre todo, por medio del interés,
ha generado en el país todo el sector que gira alrededor de las finanzas y que era
desconocido en Colombia, antes de la década del veinte. Este sector financiero es el que
hoy controla la economía colombiana en asocio con el capitalismo de Estado, del cual
ha provenido y del que es su sostén. El poder del capital financiero ha desarrollado una
concentración extrema en las esferas de la Banca, de los seguros, de los fondos de
inversión, y en la producción industrial y agrícola. La base de esta concentración son los
gigantescos grupos financieros que se dividen la economía del país o, por lo menos, sus
sectores más rentables y productivos. Cada grupo financiero está compuesto por uno o
varios bancos, por compañías de seguro de diferente tipo, por fondos de inversión,
corporaciones de ahorro y vivienda y otras instituciones de tipo financiero. El
crecimiento del sector financiero en el conjunto de la economía puede medirse en
diferente forma. Basten estos datos. De 1965 a 1975 las transacciones financieras
crecieron en 164%. Mientras el sector agropecuario, industrial y de transportes
crecieron a un promedio del 6% anual, el sector financiero creció a un 10.7%, pero su
incremento total en este período fue el doble del de los demás sectores de la economía
(79). Cada uno de los grupos financieros posee una gran diversidad de conexiones con
el capital financiero internacional, con los bancos norteamericanos y con las agencias
prestamistas internacionales. El Banco del Comercio es controlado por el Chase
Manhattan Bank y tiene influencia del Deutsche Sudamerikanische. El Banco de Bogotá
es controlado por el First National City Bank Overseas Corporation a través de la
Corporación Financiera Colombiana, del Banco Mundial y del Manufactures Hanover
Trust. El Banco de Colombia puede llegar a estar controlado por el Banco Francés
Colombiano gracias al 20% de las acciones que le pertenecen. En realidad, el 38% de
los recursos totales del sector financiero en 1976 provenían de crédito externo (80). Esta
ha sido la consecuencia de que las medidas económicas, principalmente de los
gobiernos del Frente Nacional, los programas y planes de desarrollo económico, las
reformas exigidas, en especial, por el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional, la Agencia Internacional para el Desarrollo y la Alianza para el Progreso
hayan beneficiado a este sector financiero más que a ningún otro sector de la economía.
El Plan de Desarrollo llamado Las Cuatro Estrategias ha sido quizás el ejemplo más
dramático de un programa de desarrollo exclusivamente ideado para fortalecer al
máximo la concentración del capital financiero sobre el fortalecimiento de un renglón
de la economía como es la construcción, pero que estaba dirigido a desarrollar todo un
programa de inversiones financieras en las Corporaciones de Ahorro y Vivienda. El
plan de las "Cuatro Estrategias" pone en ejecución una teoría imperialista del desarrollo
ideada por el primer agente del Banco Mundial en Colombia Mr. Lauchlin Currie,
premiada por los organismos financieros internacionales.

El sector financiero de la economía colombiana no es el resultado de lo que Lenin llama


la "sobreabundancia de capital", o sea, de un largo proceso de acumulación de capital,
de un gran desarrollo del comercio interior y de una madurez excesiva del desarrollo
capitalista. El fortalecimiento y desarrollo de los grupos financieros, inmensamente
concentrados y poderosos, es el producto de las grandes sumas de capital imperialista a
través del endeudamiento externo. Si el desarrollo del capital financiero en Colombia
fuera el producto de su gigantesco desarrollo interno, este país sería un país imperialista
como cualquiera de los países del mundo en donde predomina el capital financiero
producido por la acumulación interna. ¿Qué ha hecho el país con los ochenta y dos mil
millones de pesos, o para ponerlo en términos constantes, dos mil millones de dólares
largos que le ha prestado el Banco Mundial, desde 1949, de los cuales sólo ha
amortizado cuatrocientos treinta? ¿Dónde están los mil quinientos ochenta y dos
millones de dólares? (81). El cáncer que corroe sistemáticamente la economía de un país
subdesarrollado es el capital financiero, un capital que, según Lenin, es esencialmente
improductivo, usurero y parasitario. Una economía que gire alrededor de este capital
financiero, no tiene posibilidad de desarrollo. Lo único que hará consistirá en aumentar
sin fin las ganancias del capital financiero internacional, sin considerar más allá de lo
que tenga relación con sus ganancias, el desarrollo interno del país. Como consecuencia
de una economía financiera, la sociedad funciona sobre la base de una gran suma de
capital que trabaja exclusivamente con el interés en sus diversas formas. Entonces el
capitalismo imperialista genera un sector gigantesco de la economía, en relación a los
sectores productivos, separado cada vez más de la producción y cuyo capital es
independiente de ella, fenómeno que no es propio del capitalismo sino del imperialismo.
Una economía de un país imperialista contrarresta los efectos de este "parasitismo",
como lo llama Lenin, con el dominio y el control de otras economías en donde obtiene
grandes ganancias, y a donde puede exportar sus contradicciones y sus crisis. Un país
subdesarrollado no tiene posibilidades de contrarrestar la crisis, que se vuelve endémica,
permanente e irreversible, porque su característica esencial consiste en su escasez de
capital. Este carácter de nuestra economía lo llamamos neocolonial y es uno de los dos
problemas centrales del país en asocio de la supervivencia y el poder del régimen de
explotación terrateniente.

La estructura industrial colombiana es el producto de tres fenómenos distintos. Primero,


del desarrollo de una industria nacional entre 1910 y 1945, sin significativa inversión
extranjera, sin estructura monopolista y concentrada en bienes de consumo (82).
Segundo, de la toma que hacen los grandes monopolios, principalmente
norteamericanos, de la industria más rentable, establecida antes de la segunda guerra
mundial. Tercero, de la gran inversión de capital imperialista entre 1950 y 1970, pero
sobre todo, entre 1969 y 1970, año en el cual ingresa a Colombia más del 70% de la
inversión directa de todo este período (83). El primer fenómeno significa que la
industrialización colombiana fue de tipo nacional, es decir, no-monopolista, pero que se
benefició de toda la inversión indirecta de capital financiero en los campos de los
servicios y de la minería traída al país por el imperialismo norteamericano. El segundo
fenómeno quiere decir que el imperialismo norteamericano permitió el desarrollo de la
industria nacional, mientras no le era muy rentable y durante un tiempo en que la
infraestructura de servicios no había alcanzado todavía los niveles exigidos por sus
necesidades de dominación, pero que una vez la industria nacional logró un relativo
desarrollo y los sectores de servicios y de finanzas habían logrado el grado exigido, los
grandes monopolios industriales norteamericanos cayeron sobre ella. Casos muy obvios
son los de la industria farmacéutica, de alimentos y del vidrio. El tercer fenómeno
significa que no solamente los monopolios imperialistas se tomaron gran parte de la
industria nacional, sino que iniciaron su propia producción directa en Colombia
siguiendo la estrategia patrocinada por la CEPAL de la "substitución de importaciones",
política que benefició ante todo los grandes monopolios de los países imperialistas. El
resultado de estos tres fenómenos ha sido el de el surgimiento de una industria
inmensamente concentrada y controlada por el imperialismo, bien sea a través de la
inversión directa, bien sea a través del capital financiero. De las cien empresas más
grandes del país, 34 son extranjeras, y el 51% de su capital proviene de sus casas
matrices. Estas compañías representan más del 36% de la producción industrial del país
(84). Lo más importante es que el 81.5% de las compañías extranjeras se concentra en la
producción de bienes intermedios, sector que queda completamente controlado por el
imperialismo. Este hecho proviene de que es el sector más rentable y más dinámico de
la industria colombiana y tiene un alto grado de concentración (85). El sector de la
producción de bienes intermedios representa el 99% de la producción industrial del país.
Es allí donde se concentra el capital imperialista y el capital monopolista colombiano.
En el sector de la industria química y metalmecánica el control imperialista llega al
sesenta y sesenta y cinco por ciento (86).

Un estudio elaborado por la Superintendencia de Sociedades demuestra que la industria


colombiana no controlada directamente por el capital extranjero, ha venido
organizándose desde la década del sesenta en grandes conglomerados y
superconglomerados con dominio cada vez más grande sobre un número crecido de
sociedades. Estos conglomerados, entre los cuales figuran el de Bavaria, Coltejer,
Postobón, Cementos Argos, Avianca y otros, lograron el 20% de la producción total del
país (87). Esto significa que entre 34 monopolios extranjeros y 20 conglomerados
colombianos controlan casi el 60% de la producción industrial colombiana. Pero
además la concentración por sectores resulta impresionante (88). El conglomerado
Bavaria representó en 1975 el 58.8% de toda la producción de bebidas; Coltabaco, el
77.5% de la producción de la industria del tabaco; cuatro conglomerados de textiles el
32.4% de ese renglón; dos conglomerados de productos de vidrio el 74% (a su vez
controlados por Bavaria y Postobón); entre Cementos Samper, Cementos Argos y
Eternit obtuvieron el 65.8% de toda la producción de minerales no metálicos. Pero si se
examina el control interno de estos conglomerados se encuentran estos rasgos: a) una
gran concentración del poder en pocos accionistas, b) una íntima conexión con el capital
financiero imperialista, c) una expansión hacia la formación de un conglomerado
vertical y horizontal cada vez más extenso. Por ejemplo, en Coltejer, el 8.1 % de los
accionistas poseían el 77% de las acciones (89). Y en el total de los conglomerados, el
1% de los accionistas poseían casi el 70% de las acciones (90). Ahora bien, la conexión
con el capital financiero es íntima, a través de las corporaciones financieras, las
compañías de seguros y los Fondos de Inversión. Por ejemplo, la Compañía
Suramericana de Seguros posee intereses en los conglomerados Coltejer, Postobón,
Cementos Argos, Coltabaco, Fabrícalo, Tejicóndor lo cual significa que ella sola posee
el control del 38.9% del capital de los conglomerados. Pero el superconglomerado
Bavaria posee poder sobre 72 empresas directamente y sobre muchas más a través del
control que ejerce sobre un conglomerado Colinsa que tiene inversiones en más de
dieciocho empresas financieras (91). Toda esta conexión entre los monopolios
industriales y el sector financiero, sin tener en cuenta el crédito, liga los monopolios
colombianos al capital financiero internacional y lo hace depender para su subsistencia
del endeudamiento externo.

A principios del siglo XX Colombia era un país sin vías de comunicación, sin servicios
de agua, luz y alcantarillado, sin industria, sin un sector financiero en la economía, sin
un sistema de transporte establecido. La revolución democrática y la lucha por
consolidarla a través del siglo XIX habían fracasado. Las fuerzas que siempre
estuvieron contra ella y las que la traicionaron en las dos últimas décadas del siglo,
impidieron que se diera el desarrollo del capitalismo sobre bases nacionales. Fue el
imperialismo el que se apoderó de ese proceso entre 1910 y 1940, le dio su carácter de
dominación imperialista y estructuró una economía que dejaría intacto el régimen
terrateniente e impulsaría el fortalecimiento y predominio del sector financiero sobre
una industria altamente monopolizada, rasgos de la estructura económica colombiana,
íntimamente ligados. Después de setenta anos de "modernización" por endeudamiento
externo, el régimen de monopolio terrateniente en el campo, con una agricultura
atrasada, ineficiente, en permanente retroceso ante las necesidades de alimentación de la
población, con un minifundio persistente, con millones y millones de hectáreas sin
cultivo, con toda clase de formas atrasadas de producción desde las más primitivas hasta
las en vía de transición hacia formas capitalistas, no solamente se mantiene a pesar de la
transformación de toda la economía, sino que mantiene su poder político incólume y se
erige como obstáculo gigantesco al desarrollo de las fuerzas productivas en el país. El
imperialismo se ha lucrado en infinidad de formas de este atraso de la agricultura, uno
de cuyos aspectos más importantes es el de haber impedido en esta forma que el país
desarrolle sus fuerzas económicas, resultado de lo cual habría sido la colisión
irreversible con la explotación que ejerce el imperialismo sobre nuestro país. El
imperialismo ha mantenido a los terratenientes, ha mantenido el monopolio
improductivo de la propiedad de la tierra, se ha apoyado en el poder político de esta
clase con un carácter feudal, pero ha sabido, a través del capital financiero, incorporar
esa economía a su explotación imperialista, ha puesto los terratenientes a utilizar su
capital y ha impulsado en la economía feudal del país lo que Lenin llamó "un desarrollo
junker del capitalismo", del que sólo se benefician los terratenientes y, mediante éstos,
el imperialismo. Al imperialismo le es necesario en estos países este tipo de desarrollo
del capitalismo que no destruye el régimen feudal, pero le permite lucrarse de la
utilización que hacen del capital financiero (92). Pero al mismo tiempo que la
"modernización" imperialista por vía del endeudamiento externo logró preservar el
régimen terrateniente, produjo en Colombia la contradicción entre una economía
monopolista de tipo capitalista y otra no-monopolista, o sea, una contradicción generada
por el capital monopolista y el no monopolista. Esto quiere decir que el imperialismo, al
generar una economía basada en el capitalismo monopolista de Estado, en el sector
financiero y en la industria monopolista, dio origen a dos tipos de capitalismo, uno
monopolista y otro no-monopolista. Al capitalismo monopolista lo llamamos
capitalismo imperialista y al capitalismo no monopolista lo denominamos capitalismo
nacional. El capitalismo imperialista es el que tiene su base económica en el
endeudamiento externo y que toma la forma de las tres características que hemos
señalado en los párrafos anteriores. El capitalismo nacional es el que depende de la
pequeña y mediana producción, bien sea industrial o agrícola de tipo capitalista. La
contradicción que existe entre estos dos capitalismos radica en la oposición del capital
monopolista con el capital no-monopolista, al margen de la conciencia que de esta
contradicción posean las clases sociales dueñas de los dos tipos de capital, o sea,
independientemente de la conciencia que tenga la gran burguesía burocrática y
financiera, por una parte, y la burguesía nacional, por otra.

Lo esencial de todo este análisis es señalar que la "modernización" imperialista no ha


modificado el atraso del país. Colombia vive un adelanto artificial, alimentado por el
capitalismo imperialista. Las consecuencias de la estructura monopolista para la
economía han sido extremadamente graves: a) desde el punto de vista financiero, de
producción, de mercado y de tecnología, el capitalismo imperialista no tiene
competencia y controla todos los sectores; b) el crecimiento de las fuerzas productivas y
del mercado interior ha sido extremadamente lento; la industria colombiana depende
casi exclusivamente de divisas para su desarrollo, lo cual significa no poder prescindir
del capital imperialista; el desarrollo del sector de bienes intermedios en forma
monopolística mantiene el nivel de baja producción y productividad y obstaculiza el
desarrollo de los demás sectores de la economía; la economía ha sufrido de una
permanente estrechez de mercado que no podrá ser superada supuestamente por la
llamada "integración andina" o "integración latinoamericana", basada en el capital
imperialista, el cual ha producido estos efectos en cada país y los va a reproducir a nivel
continental; el mercado interno no ha logrado el punto fundamental del desarrollo
capitalista nacional que radica en el más rápido crecimiento de la producción de bienes
de capital, o sea, de capital constante para que se dé el desarrollo progresivo de la
división del trabajo; c) la clave de la economía colombiana sigue siendo la agricultura y
el capital imperialista no ha hecho sino sacar ventaja del atraso, la opresión y la quiebra
de la economía colombiana para apoderarse de sus sectores más dinámicos; d) el
consumo, la instalación de las empresas imperialistas en Colombia, el desarrollo del
sector financiero, todo esto no ha hecho sino instaurar la explotación de Estados Unidos
sobre Colombia, beneficiándose de su mano de obra barata, del bajo precio de la tierra,
de sus materias primas y del alto costo del capital. Ha sido y es la realidad de la
dominación imperialista.

La interpretación histórica sobre la etapa que vive Colombia en el siglo XX que


acabamos de hacer nos lleva a sacar algunas conclusiones fundamentales. Primero, el
carácter del siglo XX en Colombia está determinado por la dominación del
imperialismo norteamericano sobre nuestra patria, así como el carácter del siglo XIX
había sido determinado por la revolución democrática y por la lucha que generó su
desarrollo hasta el fracaso definitivo de su culminación después de 1880. Segundo, la
dominación imperialista sobre Colombia es un proceso que se inicia con el robo que
ejecutan los Estados Unidos del Canal y con la independencia de Panamá, pero que se
extiende hasta la década del cincuenta, cuando el imperialismo norteamericano logra un
control completo de la economía colombiana mediante un poderoso sistema financiero y
estatal. En este proceso el instrumento eficaz para imponer la dominación es el Estado.
Por esta razón los esfuerzos del imperialismo norteamericano se encaminan a obtener
una rápida "modernización" del Estado, cuyo contenido consiste en la transformación de
un Estado de forma burguesa y contenido feudal en un Estado de forma burguesa y de
contenido de capitalismo monopolista de Estado. El imperialismo es esencialmente una
dominación exterior, de tipo económico, de país a país, de Estado a Estado, y no
simplemente la extensión de la explotación capitalista de la plusvalía como lo sugieren
las concepciones burguesas y trotskistas. El papel del gobierno y la diplomacia
norteamericana en el diseño de una estrategia de dominación y en el apoyo
incondicional a los sectores privados que la llevan a cabo, no es sino la muestra
palpable del proceso imperialista. Tercero, es el Estado colombiano el que pone en
ejecución los planes de construcción de la infraestructura económica y de formación
acelerada de una estructura financiera, sin las cuales el imperialismo no puede exportar
su capital a Colombia y generar en ella sus ganancias. No todos los atentados contra la
soberanía nacional, como el robo del Canal, la toma de la industria petrolera, el enclave
bananero de la United Fruit Company, le dieron en 1903 o en 1920 o en 1930 un control
completo de la economía al imperialismo. Este control se lo dan el sector financiero, el
endeudamiento externo y los planes económicos del Estado. Cuarto, este fenómeno es
lo que explica por qué es el partido liberal el que aparece como el sector "modernizante"
del Estado y el que impulsa aceleradamente el capitalismo monopolista de Estado,
mientras el partido conservador se divide en un sector que decididamente se pone con la
"modernización" y otro que no entra sino por la fuerza de los hechos, después de una
enconada lucha de casi medio siglo. La lucha entre los partidos liberal y conservador en
el siglo XX es una lucha cuyo contenido es completamente diferente a la lucha que
estos dos partidos libraron en el siglo pasado. El resultado de la lucha entre ellos ha sido
el Frente Nacional, después de que cambiaron de carácter en distintas épocas de este
siglo y después de que intentaron formarlo en diferentes oportunidades. Este punto es el
que pasamos a examinar a continuación.

NOTAS

(1)Ver, por ejemplo, Jorge Orlando Melo, "La república conservadora", en Colombia hoy, Siglo XXI
Editores, Bogotá, 1978; Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914; Alberto Lleras,
"Aquileo Parra", Escritos Selectos, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1976; Indalecio Liévano
Aguirre, Rafael Núñez, Segundo Festival del Libro Colombiano, Bogotá 1960; Nieto Arteta, Economía y
cultura en la historia de Colombia, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1962.

(2)Ver Álvaro Tirado Mejía, "Colombia: Siglo y medio de bipartidismo", en Colombia hoy. Siglo XXI
Editores. Bogotá, 1978; Tirado Mejía, Aspectos sociales dé las guerras civiles en Colombia, Instituto
Colombiano de Cultura, Biblioteca Básica Colombiana, Bogotá, 1976.

(3) Tirado Mejía, Aspectos sociales de las guerras civiles en Colombia, p. 28, nota.

(4) Tirado Mejía, "Colombia; Siglo y medio de bipartidismo", op. Cit., p. 115.

(5) Ibid., p. l20.

(6) Tirado Mejía, Ibid.; Marco Fidel Suárez, Sueños de Luciano Pulgar, Editorial Voluntad, Bogotá,
1940, V. II.

(7) Pedro Fermín de Vargas, Pensamientos políticos sobre la agricultura, comercio y minas del Virreynato
de Santa Fe de Bogotá y memoria sobre la población del Nuevo Reino de Granada, Universidad Nacional
de Colombia, Bogotá, 1968. p. 100.

(8) José Ignacio de Pombo, "Informe del Real Consulado de Cartagena de Indias a la Suprema Junta
Provincial de la misma", en Sergio Elías Ortiz (recopilador), Escritos de dos economistas coloniales,
Publicaciones del Banco de la República, Bogotá, 1965, p. 138.

(9) Antonio Nariño, Ensayo sobre el nuevo plan de administración en el Nuevo Reino de Granada,
Ministerio de Trabajo, Bogotá, 1960.

(10) Ver Eduardo Peña Consuegra, El origen de la burguesía en Colombia, Ediciones Los Comuneros,
Bogotá, 1976, Cap. V.

(11) Lenin, "Carlos Marx", en Marx, Engels, Marxismo, Editorial Progreso, Moscú, 1967, p.21.

(12) Ver Melo, op. cit.; Kalmanovitz, La transición según McGreevy: una posición alternativa,
mimeógrafo; Darío Bustamante, "Efectos del papel moneda durante la Regeneración", Cuadernos
Colombianos, MedelIín, No.4.

(13) Foción Soto, Memorias sobre el movimiento de resistencia a la dictadura de Rafael Núñez, 1884-
1885, Arboleda y Valencia, Bogotá. 1913. p. 27. Dice Soto-."...las autoridades colombianas nuñistas
auxiliaron y apoyaron este inaudito atentado contra nuestra soberanía y más tarde el gobierno del doctor
Núñez dio las gracias por él al de los Estados Unidos. Pero cuando la historia haya de pronunciar su fallo
ineludible sobre el doctor Núñez, acaso lo absuelva de su insaciable ambición, del peculado, de la
corrupción establecida por sistema con el nombre de apaciguamiento, del odio que profesa a todo hombre
digno y honrado; pero nunca lo absolverá de la infamia con que ha cubierto a la nación, mendigando el
apoyo extranjero para levantar la horca, proscrita en este país desde el tiempo de la Colonia y detestada
por la civilización moderna". (14) Rafael Uribe Uribe, Discursos parlamentarios. Congreso de 1896,
Imprenta y Librería de Medardo Rivas, Bogotá, 1897.

(15) Liévano Aguirre se convirtió en el paladín de las causas perdidas en la historia de Colombia. Así
como defiende a Bolívar en sus posiciones francamente probritánicas, es el resucitador del espíritu
autoritario de un Núñez. En esta forma es un verdadero Ideólogo del nuevo liberalismo del siglo XX, el
cual le permite ponerse en contra de toda la causa de la revolución democrática, renegar de lo que ella
representó en el siglo XIX y servir de modelo a todos los historiadores que pretenden ser marxistas y que
repiten las tesis reaccionarias de Liévano. En el caso del "monroísmo", Liévano sale en defensa del
colonialismo británico, de la reacción representada en la Santa Alianza y opuesta a Estados Unidos, país
que, en el momento de enunciarse la doctrina Monroe, estaba en las mismas condiciones que los países
latinoamericanos. Ver Indalecio Liévano Aguirre, Bolivarismo y monroismo, Editorial Revista
Colombiana Uda., Bogotá, 1969, Cap. III. Ver Gordon Connell-Smith. The United States and Latin
America. An Historical Analysis of Inter-American Relations, Heinemann Educational Books, London,
1874, principalmente Caps. 2 y 3.

(16) Ver en Nieto Arteta, Economía y cultura en la historia de Colombia, Ediciones Tercer Mundo, pp.
359-361 y en Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, Editorial Santa Fe, Medellin, pp.
215 y 244, los datos sobre comercio exterior durante el siglo XIX. Ver Aníbal Galindo, "Historia del la
deuda extranjera", Estudios económicos y fiscales, Anif-Colcultura, Bogotá, 1978. Para las relaciones de
Estados Unidos e Inglaterra con América Latina, ver J. Fred Rippy, La rivalidad entre Estados Unidos y
Gran Bretaña por América Latina (1808-1830), Eudeba, Buenos Aires, 1967. La tesis de que Colombia
siempre ha sido "dependiente" no tiene piso teórico ni empírico en el marxismo. Es más bien el fruto de
posiciones románticas sobre la historia de Colombia en el siglo XIX, auspiciadas principalmente por
autores de la "nueva historia", influidas por los "dependentistas" latinoamericanos, y que están orientadas
a desvirtuar el proceso de la revolución democrática en Colombia y a absolver de responsabilidad al
partido liberal en este proceso. Los responsables, de acuerdo a esta teoría, del atraso del país no serían ni
los liberales, en cuyas manos estaba el proceso de la revolución democrática, ni los conservadores, que
siempre se opusieron a él, sino el pretendido imperialismo inglés, a través del intercambio desigual. No
puede atribuírsele al intercambio comercial, por desigual que haya sido, el poder de controlar una
economía, a no ser que cuente con el apoyo de la fuerza militar o del capital financiero. Durante el siglo
XIX no hubo invasión militar ni toma política por parte de Inglaterra ni de ninguna otra potencia
extranjera. Y, por otra parte, el capital financiero, así fuera incipiente, no contó con la fuerza suficiente
para imponer su tipo de dominación indirecta. La deuda colombiana del siglo pasado con Inglaterra
difiere, por su carácter y por la naturaleza del capital, completamente, del endeudamiento que inicia el
país desde 1922 y que se viene incrementando constantemente desde entonces. No puede hablarse de
capital financiero en Colombia sino hasta la época de la llamada "danza de los millones" en adelante. En
este sentido resulta incongruente, por decir lo menos, que Darío Bustamante hable de capital financiero
durante la "Regeneración". Op. cit., pp. 576 y ss.

(17) Enrique Olaya Herrera, "Una independencia que peligra", en Oradores liberales, Selección Samper
Ortega, Editorial Minerva, Bogotá, 1937, p. 223,

(18) Ibid., p.206.

(19) Stephen J. Randall, The Diplomacy of Modernization: Colombian-American Relations, 1920-1940.


University of Toronto Press, Toronto y Buffalo, 1976, pp. 5-8. Este libro nos servirá de fuente principal
para el análisis del comienzo de la dominación imperialista en Colombia. El detallado recuento de las
relaciones colombo-norteamericanas supera el de cualquier otro libro escrito al respecto.

(20) Lenin, "Reunión de los funcionarios del Partido de Moscú: Informe sobre la actitud del proletariado
ante la democracia pequeño-burguesa". Obras Completas, t. XXVIII,

(21) Ráhdall, op. cit., pág. 7.


(22)"La política del buen vecino", en Obras Selectas, Cámara de Representantes, Bogotá, 1979, pág. 86;
ver Randall. op. cit., pág. 36.

(23) Eduardo Santos, "El liberalismo y el pueblo", El Tiempo, 15 de diciembre de 1928.

(24) Carta de Alfonso López a Nemesio Camacho, abril 25 de 1928, en Alfonso Romero Aguirre, Ayer,
hoy y mañana del liberalismo colombiano, Editorial ABC, Bogotá, 1972. pág. 341-343. Ver texto
completo en la Tercera Parte de este libro.

(25) Randall, op. cit., págs- 7-10 y passim. Dice Randall: "Los objetivos del embajador Caffery
representaban uno de los blancos vitales del Departamento de Estado en los años de Hoover-Roosevelt:
un ambiente en América Latina favorable a la inversión norteamericana y una comunidad inversionista
sensible a las condiciones locales", op. cit., pág.66.

(26) Citas y datos tomados de Jorge Villegas y José Yunis, 1900-1924. Sucesos colombianos,
Universidad de Antioquia, CIE, 1976, págs. 30, 39, 98.

(27) Citado por Jorge Sánchez Camacho, Marco Fidel Suárez, biografía, Imprenta del Departamento,
Bucaramanga, 1955, pág. 125.

(28) Manuel Monsalve, Colombia: Posesiones presidenciales: 1810-1954, Editorial Iqueima, Bogotá,
1954, pág. 373.

(29) Randall, op. cit., pág. 11 y 56.

(30) Enrique Olaya Herrera, "Conferencia sobre los problemas económicos de Colombia", El Tiempo, 30
de enero de 1930. Ver texto completo en la Antología, Tercera Parte.

(31) Randall, op. cit., pág. 179, nota 42.

(32) Randall, op. cit., pág. 6.

(33) Los datos principales sobre el proceso de negociación del Tratado Reciproco de Comercio están
sacados del libro de Randall, op. cit., caps. 1 y 2.

(34) Randall, op. cit., pág. 22.

(35) Ibid.. pág. 35.

(36) Ibid., pág. 48.

(37) "Convenio comercial entre Colombia y los Estados Unidos de América", en Eduardo Guzmán
Esponda, Tratados y convenio» de Colombia: 1910-1938,-Imprenta Nacional, Bogotá, 1939.

(38) Randall, op. cit., pág. 54.

(39) "Otra oportunidad que puede perderse", El Diario Nacional, 6 de julio de 1922.

(40) "Frente al progreso", El Espectador, agosto 23 de 1922.

(41) Ibid.

(42) "Veamos de ser claros", El Espectador, agosto 21 de 1922.

(43) "Al doctor Alfonso López", El Espectador, agosto 22 de 1922.


(44) "Ante el capital extranjero". El Diario Nacional, 4 de julio de 1922.

(45) "Editorial", El Diario Nacional, 27 de febrero de 1922.

(46) Ibid.

(47) Ver Randall, op. cit., cpts. 3, 4 y 8

(48) Fred. J. Rippy, El capital norteamericano y la penetración imperialista en Colombia. Editorial La


Oveja Negra, Medellín, 1970, págs. 198-201.

(49) Ver el cuadro completo de los empréstitos con todos los datos de destinatario, cantidad, fecha, plazo,
interés y objetivo, en Rippy, op. cit., pág. 190.

(50) Ibid., pág. 189.

(51) Cit. por Randall, op. c!t., pág. 62.

(52) Citado por Randall, op. cit., pág. 57.

(53) La misión Kemmerer fue la más importante de una serie de misiones norteamericanas de asesoría
económica y financiera que envió Estados Unidos a los países subdesarrollados después de la primera
guerra mundial. Sus objetivos fundamentales eran los de consolidar áreas de expansión económica y
comercial, asegurarse un abastecimiento de materias primas dentro del consorcio mundial y contrarrestar
la influencia de Inglaterra específicamente en América Latina. Este último objetivo era el más importante
de los de la misión Kemmerer. En 1913 las inversiones inglesas en la región eran de US$ 531.5 millones
y las de Estados Unidos US$ 72 millones. Para 1929 las inversiones inglesas no habían crecido sino un
13.6 por ciento, mientras las norteamericanas habían aumentado un 1241 por ciento. Ver Robert Seidel,
"American Reformers Abroad: The Kemmerer Missions in South America, 1923-1931", The Journal of
Economlc History, VoL XXXII. No. 2, junio 1972.

(54) Olaya Herrera, op. cit. Era tal la presión de los norteamericanos para lograr las reformas que dieran
paso al establecimiento del sector financiero, que el embajador Cafferey cuenta que Kemmerer sugirió a
Olaya la expedición de la ley sobre la banca central, aunque contraviniera las disposiciones
legales-.Seidel, op. cit., pág. 530.

(55) Max Weber, Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 1964, 2 volúmenes.

(56)Ver Talcott Parsons, "Introduction", en Max Weber, The Theory of Social and Economic
Organization, The Free Press, New York; Talcott Parsons and Edward Shils, Toward a General Theory of
Action, Cambridge, Mass., 1951.

(57) W.W. Rostow, The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifiesto, New York, 1952;
ver también, una síntesis en "The Take- off into Selfsustained Growth", en Jason Finkle and Richard
Gable, ed., Political Development and Social Change, John Wiley and Sons, Inc., New York, 1966, págs.
233-253.

(58) Max F. Millikan and Donaid L. M. Blackmer, ed., The Emerging Nations: Their Growth and United
States Policy, Little Brown and Company. Bostón, 1961, págs. 46-53. Entre los autores del informe están
personajes como Ithiel de Sola Pool, Everet Hagen, Lucían W. Pye, Walt W. Rostow, Daniel Lerner. La
literatura imperialista norteamericana sobre estos asuntos, desde el punto de vista teórico y aplicado es
inmensa, como es de suponer. Me permito citar algunas obras que han determinado la política
norteamericana en muchos aspectos. Daniel Lerner, The Passing of Traditional Society, The Free Press,
New York, 1958; Everet E. Hagen, On the Theory of Social Change, Homewood, Ill, Doresey Press,
1962; David McClelland, The Achieving Society, Van Nostrand Co., Princeton, 1961; S. Kuznet et. al.,
Economic Growth: Brazil, India, Japan, Durham, N.C., 1955; Gabriel Almond and James Coleman, The
Politics oí the Developing Areas, Princeton, 1960; Lucian W. Pye, Aspects of Political Development,
Little Brown, Bostón, 1966; Gabriel Almond and Sidney Verba, The Civic Culture, Princeton University
Press, Princeton, 1963; David Apter, The Politics of Modernization, The University of Chicago Press,
Chicago, 1965; Bert F. Hoselitz et. al., The Theories of Economic Growth, Free Press, Glencoe, Ill.,
1960; Jason L. Finkle and Richard W. Gable, ed., Political Development and Social Change, John Wiley
and Sons, Inc, New York, 1966; Kart W. Deutsch, The Nerves of Government: Models of Political
Communication and Control, Free Press, Glencoe, Ill., 1963; Joseph La Palombara, ed., Bureaucracy and
Political Development, Princeton University Press, Princeton, 1964; Cyril E. Black, The Dynamics of
Modernization: A Study in Comparative History, Harper and Row, New York, 1966.

(59) Op. cit., págs. 53-70 y 156-159.

(60) David Apter, The Politics of Modernization, The University of Chicago Press, Chicago, 1967.

(61) Randall, op. cit., pág. 189, nota 2.

(62) Ibid., pág. 61.

(63) Ibid., págs. 63-64.

(64) Ibid., pág. 66.

(65) Ibid., pág. 68.

(66) Ibid., pág. 80. Seria interesante profundizar en las relaciones de Olaya con la United Fruit Company
y en las contradicciones que surgieron posteriormente entre la United y Alfonso López Pumarejo. Olaya,
por ejemplo, hace un contrato con la United para no modificarle el impuesto sobre el banano de
exportación durante un período de veinte años, aun contraviniendo los consejos de su asesor Kemmerer,
quien veía en la United una de las pocas fuentes importantes de tributación de la que estaba necesitado el
gobierno colombiano para responder por la deuda externa.. Ver Seidel, op. cit., pág. 531.

(67) Ver, por ejemplo, Darío Mesa, Ensayos sobre historia contemporánea de Colombia, págs. 47-48,134-
138 y passim, La Carreta, Bogotá, 1977; Mario Arrubla, en Colombia hoy, op. cit.; Ignacio Torres
Giraldo, Síntesis de historia política de Colombia, Edit. Margen Izquierdo, Bogotá, 1972; Molina tiene
una posición bien curiosa. Su apasionada defensa de López le hace reconocer que no tuvo nada de
revolucionario y que lo calumnian quienes lo llamaron socialista y dice: "Lo que le confiere a él jerarquía
especial entre los políticos colombianos de esa época fue el no haberse declarado nunca anticomunista".
¿No sería, precisamente, con el objeto de poder neutralizar a los "comunistas" de la época y ponerlos a la
cola del partido liberal, como efectivamente lo logró? Ver Molina, Las ideas liberales en Colombia. De
1935 a la iniciación del Frente Nacional, Editorial Tercer Mundo, Bogotá, 1977, pág. 96.

(68) Torres Giraldo, op. cit., pág. 80.

(69) Randall, op. cit., cpt. 5; Jorge Villegas, Petróleo, oligarquía e imperio, Ediciones Tercer Mundo, 3a.
edición, Bogotá, 1975, págs. 200-216. Villegas relata el robo de la familia López de 150.000 hectáreas de
terrenos petrolíferos, una de las causas que llevaron a López a lograr la ley 160.

(70) Ver texto del Convenio, op. cit.,

(71) En la misma nota ya citada de Bert L. Hunt a Grosvenor Jones, se dice: "La impresión que tuve
durante todas las negociaciones fue la de que el detener los préstamos a Colombia prestaría un gran
servicio a ambos gobiernos, y creo sinceramente que la publicación de la Circular previno pérdidas
futuras a los ciudadanos norteamericanos de varias decenas de millones de dólares y logró ahorrarle al
gobierno colombiano un peso mucho mayor de endeudamiento del que actualmente lleva". Citado por
Randall, op. cit., pág. 61.

(72) Randall, op. cit., pág. 81. La influencia de Roosevelt en López también la consigna Molina, op. cit.;
Lleras Restrepo dice al respecto: "El pensamiento y la acción tanto económica como política y social del
presidente Roosevelt debieron tener un influjo muy grande, no sólo en la orientación de la administración
Olaya, a partir de 1933, sino también en las de López Pumarejo". Y hace un recuento de los puntos en que
López imitó a Roosevelt. Borradores para una historia de la república liberal, Editora Nueva Frontera,
Bogotá, 1975, págs. 128-129.

(73) Villegas, op. cit., pág. 187.

(74) Ibid., pág. 188.

(75) Raúl Fernández, The Development of Capitalism in Colombia, manuscrito, Irvine, California, 1978;
Rippy, op. cit., pág. 188.

(76) Fernández, op. cit., cpt. IV; ver Oscar Rodríguez, Efectos de la gran depresión sobre la industria
colombiana, Ediciones El Tigre de Papel, Bogotá, 1973; Gabriel Poveda Ramos, "Historia de la industria
en Colombia", Revista Trimestral, ANDI, No. 11, 1970, págs. 41-55.

(77) Jorge Villegas y José Yunis, op. cit., pág. 429.

(78) Los datos utilizados en esta parte sobre el capitalismo de Estado y el endeudamiento externo del
gobierno han sido sacados principalmente de los trabajos de Raúl Fernández, "Imperialist Capitalism in
the Third Worid: Theory and Evidence from Colombia", próximo a publicarse en Latín American
Perspectives; también del mismo autor, The Domination of Finance Capital in Colombia, manuscrito,
University of California, Irvine, 1978; lo mismo, The Development of Capitalism in Colombia,
manuscrito, University of California, Irvine, 1978, caps. II y III. Sobre las condiciones del First National
City impuestas a Olaya y del Banco Mundial a López Michelsen. Fernández cita a James E. Boyce y
Francois J. Lambert, Colombia’s Treatment of Foreign Banks, American Institute for Public Policy
Research, Washington, 1976, pág. 21 y a Latín American Economic Report, July, 1975, vol. III, No. 26.
Para este problema en su conjunto, pueden consultarse, entre otros, las siguientes publicaciones: José F.
Ocampo y Raúl Fernández, "The Andean Pact and State Capitalism in Colombia, Latín American
Perspectives, vol. II, No. 3, Fall, 1975; Alvaro Camacho Guizado, Capital extranjero: subdesarrollo
colombiano, Punta de Lanza, Bogotá, 1972; Rodrigo Parra Sandoval, La desnacionalización de la
industria y los cambios en la estructura ocupacional colombiana, Centro de Estudios sobre el Desarrollo
Económico, Unív. de los Andes, Bogotá, 1977; Konrad Matter, Inversiones extranjeras en la economía
colombiana, Ediciones Hombre Nuevo, MedeIlin, 1977; James E. Boyce y Francois J. Lombard,
Colombia’s Treatment of Foreign Banks, American Instituto for Public Policy Research, Washington,
1976.

(79) ANIF, "Evolución del sector financiero, 1965-1975", Carta Financiera, vol. IV, No. 5, 1977.

(80) ANIF, op. cit.; Fernández, op. cit.

(81) El Tiempo, noviembre 28 de 1978.

(82) Ver la estructura de la industria en esta época en los libros citados de Poveda y Rodríguez.

(83) Raúl Fernández, Imperialist Capitalism In The Ihird Worid...

(84) Ibid.; ver Controversia, Centro de Investigación y Educación Popular, No. 52 y 53.

(85) Fernández, Imperialist Capitalism...

(86) Fernández, Ibid., ver Silva Colmenares, op. cit.,

(87) Superintendencia de Sociedades, Conglomerados de sociedades en Colombia, Editorial Presencia,


Bogotá, 1978, pág. 303.

(88) Ibid., pág. 304-306.


(89) Ibid., pág. 47.

(90) Ibid., pág. 313.

(91) Ibid., pág. 105.

(92) Lenin señaló que en Rusia la contradicción en la agricultura consistía en la oposición existente entre
la vía "farmer" (americana) y la vía "junker" (prusiana). La burguesía rusa, inconsecuente con su papel de
desarrollar el capitalismo, escogió la vía "junker" que favorece a los terratenientes, mantiene la opresión
feudal de los campesinos y permite un desarrollo lento del capitalismo. Ver Lenin, "El programa agrario
de la social democracia en la primera revolución rusa de 1905 a 1907", cap. 1. Obras completas, LXIII. El
imperialismo trata de superar la contradicción que le presenta su necesidad de exportar capital y la de
mantener el atraso para impedir la competencia del país neocolonial, impulsando el desarrollo "junker"
del capitalismo, único que puede preservar el régimen de explotación terrateniente por un tiempo
indefinido, dado el proceso lentísimo del avance capitalista.

Capítulo Tercero. Los partidos liberal y


conservador en el siglo XX
El establecimiento del Frente Nacional entre los dos partidos tradicionales colombianos,
después de que se enfrentaron en guerras civiles durante el siglo XIX y de que fue
precedido inmediatamente por una década de lucha intensa entre los dos, ha desatado las
más disímiles interpretaciones. Tres puntos centrales pueden llevarnos a clasificar estas
interpretaciones. Primero, es el punto de que se concibe a los partidos liberal y
conservador como partidos pluriclasistas, de lo cual podría deducirse que el Frente
Nacional es una expresión más de la interconexión de intereses de dos partidos
compuestos por las mismas clases. Tirado Mejía, por ejemplo, dice que: "los partidos
liberal y conservador son pluriclasistas por su composición pero en ellos la
representación de diferentes clases, o fracciones de clase, implica la imposición de los
intereses de la clase dominante" (1). No solamente señala este carácter de pluriclasistas,
sino que atribuye al pluriclasismo la explicación del bipartidismo, las coaliciones de
diferente tipo tanto en el siglo pasado como en el presente, las divisiones internas de los
partidos y la política partidista general en los dos siglos. Por eso, Tirado puede concebir
que la alianza contra Melo en el siglo pasado es ya un anuncio del Frente Nacional cien
anos después. Es algo así como si fuera el anuncio bíblico del Mesías en los profetas del
Antiguo Testamento. El segundo punto se refiere a la concepción de los partidos liberal
y conservador como dos agrupaciones amorfas, sin una ideología cohesionante, sin una
organización estructuradora, sin mayores diferencias respecto de la sociedad, la
economía o la política. Según esto el Frente Nacional no sería sino el acuerdo de los
dirigentes que dictan sus orientaciones y señalan el camino en cada momento concreto.
Pangloss dice en este sentido que "en el partido liberal colombiano profesan personas de
opiniones muy distintas, desde socialistas abiertos hasta tradicionalistas disfrazados. En
el conservador se encuentran fascistas declarados y republicanos de la más rancia
estirpe. Son coaliciones..." (2). En el mismo sentido se expresa Darío Echandía ante la
pregunta de un reportero que le inquiría si el partido liberal se ha venido
conservatizando: "Son maneras de hablar. ¿Por qué los conservadores van a ser menos
ineptos para hacer política social que los liberales? No. Hay conservadores que parecen
socialistas. Entre otros, con todo respeto la Iglesia Católica que no es liberal sino
socialista... En cambio los burgueses liberales odian las reformas sociales, odian la
memoria del viejo López y se dicen liberales" (3). Y el tercer punto consiste en la idea
de que los partidos liberal y conservador han dejado de representar diferentes clases
sociales en pugna y que, por el contrario, el Frente Nacional es el resultado de la
unificación de la clase dominante, o sea, de la formación y consolidación de la
burguesía colombiana como única clase gobernante (4). Esta posición ha hecho carrera
en muchos sectores intelectuales, para los que la clase de los terratenientes desapareció
del país o nunca existió.

Estas tres interpretaciones de los partidos tradicionales colombianos son, a la vez, tres
interpretaciones del Frente Nacional. Coinciden en abstraer el proceso histórico
colombiano del proceso general de la transformación que ha sufrido el capitalismo y de
su influencia en la lucha de los partidos. En esencia, según estas interpretaciones, los
partidos, su composición, su ideología y su comportamiento no han sufrido
transformaciones esenciales del siglo pasado a la época contemporánea. Pero, además,
el análisis del Frente Nacional no se aparta, substancialmente , de la justificación que
han ofrecido los mismos partidos que pactaron esta etapa de nuestra historia. En esto,
las tres interpretaciones no solamente están de acuerdo, sino que se complementan. Es
indudable que lo que desquicia, en el fondo, estas interpretaciones, es el hecho de que se
haya formado un Frente por dos partidos que estuvieron enfrentados, o que aparentaron
enfrentarse, durante siglo y medio, pero que en un momento dado resuelven hacer un
gobierno compartido, como si se tratara de un partido único de gobierno. Resulta, pues,
insoslayable el abordar una interpretación no solamente del carácter del Frente
Nacional, sino de los sectores que lo componen y del proceso que condujo a su
establecimiento.

1. Carácter de clase de los partidos políticos colombianos

Los partidos políticos surgen en la historia del mundo como producto de la revolución
mundial democrático-burguesa, al abrirse paso la lucha por el poder político entre las
diferentes clases sociales, una vez que se hubo superado la concepción feudal de que la
autoridad provenía de Dios y que, por tanto, correspondía por herencia a sus
representantes directos o indirectos. En Colombia, los partidos políticos son también el
resultado de la revolución democrático-burguesa en el país, representada por la
revolución de independencia y por la lucha que libraron las clases sociales en conflicto
durante el siglo XIX frente a los objetivos económicos y políticos de la revolución. Ni
los escritores liberales y conservadores del siglo pasado ni los escritores de la "nueva
historia" parecen estar en desacuerdo con esta proposición general, no importa que la
interpretación sobre el origen de la división en dos colectividades se aparte
substancialmente o coincida en muchas ocasiones. Pero el problema central que nos
ocupa radica en dilucidar si los partidos son pluriclasistas y si, por tanto, su ideología y
su práctica corresponden a intereses de clase contrapuestos o no. A pesar de que Tirado
Mejía utiliza una fórmula un tanto ambigua para abordar el problema en el artículo
antes citado, sin embargo lo que queda claro de su posición, es que para él los partidos
son pluriclasistas. Cuando habla del liberalismo, reafirma su posición inicial y dice: "El
esquema explicativo del liberalismo como sinónimo de burguesía progresista, aparte de
que olvida la composición pluriclasista de esta agrupación ha permitido a este partido
jugar el papel de catalizador de los movimientos populares..." (5). Lo que lleva a Tirado
Mejía a tal confusión permanente es la tendencia, primero, a mirar los partidos políticos
colombianos con esa visión lineal que ya hemos criticado, partiendo de la época
contemporánea para aplicarle los mismos criterios de análisis a los fenómenos de hace
siglo y medio que a los de " hoy y, segundo, en perderse entre la maraña de fenómenos
aparentes y menos importantes sin distinguir las contradicciones principales de las
secundarias.

Lo que define el carácter de clase de un partido no es, estrictamente, su composición,


sino su ideología. Es ésta la que expresa la conciencia de clase de una agrupación
política. La fidelidad a esa ideología y la consecuencia con sus intereses de clase se
comprueba en la práctica de su actuación política, de sus medidas en el poder y de su
actitud frente a los distintos problemas concretos en conflicto. El partido conservador en
el siglo XIX adoptó durante todo el período la ideología de la Iglesia Católica, opuesta
radicalmente a la ideología liberal, democrática, capitalista. El liberalismo, como
ideología, fue condenado en distintas oportunidades por los Papas y se siguió
defendiendo la concepción feudal de la sociedad, aunque adaptada a las nuevas
circunstancias del mundo. La Iglesia Católica y su ideología fueron proterratenientes.
Esto explica, por ejemplo, que se agudizaran tanto las contradicciones entre los dos
partidos liberal y conservador, cuando el general Mosquera expropió a la Iglesia de sus
inmensos latifundios en 1861 y que este hecho determinara en gran medida la lucha que
siguió hasta la época de la "Regeneración" y las grandes guerras civiles que surgieron
después de la Constitución de Rionegro. Se trataba de la lucha alrededor de un problema
central de la revolución democrática, como era el de la reforma agraria de carácter
capitalista, iniciada en esta forma por el general Mosquera. La desamortización de
bienes de manos muertas no sólo afectaba a la Iglesia, sino que amenazaba el régimen
terrateniente que dominaba en el país desde la Colonia. El régimen fiscal español, el
monopolio estatal del comercio y otros puntos de la estructura colonial constituían parte
del soporte del régimen terrateniente. La pugna ideológica entre Ezequiel Rojas y
Miguel Antonio Caro, uno defendiendo el utilitarismo y otro el escolasticismo, lo que
expresa es esta contradicción fundamental (6). El utilitarismo se había convertido en la
ideología de los partidos liberales, partidarios del capitalismo y enemigos del
feudalismo, defensores de las reformas radicales que impulsaran el desarrollo capitalista
y opuestos a la perpetuación del régimen terrateniente. Esa era también la ideología del
liberalismo colombiano, del partido liberal colombiano. Las contradicciones que se
generaron a raíz de la ideología utilitarista y las inconsecuencias del partido liberal en
diferentes etapas, se deben, muy principalmente, a que el utilitarismo respondía en
Europa a una burguesía industrial en pleno desarrollo, mientras aquí había sido
adoptada por los comerciantes, porque no existía esa burguesía.

El partido conservador representaba la ideología terrateniente, la defendía en todas las


formas y la llevó a la victoria después de 1880. Por esta razón interpretamos al partido
conservador como el partido de los terratenientes, defensor de sus intereses, ligado al
monopolio latifundista de la propiedad privada de la tierra y opuesto a las reformas
fundamentales que la pusieran en peligro. La contradicción con el partido conservador
no provenía, por tanto, de la oposición a la monarquía o a la aristocracia como parece
sugerirlo Tirado. La semejanza esencial entre los latifundistas granadinos y los
aristócratas europeos radicaba en su defensa común del régimen de explotación
terrateniente, a la cual renunciaron rápidamente los europeos y se aferraron al
mantenimiento de la monarquía, problema éste que no tenía vigencia en la Nueva
Granada, por lo cual los conservadores estaban en inmejorables condiciones para
defender sus intereses económicos. Tirado Mejía coloca la contradicción en su aspecto
formal y no en su contenido, el cual consistiría en la defensa de lo que es la esencia del
régimen feudal, la propiedad privada de la tierra por los latifundistas (7). Es interesante
que en esta confusión coincida con Ospina Rodríguez en su análisis del conservatismo
decimonónico. Ospina Rodríguez defiende que no hay diferencias esenciales entre los
liberales y los conservadores, distinta de la tolerancia, ya que unos y otros defienden la
independencia y la forma democrática de gobierno, pero los conservadores quieren
convivir con todos, mientras los liberales quieren arrasar con quienes guardan
diferencias sobre puntos secundarios (8). Tanto los conservadores como los liberales
son, para Ospina Rodríguez, "liberales", unos liberales conservadores y otros liberales
rojos y, en esta forma, elude el problema central de sus diferencias y sus luchas
alrededor del desarrollo de la economía. Cuando Liévano Aguirre y López Michelsen
defienden el régimen colonial como un régimen anticapitalista y se colocan contra los
liberales radicales del siglo pasado, cometen un error semejante al de Tirado Mejía,
aunque con matices ligeramente distintos, y es la de no distinguir el carácter de clase de
los partidos. Pero al colocarse Liévano y López con el régimen colonial, se adhieren al
partido conservador del siglo XIX, con su ideología anticapitalista, en favor del régimen
feudal de explotación terrateniente (9). El partido conservador fue el partido
reaccionario del siglo pasado, no porque estuviera apegado a los rezagos
aristocratizantes de la monarquía, sino porque se aferraba a la perpetuación del régimen
de explotación terrateniente, obstáculo fundamental para el desarrollo del capitalismo,
lo cual lo ponía con las fuerzas que en el mundo iban a contracorriente de la revolución
democrática, proceso general que determinaba el rumbo de la historia, aun en los
aspectos de su desarrollo particular de un país como Colombia. Desde ese punto de
vista, no tiene razón Tirado Mejía al tomar el proceso colombiano del siglo XIX como
absolutamente diferenciado del proceso europeo (10).

Si el partido liberal fue un partido progresista en el siglo XIX se debió a la defensa que
hizo de las grandes reformas exigidas por el desarrollo capitalista, el cual, a pesar de
este esfuerzo, no llegó antes del siglo XX. Pero el partido liberal no representaba los
intereses de una sola clase. Los comerciantes y los artesanos coincidían en la lucha
contra el régimen fiscal de la Colonia y, por ese motivo, coincidieron en el impulso a la
revolución democrática en los primeros años de vida independiente. Pero cuando el
desarrollo del país exigió la libertad de comercio, única manera de lograr el capital
necesario para la inversión en formas más avanzadas de producción industrial, se desató
una contradicción irreductible entre las dos clases y el partido liberal se dividió entre
radicales y draconianos. Poco a poco los draconianos, representantes de los artesanos,
fueron siendo liquidados, hasta quedar el partido liberal como la representación
exclusiva de los comerciantes. Esta clase social que propugnaba por el libre cambio, en
ausencia de la burguesía industrial, surge en el siglo XIX como la clase social más
avanzada y progresista (11). Era porque impulsaba las condiciones necesarias para el
desarrollo capitalista que hemos mencionado más atrás, guiándose por la ideología
liberal revolucionaria de la burguesía en el período de ascenso del proceso mundial
(12). Lo trágico de este proceso radica en que los comerciantes, a diferencia de la
burguesía industrial, pueden lucrarse, en un momento dado, tanto de un régimen
terrateniente adaptado a las condiciones del comercio internacional capitalista, como de
un régimen capitalista dirigido por la burguesía industrial. La confusión de la "nueva
historia" a este respecto reside en la consideración de que actualmente la burguesía
industrial también se lucra del régimen terrateniente, pero no tienen en cuenta que no es
la burguesía industrial la que domina el país, sino la gran burguesía financiera e
industrial monopolista que no tiene contradicciones antagónicas con los terratenientes
como sí los tiene la burguesía industrial no monopolista. De todas maneras, entre 1861
y 1880 un sector de los comerciantes, en lugar de integrarse al proceso progresivo del
desarrollo industrial, se aprovecha de las ventajas obtenidas en la lucha contra el general
Mosquera para invertir en la compra de las tierras desamortizadas. Este fenómeno
económico es aceptado por los autores de la "nueva historia" y por los historiadores
norteamericanos que se ocupan de la época. Pero pasan por alto sus consecuencias
políticas en la conformación de los partidos. El partido liberal sufre una nueva división,
acaudillada por Rafael Núñez, la del liberalismo independiente, representante de un
gran sector de comerciantes cuyos intereses habían ido coincidiendo con los de los
terratenientes hasta transformarse plenamente en los de ellos. Así se explica por qué
Núñez coincide con el sector más recalcitrante del partido conservador, el que se va a
denominar de los conservadores nacionalistas, o pertenecientes al partido nacional
fundado por Núñez. El partido liberal traiciona así la revolución democrática. Su último
intento de retomar el camino lo hace en la "guerra de los mil días", pero ya, para
entonces, todo un gran sector del viejo radicalismo prefiere negociar con los
conservadores en lugar de persistir en la revolución democrática. Más adelante haremos
una interpretación de este momento histórico crucial para entender el siglo XX. Ahora
lo esencial es tener en cuenta que los vaivenes del partido liberal en el siglo XIX se
debieron, primero, a su alianza interna con la clase de los artesanos, clase que no podría
jugar un papel histórico progresista y, segundo, a la transformación de un sector de los
comerciantes que claudican con la revolución democrática y arrastran a la conciliación
la inmensa mayoría del partido liberal.

El partido liberal en el siglo XIX representó los intereses de la clase comerciante y ese
fue su aspecto principal, pero en el siglo XX va a tener que sufrir un proceso de
acondicionamiento al desarrollo del capitalismo nacional y del capitalismo imperialista.
El desarrollo del capitalismo que se opera en Colombia desde principios de siglo da
origen a dos clases sociales que no existían antes en el país, a saber, la burguesía y el
proletariado. Una, la burguesía, va a dividirse por efectos del dominio imperialista y
penetración del capital norteamericano, en burguesía monopolista y burguesía no
monopolista o, lo que es lo mismo, en gran burguesía financiera y monopolista y
burguesía nacional. El partido liberal va a dejar de representar los intereses de los
comerciantes precapitalístas en transición hacia el capitalismo, para apropiarse los
intereses de la burguesía. El conflicto inherente al partido liberal durante la primera
mitad del siglo XX será el de la lucha entre estos dos sectores de la burguesía, conflicto
que no viene a definirse por completo en favor de la gran burguesía sino hasta después
del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Pero esta lucha dentro del partido liberal no
significa que, en algún momento, llegara ese partido a representar los intereses de la
burguesía nacional. Los apologistas del partido liberal entre los escritores de la "nueva
historia" siempre han presentado a los más connotados jefes del partido liberal, entre
ellos a Olaya Herrera, López Pumarejo y Lleras Restrepo, como los representantes de
una burguesía industrial progresista y antifeudal. Para el profesor de la Universidad
Nacional, Darío Mesa, tan influyente en las nuevas generaciones liberales de sociólogos
e historiadores, "en torno al doctor Olaya Herrera se dio lo que podemos llamar el
combate antifeudal... La burguesía industrial que acaudillaba el doctor López llegó a
1936 con la gran tarea de liquidar la Colonia y aupar el país hasta los tiempos
modernos" (13). Podríamos decir que este criterio es dominante en escritores como
Arrubla, Melo, Tirado Mejía, Bejarano, Torres Giraldo, Buenaventura, Oscar Rodríguez
y otros. Mesa, en su entusiasmo de ver por fin el ascenso de la burguesía en Colombia
exclama: "Ya no es difícil descubrir en la base de todo ello el ascenso de la burguesía
industrial. El doctor López la encarnaba como nadie; la encarnba en todo, hasta en su
desenfado y su audacia" (14). Sin embargo, la estrecha conexión del partido liberal con
el imperialismo norteamericano en el proceso de "modernización" nos lleva a
conclusiones diferentes.

Ni Olaya Herrera, ni López Pumarejo, ni Santos, ni Lleras Camargo, ni Lleras Restrepo,


ni López Michelsen, ni Turbay, que han encabezado los gobiernos liberales de este
siglo, han defendido la ideología burguesa correspondiente a una revolución
democrática que garantice la independencia nacional, la reforma agraria contra los
terratenientes y los plenos derechos para las masas. Todos ellos, sin excepción de
ninguna naturaleza, han sido ideólogos, con mayor o menor brillantez, de la
modernización imperialista, de un liberalismo moderno que se ha llamado de
"intervencionismo de Estado", del capitalismo de Estado como agente del
endeudamiento externo, de las reformas constitucionales que puedan darle las mayores
garantías no sólo al tipo de economía que ha impuesto aquí la dominación
norteamericana, sino a los intereses directos del imperialismo. Los gobernantes elegidos
por el partido liberal han sido los defensores más acérrimos, más audaces y más
consecuentes, de la que hemos denominado "modernización imperialista". La ideología
de la gran burguesía financiera y monopolista es, precisamente, la que ha adoptado el
partido liberal en el siglo XX y que comienza a introducir muy lentamente en ese
partido nada menos que Rafael Uribe Uribe con sus tesis de "socialismo de Estado".
Acierta, por tanto, en su diagnóstico, Darío Echandía al definir el partido liberal
colombiano como "social-demócrata". Dice Echandía: "Casi todos los que se dicen
’liberales’, lo que son es ’social-demócratas’... El liberal es el partido del laissez-faire;
ése desapareció del mundo. Aquí quedan algunos pero no los nombro porque se ponen
bravos" (15). Pero la socialdemocracia europea fue la que reivindicó desde finales del
siglo pasado, como resultado de la corriente "revisionista" de la época, el capitalismo de
Estado, que se iría imponiendo más tarde como la estructura política económica
correspondiente al monopolio y al predominio del capital financiero. El pretendido
"socialismo de Estado", sin la revolución que le dé el poder al proletariado, es la
ideología correspondiente a la burguesía financiera que posee la visión más audaz en la
dominación imperialista. Lenin afirma al respecto: "…el error más generalizado está en
la afirmación reformista-burguesa de que el capitalismo monopolista o monopolista de
Estado no es ya capitalismo, que puede llamarse ya "socialismo de Estado", y otras
cosas por el estilo... Naturalmente, los monopolios no entrañan, no han entrañado hasta
hoy ni pueden entrañar una planificación completa. Pero... por cuanto son los magnates
del capital quienes calculan de antemano el volumen de la producción en escala
nacional o incluso internacional... permanecemos, a pesar de todo, dentro del
capitalismo: aunque en una nueva fase de éste, permanecemos indudablemente, dentro
del capitalismo- La ’proximidad’ de tal capitalismo al socialismo... no debe constituir,
en modo alguno, un argumento para mantener una actitud de tolerancia ante los que
niegan esta revolución y ante los que hermosean el capitalismo, como hacen todos los
reformistas" (16).

En el partido liberal ha predominado durante el siglo XX la ideología social-demócrata


del capitalismo de Estado y se ha rechazado sistemáticamente la ideología de la
revolución democrática. Por esta razón el partido liberal representa los intereses de la
gran burguesía financiera burocrática. Así como para la dominación imperialista, el
instrumento central ha sido el Estado y lo fue mucho más como agente que propició la
entrega del país, en la misma forma el punto neurálgico del debate ideológico dentro del
partido liberal lo constituyó, desde principios del siglo, el carácter del Estado. La
dominación imperialista ha ido paralela con la transformación del Estado, llevada a
cabo, principalmente, por los gobiernos liberales. Sin embargo, dentro del partido
liberal se ha desarrollado una profunda lucha para poder imponer la nueva concepción
del Estado, la dominación imperialista y el rechazo de la revolución democrática.
Primero, esa lucha se dio contra las concepciones del siglo XIX, en las que
predominaban los intereses de los comerciantes. Esta clase había adoptado, en esencia,
la ideología burguesa de la revolución democrática, a la que traicionó, a finales del
siglo. Esta lucha sumió al partido liberal en una crisis grave de transición que
desembocó en un partido liberal diferente para la década del treinta. Fue la transición
producida por el desarrollo del capitalismo. Pero, al mismo tiempo que se superaba esa
crisis, se generaba una nueva, debido al surgimiento en el país de la burguesía nacional
con el desarrollo de la industrialización , y de la gran burguesía financiera con el
dominio imperialista que iniciaba el endeudamiento externo a través del Estado. La
aparición y el desarrollo de las dos burguesías, una ligada por sus intereses económicos
al capitalismo nacional, y otra ligada por su necesidad de supervivencia al Estado y al
capitalismo imperialista, en forma simultánea, es el fenómeno fundamental que no se
puede ignorar si se quiere comprender el proceso de la lucha política, tanto dentro del
partido liberal, como de los dos partidos en la historia contemporánea. Dentro del
partido liberal surge un sector minoritario y débil, pero importante a medida que se
desarrollan las contradicciones del país, que representa los intereses de la burguesía
nacional. Nosotros creemos que ese sector lo acaudilla Jorge Eliécer Gaitán, como lo
analizaremos detalladamente a su tiempo. La división del partido liberal para las
elecciones de 1946, expresa la agudización de la pugna interna. No puede decirse que
Gaitán haya sido siempre fiel y consecuente en la representación de los intereses de su
clase. En lugar de lanzarse, como lo intentó en un principio, a la formación de un nuevo
partido, se integró al liberalismo tomado ya más o menos férreamente por la gran
burguesía empotrada en el Estado y, para poder ascender y llegar a tomarse la dirección
de ese partido, tuvo que hacer no pocas concesiones que debilitaban su independencia y
arriesgaban los objetivos democráticos. En este sentido también Gaitán cayó en las tesis
del "socialismo de Estado", inherentes a la "modernización" imperialista. Después del
asesinato de Gaitán, el sector de la burguesía nacional dentro del partido liberal deja de
tener expresión. La gran burguesía financiera, monopolista y burocrática queda
completamente libre en poder del partido liberal, al cual, de todas formas, había
conducido al control del Estado, por primera vez, en 1930 (17). La ideología
socialdemócrata del partido liberal ha sido sellada en la práctica por las medidas
adoptadas en los gobiernos liberales, varias de las cuales hemos analizado con amplitud.

Por su parte, el partido conservador también tiene que adaptarse a las nuevas
condiciones del desarrollo capitalista en el país, el surgimiento de la burguesía y a la
aparición de la clase obrera. Para este partido el proceso de adaptación será mucho más
traumático, porque su ideología siempre había sido anticapitalista y porque los intereses
de los grandes terratenientes se contraponían antagónicamente con el desarrollo de unas
clases que podrían amenazar la supervivencia de sus intereses. Sin embargo, un sector
terrateniente en Antioquia, dadas las condiciones peculiares en que se desarrolla la
actividad minera, el proceso de comercialización y el auge de la colonización hacia el
sur (18), se incorpora poco a poco a la industrialización y vira rápidamente hacia la
"modernización" imperialista, como es el caso del general Pedro Nel ’Ospina y la
corriente política de los conservadores "históricos". El surgimiento de este sector dentro
del partido conservador conduce en pocos años a una profunda división y pugna interna
que se hará más aguda en los momentos en que se sienta en Colombia con mayor fuerza
la competencia por la hegemonía mundial entre Estados Unidos y Alemania después de
1935. Un sector dirigido por Laureano Gómez, profundamente enraizados en la
ideología terrateniente y otro sector que va agrupándose en tomo de la familia Ospina,
cuyo jefe llegará a ser Mariano Ospina Pérez. Mientras Gómez dirigirá el sector
recalcitrante de los terratenientes anticapitalistas, ferozmente opuestos a los Estados
Unidos, Ospina, que a sus intereses terratenientes familiares añadirá los financieros, se
erigirá en el defensor de la "modernización" imperialista, coincidiendo en gran manera
con el partido liberal. Por esta razón, Ospina podrá trabajar en su retiro político al que lo
obliga el sectarismo de Gómez, aun para sus mismos copartidarios, con la burguesía
financiera liberal (19). Gómez se une con todos aquellos que en cualquier momento se
coloquen contra el peligro capitalista, venga de donde viniere, no importa si es de los
masones, de los norteamericanos, de algunos tímidos miembros del clero que defienden
la "modernización". De esta manera Gómez conduce el partido conservador a su gran
crisis, la de 1930 a 1945, crisis de transformación, similar a la sufrida por el partido
liberal entre 1880 a 1930. En su lucha contra Estados Unidos, Gómez se pone de parte
de los fascistas españoles y, más disimuladamente, de los fascistas italianos y alemanes.
Entre 1934 y 1941, Gómez se convierte en una punta de lanza del imperialismo alemán
con su posición neutralista a ultranza (20). Alemania libraba una gran batalla por la
hegemonía en América Latina y, particularmente, en Colombia, no sólo por el
comercio, en donde Alemania era desplazada rápidamente por Estados Unidos, sino
también en torno a la aviación comercial latinoamericana que había llegado a
convertirse en un sector estratégico de la lucha por la hegemonía mundial y que tenía su
centro en Colombia (21). El partido conservador se mantiene unido en este momento
por su tradición terrateniente, por el enfrentamiento partidista con rezagos del siglo XIX
y porque no ha culminado el proceso de transformación de los dos partidos que tendrá
lugar más adelante con la consolidación del control imperialista sobre la economía.
Entre tanto, ante las nuevas circunstancias que hacen inevitable la penetración del
capitalismo en el país, el partido conservador se vuelve, unas veces tímidamente, otras
abiertamente, hacia los movimientos fascistas europeos del veinte al cuarenta. Esta es la
forma que adopta la defensa de los intereses de los terratenientes que es común a todo el
partido conservador. Aun el sector ’’ospinista’’, que va ligándose al sector financiero,
no deja de representar los intereses de la clase terrateniente, la cual no pierde poder,
pero tiene que luchar por mantenerlo adaptado a las nuevas circunstancias. No es que
los terratenientes hayan desaparecido como clase ni que hayan perdido su poder
político, sino que se han ligado al capitalismo por medio del capital financiero, con lo
cual pueden lucrarse de las ventajas del capital y mantener incólume el régimen de la
tierra que conviene a sus intereses.

2. Las alianzas de los partidos y de las clases

El Frente Nacional ha institucionalizado la colaboración de los dos partidos


tradicionales en el gobierno. ¿Podría, entonces, decirse que el desarrollo del mercado
interior y la acumulación de capital con su desarrollo en el capital financiero, llevaron a
la unificación de la clase dominante? Esta es una tesis implícita o explícita en la mayor
parte de la literatura histórica de izquierda, a la cual hemos hecho referencia
reiteradamente. Lo que esta tesis significaría tendría que ver con la unificación de las
clases dominantes del siglo XIX en una sola clase, la burguesía. De hecho, esto
implicaría que los terratenientes dejaron de serlo y se convirtieron, por fuerza del
desarrollo capitalista del país, en burguesía agraria. No habría entonces en Colombia
sino una sola clase dominante, la burguesía, y el país, por lo tanto, sería un país
capitalista. Se llega así a interpretar la colaboración del partido liberal y el partido
conservador en el Frente Nacional como la unificación de la burguesía, determinante
dentro de cada uno de los dos partidos, cuyas contradicciones y luchas han sido más
aparentes que reales, más tácticas que surgidas de intereses de clases sociales
contrapuestas, debidas, preferentemente, a luchas burocráticas o personalistas entre
fracciones de la burguesía. Para nosotros el Frente Nacional es una alianza de dos clases
sociales, los grandes terratenientes y la gran burguesía financiera y monopolista, cuyos
intereses no coinciden plenamente, pero muchos de ellos han llegado a identificarse por
fuerza del desarrollo del capitalismo imperialista y de la dominación norteamericana
sobre nuestro país. Es de vital importancia, por tanto, mostrar cómo la alianza del Frente
Nacional no surgió de un momento a otro, sino que tuvo una preparación concreta en
otras alianzas desde principios de siglo y explicar por qué se rompió en diferentes
oportunidades. Estas alianzas se empezaron a dar en momentos en que el mercado
interior era apenas incipiente y cuando la acumulación de capital no permitía todavía
hablar con toda propiedad de una burguesía unificada. No fue por tanto el fenómeno que
permitió las alianzas. El factor que llevó a la coincidencia de intereses fue la
dominación imperialista, a todo lo largo y ancho del proceso, hasta consolidarse en una
alianza necesaria en el Frente Nacional.

El proceso de alianza de los terratenientes y de la gran burguesía financiera ha pasado


por tres etapas. La primera etapa, la de la concentración nacional de Olaya Herrera en
1930; la segunda, la de la Unión Nacional de Ospina Pérez en 1946; y la tercera, la del
Frente Nacional. Cada etapa tiene sus antecedentes, su proceso y su desenlace, menos la
del Frente Nacional, en la que todavía nos encontramos en 1979,

Olaya Herrera, primer presidente liberal de este siglo, lanzó su candidatura y desarrolló
su gobierno con un programa de "concentración nacional", nombró ministros
conservadores, entre los que descolló Esteban Jaramillo, destacado economista y
ministro de varios gobiernos conservadores, incluido el de Abadía Méndez, y fervoroso
defensor de los intereses norteamericanos, al cual Olaya nombró, aun enfrentándose a
algunos sectores de su propio partido, el liberal (22). Esta primera etapa, caracterizada
por la concentración nacional, es la culminación de una serie de hechos de colaboración
entre el partido liberal y el partido conservador. Tanto López Pumarejo como Eduardo
Santos patrocinaron la política colaboracionista con los gobiernos conservadores antes
de 1930. Durante el gobierno del general Ospina estos jefes liberales libraron una lucha
interna para lograr la participación de su partido con los conservadores, movidos por la
política de "modernización" del presidente Ospina y ya hemos hecho mención del agrio
debate que suscita el sector anticolaboracionista dirigido por el senador Luis Cano,
centrado en el problema del endeudamiento externo. Finalmente López y Santos no
entraron al gobierno del general Ospina, pero López siguió empeñado en la
colaboración con los gobiernos conservadores. Durante el proceso de selección del
candidato para las elecciones de 1930, López, que no ocultaba su oposición a Olaya
Herrera basado en la participación de éste en el partido republicano de Carlos E.
Restrepo, inició conversaciones con los dos candidatos conservadores, Guillermo
Valencia y el general Vásquez Cobo, con el objeto de escoger entre los dos para
brindarle su apoyo y el del partido liberal (23). La posición colaboracionista del partido
liberal no había sido ajena a sus jefes más connotados. Derrotados los liberales en la
guerra de los mil días, Uribe Uribe y Benjamín Herrera se convierten en el apoyo
principal del general Reyes y el intelectual liberal más prestigioso de la época,
Baldomero Sanín Cano, surge como la figura descollante de ese régimen autocrático.
Los liberales, bajo la dirección de Benjamín Herrera, proponen y hacen aprobar en la
Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa, durante sus sesiones de 1905, la
prolongación del período presidencial del general Reyes hasta el 31 de diciembre de
1914. Más adelante, Uribe Uribe ordena votar al partido liberal por el candidato
conservador José Vicente Concha, después de lo cual acontece su asesinato en pleno
centro de Bogotá. Casi todos los gobiernos conservadores de la época, que se han
llamado "de hegemonía", contaron con gabinetes de liberales y conservadores. Todo
esto culmina con el nombramiento de Olaya Herrera como embajador en Washington de
tres gobiernos conservadores consecutivos, después de haber figurado como Ministro de
Relaciones Exteriores en varios gobiernos de esa misma afiliación.

Este proceso de alianza entre el partido conservador y el partido liberal que desemboca
en el gobierno de concentración nacional de Olaya, tiene raíces en el fenómeno
económico que hemos examinado anteriormente y que denominamos desarrollo del
capitalismo nacional. Es indudable que, durante el período de la "Regeneración" de
finales de siglo, el sector liberal que todavía se llamaba de los "radicales", empeñados
en la guerra y dirigidos por Herrera y Uribe Uribe, coincide en no pocos intereses con
los conservadores históricos de Martínez Silva y Pedro Nel Ospina. En cierta manera
esto explica que ambos sectores se hayan opuesto a Núñez y Caro, jefes de la
"Regeneración" y hayan llegado a pensar en una alianza para llevar a cabo la guerra
conjuntamente (24). Se trataba, entonces, de un sector de los comerciantes en proceso
de transformación en industriales y de ese sector de los terratenientes,
predominantemente antioqueño, que se interesaba en la industrialización, como lo era el
mismo general Ospina. Los vínculos entre Uribe Uribe y el general Ospina quedan
claramente al descubierto a raíz del mensaje conciliador y derrotista que Uribe Uribe le
deja al retirarse de la plaza de Corozal en la guerra de los mil días ante la implacable
persecución que le hace el general (25). Esta coincidencia de intereses vinculados al
desarrollo del capitalismo nacional y a los fenómenos que prepararon el surgimiento de
la industrialización, expresado en un intento de alianza de los liberales "radicales" y los
conservadores "históricos", cambia radicalmente cuando aparecen los intereses del
imperialismo norteamericano, sobre todo, al iniciarse el endeudamiento externo de
1920. El imperialismo norteamericano, a través del proceso ya descrito, produce en
Colombia el surgimiento de la gran burguesía financiera empotrada en el Estado antes
de que hubiera llegado a su pleno desarrollo la burguesía industrial no monopolista. El
partido liberal se inclina por completo ante los nuevos intereses introducidos por el
endeudamiento externo y sus consecuencias. Pero esta tendencia hacia Estados Unidos
del partido liberal se daba ya, por lo menos, desde el conflicto del Canal de Panamá.
Los jefes liberales Vargas Santos y Foción Soto autorizaron las declaraciones de
Antonio José Restrepo al The Commercial Advertiser ofreciéndole el Canal a los
Estados Unidos, después de que ganaran la guerra y llegaran al gobierno (26). Y el
apoyo y la colaboración de los liberales al gobierno de Reyes, connotado partidario de
los Estados Unidos, es expresión de la misma tendencia que toma rumbos firmes
cuando los representantes de los financieros López y Santos arriban a la dirección de su
partido.

En esta primera etapa el proceso ofrece no pocas confusiones que tienen su explicación
en la transformación que está sufriendo el partido liberal de un partido representante de
los comerciantes precapitalistas en uno representante de la gran burguesía financiera
pro-imperialista. El partido conservador se ve cada vez más acorralado ante las
exigencias de los nuevos fenómenos que corroen sus cimientos ideológicos
anticapitalistas mantenidos por él hasta bien entrado el siglo XX. Esta es una primera
etapa de acomodamiento de los dos partidos a las nuevas circunstancias históricas. Por
eso puede verse a una figura ascendente del partido conservador como Laureano Gómez
aliarse en diferentes oportunidades con los liberales para atacar a aquellos copartidarios
que se atreven a coquetear con el "monstruo capitalista norteamericano" o se entregan a
él. Así surgía como una figura fiel a sus principios, actitud que le abría camino hacia la
dirección del partido, mientras los liberales aprovechaban para recuperar terreno con la
oposición a algunos gobiernos conservadores. Pero una vez que la posición
norteamericana de Olaya Herrera queda completamente al descubierto y se profundiza
la crisis del gobierno liberal por la guerra con el Perú, desaparecen las confusiones
ideológicas y se definen por completo las posiciones políticas. Para la década del treinta
el partido liberal representa ya a la gran burguesía financiera en rápido desarrollo y
patrocina sin ambages la "modernización imperialista". El partido conservador, por su
parte, se encuentra en el momento de la iniciación de su crisis de acomodamiento. Elige
como Jefe a Laureano Gómez a su regreso de la embajada en Berlín, rompe
radicalmente con el partido liberal y adopta la posición recalcitrante proterrateniente de
nuevas tonalidades religiosas. En un momento de lucha profunda por la hegemonía
mundial entre el imperialismo alemán y el imperialismo norteamericano, el partido
conservador, bajo la dirección de Gómez se opone con toda su fuerza a la influencia del
imperialismo norteamericano y adopta posiciones "nacionalistas", de tinte fascista, que
favorecen la posición y los intereses del imperialismo alemán en Colombia (27). En
gran medida el rompimiento del partido conservador con el partido liberal se debió a la
contradicción de esos dos imperialismos y al conflicto mundial de preguerra por la
hegemonía mundial. También era un elemento determinante la transformación del
partido liberal en un partido de capitalismo de Estado y el apoyo que Estados Unidos
había dado a sus programas y a sus candidatos como en el caso de la candidatura de
Olaya Herrera. Cuando Alfonso López Pumarejo, partidario siempre de la colaboración
de los dos partidos en el gobierno, ofreció tres ministerios al conservatismo en 1934,
entre los cuales incluía el nombre de Ospina Pérez para Hacienda, el Directorio
Nacional Conservador, dirigido por Gómez, rechazó la oferta en forma tajante (28).
Desde entonces hasta la renuncia de López en 1945, el partido conservador se lanza a la
más feroz oposición a los gobiernos liberales de López y Santos.

De 1934 a 1953 vive la historia política de Colombia una etapa durante la cual se
manifiestan con toda nitidez las diferentes posiciones ideológicas que expresan los
intereses de las clases en conflicto representados por los partidos liberal y conservador
del siglo XX. El partido conservador representa los intereses de esos terratenientes que
ven un peligro en las fuerzas capitalistas identificadas con la penetración del
imperialismo norteamericano. Los ideólogos de este partido que se han quedado sin las
ideas que tenían en el siglo XIX recurren a un catolicismo trasnochado, a la hispanidad
encamada en Franco, al fascismo de Mussolini, al nacionalsocialismo de Hitler. Las
escisiones internas del partido conservador provienen de dos factores: 1) de que un
sector de los terratenientes comprende que el imperialismo norteamericano y la
penetración del capitalismo imperialista por medio del endeudamiento no pone en
peligro el régimen terrateniente, pero que éste tiene que adaptarse a las nuevas
condiciones incorporándose a las actividades financieras y a las reformas del Estado; 2)
de que este sector se coloca de parte del imperialismo norteamericano en el conflicto
mundial por razones del poder de los Estados Unidos en el país y por el carácter
estratégico de Colombia para ese imperialismo. El fondo de la división conservadora
entre "ospinistas" y "laureanistas" hunde sus raíces en las divergencias de los
conservadores "nacionalistas" (es decir, pertenecientes al partido nacional de Núnez) e
"históricos" en la última década del siglo pasado, de una parte, y en la posición
pronorteamericana de Ospina Pérez, mientras Gómez sostiene el antinorteamericanismo,
de otra parte. La derrota del imperialismo alemán, la oposición cerrada que suscita la
constitución corporativista que Gómez intenta imponerle al país durante su gobierno, el
convencimiento de Gómez después de la segunda guerra mundial de que el
imperialismo norteamericano no era el monstruo capitalista sino el defensor de la
civilización occidental contra el enemigo socialista, al mismo tiempo propulsor de
ideologías muy semejantes a las que lo habían llevado a ponerse de parte del fascismo,
y la lucha contra Rojas Pinilla, son factores que posibilitan no solamente la unidad
conservadora, sino, sobre todo, la alianza del partido conservador y el partido liberal, ya
a finales de la década del cincuenta. Por otra parte, el partido liberal, tal como lo hemos
señalado, no solamente desbroza en esta etapa el camino hacia la dominación de la gran
burguesía imperialista, sino que consolida sus condiciones económicas para que la
burguesía nacional quede sin piso dentro del partido y del país, despejando así la vía
para la alianza con los terratenientes. El sector financiero y burocrático que surge de la
"modernización" impulsada por los liberales no posee contradicciones antagónicas con
los grandes terratenientes. En el fondo, el mismo "parasitismo" improductivo del capital
financiero reproduce en nuevas condiciones, el "parasitismo" feudal de los
terratenientes. Cuando en 1930 se intenta una alianza de los dos partidos, todavía no se
había culminado el proceso de transformación con las características propias del siglo
XX. Para 1945, las dos fuerzas habían definido sus posiciones y habían "modernizado"
sus ideologías, en términos generales. Es entonces cuando se hace un nuevo intento de
alianza, propiciado por Alberto Lleras Camargo que había reemplazado a López
Pumarejo en su último año de gobierno y recogido por Mariano Ospina Pérez. Es el
inicio de la segunda etapa.

Todos los factores indispensables para la alianza se encontraban listos para las
elecciones de 1946 y sólo faltaba encontrar la forma que ella tomaría. En efecto. El
imperialismo norteamericano era hegemónico en el mundo y había consolidado su
posición dominante en Colombia. El sector terrateniente antinorteamericano del partido
conservador ya no contaba con el apoyo ideológico y económico del imperialismo
alemán, derrotado en la segunda guerra mundial. Tanto el partido liberal como el
partido conservador habían escogido sus candidatos oficiales en tal forma que fueran los
más aceptables para la otra parte. Los financistas y los terratenientes habían transitado el
camino penoso de reconocimiento ante el país y habían adquirido claridad sobre las
nuevas características de la situación internacional y local. Pero sólo un obstáculo se
interponía para el éxito de esta alianza tan esperada. Dentro del partido liberal se había
fortalecido el sector comandado por Jorge Eliécer Gaitán y no pocos oportunistas veían
en el caudillo popular el futuro de su partido y trasegaban en pos de él. Aunque Gaitán
se había iniciado en su juventud con el partido liberal, hizo un intento de formar su
partido político independiente con el apoyo del movimiento campesino del Sumapaz. La
oligarquía liberal hizo todo lo posible por captar y neutralizar a Gaitán, ofreciéndole
toda clase de garantías dentro de su partido. Pero las contradicciones iniciales que lo
llevaron a separarse de él momentáneamente fueron agudizándose hasta hacerse
antagónicas en la campaña electoral de 1946. Gaitán no estaba de acuerdo con el partido
liberal, porque éste había llegado a convertirse en el partido de la gran burguesía
financiera y monopolista. Tanto por su ideología, por su estilo de masas, como por sus
vacilaciones, Gaitán no representaba esa clase social. Era más bien la figura solitaria
que representaba los intereses de esa burguesía nacional que se había quedado sin una
expresión política muy definida. De todas maneras la oligarquía liberal nunca se
imaginó que Gaitán se convirtiera en un verdadero peligro para sus intereses. Jamás
calculó que Gaitán obtuviera en las elecciones de 1946 los votos necesarios para hacerle
perder a Gabriel Turbay la presidencia. Pero exactamente eso fue lo que sobrevino. Y
tras la derrota de Turbay, no queda como alternativa para el partido liberal sino la fuerza
popular de Gaitán, quien gana las elecciones de mitaca, logra la mayoría en el Congreso
y asciende a la jefatura única del partido. Gaitán no iba a permitir la alianza con los
terratenientes, contra los que se había enfrentado durante la década del treinta y todavía
perduraba la imagen de la lucha antiimperialista librada por él en torno a la huelga de
las bananeras y a la masacre que le siguió. Con Gaitán de por medio, la alianza de la
oligarquía liberal-conservadora se volvía, si no imposible, por lo menos,
extremadamente difícil. No le quedaba otra alternativa a la alianza gran burgués-
terrateniente de la oligarquía liberal-conservadora que eliminarlo y acusar de su crimen
al comunismo internacional. Eso fue lo que sucedió. Eliminado Gaitán, no se dio, sin
embargo, sino una alianza transitoria, cuando los jefes liberales concurrieron a palacio y
llegaron a un acuerdo con Ospina. El pueblo liberal se levantó por todo el país, salieron
a la lucha los guerrilleros liberales del Llano, del Tolima y de otras regiones. La
oligarquía liberal tuvo que jugar a las dos cartas, la del gobierno y la de los guerrilleros,
con lo cual desintegró la alianza y el sector recalcitrante de los terratenientes de
Laureano Gómez vio llegada la hora de tomar revancha de las dos décadas anteriores.
La violencia, la lucha popular, la insurrección campesina, la reacción terrateniente, el
sectarismo partidario entre el pueblo azuzado por los jefes, recorrieron el país y el
imperialismo empezó a mirar con preocupación la explosiva forma como se
desarrollaba la política colombiana. De ahí que el imperialismo no dude un momento y
patrocine, con los sectores liberales y conservadores más fieles a su dominación, el
golpe militar del trece de junio de 1953. El gobierno militar fue una forma de alianza,
pero se enfrentó desde su iniciación con un obstáculo que no permitió su
fortalecimiento, el que no todos los sectores del partido conservador y del partido liberal
colaboraron con el golpe militar. No había una institucionalización de la alianza. Tuvo
que darse el proceso de desgaste del gobierno militar con el sector de la oligarquía que
lo había apoyado y con el imperialismo para que surgiera la fórmula definitiva que
consagrara la alianza. Todo el proceso culmina con el establecimiento del Frente
Nacional, es decir, con la alianza plebiscitaria de los terratenientes y la gran burguesía
financiera, monopolista y burocrática.

Para comprender el proceso seguido por los partidos liberal y conservador en el siglo
XX, definido como el de la alianza de los terratenientes y de la gran burguesía, y no
como la unificación de la clase dominante en burguesía, es necesario clarificar cuatro
elementos: 1) La clase que se fortalece con el desarrollo del capitalismo en el país es la
gran burguesía financiera, monopolista y burocrática, clase con intereses contrapuestos
antagónicamente a los de la burguesía no monopolista o burguesía nacional. 2) La clase
de los terratenientes persiste con su base económica en el monopolio latifundista de la
tierra, tiene que adaptarse a las condiciones del capitalismo imperialista, pero, a
diferencia de los países capitalistas del siglo XIX que toleraron a los terratenientes o los
derrotaron como en Estados Unidos, esta clase mantiene su poder y comparte el
gobierno con el sector financiero. 3) El partido liberal, una vez culminado su proceso de
transformación del siglo XIX al XX, llega a ser el partido de la gran burguesía, el
partido conservador sigue representando a los terratenientes, pero dentro de su seno se
desarrolla un sector financiero con vínculos económicos directos con esa gran burguesía
representada por el partido liberal. Los financistas y monopolistas representados por el
partido liberal provienen, principalmente, de los comerciantes del siglo XIX, mientras
los financistas y monopolistas representados por el partido conservador, provienen de
los terratenientes que invirtieron en la industria a principios de siglo. 4) Como factor
aglutinante, es decir, como factor que crea una franja de intereses comunes, surge la
dominación imperialista que actúa en dos sentidos, primero, en el de colocar a los
terratenientes en la necesidad de utilizar el capital financiero y ponerse en el camino del
desarrollo capitalista por la vía "junker", y segundo, colocando en el comando de la
economía al sector financiero que ejerce el control y desarrolla las políticas
encaminadas a obstaculizar el avance del capitalismo nacional.

Es indudable que esta interpretación de la historia política de Colombia implica


premisas teóricas fundamentales que es necesario mencionar. La primera tiene que ver
con la trayectoria que siguen los terratenientes. La segunda con la relación que establece
el imperialismo norteamericano con ellos. La tercera se refiere a la división de la
burguesía en dos sectores enfrentados antagónicamente, a saber, la burguesía nacional y
la gran burguesía. Sobre estos tres puntos esenciales no damos aquí sino unos elementos
básicos que sirvan de guía para la comprensión de la forma como hemos interpretado y
vamos a interpretar nuestra historia contemporánea. Para la visión de los terratenientes
partimos de la concepción marxista y leninista de que la propiedad privada de la tierra
es la base material de esa clase y que el monopolio latifundista tiene un carácter feudal,
aun dentro del régimen capitalista de producción. Lo que Marx y Lenin, en este aspecto,
señalan como contradictorio es que, desde el punto de vista de los intereses económicos,
a la burguesía lo que más le hubiera convenido hacer, hubiera sido suprimir la
propiedad privada de la tierra y nacionalizarla para suprimir ese obstáculo al desarrollo
del capitalismo; pero que, sin embargo, las razones políticas de tener que liquidar a los
terratenientes y poner en peligro también la propiedad privada de todos los medios de
producción, los llevan a sacrificar intereses que son inherentes a su clase (29). De ahí
que para Marx, Lenin, Stalin y Mao Tse Tung, la eliminación de la propiedad
terrateniente no sea una reforma de tipo socialista, sino de tipo capitalista, que le
correspondía haberla llevado a cabo a la burguesía, pero que, dadas las condiciones
concretas del desarrollo del capitalismo, es una tarea histórica que la lleva a cabo el
proletariado. En todos los países capitalistas del mundo los terratenientes han
sobrevivido y, apenas ahora, han venido siendo suplantados por los grandes grupos
financieros que hacen de terratenientes y capitalistas imperialistas al mismo tiempo,
como sucede en los Estados Unidos. En Colombia no sólo los terratenientes
sobrevivieron al desarrollo del capitalismo, sino que mantuvieron el régimen de
explotación terrateniente de carácter feudal basado en el monopolio latifundista
incultivado de la tierra, fenómeno que no sucedió en los países capitalistas que se
desarrollaron en el siglo XIX. Esto puede probarse con el solo hecho de examinar las
estadísticas sobre tenencia de la tierra en Colombia y comprobar que siete mil
terratenientes monopolizan más de doce millones de hectáreas, de las cuales no están
cultivadas sino un poco más de ochocientas mil y que apenas cuatro millones y medio
de hectáreas de un área cultivable de treinta y cinco millones, tienen algún cultivo
distinto de pastos naturales. Estadísticas tan simples como éstas aterrarían a
economistas clásicos burgueses como Smith y Ricardo, pero inducen a los economistas
imperialistas a pensar mejor en la reforma de la producción en las parcelas campesinas o
a ciertos intelectuales a defender que, en Colombia, ha desaparecido la clase
terrateniente o se ha convertido en burguesía agraria (30). La diferencia entre la
supervivencia de los terratenientes en los países capitalistas y los países semifeudales
consiste en que en estos últimos permanece el régimen de explotación terrateniente y en
los primeros se sujeta al régimen capitalista por medio de la reforma agraria y el
arriendo capitalista. El papel del imperialismo norteamericano ha consistido en
propiciar un tipo de "modernización" que deje intacto este régimen de propiedad
agraria. A lo más que ha llegado es a proponer una reforma agraria que escamotee el
problema principal de liquidar este régimen terrateniente y permita canalizar el capital
financiero para crear la necesidad de una mayor importación de capital, en una forma
semejante a como Stolypin, el famoso ministro de los zares, antes de la revolución,
impulsaba una reforma agraria en Rusia, para neutralizar a los campesinos
políticamente, someterlos al capital y preservar el régimen de explotación terrateniente
con sus características feudales esenciales (31). Pero el imperialismo también ha
impulsado programas como el del fomento a la aparcería feudal y la preservación del
régimen minifundista (32). En esto consiste, exactamente, la alianza del imperialismo
con los grandes terratenientes.

3. Nota sobre la revolución democrática en Colombia

La esencia de la revolución democrática en el plano económico radica en la destrucción


del régimen de explotación terrateniente, objetivo que no se consigue sino con una
reforma agraria de carácter revolucionario. A la consecución de esta meta se supeditan
las demás medidas que exijan las condiciones concretas, todas tendientes a obtener el
capital necesario para la inversión industrial y a liberar la mano de obra necesaria para
la explotación capitalista. De todas maneras, sin la liquidación del régimen terrateniente
resulta imposible el desarrollo de una economía capitalista o de una economía socialista.
Es una condición de tipo material absolutamente indispensable para la construcción de
una nueva economía. Las tareas políticas no son sino la consecuencia de esta necesidad
material, no importa que, en el tiempo, deban proceder a la ejecución completa de la
reforma agraria. Pero el carácter social de esta reforma, es decir, de la liquidación del
régimen de explotación terrateniente, es burgués, capitalista, y no de naturaleza
proletaria, socialista. Tanto Marx como Lenin y Mao Tse Tung, desarrollaron una teoría
revolucionaria sobre esta premisa fundamental. Para Rusia, Lenin planteó una
revolución en dos etapas, una democrática, cuyo objetivo central es orientada a la
destrucción del régimen terrateniente y, de ahí, la alianza de la clase obrera con el
campesinado, y otra socialista, dirigida a la construcción de una economía colectiva y
de todo el pueblo. En 1912 decía: "El ’problema agrario’ engendrado por tal estado de
cosas consiste en suprimir los restos de la servidumbre, que se han convertido en un
obstáculo insoportable para el desarrollo capitalista de Rusia. El problema agrario en
Rusia consiste en transformar radicalmente la vieja propiedad agraria medieval, tanto la
latifundista como la campesina parcelaria. Y esta transformación ha devenido
absolutamente indispensable como consecuencia del atraso extremo de esta propiedad
agraria, de la discordancia extrema entre ella y todo el sistema de economía nacional,
que se ha hecho capitalista... La transformación, en todo caso y en todas sus formas, no
puede dejar de ser burguesa por su contenido, por cuanto toda la vida económica de
Rusia es ya burguesa, y la propiedad agraria se subordinará ineludiblemente a ella, se
adaptará inevitablemente a los mandatos del mercado, a la presión del capital,
todopoderoso en nuestra sociedad actual. Pero si bien la transformación no puede dejar
de ser radical, no puede dejar de ser burguesa, queda aún por resolver cuál, de las dos
clases directamente interesadas, los terratenientes o los campesinos, llevará a cabo esta
transformación o la orientará, determinará sus formas..." (33). Lenin respondía a este
interrogante señalando que el campesinado era la única clase que podría darle una
solución que conviniera a todo el pueblo, que fuera rápida, y que sacara a Rusia de su
atraso feudal, pero que tenía que ser dirigido por el proletariado, ya que el campesinado
puede quedar preso de sus vacilaciones o caer en manos de las utopías populistas y
liberales. La utopía liberal consiste en "el deseo egoísta de los nuevos explotadores de
compartir los privilegios con los viejos explotadores... De ahí la infinita serie de
equívocos, mentiras, hipocresía y cobardes evasivas de toda la política de los liberales,
que deben jugar a la democracia para atraerse a las masas, pero que, al mismo tiempo,
son profundamente antidemocráticos, profundamente hostiles al movimiento de las
masas..." (34). Y la utopía populista que es "socialistera", es el "sueño del pequeño
propietario, que ocupa una posición intermedia entre el capitalista y el obrero
asalariado, de suprimir la esclavitud asalariada sin lucha de clases, expresa la aspiración
de acabar definitivamente con los antiguos explotadores feudales y es la falsa esperanza
de eliminar ’a la vez’ a los nuevos explotadores, a los capitalistas" (35). Se trata del
socialismo utópico, falso. Así como la utopía de los liberales corrompe la conciencia
democrática de las masas, la de los populistas, corrompe su conciencia socialista (36).
La diferencia entre las dos reside en que la utopía populista contribuye a la revolución
en su etapa democrática, porque expresa "en la época de la transformación burguesa’’
(en que se encontraba Rusia en 1912) "el afán de lucha de las masas campesinas’’,
mientras la utopía liberal no hace sino desviarla y neutralizarla (37).

A la esencia misma de la revolución democrática, la dominación imperialista de la


nueva etapa del capitalismo, ha añadido el problema nacional consistente en la
liberación del imperialismo. Así como el carácter social de la lucha contra el régimen de
explotación terrateniente es burgués, en igual forma lo es la lucha por la liberación
nacional. Los dos problemas están indisolublemente ligados por la naturaleza de la
dominación imperialista en los países atrasados. Correspondió históricamente a Mao
Tse Tung, clarificar completamente este problema en el proceso de la revolución china
que enfrentó el problema democrático y el problema nacional. En esta forma Mao Tse
Tung incorporó a la teoría marxista la "revolución de nueva democracia" como el
camino de todos los países atrasados y dominados por el imperialismo, a los que
nosotros denominamos, siguiendo a Mao, países semifeudales y neocoloniales. La
revolución "de nueva democracia" es una revolución nacional y democrática cuyo
contenido material radica en la lucha contra la dominación económica imperialista y
contra el régimen de explotación terrateniente, los dos obstáculos fundamentales que
afronta todo país atrasado y dominado por el imperialismo. Siguiendo a Lenin, Mao
plantea que esta revolución, cuyo contenido es democrático y burgués, no puede ser
dirigida por la burguesía ni por la pequeña burguesía, ni por el campesinado, sino que
debe serlo por el proletariado, no importa lo poco numeroso que sea, para que pueda
pasar a su etapa de revolución socialista (38). Es el mismo caso de Rusia, al cual se le
añade la lucha por la liberación nacional que no existía entonces allí, porque Rusia no
era un país neocolonial. La revolución en dos etapas, una democrática y otra socialista
es, precisamente, la refutación más acabada de la utopía populista "socialistera" y de la
utopía liberal antidemocrática.

En el siglo XIX la caracterización de los dos partidos políticos colombianos tenia que
definirse sobre la base de la posición que adoptaran frente a la revolución democrática.
No hay dudas al respecto. El único partido que se colocó en favor de ese objetivo
fundamental fue el partido liberal, con todas las vacilaciones inherentes a los
comerciantes, a falta de una burguesía industrial. Una dirección de esta naturaleza
condujo a la claudicación de un sector que degeneró en el partido independiente de
Núñez y, más tarde, en el partido nacional. No solamente se trató de una claudicación,
sino de una traición a la revolución democrática. Pero en el siglo XX, una
caracterización del partido liberal y del partido conservador tiene que partir de sus
posiciones ante la revolución nacional y democrática, o sea, ante la liberación nacional
y la liquidación del régimen de explotación terrateniente. De la ausencia de esta
perspectiva, principalmente en la llamada "nueva historia", se ha seguido una serie de
falacias sobre la historia colombiana de la época contemporánea, las más fundamentales
son las siguientes: 1) El partido conservador es el representante de la reacción y el
partido liberal del progreso social. 2) Alfonso López es la "revolución en marcha" y
representa la burguesía industrial nacional progresista. 3) Jorge Eliécer Gaitán fue el ala
radical del partido liberal, pero su lucha política no defiere substancialmente de los
otros Jefes liberales. 4) La época de la violencia fue, esencialmente, una lucha entre el
partido liberal que defendía al pueblo y el partido conservador que defendía a la
oligarquía. 5) El partido liberal, como colectividad de avanzada, se ha ganado la
mayoría electoral y, por tanto, salvaguarda al país de la reacción conservadora. 6) El
partido liberal ha sido el motor que ha convertido a Colombia en un país capitalista. 7)
En los gobiernos compartidos del Frente Nacional, los ministros liberales han sido, en
general, el ala democrática del gobierno. 8) El liberalismo colombiano es el aliado
natural de la revolución democrática.

Basta medir la trayectoria del partido liberal con la medida de la revolución nacional y
democrática, para que estas falacias se descubran. El partido conservador, igual que en
el siglo XIX, en ningún momento ha defendido los objetivos fundamentales del
progreso en Colombia. Siempre estuvo contra la revolución democrática y su posición
no se ha modificado en la época contemporánea. Más aún, la lucha proterrateniente que
desarrolló durante la primera mitad de este siglo y su decidido apoyo al imperialismo
norteamericano desde el fin de la segunda guerra mundial lo hacen tan reaccionario
como en el siglo pasado. Los autores de la "nueva historia", en general, están de acuerdo
con esta apreciación. Pero, en cambio, se convierten en los apologistas abiertos o
velados del partido liberal, de sus dirigentes y de sus gobernantes. Unas veces saliendo
en abierta defensa de su supuesto progresismo; otras disculpando sus entregas,
vacilaciones y claudicaciones; otras callando o silenciando sus traiciones. De la primera
posición son típicos los trabajos de Darío Mesa y Mario Arrubla, de la segunda,
Gerardo Molina, de la tercera, Jorge Orlando Melo y Alvaro Tirado. Lo que la "nueva
historia" no dice del partido liberal es que traicionó la revolución democrática y abjuró
de la liberación nacional. Su traición se plasma en su alianza con el partido conservador,
eliminando de sus programas y de su lucha política el objetivo de la liquidación del
régimen terrateniente. La legislación agraria de López y de Lleras Restrepo apuntó a la
neutralización del movimiento campesino y a la apertura de la agricultura para el capital
financiero, favoreciendo así el régimen terrateniente que permaneció intacto. Fue
eminentemente política en busca del apoyo campesino, por una parte, y totalmente
antinacional en obediencia a los pedidos del imperialismo norteamericano. Su
abjuración de la liberación nacional proviene de su táctica tendiente a modernizar el
país por medio del endeudamiento externo que entregó el país al control y dominio del
imperialismo norteamericano. No solamente la ideología que adoptó el partido liberal
desde comienzos de siglo basada en el impulso al capitalismo monopolista de Estado,
sino todo su esfuerzo de ponerlo al servicio de los intereses norteamericanos en todos
los gobiernos a su mando o con su colaboración, convierten al partido liberal en un
partido tan reaccionario como el partido conservador. Más aún, el partido liberal se
yergue en el siglo XX como el adalid de la "modernización" imperialista y en ese
sentido, libra una batalla con el partido conservador para someterlo a las condiciones de
la *’modernización" antinacional. Gran parte de las luchas de los partidos tradicionales
se explican por esta contradicción y por este proceso de acomodamiento.

Desde comienzos de su aparición a principios de siglo la clase obrera colombiana ha


librado grandes batallas por la revolución democrática y contra el imperialismo
norteamericano. Sus luchas han constituido la base para su desarrollo orgánico y
político a todo lo largo de este siglo. En primer lugar, la clase obrera lucha en el
contexto nacional por lograr su reconocimiento como una clase nueva en el panorama
colombiano. Su aparición y primer desarrollo parten no solamente del avance del
capitalismo nacional, sino también del desenvolvimiento del capitalismo imperialista. A
diferencia de la burguesía nacional, la cual sólo se nutre del capitalismo no monopolista,
la clase obrera brota por todas partes en el país como resultado de los dos capitalismos.
En segundo lugar, la clase obrera, recién surgida, inicia su batalla por el reconocimiento
de sus reivindicaciones económicas y políticas básicas en el campo del desarrollo
capitalista, como son los derechos de asociación, movilización, contratación colectiva y
huelga. En esta etapa surgen las primeras organizaciones centralizadas. El partido
liberal es el primero en comprender que el reconocimiento de esas reivindicaciones, así
sea en forma recortada, puede representarle un avance electoral, difícilmente reversible,
el cual colocará a la clase obrera bajo su influencia. En tercer lugar, la clase obrera se
lanza en forma decidida y osada a la toma de conciencia de su propia clase, al
esclarecimiento de su ideología propia, a su organización independiente de clase en su
partido político autónomo que defienda sus intereses estratégicos y que supedite a ellos
todas las demás luchas intermedias y reivindicatorias. Ha sido este un proceso lento y
doloroso. La etapa de su reconocimiento como clase se extiende hasta comienzos de la
década del treinta, la del reconocimiento de sus reivindicaciones hasta la década del
sesenta y de ahí en adelante la organización de su partido de clase como partido
independiente. No fue antes de 1965 el surgimiento de ese partido del proletariado. Las
organizaciones políticas que se autodenominaron representantes de la clase obrera, por
cuyo control pugnan lo mismo la gran burguesía que los terratenientes o la pequeña
burguesía, tales como el partido socialista o el partido comunista, siempre siguieron los
principios del liberalismo, se mantuvieron a su cola, y favorecieron el avance del
partido liberal. Por el hecho de no haber nunca distinguido entre la burguesía nacional y
la gran burguesía imperialista, por el error de haber considerado el partido liberal el
sector progresista de las clases dominantes, por haber aceptado que la revolución
democrática y nacional puede lograrse sin la toma del poder, siempre hicieron
concesiones en los intereses fundamentales de la clase obrera con la ingenua disculpa de
atraerse a los sectores más avanzados de ese partido. El resultado salta a la vista. En
lugar de atraer a los cuadros liberales, el partido liberal ha sido lo suficientemente capaz
de neutralizarlos y absorberlos. La estrategia política de Alfonso López Pumarejo en su
carta a Nemesio Camacho en 1928, ya citada, se cumplió paso a paso y sigue los efectos
más perniciosos en las filas de la clase obrera. El partido liberal tomó las banderas
reivindicativas, las barnizó de liberalismo, ablandó a quienes se decían representantes
de la clase obrera, y avanzó hasta convertirse en el partido mayoritario electoralmente,
dejando desarmados a los revolucionarios. Sólo la influencia de la revolución china y la
traición de los dirigentes soviéticos desde Krushov, pusieron de manifiesto el
liberalismo predominante en el partido comunista colombiano y le abrieron los ojos a la
clase obrera, que desde la década del sesenta se lanza sin vacilaciones a la construcción
de su partido y a la educación de las masas para el avance del proceso revolucionario.
Es indudable que cada clase tiene su versión de la historia. En Colombia dominó por
mucho tiempo en las escuelas y colegios la versión propia de los terratenientes. Sólo
muy recientemente va desarrollándose y abriéndose paso la visión histórica de la gran
burguesía imperialista. Su más connotado autor es Indalecio Liévano Aguirre. Pero
también la pequeña burguesía o clase media, compuesta más que todo por intelectuales,
se arroja a la palestra. La "nueva historia" que unas veces bebe en la interpretación
propia de la gran burguesía y mantiene por momentos posiciones de los terratenientes,
también adopta no pocos puntos de la versión propia de la clase obrera. Entre la historia
elaborada por la gran burguesía y la pequeña burguesía se dividen su influencia en la
educación colombiana. La visión histórica propia de la clase obrera está ausente de las
escuelas y apenas va desbrozando un camino verdaderamente tortuoso, propio de una
clase que dirige el proceso de la revolución.

NOTAS

(1) Tirado Mejía, "Colombia: Siglo y medio de bipartidismo", en Colombia hoy, Siglo XXI Editores,
Bogotá, 1978, págs. 105-106.

(2) Pangloss, "Temas de nuestro tiempo", El Espectador, septiembre 15 de 1978; en esta dirección se
inclinan la mayoría de los historiadores positivistas norteamericanos interesados en nuestra historia. Ver,
por ejemplo, Frank Safford, "Aspectos sociales de la política en la Nueva Granada, 1825-1850", en
Aspectos del siglo XIX en Colombia, Ediciones Hombre Nuevo, Medellín, 1977.

(3)"Echandía sobre el partido liberal", El Tiempo, julio 24 de 1978.

(4) Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Humanas, op. cit.: "Durante los últimos cincuenta
años avanza la unificación política de la clase dominante sobre la base del proceso de concentración y
acumulación de capital que se realiza en la formación del mercado interior, unificación que corre paralela
al desarrollo de la lucha de clases", pág. 102.

(5) Tirado Mejía, op. cit., pág. 116 (el subrayado es nuestro).

(6) Ver para profundizar en el debate ideológico más importante del siglo XIX, Jaramillo Uribe, El
pensamiento colombiano en el siglo XIX, Editorial Temis, Bogotá, 1964; Gustavo Humberto Rodríguez,
Ezequiel Rojas, Editorial ABC, 1970.

(7) Op. cit., pág. 115. "La aplicación de la oposición: liberalismo progresista expresión de los intereses de
la burguesía comerciante o industrial, y conservatismo retardatario, expresión de los latifundistas, es gran
parte trasposición mecánica de la situación europea de los siglos XVIII y XIX... Ni por las relaciones
denominación, ni por su poderío económico y social puede asimilarse a los latifundistas granadinos con
los aristócratas europeos del siglo XVIII o XIX". Ibid.

(8) Mariano Ospina Rodríguez, "Los partidos políticos en la Nueva Granada", en Jaime Jaramillo Uribe,
Antología del pensamiento político colombiano, t.1, págs. 117-148.

(9) Ver Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Edit. La
Nueva Prensa, Bogotá, t.1; López Michelsen, op. cit., Primera Parte.

(10) Tirado Mejía, op. cít., pág. 115.

(11) Lo que define el carácter progresista de los comerciantes en la lucha política del siglo XIX es el
ataque frontal al régimen fiscal de la Colonia, las reformas sociales, y la defensa del librecambio. A
diferencia de la mayoría de los historiadores de la "nueva historia", consideramos que el librecambio fue
progresista, posición que defendió Marx en el análisis de las condiciones del siglo XIX: "Pero, en general,
en nuestros días, el sistema proteccionista es conservador, al paso que el librecambio es destructor. Este
régimen desintegra las antiguas nacionalidades y lleva a sus últimas consecuencias el antagonismo entre
la burguesía y el proletariado. En una palabra, el sistema de la libertad de comercio acelera la revolución
social. En este sentido, exclusivamente, emito yo mi voto, señores, en favor del librecambio", Carlos
Marx, "Discurso sobre el problema del librecambio", en Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo,
México, 1962, pág. 335.

(12) Ver cap. 2°, aparte 1.

(13) Darío Mesa, op. cit., págs. 134-135.

(14) Ibid., pág. 136.

(15) Darío Echandía, El Tiempo, julio 24 de 1978.

(16) Lenin, "El Estado y la revolución", Obras escogidas. 3 vol. Editorial Progreso, Moscú, v. 2.

(17) No puede confundirse en todo este debate el concepto de "burguesía nacional", con "burguesía
nacionalista" o "antiimperialista". El primer término se refiere a la burguesía no monopolista, la cual, por
supuesto en el proceso productivo, económico, sufre el embate del imperialismo, aparte de la actitud que
tome políticamente la burguesía. El segundo término se refiere a una actitud política, a una posición
consciente que puede reflejarse en su organización política o en su participación activa en la lucha por el
poder. Nosotros consideramos que, en Colombia, la burguesía nacional es la dueña de la pequeña y
mediana producción capitalista, cuyo carácter no es monopolista y que existe como clase, aparte de su
posición política determinada, la cual puede estar con el imperialismo en un período o contra él en un
momento dado.

(18) Ver James J. Parsons, La colonización antioqueña en el occidente de Colombia, Banco de la


República, Bogotá, 1961; Alvaro López Toro, Migración y cambio social en Antioquia durante el siglo
XIX, CEDE, Universidad de los Andes, Bogotá, 1968; José Fernando Ocampo, Dominio de clase en la
ciudad colombiana, Editorial La Oveja Negra, Medellín, 1971, cap. I".

(19) Departamento de Sociología, Hipótesis generales derivadas del estudio exploratorio del período
1920-1970, febrero de 1971, Bogotá, págs. 106-108. Ospina, mientras dura la jefatura de Gómez en esta
época, con la cual está en desacuerdo, funda la Federación de Cafeteros, la Caja Agraria, en unión de
liberales y se integra a una serie de negocios de este tipo con ellos.

(20) Gómez decía de Hitler en 1941: "Su obra la he contemplado a la distancia, y me parece gigantesca,
para haber realizado lo que ya tiene hecho en tan pocos años. Si gana la guerra, será sin lugar a dudas, el
hombre más grande de la historia, pero si la pierde será un héroe común, a pesar de todo lo que ha llevado
a cabo...", El Siglo, 26 de enero de 1941.

(21) Ver Randall, op. cit., cp. 7.

(22) Carlos Lleras Restrepo, op. cit., págs. 36-40.

(23) Julio Holguín Arboleda, Mucho en serio y algo en broma, Editorial Pío X, Bogotá, 1959, págs. 227-
236.

(24) Eduardo Rodríguez Piñeres, Diez años de política liberal. 1892-1902, Editorial Antena, Bogotá,
1945, passim; Carlos Martínez Silva, Por qué caen los partidos políticos, Imprenta de Juan Casis, Bogotá,
1934; Eduardo Santa, Rafael Uribe Uribe, Editorial Bedout, Medellín, 1968, 2a. edición, capítulo
undécimo.

(25) Entre otras cosas dice Uribe: "A propósito: me complace tenerte por contrincante. Entre los dos no
perderemos esfuerzo por civilizar la guerra... En cuanto a relaciones entre los dos, quedan por mi parte
establecidas para todo objeto útil o de interés común. No en vano habremos sido condiscípulos y amigos
de toda la vida; y aunque tendría yo derecho a guardarte rencor por querellas de juventud en que te
excediste, los años han dejado caer sobre ellas capas sucesivas de ceniza fría". Santa, op. cit., pág. 250.

(26) Jorge Villegas y José Yunis, op. cit., pág. 36.

(27) Ver Silvio Villegas, No hay enemigos a la derecha, materiales para una teoría nacionalista, Editorial
Zapata, Manizales, 1937; a este respecto es muy elocuente el libro de Laureano Gómez, El cuadrilátero,
Mussolini, Hitler, Stalin, Gandhi, Bogotá, 1953; David Bushnell, Eduardo Santos and the Good Neighbor,
1938-1942, Grainsville, 1967.

(28) Lleras Restrepo hace un recuento detallado de este proceso y publica las dos cartas, la de López y la
respuesta del directorio conservador dirigido por Gómez, ver op. cit., págs. 232-242.

(29) Lenin, "Carlos Marx", Obras escogidas, 3 vol., Editorial Progreso, Moscú, 1960. vol. I, págs. 43-47;
ver Marx, El capital, t. III, Sección sexta; Marx, Historia crítica de la plusvalía, 2 vol., Editorial Cartago,
Buenos Aires, 1956.

(30) Ver, por ejemplo, Kalmanovitz, "Desarrollo capitalista en el campo colombiano", en Colombia hoy;
Bejarano, "Orígenes del problema agrario", en Biblioteca Básica Colombiana, La agricultura en el siglo
XX, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1976. Hago referencia a programas como la llamada
"revolución verde" auspiciada para el mundo subdesarrollado por la fundación Rockefeller y el Banco
Mundial, adaptados a Colombia en el DRI (Desarrollo Rural Integrado), puesto en marcha por el gobierno
de López Michelsen y continuado por Turbay como el punto central de la política agraria.

(31) Lenin, "El programa agrario de la socialdemocracia en la primera revolución rusa de 1905 a 1907",
Obras completas, t. XIII.

(32) La ley de aparcería del gobierno de López Michelsen, discutida y aceptada por los dos partidos en el
llamado Pacto de Chicoral.

(33) "La esencia del problema agrario en Rusia", en el Problema de la tierra y la lucha por la libertad,
Editorial Progreso, Moscú, págs. 14-15.

(34) "Dos utopías", ibid., pág. 26.

(35) Ibid., pág. 28.

(36) Ibid., pág. 27.

(37) Ibid., pags. 26-28.

(38) Ver Mao Tse-Tung, "La revolución china y el partido comunista de China", Obras escogidas, vol. II;
"Sobre la nueva democracia", ibid.; "Sobre la situación actual y nuestras tareas", vol. IV; "Sobre el
gobierno de coalición", vol. III; etc.
SEGUNDA PARTE: LA
TRANSFORMACIÓN DEL PARTIDO
LIBERAL. 1886-1934

Capítulo Primero. El movimiento político


de la "Regeneración"
Rafael Núñez y la "Regeneración" han desquiciado a los historiadores contemporáneos.
La antigua polémica que arrancó a los independientes del liberalismo y dividió a los
conservadores entre nacionalistas e históricos, sobre el carácter y las consecuencias
históricas de la "Regeneración ", así como la actuación de Núñez, es lo que ha unido a
la "nueva historia" no importa sus distintas acepciones y matices, para convertirse en la
apología más acabada de ese momento histórico que determina la vida contemporánea
de Colombia. A Núñez lo obsesionaron la paz, el orden, el peligro del capitalismo y del
socialismo, el problema monetario, el radicalismo, la Constitución del 63, el anarquismo
y la anarquía, la falta de autoridad, el federalismo, el proteccionismo. De estos
principios, los historiadores contemporáneos han concluido que Núñez fue el motor de
la formación del Estado Nacional, el forjador de la unidad nacional, el ariete del
capitalismo de Estado o socialismo de Estado, el iniciador del liberalismo como teoría
del intervencionismo estatal, la fuerza generadora de la industrialización por medio del
proteccionismo, el comienzo de una nueva era nacional de progreso y bienestar. Ningún
escritor contemporáneo más influyente y determinante en la elaboración de esta imagen
de Núñez y la "Regeneración" que un Liévano Aguirre, a quien siguen, en términos
generales, historiadores ya muy citados en nuestro trabajo como Tirado Mejía, Jorge
Orlando Melo, Darío Mesa, Salomón Kalmanovitz, Fernán González, Gerardo Molina.
Liévano resume acabadamente su posición sobre Núñez en estas palabras: "Por eso
Núñez es el verdadero organizador de la república y ante todo el constructor del Estado
colombiano; el hombre que con la grandiosa actividad de su vida pública cerró para
siempre las dos brechas por las cuales se estaban escapando todas nuestras posibilidades
de llegar a constituir un verdadero Estado: el Federalismo y la teoría de los Derechos
Individuales Absolutos... Intervención del Estado en la Economía, Tolerancia religiosa,
Centralización política y Autonomía municipal, Protección aduanera a las industrias
nacionales, Derechos individuales limitados por el Interés Social y Moneda dirigida,
premisas fundamentales del pensamiento político-económico del injustamente llamado
’traidor al liberalismo", son hoy las doctrinas básicas del moderno liberalismo
colombiano; y en cambio, los Derechos Individuales Absolutos, la persecución
religiosa, el Estado Gendarme, el Librecambio y el Federalismo, son únicamente para
este partido el recuerdo de un pasado extraño" (1).

1. La interpretación del liberalismo contemporáneo


Esta posición de Liévano es trascendental, porque ha definido gran parte del proceso
histórico colombiano más reciente. No ha sido sólo él un intelectual aislado, sino el
gestor de toda una política, dirigida por su copartidario Alfonso López Michelsen, quien
coincide en todo y por todo con las posturas ideológicas de Liévano en la interpretación
de la misión del liberalismo. Todo lo que inspira, en el fondo, a Liévano Aguirre y a
López Michelsen, es el concepto de que la teoría de los Derechos Individuales y del
liberalismo manchesteriano fue importada de Europa a un país que no tenía por qué
incorporarlas a su realidad, ya que poseía la herencia de España con una visión de
Estado fuerte y de avanzada legislación social. Dice Liévano: "Alrededor de 1800... una
teoría trasplantada de Europa se convirtió en la esperanza de todos los descontentos con
el régimen colonial de España: la teoría de los Derechos Naturales del Individuo...
Tener Derechos, he ahí algo que llenó de exaltación a todos los americanos sometidos al
despotismo español y que unificó las voluntades en la grande y peligrosa empresa de la
Emancipación... En la organización social lo principal no son los Derechos, sino los
Deberes. De ahí que el ideal emancipador de Los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, que tan efectivo resultó para la gesta libertadora, se convirtiera en el factor
hondamente perturbador en la organización de la república. Pueblos en la infancia como
los americanos, no podían justamente aspirar a ser gobernados por instituciones nacidas
en Europa, como el resultado de largos años de cultura y de civilización..." (2). En la
introducción a las obras de Núñez, repite la misma idea en una forma aún más explícita,
si se quiere: "Así, el hecho más saliente, más trascendental en nuestra evolución
política, es que si en Europa había que disminuir los poderes de un Estado largamente
consolidado, en América lo que había que hacer era construir, crear el Estado; porque si
a una población generalmente capacitada como la europea le convenía la libertad
absoluta, las multitudes de indios hambrientos, indefensos e ignorantes que formaban la
población americana, lo que naturalmente necesitaban eran Estados sólidos que
gobernaran en su defensa y para su protección. Por eso si en Europa el liberalismo fue la
lucha contra el Estado allí omnipotente, en América naturalmente tenia que estar
encaminado a la construcción de un Estado que defendiera a las masas desharrapadas de
la explotación. Por eso si en Europa se defendía al individuo, libertándolo, en América
había que defenderlo, protegiéndolo. Si en Europa el liberalismo era anti-estatal, en
América tenía que ser estatal" (3). Y continúa: "En América, donde todo estaba por
hacer, la democracia y el liberalismo no podían tener otro sentido que el de crear un
Estado capaz de enseñar a trabajar a la gente, a ayudarle a librarse de las enfermedades
tropicales, de defender a los indios, a los mestizos y a los negros contra los explotadores
y usureros. Por eso cuando se estableció la libertad en Europa, allí ella produjo
inmediatamente óptimos frutos, pues nació la industria, se desarrollaron las naciones y
progresaron los individuos, y en cambio el establecimiento de la libertad en América
ocasionó resultados diametralmente opuestos..." (4). Para Liévano, la misión de Núñez
fue coronar la obra frustrada de Bolívar de imponer este ideal antidemocrático contra el
liberalismo decimonónico de origen europeo.

No es extraño que López Michelsen ofrezca los mismos argumentos para defender un
Estado todopoderoso, autoritario, como el que salió de la "Regeneración". Dice López:
"La historia de nuestro pensamiento político y la de nuestras instituciones quedaría
falseada si este período liberal no se estudia desde el sitio que le corresponde, con una
perspectiva completa, o sea, entre las instituciones coloniales españolas y la nueva
orientación socialista del Estado que trajo al gobierno el Partido Nacionalista en 1886 y
el llamado partido liberal en los últimos quince años... La paz, la cultura y el progreso
de nuestro continente durante los siglos XVI, XVII y XVIII fueron el fruto de un
intervencionismo de Estado Individualista en toda la acepción del vocablo. Únicamente
hacia la mitad del siglo XVIII aparecieron en España y en sus colonias los primeros
brotes de la nueva ideología, la doctrina liberal... que produjo, como una consecuencia
accidental, a nuestro entender, nuestra separación de España en la guerra de la
Independencia... Los dos grandes virreinatos de Nueva España y el Perú... y el
virreinato de Nueva Granada..., fueron los más perjudicados con el advenimiento del
liberalismo como doctrina política en la América Latina... El liberalismo como
ideología, no como partido, adelantó un proceso de anarquía y de disolución en estas
tres nacionalidades (México, Lima y Santa Fe)... Milagrosamente y, por un fenómeno
para nosotros inexplicable, nuestros Estados, victimas de la anarquía y el desorden, no
fueron definitivamente absorbidos por sus vecinos de América a los cuales no causó la
ideología liberal trastornos de tanta entidad como a los nuestros... Para nosotros la causa
remota y común de esta mutilación geográfica de México, el Perú y Colombia tuvo por
origen la anarquía política, social y cultural producida por la implantación súbita de las
doctrinas liberales en los países que no estaban preparados para recibirlas... El
liberalismo en todas partes fue la doctrina con que la burguesía obtuvo respaldo popular
en su lucha contra la nobleza; fue la bandera de guerra de los comerciantes contra los
príncipes; del capitalismo contra la Iglesia Católica. Entre nosotros sirvió para erigir en
doctrina de Estado al individualismo contra la tradición unitaria de la Colonia... La
magnifica obra legislativa de inspiración típicamente social, fue perdiéndose en el
olvido, desacreditada por los nuevos encomenderos de la república que veían sus
intereses afectados por cualquier intervención del Estado que no fuera encaminada a
favorecerlos... La fuente de todos estos males radica en el candido optimismo de la
mayoría de los hombres públicos de nuestro siglo XIX que aplicaron
indiscriminadamente en nuestro suelo la doctrina liberal inglesa y los principios
esenciales del Derecho Público norteamericano... Lógicamente la doctrina política que
debía surgir como consecuencia de estas prácticas individualistas de los ingleses en el
comercio, en la religión y en la concepción, era el liberalismo económico. Entre
nosotros esta ideología, sin antecedentes, carecía de actualidad y desvirtuaba una
política social avanzada en relación con los indios. Es, pues, inadmisible que se
califique de progreso en este continente la brusca implantación de esta doctrina... Los
grandes acontecimientos históricos del siglo XIX, los grandes sacudimientos nacionales,
las revoluciones sangrientas que se registran en nuestra historia republicana, se explican
todos por este conflicto entre el individualismo destructor y la organización colectivista
en muchos aspectos de los colonizadores..." (5). Y López concluye su disquisición, no
solamente negando la vigencia de los derechos individuales, tal como lo hace Liévano,
sino haciendo esta apología de Núñez: "Basta leer las páginas consagradas por Indalecio
Liévano Aguirre a la pugna entre el presidente Núñez y los dirigentes radicales, para
apreciar en todas sus proporciones la magnitud de uno de los más trascendentales entre
estos conflictos. Lucha del sociólogo y del hombre, conocedor de la realidad histórica
nacional en cuanto a las funciones que el Estado había llenado en nuestro país, frente a
un millón de pequeños intereses privados para los cuales el mantenimiento del
librecambio, del patrón oro, del negocio de la banca privada, etc., son cuestiones de vida
o muerte que se cobijan con la bandera del liberalismo .económico. De este conflicto
surgió un nuevo partido, el ’nacionalista’ reaccionario si se quiere, pero divorciado de la
ideología liberal común a ambos partidos, en cuanto que no pierde de vista la tradición
intervencionista del Estado colonial" (6).

Aciertan Liévano y López al señalar que la "Regeneración" fue un movimiento


antiliberal, en contra de ese liberalismo individualista y decimonónico, que era el
producto del desarrollo del capitalismo en el mundo. No hay duda ninguna de que
Núñez reacciona contra el radicalismo, porque éste defendía o había defendido las tesis
del liberalismo, tanto en el terreno político como en el terreno económico. Sin embargo,
parece existir una sutil diferencia entre Liévano y López en la apreciación de cuál fue el
objetivo de Núñez en su movimiento, cuál la alternativa planteada para reemplazar el
liberalismo como ideología y como sistema de gobierno. Liévano le atribuye a Núñez el
haber impuesto en el país el "capitalismo de Estado" (7). En cambio, López trata más
bien de insinuar que lo que Núñez logró fue restaurar el sistema político centralista de la
Colonia. Desde este punto de vista, ninguno de los dos tendría la razón. No la tiene
Liévano, porque para el capitalismo de Estado se requiere una infraestructura
económica, por lo menos capitalista, que apenas se insinuaba en Colombia muy a lo
lejos, y estrictamente monopolista, la cual no existía en el país en ese momento y en la
que Núñez no estaba pensando al impulsar las medidas económicas que llevó a término.
Pero, además, porque Núñez fue un enemigo declarado del llamado "socialismo de
Estado", como lo atestiguan sus artículos y sus referencias contra Bismarck, y al que
Liévano se refiere como capitalismo de Estado (8). Y no tiene razón tampoco López,
porque él confunde el centralismo autocrático de la Colonia con el "socialismo de
Estado" o "capitalismo de Estado". A él le parece que lo que los identifica
esencialmente es que ambos son intervencionistas y reguladores, no importa que uno
sea la expresión de la monarquía absoluta feudal y el otro de la burguesía monopolista y
burocrática basada en el auge del capital financiero y el imperialismo.

Muy posiblemente la forma de clarificar el sentido de la "Regeneración" en relación a


estas ideas, sea mirar la concepción que Miguel Antonio Caro, coautor de la
Constitución del 86, jefe con Núñez del partido nacional, gestor muy principal de la
ideología del movimiento regenerador, aparte de haber sido su principal realizador,
tenia del proceso que Núñez había iniciado y con el cual estaba plenamente de acuerdo.
Dice Caro: "Nuestro deber, en globo, se cifra en mantenemos fieles al espíritu de esta
transformación social. ¿A qué se reduce esta gran transformación? Es, Señor Presidente,
el paso esforzado y glorioso, de la anarquía a la legalidad; tránsito que dentro de una
nación corresponde a lo que en el concierto de las naciones significa la situación del
principio de arbitraje al derecho de conquista con todos sus horrores. Es, Señor
Presidente, la condenación solemne que vamos a hacer, con los labios y el corazón, de
la vida revolucionaria, de todo principio generador de desorden" (9). Y más adelante
añadía Caro en el mismo discurso ante la Asamblea Constituyente: "Peor aún que un
mal sistema es la falta de todo sistema: nada es tan funesto en las instituciones de un
pueblo, como la contradicción... Por manera que la contradicción fundamental, el
principio de Hegel aplicado a la política, la afirmación de que una cosa puede ser y no
ser a un mismo tiempo, es lo primero de que debemos huir, como del mayor, del más
pernicioso de todos los errores... Para no provocar una revolución, sembremos de una
vez en las instituciones la semilla de la revolución" (10). No era para Caro la lucha
contra la revolución un problema de palabras. Puso en práctica la política más represiva
y autocrática de la época. Ya en el poder Caro hace su primer informe al Congreso,
elegido en las primeras elecciones que seguían a la promulgación de la Constitución del
86 y se refiere a la oposición que el partido liberal orientaba contra el gobierno en estos
términos: "El partido reaccionario (se refiere al partido liberal) se compone de una masa
revolucionaria y en parte anarquista, de algunos políticos doctrinarios, especie de
sacerdotes de una religión muerta... Los políticos directores pretendieron conciliarlo
todo... recomendando la paz por el momento, pero no como un bien en sí misma, sino
como un medio para organizar las fuerzas diseminadas y preparar para más tarde una
revolución bien combinada. A fines del año anterior recibió el gobierno denuncias
ciertas de que se provocaba en la capital un desorden con intentos feroces... Baste decir
que aquello era una amenaza social sin antecedentes. Fracasó el criminal y torpe
proyecto, cesó la alarma, pero la hidra no ha muerto... Verdad es que este embrión de
revolución no ha sido viable, ni lo será bajo las mismas condiciones que hoy reprimen
el desorden; pero seria error muy grave, sería demencia suponer absoluta aquella
impotencia y mandar a abrir la jaula de las fieras sólo por la razón de que las fieras
aherrojadas son inofensivas... Toca al gobierno conservar el orden, a la opinión pública
apoyar lo que se hace en beneficio común, a vosotros asegurar la confianza en la
estabilidad de la paz..." (11).

Aparte de una posible o supuesta posición, de Núñez en torno al movimiento de la


"Regeneración" aparte de sus ocultos propósitos en llevarlo a cabo, históricamente el
apoyo de Caro a su movimiento significa que Núñez interpretaba correctamente los
intereses representados por el jefe del partido conservador y por la ideología de los
terratenientes. Manifestaciones tan expresas como las de Caro sobre el contenido y el
sentido de la reforma constitucional del 86 no dejan duda al respecto. Caro era el
máximo ideólogo del orden conservador, de la ideología reaccionaria de los
terratenientes más feudales, de la reacción contra la ideología liberal de la revolución
democrático-burguesa, de la restauración de los ideales medievales y religiosos dentro
de un mundo que iba ya muy adelante en la época del capitalismo. Podrá decirse que
Núñez no compartía las ideas de Caro y que tuvo que plegarse a su extremismo
reaccionario porque fue abandonado por el partido liberal representado por los
radicales. Pero la realidad es otra. Núñez consideraba a los radicales tan anarquistas
como lo hacía Caro. En un famoso artículo contra el radicalismo fustigaba en esta
forma: "¡En todas partes el mismo! El radicalismo es uno y siempre usa las mismas
armas, pone en juego iguales medios y persigue idénticos fines. Afortunadamente, ya es
demasiado conocido entre nosotros, porque su dominación ha sido larga y desastrosa y
sabemos cuánto valen sus promesas como oposición y qué frutos tan amargos se
cosechan durante su gobierno... En los corrillos habla de paz, en sus periódicos la
predica, y entonces es cuando más conspira, cuando más inminente riesgo corre el orden
social, cuando en más grave peligro se encuentran las vidas y los hogares, porque pone
la dinamita en manos de asesinos y reos prófugos a quienes, en la ebriedad de la
ambición y de la cólera, inviste con el carácter de jefes indiscutibles... ¿Qué partido,
pues, es ese que proclama la libertad absoluta y tiraniza; que habla de tolerancia y es
perseguidor; que encomia el gobierno de todos y para todos y no vive sino en irritante
oligarquía; que condena la pena de muerte cuando se ejecuta por mandato de la ley en
empedernidos criminales; y sin embargo asesina individual y colectivamente a pacíficos
y honrados ciudadanos; qué partido es ese que invoca la paz y es fomentador de la
anarquía, y del desorden y no puede vivir sino respirando la atmósfera de las revueltas y
de las conspiraciones permanentes? Y si es de esa clase el enemigo que tenemos que
combatir, ¿por qué quieren algunos de nuestro propio credo que tengamos gobiernos
débiles incapaces de contener con mano firme el desborde que permanentemente
amenaza a la nación?... Para el que levanta el puñal del asesino, para el que prende la
dinamita cuyo resultado son escombros y despojos humanos, no hay ni puede haber
misericordia ni contemplaciones; porque en estos casos toda contemporización es una
grave falta, toda debilidad es un delito, faltas y delitos que no perdonan nunca ni la
Patria ni la Historia" (12). Estas ideas se repiten en una y otra forma en los artículos de
Núñez. Hay momentos que parecen frases textuales de Caro dichas con anterioridad,
como si el jefe del partido conservador hubiera copiado fielmente con su estilo clasicista
las frases más secas y escuetas de su aliado del partido independiente. Por ejemplo,
Núñez en 1885 decía: "La nación acaba de salvarse por su propio buen sentido y gracias
a la Divina Providencia, de la anarquía armada, que intentó un último esfuerzo para
impedir el advenimiento de instituciones verdaderamente libres" (13). Y Caro decía al
inaugurar el Congreso de 1896: "Si para mí es altamente satisfactorio al presentaros
respetuoso saludo en este solemne día, reconocer el gran beneficio que Dios nos ha
dispensado concediéndonos los medios de salvar a la república de un cataclismo social,
no deja de ser, de otro lado bien penoso recordar sucesos deplorables..." (14). Decía
Núñez: "El gobierno ha dirigido con reflexiva firmeza la defensa de la sociedad
amenazada de inminente desastre; y ahora le corresponde preparar el restablecimiento
del régimen constitucional profundamente alterado..." (15). Y decía Caro: "Más bien
comprendo que no podría lícitamente excusarme de hablaros de la revolución, porque la
revolución, bajo formas varias, constituye el acontecimiento característico de los
últimos tiempos, y la materia que especialmente debe llamar vuestra atención, si han de
prevenirse grandes desgracias" (16). Por supuesto, ni Núñez ni Caro se referían a los
movimientos revolucionarios del siglo XX, inspirados en el marxismo-leninismo. Están
hablando simplemente del partido liberal del siglo XIX.

2. La "Regeneración", movimiento proterrateniente

Núñez y Caro, y con ellos el movimiento de la "Regeneración", acudieron, para la


justificación de su movimiento reaccionario, a una ideología inspirada en una especie de
socialismo cristiano de sabor medieval, base de la restauración católica en Europa y del
re acomodamiento de las fuerzas reaccionarias al movimiento implacable del
capitalismo en el mundo. Esta posición anticapitalista en un mundo que no puede
evadirse de las condiciones mundiales que impone el desarrollo del capitalismo es la
base que da pie a Liévano y a López para levantar una bandera anticapitalista y en favor
del régimen feudal colonialista de España en América, postura que los acerca a la
"Regeneración". Para los dos se trata de un "socialismo de Estado" con carácter
intervencionista tal como lo era el Estado colonial español que, según ellos, tanto
beneficio le trajo a los indios americanos. López se apoya en el análisis de Liévano
sobre la legislación de Indias de la Colonia que desarrolla ampliamente en su trabajo
sobre los conflictos sociales y económicos de nuestra historia (17). La diferencia radica
en lo siguiente: Mientras Núñez y Caro defienden la estrategia política del
escolasticismo, de la Iglesia Católica y de los terratenientes feudales, acomodando un
régimen autocrático a las condiciones de finales del siglo XIX, Liévano y López
propugnan por la ideología del partido liberal del siglo XX que nosotros hemos definido
como la ideología del "capitalismo monopolista de Estado", estrategia necesaria de la
dominación imperialista en nuestro país, tal como lo hemos señalado en la Primera
Parte (18). Lo que ha sucedido es que estos historiadores contemporáneos, tan
influyentes en los autores de la "nueva historia" han hecho la apología de Núñez y del
Estado colonial español en América para justificar sus teorías políticas autocráticas
necesarias para la dominación del imperialismo características de una historia que
defiende los intereses, igual que el partido liberal del siglo XX, de la gran burguesía
financiera, monopolista y burocrática (19). López surge, así, como el gran ideólogo de
la historia gran burguesa, que entendía que los intereses del imperialismo
norteamericano coincidían en la forma con el colonialismo español, aunque en el
contenido éste fuera feudal y aquél capitalista monopolista de Estado.
En esta forma es posible clarificar la polémica contemporánea sobre Núñez y la
"Regeneración". La piedra de toque para poder dar un juicio histórico sobre este proceso
tiene que ser el de su relación con la revolución democrática, desde el punto de vista
económico en sus reformas frente a la tierra, la banca, el comercio, la industria, por una
parte, y desde el punto de vista político frente a su posición ante los derechos
individuales y democráticos, por la otra. Hemos venido defendiendo que el librecambio
en Colombia era una premisa económica necesaria para la acumulación originaria de
capital, necesario para las inversiones exigidas por una industrialización. Al mismo
tiempo hemos señalado que la reforma agraria contra el régimen terrateniente es
igualmente la otra premisa que acelera la descomposición del campesinado, genera la
liberación de fuerza de trabajo y permite el aumento de la producción y la productividad
agrícola. En otras palabras, nuestra tesis ha sido la de que el siglo XIX giraba en tomo a
la lucha por el desarrollo capitalista y que los sectores progresistas y revolucionarios
eran aquellos que lo impulsaran, lo favorecieran y lo llevaran a la práctica. Si esto era
cierto a nivel mundial, con mayor razón puede aplicarse a Colombia, sumida en el
atraso económico.

Desde el punto de vista teórico, Marx considera el librecambio como un factor


desintegrador de la sociedad feudal, acelerador de las contradicciones entre la burguesía
y el proletariado, destructor de las condiciones feudales de producción, generador de la
liberación de mano de obra. Marx defiende al librecambio sólo en el sentido de
constituir un factor que contribuye a destruir el régimen feudal y a barrer los rezagos
feudales en una sociedad atrasada (20). Sin embargo, una vez se ha iniciado en forma
firme un proceso de industrialización, Marx no es partidario del librecambio, sino del
proteccionismo. El librecambio acelera la acumulación de dinero en manos de los
comerciantes, es decir, del capital comercial, independiente de que exista o no un
proceso de producción industrial capitalista. La esencia del capital comercial autónomo
es precapitalista, aparece cómo una premisa de la acumulación capitalista y estimulado
por el librecambio. El proteccionismo, por otra parte, está orientado a fortalecer el
proceso de industrialización ya iniciado, protegiéndolo de la competencia extranjera.
Desde ese punto de vista se aplica la frase de Marx sobre el proteccionismo: "es un
medio artificial para fabricar fabricantes, expropiar obreros independientes, capitalizar
los medios de producción y de vida de la nación y abreviar el tránsito del antiguo al
moderno régimen de producción" (21). No hay, pues, contradicción en lo que Marx
defiende respecto del librecambio y del proteccionismo. Para Marx, el librecambio es
un instrumento generador de capital comercial susceptible de ser invertido en industria,
y por tanto, necesario para la desintegración del régimen feudal. El proteccionismo es
un instrumento artificial que contribuye a acelerar el avance del régimen capitalista, una
vez que se ha iniciado. La confusión de autores como Kalmanovitz a este respecto es no
ver esta distinción que hace Marx frente al proteccionismo. De ahí que considere a la
"Regeneración" de Núñez como un régimen que acelera la transformación capitalista
del país, no importa que se apoyara en un sistema político reaccionario y en unas clases
caducas como los terratenientes y los artesanos (22).

Núñez comprendió perfectamente el papel del librecambio en la sociedad colombiana


como un elemento generador de capitalismo y desintegrador de la sociedad feudal
terrateniente defensora de los artesanos, de los gremios y de la producción atrasada y
aislada. Por eso se opuso ferozmente al librecambio. Sus testimonios son múltiples,
porque, entre otras cosas, su obsesión contra los radicales, era una obsesión también
contra el librecambio. Dice Núñez: "Después de 1848 en que se pusieron en vigor las
reformas arancelarias del doctor Florentino González, reformas que no eran, en
sustancia, sino traslado automático de lo que acababa de hacerse por la inspiración de
Cobden y el apoyo de Peal, en la vieja Gran Bretaña, ningún estadista serio había osado
en este país sostener el sistema de protección a la industrias, hasta que en 1880, en su
discurso de posesión, el señor Núñez se expresó en estos términos: ’Nuestra agricultura
está apenas en la infancia. Nuestras artes permanecen poco menos que estacionarias.
Nuestra vasta extensión territorial sólo cuenta unos pocos kilómetros de rieles... Y de
todas maneras es evidente que el trabajo nacional está en decadencia. La formidable
calamidad de la miseria pública se aproxima, pues, a nuestros umbrales. Un vasto plan
de medidas destinadas a promover el desenvolvimiento de la producción doméstica
debe ser, por tanto, combinado y reducido pronto a práctica. La tarifa de aduanas
necesita reformas destinadas a fomentar las artes. Estudio particular requiere este asunto
a fin de que sólo se proteja lo que ofrezca fundadas esperanzas de progreso. Y las
grandes industrias europeas y norteamericanas no se han formado y crecido, en lo
general, sino por este medio. El consumidor pagará por algún tiempo parte de la
protección como paga permanentemente todos los servicios públicos. Al procederse con
tino en la materia, el nuevo gravamen indirecto que se imponga será, a la larga,
reproductivo, como lo es el que se invierte en el sostenimiento de los diversos ramos"
(23).

Ospina Vásquez muestra el proceso a través del cual Núñez fue volviéndose más y más
contra el librecambio y en defensa a ultranza del proteccionismo en un esfuerzo por
proteger a los artesanos (24). Uno de los artículos más importantes escritos por Núñez
sobre este tema es el de 1884 titulado "Gato por Liebre". En este artículo Núñez lanza
un argumento muy socorrido por los autores modernos de la "nueva historia" por el cual
se defiende que el librecambio era una medida más que favorecía a Inglaterra y que no
contribuía al desarrollo del país (25). Indudablemente el librecambio favorecía el
desarrollo capitalista de Inglaterra, pero favorecía también el desarrollo mundial del
capitalismo. Las condiciones de Inglaterra variaban de acuerdo a sus condiciones de
fortalecimiento del capitalismo y a su política colonial. Pero las de Colombia eran de tal
naturaleza que no podían prescindir del librecambio para impulsar el capitalismo, así
favoreciera los intereses ingleses. La defensa que hace el "regenerador" del
proteccionismo no tiene que ver nada con la situación de Inglaterra, sino con el
problema de lo que él llama el "fomento de las artes". No puede confundirse, por tanto,
el fomento de la industria artesanal con el impulso a la industrialización capitalista.
Cuando Núñez tuvo que defender su política proteccionista en favor de las artesanías
porque estaba golpeando duramente a los consumidores del país por los impuestos
indirectos, expresó: "Entre nosotros el librecambio mercantil no es sino la conversión
del artesano en simple obrero proletario, en carne de cañón o en demagogo, porque ese
librecambio no deja casi vigentes más de dos industrias: comercio y agricultura, a que
no pueden de ordinario dedicarse los que carecen de capital y de crédito" (26). Esta cita
retrata los propósitos de defender la economía artesanal predominante en el país y los
intereses de los terratenientes íntimamente ligados a la preservación de una fuerza de
trabajo campesina sometida. Por eso Núñez concibe la defensa de la industria artesanal
como un prerrequisito de la paz política. Preservando las condiciones artesanales y
terratenientes, Núñez podía adaptarse a las condiciones del desarrollo mundial del
capitalismo, por una parte, y someter la burguesía colombiana incipiente al predominio
terrateniente desde el punto de vista político y económico. La clave de esta
contradicción residía en ese entonces en el régimen político reaccionario y en impedir el
desbordamiento de la proletarización, sin la cual se hacia imposible un verdadero
despegue de la industrialización. Núñez, entonces, acudía a los argumentos más
atrasados como el de que la condición de los proletarios era en Europa y en los países
capitalistas más infeliz que lo que había sido la de los esclavos en la antigüedad: "El
inmenso problema económico que diariamente crece, no ha podido ser resuelto por los
economistas. Sus dogmas han tenido durante medio siglo, decisiva influencia en los
Parlamentos, en la prensa y en la cátedra; y si ellos han contribuido a la supresión de la
esclavitud, por ejemplo, en cambio han hecho surgir, o permitido que surjan, los
proletarios de las fábricas y los rurales, que son más infelices todavía que los antiguos
esclavos urbanos; proclamando el principio de la concurrencia y de la abstención oficial
en materia de industria... El predominio del criterio del interés individual ensalzado por
los economistas no puede ya sostenerse, porque la ola encrespada del sufrimiento se ha
vuelto constante peligro para los pocos cuyos palacios puedan caer en ruinas, como
cayeron los castillos feudales a impulsos de la pólvora, recién inventada entonces’’ (27).
Y reforzaba este argumento que tanto esgrimieron los esclavistas del sur de los Estados
Unidos en la época de la guerra de secesión: "A la época de las guerras brutales ha
seguido allí... la de la lucha por la existencia en la deleznable órbita del comercio, de la
industria y de la explotación agrícola. Pasaron los esclavos y los siervos de la gleba de
los tiempos antiguos; pero el obrero fabril y el obrero rural se hallan en realidad en peor
condición que los esclavos y los siervos; porque nadie tiene interés en su conservación.
El esclavo era una cosa, un valor. El obrero es una entidad anónima, un número
reemplazable por otro número, como se reemplaza en una fábrica un manubrio por otro
manubrio o una rueda dentada por otra rueda dentada, o como se reemplaza una hoz,
por otra hoz en un fundo agrícola’’ (28). Para impedir el surgimiento y desarrollo del
proletariado, había que fortalecer el gremio de los artesanos "porque es este gremio la
fuerza científica, por decirlo así, que debe servir de contrapeso o de fiel dé los platos
extremos de la balanza" (29). La defensa del proteccionismo, entonces, era una
necesidad surgida de impedir la proletarización. Por tanto, el proteccionismo no era una
alternativa para el desarrollo del capitalismo. Tampoco era ya suficiente el librecambio,
aunque seguía teniendo vigencia como un instrumento de descomposición del
campesinado y de capitalización. Lo que no entendieron los "regeneradores" ni la
burguesía representada por los radicales fue la urgencia de una política tendiente a la
inversión de capital en la industria que no fue favorecida por la monopolización de la
banca y el crédito por parte del Estado.

La posición de Núñez y de la "Regeneración" opuesta a realidades incontrastables del


desarrollo capitalista queda aún más clara cuando se considera su pensamiento frente al
problema de la competencia capitalista y su visión francamente opuesta al
individualismo. Para él la competencia es otra forma de guerra. En consecuencia, su
oposición a la guerra, su obsesiva lucha contra todo tipo de guerra, su abstracta posición
frente a la guerra que lo llevó a plantear la defensa de la paz por la paz, el orden, por el
orden, lo hace levantarse contra la competencia capitalista. "La guerra, que llamaremos
económica, es la otra causa fundamental de malestar a que hemos querido referimos.
Esta guerra económica es lo que llaman los economistas competencia (especie de
struggle for life, lucha por la vida)" (30). Y más adelante agrega: "La desaforada
competencia económica es fruto del individualismo proclamado por la filosofía
impropiamente apellidada liberal (impropiamente, por haber conducido a la universal
miseria, como tantas otras cosas así calificadas por la superstición política)" (31). La
ingenuidad o la mala fe han presentado esta lucha contra el individualismo y la
competencia como un signo de que Núñez propiciaba lo que Liévano ha llamado su
"capitalismo de Estado" y otros autores su "socialismo de Estado". Pero el
"regenerador" no enfrentaba contra el individualismo el socialismo, ni mucho menos.
"El socialismo —escribe— es la hidra mitológica cuyas cabezas mutiladas sin cesar se
renuevan. ¿Dónde está el Hércules que habrá de troncharlas radicalmente? Esa hidra no
se abate con fuerza material, sino con espada flamígera" (32). La máxima coincidencia
entre Núñez y Caro radicó en su oposición a realidades concretas del capitalismo, al
individualismo, a la competencia, al "desorden", a la "anarquía". Para ellos todo era lo
mismo. Se inspiraban en ese socialismo cristiano puesto en marcha por León XIII que
buscaba acomodar la Iglesia con ideología feudal y terrateniente a las condiciones
ineludibles del capitalismo al que tanto se había opuesto. El desorden de la competencia
que trajo el capitalismo era, para ellos la anarquía política y la causa de la guerra y el
individualismo pernicioso. Sólo la religión católica y el cristianismo social podían
salirle al paso a la revolución socialista y al avance del capitalismo por igual.
Refiriéndose al proceso que se daba en Alemania, Núñez señalaba: "Pero en contra, en
el nuevo imperio germánico se lidia más desventajosamente con el socialismo, cuya
preponderancia crece cada año, según se deduce de la estadística sucesiva del sufragio.
Y como afirma al final de un artículo extenso que sobre la materia inserta la Revue des
Deux Mondes, y nos hizo notar nuestro amigo el señor Caro, no hay otra solución sólida
allí que la que puede proporcionar la luz evangélica en su ingenua irradiación práctica:
caridad en la cúspide y resignación cristiana en la base de la pirámide. La ciencia y las
bayonetas serán impotentes... La espada de luz a que hemos antes aludido está, pues,
iniciada. No puede ser otra que la estética y la ética católicas" (33).

Núñez no solamente se oponía al librecambio en un momento en que, para el país,


seguía siendo una condición necesaria de su desarrollo capitalista. Se enfrentaba
también a la competencia que es una característica esencial del capitalismo, ineludible
para su expansión y fortalecimiento, así sea como una guerra que causa estragos y
arrasa a los débiles. Igual posición mantenía frente al individualismo, rasgo connatural
de la economía capitalista, sin el cual no le es posible abrirse campo y formar profundas
raíces. El capitalismo está basado en la necesidad de la ganancia capitalista y depende
de la explotación que se haga de los obreros y de la competencia que se entable a, nivel
de la sociedad. No hay duda de que este sistema crea una especie de anarquía
económica y social (34). Esta especie de anarquía social, de necesidad de libre
movimiento y de total libertad inherente al capitalismo de libre competencia es lo que
aterroriza a Núñez y, por supuesto, a Caro. La democracia política que es la forma de
Estado natural del capitalismo, como lo señala Lenin, es, en cierta medida, una anarquía
social sistematizada con ciertas regulaciones mínimas que no dejen desintegrar el
sistema (35). El hecho de que el capitalismo exija la democracia liberal, proviene de su
ineludible necesidad de libertad de oferta y demanda para permitir campo abierto a la
competencia. Como ya lo hemos mostrado en la Primera Parte, el imperialismo
modifica estas condiciones al agudizar la contradicción entre la superestructura política
de democracia que impulsa la libertad y la igualdad y la infraestructura económica que
desde un principio niega las dos mediante la explotación del obrero y la división
irreconciliable de las dos clases enfrentadas, capitalista y proletaria (36). Al negar el
imperialismo la libre competencia e imponer el monopolio, tiene que proceder a negar
la democracia y a establecer el régimen autocrático. He ahí también una coincidencia
más de Liévano y López Michelsen, los cuales ven un acercamiento del régimen
autocrático de la Colonia y el que va "imponiendo el capitalismo monopolista de
Estado, del que son fervientes defensores. La obsesión de Núñez y Caro con la anarquía
existente y con la necesidad del orden, se origina en su posición proterrateniente y en la
defensa de un régimen que salvaguarde los intereses de los terratenientes aun a través
del desarrollo del capitalismo. La derrota política que infligen a la burguesía y las
condiciones económicas que imponen en favor de los terratenientes, preparan el terreno
para la entrada del imperialismo que encontrará unos terratenientes fortalecidos e
inexpugnables dispuestos a entablar una alianza del imperialismo que asegurará sus
intereses y asegurará un desarrollo modemizador sin tocar sus privilegios feudales. Por
eso Núñez y Caro se revelan contra el régimen democrático y disfrazan su postura con
una apología de la autoridad, de la limitación de las libertades, de la paz y de la lucha
contra el desenfreno desatado por los radicales decimonónicos que sólo pensaban en la
guerra. La preocupación por la paz es justa. Pero la paz no es un ente abstracto que
venga a la tierra por la buena intención de los personajes que aspiran a ella. La paz tiene
condiciones. Para 1880 la paz carecía de los mínimos requisitos en Colombia. Era
indudable que no se había resuelto el conflicto existente desde la revolución de
independencia y que constituía la esencia de la revolución democrática en Colombia, a
saber, el conflicto entre las fuerzas propulsoras del capitalismo y las fuerzas
anticapitalistas, entre los terratenientes feudales y los comerciantes procapitalistas. La
paz, por tanto, en cualquier instancia, mientras ese conflicto no se resolviera en favor de
las fuerzas procapitalistas, iría a favorecer a los terratenientes. En todos los países
capitalistas del orbe se libró esa lucha. Y sólo la definición de la guerra resolvió el
problema. Núñez, por ejemplo, ve con horror la guerra civil norteamericana,
precisamente, mediante la cual se consolidó el proceso capitalista de Estados Unidos y
la derrota de los terratenientes feudales y esclavistas (37). Es su visión anticapitalista
que defiende los intereses de los terratenientes.

Tal vez los hechos y las medidas de la "Regeneración" no correspondan a su ideología y


a sus manifestaciones. Los autores de la "nueva historia" han venido repitiendo la tesis
de Liévano sobre los grandes avances de la economía colombiana en la época de la
"Regeneración" y sobre su gran contribución al desarrollo capitalista del país (38).
Atribuyen, sobre todo, este efecto benéfico de progreso a tres medidas: a la protección
aduanera que estimula la industrialización, al establecimiento del Banco Nacional, y al
impulso a la infraestructura ferrocarrilera. El proteccionismo y el monopolio bancario
establecido por el Banco Nacional fueron medidas económicas exclusivamente
orientadas a golpear los intereses de los comerciantes que apoyaban, principalmente, al
partido liberal (39). Ya hemos señalado el carácter del proteccionismo como una
medida regresiva y opuesta al desarrollo capitalista del país en el momento que vivía
Colombia. Es necesario hacer algunas consideraciones sobre el Banco Nacional. Ospina
Vásquez tiene el siguiente análisis: "El lo de enero de 1881 abrió operaciones el Banco
Nacional con capital suministrado íntegramente por el Estado (anticipo de las regalías
del ferrocarril de Panamá). El objeto primordial de la institución era hacer préstamos al
gobierno. No hay para qué entrar en el proceso que llevó primero a la aceptación
forzosa de sus billetes en parte de los pagos hechos a los gobiernos nacional y
seccionales, y luego a la exclusividad del privilegio de emisión y la inconvertíbílidad, y
por último a la liquidación del banco. La restricción de las facultades de los bancos
particulares fue desastrosa para la economía del país, y especialmente para la de
Antioquia. El privilegio volvía al Estado, quien hubo de extraer de este recurso todo lo
que podía dar, en la etapa final del periodo. Para darse cuenta de lo que fue aquello
basta seguir el curso de la cotización de los cambios sobre el exterior; pasan de 7 a 16%
de primera en 1881 al 36% en diciembre de 1885, a 111% en junio de 1888, para caer
luego al 100%, alrededor de cuya cifra se mantienen hasta los primeros meses de 1893;
con fluctuaciones marcadas, se llega al 200% en agosto de 1898. En diciembre del año
siguiente se llega al 550%, y en marzo de 1900 al 1.000%. A principios del año
siguiente se llega al 5.000 %, y a principios de 1903 al 10.000. La cotización se
estabiliza alrededor de esa cifra (con algunos movimientos bruscos, poca duración)
hasta la conversión, en tiempo de Reyes (al 10.000%)" (40). El testimonio directo de
Tomás O. Eastman sobre las consecuencias inmediatas de las medidas económicas de la
"Regeneración’’ resulta elocuente: "Diose pues a purificar las costumbres, a hacer
propaganda de las sanas ideas, a enseñarnos religión... empeñóse en hacer que hacía
caminos, puentes, plazas, muelles, monumentos, estatuas, palacios, murallas, museos,
jardines; subvencionó ferrocarriles, vapores, empresas de todo género; en una palabra,
se convirtió en maestro, empresario y protector de todas las cosas habidas y por haber.
Vemos algunas consecuencias necesarias de semejantes proezas: Como ellas no se
realizan sin dinero, fue preciso aumentar desmesuradamente las contribuciones y hubo
que ocurrir a arbitrios como el papel moneda y los monopolios. Con lo primero infligió
a la industria una sangría copiosa y debilitante. El papel moneda hizo oscilar el tipo de
cambio; perturbó los precios de los artículos y servicios; alteró sin pacto previo las
relaciones existentes entre acreedores y deudores y entre capitalistas y trabajadores;
desvió los capitales de su giro natural; en asocio con las altas tarifas aduaneras, levantó
una especie de muralla china alrededor del país, para que no llegase hasta nosotros, o
llegase tan debilitada cuanto fuese posible, la influencia del progreso industrial en el
exterior; y después de hacernos pasar por las angustias de una alza de las letras, nos
traerá en conclusión los horrores de una baja, aún peores que los del alza. De los
monopolios no hay para qué hablar, pues sus inconvenientes son hoy visibles para todo
el mundo. Cualquiera de esos males bastaría por sí solo para condenar cualquier sistema
político" (41).

La confusión de base respecto a la interpretación del Banco Nacional radica en


colocarlo como un banco central de una economía capitalista. Colombia vivía un
momento crucial de su desarrollo económico en que se iniciaba un proceso de lucha por
la industrialización. Era indudable que la banca tenía que jugar un papel definitivo, por
ser intermediaria de los comerciantes. Pero esa banca no era de carácter totalmente
capitalista, sino que dependía del carácter del capital comercial precapitalista de
naturaleza independiente de la producción (42). Lo que hace Núñez es monopolizar la
función bancaria, como lo hace con otras actividades económicas al modo de la
Colonia, de intermediario de los comerciantes en el Estado. La quiebra de la banca
privada, principalmente la antioqueña, significó la supresión de un elemento esencial
para el proceso comercial. El papel del Banco Nacional no era regulador como el que
tenían los bancos centrales capitalistas en otras partes del mundo capitalista avanzado,
los cuales, en realidad, respondían más al proceso de monopolización y de comienzo de
prevalencia del capital financiero. La unificación de la moneda que trajo el Banco
Nacional no exigía la monopolización estatal de la función bancaria. Carlos Martínez
Silva lo señalaba en su momento como un representante de ese sector de los
terratenientes que estaba en proceso de convertirse en burgueses, como lo hemos
analizado anteriormente. Decía Martínez Silva: "No hay necesidad de entrar a demostrar
aquí cuan perjudicial es el monopolio oficial, o en manos de una compañía particular de
la industria bancaria. Cuestión es ésta tratada en cualquier manual de economía política,
y se necesita ser intonso en la materia para sostener el sistema de monopolio en este
tiempo, en que la civilización cuenta como una de sus mayores conquistas, el haber
alcanzado en todos los pueblos cultos la libertad de comercio. Sólo como recurso fiscal,
y eso en muy determinadas circunstancias, puede justificarse hoy el monopolio de un
ramo de industria. Pero tratándose de la bancaria, las razones que militan a favor de la
libertad son más fuertes que en ningún otro caso... La competencia es el alma y el
estímulo de toda empresa; donde falta ese aguijón, la industria desfallece y muere..."
(43).

3. La lucha contra la "Regeneración"

La lucha política que desencadenó la "Regeneración" provino, por una parte, de los
comerciantes que vieron limitada y amenazada su libertad de comercio y, de otra parte,
de un sector de terratenientes y comerciantes que iban convirtiéndose en industriales y
vieron en peligro sus nuevos intereses. Las dos causas principales de la lucha radican en
el proteccionismo y en el monopolio bancario. Es posible que puedan aducirse otras
causas económicas, pero no tan determinantes como estas dos. Las fuerzas políticas del
país se dividieron frente a la " Regeneración" en tres posiciones. El partido liberal
dirigido por los radicales presentó una oposición desde el principio del movimiento de
Núñez hasta el final de la guerra de los mil días. El partido nacional de Núñez y Caro,
compuesto por los independientes de Núñez, salidos del partido liberal y el
conservatismo en pleno que fue dividiéndose a medida que se agudizaron las
contradicciones del proceso regenerador, se constituyó en su soporte. El conservatismo
histórico, dirigido por el general Marceliano Vélez y Carlos Martínez Silva, que rompió
con el partido nacional ya avanzado el proceso de la ’’ Regeneración’’.

El partido liberal del siglo XIX fue un partido que empezó a sufrir un proceso lento de
descomposición desde la Convención de Rionegro, primero por su oposición a las
medidas de Mosquera frente a la desamortización de bienes de manos muertas y frente a
la Iglesia, y segundo por la tendencia de un sector de los comerciantes a invertir sus
excedentes en propiedad territorial. De este último sector surgió el partido
independiente de Núñez. Pero de la oposición a Mosquera también se desarrolló una
tendencia conciliacionista con los terratenientes que va a ser representada dentro de los
radicales en su oposición a la "Regeneración" como los pacifistas en el momento en que
el partido liberal tiene que definir su conducta frente a Caro. Esto significa que en el
partido liberal después de la Constitución del 63 van apareciendo tres tendencias: una
que es fiel a los principios del liberalismo decimonónico y que no concilia con el
partido conservador, por lo menos hasta la guerra de los mil días; otra que se mantiene
dentro del partido liberal, pero conciliador en los principios del liberalismo, que va a
enfrentarse de distintas maneras a la fracción más radical y persistente en los principios;
y otra que conforma el partido nacional con los conservadores y acaba fundiéndose con
el partido conservador. Estas tres tendencias hacen crisis en el período que va de 1880 a
los primeros años del siglo veinte. Se ha acusado al partido liberal de haber lanzado a
Núñez en brazos del conservatismo por la oposición violenta que desde el principio del
proceso de la "Regeneración" le presentó. Pero la razón la tenia el liberalismo radical en
oponerse a Núñez que lanzó un movimiento de restauración a favor de los
terratenientes, con los cuales coincidía ideológica y políticamente. La línea de Núñez no
se modifica substancialmente en sus escritos y en su conducta de 1880 a 1896, ni su
coincidencia con Caro, como lo hemos tratado de demostrar, es puramente casual o
adjetiva. El Banco Nacional, por ejemplo, se convirtió en un instrumento de
financiación de los terratenientes, no solamente para la represión de los liberales, sino
para la guerra de los mil días (44). La oposición liberal a Núñez adolecía de un
problema fundamental y consistía en la división de intereses dentro de los comerciantes
que sostenían al partido liberal. Si el partido liberal inició muy rápido su
descomposición, se debió precisamente al carácter de la clase que era su apoyo
fundamental, clase históricamente en transición y que no poseía sus raíces en la
propiedad territorial como los terratenientes ni la fuente de su atesoramiento provenía
de la propiedad de los medios de producción industriales como la burguesía industrial.
Este era el carácter de los comerciantes precapitalistas agentes principales de la
revolución burguesa en Colombia, los cuales dependían del capital comercial. Por eso
los comerciantes no poseían una ideología propia, aunque en la lucha por la
independencia y por la revolución democrática hubieran adoptado las ideas de la
burguesía industrial, las del liberalismo revolucionario que impulsó el surgimiento y
avance del capitalismo en el mundo. Dentro del partido liberal unos sectores, pocos, se
mantuvieron fíeles a esos principios; otros sectores, la mayoría, claudicaron en el fragor
de la lucha contra los terratenientes; y los demás traicionaron pasándose a los
terratenientes y adoptando su ideología. Estos factores fueron los que hicieron
relativamente fácil la tarea de Núñez en el proceso de un movimiento esencialmente
proterrateniente. No fue, no podía ser en la época en que ya el capitalismo pasaba de su
maduración a la decadencia, la restauración del feudalismo, pero sí significaba la
garantía al régimen de monopolio feudal de la tierra para los terratenientes.

En la época de auge de la "Regeneración", en el momento de la elaboración y discusión


de la nueva Constitución, y durante los primeros años de su vigencia, el partido
conservador parecía haber desaparecido para fundirse con el partido nacional de Núñez.
Todo el partido conservador se puso de parte de la "Regeneración". Ya hemos visto
cómo Caro se convirtió en su baluarte fundamental hasta el punto de haber llegado a ser
el redactor del texto mismo. Pero es necesario, por los acontecimientos posteriores de la
división conservadora, ofrecer los testimonios de uno de los jefes más connotados de
ese partido, Carlos Martínez Silva. "Con absoluta seguridad —afirma— puede decirse
por lo mismo, que ninguna de las Constituciones que ha tenido la república ha sido fruto
de un trabajo más sereno y meditado. Defectos podrá tener la de 1886, pero en ningún
caso habrá de tachársele de taita de sistema, de ligereza o de inconsistencia. En ella hay
plan y unidad perfecta; y como no ha sido hecha ni en contra ni a favor de nadie, ni ha
sido inspirada por ningún sistema exclusivista y absoluto, como está calcada en nuestra
propia y peculiar condición social y política, es de presumirse que está destinada a vida
larga y robusta, no estacionaria ni momificada, sino progresiva, porque los
constituyentes de 1886 no han tenido la soberbia y la vana presunción de los de 1863,
que consideraron su obra acabada, perfecta e irreformable. Esta otra Constitución,
dejando la puerta abierta a las enmiendas, ha fiado su ratificación definitiva a la
voluntad nacional genuinamente expresada... La Constitución de 1886, promulgada el 7
de agosto, se caracteriza por cuatro rasgos dominantes: restablecimiento de la unidad
nacional; libertad de la Iglesia Católica; libertades individuales prácticas y bien
definidas; robustecimiento del principio de autoridad" (45). Estas cuatro características
que señala Martínez Silva han sido acogidas por casi todos los tratadistas e historiadores
como los rasgos determinantes de la Constitución del 86. No solamente coincidía
Martínez Silva con Núñez y Caro en el proceso de la "Regeneración", sino que estaba
de acuerdo con todo su contenido, lo mismo en la oposición a los radicales y en la
interpretación de su obra que en la forma autoritaria y autocrática que debía tomar el
nuevo gobierno. "Pero de nada servirían todas esas saludables reformas —decía— si no
hubiera organizado un gobierno suficientemente fuerte para defender la sociedad contra
los ataques de los hombres audaces y depravados. Los que parten del anárquico
principio de que el gobierno es un mal necesario fueron lógicos al reducir la autoridad a
la impotencia; la experiencia que ha enseñado qué funesta cosa es anular la acción del
gobierno por malo que él sea, para depositar toda la suma de la autoridad de que se le
despoja en manos de los que quieran tomarla y ejercerla sin responsabilidad y sin
contrapeso... Demostrado que los gobiernos débiles son de suyo violentos, era necesario
constituir un gobierno fuerte para hacerlo suave en su ejercicio" (46). No había dudas de
que el partido conservador cerraba filas en torno a la Constitución del 86 y que los
argumentos para defenderla y propiciarla no diferían de los de Núñez.

Pero pasados diez años después de su promulgación, las contradicciones de una


Constitución que había intentado por encima de cualquier otra consideración reforzar el
poder económico y político de los terratenientes, afloraron en una forma tan violenta
que iban a llevar al país a la más cruenta de las guerras civiles. Con el movimiento de la
"Regeneración" se cerraban en Colombia las posibilidades de que la burguesía llevara a
cabo la revolución democrática que se había iniciado con la revolución de
independencia. En efecto, el camino de una reforma agraria democrática que liquidara el
régimen terrateniente y neutralizara su poder político quedaba cerrado. El regreso al
proteccionismo y al monopolio bancario habían sido golpes muy fuertes a las fuerzas
burguesas que, mal que bien, venían propiciando el avance del capitalismo en el país.
Pero el regreso al despotismo y al autoritarismo consagrados en la Constitución del 86,
al igual que la práctica de la autocracia por parte de Caro desde el gobierno, aprobada
por Núñez desde su estratégico retiro de la presidencia, colmaron la tasa de las
contradicciones. No solamente apuró la crisis del partido liberal, sino que también
dividió al partido conservador. Martínez Silva salió como el abanderado de un sector
del partido conservador que tenía su asiento, principalmente en Antioquia, y que
representaba una débil tendencia terrateniente a pasar a la industria, pero que poseía
intereses significativos en la floreciente economía cafetera impulsada, entre otros
factores, por la colonización hacia el sur (47). Martínez Silva encama la contradicción
del partido conservador, en el que iban surgiendo fuerzas que favorecían el desarrollo
del capitalismo, aunque no fueran capaces de desprenderse por completo de sus
intereses terratenientes y, más adelante, claudicaran totalmente ante ellos. Su violento
artículo contra la ley que establecía el Banco Nacional que ya hemos citado se
contradice, en cierta manera, con su apoyo irrestricto que por la misma época le daba a
la Constitución del 86. Afirmaba, entonces, "muchas tiranías se han presentado en el
mundo, y la historia está llena de atropellos y violencias cometidos por los gobiernos
despóticos; pero hasta ahora no teníamos noticia de que a ninguno se le hubiera
ocurrido obligar a sus súbditos o ciudadanos a entrar con él, en determinado género de
especulaciones. Esa pretensión que a los cesares romanos hubiera parecido ridícula,
estaba reservada para estos tiempos de libertad y de progreso... Mañana, si el proyecto
que analizamos llegara a convertirse en ley, otro acto legislativo podría expedirse para
imponer multas o prisión al que no sembrara café, o al que tuviera trapiche movido por
bueyes, o al que no empleara en sus labranzas arados Collins" (48). Estas palabras las
escribía en 1880. Casi veinte años después, en medio de los sufrimientos impuestos por
la Constitución del 86, en respuesta a la siguiente aseveración de Caro: "Es que el juicio
es más sereno y amplio, y la apreciación del interés común más certera, en altos puestos
de dirección unipersonal y de gran responsabilidad moral, que en medio de las
agitaciones parlamentarias y de los meetings populares" (49). Martínez Silva fustigaba
los resultados de la "Regeneración" en esta forma: "Por desgracia para la escuela
absolutista, la doctrina que hoy se pretende hacer prevalecer en Colombia lleva en su
contra una dolorosa experiencia. Nadie pretenderá sostener que aquí hay al presente
régimen parlamentario, ni elecciones populares, ni partidos organizados, ni meetings, ni
prensa libre, ni ministros responsables y sometidos a los vaivenes de la política, ni se
conoce medio alguno para que la opinión pública se haga sentir en los consejos de
gobierno. Prevalece en él de tiempo atrás la ’dirección unipersonal y de gran
responsabilidad moral’; y sin embargo, en nada se ve aquella certera apreciación del
interés común, tan encomiada por los maestros y doctores de la nueva ley" (50). Ya
había roto con la "Regeneración", había iniciado la oposición a Caro que conduciría al
restablecimiento del partido conservador, y había iniciado la división conservadora
entre "históricos" y "nacionalistas".

4. División del partido conservador

Entre enero de 1896 y agosto de 1897, al mismo tiempo que arrecia la oposición liberal
y se prepara la guerra civil, se materializa la división conservadora, con la publicación
del famoso Memorial de los 21, elaborado por Martínez Silva, y con el retiro del apoyo
al gobierno. En julio de 1896, Martínez Silva sostiene una polémica con Caro sobre el
carácter del partido conservador. Caro decía: "El partido que ejerce hoy el poder público
se compone de los elementos que concurrieron a reintegrar la nación y expedir la
Constitución de 1886 y que hayan permanecido fíeles a su bandera. Este partido es
conservador en cuanto sostiene y conserva el orden constituido, el respeto a la autoridad
y la concordia con la Iglesia, base de la paz social. Pero no es éste un partido
reaccionario. El partido que votó la Constitución de 1886 no puede ser el mismo que
había votado la del 58, porque ésta y aquella ley fundamental son antagónicas. El
partido que sustenta la Constitución del 86 se fundó para efectuar y defender una gran
transformación política que se ha llamado regeneración; es un organismo que tiene
principios y fines determinados, vida y desarrollo propios, y por lo mismo, un nombre
propio, el cual es el hermoso nombre del partido nacional, bajo el cual, con la obra que
ha realizado, se presentará ante el tribunal de la posteridad" (51). Entonces Martínez
Silva le responde. Por fin Caro declara públicamente lo que venía diciendo desde hace
mucho tiempo, que no hay partido conservador. La Constitución del 86 no representa en
modo genuino las doctrinas tradicionales del partido conservador. El partido
conservador no dictó esa Constitución. Simplemente la acogió porque consagraba dos
puntos fundamentales capitales de la doctrina conservadora, la unidad nacional y el
reconocimiento de los derechos de la Iglesia Católica. De esa Constitución surgió "todo
un sistema político y administrativo" que todavía no ha sido suficientemente estudiado y
de ahí la confusión reinante en torno a lo que pasa. El partido nacional son dos cosas: la
Constitución, el sistema político y administrativo a que dio origen, y el hombre, Caro.
No solamente hay que rechazar al hombre, sino también al sistema a que dio origen esa
Constitución. Martínez Silva no estaba contra la Constitución del 86, sino contra el
sistema que la dirección unipersonal de Caro había establecido apoyándose en ella (52).
Pero la preocupación principal suya radicaba en la crisis del partido conservador. Para
él el partido nacional no era el partido conservador menos los independientes, sino un
partido diferente. Por eso decía: "¿Y el partido conservador, existe, o no? se preguntan
algunos. La respuesta es sencilla: existen aún conservadores, en mayor número acaso de
lo que comúnmente se cree; pero partido organizado con este nombre, capaz de influir
en la dirección de la política y en los destinos del país, en ninguna parte se ve.
Absorbidos unos de sus antiguos miembros por el nacionalismo, separados otros
francamente de esta bandería, deseosos los más de volver a las antiguas filas, pero
detenidos por el espantajo del "enemigo común" y por el miedo de que se les tilde de
disidentes, ninguna acción colectiva, ningún movimiento de independencia, ningún
conato de organización ejecutan, y de bueno o mal grado los más de ellos siguen
uncidos al carro del nacionalismo, renegado por lo bajo, alimentándose de ficciones y
viviendo en perpetuas transacciones con la conciencia" (53). Así se materializó la
división del partido conservador, la cual estuvo a punto de llevar a que los "históricos"
apoyaran a los liberales en la guerra de los mil días.

El sentido fundamental de esta división conservadora consiste en el acercamiento básico


entre el partido liberal y el conservatismo ’’histórico’’. La oposición a la Constitución
del 86, aun así fuera por motivos no siempre idénticos, manifestaba coincidencia de
intereses. Martínez Silva se levantaba contra el sectarismo, defendía la participación del
partido liberal, fustigaba su exclusión total de la política, hasta el punto de ser
considerado liberal por los adalides conservadores del clero. En una famosa polémica
del presbítero Baltasar Vélez con la jerarquía y con el clero conservador, en que
Martínez Silva servia como protagonista, fueron condenadas las posiciones proliberales
de los dos, por estar fuera de la ortodoxia eclesial (54). Por esta razón se ha considerado
a Martínez Silva como precursor de la Unión Republicana, un partido de corta vida que
agrupó a liberales y a conservadores (55). Para Martínez Silva los dos partidos
tradicionales estaban en crisis, porque ninguno de los dos correspondía a los intereses
nacionales. A medida que se acerca la guerra de los mil días, se hace más notorio el
enfrentamiento dentro de los dos partidos. En el liberal los partidarios de la guerra que
se oponen a los pacifistas. En el conservador, los "históricos" están contra Sanclemente.
El mismo Martínez Silva anotaba: "Error y prueba de miopismo político es considerar
esas divisiones en los partidos como obra de ambiciones y de las impaciencias de unos
pocos agitadores díscolos e indisciplinados. En ellas hay siempre un fondo de
convicciones honradas y sinceras, y tarea vana es tratar de detenerlas o de ocultarlas por
medio de artificiales combinaciones" (56). Y caracterizaba la división de los dos
partidos: "De esta suerte, ninguno de los dos grandes partidos llamados históricos, que
en épocas pasadas contribuyeron ambos, a su medida, y a pesar de sus exageraciones, al
progreso del país, corresponde hoy a las aspiraciones verdaderamente nacionales. Uno y
otro hicieron su obra, y como entidades apegadas a un pasado que no puede revivir, no
tienen nada nuevo ni bueno que ofrecer a la nación; viven de recuerdos, se alimentan de
odios y de pasiones, debilitados en lo interior por las naturales disidencias. e
incapacitados para obrar de un modo benéfico en favor del país, por las desconfianzas
que recíprocamente se inspiran. Situación tan anómala e irregular no cesará sino cuando
los políticos de uno y otro bando reconozcan los hechos cumplidos por modo
irremediable, y en vez de consumir inútilmente sus energías en mantener unidades
artificiales, promuevan sin miedo la liquidación definitiva de los elementos
heterogéneos que constituyen nominalmente cada partido" (57).

Colombia vivía una época en que las fuerzas económicas del capitalismo que
lentamente se habían ido abriendo paso, por encima de todas las torpezas,
conciliaciones, vacilaciones y traiciones de los comerciantes representados por el
partido liberal, y superando la oposición radical de los terratenientes expresada en el
partido conservador, se encontraron con una Constitución política que recortaba las
garantías democráticas, eliminaba los respiraderos políticos de las clases que se abrían
campo, restauraba el despotismo colonial sin monarquía, imponía una talanquera
insoportable para los comerciantes que pugnaban por salir adelante en sus negocios,
destrozaba los poros del sistema económico de un momento de transición, y concedía,
en esta forma, plenas garantías a las fuerzas de los terratenientes más reaccionarios,
mientras aplastaba sin contemplaciones a las desorganizadas y todavía no bien
consolidadas fuerzas procapitalistas. Una corriente no bien constituida, incipiente, un
tanto amorfa si se quiere, de burguesía industrial integrada con comerciantes y con
terratenientes, pugna para abrirse campo, por defender sus intereses, por recuperarse del
golpe mortal que les ha asestado la "Regeneración". Del lado de los terratenientes, esa
corriente es representada por los conservadores "históricos". No dejan de ser
terratenientes, no abandonan su partido conservador y sus tendencias reaccionarias
enraizadas en la lucha del siglo XIX, pero no soportan las medidas que les impone la
"Regeneración" y que, objetivamente, atenían contra sus incipientes interésese de
burguesía industrial. Esa contradicción, de conservadores decimonónicos
transformándose en burguesía industrial, es la que expresa la lucha enconada y ambigua
que libra Carlos Martínez Silva. En el partido liberal la lucha será más clara, más
enconada, más decisiva. Lo veremos inmediatamente. Lo que simboliza esta lucha
intensa contra la "Regeneración" es la defensa de las garantías democráticas y el
reconocimiento de todas las fuerzas políticas. Quizás allí radica su fortaleza, pero
también su debilidad, porque ni en el partido liberal ni en los "históricos" aparece con
claridad un objetivo económico y social que garantice esa lucha intensa y profunda que
caracteriza el último quinquenio del siglo XIX y el primero del siglo XX.

En un país como Colombia, atrasado y feudal, como lo era al comienzo del movimiento
de la "Regeneración", es un adefesio histórico defender que se dio impulso al desarrollo
económico del país con una política terrateniente y reaccionaria. La "Regeneración",
Núñez y Caro, el partido nacional, no representan sino un movimiento de restauración
despótica, autocrática y antidemocrática, al mismo tiempo que la garantía definitiva
para el régimen terrateniente que iría a subsistir en Colombia por encima de todas las
transformaciones y modernizaciones. Bajo esa caracterización pueden juzgarse las
demás interpretaciones que se han esgrimido sobre este período histórico. La defensa
que Líévano Aguirre y López Michelsen hacen de Núñez queda completamente al
descubierto y su famoso "capitalismo de Estado" no es sino la aplicación de su ideología
de mitad del siglo XX proimperialista a la tendencia despótica y autocrática de tinte
colonial español de Núñez y Caro, en lo cual consiste la coincidencia reaccionaria de la
concepción de Liévano y López con la práctica política de Núñez y Caro. Algo parecido
podría decirse de Núñez como adalid de la unidad nacional. Fue este el argumento de
los conservadores para apoyar las ideas de Núñez y abanderarse de ellas. Pero ni desde
el punto de vista económico, con un mercado interior, ni desde un punto de vista
político, de la desmembración del país, esa unidad peligró verdaderamente. Todas las
guerras civiles que siguieron a la Constitución de Rionegro y que tuvieron alguna
trascendencia, giraron sin excepción en torno al poder central del Estado y ninguna tuvo
como objetivo la independencia de uno o varios Estados. El argumento de que Núñez y
la "Regeneración" constituyeron un movimiento de fortalecimiento del Estado es
completamente ambiguo. Si se trata de un fortalecimiento del Estado en relación a
luchas externas, quedaría completamente sin piso ante la impotencia de Colombia para
enfrentar el robo de Panamá y del canal. Y si es un fortalecimiento del Estado hacia el
caos y la anarquía interna, este es el argumento de los más reaccionarios defensores de
la "Regeneración’’ manifiesto en los documentos de Núñez y Caro. El fortalecimiento
del Estado puede ser un argumento esgrimido tanto por los colonialistas españoles de la
monarquía, como por los terratenientes feudales del siglo XIX y los fascistas más
recalcitrantes del siglo XX. La "Regeneración" fortaleció el régimen central autoritario
contra las fuerzas progresistas del país, ya bastante debilitadas y desorientadas y en
favor de las corrientes más reaccionarias.

Este momento fundamental de la historia de Colombia que significa la "Regeneración",


quedó signado por la incapacidad de la burguesía para resolver el problema del
desarrollo capitalista del país, no solamente contra los terratenientes, sino en un proceso
de superación de los comerciantes quienes se guiaron en ciertos momentos por la
ideología de la burguesía mundial. Los radicales no ofrecieron salidas que definieran el
camino para el despegue del capitalismo en el país sin permitirle a los terratenientes
tanto su supervivencia como su poderío. Se había iniciado en el mundo la era del
imperialismo, es decir, de la decadencia del capitalismo y en Colombia todavía no había
despegado el capitalismo. Los terratenientes no enfrentaban el peligro del proletariado
que los forzara a adaptarse más rápidamente a las condiciones capitalistas. Si hubiera
sido otra época, la "Regeneración" hubiera restaurado el feudalismo puro. Esas
posibilidades estaban cerradas. Con la "Regeneración" se guardaron las espaldas y lo
que hizo Núñez históricamente, objetivamente, aparte de sus deseos subjetivos y de sus
intenciones, fue preparar las condiciones políticas y la organización estatal para la
entrada de Colombia al siglo veinte con la dominación del imperialismo. De todas
maneras, el punto de partida de un estudio del siglo veinte depende, en gran medida, de
la interpretación dada a esta etapa de transición que coloca al partido liberal en una
profunda crisis y hace tambalear al partido conservador.

NOTAS

(1) Indalecio Liévano Aguirre, Rafael Núñez, Segundo Festival del Libro Colombiano, Bogotá, pág. 447.

(2) Ibid., págs. 144-145 (el subrayado es nuestro).

(3) Indalecio Liévano Aguirre, "Prólogo", en Rafael Núñez, La reforma política en Colombia, 7 vols..
Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Bogotá, 1945, vol. VI, t. 2, pág- 9.

(4) Ibid., pag. 10 (el subrayado es nuestro)

(5) Alfonso López Michelsen, El Estado fuerte, Editorial Revista Colombiana, Ltda,, Bogotá, 1968, citas
extractadas de la primera parte, passim, (el subrayado es nuestro).

(6) Ibid., pág. 32.

(7) Op. cit., pág. 37.

(8) Ver, por ejemplo, Núñez, op. cit., vol. II, págs. 225-228; vol. III, págs. 199, 209; 209-217; vol. VII,
págs. 77-82.

(9) Miguel Antonio Caro, "Imperio de la legalidad", Obras completas, Imprenta Nacional, Bogotá, 1932, t
VI, pág. 3 (el subrayado es nuestro). Ver texto completo en la Antología, Parte III.

(10) Ibid., pág. 10.

(11) Caro, "Mensaje dirigido al Congreso Nacional en la apertura de las sesiones ordinarias de 1894", op.
cit., págs. 106-117.

(12) Núñez, op. cit., vol. VII, págs. 36-37.

(13) Ibid., vol. III, pág. 130.

(14) Caro, "Mensaje al Congreso Nacional", op. cit., pág. 178. Ver texto completo en la Antología, Parte
III.

(15) Núñez, op. cit., vol. III, pág. 130.


(16) Caro, op. cit., pág. 178.

(17) Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Edit. La Nueva
Prensa, Bogotá, t.1.

(18) Ver cap. 1°. aparte 3.

(19) López Michelsen recorrió las plazas de Colombia como jefe del Movimiento Revolucionario Liberal
(MRL), atacando al capitalismo y al individualismo en favor del intervencionismo estatal, y amplios
sectores intelectuales creyeron ver en esta postura la de un nuevo revolucionario, cuando, en realidad,
sólo se reducía, por una parte, a pensar en el estado colonial autocrático que la revolución de
independencia había barrido, y en el capitalismo monopolista de Estado que el imperialismo
norteamericano le venía exigiendo a la oligarquía liberal conservadora como garantía del endeudamiento
externo y de su dominación.

(20) Marx, "Discurso sobre el librecambio", en Escritos económicos varios, Editorial Grijalbo, México,
1962. Ver la nota 11 de la Parte I, cap. 3o.

(21) Marx, El capital, t.1, cap. 24.

(22) Kalmanovitz, La transición según McGreevy, una interpretación alternativa. Instituto de Estudios
Colombianos, mimeógrafo, julio de 1975.

(23) Núñez, op. cit., t. IV, p. 108.

(24) Luis Ospina Vásquez, Industria y protección en Colombia, Editorial Santa Fe, MedellÍn, págs. 287-
292.

(25) Op. cit., t.I (2) págs. 241-250.

(26) Ibid, pág. 246.

(27) Op. cit-, t. III, pág. 45.

(28) Op. cit., t. III, pág. 45.

(29) Citado por Luis Ospina Vásquez, op. cit., pág. 290

(30) Op. cit., t. III, pág. 213.

(31) Ibid., pág. 215.

(32) Ibid, pág. 46.

(33) Ibid., pág- 47 (el subrayado es nuestro).

(34) Marx hacía notar que el capitalismo de libre competencia consistía en el establecimiento del
despotismo interno dentro de la fábrica, con una disciplina estricta y una jerarquización rígida, mientras
se exigía el caos y la libertad total de la oferta y la demanda en la organización de una sociedad dada, sin
la intervención del Estado. Marx, El capital, t.I, cap. XII, aparte 4.

(35) Lenin, "El Estado y la revolución". Obras escogidas, 3 vols., Editorial Progreso, Moscú, vol. II.

(36) Lenin, "La caricatura del marxismo y el economismo imperialista", Obras completas, Editorial
Cartago, Buenos Aires, t. XXIII.
(37) Contrasta con la actitud de Núñez contraria a la guerra civil norteamericana, el apoyo que Marx y
Engels brindaron a la lucha de Lincoln contra los esclavistas sureños, porque era favorable para el
movimiento obrero mundial. Ver Karl Marx y Federico Engels, The Civil War In the United States,
International Publishers, New York, 1973, passim.

(38) Liévano Aguirre, Núñez..., cuarta parte, capítulo primero. Ver Kalmanovitz, op. cit.; Jorge Orlando
Melo, "La república conservadora", Colombia hoy, Editorial Siglo XXI, México, 1978.

(39) Ver, Liévano, Núñez; Luis Martínez Delgado, "República de Colombia", t.I (1885-1895), en Historia
extensa de Colombia, Ediciones Lerner, Bogotá, 1970, vol. X, cap- XI y XII; Joaquín Tamayo, Núñez,
Editorial Cromos, Bogotá, 1939.

(40) Ospina Vásquez, op. cit., pág. 278 (el subrayado es nuestro).

(41) Tomas O. Eastman, "Panegírico de la Regeneración", El Autonomista, Bogotá, mayo 24 de 1899 (el
subrayado es nuestro).

(42) Ver Marx, El capital, t III, cap. XX.

(43) Carlos Martínez Silva, "El proyecto del Banco Nacional", Obras completas. Imprenta Nacional,
Bogotá, 1937, t. VIII, pág. 239. La adopción del papel moneda por el Banco Nacional durante la
Regeneración ha creado la confusión, principalmente originada por los escritos de Liévano Aguirre a
quien siguen autores como Darío Bustamante, entre la unificación de la moneda y la centralización y
monopolización de la banca por el Estado. El primer fenómeno era un paso ineludible impuesto a
cualquier gobierno de la época en un país integrado a la economía mundial, aparte del carácter que lo
definiera, como era ineludible e inevitable la construcción de ferrocarriles en ese entonces o más tarde de
carreteras y actualmente de aeropuertos o acueductos. Pero así como no puede caracterizarse un gobierno
del Frente Nacional, por ejemplo, por las obras inevitables de servicios públicos y las obras de
infraestructura que inauguren, en la misma forma tampoco puede calificarse el gobierno de Núñez por
una medida que le imponían las condiciones. Algo muy diferente significa la centralización y
monopolización del crédito. Esa es una medida que caracteriza un régimen, como puede serlo la reforma
tributaria o financiera para Alfonso López Michelsen o la reforma agraria para Lleras Restrepo. La
monopolización y la centralización del crédito fue una medida retardataria. El papel moneda, por su parte,
agenció toda esa política que no hizo sino darle fondos a los terratenientes en la guerra de los mil días y
durante todo el periodo de la "Regeneración". Todavía en la década del 20 cuando se iba a establecer el
Banco Central con la misión Kemmerer, se acordaban de los efectos estremecedores del Banco Nacional
y del uso del papel moneda.

(44) Joaquín Tamayo muestra a todo lo largo de su obra el papel jugado por las emisiones del Banco
Central en la financiación de la guerra. Joaquín Tamayo, La revolución de 1899, Biblioteca Banco
Popular, Bogotá, 1975.

(45) Carlos Martínez Silva, Capítulos de historia política de Colombia, 3 vols. Biblioteca Banco Popular,
Bogotá, t. II, septiembre 30 de 1886, pág. 251.

(46) Ibid., págs. 254 y 255.

(47) Ver biografías de Pedro Nel Ospina, Emilio Robledo, La vida del General Pedro Nel Ospina, autores
antioqueños, Medellín, 1959; Jorge Sánchez Camacho, El General Ospina, Academia Colombiana de
Historia, Bogotá, 1960. También Mariano Arango, Café e industria, 1850-1930; Jesús Antonio Bejarano,
editor, El siglo XIX en Colombia visto por historiadores norteamericanos, Ediciones La Carreta, Bogotá,
1977.

(48) Carlos Martínez Silva, "El proyecto del Banco Nacional", op. cit., pág 237.

(49) Citado por Martínez Silva, op. cit., t. II, enero de 1897, pág. 380 (el subrayado es nuestro).
(50) Ibid.

(51) Miguel Antonio Caro, "Declaración sobre el partido nacional", citado por Julio Holguín Arboleda,
Mucho en serio y algo en broma, Editorial Pío X, Bogotá, 1959, pág. 100. En la Parte III se puede
consultar el texto completo del Memorial de los 21.

(52) Ver Carlos Martínez Silva, op, cit., t. II, págs. 273-275, julio 22 de 1896.

(53) Ibid., pág. 276.

(54) Luis Eduardo Nieto Caballero, "Carlos Martínez Silva", en Carlos Martínez Silva, Obras completas,
t. VIII, págs. 9-25.

(55) Ibid., pág. 41. Ver también Luis Eduardo Nieto Caballero, "En torno de Martínez Silva", Por qué
caen los partidos políticos, Librería Colombiana, Camacho Roldan, Bogotá, 1934.

(56) Carlos Martínez Silva, Capítulos de historia política..., t. III, pág. 350.

(57) Ibid., pág. 352

Capítulo Segundo. Fenece el partido


liberal del siglo XIX y surge el del siglo
XX
1. Consecuencias de la "Regeneración"

La "Regeneración" fue, entre otras cosas, un movimiento contra el partido liberal.


Núñez y Caro dirían que el ataque no fue al partido liberal, sino al anarquismo y
extremismo de los "radicales"- Pero después de la Constitución del 63, el "radicalismo"
fue el movimiento que constituyó el partido liberal, no importa sus divergencias internas
transitorias. El partido independiente de Núñez salido del partido liberal, se transformó
rápidamente en el partido nacional en alianza con el partido conservador y más adelante,
fue absorbido por éste. El partido independiente no representa al partido liberal, aunque
hubiera surgido, en principio, como una disidencia. En la lucha contra la
"Regeneración" el partido liberal fue el mismo partido que venía del 63, guiado por los
radicales. Los puntales de su ideología descansaban en el liberalismo decimonónico,
parte integrante de los principios de la revolución democrática-burguesa de los siglos
XVIII y XIX. El partido liberal defendió la vigencia de las plenas garantías a los
derechos individuales; la libertad de cultos y la separación de la Iglesia y el Estado, con
sujeción de aquélla al poder estatal; la libertad plena de comercio; la libertad de
imprenta sin limitaciones; la abolición de la pena de muerte y de todos los privilegios
legales o eclesiásticos; el sufragio directo, universal y libre; impuesto directo y
progresivo; división de los poderes del Estado. Se orientaba este programa a la defensa
del gobierno democrático burgués que garantizara el libre juego económico de carácter
capitalista cimentado en las libertades políticas. Estas ideas podrían resumirse en estos
tres principios fundamentales: 1) Garantía a los derechos individuales y a las libertades
democráticas; 2) sometimiento de la Iglesia al Estado; 3) una política de impuestos que
permitiera el libre juego económico, sin monopolios, fueros o privilegios. La lucha
contra el partido conservador sobre estos tres puntos básicos llevó al partido liberal a
profundizar el sentido de las reformas, tales como la liberación de los esclavos, la
supresión de los resguardos, el librecambio, la desamortización de bienes de manos
muertas, una política de baldíos, la supresión de todos los monopolios, la eliminación de
la pena de muerte, la limitación de la fuerza policiva del Estado, etc. Durante gran parte
de la segunda mitad del siglo XIX, el enfrentamiento entre los dos partidos se concentró
en el problema religioso, por la resistencia de la Iglesia a aceptar la expropiación de sus
tierras y por la defensa que el partido conservador hace de los privilegios eclesiásticos
amparado en su fidelidad a la religión. Un principio como el de que la Iglesia tenia que
someterse al Estado constituyó un punto trascendental en la lucha del liberalismo contra
el escolasticismo medieval que defendía la supremacía del poder religioso sobre el
poder temporal apoyado en la concepción teocrática del Estado, raíz de la ideología
política del feudalismo.

Si la lucha del partido liberal se concentró en el problema religioso y en el librecambio,


obedeció a las condiciones concretas del desarrollo del país que tenían que ver, como lo
hemos repetido varias veces, con la creación de las condiciones para el despegue del
capitalismo. El problema agrario colombiano del siglo XIX se mantuvo ligado
íntimamente al problema religioso. Resultaba prácticamente imposible cualquier
principio de reforma agraria que no se iniciara por el primer terrateniente de la época
que era la Iglesia con sus comunidades religiosas. Pero el otro problema, el del
librecambio, a su vez, tenia una ligazón profunda con el problema agrario, dado que
para las condiciones del mercado interior era necesaria la liquidación o neutralización
del régimen terrateniente imperante. En estas circunstancias el problema agrario no
surgió a primera línea sino en contadas ocasiones, porque la primacía se la llevaban el
conflicto religioso y la lucha alrededor de una estrategia económica del librecambio,
que llevaban implícito el de la necesidad de suprimir el sistema de latifundio inculto que
predominaba en el régimen feudal desde la Colonia. El partido liberal no hizo sino
conciliar permanentemente en la lucha por la reforma agraria desde el enfrentamiento
entre los dos sectores en que se dividió durante la Convención de Rionegro. En otros
términos, la necesidad de la reforma agraria que constituía el nudo gordiano del
desarrollo económico del país, permaneció en segundo plano, con etapas esporádicas de
auge que no fueron suficientes para llevar adelante la revolución democrática con toda
consecuencia. Al llegar la época de la "Regeneración" los problemas centrales que se
pusieron al orden del día tuvieron que ver con el carácter de la democracia política y
con la vigencia del librecambio en todos sus aspectos. La derrota política sufrida por el
partido liberal en 1880 y la derrota militar de 1885 por el entreguismo de Sergio
Camargo, colocaron al partido liberal en gran desventaja frente al partido conservador
unido con Núñez, lo cual fue aprovechado en forma magistral por este último para
imponer las condiciones a que habían aspirado largamente los terratenientes.

Es necesario ante todo definir a qué se debió la derrota del partido liberal en 1880 y en
1885. Aparte de una serie de factores secundarios, la causa fundamental radicó en la
incapacidad del partido liberal para dar pasos adelante en el desarrollo económico del
país y sacar las consecuencias necesarias de su política de librecambio orientadas a
impulsar la inversión capitalista en la industrialización. Desde el punto de vista político,
el partido liberal no quiso y no fue capaz de liquidar el poder de los terratenientes. Y
desde el punto de vista económico, el partido liberal no tuvo el suficiente valor de llevar
adelante una reforma agraria democrática. Un gran sector de los comerciantes que le
servían de apoyo, adquirieron intereses en la propiedad latifundista y ambicionaron
extender su dominio sobre la tierra sin que se diera cambio estructural en el régimen
terrateniente. Política y económicamente el partido liberal no solamente dejó un margen
para el avance de los terratenientes, sino que contribuyó a consolidar su posición. Fue
éste el fenómeno que tan sagazmente aprovechó Núñez. El partido liberal no estaba en
las mejores condiciones para el gran ataque, y definitivo, que le lanzarían los
terratenientes. Políticamente un sector que venía deslizándose hacia el partido
conservador, encuentra en Núñez su dirigente y se lanza sin vacilaciones en esa
dirección. Sufría, pues, el partido liberal una deserción cuantitativa importante, que,
aunque minoritaria, cualitativamente poseía una interpretación del momento que vivía el
país y una alternativa que iba a contar con el apoyo decidido del partido conservador.
Económicamente, el partido liberal no contaba con una alternativa para la crisis
económica coyuntural que venía aproximadamente desde 1875 ni para los problemas de
estancamiento que lo que exigía era un impulso más allá del librecambio. Por eso Núñez
lanza su consigna de "regeneración política o catástrofe". Ante la guerra, paz; ante la
anarquía, orden; ante el caos federal, autocracia; ante las libertades democráticas,
autoridad. Y en el plano económico, ante el librecambio, proteccionismo; ante el
dogmatismo radical de los liberales, pragmatismo sin principios; ante la competencia
mercantil, monopolio estatal; ante la proletarización inminente, vigencia de los
artesanos. Así respondía Núñez a una coyuntura que le era favorable y derrotaba al
partido liberal desconcertado y acobardado política y económicamente. De ahí a la
entrega, la conciliación y la traición, no hubo sino un paso.

Núñez y Caro lograron amarrar y amordazar al partido liberal con el régimen aprobado
en la Constitución del 86. Diez años después de promulgada, el partido liberal se
encuentra profundamente escindido entre los partidarios de una oposición pacifista y de
una oposición armada contra la "Regeneración". Todo el partido liberal coincidía en la
inexorabilidad de la oposición. La generación radical de expresidentes, exgobernadores,
exministros anteriores a 1880 dirigían la facción pacifista. Una generación joven sin
muchas ideas nuevas dirigía la facción guerrerista. En vísperas de la guerra civil de los
mil días, esta división era aguda. No hay testimonio más elocuente que el violento
editorial de Uribe Uribe en su periódico El Autonomista contra la vieja generación de
dirigentes del partido liberal: "Singular es el contraste entre la suerte de la generación
nueva y la que la precedió. Formóse ésta cuando el partido estaba en el poder y llegó la
segunda a la ciudadanía cuando la obra liberal se derrumbaba. Los hombres de aquélla
desarrollaron su inteligencia bajo el reinado de la libertad absoluta de la imprenta; y ésta
ha padecido algo como la ablación de la mitad de su cerebro, bajo la cuchilla de la
represión de la prensa. Se hicieron ellos jurisconsultos en los Juzgados y Fiscalía, en los
Tribunales y en la Corte; nosotros litigando pobremente ante una administración de
justicia banderiza, o copulsando los comentadores en la soledad del gabinete; se
formaron ellos militares bajo el uniforme, con el pré y mandando tropas veteranas al
servicio del gobierno; nosotros en las filas aleatorias de la revolución, y leyendo las
teorías de los tratadistas; en las cátedras universitarias se instruyeron en las reuniones
públicas, en las Legislaturas y Congresos tuvieron escuela de oratoria; en los gobiernos
de los Estados y ministerios nacionales se hicieron estadistas; en las Legaciones
aprendieron diplomacia; y con la tranquilidad y tiempo que deja la posesión de los
empleos, cultivaron la literatura, y otros ramos del saber. ¿Qué cosas semejantes pueden
decirse de los desventurados que les hemos sucedido? Ni honores ni gajes tuvimos
nunca del partido; sólo sacrificio nos cuesta. Repleto está nuestro Haber con él; en
blanco o poco menos la página del Debe. Las amarguras, no las dulzuras, los dolores no
los goces del servicio a la causa es lo que nos ha tocado en suerte. Barcos llamó Daudet
a las generaciones que van llegando a la vida. El que trajo la nuestra navegaba con
presagio siniestro y feliz el que condujo la pasada... Hay entre los jefes liberales muchos
que por gozar de comodidades para la vida, tienen todo el tiempo necesario para
proclamar las esperas de la evolución social, que ellos llaman científica; gentes felices
que soportan las miserias y desventuras de los otros con una amable filosofía... ¡Ah!
pero ellos, los viejos jefes, acatados por los adversarios y bien a cubierto de las
contingencias de la vida» pueden desde sus gabinetes más o menos confortables,
encomiar la espera en el triunfo final, pregonar las virtudes del quietismo y motejar los
males de la impaciencia" (1). Esta división que venía gestándose desde el momento
mismo en que se sintieron los efectos de la "Regeneración", pero que se agudizó
después de las elecciones para el Congreso de 1896, al que sólo llegó un solo
representante, Rafael Uribe Uribe, alcanzó su momento culminante con el editorial de
El Autonomista. Pero ¿cuál era el carácter de la oposición liberal a la "Regeneración"?

El partido liberal, bajo la dirección de los "radicales", se propuso despojar de todo poder
al partido conservador, imponerle las reformas más urgentes que le quitaran a los
señores de la tierra sus privilegios y, si fuera posible, liquidarlo de la vida política
efectiva del país. Esa fue la etapa que siguió a la Constitución de Rionegro. Pero su
incapacidad quedó manifiesta. Parte por el gran poder de los terratenientes, parte por la
vacilación, unas veces, y otras, por la traición, del partido liberal. En este proceso los
terratenientes no se plegaron, no vacilaron, no adoptaron las posiciones del partido
liberal, con el objeto de ganar terreno y tomarse el poder en la mejor oportunidad. No lo
hicieron así. Por el contrario, se dedicaron al hostigamiento, al sabotaje, a la guerra
permanente. No era como decía Núñez que los "radicales" fueran los señores de la
guerra, sino que los conservadores no dieron un paso atrás en la defensa de los
principios esenciales que defendían el orden terrateniente. En esta forma, veinte años de
lucha permanente, les dio el triunfo con la gran "traición’’ de Núñez. Entonces el
partido conservador dio los pasos necesarios para devolverle en la misma moneda que el
partido liberal le había pagado. Se dispuso a liquidarlo. Los señores de la tierra
elaboraron una Constitución que neutralizara al partido liberal y que le diera los
instrumentos para darle el golpe mortal en el momento definitivo. La división entre los
partidarios de la oposición pacifica y la oposición armada, demuestra cuan efectiva fue
la táctica del partido conservador para liquidar a su enemigo. El debate efectuado por
Uribe Uribe en el Congreso de 1896 presenta toda la tragedia del partido liberal en la
oposición.

Uribe Uribe tiene que afrontar solo a un Congreso homogéneamente "nacionalista" y


defensor extremo de la "Regeneración". El mensaje de instalación es una diatriba de
Caro contra el partido liberal, a los que considera una banda de anarquistas, cuya
rebelión ha sido develada por las fuerzas de la legalidad. Para poder darse cuenta del
ambiente de aquel Congreso es necesario escuchar a Caro: "Para el mes de abril de 1894
se había organizado en la capital una conspiración anarquista, de que di cuenta al
Congreso de aquel año... La revolución no dejó tras sí ningún documento en el cual se
tratase de cohonestar de algún modo la guerra que se desataba sobre los pueblos... las
pocas proclamas de caudillos revolucionarios de que tuve conocimiento, eran
documentos de redacción grosera, que sólo contenían injurias cuando no impudentes
amenazas de exterminio... Continúa la maquinación secreta, los medios para hacer el
mal faltan, la intención persiste... se conciben y discuten proyectos infernales... El
sufragio es un derecho político que emana de la ley, y no se concibe que honradamente
usen de él los enemigos de la ley, los que sólo pretenden discutir violentamente el orden
legal; las urnas son palenques a que concurren los partidos políticos propiamente
dichos, esto es, los partidos legales, no los bandos de facciosos, ni los grupos de gentes
notoriamente perniciosos... Enhorabuena que los anarquistas, ejerciendo derechos
políticos de que podían usar por indulto del gobierno, habrían concurrido a las urnas a
depositar sus votos por candidatos de un partido legal de oposición... Como ejemplo de
los resultados a que se aspiraba por medio de un trabajo electoral al parecer encaminado
a fines pacíficos, citaré el caso de haber sido elegido representante quien, habiendo sido
uno de los principales autores, acaso el principal, del proyecto del 23 de enero (se
refiere a Uribe Uribe), se ha vanagloriado de aquella hazaña, lo cual bien claramente
demuestra la extensión de la libertad de sufragio concedida por el gobierno en las
últimas elecciones, y el carácter revolucionario que prevalece en organizaciones
exteriormente pacíficas..." (2).

Lo primero que hace Uribe es salir a la defensa del partido liberal y para ello utiliza el
debate sobre la legalidad de los representantes y el fraude de las elecciones. Entonces
dice: "Lo cierto es que hoy se apela a otra clase de razonamientos para explicar la
ausencia del partido liberal en estos bancos. El Ministro de Relaciones Exteriores, y con
él algunos de los honorables representantes que me han combatido, cree que esa
ausencia se debe a que el partido liberal, ha perdido todo prestigio entre las masas
populares, que se han apartado de él y que lo temen por el solo recuerdo de sus
fechorías antiguas; que el partido liberal está, por consiguiente, del todo debilitado; y
poco faltó para que el señor Holguín lo declarase muerto y sepultado. Pero entonces
¿por qué se hace que se paren 30.000 soldados sobre la losa de la tumba de ese nuevo
Lázaro, agitados de día y de noche por el temor a su resurrección? ¿Por qué se apuntan
contra ese sepulcro los cañones de una inmensa y costosa artillería, en que el señor
General Holguín parece depositar toda su confianza? ¿A qué contra un muerto, todo ese
aparato de parques, de cruceros, de acorazados y fortalezas, de facultades omnímodas,
de inseguridad, de supresión de la prensa y de mensajes presidenciales dedicados
exclusivamente a escarnecer al que, según se afirma, ya no es de este mundo? A este
respecto tengo que repartir el dilema propuesto por un notable escritor conservador, que
no vacila en calificar de grande iniquidad la conducta que se ha venido observando con
el partido liberal; o éste es tan fuerte y temible que justifique el alto pie de fuerza y las
medidas que se adoptan contra él, y entonces el modo de aplacarlo y de alcanzar la
tranquilidad nacional no es seguir oprimiéndolo, sino reconocerles sus derechos, en
virtud de los cuales él tendría aquí, en ley y justicia, una numerosa representación,
proporcional a la fuerza que se le supone; o bien, no le corresponde legalmente más
representación que la escasa que ha alcanzado, porque su número e importancia en el
país no dan para más, y entonces sobran el numeroso ejército, los costosos armamentos
y todo el aparato de resistencia desplegado contra un enemigo" (3).

Partiendo de la defensa del partido liberal, Uribe Uribe desarrolla un furibundo ataque a
las facultades omnímodas dadas al Ejecutivo por la Ley 61 de 1888 o ley de los
caballos, la emprende contra la "Regeneración", se opone a los gravámenes del café que
ponen un inmenso peso sobre los productores, se alza contra los recargos en las
contribuciones, y sienta su posición sobre la ley de prensa, el servicio militar y otros
asuntos de vital importancia para la vida del país. En todo el furioso debate que el
representante liberal adelanta, hay un argumento central y es el de distinguir entre la
Constitución del 86 y la "Regeneración" un movimiento del partido nacional que utiliza
la Constitución del 86 contra el partido liberal. Pero el partido liberal no sólo acepta la
Constitución del 86, sino que la tiene que aceptar para que se le considere un partido
legal, no obstante las objeciones que pueda abrigar contra algunos puntos de la
Constitución. Por eso dice: "A lo menos en cuanto a los liberales, la conducta de la
Regeneración, a fuerza de inicua, ha llegado a ser curiosa. Ha hecho de las instituciones,
y especialmente de las facultades omnímodas, elemento de opresión contra nosotros, y
cuando resistimos a plegamos bajo el peso, nos califica de rebeldes impenitentes, de
eternos enemigos del orden y de la paz, y en esa virtud agrava las persecuciones y
castigos: es decir, que por cuanto no besamos sumisos y agradecidos el látigo con que
se nos flagela, admirando su fuerza y contextura, se nos vapula más aún, increpándonos
duramente, como en el último mensaje, nuestra falta de simpatías por este instrumento.
A nadie sino a nuestros tiranos sorprenderá entonces que el castigo nos confirme en la
aversión..." (4). Para Uribe el problema es la aplicación de la Constitución que ha
recurrido a las facultades extraordinarias y las ha hecho permanentes. Los nacionalistas
defendían el carácter constitucional de la Ley 61 y la necesidad de mantenerla para
preservación del estado de derecho. Uribe plantea su posición en la siguiente forma:
"Porque lo que se propone es convertir la ley de facultades omnímodas de temporal en
permanente. Ocho años largos hace que ella rige, pero como su vigencia es abiertamente
inconstitucional hay la esperanza de verla cesar algún día, mientras que la que ahora se
propone lleva trazas de hacerse perdurable, en su carácter de reglamentación
permanente de lo irreglamentable. El partido liberal prefiere que se deje en pie la Ley
61, que, como exceso de un mal, clama por el remedio, en vez de esta hipócrita
suavización del mismo mal, que en definitiva lo agrava y lo prolonga" (5). Pero es
importante hacer la comparación entre la Ley 61 que Uribe prefiere al proyecto de
institucionalización de esas medidas. Las descripciones que el mismo Uribe nos hace de
las consecuencias de la ley de los caballos son para si mismas elocuentes;
proscripciones, encarcelamientos sin cuenta, detenciones arbitrarias y sumarias,
deportaciones, multas a la prensa, suspensión de periódicos, clausura de imprentas,
violación de domicilios, clausura de institutos docentes, interceptación del correo,
prohibición del derecho de reunión, violación de todos los derechos (6). El decreto que
proponen los nacionalistas mantiene todas las atribuciones del Ejecutivo para
apoderarse del poder judicial, a tal punto arbitrario que Uribe exclama: "No queda,
pues, duda de que este proyecto ’en desarrollo de un artículo de la Constitución’, es la
supresión de toda normalidad constitucional, y como ya sabemos contra quién van esas
nuevas ’medidas de seguridad’, el proyecto equivale al mantenimiento del partido
liberal fuera de la ley" (7).

¿Era la posición de Uribe de tal carácter que lo llevaría a levantarse en armas contra la
Constitución del 86? Se levantara o no se levantara en armas Uribe declara que el punto
de partida en cualquier caso sería la Constitución del 86 (8). Acusado de perjuro por
haber entrado al Congreso jurando fidelidad a la Constitución y sin embargo estar
contra ella, Uribe replica que debe acatamiento a la Constitución, no obstante los
procedimientos irregulares que sufrió el proceso de su promulgación (9). Y añade: "Y
sin embargo de todo esto; sin embargo de que esa Constitución se ha hecho despreciable
para todos, y para el partido liberal odiosa, como instrumento de la más ruda opresión
de que jamás comunidad política alguna haya sido víctima; sin embargo de eso, deseo
sinceramente que, si la paz continúa, la normalidad constitucional se establezca
plenamente, para que si la Constitución es buena, como a despecho de todo lo afirman
algunos, su bondad resalte, y si no para verificar en ella la máxima inglesa: la ley mala,
ejecutarla, para que su maldad se patentice y la reforma se imponga. Es decir, creo que
el partido liberal debe aceptar la Constitución del 86, contra la cual se le considera en
permanente rebeldía; debe aceptarla como un hecho cumplido y positivo, si no como
una creación de derecho, por razón de su origen; debe aceptarla por declaración
explícita, como implícitamente la aceptó no combatiéndola desde su promulgación, y la
ha aceptado ejecutando actos pacíficos que presuponen el régimen político que en ese
instrumento se apoya; pero debe aceptarla reservándose el derecho de esforzarse por
introducir en esa Carta las reformas solicitadas por la opinión, en especial la de que sea
lealmente practicada en todo tiempo, erigiendo —si posible fuere— en traición a la
patria la concesión o el ejercicio de facultades omnímodas ni extraordinarias, que la
desvirtúan o la anulan. Y creo más: que el partido liberal debe aceptar el Código del 86,
no con el inconcebible propósito vindicativo de medir un día a sus adversarios con la
misma vara con que lo han medido, sino por una científica y elevada consideración
política: si la garantía de duración de un instrumento constitutivo proviene de la
concurrencia en su formación de los dos grandes partidos nacionales, a fin de que en él
desaparezcan combinadas y adunadas las dos tendencias que ellos representan:
fortificación de la autoridad a expensas de la libertad, el uno, y extensión de la libertad a
expensas de la autoridad, el otro; autoritario el uno, individualista el otro, ¿por qué no
admitir la Constitución del 86, que representa la primera tendencia, esforzándose por
introducir las reformas que representarían la segunda, y llegando así a la formación de
un Código político verdaderamente nacional?" (10).

Queda muy a las claras el dilema de la oposición liberal comandada por Uribe en ese
momento. Ya no posee los principios de los liberales que impulsaron la Constitución del
63, se arrepiente del federalismo que consagró esa Carta, pide un compromiso entre las
dos posiciones extremas representadas por las ideas del 63 y del 86, acepta los
principios básicos de la Constitución del 86, propone una forma de gobierno que a la
vez sea conservadora y liberal "para garantizar el orden y la tradición, y favorecer la
libertad y la innovación... se preconizaba, en fin, la virtud de un justo medio, adquirido
por concesiones reciprocas en lo adjetivo, dejando en pie lo sustancial, a fin de alcanzar
de ese modo la realidad de la república" (11). Esta era la fracción "extremista" del
partido liberal, la partidaria de la lucha armada contra el régimen conservador, la
heredera de los principios liberales abandonados supuestamente, por la vieja generación
fustigada agriamente por Uribe. En esas condiciones, presenta un programa liberal que
los conservadores de la Cámara tildan de conciliacionista y de haber adoptado los
principios de la "Regeneración" (12). No tiene Uribe otra alternativa que salir a
clarificar su posición, con lo cual no hace sino reafirmar la tragedia de su lucha, vacía
ya de los grandes principios democráticos que habían inspirado casi cuarenta años de
confrontación. Dice así: "Los cuatro objetos que me propuse no quedarían por eso
menos logrados: lo., presentar temas concretos de consideración para inducir a cada uno
a hacer su examen político de conciencia, y para facilitar el acuerdo de unos y otros
sobre bases positivas; 2o., tranquilizar al verdadero y único partido conservador sobre
las miras y propósitos del liberalismo; 3o., tranquilizar también a la porción seria,
prudente o timorata de nuestro mismo partido, acerca de las tendencias de la porción
avanzada; y 4o., quitar al gobierno regenerador el pretexto para seguir persiguiéndonos
so capa de partido ilegal y rebelde" (13). Todo el fondo del asunto radica en que Uribe
Uribe ha perdido el sentido sobre el verdadero contexto en que se debate el país. Así se
justifica que hable de alcanzar de ese modo (conciliando) la realidad de la república".
No existe, por tanto, para él la necesidad de que el régimen representado por los
terratenientes, victoriosos y fortalecidos por diez años de ’’Regeneración’’, desaparezca,
como la condición necesaria de cualquier desarrollo para el país. Esa perspectiva ha
quedado liquidada. Es indispensable, por tanto, que el enfrentamiento secular desde el
mismo momento en que se inicia el movimiento revolucionario de la emancipación,
quede saldado y se inicie una etapa en que las dos posiciones contrapuestas, convivan y
esa convivencia se consagre en la Constitución. En esencia, la oposición de Uribe Uribe
se dirige a que la Constitución del 86 no sea el instrumento de un solo bando, de un solo
partido, de una sola clase, sino que se reforme para dar cabida a las dos clases que se
habían venido disputando el destino de Colombia, sobre el presupuesto de la aceptación
mutua y la tolerancia recíproca. Lo grave, en el punto de vista de Uribe y del
liberalismo "avanzado" que comandaba, consistía en la renuncia a los principios de la
revolución democrática y la traición a la lucha por el desarrollo del país cimentado en la
liquidación del régimen terrateniente. Desde este punto de vista, la lucha contra los
terratenientes no sólo se justificaba, sino que era una condición indispensable, tal como
lo hemos venido defendiendo. El feroz debate de Uribe no es sino una claudicación.

Entonces, ¿qué exigía el partido liberal? Cuatro cosas: 1) abolición de las facultades
omnímodas y de la irresponsabilidad presidencial; 2) expedición de una ley racional de
prensa; 3) reforma de la ley de elecciones; 4) esclarecimiento y castigo de los fraudes
fiscales (14). Con estos propósitos enmarcaba su posición en la lucha por las libertades
democráticas fundamentales. Decía Uribe: "...sepan todos que los liberales no
sostenemos estas luchas solicitadas por el ansia de recuperar el poder o porque no nos
consolemos de haberlo perdido, sino por la necesidad de reducir a nuestros opresores a
que nos otorguen la efectividad de nuestros derechos. Peleamos por la libertad, no por el
Presupuesto... Sólo un móvil tan elevado como urgente puede echarnos inermes a la
guerra o a estériles luchas parlamentarias contra la rabia de los sectarios o el interés de
los explotadores" (15). No se encontraba Uribe muy distante de las posiciones de Carlos
Martínez Silva que, en ese momento, partía diferencias con el nacionalismo. Pero Caro
y los nacionalistas tenían muy claro sus propósitos. Ellos no hacían discriminaciones
entre los nuevos y viejos liberales. Más aún, sabían que la línea más radical estaba
representada por Uribe y no por Aquileo Parra, Sergio Camargo, Nicolás Esguerra y
demás representantes de la línea pacifista. Estaban dispuestos a liquidar al partido
liberal, a borrarlo del mapa y no iban a hacerle concesiones que pusieran en peligro su
propósito principal. A pesar de los esfuerzos de algunos "históricos" para que se
reconociera la legalidad del partido liberal y se hicieran las reformas pertinentes
exigidas por los liberales, los nacionalistas no transigieron. Por otra parte, los
terratenientes presionaban en el Congreso una serie de reformas tributarias tendientes a
la recolección de fondos para adelantar su política contra los liberales y para favorecer
las ambiciones de su clase. Los impuestos al café afectaban a los liberales de Antioquia
y el recargo en las contribuciones afectaban a los comerciantes y a la incipiente
burguesía industrial. Uribe Uribe abandera los intereses afectados, sin obtener ningún
resultado. A la posición política absolutamente intransigente de los nacionalistas se
añadían los atentados contra intereses muy sentidos de esa clase que estaba dejando de
jugar un papel en el país y de la nueva que iba surgiendo poco a poco. El partido liberal,
no obstante su posición conciliadora y vacilante, había quedado acorralado. Uribe Uribe
lo expresaba con vehemencia a su regreso de México en 1898: "...ni el bochorno de
tantas afrentas nos ha enardecido; ya que no el sentimiento de la justicia, ni la sed de
venganza nos ha aguijoneado; puestos fuera de la ley, perseguidos y acosados, como no
lo fueron jamás los iroqueses, los pieles rojas ni los maoríes, hemos sido incapaces de
pagar con odio varonil el odio que se nos dedica; hemos permanecido impasibles y
como dormidos. Señores: ya no es sangre, es suero incoloro lo que a los liberales nos
circula por las venas..." (16). Y añade al final de su discurso: "Declaro, por tanto, que
renuncio a la lucha. Los hombres de cierta clase y cierto temple nada tienen que hacer
con colectividades que no saben o no quieren cumplir con su deber; y si ellas se amañan
a vivir sin libertad, u optan por recibir humildes la limosna del derecho a las puertas de
los detentadores poderosos, en vez de derribarlas a culatazos, penetrar animosamente en
el edificio, expulsar a los usurpadores y traficantes, y tomar por la fuerza posesión de lo
propio, hay quienes sentimos invencible repugnancia para coadyuvar en esa obra...
Continuara todavía la brega si por asomos creyera al liberalismo capaz de demandar con
altivez lo que le pertenece y le ha sido inicuamente arrebatado; pero pues todo lo
aguarda de la clemencia del gobierno me retiro, porque no tengo medios de obrar sobre
él, y porque aun cuando los tuviera, me daría vergüenza emplearlos, trocando la actitud
de reclamante orgulloso por la de palaciego suplicante" (17). Estaba planteando
desesperadamente la guerra, porque era la única forma de supervivencia, pero sin
ningún planteamiento revolucionario. Así queda evidente que la guerra de los mil días
no surgió por la defensa de los principios de la revolución democrática a punto de
perecer, que hubiera levantado el partido liberal, afanoso como estaba de hacer las
concesiones indispensables a los terratenientes, cuyo testimonio es el debate y la
conducta de Uribe Uribe, sino por la decisión inflexible de los conservadores de liquidar
al partido liberal que los lleva a no transigir ni en las modestas peticiones de su
contrario.

2. La encrucijada del partido liberal

Se encontraba el partido liberal en la encrucijada. En vísperas de la guerra sus


lineamientos ideológicos apenas encontraban asidero, embarcados como estaban sus
jefes y sus ideólogos en busca de un rumbo seguro. En efecto, el periódico liberal
dirigido por Uribe Uribe, El Autonomista, publica una serie de artículos firmados por
Aníbal Galindo y Tomás O. Eastman sobre la verdadera naturaleza del liberalismo y su
posición ante el proceso de la "Regeneración". Este proceso venía dándose desde 1880,
cuando Núñez descubre sus verdaderas intenciones y se lanza contra el liberalismo. La
Convención de 1892 sólo muestra la división profunda del partido liberal en las tres
corrientes que enfrentan a la "Regeneración": pacifistas, guerreristas y guerreristas sólo
en última medida, pero sin infundirle un rumbo ideológico y programático al partido
liberal que lo capacitara para enfrentar la reacción nacionalista. Al nombrar al pacifista
Santiago Pérez como jefe del partido, se ratifica tan sólo la posición medrosa que trata
de impedir la descomposición del organismo, sin darle salidas para la lucha. La
Convención de 1897 arma al partido liberal con un programa con el que pretendía
enfrentar las nuevas condiciones. Esencialmente, coincide con las posiciones de Uribe
Uribe en el Congreso; 1) limitación del Poder Ejecutivo; 2) descentralización política y
administrativa; 3) reforma electoral con un organismo independiente del Ejecutivo; 4)
supresión de los recargos impositivos y de los monopolios estatales; 5) libertad de
ejercicio de la industria bancaria; 6) reformas al monopolio monetario y crediticio del
Estado; 7) relaciones del Estado y la Iglesia reguladas por un Concordato. El Manifiesto
de la Convención caracterizaba este programa en la siguiente forma: "La Convención ha
acordado, y somete al examen sincero de los hombres de buena voluntad, un programa
político, que es moderación del antiguo credo liberal. Ese programa concuerda en
muchos puntos con el formulado por su adversario histórico, el partido conservador, que
a su turno ha cogido rizos a su antigua bandera" (18). Se entregaban todas las banderas
económicas de más de cuarenta años de lucha y se cedía en un punto fundamental como
era el de la libertad religiosa y la separación de la Iglesia y el Estado. El hondo
significado de esta entrega del partido liberal radicaba en la aceptación irrestricta de que
los terratenientes controlaban el poder y que la táctica de supervivencia residía
exclusivamente en la conciliación. No es extraño que Aníbal Galindo reniegue hasta de
la idea de libertad con los mismos argumentos de Núñez y Caro: "Pues lo mismo,
exactamente, lo mismo ha pasado con la libertad en el mundo. Nadie cree hoy en ella
como se creía en 1848. Entonces se creía que la libertad era un principio absoluto que lo
curaba todo, que resolvía y desataba por si sola todas las dificultades. Hoy no se tiene
en ella la misma fe. Después de aquella época, el mundo político, y con él sus
publicistas y sus más grandes hombres de Estado, se ocupan en hacer la rectificación del
principio, en pedirle cuenta de sus exageraciones y de sus errores, de lo que esos
grandes pensadores llaman ’mécomptes de la liberté’, mezclando al principio de libertad
grandes dosis del de autoridad y seguridad; y es claro que a una generación que se
ocupa en hacer estas mezclas, en rectificar estas cuentas, no se le puede exigir el mismo
entusiasmo, ni los mismos sacrificios de tranquilidad, de bienestar y de vida que a la
generación educada por Lamartine y por Esquiroz en los idilios de la revolución" (19).

Gerardo Molina interpreta esta crisis ideológica, programática y política del partido
liberal como la transición hacia un partido popular que habría surgido transformado de
la guerra de los mil días (20). Según Molina las ideas de Uribe Uribe de "socialismo de
Estado" de 1904 estarían coincidiendo con las de Aníbal Galindo y éstas, a su vez,
constituirían un polo opuesto a las de Eastman, partidario todavía del laissez-faire
decimonónico. En todo el pensamiento de Molina, lo que hace popular al partido liberal,
es la adopción de ese "socialismo de Estado" que se pone, supuestamente, al servicio del
pueblo. Una interpretación de esta naturaleza nos hace regresar a la polémica sobre la
"Regeneración" y al significado que le da Liévano Aguirre a las ideas de Núñez como la
concreción de un "socialismo de Estado". Pero Galindo, al proponer un nuevo programa
para el partido liberal que tendría que transformarse en "partido demócrata", y
centrándolo en la reorganización de la Hacienda Pública, en la reconstrucción
fundamental del sistema oligárquico de educación pública, y en la abolición del servicio
militar obligatorio, no está proponiendo ningún "socialismo de Estado". Coincide más
con Núñez que con ningún otro y da su apoyo a la Constitución del 86. Desde este
punto de vista, la apología que hace Molina de las ideas de Galindo, se contradice con
su tímida oposición al movimiento "Regenerador". En realidad, Molina ataca a Eastman
porque se opone a éste que él también llama "socialismo de Estado", pero no cala el
fondo de sus planteamientos. El acierto fundamental de Eastman radica en la correcta
caracterización de la "Regeneración" como un sistema de tendencia monarquista y
autocrática, no importa que confunda el intervencionismo de Estado y la centralización
propia de la época del absolutismo con el "capitalismo de Estado" de la época del
imperialismo. Esa es también la confusión de Molina, la que le sirve, precisamente, para
salvar la posición antidemocrática y absolutista de Galindo, en la misma forma que ha
confundido a tantos otros.

La guerra de los mil días sorprende al partido liberal en condiciones extremadamente


precarias, sometido a una cuádruple crisis: 1) Grave crisis ideológica, cuando ha
abandonado los principios programáticos de 1850 y de 1863 y todavía no ha logrado
adherirse a otros que le sirvan como alternativa, mientras, por el contrario, ha adoptado
tesis del partido conservador que contradicen su lucha secular; 2) grave crisis política,
cuando carece de una táctica cohesionada y clara para enfrentar la represión brutal que
se ejerce en su contra y la amenaza de liquidación a que está abocado, dividido como se
encuentra entre los pacifistas y guerreristas enfrentados antagónicamente; 3) grave crisis
popular, porque no llega a interpretar con precisión y visión el momento económico que
vive el país, la etapa de su evolución y el momento en que el librecambio tenia que
haber dado paso a medidas políticas y sociales que favorecieran el desarrollo capitalista
y no retrocedieran el proceso histórico; 4) grave crisis militar, porque no está preparado
para la guerra, no tiene armas, no posee una dirección unificada, no cuenta con una
estrategia militar planificada, no tiene un control centralizado sobre sus efectivos en
todo el país. El gobierno nacionalista parece comprender esta situación desesperada del
partido liberal y, en lugar de impedir la guerra, la azuza. No vamos a hacer un recuento
de la guerra, pero es conveniente preguntarse: ¿por qué el gobierno deja en libertad a los
jefes guerreristas, estando perfectamente enterado de sus planes de insurrección? ¿Por
qué el gobierno permite a las juventudes liberales de la capital salir libremente de
Bogotá a enrolarse en el ejército y llega hasta facilitarles el transporte? ¿Por qué el
gobierno cambia su Ministro de Guerra interesado en aligerar la contienda y facilitar la
paz por un ministro que da órdenes para que se prolongue la lucha lo más posible? ¿Por
qué el Ministro de Guerra le da ánimos a los liberales para que se organicen y les otorga
tiempo con el fin de que permanezcan en el campo de batalla? (21). Estos y otros
interrogantes serían pertinentes. No nos cabe la menor duda de que el gobierno
nacionalista buscaba atrapar a los liberales, no para infligirles una derrota cualquiera,
sino para liquidarlos como partido. El gobierno estaba fuerte, contaba con las
condiciones para conseguir los recursos necesarios, estaba cohesionado, y encontraba un
partido liberal en completa crisis. Era tal el grado de descomposición del partido liberal
que, ni siquiera ante la guerra logró unificarse ni encontrar criterios comunes para
adelantar la política en un momento en que la mayoría del pueblo estaba dispuesta a
apoyar una lucha contra el régimen despótico de la "Regeneración". Aníbal Galindo,
Carlos Arturo Torres, Lucas Caballero, connotados representantes de ese partido,
colaboraban íntimamente con el gobierno que controlaba su enemigo. Tal era la
situación.

El partido liberal perdió la guerra de los mil días. La perdió militar, política e
ideológicamente. Podría argumentarse que desde el punto de vista político, el partido
liberal consiguió una amplia amnistía, que gracias a su lucha consiguió su
reconocimiento por parte del partido conservador y que, por la fuerza de las armas,
obtuvo del gobierno de Reyes los cuatro objetivos básicos que Uribe le había señalado a
la revolución de 1899. Eso es cierto. Pero el precio de esos cuatro puntos consistió en el
sometimiento político al partido conservador y en la renuncia a los programas de la
revolución democrática. La derrota de 1902 significó el fin del partido liberal del siglo
XIX. En los últimos veinte años se venia precipitando a su ruina. Podría aventurarse que
el mismo triunfo no habría logrado la recuperación ideológica del partido liberal, dadas
las premisas que jefes como Rafael Uribe Uribe habían colocado ya en la base de la
lucha contra la "Regeneración". El partido conservador no alcanzó a liquidarlo en la
guerra, pero lo mantuvo bajo su égida. En esta forma culmina un proceso trascendental
para la historia de nuestra patria, proceso que consideramos de suma importancia para
entender el siglo XX, y en el cual hemos venido insistiendo. Nosotros consideramos que
la contradicción principal del siglo XIX tuvo que ver con la lucha por la consolidación
de la revolución democrático-burguesa y el desarrollo del capitalismo en el país. De ahí
que no podemos estar de acuerdo con aquellos autores de izquierda, más bien
románticos que científicos, por ejemplo Torres Giraldo, que colocan la contradicción
principal en la lucha del pueblo contra las clases dominantes, incluyendo en ellas tanto a
los terratenientes como a los comerciantes. Precisamente la lucha del pueblo tenía su
manifestación fundamental en todo el esfuerzo por liquidar el régimen terrateniente
heredado de la Colonia, bajo la dirección de una de las clases dominantes que habían
dirigido la revolución emancipadora, la de los comerciantes. Esta clase formó el partido
liberal. Por el carácter del comercio que servia de base económica a una clase
precapitalista, por la alianza con los artesanos en un largo tramo de lucha, por el poder
de los terratenientes, por la traición de un amplio sector de los comerciantes, el partido
liberal fue incapaz de consolidar la revolución democrático-burguesa. La tragedia de la
oposición al proceso de la "Regeneración" es testimonio elocuente de este fracaso y de
esta traición. No fueron los nuevos dirigentes del partido liberal, como Uribe Uribe y
Benjamín Herrera, capaces de contrarrestar el embate feroz de los terratenientes desde
1880. Cuando la contradicción con el partido nacional se agudizó hasta el extremo, el
partido liberal no contaba con ideas políticas y económicas que orientaran su acción
revolucionaria. La paz de Wisconsin, con la que el partido liberal selló su derrota,
señaló el fin del partido liberal como partido revolucionario, carácter que venia en
decadencia desde el comienzo de la "Regeneración". Aunque Joaquín Tamayo no es
consciente del significado que tienen sus palabras, sin embargo son lo suficientemente
elocuentes como para reflejar ese momento histórico: "La quiebra de los partidos
políticos fue un hecho e irremediable... El liberalismo como partido doctrinario a
mediados de 1902 a duras penas soportaba esa crisis orgánica. Los civilistas de Bogotá,
representantes de la escuela de Rionegro, carecían de poder para imponer a la masa sus
aspiraciones; el viejo partido dividido hasta lo infinito por querellas inoportunas —
como al final de la guerra de Melo— quedó al margen de toda intervención posible"
(22). La obra de Rafael Núñez había llegado a su cima. Los terratenientes lograban
derrotar a sus adversarios, someterlos a sus condiciones e imponerle al país la
hegemonía de su estructura feudal. En esas circunstancias Colombia entraba al siglo
XX, al siglo del imperialismo, atrasada, débil, indefensa y con el poder del Estado en
manos de los terratenientes con su hegemonía consolidada.

3. La claudicación del partido liberal

La etapa histórica del partido liberal que abarca los últimos cuatro lustros del siglo XIX
es de descomposición, la que surge con la derrota y dura hasta la subida de Alfonso
López es de reconstrucción. El signo de esta reconstitución está dado por el encuentro
de una nueva ideología y por la adopción de una táctica política de sometimiento al
partido conservador. Los jefes liberales que simbolizan esta transición son Rafael Uribe
Uribe y Benjamín Herrera y los dirigentes que van a recibir y a impulsar al partido
liberal del siglo XX con una nueva ideología son Enrique Olaya Herrera, Alfonso López
Pumarejo y Eduardo Santos. Esa nueva ideología adoptada por el partido liberal se
imponía poco a poco en el mundo, principalmente en Europa, impulsada por la
socialdemocracia, ante la liquidación de casi todos los partidos liberales del siglo XIX.
Se trataba del "socialismo de Estado". Sólo dos años después de haber firmado la paz el
partido liberal, Uribe Uribe plantea con toda claridad el nuevo rumbo ideológico que
debe seguir. Es la famosa conferencia dictada por él en el Teatro Municipal de Bogotá
el 4 de octubre de 1904. Para entonces, ya estaba trazada también la nueva táctica
política. El partido liberal no solamente da su apoyo al gobierno conservador de Rafael
Reyes, sino que se convierte en su principal soporte, aun por encima de un amplio
sector del mismo partido conservador. Posteriormente se compromete en la
conformación de un nuevo partido, la Unión Republicana, bajo la dirección del
conservador Carlos E. Restrepo. Un sector del partido liberal vota por el candidato
conservador José Vicente Concha. El general Benjamín Herrera apoya la candidatura de
Guillermo Valencia contra Suárez y acepta un ministerio en el régimen de Concha. Se
desata una gran polémica interna en el partido liberal sobre la colaboración con el
gobierno del general Ospina. Alfonso López Pumarejo trata de organizar un
movimiento de apoyo liberal a uno de los candidatos conservadores en las elecciones de
1930. Candidato de "concentración nacional" lo es Olaya Herrera que ya había
colaborado con Holguín, Ospina y Abadía Méndez, llama conservadores a su gobierno,
entre ellos, al más notable de los financistas de ese partido, Esteban Jaramillo. Los datos
son innumerables para testimoniar la táctica de sumisión al partido conservador para
llegar al gobierno. Indudablemente, el partido liberal logra este objetivo, pero a costa de
una transformación ideológica fundamental que le permite no solamente convivir con su
adversario del siglo XIX, sino llegar a identificarse en los objetivos cruciales de
gobierno del país.

La conferencia de Uribe en el Teatro Municipal traza los lineamientos ideológicos del


partido liberal del siglo XX. Su punto de partida es el arrepentimiento de su actitud
guerrerista pasada y la renuncia a los principios que lo llevaron a las armas: "...hemos
creído—dice— muy inteligente, muy estético y muy caballeroso entrematarnos por
teoremas que el pueblo a quien hemos arrastrado a los campos de muerte no supo nunca
con qué salsa se comían" (23). Y, al terminar su disertación, añade: "Yo he podido
renunciar, como en efecto he renunciado, una vez por todas y para siempre, a ser un
revolucionario con las armas, pero no he renunciado a ser un revolucionario y un
agitador en el campo de las ideas. Cada mañana toco tropas a las que he venido
profesando, y pasada la revista revaluadora, doy de baja sin pena a las que hallo inútiles
para el servicio y las repongo con otras jóvenes y robustas" (24). La idea nueva que
Uribe ofrecía al partido liberal era la de un socialismo de arriba hacia abajo, un
socialismo que tomara al Estado como guía suprema de la economía, único capaz de
sacar al país del atraso, un socialismo que no cayera en los extremos de atacar los bienes
de los ricos, sino solamente que formulara principios económicos de mejor repartición
por medio de los impuestos, un socialismo que no es anticristiano. "El socialismo que
defiendo difiere tanto del absolutismo que mata la dignidad humana, como del
individualismo que mata la sociedad" (25). Y al iniciar su discurso había dicho: "No soy
partidario del socialismo de abajo para arriba que niega la propiedad, ataca el capital,
denigra la religión, procura subvertir el régimen legal y degenera, con lamentable
frecuencia, en la propaganda por el hecho; pero declaro profesar el socialismo de arriba
para abajo, por la amplitud de las funciones del Estado..." (26). Planteaba Uribe en esta
forma las tesis antiindividualistas y anticolectivistas, las cuales parten de la tesis utópica
liberal de la neutralidad del Estado, pero que, renunciando a los principios del
liberalismo revolucionario de los siglos XVIII y XIX, adoptan el intervencionismo
estatal como planificador, racionalizador y organizador de la vida económica, mediante
la limitación de la libertad, la imposición, la regulación, propias de un sistema de
gobierno que ha entrado en flagrante contradicción con la democracia política para
someterse a las fuerzas propias del monopolio. Es esta la fórmula que adopta el
capitalismo monopolista de Estado en la búsqueda de proteger los nuevos intereses
surgidos de la etapa de "decadencia" del capitalismo y de la necesidad de neutralizar el
movimiento revolucionario mundial dirigido por el proletariado. De esa necesidad se
hace eco Uribe que había leído la literatura socialdemocrática imbuida en el
revisionismo europeo: "Para prevenir el socialismo de la calle y de la plaza pública, no
hay más remedio que hacer bien entendido socialismo de Estado y resolver los
conflictos antes de que se presenten. Para ello, no basta esperar el simple desarrollo de
lo establecido, confiando en que se cumpla la ley de Bastiat: todos los intereses
legítimos son armónicos, ¿porque quién defiende esa legitimidad? Lo que a diario
presenciamos es precisamente el choque de los intereses. Para evitar las formas agudas,
hay que prever" (27). Las reformas fundamentales planteadas por Uribe sirven de pauta
al liberalismo del siglo veinte, en la mejora de la asistencia publica, en un sistema
tributario, en una legislación laboral, y una serie de puntos tocantes con la vivienda, las
herencias, la inmigración, la cultura que hoy se han convertido en el programa repetitivo
de los dos partidos liberal y conservador. Pero hay que notar dos aspectos de suma
gravedad. Primera, Uribe preconiza el corporativismo en una forma muy similar a como
lo habría de impulsar la fallida reforma constitucional de tinte fascista de Laureano
Gómez en 1953. Y segundo, el problema agrario se reduce a convertir en duraderos los
contratos de arrendamiento, ignorando el más grave problema del país, porque según
Uribe, refiriéndose al problema de la tierra, "entre nosotros la propiedad no es cuestión
que se debate". La tierra sobra y cualquiera puede hacerse a unos baldíos (28).

De inmediato las nuevas ideas planteadas por Uribe al partido liberal tenían un doble
efecto. Por una parte, eludían los temas candentes que habían enfrentado a los dos
partidos durante el siglo pasado y, en esta forma, preparaba el terreno para la
colaboración y la sumisión. Por otra parte, los nuevos principios ideológicos se
presentaban lo suficientemente neutrales e inocuos como para no ir a producir una
reacción del partido conservador en un futuro próximo. Uribe podría tranquilamente, y
con él Benjamín Herrera, los grandes intelectuales liberales como Baldomero Sanín
Cano y casi todo el partido liberal, dar su apoyo al régimen de Rafael Reyes (29). Pero
Uribe no sólo había renunciado a los principios liberales que podrían, en alguna forma,
haber contribuido a la culminación de la revolución democrática, como lo hacían en ese
momento figuras de la talla de Sun Yat-Sen en China, sino que conciliaba en igual
forma con quien se iba convirtiendo en el enemigo más peligroso del país, después del
atraco de Panamá, el imperialismo norteamericano. En este sentido es típica su actitud
frente al problema más candente del momento, el de Panamá. Nombrado por Reyes
delegado a la Conferencia Panamericana de Rio de Janeiro en compañía de Guillermo
Valencia, redacta un documento de tipo jurídico para demostrar la violación que había
cometido Estados Unidos de las leyes internacionales y de los tratados, pero sin
mencionar el atentado contra la soberanía nacional y el carácter imperialista de la
expansión norteamericana mediante el patrocinio de una supuesta independencia
nacional de Panamá. Uribe era perfectamente consciente no sólo de lo que significaba
esa supuesta independencia de Panamá, sino también de los propósitos que abrigaba
Estados Unidos con la Conferencia de Río tendientes a crear una actitud favorable para
las concesiones comerciales a que aspiraba, así como del peligro que representaba
Estados Unidos para América Latina. En su artículo sobre la separación de Panamá que
fue escrito como una ponencia para la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro, en
donde nunca la quiso presentar, dice: "La conferencia dará lugar a un formidable gasto
de vocablos como fraternidad, solidaridad, americanismo, unión, estrechamiento de
relaciones amistosas, aproximación, y otros análogos, que no sonarán como sarcasmo
en los oídos de los delegados colombianos si proceden de labios hispano o
lusoamericanos, pero que viniendo de los Estados Unidos habrán de clasificar entre las
mentiras convencionales, en tanto que subsista sin composición el atentado de Panamá’’
(30). Y también tiene claridad sobre el peligro norteamericano. Al analizar el propósito
del Secretario de Estado, Mr. Root, de quebrar el monopolio comercial de Europa en
América Latina, añade: "El viaje de Mr. Root es, pues, un viaje de conquista comercial.
La Conferencia de Río, trae envuelto en números de programa de puro adorno y
fantasmagoría un clou, un plato de resistencia: otorgar a los Estados Unidos tarifas
aduaneras y otras ventajas que le permitan convertirse en proveedores de nuestros
mercados. Es una nueva y muy lógica derivación de la Doctrina Monroe, en una de sus
últimas ediciones, corregida y aumentada, con glosas y comentarios de la acreditada
Casa Rooseveit & Root. ’América para los americanos’ quiere ahora decir que este
continente debe bastarse a sí mismo, producir, porque eso es pagarle tributo. La
emancipación comercial debe ser el complemento de la emancipación política... Con
todo, si conquista comercial hubiere, seguirá una marcha progresiva de norte a sur.
Verdaderamente México va siendo en lo económico, y quizá no tardará mucho tiempo
para serlo también en lo político, una simple prolongación de los Estados Unidos...
Después seguirán Venezuela y Colombia por ocupar las costas septentrionales más
vecinas a los Estados Unidos, con los cuales establecerán tráfico rápido al través del
Mar Caribe, como ya en parte lo tiene establecido..." (31). No obstante estas
declaraciones, la actitud de Uribe en Río y su cambio frente a los Estados Unidos
confirman su falta de principios y su entrega a quienes consideraba conscientemente
enemigos reales o potenciales.

En Río, la delegación colombiana presidida por Uribe y Guillermo Valencia actúa de la


siguiente forma: 1) acepta en silencio la asistencia de Panamá como república
independiente; 2) calla completamente el atentado de Estados Unidos contra Colombia;
3) ninguna exigencia hace de modificar el orden de la Conferencia para tratar un
problema de tal magnitud. Uribe Uribe se sienta con los delegados de los Estados
Unidos y Panamá. Pero el delegado de los Estados Unidos era nada menos que el
Secretario de Estado de Roosevelt, el mismo que había robado a Panamá. No solamente
eso, sino que sale de los contactos con la delegación americana completamente
transformado: "Contra los pronósticos pesimistas de muchos que auguraban una política
egoísta, absorbente e imperiosa de los Estados Unidos de América, en el seno de la
Conferencia; contra el deseo acaso de los que en muchas partes la anhelaban, para salir
verídicos en sus afirmaciones antiyanquistas, la conducta de los representantes de la
república del Norte ha sido inspirada, en su conjunto, como en el más insignificante de
sus detalles, por el más elevado, noble y desinteresado amor al bienestar común. Por
ninguna parte ha aparecido la más leve insinuación de imperio, el menor gesto de
desdén hacia una nación débil, la más insignificante tendencia a beneficiarse, desde el
punto de vista comercial, con algún acto impuesto a la asamblea. Dando un hermoso
ejemplo del más puro sentimiento republicano, nos han tratado a todos en el mismo pie
de igualdad, han hecho uso de una exquisita tolerancia, y en casos en que habrían
podido tomar iniciativas incontrastables, han preferido adherir modestamente a las
fórmulas de conciliación. El gran trust panamericano, predicho por algunos, bajo la
dirección de los Estados Unidos, no ha aparecido por ninguna parte. La delegación
americana ha dado esta vez el inesperado espectáculo de hacerse amar irresistiblemente,
aun de sus adversarios naturales" (32). Esta declaración de amor irresistible a quienes
había declarado apenas un mes antes enemigos potenciales de Colombia y a quienes
habían desmembrado el país, es el símbolo más elocuente del partido liberal del siglo
XX salido de la guerra de los mil días y de la "Regeneración" con un nuevo contenido
político e ideológico. Un partido sumiso y entregado a los terratenientes y al
imperialismo, conciliador y vacilante, sin los ideales democráticos que adopta esa
ideología precisa, la del capitalismo de Estado, que le permite esgrimir la más
desaforada demagogia de socialismo desde arriba para poder neutralizar las fuerzas
revolucionarias y mantener sometido el pueblo a sus condiciones. Esta declaración
amorosa de Uribe a los Estados Unidos fue incluida en el informe oficial de la
delegación colombiana al gobierno.

La actitud contra la conducta entreguista de Uribe no se hizo esperar. Una violenta carta
de Diego Mendoza, el mismo que había sido destituido por Reyes cuando trató de tomar
una posición patriótica ante Estados Unidos, destitución que no fue protestada por Uribe
Uribe su fiel colaborador, en contra de la delegación colombiana a la Conferencia,
obliga a Uribe a dar una respuesta en la que justifica plenamente su conducta
entreguista. Uribe declara que no era conveniente censurar a los Estados Unidos ni
protestar por la presencia de la delegación panameña. Las razones que aduce lo dibujan
de cuerpo entero: el asunto de Panamá no estaba en el programa, porque Estados Unidos
había maniobrado para que se eliminara ese punto; no era conveniente enemistarse con
los países que habían ya reconocido a Panamá; tratar este asunto hubiera dividido una
Conferencia en la que no hubo la más mínima discordancia importante que enfrentara a
los participantes. Como dice Uribe textualmente: "Propiamente, no había manera de
orillar el asunto sin herir y sin aparecer extemporáneo y descortés" (33). Pero además,
argumenta Uribe, el gobierno colombiano, de quien recibimos directivos para esta
Conferencia, ha aceptado los hechos de la separación y se encuentra en los trámites de
negociación, la cual pudiera ponerse en peligro con una actitud demasiado inflexible.
Una actitud de ese carácter hubiera orientado la Conferencia contra Estados Unidos,
porque se encontraban allí muchos países agraviados por él. Pero el argumento más
contundente, el más profundo y el que descubre la verdadera realidad de lo que pasaba
en Colombia en ese momento es el siguiente: "Con tales antecedentes no era posible ni
oportuno, ni de utilidad ninguna, suscitar querellas y despertar rencores en el seno de
una corporación de confraternidad americana... Incriminar a los Estados Unidos y a
Panamá equivalía a distribuir las responsabilidades que les cupiera a ellos según
nuestros discursos, con los otros países de América...; habría sido echar a un lado, con
escándalo de cultura universal, la cortesía entre naciones, base de la vida internacional,
que si en toda ocasión es atendible, singularmente lo era en ésta, en que el Brasil ofrecía
graciosamente su hospitalidad y se empeñaba en halagar y festejar de todos modos a los
representantes de los Estados Unidos. ¿En qué pie habríamos colocado a la república
después de malquistarla con los demás países, hoy que tanto necesita de la concurrencia
extranjera?" (34).

La razón verdadera del entreguismo de Uribe, era la misma que movía al gobierno de
Reyes a buscar por todas formas el arreglo con Estados Unidos, no importa a qué
precio, hasta llegar a firmar un tratado tan indignante como el Cortés-Root que no tuvo
su curso en el Congreso, y la que movió a los gobiernos siguientes a desarrollar un gran
debate en torno al precio con que Colombia se contentaría con la "venta" de Panamá y
en torno a la frase precisa que señalara alguna mínima responsabilidad moral a Estados
Unidos sin exigirle el respeto a la soberanía nacional. Esa razón radica en la ansiedad de
la oligarquía colombiana por recibir los grandes capitales norteamericanos disponibles
para la exportación e iniciar la gran carrera del endeudamiento. Uribe Uribe, por
ejemplo, mostró tanta urgencia de "arreglar" lo de Panamá que invitó a Mr. Root, con la
aprobación del gobierno de Reyes, a que en su paso de la Conferencia Panamericana,
hiciera escala en Cartagena, lo que lleva a que un personaje como el general Ospina
firme una carta contra el gobierno, como resultado de lo cual es encarcelado (35). ¿Qué
otra "concurrencia extranjera" distinta de la de Estados Unidos tenía en mente Uribe
Uribe que pudiera ponerse en peligro con una actitud de denuncia en la Conferencia de
Río? Ningún otro país de los allí presentes estaba en capacidad de exportar capital a
Colombia y financiar las obras de infraestructura, fuera de los Estados Unidos. Esa es la
raíz profunda del afán entreguista de Uribe y de su servilismo ante el gobierno de Reyes
a quien obedecía fielmente. En ese preciso momento la única concepción sobre el
desarrollo colombiano era la del endeudamiento y Uribe empezaba a distinguirse como
uno de los abanderados de ese tipo de modernización. Esencialmente, su inquietud por
una modernización a toda costa, así fuera por medio de la entrega a los Estados Unidos,
explica su apoyo irrestricto a un gobierno de carácter modernizante para las condiciones
de extremo atraso que vivía Colombia, como lo fue el régimen de Reyes. Reyes es el
primer abanderado de la modernización desde arriba que va a caracterizar también el
gobierno del general Ospina, con lo cual coincide Uribe Uribe y los gobiernos liberales
más connotados.

Rafael Uribe Uribe representa la etapa de transición del partido liberal, de ese partido
francamente antiterrateniente que fue en el siglo XIX a un partido modernizante por
capitalismo monopolista de Estado que propicia las estructuras favorables al
imperialismo norteamericano. Primero, Uribe Uribe comanda la oposición más radical a
la "Regeneración" hasta conducir a su partido a la guerra. Segundo, Uribe Uribe es
quien orienta el sentido, la estrategia y el contenido de la guerra de los mil días, a pesar
de la competencia que le ofrece Benjamín Herrera. Tercero, Uribe Uribe es quien ofrece
por primera vez, en forma clara, la nueva ideología del partido liberal, la del capitalismo
de Estado. Cuarto, es Uribe Uribe quien orienta al partido liberal en la etapa que va de
la derrota de la guerra hasta la fecha de su asesinato. Su posición vacilante ante la
Constitución del 86 y, por tanto, ante la "Regeneración", no es sino la expresión de un
partido que ha perdido su rumbo ideológico y no encuentra un asidero para enfrentar a
su enemigo. La derrota de la guerra que Uribe acepta con anticipación a la paz de
Wisconsin no es sino la consecuencia lógica de esa crisis política, ideológica y militar
que padecía el partido liberal, por lo menos desde 1880 y que fue organizándose a
medida que la "Regeneración" se consolidaba. La guerra de los mil días fue más el
resultado de la determinación de los conservadores de acabar con los liberales que la
consecuencia de una determinación decidida de estos últimos por defender los
principios que había alimentado su colectividad. La renuncia expresa y taxativa de
Uribe a los principios del liberalismo representa el testimonio más elocuente de que la
guerra de los mil días lo que logró fue liquidar los últimos vestigios decisorios de esa
ideología en el partido liberal. Los rezagos que quedarían de esa hecatombe no
contarían con la fuerza suficiente para hacerse sentir en adelante en la orientación del
partido liberal contemporáneo. La división de guerristas y pacifistas en la última década
del siglo pasado dentro del partido liberal y la misma falta de apoyo de un sector de los
liberales a la guerra fueron señales muy claras de que el partido liberal no contaba con
una posición ideológica resistente contra el embate de los conservadores. De ahí a una
entrega ideológica y política no había sino un paso que dieron los dirigentes liberales
después de la derrota. No se trató solamente de una colaboración táctica con el
propósito de recuperar fuerzas y ser capaz de dar una lucha más efectiva por el poder.
Era que esa táctica conciliadora reflejaba la situación interna del partido liberal que
renunciaba, como lo hemos dicho, a los objetivos de la revolución democrática y,
además, adoptaba principios francamente opuestos a ellos que, por el momento, se
disfrazaban con las ideas demagógicas y rimbombantes de "socialismo de Estado", de
"liberalismo moderno"; de "capitalismo de Estado", de "liberalismo modernizante". La
traición del partido liberal a la revolución democrática coincide, por supuesto, con el
cambio que sufre la burguesía en el contexto mundial con el paso del capitalismo al
imperialismo. Se ponía de acuerdo el partido liberal colombiano, no con las condiciones
revolucionarias de los pueblos oprimidos contra el imperialismo, como lo hacían
muchos en ese momento, sino con las condiciones que el imperialismo exigía para
entrar a saco nuestros recursos y nuestra economía. Esa fue la misión de Uribe como la
expresión del proceso que sufrió el partido liberal en esa etapa.
No era, por tanto, de extrañar que apareciera en el país el intento de un nuevo partido
político, en el que se agruparon aquellos conservadores que procedían del sector de los
’’históricos" y un sector del partido liberal francamente partidario de la armonía
conciliadora con los conservadores. Este partido se denominó Unión Republicana. A él
se afiliaron no solamente jefes connotados del liberalismo como Nicolás Esguerra,
Benjamín Herrera y Tomás O. Eastman, sino liberales de las nuevas generaciones que
entrarían rápidamente a jugar un papel decisivo en el destino del partido liberal como
Enrique Olaya Herrera y Eduardo Santos. La Unión Republicana simplemente significó
el esfuerzo de ambos sectores por institucionalizar el reconocimiento del partido liberal,
después del frustrado intento de los terratenientes por liquidarlo de la vida política del
país. Jugaron en la efímera existencia de esta organización política un papel
preponderante la reforma electoral que consagró la representación de la minoría, la
limitación del Poder Ejecutivo que había extralimitado la Constitución del 86 y algunas
reformas administrativas tendientes a establecer un sistema tributario y rentístico así
como una real descentralización hacia los municipios y departamentos. Tanto los
programas como los proyectos de ley del republicanismo aparecen firmados por
representantes de los dos partidos, entre los cuales sobresalen los ya mencionados y
además Pedro Nel Ospina, Miguel Abadía Méndez, Agustín Nieto Caballero, Luis
Eduardo Nieto Caballero, Tomás Rueda Vargas, Aquilino Villegas, Lucas Caballero,
Luis Cano, Eduardo Rodríguez Piñeres, Armando Solano, Guillermo Quintero Calderón
y otros (36). Inclusive Rafael Uribe Uribe entra en conversaciones con los republicanos
y, especialmente, con Carlos E. Restrepo, muy desde el principio del movimiento con el
propósito de fusionar el partido liberal y el republicanismo. El rechazo de Restrepo
motiva el rompimiento radical de Uribe con el republicanismo y su oposición frontal
contra él, oposición que lo lleva a votar por Concha y no por la candidatura republicana
representada por un liberal en la persona de Nicolás Esguerra (37). Sólo después del
fracaso de este intento, Uribe mantiene su independencia liberal frente al
republicanismo, pero queda patente su espíritu conciliador.

Después de la guerra de los mil días, el surgimiento del republicanismo sella la paz
entre el partido liberal y el partido conservador y es un primer paso que anuncia ya el
proceso que seguirá la política del país en el siglo XX. Resultaría ingenuo, sin embargo,
confundir este intento de fundar un nuevo partido compuesto por militantes de los dos
partidos tradicionales con lo que representó la vigencia del partido nacional de Núñez y
Caro en la época de la "Regeneración" o con la alianza institucional de los dos partidos
en el Frente Nacional. Como fenómeno eminentemente transitorio, el republicanismo
refleja el proceso que toma auge en esta etapa, pero que venía ya manifestándose desde
la división del partido conservador en 1896, al que hemos aludido más atrás, y que tiene
que ver con el desarrollo del capitalismo nacional con base en una incipiente
industrialización. Se trata, por una parte, del partido liberal en busca de una identidad
como partido de la burguesía y, por otra parte, un sector del partido conservador que se
conecta con los intereses de los cafeteros y con la misma industrialización antioqueña.
Pero tanto uno como otro tomarán rumbos muy distintos a los que en este momento han
escogido. El partido liberal no llegará a representar los intereses de la burguesía
nacional ni ese sector del partido conservador renunciará a sus intereses terratenientes.
Como el país se enrulará por las vías que le trace el neocolonialismo, los dos partidos
encontrarán fácil la adopción de los dictámenes de la dominación imperialista. Resultará
más productivo para el partido liberal la independencia forzosa de Uribe Uribe, la cual
le permite mirar con mayor seguridad el futuro de su partido. Eso es lo que harán.
Pondrán en marcha la elaboración de una nueva ideología, de una nueva táctica, de
nuevos métodos y se lanzarán sobre los nuevos efectivos electorales compuestos por
una clase obrera en ascenso. Sin embargo los "republicanos" pertenecientes al partido
liberal servirán de puente más adelante cuando se empiece a gestar la alianza de la gran
burguesía y de los grandes terratenientes con el gobierno de Olaya Herrera en los
últimos años de esta etapa que pone fin a la transformación del partido liberal.

Si en 1904 Uribe Uribe trazó los lineamientos generales de lo que sería el partido liberal
en el siglo XX, en 1911 le da los principios básicos de organización y un nuevo
programa. Como punto de partida afirma: "No hemos agotado nuestra obra ni nuestro
destino; al contrario, puede decirse que nuestra tarea apenas comienza... El liberalismo
es hoy el único partido capaz de instituir en Colombia un órgano a la vez impulsor y
moderador... Venimos con la antigua fuerza de propulsión pero sin el fogoso
aturdimiento que nos caracterizaba. Nuestra actitud es conciliadora. Desterremos toda
idea de ceder a un espíritu de exclusivismo. Partido igualmente celoso de progreso y del
respeto por sus tradiciones, no entiende jamás conservar sin renovar, ni innovar sin
conservar, ni transigir con el mal sólo porque sea antiguo. Ni reacción ni revolución, es
su divisa; eso es, no se pondrá a remolque de los reaccionarios, sean de la clase que
fueren, ni de los revolucionarios tomando esa palabra en el sentido corriente. En otros
términos, se mantendrá sin reservas igualmente lejos de dos políticas que condena por
igual: la de los enemigos del progreso y la de los amigos de los medios violentos" (38).
Quedaba, en esta forma, plenamente definida la perspectiva en que se movería el partido
liberal, cuyo ambiente se había venido preparando desde antes de la guerra de los mil
días. Por esta razón, es importante examinar el diagnóstico que nos da Uribe Uribe y el
programa que le traza al partido liberal.

Son cuatro los puntos del programa: 1) Una acción política, 2) una acción legislativa, 3)
una acción económica y 4) una acción organizativa. Para Uribe el partido liberal debe
centrar una acción legislativa en el problema administrativo del Estado y, por tanto, en
la solución adecuada de lo que había sido siempre esa contradicción inextricable de
federalismo y centralismo, superando la fórmula "regeneradora" de centralización
política y descentralización administrativa. Y apunta a un problema importante del
régimen político colombiano: "En efecto, no es a los hombres a quienes hay que acusar,
es al sistema, es al desacuerdo entre el régimen administrativo y el político. Nos
llamamos república y somos despotismo: esa es la paradoja sobre el cual vivimos. El
favoritismo, la política de clientela, la tiranía presidencial, ministerial, departamental y
municipal; las candidaturas oficiales; todos esos choques, todos esos abusos tienen la
misma causa; la contradicción fundamental entre el nombre de república y el fondo
cesarista, o sea este formidable pisón de mina, creado para triturar todo lo que necesita,
por la omnipotencia de los centros directivos" (39). Todo el documento tiene este tono.
Ha desaparecido ya la beligerancia que reclamaba la vigencia del contenido
democrático del régimen político, reducido ya a una simple forma. Por eso puede
añadir: "En estos propósitos no estamos solos; no somos los únicos que abrigamos estas
aspiraciones; son muchos los conservadores que piensan en la necesidad de reformas
radicales..." (40). Resulta comprensible que uno de los puntos álgidos de la lucha contra
la "Regeneración", como la de la total libertad de prensa, haya quedado reducida a esta
fórmula anodina e insípida en el programa de Uribe: "Mejora de la ley de prensa" (41).
Pero algo más, todo el problema central del país, alrededor del cual había girado medio
siglo o más de luchas y contiendas trascendentales, como el problema religioso, que
expresaba de fondo el del régimen terrateniente, en la forma ya señalada por nosotros,
desaparece por completo y queda reducida a una fórmula general que nada dice: "Ley
de defensa agrícola" (42). Y cuando en el punto referente a la acción económica resume
todas las reformas que serán el código de todos los programas liberales del siglo en
materia social, explica mejor esta ley agraria con una sola frase: "Creemos en las
ventajas de una ley agraria, en favor de los arrendatarios..." (43). En ningún momento
Uribe deja de ser el maestro de la demagogia liberal contemporánea, cimentada
firmemente en proponer minúsculos remedios e inoperantes para grandes males. La
tendencia de los liberales ha sido la de señalar los problemas en una forma más o menos
descamada, especialmente los de carácter social relativos a la desigualdad, para darles
soluciones que nunca llegan al fondo de los problemas. Encontramos frases lapidarias,
semejantes a las que ya hemos leído sobre la amenaza norteamericana, que quedan en el
vacío o porque se proponen alternativas conciliatorias o traidoras a los intereses que
dicen defender, o porque los hechos concretos históricos los desmienten, en forma
similar a como el amor irresistible a los norteamericanos le hace olvidar los crímenes
que acaban de cometer. Por ejemplo dice: "Ya que los otros partidos nada han hecho en
definitiva por el pueblo, salvo empobrecerlo, fanatizarlo y envolverlo en sombras de
ignorancia cada vez más espesas, es necesario que el liberalismo esté con el pueblo, no
con meras reformas políticas, sino económicas..." (44). Pero añade a continuación su
concepto de oro que permite llegar al verdadero fondo del pensamiento liberal expuesto
por Uribe: " ’Siempre tendréis pobres con vosotros’, dice el Evangelio y es una gran
verdad. Por eso nadie se promete el milagro de que todos lleguen a ser ricos; no se trata
de crear aquí abajo el Paraíso; ya se sabe que el hombre perdió sus llaves para nunca
jamás; pero siquiera que no sea el infierno anticipado" (45). No puede en esta forma
llamarse al liberalismo de Uribe un liberalismo popular, como lo hace Gerardo Molina,
simplemente porque se adelanta a una serie de medidas lenitivas para la condición
extremadamente grave del pueblo. No se justifica el silencio de los autores de la "nueva
historia" sobre la violación, la conciliación y la traición de Uribe Uribe a la revolución
democrática tan patente en Ignacio Torres Giraldo, Jorge Orlando Melo y Alvaro Tirado
(46).

4. Estructuración del nuevo partido liberal

Casi cincuenta años transcurren desde la derrota del partido liberal en 1880 hasta el
triunfo de una candidatura liberal en 1930. En este transcurso el partido liberal se
descompone durante el período que va hasta la guerra de los mil días y trata de
levantarse bajo el impulso que le da Uribe Uribe. Lo fundamental en la etapa de 1902 a
1914, fecha del asesinato de Uribe, radica en el establecimiento de las bases principales
que servirán de guía al partido liberal para su desarrollo posterior, no importa que no
lleguen a ser completamente acatadas en ese momento por sus jefes y por sus
seguidores. Dos rasgos esenciales hay que señalar como resultado de esos primeros
quince años del siglo: formulación de unos principios ideológicos cuyo núcleo reside en
el capitalismo de Estado, por una parte, y el planteamiento de una serie de reformas
sociales tendientes a ganar un nuevo sector social que será clave para el futuro del
liberalismo, la clase obrera, por otra parte. Así como el proceso de descomposición del
partido liberal en los últimos veinte años del siglo XIX da origen a diversos
enfrentamientos internos y divisiones de toda índole, la efervescencia de ideas y tácticas
políticas que se produce en el seno del partido liberal en estos quince años conduce a
divisiones, enfrentamientos y tendencias de diverso tipo. El partido liberal continúa en
crisis, pero está a punto de salir de ella, ya no como el partido de la revolución
democrática sino como el partido de la modernización imperialista dirigido por la gran
burguesía financiera. Pero esta transformación pasa por un momento intermedio,
difícilmente definible en términos de fechas precisas, relacionado íntimamente con el
despegue de la industrialización, y que tiene que ver con el encuentro del partido liberal
con la burguesía. Aproximadamente esa definición de su nuevo carácter de clase ligado
a la burguesía moderna y no simplemente precapitalista, como en el siglo XIX,
comprende de 1915 hasta el final de esta etapa, o sea, hasta el ascenso de Alfonso López
Pumarejo al gobierno. El fenómeno que se opera en estos años resulta de la
conformación al mismo tiempo en el país de la burguesía nacional y de la burguesía
financiera, burocrática y monopolista, ambas representadas por el partido liberal del
siglo XX en plena formación, con intereses económicos opuestos y contradictorios y
aunque no aparezca así desde el primer momento dado el completo proceso de
desarrollo capitalista del país durante este período. Al mismo tiempo que está
despegando la industria nacional no monopolista, base de la burguesía nacional,
empieza a desarrollarse un sector financiero, principalmente ligado al Estado, mediante
el vertiginoso endeudamiento externo de 1920 en adelante. O sea, al mismo tiempo que
despega el capitalismo nacional se desarrolla el capitalismo imperialista, y los dos
parecen interconectarse y confundirse en los inicios del proceso. Por esta razón resulta
tan compleja la transformación del partido liberal y a este fenómeno se deben las
múltiples confusiones a que ha dado origen.

Desde el asesinato de Uribe hasta el comienzo de la llamada "danza de los millones"


que se abre paso con el gobierno del general Ospina, el partido liberal aún mantiene la
posibilidad de escoger entre las dos alternativas de desarrollo que se le abren al país y
que, implícita o explícitamente, merodean el ambiente nacional. La gran frustración de
Reyes y, en cierta medida, de Uribe Uribe, consistió en no haber podido impulsar el
desarrollo por endeudamiento externo a que tanto aspiraba y por el que hizo tantos
esfuerzos, tratando de todas maneras de componer la situación con los Estados Unidos.
Sólo quedaba en este periodo la otra alternativa, la de la revolución democrática basada
en la extirpación del régimen terrateniente. Sin embargo, el clamor por el desarrollo
coincidía no con el esfuerzo y decisión de llevar a cabo esta tarea fundamental de
nuestra historia, sino con la abierta o disimulada aspiración por los capitales extranjeros.
Las posibilidades de que el partido liberal volviera a plantear los principios
fundamentales de la revolución democrática que habían sido la bandera de ese partido
en el siglo XIX, quedaban en las manos del general Benjamín Herrera quien iría a
conducir su partido hasta las vísperas del triunfo del liberalismo con su llegada al
gobierno. No estaba en capacidad la generación de los "centenaristas", grupo liberal
civilista que se había agrupado en torno a la oposición a Reyes, cuya norma de conducta
radical residía en la conciliación y en la armonía con los terratenientes, de emprender
esta tarea, lo cual no solamente emanaba como conclusión de sus escritos periodísticos,
sino que iba a quedar a la luz del día con su actuación política desde el gobierno (47). A
eso lo llamaron los centenaristas una tarea "civilizadora", a la que le hacen eco sus
apologistas contemporáneos como López Michelsen (48). Su espíritu conciliacionista,
no sólo llevó a los centenaristas a caminar de brazo con los terratenientes, sino a eludir
permanentemente la lucha contra el imperialismo hasta convertirse en connotados
agentes de sus intereses (49). Quedaba, pues, Benjamín Herrera. Pero pocas esperanzas
podía ofrecer un personaje que había permitido el desembarco de los marinos
norteamericanos en Panamá en 1902, y había aceptado la mediación de los invasores
para firmar la paz en el buque almirante Wisconsin, en el fondo, con el mismo
argumento de Uribe Uribe de que Marroquín le entregaría el canal a los
norteamericanos si no hacían la paz (50). Quien tuviera un mínimo de sentido patriótico
y contara con un triz de ánimo de lucha por la soberanía nacional no podía esgrimir el
argumento de que si entregaba las armas, Marroquín iría a defender a Panamá y el
canal, cuando él mismo había llamado a los norteamericanos para enfrentarlos a los
liberales. Pero además, desde el punto de vista de la estrategia política, no era una
solución entregarle el país a los terratenientes después de mil días de lucha, para
salvarla, sino precisamente, rescatarlo de las garras del enemigo interior, para
enfrentarlo con más fuerza al enemigo exterior. Posteriormente, Herrera, con Uribe
Uribe, apoya el gobierno de Reyes, se enrola en el republicanismo, se enfrenta a Uribe
que pugnaba por mantener al partido liberal independiente de los republicanos
apoyando a Nicolás Esguerra, participa como ministro de Concha cuya candidatura
había combatido mientras Uribe la había apoyado, y se embarca en una aventura
financiera con la United Fruit Company en 1915. El general Herrera fue uno de esos
defensores ocultos de la empresa norteamericana hasta el punto de que los amigos de
ese monopolio aducían los negocios suyos con la United para probar que esa empresa
no constituía un peligro para el país: "El general Herrera, dicen, es amigo de la United
Fruit Company luego ésta no puede ser el peligro nacional que algunos creen" (51). Lo
grave fue que el general Herrera tampoco fue respetado por la United Fruit, porque esta
empresa le incumplió el contrato como lo hacia con todos los cultivadores de la zona,
pero el general se limitó, a pesar de todo su poder, del control que adquirió sobre el
partido liberal, a entablar una demanda judicial contra el monopolio norteamericano, sin
haber dado nunca una lucha ni contra el control de los monopolios sobre nuestros
recursos, ni contra el endeudamiento externo que se operó en el quinquenio posterior
(52). Puede decirse que el general Benjamín Herrera constituyó la última oportunidad
del partido liberal para salir en defensa de la revolución democrática e iniciar la lucha
contemporánea por la liberación nacional contra el imperialismo norteamericano. A él le
tocó dirigir al partido liberal en el momento en que hubiera podido escoger esta
alternativa. De ahí en adelante el general Herrera va entregando lo último que le queda
al partido liberal hasta llegar a la famosa Convención de Ibagué, después de la cual irá
quedando ese partido en manos de los principales agentes financieros del imperialismo
en el país, Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo y Eduardo Santos, como se
verá inmediatamente y como queda claro de lo expuesto en la Primera Parte.

El programa liberal de 1922, proclamado en la Convención de Ibagué, posee el


significado de haberse constituido en la pauta de un partido ya claramente consolidado.
Sus rasgos fundamentales expresan no solamente un lenguaje completamente nuevo,
sino la incorporación de las ideas principales sometidas durante estos años de
descomposición y recomposición. La Convención de Ibagué ha superado totalmente el
lenguaje decimonónico y plantea los principios de ese partido liberal que se apresta a la
lucha con las ideas de una clase nueva que está conformándose rápidamente, la gran
burguesía financiera. Podemos dividir los puntos esenciales de ese programa en la
siguiente forma: 1) reforma electoral que garantice la modernización de los sistemas
utilizados para las elecciones; 2) descentralización administrativa y política dándole al
Poder Legislativo injerencia directa en la elección del presidente y de los gobernadores;
3) reforma tributaria con la asesoría de técnicos extranjeros; 4) reforma del Concordato;
5) legislación laboral que regule las condiciones de trabajo, establezca un régimen
mínimo de bienestar social para los trabajadores, haga obligatorios los tribunales de
arbitramento en las huelgas y fomente la instrucción técnica para los obreros; 6)
legislación sobre la propiedad territorial y la colonización; 7) fomento del crédito
externo y de la inversión extranjera; 8) estatización de todos los servicios públicos (53).
No hay vestigios siquiera de la lucha pasada. Ni sobre el problema religioso y la
separación de la Iglesia y el Estado, ni sobre las libertades y derechos democráticos, ni
sobre la libertad de prensa, ni sobre el problema de la tierra, ni sobre las medidas
tendientes a la transformación del atraso económico se hace una mención aunque sea
pasajera. Mucho menos sobre el librecambio o el proteccionismo que eran un problema
superado por completo. En cambio quedan en claro los rasgos de una política de
modernización con la que el partido liberal impulsará la transformación del país, como
son, una legislación laboral que regule las actividades de la nueva clase social que se
siente surgir por todo el país, una reforma tributaria que dote al Estado de recursos, los
primeros pasos efectivos hacia un capitalismo de Estado con la estatización de los
servicios y, el más importante de todos, el impulso al endeudamiento externo. Se pone
así en marcha una corriente que conducirá al país al intervencionismo de Estado y hacia
la dominación imperialista. La inquietud de Uribe sobre la necesidad de una legislación
laboral responde claramente a las luchas de la clase obrera desde comienzos del siglo,
pero principalmente las del último quinquenio en los enclaves del imperialismo, en los
servicios públicos y en los puertos. A pesar de que el partido liberal se opuso a las
huelgas y a los movimientos populares de esa época, también fue poco a poco
comprendiendo que tenia que salir a ganarse esas masas urbanas nuevas, si es que iba a
luchar efectivamente por la toma del gobierno (54). Y por otra parte, el programa a
favor del endeudamiento externo coincide con la apertura del país hacia el capital
norteamericano en el gobierno del general Ospina y con la lucha interna dentro del
partido liberal sobre el colaboracionismo con el gobierno conservador sobre la base de
participar en las ventajas aportadas por los millones de dólares que se vertían sobre el
país (55). Es de anotar que todo el problema agrario del país es reducido al punto de la
colonización y de los títulos sobre la propiedad de las pequeñas parcelas. Ha
desaparecido el partido liberal del siglo XIX en toda su dimensión.

Consideramos, pues, el programa de la Convención de Ibagué como la señal de la


consolidación del partido liberal del siglo XX, de ese partido que hemos caracterizado
como el "modemizador" del país por la vía del capitalismo de Estado y del
endeudamiento externo. Gerardo Molina atribuye a esta Convención una importancia
significativa pero con un contenido diferente al que le hemos dado nosotros. "No puede
decirse —afirma— que haya innovación en él (en el programa del partido), pues se
repiten principios conocidos y se reiteran viejas líneas de acción. Lo que vale es
ciertamente la atmósfera popular y democrática que lo baña, como se ve en el acento
puesto en la política social e instruccionista. Si nos atenemos a la letra, se sienten en el
citado Acuerdo las vacilaciones del liberalismo, su falta de adecuación a un mundo que
estaba en ebullición por el influjo de las revoluciones mexicana y soviética y la
necesidad de mantener el compromiso entre las diferentes clases y sectores que lo
forman..." (56). Primero que todo, no puede decirse que el programa de la Convención
repita los principios conocidos, porque en ella no se encuentra explícitamente ninguno
de los fundamentales que guiaron el partido liberal durante el siglo XIX. Lo único que
podría interpretarse como tal seria el planteamiento sobre el sistema electoral, pero se
refiere más a la organización administrativa de las elecciones que a una concepción
sobre el proceso democrático que representaban, como sí se había sostenido durante la
lucha contra la "Regeneración". En segundo lugar, un partido que está en proceso de
reconstrucción y que tiene que luchar por ganar el apoyo de las masas y de sectores
nuevos de la población, no puede estar lejos de reivindicaciones populares, es una
necesidad para él plantearlas y llevarlas a cabo, o de lo contrario ni atrae a sus electores
ni conserva su confianza y se desmorona. La habilidad del partido liberal en ese
momento radicó en escoger, precisamente, los puntos que podían ponerlo en contacto
con la clase obrera ascendente, todavía sin una gran conciencia política, pero al mismo
tiempo excluir de su programa no solamente los problemas más candentes de la etapa
histórica que vive el país, sino sacarle el cuerpo a los puntos esenciales del programa
democrático, la independencia nacional y la reforma agraria antiterrateniente. No se
trata simplemente de "vacilaciones", como afirma Molina, porque no está presentando
en el programa ni siquiera posiciones intermedias o conciliacionistas, sino que está
ignorando completamente el núcleo de la situación real y concreta del país. No puede
atribuírsele al partido liberal una falta de información o de conocimiento, porque eran
los años en que hervía por el mundo entero la corriente de la revolución proletaria en
Rusia, de la revolución china y del movimiento democrático mexicano. Se trata, sin
duda alguna, de una firme y decidida orientación del partido liberal hacia los intereses
de la gran burguesía financiera. Lo que estuvo en debate en la Convención de Ibagué no
fue la posibilidad de enrutar ese partido por el camino de la revolución democrática, a la
que un sector hubiera presentado oposición, sino la mejor forma de ponerse a tono con
la modernización del país que venían exigiendo los prestamistas norteamericanos y la
política expansionista de los Estados Unidos en América Latina. La pugna entre
colaboracionistas y no colaboracionistas con el gobierno conservador no era un
problema de grandes principios que estuvieran en debate, sino de la táctica más
adecuada para atraerse el nuevo electorado. Esta política no puede denominarse
"popular", porque ignora y elude las necesidades más fundamentales del pueblo. Molina
acierta, solamente cuando señala que el partido liberal tiene necesidad de mantener un
compromiso entre las clases. Efectivamente, esa va a ser la táctica preferida de ese
partido, con la cual va a obtener sus grandes éxitos políticos. Benjamín Herrera cursa
una invitación a los socialistas para que se hagan presentes en la Convención y apoyen
su candidatura. La táctica de conciliación con los conservadores y de neutralización de
la izquierda, que será manejada con maestría sin igual por Alfonso López Pumarejo, fue
uno de los resultados de la Convención de Ibagué. La crítica de López a su partido a
finales de esta década, ya en vísperas del triunfo de Olaya, será la de que no ha sido lo
suficientemente audaz en su esfuerzo por atraerse a una izquierda beligerante dirigida
por los socialistas y a la que empiezan a coquetearle personajes de una importancia
futura muy significativa para el partido liberal como Gabriel Turbay y Alberto Lleras
Camargo (57).

Tanto el programa intervencionista de capitalismo de Estado planteado por la


Convención de Ibagué como su apoyo definitivo al endeudamiento externo indican
inequívocamente los dos intereses más cruciales de la gran burguesía financiera que,
con ese programa, tomaba la delantera en la política del país. Pero ¿era la política
laboral planteada por la Convención el producto de una posición progresista y popular
definida de acuerdo a los intereses de la burguesía nacional o, más bien, el resultado
inevitable de la lucha de la clase obrera que amenazaba los intereses de estas dos
burguesías en ascenso no suficientemente consolidadas que pugnaban por neutralizar las
fuerzas capaces de poner en peligro el éxito de su nueva táctica, reforzada esta amenaza
como estaba por el proceso revolucionario mundial? No tenemos la menor duda de que
el programa de legislación laboral extremadamente tímido que propone la Convención
no se contraponía a los intereses de la gran burguesía financiera y monopolista, sino que
iba perfectamente acorde con su táctica de neutralización de la clase obrera y de los
movimientos de izquierda por una parte, y de modernización imperialista, por otra. Al
mismo tiempo que plantea el programa algunas reivindicaciones de bienestar social,
coloca sobre la clase obrera el fatídico tribunal de arbitramento que mantiene en manos
del gobierno y de los patronos la definición de los conflictos laborales, en desventaja de
la clase obrera. La inteligencia de la gran burguesía, representada por el partido liberal,
consistirá durante este período y el que sigue en mantener los sentidos aguzados para
incorporar las reivindicaciones de la clase obrera y para ponerse a tono con ese
movimiento reformista generalizado que coincidirá tanto con la orientación de un
Roosevelt, siempre y cuando no amenace sus propios intereses y los del imperialismo
norteamericano que irán haciéndose cada vez más imperantes.

El partido liberal reconstruido ideológica y organizativamente después de una crisis tan


prolongada, se comprometía con la "modernización" del país y coincidía plenamente
con las mismas inquietudes que abrigaba el imperialismo norteamericano respecto de
Colombia. Mientras en el interior del país los jefes ascendentes del liberalismo
agenciaban la política financiera del imperialismo y, por ejemplo, Alfonso López
Pumarejo se convertía en el primer gerente del Banco Mercantil Americano primero, y
en agente de la Dillon, fedeicomisaria de los empréstitos norteamericanos, después,
Olaya Herrera dirigía en el exterior la entrega de los recursos naturales y preparaba el
apoyo del imperialismo norteamericano al ascenso del partido liberal. El partido
conservador, si bien había iniciado el proceso de endeudamiento externo con el
gobierno del general Ospina, se había mostrado fiel defensor de los intereses
norteamericanos desde la entrega de Panamá, la conciliación de Reyes, las teorías de la
Estrella Polar de Suárez y el enclave bananero; había comenzado la entrega del petróleo
y de los recursos naturales durante toda la llamada ’’hegemonía conservadora’’; era un
partido que había venido desgastándose y no presentaba la cohesión ideológica respecto
a la modernización que demostraba el partido liberal. La dependencia estrecha del
partido conservador respecto de la jerarquía eclesiástica, de la ideología católica y de los
terratenientes feudales, no era garantía para las reformas que el imperialismo
norteamericano necesitaba impulsar con el fin de dar unas bases firmes a la exportación
de capital. No fue suficiente argumento para el imperialismo norteamericano la decidida
acción del gobierno de Abadía Méndez en defensa de los intereses de la United Fruit
Company que culminaron con la matanza de obreros en las bananeras. Por encima de
todo estaban los intereses petroleros y financieros privados de los Estados Unidos y los
del gobierno norteamericano en relación con la política comercial y el refinanciamiento
de la deuda externa que confiaban más en los oficios de Olaya Herrera, Alfonso López,
Eduardo Santos y los programas imperialistas del partido liberal que en un partido como
el conservador apegado todavía a las posiciones anticapitalistas, antimasonas y
antiprotestantes de la Iglesia, bajo la dirección de la figura ascendente de un Laureano
Gómez. Alvaro Pío Valencia en un articulo de El Espectador sobre la caída del partido
conservador cuenta que Andrew Mellon, Secretario del Tesoro de Estados Unidos
ofreció su apoyo a la candidatura de Olaya; que Mr. Piles, embajador norteamericano en
Colombia, renunció porque era amigo de Valencia y en Washington se había pactado ya
la presidencia para Olaya; que Jefferson Caffery fue designado nuevo embajador con el
propósito de impulsar la candidatura de Olaya (58). Estos testimonios se añaden al que
ya hemos narrado de la influencia decisiva que tuvo la Circular Especial de la Secretaría
de Comercio de los Estados Unidos en 1928 para la elección de Olaya (59). Era quizás,
la primera vez que el imperialismo norteamericano presionaba una candidatura y una
presidencia. El partido conservador no respondía a las necesidades apremiantes de la
dominación imperialista. Por esta razón Washington no apoya sus candidatos que como
en el caso de Vásquez Cobo, habían sido fieles amigos suyos. Se cae por su desgaste,
por sus pugnas internas, por la fuerza nueva que presenta el partido liberal y por la
alianza del imperialismo norteamericano con los liberales.
La táctica de Olaya consistió en apoyarse en el imperialismo norteamericano y en atraer
el sector conservador más comprometido con los intereses imperialistas. Un sector del
partido conservador apoyó a Olaya y otro le lanzó la oposición. Con el primero
conformó la "concentración nacional’’, primer intento de una alianza de la gran
burguesía y de los grandes terratenientes para defender los intereses del imperialismo
norteamericano, esta vez bajo la dirección de un liberal. El programa de Olaya se dirigió
a garantizarle las condiciones indispensables para la entrada segura de Estados Unidos.
Lo planteó en cuatro puntos: 1) tranquilidad política; 2) ambiente despejado para el
capital extranjero; 3) política financiera; y 4) dosificación e incremento de las
exportaciones, especialmente, del café (60). Olaya se dedicó a lograr desde un principio
las reformas administrativas, fiscales y financieras que este programa exigía y para ello,
recurrió, como lo había hecho el general Ospina, a la misión Kemmerer, propulsora de
la estrategia norteamericana para América Latina (61). De su experiencia en la
embajada de Washington, Olaya había salido convencido de que los norteamericanos
conocían mucho mejor nuestro país y que, por tanto, eran ellos los que debían trazar
nuestra política. Decía: "Es de causar verdadera sorpresa en esas grandes instituciones
bancarias ver cómo llevan mes por mes un conocimiento tan exacto y completo sobre la
situación de todos aquellos países en donde tienen intereses radicados. Creo que no son
raros los casos en que ellos están mucho mejor enterados de la situación de un país, que
los nacionales sobre los fenómenos sociales, políticos, sobre lo que hacen los
Congresos, sobre la tendencia de los gobiernos, sobre lo que dice la prensa. Y todo
aquello con conclusiones tan perspicaces que a uno le maravilla que haya elementos
extranjeros que sigan tan de cerca el curso de los acontecimientos de su país natal..."
(62). No solamente se sirvió Olaya de las misiones norteamericanas, sino también de
importantes figuras nacionales que agenciaban la política de los Estados Unidos. Esa
fue, como queda consignado ya, la figura de Esteban Jaramillo, conservador, Ministro
de Hacienda. Así como su admiración por Estados Unidos no tenía límites, su afán de
entrega y de endeudamiento no conocía fronteras. A pesar de que el gobierno
norteamericano se oponía a ampliar la deuda externa, mientras no se arreglara su
refinanciamiento, ésta creció de 87 millones en que la había dejado Abadía Méndez a
170 millones (63).

La oposición conservadora no hizo sino denunciar en el Congreso y en la prensa la


política pronorteamericana de Olaya. Nadie en el partido liberal salió a atacarla. Esta
oposición conservadora va a trazar la pauta de la década siguiente, porque va a
mantener una posición antinorteamericana bajo el liderazgo de Laureano Gómez. Sin
embargo, la clave de esa oposición no residió nunca en una política antiimperialista del
partido conservador, sino en un planteamiento terrateniente recalcitrante. Típico de esa
oposición es el ataque de Aquilino Villegas al gobierno de Olaya por el endeudamiento,
en el que dice: "Otro de los problemas que suscita el concepto nacionalista en la
conducción de los Estados, sobre todo de los Estados hispanoamericanos, es la posición
que deben adoptar en frente a los capitales extranjeros... En Colombia tenemos ya
suficientes experiencias para comenzar a estudiar con sentido crítico y desprevenido la
cuestión. Entre los innumerables mitos que nuestra pobreza de otros días forjó ante la
imaginación colombiana como la fuente única de salud y el anhelo de todos los anhelos
nacionales, ninguno que haya tenido la vida más dura y más indiscutida que la
introducción de capitales extranjeros... Y hay que pensar que estamos amenazados por
la invasión de la gran máquina organizada, productora mecánica incansable, ahorradora
de trabajo humano y por consiguiente, devastadora y sembradora de hambre y de terror
entre los trabajadores. Males grandes nos han hecho algunos capitales extranjeros, pero
está inédito todavía el horror inconmensurable que nos amenaza, si no tomamos
medidas oportunas, cuando se venga sobre nosotros en la forma del gran maquinismo y
el trabajo racionalizado, que ha sembrado el hambre en la vieja Europa. Será el último
de los espantos; y es un deber imperioso de los partidos que sostienen el estado
intervencionista, y que saben reírse de la vieja fanfarria de Manchester, poner pecho a
esta nueva forma de barbarie y de esclavitud con que nos amenaza lo que llaman la
civilización. Es mil veces preferible nuestra pobreza y nuestra ignorancia, nuestra
pequeña industria y nuestro artesanato colonial, laborioso y libre, que siquiera asegura
el pan de cada día para todos. Yo sé que esta tesis tradicionalista es revolucionaria ante
la flamante académica y oficial del capital extranjero (64).”

El gobierno de "concentración nacional" inició la primera etapa de las alianzas del


partido liberal y del partido conservador, sobre la base de un nuevo partido liberal ya
consolidado en representación de la gran burguesía financiera proimperialista. Un sector
del partido conservador caló en esta etapa la verdadera esencia de ese nuevo partido
liberal y anunció al país la desgracia que le sobrevendría con la introducción del
imperialismo norteamericano agente de las máquinas, el dinero y la proletarización,
bajo los auspicios de Olaya y López. Esta oposición conservadora no se materializó sino
hasta el momento en que quedó completamente claro para el país que el partido liberal
agenciaba la modernización imperialista. Sólo un sector del partido conservador, que
hundía sus raíces en los "históricos" de la época de la "Regeneración" estaba de acuerdo
con la alianza que ofrecían los liberales. Desde el punto de vista político, la estrategia de
dominación iniciada por el imperialismo norteamericano desde principios de siglo, la
cual encontró dificultades tras el asalto sobre la soberanía nacional en el caso de
Panamá, pero que se abrió camino expedito tras la ratificación del tratado Urrutia-
Thompson, propiciaba la alianza de las clases sociales que favorecieran el tipo de
modernización que exigía su necesidad de exportación de capitales, con el propósito de
hacer menos vulnerable su penetración en el país. Pero las clases sociales en Colombia
venían sufriendo una profunda transformación durante la primera mitad del siglo XX,
de cuyo proceso da testimonio fehaciente el proceso de la etapa que hemos analizado. El
partido liberal pasa de los comerciantes precapitalistas a la gran burguesía financiera,
manteniendo en su seno durante un tiempo a la burguesía nacional. Pero en el partido
conservador se da una división que obedece primero a la tendencia de un sector de
terratenientes hacia la industrialización del país y después hacia la aceptación de la
modernización imperialista, lo cual los lleva a impulsar una serie de transformaciones
para poner a tono el país con los intereses de la dominación norteamericana. Entre tanto,
el otro sector del partido conservador mantiene la posición intransigente de los
terratenientes que defienden la preservación del régimen feudal, sin ninguna
contaminación imperialista, aunque en la década del treinta tomen partido en favor del
fascismo y del imperialismo alemán. Mientras el partido liberal no consolida su nueva
forma y adquiere por completo su nuevo contenido, los dos sectores del partido
conservador, unas veces más y otras menos, aceptan su colaboración y la solicitan en
distintos momentos del proceso, durante el cual el partido liberal iba abandonando sus
antiguos principios en favor de los de la gran burguesía financiera, monopolista y
burocrática. Una vez que la Convención de Ibagué fija las nuevas pautas del partido
liberal y que los nuevos dirigentes de ese partido lo conducen por el nuevo sendero,
entonces el sector recalcitrante que se toma el partido conservador, define su
rompimiento con él y le abre la oposición. La división para las elecciones de 1930 es el
primer paso en este sentido. La oposición de Laureano Gómez a Olaya Herrera es el
segundo paso. Y el rompimiento total llega con el triunfo de Alfonso López Pumarejo,
con lo cual se inicia una nueva etapa.

La gran burguesía financiera, monopolista y burocrática surge en Colombia como


producto del endeudamiento externo, de la entrega de los recursos naturales al
imperialismo y de la adecuación del Estado a los intereses financieros de los Estados
Unidos. No es el producto de la transformación del capitalismo de libre competencia en
monopolista por la fuerza misma del desarrollo interno de las fuerzas productivas. Por
esta razón la burguesía nacional se queda a medio camino, completamente debilitada,
por el brusco salto que dan comerciantes precapitalistas y burgueses industriales en
ciernes, a la gran burguesía proimperialista. Por su parte, los terratenientes se dividen en
quienes favorecen la alianza con el imperialismo y quienes se oponen a ella por
considerar un peligro para sus intereses las transformaciones que exige la dominación
extranjera. La burguesía nacional queda como una clase minoritaria, débil, entre el
fuego de la gran burguesía intermediaria del imperialismo, los terratenientes
proimperialistas y los terratenientes nacionalchauvinistas. Al mismo tiempo que en este
período surgían la burguesía nacional como producto del capitalismo nacional, la gran
burguesía financiera, monopolista y burocrática ligada al capitalismo imperialista, se
transformaba un sector de los terratenientes favorables a la modernización imperialista,
surgía también el proletariado y se desarrollaba haciéndose sentir por todas partes como
una clase nueva y luchando por su reconocimiento en la sociedad colombiana en paros,
huelgas y luchas de todo tipo. Pero también hacia su aparición una pequeña burguesía
intelectual y profesional que daba muestras de radicalismo y de oposición al régimen
con luchas antiimperialistas y con apoyo a la insurgencia de la clase obrera. Gran
influencia va a tener esta clase en el surgimiento y desarrollo de la izquierda
revolucionaria en Colombia y sus primeros pasos se dan desde principios de la década
de los años veinte. Esperamos tener la oportunidad de analizar las primeras luchas de la
clase obrera, las primeras incursiones de la pequeña burguesía en la vida política del
país y la lucha que adelantaron los campesinos en esta etapa.

NOTAS

(1) Rafael Uribe Uribe, "Los desagradecidos", en El autonomista, 13 de septiembre de 1899. (2) Miguel
Antonio Caro, "Mensaje al Congreso Nacional, julio 20 de 1896", Obras completas, Imprenta Nacional,
Bogotá, t. VI, págs. 179-184. El texto completo se encuentra en la Antología, Parte III.

(3) Rafael Uribe Uribe, Discursos parlamentarios, Congreso Nacional de 1896, Imprenta de Medardo
Rivas, Bogotá, 1897, págs. 27 y 28. Estos discursos están publicados en Obras selectas, Colección
Pensadores Políticos, Cámara de Representantes, Bogotá, 1979. Citamos Discursos parlamentarios...

(4) Ibid., pág. 172.

(5) Ibid., pág. 169.

(6) Ibid., pág. 168.

(7) Ibid., pág. 169.

(8) Ibid., pág. 191.

(9) Ibid.
(10) Ibid., págs. 194-95.

(11)Ibid., pág. 206.

(12) Ibid., págs. 267-272.

(13) Ibid., pág. 272 (los subrayados son nuestros).

(14) Ibid., pág. 350.

(15) Ibid., pág. 183.

(16) Obras selectas, tomo II, pág. 168. Texto completo en la Parte III.

(17) Ibid., pág. 172.

(18) "Manifiesto que dirige la Convención Electoral del partido liberal a la nación", La Crónica,
septiembre 15 de 1897. El texto completo del programa y el manifiesto se encuentra en la Parte III.

(19) Aníbal Galindo, "Nueva orientación", El autonomista, septiembre 19 de 1899.

(20) Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914, Tercer Mundo, Bogotá, 1973, 3a. ed.,
pág. 193.

(21) Ver, entre otros textos, Joaquín Tamayo, La revolución de 1899, Biblioteca Banco Popular, 1975;
Eduardo Rodríguez Piñeres, Diez años de política liberal, 1892-1902, Camacho Roldan y Cía., Bogotá,
1945; Carlos Martínez Silva, Por qué caen los partidos políticos, Camacho Roldan y Cía., Bogotá, José
Manuel Marroquín, Pbro., Don José Manuel Marroquín, íntimo, Arboleda y Valencia, Bogotá, 1915; Luis
Martínez Delgado, República de Colombia, 1885-1910, Historia Extensa de Colombia, Ediciones Lerner,
Bogotá, 1970, vol. X, t. 2; Jorge Villegas y José Yunis, La guerra de los mil días, Carlos Valencia
Editores, Bogotá, 1978.

(22) Joaquín Tamayo, op. cit., pág. 177.

(23) Rafael Uribe Uribe, "Socialismo de Estado", en El pensamiento político de Rafael Uribe Uribe,
Antología, Colección Popular No. 155, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, pág. 23.

(24) Ibid., pág, 55.

(25) Ibid., pág. 52

(26) Ibid., pág. 17.

(27) Ibid., pág. 51.

(28) Ibid., pág. 19.

(29) Baldomero Sanín Cano, "Administración Reyes, 1904-1909", en Escritos, Biblioteca Básica
Colombiana, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1977.

(30) Rafael Uribe Uribe, Por la América del Sur, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Editorial
Kelly, 2 vols., Bogotá, 1955, t.1, pág. 135.

(31) Rafael Uribe Uribe, "Conferencia Panamericana, informe de la delegación de Colombia en la tercera
Conferencia Panamericana", op. cit., t. II, pág. 636.
(32) Ibid., pág. 598.

(33) Ibid., pág. 607.

(34) Ibid., págs. 610-611.

(35) Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos colombianos, 1900-1924, Universidad de Antioquia, Medellín,
1977, pág. 99. Sobre la ansiedad de la oligarquía liberal conservadora por arreglar el conflicto de Panamá
para conseguir capitales norteamericanos es interesante el comentario de El Tiempo del 19 de agosto de
1916 a un editorial del periódico La Patria, en el que arguye que el patriotismo tampoco puede ir hasta
sacrificar intereses superiores del país como es la posibilidad de su desarrollo, mucho más importante que
seguir defendiendo a Panamá, cuando ya es un hecho cumplido. Dice, entre otras cosas, "La opinión
pública está ya perfectamente empapada de una verdad no sujeta a más discusión; la de que las objeciones
hechas por el señor gobernador de Cundinamarca al proyecto de empréstitos para Bogotá obedecen sólo a
un sentimiento de viva repulsión contra el capital yanqui, ’que nos robó a Panamá’. Los escrúpulos
legales, las sutilezas de carácter constitucional, han sido meros pretextos que cubren el verdadero móvil,
revelado y aplaudido con loable franqueza por La Patria en categórico editorial. ¿Conviene que el país
tome en consideración el problema que hoy se presenta y del que depende todo su porvenir? ¿Va contra
nuestro decoro y contra nuestro honor el negociar empréstitos en un país cuyos poderes públicos andan
remisos a satisfacer nuestras justas exigencias de pueblo agraviado? ¿Debemos, si esas exigencias son
desoídas, petrificamos en una actitud de altivo rencor y cerrar nuestras fronteras a todo lo que venga del
aborrecido país?... Es indudable que por lo menos por un cuarto de siglo los Estados Unidos, enriquecidos
por la guerra que a otros arruina, convertidos en lugar de refugio del oro que huye de la hoguera en que
arde el viejo mundo, serán el único lugar a donde puedan volver los ojos los pueblos jóvenes que
necesitan recursos". Ibid., pág. 261.

(36) Ver para el programa del republicanismo Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos..., págs. 127, 219;
Convención Nacional del Partido Republicano, Arboleda y Valencia, Bogotá, 1915.

(37) Villegas y Yunis, Sucesos..., pág. 151; ver Carlos E. Restrepo, Orientación republicana, 2 vols,
Biblioteca Banco Popular, Bogotá, t. I, págs. 392-94. (38) Rafael Uribe Uribe, "Exposición sobre el
presente y el porvenir del partido liberal en Colombia", El Liberal, Bogotá, abril de 1911; ver Obras
selectas, t. I; en Romero Aguirre, op. cit., págs. 178-179. Citaremos Romero Aguirre. El texto completo
se encuentra en la Parte III, Antología.

(39) Romero Aguirre, op. cit., pág. 183.

(40) Romero Aguirre, op. cit., pág. 184.

(41) Romero Aguirre, op. cit., pág. 185.

(42) Romero Aguirre, op. cit., pág. 186.

(43) Romero Aguirre, op. cit., pág. 191.

(44) Romero Aguirre, op. Cit., pág. 187.

(45) Romero Aguirre, op. cit., pág. 189.

(46) Torres Giraldo va dando puntadas acá y allá sobre las actuaciones de Uribe, pero siempre calla sus
hechos bochornosos que en nuestra opinión, son tan importantes que resultan decisivos para juzgar de su
posición histórica. El juicio central de Torres es el siguiente: "En Uribe, colgada también la espada estaba
su propia concepción evolucionada de la política, reformista, democrático-burguesa, con una visión
propia también de los problemas nacionales y una actitud progresista definida ante las masas
trabajadoras", op. cit., t. III, pág. 90. Uno puede preguntarse ¿era democrático-burguesa la posición de
Uribe Uribe, en qué; y era progresista respecto a qué?. Melo y Tirado se limitan a consignar que Uribe
propició "el abandono de las doctrinas del laissez taire y su sustitución por otras acordes con las nuevas
situaciones y la afirmación del poder del Estado para intervenir en la vida económica y en la regulación
de las condiciones de producción, que dada la estructura de clase, tenía que ser de explotación", Alvaro
Tirado Mejía, "Colombia: siglo y medio de bipartidismo", Colombia hoy, Siglo XXI Editores, Bogotá,
pág. 142. (47) Ver Gerardo Molina, op. cit., t. II, cap. VII.

(48) Alfonso López Michelsen, "Apología de la Generación del Centenario", en Cuestiones colombianas.
Impresiones Modernas S.A., México, D.F., 1955

(49) Ver Stephen Randall, The Diplomacy of Modernization: Colombian American Relations, 1920-1940,
University of Toronto Press, Toronto, 1977; David Bushnell, Eduardo Santos and the Good Neighbor,
1938-1942, Grainsville, 1967.

(50) Ver para un recuento de los hechos, Gustavo Humberto Rodríguez, Benjamín Herrera en la guerra y
en la paz, Universidad Libre, Bogotá, 1973, caps. 20-23. Rodríguez defiende, en contra de Lemaitre, que
Herrera tenía suficiente armamento, soldados y posibilidades de retomar la guerra. Con mayor razón la
tendría entonces para enfrentar a los norteamericanos, como lo hicieron después en peores condiciones
otros patriotas de América Latina, como por ejemplo, Sandino en Nicaragua. Para los argumentos de
Uribe Uribe, ver "Manifiesto del General Rafael Uribe Uribe a los liberales de Colombia", en Carlos
Martínez Silva, Por qué caen los partidos políticos, Camacho Roldan y Cía., Bogotá, 1934, págs. 176-
198. El texto completo aparece en la Parte III.

(51) El Tiempo, cit. por Jorge Villegas y José Yunis, Sucesos colombianos, pág. 222.

(52) El 31 de marzo el corresponsal de El Tiempo, Gil Blass, cablegrafiaba lo siguiente: "El General
Benjamín Herrera citó a Mr. Williams, Gerente de la United Fruit Company en Santa Marta, a absolver
posiciones para entablar demanda contra la United Fruit por incumplimiento del contrato. Queda así
contestado el artículo". Ibid. Ver, por ejemplo, Molina, op. cit., cap. VIII, en donde muestra que Herrera
sólo puso algunas reservas al tratado Urrutia Thompson y a la misión Kemmerer pero nunca emprendió
una posición contra ellos ni contra el imperialismo norteamericano.

(53)"La convención de Ibagué" en Romero Aguirre, op. cit., pág. 215. El programa completo se encuentra
en la Antología, Parte IIL

(54) Ver César Ferrero Calvo, "Los sindicatos obreros colombianos", Estudios sindicales y cooperativos,
Madrid, vol. 4,1970, No. 15/16, págs. 40-44.

(55) Ver Parte Primera, cap. 2°, aparte 4.

(56) Gerardo Molina, Las ideas liberales, 1915-1934..., pág. 83, (el subrayado es nuestro).

(57) Ver cartas de Alfonso López Pumarejo a Nemesio Camacho, El Tiempo, abril 26 de 1928, mayo 21
de 1928. Consultarlas en la Parte III, Antología.

(58) Alvaro Pío Valencia, "Una historia incompleta", Magazine Dominical, lo. de abril de 1979.

(59) Ver Parte I, cap. 20.

(60) Enrique Olaya Herrera, "Conferencia sobre los problemas económicos de Colombia", El Tiempo, 30
de enero de 1930. Ver texto completo en la Parte III.

(61) Ver Robert N. Seidel, "American Reformers Abroad: The Kemmerer Missions in South America,
1923-1931", The Journal of Economic History, vol. XXXII, No. 2, June, 1972.

(62) Olaya Herrera, op. cit.

(63) Aquilino Villegas, "El espectro", El País, octubre 7 de 1934.


(64) Aquilino Villegas, La moneda ladrona, Editorial Arturo Zapata, Manizales, 1933, págs. 227-228 (el
subrayado es nuestro).

TERCERA PARTE: ANTOLOGÍA


POLÍTICA. 1886 -1934

IMPERIO DE LA LEGALIDAD (1)


Miguel Antonio Caro, Mayo 17 de 1886

Intervención de Miguel Antonio Caro en los debates del Consejo Nacional


Constituyente, sobre la reforma constitucional, el 17 de mayo de 1886.

El punto central en discusión, es la división territorial del país; y hacen uso de la palabra
los consejeros José Domingo Ospina Camacho, Felipe Paul, Juan de Dios Ulloa y
Rafael Reyes, defendiendo las tesis del centralismo, en contra de la constitución liberal
de 1863, que había otorgado independencia a los Estados federales.

Caro, en su intervención, defiende más ardorosamente aún el centralismo, y fija además


los criterios políticos y filosóficos, que a su parecer, deben orientar en general, la nueva
reforma. Señala a la revolución liberal, como el peor de los males que soporta el país, y
por tanto, como al enemigo fundamental, al que se debe aplastar. Acusa a los principios
filosóficos de la dialéctica y la contradicción, como causantes y generadores de todo
mal, desorden y anarquía social, haciendo un llamado a luchar contra ellos en el campo
de las ideas, y a perseguir con todos los medios que posee el Estado, a quienes los
sustenten o divulguen.

La facultad de modificar la división civil del territorio, es en todas partes y ha sido


siempre atribución que ejerce la representación nacional por medio de una ley expedida
y sancionada en la forma ordinaria. En el estado normal de la sociedad yo votaría una
proposición que dijese sencillamente eso. Pero en esta vez no votaré atendiendo a lo que
en tesis general dicta la sana razón, sino a lo que, a mi juicio, aconsejan el estado de
transición y las circunstancias en que nos hallamos. Por manera que mi voto es ahora,
en este punto, una concesión, una contemporización. Pero quisiera yo que se entienda
bien que ni yo estoy dispuesto a estas concesiones, ni nadie en esta Asamblea puede
tampoco hacerlas, así como quiera, sino dentro de la esfera de los principios
fundamentales de la consecuencia y del deber. Y este mismo acomodamiento en lo que
no es esencial a la reforma política, será prenda segura, cuando lleguemos más adelante
a cuestiones en que no es dado ceder un ápice, de que no es el espíritu de intransigencia,
sino la voz del más riguroso e ineludible deber, lo que en esos puntos habrá de
determinar una inquebrantable insistencia.

Nuestro deber, en globo, se cifra en mantenernos fieles al espíritu de esta


transformación social. ¿A qué se reduce esta gran transformación? Es, señor presidente,
el paso esforzado y glorioso, de la anarquía a la legalidad; tránsito que dentro de una
nación corresponde a lo que en el concierto de las naciones significa la sustitución del
principio del arbitraje al derecho de conquista con todos sus horrores. Es, señor
presidente, la condenación solemne que vamos a hacer, con los labios y con el corazón,
de la vida revolucionaria, de todo principio generador de desorden.

Acaso no ha habido una nación más sistemáticamente anarquizada que Colombia bajo
el régimen de la Constitución de Rionegro. Aquel código impío y absurdo, después de
negar la suprema autoridad divina, pulverizó la soberanía nacional, creando tres
soberanos absolutos, la nación, la provincia, el individuo. De aquí nacieron las
disensiones civiles, y aquel estado social, más deplorable que la tiranía y la revolución
material, en que los signos de la legitimidad se borran, y se pierde el respeto a la
autoridad por los mismos que en principio la proclaman y en hecho no aciertan a
descubrirla.

En nuestras guerras civiles no se ha sabido muchas veces dónde está la revolución y


dónde la autoridad, porque ha habido violación recíproca de derechos reconocidos por
la Constitución, y de ahí ha surgido el conflicto entre potencias soberanas: nuestras
guerras han sido, en lo malo, a un mismo tiempo domésticas e internacionales. De aquí
que los depositarios de la autoridad se hayan declarado muchas veces enemigos de la
sociedad; que los que en principio condenan las revoluciones, se hayan lanzado en ellas;
y que, con la confusión de las nociones de lo justo y de lo injusto, haya sobrevenido el
caos.

La proclamación de la soberanía nacional es la primera muestra de la resurrección de


este cuerpo político que se llama la Patria. Ya no hay República diseminada; ya no hay
soberanos coexistentes; la Nación es una, y una es la Autoridad.

Tal es el principio a que estamos obligados a obedecer todos los amigos u operarios de
esta reconstrucción política; y por lo que hace a los miembros de este consejo, no será
inoportuno que fijemos de una vez, ya que la ocasión de tratar este punto se ofrece, al
principio del debate de la nueva Constitución, nuestro criterio y juntamente nuestro
deber, porque de esta manera habremos también circunscrito y escombrado el campo de
la discusión, alejando de él los pensamientos retrospectivos, las alegaciones exóticas.

En primer lugar convinimos en someter las bases de la reforma a un plebiscito


municipal. El voto de la Nación, solicitado en esa forma, se ha pronunciado uniforme y
solemne. Nuestro primer deber es inclinamos ante el mandato imperativo que la Nación
nos ha conferido. Estamos obligados a edificar sobre las bases establecidas; a respetar
su espíritu, su verdadera y genuina significación.

Yo distingo, señor presidente, entre los puntos que aquí debemos tratar, aquellos que se
enlazan íntimamente con las bases, como concomitantes o corolarios suyos legítimos, y
los que nada tienen que ver con aquellos principios; doctrinales los primeros, opinables
los segundos.

Y por lo que mira a las materias doctrinales o íntimamente conexionadas con las bases,
sólo debemos averiguar lo que a ellas es contrario, para desecharlo sin más examen, y lo
que con ellas lógica y necesariamente se conforma, para sancionarlo luego, sin temor ni
vacilación.
En materia doctrinal no podemos admitir, debemos guardarnos cuidadosamente de
admitir nada que ofrezca contradicciones con lo acordado, porque cualquiera
inconsecuencia nuestra, en lo que es sustancial, implicaría una infidelidad al voto de
confianza que hemos recibido, y nosotros, que venimos aquí a condenar, a matar si
fuese posible, la hidra de la revolución, faltaríamos al deber de la obediencia,
quebrantaríamos la disciplina, revolviéndonos contre la primera fuente de autoridad que
hemos reconocido, y seríamos así, al abrir la era de la legalidad, los primeros
revolucionarios.

Ni sólo hemos de respetar las bases por deber de fidelidad, sino también por razón de
conveniencia; que la virtud es fecunda en bien, y el error engendra males de todo linaje.
Peor aún que un mal sistema es la falta de todo sistema; nada es tan funesto en las
instituciones de un pueblo, como la contradicción. Porque así como el trastorno del
juicio, el error de entendimiento tuerce la voluntad, y ocasiona una conducta viciosa y
funesta, la contradicción en las leyes fundamentales de una nación, se traduce luego en
hechos, y la discordia de los principios sembrada en las leyes no tarda en germinar, y
aparece al fin en forma de discordia civil efectiva. ¿Cuál fue, si no, el vicio
característico de la Constitución de 1863, sino el reconocer soberanías que
recíprocamente se excluyen, el ser anticientífica, el ser absurda? Por manera que la
contradicción fundamental, el principio de Hegel aplicado a la política, la afirmación de
que una cosa puede ser y no ser a un mismo tiempo, es lo primero de que debemos huir,
como del mayor, del más pernicioso de todos los errores. Y ante esta consideración
nada debe pesar en nuestro ánimo consideraciones de ningún género. Si se demuestra
que una disposición es esencialmente contraria a las bases ya sancionadas, en vano será
buscar argumentos especiosos que la justifiquen. Yo he oído decir aquí: aceptemos esto,
desechemos aquello, para evitar tal peligro, para conjurar tal protesta. Buen argumento,
y yo soy el primero en aceptarlo tratándose de materias opinables. Pero guardémonos de
darle oídos cuando se trate de materia doctrinal, porque en ese caso, señor presidente,
valdría tanto como ésa esta otra fórmula más clara y exacta: "Para no provocar una
revolución, sembremos de una vez en las instituciones la semilla de la revolución".

Tal sería el caso si tratáramos de dar a las asambleas departamentales el carácter de


legislativas, renovando así la dualidad de soberanías, o si, en el caso presente,
quisiéramos dejar a esas corporaciones la iniciativa para variar la división general del
territorio. Pero como ya se haga esta variación por medio de una ley sujeta a ciertas
precauciones, ya por medio de una reforma constitucional, todos estamos aquí de
acuerdo en que al Congreso, y sólo al Congreso, como representante de la soberanía
nacional, corresponde decretar tal variación, bien podemos votar en esta cuestión con el
señor General Reyes, sin detrimento de los principios. Bien es verdad que el medio que
él propone no es, considerado en sí mismo, el más natural y conveniente; pero como la
forma adoptada en la disposición que se discute ha dado materia a interpretaciones que,
aunque infundadísimas, pueden a su vez engendrar males, creo que estamos en el caso
de hacer en este punto una prudente concesión a las circunstancias, y yo por mi parte la
haré negando mi voto al artículo.

Para terminar, señor presidente. No basta nuestra fidelidad a lo pasado; también ha de


mirar a lo futuro. Hemos convenido en reconocer a este cuerpo como legítimo poder
constituyente, y estamos obligados en conciencia a sostener y defender en todo terreno
sus resoluciones definitivas, aunque no hayan tenido nuestro voto. Es para nosotros, y
debe ser para todos los miembros del partido nacional en la República, dogma
indiscutible que contra esta Constitución no habrá más recursos lícitos que los que ella
deje para su reforma. Así no sólo habremos consignado en ella el principio de la
autoridad y del orden, sino que sabremos todos confirmarlo con el ejemplo de un horror
invencible a la anarquía, de una sumisión incondicional a la legalidad.

MOTIVOS DE DISIDENCIA (2)


Carlos Martínez Silva, Enero de 1896

Este documento de excepcional importancia, escrito por Carlos Martínez Silva y


conocido también como el "Manifiesto de los 21", aclara perfectamente las razones de
la división conservadora, que posteriormente se conocería con los nombres de
"nacionalistas" e "históricos". El grupo que firma este manifiesto, está apoyado
especialmente por el conservatismo antioqueno.

Para este año, 1896, el gobierno de Caro ha entrado en franca decadencia, por el
sectarismo despótico del presidente, el dogmatismo religioso y la incapacidad de Caro
para manejar los asuntos políticos, a pesar de sus conocimientos filosóficos y literarios.
Tal actitud del gobernante, sumió progresivamente al país en una crisis irreversible de
todo orden, la que causaría esta línea oposicionista a su administración.

En este memorial, firmado por Carlos Martínez Silva, Jaime Córdoba, Emilio Ruiz,
Rafael Ortíz, Juan Arbeláez, Rufino Gutiérrez, Gerardo Pulecio, Luis Martínez Silva,
José Joaquín Pérez, Emilio Sáiz, Mariano Ospina Ch., Carlos Eduardo Coronado,
Eduardo Posada, Mariano Ospina V., Bernardo Escobar, Guillermo Durana, Cipriano
Cárdenas, Rafael Pombo, Rafael Tamayo, Joaquín Uribe, y Jorge Roa, inicialmente
analiza la condición de miembros del partido conservador, de los suscritos. Hace un
examen de lo que ha significado la "Regeneración" para el país, y la participación de los
firmantes en el gobierno. Señala dos tareas alcanzadas por la "Regeneración":la
pacificación del país y el haber alcanzado la unidad nacional. Pero observa que la
Constitución de 1886 concebida para acabar con la anarquía generada por la de 1863, se
ha sobrepasado en sus funciones y no ha cumplido los objetivos inicialmente
propuestos, especialmente el de alcanzar una democracia republicana. Al contrario, lo
que se ha obtenido es centralizar al máximo el poder político, concentrando en las
manos presidenciales todo el poder posible, convirtiendo al Estado en una dictadura
personal. Esto ha traído como consecuencia el abandono regional y el manejo
administrativo del país desde la capital, con sus secuelas de despilfarro y corrupción,
como sucede con las obras públicas.

En lo electoral, la constitución sólo ha permitido el libre juego político para los


conservadores, mientras a los liberales se les margina del poder. Prueba de ello es la
existencia de un solo diputado liberal, en 10 años de gobierno "regenerador". Pasa el
documento a defender al partido liberal, como movimiento político cuya fuerza no se
puede desconocer.
Más adelante, critican acerbamente la rígida censura de prensa, impuesta por el
gobierno, señalando que es contraria a una constitución democrática, convertida en
cortina de humo para cubrir los despilfarres y negociados oficiales. Se fortalece al
ejército, no se hacen las obras públicas necesarias, pero sí se cobran los impuestos,
afirman. Se ha manejado de manera equivocada la economía nacional y por tanto el país
está al borde de la ruina.

Como consecuencia de lo anterior, y finalmente, este grupo conservador exige el


estudio de una nueva reforma constitucional, que regule el juego político de una manera
acorde con las nuevas circunstancias históricas que vive el país.

Las peligrosas circunstancias que en la actualidad atraviesa la república, próxima a


entrar en una nueva crisis electoral; la lucha sorda, más que de ideas, de intereses, que
se advierte en algunos círculos políticos y personales; las lecciones recibidas de una
larga y dolorosa experiencia, que han desvanecido muchos ideales y puesto en duda o
desacreditado no pocos principios, considerados antes como dogmas indiscutibles por
las escuelas políticas; el general anhelo que hoy se percibe de encauzar el movimiento
de las ideas, apartándolo de las regiones meramente especulativas, para hacerlo
contribuir a resultados positivos en favor de la paz y del progreso de la nación, imponen
a cuantos hayan tomado o tengan hoy parte en la dirección de la cosa pública, el deber
de la lealtad y de la franqueza, a fin de acabar con los equívocos y de facilitar el acuerdo
de las inteligencias y de las voluntades en puntos de capital importancia para todos los
colombianos.

Por estas razones alzamos la voz los que suscribimos este documento, como miembros
del antiguo partido conservador, y colaboradores, en escala más o menos modesta, en la
obra política que se ha llamado la regeneración, sometida hoy en su pleno desarrollo y
madurez a la severa crítica experimental.

A aquella obra contribuimos todos nosotros con generoso entusiasmo, con honradas
convicciones, y en ella veíamos desde lejos realizadas, no las conveniencias de un
partido y menos aún cualquiera especie de granjerías personales, sino la prosperidad y
grandeza de la patria común.

De ello no nos pesa, primero, porque la conciencia nos dicta que el móvil fue bueno y
generoso, y segundo, porque abrigamos aún la seguridad de que el bien alcanzado no ha
sido escaso ni será tampoco efímero. En la vida política de los pueblos el progreso es
lento: como en la marea —siguiendo el pensamiento de un conocido escritor inglés— la
ola avanza y retrocede alternativamente, pero siempre es más el terreno conquistado que
el que se pierde, y el avance es constante.

A la regeneración se deben dos beneficios, que consideramos conquistas definitivas de


nuestro derecho público, y que han penetrado ya en nuestras costumbres políticas: la
unidad nacional, quebrantada por la federación; y la pacificación de las conciencias por
medio de amistosos convenios entre la Iglesia y el Estado, dejando a salvo la necesaria
independencia de las dos potestades.

Aquellas dos conquistas representan ya mucho en la historia de Colombia, y sobre esas


bases bien puede asentarse algo sólido, que nos permita también discutir y aun
modificar otros puntos constitucionales de secundaria importancia.
Evidentemente, la Constitución de 1886 fue obra de reacción contra la de 1863,
desprestigiada ya entre sus mismos autores; pero, como en toda reacción, el impulso fue
más allá de lo deseable y conveniente.

La Constitución de Rionegro sancionó y organizó la anarquía con los Estados


soberanos, la descentralización del orden público, la pluralidad de legislaciones y la
debilidad e impotencia del gobierno general. Tratando de huir de aquellos males, los
constituyentes de 1886 organizaron un sistema autoritario sin contrapeso ni correlativos
bastantes, que amenaza ya seriamente, en sus desarrollos prácticos, ponerse en pugna
con las tradiciones republicanas de la nación y del mismo partido conservador, en cuyo
nombre y representación obraron, por lo menos, la mitad de los miembros del consejo
nacional constituyente.

Y al adelantar este concepto no les formulamos cargo: convencidos estamos de que los
miembros de aquel consejo sólo tuvieron en mira una organización política que
afianzara el orden sin menoscabo de las libertades públicas, caras a todos los
colombianos.

Las leyes, sin embargo, y en especial las leyes políticas, no son de aquellas obras sobre
cuya bondad puede decidirse a priori. Sin desconocer el poder educador de las
instituciones sobre los pueblos, preciso es admitir también que la piedra de toque de la
experiencia es lo que viene a dar a aquellas su verdadero valor; y a menudo sucede que
las más estudiadas combinaciones políticas, producen funestos resultados, por
circunstancias peculiares del pueblo a que se aplican, según su estado de civilización o
atraso.

Que era indispensable robustecer entre nosotros el principio de autoridad y enfrenar la


anarquía, es hecho que parece innegable aun para los más avanzados liberales. Pero
también está ya fuera de duda que las cortapisas y contrapesos que la Constitución de
1886 opuso al principio autoritario dominante en ella, han resultado en la práctica
ineficaces y baldías, sea por el desarrollo lógico de los principios, sea porque los
encargados de guardar el depósito constitucional hayan abusado de él, sea por ambas
causas combinadas, como lo creemos nosotros.

Ensayaremos demostrarlo, tocando algunos puntos generales.

La fórmula conservadora, anterior a la aparición del partido nacional, era, en materia de


organización pública: centralización política y descentralización administrativa. Se
combatía la forma federal, porque rompía la unidad nacional, porque tendía a
amortiguar el sentimiento patrio, porque trazaba, dentro de la heredad común, barreras
arbitrarias, incompatibles con la fuerza y grandeza de la nación, y porque absorbía en
las entidades seccionales la autonomía del municipio, base y fundamento de la
república. Pero al mismo tiempo se rechazaba y condenaba también por todos los
colombianos el riguroso centralismo, tan contrario a la naturaleza de nuestro suelo,
como a nuestras costumbres y tradiciones desde la época colonial.

La Constitución de 1886 quiso, por lo mismo, aunque con la debida subordinación,


poner enfrente de la nación el departamento y el municipio como entidades
administrativas, con facultades bien deslindadas y con campo de acción propio y
determinado.
En la práctica, sin embargo, aquel saludable equilibrio no tardó en romperse, y hoy
tenemos confundidas y arbitraria o caprichosamente amalgamadas las funciones de las
distintas entidades. La nación ha tomado sobre sí no pocas de las obras que
corresponden a los departamentos, a los municipios y a los particulares, introduciéndose
a la sombra de esta confusión un socialismo de Estado, tan corruptor para la
administración como nocivo para los intereses políticos y económicos. Asuntos que son
de la exclusiva competencia de la administración departamental o municipal, son
resueltos por el supremo gobierno, pasando por encima de ordenanzas y acuerdos que
quedan, sin embargo, válidos en su letra. Las autoridades superiores seccionales en los
departamentos no gozan de la independencia correlativa a sus responsabilidades legales,
independencia que es de rigor en cuanto aquellas autoridades administren intereses que
no sean nacionales. La acción del gobierno se ejerce y se ha ejercido directamente sobre
los empleados subalternos departamentales, y éstos, a su vez, prescinden a menudo de
todo orden jerárquico para buscar arriba apoyo o impunidad para sus desmanes y
atropellos. El municipio ha venido a ser entidad inerte y sin vida; y en tan poco se le
mira, que el gobierno se ha creído autorizado para nombrar y remover libremente los
miembros de los concejos municipales, que tan respetados fueron en los primeros
tiempos de la república, y aun por los mismos reyes de España y sus tenientes.

Argüíase antes contra la forma federal que la debilidad intrínseca del gobierno le
obligaba a apelar a la fuerza para mantener siquiera el orden material; y se decía que
cambiando el sistema, el vigor de la contextura interior permitiría reducir
considerablemente el ejército y destinar de preferencia los recursos públicos a las obras
de progreso que la nación demandaba y demanda con anheloso grito. El sistema se
cambió; el gobierno se hizo fuerte por extremo; los departamentos perdieron el derecho
de tener fuerza pública; el libre comercio de armas desapareció; los gobernadores se
constituyeron como agentes inmediatos del poder supremo; y a pesar de todo esto, el
ejército ha sido, durante la regeneración, y en tiempo de paz, más numeroso que en
ninguna otra época de la república; de donde resulta que la mayor parte de las
contribuciones nacionales han tenido que invertirse en este servicio, con grave
detrimento de todos los demás ramos de la administración.

Y lo que hay en ello de más pernicioso (prescindiendo de los quebrantos que


experimenta la industria con tantos brazos sustraídos del trabajo), es que la importancia
que al ejército se da, como elemento de orden y gobierno, lleva a tener en muy poco la
fuerza de la opinión pública, y aun la misma fuerza del partido en cuyo nombre se
pretende gobernar. Tal desequilibrio, tal desconocimiento de los elementos vivos de la
nación, producen la atonía, la inercia, las divisiones intestinas, el malestar general y,
acaso como consecuencia final, las mismas agitaciones que se quisieron evitar. Reciente
experiencia demuestra que un numeroso y bien equipado ejército no sirve sino para
prevenir las revueltas, con lo cual ha venido a patentizarse, una vez más, que el mejor
sustentáculo de la paz está en el bienestar y contento de los pueblos.

Decíase antes que las pretensiones regionales desarrolladas por la federación hacían
imposible la concentración de los recursos públicos en favor de ninguna obra
verdaderamente nacional; y el cargo era, a la verdad, justo, como lo acreditó la
experiencia de largos años. Sin embargo, el cambio de instituciones no ha puesto
tampoco remedio al mal. Diez años cuenta ya la regeneración, diez años de paz apenas
interrumpida por unos pocos meses, y todavía no se ha visto, ni hay esperanza de verse,
una obra grande llevada a término o iniciada siquiera por el esfuerzo común de la
nación. En cambio, abundan, hoy más que antes, los proyectos de empresas
descabelladas, los contratos leoninos para la construcción de ferrocarriles y caminos,
que implican dispersión de recursos y que invariablemente terminan en litigios y en
ruidosas indemnizaciones, perseguidas de antemano por los especuladores.

Deseando los constituyentes de 1886 hacer fácil y efectiva la responsabilidad de los


altos empleados administrativos, resolvieron —introduciendo una novedad en nuestro
derecho público— hacer irresponsable al presidente, pero responsables a los ministros,
con la precaución de exigir, para todo acto de gobierno, la firma del respectivo ministro
de Estado. Semejante disposición implicaba también, como consecuencia, que los
ministros tuviesen cierta independencia e iniciativa en los asuntos confiados a su
estudio y dirección, y que esta independencia estuviese respaldada por numerosos
grupos sociales o políticos, acatados en el país, abriéndose con ello camino a un ensayo
de régimen parlamentario, como se practica en las monarquías constitucionales en
Europa.

En la práctica, sin embargo, el sistema ha resultado contradictorio y absurdo, primero,


porque los encargados del poder ejecutivo han hecho a menudo caso omiso del precepto
constitucional, dictando graves providencias sin el concurso del ministro del ramo; y
segundo, porque los presidentes también se han considerado en el derecho y en el deber
de dirigir personalmente todos los asuntos del servicio público, considerando a sus
ministros, no ya siquiera como obligados consultores, únicos responsables, sino tan solo
como agentes de muy secundaria importancia, hasta el punto de que durante varios
periodos, y no cortos, diferentes ministerios han sido desempeñados por los respectivos
subsecretarios, a los cuales no puede alcanzar la responsabilidad legal y moral que al
verdadero ministro corresponde.

En estas circunstancias, la responsabilidad del gobierno viene a ser imposible, quedando


con ello falseada la base moral primordial de toda organización humana. Dedúcese de
aquí la necesidad de un cambio en la disposición constitucional, ya sea tornando a la
responsabilidad directa del jefe del ejecutivo (responsabilidad casi siempre nominal y
engañosa, ya sujetando a los ministros, por cada uno de sus actos, a las mayorías
parlamentarias, en punto a su permanencia en el puesto.

Quisieron nuestros constituyentes acabar con el antiguo sistema electoral, implantado en


la época de la federación, en virtud del cual en cada Estado se votaba por una sola lista
para la Cámara de Representantes, de donde resultaba el predominio de la organización
burocrática y de los círculos apandillados, sobre el querer de los pueblos. En vez de
aquel sistema, vicioso de suyo, y viciado luego por los cacicazgos regionales, la
Constitución de 1886 estableció el sistema de pequeñas circunscripciones electorales
con representación unitaria y directa. Túvose con ello en mira asegurar a todos los
partidos el medio de llevar a las asambleas departamentales y a la Cámara de
Representantes diputados propios, como que sería moral y materialmente imposible que
cualquiera de nuestras grandes y viejas agrupaciones políticas tuviese sobre la otra
mayoría en todos los círculos electorales de la República.
Muy otra, sin embargo, ha sido la consecuencia del sistema, ya por la manera artera y
mañosa como la ley formó los círculos electorales, ya —lo que es más seguro y eficaz
— por la presión ejercida por las autoridades (altas y bajas) en todos los actos
conexionados con la emisión del sufragio popular. El hecho indiscutible y de bulto es
que, después de diez años de vigencia de la Constitución de 1886, el partido liberal,
cuya fuerza es innegable en la república, no ha podido llevar al Congreso Nacional sino
un solo diputado, y que su representación ha sido absolutamente nula en las asambleas
departamentales, que, como cuerpos meramente administrativos, requerían más amplia
participación de la gran masa de contribuyentes, sin distinción de colores políticos.

Este hecho tiene por sí solo significación inmensa, porque indica que el sistema
republicano está socavado en su base. El predominio absoluto de un partido sobre otro
es monstruosa iniquidad. En una sociedad en que gran porción de ella —y porción
inteligente, honrada y rica— no goza de derechos políticos, y sólo se la tiene en cuenta
para pagar contribuciones, cuya inversión no vigila, asentada está sobre el despojo y
sobre la forma más hipócrita de la esclavitud moderna.

Mientras el partido conservador estuvo en la oposición, no cesó de clamar en todos los


tonos contra las violencias y abusos en materia de elecciones; y hoy, cuando es
gobierno, o que al menos se gobierna en su nombre, está en el deber moral de respetar
los derechos políticos de sus contrarios, so pena de renegar de todo su pasado y de que
se tengan por nulos e infundados los agravios de que antes se quejó y de los cuales hizo
bandera para apelar hasta el desesperado recurso de la guerra.

Y la exclusión sistemática y permanente del partido liberal de los cuerpos de elección


popular, sobre ser inicua, obedece a la política más torpe y desacertada; porque faltando
a los mismos dominadores la lucha y el contrapeso, surgen entre ellos, por ley natural,
las divisiones y los círculos personales y bastardos. Las cuestiones públicas se
empequeñecen, los caracteres se abaten, el entusiasmo se extingue, y cuando llega la
hora de las grandes crisis, aparece de su peso que la menor de las fuerzas es la de las
bayonetas. Todo ello sin contar con que de la exclusión de los contrarios en ideas, se
pasa fácilmente a la exclusión de los propios, que se creen también con derecho a pensar
y discutir, reduciéndose así, día a día, el círculo que aspira a adueñarse de las
influencias y del manejo de la cosa pública. Nacen de allí las oligarquías republicanas,
tanto más ruines y odiosas, cuanto no están Fundadas, como las de los países
monárquicos, en largos años de servicios a la patria y de lustre tradicional.

Imposible desconocer tampoco que cuando en un país, en que las instituciones se


declaran libres, se cierran las puertas del sufragio, se abren de par en par las de la
revolución. Tocaba al partido conservador, fuerte por su número y por su predominio en
las masas populares, perderle el miedo al sufragio libre, educar a su contrario en la
práctica de la república, amansar sus instintos bélicos y preparar el camino para la
solución del gran problema de la alternabilidad pacífica de los partidos en el gobierno.
Nada de eso se ha hecho, y estamos hoy todavía en los comienzos de la vida civil,
conteniendo con la fuerza brutal otra fuerza, brutal también, que más o menos tarde
abrirá brecha en la fortaleza, para tomar a recorrer el vergonzoso cuadrante.

La Constitución de 1863 no previó el caso de guerra interior o extranjera, o a lo menos


juzgaron candorosamente sus autores que para las circunstancias extraordinarias
bastaban las facultades ordinarias. La experiencia no tardó en disipar aquellas ilusiones,
y cada vez que ocurría algún trastorno del orden público, el presidente de la nación
declaraba por sí y ante sí, suspendidas las garantías individuales, investíase de
facultades extraordinarias y ponía por cima de la ley fundamental los vagos e
indeterminados principios del derecho de gentes.

Los constituyentes de 1886 adoptaron distinto criterio y, juzgando que las


circunstancias anormales en la política, como en todas las circunstancias de la vida
humana, requieren medidas extraordinarias —que si no se otorgan se toman de hecho—
invistieron al jefe del gobierno de todas las atribuciones que se estimaron necesarias a
prevenir y reprimir cualquier trastorno del orden público. Mejor es —pensaron— y más
franco y honrado permitir, llegado el caso, una desviación de la normalidad
constitucional, que autorizar por vía de defensa y como necesidad social, la violación de
la misma Constitución.

El principio así formulado es, sin duda, correcto, y acaso no haya país alguno civilizado
en que no se le reconozca y practique. Pero esta doctrina, que en otros pueblos no
presenta peligro alguno para la parte sana de la sociedad, por la energía con que en ellos
se expresa la opinión pública y por el hábito que da la cultura general de respetar todos
los derechos de tal modo se ha desvirtuado entre nosotros, que las facultades
extraordinarias se han convertido en ordinarias; y en virtud de ellas hemos visto, en
plena paz y por los más leves pretextos o motivos, ciudadanos desterrados, presos o
confinados, imprentas cerradas y bienes confiscados, sin que el gobierno se haya creído
obligado a dar siquiera al público las pruebas de los hechos que dieran fundamento a
tales procedimientos. La inseguridad ha venido así a ser crónica, y de tal suerte
preocupa ella todos los ánimos, que muchas personas creen ya preferible el sistema
antiguo, que a lo menos circunscribía la arbitrariedad al tiempo de guerra, al practicado
hoy, que erige el estado de guerra en norma de gobierno, a voluntad del jefe de Estado
que, a su vez, es arbitro de las voluntades y de las entidades que debieran servir de
contrapeso a sus actos.

Ninguna prueba más elocuente de ello, que el hecho de haber subsistido la república
entera en estado de sitio por muchos meses después de haberse extinguido las últimas
chispas del incendio revolucionario. Y aun hoy todavía, en vísperas de elecciones
generales, la ciudad capital y algunas otras porciones del territorio nacional, están en la
misma anormal situación, sin que nadie pueda descubrir o comprobar el menor síntoma
o conato de trastorno del orden público.

Tal estado de cosas puede prolongarse indefinidamente, sin que haya recurso alguno
legal para compeler al gobierno a entrar de nuevo en el carril constitucional. Del jefe del
ejecutivo—y sólo de él— depende, pues, que los derechos individuales se suspendan o
se reconozcan a los colombianos; y de tal suerte hemos llegado a convencernos de que
aquellos derechos son obra de gracia o favor del gobernante, que para todos es cosa de
secundaria importancia la declaratoria oficial del restablecimiento del orden público.

El desenfreno de la prensa periódica, y la convicción, más o menos justificada, de que la


libertad ilimitada del pensamiento escrito fueran causa principal de las continuas
agitaciones que en época anterior padeció la república, llevaron a los constituyentes de
1886 a poner al ejercicio de aquel derecho, fundamental en todos los pueblos libres,
ciertas restricciones que deben ser reguladas por la ley,

Van ya, sin embargo, corridos diez años desde que se promulgó la Constitución, y
cuatro legislaturas ha tenido el Congreso, sin que se haya expedido la ley de prensa, ya
sea por orden del gobierno, que ha resistido enérgicamente toda restricción a sus
atribuciones provisionales en la materia, ya por culpable omisión del cuerpo legislativo,
ya porque se haya creído insoluble el problema de asegurar la libertad de imprenta y de
prevenir y castigar sus abusos con imparcialidad, eficacia y justicia (3).

El hecho es que hoy no existe, en materia tan grave, otra regla que la voluntad o
capricho del jefe del gobierno, que unas veces muestra cierta tolerancia engañosa, y va
en otras hasta perseguir con el destierro, el confinamiento, el reclutamiento de los
escritores y la clausura material de las imprentas, las más legítimas manifestaciones del
pensamiento público.

Una circular del ministro de gobierno y las medidas gubernativas adoptadas contra el
periódico, la imprenta y el director de El Heraldo, han venido a destruir, una vez más, la
poca normalidad que existía con el asendereado decreto sobre prensa, y a demostrar que
en esta materia sólo prima la caprichosa voluntad del mandatario. Está sentado, pues, el
precedente de que la firma de un decreto ejecutivo, y de que cualquier censura, hasta
contra un presunto empleado, puede considerarse por las autoridades como causa directa
o indirecta de trastorno del orden público. De esta suerte quedan cubiertos con manto de
impunidad todos los desmanes y aun delitos que los funcionarios o empleados puedan
cometer o hayan cometido.

Bajo semejante régimen, la imprenta no puede ser libre, como lo quiere la Constitución.
Y ya se sabe que donde falta esta libertad, base y sustentáculo de todas las demás, la
sociedad carece de defensa contra todos los abusos del poder, la propaganda de las ideas
se hace imposible, la opinión pública deja de ser fuerza ponderativa y de equilibrio, los
partidos degeneran en círculos personales, la juventud se apoca y se empequeñece por
falta de campo abierto a sus naturales expansiones, la intriga sorda, mezquina y de
encrucijadas, se sustituye a la lucha por los grandes intereses públicos; la conspiración
se urde en las sombras, y el silencio mismo viene a ser amenaza constante para la
sociedad y para el gobierno, que sólo por la delación y el espionaje, interesados en el
engaño y la mentira, puede pretender tomar el pulso a las palpitaciones de la opinión.

Y si alguna prueba inequívoca necesitamos de ello, ahí la tendríamos a la mano en el


reciente movimiento revolucionario, combinado y adelantado durante un largo periodo
de mutismo de la prensa de oposición. Dolorosamente sorprendidos fueron los pueblos
y los hombres de trabajo, que ningún síntoma pudieron percibir de la catástrofe, y no
menos graves fueron la sorpresa y la contrariedad para aquellos ciudadanos patriotas y
bien intencionados que fiaban en la paz la solución de los problemas políticos de la
actualidad.

Ante hecho tan elocuente, fuerza es convenir en que si la agitación producida por la
prensa libre puede ser un mal, mayor lo es quizás el engañoso adormecimiento a que
suele conducir el silencio del periodismo independiente, al cual, necesariamente, viene a
sustituir otro periodismo bastardo, interesado en el engaño, y cuyas fuentes de vida no
se encuentran ni se buscan en el apoyo espontáneo de los pueblos.
Aun pudiera extenderse este examen a otros muchos puntos, a fin de hacer patente el
antagonismo entre la doctrina constitucional y la práctica, ya legislativa, ya
administrativa, tales como la anulación del principio fundamental de que los
presupuestos de rentas y gastos se voten por el Congreso cuando en realidad es el
gobierno quien viene a formularlos por medio de los créditos extraordinarios, de que tan
escandalosamente se ha abusado; el de las incompatibilidades para el ejercicio de ciertos
empleos públicos, destruidas todas por la ley, a solicitud del gobierno, para aumentar el
caudal de sus influencias en el cuerpo legislativo, harto supeditado de suyo; y el
prescindir de las condiciones constitucionales para la provisión de los más altos
empleos de la jerarquía judicial, la cual perdió primero aquel prestigio y respetabilidad
que fueron canon permanente de la escuela conservadora, para perder después su
necesaria independencia.

Basta, sin embargo, lo expuesto para concluir lógicamente que ha llegado el momento
de promover la reforma de la Constitución —si acaso su cumplimiento fiel es imposible
o la reforma fundamental de la política, para sustituirla por otra más amplia, expansiva
y tolerante, que se armonice mejor con los ideales republicanos y que deje, sobre todo,
juego más libre a la opinión, cimentando así la paz en algo menos efímero que el poder
de las bayonetas y el amaño corruptor de los intereses personales.

Si hemos errado en los puntos de partida, reconozcámoslo honradamente, que ni a los


hombres ni a los partidos les perjudica reparar los errores cometidos; y si el vicio radica
solamente en la manera de dirigir el mecanismo político y gubernamental, apliquemos
todas nuestras energías a buscar los conductores de la cosa pública entre aquellos
hombres modestos y de buena voluntad, que quieran ser servidores y no amos del
pueblo y de sus intereses.

Y no nos arredra el cargo, que de seguro se nos formulará, de deslealtad a la doctrina;


porque, en primer lugar, los llamados principios políticos no son siempre dogmas o
verdades absolutas, como los considerarían los musulmanes; y luego porque, según
queda ya establecido con hechos innegables, no son precisamente aquellos que ni
siquiera pueden oír hablar de reformas, los que hayan dado mayores pruebas de
fidelidad a los preceptos constitucionales.

Y sobre todo: desconfiemos de ciertas rigideces doctrinarias, que si son respetables en


hombres candorosos y desinteresados, son supremamente despreciables en aquellos que
se cubren con el manto pomposo de los principios para explotar en su propio provecho
las influencias y posiciones oficiales. Desde los hierofantes egipcios, aquella casta de
hipócritas y rapaces sectarios condenada está a la execración y al vilipendio de las
gentes que estimen en algo la dignidad humana y los fueros de la razón.

Y aun suponiendo que la fidelidad a los principios hubiera sido absoluta de parte de los
legisladores y gobernantes, restaría averiguar qué aplicación han tenido esos principios
a la gobernación de los pueblos y a la administración de sus intereses; porque si es
verdad que no sólo de pan vive el hombre, como lo repiten muy a menudo los tranquilos
usufructuarios de todas las materialidades del poder, también lo es que no sólo de
doctrinas, y sobre todo de frases, viven las sociedades políticas. Ellas piden algo
positivo y tangible en cambio de las contribuciones que pagan, que son cosa harto
positiva y tangible.

En esta materia, doloroso es reconocerlo, la labor del gobierno ha estado muy por
debajo de las necesidades públicas y de los sacrificios impuestos; y para demostrarlo no
habría para qué entrar a estudiar uno a uno los diferentes ramos del servicio
administrativo, sino que bastaría preguntar cuál de ellos ha recibido vigoroso impulso
merced a la pericia, actividad y celo de los respectivos funcionarios.

Hacienda, instrucción pública y mejoras materiales, son hoy en todas partes los ramos a
que los gobiernos cultos consagran atención preferente, y por lo mismo son también los
que se toman como piedra de toque para juzgar de los adelantos de un Estado en punto a
administración pública.

¿Y qué se ha hecho entre nosotros en materia de hacienda? ¿Cuál renta puede


considerarse científicamente organizada, cuál, siquiera, en vía de organización?

La aduana —la primera de todas por su importancia fiscal y por su influencia


económica— viene de años atrás regida por aranceles empíricos que imponen
gravámenes monstruosamente desproporcionados sobre las clases más desvalidas y
necesitadas del pueblo; que entraban y mantienen estacionarias muchas industrias
nacionales, especialmente la agrícola; que dificultan y hacen demasiado costosa, por
trivialidades de detal, la percepción de la renta, cuyo rendimiento podría elevarse
considerablemente, con positivo alivio de los contribuyentes, poniendo en juego una
vigilancia más honrada y activa en las aduanas y un estudio más científico de la materia.
De todo ello se ha quejado el comercio; trabajos muy prácticos y luminosos se han
publicado sobre los vicios y defectos de las tarifas vigentes; y sin embargo, en más de
diez años no ha habido un solo ministro de hacienda que se haya preocupado con
introducir en esta renta las reformas más fáciles y elementales. El afán de nuestros
llamados financistas no ha sido por mejorar lo existente, sino por ver de crear nuevos
impuestos y monopolios, que a su vez corren la suerte de los anteriormente establecidos.

Dígalo, sí no, el echado sobre el consumo del tabaco, en cuya organización no sólo se
violó la ley que determinó su creación, sino que se desplegó un lujo tal de impericia y
de pedantesca terquedad, que en vez de hacer de aquel ramo una renta, se habría
convertido en capítulo crónico y gravemente oneroso de nuestro presupuesto de gastos,
si no hubiera estado ahí a la mano el Banco Nacional para hacer frente al desastre.

Ninguna mejora sustancial ha recibido tampoco la renta de salinas. Continúa imperando


en este ramo la vieja rutina; sigue el pueblo pagando a precios muy altos este artículo de
primera necesidad; sigue careciendo de él la industria agrícola; y, lo que es más grave,
en la administración y explotación de las salinas interiores y marítimas es en donde
ciertos especuladores han encontrado campo más vasto y fecundo a su inventiva y a su
rapacidad, a ciencia y paciencia del gobierno y hasta bajo su protección y amparo, según
se patentizó en las pasadas sesiones del Congreso.

No ha sido la instrucción pública primaria y secundaria objeto de preferente atención


del gobierno, sobre todo en los últimos tiempos, a pesar de la ilimitada amplitud de
facultades que en la materia le confirió la ley. Las escuelas elementales no aumentan, ni
el número de escolares tampoco; los sueldos de los maestros no se pagan, o se pagan
con vergonzoso atraso; la pobreza de útiles y elementos de enseñanza es deplorable en
todos los pueblos y aun en la misma capital de la república: los buenos métodos
docentes se olvidan y bastardean en su origen, por falta de maestros competentes y de
una vigilancia inteligente y celosa. Los colegios de letras costeados o auxiliados por la
nación no han reemplazado, ni en número ni en calidad, los establecimientos privados
de educación existentes en tiempos de la dominación liberal; y los mismos
excepcionales favores dispensados a algunos empresarios de enseñanza, so color de
estímulo y fomento a la instrucción, han dado por resultado el hacer imposible toda libre
competencia en este ramo, a lo menos entre los conservadores, dejando con ello un
vacío que el gobierno no puede colmar, y que los padres de familia amargamente
deploran.

Los altos estudios universitarios no corresponden tampoco a las necesidades de la


época, a los progresos en todas partes alcanzados y a las exigencias de una Juventud
inteligente y ávida de saber, que no se contenta ni puede contentarse con el empirismo y
la rutina. Hasta el profesorado ha llegado el espíritu de exclusión, no justificado siquiera
por las conveniencias de escuela o de partido; y en la provisión de ciertas cátedras
universitarias, especialmente en las que más o menos pueden rozarse con la política, no
se buscan ni la competencia científica ni el amor a la enseñanza, sino tan solo la
adhesión personal al jefe del gobierno. De esta suerte los estudios se detienen en región
demasiado baja, no se inicia a los jóvenes en las nuevas corrientes que llevan ciertos
ramos del saber, y los estudiantes que reciben ya hecha, formulada y dirigida la doctrina
oficial, se encuentran desabroquelados e inermes al salir de los claustros y entrar en
lucha con otra juventud muy diversamente preparada. Las consecuencias de esta
debilidad no tardarán en palparse.

En punto a mejoras materiales, muy pocas son las que la nación haya llevado a cabo en
los últimos años, y esas pocas, ni guardan proporción con los gastos en ellas
impendidos, ni corresponden a las necesidades bien estudiadas del país. En cambio, han
sido numerosos los contratos celebrados para la construcción de ferrocarriles, sin plan ni
sistema, ni garantías de seriedad de parte de los contratistas, y de tal modo gravosos
para la república, que debe ella darse por bien servida cada vez que uno de aquellos
contratos termina en la consabida indemnización de daños y perjuicios... en favor del
empresario.

Ni un solo paso serio se ha dado para el arreglo de nuestra deuda extranjera, repudiada
de hecho desde hace varios años, con desdoro del buen nombre de la República, con
perjuicio de su crédito, de que tanto necesita para su redención industrial, y con mengua
del mismo partido conservador, que siempre consideró deber preferente del gobierno el
pago de las deudas de la nación. Recordar hoy este principio se mira casi como una
blasfemia política, o a lo menos como una candorosa necedad (4).

La ley sobre crédito público interior, dictada a raíz de la Constitución de 1886, no tardó
en ser modificada por el Congreso; y de entonces para acá ha sido el gobierno mismo el
legislador en la materia, alterando, por medio de decretos, las disposiciones legales,
modificando las condiciones y términos de pago de los documentos de crédito, y
suspendiendo el servicio de la deuda cada vez que se presenta alguna dificultad en la
tesorería. Los intereses de los acreedores son siempre los últimos, como indignos de
protección y respeto, hasta el punto de que alzar por ellos la voz o tratar de proveer a su
defensa, se ha llegado a considerar como acto poco menos de traición a la patria. No
procedieron así los antiguos gobiernos conservadores, y oportuno es aquí recordar que
en los mismos días en que cayó el de la Confederación Granadina, pagándose estaba el
cupón correspondiente de la deuda consolidada.

Perdida está ya toda esperanza de que Colombia salga del régimen del papel moneda
inconvertible, para tornar a una circulación monetaria normal y verdadera, que dé
seguridad a los capitales, desarrollo al crédito y base sólida a los negocios; y ello, no
porque la nación no haya clamado por la reforma, ni porque hayan faltado la
oportunidad y los medios de iniciar siquiera la conversión, sino porque el gobierno se ha
opuesto tenazmente a todo plan fiscal que pudiera redimirnos de la "moneda
evangélica", viendo siempre en el billete del Banco Nacional un medio permanente y
fácil de saldar todo déficit, de salir al encuentro de toda dificultad, de hacer innecesaria
toda economía.

Ni aun el ejército, objeto predilecto de la atención del gobierno, ha sido atendido con
aquel esmero inteligente que demandan las exigencias de la guerra moderna. Se ha
aumentado mucho, es cierto, el número de los soldados, se les viste y se les arma bien,
se les adiestra para paradas y revistas; pero al mismo tiempo la educación técnica de los
oficiales y jefes se ha desatendido en absoluto. En los estados mayores, recargados de
empleados inútiles, ni se estudia ni se trabaja con aquel tesón, callado y perseverante,
cuyo resultado se palpa en el momento de la acción decisiva y rápida; y en cuanto a la
formación material del ejército, ninguna medida se ha dictado aún para sustituir el
infame, cruel y odioso sistema de reclutamiento forzoso, —negación absoluta de la
forma republicana y repudiación efectiva de todo principio cristiano—, por otro que
consulte, siquiera en algo, la igualdad de los ciudadanos y los dictados de la humanidad
(5).

La carrera militar, tan noble de suyo, en vez de recobrar la respetabilidad y el prestigio


que en otros tiempos tuvo, tiende a decaer y desautorizarse aún más, entre otras causas,
por la manera caprichosa como se confieren los grados y ascensos en las escalas
superiores; de tal suerte, que aquellas distinciones han dejado de considerarse estímulo
y premio al valor y a viejos servicios, para convertirse en meras prendas de favor
cortesano.

Con profunda amargura y dolor hemos entrado en el breve recuento que precede,
dejando deliberadamente en la sombra muchos puntos que pudieran llevarnos al campo
odioso de las personalidades. Para hombres como nosotros que, con tanto ardor y
entusiasmo han puesto el contingente, más o menos valioso, de sus esfuerzos al servicio
de una causa política, duramente probada por todo género de infortunios, tiene que ser
supremamente doloroso verse obligados a reconocer, años después de obtenido el
anhelado triunfo, que sus resultados no han correspondido ni a las esperanzas en él
fincadas, ni a las promesas hechas en su nombre, ni a los sacrificios exigidos para
alcanzarlo.

Pero, por cima del que llamaremos amor propio de partido, debe ponerse el amor santo
de la patria, los fueros de la verdad, los dictados de la justicia social, y el interés por esa
misma causa política, que tanto hemos amado, y que está condenada a irremisible y
afrentoso desastre si no se hace un esfuerzo generoso y viril para salvarla, no por medio
de equívocos, amaños o de artificiales combinaciones, sino reconociendo los errores
cometidos, aceptando las reformas reclamadas por la opinión, introduciendo en la
política más cristianismo práctico y llevando a los puestos de elección popular hombres,
antes que todo, honrados, modestos, exentos de cualquiera pretensión de caudillaje, y
que den a los problemas administrativos y fiscales la importancia que en sí tienen
siempre, y en todas partes, y muy especialmente en Colombia, donde, en achaques del
gobierno, todo está por crear y organizar.

Y esperamos que no se apelará ahora, al estudiar los diferentes puntos tocados en esta
exposición, al fácil y gastado expediente de escudriñar nuestros propios actos y nuestra
conducta política o privada; porque, aunque nada tememos a este respecto, y aunque
abrigamos la conciencia de haber procedido siempre con honradez y patriotismo, nos
anticipamos a reconocer que en muchos de los males que dejamos apuntados nos
corresponde no poca responsabilidad, siquiera sea la del silencio y la aquiescencia;
responsabilidad que aceptamos con hidalga franqueza, y que desde hoy nos creemos con
derecho a considerar descargada, en parte a lo menos, en gracia de esta paladina
confesión de nuestras faltas y errores.

Mientras tanto, la responsabilidad colectiva del partido conservador es inmensa, y será


indeclinable; porque si él no hace hoy un esfuerzo para tornar a las prácticas sanas y a
las honradas tradiciones que le dieron esplendor y gloria en tiempos pasados, y prestigio
y fuerza de resistencia en largos años de proscripción, la catástrofe vendrá con
incalculable cortejo de horrores y desgracias para la patria.

No nos forjemos la ilusión de que los cuarteles bien colmados y los parques bien
provistos bastaran por sí solos para contener un derrumbamiento general; porque
cuando la opinión abandona a un régimen político, cuando la corrupción interna lo
carcome y devora, el más leve y fortuito impulso es en ocasiones poderoso a dar en
tierra con la fábrica en apariencia mejor apuntalada.

Y cuando llegue aquel tremendo día; cuando los perversos elementos que bullen en las
capas bajas de ésta, como de todas las sociedades humanas, rompan sus diques; cuando
la anarquía, por vía de reacción, señoree la república y arrolle hombres, instituciones y
partidos, la patria tendrá razón para maldecir el día en que el partido conservador volvió
al poder, pues con él habrá pasado, a lo menos por muchos años, toda esperanza de
fundar en Colombia un gobierno sólido y estable.

Nada valdrá entonces damos a la estéril y vergonzosa tarea de los lamentos y de las
recriminaciones, tratando de echar la responsabilidad sobre ciertos personajes y
gobernantes, porque, así como cada pueblo es digno de su suerte, todo partido en el
poder es solidariamente responsable de los actos de sus gobernantes.

Por esta misma razón es. absurda y mostruosa aquella teoría de la disciplina muda,
inconsciente y pasiva, en virtud de la cual se pretende someter un partido entero,
compuesto de seres inteligentes y libres, a la dirección arbitraria de un solo hombre, ya
sea él jefe del gobierno, ya caudillo de oposición. Aquella disciplina, profundamente
inmoral, puesto que anula la responsabilidad y la conciencia individuales, es también
causa y origen de suprema debilidad colectiva, una vez que la fuerza entera de una gran
agrupación política se subordina a las flaquezas y caprichos de una sola inteligencia y
de una sola voluntad. Si aquella doctrina fuera correcta, preciso sería concluir que un
pueblo esclavo es más fuerte que un pueblo libre.

Buscando las causas de la mala situación actual de nuestro partido, quizá no se


encuentre otra en el fondo que aquella bastarda teoría de la disciplina cuartelaria, que ha
matado toda iniciativa particular, que ha autorizado con el silencio muchos abusos, que
ha cubierto con el manto de la complicidad mucha corrupción, y que ha permitido que
se hagan en nombre del partido muchas cosas que su índole rechaza y condena.

Cuando hemos hablado de la responsabilidad del partido conservador, de propósito


hemos eliminado el nombre de partido nacional, porque es éste un ente de razón, que
nada significa ni nada representa hoy. En época anterior, en el partido nacional entraron,
es cierto, el independiente y el conservador, como entidades distintas y ligadas para una
obra común; pero con el tiempo esta combinación desapareció. El independientismo,
que tan importante papel desempeñó en la evolución histórica, ha desaparecido como
partido para convertirse, con pocas y honrosas excepciones, en una mera compañía
industrial, que trabaja en el campo de la política, y cuya fuerza radica en la absoluta y
servil adhesión al gobierno, no por lealtad a principio alguno político, sino porque del
gobierno es de quien recibe y puede recibir lo que constituye la materia de sus
especulaciones industriales; y aunque sea cierto que hoy es aquella compañía la que
ejerce influencias más eficaces y decisivas en la dirección de la política, ello no aminora
la responsabilidad histórica del partido conservador, que autoriza y consiente semejante
usurpación.

No sabemos qué efecto ni qué eco tendrán estas palabras nuestras. Al viento de la
publicidad las lanzamos, y las confiamos al estudio sereno y maduro de nuestros
copartidarios todos, no como expresión o programa de un círculo o parcialidad, pues
que de todo círculo personal, regional o de ciega oposición nos declaramos desligados,
sino como voz de alerta y de protesta; como voz, sobre todo, de patriotas, que sólo
aspiramos a la grandeza y prosperidad de la república. En todo caso, las precedentes
consideraciones sintetizan nuestras aspiraciones en el presente y marcarán nuestra línea
de conducta en lo porvenir.

Jaime Córdoba, Carlos Martínez Silva, Emilio Ruiz Barreto, Rafael Ortiz B., Juan C.
Arbeláez, Rufino Gutiérrez, Gerardo Pulecio, Luis Martínez Silva, José Joaquín Pérez,
Emilio Sáiz, Mariano Ospina Ch., Carlos Eduardo Coronado, Eduardo Posada, Mariano
Ospina V., Bernardo Escobar, Guillermo Durana, Cipriano Cárdenas, Rafael Pombo,
Rafael Tamayo, Joaquín Uribe B., Jorge Roa.

MENSAJE AL CONGRESO
NACIONAL (6)
Miguel Antonio Caro, Julio 20 de 1896

En este informe de actividades del gobierno, Caro presenta un balance de su


administración en los dos últimos años, justificando las medidas oficiales que tomó
durante el período, especialmente relacionadas con el orden público.
Inicialmente, señala a la revolución liberal, como el fenómeno más destacado, que surge
en toda América en los últimos años. Indica a países que como Brasil, Perú, Salvador,
Ecuador y Venezuela, han tenido que, según él, soportar el flagelo. Pone como ejemplo
al gobierno de México por su drasticidad en aplastar la revolución; posteriormente,
analiza la revolución de 1895 en nuestro país, para argumentar en favor del "estado de
sitio" y la coacción a la prensa.

Después de la muerte de Núñez en 1894, los liberales creen encontrar en un supuesto


vacío de poder creado, sin analizar objetivamente la conducta de Caro, la ocasión
propicia para lanzarsen a una nueva guerra civil, en enero de 1895.

El gobierno avisado de la conjura, moviliza rápidamente las tropas comandadas por


Rafael Reyes, para aplastar la rebelión, objetivo que se alcanza en abril. Caro justifica
en la revuelta la represión, pero observa además, que no fue suficiente con derrotar
militarmente a los liberales, sino que ejerció la censura de prensa para desmantelar a las
publicaciones liberales, que con sus escritos ponían en aprietos a su gobierno y la
hegemonía conservadora. Con este pretexto y bajo los decretos de censura, Caro
clausuró los periódicos: El Liberal, La Sanción, El Constitucional, El Correo Nacional,
Mochuelo, La Crónica y El Heraldo.

Levantado posteriormente el "estado de sitio", el presidente exige ahora a los


congresistas, que conviertan en leyes de la república, todas las leyes tomadas por él,
bajo el estado de excepción.

Luego, Caro presenta un informe sobre la situación de orden público, estado de la


economía nacional, y relaciones internacionales. Finalmente, el presidente solicita la
unión del país, especialmente de los conservadores para combatir y acabar con el
partido liberal.

En esta sesión del Congreso, levanta su voz, el representante liberal Rafael Uribe Uribe,
para rebatir el informe oficial, atacar al gobierno, y fijar la posición del partido liberal
ante la Constitución de 1886.

Honorables senadores y representantes:

Si para mí es altamente satisfactorio, al presentaros respetuoso saludo en este solemne


día, reconocer el gran beneficio que Dios nos ha dispensado concediéndonos los medios
de salvar a la República de un cataclismo social, no deja de ser, de otro lado, bien
penoso recordar sucesos deplorables. ¡Fuéseme dado prescindir de esta consideración
retrospectiva! Más bien comprendo que no podría lícitamente excusarme de hablaros de
la revolución, porque la revolución, bajo formas varias, constituye el acontecimiento
característico de los últimos tiempos, y la materia que especialmente debe llamar
vuestra atención, si han de prevenirse grandes desgracias.

Una década de paz estaba próxima a cumplirse para Colombia en el año anterior cuando
los pueblos fueron sorprendidos por grande alarma.

Durante aquellos años las erupciones revolucionarías han agitado casi toda la América
meridional y central, sembrando dondequiera nuevos gérmenes de discordia. El Brasil,
Chile, Venezuela, Salvador, Ecuador, Perú, han sido presa de guerras civiles. No nos
toca apreciar los motivos que puedan justificar a éste o aquel gobierno, a tal o cual otra
revolución. El espectáculo general desconsuela; la guerra civil es una forma de barbarie,
que, arraigada, desmoraliza y arruina a los pueblos. Y habiendo llegado a ser las
revoluciones una como epidemia hispanoamericana, no podemos menos de reconocer
que aquella nación que exhiba un periodo de paz más largo, ha realizado un gran
progreso en cuanto se aproxima a la normalidad que debe caracterizar las sociedades de
hombres.

Verdad es que puede un pueblo haber asegurado la paz interior y carecer todavía de
otros bienes muy interesantes en el orden político y religioso; pero la firme garantía del
orden favorece por sí sola la acción del bien, y ella, sobre todo, ha venido a ser de
necesidad primaria para la existencia misma de estas nacionalidades americanas en un
período crítico de su desenvolvimiento.

La república de México, después de una serie de convulsiones como las que han
padecido y padecen aún otros pueblos del mismo origen, parece haber asegurado la paz
y el bienestar público, y dando desde el norte un grande ejemplo en ese capital asunto a
las coetáneas naciones del. sur, se ha granjeado la admiración y el respeto de los
extraños. Colombia se ufanaba ya de seguirle los alcances a México en la labor de
cultivar y aclimatar la paz.

Desde fines de enero del año anterior la acción del gobierno se ha consagrado de
preferencia a restablecer el orden, material y moralmente conmovido por el espíritu
revolucionario y anárquico.

En cincuenta días, después de varios combates en casi todos los departamentos de la


república, sucumbió la rebelión: la sangrienta batalla de Enciso y la rendición de
Capitanejo pusieron término a la contienda armada.

No fue dado entonces licenciar las tropas que se habían organizado ni levantar el estado
de sitio: el peligro de nuevos pronunciamientos y de nuevas invasiones; el anuncio de
haberse agitado otra vez la región de Casanare y de haber sido ocupadas, a viva fuerza,
la población de Arauca y otras por malhechores de una y otra nacionalidad; la noticia
cierta de que en Nueva York se trataba de contratar por agentes de la revolución un
barco para introducir armas en nuestras costas; la guerra civil que conmovió el Ecuador,
y que, como en tales casos acontece, vino a exaltar los ánimos, ya en favor, ya en contra
del movimiento insurreccional, en las provincias nuestras limítrofes: la tentativa
revolucionaria que después ocurrió en Venezuela, produciendo iguales efectos, —todos
estos sucesos, a veces simultáneamente, a veces uno en pos de otro—-, complicaron la
situación y obligaron al gobierno a adquirir nuevos elementos de guerra y nuevos
medios de vigilancia y defensa de la Costa Atlántica y de la grande arteria que con ella
comunica las regiones del interior; a movilizar fuerzas y enviar expediciones militares a
los opuestos extremos y confines terrestres de la república, con el objeto de prevenir
cualesquiera conflictos, de evitar que la guerra renaciese por contagio, de guardar las
fronteras, observando la más estricta neutralidad, conteniendo por igual a los amigos y
los adversarios políticos interesados en las contiendas de los países vecinos, y de
completar, en suma, la pacificación de la república en el interior y en sus relaciones
externas.
La guerra fue breve, la campana dilatada, y tan costosa para el fisco como lo habría sido
si hubiese continuado el derramamiento de sangre, porque no es la sangre sino los
grandes aprestos y previsores esfuerzos lo que impone erogaciones extraordinarias. En
las naciones europeas, teatro de avanzada civilización, el peligro de un conflicto
internacional o de una conflagración producida por el anarquismo, es causa de enormes
gravámenes para los pueblos durante largos años de paz. A gran precio se conserva el
orden, pero se considera que el bien asegurado excede al precio. Muy lejanos ya los
tiempos patriarcales, las naciones modernas están fundadas sobre un sistema que no es
dado reformar con generosas utopías, y en el cual persiste como verdad incontestable el
antiguo proverbio, Si vis pacem para bellum.

Examinad los gastos de la guerra, y si algo encontrareis irregular o excesivo,


condenadlo severamente; mas al mismo tiempo confío en que no habrá uno solo de
vosotros que pretenda, como lo ha pretendido la estulticia o la mala fe, que los gastos
requeridos por la necesidad de restablecer el orden y por otras consideraciones de gran
trascendencia, se reduzcan únicamente a los que hayan sido justificados por funciones
de armas.

Presenta la última revolución dos caracteres odiosos, novísimo el uno, y muy raro el
otro, aunque no desconocido, en nuestros anales.

Es el primero de ellos la solicitación de auxilio extranjero.

Hace mucho tiempo que aquí se conspira de continuo, y muchos de los agentes de la
conspiración han viajado por el exterior demandando apoyo para sus planes. Hechos y
publicaciones recientes han demostrado esta verdad a los más escépticos. Los gobiernos
de Costa Rica y Venezuela, lejos de coadyuvar a la maquinación, dieron oportunos
avisos al de Colombia, y aun persiguieron a algunos de los agitadores que tramaban la
ruina de nuestras instituciones; lograron, sí, los agentes de la conspiración comprometer
a no pocos aventureros, confiriéndoles mando militar con las más altas graduaciones, y
prometiéndoles ventajas y preeminencias en su soñado reino. La expedición que
desembarcó en Bocas del Toro, comandada por un famoso forajido que llevaba
correspondencia con algunos de los cabecillas que debían pronunciarse en el interior,
pone vergonzosa marca a la revolución del 95.

Agréguese a esto la ferocidad de que hicieron muestra los invasores que lograron ocupar
alguna plaza, y que no alcanzaron a desplegar los que fueron rechazados y vencidos en
la primera acometida. Sabido es que las guerras se encruelecen a la larga, y raro, si no
único, es el caso de una guerra iniciada con matanzas de personas pacíficas, como la
que dejó huella imborrable en las casas y plazas de la ciudad de Cúcuta, sancionada por
sanguinaria proclama del que acaudillaba la hueste. Uno de los expedicionarios que
atacaron a Bocas del Toro había ofrecido a sus auxiliadores del exterior enviarles el
primer parte de triunfo "con cabezas de frailes"; y el que sucumbió en Baranoa. en carta
que se interceptó y tengo en mi poder, prometía que, al ocupar a Barranquilla, fusilaría
ante todo a algunos "liberales platudos" (estas eran sus palabras), para comprometer a
los indiferentes y establecer el terror.

Mientras la revolución ostentaba desde el principio este carácter de fílibusterismo,


violencia y atrocidad en las invasiones que intentó o efectuó, en el interior habla hecho
sus preparativos calladamente, señalándose en ellos por el segundo de los caracteres
odiosos a que me he referido, cual fue el del engaño y la alevosía.

Con satisfacción que compensa la amargura de estas verdades, tratándose de


compatriotas, debo declararos, y vosotros lo sabéis, que la fidelidad de nuestros
veteranos es incorruptible. Sabíanlo bien los jefes de la conspiración, pero fingieron e
hicieron propagar entre los suyos, como estímulo poderoso, que parte de la guarnición
de la capital estaba vendida. Algunos de aquellos conspiradores, arrestados antes, por
tener el gobierno conocimiento perfecto de sus maniobras y compromisos, habían sido
puestos en libertad mediante promesas o seguridades que no cumplieron o no
respetaron. Algunos de ellos se ocultaron en la capital en el momento crítico, otros se
pronunciaron fuera. Ni faltó quien, debiendo ser después uno de los principales
cabecillas en el departamento de Cundinamarca, y de los que no se rindieron hasta el
último momento, me pidiese audiencia privada, que le fue concedida, para ofrecerme
sus servicios en caso de peligro, en los términos más encarecidos, manifestando que así
procedía no sólo por ser amigo de la paz y del trabajo honrado, sino por motivos de
especial gratitud hacia un gobierno que sabía hacer justicia, como él lo había
recientemente experimentado, a todos los ciudadanos, sin excepción de personas ni
distinción de colores políticos. Podría extenderme sobre casos más graves de perfidia;
pero la pluma del magistrado se resiste a ello, y el ejemplo citado basta para fallar.

Para el mes de abril de 1894 se había organizado en la capital una conspiración


anarquista, de que di cuenta al Congreso en aquel año. Limitose el gobierno, por
entonces, a ordenar la detención de los directores del movimiento que se preparaba, y a
esperar los acontecimientos si aquella providencia no bastaba a desconcertarlo. Uno de
los más exaltados oposicionistas de la Cámara de Representantes, siendo miembro de la
comisión encargada de examinar los documentos que pasó el gobierno relativos a las
cuestiones de orden público, informó que la conspiración de abril había sido efectiva y
estaba comprobada, y la calificó como tentativa de revolución "social" y no política.
Sabedores de lo que ocurría los que, de acuerdo con los conspiradores del exterior,
meditaban el modo de dar un golpe en la capital, pensaron explotar para sus fines
aquella previa organización anarquista, y comprometieron a algunos de los más
influyentes socios para un asalto nocturno de la índole que podía halagarles; y como de
los inscritos anteriormente en decurias y centurias para el golpe de abril, pocos
concurrieron a la cita del 22 de enero, uno de los que debían dirigir el asalto en esa
fecha, ha declarado, ante la autoridad que le interrogó, que aquel asalto constituía el
objeto primordial del movimiento, y que se frustró por "la increíble cobardía del pueblo
bogotano".

El plan concertado consistía en lanzar en altas horas de la noche, en diversas


direcciones, grupos numerosos armados, promoviendo un gran tumulto popular, en
asaltar las habitaciones del Presidente de la República y de los magistrados que
legalmente podían reemplazarle, y en obligar, en medio del pánico, a la guarnición de la
ciudad, que constaba de mil trescientos hombres, a rendirse o capitular. Los
pronunciamientos de otros lugares tenían por objeto apoyar el esperado triunfo de la
conspiración en la capital, aterrando a los pueblos e impidiendo la organización de
fuerzas restauradoras. En los lugares donde la audacia de algunos conjurados bastaba a
sorprender y sojuzgar una población desprevenida e inerme, no había necesidad de
derramar sangre; con todo, en la vecina población de Facatativá, donde no hubo
resistencia alguna, fueron asesinados, por obra de sanguinario instinto, algunos soldados
que habían llegado custodiando un correo, y que dormían en una pieza de la casa
consistorial, habiendo dejado afuera las armas. Este acto de fiereza corresponde al
primero de los caracteres de la revolución, e indica lo que en grande escala, y a las
mismas horas, pudo haber ocurrido en la capital de la república.

Por lo demás, la revolución no dejó tras sí ningún documento en el cual se tratase de


cohonestar de algún modo la guerra que se desataba sobre los pueblos; confiábase
únicamente en el impulso de las malas pasiones y en la brutalidad de los hechos; las
pocas proclamas de caudillos revolucionarios de que tuve conocimiento, eran
documentos de redacción grosera, que sólo contenían injurias cuando no impudentes
amenazas de exterminio.

Los principios de moral y de honor que regulan las relaciones entre los individuos, se
aplican también a las colectividades de hombres, y constituyen las reglas del derecho de
gentes. Los diseñados caracteres y tendencias de la revolución pasada establecen entre
ella y la generalidad de las contiendas civiles, diferencia idéntica a la que, tratándose de
particulares, existe entre un atentado atroz, premeditado en las sombras, y la riña franca
o el desafío público en que se parte el sol a los contendores.

El Código Penal define y castiga el delito de rebelión y congéneres; mas como la


Constitución inviste al gobierno de amplias facultades en tiempo de guerra, los consejos
de una política en extremo generosa prevalecieron sobre la justicia legal. Se consideró
que estos movimientos, cuando toman creces, extravían y arrastran a muchas gentes;
que el vértigo de las agregaciones produce efectos de difícil imputación individual en
muchos casos, y que los que más se comprometen y aparecen con las armas en la mano,
son menos culpables que los secretos instigadores, y que aquellos que sistemáticamente
siembran y propagan las malas doctrinas donde radica todo desorden. Se ofrecieron
garantías a los que depusiesen las armas, se concedieron honrosas capitulaciones; los
vencidos fueron perdonados, y sólo se exceptuaron de castigo los delitos comunes
inequívocos. Las penas impuestas por consejos de guerra han sido levantadas y, en un
caso de excepcional gravedad, conmutadas por destierro, equivalente a indulto para los
extranjeros favorecidos por la conmutación. No hay presos políticos, y se ha permitido
regresar al país a los expatriados que quieran volver para dedicarse a honrado trabajo.

Si después que se restableció el orden público se hubiese correspondido con propósitos


de enmienda y espíritu pacífico a la clemencia de que hizo uso el gobierno, yo sería el
primero en perder voluntariamente la memoria de sucesos tan ingratos, dejando su
calificación a quien haya de historiarlos.

Mas no sucede así, por desgracia: continúa la maquinación secreta, los medios para
hacer el mal faltan, la intención persiste; se ensalza y festeja a los "héroes" de la
revolución, estimulando así la reincidencia; se conciben y discuten proyectos infernales,
que unos acogen y rechazan otros, siendo bien triste que, a quien tiene honradez y
conciencia para censurar el proyecto, le falte valor para alejarse indignado de quien lo
propone; se solicita de nuevo la cooperación de agitadores extraños a título de
reciprocidad... Otros que aparentemente, y en teoría no son partidarios del desorden,
parece que hayan olvidado que el gobierno ha salvado y está preservando a la sociedad
de una inmensa calamidad, y que cuanto contribuya a debilitarle y a dividir las fuerzas
que le sostienen, propende, como ya se ha visto, a dar creces y poder al mal.
No, no debemos olvidar hechos cuyo germen vive, ni acallar su elocuente enseñanza,
cuando ese olvido puede implicar el desconocimiento del peligro o la justificación del
crimen de lesa patria.

En esta hora solemne, en presencia de una amenaza de barbarie y retroceso, los partidos
políticos, sin renunciar a sus principios o aspiraciones, suspenden hostilidades, se
prescinde también de cuestiones personales, y apoyando al gobierno, concurren todos a
la común defensa, Era de esperarse que, por un hermoso arranque de patriotismo, o por
interés bien entendido, los hombres de posición social y de honorable conducta privada,
que llevan la misma denominación política de que hacían gala los facciosos, ofreciesen
sus servicios al gobierno en alguna forma, o expresasen sus simpatías por el triunfo de
la legalidad.

No sucedió así, por obra de respetos humanos, o de ofuscaciones deplorables: unos


simpatizaron con la revolución, otros se encerraron en una neutralidad tal como si se
tratase de la guerra entre la China y el Japón; uno solo, que yo sepa, improbó el acto de
lanzar el país en una guerra civil, por consideraciones generales sobre los horrores de
esta especie de contiendas, pero sin desconocer los vínculos políticos que le ligaban a
los que propagaban el incendio.

Error grave y de consecuencia: nada hay, en efecto, que tanto enaltezca a los hombres
públicos como el valor civil de reprobar los crímenes que se cometen bajo el nombre de
la causa a que aquellos pertenecen; lo que se pierde, por lo pronto, en número de
prosélitos, se gana en honra y fuerza para el porvenir. Nada hay, de igual modo, tan
funesto para la sociedad como aquella doble moral o cobarde contemporización, por la
cual hombres por otra parte honrados prestan su nombre de tribu para que corran con
patente política los contrabandos del delito.

No bien se había restablecido el orden público cuando llegó la época de las elecciones
generales de diputados a las asambleas, representantes del pueblo y senadores de la
república, otro género de lucha que agita y conmueve, pero de naturaleza esencialmente
distinta de la contienda armada entre el gobierno, defensor y ejecutor de las leyes y los
facciosos, que desconocen toda ley y toda autoridad y amenazan con incógnitas
pavorosas.

El sufragio es un derecho político que emana de la ley, y no se concibe que


honradamente usen de él los enemigos de la ley, los que sólo pretenden destruir
violentamente el orden legal; las urnas son palenques a que concurren los partidos
políticos propiamente dichos, esto es, los partidos legales, no los bandos de facciosos, ni
los grupos de gentes notoriamente perniciosas; el título de ciudadanía supone, como
toda distinción social, algunas condiciones morales, y no se comprende que el que no
cesa de conspirar contra la sociedad se improvise legislador, y vaya a tomar asiento en
augusta asamblea mediante un evidente perjurio.

Las elecciones abrían, por tanto, campo adecuado y libre a los que, siendo partidarios de
cualesquiera reformas y de cambios en el personal que dirige los negocios públicos,
reconozcan, no obstante, y respeten al propio tiempo el orden social, para que pudiesen
organizarse, votar y triunfar en todo círculo electoral donde tuviesen mayoría. Si así
hubiesen procedido los que aparecen como directores de política, en vez de dejar
explotar sus nombres por el espíritu anárquico que agita y domina la masa, cualesquiera
ventajas materiales que hubiesen obtenido, y aunque éstas hubiesen sido nulas, habrían
ellos alcanzado un gran triunfo moral, llevando la lucha política con la autoridad de que
creen o se cree que disponen, al terreno del derecho, habrían devuelto la tranquilidad a
la sociedad en general y adquirido justo título a la estimación y gratitud del pueblo
colombiano. Que si la autoridad que tienen es condicional y ficticia y no puede ejercerse
sino a cambio de servir y halagar a las pasiones revolucionarias, obligados moralmente
estaban a retirar sus nombres de una corriente en que no les es dado comprometer su
propia e individual responsabilidad.

Enhorabuena que los anarquistas, ejerciendo derechos políticos de que podían usar por
indulto del gobierno, hubiesen concurrido a las urnas a depositar sus votos por
candidatos de un partido legal de oposición. Eso se explica, pero no se justifica lo que
se intentó realizar y en parte pequeña se realizó.

Si la rebelión hubiese triunfado, demasiado claro está que no habría habido elecciones
en 1896, ni a ellas, en la hipótesis contraria, habrían concurrido los actuales defensores
del gobierno, a quienes la rebelión amenazaba con persecuciones a muerte. La
revolución de 1860 pretextó para justificarse la necesidad de reformar la ley de
elecciones que a la sazón regía, y bien sabemos qué especie de elecciones siguieron al
triunfo de aquella revolución.

Si el gobierno permitió ahora que concurriesen a votar los revolucionarios a quienes


acababa de indultar, procedió así inspirado por el deseo de pacificar el país con actos de
excepcional tolerancia, pero en el concepto de que aquellos votantes serían
cooperadores cuasi anónimos de un partido legal, aunque de su misma denominación
equívoca; pero en ningún caso podía entenderse que, apenas dominados e indultados,
pretendiesen los revolucionarios obtener victoria para sí propios, para su propia obra de
demolición y de venganza.

No se entendió la situación por los que pensaron explotarla: reclamaron derechos con
altivez de vencedores, se concibió la idea de vengar la reciente derrota y de convertirla
en triunfo por artes y ligas inmorales.

Sucede, además, que los resabios de la viciada política de épocas anteriores, de aquella
política de pandillaje a que se resignan los hombres políticos que desearían otro apoyo y
no aciertan a encontrarlo, perturba la mente de muchos y origina graves daños a la
sociedad. El respeto a la verdad nos haría libres, según la enseñanza evangélica.
¡Cuántos que hablan de honor, de dignidad y de altivez republicana, faltan en sus actos
políticos al respeto debido a la verdad, como si pudiese haber dignidad, ni honor, ni
moral, faltando a la verdad que es Dios mismo!

En las nóminas de directorios o comités electorales, en los memoriales elevados al


gobierno sobre ejercicio del derecho de sufragio, en las listas de candidatos, en las
protestas contra alegados agravios, supuestos o verdaderos, han aparecido mezclados y
confundidos nombres que no se juntan en una invitación para reuniones domésticas, ni
en una escritura pública, aunque se trate solamente de testigos, ni en una asociación de
comercio, ni en acto alguno, excepto esa especie, y la más grave, de documentos
públicos, puesto que por ellos no se disputa la composición de la junta directiva de un
banco, o de una empresa cualquiera, sino la dirección de los negocios públicos, el
ejercicio del poder en una nación y la representación de ella ante los pueblos
civilizados.

La protesta de un hombre de gran respetabilidad moral, valdría infinitamente más que


una de aquellas protestas donde algunos nombres honorables parecen como zozobrando
en un mar desconocido, o encallando en escollos tristemente célebres. Y sucede que
persona honorable que se aventura a firmar así una protesta, no se atreve a sostenerla
individualmente, de lo cual hay pruebas que verá el público.

Los resabios de la mala política de otras épocas, el recuerdo de las "sociedades


democráticas" y clubes de "salud pública" que aterraban a la sociedad y doblegaban o
sojuzgaban a los gobiernos, producen una obsesión reaccionaria, hacen que se pierda la
fe en el poder de la razón, en la propaganda culta de las ideas, en los medios lícitos de
formar y manifestar la opinión, y que se ponga la confianza en las agregaciones
ocasionales, heterogéneas, ficticias. En todo centro populoso, sin excepción, existe un
fermento subversivo que en cualquier momento puede suministrar muchos nombres a
toda manifestación de mala voluntad hacia la autoridad y el orden establecido, y los
registros de esta especie, por más exornados que aparezcan, no serán nunca prospecto
de paz y de ventura para una nación, ni fuerza moral de ningún partido político.

Como ejemplo de los resultados a que se aspiraba por medio de un trabajo electoral al
parecer encaminado a fines pacíficos, citaré el caso de haber sido elegido representante
quien, habiendo sido uno de los principales autores, acaso el principal, del proyecto del
23 de enero, se ha vanagloriado de aquella hazaña, lo cual bien claramente demuestra la
extensión de la libertad de sufragio concedida por el gobierno en las últimas elecciones,
y el carácter revolucionario que prevalece en organizaciones exteriormente pacíficas.

Durante largos meses, desde que se restableció el orden público, antes y después de las
elecciones, concedióse la más amplia libertad de imprenta, y hubimos de observar el
mismo triste fenómeno que en los casos anteriores. Nunca se vio igual tolerancia, nunca
se ha visto mayor abuso. Los diarios de oposición aparecieron dirigidos y escritos por
individuos desautorizados; ningún escritor de ejecutoria en su partido los sancionó con
su nombre; alguno de aquellos diarios se presentó como órgano de un comité, pero
ningún comité ha aceptado la responsabilidad de los productos de tales fábricas.

Periódicos procaces hemos visto en todas las épocas; pero nunca se había organizado
una conjuración tal al servicio exclusivo y diario de la calumnia. Parece que existiese un
certamen de invenciones falsas y monstruosas, examinadas por secretos jurados; parece
que la impotencia de derribar por las armas un gobierno honrado y justo, hubiese
sugerido la idea de matarlo con el veneno, comprometiendo sin pudor la honra nacional
a los ojos de los extraños, y haciendo en cierto modo imposible la vida pública para los
hombres de bien, porque ¿quién se resuelve a servir en una carrera en que ha de estar
expuesto un día y otro día a los excesos de una maledicencia que nada respeta?

Nunca se vio tampoco tan intencionada y maligna concitación a la rebelión como la que
contienen aquellas publicaciones, de las cuales debe quedar memoria para estigma
eterno de sus autores como representantes de una escuela de armas vedadas; porque sí
fuese cierto que el gobierno de Colombia de tiempo atrás es encubridor o cómplice de
delitos comunes, de robos y asesinatos; si fuese cierto que un artesano que murió
públicamente agredido por resultas de un altercado con quien, por haber sido su
victimario, ha sido puesto a disposición del poder judicial, fue muerto por orden secreta
para impedir revelaciones de otros delitos oficiales; si eso fuese cierto, si fuese
meramente posible, declaro que el gobierno de Colombia no sería gobierno, sino el más
abominable engendro que hayan visto los siglos, y que yo, señores, ¡ sería el primero en
justificar cualquier revolución que se promoviese para librarnos de tal monstruo! Esas
sugestiones, que no van contra ningún hombre, ningún partido ni gobierno alguno, sino
contra el honor de la patria y de la humanidad misma, han sido miradas con indignación
por todo hombre honrado y rechazadas por la incredulidad general; ellas no pueden
producir por sí mismas ningún mal efecto, pero lo producirían por el pernicioso ejemplo
de la impunidad si hubiesen sido del todo toleradas, porque la ineficacia del torpe medio
no hace que sea menos perversa la intención, ni excusa a sus autores de la mayor
culpabilidad de que es capaz pecho humano.

Debemos esperar, con esta ocasión, que expidáis una ley de imprenta, pero no una ley
que embrolle el derecho, sino que, hasta donde alcance el poder de la sanción legal a
reprimir el mal, ofrezca medios expeditos que permitan proteger a las víctimas de la
calumnia y librar a la sociedad de los escándalos a que está expuesta, en tanto que, por
falta de otras sanciones, exista tolerada, y por malas pasiones fomentada, la profesión de
difamador.

La rápida exposición que acabo de hacer, y que a algunos parecerá acerba, sin que deje
de ser completamente exacta, es demostración melancólica de que el partido
revolucionario, indultados sus hombres por el delito de rebelión, ni se transforma ni se
depura, porque revolucionaria es su base, y de que no se somete voluntariamente al
orden legal. Es gran desgracia para una nación que exista en ella un partido que conspira
y que, sirviendo de centro de atracción a los que desertan de la bandera nacional, espía
en las disensiones y en algún posible conflicto de las agrupaciones políticas legales,
ocasión propicia para interrumpir la marcha regular de la república y producir profundo
trastorno y enorme retroceso.

Fuera del malestar que ocasiona aquel germen vivo de rebeldía, nada hay que hoy por
hoy alarme al gobernante ni al legislador. Las cuestiones administrativas, las reformas
que la experiencia aconseja, y de que detalladamente tratarán los señores ministros ante
vosotros, por escrito o de palabra, pertenecen a aquel género de asuntos que
serenamente se debaten y que no son causa de ninguna grave preocupación.

Los males de la guerra fueron menores que en otras épocas, por la celeridad con que fue
sofocada la insurrección, y en parte se tornaron en bienes. Sí no fue dado prevenir la
guerra, si siempre es deplorable que hubiese ocurrido aquel descarrilamiento de una
máquina que parecía segura en su movimiento regular y progresivo, también se puso de
manifiesto que existían fuerza de opinión y fuerza material bastante para remediar
prontamente el daño; quedó comprobada la iniquidad de viejas maquinaciones ocultas,
justificado el gobierno, y más estrechamente unidos por amor de patria, ya que no del
todo reintegrados, los elementos que sostienen el orden. La prosperidad económica del
país, excepcional en los últimos años, no ha padecido interrupción en su desarrollo
fecundo; el crédito del gobierno no sólo ha salido incólume de la prueba, sino que ha
sacado de ella nuevo lustre, comoquiera que el papel moneda, a pesar de la emisión
legal que se hizo para atender a los gastos de la guerra, sostiene y eleva su valor, y corre
ya a la par con la moneda de plata a que en su calidad primitiva de billete de banco
estaba asimilado, verificándose de esta suerte en los mercados aquella impaciente
aspiración de financistas quejumbrosos que tanto alarmaron al país con sus clamores, y
que hoy, ante la elocuencia de los hechos, guardan respetuoso silencio.

La lealtad observada por nuestro gobierno en toda ocasión, en sus relaciones


internacionales, su propósito inconmovible de no inmiscuirse en los asuntos privativos
de otras naciones, respetando su independencia y soberanía, condenando toda sugestión
lesiva del honor de un gobierno serio, y reclamando igual respeto hacia Colombia, son
hechos de notoriedad pública, que han granjeado a nuestro gobierno la merecida
confianza de los jefes de otros Estados, concordes en la misma política, y que han
contribuido a disipar todo temor de complicaciones internacionales.

No queda, pues, otro problema que inquiete, que aquél cuya causa ha sido materia
especial de este mensaje; y a remediar este mal, a conjurar el peligro que entraña,
debemos concurrir todos reflexivamente en la esfera de nuestras respectivas facultades.

Cuando disputan el poder, o mejor dicho, la dirección de los negocios públicos, partidos
legítimos que reconocen una base común tradicional o constitucional, el jefe del Estado
es centro y moderador de ellos, y con ellos por turno gobierna, según se marque la
opinión parlamentaria, sin peligro de conmoción social.

Otra, y esencialmente diversa, es la situación política de una nación en la que los


elementos que sostienen el gobierno, en cuanto el gobierno defiende, no tal o cual
principio económico, no tal o cual tesis secundaria, sino la unidad nacional, el imperio
de la ley y el orden público, tienen enfrente un partido que está en perpetua rebeldía
contra lo existente, y que sería poderoso a destruirlo todo sí aquellos elementos de unión
constitucional riñesen y se disgregasen.

En 1885 se unieron esos elementos para salvar el país de la anarquía que amenazaba
devorarlo: movimiento espontáneo que, aun más que por la fuerza material que ostentó
en la guerra, asombró por su grandeza moral al poder fanático que le resistía.

Un cuarto de siglo de anarquía había sido prueba demasiado evidente de que habíamos
errado el camino, y de que siguiendo así, no podíamos entrar económica ni
políticamente en el concierto de los pueblos constituidos por razas disciplinadas. Todos
reconocían la enfermedad y deploraban sus efectos; pero, como suele acontecer con
enfermedades producidas por el vicio, muchos pretendían que se remediase el efecto sin
corregir la causa. Era preciso salvar la patria, y todos fueron invitados a la obra santa de
filial piedad y de honor de la familia; a ella concurrieron cuantos tuvieron la virtud de
deponer rencores y olvidar antiguas denominaciones que pudiesen hacer revivir las
pasadas querellas de aquella vida de infierno, y fuertes por la fe y por el recíproco
perdón de los agravios, salvaron la república.

Los primeros invitados a la obra grandiosa rehusaron cooperar a ella, y se opusieron a la


reconciliación de los colombianos, por lo cual el ilustre finado fundador de la
regeneración pudo decirles: "Os llamé y me rechazasteis’’. Cegados por la pasión
provocaron una gran sublevación, y levantaron caudillos cuyo recuerdo todavía "quema
la frente" honrada de quien, por error de compañerismo, se incorporó en el alzamiento.
La rebelión quedó vencida, pero no murió su espíritu. Continuaron los enemigos del
orden y de la tranquilidad maquinando y agitando el país con publicaciones subversivas,
y con la tentativa última han demostrado a la faz del país su impenitencia.

La situación creada por tales antecedentes y hechos inequívocos, si no es de guerra,


tampoco es el estado normal de la paz.

Es un estado de paz armada. No tenemos la culpa de que así sea: la amenaza obliga a la
defensa. A las necesidades de esta situación responden las leyes que invisten al poder
público de facultades especiales para contener a los agitadores y prevenir la agresión:
leyes que, estén o no escritas, emanan de un derecho social incontrovertible, y cuyos
efectos cesan, sin derogación expresa, desde el momento en que los mismos que las
censuran porque las temen, quieran sinceramente abolirías, cesando de conspirar, ellos
primero.

Sin perjuicio de que el gobierno ejerza la debida vigilancia, y esté, como lo está,
preparado para todo, juzgo, sin embargo, que para asegurar la paz, más que de
facultades extraordinarias y de recursos legales, necesitamos de mayor suma de virtudes
cristianas y cívicas, de la religión del respeto, de ausencia de viejas preocupaciones
banderizas, de sacrificios de amor propio, de unión y disciplina vigorosa. Nuestras
disensiones, a veces escandalosas, nos desautorizan, y alientan al enemigo; las
apostasías y defecciones de los nuestros lo robustecen. Creo yo que una demostración
honrada, solemne y firmísima de unidad en el nacionalismo, causa que abraza a todos
los leales defensores del orden y con su generalidad convida a todos los hombres de
buena voluntad, bastará a desconcertar a los perturbadores, convenciéndolos de
impotencia, y a fundar una paz estable.

Ved ahí, señores, la parte trascendental de la misión que debéis cumplir; ved ahí la
gloria que podéis alcanzar como representantes de los pueblos. Ajeno de toda ambición,
ni tuve iniciativa alguna en vuestra elección, como es notorio, ni quiero tenerla en
vuestros actos de carácter político. Sólo debo deciros, como conclusión lógica de
precedentes razonamientos, que implícitamente votaréis la guerra si presentáis
espectáculo de discordia, y del propio modo decretaréis la paz y la confianza si os
mostráis grandes y fuertes marchando en unidad de fe y de sentimiento. De vosotros
pende el porvenir de la república. ¡Que Dios os ilumine!

CENSURA DE LA POLÍTICA DEL


DIRECTORIO LIBERAL (8) •
Rafael Uribe Uribe, 1898

Al regresar de México, donde había permanecido un año, en Barranquilla, Uribe Uribe


pronuncia este discurso, pieza de excepcional importancia, pues fija claramente la
posición del dirigente liberal para aquella época, justo después de las pasadas elecciones
y en la antesala de la "guerra de los mil días".

El documento tiene dos partes fundamentales: la primera, es una severa autocrítica a la


conducta liberal en años anteriores; y la segunda, es la renuncia de Uribe a continuar
luchando, y mucho menos a participar en una nueva guerra revolucionaria. Su
afirmación: "la guerra que era justa, es ya imposible’*, ilustra perfectamente bien su
posición.

Inicialmente, Uribe enjuicia con energía, toda la conducta que ha guiado al partido
liberal en los tiempos precederos, señalando cómo no ha tenido el valor, la decisión, y la
dirección necesaria, para enfrentar a un partido conservador en el poder, pero debilitado
por las rencillas internas y sin apoyo popular por la desacertada conducción general del
país.

Más aun, dice Uribe, lo que ha hecho el partido liberal, es legitimar la farsa electoral
montada por la "Regeneración", al participar en unas elecciones fraudulentas, que por
supuesto, dieron el triunfo al conservatismo, fraude reconocido por el General Reyes.
Cometimos un error táctico monstruoso, señala, pues en vez de abstenernos de ir a
elecciones y hacer una guerra revolucionaria, participamos en ellas a sabiendas que eran
fraudulentas y perdimos.

Pero ahora, continua, el partido liberal se encuentra desmoronado; algunos sectores


tratan de conciliar con el gobierno, otros no quieren pelear y hay un reflujo general de
las masas que ya no creen en el partido; por tanto, no hay condiciones para ir de nuevo a
una guerra civil y considera descabellado, cualquier intento por hacerla.

Al no haber condiciones propicias para seguir luchando y no contar con un aparato


partidario organizado y decidido, Uribe Uribe considera que no hay ya razón, para que
él siga participando activamente en la política nacional y anuncia: "renuncio a la lucha";
informa que se retirará a la vida privada, que para él, significa la muerte política.

Al final del discurso y en amargo acento, Uribe deja a los liberales y al arbitrio de su
responsabilidad, toda la actividad futura del partido.

Señores:

No teniendo nada agradable que decir y no siendo yo hombre de ocultar mi pensamiento


por temor de disgustar, habría preferido que no se me pusiese en el duro trance de
producirme como habré de nacerlo; mas ya que no está en mi mano evitarlo, prestad
paciencia para escucharme.

Si me someto a vuestra exigencia no es con el fin de hablar por hablar; soy enemigo
jurado de las frases porque sé que quien gasta en hacerlas su tiempo y su energía, deja
poco para la acción: largo de palabras, corto en obras. De ahí que procure con ahínco
que, cuando por necesidad inevitable he de expresarme, mis discursos equivalgan a
verdaderos actos o preparen su ejecución.

Entiendo hablar en presencia de nuestros adversarios y, no obstante, deberé aludir a


hechos y proyectos de que los liberales no nos hemos ocupado hasta ahora en público,
imaginando que solo algunos de nosotros los sabían, cuando en realidad eran y son el
secreto de Polichinela, el secreto de todo el mundo- Espero que nadie me calificará por
ello de imprudente, sino sólo de franco, pues sin duda es llegada la hora de acabar con
los falsos supuestos y con las situaciones equívocas; hoy es de conveniencia política y
casi asunto de humanidad impedir que continúe esta incertidumbre que hace de nuestra
vida un tormento y que contribuye a la ruina de la nación.
Suplico que no se me interrumpa ni con censuras ni con aplausos: declino éstos en el
remoto caso de que llegue a merecerlos, y en cuanto a aquéllas, si bien sé que voy a
provocarlas, os ruego que las reservéis para después, si no consideráis que debéis
ahorrármelas del todo, porque repleto el pecho de amargura, no es extraño que traspire
en mi lenguaje, derramando los labios lo que el corazón rebosa.

Excusado es advertir que mi acusación no toca con los liberales de Barranquilla en


especial, sino que —al sentar el pie en tierra colombiana, después de un año de ausencia
— es a todos mis copartidarios a quienes me dirijo; lo mismo que voy a decir aquí,
habría dicho en cualquier otro lugar donde hubiese arribado y donde se hubiese
inquirido mi opinión. Excusado es también observar que si increpo en globo al partido
liberal, hay hechas en mi mente excepciones de grupos y personas que desde luego se
eximen de todo cargo. Prevengo, por último, que mis juicios quedan sujetos a
rectificación, pues durante mi ausencia es natural que mis medios de información hayan
sido insuficientes y que esa circunstancia me haga incurrir en errores de apreciación.

Señores: la guerra, que era justa, es ya imposible.

¡Lo que es el influjo enervante de los sofismas! ¡Lo que es el poder extraviador de las
frases hechas! Fue el partido liberal a las elecciones —¡quién lo creyera, al cabo de doce
años de tiranía!— en busca de "bandera para la guerra", a "llenarse de razón", a "hacer
que cayese en la copa repleta de sus padecimientos la gota que la hiciese derramarse", a
"escribir la última hoja del proceso de la Regeneración", a hacer "acto de presencia" y
"pasar lista en el campamento liberal".

Y el resultado es que la bandera se ha perdido, el proceso se ha anulado, la copa se ha


roto, la razón inmediata ha desaparecido y la revista puede parar en dispersión.

La guerra, que hubiera sido justa en 1886 o en cualquiera de los años subsiguientes; que
habría sido justa y legítima en 1892, tras la imposición oficial; que fue justa, legítima y
oportuna en 1895; que hubiera sido todo eso y además santa en 1896, después de la
burla electoral; y que es una vergüenza que no la hiciéramos en diciembre pasado, a raíz
del nuevo fraude; la guerra ha dejado de ser oportuna y posible.

Si el partido liberal fue a las urnas confiado en las promesas del gobierno sobre respeto
al sufragio, mostró con ello un candor verdaderamente inoxidable y una virginidad de
inocencia superior a todo contratiempo; tras la experiencia de doce años, pensar que la
palabra de los regeneradores envolviese otra cosa que engaño y farsa, fue exhibir
candidez primaveral. Y si el partido fue a los comicios para disimular los preparativos
de guerra, debió cerciorarse de que en verdad se hacían con eficacia, o, mejor aún, debió
hacerlos por sí mismo, en vez de considerar esa consecuencia como "valor entendido"
con los jefes una vez realizado el fraude electoral previsto- Aunque parece bien
establecido que ni el partido ni los jefes son capaces de ocuparse a la vez de las dos
cosas: toman la agitación electoral como fin, no como medio; se engolosinan con las
peripecias de la lucha y, en definitiva, el brío y los recursos que en ella gastan, se
pierden absolutamente con respecto al objetivo esencial, a cuyo logro debieran dirigirse
y cuya mira se oscurece u olvida.

Por eso la labor revolucionaria no adelantó un solo paso y, lo que es peor todavía, la
presencia del liberalismo en el debate, a sabiendas de lo que forzosamente había de
suceder, asumió el carácter de concurso voluntario a la legitimación del resultado (9),
desde que al día siguiente del atropello no desenvainó la espada para protestar contra la
iniquidad. Porque, como dijo el General Grant, citado oficialmente por el honrado
gobernador de Antioquia, doctor Bonifacio Vélez: "Los partido pueden sin deshonor y
deben por civismo conformarse con el éxito desfavorable de elecciones puras,
prometiéndose para más tarde el desquite por el mismo camino, después de hacerse
propicia la opinión que les fue adversa; pero de ningún modo están obligados a tolerar
el régimen resultante de elecciones que no aparezcan libres de toda sospecha de
ilegalidad y fraude".

Mas, se entiende que la reivindicación del derecho debe emprenderse inmediatamente,


para que el aplazamiento no se tome por aquiescencia, mucho más si el atropello no fue
inopinado sino largamente previsto; y porque, si bien es cierto que el derecho no
prescribe en favor de la usurpación, no lo es menos que la oportunidad forma parte
esencial de su defensa, so pena de hacerla discutible y de éxito dudoso.

De ahí que cada día pasado en la inercia desde el 5 de diciembre para acá, haya sido una
declaración tácita de conformidad con lo sucedido. La concurrencia a los colegios
provinciales de los pocos electores que obtuvimos, no siquiera a levantar una protesta
ruidosa contra la legalidad de la elección, sino a sancionarla con su presencia y con sus
firmas al pie de las actas de escrutinio, acabó de consolidar su legitimación (10); y cada
hora transcurrida desde el 2 de febrero, sin alzarnos en armas, ha equivalido a revalidar
con nuestra aprobación definitiva el triunfo fraudulento de los detentadores de nuestro
derecho.

Poco valen en contrario los documentos acusadores del proceso electoral: lo que del
exterior se ve, la noticia que la prensa extranjera pregona, el fenómeno que en el interior
mismo se columbra en globo, o sin reparar en pormenores que pronto se olvidarán, es
que los nombres de ciertos candidatos surgieron victoriosos de una lucha acalorada en
que todos los partidos tomaron parte, y que el país se conformó con ese resultado.

La tardanza ha determinado después una tripe corriente: en el campo opuesto, la de


formación de una nueva legitimidad, ya que así parece convenido llamar de nombre y
recibir de hecho el nuevo orden (otra voz sofisticada) surgido del fondo impuro de las
urnas, sea o no continuación del sistema político anterior, y tenga o no el apoyo de
todos los conservadores, a quienes se habrá dado tiempo de reflexionar, de calmarse y
aun de unirse; en nuestro campo, la de un creciente caimiento de ánimo entre los que si
esperaban la apelación a las armas y estaban listos para secundarla, pero en quienes al
hervor de cólera producido por la nueva afrenta electoral, ha sucedido un desaliento
equivalente a sustracción de la materia prima revolucionaria, que es la pasión más bien
que la convicción; y en el campo neutral, si acaso no en todos los espíritus, la
concepción de una última, aunque débil y quimérica esperanza, de que la próxima
administración ejecutiva y la nueva reunión de las Cámaras, puedan traer a los
problemas nacionales alguna solución tolerable. Todos saben que a esa administración
no le será permitido separarse una línea del camino que le tracen los fautores de la que
termina, y que esta sesión del Congreso en nada se diferenciará de la pasada, no
habiendo variado su personal; y sin embargo, tal es la tenacidad de la ilusión en este
pueblo de niños, que delante de esas perspectivas, un movimiento revolucionario sería
de todos mal recibido, después de que por muchos fue ansiado.
Esa ha sido la serie de consecuencias deplorables de un primer error. Y no se diga que
es fácil la censura retrospectiva. Acaso no hubo un solo liberal que, en un principio, no
manifestara repugnancia para ejercer otra vez el sufragio, previendo lo que acontecería;
muchos no cedieron sino por disciplina; y algunos pocos se denegaron del todo a votar.
De suerte que el instinto y tendencias de la comunidad eran adversos a entrar en la
nueva lucha. En cuanto a mí, fundo mi derecho a la crítica en no haber sido un solo
instante partidario de la concurrencia a los comicios electorales, y en haber dejado
constancia de esa opinión en mi correspondencia, en diversas publicaciones, en varios
trabajos encaminados a generalizar esa idea, y en mi discurso de Panamá.

Cierto que la abstención de sufragar no nos eximía de ir a la guerra; pero a ésta


habríamos llegado con mayor rapidez y seguridad no distrayéndonos con sofismas
electorales; y aun en el caso de no haberla hecho, a lo menos ninguna responsabilidad
nos habría cabido en la prolongación de este régimen inicuo, porque en nuestra
abstención habríamos fundado nuestra protesta, mejor que en el gastado recurso de
procesos inconducentes. Se dispuso después la prescindencia en las elecciones de
diputados y concejales; pero es patente que las mismas razones que hubo para
ordenarla, militaban para decretar la abstención en las de presidente, o que el propio
motivo que indujo entonces a insistir en el ejercicio del derecho, obraba para adoptar la
misma conducta en la última ocasión. La lógica indicaba lo uno con exclusión de lo
otro, o viceversa, en ambos casos.

El único partido de quien el gobierno no podía jactarse de haberse burlado era el liberal;
prestarse a la burla fue, por tanto, una infeliz inspiración. Si a las luchas políticas es
aplicable —como a veces lo es— aquella máxima de guerra del General Santander:
"Hacer lo contrario de lo que el enemigo desea", el ansioso interés del gobierno en que
el liberalismo concurriese a las elecciones, debió despertar nuestras sospechas y
advertimos de que no debíamos plegarnos a ser una ficha en su juego. Y que no fuimos
sino eso, es lo que luego se patentizó y lo que debió preverse. El fantasma del enemigo
común fue mañosamente explotado para conducir a un tiempo a disidentes y
nacionalistas, asustándolos con él unos tras otros, dejándolos halagarse en secreto con
nuestro apoyo o acusándose recíprocamente de haberlo obtenido; compactando de ese
modo las escasas filas ministeriales, y obteniendo, sobre todo, para el fin previsto y
hábilmente preparado, la sanción decisiva de nuestra presencia en los comicios.

Nos hemos exhibido, pues, con una inferioridad verdaderamente humillante y lastimosa.
Porque, señores, lo que nadie acertará a explicarse satisfactoriamente, lo que el
historiador futuro de este triste período no podrá comprender jamás, es por qué
desaprovechó tan en absoluto el partido liberal la maravillosa oportunidad que la
profunda división de sus adversarios le ofrecía para recuperar su influjo y su derecho.
Ellos mismos reconocían que el liberalismo era el árbitro de la situación, y que en esa
ocasión única y propicia, era llegada nuestra hora (11). "O evolución o revolución", eran
los términos imprescindibles del dilema, y si no se presentaron facilidades para la
primera, debimos alistamos para la segunda, y hacerla. Pero salirse al cabo sin la una y
sin la otra; no resultar ni políticos ni guerreros, ni hábiles ni intrépidos, ni astutos ni
valientes, ni zorras ni leones, sino sólo mansos corderos, eso es lo que no alcanzará ante
la Historia excusa ni perdón. Quedamos como antes; ser los únicos excluidos de la vida
del derecho, puesto que los diversos grupos de nuestros adversarios acabarán al fin por
entenderse a nuestras expensas; acomodarnos a seguir siendo parias o ilotas, incapaces
de transacción por terquedad o por ineptitud, y de reivindicación por cobardía, ese es —
sin género de duda— el colmo de la decadencia.

Ahora bien: la burla recibida y no vengada, no sólo es irritante, como demostración de


la ajena superioridad, sino de malas consecuencias para el régimen interno de la
comunidad liberal. La confianza en el porvenir, la certidumbre de que se combatía por
una causa invencible, y el optimismo acerca de los jefes, eran elementos constitutivos
de la fe liberal, y fuerza es confesar que ella ha salido sumamente quebrantada del
debate, sí es que del todo no ha muerto. Esa fe era, ante todo, fuerza de cohesión; si
malbaratada o destruida, la dispersión comienza, ¿de quién la culpa?

De la lid no sacamos, por otra parte, sino insultos y la confirmación de la cordialidad


con que todos los bandos conservadores nos detestan. La sola idea de nuestra alianza era
formulada entre ellos como cargo sangriento y rechazada como imputación infamante.
Nuestro contacto ha sido objeto de asco y repulsión, como el de leprosos. El único
motivo de desavenencia entre nacionalistas, históricos y reyistas, era el recelo de que
alguna de esas fracciones ganase el concurso del partido liberal, con la promesa de
hacerle justicia. Al fin nuestro derecho fue conculcado acaso más por los reyistas y los
históricos que por el gobierno, y a la postre la conciliación de nuestros enemigos se
verificará sobre la base de nuestra opresión y explotación. Se ha comprobado, pues, una
vez más, el hecho singular de que a nosotros, compatriotas y hermanos de los
conservadores —si es que los esclavos pueden hablar de patria y de fraternidad— se nos
profesa una aversión mucho más fuerte y persistente, siendo víctimas del despotismo,
que el odio que se tendría por un conquistador extranjero que abusase de su poder para
tiranizamos a todos por igual.

Sin embargo, ni el bochorno de tantas afrentas nos ha enardecido; ya que no el


sentimiento de la justicia, ni la sed de venganza nos ha aguijoneado; puestos fuera de la
ley, perseguidos y acosados como no lo fueron jamás los iroqueses, los pieles rojas ni
los maoríes, hemos sido incapaces de .pagar con odio varonil el odio que se nos dedica;
hemos permanecido impasibles y como dormidos. Señores: ya no es sangre, es suero
incoloro e inerte lo que a los liberales nos circula por las venas.

Nos hemos contentado hasta ahora con lo que se ha convenido en llamar "triunfos
morales": mucha unión, mucha disciplina, muchas adhesiones y mucha sujeción a la
orden de tener paciencia para soportar las vejaciones de nuestros adversarios,
permitiéndoles que nos arrebaten nuestros derechos y contentándonos con llamar
testigos, dejar constancia de lo torticero de ese proceder y llenar de protestas baldías las
páginas de nuestros periódicos.

Mas yo os digo, una vez por todas, que daría con gusto una docena, y aun una gruesa,
de triunfos morales por un décimo de triunfo material efectivo, que en todo caso sería
legítimo; yo os digo que, ciertamente, el progreso del partido liberal ha sido grande en
estos doce años, pero más que labor nuestra, voluntaria y calculada, más que fruto
directo de nuestros esfuerzos y sacrificios, ha sido obra del tiempo y contragolpe de los
errores y crímenes de nuestros enemigos, por lo cual es corta la gloria que en ello nos
corresponde; yo os digo, sobre todo, que a nada conducen las fuerzas adquiridas si no se
las emplea, y que llegados a la repleción del vigor, vamos a consumirlo y disiparlo en la
inacción; yo os digo, además, que dar la firma y el voto, que tan poco cuestan, y no el
dinero ni el brazo, es sentar las premisas y carecer de valor para sacar las consecuencias;
y yo os digo, finalmente, que a estar unidos y disciplinados en este abismo de
servidumbre, habría sido preferible que nos hubiésemos dividido, y que la fracción
audaz y valerosa, libre de toda traba, se hubiese lanzado sola: el triunfo evidente habría
realizado la única unión ambicionable, la unión en la cumbre. Nuestra disciplina bajo la
opresión regenerante se me parece mucho a la obediencia de las cuadrillas de esclavos
bajo el látigo del capataz.

Porque, decidme a vuestro turno, ¿qué utilidad práctica tienen la unión y la disciplina en
la situación que voluntariamente nos hemos creado, o que por lo menos soportamos sin
contradicción? Ellas no son fines que una vez alcanzados nos permitan descansar
satisfechos y nos releven de la acción: son apenas medios o vehículos para ir más
adelante. ¡Triste consuelo el de desfilar en formación compacta, a paso regular y a la
vez de nuestros jefes, rodeando inermes las murallas de la Jericó regenerativa,
recibiendo las burlas y escupitinajos de las almenas! ¡No en la séptima, en la
septuagésima vuelta vamos ya, esperando el milagro de que los bastiones caigan por sí
mismos, en vez de ir animosamente al asalto y batirlos en brecha con la piqueta
revolucionaria!

Aun entiendo que esta unión y disciplina nuestras, tan decantadas, lejos de constituir un
mérito, se vuelven contra nosotros como causal de acusación y afrenta. En nuestro
vencimiento consuetudinario no nos queda ni la excusa de la debilidad proveniente de
división y desorganización: es agrupados en cuerpo de ejército, sometidos a la
obediencia pasiva y moviéndonos al unísono cual veteranos, como padecemos y nos
aguantamos las derrotas políticas- Nuestra conducta es tan indisculpable como la del
atleta a quien se preguntase: "¿en qué proezas empleas tus fuerzas hercúleas? " y
contestase: "en mantenerme echado en mi cama". Fuera menos censurable su
holgazanería no siendo robusto sino enclenque.

Parece que los liberales colombianos se hubieran afiliado en aquella secta rusa de los
doukobors, tan encomiada por Tolstoi, y cuya principal máxima es: "no oponerse al mal
con la violencia", como medio de renovar la práctica del Evangelio en toda su prístina
pureza. Apaleados, escarnecidos, encarcelados, despojados de sus bienes, proscritos,
sólo contestan con la insumisión irreductible y serena de la resistencia pasiva: se
resignan, pero no se someten, y a despecho de todo, persisten en su resolución
inquebrantable. Hicieron de sus armas un montón a que rociaron petróleo y pusieron
fuego, para demostrar que de cuantos ultrajes y vejaciones fuesen víctimas no tomarían
venganza por la fuerza; y terminaron por rehusar el servicio en el ejército, para evitar el
combate y excusar a todo trance la efusión de sangre.

¡Oh vosotros, evangélicos doukobors colombianos!... ¡Pero no: los liberales no tenemos
ni el mérito de la secta eslava; nuestra conducta no es resultado de ninguna regla
doctrinaria, de ningún principio científico, moral o religioso, de ninguna determinación
reflexiva; si soportamos el despotismo no es por renuncia tácita ni expresa de
combatirlo a mano armada; nuestro proceder no se explica por dictados del espíritu: es
egoísmo materialista; nuestra humildad no es la cristiana, es abyección; nuestra inercia
no es voluntaria, es pereza; nuestra resignación no es virtud, es miedo!

Hemos olvidado que, como dice un escritor alemán, "el derecho no es una abstracción
lógica, sino una idea de fuerza, por lo cual si la justicia lleva en la mano izquierda la
balanza para pesarlo, empuña en la diestra la espada para hacerlo efectivo. Espada sin
balanza es fuerza brutal; pero balanza sin espada es algo peor; es el derecho impotente,
confundido y desacreditado. Espada y balanza se completan entre sí, y el reino
verdadero del derecho no comienza sino cuando la fuerza desplegada por la justicia
iguala o sobrepuja a la destreza para mantener el fiel".

Puede parecer rudo, pero es franco y práctico el lema chileno por la razón o la fuerza
cuyo verdadero significado es que el poder moral del derecho implica y requiere la
facultad y la resolución de usar de la fuerza para imponerlo a quienes lo resistan y
defenderlo de quienes lo desconozcan o vulneren. Eso es lo racional y lo humano. Lo
demás es necio jacobinismo.

Porque la verdad es que todo el mundo tiene derechos: la monta está en saber
defenderlos. Derechos tienen, por fuero de la naturaleza, las multitudes asiáticas,
arreadas como rebaños por los shas, los sátrapas, los rajahs y los mandarines; y
derechos tienen el inglés y el norteamericano; pero como éstos saben reclamarlos, por
eso los gozan. La efectividad del derecho es inseparable de su defensa.

Jamás se presentan a los pueblos sus derechos en azafates de plata, como a los reyes las
llaves de las fortalezas; antes bien, no logran más libertades que las que sepan
conquistarse por su propio esfuerzo; pero es ley inmutable que cuanto anticipen en
sangre de mártires, en años de prisión o destierro, y en sacrificios, privaciones y
padecimientos de todo género, les será tarde o temprano retribuido con creces en
derechos efectivos y gozados.

De este modo, la única afirmación eficaz del derecho, la única base racional para
discutirlo delante de los que pretendan menoscabarlo o suprimirlo, no es proclamar la
paz a todo trance ni la fertilidad final del dolor, sino pensar y decir:

—"Creo en mi derecho hasta estar dispuesto al martirio por él; pero, naturalmente, antes
de llegar a esa extremidad perjudicial para mí, comenzaré por disparar mi fusil contra tí,
déspota, en cuanto te atrevas a manifestar la intención de despojarme".

Esa fue la enseñanza que nos dejaron los padres de la patria y los fundadores de la
república; y si diariamente hiciéramos esa declaración y nos pusiéramos en capacidad
de ánimo y recursos para cumplirla, seguro está que ninguno de nuestros mandatarios se
saldría un ápice del carril de su deber.

En vez de esto ¿cómo procedemos? El Presidente de la República ha confesado que no


hubo libertad electoral, esto es, que el poder surgido de las urnas es espurio, hecho de
que nosotros estábamos bien convencidos, sin necesidad de esa confesión. Por su parte
el General Reyes dijo que el triunfo liberal en las elecciones habría sido la guerra, esto
es, que la victoria no nos habría sido reconocida ni el poder pacíficamente entregado,
propósito en que abundaban todos los bandos conservadores. Pues si nuestros
adversarios estuvieron determinados a rechazar con la violencia el triunfo electoral
legítimo, ¿con razón cuánto mayor debimos nosotros desconocer y atacar el ilegítimo?
En cualquier otro país esas declaraciones habrían bastado para alzarse en armas sin otra
espera.

Debimos, además, reflexionar en que era disyuntiva ineludible que, de esta hecha, o el
liberalismo o el despotismo debía perecer, porque era imposible que ambos cupiesen
bajo un mismo cielo, y que aun cayendo nosotros en la lucha, era mil veces preferible
que nos exterminasen, conforme nos lo tienen prometido, pero que fuese con el hierro y
el fuego que purifican, hacen mártires y dejan en pie la idea, y no con la corrupción, el
espionaje y el papel moneda, que descomponen los partidos como la peste, anonadan su
ser moral y convierten a los ciudadanos en rufianes. Y debimos, por fin, abrigar este
supremo pensamiento y este supremo temor: que si este régimen se prolongaba por
algunos años más, desaparecería en Colombia toda entereza de carácter y no quedarían
siquiera quienes llorasen como mujeres lo que no supieron defender como hombres.

Y sin embargo, el régimen regenerador no era más que una armazón frágil, que con
poco esfuerzo habríamos podido derrumbar. ¿No habéis oído hablar de aquella estatua
del dios egipcio Osiris, hecha en madera y que por largos años existió en un templo de
Alejandría, aun después de convertida al cristianismo esa ciudad? Para casi todos los
neófitos la divinidad no era ya sino un mito y su imagen el remanente de una creencia
abrogada; y, no obstante, ninguno se le atrevía al formidable ídolo, consagrado por un
culto secular de respeto y temor. Pero llegó el día en que un monje resuelto le asestó al
exdios jubilado un tremendo martillazo en la cabeza, en presencia del pueblo reunido; y
en vez de estallar el rayo contra el sacrílego, como muchos de los concurrentes —no
bien curados aún de la superstición antigua— lo esperaban, viéronse salir del seno
carcomido de la estatua... tres ratones fugitivos, "e Isis tuvo que llorar una vez más la
muerte de su esposo" (12) , a tiempo que el fraile audaz recibía las felicitaciones de
todos aquellos a quienes libraba de secretos remordimientos y temores.

Faltó quien se le atreviera a esta momia grotesca de la Regeneración, armatoste medroso


y amenazante sólo para los timoratos; que de no, al caer despedazada, en medio de la
mofa y del alivio universal, tampoco se habrían visto salir de sus huecas entrañas sino
los roedores a quienes sirve de guarida y que a su abrigo viven y pelechan. Despiertos
luego todos los colombianos de esta horrible pesadilla, hecha de superstición y miedo,
habrían aplaudido al hombre que de ella los hubiese libertado, no por hazaña fabulosa,
sino por mero desenfado y despreocupación.

Pero repito que el tiempo oportuno pasó ya.

La significación de mi regreso no se os oculta, y él os dirá mi melancolía y


desesperanza. Nunca creí volver a Colombia bajo la Regeneración sino en armas para
combatirla. Tuve la legítima ambición de no dejar ocioso en mi mano el machete de
Maceo, sino esgrimirlo por la Libertad, que fue a lo que lo tuvo acostumbrado el férreo
brazo del héroe que tantas veces lo blandió. He sido revolucionario de noche y de día,
despierto como dormido, repleto de la convicción de que los nudos de estas infames
ataduras que nos ahogan no podían ser soltados sino a tajos de espada. Creyendo que el
partido liberal cumpliría con lo que se debe a sí mismo y al país, me fui al exterior a
estar listo para la hora del combate. Podéis creerme si os digo que, en cuanto a mí,
estuve dispuesto a los mayores actos de audacia, para cuya ejecución no me habría
arredrado la posibilidad de mi propio sacrificio, por más atractivos que tenga para mí la
vida y por más que a ella esté fuertemente ligado por lazos de amor y de deber. Pero, sin
que yo pudiera impedirlo, pasó la ocasión propicia, y es ya tarde. Creo que Colombia es
tierra definitivamente perdida para la libertad.

Declaro, por tanto, sin sombra de reticencia, antes con entera sinceridad, que renuncio a
la lucha. Los hombres de cierta clase y cierto temple nada tienen que hacer con
colectividades que no saben o no quieren cumplir con su deber; y si ellas se amañan a
vivir sin libertad, u optan por recibir humildes la limosna del derecho a las puertas de
los detentadores poderosos, en vez de derribarlas a culatazos, penetrar animosamente en
el edificio, expulsar a los usurpadores y traficantes, y tomar por la fuerza posesión de lo
propio, hay quienes sentimos invencible repugnancia para coadyuvar en esa obra. Por
activa, no por pasiva, es como hubiera seguido acompañando al liberalismo en la
gestión de su causa; esto es, pugnando esforzadamente de abajo para arriba, en lugar de
esperar sumisos las migajas que por lástima puedan tirarnos de lo alto. Continuara
todavía la brega si por asomos creyera al liberalismo capaz de demandar con altivez lo
que le pertenece y le ha sido inicuamente arrebatado; pero pues todo lo aguarda de la
clemencia del gobierno, me retiro, porque no tengo medios de obrar sobre él, y porque
aun cuando los tuviera, me daría vergüenza emplearlos, trocando la actitud de
reclamante orgulloso por la de palaciego suplicante.

Estoy en una hora negra de decepción y abatimiento. Después de haber vivido varios
años bajo la tensión nerviosa de quien espera la redención por la guerra, viene ahora la
sedación consecuencial a la pérdida de toda esperanza, porque veo alejarse
indefinidamente el empleo de ese recurso único y decisivo. Alguna vez dije que la
convicción inapeable de que este régimen había de caer, era el resorte que me mantenía
en pie luchando, pero que la distensión o ruptura de ese resorte me anonadaría. El caso
ha sobrevenido y por eso voy ahora camino de la vida privada, que es la muerte política,
si no pudiere alzar mi tienda y trasladarme a otro país, después de sacudir de las
sandalias el polvo de esta tierra envilecida.

Porque, señores, hasta tal punto se ha fatigado la paciencia del partido y a tal punto ha
llegado su anonadamiento, que ya hoy lo que pide de sus jefes es apenas un poco de
franqueza. Pide que si no se puede o no se quiere ir a la guerra, se le diga eso una vez
por todas con entera claridad; y pide que si, contra la ilusión que el partido se forja, es
en él mismo donde reside la incapacidad para la acción, se le saque de ese engaño en
que a sí propio se mantiene, haciéndole ver que es él quien no quiere la guerra. Por este
falso supuesto y mala inteligencia, los ganaderos han perdido año tras año sus pastos,
temerosos de vestir sus dehesas por sí mismos ni en compañía; los comerciantes, lejos
de ensanchar sus negocios, los han reducido a lo mínimo posible, obligados a ello
también por la disminución de los consumos y la restricción de los créditos,
determinadas por la inseguridad; los empresarios de industrias que requieren algún
tiempo para desarrollarse, no pudiendo contar con él, se han abstenido de acometer
trabajos, o los han limitado a lo puramente indispensable; todos los que necesitan de
capitales los han visto escasear, doblarse la rata del interés y acortarse
extraordinariamente los plazos; la falta de brazos, producida por el reclutamiento y el
temor, ha hecho perder las cosechas de los agricultores y dificultado o hecho imposibles
sus labores; los jóvenes y los hombres de acción, que para estar listos no han querido
emprender ocupación alguna, han estado viviendo de lo poco que tenían, y aun no pocos
han diferido formar hogares que el huracán revolucionario podría desbaratar; los
proscritos y los emigrados han preferido no regresar al seno de sus familias y llevar vida
precaria en el extranjero, a trueque de no inutilizarse para prestar sus servicios en la
oportunidad esperada; a todos, en fin, nos ha arruinado y hecho infelices una
perspectiva de guerra que dura hace ya tres anos, que no acaba de llegar, y que, sin
embargo —influyendo en todos nuestros actos y formando la atmósfera que respiramos
— ha sido para todos más costosa que dos revoluciones perdidas. Hemos desempeñado
el papel de las vírgenes necias del Evangelio: es media noche todavía, el aceite de
nuestras lámparas se agotó en la espera y, sin embargo, el Maestro no parece darse
trazas de venir.

Es ya tiempo de que cese situación tan tirante; teniendo la culpa de nuestras propias
cuitas y hasta cierto punto de la inseguridad general, lo que no puede tolerarse más, lo
que no es de probidad ni de conciencia, es que se prolongue una situación de que todos
somos victimas. Si en definitiva no estamos resueltos a asumir actitud militante,
conformemos las palabras a los hechos, y los hechos a las intenciones; declaremos u
obremos de modo de resignarnos a la servidumbre, y vayámonos cada uno y todos a
nuestro trabajo. Con esto nos evitaremos la ruina personal, en cuanto de nosotros
depende; devolveremos la calma al país, en cuanto por nosotros esté alterada, y
desapareciendo de la escena el liberalismo como entidad política temible, acaso nuestros
adversarios se resuelvan por compasión a mejorar la suerte de seres que son y se
reconocen inofensivos. Casos hay en que se da por graciosa concesión lo mismo que
antes se negaba por exigencia imperiosa.

No tengo más autoridad para hablar que la del conocimiento de los hechos, y por eso
creo de mi deber declarar que el partido liberal me parece impotente para alzarse en
armas contra la opresión regenerativa, de una manera provechosa y conforme a un plan
general de ejecución simultánea; que habiendo dejado pasar la ocasión oportuna,
declino tomar parte en intentonas descabelladas que de antemano condeno si, contra mi
consejo, llegan a verificarse; y que, en consecuencia, debemos prepararnos a vivir en
esta especie de paz que nos dan, abandonando, no diré todo propósito serio de guerra,
pues nunca lo hemos tenido valedero, sino toda preocupación, o pongamos temor, de
que esta tranquilidad sepulcral se altere por nada ni por nadie.

Como hasta ahora, los liberales no deben desesperarse. No necesitan que nadie les
prescriba conformidad, pues ellos se la tienen de antemano recetada. Su resignación
inimitable les asegura la bienaventuranza prometida a los mansos de corazón y a los que
padecen persecuciones por la justicia; pero lo que es en este mundo, la supremacía
corresponde, por ministerio de Darwin y de una realidad contundente, a los mejor
dotados para la lucha, en razón de mayor fuerza, más habilidad y más arresto. El
porvenir de la Regeneración queda así asegurado por tiempo indefinido, y como lo
profetizó el presidente Caro, todo se conjura para hacer creer que de veras este régimen
no está destinado a morir de muerte violenta. La merece, pero no hay ejecutor.

Tenemos, por otra parte, distracciones de sobra, en clubes y casinos, circos, bailes,
carnavales y juergas, donde la falta de libertad política no impide divertirse, antes es
para muchos la salsa de la alegría. Fiestas parecidas debió de haber en los tiempos de la
decadencia bizantina; pero confiemos en que cuando sobrevenga el inevitable despertar
a la vergüenza y al castigo, ya nosotros dormiremos el sueño de la muerte. Tendremos,
mientras tanto, en primer lugar, la lectura de los magníficos editoriales que nuestros
pensadores no dejarán de seguir escribiendo, y los excelentes chistes que a nuestros
ingenios continuará, sin duda, ocurriéndoseles para solazarnos a expensas de nuestros
enemigos. Verdad es que éstos, en cambio, se ríen de nosotros a mucho mejor título,
puesto que a nuestra costa imperan y pelechan; y verdad es que con artículos de prensa
está visto que nada se remedia, mucho menos bajo el palo de la ley Calomarde que la
rige; pero como de remediar no se trata, sino de vivir agradablemente, ya veréis que no
escasearán expedientes para engañar nuestra propia servidumbre.
En segundo lugar, nuestros gobernantes cuidarán de que no nos falten frases suyas
ambiguas para que nos entretengamos en descifrarlas; que si fueren promesas claras,
nos halagaremos con la dulce esperanza de verlas algún día realizadas; y cuando el
desengaño venga —que no dejará de venir—, comparando entonces el texto de dichas
promesas con la evidencia de los actos contrarios, les echaremos en cara enérgicamente
a nuestros amos su carencia de lógica y de buena fe. Cierto que ahí parará el daño, para
en seguida volver a las andadas; pero no por eso habrá dejado de transcurrir el tiempo,
que es lo importante; las generaciones venideras resolverán o no el punto, y nosotros
habremos vegetado tranquilos. En esto coincide nuestra opinión con la del General
Vélez, signo inequívoco de que estamos equivocados; pero, reconocido el error, ¿quién
está en disposición de corregirlo?

En tercer lugar, vamos a tener toda especie de buenas razones para no haber hecho la
guerra. Diremos que "ella nos habría llevado a la anarquía o a la dictadura militar",
como si el sistema regenerador no fuera un compuesto crónico de las dos. Nos
horrorizaremos por imaginación de "los sacrificios de vidas que habría acarreado la
lucha, haciendo correr ríos de sangre, sembrando de cadáveres el territorio nacional y
cubriendo de luto miles de hogares", como si la muerte no fuese preferible a la pérdida
del honor y de la dignidad, como si habiendo de extirpar el cáncer el cirujano se parara
en sacrificios de órganos delante de la inminencia del peligro, y como si la
Regeneración no hubiera hecho llorar y sangrar al país más que diez revoluciones.
Caeremos en la cuenta de que "la guerra habría sido, sobre todo, ruinosa". Pensaremos,
efectivamente, que "hemos podido pasar guerreando casi todo el siglo, sin advertir en
nuestro enardecimiento que nos suicidábamos, a la manera que en la batalla de Cannes
no sintieron romanos y cartagineses que la tierra temblaba bajo sus pies. En nuestra fácil
vida económica, para satisfacer cortas necesidades, en medio de la sencillez y frugalidad
de nuestras costumbres, casi nos bastábamos con la producción nacional, o cubríamos el
saldo de las importaciones con frutos exportables, baratamente adquiridos. Mientras que
ahora, parece que hubieran venido a acumularse en este fin de siglo todas las pérdidas
de tiempo, vidas y riqueza, padecidas en el prolongado curso de nuestras contiendas
civiles; parece que hoy vinieran, como con recargo y capitalización de intereses y con
cobro de lucro cesante y daño emergente, a pesar juntas todas esas pérdidas sobre
nosotros, hijos y nietos de los guerreadores, y guerreadores nosotros mismos; y parece
que la exigencia de esa vieja deuda se nos hiciera en la forma perentoria de atraso en el
tiempo, escasez de capitales, carencia de brazos, y sobra de desmoralización y de
ignorancia. Cansados de esperarnos los mercados extranjeros, determinaron al fin
producir por sí mismos los pocos artículos que les enviábamos, y hoy tenemos que
luchar en condiciones desventajosas para competir con los nuevos productores.
Derrotados hace tiempo en la quina, el tabaco, el añil, el cacao, el azúcar, las píeles, el
caucho, el algodón y otros artículos, estamos a punto de serio en el café y los metales
preciosos, únicos géneros de importancia que nos quedan y que parecen bien
comprometidos. De suerte que cuando nuestras necesidades han seguido una progresión
creciente extraordinaria, y cuando pasamos por la vergüenza de ser hoy importadores de
productos que antes exportábamos, inclusive artículos alimenticios y otros de primera
necesidad, los medios de pagar nuestros consumos han venido en progresión
decreciente hasta tocar los límites del agotamiento.

"Este es, por tanto, un momento decisivo en nuestra vida de nación, porque en esta hora
hace crisis todo nuestro organismo económico. Salir derrotados o victoriosos en la lucha
con los competidores es cuestión de centavo más o menos en la libra de café o en la
onza de plata, y es cuestión de perder o aprovechar un mes de más o de menos. De la
mayor economía y prisa en la producción de esos artículos, depende que se aleje
definitivamente, que se retarde o que se apresure el desenlace trágico de la espantosa
crisis en que estamos. Si enérgica y reflexivamente realizamos un vasto plan de
disminución de consumos y aumento de productos, y si nos damos tiempo de fortificar
las industrias que flaquean o de sustituirlas por otras, quizá nos salvemos, pero si
desaprovechamos estos momentos preciosos empleándolos en destruimos y arruinarnos,
nunca más los recuperaremos, y el desastre económico y social vendría con tal fuerza,
que acaso traería consigo la disolución y muerte de la nacionalidad; peligro no remoto
delante del coloso de absorción que crece a ojos vistas hacia el Norte, y delante de la
necesidad de territorios francamente expuesta por las naciones del Viejo Mundo, para
derramar el excedente de sus razas sin dejar de cobijarlas con su bandera y darles una
protección que de nosotros no puedan esperar, incapaces como nos hemos demostrado
para gobernamos a nosotros mismos".

¿He traducido bien nuestro pensamiento?

Pues bien: Casi todo eso es exacto, pero no lo es menos que el agente principal si no
único de nuestra ruina ha sido la Regeneración, que pecuniariamente nos ha costado
más que diez guerras civiles; que ese mismo sistema es el mayor obstáculo para todo
proyecto de mejora económica; y, sobre todo, que todos esos argumentos en favor de la
abstención belicosa, no provienen de cálculo ni son fruto de la prudencia, no tenemos en
ello el mérito de la previsión ni el de la determinación voluntaria; ya he dicho y repito
que la abstención sólo proviene de los tres más bajos móviles que pueden dirigir las
acciones humanas: el egoísmo, la pereza y el miedo.

Finalmente, aunque nos maten a contribuciones y aunque las nuevas emisiones de papel
moneda, los monopolios y las depredaciones fiscales acaben de arruinarnos, alguna
empresa, alguna industria, alguna ocupación lícita, nos restará para lisonjeamos con la
perspectiva de ser ricos y tener con qué pagar los impuestos con que el gobierno tiene
gravados nuestros vicios, y las indemnizaciones que nos ocasionan sus torpezas y
bellaquerías. En la seguridad de que si somos formales y juiciosos; si no nos metemos
en esta borrachera de las ideas, de las doctrinas, de la desigualdad, del derecho y otras
abstracciones peligrosas; si, como la universidad española de Cervera, condenamos "la
funesta manía de pensar", si prescindimos de poner obstáculos a la ilustrada y benévola
acción del gobierno, depositando en él una confianza incondicional e ilimitada; si a lo
menos renunciamos a este espíritu inmoderado de la censura que no nos permite hallar
bueno ni honrado nada de lo que hacen nuestros inteligentes y probos mandatarios; si
echamos el previsto insano de inquisición y curiosidad que nos lleva a revisar cuentas y
evaluar la diferencia entre el precio oficial y el real de los objetos o de los servicios; y
sí, una vez por todas, hacemos nuestra sumisión, despreciamos el mundo y
abandonamos el siglo, entregándonos al sueño del espíritu en medio de los goces
materiales; entonces, señores, seguro está que nadie se atreverá a molestarnos y que
podremos llevar vida regalada y feliz en el regazo de nuestras esposas, dedicadas al
cuidado de nuestros hijos y al fomento de nuestros intereses. Si todos estos quehaceres y
consuelos no nos bastaren, será porque contagiados de la demagogia pecamos de
descontentadizos y exigentes, pero de eso ya nadie tendrá la culpa sino nosotros
mismos.
!Ah! se me olvidaba: aunque la ley electoral no reciba ninguna reforma, preparémonos
para concurrir a las elecciones del año entrante, y más especialmente para las de
renovación del ejecutivo de 1904. Eso piden la perseverancia doctrinaria, la fe en la
evolución social, la disciplina bien entendida, el civismo y la gallardía.

Adiós, señores.

MANIFIESTO DE PAZ A LOS


LIBERALES DE COLOMBIA (13) *
Rafael Uribe Uribe, Abril de 1901

Con muchas dificultades, Uribe Uribe logra salir personalmente indemne de la bravía
persecución que le hiciera por medio territorio nacional, Pedro Nel Ospina. Acechado
en Antioquia, casi derrotado en Córdoba, a punto de caer en Bolívar y Magdalena,
finalmente consigue llegar a Guajira donde se entrevista con el General Gabriel Vargas
Santos, al momento jefe del partido liberal y de la revolución en desarrollo. Después de
analizar la situación militar, acuerdan la necesidad de buscar auxilios en el extranjero,
única manera de continuar la contienda y asegurar el triunfo. Vargas concede a Uribe
Uribe toda la autoridad de su representación y cartas de presentación para los jefes
liberales de otros países.

Inicialmente Uribe viaja a Venezuela, no obteniendo éxito alguno en su gestión. Se


dirige entonces a Centroamérica, y en Managua es sorprendido por la noticia de que el
General Vargas, le ha quitado autoridad como su representante y se la ha concedido a
Benjamín Herrera. Ante esta situación, decide por su cuenta viajar a New York, con la
esperanza de encontrar apoyo en viejos amigos del partido liberal y volver al país en
calidad de jefe máximo de la revolución. Su decepción es grande cuando los
neoyorquinos enterados de los últimos reveses liberales en Colombia, le niegan el apoyo
buscado. Ante esta situación y teniendo en cuenta las circunstancias militares en que se
encuentra el liberalismo, decide ofrecer la paz, a través de este documento, fechado en
New York, el 12 de abril de 1901.

En él, Uribe Uribe analiza la situación planteada, señalando especialmente seis razones
que impiden obtener la victoria: no ye consigue ayuda en el exterior; no se cuenta con
los recursos materiales suficientes; el liberalismo no tiene una estrategia global que
pueda asegurar el éxito de la revolución; militarmente se observa una desbandada
general de las guerrillas liberales; el país desea la paz, no hay ambiente de guerra; y
finalmente, el gobierno posee todos los recursos económicos, armas y hombres para
defender el régimen. Por tanto, Uribe ofrece la paz.

Como por aquel entonces están en discusión las negociaciones sobre el Canal de
Panamá, y ante la actitud claudicante del gobierno, que entrega la soberanía a cambio de
recursos para acabar con el liberalismo, Uribe dice que prefiere ofrecer la paz, para no
dar a los conservadores, excusas para entregar la soberanía.
No se hace ilusiones acerca de la actitud que asumirá el partido conservador y el
gobierno después de la victoria y previene a sus partidarios acerca de la represión que se
avecina. Finalmente, pide a los liberales no echarse mutuamente culpas por la derrota,
insiste en que los errores fueron globalmente cometidos y ahí la causa del descalabro.
Pide a todos volver a la vida privada y al trabajo, sin desear venganzas ni revanchas.

285

EPÍGRAFE

I. Me consta que muchos de mis amigos políticos desean oír mi voz para determinar su
conducta. Bien que no siendo en mí en quien se halla depositada la autoridad oficial del
partido, no estaría yo, en rigor, obligado a hablar pero sería cargo de conciencia no
hacerlo cuando un falso supuesto podría traer la continuación de sacrificios que he
venido a reputar estériles, y cuya responsabilidad pesaría, de cierto modo, sobre mí si
los autorizara con mi aquiescencia y mi silencio.

Saben todos que si me retiré de la lucha fue para salir en busca de los elementos por
cuya absoluta carencia terminó la campaña de Bolívar, y con el propósito firme de
volver a la guerra en cuanto los adquiriera. Mientras esperé conseguirlo, nada dije, pero
desvanecida hoy la esperanza de una inmediata realización de nuestros deseos, es deber
mío anunciarlo así con franqueza. Hube también de aguardar a convencerme de la
ineficacia de los esfuerzos que otros intentaban en distintas partes para que nadie
pudiese acusarme más tarde de que el mal éxito se debía a mi inoportuna intervención
pacífica, que había venido á perturbar sus proyectos cuando estaban en vía de
desarrollo.

Si, faltando elementos suficientes y un buen plan general, únicas garantías de victoria,
todavía creyera útil mi regreso a la revolución, o que la ofrenda de mi vida sirviera para
salvar al partido liberal, demostrado tengo que sería capaz de hacerlo.

Porque si no yerra el juicio de amigos y enemigos, ni la repugnancia a la fatiga ni el


temor al peligro me fueron conocidos durante la campaña; por consiguiente, ni a miedo,
ni a egoísmo, ni a cansancio puede atribuirse mi retraimiento, y así quizá nadie me
niegue autoridad moral para decir a los liberales: ¡tengamos paz!

No son razones políticas, ni económicas, ni sociales, las que me inducen a aconsejar la


suspensión de las hostilidades. Sólo por cuanto no veo ahora la posibilidad de triunfar,
es por cuanto creo que debemos poner término a la guerra, y reservar para una mejor
oportunidad los elementos y recursos que tenemos y los que estamos en vías de
conseguir.

El objetivo de la apelación a las armas no es la guerra por sí misma sino el triunfo. No


se trata de ejecutar hazañas sino de vencer. Reconocido está por el mundo entero
nuestro arrojo; maravillados están todos de nuestra entereza heroica y gallardía
caballerezca; nuestros generales han dado prueba de pericia militar y de valor personal.
Pero hemos llegado a un punto en que se impone la cesación de la lucha. El gobierno es
impotente para debelar la revolución, pero la revolución es impotente para derribar al
gobierno. Hace muchos meses que la campaña está limitada a un infructuoso tejer y
destejer de operaciones, y a un tomar y dejar territorios, que a nada conduce. El sistema
de guerrillas, de que siempre he sido enemigo, sirve para extender el área de
destrucción, mas no para resolver el problema militar, lo cual está reservado a las
batallas libradas entre ejércitos. No pudiendo ahora formarlos, envainemos los aceros
para que el pueblo no diga que los contendores son cuadrillas de locos, igualmente
ominosas ambas banderas, funestos sus caudillos, infernales sus armas. Arrastraremos
las simpatías y el aplauso universal si nos mostramos más sensibles que nuestros
adversarios a la ley de compasión por la masa neutral y pasiva, menos tercos ante los
sacrificios de amor propio, más cuidadosos de la opinión extranjera.

La prensa de los Estados Unidos ha publicado que se piensa en ceder a este país el
dominio territorial sobre la faja del Istmo de Panamá por donde se construye el canal, y
como debemos suponer que ese sacrificio de soberanía se hace en cambio de
compensaciones de dinero destinado principalmente a debelar la revolución y
exterminar al partido liberal, éste debe dar una muestra suprema de amor a la patria,
renunciando sus esperanzas en esta hora sombría, a trueque de que ni directa ni
indirectamente pueda atribuírsele culpa o suministrado ocasión o pretexto para
mutilaciones a la nacionalidad.

II. Entre las fracciones conservadoras no hay ninguna cuyo predominio podamos
preferir, ni que por sus actos y sentimientos con respecto a nosotros nos merezca
calificativo menos amargo. En la paz como en la guerra se han mostrado igualmente
sectarios, perseguidores y crueles, con raras excepciones de casos y personas. No cabe,
después de tan larga y dolorosa experiencia, forjarse ilusiones sobre el republicanismo
de esos bandos ni sobre la sinceridad de sus promesas. La única cosa en que surgirán
rivalidades será en la saña de su opresión irremisible y de su odio implacable a cuanto
tenga el nombre de liberal.

El jefe reconocido del conservatismo, que a sí mismo se llamó histórico o genuino,


declaró, antes de la guerra, que el gobierno no representaba a su partido, como nada
había de común entre los dos, y que si el liberalismo se alzaba en armas permanecerían
neutrales. La confianza en que así se haría fue lo que principalmente nos decidió a la
revolución; pero en vista de lo sucedido después, estaría autorizada la sospecha de que
con aquella declaración se nos tendió una celada, si no estuvieran patentes los motivos
de interés y de temor que llevaron al conservatismo a combatirnos y a defender al
gobierno.

Nada menos justificado, sin embargo, que el miedo al triunfo del partido liberal. Su
índole generosa es incapaz de rencor y de venganza. La historia demuestra que al otro
día de sus victorias ha igualado su condición con la de sus adversarios vencidos,
cubriéndolos con amplias amnistías y devolviéndoles todos sus derechos. El liberalismo
triunfante se habría esforzado por no justificar ninguna de esas predicciones funestas
acerca del empleo que habría hecho del poder, y habría demostrado que la adversidad
no ha pervertido su corazón y sí ha iluminado su mente.

El verdadero resorte de la conducta de los conservadores fue el interés. Le recibieron


armas al gobierno para aplastar primero con ellas al partido liberal y volverlas luego
contra el nacionalismo. El plan se realizó puntualmente, pero la historia juzgará la
moralidad de la acción.
Apoderados del mando hace nueve meses, no dieron un solo paso conducente a terminar
por transacción la guerra, y so pretexto de ella no se han preocupado por poner en
práctica ninguno de los artículos de sus viejos programas de oposicionistas, cuando se
hacían pasar por elementos ofendidos por la vieja iniquidad. Fundaron y mantienen la
nueva, esto es, la misma, con circunstancias agravantes, y son exclusivos responsables
de la suerte del país, sin que les sean admisibles nuevas excepciones y distingos. Parecía
que si apelaron a la fuerza en la forma de un golpe de Estado o de cuartel era porque
algo bueno, algo distinto de lo anterior traían, y porque la impaciencia de plantearlo les
vedaba la espera, los impulsaba a precipitar los sucesos y los obligaba a echar por tierra
lo que habían llamado "legitimidad", y defendido como tal; mas, para repetir los
mismos o peores métodos de gobierno y para prolongar como sistema lo que apellidaron
"interregno de vergüenza" no valía la pena del escándalo.

III. Yo sé, pues, que los atropellos salvajes de los corchetes en los campos y aldeas, de
los alcaldes en los municipios, de los prefectos en las provincias, de los gobernadores en
los departamentos, de los militares y del gobierno de la capital y en toda la república,
arreciarán aún más en cuanto desaparezca todo temor de un vuelco de la suerte por obra
de las armas; sé que los liberales que salgan de los calabozos donde no los siga
reteniendo la ley marcial, volverán a ellos so color de responsabilidades criminales, por
actos ejecutados de buena fe durante la guerra, y que el Poder Judicial se prestará a
servir de instrumento de venganzas políticas y particulares; sé que en la hora en que
suene el último tiro de la revolución, será la en que comience la peor de nuestros
padecimientos, y que precisamente porque a ese respecto no cabe duda posible, es por lo
que la lucha se ha prolongado; sé que miles de liberales se verán perseguidos y cazados
como bestias monteses en las breñas y espesuras en donde se refugian; sé que es baldío
aguardar que haya ley o respeto por ella, y que para nosotros no habrá otro régimen que
el del terror blanco; sé que los proscritos habrán de continuar lejos de su patria y
familia, muchos otros irán a reunírseles huyendo del despotismo, y que los capitales
tendrán que emigrar en busca de seguridad: sé que las expoliaciones y empréstitos
llevarán a la miseria a los que no estén aún totalmente arruinados, y que nuevos
impuestos y nuevas emisiones, con cualquier pretexto, agravarán más y más la situación
del pueblo hambreado; sé que la corrupción y el contratismo seguirán floreciendo como
en los peores días de la regeneración; sé que no habrá amnistías o salvoconductos, o que
serán violados, y que el gobierno faltará a su palabra, sea cual fuere la forma y
solemnidad con que la empeñe; y sé que pensar en derechos civiles y políticos
procurados por el sufragio y las evoluciones, seria aumentar la pena de la opresión con
la esperanza engañada y el escozor de la burla.

Con todo, afirmo que, juzgando serenamente las cosas, no como político sino como
general, conviene que pongamos término a la guerra, porque no hay probabilidades de
vencer. Aceptemos la ley adversa del destino, lo fatal de la necesidad, pero sin renunciar
por un momento al derecho de sacudir la servidumbre. Las persecuciones de nuestros
enemigos nos confirmarán en la justicia de nuestros proyectos de resistencia futura, de
modo que cuando llegue la hora de ejecutarlos no haya un solo hombre en el partido que
vacile en levantarse. No podemos hablar de concordia, porque ésta no reina sino entre
iguales; no podemos hablar de fraternidad, porque no existe entre amos y súbditos, entre
explotadores y explotados; no podemos hablar de reconciliación, puesto que se nos
rechaza miserablemente; no podemos hablar de unión nacional en un país en donde un
partido predica y practica el exterminio de otro; sólo podemos hablar de resistencia
mientras nos resignemos a la esclavitud.
IV. Por desgracia, no son meses sino años los que pueden transcurrir antes de que
podamos ponernos en capacidad de demandar otra vez por la fuerza el derecho que por
las buenas no se nos ha querido ni se nos querrá reconocer. Pero no consintamos en que
sobre ese derecho corra la prescripción del olvido. Si fuera yo de los que temen que
suspendiendo ahora la lucha nunca más se reanudaría, excitara para que la
continuáramos hasta la desesperación. Con los elementos que poseemos y con los que
quitáramos al gobierno, como tantas veces lo hemos hecho, sabríamos prolongar
indefinidamente la lucha; pero en lugar de cansarnos ahora dando coces contra el
aguijón, es evidente que conviene más conservar y aumentar nuestras energías y
recursos para emplearlos a su debido tiempo conforme a un plan general de ejecución
simultanea. Siempre habrá bajo el rescoldo brasas suficientes para que, cuando sea
posible arrimar los tizones y soplar, la hoguera prenda y fulgure. Dejemos a los débiles
lamentarse de los males de la guerra, y reservemos todo nuestro desdén para los que
puedan vivir satisfechos en la abyección, y todo nuestro horror para la vergüenza
indeleble de soportar sin protesta el pie de nuestros enemigos eternamente sobre
nuestros cuellos.

El partido liberal ha demostrado que prefiere sentir en lucha desigual el sable de sus
enemigos abriéndole las carnes y derramando su sangre, a recibir su golpe de plano
sobre la espalda estando inerme: aquello es un infortunio que eleva, esto una infamia
que envilece; ha demostrado que prefiere ver su riqueza consumida en el incendio de la
guerra antes que tributada mansamente a las arcas de la tiranía; y ha demostrado que
estima la vida sólo por cuanto ella puede ser ofrecida a la libertad en holocausto, porque
morir por una causa hermosa estará siempre mil codos por sobre una existencia inútil y
humillada.

V. Los conservadores no quisieron reconocer nuestros derechos antes del 95, porque no
creyeron al liberalismo capaz de hacer la guerra; no cedieron después, porque lo
consideraron incapaz de repetirla con más acuerdo y brío, pero hoy saben que la tercera
acometida a que estamos resueltos, será irresistible. De ellos depende que cambiemos de
actitud y de propósitos. Nuestra conducta se amoldará a la suya. Suspendiendo
voluntariamente la guerra, suprimimos la excusa de la anormalidad y los dejamos en
libertad completa para que desarrollen sus planes, si algunos tienen para el bien de la
república; y como no participaremos de la vida política ni volveremos a los comicios
mientras permanezca sin cambio la ley de elecciones vigente, tampoco en ese campo les
estorbaremos para que den de sí todo aquello que tengan reservado.

Retirémonos, mientras tanto, a la vida privada y al trabajo honrado, del que todo liberal
sabe vivir, pues ninguno de nosotros necesita del merodeo de la guerra ni de los gajes
del presupuesto. Por eso, ni aceptamos ni mucho menos exigiremos empleos en ningún
ramo de la administración, sin perjuicio de trabajar por nuestra cuenta y en la medida de
nuestras propias fuerzas por la reconstrucción moral, industrial y financiera de un país
que si no podemos llamar patria, siempre será nuestra tierra natal.

VI. Con respecto al orden interno de nuestra comunidad política, dos cosas se hacen
necesarias, si mi indicación en favor de la paz fuere atendida. Evitemos cuidadosamente
la discriminación de responsabilidades anteriores a la guerra o procedentes de ella. No
construyamos frases con sí, como "sí se hubiera obrado de tal modo", "si fulano hubiese
ejecutado tal movimiento", que a fuerza de ser fáciles pasan a ser vulgares, y no
teniendo poder para reformar lo pasado, sí lo tienen, y grande, para producir disensiones
en lo presente y para oscurecer el porvenir. No escribamos historia: dispongámonos a
agregarle capítulos. Miremos adelante, no hacia atrás. En vez de censurarnos
recíprocamente, consolémonos los unos a los otros en la aflixión de nuestra común
desgracia. En presencia del enemigo, a quien hay que seguir combatiendo, se impone el
toque de silencio en nuestras filas. Más o menos, todos hemos cumplido con nuestro
deber con abnegación y patriotismo y la buena voluntad y la recta intención excusan
suficientemente los errores que hayamos cometido.

Lejos de tener el partido liberal nada de qué avergonzarse, tiene mucho de qué
enorgullecerse. La epopeya que ha escrito con la punta de la espada es inmortal. Sobre
nuestra obra guerrera pueden nuestros adversarios derramar la hiel de su iracundia, pero
no el veneno del ridículo. El liberalismo ha sido heroico. Sin una especie de conjuración
de los hados, que lo han perseguido, sus esfuerzos habrían bastado para derribar diez
veces el despotismo que lo oprime. Ha puesto tan alto el honor de su bandera, que
ningún adversario que sepa lo que es valor y constancia podrá alcanzar hasta ella para
tirarla por el suelo.

¡Compañeros de armas! tomemos una tregua: restañemos la sangre de nuestras heridas,


honremos la memoria de nuestros mártires, celebremos las proezas de nuestros héroes, y
virtamos el agua de la paz sobre nuestros sables sangrientos, no para que se oxiden, sino
para retemplarlos.

Rafael Uribe Uribe

Nueva York, abril 12 de 1901

EXPOSICIÓN SOBRE EL PRESENTE


Y EL PORVENIR DEL PARTIDO
LIBERAL EN COLOMBIA (14)
Rafael Uribe Uribe, Abril de 1911

Las elecciones de febrero de 1911 fueron ganadas por Carlos E. Restrepo, candidato de
la Unión Republicana, organización recién formada por miembros de los partidos liberal
y conservador, como reacción al régimen despótico del General Reyes.

A mediados de abril, Uribe Uribe visita al presidente, para proponerle la fusión del
republicanismo con el partido liberal, propuesta que es rechazada por Carlos E.
Restrepo. A continuación, Rafael Uribe Uribe se coloca en la oposición al gobierno,
pronunciando luego este discurso. En primer lugar, analiza los últimos 25 anos de
gobierno conservador, que han significado 25 años de persecuciones al liberalismo.
Señala la inevitabilidad de la caída conservadora, para dar paso a la nueva corriente
liberal. Sin embargo, ofrece una posición conciliadora, pidiendo alternabilidad política y
solicitando al conservatismo que sea realista y deje su puesto en el gobierno al partido
liberal.

En este discurso, Uribe señala que el partido liberal no tiene programas fijos que
ofrecer, pero si principios generales, y el principio que guía su accionar político es: dar
a los problemas sociales, políticos y económicos, soluciones conformes con la libertad.
Así propone, libertad civil y religiosa, igualdad delante de la ley y derecho común.

Define al partido liberal como civil y administrativo y su principio político


fundamental: ni reacción ni revolución. Para alcanzar el poder político, Uribe Uribe
propone cuatro formas de acción: acción política, que permita enfrentar en mejores
condiciones al partido conservador, exige una participación más decidida en las
campañas electorales.

Acción legislativa, es decir, proponer una serie de reformas que el Congreso debe
adoptar, para poner la república acorde con las necesidades del país. Inicialmente
solicita reformar la Constitución del 86, reformas electorales, expedir nueva ley de
prensa, reorganizar la administración estatal, cambios en los ministerios, reformas
tributarias y aduaneras, fiscalización del presupuesto, reformar la estructura militar del
ejército, y otra serie de medidas que a su juicio, transformarán profundamente el país.

Acción económica, destinada a cerrar el abismo existente entre las clases sociales.
Resume así la política liberal en este campo: previsión social, solidaridad, mutualismo y
protección al trabajo. Solicita al Congreso dos cosas: proteger la riqueza nacional como
fuente de ingresos y expedir un código del trabajo.

Acción disciplinaria, referente al partido liberal. Exige la reorganización del partido,


como instrumento para afrontar con éxito la acción política. Acatar los estatutos, pagar
los afiliados las cuotas a que están obligados, y hacer del partido liberal un partido de
gobierno.

Finaliza su intervención, confiado en el pronto éxito del partido liberal en el ascenso al


poder político.

Saludo a la bandera

Van a cumplirse veinticinco anos de persecuciones al nombre liberal. En tan largo


espacio hubo periodos en que lejos de atraer consideraciones despertaba saña, aumento
de gravámenes y negación de derechos, así ante las autoridades administrativas como
ante el Poder Judicial; en que era denostado en los periódicos y en los altos documentos
oficiales, como los mensajes y alocuciones de los presidentes y los informes y circulares
de los ministros; en que sus periodistas y conductores eran echados a las cárceles o
lanzados al destierro; en que se le privaba de manifestarse por la prensa, y en los
comicios populares, donde se le arrebataba, como aún sucede, la representación
correspondiente en las corporaciones deliberantes ; en que no tuvimos parte alguna en la
composición del Ejército, en la dirección de las relaciones exteriores ni en asunto
alguno de interés nacional; en que la hacienda pública, formada principalmente con
nuestras contribuciones, era empleada en nuestro daño; en que gran parte del Clero
trabajaba, como trabaja todavía con sin igual tesón, por hacer abominable el nombre
liberal en las pastorales de los prelados, en la cátedra sagrada, en el confesionario y en
toda hora y ocasión; en que se ponía, como se sigue poniendo, tortura a las conciencias,
para obligarlas a renunciar al liberalismo o al ejercicio de sus derechos, so pena de
negación de sacramentos; en que todo el esfuerzo de la instrucción pública oficial —
primaria, secundaria y universitaria— y la dirigida por congregaciones religiosas o en
institutos privados favorecidos por el gobierno, se encaminó, como en gran parte se
encamina aún, a formar enemigos de nuestro nombre; y en que él era causa y señal de
ultrajes, de ruina y de matanza, de modo que la mejor parte de nuestra juventud, de
nuestros jefes y de nuestros soldados, dejó sus huesos blanqueando por sobre toda la
superficie del territorio colombiano y que las mujeres, los ancianos y los niños de
muchas familias liberales fueron objeto de ofensas y vejaciones incalificables.

Y, sin embargo, nada se ha podido contra ese nombre. Los que lo llevan han opuesto a
la tempestad deshecha una resistencia heroica, no tanto la aparente como la sorda; se
han dado perfecta cuenta de que la condenación canónica del liberalismo se refiere a la
escuela filosófico-religiosa europea y no a este partido político americano; y ante la
opresión no sólo se han mantenido incontrastables sino que su decisión y cantidad han
crecido cada día. Han mostrado el tranquilo e imperturbable valor que los grandes
corazones sacan de las grandes convicciones y, a despecho de todo, sobre el campo
mismo de batalla, bajo los fuegos del enemigo, han logrado constituir un ejército cívico,
fuerte por el número y por la disciplina, pero más fuerte aún por el altísimo ideal que no
cesará de tener ante sus ojos.

¡Honra y gloria para la causa que sabe inspirar a sus defensores semejante poder de
perseverancia! ¡No habrá hombre sensato y valiente que no se incline lleno de
admiración ante un haz de ideas y sentimientos que torna a sus sostenedores capaces de
soportar, sin doblegarse, el martirio, la pobreza y el dolor¡. ¡Qué gracia agruparse
alrededor del poder y de sus gajes! ¡Mérito grande mantener la existencia de la
colectividad bajo el azote de las tribulaciones!

¡Saludo a la bandera que, vencida y perseguida, nunca se abatió!

Sin duda, en tan prolongada y penosa marcha, nos han sobrecogido lamentables
vacilaciones y desfallecimientos; hemos pasado por desfiladeros peligrosos en que
hemos perdido a algunos de los nuestros; en no pocas ocasiones los mismos jefes, por
error de criterio, nos han extraviado; hemos padecido duras pruebas. ¡Cuántas
emboscadas se nos han aderezado! ¡Cuántos asaltos se nos han dirigido! A cada caída se
nos ha creído muertos; enterradores de buena voluntad corrían para cavarnos la
sepultura, pero hemos escuchado con la misma indiferencia las imprecaciones siniestras
y las oraciones fúnebres; cada vez se nos ha visto levantarnos y exclamar para nuestros
enemigos:’’¡Aún estamos en pie! Ya que no habéis podido exterminarnos, fuerza es que
os resignéis a que vivamos".

Digno es de regir los destinos nacionales el partido que tan incomparable muestra de
vitalidad y persistencia ha dado.

¡Saludo a la bandera irremisiblemente destinada a coronar victoriosa las alturas!

Porvenir del liberalismo


Porque es una franca e irresistible popularidad la que hoy acompaña a las ideas liberales
en Colombia. El país se ha dado cuenta de dos cosas: de que el liberalismo en vez de un
salto hacia lo desconocido, puede ser y es la paz, el progreso y el orden, junto con la
libertad; en una palabra, el gobierno de la democracia por la razón, mientras que el
conservatismo es indefectiblemente la continuación indefinida de lo demasiado
conocido, la marcha en retroceso, en busca de un Estado social y político anticuado e
inasible, por el fallo inapelable del tiempo. El ensayo —largo ensayo de un cuarto de
siglo— está hecho con resultados desastrosos, y el país tiene necesidad de hallar algo
distinto. Por donde hemos venido, por donde vamos, no podemos seguir, so pena de ir
cayendo de abismos en abismos cada vez más insondables.

De ahí que el hombre liberal ya a nadie inspire miedo y que su vuelta al gobierno en
nadie despierte recelos. El pueblo colombiano se está poniendo resueltamente del lado
de lo que dura, de lo que está destinado al triunfo, al buen éxito, a la posesión del poder
y de la fuerza. La conciencia pública quiere darse a sí misma la satisfacción no tanto de
un cambio de personal político como de ideas directivas y de orientación nacional.

Alternabilidad de los partidos en el gobierno

Nosotros vamos a venir, eso es ineludible; no hay poder humano capaz de contrarrestar
el cumplimiento de la ley política en cuya virtud, fatigado el país de la gestión
conservadora, quiere sustituirla por la gestión liberal. La fuerza de las armas y el fraude
electoral no son ya capaces de detener el ímpetu ascendente de la marea liberal; servirán
apenas para corroborarle al país y al extranjero que a esos medios anormales sólo apela
un partido que, por confesión implícita, se reconoce minoría, pues si tuviera conciencia
y confianza de ser mayoría, cumpliría lealmente la ley electoral.

Pedimos a nuestros adversarios que se plieguen a la alternabilidad republicana regular,


como nosotros lo haremos el día en que la opinión pública nos abandone; y les pedimos
que no se aferren a la posesión de un poder que, conforme a los principios de gobierno
representativo y de república que nos hemos dado, ya no les corresponde.

Así como las buenas jornadas en los caminos de nuestro país no se hacen sin llevar
caballerías de remuda, tampoco la nación hará bien la jornada del progreso sin partidos
de repuesto en el gobierno. Si existiera en Colombia un partido de recambio, resuelto a
no correr aventuras, listo a gobernar pacíficamente con las instituciones actuales,
modificadas a lo largo del tiempo, por los medios establecidos en ellas mismas, el país
se arrojaría en sus brazos sin vacilar.

Ahora bien, el liberalismo viene esforzándose hace largos años por ganar la confianza
de la nación y por constituirse en ese partido salvador, destinado a suceder
próximamente al conservatismo. Forma hoy una colectividad homogénea y poderosa
que se da perfecta cuenta de su misión histórica y que se siente capaz de hacer con
método cuanto bueno y mucho más hizo antes por instinto. Hay derecho a esperarlo
todo de la labor liberal; y existe una razón específica para que se piense en el
liberalismo: no es un partido solamente, es un refugio; se aparece en estos momentos
como el arca de salvación en que deben precipitarse asustados y confundidos todos los
amenazados de sumersión por el diluvio que de otro modo se ve venir.
No hemos agotado nuestra obra ni nuestro destino; al contrario, puede decirse que
nuestra tarea comienza apenas. Nuestra próxima entrada en escena señala bien las
aspiraciones nuevas de un país que quiere cuidar el orden, pero agregándole una resuelta
voluntad de progreso. El liberalismo es hoy el único partido capaz de instituir en
Colombia un órgano a la vez impulsor y moderador.

El programa liberal

Se nos pregunta por nuestro programa. Quizá es improcedente exigir a partidos políticos
bien conocidos que a cada paso estén expidiendo programas; podría contestarse que en
todos los países del mundo y en todas las épocas de la historia lo que los partidos se
proponen es promover la felicidad de la nación, por un conjunto de medios que casi
siempre se resumen en la posesión del poder.

Los acontecimientos son los que dictan los programas, que no pueden ser eternos ni
siquiera permanentes, porque las circunstancias varían y los partidos tienen que ir
transformándose para adaptarse a las situaciones que van apareciendo. Así sucede que
los partidos verdaderos y durables, como los de Inglaterra, no tienen programa escrito.

Pero queremos disipar preocupaciones nacidas a la vez de la mala voluntad de nuestros


adversarios (en ocasiones de su falta de buena fe), y de un insuficiente conocimiento de
nosotros mismos. Queremos señalar bien el puesto que pensamos ocupar y hacer bien
conocida la razón social bajo la cual vamos a actuar. A riesgo de despertar recelos en
sus adversarios y aun de parecer indiscreto a sus propios amigos, el liberalismo quiere
emplear un lenguaje sin equívocos y decir en voz alta su pensamiento, sus móviles y su
fin. Cuando todo se espera de la opinión y sólo de la opinión, se puede hablar con
franqueza, sin reticencias ni disfraces, porque cuanto más se procure ilustrar esa
opinión, mejor se preparan sus juicios libertadores. Por lo demás, ¿de qué servirían la
disimulación y la astucia? La obra del liberalismo es una obra de lealtad política y de
patriotismo, y entiende proseguirla a la luz del día. Ni aspiran los liberales a distinguirse
de los demás patriotas colombianos; solamente se definen.

Desde luego no creemos haber encontrado la fórmula definitiva del soberano bien
social; dejamos esa pretensión a los que se dicen poseedores exclusivos de la verdad
absoluta. No somos los sectarios empíricos que pretenden llevar en el bolsillo la receta
infalible, el específico inerrable para curar todos los males. Somos modestos y
prudentes como la ciencia. Sabemos que no hay dogmas en política; sólo hay verdades
experimentales que acostumbramos decorar con el nombre de principios, porque
creemos que nunca han engañado y nunca engañarán a quienes los aplican con tino y
buena te. Confesamos que buscamos la verdad, que procuramos deletrearla
trabajosamente en los catecismos de la historia y de la experiencia y que esperamos
leerla de corrido algún día. Adoptamos en política el método experimental y evolutivo.
Nos creemos en permanente devenir.

No es posible, se repite, resolver de antemano, con una fórmula general, todas las
dificultades de especie, de tiempo, de lugar, de personas y de circunstancias. Ni los
programas pueden ser inmutables, porque es necesario responder a los incidentes
cotidianos de la política corriente: deben tener aristas vivas, con la unidad de un
principio central: un ideal como un faro guiador al través de los tiempos, y una porción
concreta para realizarla en determinado período.
Principios generales

El culto de la forma republicana no nos basta; queremos ponerle un contenido activo y


eliminar las quimeras, para tener la seguridad de no reincidir en la porción inasequible
del programa radical de 1848.

Dar a los problemas sociales, políticos y económicos soluciones conformes con la


libertad, esa es la idea madre, el rasgo dominante de todo programa liberal, la índole
misma del partido, la razón de su nombre. Por eso nuestro programa se resume en una
concepción sencilla: libertad civil y religiosa para todos los ciudadanos; igualdad
delante de la ley; derecho común; mejora de la suerte de los trabajadores.

No obraremos en nombre de las miras de un partido ni de los intereses de una clase,


sino por el honor de la república y por respeto a los derechos del hombre.

Una vez en el gobierno, y aun antes, nos dedicaremos a despertar el sentido social
atrofiado y nos esforzaremos por desarrollar el sentimiento de la solidaridad humana y
la religión de la justicia, en estas sociedades que, bajo un barniz de cristianismo,
conservan un fondo de barbarie primitiva, exacerbado en el último cuarto de siglo,
durante el cual no han prevalecido otras reglas que las del estado de guerra, otro derecho
que el del más fuerte, ni otras máximas que la del vae victis y la del homo homini lupus.

Un partido verdaderamente liberal tiene que ser un partido idealista; debe tener como
función propia simbolizar el alma misma de la nación y debe aspirar a que su interés
particular se identifique fácilmente con el interés general. Ahora bien: el patrimonio
liberal hace parte integrante del patrimonio nacional; todo lo que sea nacional es liberal;
somos un partido que aspira a confundirse con la nación. Lo que nos une es la firme
voluntad de realizar la mayor suma posible de justicia social.

El liberalismo se presenta, en primer término, como un partido civil y de


administración. ¿Qué mejor programa puede ofrecer que remediar las necesidades del
momento? Sin ahondar en las producciones de los pensadores, para buscar en ellas
problemas que sirvan para alimentar el "fuego sagrado" de los odios políticos y de las
preocupaciones de secta, hay en Colombia grandes problemas que resolver, y al ejercitar
tan noble tarea creemos ganar mejor el reconocimiento de la posteridad que con la
invención y propaganda de doctrinas filosóficas, religiosas y políticas, que aticen la
discordia entre los colombianos.

No merecen el nombre de estadistas los que plantean los problemas sino los que
resuelven aquellos que ya se encuentran planteados por la naturaleza de las cosas, por el
curso de los acontecimientos y por las necesidades sociales. Obrar de otra manera es
acometer la faena estéril de acumular dificultades sobre dificultades, y es aumentar en
vez de aligerar la carga, en un país anarquizado y desmoralizado como el nuestro.

Venimos con la antigua fuerza de propulsión, pero sin el fogoso aturdimiento que nos
caracterizaba. Nuestra actitud es conciliadora. Desterramos toda idea de ceder a un
espíritu de exclusivismo. Partido igualmente celoso del progreso y del respeto por sus
tradiciones, no entiende jamás conservar sin renovar, ni innovar sin conservar, ni
transigir con el mal sólo porque sea antiguo. Ni reacción ni revolución, es su divisa; esto
es, no se pondrá a remolque de los reaccionarios, sean de la clase que fueren, ni de los
revolucionarios, tomando esa palabra en el sentido corriente, En otros términos: se
mantendrá, sin reservas, igualmente lejos de dos políticas que condena por igual: la de
los enemigos del progreso y la de los amigos de los medios violentos.

La nueva era que pretendemos abrir se nos aparece con el advenimiento de los ideales
del derecho, de la justicia, de la libertad, del honor, del desinterés y de la belleza moral
en el gobierno de Colombia. Los liberales haremos cuanto nos sea posible para que ella
recupere el puesto de vanguardia que un día llevó en la marcha de las naciones
hispanoamericanas. El liberalismo se ofrece, sobre todo, a levantar la hoy abatida
bandera de la patria. El liberalismo se compromete a cambiar esta triste defensiva
internacional, a que hace tiempo estamos reducidos, por la ofensiva de la integridad y
del derecho, contra quien quiera vulnerarlos, dentro de la paz si es posible, pero en todo
caso sobre la norma de la firmeza y del orgullo.

Cuatro formas de acción

Una cuádruple acción se impone a la actividad de los liberales: una acción política, una
acción legislativa, una acción económica y una acción disciplinaria.

Acción política. Entre los individuos y la nación se necesitan intermediarios, y esos son
los partidos, desde el punto de vista político.

¿Y para qué se necesitan intermediarios? Para hacerse cargo de la responsabilidad, esto


es, para soportar el castigo o recoger la recompensa, lo cual no es posible sin esos seres
vastos o colectivos que se llaman los partidos, porque sólo ellos pueden durar lo
bastante para que se les castigue con la aversión pública o se les premie con la confianza
nacional, únicas sanciones serias. Al partido que la sirve mal, la nación le retira su
apoyo; al que la guía con prudencia, le entrega su adhesión y el cuidado de sus destinos.

Pero hace algún tiempo que la responsabilidad política es ficticia y verbal en Colombia;
a cada momento se escucha a los hombres públicos "salvar su responsabilidad"; se
controvierte si la general de la administración y la particular de ciertos actos censurables
incumbe a los liberales o a los conservadores, y como de una y otra parte se alegan
buenas razones, el punto queda indeciso. Cuando se sabe que las consecuencias de los
hechos políticos estallan muchas veces diez o veinte años después de ejecutados, si la
responsabilidad se hace personal, esto es, de tal o cual ministro o funcionario, ya puede
haber muerto cuando se le vaya a exigir; fuera de que no hay paridad entre el mal
causado al país y un castigo individual que casi nunca se impone. Supóngase un
desastre nacional dentro de cinco años o antes, como muchos lo prevén: ¿a la cuenta de
qué partido lo cargaría la historia?

Es menester, por tanto, procurar que los partidos se organicen fuertemente, por grandes
masas homogéneas, sin perjuicio de las transacciones decorosas, pero proscribiendo las
hibridaciones, que desmoralizan las colectividades y les hacen perder el concepto exacto
de sus derechos y de sus deberes. Hay que reconocer existencia legal a los partidos y
proveer a su funcionamiento normal, como órgano de propulsión. Cada uno de ellos
debe estar en su puesto y constituirse de modo de economizar conflictos inútiles con los
demás, porque el gobierno debe ser una adición, no una sustracción de fuerzas políticas.
Hasta ahora, las unas han ido al ataque de las otras o se han puesto a la defensiva, con
una violencia que nada ha limitado; el poder ha estado integro de parte de unos y en
contra de otros, y así la acción se ha expresado por una diferencia, como de
antagonismo, en vez de ser un total por suma. Al emplearse el grupo vencedor
únicamente en oprimir al vencido, se ha anulado a sí mismo, porque la acción se ha
equilibrado con la reacción.

Si cada partido obrara en el poder de modo que al ser reemplazado por el otro no tuviera
que deshacer lo hecho, éste no le minaría la base, porque calcularía que, pasado un
período, le tocaría ejercer a su turno el gobierno y le seria útil hallar en pie lo
adelantado por el otro. Sólo de la continuidad de esta obra sucesiva puede esperarse el
progreso del país; pero si el partido que llega se entretiene invariablemente en destruir
lo que el otro obró, la nación, lejos de avanzar, retrogradará constantemente. En
Inglaterra el whig jamás anula en el gobierno lo que hizo el tory que le precedió, y
viceversa; son reformas definitivas, porque propiamente no son los partidos quienes las
han hecho, sino la nación misma, por medio de sus mayorías parlamentarias.

Actualmente la organización autonómica de los partidos colombianos resulta del


reconocimiento de estos dos hechos evidentes: no todos los liberales ni todos loa
conservadores formaron en la unión republicana y después la mayoría de los que en ella
entraron ha regresado a sus respectivos campos; para que no lo sean de Agramante,
conviene al país y a los mismos partidos, en sus operaciones internas y en sus relaciones
recíprocas, que se organicen y se disciplinen. Así ha procurado hacerlo la unión
republicana, aunque con escaso éxito; no se descubre una razón valedera para que el
liberalismo y el conservatismo dejen de practicar otro tanto. Grupo político que para
subsistir necesita que los demás estén anarquizados, poca confianza tiene en su fuerza
intrínseca y aun en su razón de ser.

Ni el liberalismo entiende, en modo alguno, que con la reorganización independiente se


ponga en peligro la paz, pues condena explícita y enérgicamente la apelación a la
violencia y al fraude, como medio de que los partidos y los ciudadanos hagan valer sus
derechos y obtengan justicia. Quienes otro alcance den, en teoría y en práctica, a las
concentraciones, las desacreditan y dan la razón a las hibridaciones.

Facilitando la actual ley electoral (si se cumple lealmente y si se le introducen las


reformas que la experiencia señala como necesarias) la representación simultánea de los
partidos, el liberalismo cree que lo único que en los debates electorales se trata de
decidir es a cuál de dichos partidos corresponde la mayoría y a cuál la minoría, con solo
la diferencia de uno o dos candidatos, lo que nadie puede razonablemente decir que sea
por sí motivo u ocasión de guerra civil.

Disciplinada por aparte cada comunidad, es en las corporaciones deliberantes que


resulten de elecciones ordenadas, donde los voceros genuinos de las distintas
agrupaciones pueden y deben entenderse para realizar el bien general, según sus
afinidades, pues la organización autonómica en el pensamiento de los que de buena fe la
defendemos, lejos de impedir las inteligencias en favor del procomún, abre campo a las
transacciones o acuerdos sobre puntos no doctrinales, con bases ciertas y expresas,
convenidas por mandatarios autorizados, en vez de la indeterminación creada con
alianzas individuales ocasionadas a engaños y quejas.

Acción legislativa. La república no está organizada actualmente. En períodos anteriores


de nuestra historia se tenía la impresión —ya correspondiera a una realidad, ya a una
apariencia— de un sistema cuyas partes estaban conexionadas entre sí y que producían
movimientos coordenados, una acción general y una conducción continuada.

— ¿El examen de Colombia da hoy la misma impresión? La mayoría del país contesta
negativamente. Ahora bien: todo el mundo conviene en la importancia de los órganos
nacionales. No hay cuestión política más considerable. Este problema del valor de los
órganos constitucionales, de la calidad intrínseca de cada uno y de sus relaciones
recíprocas, es asunto de vida o muerte para un país, y no para lo futuro sino para lo
presente, pues aunque las naciones tengan existencia más larga que los hombres, de lo
que se trata es de vivir vida sana, y así como para el individuo no es indiferente tener
huesos sólidos o cariados y corazón o pulmones averiados o normales, Colombia será o
no capaz de seguir existiendo y progresando, según que tenga o no órganos bien
constituidos y bien avenidos entre sí.

El punto se resuelve por esta interrogación: ¿están bien hechas las dos operaciones
esenciales para constituir un buen gobierno, su división y su distribución?

Cuanto a lo primero: ¿da el Poder Legislativo el rendimiento, en calidad y en cantidad,


correspondiente a su importancia y a su costo? ¿El Poder Ejecutivo—presidente y
ministerios, gobernaciones y prefecturas— funciona de acuerdo con un mecanismo de
resultado eficiente? ¿La administración de justicia es lo que debe ser y lo que el país
necesita? ¿Existe un Poder Electoral bien constituido para dar origen legitimo a los
otros tres? ¿Las relaciones de los cuatro están reguladas de modo de evitar choques y de
que su interdependencia permita fijar y hacer efectiva la responsabilidad legal y la
moral? Las respuestas son todas negativas, por desgracia.

Cuanto a lo segundo; ¿han sido trazadas con pulso firme y líneas nítidas las órbitas de lo
nacional, de lo departamental, de lo municipal y de lo individual? Porque si, como
sucede, la demarcación es vaga y confusa, de manera que permita invasiones mutuas,
estaremos más vecinos del caos que de la creación.

Tenemos una administración de forma absolutista, y eso es inconciliable con la


república. La dirección de los departamentos está toda en manos de los gobernadores,
como el gobierno de la nación está todo en manos del presidente. El Ejecutivo personal
en las secciones es corolario del Ejecutivo personal en el Estado. Sólo existe una
responsabilidad única y directa para con el jefe supremo, en todos los grados de la
escala, lo que permite romper todas las resistencias e imponer una dominación sin
límites. Es una organización enteramente cesárea.

Esa concentración de todos los poderes en una sola mano pudo, en rigor, explicarse
hace veinticinco años como una reacción contra el federalismo excesivo; pero, pronto se
vio, como un experimento concluyente, que era un contrasentido y un peligro, y sin
embargo, nada se hizo por corregir el extravió, probablemente porque sólo iba contra
los liberales. Todavía ahora se vio a la última asamblea nacional rechazar la reforma
que hacía intervenir a las asambleas departamentales en el nombramiento de
gobernadores y negar la elección de los alcaldes por las municipalidades. Sin duda
temieron que si se abandonaba una parte del poder discrecional, se debilitaba al Estado,
cuando precisamente es lo contrario; ese poder discrecional, en vez de guardar a los
gobiernos, los expone, y este peligro es mayor en las repúblicas, cuando se trata de
fortificar el régimen por medios discrepantes de su espíritu.
Pero entonces, ¿qué tenía de particular ni de sorprendente que el pueblo colombiano,
sumiso y habituado en el distrito al poder personal y arbitrario del alcalde, en la
provincia al del prefecto y en el departamento al del gobernador, volviera, sin cesar,
instintivamente los ojos hacia el poder personal y arbitrario en el Estado? Todas las
instituciones estaban listas para el déspota desconocido; todas las cosas estaban en su
lugar para recibirle; se educó cuidadosamente al país para eso, y cuando el resultado
llegó, ¡hubo quienes se admiraran! "Se habla de responsabilidad —exclamaba con
amargura, refiriéndose al presidente Reyes, un diputado conservador de los confinados
— se habla de responsabilidad, cuando nosotros lo habíamos hecho constitucionalmente
irresponsable".

En efecto, no es a los hombres a quienes hay que acusar, es al sistema, es al desacuerdo


entre el régimen administrativo y el político. Nos llamamos república y somos
despotismo; esa es la paradoja sobre la cual vivimos. El favoritismo, la política de
clientela, la tiranía presidencial, ministerial, departamental y municipal; las candidaturas
oficiales; todos esos achaques, todos esos abusos tienen una misma causa: la
contradicción fundamental entre el nombre de república y el fondo cesarista, o sea este
formidable pisón de la mina, creado para triturar todo lo que resista, por la
omnipotencia de los centros directivos.

Deberíamos, por tanto, tender a clasificar cada día más, así en las atribuciones como en
los presupuestos, los intereses generales y los intereses locales. En suma, la alternativa
que se nos presenta es entre el sistema de gobierno que consiste en mantener pendiente
a todo el país de las puntas del alambre telegráfico cuyos manipuladores están en el
Palacio de la Carrera y en los Ministerios, o un sistema de gobierno propio que sea
capaz de formar hombres y ciudadanos.

Todos los pueblos del mundo han pasado por fases semejantes a las que nos afligen, y
cuando se han querido librar de ellas han trabajado por restaurar y fortalecer sus
libertades locales. En otros países, aun de los hispanoamericanos que están al mismo
nivel de civilización que el nuestro, numerosos ciudadanos se ocupan en la
administración de la comuna, hacen allí su educación cívica y política, y aprendiendo a
gobernar a sus convecinos, aprenden a gobernarse a sí mismos y se preparan para
gobernar en más vastas esferas. Entre nosotros, esa escuela de aprendizaje falta por
completo; en el municipio no hay espacio sino para la influencia del funcionarismo;
carecemos de las costumbres de la libertad y de los instrumentos propios para
hacérnoslas adquirir; estamos nivelados y modelados para la dominación de un hombre
o de una oligarquía.

Como el liberalismo es un partido verdaderamente innovador, no tergiversará en


materia de descentralización; conservará la unidad nacional, para aplicarla en lo útil, ya
que hasta ahora solo se ha practicado en lo dañino, pero reconocerá que la concepción
napoleónica del Estado y de su administración autoritaria, copiada por nuestros
constituyentes del 86, carece de razón de ser en nuestro país. Introducirá el espíritu
democrático en la organización de los servicios públicos y en el estatuto de funcionarios
que es menester expedir, eliminará rigurosamente el poder personal en todos los grados
de la escala y asegurará a los empleados la libertad cívica, fuera del servicio oficial.

El liberalismo cree, en una palabra, que se puede organizar la república y crearle


instituciones mejores, partiendo de las actuales para modificarlas progresivamente por
los procedimientos que ellas mismas arbitran. Es decir, que los liberales proponemos al
país los mejores medios de perfeccionar los órganos que lo constituyen. Si el país
concuerda con nosotros, nos dará a su tumo las facilidades que necesitamos para llevar a
cabo nuestro plan, bien seguro de que para levantar la construcción orgánica que
proyectamos prescindiremos de las disposiciones flotantes que se inspiran en el
sentimiento o en la pasión, para apelar al método positivo, a la vez racional y
experimental, único que puede cimentar obras durables.

En estos propósitos no estamos solos; no somos los únicos que abrigamos estas
aspiraciones; son muchos los conservadores que piensan en la necesidad de reformas
radicales; la prueba es que el Congreso pasado y la Asamblea última se ocuparon en
ellas, con lo que admitieron que la Carta íntegra del 86 no es un corán intocable. Se
explica que el liberalismo quiera que se modifique, porque eso podría atribuirse al deseo
de conquistar el poder; pero que quienes están en él señalen los vicios fundamentales
del sistema y se den cuenta de que funciona mal, es sumamente significativo. Contra lo
que era de esperarse, los conservadores ya no juran por el Código intacto del 86, como
poseedor de todas las condiciones, de todas las virtudes y de todos los elementos
necesarios de dicha y de salud para la patria. Cierto que hay unos pocos que proponen
conservarlo como está y que pretenden que todo va bien y aun inmejorablemente en
Colombia; pero nadie los escucha, ni ellos mismos tienen aire de estar convencidos de
lo que dicen.

La actuación liberal, así dentro como fuera del gobierno, se ejercitará, en consecuencia,
a la vez en los círculos concéntricos de la nación, de los departamentos y de los
municipios.

En lo nacional propenderá por los siguientes puntos principales de reforma, aparte de


los indicados en otros lugares de este escrito:

1° Elección directa de los senadores por las Asambleas, a razón de tres por cada
departamento. Renovación del Senado y de la Cámara, por mitad cada dos años;

2° Mejora de la ley de prensa;

3° Modificación de la ley de elecciones, para reemplazar el sistema del voto incompleto


por el acumulativo o por el del cuociente electoral y el sistema de la inscripción en listas
por el de la cédula personal, mediante el censo permanente llevado por las
municipalidades; exención de contribuciones al ciudadano a quien se prive del derecho
de sufragio; retiro del voto a la fuerza armada; nombramiento de las corporaciones
electorales que funcionan en el distrito por las municipalidades, de las provinciales y
departamentales por las Asambleas y de las nacionales por el Congreso. Para más
adelante, en lo futuro, representación de los intereses agremiados; comercio, agricultura,
minería, universidades, industrias y clases obreras;

4° Restablecimiento de la comisión legislativa, compuesta de cinco miembros y con


mayores atribuciones que antes, entre ellas la de intervenir en la apertura de créditos
adicionales y extraordinarios;

5" Creación de los visitadores fiscales;


6" Mejora de la ley sobre expedición y servicio del presupuesto;

7" Supresión de los Ministerios de Obras Publicas y del Tesoro, erección del de
Agricultura, y reemplazo de la actual desesperante atonía ministerial por la actividad en
el despacho, con el señalamiento de términos cortos para los asuntos pendientes;

8" Expedición de una buena tarifa de Aduanas, basada en el principio de la protección


racional a las industrias del país;

9" Modificaciones al sistema tributario, encaminadas a realizar una mayor equidad en la


distribución de las cargas;

10, Aumento del fondo de conversión del papel moneda y apresuramiento de la


acuñación de las monedas de plata y níquel para recoger los billetes de uno a veinticinco
pesos;

11" Fomento del crédito hipotecario y agrícola, de las cooperativas y de las cajas de
ahorro, y ampliación de los servicios del cheque;

12" Nueva ley sobre reclamaciones de extranjeros;

13" Leyes de sanidad contra el paludismo y las enfermedades contagiosas, y lucha


contra el alcoholismo, el juego y la disolución, esa vergonzosa trilogía en que se resume
la desmoralización contemporánea;

14° Desarrollo de la reforma militar y establecimiento del servicio obligatorio;

15" Autonomía de la universidad, formación de su patrimonio y reforma instruccionista


general, sin perjuicio de que los grupos liberales de los departamentos fomenten la
instrucción por medio de las escuelas nocturnas, conferencias públicas, bibliotecas y
periódicos;

16" Ley general de caminos, para determinar bien los nacionales, los departamentales y
los municipales y aplicar a cada clase rentas fijas y suficientes; construcción inmediata,
por cuenta del tesoro nacional, de las vías al Chocó y al Caquetá y las de Tamalameque
y Sarare;

17" Reforma judicial para hacer la administración de justicia más rápida y barata, así en
lo civil como en lo criminal; en particular, facilitar las sucesiones de los pobres,
cambios en la división judicial;

18" Expedición de un código sobre lo contencioso administrativo;

19" Reducción de salvajes y colonización con elementos nacionales;

20° Ley de defensa agrícola;

21" Aumento de la descentralización seccional y, en particular, nombramiento de


gobernadores por las Asambleas o sobre ternas propuestas por ellas al Ejecutivo;
22" Ley de autonomía municipal, con rentas suficientes para los distritos y con
nombramiento de alcaldes, jueces, personeros y tesoreros por los Concejos;

23" Ley de asignaciones civiles y sobre nominación, promoción y jubilación de


funcionarios públicos, especialmente los del Poder Judicial y la instrucción pública, y

24" Adopción de medidas especiales y enérgicas para hacer efectivo el amparo de las
garantías individuales por parte de la autoridad.

En lo departamental el liberalismo, como gobierno o como oposición, atenderá


cuidadosamente al desarrollo de la instrucción pública y de los caminos
departamentales, a la reglamentación del impuesto del trabajo personal subsidiario, y si
esto no es posible, a su reemplazo por otra renta que no de lugar a tantos abusos; a la
limitación del número de tabernas y a su fuerte gravamen; a las demás medidas
conducentes para disminuir el consumo de bebidas embriagantes; a la beneficencia; a la
reforma del sistema penitenciario; a la erección de municipios que puedan tener vida
propia; a la eliminación de provincias que carezcan de razón de ser; a la colonización de
los baldíos departamentales; al levantamiento de la carta geográfica de cada distrito y a
la general del departamento; a la formación de un censo de población y de un catastro
de la propiedad raíz que merezcan fe por su exactitud; a la demarcación racional de las
circunscripciones para la elección de diputados; y, en suma, al uso amplio y progresista
de todas las atribuciones de las asambleas y gobernaciones.

En lo municipal propenderá por el buen estado de las escuelas y de los caminos


vecinales, por la honrada recaudación y empleo de las rentas, por el progreso de los
servicios locales y por dar a la administración el tipo de la gerencia de los negocios
comunes, apartándola de la política y emancipándola del caciquismo.

En resumen, ante todas las cuestiones importantes, el partido tomará resoluciones


viriles, en vez de este cobarde aplazamiento indefinido, en que todo se pospone para un
mañana que no llega nunca.

Con celo y cuidado sabremos desarrollar hasta su plena florescencia y fructificación


nuestro programa integro, en toda su fuerza y originalidad, y esto no en vista
únicamente del porvenir cuando seamos gobierno, sino desde ahora, en el presente,
como poderosa fuerza política.

Con este programa, el liberalismo no se propone luchar con sus adversarios hasta
aplastarlos y repartirse sus despojos, sino esforzarse por conquistarlos para sus ideas y
propósitos, o por lo menos hacerlos beneficiar un día de su propia victoria. Iremos al
combate como partido de oposición constitucional, que aspira a convertirse en gobierno
por los caminos de la ley, más bien que por los del azar.

El partido procurará ante todo bastarse a sí mismo, pues se siente harto fuerte para no
tener necesidad de la ayuda ajena, pero sabrá, llegado el caso, con quién ha de aliarse.
El papel que desempeñará será el de un combatiente que no excusa la fatiga para lograr
el triunfo, pero que estará listo a tender a derecha o a izquierda su mano de compañero
leal, a quien la solicite.

Acción económica
Se dijo atrás que "mejorar la suerte de los trabajadores" hacía parte del programa liberal,
y esa no es una fórmula de parada, simple exhibición de una simpatía platónica.

Ya que los otros partidos nada han hecho en definitiva por el pueblo, salvo
empobrecerlo, fanatizarlo y envolverlo en sombras de ignorancia cada vez más espesas,
es necesario que el liberalismo esté con el pueblo, no con meras reformas políticas sino
económicas, si es que se quiere poner realidad, la mayor realidad posible, en las sonoras
pero hasta hoy huecas palabras de Libertad, Igualdad y Fraternidad con que hace más de
un siglo viene halagándosele; hay que buscar en las capas sociales a todos los que de
veras no sean libres ni iguales, a todos los que vivan en un estado de inferioridad, por
culpa de la defectuosa organización social.

La reforma política es muy importante, pero no la que más interesa al país; es buena
como medio, pero no como fin; la reforma económica es la que el liberalismo considera
primordial.

Partimos del principio de que todas las sociedades actuales están padeciendo una
evolución que en vano se querría detener y que el empuje de las aspiraciones sociales
crece en el mundo y plantea graves problemas que sería locura querer resolver a golpes
de negaciones autoritarias y rotundas. Por eso creemos que hoy el primer deber de los
gobiernos es inspirar sus leyes y sus actos en el sentimiento cristiano de la fraternidad y,
en consecuencia, ejercer el poder no en provecho de una élite o flor social, sino en el de
la inmensa multitud de los que se ganan penosamente el pan con el sudor de sus frentes.
La utilidad general sigue siendo, en este aspecto, el mejor principio de legislación
pública.

Suficientes son las causas naturales que tienden a establecer la desigualdad de los
caudales, tan contraría a la democracia verdadera, para que se aumente su número o su
intensidad con medidas legales. Se pide que el Estado intervenga para disminuir
sistemáticamente el imperio de esas causas; en segundo término, se le exige que no las
favorezca, que no las estimule, que no cree otras nuevas. O en orden inverso: que se
ponga de parte de los débiles contra los fuertes, o que permanezca neutral, pero que en
ningún caso se ponga de parte de los fuertes contra los débiles.

Una noción nueva se ha apoderado de las sociedades modernas, y es la de que ya hoy no


se trata de disputarse la transmisión de los privilegios sino de llamar la universalidad de
los ciudadanos a una condición mejor. Esto no se realizará sin vacilaciones y tanteos,
pero es un paso decisivo y magnífico en la vía de la humanidad. "Ese gran hecho, de tan
conmovedora belleza, dice J. Tierry, no implica ningún menoscabo a los principios de
orden, de autoridad y de propiedad, salvaguardia indispensable de la sociedad; al
contrario, hará la aplicación de esos principios menos empírica, más legítima y más
noble".

Si queremos que la república sea otra cosa que un engaño, hay que esforzarnos por
asegurar a cada colombiano condiciones de vida material que garanticen su libertad y su
independencia, y le suministren el tiempo y la seguridad indispensables para el ejercicio
de las funciones cívicas. Y si no ¿para qué en la Constitución y en las Leyes lo
llamamos ciudadano? Suena como una paradoja la frase proudhoniana "nadie tiene
derecho a lo superfino cuando otros carecen de lo necesario", pero nadie podrá vedar a
los espíritus cultos la facultad de meditar en un posible justo medio en que se equiparan
las condiciones de los que están en lo alto de la escala económica, si descienden un
tanto, con la de los que están en lo bajo, si ascienden otro tanto.

"Siempre tendréis pobres con vosotros", dice el Evangelio, y es una gran verdad. Por
eso, nadie se promete el milagro de que todos lleguen a ser ricos; no se trata de crear
aquí abajo el paraíso; ya se sabe que el hombre perdió sus llaves para nunca jamás; pero
siquiera que no sea el infierno anticipado. Es lícito pensar, con el buen Rey Enrique IV
de Francia, en un Estado social próspero, en que cada familia colombiana tenga los
domingos gallina en el puchero; es agradable imaginar, con Napoleón, cuando leía los
artículos del Código Civil, un campesino acomodado.

Ahora bien; está fuera de toda duda que hoy son raros en Colombia los presupuestos de
familia equilibrados; los más se saldan con déficit, aun de los que parecen holgados.
¡Cómo serán los de los obreros! ¿Nos resignaremos a que esto sea eternamente así?

¿Será una exigencia inmoderada la de pedir que no se esculque más los bolsillos de los
pobres? Porque es una cosa singular que no hay Pactolo más inagotable que esos
bolsillos, dice M. Sembat; allí es donde cada cual va en busca de fortuna; no hay mina
de oro igual. Mete el pobre la mano en su faltriquera y la saca limpia, porque en
realidad no tiene un ochavo; pero llega el financista, mete la mano en todos esos
bolsillos vacíos y saca lingotes, saca millones a centenas.

De suerte que si es una gran cosa proponer que no despoje más a la colectividad, o sea
al conjunto de los ciudadanos, en provecho de unos pocos. Es una aspiración humilde
pero efectiva la de que no se saque de los bolsillos del pueblo sino lo que siempre se ha
sacado, lo que es costumbre sacar, y que se deje allí todo lo demás, que a la larga y en
total resulta ser bastante.

Los ríos, las florestas, las tierras, las minas, el mar, son del pueblo colombiano;
consérveselos, no se los dilapide. Sobre el suelo y bajo el suelo hay riquezas que
duermen, que son de todos nosotros. Busquémoslas y explotémoslas, en nombre y
provecho de todos, hasta donde sea posible. No habrá para enriquecernos todos, pero tal
vez alcance para crear retiros de ancianos, para asegurarle un lecho y una taza de caldo
al obrero o al peón agricultor enfermos, baldados por el trabajo o víctimas de sus
accidentes, y para arrancar a la familia obrera del tugurio donde se amontona en la
estrechez y la mugre obligatorias, y darle habitación barata, limpia, aireada, alegre, con
un rincón de jardín donde los niños jueguen y aprendan a conocer ese primor de la
naturaleza que se llaman las flores, y que muchos tienen la ignorada pero no por eso
menos enorme y lastimosa desgracia ¡de vivir y morir sin haberlas visto!

La riqueza del país tiene que ir en aumento. En 1910 ha sido veinte o treinta veces
mayor que en 1810; ninguna razón valedera hay para que no se suceda otro tanto en este
segundo siglo; en 2010 se habrá, por lo menos, decuplicado; esto es, la riqueza actual
constituye la décima parte de la que tendremos dentro de cien años.

Siendo ello así, nadie podrá negar lo muy interesante que parece para la nación, para
este ser colectivo de vida tan larga, que se preocupe de que ese desarrollo progresivo de
la riqueza no caiga Íntegro en poder de unos pocos, sino en las manos del pueblo, para
que sea equitativamente distribuido en toda la comunidad.
En ese sentido dirigirá siempre su esfuerzo el partido liberal. En una afirmación resuelta
de este aspecto de nuestra doctrina es donde queremos buscar una fuerza nueva y una
compatibilidad más amplia con todos los que quieran sinceramente las reformas y el
progreso, guardándose muy bien de confundirlos con el desorden, la anarquía y la
destrucción, pues entre nosotros no hay ninguno que desconozca la necesidad del
gobierno, de la ley y de la propiedad.

Es que las reformas económicas nada tienen de misterioso ni de difícil; sólo sí que son
prosaicas, materiales, positivas y hasta vulgares. La cuestión económica se reduce, en
definitiva, a saber cómo se viste el pueblo, cómo se alimenta, cómo se aloja y cómo se
mueve; si lleva bultos a la espalda, cual bestia de carga, o si tiene acémilas, carros y
trenes; cómo se calza o si va descalzo, cómo se cura las enfermedades, si se las cura,
qué lee, si lee, cómo se divierte, si se divierte y, en suma, cuánto es su salario y si le
alcanza para satisfacer sus principales necesidades.

Todo eso es poco poético, especialmente para aquellos a quienes la vida sonríe como un
sonrosado cuento de hadas, que parece velaran por sus deseos, y suministraran a punto
los platos regalados, las ropas suaves y finas, la rica habitación, los objetos de arte, los
carruajes y las fiestas; por lo cual no quieren saber que debajo de ellos hay multitudes
que trabajan de sol a sol, que comen y duermen mal, que van semidesnudas, que
adolecen y mueren como perros, y que se quejan, o que si no lo hacen no es porque les
falte motivo, sino porque no han aprendido a protestar o porque ignoran que tienen
derecho a ello. Ya comienzan a saberlo o sospecharlo, y los felices que hoy bostezan
cuando se les habla de estas cosas, o que toleran cuando más que les sean recordadas en
términos vagos, generales y nobles, deben interesarse en la cuestión económica aunque
les disguste; pues como a los que comen, visten y duermen mal hay que dejarles
siquiera la libertad de pensar o, por lo menos, de soñar en algo mejor, resulta necesario
que también todo el mundo se preocupe de ello, porque sin esto se corre el riesgo de que
el dulce sueño social en que se arrullan, se interrumpa bruscamente por algún sobresalto
desagradable, si no por una sacudida trágica. Pero que se preocupen no como asunto de
piedad cristiana solamente, que lo mismo puede ejercitarse que omitirse, sino como un
derecho de los de abajo y como un deber de los de arriba.

Los liberales creemos que la previsión social, la solidaridad, el mutualismo y las leyes
de protección del trabajo deben intervenir para templar el rigor del destino individual;
creemos que hay males y abusos que es necesario remediar y reprimir, y que eso no
puede hacerse sino por una intervención de la ley; creemos que la benevolencia de los
poderes públicos debe mostrarse para con los débiles; creemos en el estado bienhechor,
que haga la policía de la miseria como la de las calles, no en el estado industrial
concurrente de las iniciativas privadas salvo determinados servicios que sí pueden
confiársele ventajosamente; creemos que la intangibilidad de la propiedad es uno de los
principios tutelares de la civilización, porque constituye el amparo de la vida de familia
y como la coraza de la libertad personal, garantía de independencia, y fuente de energía
y de dignidad moral; pero creemos también que si el salariado moderno señala un
progreso evidente sobre la esclavitud antigua, quizá no es el último peldaño de la
evolución, porque en lugar de la producción de tipo monárquico y patronal, vendrá un
día la del tipo cooperativo, más eficaz y justo, por cuanto entrega a los obreros mismos,
esto es, a los que ejecutan el trabajo y crean el producto, la parte proporcional que les
corresponde; mas creemos que para alcanzar ese término de la evolución se necesita que
el proletariado se esfuerce por adquirir suficiente valor profesional o técnico y
cualidades intelectuales y morales para poder elevarse a la dignidad del patronato
colectivo; creemos en las virtudes del corporativismo, de las cooperativas, de los
sindicatos y de todas las formas nuevas de agremiación, nacidas del contacto
permanente de los trabajadores; creemos en la obligación social de dar asistencia a los
ancianos caídos en la miseria y que ya no tienen fuerzas para trabajar; creemos que es
necesario dictar leyes sobre los accidentes del trabajo y protectoras del niño, de la joven
y de la mujer, en los talleres y en el trabajo de los campos; creemos que se debe obligar
a los patronos a preocuparse de la higiene, del bienestar y de la instrucción personal;
creemos que en los distritos debe fundarse la asistencia medica gratuita para los
desamparados, y que el personero municipal o un abogado de pobres debe ayudarles a
defender sus derechos; creemos en la conveniencia de plantear el reposo hebdomadario;
creemos en las ventajas de una ley agraria, en favor de los arrendatarios, y creemos, en
fin, que a los códigos existentes hay que agregar uno que todavía no se ha escrito, y es
el Código del Trabajo, de la previsión y de la ayuda social mutua.

En suma, juzgamos que hay que procurar sustituir paulatinamente el actual sistema de
relaciones económicas por otro distinto, o por lo menos introducirle modificaciones
sustanciales, particularmente en la manera de organizar el trabajo y la producción.

Este es sólo un esbozo fugitivo de las reformas económicas que ayudarán a marchar
hacia el fin, pero que tampoco constituyen el fin mismo. Ni son para plantearlas sobre la
marcha; tomemos, sí se quiere, todo este segundo siglo de vida nacional para llevarlas a
cabo; la labor es lenta y difícil porque todo está por hacer, sobre un plan nuevo; pero a
lo menos, adoptemos la resolución de comenzar a preocupamos de la materia
seriamente; estemos atentos a lo que, en el dominio de estas aspiraciones, van
realizando otros países, para tratar de poner en práctica lo que esté a nuestro alcance.
Los pormenores podrán variar; los textos de las medidas legales y su aplicación podrán
mejorar, pero la justicia de su principio es indiscutible, y el progreso cristiano las
reclama. Son innovaciones que pueden acarrear dificultades, pero mayores son los
peligros que se derivan de atravesarse como un obstáculo en la senda del mejoramiento
social.

Es sensible que no haya todavía en Colombia elementos suficientes para organizar un


partido obrero, que haga de estos proyectos bienhechores de reforma la base de su
programa, englobando las clases agrícolas inferiores, que son quizá las más necesitadas
de mejora en su triste situación presente. El liberalismo ve con buenos ojos la formación
futura de ese nuevo grupo político; mientras tanto, las reivindicaciones obreras caben
todas dentro del programa liberal, sin que esto quiera decir que reclamemos como un
monopolio las medidas de solicitud y previsión social, que son la honra de nuestro
tiempo; pero dentro del programa liberal hallarán las clases trabajadoras, como hallarán
la juventud actual y las generaciones venideras, espacio suficiente para moverse y para
satisfacer su ansia de ideal.

Acción disciplinaria

La organización liberal no es platónica o al vacío, por el solo gusto de decir que estamos
organizados: es para la acción cívica. Los más refractarios a ella han comprendido la
necesidad de la lucha y de una organización para sostenerla. De todas las regiones del
país se ofrecen buenas voluntades y se ponen a la obra con un empeño y desinterés
admirables. Sin duda, muchos concursos que había derecho a esperar, hurtan el cuerpo y
se muestran indiferentes. Veces habrá en que sea necesario levantar la bandera que
algunos dejen caer; pero atrás vendrá quien lo haga. Veces habrá en que se nos venga
abajo lienzos enteros de la fábrica levantada con tan largos y penosos esfuerzos; mas no
faltarán arquitectos que tornen a construirlos con los mismos materiales, pero con mejor
argamasa y más cierta plomada. El liberalismo no está destinado a morir: es eterno;
siempre habrá que contar con él. Como no obra por ilusiones, jamás cede al desaliento.
Su lema es perseverare divinum.

El apoyo vendrá de todas las clases sociales, más de las humildes que de las elevadas.
En la gran familia liberal no se conoce otra distinción que la de la actividad; el más
diligente y el más generoso será siempre el primero, venga a pie o a caballo, calzado o
descalzo, de frac o de ruana. Como Alejandro legó su imperio "al más digno", el más
digno, esto es, el más abnegado y laborioso, será el llamado dentro del liberalismo a
prevalecer sobre las voluntades de sus compañeros.

En los municipios donde todavía no existen juntas liberales, deben constituirse


inmediatamente. Dichas juntas deben llevar la inscripción de los copartidarios, con
mención de sus residencias y de la cuota mensual que deben pagar para gastos
electorales, suscripción a los periódicos del partido, auxilio a los liberales desvalidos o
enfermos, subvención a las familias pobres que perdieron sus hombres en la guerra, y
educación de sus niños. Si la comunidad de ideas no sirve para prestarse apoyo
reciproco en la desgracia ¿qué objeto tiene?

Es cosa probada en todo el mundo que no hay asociación sin cotización. Los partidos
políticos son meras ficciones de derecho público si no se apoyan en pequeños pero
regulares sacrificios pecuniarios: es una mentida o inútil adhesión la de quien no lo
abona con su dinero. La abnegación y el sacrificio son los grandes sembradores de
ideas; con egoísmo y con pereza no se funda nada. Liberal y tacaño no pueden ir juntos.
Miembros ad honorem, que no se creen obligados a nada, son provisionales; el día
menos pensado se pasan al enemigo. El amor por su causa se demuestra prácticamente.
El partido liberal llegará a tener una fuerza incontrastable cuando sólo acepte miembros
cotizantes. No nos conviene compañeros gratis; los cedemos al conservatismo como
peso muerto. Es indispensable persuadirse de que ser liberal es un honor que cuesta.

La necesidad que se impone es, pues, la del pago de una cuota periódica, por pequeña
que sea. Unos pocos pesos dados cada semana o cada mes, para una obra cuyos
resultados prácticos no se esperan de pronto, parecen una prodigalidad enojosa, y los
que gastan cinco, diez o cincuenta veces más en unos cuantos minutos, en licores, en
mujeres, en juego, en tabaco o en artículos de lujo, no son luego capaces de erogar una
pequeña suma para la defensa y triunfo de sus ideas, sin embargo de que es colocar esa
cuota a interés compuesto, el ayudar a establecer un régimen que disminuya las
contribuciones o que las emplee de un modo reproductivo.

Son también muy numerosos los copartidarios que le niegan a su causa el concurso de
sus votos o que creen ejecutar un gran acto de civismo y dejar cumplida la totalidad de
sus deberes, tomándose el trabajo de poner su papeleta en la urna, una vez cada dos o
cuatro años; y si el triunfo electoral no corresponde a esa acción distinguida de valor, se
creen héroes traicionados por el destino, y motejan con amargura a los jefes que los
hicieron incomodarse sin garantizarles la victoria; es un concierto de quejas el que
entonces se escucha, y la derrota produce el escepticismo y la dispersión.
Sin embargo, hasta ahora no se ha descubierto otro modo de que un partido en la
oposición gane el poder, fuera de estos dos: o por la fuerza, o por el sufragio repetido.
Habiendo renunciado a emplear la primera, no nos queda otro recurso que apelar al
segundo.

Porque la lucha ha sido larga y dura; ¿renunciaremos a ella, faltos de paciencia? Más
cómodo seria, sin duda, cruzarnos de brazos y esperar lo imprevisto. Pero ¿cómo
hacerlo cuando el país va para abajo a toda prisa, cuando la miseria avanza, cuando las
cuestiones externas nos abruman, cuando los sentimientos separatistas crecen, y cuando
la autoridad pública se muestra cada vez más incapaz de afrontar tantos problemas y
detener la obra de licuefacción política y social que amenaza la existencia misma de la
nacionalidad?

El liberalismo podría aguardar porque sus hombres estamos acostumbrados a vivir del
trabajo y no necesitamos del poder para medrar; pero la suerte de Colombia no da
espera. La inoculación del virus disolvente es demasiado profunda, y si no se acude
pronto, el envenenamiento no tendrá remedio. El progreso del mal es rápido, y el
peligro harto visible para que tengamos el derecho de subordinar nuestra acción a azares
que pueden tardar. Va el país hacia el abismo, como leño muerto al amor de la corriente,
y nuestro papel estaría reducido a dejar hacer, a esperar que un golpe teatral cambiara la
faz de los sucesos, o a que un lento apostolado ¡transformarse el alma popular!

El liberalismo entiende de otro modo su deber: en la medida de sus fuerzas, en la esfera


de su acción, trata —sin temor a las derrotas— de disputar a su adversario la dirección
de los negocios públicos. Por eso está en la brecha, por eso se bate; como no entrevé
otro camino de salvación para la patria que un partido whig opuesto a este partido tory
que la ha hecho desgraciada, trabaja por acabar de constituirlo y no cesa de confiar en la
justicia de su causa, en el buen sentido del pueblo colombiano, en la clara visión de las
generaciones nuevas y aun en el patriotismo de muchos de sus adversarios.

Hasta ahora muchos de los más violentos enemigos del régimen entre los nuestros, sólo
han puesto su esperanza en alguna de esas crisis que periódicamente estallan en nuestro
país. Pero así como Cavour decía, lleno de confianza, l´Italia fara da sé, es necesario
que el liberalismo haga por su cuenta; es imposible que deposite la suerte de su causa en
manos del adversario, que bien se cuidará de no servirla, pues su interés es todo lo
inverso. La quietud y el silencio por parte de los liberales, son omisiones, simples
hechos negativos que mal pueden engendrar hechos positivos. Sólo la acción y la
palabra son fecundos. Si nos ponemos a aguardar a que el régimen conservador se caiga
por sí solo, seguro es que perdurará; hay que empujarlo, empujarlo con las corrientes de
la opinión pública organizada y activa.

Hay quienes creen que no son tanto los partidos los que edifican y las oposiciones las
que derrumban, sino que son los gobiernos los que se vuelcan a sí mismos con sus
errores; por lo cual, en Colombia todo se reduce a saber cuándo el régimen conservador
acabará por suicidarse; como si la experiencia de veinticinco años, en que muchos se
han estado mano sobre mano, esperando en la virtualidad desgastadora del tiempo, no
nos tuviera enseñado que hay una fuerza de inercia que basta por sí sola para prolongar
la duración de los gobiernos, por malos que sean.
Sabemos que no todo el mundo nos sigue hoy; sabemos que en el fondo de los campos,
en las masas profundas de la población hay todavía muchas preocupaciones que disipar
y muchas resistencias que vencer en cuanto a nuestros propósitos más bien que en
cuanto a nuestras ideas; sabemos que hay muchas buenas gentes predispuestas contra
nosotros, porque no nos conocen o porque se les ha enseñado a miramos mal; pero
acabaremos por persuadirlas de que no entrañamos ningún peligro para nada que sea
legítimo o que merezca vivir, y en poco tiempo el liberalismo acabará por conquistar el
país entero.

Algo le falta también al liberalismo para acabar su propia educación, para formarse una
conciencia de su identidad, para adquirir plena confianza en su propia fuerza, para
levantarse a la altura de la misión que le corresponde y para recuperar la hegemonía que
perdió el día en que dudó de si mismo y de sus principios.

Pero tenemos fe en la república, fe en el espíritu colombiano, fe en la libertad y fe en la


naturaleza humana, elementos todos que combaten por nosotros.

Queda dicho que la sola salida a la actual difícil situación nacional es constituir un
partido de gobierno, que sin violencia dispute a los conservadores el poder, resuelto a
ejercerlo sin represalias, y que ese partido es el liberal.

Aquellos de los conservadores que sean verdaderos patriotas, son quienes menos deben
asustarse por el inevitable cambio que sobrevendrá; porque mediante la labor liberal, la
república, dotada de dos partidos sin los cuales no hay gobierno representativo
verdadero ni régimen libre, saldrá del bache en que se halla atascada, para convertir en
gobierno nacional el de secta que hasta ahora hemos tenido.

"Estimo seguro el triunfo del liberalismo, que está bien organizado y es numeroso,
escribe el General Marceliano Vélez. Yo no creo que esto sea un mal; soy partidario
decidido del sufragio puro, el cual debe respetarse religiosamente. Si la mayoría del país
quiere cambiar de gobierno, en buena hora; una minoría, por más respetable que sea, no
debe de ninguna manera oponerse al cambio. Conseguido esto, la causa de la paz está
asegurada en Colombia. Al conservatismo lo depurarían algunos años de prescindencia
en la dirección de la cosa pública, que no es patrimonio exclusivo de ningún partido
político.

"Repito que a mí no me asusta el triunfo del partido liberal; hasta creo que muchas de
las reformas que introdujera serían en extremo convenientes. Este extraordinario
centralismo está acabando con la nación. Hace falta autonomía para las secciones y para
los municipios".

El liberalismo no viene como un vengador por la violencia sino como mi convictor por
la razón. Colectivamente no ejercitará venganzas, ni como gobierno permitirá que las
ejerciten los particulares. El partido entiende no tener cuentas pendientes que cobrar.
Con nuestro triunfo no habrá vencidos, puesto que todo el mundo ganará con seguirnos
por la senda de la libertad y de la justicia. El liberalismo es una esperanza, no un temor.

Queremos restituir al nombre liberal su preciso sentido, su significado noble, generoso y


magnánimo que nuestros enemigos han querido empañar; y queremos destruir la
reputación de partido negativo, de partido de destrucción que se ha querido acreditar
contra nosotros. Sin duda, tantos males como durante veinticinco años han caído sobre
el país y sobre el liberalismo, no habrían sido posibles sino merced a una impotencia
prolongada de los verdaderos elementos conservadores y de resistencia; y esa
impotencia no se debe tanto a la hostilidad de los vencedores como a las divisiones de
los vencidos, a su desatinada dirección y a la repulsión opuesta por mucho tiempo a las
concesiones inevitables. Durante trece años se mantuvo al partido en estado de rebeldía
contra las instituciones del 86, sin parar mientes en que un bando que rehúsa aceptar el
régimen establecido, se condena a volcarlo por la fuerza o a marcar el paso de su
adversario, y que si hace de la total eliminación de lo existente la idea madre de su
política, tiene que permanecer indefinidamente como una minoría de irreductibles, en
atisbo de la revolución, siempre guerreando, siempre vencida. Esta incomprensible
conducta nuestra les hizo ganar a los conservadores su permanencia en el poder, más
que su propia habilidad, y les permitió multiplicar impunemente las iniquidades y
chocar con los sentimientos populares más profundos y sanos, sin provocar entre los
suyos movimientos de revuelta.

Con todo, si precisamente hemos de permanecer en el dominio de la realidad, es patente


que —ensayado ya el recurso de la guerra— el gobierno conservador no será
reemplazado con el liberal sino por un gran movimiento de opinión en el municipio, en
el departamento, en la nación; y que ese movimiento no se producirá sino cuando la
opinión acabe de ver claro delante de sí, sepa a dónde se la lleva, y se le garantice que
aquello que va a dársele vale más que lo que tiene.

Puede parecer ingenuo esperar el triunfo de un partido con prescindencia de la apelación


a la fuerza y confiando únicamente en el poder de la opinión y en el sufragio como su
medio de manifestación directa. Los liberales estamos desarmados y los conservadores
armados hasta los dientes, ya como gobierno, ya como particulares, con elementos
sustraídos a los parques nacionales. Si la cuestión fuéramos a plantearla en el terreno de
la fuerza, estaríamos perdidos; pero como es en el campo de la acción cívica, donde los
fusiles más bien dañan que sirven las causas, y donde sólo se esgrimen las razones que
producen convicción, podemos estar seguros de la victoria si laboramos con energía,
con abnegación y con actividad.

Los devotos de la fuerza sonreirán y nos tendrán lástima ante la enunciación de estas
ideas; pero nosotros creemos que la esperanza es un deber, antes que una virtud; e
ignoramos cómo valdría la pena de vivir la vida si no fuera consagrándola íntegra a una
tarea que la ocupe plenamente y aun la desborde. Suceda lo que quiera, jamás
deploraremos un esfuerzo que lleva dentro de sí mismo su propia recompensa, por la
satisfacción de realizarlo. Esa es ya una victoria que nada podrá arrebatarnos y que tiene
su precio en este tiempo de egoísmo y de cobardía civil.

¿Que no hemos obtenido buen éxito hasta ahora? Los impacientes que formulan ese
cargo quizá sean los que, por su falta de concurso, han contribuido a detener nuestra
marcha; pero habremos de contestarles que si no hemos ganado todo el terreno que
deseábamos, en cambio los más rudos ataques no nos han hecho retroceder una pulgada,
y podemos hoy comprobar la verdad de aquella gran palabra de un célebre general: Un
ejército no conoce su verdadero valor sino cuando ha experimentado reveses. Nuestras
luchas, nuestras mismas derrotas nos han hecho dar cuenta de nuestra fuerza, distinguir
más claramente nuestro camino y precisar nuestros fines y nuestros medios. Hoy,
pasada una batalla electoral y en vísperas de otra, nos encontramos en línea, con tropas
aguerridas y una bandera sin mancha.

¡Vamos adelante!

CARTAS DE EDUARDO SANTOS,


LUIS E. NIETO, LUIS CANO Y
CARLOS E. RESTREPO, SOBRE
POLÍTICA REPUBLICANA (15)
El General Rafael Reyes ante la imposibilidad de gobernar de acuerdo con el Congreso,
lo clausuró, nombrando una Asamblea Nacional de bolsillo, convirtiéndose de hecho en
dictador. Su equivocado manejo del poder pronto le ganó opositores en los dos bandos;
los liberales, porque se consideraban perseguidos todavía, y los conservadores, porque
el despotismo de Reyes perjudicaba sus intereses en ese momento. Para 1909, el
gobierno ha caído en crisis total, minado por la corrupción, la ineficacia y la
arbitrariedad. Numerosas manifestaciones opositoras suceden en el país y los
principales dirigentes exigen la renuncia del presidente.

Así las cosas, en marzo de este año se crea la Unión Republicana, partido de
conciliación entre liberales y conservadores, dispuestos a enfrentar la dictadura y ganar
las elecciones. Posteriormente Reyes renuncia, y el 30 de julio la Unión gana las
elecciones. En noviembre del año siguiente, la Asamblea Nacional elige como
presidente a Carlos E. Restrepo, quien había sido el principal propulsor del
republicanismo, e inmediatamente asume el poder. Entre los adictos a este movimiento,
se contarían José Vicente Concha, Miguel Abadía Méndez y Benjamín Herrera. El
gobierno republicano daría vida luego, legalmente, al partido liberal, que comienza a
actuar con mayores garantías. Luego de cumplir el objetivo propuesto, la Unión
Republicana comenzó a declinar, y para 1920 ya no responde a la situación política que
vive el país.

El 20 de junio de 1920, Eduardo Santos, Luis E. Nieto Caballero y Luis Cano, dirigen
una carta a Carlos E. Restrepo, fundador y jefe del partido republicano, para manifestar
sus inquietudes políticas. Ante la crisis que afronta el movimiento, los corresponsales
proponen revitalizarlo orgánica y programaticamente, para llevarlo a ser de nuevo la
primera fuerza política del país. Sugieren la fusión con el liberalismo para alcanzar tal
fin. Su orientación será hacer del republicanismo una fuerza intermedia, entre el
conservatismo derechista y el socialismo izquierdista y anarquizante.

Carlos E. Restrepo, responde de manera ambigua y confusa, aceptando algunas cosas


pero rechazando otras. Sin embargo sugiere que sólo una convención nacional, es el
organismo que debe discutir y aprobar las reformas. Con esta actitud gaseosa, Carlos E.
Restrepo prácticamente expidió certificado de defunción a la Unión Republicana, pues
sus seguidores esperaban otra conducta. Al final, la convención jamás se convocó, no se
hicieron las reformas, y la organización se diluyó sin pena ni gloria, regresando sus
miembros a los partidos de donde habían procedido, el liberal y el conservador.

Bogotá, junio 20 de 1920 Señor doctor Carlos E. Restrepo. Medellín.

Muy respetado doctor y amigo:

Muchos días hace ya que venimos pensando en la conveniencia de examinar fría y


francamente la situación actual del partido republicano, su papel en la política del país y
la relación de su programa con las presentes necesidades de la república y con las
corrientes universales en materia de ideas y reformas sociales. Con tal fin provocamos
hace una semana una junta privada de copartidarios, y la respuesta que a nuestra
invitación dio el doctor Pedro M. Carreño, miembro del Directorio Nacional
Republicano y presidente que fue de la primera convención del partido, ha convertido
aquella conveniencia en necesidad inaplazable. La seguridad de que esto es así, nos
mueve a escribir esta carta, que va dirigida a usted como la figura más alta y prestigiosa
de nuestra colectividad, y cuyas ideas sometemos también a los miembros del
Directorio Republicano de Medellín y a los del Directorio Nacional que residen en
Bogotá.

No nos detendremos en esta carta, dirigida a jefes y copartidarios, en rememorar los


éxitos y las glorias del partido republicano, que ha sido frecuente tema de nuestros
escritos; queremos sólo exponer algo de lo que constituye lo que hoy podría llamarse
sin exageración una crisis en el seno del republicanismo, que ojalá se resuelva en forma
favorable para el partido y para la república.

En nuestra calidad de periodistas republicanos, obligados a librar en la medida de


nuestras fuerzas el diario combate, sentimos actualmente la necesidad, -para las ideas
que defendemos, de una base política más firme, más activa y más adecuada que la que
ofrece la organización o mejor la desorganización actual del republicanismo.
Comprendemos bien que quienes lejos de toda lucha viven entregados a sus intereses
particulares, se hallen satisfechos con la inercia actual y alaben las excelencias de un
partido que no les exige, ni de ellos recibe esfuerzo ni cooperación algunos, y que antes
bien les concede una especie de patente para vivir lejos de las actividades ciudadanas.
Pero no pueden pensar de la misma manera los que por la naturaleza misma de sus
diarias labores, o por la posición que ocupan, —como es el caso para usted y los
miembros de los Directorios citados— están en contacto permanente con necesidades,
anhelos, peligros y aspiraciones que no pueden satisfacerse ni conjurarse con la quietud
inerte. De ahí que deseemos vivamente un recio esfuerzo para modificar la presente
situación, para hacer algo que responda a las necesidades de las ideas progresistas en
Colombia.

Hemos sido escritores republicanos desde hace muchos años y casi se confunde el
periodo de nuestra actividad con el de la existencia del partido. Por ello, si no por otro
género de razones, nos creemos con derecho a opinar en esta delicada materia, y
condensamos nuestras opiniones y sentimientos en la forma siguiente:

En primer lugar, parécenos que la posición del partido republicano no puede hoy ser la
misma que fue nace ocho años, cuando entre los dos grandes partidos debía ser un
campo intermedio, de moderación y de paz, "un algodón entre dos vidrios", que
impidiera el choque estridente. Esa misión necesaria y oportuna se cumplió ya, y
creemos que en el día las circunstancias la harían anacrónica. Muerto el General Uribe,
dispersas las fuerzas que acaudillaba, anarquizado y debilitado el liberalismo en grado
máximo, reducidas las fuerzas progresistas a un indeciso anhelo y a una incoherente
acción, enfrente al conservatismo, cuyas discordias intestinas y perpetuas luchas no le
impiden presentarse unido y compacto cada vez que se trata de asegurar la permanencia
de su hegemonía, todo demuestra que la situación hoy en Colombia es de intensa y
amarga crisis para los elementos liberales, entre los cuales se cuentan los que componen
el partido republicano.

Absolutamente nada hemos podido hacer los republicanos por mermar las fuerzas de
que dispone el partido conservador; a él han vuelto no pocos de quienes nos
acompañaron en horas difíciles, como el doctor Marcelino Uribe Arango, y ahora el
doctor Carreño se aleja de nosotros a un retiro no hostil para sus copartidarios de hace
diez años. Cierto es y profundamente honroso y grato para el partido, que la mayoría de
los conservadores que de 1911 para acá figuran en el republicanismo se mantiene fiel a
él, pero es el hecho que en los últimos siete años el partido conservador ha acentuado su
personalidad, sus éxitos y su hegemonía, en tanto que el vidrio opuesto se ha
despedazado, quedando sin contrapeso aquella masa, cuya cohesión ha sido hasta ahora
superior a nuestro esfuerzo.

Estas reflexiones nos han hecho pensar en la necesidad de que el republicanismo


procure servir, más que de grupo intermedio, de elemento francamente progresista, con
tendencias avanzadas y favorables a la organización y robustecimiento de las fuerzas
liberales, cuya acción precisa y ordenada es necesaria para el engrandecimiento de la
república. Nos parece evidente la necesidad de organizar, —entre el conservatismo
estrecho que se ha plegado a las libertades, porque le era imposible oponerse a ellas,
pero que se muestra reacio a las reformas y a la obra intensa del progreso renovador, y
el socialismo apenas naciente, pero que crecerá, porque es corriente universal de poder
enorme— un amplio y robusto partido liberal, de ideas avanzadas y de orientación
netamente generosa y reformista en materias sociales, partido que en el mundo
contemporáneo es el verdadero partido intermedio, y a cuyo establecimiento, en nuestro
sentir, debe cooperar el republicanismo con clara decisión, para ser leal con sus íntimas
tendencias y si no quiere que por sobre la debilidad y anarquía de los grupos hoy
llamados progresistas se empeñe una pugna bárbara entre el conservatismo reaccionario
y las fuerzas tumultuosas del socialismo criollo.

El programa que ha tenido el republicanismo en lo referente a cuestiones sociales nos


parece que requiere una revisión completa, un cambio decisivo. Es preciso contemplar
esas cuestiones desde nuestro propio punto de vista nacional, en el que el asunto
sanitario representa lo que para otros países puede ser el trabajo de ocho horas y la
nacionalización de las minas. No retroceder ante un impuesto sobre la exportación,
destinado a combatir la anemia tropical y el paludismo, ni ante disposiciones
draconianas en lo que hace a las habitaciones obreras urbanas, en las cuales hoy la
codicia de los propietarios suele alimentarse de la salud de los desventurados. Crear el
Ministerio de Higiene y Salubridad con mejor organización y dotaciones que cualquier
otro; pedir al impuesto sobre la renta lo necesario para salvar las vidas de los infelices y
el destino futuro de la raza; imprimir un cambio radical a lo que es hoy Beneficencia y
debe ser Asistencia Pública; consagrar atención sostenida a los problemas que crea el
desarrollo industrial y el estado primitivo de regiones, como muchas de Boyacá y
Cundinamarca, en donde se pagan a jornaleros y peones salarios con los cuales es
imposible la vida, por pobre que sea. Todo esto y muchas otras cosas que usted conoce
de sobra, forman un conjunto en el cual liberales y republicanos deben formar una
plataforma moderna, vigorosa y clara, que responda a las necesidades del momento,
plataforma de la cual hoy carecemos.

Respecto a la cuestión religiosa, creemos indispensable luchar no sólo como consejeros


y abogados del clero, predicándole lo que pierde con intervenir en las luchas banderizas,
sino como servidores del poder civil, para reivindicar para éste, mediante reformas del
Concordato, la libertad y supremacía en materias de enseñanza, la institución legal de la
familia, cementerios civiles, independencia efectiva de las autoridades, todo lo que en
otros países concede gustosa la Iglesia y que aquí se nos niega porque no lo
reclamamos; todo lo que sin representar persecución religiosa, ataque a las conciencias,
al dogma y a la fe, implique la realidad y predominio del poder civil en la vida de la
república.

No hablaremos en esta breve exposición de cuanto se relaciona con el progreso material,


porque sobre este punto casi lodos estamos de acuerdo en la teoría, y sólo se requiere el
impulso eficaz en la práctica.

Evidente parece para cuantos estudian la actual situación de Colombia, en donde


creemos asegurada la paz interna que existe aquí una honda inquietud revolucionaria, en
el más noble sentido de la palabra; un anhelo general e intenso en pro de nuevas ideas y
de mejores rumbos.

Es preciso servir a esa revolución oportuna y urgente, y tememos que la inacción total
del republicanismo antes la estorbe que la impulse. Lo hemos sentido así, y muchas
veces hemos tenido el dolor de ver que nuestro partido, quieto e inerte, que no trabaja ni
da señales de vida organizada, antes que un elemento de fuerza y de adelanto en la
política progresista, es un peso muerto que sólo sirve para mantener anarquizadas e
inactivas las corrientes que se oponen al conservatismo.

Nuestro deseo, pues, es solicitar de jefes autorizados —en esta hora de innegable crisis
para el partido— una consideración serena de los problemas que se presentan y una
resolución precisa que defina el presente y el porvenir del republicanismo y su
actuación ante las fuerzas liberales. "La patria por encima de todos los partidos", acaba
de decir el General Herrera, y eso hemos dicho los republicanos siempre; pero la patria
reclama acción, reclama la creación de una fuerza capaz de imponer en el país doctrinas
y prácticas más avanzadas, rumbos más modernos y eficaces. Un nombre generoso
sobre una inmovilidad casi indiferente, en la que hay quien no obra sino "cuando tiene
rabia", no pueden bastar para el buen servicio de una patria necesitada de tantas cosas.

Pedimos, pues, respetuosamente a usted y a sus compañeros de los Directorios citados


una decisión que abarque los puntos ligeramente esbozados en esta carta. Nos conocen
ustedes suficientemente para que tengamos que hablar de las intenciones que nos
mueven, de cuáles son nuestros sentimientos respecto del republicanismo y del
desinterés perfecto que inspiran estas palabras, hijas de una honrada inquietud de
ciudadanos que creen indispensable para la salud de la patria una mayor solidaridad, un
mejor acuerdo, una más avanzada orientación y una acción política más firme y activa
por parte de los elementos progresistas, obligados a realizar en Colombia labor tan vasta
y hoy tan retardada.

En espera de su para nosotros tan importante respuesta, nos es muy grato repetirnos sus
más adictos y sinceros copartidarios y amigos.

Eduardo Santos, Luis Cano., L. E. Nieto Caballero.

***

Medellín, junio 30 de 1920

Señores doctor Eduardo Santos, don Luis Cano y doctor L. E. Nieto Caballero. Bogotá.

Muy apreciados señores y amigos:

Correspondo con gusto a la muy importante carta de ustedes fechada el 20 del presente
mes.

Sobran a ustedes títulos para hablar sobre materias políticas, ya por la briosa y
perseverante actuación que han sostenido en ese campo en los últimos años, ya por la
inteligencia, el desinterés y la buena fe con que han obrado. Hacen, además, muy bien
en hablar con la franqueza con que hablan, y deben esperar que yo proceda de igual
modo, toda vez que estamos cobijados por el nombre republicano, que es todo claridad
y libre examen en materias políticas.

Perdonen que al contestar haga implícita referencia a mis escritos, especialmente a los
de los últimos once años y, con mayor particularidad, a los que titulé Orientación
republicana. Mis convicciones en el sentido allí expuesto se han ido formando desde la
niñez y robusteciendo con los años; y hoy, al declinar de ellos, no tengo que rectificar
ningún punto sustancial: en todos me ratifico singular y absolutamente.

Traté de demostrar en esa Orientación que ella no fue improvisación de un momento ni


obedecía a la necesidad de remediar situaciones accidentales, sino que la tendencia
llamada hoy republicana había nacido en toda Hispanoamérica como fruto seleccionado,
desde que alborearon los primeros días de la Emancipación, y con ellos nuestros
partidos políticos, con sus excesos, con sus errores y con sus fanatismos. Más aún, la
idea republicana no es, en síntesis, sino la consagración política del viejo principio
filosófico, que bien puede ser el lema que sintetiza todo nuestro programa: In medio,
veritas.

Por eso no puedo prestar mi asentimiento a la afirmación de ustedes, de que ya está


cumplida nuestra misión —hace ocho años oportuna— "de ser un campo intermedio de
moderación y de paz". Mientras haya hombres, mientras haya partidos, y los habrá
siempre, esa misión, altísima, será de permanente actualidad.

La agrupación republicana surgió en Colombia, vuelvo a repetir más concretamente,


como un freno para el radicalismo liberal y para el radicalismo conservador, para el
fanatismo azul y para el fanatismo rojo —que ambos tienen graves responsabilidades en
las desventuras nacionales - . En la ancha órbita de mi comprensión y de mi tolerancia
republicanas, admito, sin el menor encono y sin ninguna extrañeza, que unos
colombianos inviten a sus compatriotas a formar una avanzada, aún más extrema que
las conocidas hasta hoy. Lo que no comprendo es que el llamamiento pueda hacerse en
nombre del partido que se fundó como "un campo intermedio de moderación y de paz",
Esa avanzada podrá llamarse radicalismo o cesarismo, jacobinismo o autoritarismo;
pero a ella no se le puede dar el nombre de partido republicano, tal como yo lo entiendo.

Es cierto, dolorosamente cierto, que muchos y muy importantes amigos nos han
abandonado y han vuelto a sus viejas tiendas liberales o conservadoras, y es seguro que
otros seguirán tomando los mismos rumbos, muy a nuestro pesar; pero ello no afecta en
nada la esencia misma de nuestras ideas.

Los fundamentos filosóficos de las opiniones que profeso, se hallan casi íntegramente
expuestos y detallados en el libro de F’aguet titulado El liberalismo, en que, por rara
coincidencia, dice que si en Francia se pudiera formar un partido con ellos, debería
llamarse partido republicano. Pero allí mismo advierte que, más que partido, debe
llamársele contra-partido, porque su verdadera misión consiste en oponerse a los
excesos y abusos de todos los partidos.

El profundo expositor francés analiza un siglo de errores en su patria, arrancando desde


los que cometió la Revolución contra los derechos del hombre y contra el liberalismo
bien entendido; y concluye por exponer nuestra doctrina republicana, no para una
ocasión ni un tiempo, sino para todas las ocasiones y los tiempos todos.

El republicanismo, tal como yo lo entiendo, es, ante todo, un criterio: un criterio


arquetipo. Criterio que se aplica a lo social, a lo político, a lo religioso, a todo orden de
ideas humanas; y en la aplicación precede con ánimo moderado y moderador, para sacar
de allí lo que crea verdadero, y exponerlo con sinceridad, buscando los puntos de
contacto en las relaciones humanas, evitando los de diferenciación y condenando
siempre la propaganda por el terror y la violencia.

Fundase ese criterio en la evidente relatividad de los principios políticos, que hace
imposible para toda mente racional el proclamarlos como dogmas infalibles y el
imponerlos con procedimientos draconianos o inquisitoriales. Criterio de adaptabilidad
y de tolerancia, "de moderación y de paz", como ustedes lo han llamado, que nos obliga
a no buscar la destrucción del adversario ni la de sus principios, sino la rectificación de
los últimos por medios racionales y persuasivos; y, mientras llega, procurar la
convivencia civilizada con ellos bajo el cielo de la patria y la interinteligencia en los
puntos de contacto que nos son comunes.

Procediendo sobre la base fundamental de ese criterio, podemos abordar sin miedo —y
si se quiere con audacia— todos los problemas que se presenten en nuestra existencia
individual y colectiva.

Acaso no haya un colombiano más convencido que yo de la necesidad imperiosa, vital,


de una absoluta renovación en nuestra existencia nacional. Hay que hacerlo y rehacerlo
todo, desde los cimientos hasta la cumbre, no dejando subsistir sino lo poco que la
experiencia haya demostrado ser de conveniencia incontrovertible.
Si se aplican los principios republicanos que enuncié, puede y debe hacerse la
renovación, sin producir trastornos que amenacen nuestro organismo ni catástrofes que
lo destruyan. De este modo, proclamamos toda clase de garantías, hasta donde ellas
constituyan un derecho, para liberales y conservadores, progresistas y reaccionarios,
creyentes y no creyentes, y trabajamos porque unos y otros cumplan con sus deberes y
llenen sus obligaciones.

Ejercitando esos principios, que son justos y son equitativos para cualquier situación
que pueda presentarse, pediremos que se reconozcan al capital los derechos innegables
que tiene, y al trabajo los que con toda razón le corresponden. Defenderemos a los
industriales contra las huelgas injustificables, y a los obreros contra los salarios inicuos;
protegeremos a la sociedad contra los perturbadores del orden, y al pueblo contra los
conculcadores de sus garantías.

Para individuos o agrupaciones que proceden sobre las bases expuestas —de
relatividad, de adaptabilidad, de justicia y de tolerancia, y que merced a ellas se han
librado de todo prejuicio incómodo— no hay problema de los expuestos por ustedes que
no pueda estudiarse con ánimo sereno y con todas las probabilidades de acertada
solución, higiene, protección a los trabajadores de las ciudades y de los campos, rentas y
contribuciones, nacionalización de algunos servicios, asistencia e instrucción públicas,
vías de comunicación, relaciones entre la Iglesia y el Estado, etc.

Lo que importa es conocer y meditar él procedimiento que ha de aplicarse para realizar


la inmensa obra de rectificación y de renovación sociales de que estamos tratando.

Ustedes preconizan hoy la necesidad de la revolución; yo sigo creyendo en la eficacia


de la evolución. Ustedes abogan ahora por los métodos draconianos; yo insisto en dar
mi preferencia a los republicanos, métodos que no excluyen ni la eficiencia ni la
energía.

Procuro vivir enterado de lo que pasa, no sólo en Colombia, sino en el resto del mundo;
y, hasta donde mis facultades me alcanzan, trato de sacar de ese conocimiento lecciones
que me aprovechen a mí y a mis semejantes. Creo advertir que, pasada la guerra
mundial, han quedado los hombres —quizá como consecuencia de la misma guerra—
viviendo una vida de imperialismo, de fuerza y de violencia. Fundándose siempre en el
eterno error de que se es dueño de la razón y de la verdad absolutas, los más fuertes
están imponiendo sus puntos de vista por medio de procedimientos draconianos: el
Japón en la China, en Corea y en Siberia; Polonia en Rusia; Italia en lo que excede de
sus provincias irredentas; Francia en África y en Alemania; Inglaterra en la India, en
Egipto y en Irlanda; los Estados Unidos en las Antillas, Centro América y Colombia.
¿Qué más? Los mismos Estados Unidos, en aquel país en donde todos los hombres
estábamos acostumbrados a ver irradiar’ ’la Libertad iluminando al mundo", se repiten
constantemente los atentados contra la libertad del pensamiento, de asociación, de
elegibilidad, de locomoción, hasta el punto de que un grave periódico inglés (The New
Statesman), al estudiar esta situación, exclama: "La campaña presidencial puede ser una
purga social (para esos procedimientos draconianos). Al menos, así lo esperamos,
porque debido a su conducta interna en los últimos diez y ocho meses, los Estados
Unidos escasamente pueden ser mirados por el mundo como un país civilizado".
¿Estará Colombia amenazada de que a ella también la invada una ola de coacción y de
draconianismo? Dios no lo quiera; pero lo hacen temer algunas prácticas y doctrinas de
los gobernantes (véanse el 16 de marzo, los sucesos de Ibagué, y sus comentarios
conservadores), y la impaciencia, acaso el brío, de algunos gobernados.

Lo cierto es que siempre será conveniente, y más que conveniente, necesario, que
queden individuos y agrupaciones que se interpongan como un algodón sedante entre
los partidos y entre las creencias, entre mandatarios y mandantes, entre el capital y el
trabajo... dondequiera que haya dos fuerzas contrarias que amenacen destruirse. Ahora,
es indudable que conviene y es preciso imprimir mayor celo y, si se quiere, mayor
actualidad a nuestras actividades políticas, con lo que estoy enteramente de acuerdo con
ustedes; pero en el orden de las ideas que he apuntado. La próxima renovación del
Poder Ejecutivo —cuya discusión, a mi ver, se ha festinado— es una ocasión propicia
para acelerar el rumbo, ya que no para variarlo ni torcerlo, según lo que llevo expuesto.

Es más, admito que lo que hoy llamamos partido republicano varíe su programa
accidental o sustancialmente, o que adopte el de cualquiera de las otras agrupaciones
políticas en que están divididos los colombianos; pero no creo que ni ustedes ni yo
tengamos facultades para hacerlo, si bien es verdad que tampoco nos las estamos
arrogando.

Ello seria de la competencia de una Convención Republicana, en que estuviesen


debidamente representados los republicanos.

Querría decir —y eso es consustancial a nuestro programa— que los miembros de ese
partido quedaríamos en plena libertad de aceptar o no la plataforma de la Convención,
porque el republicanismo dejaría que los miembros delegaran en cualquier individuo o
entidad, incondicionalmente, la facultad de pensar. Podemos y debemos ofrendar a la
disciplina los puntos accidentales, pero los principios fundamentales no.

Viniendo ahora a la práctica de los procedimientos que pueden adoptarse para el


momento actual, doy a ustedes mi opinión gustosamente.

Convendría que en una época próxima, de aquí a diciembre, se reunieran en esa capital
sendas convenciones de los partidos progresistas, en que estén genuinamente
representadas las ideas de cada agrupación. La reunión de las convenciones debe
coincidir en la época de sus sesiones, y las Asambleas tratarán de ponerse de acuerdo en
los puntos principales de la política general y de su venidera campaña presidencial.

No creo difícil que, dados el patriotismo y la buena fe que han de inspirar a esas
convenciones, pueda acordarse un programa común para el próximo debate electoral,
sin perjuicio de que cada uno de esos cuerpos exponga y desarrolle el suyo peculiar.

Ruego a ustedes que perdonen lo extenso de esta exposición, en gracia de la capital


trascendencia que tienen los puntos tratados en la carta de ustedes a que ella se refiere.

Soy de ustedes afectísimo servidor y leal amigo,

Carlos E. Restrepo
MENSAJE DE BENJAMÍN HERRERA
A LA CONVENCIÓN DE 1922 Y
PROGRAMA
Abril de 1922

Esta asamblea nacional del liberalismo, reviste particular importancia, pues ella definirá
la política y la conducta de ese partido, prácticamente hasta hoy.

La época nos muestra un país convulsionado políticamente, con la agitación social al


orden del día. Diversas huelgas ha tenido que enfrentar el gobierno de Suárez, huelgas
impulsadas ardorosamente por los socialistas, que acababan de realizar su segundo
congreso en Honda. Para 1921, el republicanismo yace pasivo sobre sus cenizas y sus
antiguos dirigentes comienzan a hablar de la unión liberal.

La cercanía del próximo debate electoral, ha tensionado a los partidos políticos, urgidos
por encontrar candidatos para la contienda. El conservatismo manifiesta agudas
contradicciones a su interior, al lanzarse simultáneamente varias candidaturas; Pedro
Nel Ospina por el gobierno; José Vicente Concha, quien aspira a un segundo período
presidencial y Alfredo Vásquez Cobo, quien se ha manifestado en contra del gobierno
de Suárez, en abierta oposición. Del otro bando, un grupo de liberales proclama la
candidatura del General Benjamín Herrera por su partido. Sin embargo, también el
liberalismo se debate en crisis a causas de profundas desavenencias internas.

A todas estas, Suárez; presionado por una serie de graves acusaciones en su contra,
renuncia a la presidencia, encargando de ella a Jorge Holguín. Inmediatamente, se
iniciaría en la Cámara un juicio a Suárez, en base a las acusaciones hechas.

En febrero de 1922, Benjamín Herrera, convoca una reunión nacional del liberalismo,
que se realizará en abril, donde se deberían tratar tres aspectos fundamentales: la unión
liberal; adoptar un programa político y elegir un candidato para las próximas elecciones.

Al instalar la asamblea en Ibagué. Benjamín Herrera dirige un mensaje a los


delegatarios, para expresar su pensamiento acerca de la situación. Inicialmente renuncia
a la dirección del partido liberal, para permitir la elección de una nueva Junta Directiva
Nacional. En su análisis político, considera que el liberalismo es la fuerza mayoritaria
del país, no dejada expresarse en el gobierno, por la política discriminatoria del
conservatismo, a pesar de los ingentes esfuerzos hechos por él, para lograr acuerdos con
ese partido. Se queja de la falta de apoyo a las tesis liberales, por parte de socialistas y
republicanos.

Pero se abstiene Herrera, de fijar orientaciones claras como las circunstancias lo


exigían, delegando en los convencionistas esa responsabilidad. Insiste sin embargo, en
algunos puntos que a su juicio debe adoptar un programa liberal: nueva reforma
electoral, y educación pública y gratuita para todos los colombianos. Sugiere finalmente
algunas directrices para la mecánica electoral que deberá seguirse en los próximos
comicios.

Una vez instalada la asamblea y desarrollada la discusión propuesta, el partido liberal


adopta un programa político, importante en la medida que orienta toda la conducta del
liberalismo hasta hoy. Del programa sobresalen los siguientes puntos: legalización de
títulos para los campesinos que ya tienen tierra y para colonos; reforma electoral;
igualdad civil para todos los colombianos; fomento a las obras públicas; reorganización
del Ministerio de Agricultura, especialmente para atender a los territorios nacionales;
supresión de derechos civiles a miembros de las fuerzas armadas; expedición de
medidas de bienestar social para los obreros, reforma al concordato; fomento y mayor
introducción de crédito exterior; nacionalización de servicios públicos; creación del
Ministerio de Salud; extensión y ampliación de los poderes del Congreso y expedición
de una ley del servicio civil. Firman este programa: Simón Bossa, Ramón Neira,
Alejandro Hernández y Benjamín Herrera.

Finalmente, la convención elige al General Benjamín Herrera como candidato del


liberalismo, para enfrentar al General Pedro Nel Ospina, candidato del partido
conservador.

MENSAJE DE HERRERA A LA CONVENCIÓN

Ibagué, marzo 29 (16) *

Señores delegados:

Os presento el más respetuoso saludo, y en nombre del liberalismo os doy las gracias
por la manera admirable como habéis respondido a su llamamiento. Representáis la
genuina opinión de nuestros amigos de toda la república, conocéis por estudio personal
y directo la situación en que ellos se encuentran en los distintos lugares, y estáis por eso,
y por vuestras capacidades y merecimientos, en condición excepcional para .marcar al
liberalismo rumbos de acción acertados y eficaces, que éste seguirá con entusiasmo y
disciplina.

Ante las reiteradas exigencias de la anterior Convención Nacional y de diversos comités


y directorios, acepté, contra mí deseo, el cargo de director del partido, y quise con ello
tan solo ocupar el puesto de trabajo y de responsabilidad que éste quiso señalarme, pero
me apresuro a depositar en vosotros la totalidad de los poderes de que fui investido,
para que procedáis a reorganizar la Dirección Nacional del partido, en la forma que
juzguéis más conveniente y oportuna.

Nada que vosotros no sepáis podré deciros acerca de la política liberal en los últimos
meses. Realizada el año pasado la unión del partido, congregados todos sus elementos
en torno de la antigua bandera, ha recobrado el liberalismo una cohesión y pujanza
digna de los mejores tiempos de su gloriosa historia, y puede afirmarse que se presenta
hoy como la fuerza de opinión más poderosa que exista en el país, predominante en la
inmensa mayoría de los centros cultos, arraigada en el corazón del pueblo, que nos
acompaña con noble lealtad, desinterés y decisión incomparables, apoyada por las altas
clases, que ven en las ideas y prácticas liberales la mayor esperanza de redención
nacional.
Esa es, señores delegados, la colectividad compacta, consciente de su fuerza, que tenéis
ante vosotros y de cuyos destinos vais a decidir.

Sabéis bien, cómo a pesar de todos nuestros leales esfuerzos, fue imposible una
coalición con elementos avanzados del conservatismo, que hubiera obtenido una sincera
unión electoral de todos los elementos progresistas en tomo de un moderado programa
común que habría podido salvar a la república de mayores males. No ignoráis cómo la
Convención conservadora se apresuró a lanzar ella sola, y sin acuerdo ninguno con otras
agrupaciones, un muy respetable y digno candidato conservador, y cómo fue imposible
obtener el lanzamiento de un programa completo que justificara nuestro apoyo. En esas
condiciones, no se trataba ya de coalición sino de simple adhesión, fórmula del todo
incompatible con el decoro y la independencia de nuestro partido.

Desechada esa posibilidad, la Convención Nacional resolvió que el partido fuera a las
urnas con un candidato propio, y para ese efecto, haciéndome un honor que me abruma
y que sobrepasa cuanto yo haya podido hacer por nuestra causa, escogió mi nombre, y
puedo decir que me impuso la aceptación de una candidatura rechazada por mí con la
más sincera insistencia,

Con gran acierto la Convención invitó de manera cordial a los elementos republicanos y
socialistas a acompañar al liberalismo en la lucha electoral, y aunque los Directorios
Supremos de esas agrupaciones decidieron mantenerse neutrales, la gran mayoría de
quienes ellas forman parte trabajaron por el candidato liberal y por las ideas que éste
representaba con energía, decisión y lealtad, que las hace acreedoras a la gratitud de
todo liberal, especialmente de quien tiene en este momento el honor de hablaros.

En cuanto al liberalismo, vosotros sois testigos de su esfuerzo prodigioso, que superó a


todos los cálculos y que lo mostró como nunca, lleno de vida y de entusiasmo.
Personalmente, no tendría palabras para expresar la gratitud infinita que siento hacia
quienes en torno de mi nombre lucharon de tan gallarda, tenaz y en no pocos casos
heroica manera; pero, sin que ello atenúe en forma alguna mi reconocimiento,
comprendo que el fin de tan titánicos esfuerzos no era un nombre sino una idea, y quien
mereció tan maravillosa exhibición de fuerza, de disciplina y de entusiasmo no fue un
candidato, sino cuanto se simboliza en la política y en la doctrina liberal. Espero que
este augusto Cuerpo, auténtico personero del liberalismo, dará su autorizada voz de
sincero aplauso a los millares de nobilísimas mujeres colombianas, que con el apoyo de
su valiosa adhesión, realzaron el debate electoral, poniéndole un sello del más puro
patriotismo.

En el curso de este intenso debate fueron por desgracia víctimas de inicuos atropellos
algunos de nuestros amigos, y cumplo con el deber de consagrar a su memoria un
respetuoso recuerdo y con el de renovar la expresión de hondísimo pesar que causó su
trágico fin. Entre los crímenes ocurridos tiene espacialísima gravedad el de que fue
teatro la ciudad de Salazar de las Palmas, tanto por la calidad de las víctimas, algunas de
ellas jóvenes meritísimos que honraban a la patria y al partido, como por los caracteres
de salvajismo y de ferocidad que revistiera tan atroz delito. Estos hechos altamente
deplorables, contra los cuales el liberalismo sostiene permanente protesta, y la
impunidad que hasta ahora ha cobijado a sus autores, han creado una situación
delicadísima, especialmente en el Norte de Santander, y sobre ella me permito llamar
vuestra atención de modo encarecido.
El resultado probable de los escrutinios demuestra que fue vano tan intenso y legítimo
empeño. Mejor que yo sabréis vosotros las condiciones en que se desarrolló el debate, y
os toca resolver cuál debe ser ante todo eso la línea de conducta del partido que
representáis. A más de las medidas tendientes a consolidar la unión del partido, a
perfeccionar su organización en todas las regiones del país en la forma más democrática
posible y a crear entre sus miembros lazos de solidaridad sincera, os corresponde la
tarea de echar bases prácticas y efectivas para la creación del fondo liberal que permita
intensificar los trabajos del partido y el desarrollo de iniciativas que muchas veces se
malogran por falta de recursos. Me parece éste uno de los puntos esenciales de vuestras
labores, y sobre él llamo respetuosamente vuestra atención.

Punto delicado y trascendental es el de la participación del liberalismo en el Poder


Ejecutivo y en los gobiernos departamentales, y aunque, como es obvio, en los actuales
momentos él no se plantea ni podría plantearse, es preciso que acerca de él deis normas
claras, que estoy seguro se conformarán a lo que aconsejen el decoro y la independencia
de la comunidad, que en ningún caso podría seguir siendo causa de sus adversarios en
gobiernos que atropellen el derecho o sean indiferentes a las altas conveniencias
públicas.

Diferencia indiscutible hay entre los empleados del servicio público que se costean con
los fondos de un Tesoro por todos pagado, y en los cuales no debe regir sino la
competencia y la probidad, como que se trata de trabajos secundarios para desempeñar a
los cuales todo ciudadano tiene derecho, y aquellos altos puestos que tienen carácter
directivo y llevan envuelta responsabilidad en la manera como se manejan los asuntos
públicos. Respecto de estos últimos, su aceptación o rechazo no puede ser indiferente a
la política liberal, y debéis fijar sobre ese particular normas que correspondan a los
anhelos y necesidades del partido.

Me parece indispensable que la Convención encarezca como uno de los puntos


esenciales del programa liberal el de una reforma electoral justa, que permita la libre y
exacta representación de todos los distintos partidos o corrientes de opinión que a ello
tengan derecho y que, además, garantice la verdad en el sufragio, evitando los fraudes
que hoy lo convierten en una irritante farsa, controlando y protegiendo la personalidad
del elector, y dando al poder electoral la imparcialidad y equidad que lo harían digno
del respeto de que hoy totalmente carece.

He sido partidario de que se adopte en nuestras filas y para las campañas electorales, el
sano principio de que no puedan figurar como candidatos los miembros de los
respectivos Directorios, práctica usada ya con buen éxito en algunos lugares, y que
tiende a dar a los dirigentes el prestigio y la autoridad que da el desinterés evidente. Así
mismo considero conveniente delegar en los Directorios la designación de los
candidatos, previa consulta a los Directorios y Comités Seccionales, y acatando la
opinión que éstos exterioricen. Me parece este sistema más adecuado para reflejar la
verdadera opinión de los pueblos, que el de Asambleas que muchas veces se prestan a
intrigas de todo género, y en que los delegados pueden muchas veces trabajar en forma
distinta del querer de sus comitentes. Una inteligencia directa entre los Directorios, un
escrutinio hecho por éstos, sobre las tendencias que se manifiesten, daría quizás
mayores probabilidades de acierto. Sobre este importante asunto, me permito someter a
vuestra consideración, un proyecto de acuerdo.
La Convención Departamental, que en esta misma ilustre ciudad se reunió hace un año,
echó en proposición muy discreta y elocuente, las bases de la actividad social del
partido, al llamar a su seno a los elementos socialistas momentáneamente alejados, y os
ruego prestar a este tópico la mayor atención. Las clases populares son la base misma
del liberalismo, son sangre de su sangre, y en nuestra patria están ellas en un estado de
inferioridad evidente, y apenas de nombre conocen reformas e instituciones que en
pueblos más afortunados son ya realidades que dan al obrero protección y garantías
efectivas. El partido debe escribir en su programa esas reformas, adaptadas a nuestras
posibilidades y circunstancias, y debe dar a sus voceros en Congresos, Asambleas y
Municipalidades, como misión principal, la de luchar por ellas incansablemente hasta
sacarlas adelante. Así lo manda la justicia y así lo reclama el verdadero sentido del
liberalismo moderno.

Importancia no menor tiene el fomento de la instrucción casi monopolizada en


Colombia por quienes, a pesar nuestro, se empeñan en ser nuestros peores enemigos.
Elemental sentimiento de defensa impone la creación y sostenimiento de escuelas y
colegios no inficionados con la pasión sectaria, y que den a las nuevas generaciones la
orientación científica y libre indispensable para que no quedemos rezagados en el
mundo contemporáneo. Bien comprendéis, señores delegados, que este nobilísimo
propósito no podrá realizarse careciendo de los fondos necesarios que debe sufragar el
partido. Y rezagados nos hemos quedado por la culpa de una política rutinaria, inspirada
no pocas veces en sentimientos de intolerancia y de irrespeto al derecho y con la cual el
país yace en la miseria y el atraso, por falta de sistemas nuevos, de ideas y prácticas
renovadoras que se inspiren en sentimientos de justicia, por falta de un patriotismo
creador capaz de impulsar a la nación por amplias vías de libertad y de progreso.
Corresponde esa tarea al partido liberal, y él ha demostrado que ya tiene fuerza
suficiente para llevarla a cabo.

Vosotros sabréis trazar a grandes y precisos rasgos los lineamientos de nuestra política
futura, los caminos por donde pueda ir el liberalismo al poder, a realizar desde allí los
anhelos nacionales; a colocar a la patria en el sitio que le corresponde, y del cual, por
desgracia para ella y para nosotros, está hoy tan lejos. Yo confío plenamente en que el
liberalismo acatará y obedecerá vuestras decisiones, y estoy seguro de que ellas serán
fruto del muy sereno y hondo estudio y de la atenta y reflexiva consideración de todas
las cuestiones que van a resolverse, y cuya importancia excepcional no se oculta a
vuestro ilustrado criterio.

Por último, señores delegados, reitero, de manera ’expresa, la renuncia de la Dirección


del partido, con que he sido honrado, en la seguridad de que desde mi puesto de soldado
estaré, en donde quiera que me halle, listo a continuar rindiendo a la patria mi modesta
pero decidida cooperación, en la obra del mejoramiento, del progreso y de la defensa de
la causa liberal. Queda, señores delegados, instalada la Convención Nacional del partido
liberal.

B. Herrera

PROGRAMA LIBERAL DE 1922 (17) •

La Convención Nacional del partido liberal, siguiendo las normas de la última época
que acreditan a nuestra colectividad como un partido civil y de administración,
recomienda al pueblo colombiano, y especialmente al liberalismo, las siguientes bases
de acción y de aspiraciones políticas:

Art. 1°. Reforma de la ley electoral en la cual aparezcan y queden como disposiciones
esenciales, las siguientes:

a) Levantamiento del censo nacional de una manera científica por técnicos extranjeros;

b) Adopción de un sistema que garantice la representación proporcional de todos los


partidos de una manera equitativa y Justa;

c) Necesidad de la cédula personal, sin la cual no podrá votar ningún ciudadano;

d) Elecciones directas o de primer grado para la formación de los concejos municipales,


e indirectas o de segundo grado para diputados a la asamblea y de representantes y
senadores;

e) Que se obtengan sanciones efectivas y rápidas para castigar a los empleados o


corporaciones electorales que se nieguen a dar las copias, cédulas y demás documentos
que la ley ordena expedir a quienes lo soliciten, y que los jurados que forman la lista de
electores funcionen permanentemente desde el día de su instalación hasta las elecciones
inclusive.

f) Que no puedan ser elegidos electores ni para puestos de elección popular los
individuos que no sepan leer y escribir;

g) Que las divisiones electorales correspondan con las divisiones políticas y


administrativas y que se descentralice el poder electoral;

Art. 2°. Igualdad civil de todos los colombianos en el sentido de que desaparezcan los
fueros y privilegios constituidos por la actual legislación en beneficio de los sacerdotes
y de los militares.

Art. 3°. Descentralización administrativa y política. En consecuencia elección de


Presidente de la República por el Congreso; de los gobernadores por medio de ternas
presentadas al Ejecutivo por las asambleas departamentales y de los alcaldes por el
pueblo mismo. Separación de las rentas y gastos departamentales y nacionales, libertad
para los departamentos de aplicar sus recursos a las necesidades seccionales, pudiendo
mancomunarse varios departamentos, lo mismo que varios municipios, para emprender
obras públicas que les interesen conjuntamente.

Art- 4°. Reforma del sistema tributario sobre bases científicas, y si es preciso, con la
colaboración de técnicos extranjeros en la materia, de modo que el peso de las
contribuciones no recaiga sobre determinadas clases sociales.

Art. 5°. Conversión del papel moneda y prohibición absoluta de nuevas emisiones de
signos inconvertibles, cualquiera que sea la forma y nombre que se les de.

Art- 6°. Reforma de la instrucción secundaria y profesional sobre bases científicas y


prácticas, para que corresponda a las necesidades nacionales y a los principios de la
pedagogía moderna. Autonomía universitaria. Difusión de la enseñanza primaria, que
debe ser obligatoria. Nacionalización de esta enseñanza. Prohibición de que la historia
de la patria se enseñe en las escuelas por maestros extranjeros y con textos que no sean
escritos por ciudadanos colombianos,

Art. 7". Fomento de las vías de comunicación, especialmente de los ferrocarriles y


carreteras automoviliarias, con obligación para los departamentos de destinar un tanto
por ciento de sus rentas a este objeto. Protección decidida a la navegación aérea.

Art. 8°. Lucha contra el alcoholismo y supresión del arbitrio rentístico consistente en
explotar las bebidas embriagantes. Supresión de los juegos de suerte y azar.

Art. 90, Reorganización del Ministerio de Agricultura y Comercio o creación de una


sección de colonización, destinada exclusivamente a la organización de los territorios
del Caquetá, Putumayo, Casanare y los demás que se encuentren en condiciones
análogas, sobre las bases siguientes:

a) Sostenimiento en cada una de esas secciones de una fuerza suficiente para mantener
el orden y presentar seguridad a los colonos que en ellas se establezcan y a los indígenas
de esas regiones;

b) La creación en cada comisaría de una oficina integrada por un ingeniero, un médico y


un farmacéutico para atender a las necesidades coloniales;

c) La creación de una legislación especial que reglamente la colonización de esos


territorios y comprenda un sistema de primas por extensiones cultivadas de treinta
hectáreas para arriba, las cuales se pagarán con bonos amortizables destinados al efecto;

d) El fomento de la navegación en los ríos que lo permitan;

e) Que en puntos convenientes se establezcan colonias penales y agrícolas;

f) Creación del departamento del Chocó y fomento de sus vías de comunicación con el
interior del país.

Art. 10°. Establecimiento del registro obligatorio del estado civil de las personas, por
funcionarios civiles de la república.

Art, 11°. Reforma fundamental y científica del Código Penal y de los actuales sistemas
penitenciarios.

Art. 12°. Supresión del voto del ejército y demás cuerpos armados. Nacionalización
efectiva del ejército.

Art. 13°. Reforma del Concordato en un sentido favorable a la independencia y


soberanía del poder civil; acuerdo para que el Presidente de la República no pueda
presentar ternas para la elección de obispos sino formadas de ciudadanos colombianos
de nacimiento, y redención definitiva de la deuda contraída por el Estado a favor de la
Iglesia.
Art-14°. Defensa y protección de las clases obreras y con ese objeto persistente e
intenso esfuerzo para obtener el mejoramiento efectivo de su condición, y para
reconocerles en la práctica y en la ley las garantías y los derechos que en todas las
sociedades cultas les corresponden. Para este fin, el partido consagra como aspiraciones
suyas, las siguientes, cuya completa realización es una de sus esenciales misiones:

a) Organización eficiente de la asistencia pública como servicio esencial en la


organización social, y en forma que proteja debidamente y dentro de un criterio de
justicia, de utilización y de progreso social a las clases proletarias y en especial a la
infancia desvalida y a los que se encuentren sin recursos después de una vida de trabajo;

b) Intensificación, hasta el extremo que permitan los recursos públicos, de las campañas
sanitarias que liberten al pueblo de los males que le abruman y contrarresten con los
recursos de la ciencia moderna, los estragos causados por el clima y el medio, y
especialmente por enfermedades como la anemia tropical, el paludismo, la tuberculosis
y la sífilis;

c) Habitaciones obreras, a cuya realización debe atenderse preferentemente y de manera


práctica y rápida. Aplicación enérgica y constante de las disposiciones existentes sobre
higiene y salubridad de los locales que se arriendan a las clases trabajadoras;

d) Creación de la Oficina del Trabajo;

f) Fomento de la instrucción técnica, estableciendo escuelas de artes y oficios, que den a


los obreros los conocimientos que indica la industria moderna y la instrucción cívica
que inculque a todos el conocimiento claro de sus derechos, de sus deberes y de su
dignidad de ciudadanos de una república independiente y democrática;

g) Legislación sobre propiedad territorial y colonización con auxilio del Estado,


garantizando la adquisición y estabilidad de la pequeña propiedad;

h) Reglamentación y efectividad de la indemnización por los accidentes de trabajo,


declarando imprescriptibles las acciones y sin limitación de jornales y sueldos, para el
reconocimiento del derecho correspondiente, y aplicando, de acuerdo con nuestras
circunstancias y posibilidades, las teorías de la acción social moderna:

i) Fijación de jornales mínimos, descanso hebdomadario, horas de trabajo y, en general,


un Código que reglamente el arrendamiento de servicios;

j) Reglamentación del trabajo de las mujeres y de los menores;

k) Nombramiento de abogados de pobres en todos los municipios, y reforma de la


legislación judicial en beneficio del pequeño capital, para juicios de sucesión,
particiones, etc.

1) Reglamentación del arrendamiento de predios rústicos, de manera que queden


garantizados los derechos y obligaciones del arrendatario, y no esté a merced de los
arrendadores;
m) Supresión del servicio personal subsidiario, con prohibición de reemplazarlo por
contribuciones equivalentes, y de la policía municipal obligatoria y gratuita;

n) Establecimiento del arbitraje obligatorio para la solución de las huelgas, y reforma de


la ley actual en el sentido de permitir la libre representación de los huelguistas, previos
poderes debidamente expedidos;

ñ) Fundación de bibliotecas populares y casas del pueblo, en donde éste encuentre


centros de esparcimiento honrado y de práctica instrucción;

o) Garantía de la inviolabilidad de los hogares, de manera que no puedan ser allanados


por ningún pretexto, sino mediante condiciones y en los casos previstos por la ley;

p) Fomento del ahorro popular en forma que garantice los fines a que debe responder la
fundación de las Cajas de Ahorro.

Art. 15". Conservación de las riquezas nacionales, restringiendo la adjudicación de


baldíos y revocando las concesiones hechas bajo condiciones que no se hayan cumplido,
y tratar de recuperar las tierras adjudicadas que no se cultiven dentro de los 30 años
posteriores a la ley que tal cosa disponga. Protección de los colonos que siquiera por
dos años continuos, hayan incorporado su trabajo a las tierras baldías.

Art. 16", Fomento del crédito exterior en el sentido de facilitar la inversión del capital
extranjero en el país, y desarrollo de los servicios públicos por medio de empréstitos
con destino a las obras nacionales, departamentales o municipales.

Art. 17°. Nacionalización de los servicios públicos, e intervención del Espado, en


cuanto tienda a una más equitativa distribución de los bienes naturales, y a impedir los
monopolios y privilegios que puedan afectar a la comunidad.

Art. 19°. Reforma legislativa que mejore la condición civil de la mujer casada, y que en
general asegure a la mujer en la vida social el alto y libre puesto que le corresponde.

Art. 20". Creación de un Ministerio de Higiene y Salubridad, especialmente encargado


de velar por la salud del pueblo, en el cual se centralicen todos los servicios
correspondientes al fin que se persigue.

Art. 21°. Extensión y ampliación de los poderes del Congreso, facultándolo para dar
votos de censura que tengan como consecuencia la dimisión de los ministros que sean
objeto de ellos.

Art. 22°. Expedición de una ley sobre servicio civil, en forma que garantice los derechos
de los empleados subalternos, y los ponga a cubierto de las intrigas y de la arbitrariedad
o sectarismo de sus superiores.

Dado en Ibagué, a 2 de abril de 1922. El Presidente, Simón Bossa. El primer


vicepresidente. Ramón Neira N. El secretario, Alejandro Hernández Rodríguez.
Auténtico, B. Herrera".
CARTAS DE ALFONSO LÓPEZ
PUMAREJO A NEMESIO
CAMACHO
Abril y mayo de 1928

A mediados de 1926 se posesiona del gobierno Miguel Abadía Méndez, conservador del
grupo de los ’’históricos", y quien se había presentado como único candidato en las
elecciones pasadas. Abadía, un inepto estadista, pronto se vio colmado de conflictos
surgidos a cuenta de su ineficaz administración. A lo anterior, se sumaba la intensa
actividad de los socialistas, una nueva organización política, que divulgaba sus
programas especialmente entre la clase obrera. Fruto de este trabajo, eran las dos
huelgas realizadas por los trabajadores de la Tropical Oil Co., el paro de braceros del río
Magdalena y el movimiento cívico de Barrancabermeja. De otro lado, crecía
desmesuradamente la miseria de las masas, a cuyas peticiones, Abadía respondía con los
fusiles del ejército.

Para abril y mayo de 1928, la situación se ha agudizado críticamente, y un nuevo


movimiento obrero, que daría el empujón final a la hegemonía conservadora, comienza
a gestarse: la huelga de los trabajadores de la United Fruit Co.

Así las cosas, López dirige estas dos misivas al jefe del liberalismo, para trazar
orientaciones tácticas claras, que permitan al partido, hacer frente a su tradicional rival
en agonía, y contrarrestar la labor socialista, que les quita votos y audiencia entre las
masas obreras, clase estratégicamente clave para los proyectos políticos liberales del
futuro.

En primer lugar, López Pumarejo aboca el problema de la Dirección Nacional del


partido, acusándola de ser la culpable del anquilosamiento en que se ha venido
sumiendo el liberalismo, como consecuencia del estilo militar impuesto por los jefes,
antiguos caudillos militares. Afirma que el liberalismo es un partido civilista y mal
puede, entonces, estar dirigido por militares. Exige por tanto, democratización de sus
estructuras internas y recambio de las figuras dirigentes, para permitir a los jóvenes,
orientar de otra manera a la colectividad.

Al analizar la situación del gobierno, indica López, la pronta e inevitable caída de la


hegemonía conservadora, caracterizada por la corrupción, el nepotismo, los malos
manejos y el burocratismo, manifestados con singular crudeza durante el gobierno de
Abadía Méndez. La alternativa al conservatismo, señala, es el ascenso al poder del
partido liberal, pero esto no será posible, si en su programa no se incluyen algunos
puntos destinados a mejorar mínimamente la vida material de los obreros, y por tanto,
propone algunas reformas reivindicativas, para captar la atención de los proletarios, más
susceptibles en ese momento a las arengas encendidas de María Cano, que a las
demagógicas proclamas del liberalismo.
Luego, solicita al jefe del partido, que encabece un movimiento destinado a renovar el
aparato partidario y a reformar el programa liberal, para que se puedan sacar adelante
los objetivos por él propuestos. Exige finalmente, que el jefe y la dirección del partido
se manifiesten claramente sobre sus tesis y actúen en consecuencia; o aceptan y siguen
adelante o renuncian.

La ciudad, abril 25 de 1928 (18)

Señor don Nemesio Camacho. E.L.C.

Estimado amigo:

María Cano, o mejor dicho, la agitación social de que ella es instrumento o símbolo
transitorio, me trae a escribir a usted esta carta, informada en el deseo de participar en el
estudio de uno de los más inquietantes problemas nacionales de la hora actual.

El Congreso ha sido convocado con urgencia, intempestivamente, a sesiones


extraordinarias y hay muchos motivos para creer que el Poder Ejecutivo habrá de
solicitar autorizaciones muy amplias, tal vez discrecionales, para reprimir y castigar o
suspender la propaganda de ideas económicas, políticas y sociales que chocan abierta,
decididamente, con las que los beneficiarios del orden establecido al amparo de las
bayonetas conservadoras ha dado en juzgar insustituibles y más convenientes para el
progreso de la república. El gobierno está alarmando a la nación, activamente. Una
buena mañana el director general de la policía anuncia que es necesario estar en guardia
para defender a la sociedad de las maquinaciones de los revolucionarios. En seguida el
Ministro de Guerra declara que tiene en su poder las pruebas inequívocas, irrefragables,
de que en Colombia existe un partido comunista revolucionario, y en tono de
admonición agrega: "No sólo existe, sino que se mueve, se agita, se organiza, recibe
apoyo nacional y extranjero, consigue elementos y máquinas de destrucción, conspira y
se halla en acecho de la ocasión propicia, para producir, si Dios y el gobierno lo
permiten, una desastrosa conflagración de carácter social". El espectro comunista ha
sido llamado, en vísperas de la reunión de las cámaras legislativas, a ocupar el centro de
nuestro escenario político. Las cárceles están abiertas, aguardando a los enemigos del
régimen. La paz, la propiedad, la religión, están otra vez en peligro, al decir de nuestros
mandatarios; y la prensa no duda, no quiere dudar, de la seriedad de las declaraciones
oficiales. El país está hondamente preocupado; hay turno para otro hombre
providencial.

Esta emergencia ofrece a los hombres de ideas avanzadas una nueva oportunidad para
tratar de constituir un grupo político capaz de asumir la responsabilidad de continuar la
misión del partido liberal depurándolo de los vicios antidemocráticos que adquirió bajo
la dirección de sus jefes militares, y si esto no fuere posible ahora, para empujar a los
numerosos elementos reaccionarios que nacieron y han vivido afiliados al liberalismo,
sin saber qué significa éste o qué debe perseguir en cada nueva etapa de su actividad,
hacia las comodidades del conservatismo imperante o hacia las vicisitudes del
desarrollo del partido socialista en Colombia. Porque las ideas liberales quieren la
realidad y aceptan tranquilamente sus consecuencias, en los días en que se abren paso
victoriosas, como en los que sufren eclipse, y en este trance de la vida nacional en que
la fuerza y la violencia principian a recobrar entre nosotros su antiguo prestigio para
arrestar las reivindicaciones populares, los representantes de tales ideas se deben
congregar y aprestarse para defenderlas, defendiéndolas con entera claridad y
renunciando al apoyo de cuantos no las entiendan y no las amen de verdad; o deben
resolverse a confiar a otros, más animosos y desinteresados, la ardua tarea de sostener la
lucha contra el privilegio, en busca de una distribución menos inequitativa que la actual
del poder económico y político.

Yo estoy seguro de que usted también querrá invitar al país a investigar las causas de la
revolución social que desvela a los guardianes de la hegemonía conservadora y parece
excitarlos a desandar el camino por donde alcanzaron la adhesión del partido liberal,
después de ensayar inútilmente, durante largos años, el sistema de represión. Con el
pretexto de impedir que sean difundidas en Colombia las ideas fundamentales del
bolcheviquismo ruso, se pretende, o se puede tratar, de restringir la libre expresión del
pensamiento, en el mismo instante en que la inveterada incapacidad administrativa del
régimen comienza a ser a todas luces tan evidente para sus amigos como para sus
enemigos; y lejos de ser improbable, es propio de la fragilidad de nuestra memoria y de
nuestra torpe índole política, que un gran número de liberales, olvidando los atropellos y
vejámenes de que fue víctima nuestra comunidad antes de que los gobiernos
regeneradores se allanaran a darle representación en las corporaciones públicas y sitio
de honor en la mesa del presupuesto, se unan y confundan con los conservadores en el
empeño de negar acceso en las instituciones y en la administración a las ideas y a los
hombres de otras tendencias políticas. No son pocos los liberales que piensan y sienten
como los conservadores ante lo que ellos llaman la amenaza comunista. Un egoísmo
estúpido puede llevarlos a oponerse juntos al desarrollo del socialismo, como en los
años que siguieron al quinquenio de Reyes los llevó a combatir sin tregua ni descanso al
partido republicano.

Esta es la cuestión. ¿Vivimos realmente en el mejor de los mundos? Nos lo ha


asegurado tantas veces el doctor Pangloss, que muchos conservadores y la gran mayoría
de los liberales del país han acabado por creerlo. Para ellos, la Arcadia está aquí, y sus
más felices moradores son los desheredados de la fortuna: los campesinos, los peones,
los pobres artesanos, carecen de todas las ventajas de la vida civilizada, pero no les
hacen ninguna falta: no las conocen, no les han sido enseñadas, no aspiran a disfrutar de
ellas. Sumisos en extremo, han vivido durante los primeros cien años de la república
bajo la triple autoridad de sus patrones, de sus caciques y de los curas párrocos, sin que
nada llegase a turbar su esclavitud en tiempo de paz. Vegetaban así, sin esperanzas de
mejorar las condiciones de su existencia, cuando de repente sobrevino la importación de
capitales extranjeros y con ellos el activo desarrollo de las obras públicas y, al favor de
este desarrollo, la movilización del pueblo colombiano. Los siervos de la gleba
abandonaron el corral de sus gallinas, dejaron de pagar diezmos, dijeron adiós a sus
viejos amos y olvidaron el deber de concurrir a las urnas para justificar el fraude
sempiterno a la voluntad popular. Libres de las cadenas de la parroquia, los labriegos
principiaron a experimentar las efusiones de la vida, y ya bajo la impresión de nuevas
condiciones, emancipados de su antigua servidumbre, los encontró María Cano, llamada
la flor del trabajo revolucionario.

María Cano nos ha colocado a usted y a mi, como a los otros liberales de Colombia, que
probablemente alcanzamos a sumar medio centenar, en una posición muy desairada.
Confesémoslo, cándidamente. Nosotros los liberales jamás nos habríamos atrevido a
llevar al alma del pueblo la inconformidad con la miseria. Nos habríamos sentido hasta
cierto punto culpables de la embrutecedora monotonía de su vivir aprisionado, y
habríamos considerado contrario a los intereses de nuestra clase, enseñarles los caminos
de la independencia económica, política y social. ¿Qué mucho, pues, que los
conservadores y los pseudoliberales atribuyan a las doctrinas de Lenin y de Trotsky el
fermento social contra el orden y los intereses creados por ellos, para no reconocer que
María Cano predica la rebeldía contra estos intereses y contra el orden en que descansan
desde la roca escarpada de la injusticia general a que se encuentran sometidas las masas
populares?

Los trabajadores de los campos y las ciudades no creen estar habitando el Paraíso
Terrenal donde los suponen los discípulos del doctor Pangloss. No han tenido la ocasión
de experimentar la felicidad de vivir pobres e ignorantes, al margen del progreso, sin
otra alegría que la de beber chicha, o aguardiente en exceso. Han vivido un siglo en
obligada quietud, estacionarios, aprendiendo a ser resignados y obedientes; pero al paso
que salen a incorporarse en la corriente de la vida activa, van sintiendo nuevas
necesidades y nuevos anhelos; quieren calzarse, vestirse, alimentarse mejor,
entretenerse. Y esto, que es natural, es humano y es conveniente, espanta a los
afortunados.

Con el cambio de clima, de dieta, de horizonte, de circunstancias, ha hecho por fin su


advenimiento el afán del pueblo por mejorar de condición. Es un suceso que los
liberales auténticos debemos saludar con alborozo en franca oposición con los
reaccionarios de todas las tendencias y divisas, que ven en ese afán un peligro para la
república. Sería imperdonable que en esta coyuntura nos faltara sensibilidad moral,
energía o emoción para explicar al país que es desatentado el propósito oficial de crear
en la conciencia pública un ambiente hostil a las aspiraciones de las clases obreras, y
necia la inclinación a sofocarlas por la fuerza, sin detenerse a examinar los elementos de
justicia que ellas reclaman en su apoyo.

No pierden sus bases de equidad las reivindicaciones de los prosélitos del partido
socialista en Colombia, por el hecho de que María Cano o Torres Giraldo, no Ramsay
Mac Donald o León Blum, sea el portador de su bandera. Es una tontería de nuestra
aristocracia intelectual exigir a una clase que puede allegar entre sus mayores agravios
el no haber sido enseñada a leer y escribir, apoderados y defensores menos preparados,
más brillantes, que los malos empleados públicos que viven a expensas de los
contribuyentes ostentando el pomposo título de estadistas. En condiciones muy
adversas, luchando con todo género de resistencias, Uribe Márquez, Torres Giraldo y
María Cano adelantan la organización de un nuevo partido político que lleva trazas de
poner en jaque al régimen conservador; y no es el menor de sus derechos a la simpatía
de los espíritus sinceramente democráticos, el estar sirviendo, en esta hora de confusión
y cobardía, de exponente del descontento general con la incapacidad administrativa de
los encargados de la cosa pública.

El partido liberal está domesticado: limpio de ideas liberales, falto de arrestos para la
lucha política, satisfecho con su porción de prebendas, a gusto en la condición de
partido de minoría. No aspira a alternar con el partido conservador en el poder, ni cree
tener en la actualidad mejor derecho a la confianza del país. En su actividad política
observa hoy las mismas prácticas, adopta los mismos procedimientos y persigue los
mismos fines que su adversario tradicional. Es otro grupo esencialmente burocrático,
pero de menor importancia que el conservatismo, y completamente subordinado a éste.
Ya en 1913, Uribe Uribe consideraba al liberalismo colombiano fatigado por modo
definitivo en la oposición. Años después Herrera quiso llevarlo a ella, y fracasó en su
intento. Ahora usted habrá podido observar en el corto tiempo que lleva de acompañar
al general Bustamante en la dirección, que sería por lo menos muy aventurado esperar
del reducido grupo que acata sus decisiones que se coloque frente al gobierno para
exigirle responsabilidad por su desastrosa gestión administrativa. Yo no extraño que
usted haya guardado absoluto silencio desde que fue llamado con los generales Cuberos
y Bustamante a dirigir la política oficial del partido, pero quiero invitarlo cordialmente a
que regrese del desierto mental a donde se marchó, de brazo con ellos, para que me haga
el favor de decirme cuál es, en su ilustrado concepto, la actitud liberal en este momento
de la revolución económica y social que está cuarteando el edificio conservador y que
promete derrumbarlo, a pesar de todos los cañones que se emplacen en sus grietas; y
también cuál debe ser la actitud de los congresistas liberales ante cualquier proyecto de
facultades extraordinarias al Poder Ejecutivo para reprimir o suspender el ejercicio de
las libertades establecidas, encubierto en arbitrarios planes de defensa social.

Con la excusa de evitar las exageraciones de la propaganda socialista es fácil atentar


contra el derecho de asociación y lograr que se instituyan limitaciones inconvenientes y
peligrosas para la libertad de la prensa, a contento de la opinión irresponsable de
muchas gentes bien intencionadas. Yo creo ver en la conducta de las autoridades un
marcado interés, contrario al interés público, en acallar la oposición derrochando los
dineros nacionales o apagando por medio de la violencia el fuego de la protesta; y creo
entender que la suprema necesidad de la hora que vivimos es el análisis desprevenido de
los graves problemas de diverso orden que conturban nuestra conciencia colectiva y la
crítica desembarazada de los actos y omisiones del gobierno que afectan la suerte del
país. Usted sabe tan bien como yo, o mejor, que una revolución no la hace el primer
demagogo a quien se le ocurra pararse sobre una mesa a predicarla o escribir artículos
subversivos en cualquier hoja periódica. Una revolución necesita fundamentos. Los
malos gobiernos, los abusos del poder, la falta de garantías y libertades, la dilapidación
de los impuestos, las crisis económicas, la necesidad de reformar instituciones caducas
y de asegurar el imperio de los más aptos, son agentes muy eficaces, de inestabilidad
social. El hombre también ha desempeñado papel principalísimo en la historia de los
movimientos revolucionarios de otros pueblos; y aquí parece cosa fácil de discernir que
la papa a doce centavos la libra, la harina a quince, el azúcar a veinte, la carne a treinta y
cinco, la manteca a cuarenta y la mantequilla a setenta, ejercerán más influencia que
María Cano y sus camaradas en la legislación constructiva de los próximos congresos.

Aquí llegamos a otro aspecto fundamental de la cuestión: ¿Vamos los colombianos a


convenir en que se haga el silencio en derredor de la política gubernativa, como
aceptamos que se hiciera en derredor de la política liberal, y a dejar con igual
indiferencia que el país ruede a la ruina, como cayó el partido de Herrera y Bustamante,
creyendo encontrar la salud en la disciplina cuartelaria? ¿Vamos a presenciar impasibles
el espectáculo de un ejército armado hasta los dientes y que no ha servido para defender
las fronteras patrias, listo a fusilar por la espalda al pueblo indefenso, como el 16 de
marzo, esta vez con el objeto ostensible de cerrarle el paso a los adictos del socialismo?
¿O vamos, por el contrario, a oírlos, a cambiar ideas y a transigir con ellos en aquellos
puntos en que les asista la razón? ¿Podemos declarar que la evolución del pensamiento
liberal llegó a su fin en 1897, y justificar la docilidad del partido, diciendo que el
conservador ha llevado al gobierno gran parte del programa político de la asamblea que
presidieron Aquileo Parra y Nicolás Esguerra? ¿Podemos anatematizar hoy las ideas
socialistas o cualquiera otras diferentes de las nuestras, como los conservadores
anatematizaron ayer no más las ideas liberales y autorizarlos a perseguirlas y
condenarlas del mismo modo? ¿Carecen ya de fundamento nuestras acusaciones contra
el gobierno conservador, y así como los liberales regulares renunciaron a disputarle la
dirección de los negocios públicos, debemos todos tratar de obligar a los ciudadanos
que no comulguen en nuestro altar político —sean socialistas o republicanos— a
resignarse a la condición de parias?

Es un lugar común de constante actualidad decir que el liberalismo colombiano necesita


liberalizarse para redimirse. Figuras intelectuales del prestigio de Sanín Cano han creído
que necesita pasarse al socialismo. No parece posible siquiera democratizarlo, porque
en la oposición logró ocupar, trabajando fuera del gobierno, las mejores posiciones
económicas del país, y en ellas se ha conservatizado, se ha hecho reaccionario. Ahora es
enemigo de la renovación. Cree que el progreso económico, político y social va contra
sus intereses, y se opone a la reforma del arancel de aduanas, se opone a la reforma
electoral, se opone íntimamente a la organización y adelanto de los obreros. Ha perdido
el civismo que caracterizó su actividad, hasta época reciente. Como el partido
conservador, se ha fosilizado en el presupuesto —cuyo aprovechamiento ha colmado
todos sus anhelos— así el liberal ha descuidado el progreso de sus intereses espirituales,
embelesado por la corriente de prosperidad que ofusca a la nación hace cinco años.
Ambos están en el deber de modificar inmediatamente su política, en beneficio del país,
porque su ineficacia es la realidad más inquietante de este momento y una de las causas
fundamentales de la agitación social que avanza. El ejercicio burocrático en silencio, sin
competencia de ideas, ni de hombres, ni de sistemas, está perjudicando gravemente los
intereses públicos y produciendo una pléyade de presuntos estadistas que no tienen
conceptos sobre ninguno de los grandes problemas, y sin embargo pasean su arrogante
humanidad por todos los departamentos del gobierno ejecutivo, o dirigen por años y
años la marcha de nuestras colectividades políticas. Es imperativo que estas cambien de
rumbo, y particularmente, insistir en que el liberalismo haga un esfuerzo decidido y
decisivo por reconquistar el favor del pueblo adoptando como principio de su acción el
concepto democrático de que todos los ciudadanos deben tener iguales oportunidades y
saber que las tienen y encontrar en el Estado el mismo apoyo para aprovecharlas.

Si esta es una aspiración irrealizable y a mí se me preguntara qué otra cosa puede hacer
el partido liberal para volver a pesar en la vida de la república, no vacilaría en
recomendar que se trifurcase de acuerdo con sus afinidades ideológicas. Nada perdería
con que los liberales de nombre, que abominan sinceramente de las nuevas ideas y
temen el libre desarrollo de la lucha política, fueran prontamente a acampar bajo las
toldas conservadoras. Los socialistas ganarían mucho reforzando sus filas con las masas
liberales, ahora inutilizadas para la lucha cívica por la miopía de sus caudillos militares.
Y el liberalismo propiamente dicho, reducido en sus proporciones numéricas, quedaría
acendrado para hacer la crítica de las tendencias opuestas y secundar las iniciativas que
mejor consulten el bienestar común.

Tiene usted en sus manos, mi estimado amigo, los elementos necesarios para definir
esta situación: ilustración y sagacidad, independencia personal, un puesto en la Cámara
de Representantes, otro en la Dirección Nacional de nuestra comunidad, y el deseo de
servirla.
Dejaría de ser leal conmigo mismo si por no extender más esta pesada comunicación me
abstuviera de agregar que he llegado al convencimiento de que el partido liberal ha
venido camino del desastre, como va la república, aunque otra cosa piensen y digan
nuestros optimistas profesionales, porque no ha tenido el valor de exigir a los
depositarios de su confianza la responsabilidad correspondiente. Han fracasado las
direcciones liberales, como los gobiernos conservadores, sin perder el mando. Abrigo la
seguridad de que cualesquiera que sean las discrepancias del modo de pensar de usted
con el mío, en un punto estaremos irrevocablemente conformes: el honor de dirigir un
gran partido político o un país, impone la obligación de aceptar o renunciar.

Cordialmente, Alfonso López

S.C., mayo 20 de 1928 (19) *

Señor doctor Nemesio Camacho, E. L. C.

Muy estimado amigo:

Deseo reiterar a usted que leí con emoción y agradecimiento la respuesta que tuvo a
bien dar a mi carta política del 25 de abril último. Ella me ha movido a hacer una rápida
incursión al pasado del liberalismo, para traer al debate de la política de la Dirección del
partido las reflexiones que me permito someter a la consideración de usted en seguida.

Siempre fue grato hacer memoria de los esfuerzos del liberalismo por conquistar las
libertades que hoy constituyen el patrimonio común del mundo civilizado, con
excepción de aquellos países, como Italia y Rusia, en donde las reacciones de la guerra
europea lograron asegurar transitoriamente la dictadura de la extrema derecha o de la
extrema izquierda de la opinión. Hasta los afiliados a las agrupaciones políticas que
están o se consideran comprometidas a oponerse al avance de las ideas liberales —como
el partido conservador en Colombia— cuando ya las han aceptado, se complacen en
reconocer su influencia en el bienestar social. Y para quienes, como usted, han corrido
los azares de la lucha en todos los campos en que el liberalismo ha venido sosteniéndola
entre nosotros desde que perdió el poder: con el rifle al hombro en los campamentos; en
la prensa, en la tribuna, bajo el imperio de la ley 61 de 1888, conocida en los anales de
la Regeneración con el nombre de "Ley de los caballos"; y finalmente en todas las
esferas de la actividad gubernamental disfrutando con impaciencia unas veces y otras
con resignado contento, las prebendas de un partido de minoría, que se siente y se cree
fatalmente vencido, debe ser muy satisfactorio volver la vista hacia atrás y reconstruir el
proceso de las dificultades que superó con su ayuda para alcanzar la altura en que ahora
se encuentra.

A mí me conmueve la historia del empeño liberal en poner fin al régimen de la


arbitrariedad, que prevaleció en el país hasta 1910. Aún recuerdo los días de mi niñez,
cuando seguía atribulado las vicisitudes de la protesta armada en Santander y en las
llanuras del Tolima. Con cariñosa devoción destinaba entonces mis pequeños ahorros a
la compra de retratos de Uribe Uribe y Herrera, los grandes caudillos de nuestra
decadencia y de Figueredo y Gómez Pinzón, los gallardos paladines que cayeron en los
primeros encuentros de la contienda, y de los infatigables guerreros que subieron al
patíbulo con Cesáreo Pulido y Suárez Lacroix, o bajaron más tarde a la tumba, como
Marín, dejados de la mano de Dios y de los hombres. Yo no creo con usted —no he
creído nunca— que en las guerras de 1895 y 1899 "el partido liberal sacrificó con estéril
heroísmo sus energías y sus inteligencias más ilustres, sin derivar de ellas otro beneficio
efectivo que el de haber constatado a costa casi de su propia existencia, la inutilidad de
ese procedimiento y la necesidad de sustituirlo por el de una permanente y ordenada
demanda pacífica de sus derechos y de sus libertades". El espectáculo de la desolación
que esas guerra llevaron a todos los campos, obligó al partido conservador a reconocer
al partido liberal las garantías indispensables para que adoptara los caminos de la paz,
primero para la defensa de las libertades públicas, y después para la reivindicación de
todos sus derechos como partido constitucional. A sangre y fuego se disolvió la
intransigencia conservadora, en un mar de lágrimas. Yo diría que las revoluciones de
1895 y 1899 taladraron la conciencia de los regeneradores con el convencimiento de la
inutilidad de los sistemas de represión para usufructuar el poder con el asenso colectivo;
y que la paz dejó de ser una tregua en los conflictos armados de nuestros partidos
políticos cuando la oposición al gobierno obtuvo libertad para manifestarse en la plaza
pública, y representación directa en las Cámaras legislativas. Diría también, con el
mismo énfasis, que el gobierno de Reyes, desde el mismo día en que él entró al palacio
presidencial, acompañado por la opinión del país, hasta el día en que se embarcó en
Santa Marta, huyendo de ella, es el último y el mejor, aunque no el único ejemplo, de la
falaz conveniencia de subvertir el normal funcionamiento de nuestras instituciones
republicanas con el asendereado pretexto de asegurar el orden establecido, promover la
prosperidad, material o impedir la propaganda de nuevas ideas, que precisamente por
ser nuevas y contrarias a los intereses creados se consideran malas y perjudiciales. La
concordia nacional no tuvo por eficaces artífices a los constituyentes del quinquenio ni
surgió al favor de las facultades extraordinarias que ellos otorgaron al General Reyes, ni
quedó sellada sobre los cadalsos de Barrocolorado. Al acto legislativo No. 3 de 1910,
reformatorio de la Constitución de 1886, han de ir a buscarse los fundamentos más
sólidos del actual orden de cosas.

Los miembros de la generación del centenario no podemos desconocer los títulos que
tienen al agradecimiento del partido liberal sus jefes militares; los que hoy comparten
con usted la responsabilidad de dirigirlo oficialmente, como los que rindieron ya la
jornada sin escatimarle sacrificios ni desvelos. Ya he dicho que en la hora de la última
prueba, cuando exponían la vida en una lucha desesperada, que nos relevó de soportar
las mismas persecuciones y fatigas, mi corazón estuvo con ellos. Años después, me he
encontrado con mucha frecuencia en pugna abierta con las ideas y los procedimientos
que tales jefes han creído conveniente adoptar para el gobierno de nuestra colectividad o
enfrente del gobierno conservador, y varias veces he visto mi actitud atribuida a
pequeños sentimientos de animadversión o vanidad, porque la inclinación constante de
la gran mayoría liberal ha sido a condenar acremente, con injusticia, las discrepancias
de los jóvenes con los caudillos, y a dejarse imponer la disciplina militar como buena
para la lucha cívica, con una persistencia indicativa de desconfianza en los métodos
republicanos, según lo anota usted con grande acierto; pero no sabría yo desperdiciar
esta oportunidad que usted me brinda para repetir cuando estoy retirado de la política
activa que sigue acompañándome, la creencia de que aquella inclinación equivocada ha
sido una de las causas eficientes —acaso la principal— de la ruina ideológica en que
contemplamos ahora al liberalismo y de la insignificancia de su influjo en la vida
política de la república.

Sobre esto no debe haber duda, ni conviene que perdure el engaño en que vive nuestra
comunidad. En manos de Herrera y Bustamante, y a pesar de sus nobles intenciones,
perdió ella su vigor espiritual, perdió gran parte de su fuerza numérica, perdió el apoyo
de la juventud, perdió el respeto del adversario. De su antigua grandeza no queda sino el
recuerdo, muy debilitado por cierto, en la conciencia nacional.

No se han violado impunemente los principios liberales pretendiendo asimilar nuestro


partido a un ejército en marcha. El régimen militar es incompatible con el progreso de
las ideas libres, con la vida misma de estas ideas. Se peca mortalmente contra el espíritu
liberal aherrojando su actividad con las restricciones de ese régimen, de funesta
recordación en los anales del país y de sus colectividades políticas; y usted sabe que
desde que la convención de Ibagué cometió el despropósito suicida de otorgar al
General Herrera poderes omnímodos para dirigir a su talante la acción política de la
nuestra, se ha preconizado la disciplina, se ha exigido sumisión, se ha condenado la
independencia intelectual como nociva para los intereses liberales, y se ha llegado al
desastre dando precedencia a la adhesión a los jefes sobre la adhesión a nuestras ideas o
la capacidad para sobreponerlas a las ideas conservadoras.

Bien dijo don Miguel Antonio Caro que no se puede decir misa con cardenales
protestantes. La dirección de un partido liberal que hace su camino hacia el poder por
las vías legales, requiere hombres de pensamiento, amplios y generosos, enérgicos pero
tolerantes, y dotados de confianza comunicativa en la virtud de las ideas y de los
métodos democráticos. Son los hombres a quienes entusiasma el carácter esencialmente
experimental del pensamiento y de la vida los que hacen amable y pueden conducir a la
victoria definitiva al liberalismo, el cual es, en último análisis, hoy más que nunca, una
inclinación del espíritu a establecer el imperio de la razón en las relaciones humanas.
Los hombres de espada, como Herrera y Bustamante, carecen generalmente de la
disposición adecuada para acometer con buen éxito la tarea imponderable de crear en la
conciencia pública el ambiente propicio para que arraiguen en las instituciones las
nuevas ideas que van trayendo consigo las nuevas necesidades sociales.

El general Bustamante confesó en meses pasados el insuceso de su gestión directiva,


pero no tuvo el valor de proceder en consecuencia; y si yo ahora hago mérito de este
antecedente, es porque comprendo la necesidad de insistir en que el liberalismo vuelva
al carril democrático, dentro del cual alcanzó en otro tiempo el favor de las masas
populares y sus más claros títulos a la gratitud del país. Es conveniente aprovechar este
momento de efervescencia intelectual, en el que con la ilustrada intervención de usted se
trata de revaluar serenamente la política que ha venido desarrollando el partido y de
determinar al propio tiempo la que deba adoptar en el inmediato futuro, para poner de
relieve el error de presumir que la ley marcial tiene alguna eficacia para el gobierno de
sus actividades.

El prestigio de los militares, como el de los médicos y el de los sacerdotes, ha entrado


en decadencia, porque en las sociedades modernas la milicia es hoy una especialidad,
como la medicina o la carrera eclesiástica, y la maravillosa complejidad de la
civilización occidental va desalojando al cura de almas, al galeno y al hombre de
charreteras y chafarote de las funciones que no están preparados para desempeñar en la
administración pública. En Colombia, antes de la guerra europea, que marca el principio
de una nueva era en los destinos de la humanidad, los jefes militares que más
contribuyeron a darle brillo y pujanza al partido liberal fueron Santander, el hombre de
las leyes; López, Mosquera, Gutiérrez, Acosta, Camargo, Uribe Uribe; y cuenta la
historia que cuando el gran general Mosquera dijo que aquí no había más ley que su
espada, los jefes civiles del partido en ese tiempo, con Murillo y Zapata a la cabeza, no
vacilaron en privarlo de la autoridad de que estaba investido para llevarlo a la barra del
Senado. El liberalismo es esencialmente civilista, y sólo por ofuscaciones de momento
ha podido apartarse de esa tradición, que caracteriza la fisonomía política del pueblo
colombiano y la distingue de la de los pueblos vecinos.

Por una reacción de mecánica política, que creo haber explicado en las líneas anteriores,
usted llegó a ocupar un puesto en la Dirección del partido cuando ya éste había quedado
reducido a la condición de una pequeña sociedad electoral, organizada en beneficio
exclusivo de los amigos de los generales Bustamante y Cuberos Niño, mal llamados
"liberales homogéneos".

Desde ese alto puesto nos invita usted a sus antiguos compañeros a congregarnos al píe
de la bandera liberal, "haciendo caso omiso de pasajeras y transitorias divergencias". Es
la invitación que ordena el rito; pero hecha en términos que son desconcertantes
autorizados por la firma de usted.

Yo creía coincidir con usted en que no eran transitorias y pasajeras divergencias las que
nos separaron del general Herrera primero, y de los generales Cuberos y Bustamante
después. Yo entendía que en nosotros se prolongaban las diferencias ideológicas y de
temperamento que han dividido la opinión liberal a todo lo largo de nuestra historia; y
hubiera considerado superfluo de mi parte informar a usted hasta qué punto es vano
pedir a los jóvenes de mi tiempo identidad de ideas y de métodos con los de los
hombres que entraron a la vida pública cuarenta o más años antes, cuya experiencia y
conocimientos, adquiridos durante el período convulsivo de nuestra democracia, ha
hecho inadecuados e inútiles para resolver los problemas de la hora actual, la celeridad
de nuestro progreso económico.

Yo reputo ocioso cualquier propósito de realizar la unión liberal a base de desconocer,


voluntaria o involuntariamente, las razones que la entorpecieron hasta ayer; pero estimo
eminente el servicio que usted puede prestar hoy al país y al partido encarándose a la
realidad de la hora que vivimos para organizar la defensa de los intereses generales, tan
gravemente comprometidos por la irremediable incompetencia del gobierno
conservador, en colaboración con los nuevos grupos políticos que aspiran a ocupar una
posición de vanguardia en nuestro desarrollo institucional, y a los cuales anima la
esperanza muy legítima de asegurar su derecho a una mayor participación en los
haberes morales y materiales de la comunidad.

Ningún nuevo llamamiento a la unión habrá de ser atendido. No pierda usted su tiempo
haciendo declaraciones sobre la misión del liberalismo que no abrirán surco en la
conciencia colectiva mientras no sean reforzadas por los hechos de sus representantes en
las corporaciones públicas, y fuera de éstas, por el partido mismo. Las plataformas
políticas de Ibagué y Medellín están relegadas al olvido porque no expresan de una
manera auténtica la íntima voluntad de sus autores, o porque la expresaron en
desacuerdo con el sentimiento de las clases directoras de la opinión liberal, o que se
apellida así. En la práctica, la conformidad con el pensamiento conservador,
reaccionario, ha sido demasiado evidente para que el pueblo pueda engañarse respecto
de la verdadera actitud del liberalismo frente a los fenómenos económicos y políticos de
los últimos cinco años.
En cambio, la empresa de iniciar y dirigir enérgicamente el examen desapasionado de
los actos de este gobierno, presenta a usted una oportunidad excepcional de ofrecer al
país el servicio de su clara inteligencia y singulares conocimientos de la administración
pública, para informarlo del insólito desbarajuste en que ésta se encuentra, señalando al
propio tiempo los caminos por donde él pueda evitar o disminuir los desastres de una
desorganización extensiva como la que fomenta y explota el séquito del presidente
Abadía Méndez.

Esta crítica, tal como yo concibo que la reclaman con urgencia los intereses generales y
que puede acometerle usted con el apoyo de la representación liberal, sin tardanza ni
desfallecimientos, es una apremiante necesidad de la república, y haciéndola, cumplirán
con el deber de fiscalizar al gobierno, que es una de las obligaciones que ha descuidado
la oposición.

Usted y yo incurrimos en un grave aunque justificable error en 1921, al no aceptar los


ministerios que nos ofreció él presidente Holguín en representación del liberalismo, a
sabiendas de que se aproximaba un cambio fundamental en las condiciones generales
del país, y de que tendría una importancia decisiva para el partido, que entonces nos
honraba con su confianza, identificarlo con el aprovechamiento de los recursos que la
desmembración de Panamá, la entrega de una buena parte de nuestra riqueza petrolífera
y los empréstitos americanos pusieron al servicio del progreso nacional. Nosotros
previmos y anunciamos el desastre inevitable de la política del general Herrera, pero nos
faltó valor para contrariarla en el momento en que pudimos afirmar decisivamente
nuestro pensamiento y nuestra voluntad.

Ese acto de debilidad, excusable por el interés que lo determinó, de no dividir al


liberalismo en vísperas de una elección presidencial que creía tener asegurada, fue
funesto para el avance de nuestras ideas y está causando grave daño a los intereses
comunes. Reconociendo esto así no podríamos ahora, sin aparecer esquivos al
cumplimiento de nuestros deberes políticos, dejar de asumir la responsabilidad de
provocar un estudio de la administración pública enderezado al fin de poner en
evidencia los peligros que nos cercan por culpa del abandono o de la ineptitud oficial.

Sería imperdonable que dejáramos rodar el país al desastre, colocados al margen de los
acontecimientos, para no interrumpir la molicie de nuestra despreocupada burocracia,
como aguardamos a que el tiempo sacara verdadero el vaticinio que hicimos del
desastre del partido liberal bajo la dictadura de sus jefes militares.

En esta tarea, ardua y seductora, a que lo invitan su probado patriotismo y el carácter de


director del único partido de oposición que tiene garantías sociales y acceso a las
Cámaras Legislativas, usted podrá utilizar su preparación especial para demostrar en
qué grado es inconsulta, ineficaz e insoportable por más tiempo, la manera como el
gobierno está dilapidando los fondos públicos.

Todos los congresistas independientes —no solamente los liberales— acompañarán a


usted a estudiar el costo de los ferrocarriles, carreteras y edificios nacionales, los
contratos de construcción, el famoso departamento de provisiones, los empréstitos
americanos, las reclamaciones inglesas, la situación de nuestra agricultura, los
complicados problemas del petróleo, los pleitos de las esmeraldas, el alza alarmante del
precio de los artículos de primera necesidad, la extensión inusitada del servicio
diplomático y consular; y sin ahondar demasiado el análisis de estos asuntos, y otros de
análoga importancia, inexplicablemente olvidados por nuestros legisladores, verá usted
a todos los hombres de buena voluntad ayudándole a fiscalizar las actividades de este
desenfadado nepotismo, que amenaza dejar sobre los contribuyentes colombianos muy
pesadas cargas fiscales y multitud de problemas administrativos por resolver.

La nación debe ver —cuanto antes mejor— cómo con la misma eficacia que un
poderoso monitor hidráulico arrasa en poco tiempo un enorme banco aluvial, el
derroche de los impuestos y los recursos extraordinarios que entran a la tesorería de la
república está socavando rápidamente todas las bases del orden establecido, y dando
pábulo a la revolución social, que pretenden sofocar sus propios autores, poniendo en
manos de la policía a Torres Giraldo y Uribe Márquez, a despecho de los derechos
civiles y de las garantías individuales consagradas en el título 3º de nuestra carta
fundamental. Porque hoy son las masas populares las que están inquietas y ansiosas de
imponer una nueva distribución del poder económico y político; pero mañana estallará
el descontento de la clase media, agobiada por el alto costo de la vida; y por último,
llegará de improviso el día de prueba para las gentes acomodadas, que han visto subir el
precio de sus tierras, sus ganados, sus acciones industriales, o que de la noche a la
mañana se encontraron dueñas de los caudales públicos y creyeron conveniente
aplicarlos en parte a holgar aquí o en Europa con algún título oficial. Las facultades
extraordinarias que solicita el Poder Ejecutivo servirán primero para atropellar a los
amigos de María Cano, es decir, a los ciudadanos que andan con el pie al suelo,
trabajando con la aspiración de calzarse; luego, para ahogar los gritos desesperados de
las víctimas de la escasez de pan y carne; y finalmente, para tratar de impedir que se
reúnan y que escriban y que hablen y que manden representantes al Congreso los
desafectos y damnificados del régimen.

Pero las medidas de represión serán baldías para hacer el silencio alrededor de los actos
del gobierno, so capa de impedir la propaganda comunista. No enmudecerá la prensa ni
se apagará la voz del sentimiento republicano en las corporaciones de origen electivo. El
país necesita poner orden en su administración y fiscalizar el manejo de las rentas
nacionales, y no se someterá tranquilamente a que la arbitrariedad oficial recobre su
imperio. La revolución económica no tiene aquí por base las teorías de Marx y Lenin,
sino el abuso del crédito exterior, ni sus más activos agentes son los directores del
movimiento socialista, sino los ministros de Hacienda y de Obras Públicas. Como es el
mejor propagandista de este movimiento el Ministro de Guerra. El edificio de nuestra
prosperidad, levantado a debe, no puede descansar sobre la incomprensión y el capricho
de nuestros mandatarios.

Haríamos mal los colombianos en reconocer a nuestros gobernantes el derecho de


fracasar, que los liberales homogéneos les han concedido a sus conductores políticos.
Debemos exigirles que acierten, y juzgar con benevolencia sus yerros de buena fe
cuando con una justa noción de su carácter de servidores públicos se muestren
asequibles al consejo, o a la crítica, y dispuestos a la enmienda.

No es un empeño superior a sus fuerzas intelectuales, éste, que me permito recomendar


a Ud. con todo acatamiento, de dirigir desde la oposición la enérgica campaña de
defensa nacional que he esbozado atrás; y es un empeño que abarca y dignifica
cualquier esfuerzo que usted pueda intentar para revivir y robustecer al liberalismo. Yo
estoy seguro de que si su salud no hubiera estado tan quebrantada, como lo estuvo por
desgracia en meses pasados, la ausencia de sus colegas en la Dirección del partido
liberal no habría obstado para que usted principiara a señalar, o por lo menos a buscar,
en la opinión pública, el cambio de rumbo que las circunstancias aconsejan a la
colectividad. Y estoy igualmente seguro de que para determinar con acierto el nuevo
rumbo que ella pueda adoptar, usted habrá tratado ya de inquirir qué reacciones
provocan en su seno las nuevas corrientes económicas y políticas que están agitando la
conciencia popular; pero el liberalismo colombiano es —a mi juicio— demasiado
propenso a desconectarse de la realidad ambiente, y sería inútil trazarle derroteros sin
tener averiguado cómo piensa y cómo siente respecto de los problemas de esta hora de
confusión que estamos viviendo. Son cuestiones concretas, en su gran mayoría de
carácter económico, las que ahora solicitan la atención del país, y yo tengo por cierto
que al definir las líneas divisorias de la opinión, usted encontrará que la opinión
conservadora cuenta con el apoyo franco o disimulado de muchos liberales que no han
visto la necesidad ni el objeto de cambiar su rótulo político; de tal modo confundidos en
el pensamiento y en la acción aparecen ante los ojos de algunos observadores ¡los
reaccionarios que predominan en los dos partidos tradicionales!

Dichas cuestiones son por fortuna las que usted domina mejor, y las que más necesitan
conocer los hombres del gobierno. La discusión de ellas ofrecerá a usted y a todos los
demás miembros de la minoría parlamentaria una oportunidad singularmente propicia
para desenvolver su pensamiento en contraposición con el pensamiento oficial,
señalando en cada caso las rectificaciones que a éste le demanda el interés común.

En esa pugna por el bien colectivo alcanzará usted, entre otras legítimas satisfacciones,
la de reivindicar un titulo más alto que la voluntad del general Bustamante para llevar
en sus manos la bandera de las aspiraciones liberales, y nos dará a todos los fugitivos
del viejo y desolado campamento, así a los que están luchando por la justicia social con
otra divisa como a los que resultamos definitivamente incapaces de someter nuestro
espíritu a la camisa de fuerza de la disciplina de partido, el gusto de compartir con usted
el afán diario de una lucha de finalidades concretas, llamada a satisfacer agudas
necesidades que están dando aliento a la presente agitación democrática.

Disimúleme que haya abusado de su paciencia con otra carta tan larga, y reciba un
cordial apretón de manos.

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