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LOS DE ABAJO euannas Y ESCENAR DE LA REVOLUCION ACTUAL PRIMERA PARTE 1 la de Ia primera edicién (El Paso, 1916) Primera parte Te digo que no es un animal... Oye cémo ladra el Palomo... Debe ser algin cristiano. La mujer fijaba sus pupilas en la oscuridad de la sierra —1Y que fueran siendo federales?! hombre que, en cuclillas, yantaba en un camuela en la diestra y tres tortillas* en taco en la otra mano. La mujer no le contest; sus sentidos estaban puestos fuera de la casuca. Se oy6 un ruido de pesufias en el pedregal cercano, y el Palomo ladré con mas rabia. —Seria bueno que por si o por no te escondieras, Demetri. El hombre, sin alterarse, acab6 de comé un cfntaro y, levantandolo a dos manos, bel borbotones. Luego se puso en pie. —-Tu rifle est debajo del petate? —pronuncis ella en voz muy baja. se alumbraba por una mecha de sebo. En un rincén descansaban un yugo, un arado, un otate* y otros aperos de labranza. Del techo pendian cuerdas sosteniendo un viejo molde de adobes, que servia de cama, y sobre mantas y desteftidas hilachas dor un nifo. Demetrio cif la cartuchera a su cintura y levant6 el fusil. Alto, robusto, de faz bermeja, sin pelo de barba, vestia camisa y calz6n de manta‘, ancho sombrero de soyate’ y guaraches’, Salié paso a paso, desapareciendo en la oscuridad impenetrable de la noche. El Palomo, enfurecido, habia saltado la cerca del corral. De pronto se oyé un disparo, el perro lanzé un gemido sordo y no ladré més. ‘Unos hombres a caballo llegaron vociferando y mal- diciendo. Dos se apearon y otro qued6 cuidando las, bestias. —iMujeres..., algo de cenar!... Blanquillos', leche, frijoles, lo que tengan, que venimos muertos de hambre. —iMaldita sierra! S6lo el diablo no se perderia! —Se perderia, mi sargento, si viniera de borracho faba galones en los hombros, el otro cintas rojas en las mangas. —En dénde estamos vieja?...? {Pero con unal.. iEsta casa esta sola? 4 otate: planta graminea, como vara ve usa para golpe Fodillos, para deslizar pess. ‘manta: tla ordinaria de algodén. Le camisa y calzén de esta tela es el vestido usual del indo. ma de baja calidad con que se teen sombeeros los dures y poco pesados, que, nies, azuzar el ganado y, en otra cosas *!guareches:sendalias toscas de cue. * Blanguilo: huevo de ave, generalmente, de gallina 9 viel vor gentrica pare esignar a la mujer. Segin la entonacioa contexto varia el-mati2: desde apelativo caritoso, hasta des- =2Y entonces, esa luz?... .¥ ese chamaco?... {Vieja, queremos cenar, y que sea pronto! {Sales 0 te hacemos salir? jombres malvados, me han matado mi perro! ‘Qué les deba ni qué les comfa mi pobrecito Palomo? ‘La mujer entrd levando a rastras el perro, muy blanco y muy gordo, con los ojos claros ya y el cuerpo suelto. tira no mas qué chapetes", sargento!... Mi alma, no te enojes, yo te juro volverte tu casa un palom: pero, 1por Dios! No me mires airada... No mds enojos... ‘Mirame carifiosa, luz de mis ojos—, acabé cantando el oficial con voz aguardentosa. —Sefiora, gcdimo se llama este ranchito?! —pregunt6 cl sargento. —Limén!? —contesté hosca la mujer, ya soplando las brasas del fog6n y arrimando lefia. —;Conque aqui ... jLa tierra del famoso Demetrio Macias!... gLo oye, mi teniente? Estamos en Limén. —iEn Limon?... Bueno, para mi... ;plint... Ya sabes, sargento, si he de irme al infierno, nunca mejor que ahora... que voy en buen caballo. Mira no mas qué cachetitos de morenal.., ;Un perén para morderlo!... —Usted ha de conocer al bandido ese, sefiora... Yo estuve junto con él en la Penitenciaria de Escobedo" pequena ho real, en ol canon de Juchipl —Sargento, tréeme una botella de tequila 's; he decidi- do pasar la noche en amable compafiia con esta moreni- ta... gE coronel?... ;Qué me hablas ti del coronel a estas IQue vaya-mucho a...! Y si se enoja, pa mi iplint... Anda, sargento, dile al cabo que desensille y eche de cenar. Yo aqui me quedo... Oye, chatita, deja @ mi sargento que fria los blanquillos y caliente las gordas' tii ven acd conmigo. Mira, esta carterita apre- tada de billetes es s6lo para ti. Es mi gusto. |Figdrate! Ando un poco borrachito por eso, y por eso también hablo un poco ronco... {Como que en Guadalajara dejé la mitad de la campanilla y por el camino vengo escupiendo la otra mitad!... z¥ qué le hace...? Es mi Sargento, mi botella, mi botella de tequila. estis muy lejos; arrimate a echar un trago, 4Cémo que no?... ;Le tienes miedo a tu... marido. © lo que sea?... Si esté metido en algin agujero dile que salga..., pa mi ;plin!... Te aseguro que las ratas no me estorban. Una silueta blanca lend de pronto Ja boca oscura de la puerta. —jDemetrio Macias! —exclamé el sargento despavo- rido, dando unos pasos atras. El teniente se puso de pic y enmudecié, quedése frio e inmévil como una estatua. fétalos! —exclamé la, mujer con la garganta seca. —iAh, dispense, amigo!... Yo no sabia... Pero yo respeto a los valientes de veras. Demetrio se qued6 mirandolos y una sonrisa insolente y despreciativa plego sus lineas. —Y no sélo los respeto, sino que también los quiero... Agui tiene la mano de un amigo... Est bueno, Deme- trio Macias, usted me desaira... Es porque no me conace, €s porque me ve en este perro y maldito oficio... ;Qué 1s tequila: es ta bebida mAs popular de México, destilada'de u specie de mague. "gorda: tortlia gruesa de malz, ® quiere, amigo!... {Es uno pobre, tiene familia numerosa que mantener! Sargento, vamonos; yo respeto siempre la casa de un valiente, de un hombre de veras, Luego que desaparecieron, la mujer abrazé estrecha- mente a Demetrio. —|Madre mia de Jal iQué sustol ;Cref que a ti —Vete luego a la casa de mi padre —dijo Demetri. Ella quiso detenetlo; suplicé, loré; pero tandola dulcemente, repuso somb: —Me late que van a venir todos juntos. —éPor qué no los mataste? Salieron juntos; ella con el nifio en los brazos, Ya a la puerta se apartaron en opuesta direcci6n. La luna poblaba de sombras vagas la montafa, En cada risco y en cada chaparro, Demetrio seguia mirando la silueta dolorida de una mujer con su nifio en los brazos. ‘Cuando después de muchas horas de ascenso volvi6 los ojos, en el fondo del cafién, cerca del rio, se levan- taban grandes llamaradas. Su casa ardfa.. 1 Todo era sombra todavia cuando Demetrio. Macias comenz6 a bajar al fondo del barranco. El angosto talud de una escarpa era vereda, entre el pefiascal veteado de enormes resquebrajaduras y la yertiente de centenares de metros, cortada como de un solo tajo. Descendiendo con agilidad y rapidez, pensal «Seguramente ahora si van a dar con nuestro rastro los federales, y se nos vienen encima como perros.. La " ;Madre mia de Jalpa!: invecacién a una imagen de Ie Virgen ‘8 un pueblo, cabe cera del municipio del mismo nombre, estado de Zacatecas, fortuna es que no. saben veredas, entradas ni salidas. Sélo que alguno de Moyahua"* anduviera con ellos de guia, porque los de Limén, Santa Rosa!” y demds ran- chitos de la sierra son gente segura y nunca nos entre- garian... En Moyahua esté el cacique que me trae corriendo por los cerros, y éste tendria mucho gusto en verme colgado de un poste del telégrafo y con tamafta® Tengua de fuera...» Y Ileg6 al fondo del barranco cuando comenzaba a clarear el alba. Se tird entre las piedras y se quedé dormido. El rio se arrastraba cantando en diminutas cascadas; los pajarillos piaban escondidos en los pitahayos®', y Jas chicharras monorritmicas lenaban de misterio’ la soledad de la montafia, Demetrio desperté sobresaltado, vaded el rio y tomé Ja vertiente opuesta del caién. Como hormiga arriera ascendié la cresteria, crispadas las manos en las pefias, y ramazones, crispadas las plantas sobre las guijas de la vereda. Cuando escal6 la cumbre, el sol bafiaba Ia altiplanicie en un lago de oro. Hacia la barranca se vefan rocas ‘enormes rebanadas; prominencias erizadas como fantés- ticas cabezas africanas; los pitahayos como dedos anquilosados de coloso; arboles tendidos hacia el fondo del abismo. Y en la aridez de las peftas y de las ramas secas, albeaban las frescas rosas de San Juan como una blanca ofrenda al astro que comenzaba a deslizar sus hilos de oro de roca en roca. detuvo en la cumbre; echo su diestra 3 tiré del cuerno que pendia a su espalda, To llevé a sus labios gruesos, y por tres veces, inflando ‘Senta Rosa: rancho real, como Limén, en los cafones de Ju- lamana: muy grande. 24 pltahayos arbusto de la Tamla de los eactos, su ramazén toma aspetio de brazos de candelabro; da flores yfruto. 8 los carrillos, sopl6 en él. Tres silbidos contestaron la sefial, més alla de la eresteria frontera. En la lejania, de entre un cOnico hacinamiento de cafias y paja podrida, salieron, unos tras otros, muchos hombres de pechos y'piernas desnudos, oscuros y repu- lidos como viejos bronces. Vinieron presurosos al encuentro de Demetrio. —iMe quemaron mi casa! —respondi6 a las miradas interrogadores. Hubo imprecaciones, amenazas, insolencias. Demetrio los def uuna botella, bebié un tanto, limpidla con el dorso de su mano y la’ paso a su inmediato, La botella, en una vuelta de boca en boca, se quedé vacia. Los hombres se relamieron, —Si Dios nos da licencia —dijo Demetrio—, maftana © esta misma noche les hemos de mirar la cara otra vez a los federales. {Qué dicen, muchachos, los dejamos conocer estas veredas? Los hombres seinidesnudos saltaron dando grandes alaridos de alegria. Y luego redoblaron las injurias, las maldiciones y las amenazas. —No sabemos cudntos serdn ellos —observé Demetrio, escudrifiando os semblantes—. Julién Medina®, en Hostotipaquillo, con media docena de pelados® y'con cuchillos afilados en el metate™, les hizo frente a todos los cuicos* y federales del pueblo, y se los echO*.. t6 en armas en la prisién de Hostot- ‘se apoderé de la a. 2s: guardias 0 policies. Se los echd: se ls cargo”, —1Qué tendrin® algo los de Medina que a nosotros nos faite? —dijo uno de barba y cejas espesas y muy negras, de mirada dulzona; hombre macizo y robusto. —Yo s6lo les sé decir —agregs— que dejo de lla- marme Anastasio Montafiés si mafiana no soy duefio de un_méuser, cartuchera, pantalones y zapatos. iDe veras!... Mira, Codorniz, jvoy que no me lo crees? Yo traigo media docena de plomos adentro de mi cuerpo... Ai que diga mi compadre Demetrio si no es cierto... Pero a mi me dan tanto miedo las balas, como una bolita de caramelo. A que no me lo crees? —iQue viva Anastasio Montafiés! —grité el Manteca. —No —repuso aquél—; que viva Demetrio Macias, que es nuestro jefe, y que vivan Dios del cielo y Maria Santisima. iva Demetrio Macias! —gritaron todos. Encendieron lumbre con zacate** y-lefios secos, y Sobre los carbones encendidos tendieron trozos ‘de carne fresca. Se rodearon en torno de las llamas, sen- tados en cuclillas, olfateando con. apetito la carne que se retorcia y crepitaba en las brasas. Cerca de ellos estaba, en montén, la piel dorada de luna res, sobre la tierra himeda de sangre. De un cordel, entre los huizaches®, pendia la carne hecha cecin oredndose al sol y al Bueno —dijo Demetrio—; ya ven que aparte de mi treinta-treinta®, no contamos més que con veinte armas. 2 Qué tendrén. Mésizo, fa oracion ‘que interogativo mexicano funciona como si {ntiva,Introductora de oraciones de esa M. Lope Blanch, «Estado en Presente “eivoy que ne "8 zecate: past, 29 huizache: ar ng atiplanicie, da hermoras flores, 38 treintatrenta rifle altar muy usado entre tos revolucionaios. 2 Si son pocos, les damos hasta no dejar uno; si son muchos aunque sea un buen susto les hemos de sacar. Aflojé el ceflidor de su cintura y desaté un nudo, ofreciendo del contenido a sus compafieros. —exclamaron con alborozo, tomando cada uno con la punta de los dedos algunos granos. ‘Comieron con avidez, y cuando quedaron satisfechos, se tiraron de barriga al sol y cantaron canciones mo- nétonas y tristes, lanzando gritos estridentes después de cada estrofa. ur Entre las malezas de la sierra durmieron los veinticinco hombres de Demetrio Macias, hasta que la sefial del cuerno los hizo despertar. Pancracio la daba de lo alto de um risco de la montafia. —iHora® si, muchachos, pénganse changos!® —dijo Anastasio Montafiés, reconociendo los muelles de su rifle, Pero transcurrié una hora sin que se oyera mas que el canto de las cigarras en el herbazal y el croar de las ranas en los baches. Cuando los albores de la luna se esfumaron en 1a faja débilmente rosada de la aurora, se destacd la primera silueta de un soldado en el filo més alto de la vereda. ¥ tras él aparecieron otros, y otros diez, y otros cien; pero todos en breve se perdian en las sombras. Asomaron los fulgores del sol, y hasta entonces pi verse? el despefladero cubierto de gente: hombres dimi nutos en caballos de miniatura. 3 Hora: ahora 3 chango: «se avivarse, estar al hasta enfonces pudo verse: La preposicién hasta, més una expresion de tiempo, se usa con un verbo en sentido ne omitiendo el adverbio mo, exigido por la idea, Hay desacuerdo entre isto. uPonerse chango» 8 —jMirenlos qué bonitos! iAnden, muchachos, vamos ‘Aquellas figuritas movedizas, ora™ se per espesura del chaparral, ora negreaban més abajo sobre el ocre de las pefias. amente se ofan las voces de jefes y soldados. hizo una sefial: crujieron los muelles y los resortes de los fusiles. —iHora! —ordené con voz apagada. Veintitin hombres dispararon a un tiempo, ¥ otros tantos federales cayeron de sus caballos. Los demés, sorprendidos, permanecian inméviles, como bajorrelieves de las pefias. ‘Una nueva descarga, y otros ve Codorniz y los demés que no tenfan armas las solicitaban, pedian como una gracia suprema jaran hacer un tiro siqui los gritos se ofan tan claros del frente, proviso, en cueros, con moscos en la cabeza —dijo Anastasio Montafés, ya tendido entre las rocas y sin atreverse a levantar los Los federales comenzaron a gritar su triunfo y hacian cesar el fuego, cuando una nueva granizada de.balas Tos desconcerté. a de p&nico, muchos volvieron grupas resuel- tamente, otros abandonaron las caballerfas y se encara- maron, buscando refugio, entre las pefias. que los jefes hicieran fuego sobre los fugi Un federal cayé en las mismas aguas, ¢ indefectible- ieron cayendo uno a uno a cada nuevo disparo. Pero s6lo él tiraba hacia el rio, y por cada uno de los que mataba, ascendfan intactos diez o veinte a la otra vertiente. —A los de abajo... A los de abajo. —siguié gritando encolerizado. Los compafieros se prestaban ahora sus armas, y haciendo blancos cruzaban sendas apuestas. —Mi cintur6n de cuero si no le pego en la cabeza al del caballo prieto. Préstame tu rifle, Meco... —Veinte tiros de méuser y media vara de chorizo Porque me dejes tumbar al de ia potranca mora. Buen¢ iAhoral... ;Viste qué salto dio?... ;Como venado! io corran, mochos!... Vengan a conocer a su padre® Demetrio Macias. ‘Ahora de éstos partian las injurias. Gritaba Pancracio, alargando su cara lampifia, inmutable como piedra, ¥ sritaba el Manteca, contrayendo las cuerdas de su cuello y estirando las lineas de su rostro de ojos torvos de asesino, Demetrio siguié tirando y advirtiendo del grave peli- gro. a los otros; pero éstos no repararon. en su. voz desesperada sino hasta que sintieron el chicoteo*' de las balas por uno de los flancos. —i¥a me quemaron!® —grité Demetrio, y rec inguna con 5 un insulto; se profiere como ame supetioidad, para humillary (EI laberinto de la Sle- tar: szotar y dar golpes con el chicote o ltigo; “ya me quemaron: «ya me dieron», ey me hrieron. 86 Vv Faltaron dos: Serapio el charamusquero® y Antonio el que tocaba los platillos en la Banda de Juchipila, —A ver si se nos juntan mds adelante —dijo De- metrio. ‘Volvian desazonados. Solo Anastasio Montafiés con- servaba la expresién dulzona de sus ojos adormilados y su rostro barbado, y Pancracio la inmutabilidad repulsiva de su duro perfil de prognato. 1Los federales habian regresado, y Demetrio recuperaba todos sus caballos, escondidos en la sierra, De pronto, la Codozniz, que marchaba adelante, dio un grito: acababa de ver’ los compatieros perdidos, pendientes de los brazos de un mezquite*. Eran ellos Serapio y Antonio. Los reconocieron, y Anastasio Montaiés rez6 entre dientes: —Padre nuestro que ests en los cielos... —Amén --rumorearon los demAs, con la cabeza inclinada y el sombrero sobre el pecho. Y apresurados tomaron el cafién de Juchipila, rambo al norte, sin cescansar hasta ya muy entrada la noche, La Codomiz no se apartaba un instante de Anastasio, Las siluetas de los ahorcados, con el cuello fliccido, los brazos pendientes, rigidas las piernas, suavemente ‘mecidos por el viento, no se borraban de su memoria. Otro dia Demetrio se quejé mucho de la herida, © charamusqeero: de charamusca: dulce de forma de trablvén. Charamusquero, el que Ver ‘a uchipita: municipio del estado de Zacatecas y ciudad cabecera el mismo, ‘e mezquite:& Otro diaz saul Ya no pudo montar su caballo. Fue preciso conducirlo desde alli en una camilla improvisada con ramas de robles y haces de yerbas. —Sigue desangréndose mucho, compadre Demetrio —dijo Anastasio Montafés. Y de un tir6n arrancése una manga de la camisa y la anudé fuertemente al muslo, arriba del balazo. —Bueno —dijo Venancio—; eso le para la sangre y Te quita la dolencia. Venancio era barbero; en su pueblo sacaba muelas y ponia céusticos y sanguijuelas. Gozaba de cierto ascendiente porque habia leido El judfo errante* y El sol de mayo. Le llamaban ef dotor®, y él, muy pagado de su sabiduria, era hombre de pocas palabras, Turndndose ‘de cuatro en cuatro, condujeron la camilla por mesetas calvas y pedregosas y por cuestas cempinadisimas. Al mediodia, cuando Ia calina sofocaba y se obnu- tba la vista, con el canto incesante de las cigarras se ia el quejido acompasado y monocorde del herido. En cada jacalito” escondido entre las rocas abruptas, se detenian y descansaban. —iGracias.a Dios! ;Un alma compasiva y una gorda, copeteada* de chile y frijoles* nunca faltan! —decia ‘Anastasio Montafiés eructando. Y los serranos, después de estrecharles fuertemente las manos encall 2 —iDios los bendigal ;Dios los ayude y los lleve por buen camino!... Ahora van ustedes; maflana correremos ‘£1 sol de mayo: novela muy popular del A, Mateos, de finales del xi 'S el dotor:en la edicia de El Paso dice: el doctor; en la de Biblos ya dice ef dotor. choza de adobe, techada de palma. lena, hasta ls topes fréjol, judia, alubia también nosotros, huyendo de la leva, perseguidos por estos condenados del gobierno, que nos han declarado guerra a muerte a todos los pobres; que nos roban Nuestros puercos, nuestras gallinas y'hasta el maicito que tenemos para comer; que queman nuestras casas y se llevan nuestras mujeres, y que, por fin, donde dan con uno, alli lo acaban como si fuera perro del mal“ Cuando atardecié en lamaradas que tifleron el cielo en vivisimos colores, pardearon unas casucas en una explanada, entre las’ montafias azules. Demetrio hizo que lo Hevaran all Eran unos cuantos pobrisimos jacales de zacate, diseminados a la orilla del rio, entre pequeflas semen teras de maiz y frijol recién nacidos. Pusieron la camilla en el suelo, y Demetrio, con débil voz, pidié un trago de agua, En las bocas oscuras de las chozas se aglomeraron chomites* incoioros, pechos huesudos, cabezas desgre- fladas y, detras, ojos brillantes y car Un chico gordinflén, de piel morena y reluciente, se acercd a ver al hombre de la camilla; luego una vieja, y después todos los demas vinieron a hacerle ruedo, Una moza muy amable trajo una jicara de agua azul. Demetrio cogié la vasija entre sus manos trémulas y bebié.con avidez. —~No quere mas? Alz6 los ojos: la muchacha era de rostro muy vulgar, pero en su voz habia mucha dulzura. Se limpié con el dorso del pufio el sudor que perlaba su frente, y volviéndose de un lado, pronuncié con fatiga: —iDios se lo pague! Y comenz6 a tiritar con tal fuerza, que sacudia las yerbas y los pies de la camilla. La fiebre lo aletargo. & perro 55 Chom burdo, fabr —Esté haciendo sereno y eso es malo pa la calentura —dijo sen Remigia, una vieja enchomitada, descalza y con una garra** de manta al pecho a modo de ca- misa, Y Ios invitd a que metieran a Demetrio en su jacal. Pancracio, Anastasio Montafés y la Codorniz se echaron a los pies de la camilla como perros fieles, pendientes de la voluntad del jefe. Los demés se dispersaron en busca de comida. ‘Sefté Remigia ofrecié lo que tuvo: chile y tortillas. —Afigarense..., tenia gilevos, gallinas y hasta una chiva parida; pero estos malditos federales me lim- piaron. Luego, puestas las manos en bocina, se acercé al ido de Anastasio y le dijo: —iAfigirense..., cargaron hasta con la muchachilla de sefié Nieves! v La Codorniz, sobresaltado, abrié los ojos y se in- corporé. —iMontaiiés, ofste?... Un balazo!... Montanés... Despierta... Le dio fuertes empellones, hasta conseguir que se Temoviera y dejara de roncar. —iCon un...! Ya estis moliendo!®... Te digo que los muertos no se aparecen... —balbucié Anastasio despertando a medias. —iUn balazo, Montané —Te duermes, Codomiz, o te meto una trompada... —No, Anastasio; te digo que no es pesadilla... Ya no me he vuelto a acordar de los ahorcados. Es de veras un balazo; lo of clarito... 4garra: cualquier pedazo desgerrado, de euero, lenz0, 0 cosa parecida. Aqui, de tela ordinaria de algodén, 3 7a estés mollendol: estar incordiendo, importunando, moles- —iDices que un balazo?... A ver, daca‘* mi méuser.. Anastasio Montafiés se restreg6’los ojos, estird los mas con mucha flojera, y se puso brazos y las ron del jacal. El cielo estaba cuajado de estrellas y la tuna ascendia como una fina hoz. De las casucas salié rurnor confuso de mujeres asustadas, y se oyé el ruido de armas de los hombres que dormian afuera y despertaban también, —iEstépidol... {Me has destrozado un pie! La voz se oy6 clara y distinta en las inmediaciones. —iQuién vive?... ‘0 resond de pefla en pefia, por crestones y hondonadas, hasta perderse en la lejania y en el silencio de la noche. -.Quién vive? —repiti6 con voz mas fuerte Anastasio, endo ya correr el cerrojo de su méuser. }emetrio Macias! —respondieron cerca. Pancracio! —dijo Ia Codorniz regocijado. Y ya sin zozobras dejé reposar en tierra la culata de su fusil. Paneracio conducfa a un mozalbete cubierto de polvo, desde el fieltro americano hasta los toscos zapatones. Llevaba una mancha de sangre fresca en su pantalén, cerca de un pie. —iQuién es este curro?® —pregunt6 Anastasio. —Yo estoy de centinela, of ruido entre las yerbas y srité: «zQuién vive?» «Carranzon, me respondié éste va~ le®.. «gCarranzo,..?® No conozco yo a ese gallo...» Y toma tu Carranzo: le meti un plomazo en una pata. 58 daca: contraccién de ada» y wacko: dao dame ac, 9 curva: dela gente pol blo alas personas de un alvel superior o cle ciudad, en el sentido de wteBortons a veces, igeramente Gespectivo, como sompanro, compinche ner Jefe, agli Sonriendo, Pancracio volvi6 su cara lampia en soli- citud de aplausos. Entonces hablé el desconocido. —iQuién es aqui el jefe? Anastasio levant6 la cabeza con altivez, enfrentén- dosele. El tono del mozo bajé un tanto. —Pues yo también soy revolucionario. Los federales me cogieron de leva y entré a filas; pero en el combate de anteayer consegui desertarme, y he venido, cami- nando a pie, en busca de ustedes. —iAh, es federal!... —interrumpieron muchos, mi- randolo con pasm¢ —iAh, es mocho! —dijo Anastasio Montafiés—. 2 por qué no le metiste el plomo mejor en la mera chapa?® —iQuién sabe qué mitote® trai! ;Quesque quere hablar con Demetrio, que tiene que icirle quién sabe cudntol... Pero eso no le hace, pa todo hay tiempo como no arrebaten —respondié Pancracio, preparando su fusil. —Pero iqué clase de brutes son ustedes? —profirié el desconocido. Y no pudo decir més, porque un revés de Anastasio Jo volteé con la cara bafiada en sangre. xxaltados, gritaban, aullaban preparando ya sus rifles. de las distintas facclones revoluclonarlas. La confusion de Pancracio ‘© mero, ra: denota a proximidad, la exactitud de un punto 0 una accién; y afirma la identidad 0 ponder En el sentido de «mismo» o upropion. A veces se usa en diminutivo, por elemplo: «Ya merto leet», «Et la mera patrona. Aqul, en la mera chapa: en el corazbn. —iChist..., chist..., cAllensel... Parece que Dem habla —dijo Anastasio, sosegandolos. En efecto, Demetrio quiso informarse de lo que ‘ocurria ¢ hizo que le llevaran al prisionero. —iUna infamia, mi jefe, mire usted..., mire usted! —pronuncié Luis’Cervantes, mostrando las manchas de sangre en su pantalén-y su boca y su nariz abota- gadas. —Por eso, pues, zquién jijos de un... es usté? —in- terrogé Demettio. —Me llamo Luis Cervantes, soy estudiante de Medi- cina y periodista. Por haber dicho algo en favor de los revolucionarios, me persiguieron, me atraparon y fui a dar aun cus La relacién que de su aventura siguié detallando en tono declamatorio causo gran hilaridad a Pancracio —Yo he procurado hacerme entender, convencerlos de que soy un verdadero correligionario.... — dijo un capitin desmolado y ya blanco de canas—. Lo malo fue qu mis caballos le cuadraron a mi general Limén y é me Ios rob6 “IA qué Yo también he ‘A qué negarlo, pues! Yo tami 6 el pero Margarito; pero sl etn i into he hecho de capital. is compafieros que digan cudnto he capital Exo sm gusto‘ paterlotofo con las sista s s contento ponerme una papalina® co s que mandarles un centavo a las viejas . jue parece inagotable, I tema del eyo robe, aunque parece inagotable, se va extinguiendo cuando en cada banca apar imbique: nombre despectivo del papel moneda lanzado por Tacclones revolucionarias, epaline: borrachers. 189 tendidos de naipes, que atracn a jefes y oficiales como Ia luz a los mosquitos. Las peripecias del juego pronto lo absorben todo y caldean el ambiente mas y mAs; se respira el cuarteh, Ja cércel, el lupanar y hasta la zahurda. ¥ dominando et barullo general, se escucha, alla en el otro carro: —Caballeros, un sefior decente me ha robado mi petaca... Las calles de Aguascalientes se habian convertido en basureros. La gente de kaki se removia, como las abe- Jas a la boca de una.colmena, en las’ puertas de los restaurantes, fonduchos y mesones, en las mesas de comistrajos y puestos al aire libre, donde al lado de tuna batea de chicharrones rancios se alzaba un monton = de quesos mugrientos, EI olor de las frituras abrié el apetito de Dem y sus acompafiantes. Penetraron a fuerza de empellones una fonda, y una vieja desgrefiada y asquerosa les irvid en platos de barro huesos de cerdos nadando en n caldillo claro de chile y tres tortillas correosas y quemadas. Pagaron dos pesos por cada uno, y al salir Pancracio asegur6é que tenia mas hambre que antes de haber entrado, —Ahora si —dijo Demetrio—: vamos a tomar consejo de mi general Natera. ¥ siguieron una calle hacia 1a casa que ocupaba el Jefe norteo, ‘ado grupo de gentes les detuvo el Un hombre que se perdia entre sonsonete y con acento uncioso tue parecia un rezo. Se acercaron hasta des brirlo. Bl hombre, de camisa y calz6n blanco, repetia: buenos catélicos que recen con devocién esta oracién a Cristo Crucificado se verén libres de tempestades, de pestes, de guerras y de hambres...» —Este si que la acerté —dijo Demetrio sonriendo. El hombre agitaba en alto un pufiado de impresos y —Cincuenta centavos la oracién a Cristo Crucificado, cincuenta centavos... Tuego desaparecerfa un instante para levantarse de nuevo con un colmillo de vibora, una estrella de mar, un esqueleto de pescado. Y con el mismo acento re~ zandero, ponderaba las propiedades medicinales y raras jirtudes de cada cosa, La Codorniz, que no le tenfa fe a Venanci, pidié al vendedor que le extrajera una muela; el glero Marga- rito compré un niicleo de cierto fruto que tiene la propiedad de librar a su poseedor tan bien del rayo como de cualquier «malhoray, y Anastasio Montafiés una oracién a Cristo Crucificado, que cuidadosamente doblé y con gran piedad guardé en el pecho. —iCierto como hay Dios, compafiero; sigue la bola! iAhora Villa contra Carranza! —dijo Natera. | Y Demetrio, sin responderle, con los ojos muy abier- tos, pedia mas explicaciones. a

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