Mis ojos estaban hinchados, rojos, e inundados en lágrimas. La blusa negra
que portaba estaba empapada, así como mis manos. La punta de mi nariz parecía la de un payaso, la diferencia era que yo no estaba divirtiéndome. Moví mis piernas y me hice un ovillo, con mis piernas apretando fuertemente mi pecho mientras sollozaba. Escuchaba murmullos alrededor de mí, pero no le prestaba atención a nada, que no fuese él. No había otra persona en mi mente que no fuese él. Lamentablemente la única manera de la que podía tenerlo era pensando en él. Ya jamás, lo volvería a tocar, jamás le volvería a hablar, jamás lo volvería a besar, jamás lo volvería a abrazar. Ya jamás lo vería. Ya jamás, estaría él para mí. Las cataratas le tendrían envidia a mis ojos. Solté un largo y entrecortado suspiro. Sentí un cosquilleo en mi brazo y luego alguien me zamarreo. -Vamos, han pasado dos días…- dijo entre susurros su voz. -N-no- conteste. -Tienes que comer algo Alice- Camelia me tomó del brazo y me hizo mirarla a la cara. Sus ojos se abrieron como plato. Tomó un pañuelo limpio y me secó los ojos. Sacó de su cartera unos anteojos y me lo colocó. Yo estaba quieta, como un zombi, como una momia, como un cadáver sin vida. Es que… mi vida ya no tenía sentido ¿Para que vivir? -Vamos, ya va a ser la hora.- siseó. Una lágrima se deslizó por debajo de los Ryban’s. –Pero antes, comerás algo- como un real zombi, solo dejé que me condujera a su antojo. Me sentó en la silla de la sala, y me sirvió un sándwich de jamón y queso. No dudé ni dos segundos en tomarlo. Llevaba tirada en esa cama dos días, sin comer, sin tomar nada, sin ir al baño, sin moverme. Solo pensando, solo recordando. Recordando tres hermosos años. Comí mi sándwich tal cual termita. Me sirvió dos vasos de agua, y para mi impresión me tomé de un sorbo cada vaso. -Ve al baño- dijo lo más dulce que pudo. Pero no me moví, no reaccione. Por lo que nuevamente tuvo que moverme como una muñeca de trapo. Me dejó dentro del baño, y salió. Me miré al espejo. Era un desastre. Las ojeras estaban violeta, mis ojos rojos, y mi cara manchada de rimel corrido por las lágrimas. Me lavé la cara, y luego me puse rimel. Resistente al agua. Me volví a poner los lentes, y salí. Revisé mi bolsillo para controlar que no se había volado, que no se había caído ni nada por el estilo. Nada. Seguía ahí. Sin decirle nada a Camelia salí de la casa y me subí a su auto. Ninguna de las dos habló en el camino. Yo iba pensando, y creía que ella tampoco tenía muchas ganas de tocar el tema. Miré a Camelia. Ella me recordaba tanto a Ben. En todos los aspectos. El pelo oscuro, los ojos celestes, las mismas facciones, las mismas reacciones, el mismo carácter, todo. Claro, eran mellizos. No me di cuenta cuando llegamos al cementerio. Bajé y fui corriendo a abrazar a Seth. Mi mejor amigo. Lo abrasé tan fuerte, que creía haberlo aplastado. Duré sollozando en su hombro unos minutos. Cuando nos separamos me miró. Y sus ojos también estaban llorosos. El no quería ni una pizquita a mi difunto novio, pero por mi siempre habían intentado “llevarse” -Lo siento tanto Alice- me susurró, y me volvió a dar otro abrazo. -Porque…- sollocé. El día jueves, hacía dos días…si el 14 de febrero. Ben había salido a comprar mi regalo de San Valentín, por más que le había dicho 500 veces que no. Terco como el solo, salió a la noche a comprarlo. Los esperé en la puerta de mi casa, media hora, una hora, dos, tres… no llegaba. Pero si me llego un llamado 5 horas después. Un llamado de una ambulancia. Ya saben el final. Lloré dos noches seguidas, no exagero, Camelia estaba de testigo. Solté el abrazo con Seth. Y me dirigí hacía donde estaban mis padres, y los de Ben. Los cuatro me miraron. Mis padres apenados, y los de Ben agonizantes. Igual que yo. Primero abrasé a mi madre. -Lo siento cariño- me dio un beso en la mejilla. A mi padre le di un abrazo sin palabras. Me di vuelta y miré a Sophia. No tenia palabras, era su hijo. La abrasé y me abrazó. -Fue el mejor hijo del mundo- me dijo. Mientras seguíamos abrazadas. -Fue el mejor Prometido del mundo- confesé. Nadie sabía que esa noche me había pedido matrimonio. Al escuchar mis palabras Sophia me abrazó aún más fuerte. Cuando me tocó abrazar a Howard, solo lo abrase igual que con mi padre, sin hablar. -Yo creo que debes ir a decirle Adiós- dijo mi madre en voz baja. Eso me partió el alma, debía ir a darle el último adiós. Adiós por y para siempre. Fui caminando lentamente hacía el cajón, que aún no estaba enterrado. Estaba sobre una gran mesa. En la sala todos se habían retirado para dejarme sola. Saqué del bolsillo de mi Jean la foto. Y la miré. Nosotros dos mirando a la cámara, sonrientes. El año en que nos conocimos. En la playa, nuestro primer verano juntos. Dos lagrimas cayeron en la fotografía, y luego más. Como no quería dañarla, la bese y la deje sobre el cajón. Me arrodille frente a la mesa, coloqué mis manos juntos sobre el cajón y empecé a rezar y a darle mi último adiós. -Te amaré siempre Ben- Sollocé.