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EMILIO URANGA
INTRODUCCIÓN
.
Una de las tesis principales que este trabajo intentó fundamentar es que las
canciones de José Alfredo no sólo son ubicables en una dimensión estética y que
su único valor deriva de la resultante de su tasamiento con raseros estéticos.
P o r e l c o n t r a r i o , se buscó
argumentar que dichas canciones, como objetos polifásicos que son, se inscriben
y valoran en dimensiones y con criterios múltiples: musicales, literarios, culturales,
sociológicos y psicológicos.
Así, más que sólo a una estética, las canciones de José Alfredo pertenecen a
una demología, entendida ésta como una disciplina ocupada de la diversidad
cultural, que aísla y analiza aquellos productos culturales «que poseen un vínculo
específico de “solidaridad” con el “pueblo” (en cuanto [éste es] distinto de las
“élites”)». (Cirese; 1986: 87)
Este trabajo tuvo desde el principio y hasta el final la intención expresa de
lograr desmitificar a José Alfredo, tarea que tuvo la oposición de dos posturas
igualmente tenaces e irracionales en alguna medida: por un lado, la apologética
dogmática y sacralizante de sus exaltados admiradores incondicionales; y, por el
otro, el desprecio, el desdén y la diatriba indocumentada de sus no simpatizantes.
Por ello, parte del texto se ocupa en esta labor reubicadora, y mucho habrá
logrado este trabajo si lo que antes se devaluaba ahora se revalora, y lo que antes
se sobreestimaba ahora se justiprecia.
Por otra parte, hay que mencionar que hay en las canciones de José Alfredo
algo que mucha gente no tolera, principalmente los intelectuales, habituados
profesional y/o vocacionalmente al almidonamiento, el soslayamiento o la
racionalización de su propia afectividad. Ese algo que irrita tanto —y más irritante
si se piensa en la falta de p u d o r
p s i c o l ó g i c o con que lo hace— es la expresión
llana y desmaquillada de sus emociones, esto es, el hecho de que no oculte y, al
contrario, además exhiba flagrantemente aquellas conmociones íntimas, muchas
de ellas aún palpitantes, que molesta encarar sin los usuales ropajes estilísticos o
sofisticaciones formales que las atenúan.Y es que hay zonas afectivas y estéticas,
los bajos fondos de nuestro corazón, que nos dan miedo o no podemos expresar
pero que, a la vez, sentimos la necesidad de declarar, de desahogar. Cuando
nosotros no podemos y otros sí pueden —es el caso de José Alfredo—, entonces,
o sentimos admiración y afiliación hacia el artista o el compositor, o sentimos
miedo de que el entrar en contacto con l a s
p r o f u n d i d a d e s
e x h i b i d a s por el artista soliviante nuestros abismos y
desaparezcamos como sujetos racionales.
Otro factor que influye en la predilección o el rechazo de José Alfredo es
e l d e q u e e s a u t o r d e
u n g é n e r o , la can-ción ranchera, y hoy hay muchos
a quienes no les gusta la canción ranchera y, por tanto, no les gusta José Alfredo.
Más aún, en tiempos en que l a n u e v a
c a n c i ó n n o r t e ñ a , las baladas, el
rock y la música tropical, o salsa, cautivan a las nuevas generaciones, y la música
rock en inglés, la clásica, el jazz o el bolero revival se apoderan de las sensi-
bilidades intelectuales, no es posible esperar que José Alfredo sea escuchado
masivamente. Y, sin embargo, se escucha.
El occiso cantautor José Alfredo Jiménez fue uno, pero los José Alfredos que
tienen en la cabeza y/o en el corazón un sinnúmero de mexicanos, desde
prechicanos y norteños hasta yucatecos, son muchos, con distintas caras,
significados y valores. Y es que José Alfredo es un motivo cultural que ha
inspirado las interpretaciones, las devociones y las antipatías más diversas, que
van desde la entusiasta idolatría hasta la franca indiferencia.
Entre quienes lo tienen en un nicho en sus adentros, algunos consideran a
José Alfredo Jiménez como un médium con una extraordinaria facilidad para hacer
hablar al corazón, ya no digamos el de él, sino el de quien lo escucha. Sólo José
Alfredo puede decir lo que siente un enamorado, un despechado, un borracho (de
los pudorosos) o u n p r e t e n s o , sin dejarse
nada guardado. José Alfredo es un valiente que se atreve a desnudar su alma,
mientras que muchos se llevan a la tumba sus reconditeces anímicas, esos
mismos sentimientos que su timidez condenó a fluir sin voz en los enrarecidos
conductos laberínticos del alambique de sus interioridades.
Para otros, José Alfredo no sólo dice lo que dice sino que, además, lo dice
poéticamente. Dice mejor y bonito lo que otros dicen peor y feo. Con él se puede
uno deleitar en la escucha musicalizada de líneas hermosas que nombran y
ponderan acontecimientos subjetivos antes considerados, desatinadamente,
prosaicos, vulgares y sin valor, pero que —José Alfredo mediante— alcanzan por
él su cotización debida: no sólo siento bonito sino que también es bonito lo que
siento.
Hay también para quienes José Alfredo es un oráculo, un tarot ranchero, un
sintetizador de pasivos sentimentales desperdigados, de piezas dispersas del
rompecabezas de nuestras vivencias biográficas. H a s t a
a n t e s d e escucharlo o de habernos fijado bien en lo que
decía cierta predestinada letra de alguna oportunísima canción, nosotros no
atinábamos a saber lo que nos había pasado, o lo que nos estaba pasando, o lo
que quien quite y pudiera pasarnos. Y, de pilón, si a eso le añadimos esos humos
epopéyicos que emanan de sus canciones, entonces estamos de lleno en un
episodio climático de introspección sentimental. Por eso, y muchas cosas más,
José Alfredo Jiménez es para muchos, muchos más que para los que no, un ídolo
entrañable.
Hay una palabra alemana —kitsch— que se utiliza en estética para denotar tanto
un objeto de mal gusto, algo estéticamente aberrante, como un sujeto de mal
gusto, alguien con apreciaciones estéticas descarriadas. En el primer caso, un
objeto (una canción de José Alfredo, por ejemplo) es kitsch cuando
p o s e e u n a f o r m a aparentemente
artística (seudoartística), que sustituye a una auténtica forma artística, utilizando
artificios como la apelación al sentimentalismo, el melodrama o el remedo torpe de
formas artísticas estéticamente exitosas. En el segundo caso, un sujeto tiene un
gusto kitsch cuando o bien goza estéticamente con un objeto kitsch,
confundiéndolo con uno artístico, o bien no goza, por frigidez estética, ante un
objeto verdaderamente artístico.
Ahora bien, para el caso de las canciones de José Alfredo Jiménez, tenemos
que ni todas sus canciones son artísticas, ni todas sus canciones son kitsch. En
otras palabras, un cierto número de ellas es de buen gusto y otro cierto número es
de mal gusto. E n q u é
p o r c e n t a j e se dan uno y otro es un asunto de
cuantificación estética que no desahogaremos aquí, ya que nos ocuparemos sólo
de aspectos estéticos cualitativos, y de ellos sólo veremos los referentes a la
relación entre el buen y el mal gusto como objeto, y el buen y el mal gusto como
apreciación.
En tal sentido, tendríamos que ni quienes aprecian que José Alfredo es
(totalmente) artístico tienen razón, ni tampoco quienes aprecian que es
(totalmente) de mal gusto. Luego, si vemos las combinaciones que tenemos entre
canciones artísticas y canciones de mal gusto de José Alfredo (en cuanto al objeto
estético), y degustadores positivamente dispuestos y degustadores negativamente
dispuestos (en cuanto al sujeto estético), veremos que los degustadores
positivamente dispuestos tienen razón cuando aprecian como buenas las
canciones buenas (artísticas) de José Alfredo, pero carecen de defensa cuando
aprecian como buenas las canciones malas (kitsch) de José Alfredo. Y,
e n e l o t r o e x t r e m o , los
degustadores negativamente dispuestos no tienen la razón cuando aprecian como
malas las canciones buenas (artísticas) de José Alfredo, pero sí la tienen cuando
aprecian como malas las canciones malas (kitsch) de José Alfredo.
Vistas así las cosas, cuando hablamos de Kitschalfredo aludimos a aquellas
canciones de José Alfredo Jiménez que son poco o nada artísticas, las que
adolecen de falta de inspiración y de elaboración artística suficiente. Y nos
referimos también al José Alfredo imposiblemente perfecto y omnisublime que sus
admiradores más fanáticos han fabricado, delirado, alucinado, y que no tiene
existencia estética objetiva. Pero también existe otro Kitschalfredo, que es el
retrato de Dorian Gray de un gusto malinchista, la proyección del “exquisito” gusto
clasista y peyorativo de unos supuestos gourmets de la cultura que han deformado
al José Alfredo inspirado, hondo y artístico, convirtiéndolo en un esperpéntico José
Alfredo totalmente kitsch, producto de una adulterada generalización de su
perversa disposición estética hacia la cultura popular. Este Kitschal-
f r e d o , e n t o n c e s , n o e s
m á s q u e u n e x a b r u p t o
f a n t a s m a g ó r i co de una mala consciencia
estética, estúpidamente elitista.
E n l a h i s t o r i a d e l a
p i n t u r a hay un tipo de pintura y de pin-tores conocidos
como naïf (palabra francesa que significa ingenuo, cándido, simple),
caracterizados por un estilo pictórico primitivo y/o infantil, rayano en lo ingenuo, y
que en su mayor parte son autodidactos que ignoran las reglas y las tradiciones,
tanto estéticas como técnicas, de dicho ramo creativo. Por extensión, todo artista
con las características antedichas participaría de las bondades y los sambenitos
de su membresía en el club de los creadores naïf.
En el caso de José Alfredo, el epíteto de compositor naïf puede comenzar por
justificarse citando algunas líneas de una de sus canciones más conocidas y
favorecidas por el público, Qué bonito amor4: «Qué bonito amor, / qué bonito
cielo, / qué bonita luna, / qué bonito sol. / Qué bonito amor, / y o l o
q u i e r o m u c h o , / porque siente todo / lo que
siento yo».
Como es b o n i t a m e n t e
p o s i b l e a d v e r t i r , en estas
líneas no hay sofisticación ni alambicamiento alguno: José Alfredo dice l o
q u e d i c e de un modo llano y natural, sin mayores
sutilezas, y con un tono de intimismo elemental y extrovertido.
En efecto, en las canciones de José Alfredo Jiménez encontramos, como
común denominador de sus letras, u n a
i n g e n u i d a d y u n a
s i m p l i c i d a d que oscilan entre la limitación de
recursos expresivos y la fuerza de un estilo sencillo y directo. Tales rasgos
resaltan más si los comparamos con aquéllos, barrocos y estilizados, que
caracterizan a otros compositores. Por ejemplo, evoquemos a Lara: «yo quiero la
leyenda de tus quimeras, / y el carmín que matiza tus labios rojos» (Para
adorarte). Y ahora a José Alfredo: «No te puedo decir lo que siento, / sólo sé que
te quiero un montón» (Serenata sin luna). Si comparamos las líneas de uno y otro,
resultará tan notorio el contraste en su forma de decir las cosas, que es la misma
disparidad que encontramos en la forma de hablar de un estudiante de la carrera
de letras y un vecino de Aldama, Irapuato.
Y es que lo que caracteriza a un compositor naïf como José Alfredo es el
instinto y la convicción, el uso de palabras candorosas y escatológicas a la vez,
cargadas del misticismo de lo subjetivo sublimado, y referentes a sentimientos
poco esclarecidos pero nombrables o aludibles de bulto, con tremendismo y vaga
profundidad. El modus operandi de su “agorafilia” sentimental está constituido por
la melodramática buena voluntad de decir, la mezcla de populismo
mercadotécnico y sinceridad como chantaje estético, la candidez como crónica de
la interioridad y el balconeo de abisales emotividades que, extraídas, se retuercen
como nervios rojos, sufriendo la inclemencia de la intemperie de la confesión.
Para nadie es un secreto que José Alfredo Jiménez le ha-ya cantado al vino en
muchas de sus composiciones, aunque para muchos es, todavía, un escándalo:
«¡Fíjense, nomás… hasta le hace himnos a su vicio!». Tal hecho revela la
permeabilidad de una obra a las influencias pasionales de la vida q u e
l a a l i m e n t a , y es, también, el pie que permite
descalificar ad hominem una obra que sólo permitiría, si ese fuese el caso, una
desacreditación estética. Hay que recordar que no todo lo (supuestamente) malo
es necesariamente feo, así como tampoco todo lo (supuestamente) bueno es
necesariamente bello.
A continuación presentamos una brevísima antología de fragmentos de
algunos de los cantos etílicos que impregnan muchas de las letras de José Alfredo
Jiménez. En esta selección son visibles las múltiples significaciones que el
alcohol, como símbolo personal, tuvo para José Alfredo, algunas de las cuales
mueven más a simpatía que a indignación.
•Las copas como musas: «hago que se sirva vino / pa’ que nazcan serenatas»
(Mi tenampa).
•El alcohol como ofrenda: «tú bien sabes que si ando tomando, /
c a d a c o p a la brindo en tu honor» (Serenata sin luna).
•El alcohol como purga cardiaca: «Esta noche me voy de parranda / para ver
si me puedo quitar / una pena que traigo en el alma» (Esta noche).
•El alcohol como termómetro de hombría: «a ver quien se cae primero, / aquel
que doble las corvas / le va a costar su dinero» (Llegó borracho el borracho).
•El alcohol como vía de convencimiento amoroso: «Tómate esta botella
conmigo / y en el último trago me besas» (En el último trago).
•El alcohol como detonante telepático: «me están sirviendo orita mi tequila, /
ya va mi pensamiento rumbo a ti» (Tu recuerdo y yo).
Aun cuando para José Alfredo Jiménez la muerte no fue uno de los motivos
explícitos de su obra, sí ocupa un lugar importante dentro de ella, y está presente
en varias de sus canciones más gustadas, c o m o e s
e l c a s o d e Esta noche, Pa’ todo el año, El jinete,
Camino de Guanajuato, Serenata huasteca, El rey y Que te vaya bonito. A
continuación presentamos algunos extractos de dichas canciones, en las que
figura la muerte manifiestamente, para entrar en materia de manera específica.
Precederá a cada cita el motivo tanatológico adjetivado, contenido en el fragmento
de la canción de marras.
• L a m u e r t e c o m o
o p c i ó n p r e f e r e n c i a l a vivir
sin amor: «si me encuentro por “ahi” con la muerte, / a lo macho no le he de temer;
/ si su amor ya perdí para siempre, / qué me importa la vida perder» (Esta noche).
•La muerte como pérdida del amor verdadero: «tú a mí no me quieres nada, /
pero yo por ti me muero» (Serenata huasteca).
•La muerte como venganza despechada contra la amada: «pero el día que yo
me muera / sé que tendrás que llorar» (El rey).
•La muerte como salida a la pérdida de amor: «La quería m á s
q u e a s u v i d a / y la perdió para siempre, /
por e s o l l e v a u n a h e r i d a ,
/ por eso busca la muerte» (El jinete).
•La muerte como efecto posible de la soledad: «yo no sé si tu ausencia me
mate» (Que te vaya bonito).
•La muerte como fuga de la soledad: «vaga solito en el mundo, / y va
deseando la muerte» (El jinete).
Como es posible deducirlo de la descripción anterior de motivos relativos a la
muerte insertos en varias de sus canciones más famosas, José Alfredo Jiménez
siempre ligó a la muerte con el amor. Más precisamente, ligó a la muerte con el
amor deficitario, ya sea en sus postrimerías, ya sea en su franca ausencia, y hasta
en su forma más extrema y desesperada, como es la de la soledad.
Aunque suene algo extraño, cuando oímos una canción, las más de las veces, no
pretendemos entender lo que dice. Más bien hay una tendencia a irse
abandonando a la música y a la letra como acompañamiento musical, más que a
examinar sesudamente sus líneas, todas y una a una. Esta tendencia a
c o n v e r t i r n o s c a s i en un zombie
cuan-do escuchamos algunas canciones es uno de los efectos característicos que
éstas tienen: adormecen nuestro intelecto y
d e s p i e r t a n n u e s t r o
c o r a z ó n , el cual empieza a cabalgar en los motivos y los
tonos sugeridos por la canción, y todo esto con una convicción y una pasión
fugaces tales que nos vemos forzados a admitir el hecho de que no só-lo
necesitamos descansar y soñar en la noche, sino que también es una cuestión de
supervivencia, por lo menos anímica, el soñar despierto, de día.
Sin embargo, cuando prestamos atención a la letra de una canción, algo que
sólo es posible que suceda si no estamos abandonados y rendidos a su flujo
hipnótico y seductor, nos damos cuenta de que tal o cual frase tiene un carácter
semántico misterioso, enigmático. O sucede también que una línea de la canción
nos impresiona tan profunda como inexplicablemente. Tales son la clase de
experiencias que tenemos con la parte literaria de la canción y que, comúnmente,
sólo pocas personas suelen analizar y, por tanto, gozar, ya no digamos como
curiosidad semántica sino como un pleno deleite verbal.
Y es que un gran número de personas que oye con cierta frecuencia las
mismas canciones de José Alfredo Jiménez no sabría decir, a ciencia cierta, cuál
es el tema exacto o la trama básica que expresan dichas canciones. P o r
e j e m p l o , si a alguna de estas personas le preguntamos
de qué trata la canción El jinete y nos contesta, circularmente, que de un jinete,
habría que pensar que gracias a Dios no contestó que de esquimales, y que no ha
escuchado y descifrado su trama con mayor precisión. Tan es así que basta
comparar la respuesta de que dicha canción trata de un jinete con la de quien
contesta que trata de alguien solitario y melancólico que perdió un amor, y no
puede vivir sin él, y piensa en morirse, y que, circunstancialmente, cabalga. Y digo
circunstancialmente porque la canción bien podría protagonizarla no un jinete sino
un trailero.
Así las cosas, apuntaremos que, si no escuchamos y meramente oímos las
canciones de José Alfredo, nos estamos perdiendo de, por lo menos, un 50% de
mayor disfrute de ellas (algunos investigadores hablan hasta de un 53.357% de
pérdida estética). Sólo oír a José Alfredo, sin escucharlo, equivale a la misma
experiencia de escuchar una canción en inglés sin entender inglés, oírlo como si
José Alfredo h u b i e r a c o m p u e s t o
sus canciones en inglés.
A l g u n o s
j o s e a l f r e d i a n o s quieren tanto a José
Alfredo (cantidad de amor) que descuidan cómo quererlo mejor (calidad de amor).
Expliquémonos. A quienes asocian cualquier asunto relacionado con José Alfredo
con algo sagrado, in-tocable e inanalizable, y que tienen una imagen inverosí-
milmente perfecta, irreal y sólo positiva de él, cualquier intento de pensar a José
Alfredo de un modo distinto al señalado (aunque fuese del lado de José Alfredo,
no en su contra) es algo inadmisible, intolerable.
Y tal actitud d e e s t o r b o s o
f a n a t i s m o d o g m á t i c o
impide, aunque sólo se estuviese analizando la interesante y valiosa obra
composicional de José Alfredo, averiguar y desentrañar
s i g n i f i c a d o s a ú n
i n é d i t o s , ocultos, no conocidos hasta ahora de las
canciones del juglar mexicano, guanajuatense y dolorense, m á s
i n f l u y e n t e en la sensibilidad de más me-xicanos,
de más clases sociales, que ha cantado bajo el cielo de nuestra patria (qué mayor
prueba de la inconmensurabilidad de los efectos adhesivos que convoca que la
intensidad de las pasiones apologéticas y la desbordada devoción hagiográfica
q u e d e s p i e r t a e n muchos
mexicanos de todas las latitudes de nuestro territorio).
Sin embargo, respetar con el corazón a José Alfredo (como lo respeta y
quiere quien escribe estas líneas) no veta el propósito ni la empresa de ir más allá
de lo que sabemos hasta ahora sobre el significado, la trascendencia y la
correspondencia de lo que dijo José Alfredo en sus canciones, con lo que siente
nuestro pueblo. Al contrario, permite defender mejor a José Alfredo de sus
verdaderos enemigos. Nos referimos a los pedantes elitistas que despachan el
problema del valor cultural y estético de José Alfredo diciendo que su obra es un
capricho fetichista del pueblo.
Como pronunciamiento de parte, el josealfredianismo es una toma de partido
con José Alfredo, pero también debe ser una adopción de perspectiva, una
filiación óptica con una hermenéutica que busque, de manera totalizadora, lo que
significa su obra con el compromiso que supone una tarea electiva y dispuesta a
que la verdad que resulte de la investigación se asuma y acepte. Todo sea porque
queremos con más razón, e igual inversión de corazón, a nuestro José Alfredo.
Las razones d e l a
p e r s i s t e n c i a d e s u s
c a n c i o n e s podrían colocar-se más allá de la
buena factura de la mayoría de ellas. ¿Expresó sin saberlo y con una
sensibilidad naïve el arrastrado y atormentado sentimentalismo de los
mexicanos? ¿Elevó a máxima cancionera los pequeños vicios de sus
compatriotas? ¿Representó exitosamente un gusto estético, una escala de
valores y una sensibilidad que discurrían subterráneamente aun a despecho
de Raphaeles, rocanroleros y Beatles? (Moreno; 1979: 194-195)
Las canciones d e J o s é A l f r e d o
J i m é n e z son primordialmen-te un objeto de consumo
musical y, como tales, no están sujetas a ningún otro tipo de consideración que no
sea la de regodearse y chapotear en ellas mientras se las oye. En tal sentido, las
canciones cumplirían la misma función que cumple un partido de futbol o el
capítulo del día de una telenovela: entretendrían a quienes los consumen; serían
una actividad informal y nada más.
Por el contrario, cuando las canciones de José Alfredo son tomadas como
objeto de estudio, entonces tenemos que cambiar el canal y pasar del solaz al
trabajo, debiendo sintonizarnos con la tarea de preguntarnos e intentar con-
testarnos un sinnúmero de interrogantes acerca de lo que nos ocupa, como
e n c u a l q u i e r o t r a
a c t i v i d a d de estudio. Es en esos momentos cuando
las canciones de José Alfredo tienen que ser escuchadas ya no sólo con el
corazón sino con el cerebro, o con el corazón y el cerebro alternadamente, pero
preferentemente con éste último.
¿Qué podría estudiarse d e l a s
c a n c i o n e s d e J o s é
A l f r e do? Esta pregunta tendría diferentes respuestas, dependiendo
de la clase de bicho que se las hiciera. Así, un in-telectual perpetuamente
arcangélico diría: «Nada. Es pura chatarra cultural»; un parroquiano adicto a las
sinfonolas contestaría: «A José Alfredo hay que oírlo y no andar metiéndole el
bisturí académico»; una persona inquieta y desprejuiciada respondería con otras
preguntas: «¿Son las canciones de José Alfredo cultura chatarra?, ¿por qué no
habrían de analizarse las canciones y hasta la vida misma de José Alfredo?».
Ahora bien, desde el punto de vista de las posiciones culturales más
avanzadas del país y del mundo, la cultura popular y el folklore son fuentes
inmensamente ricas de exploración y explotación cultural y un gratísimo estímulo
intelectual. En tal sentido, las canciones de José Alfredo son una oportunidad y
una condición suficiente para investigar múltiples fenómenos no sólo culturales
sino también sociales, económicos y hasta políticos, y no sólo de José Alfredo sino
también de quienes lo detestan, de quienes lo aman y de quienes lo ignoran.
El estudio de la obra de J o s é A l f r e d o
J i m é n e z , al igual que el estudio de la obra de cualquier
otro compositor popular de envergadura de cualquier país del mundo, es una opor-
tunidad i n m e j o r a b l e d e
h i n c a r l e e l d i e n t e a múltiples
temas y problemas de mezcla cultural de varias dimensiones y aspectos que se
expresan de manera dinámica y sintética en un objeto de estudio.
Dicho volumen y heterogeneidad de asuntos confluyentes requieren del
concurso de diversas disciplinas afines para desahogarse satisfactoriamente
(estética, psicología, musicología, sociología, teoría literaria, etc.), y dan lugar a un
sinnúmero de interrogantes, como las que a continuación enlistaremos:
1. ¿Es posible hablar de belleza en las canciones de José Alfredo? ¿Cuáles
son las canciones bellas y cuáles no? ¿Qué hace bellas a las canciones bellas y
qué hace feas a las feas?
2. ¿Cuáles son las condiciones sociales, psicológicas, existenciales y
cotidianas q u e f a c i l i t a n o
d i f i c u l t a n la sintoni-zación estética con las
canciones de José Alfredo Jiménez?
3. ¿Cuál es el perfil social, psicológico y cultural de los admiradores de las
canciones de José Alfredo? ¿Cuál es el perfil de quienes l o
d e t e s t a n ? ¿Cuáles son las razones de preferencia de
sus admiradores, y las de rechazo de sus no simpatizantes?
4. ¿Cuánta gente escucha todavía a José Alfredo, y cuál es su distribución
por edades? ¿En qué partes del país se escucha más, menos y nada?
5. ¿Cuáles son l o s t e m a s
p s i c o l ó g i c o s más frecuentes en las canciones
de José Alfredo? ¿Cuáles son sus canciones más reveladoras, biográficamente
hablando?
Si el fragmentario y sólo ilustrativo listado anterior de preguntas se le aplicara
a algún otro compositor, ya sea del pasado (Lara, Grever, etc.), o del presente
(Juan Gabriel, Pérez Botija, etc.), veríamos que, al igual que lo que acontece con
José Alfredo, un abanico de nuevos misterios se abriría ante nuestra curiosidad
intelectual y le daría a ésta suficiente m a t e r i a l d e
t r a b a j o para buen tiempo de exploración de fascinantes
territorios ignotos.
Segunda parte
JOSEALFREDIMENSIONES
E N C U A N T O A S U
D I M E N S I Ó N M U S I C A L , las canciones
de José Al-fredo Jiménez se ubican dentro de un género de la canción popular
que es la canción ranchera, y en particular de la canción ranchera d e
l o s a ñ o s c i n c u e n t a y
s e s e n t a . Jas Reu-ter caracteriza a la canción ranchera
del siguiente modo:
Un subgénero es el formado p o r l a s
l l a m a d a s c a n c i o n e s
rancheras. Su origen es rural; con el movimiento migratorio de la po-blación
campesina hacia las ciudades desde principios de este siglo, y con el
seguimiento de radio, disco y cine, ligado a un fuerte sentimiento nacionalista
al concluir la Revolución, en las ciudades,
p r i n c i p a l m e n t e e n l a
c a p i t a l , se compusieron cen-tenares de canciones
“a la campestre”.1
E s t a m b i é n e n e s t a
d é c a d a en la que la canción ranche-ra incorpora a sí a la
canción regional autóctona, misma que será modificada al arbitrio y conveniencia
mercadotécnica de las disqueras y la radio, principales agencias de la industria
cultural de la sensibilidad de los emigrantes rurales a la futura ciudad más poblada
del mundo. El marco económico y social en que se situaba este nuevo insumo del
género es descrito así por Moreno Rivas:
La última fase de la canción ranchera que influenció a José Alfredo fue la del
bolero ranchero, subgénero de aquella canción que emerge en la década de los
cincuenta y que va a marcar el inicio del doble proceso de la desruralización y la
urbanización d e l a c a n c i ó n
r a n c h e r a . Este he-cho es caracterizado p o r
M o r e n o R i v a s del modo siguiente:
En cuanto a l o s r e c u r s o s
m u s i c a l e s , la música ranchera l o s
u t i l i z a c o m o m e d i o s para
dramatizar, enfatizar, acompañar la narración de la letra y ofrecer una buena
dotación de nichos para l a s f r a s e s
c l a v e s , todo ello con vistas a marcar y aderezar el clímax,
los suspensos y las prolongaciones q u e d i c t a r á n
los argumentos de las letras, quedando así la música constituida parcialmente en
una maquinaria de efectos dramáticos al servicio de la narrativa lírica:
Por otra parte, la música ranchera, y de manera particular José Alfredo con
ella, llegó a configurarse como un estereotipo mitológico y emblemático de la
nacionalidad mexicana, en un símbolo étnico-musical que se usará y gustará
hasta el cansancio ya que será, fenomenológicamente y p o r
a s o c i a c i ó n r e i t e r a d a ,
un género musical hecho insignia nacional: «la música [de] mariachi o ranchera ha
venido a significar —tanto en México como en el extranjero— la música nacional
por excelencia».9
En cuanto a su uso y adjudicación demográfica, la canción ranchera es,
cuando no ha sido contaminada o castrada por usos comerciales, un socorrido
vehículo de expresión apolítica y catártica de las clases subalternas de nuestro
país. E n e l l a s e
m a n i f i e s t a n las diversas preocupaciones
existenciales de quienes no tuvieron otras vías ni otros alcances d e
e x t r o v e r t i r sus aflicciones y sus alegrías y que a
través de la composición empírica, sin estudios formales, expresan su visión del
mundo. A juicio de Monsiváis, es José Alfredo quien mejor encarna esta
tendencia: «es claramente José Alfredo quien le da forma definitiva a esta
vocalización de los vencidos que es la médula de la canción ranchera».10
Es también la canción ranchera la sede privilegiada del nostálgico mito del
edén perdido, de la inocencia rousseauniana que e l p a í s
i n t e n t a r e c u p e r a r por vía del
corazón, el oído y la voz:
Hay varios rasgos que caracterizan a José Alfredo Jiménez como compositor
de música ranchera. Uno de ellos es el de su sensibilidad urbana, que inaugura
otro formato del género y se opone al antecesor: «El secreto de las canciones de
José Alfredo no es tan sólo su fácil melodía, sino una sensibilidad urbana, cara a
las clases medias y bajas, que se ha alejado definitivamente de la opereta
ranchera».12
Otro rasgo peculiar, estentóreo y desbordante es el de su descarnada
emotividad. Así lo apunta Monsiváis:
A mucha distancia del feliz macho que todo lo puede, eterno habitante del
“rancho alegre”, José Alfredo se atrevió a ser desmesurado, a decir que “sin
ella de pena muere”, a declarar su “triste agonía de estar tan caído y volver a
caer, de estar tan perdido y volver a perder”. Por primera vez no se trataba de
la expresión vacía de personajes y acciones inverosímiles sino de la «carne y
sangre de pasiones, despechos, rencores y abandonos tan reales como la
vida misma».15
era algo más que la «nueva voz del emigrante rural» (Carlos Monsiváis). En
sus comienzos, las canciones de José Alfredo fueron antes que nada una
expresión sincera que se alejaba ostensiblemente de las expectativas de la
canción comercial.16
Por último, h a b r í a q u e d e c i r
que más allá del estrecho ámbito musical, J o s é
A l f r e d o J i m é n e z se erigió en médium
de una sensibilidad popular y de una cosmovisión afectiva que encontró e n
s u s c a n c i o n e s una idónea vía de
expresión. Esto lo proyectó hacia horizontes socioculturales más amplios y le dio
una mayor trascendencia a su obra:
La forma literaria a la que más se acercan las canciones de José Alfredo Jiménez
es el romance:
¿Por qué existe tal fuerza en los romances? ¿Por qué es el romance un
género de creación literaria tan socorrido por la elección tanto de prosistas y
poetas de altos vuelos literarios como de compositores populares? Pues porque
es el medio para lograr la satisfacción simbólica de los deseos. El romance es un
sueño con final feliz. Las canciones de José Alfredo son romances y sueños con
final feliz.
Aun los romances trágicos exhiben una ganancia o satisfacción plena: la
inmortalidad y su tatuaje en la letra, y entre más trágica, más intensamente
inmortal:
todas las estructuras verbales con significado [la letra de una canción de José
Alfredo, por ejemplo] son imitaciones verbales de ese evasivo proceso
psicológico y fisiológico que se conoce como pensamiento, proceso que
evoluciona a tropezones, a través de enredos emotivos, repentinas
convicciones irracionales, involuntarios
v i s l u m b r e s d e
p e n e t r a c i ó n , prejuicios racionalizados y
bloques de pánico e inercia, para llegar finalmente a una intuición
incomunicable.23
Vistas así las relaciones miméticas internas, entre la vida interior de José
Alfredo y las letras de sus canciones, estamos en el corazón de ese territorio
poético llamado lírica: «Poesía lírica (subjetiva) es aquella en la que el poeta
expresa el estado d e s u a l m a , sus
impresiones, sus ideas, sus reflexiones y su entusiasmo, y los afectos más íntimos
de su corazón».24
Una cualidad del lirismo y, por tanto, de las canciones de José Alfredo es su
brevedad: « E l p o e m a l í r i c o
( l a c a n c i ó n lírica) es de muy poca extensión
material, como hijo del entusiasmo o del arrebato d e l a
p a s i ó n , que no puede sos-tenerse por mucho tiempo».25
La lógica de la coherencia de una pieza lírica no es una lógica objetiva sino
subjetiva, como la de un sueño: «Su unidad procede de la situación determinada
del alma del poeta, más bien que del asunto».26
Hay algunas canciones de José Alfredo en las que existe, patentemente, una
sobreexcitación de su espíritu, un arrebatamiento pasional: «Conviene advertir que
el lirismo tiende a manifestarse por exaltación».27
Y, en algunas otras, su desmesura lírica lo orilla, cuando no lo despeña, al
abismo d e l a i n m o d e r a c i ó n :
« El lirismo inmoderado y fuera de lugar lleva al énfasis, al melodramatismo, al
relumbrón».28
El conjuro, el oráculo, lo hipnótico, lo onírico, todos ellos son algunos de los
componentes estéticos o de los recursos estilísticos de la lírica. Todos ellos se
pueden conectar de algún modo con la intención inconsciente de todo lirismo de
lograr impacto, de impresionar, y con la búsqueda del género —constante
antropológica de sus afanes estéticos— d e t r a t a r
d e e n c o n t r a r un fundamento transindividual,
aunque fuese éste yuxtapuesto o artificial, a lo que, si se quedara en su
inmanencia singular, carecería de fuerza gregaria, de alcance generalizador o
universalizador y, por tanto, de poder literario de convocatoria.
Entrando en terrenos de lo narrativo en las canciones de José Alfredo
podríamos decir que, en cuanto a la narración formal, están poblados de imágenes
características de su lirismo:
E l p r o b l e m a d e l a
c o n v e n i e n c i a es el problema de cómo el
arte puede ser comunicable. L a u n i d a d
c o m u n i c a b l e lleva el nombre de arquetipo:
es decir, la imagen típica o recurrente. Quiero decir con arquetipo un símbolo
que conecta un poema con otro.31
Una primera aproximación estética a las canciones de José Alfredo Jiménez debe
necesariamente partir de dos distinciones conceptuales preliminares a cualquier
disquisición hermenéutica sobre su valor para la sensibilidad. La primera de ellas
es la de que las cualidades estéticas potencialmente existentes en las canciones
de José Alfredo Jiménez no se reducen, como la crítica quisiera hacernos creer, a
la cualidad de lo bello. A este respecto, dice Adolfo Sánchez Vázquez:
Tenemos, pues, la estética como ciencia de lo bello. Las dificultades de esta
definición derivan precisamente del lugar central que en ella ocupa lo bello.
Fuera de él queda lo que no se en-cuentra en las cosas bellas: n o
s ó l o s u a n t í t e s i s —lo feo
—, sino también lo trágico, lo cómico, lo grotesco, lo monstruoso, lo gracioso,
etcétera; es decir, todo lo que, sin ser bello, no deja de ser estético.34
Estético es l o q u e p u e d e
s u s c i t a r u n a
p e r c e p c i ó n desinteresada; lo artístico
comprende los valores diversos que se revelan en la obra de arte,
comprendido también el valor estético. Gracias a esta distinción, que es de
origen kantiano, la ciencia del arte puede considerar una obra artística
determinada, o el arte de diferentes épocas o pueblos, tomando en cuenta
sus valores no propiamente estéticos: religiosos, morales, nacionales o
sociales.35
Pasando a otro asunto, una de las circunstancias que más llama la atención,
en la observación de quienes rechazan sin más las canciones de José Alfredo
Jiménez, es el escandaloso hecho de que sus juicios despreciativos no tienen el
fundamento de haber sido fruto de una situación estética de apreciación, de una
contemplación auditiva de ellas, condición indispensable para su apreciación justa:
Una razón más que apoya la consideración de que, si no toda la obra de José
Alfredo, sí una buena parte de ella puede calificarse con todo merecimiento como
arte popular es la de que posee esa característica folk de transparencia y
sinceridad, de la cual carecen tanto el arte de masas como el arte populista. Nos
referimos a la ingenuidad: «La ingenuidad no es más que el movimiento de un
recurso a la más extrema modestia, que consiste en mantenerse lo más próximo a
lo vivido, a lo sentido».42
¿Habrá alguien que pudiera objetar la aplicación de la cita anterior a la obra
de José Alfredo? Ahora bien, hay en las letras d e l a s
c a n c i o n e s d e J o s é
A l f r e d o una característica que las emparenta con la llamada
paraliteratura o literatura popular, que es su llaneza onírica, esto es, el hecho de
que su formulación de realización de deseos es efectuada de una manera poco
elaborada, poco enmascarada y, por tanto, más cándida: «Porque la esencia de la
paraliteratura es la pintura de los deseos en ausencia de todo obstáculo, un deseo
que será habitado en su forma arcaica».43
Otro aspecto que hay que subrayar respecto a los efectos estéticos de las
canciones de José Alfredo Jiménez es el hecho de que éstas llevan hasta el
apasionamiento a muchos de sus oyentes, en virtud de una razón de identificación
que bien señala Geneviève Bollème: «Lo que es popular no es apasionante más
que cuando se refiere a una narración actual, una narración integrada a una vida o
vidas en las cuales también la nuestra se arraiga».44
Por último, pero no por ello lo menos importante, ocurre que, tras la metralla
rebajante con que los militantes de la alta cultura atacan las canciones de José
Alfredo, late, paradójicamente, una envidia soterrada a su genuinidad:
Ahora bien, es obvio e innegable que existe una gran distancia cultural entre
la poesía existente en las líneas de las canciones de José Alfredo Jiménez y la
poesía existente en las líneas de los poemas de López Velarde, Villaurrutia y Paz.
Tal hecho, la distancia existente entre la alta y la baja cultura, lo explica Cirese a
partir de la discriminación cultural de que s o n o b j e t o
los grupos subalternos por parte de los grupos hegemónicos, de modo que aqué-
llos quedan excluidos tanto de la producción como del goce de ciertos bienes
culturales, principalmente, debido a su deficiente y escasa escolaridad o
cultivamiento sistemático. Cirese conceptualiza tal hecho como desnivel interno de
cultura:
¿Qué podemos extraer de la cita anterior? Que José Alfredo puede ser visto y
valorado comparando lo que compuso con lo que compusieron otros compositores
populares, para así, en una ponderación estética, determinar cual es el valor de su
producción dentro de los parámetros de calidad de la canción popular, no de la
poesía o la literatura culta, pues d e l m i s m o
m o d o que José Alfredo no puede competir, en condiciones iguales,
con un doctor en letras españolas en la elaboración de sonetos endecasilábicos,
este mismo doctor tampoco podría competir, equitativamente, con José Alfredo en
la composición de éxitos rancheros, ya que en la expresión musical popular
existen ciertos modos de concebir y de vivir el mundo y la vida, en un horizonte
cultural en el que existe un ethos de supervivencia y un pathos de angustia
existencial de los que ca-recen los poemas académicos.
En cuanto a su carácter de insignia, con ayuda de la industria cultural de la
canción ranchera en los años cincuenta, José Alfredo se convierte en un emblema
nacional al ser el cantautor siempre acompañado del mexicanísimo mariachi, ser
originario del m i t o l ó g i c o c a m p o
i
( y que, como un Ulises abajeño, debe viajar fuera de su tierra para después volver
simbólicamente a ella a través de las letras de sus canciones), ser quien se
sacrifica en la ciudad por sus coterráneos, todo para poder ser el médium vocal de
los antepasados indígenas y rurales, recientes y remotos.
En efecto, l a c a n c i ó n
r a n c h e r a , desde los años treinta, y José Alfredo,
después, van a estar determinados por dos grandes influencias que los
impregnaron. Por un lado, como bien apunta Roger Bartra, la necesidad y la
astucia ideológica del Estado capitalista mexicano moderno de crear una mitología
nacionalista cohesionadora, lograda a través de la invención de tradiciones, que
dieron como resultado una exaltación desmesurada y permanente de “lo
mexicano”, vía charros, imagen idílica del campo y mariachis:
La cultura mexicana ha tejido el mito del héroe campesino con los hilos de la
añoranza. Inevitablemente, la imaginería nacional ha convertido a los
campesinos en personajes dramáticos, víctimas de la historia, ahogados en
su propia tierra después del gran naufragio de la Revolución Mexicana.68
drama del héroe o del genio [o del cantautor popular] que de-be cargar con la
pesada carga de la melancolía a cambio de la lucidez con que puede mirar al
mundo [o a su mundo emocional interior] y crear: es el terrible precio del
conocimiento y del poder.69
Por otra parte, en relación con el tema sociopolítico referente a los modelos y
los estereotipos sociales auspiciados y/o permitidos por el Estado nacional
capitalista, el éxito de José Alfredo no es sólo un triunfo de la sensibilidad popular,
que lo es, sino que es también la victoria de u n
n a c i o n a l i s m o c a t á r t i c o
confuso, estatalmente consentido y hasta fomentado: mientras nos sigamos
creyendo y sintiendo “El rey”, la paz social de fin de semana estará garantizada:
La justeza con la que esta cita casó con la obra de José Alfredo es pasmosa
ya que, si alguna, la característica más visible de sus canciones es la de que
expresa en ellas su vida interior de la manera más interjectiva posible. Ahora
bien, deteniéndonos otro poco en el análisis de esta tendencia con su
consumo gustoso por las nutridas huestes de admiradores del dolorense,
llegaremos a la conclusión de que a la exhibición de las interioridades del
cantautor le corresponde, complementariamente, el hambre voyeurista de
interioridades de sus admiradores: «Nos identificamos con el mundo interno del
autor y con el autor. Decimos: “Como él, yo odié y destrocé mis objetos amados.
O, como él, yo intenté querer con pureza”».79
A continuación, presentaremos una breve antología d e
h e r m e n é u t i c a
p s i c o l ó g i c a m í n i m a d e
a l g u n a s c o p l a s d e canciones de
José Alfredo Jiménez que permitan identificar ciertos temas psicológicos
recurrentes, hilos conductores de trabajos de interpretación con metas
exhaustivas.
•El depresivo déficit del balance entre lo anhelado y lo conseguido:
«Disfrutando de la vida, / entre penas y canciones, / con el alma hecha pedazos, /
pero hablando de ilusiones» (A los 15 ó 20 tragos).
•La vulnerabilidad masoquista disfrazada de paranoia urbana: «Eso quiero
tener para darle mi adiós / a la gran ciudad, yo me quise quedar / pero siempre
encontré alguien que me hizo mal» (Al pie de la montaña).
•La dependencia masoquista al borde de un ataque de nervios: «Acaba de
una vez de un solo golpe. / ¿Por qué quieres matarme poco a poco? / Si va a
llegar el día que me abandones, / prefiero corazón q u e s e a
esta noche» (Amarga navidad).
•La dependencia chantajista: «Tú sabes paloma / que me haces pedazos / si
el día de mañana / me pierdes la fe» (Amor del alma).
•La entrega suicida: «Porque amor que provoca desvelos / y mata de celos no
puede acabar, / porque amor que se da sin medida / hasta con la vida se puede
pagar» (Amor sin medida).
•El nihilismo depresivo: «No vale nada la vida, / la vida no vale nada, /
comienza siempre llorando / y así llorando se acaba» (Camino de Guanajuato).
•La dependencia suicida: «Es inútil dejar de quererte, / ya no puedo vivir sin tu
amor, / no me digas que voy a perderte, / no me quieras matar corazón»
(Corazón, corazón).
•La venganza añorada de la dependencia: «Qué bonita es la venganza /
cuando Dios nos la concede; / ya sabía que en la revancha / te tenía que hacer
perder; / “ahi” te dejo mi desprecio, / yo que tanto te adoraba, / pa’ que veas cual
es el precio / de las leyes del querer» (Cuando el destino).
•El desprecio culpabilizante que niega la responsabilidad de la dependencia:
«Tú creerás que me dejas llorando, / que la vida me voy a amargar, / pero amor
como el tuyo me sobra, / mujeres que engañan hay muchas por “ahi”» (Cuando
juegues un albur).
•El pesimismo masoquista: «porque el amor se acaba / aunque se quiera
mucho» (Cuando los años pasen).
Es posible que el ver de manera desnuda algunos temas psicológicos,
presentes pero ocultos, en las canciones de José Alfredo, fuese juzgado como un
cruel desengañamiento iconoclasta y llegase a ocasionar un shock para la
percepción ingenua e idealizada de los mismos, la cual se puede negar a verlos o
hasta argüir que se está forzando la interpretación y se están viendo moros con
tranchete donde no los hay. Sin embargo dichos temas psicológicos están
presentes en ellas, eso es un hecho.
Tercera parte
JOSEALFREDIANAS
Infeliz navidad
ANALIZAREMOS UNA CANCIÓN de José Alfredo cuya trama ocurre en el último mes del
año y hace referencia a la navidad. A continuación presentamos la letra para que
el lector pueda seguir nuestra interpretación.
Amarga navidad
Acaba de una vez de un solo golpe.
¿Por qué quieres matarme poco a poco?
Si va a llegar el día que me abandones,
prefiero corazón que sea esta noche.
Diciembre me gustó pa’ que te vayas,
que sea tu cruel adiós mi navidad,
no quiero comenzar el año nuevo
con este mismo amor, que me hace tanto mal.
Y ya después que pasen muchas cosas,
que estés arrepentida, que tengas mucho miedo,
vas a saber que aquello que dejaste
fue lo que más quisiste, pero ya no hay remedio.
Esta canción habla de un amor en decadencia (en su fase terminal, dirían los
médicos). Expresa en la primera estrofa la resignación ante el fin de la relación y
el deseo de apresurarlo por la intolerancia de su lento y torturante
desvanecimiento, así como la petición a la amada, quien tiene “el corazón por el
mango”, de que respete la última voluntad del condenado a muerte sentimental:
escoger, ya, esa misma noche, el momento en que todo termine.
En la segunda estrofa las cosas cambian un poco: de la humildad, el amante
alicaído y abandonado pasa a la ofensiva y le espeta a la susodicha
c u á n d o d e s e a que termine todo, diciéndoselo
con una actitud caprichosa de fugaz y frágil altanería abandonante para,
sorpresiva e inmediatamente después, reprocharle que lo abandone y, a la vez,
intentar un chantaje navideño que apenas si volaba cuando cae convertido en un
lamento personal sobre su mala suerte amorosa, lanzando un reproche indirecto
hacia la inminente ex amada sobre la venenosidad de su amor.
En la tercera estrofa, el resentimiento del abandonado se convierte, por obra y
gracia de una proyección de los actuales sentimientos presentes en él, en una
catástrofe biográfica futura para ella, en una maldición amorosa, en una quiniela
del rencor en la que se augura a la ingrata un negro futuro próximo, en el que se
arrepentirá del inmenso delito de haber abandonado al de la voz, y en el que
sentirá la soledad y pagará el precio de no haber valorado en su momento a quien
—dice él, no ella— era el amor de su vida. Y, cuando todo eso suceda y ella
quisiera enmendar lo hecho, ya va a ser demasiado tarde, y ella comprenderá que
tendrá como castigo ejemplar y fi-nal el deplorar y arrepentirse, inútilmente y de
por vida, de haber abandonado a un gran amor. A la luz de lo anterior, es posible
decir que el motivo central de esta canción es el del pataleo y el ardor del
abandonado.
Hay una canción de José Alfredo Jiménez de la que bien podríamos decir que es
el antecedente de un éxito del cantante José José, cuyo nombre parece referirse a
un fragmento de tarea de aritmética de un niño de primero d e
p r i m a r i a , a u n q u e e n
r e a l i d a d s e r e f i e r e a
u n a r e l a c i ó n d e pareja en la que
é l l e d o b l e t e a la edad a ella. Nos
referimos a 40 y 20. La composición de José Alfredo a la que nos referimos es
Cuando vivas conmigo (1965). A continuación transcribimos la letra de la canción
para que el lector confronte contra ella nuestros apuntes interpretativos.
L a p r i m e r a e s t r o f a
muestra esto, renglón por renglón: 1) tristeza; 2) vergüenza por anacronismo
sentimental y pasión desvanecida como fondo; 3 )
e v i d e n c i a d e l
a n a c r o n i s mo y orgullo por enfrentar la desventaja
cronológica a vencer; y 4) alarde de rejuvenecimiento voluntario.
Por su parte, en la segunda estrofa señala, línea por línea: 5) alarde de
suficiencia didáctica en el amor; 6) evi-dencia del analfabetismo erótico de la
amada; 7) promesa de aprovechamiento erótico; y 8) condición vincular indis-
pensable para confirmar la promesa.
Finalmente, la tercera estrofa propone lo siguiente: 9) mención de una herida
testimonial de la verdad de lo dicho; 10) confesión de la caducidad funcional de
algún f r a c a s o a m o r o s o
p a s a d o y c r u c i a l ; 11)
declaratoria de entrega amorosa preferencial; y 12) confesión de que la valía
propia sólo es avalable con el amor de ella.
C o m o c o n c l u s i ó n ,
p o d r í a m o s d e c i r que el motivo prin-
cipal de esta canción es la superioridad de la experiencia sobre la juventud en el
amor.
En este apartado comentaremos una canción que dio a luz José Alfredo Jiménez
en el año de 1955 y que, como la mayoría de sus mejores creaciones, pertenece a
la primera mitad de l o s a ñ o s
c i n c u e n t a . Nos referimos a Cuando salga la luna.
Como e n o c a s i o n e s
a n t e r i o r e s , transcribimos la letra para que se
tenga a la mano como referente de nuestros comentarios.
Hay una canción de José Alfredo Jiménez, El Siete Mares, que se sale d e
l o s e s c e n a r i o s habitualmente poco
húmedos del corrido (el medio rural, su moral costumbrista y su moral tradicional),
para ubicarse en un mítico contexto marino, aludido como los siete mares,
cabalística denominación septenaria que abarca, simbólicamente, la integración
de la gama y la jerarquía de la totalidad de los mares. Y es que para referirse a
todos los mares de la Tierra no se dice ni «todos lo mares», ni «los nueve mares»,
sino que se dice «los siete mares». A continuación, transcribimos la letra para que
el lector la tenga presente y ubique textualmente los comentarios y las
interpretaciones que hagamos de ella:
El Siete Mares
Soy marino, vivo errante,
cruzo por los siete mares
y como soy navegante
vivo entre las tempestades,
desafiando los peligros
que me dan los siete mares.
Cuando el mar está tranquilo
y hay estrellas en el cielo,
entre penas y suspiros
le hablo a la mujer que quiero,
y sólo el mar me contesta:
«Ya no llores marinero».
Me dicen el Siete Mares
porque ando de puerto en puerto
llevando conmigo mismo
un amor ya casi muerto.
Yo bien quisiera quedarme
juntito a mi gran cariño,
pero esa no fue mi vida,
navegar es mi destino.
Estrellita marinera,
compañera de nosotros,
¿qué noticia tienes ora
de esa que me trae tan loco?,
si es que todavía me quiere,
dímelo poquito a poco.
Olas altas, olas grandes,
que me arrastran y me alejan,
cuando anclemos en Tampico,
quédense un poquito quietas
tan siquiera cuatro noches,
si es que entienden mis tristezas.
Cuando el destino
No vengo a pedirte amores,
ya no quiero tu cariño,
si una vez te amé en la vida,
no lo vuelvas a decir.
Me contaron tus amigos
que te encuentras muy solita,
que maldices a tu suerte
porque piensas mucho en mí.
Es por eso que he venido
a reírme de tu pena,
yo que a Dios le había pedido
que te hundiera más que a mí.
Dios me ha dado ese capricho
y he venido a verte hundida,
para hacerte yo en la vida
como tú me hiciste a mí.
Ya lo ves cómo el destino
todo cobra y nada olvida,
ya lo ves cómo un cariño
nos arrastra y nos humilla.
Qué bonita es la venganza
cuando Dios nos la concede;
ya sabía que en la revancha
te tenía que hacer perder.
“Ahi” te dejo mi desprecio,
yo que tanto te adoraba,
pa’ que veas cual es el precio
de las leyes del querer.
El jinete
Por la lejana montaña
va cabalgando un jinete,
vaga solito en el mundo
y va deseando la muerte.
Lleva en su pecho una herida,
va con su alma destrozada,
quisiera perder la vida
y reunirse con su amada.
La quería más que a su vida
y la perdió para siempre,
por eso lleva una herida,
por eso busca la muerte.
Con su guitarra cantando
se pasa noches enteras,
hombre y guitarra llorando
a la luz de las estrellas.
Después se pierde en la noche,
y aunque la noche es muy bella
él va pidiéndole a Dios
que se lo lleve con ella.
En la primera estrofa s e d i b u j a a u n
p e r s o n a j e e r r a b u n do, distante y
solitario, que se ve agobiado, al punto de abrigar deseos enigmáticamente
suicidas. En la segunda se describe con mayor detalle la pena que lo embarga,
determinándose s u a l t a
i n t e n s i d a d y su origen en una grave pérdida. La
tercera ahonda y dramatiza aún más sobre la aguda significación de este drama
que le desgarra el corazón. La cuarta documenta la modalidad de extroversión
catártica y solitaria d e e s t e d o l o r , y la
ubica en un escenario tal que l e d a
p r o p o r c i o n e s de tragedia trascendental,
estéticamente cósmica. Finalmente, en la quinta, el protagonista de la canción se
interna en la nocturna negrura de su soledad anímica y vuelve a mencionar, en
términos de ruego, la urgencia de religarse con su amada muerta.
Como puede evidenciarse en la letra de esta canción, José Alfredo plantea en
ella un tema básico, la pérdida de un amor vital, que en el caso de la canción está
expresado en la forma de la muerte de la amada. Llama la atención la dramática
vehemencia del anhelo de reencontrarse con su amada a
t r a v é s d e l a m u e r t e ( el
éxito estético y la constante antropológica de la vinculación del amor y la muerte,
el morir amando, el amar muriendo, recuerda grandes obras como Romeo y
Julieta, Werther, la Divina Comedia, etc.).
¿Qué puede explicar tanta intensidad en el querer? Sólo la equivalencia de
objeto amado y necesitado con la supervivencia, esto es, sólo u n
a m o r r i g u r o s a m e n t e
s i m b i ó tico, expresado en l a f r a s e
d i á f a n a y r o t u n d a que
parafrasearía literal y globalmente a toda la canción: No puedo vivir sin ella.
¿Puede acaso pensarse en una pasión más enérgica? Tal alusión es la clave del
poder evocativo y conmovedor que posee esta temprana composición del
dolorense.
En el mismo año de su muerte, 1973, José Alfredo Jiménez dio a la luz pública su
última y, quizá, más célebre composición: El rey. Esta canción, infaltable en el
repertorio d e c u a l q u i e r
m a r i a c h i , n ó m a d a o
s e d e n t a r i o , es invocada inexorablemente en
cualquier ocasión en la que, presente la música en vivo, se quiera animar el
ambiente y provocar el estallido de la algarabía en la concurrencia. ¿Qué dice El
rey, como para que sea capaz de suscitar tal ecumenismo catártico? Antes de
pasar a la interpretación, echémosle un lente a la letra.
El rey
Yo sé bien que estoy afuera,
pero el día que yo me muera
sé que tendrás que llorar.
Dirás que no me quisiste,
pero vas a estar muy triste,
y así te vas a quedar.
Con dinero y sin dinero
hago siempre lo que quiero
y mi palabra es la ley.
No tengo trono ni reina
ni nadie que me comprenda,
pero sigo siendo el rey.
Una piedra en el camino
me enseñó que mi destino
era rodar y rodar.
Después me dijo un arriero
que no hay que llegar primero,
pero hay que saber llegar.
El Coyote coyoteado
Una de las canciones más gustadas de José Alfredo Jiménez es el famoso corrido
El Coyote, cuya fuerza y popularidad se debe, en parte, al “pegue” que tiene el
corrido, por ser el género de la literatura popular más cercano a la tradición oral,
medio privilegiado de la cultura característica de las sociedades tradicionales más,
mucho más, inclinadas a decir que a escribir. Veamos su letra y comentémosla
después.
El Coyote
Le puse un cuatro al Coyote
y me fui para la sierra;
el Coyote era un bandido
nacido allá por mi tierra;
lo conocí desde niño,
fuimos juntos a la escuela.
A las primeras lecciones
se sabía lo que intentaba,
porque cantaba canciones
peleando con su guitarra,
y aunque perdiera ilusiones
con sus ojos no lloraba.
Aquella noche de mayo
le gustó mi María Elena,
pero yo llegué a caballo,
ya tenía cita con ella.
Cuando bajé de la sierra
me enfrenté con el Coyote
y abrazando a María Elena
le dije: «Ya tiene nombre,
porque en la ermita sagrada
nos casó el cura del monte».
Él agachó la cabeza
y se fue cobardemente,
pero como era coyote
se devolvió de repente,
él me buscaba la espalda
pero yo le hallé la frente.
Coyote, Coyote altivo
que no respetaste amores,
pudiendo ser buen amigo
te mataron tus traiciones.
La que se fue
Tengo dinero en el mundo,
dinero maldito que nada vale,
aunque me miren sonriendo
la pena que traigo ni Dios la sabe.
Yo conocí la pobreza,
y allá entre los pobres jamás lloré;
yo pa’ que quiero riquezas
si voy con el alma perdida y sin fe.
Yo lo que quiero es que vuelva,
que vuelva conmigo, la que se fue.
Si es necesario que llore,
la vida completa por ella lloro;
de qué me sirve el dinero
si sufro una pena, si estoy tan solo.
Puedo comprar mil mujeres
y darme una vida de gran placer;
pero el cariño comprado
ni sabe querernos ni puede ser fiel.
Yo lo que quiero es que vuelva,
que vuelva conmigo, la que se fue.
Esta canción consta de cuatro coplas: en la primera, copla del éxito sin amor,
s e p r e s u m e y s e
d e s d e ñ a , al mismo tiempo, la bonanza económica, y se
anuncia una pena oculta; e n l a
s e g u n d a , copla de quebrantamiento y de súplica, se
contextualiza en retrospectiva y prospectiva la inutilidad de lo vivido y lo por vivir
sin ella; en la tercera, copla de la ofrenda propiciatoria y del triunfo económico en
la soledad, se exhibe la desmesura del ansia de recuperarla, que se ahoga en la
solitaria futilidad de la prosperidad fi-nanciera; en la última, copla del anhelo
selectivo de pareja, se refuta la intercambiabilidad d e l o s
a m o r e s primordiales, se advierte el fracaso previsible del uso
amnésico del hedonismo, se alecciona sobre la delgadísima capa de cariño que
viste a la compañía mercenaria para, finalmente, volver a implorar que la otra
mitad del cielo, la llorada ausente, restituya su firmamento.
Te solté la rienda
Se me acabó la fuerza
de mi mano izquierda,
voy a dejarte el mundo
para ti solita.
Como al caballo blanco
le solté la rienda
a ti también te suelto
y te me vas ahorita.
Y cuando al fin comprendas
que el amor bonito
lo tenías conmigo,
vas a extrañar mis besos
en los propios brazos
del que esté contigo.
Vas a sentir que lloras
sin poder siquiera
derramar tu llanto,
y has de querer mirarte
en mis ojos claros,
que quisiste tanto.
Cuando se quiere a fuerza
rebasar la meta
y se abandona todo
lo que se ha tenido,
como tú traes el alma
con la rienda suelta,
ya crees que el mundo es tuyo
y hasta me das tu olvido.
C a n c i ó n d e c u a t r o
c o p l a s , en la primera de ellas, copla de la separación
ambigua, s e n a r r a e l
d e s f a l l e c i m i e n t o de la terquedad
retentora, que se disfraza de graciosa liberación y —equinización misógina
mediante— torna a correr a la ingrata; la segunda, copla de la maldición del sabor
a él, se augura el sufrimiento de la prófuga, mismo que acaecerá cuando
experimente las consecuencias del trueque sentimental de lo que tenía por lo que
tiene; la tercera, copla de la dolorosa pérdida “dísel” (dice él que fue una dolorosa
pérdida) , s e v a t i c i n a n
f a n t a s m a s d e arrepentimiento amplificado,
apareciéndosele a la que ya ni la amuela; en la cuarta y última, copla del reproche
por la doble partida (una, la partida por haberse ido; y, dos, la “partida” que le
acomodó al irse), se expresa la censura a la suficiencia y la soberbia con la que la
desagradecida ostenta su independencia romántica, fustigando moralmente lo que
no supo conservar emocionalmente.
Esta canción es u n a u l l i d o d e l
c o r a z ó n orillado al duelo etílico desmesurado, y consta de
tres coplas: en la primera, copla del vino cataplasmático, se documentan las razo-
nes sentimentales de la prolongada travesía que ha decidido hacer un gañote
desatado, por el inacabable mar de Gay-Lussac, en pos de las costas del olvido;
en la segunda, copla d e l n a u f r a g i o
a n u n c i a d o del alma, se confiesan, estentóreamente,
l o s m o t i v o s s u i c i d a s
del meritorio ahogamiento del sufriente en las aguardentosas aguas del recuerdo
de la que “se peló”, no sin antes endosarle, clamorosamente, la deuda de su
ulterior occisidad; en la tercera y última, c o p l a d e l
d e s d é n y d e l
r o m a n t i c i s m o macabro, se desprecia a la que
no lo supo valorar, se amenaza con una campaña de denuncia intercontinental de
los daños y los perjuicios emocionales infligidos por la ausente y se acusa recibo
de la honda y letal estocada de su abandono.
Arrullo de padre
Arrullo de Dios
Esta casa la compré sin fortuna,
esta casa la compré con amor,
pa’ que jueguen mis hijos con la Luna,
pa’ que jueguen mis hijos con el Sol.
Yo les quiero dejar
lo que no tuve,
yo los quiero mirar
poco a poco crecer
y alcanzar una nube.
Yo quisiera que Dios,
que Dios los arrullara
y un mañana distinto,
y un distinto mañana,
también que Dios les regalara.
Querencias aeronáuticas
En este año (1997) se cumplirán 15 361 nuevos días desde que José Alfredo
Jiménez estrenó una de las composiciones más gustadas de su repertorio (fue en
1954). Nos referimos a Tú y las nubes, canción de la querencia socialmente
asimétrica de la troposfera por la estratosfera. Echénle un lente a la letra y,
después, chequen la interpretación.
Tú y las nubes
Ando volando bajo,
mi amor está por los suelos,
y tú tan alto, tan alto,
mirando mis desconsuelos,
sabiendo que soy un hombre
que está muy lejos del cielo.
Ando volando bajo,
nomás porque no me quieres,
y estoy clavado contigo
teniendo tantos placeres,
me gusta seguir tus pasos
habiendo tantas mujeres.
Tú y las nubes me traen muy loco,
tú y las nubes me van a matar,
yo pa’rriba volteo muy poco,
tú pa’bajo no sabes mirar.
Yo no nací pa’ pobre,
me gusta todo lo bueno,
y tú tendrás que quererme
o en la batalla me muero,
pero esa boquita tuya
me habrá de decir te quiero.
Árbol de la esperanza,
que vives solo en el campo,
tú dices si no la olvido
o dime si no la aguanto,
que al fin y al cabo mis ojos
se van a llenar de llanto.
Dada a conocer hace más de 40 años (en 1953), La noche de mi mal es una
canción temprana de José Alfredo Jiménez, que posee el brío y la musicalidad de
la letra de sus primeras canciones, de cuya realidad, superior a las tardías, es
responsable el empuje y el cuidado con que fueron compuestas. A continuación
presentamos la letra.
La noche de mi mal
No quiero ni volver a oír tu nombre,
no quiero ni saber a dónde vas;
así me lo dijiste aquella noche,
aquella negra noche de mi mal.
Si yo te hubiera dicho no te vayas,
que triste me esperaba el porvenir;
si yo te hubiera dicho no me dejes,
mi propio corazón se iba a reír.
Por eso fue
que me viste tan tranquilo,
caminar serenamente
bajo un cielo más que azul.
Después ya ves,
me aguanté hasta donde pude
y acabé llorando a mares
donde no me vieras tú.
C a n c i ó n d e c u a t r o
c o p l a s : en la primera de ellas, copla de la remembranza
masoquista, el adolorido memorioso vuelve a dejar correr el audio del cubetazo de
agua fría de las enconadas palabras de ruptura de la paloma encabronada; en la
segunda, copla del orgullo de la bancarrota sentimental, el desairado da cuenta de
las razones de su dignidad estoica, evidenciada en su abstención de ruego; en la
tercera, copla de la impasibilidad histriónica, el agraviado rinde testimonio tanto del
dolor contenido como del hermetismo ambulatorio de la honra; en la cuarta y
última, copla del desinflamiento de la aflicción, el desdichado desborda
hidráulicamente su pena en una guarida íntima, con el paliativo de haberle negado
el gusto a ella d e r e g o d e a r s e
c a n a l l a m e n t e con el aguacero de su corazón.
Cardioutopismo mitómano
Hay una canción de José Alfredo Jiménez en cuyo título se encierra, quizá, el
vuelo metafórico más metafísico de todas sus composiciones. Nos referimos a Un
mundo raro, gustada rola que,
i n e v i t a b l e m e n t e , s e
e s c u c h a e n c u a l q u i e r
ocasión josealfrediana. Veamos la letra y luego nuestros apuntes interpretativos.
Un mundo raro
Cuando te hablen de amor y de ilusiones
y te ofrezcan el Sol y un cielo entero,
si te acuerdas de mí no me menciones,
porque vas a sentir amor del bueno.
Y si quieren saber de tu pasado
es preciso decir una mentira,
di que vienes de allá, de un mundo raro,
que no sabes llorar,
que no entiendes de amor
y que nunca has amado.
Porque yo adonde voy
hablaré de tu amor
como un sueño dorado,
y olvidando el rencor
no diré que tu adiós
me volvió desgraciado.
Y si quieren saber de mi pasado
es preciso decir otra mentira,
les diré que llegué de un mundo raro,
que no sé del dolor,
que triunfé en el amor
y que nunca he llorado.
Canción tetracóplica (de cuatro coplas): en la primera de ellas, copla del ardor
telepático, tiempo después de la separación, el que sigue apuntado “hace su
luchita” a control remoto; en la segunda, copla del asesoramiento táctico-
sentimental de un ex, la vela aún prendida le aconseja a la veladora de otro santo
el santo y seña de una estrategia amorosa infalible y, de paso, en el tip va
también, ironía mediante, la jiribilla de la evocación de las mieles idílicas
precedentes; en la tercera, copla de la gratitud pública del corazón, el otrora
predilecto se convierte en noble publicista de su pasada compañera, no sin dejar
de restregarle la autoría de su desgracia; en la cuarta y última, co-pla del
c u r r í c u l u m a m a t o r i o
maquillado, s e i n v e n t a una na-cionalidad
romántica que, cual tinta geográfica de pulpo, oculte la sangre y la raspadura.
Estrenada en 1962, y desde entonces una de las grandes favoritas del repertorio
de José Alfredo Jiménez, Media vuelta es una canción que orea sentimientos
amorosos que todos hemos llegado a sentir hacia alguien pero que, por razones
diversas, no solemos expresar. Veamos la l e t r a d e
e s t a c a n c i ó n y luego nuestro apunte
hermenéutico.
Media vuelta
Te vas porque yo quiero que te vayas,
a la hora que yo quiera te detengo,
yo sé que mi cariño te hace falta,
porque quieras o no yo soy tu dueño.
Yo quiero que te vayas por el mundo
y quiero que conozcas mucha gente,
yo quiero que te besen otros labios,
para que me compares hoy como siempre.
Si encuentras un amor que te comprenda
y sientas que te quiere más que nadie,
entonces yo daré la media vuelta
y me iré con el sol, cuando muera la tarde.
Canción de tres coplas: en la primera de ellas, copla del que corre a la que
ya se iba, el abandonado, que se quiere abandonante, se adelanta a despedir
a la que ya está terminando de hacer sus maletas, con su permiso mediante, y le
recuerda que, aunque ella se vaya, lo lleva a él muy hondo; en la segunda, copla
del amor que se prueba calándose, el amante desprendido deja volar a su paloma
para que ella, probando a otros, pruebe lo que él vale; y en la última, copla de la
resignación ante el riesgo de la pérdida, el amante acepta de antemano la
posibilidad de que su corazón se empobrezca si ella no vuelve, y anticipa el gesto
y la escenografía crepuscular de la aceptación de lo peor.
Es muy probable que la canción de José Alfredo Jiménez que más se parezca a
una crónica de nota roja sea Llegó borracho el borracho, estrenada en 1963. Y es
también esta canción la que más mala fama le ha dado como compositor entre la
clase media urbana, ya que es considerada como una oda épica y cínica al exceso
en la ingesta de elíxires atarantantes. Veamos la letra.
Esta canción está compuesta de seis coplas. La primera, copla de los gañotes
gemelos, narra el encuentro de la sed con las ganas de tomar; en la segunda,
copla del reto hepático, s e a p u e s t a l a
c u e n t a de la bebediza a la con-
s e r v a c i ó n d e verticalidad en la cuerda floja
del tequila; en la tercera, copla del aguante empatado y calientito, los hígados,
colmados de marranilla y adrenalina, echan sus primeros hervores al son de sus
preferencias musicales; en la cuarta, copla del duelo inminente, rayos verbales
preludian los truenos de pólvora; en la quinta, copla del despilfarro de plomo, la
tragedia acontece a pesar de la puntería de los actores; y en la sexta y última,
copla del rojo desenlace luctuoso, a los agonizantes protagonistas de la bravata,
empapados en sangre y savia de agave, y gruyereados por la metralla, los
amortaja una eufemística moraleja.
NOTAS
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE
Primera parte 15
Josealfredoscopias 17
¿Por qué José Alfredo? 17
Los muchos José Alfredos: El ídolo 18
Los muchos José Alfredos: Kitschalfredo 20
Los muchos José Alfredos: Naïfalfredo 22
Los muchos José Alfredos: Tequilfredo 23
Diez tesis sobre José Alfredo 24
Bieninterpretar a José Alfredo 26
Las más gustadas de José Alfredo 28
José Alfredo y el elitismo estético 29
José Alfredo y la muerte 31
¿Oír o escuchar a José Alfredo? 32
¿Querer más o querer mejor a José Alfredo?34
El prismático José Alfredo 35
Estudiar a José Alfredo 36
La galaxia José Alfredo 38
Segunda parte 41
Jose alfredimensiones 43
Lo musical: «Yo compongo mis canciones»43
Lo literario: «y que a veces me siento poeta»49
Lo estético: «qué bonito cielo, qué bonita luna» 55
Lo cultural: «la vida no vale nada» 61
Lo sociológico: «tú pa’bajo no sabes mirar»71
Lo psicológico: «y la perdió para siempre» 76
Tercera parte 83
Josealfredianas 85
Infeliz navidad 85
Amarga navidad 85
Experiencia mata juventud (más sabe el diablo por viejo) 87
Cuando vivas conmigo 87
Cuando salga la poesía 88
Cuando salga la luna 88
Las marinas tempestades internas 90
El Siete Mares 90
Que a todo orgullo le llegue su venganza 92
Cuando el destino 92
José Alfredo cabalga muy triste 95
El jinete 95
¡Qué bonita canción! 97
Qué bonito amor 97
Y Usted: ¿sigue siendo el rey? 99
El rey 99
El Coyote coyoteado 100
El Coyote 100
Estas ruinas que dejas 102
La que se fue 102
¡Se soltó la reina! 103
Te solté la rienda 104
Pa’ todos los adoloridos 105
Pa’ todo el año 106
Arrullo de padre 107
Arrullo de Dios 107
Querencias aeronáuticas 108
Tú y las nubes 108
Negros recuerdos nocturnos 110
La noche de mi mal 110
Cardioutopismo mitómano 111
Un mundo raro 111
Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo arriesga 112
Media vuelta 113
Ebrios, rijosos y occisos 114
Llegó borracho el borracho 114