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Aún es posible, enseñar a nuestros hijos a volar y hacer realidad sus sueños

Un sueño es un deseo inminente; una razón que se repite en la mente y se fortalece en el corazón. Una
corriente en el interior con luz propia que se visiona y anhela, que ejerce fuerza en el recuerdo y
se mantiene en la mente como una meta por alcanzar.
Todo sueño requiere de confianza; de fe inagotable que permite verlo sin ser aún realidad; de trabajo
constante en el manejo de las dificultades; de perseverancia para disfrutar los aciertos y desaciertos con
esperanza y determinación; de constancia para pulirlo dentro de un contexto real; de un tiempo para recorrer
el camino con paciencia y tolerancia para crecer y madurar sin perder la fuerza y la pasión para hacerlo
realidad con sentido y valor.
En el mundo inmediatista de hoy los padres buscamos complacer a nuestros hijos en sus gustos y caprichos
sin medir y sin pensar en las consecuencias.
Todo por satisfacerlos, por demostrarles un errado cariño, por facilitarles la vida, por verlos felices sin entender
con ello que los estamos empobreciendo, limitando y maleducando.
Con nuestra actitud los estamos enseñando, desde pequeños a no ser tolerantes ni a esperar, a no ser
responsables ni persistentes, a recibir sin dar y a materializar su deseo sin enriquecer el interior.
Estamos destruyendo con esa complacencia la importancia de volar, de soñar para visionar y alcanzar la meta
con esfuerzo.
No enseñamos a pescar para lograr su objetivo sino que pescamos por ellos y los hacemos inútiles y poco
productivos.
Queremos quitarles el llanto, las caídas, el sufrimiento, el dolor, la fuerza, la frustración, el reto y hasta el
aliento para avanzar; defendemos hasta el cansancio sus faltas frente a otros no permitiéndoles asumir las
consecuencias de sus actos, manejamos su tiempo llenándolos de actividades extraescolares que no siempre
sirven con la disculpa de que aprendan y sean competitivos.
Sin embargo, no compartimos con ellos nuestro tiempo para enseñarles a valorarse a si mismos, a conocer el
poder de la palabra, a ser pacientes y perseverar frente a las dificultades y prepararlos para tomar decisiones
coherentes con sus principios.
No los corregimos ni les ponemos límites, somos permisivos y poco exigentes en las tareas diarias quitando
valor a lo realmente importante. Queremos hijos seguros de sí mismos, responsables, auténticos, autónomos,
respetuosos, emprendedores y creativos.
Seres justos, equitativos que puedan compartir y ayudar valorando lo que tienen y luchando por sus sueños;
sin embargo educamos en contravía de lo que queremos siendo poco coherentes en el manejo queriendo ser
más amigos que padres.
Nuestra tarea como primeros educadores es fortalecer su carácter, acompañarlos en su crecimiento interior,
brindarles las herramientas que les permita formar sus propios criterios, ayudarles a descubrir cuál es el
equipaje de vida que traen para que sean ellos quienes conduzcan el timón y aprendan a levantarse de las
caídas con entereza.
El cambio es ahora; deje que su hijo descubra el mundo con sus ojos esto le permitirá entender lo que le
rodea con sus fortalezas y debilidades, le abrirá un espacio para comprender que en medio de la hostilidad
puede existir la razón, la justicia y la paz, que siempre hay algo por hacer y que nada es imposible si existe fe
y voluntad.
Permítale avanzar y encontrar caminos; muéstrele con su ejemplo que el optimismo, el compromiso, la
responsabilidad y el amor son el camino para crecer dentro de la familia, una sociedad y una comunidad
escolar.
Soñar es posible si trabajamos en equipo para lograrlo, no olvidemos que nuestros hijos son la mejor apuesta
por un mundo mejor.
MARÍA DEL ROSARIO BERMÚDEZ ESCOBAR
Rectora del colegio San Juan del Camino

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