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FANTASÍAS SEXUALES.

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Mi mujer tiene la manía de entrar en la habitación cuando estoy


ocupado. Justo cuando consigo imágenes nítidas, cuando puedo
apropiarme casi perfectamente de la chica del metro, de la que cruzaba la
calle con la minifalda azul, cuando por fin logro desvestir a mi propia
secretaria y colocar en mi mano sus pechos redondos de café con leche en
perfecto biberón rosado su pezón entre mis dedos, mi mujer abre la
puerta y pregunta: ¿qué querés comer hoy, te viene bien un plato de
pasta con verdura o preferís hacerte un huevo frito con chorizo? A veces
su menú es tan creativo que imagino que le quito la bata, los cuarenta
kilos que le sobran, y la pongo en posiciones que desconocemos. En las
que ella y yo jamás hemos estado, pero que conozco gracias a la página
del Tantra hindú interactivo. A vuelo de click estoy patas arriba
penetrándola mientras ella gira como un helicóptero y gime como jamás la
he oído.

Tiene la costumbre de preguntarme en qué pienso e interrumpe esa


vigilia sagrada en la que remplazo jefe, hipoteca y horribles trámites
pendientes por la circulación fantasmagórica de espectaculares mujeres
de piel aterciopelada. Miro al techo y ahí proyecto mejor. Voy mejorando
la técnica. Un amigo me pasó una forma de borrar las páginas en las que
has estado y las búsquedas que has hecho. Busco culos, tetas, piernas
abiertas y lenguas. Luego borro, no quisiera herir la sensibilidad de nadie.
Hay unos culos increíbles que me hacen calcular cuánto tardará ella en
volver de su caminata recetada, del correo y de la peluquería y con las
manos en la masa intocable de los millones de culos y lenguas y miradas
me froto la verga tumbado, sentado o de pie mirando al vecino que
pasea y al que saludaré en la piscina con el mismo perfil que tengo en
Linkedin. Me encanta ser virtual.

Mi mujer regresa del correo con el pelo estilo monja de clausura pero
como yo acabo de estar con la chica del video chateando como un perro
en celo, le digo que está muy bien, me gusta su pelo nuevo, sobre todo
por el tiempo libre que supuso para mí su peluquería. Ella deja sobres y
bolsas sobre la mesa y dice te vas a quedar ciego (como si lo supiera) de
tanto ordenador. ¿Alguna novedad? Qué pasa, qué pensás, ¿recibiste
algún correo?

Ay, Carmen, le contesto, qué se yo en qué pienso, en nada, me duele un


poco la espalda, estoy descansando. Nada. Los huevos con chorizo
estarán bien, pelá unas papas y ponelas en el horno, así completamos el
menú. Dejame descansar, sé buena, querida, que hoy es mi día libre.

Ella sugiere que para descansar mejor apagar el ordenador y cerrar las
ventanas, todas: las de Windows y las nuestras.
La otra vez se apareció en el baño cuando la ilustración que se toca con
una flor entre las piernas y yo, estábamos en plena película, ella
imaginada y yo tan real que pensé que nos conocíamos de verdad. En el
momento que mis espermatozoides se estrellaban contra la bañera,
derramándose porque sobraban, abre la puerta mi mujer con su habitual
sentido de la organización anunciando que la lista del supermercado está
sobre la mesada de la cocina. En pleno desvanecimiento del paraíso
invisible, cuando la ilustrada masturbadora desaparecía y a mí me
temblaban las piernas de placer, abrió la cortina (tendríamos que
cambiar la cortina del baño) y me preguntó con quién hablaba, había
oído voces o gemidos. Me parece que vos te estás volviendo viejo y
hablás solo. Qué decís Carmen, por favor, cerrá que se va el calor.
Carmen, amor, me estoy bañando le dije con tono de empresario serio,
hombre de misa, intachable padre de familia. Pero yo escuché como un
grito, algo, insistía ella con tono de fiscal. Algo más dijo y salió. Yo quedé
vacío de esperma, enjabonado y recordando a mi jefe que aparece
siempre después de mis viajes ilustrados, como el castigo del pecador.

Y mi mujer, ¿qué hará en internet? A veces, cuando la llamo contesta


agitada, contenta, como si también ella encontrara en las ventanas
virtuales el edén que yo no le doy ni le daré. Tal vez ella también se sirve
de la extraordinaria cantidad de imágenes que sin saberlo participan de
nuestras vidas y ayudan a sostener, consolidar y enriquecer nuestro
matrimonio. Gracias, Google.

Un apunte final: Acabo de pasar por detrás de su escritorio que está


camino a la cocina, para buscar un pan de chocolate. De casualidad miré
la pantalla en la que Carmen trabaja (¿sí?) y al lado de un enorme pene
de asombroso pixelado y sexuales movimientos giratorios con música
Te lo enviamos a casa mientras él
chill out de fondo, decía:
no está. Anímate, reemplázalo por mí. Soy fiel,
higiénico y puedo ir contigo a todas partes.
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¿Dónde está el pan de chocolate, Carmen? No, mujer de mi vida, no es
que te quiera interrumpir mientras estás trabajando, pero no sé dónde
ponés las cosas. Ultimamente estás muy distraída, Carmen, ¿me
escuchás? Carmen, pará de gemir y decime ¿dónde está el pene de
chocolate?

–Pene, ¿qué pene?

http://carola.bubok.com/

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