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MITOS

La Creación del Maguey

En principio Mayáhuel era una hermosa joven que vivía con su abuela, una Tzintzimitl
estrellas que intentan impedir que salga el sol. En una ocasión, Quetzalcóatl la convenció
para que bajase a la tierra para amarse convertidos en las ramas de un árbol bifurcado. Pero
cuando su abuela se despertó y no vio a Mayáhuel, llamó a otras Tzitzimime para que
bajasen a la tierra para ayudarle a buscar a su nieta.

Cuando se acercaban el árbol se separó en dos, entonces la abuela, descubriendo a su nieta


como una rama, la despedaza y deja los restos para que los devore otra Tzitzímitl. Sin
embargo la rama en que se había convertido Quetzacóatl permaneció intacta.

Cuando se alejaron Quetzacóatl tomo los restos de la joven virgen y los enterró. De ello
brotó la planta del maguey, de la que se extrae el pulque, usado en las ceremonias como
bebida ritual y ofrenda para los dioses. Así, tras su muerte, Mayáhuel se convirtió en diosa.

Los Gatos
En casa de una familia había muerto un gato Romano.
Nadie quería darle sepultura y los integrantes de la familia decidieron echarlo al techo.

Pero en la noche, cuando todos dormían, escucharon una orquesta en el techo. Impulsados
por la curiosidad se levantaron a esa hora y salieron a ver lo que ocurría y vieron que en el
techo había muchos gatos que tocaban sus instrumentos alrededor del gato muerto.

Éste empezó a revivir, moviendo primero la cola, luego alzó la cabeza y por último se levantó
y se fue
siguiendo el son de la música.

Y todos los vecinos de esa casa dicen que esos gatos eran diablos.

Antes de desarrollar una fobia sin fundamento respecto a las mascotas felinas, recuerden
que se trata de una leyenda solamente, al igual que hay leyendas referidas a perros u otros
animales dándoles caracteres siniestros. Los gatos son tiernos y agradan con su ronroneo,
saludos y protejamos a los animales.

La capa del mendigo


El suceso que nos ocupa acaeció en la villa de Santa María del Pueblito, por los años de 1850
a 1852, época en que estaba de cura propio de aquella parroquia el Pbro. D. Luis Luna y
Pérez, en cuyo empleo permaneció muchos años hasta su muerte.

Entre los muchos pordioseros que llegaban al curato a implorar socorro, había un viejecito
que periódicamente venía a recibir su óbolo, pernoctando en la cuadra sobre blando colchón
de paja.
Este jamás quiso decir su origen, ni aún revelar el nombre de su patria; más esto no impedía
que el buen cura (como generalidad de los de su clase), le socorriera con largueza.

Todo su haber se reducía a un tosco bordón, un sombrero de petate formado de tres


distintos tejidos, un morral colgado al hombro y una colcha formada de mil y tantos parches
y remiendos de distintos paños y colores; y por ende muy pesada.

Tantas veces había pernoctado ya en aquella casa de vuelta de sus correrías por las aldeas
en busca de sustento, que ya era bastante conocido de aquella gente.
Después de algunos años de estos viajes y vueltas, llegó una noche al curato, y después de
internarse a su aposento, pidió al mozo un poco de agua porque se moría de sed.

El mozo, al ser preguntado por el Sr. Cura sobre si habían llevado su cena al viejecito, dijo
que no había tomado alimento, sólo un poco de agua, lo cual llamó la atención de Sr. Cura,
quien fue a verlo, encontrándolo abrazado en calentura.
En vista de esto, dispuso se medicinara y preparara para confesarse, lo cuál hizo el mendigo
sin dilación.

Después de los auxilios necesarios, el viejecito aquel murió, corriendo todos los gastos por
cuenta del Sr. Cura.
Al levantarlo de su lecho un hermano del citado Sr. Cura y un mozo, notaron que la colcha
de los mil y tantos remiendos pesaba más, sabiendo el origen del mendigo ni su patria, se le
hicieran sus funerales en la misa parroquial del Pueblito, repartiendo los sobrantes a varios
sacerdotes para que se aplicasen misas; lo cual fue verificado exactamente.

Esta suceso me lo refirió el hermano ya citado del Sr. Cura quien todavía vive, aunque ya
tocando el ocaso de la vida.
Un mentís más a la decantada codicia de los curas, con que liberalismo se empeña en
desprestigiarlos; siendo el pan cotidiano de la presa impía.

Ataque a un apostolado
Fueron tantos los episodios ocurridos en el memorable sitio de 1867, que ellos solos
bastarían a formar una tercera serie de leyendas; pero como en la variedad está el gusto,
nos hemos propuesto a ir mezclando entre leyendas históricas, revestidas del carácter serio
de la historia, algunas que a la vez perpetúen hechos que sucedieron, tenga su parte más o
menos anecdótica.

En el número de éstas se cuenta la que nos ocupa y que, sin embargo de pertenecer a dicho
género, relata un hecho rigurosamente histórico.
Sabido es que el mismo día que se abrió el Sitio y que no fue otro que el día 14 de marzo, a
las diez de la mañana, pidieron los imperialistas sus posesiones de La Otra Banda,
apoderándose los republicanos de Antillón de la Iglesia de San Sebastián, de huerta y demás
pertenencias, replegando a los sitiados hasta la ribera del río, sirviendo éste de línea divisoria
entre ambos contendientes.

Existía de tiempo inmemorial en esa antigua parroquia, como en todas las de su clase, un
apostolado de mezquite y tamaño natural que anualmente, el Jueves Santo, servía para
representar la última cena de Nuestro Señor Jesucristo, o sea la institución del Santísimo
Sacramento.
En mala hora, las tropas liberales se propusieron hacer una mala pasada a los imperialistas, y
en la misma noche de la toma colocaron convenientemente en un parapeto (formado por la
barda de una casa cercana a la ribera, la cual aún existe), a los Apóstoles, asomando medio
cuerpo, en forma de tiradores y con su chacó republicano.

A la madrugada, los republicanos hicieron una descarga a los imperialistas que custodiaban
la ribera opuesta del río desde las casas y huertas, haciendo la descarga y ocultándose en
seguida, cubriendo la vanguardia San Pedro y sus compañeros.

Al ser provocados, los imperialistas comenzaron a cazar a sus contrarios, que como de
mezquite, necesario fue a hacerles varias descargas para degollarlos quedando, sin embargo,
algunos en pie.

La traición no refiere si el traidor de aquel grupo fue de los muertos o de los supervivientes;
pues sólo reza que al esclarecer el día, notaron los imperialistas que los que aun seguían de
pie no se movían y tenían luenga barba, lo cual dejó en claro la mala pasada de los
enemigos, poniendo de punta a los bravos defensores, tanto por aquella profanación, como
por la pérdida del panque.

Desde entonces, es conocida esa casa entre los vecinos del contorno con el nombre de Casa
del Apostolado.

El milagroso señor de Villaseca

Don Alonso de Villaseca fue un noble de raras virtudes que de España vino a estas tierras
allá por mediados del siglo XVI.
Caballero a carta cabal que gozó de la estimación general por su desprendimiento y libertad,
otorgando
beneficios a mucha gente necesitada.

A lo dicho hay que agregar que Don Alonso tenía sentimientos religiosos muy bien fincados,
que tradujo
también en nobles acciones: de España mandó traer tres Cristos, con su propio preculio, uno
que donó al
pueblo de Ixmiquilpan porque allí había hecho su fortuna, otro a las famosas minas de
Zacatecas y un tercero al Mineral de Cata, a orillas de esta población.

Este Cristo es al que nos vamos a referir, contando aquí dos de los múltiples milagros que se
le atribuyen.

Dícese que cuando aún no había ni la más remota idea de reglamentar el trabajo de nuestros
braceros en el vecino país del Norte, un grupo de campesinos de estos alrededores,
necesitados en ganarse la vida en mejores condiciones, creyeron ingenuamente en la
promesa que les hiciera un vívales y, dejando su casa y familia, corrieron la aventura de la
que después tuvieron que arrepentirse muchas veces.

Hallándose en una hacienda algodonera cercana a la frontera, se les designó un galerón para
que pasarán la noche, advirtiéndoles que para mayor seguridad iban a cerrar la puerta.
También se les ofreció que una persona les llevaría la cena un poco más tarde, pero como
ese momento no llegó nuestros pobladores rancheros se disponían a dormir sin más alimento
en su estómago que unos sorbos de agua, cuando uno de ellos que andaba cerca del fondo
escuchó un ruido raro que llamó su atención, algo así como una gotera; más como no era
tiempo de lluvias, no era posible pensar eso.

Con mucha precaución abrieron la puerta, encontrándose en un patio semioscuro. En la


habitación de la
derecha, también mal alumbrada, se hallaban colgando del techo varios cuerpos que
parecían humanos.

−No parecen− dijo otro de ellos −son hombres semidesnudos y sin cabeza−afirmó
profundamente
sorprendido.
Hay que imaginar cual fue su asombro al comprobar que en efecto los que colgaban del
techo eran cuerpos humanos decapitados, puestos en esa actitud para que la sangre
chorreara sobre sendos recipientes.
Lo primero que pensaron los aspirantes a trabajadores fue que para hacer de ellos otro tanto
se les había llevado allí.

Verdadero pánico se apoderó de su ánimo y, en el paroxismo de su angustia, se


encomendaron al Señor de Villaseca, rogándole que les permitiera salir de allí con bien.
Lo consiguieron, no sin antes pasar por varios peligros, regresando en peores condiciones a
su tierra, pero con su vida.
El retablo en que patentizaron este milagro se encuentra en el muro izquierdo del templo de
Cate, dedicado al Milagroso Señor de Villaseca.

Después supieron que la sangre de aquellos quien sabe cuantos desdichados más, era
empleada para hacer colorantes que en el mercado se vendían muy caros.
El segundo caso se refiere a María, una guapa galereña que reunía en su persona todos los
atributos para ser lo que se dice una hermosa muchacha.

Muy joven la casaron sus padres con un viejo minero adinerado, por quien María profesaba
la más profunda repugnancia. Sin embargo, obediente y de buenos principios, permaneció
sumisa al lado de aquel hombre, no obstante que la seguía cortejando Juan Manuel, apuesto
galán que no podía resignarse a perder su amor y por medio de una viejecita del barrio del
Terremoto, constantemente hacía saber su honda pasión a la dueña de sus desvelos.

Por su parte, María no solo sentía admiración y afecto por su admirador, sino que sostenía la
más intensa
lucha por liberarse de aquella tentación.
Muchas veces, arrodillada ante el Cristo milagroso, le rogaba que le diera fuerzas para seguir
siendo fiel a su esposo.

−Tú sabes, Padre mío, que yo jamás he querido a Don Martín− éste era el nombre del
celoso y feroz marido
−y que me casaron sin mi voluntad.
Un día que Don Martín, por razón de sus negocios tuvo que ausentarse por dos días, María
no pudo resistir el deseo de llevar a Juan Manuel un buen almuerzo, pues tenía el turno de
madrugada.

Feliz y risueña como nunca, iba la muchacha por el camino de Cata, cuando de repente se
apareció su marido.
En el acto reconoció la canasta, y cegado por los celos increpó con violencia a María,
imaginando que el
almuerzo era para su adversario.

Con la hija de su puñal levantó la servilleta que cubría la canasta, al tiempo que decía:

−¿Qué llevas ahí?

La infeliz muchacha turbada por la pena y el dolor, se encomendó al Cristo de su devoción y,


aparentemente sin inmutarse, con voz firme contestó:

−Llevo flores al Señor de Villaseca.

Efectivamente al levantar la servilleta, aparecieron a la vista de Don Martín las más frescas y
hermosas rosas que él hubiera imaginado.

Sol y Luna, Opuesto y Complementario


El Sol era el cuerpo celeste por excelencia y en Mesoamérica se le identifica con el tiempo
mismo. A través de manuscritos, como el Códice Matritense del Real Palacio, podemos abrir
una ventana hacia mitos cosmogónicos fundamentales para el pueblo mexica.

En ellos vemos fielmente reflejada la creencia de que el Sol, como ser vivo, puede nacer y
morir.
Hubo cuatro soles antes del actual. Cada uno marcó eras distintas, entre las cuales se detuvo
el tiempo y se hizo la profunda oscuridad. Para que naciera el Quinto Sol, los mismos dioses
debieron sacrificarse, morir, purificarse en el fuego, elemento producido por el más viejo de
todos lo dioses.

A pesar de que ya había nacido el Sol y poco después la Luna, cuerpos celestes
fundamentales para elaborar el calendario, aún no estaban dotados de movimiento.
La esencia del tiempo era, aparte de la luz, el movimiento. Ambos astros permanecían
estáticos hacia el oriente. Para echar a andar la precisa maquinaria del tiempo debía
intervenir el dios del viento, que no sólo impulsó al Sol y la Luna para que avanzaran en sus
caminos celestiales, sino que los colocó en los sitios del espacio que les correspondía para
desempeñar su tarea.

La conceptualización del tiempo se une de esta manera a la del espacio para conformar uno
de los principales elementos que caracterizan a las culturas autóctonas de Mesoamérica.
Algunos códices prehispánicos sobrevivieron para mostrarnos sencillos esquemas que
representan esta compleja relación. Tal es el caso de la página 1 del Códice Féjérvary Meyer,
en el que en los rumbos cardinales están no sólo los dioses, sino los signos calendáricos, las
aves y los árboles cósmicos. Leyendo de derecha a izquierda, podemos ir de un día a
otro hasta completar un tonalpohualli o calendario sagrado, dando a cada día su connotación
positiva, negativa o indiferente.

Estos libros, leídos sólo por los especialistas denominados tonalpohuques, eran considerados
sagrados y secretos, hablaban de un mundo lejano al hombre común, del ámbito de los
seres que dominan el tiempo cíclico que rige el destino de todo cuanto vive, donde todo
regresa cuando se repite el símbolo y el numeral del día y el año. Su cargador (bacab en
maya e i mamal en náhuatl) los lleva sobre su espalda, cual pesado fardo, hasta el final del
día, cuando dejaba su mecapal (bulto) para que un nuevo mecapalero iniciara su camino.

Ellos representan a los astros en la ruta que parte del oriente hacia el poniente, como el Sol,
que asumía un aspecto masculino y dominaba la época seca del año, como la Luna, de
aspecto femenino, que dominaba la época húmeda del año. Opuestos y complementarios,
ambos son indispensables para el florecimiento de la tierra.

La Rueda de los Katunes


El once Ahau se asienta el Katún en Ichcaansihó. Bajan hojas del cielo, bajan perfumes del
cielo. Suenan las músicas, suenan las sonajas de los nueve píes. En un día en que habrá
faisanes azules, en un día en que habrá peces a la vista, en el día de Chakan−Putúm, se
comerán los árboles, se comerán piedras; se habrá perdido el ausento dentro del Once Ahau
Katún.

Con siete templo de abundancia se asienta el Katún, el cuarto Ahau Katún, en chichén. Siete
tiempos de abundancia son el asiento del Gran Derramador de agua. Tapado está su rostro y
serrados sus ojos bajo sus lluvias, sobre su maíz abundante derramado. Llenos de hartura
están su estera y su trono. Y se derrama su carga. Habrá un día en que este blanco su
ropaje y blanca su cintura, y sea aplastado por el chorro del pan de Katún.

Llegarán plumajes, llegarán pájaros verdes, llegarán fardos, llegarán faisanes, llegarán
tapires; se cubrirán de tributo Chichén.
No Zaquí, sino Mayapán es el asiento del Katún, del Dos Ahau Katún. Cuando se haya
asentado el Katún, bajarán cuerdas, bajará las ponzoñosa de la peste. Tres cerros de
calaveras harán una rueda blanca a su cuerpo cuando venga con su carga atada.
Ahogándose cogerá en su lecho un soplo de viento. Tres veces dejará caer su pan. Mediana
hambre, medio pan. Esta es la carga de Dos Ahau Katún.

Kinchil Coba es el asiento del Katún, del Trece Ahau Katún. El dios mayor Itzam, dará su
rostro a su reinado.

Se le sentirá tres veces en tres años, y cuando se cierre la décima generación. Semejantes a
las de palmera serán sus hojas. Semejante al de la palmera será su olor. Su cielo estará
cargado de rayos. Sin lluvias chorreará el pan Katún, del Trece Ahau Katún. Multitud de
lunares son la carga del Katún. Se perderán los hombres y se perderán los dioses. Cinco días
será mordido el Sol, y será visto. Esta es la carga de Trece Ahau Katún.

Dioses de la Muerte
El reino de los muertos o inframundo, conocido comúnmente como Mictlan, era gobernado
por el Señor del Inframundo, Mictlantecuhtli, y por la esposa de este, Mictecacihuatl, los
Infiernos, el Chignauhmictlan. Pero aparte de estas deidades, existían otros dioses y diosas
que poblaban las regiones del Mictlan y que casi
siempre encontramos por parejas. Una de ellas es Ixpuzteque, El que tiene el pie rotoy su
esposa Micapetlacalli, Caja de muerto. Por último conocemos el nombre de Tzontemoc, El
que cayo de cabeza, y su esposa es Chalmecacihuatl, La sacrificadora .

Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl eran la pareja más importante de las regiones del inframundo
y habitan la más profunda de ellas, a donde llegan los hombres a descansar, no sin antes
entregar a las deidades presentes valiosos.

Mictlantecuhtli aparece con el cuerpo cubierto de huesos humanos y un cráneo a manera de


mascara, con los cabellos negros, encrespados y decorados con ojos estelares, puesto que
habita en la región de la oscuridad completa. Adornan su cabeza una rosetas de papel de las
que salen conos, uno sobre la frente y otro en la nuca. Sus animales asociados son el
murciélago, la araña y el búho (tecolotl).

Los Primeros Dioses


Los mas antiguos mexicanos creían en un dios llamado Tonacatecuhtli, quien tuvo cuatro
hijos con su mujer Tonacacihuatl. El mayor nació todo colorado y lo llamaron Tlantlauhqui. El
segundo nació negro y lo llamaron Tezcatlipoca. El tercero fue Quetzalcóatl.

El mas pequeño nació sin carne, con los puros huesos, y así permaneció durante seis siglos.
Como era zurdo lo llamaron Huitzilopochtli. Los mexicanos lo consideraron su dios principal
por ser el dios de la guerra. Según nuestros antepasados, después de seiscientos años de su
nacimiento, estos cuatro dioses se reunieron para determinar lo que debían hacer.

Acordaron crear el fuego y medio sol, pero como estaba incompleto no relumbraba mucho.
Luego crearon a un hombre y a una mujer y los mandaron a labrar la tierra. A ella también le
ordenaron hilar y tejer, y le dieron algunos granos de maíz para que con ellos pudiera
adivinar y curar.

De este hombre y esta mujer nacieron los macehuales, que fueron la gente trabajadora del
pueblo. Los dioses también hicieron los días y los repartieron en dieciocho meses de veinte
días cada uno. De ese modo el año tenía trescientos sesenta días.

Después de los días formaron el infierno, los cielos y el agua. En el agua dieron vida a un
caimán y de él hicieron la tierra. Entonces crearon al dios y a la diosa del agua, para que
enviaran a la tierra las lluvias buenas y malas. Y así fue como dicen que los dioses hicieron la
vida.

Huida de Quetzalcoatl
214. Quetzalcoatl se fue de allí a Tenayuca y duró allí por algún tiempo.

215. De ahí se fue a Culhuacan donde duró también largo tiempo, mas no lo saben tampoco
cuanto.

216. De ahí pasó a las montañas y se fue a Cuauhquecholan y aderezó un templo y un altar
para sí y era adorado, por dios, y no había más que él, y allí duró 290 años y dejó allí un
señor llamado Matlalxochitl.
217. Y se fue a Cholula, donde duró 160 años y le hicieron un templo en gran manera
magnífico, del cual aún hay gran parte, pues estaba bien construido y bello, el cual los
gigantes habían hecho, como diremos después.

218. De allí se fue a Cempoala ciudad principal en la mar del norte donde primeramente
llegó el Marqués don Hernando Cortés, cuando él entró en este país, mas al presente está
todo demolido, como los españoles han hecho con muchas otras.

219. En esta ciudad permaneció 260 años y hasta este lugar le persiguió Tezcatlipuca.

220. Y viéndose tan perseguido de este Tezcatlipuca se fue a un desierto y tiró un flechazo a
un árbol y se metió en la hendidura de la flecha y así murió.

221. Y sus servidores le tomaron y quemaron y de allí quedó la costumbre de quemar los
cuerpos muertos.

222. Del humo que salió de su cuerpo dicen haber sido hecha una gran estrella que se llama
Héspero.

223. Este Quetzalcoatl no tuvo jamás mujer ni hijos.

224. Otros dicen que cuando él debía morir se fue a un lugar... (termina el Ms.).

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