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El día se levanta llevando en sus ojos el color del maíz, maíz color de
la esperanza que abre de par en par la puerta de cada día, camina
con el maíz que es fuerza, maíz naranja, maíz color de oro; se va a
descansar con el maíz oscuro, del mismo color o sincolor con el que
cierra la puerta.
Maíz, los que tomamos tu fuerza soñamos con el color de tus colores,
hemos labrado el tiempo abriendo la tierra con surcos que nos
ayuden a crecer contigo; espera, solo espera que quienes venimos de
la sangre de lo/as que te hicieron, caminemos contigo para que
cuando el solitario fuego que nos alumbra esté en lo más alto, nos
llene de fuerza para seguir siendo nosotros; la luz, esa claridad del
rey y que cuelga en el cielo, es la que me llama y te llama mi maíz,
para que no dejes de mirarlo, que al fin y al cabo él es el de la fuerza
que nos ayuda a crecer; nos da el calor, el que abraza y llega a tu
corazón de milpa para llamar a que tu flor, ese penacho de plumas de
nuestra ave quetzal, regale al mundo la herencia del maíz; maíz, no
dejes que el día se vaya cansado de no haber visto juntas nuestras
manos, sí, nuestras manos que se enlazan en el frenético vaivén del
amor para procrear y gastar la fuerza que nos das, para que haya
manos que te sigan sembrando y cuidando; oh maíz, no dejes que
cuando el día se apague y sus párpados se cansen de estar abiertos,
caigan sin que los que tomamos tu vigor, nos inclinemos ante ti para
decirte: somos tu fuerza, huesos de tu masa, sangre de tu grano;
para que nos devuelvas: soy tu voluntad que crece en la milpa de la
sierra, soy tu sueño que se teje cuando el surco se abre, soy tu
esperanza cuando la nube deja caerse en un llanto de alegría; y que
finalmente te digamos: somos los que te rendimos un homenaje
nuestro maíz, porque somos: Los hombres y las mujeres de maíz.
Isaac