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SEXO CEREBRAL

La verdadera diferencia
Entre hombre y mujer
 

ANNE MOIR Y
DAVID JESSEL
 

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 PREFACIO

INTRODUCCIÓN

Capítulo uno              LAS DIFERENCIAS

Capítulo dos              EL NACIMIENTO DE LA DIFERENCIA

Capítulo tres              SEXO EN EL CEREBRO

                                 PRUEBA DE SEXO CEREBRAL

Capítulo cuatro          DIFERENCIAS EN LA INFANCIA

Capítulo cinco           EL CAMBIO DEL CEREBRO CON LA EDAD

Capítulo seis              LA BRECHA ENTRE HABILIDADES

Capítulo siete             CORAZONES Y MENTES

Capítulo ocho            MENTES DESIGUALES

Capítulo nueve           EL MATRIMONIO DE DOS MENTES

Capítulo diez             POR QUÉ LAS MADRES NO SON PADRES

Capítulo once            MENTES TRABAJANDO

Capítulo doce            PREDISPOSICIONES TRABAJANDO

SUMARIO

EPÍLOGO

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE

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AGRADECIMIENTOS

Este libro está basado en la investigación de muchos científicos alrededor del mundo y sin
su curiosidad y búsqueda de la verdad éste no habría podido ser escrito. Es a ellos a quienes
debemos nuestro agradecimiento. Nos gustaría agradecer especialmente a aquellos
científicos quienes pacientemente respondieron nuestras preguntas o enviaron sus más
recientes investigaciones: Dra. Camilla Benbow, Dr. Anke Ehrhart, Dra. Helen Risher, Dr.
Robert Goy, Dr. Roger Gorski, Profesor Lauren Julius Harris, Dra. Melissa Hines,
Profesora Doreen Kimura, Dra. Jane Lancaster, Dr. Jerre Levy, Dr. Seymour Levine, Dra.
Catherine Mateer, Dr. Bruce McEwen, Dra Dianne McGuinness, Dra. Jeannette McGlone,
Dr. Henio Meyer Bahlburg, Profesor Julian Stanley, Dra. June Reinisch, Dr. Richard
Restak, Dra. Alice Rossi, Profesor Walter Stumpf, Profesor Lionel Tigre, Profesor David
Taylor, Dra. Sandra Witleson. Dra. Glen Wilson. Y al pionero en la diferenciación de los
sexos, el Dr. Corinne Hutt, ya fallecido, que fue fundamental para animarme a ahondar en
el tema.

Hay detalladas referencias al final del libro para aquellos que estén interesados en
investigar el tema por sí mismos. Hay una lista de lecturas generales y referencias
específicas para cada capítulo.

Los estudios de caso descritos en el libro no son individuales, sino perfiles de las
características y habilidades generales encontradas en un gran número de casos de estudio.

La prueba de sexo cerebral al final del capítulo tres está basada en estudios científicos
sobre las diferencias entre hombre y mujer. Una muestra estadísticamente significativa de
personas ha completado la prueba y ésta funciona. Entre otras logramos las regulaciones del
Blue Board en Aldbourne , del personal de la Canadian Broadcasting Corporation y del
personal de Jenni Turner en el Financial Planning Services, y les agradecemos por haber
llenado los primeros borradores de la prueba y haber hecho los comentarios pertinentes que
mejoraron la versión final.

También queremos agradecer a Bernard Cornwell y a Serina Dilmot por sus útiles y
astutos comentarios en el borrador final, y a una persona que realizó contribuciones
cruciales pero que desea permanecer anónimo.

A Susan Watt, directora editorial de Michael Joseph, le queremos dar un especial


agradecimiento. Ella nos brindó apoyo entusiasta desde el primer día del proyecto. Ella
revisó cada borrador del libro con afanoso cuidado, y nos envió resmas de excelentes
sugerencias que han mejorado enormemente el libro.

Pero finalmente, de cualquier manera, el libro es nuestro y solamente a nosotros puede


hacerse responsables por cualquier falla que éste pueda tener.

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Anne Moir y David Jessel

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PREFACIO
 

Fue hace cerca de veinte años que trabajando como estudiante postgraduada para su
doctorado Anne Moir adquirió su interés en la investigación sobre la diferencia entre los
sexos.

Era algo que se veía muy importante en la atmósfera de feminismo radical de los años
setentas para entender la verdad acera de las diferencias entre hombre y mujer. De haber
pruebas de diferencias en las habilidades de hombres y mujeres, entonces sería
intelectualmente deshonesto para cualquiera negar tales diferencias. Pero era, por supuesto,
de gran importancia poner en claro la premisa inicial: éstas tendrían que ser diferencias
clínica y científicamente demostrables entre el cerebro del hombre y el de la mujer.

Así inició, en parte como pasatiempo y en parte como curiosidad, la acumulación de


datos científicos al respecto provenientes de todo el mundo.

Hace diez años, Anne Moir era una habitual productora asociada en la Televisora BBC,
David Jessel era reportero. Buscando ideas una tarde en que se encontraban atascados, Moir
mencionó que podría ser interesante hacer un programa acerca de las diferencias entre
hombres y mujeres.

Jessel dijo que era nuevo para él que –salvo la anatomía y las funciones procreativas–
hubiera alguna diferencia. Y que seguramente, si esas diferencias habían sido descubiertas,
deberían de ser noticia.

La investigación estaba surgiendo en pedazos, explicó Moir. Algunos de los científicos


inclusive parecían atemorizados de lo que habían descubierto. Aminoraban la relevancia de
sus hallazgos, porque estaban preocupados por lo que éstos significaban. Especialmente
porque parecían indicar que las mentes de hombres y mujeres eran diferentes. Y eso no
podía ser. Algunos autores pioneros han atado algunos cabos y esbozado las líneas
generales, pero el trabajo sigue progresando y la imagen que estas líneas marcan va
emergiendo gradualmente...

Jessel se encontraba intrigado, pero, teniendo la típica atención breve de un reportero,


pronto se olvidó de la conversación.

Diez años después, en otra tarde en que se encontraba atascado buscando ideas para un
programa de televisión, él se acordó de Moir. Ella se había ido a trabajar en la televisión
trasatlántica. Usando el teléfono de la BBC con la confianza proveniente de no pagar la
cuenta de las llamadas, Jessel rastreó a Moir desde Londres... hasta Toronto... hasta

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Londres, Donde ella era ahora la Editora Europea de la Canadian Broadcasting
Corporation. De hecho ella y su esposo vivían a 150 yardas del apartamento de Jessel en
Londres.

Se reunieron en un almuerzo. Moir se había mantenido interesada en el desarrollo de las


investigaciones sobre el cerebro. En el lapso de esos años hubo una explosión de esfuerzos
académicos al respecto. Los hallazgos eran ahora dramáticamente concluyentes. Los
científicos podían ahora probar de manera incontrovertible que había diferencias entre el
cerebro masculino y el femenino.

Únicamente unos cuantos científicos y unos pocos autores especializados sabían al


respecto, pero la información estaba ahí para cualquiera con sólo inclinarse a recogerla. El
propio ático de ella estaba lleno de fotocopias de monografías al respecto, algunas por
gente eminente impenetrablemente eruditas.

¿Serías capaz de explicar todo esto a un lego? Le pregunto Jessel, cuyo interés y
conocimiento sobre biología se había evaporado el día que le pidieron realizar la disección
de una rana.

Moir dijo que creía que podría hacerlo. Lo que le preocupaba a ella, con su formación
científica, era qué es lo que significaba todo esto, y cómo estos nuevos descubrimientos
explicaban nuestros comportamientos como hombres y mujeres.

Llegaron a un acuerdo. Moir le explicaría la parte científica a Jessel y ambos


argumentarían acerca de cómo la ciencia podía explicar un aspecto u otro del
comportamiento humano. Moir, entonces tuvo que volver a sus escritos científicos y
verificar si las sugerencias que surgían tenían validez.

Cada mes, durante un año, Moir hacía llegar a Jessel una pila de cajas de archivo llenas
de artículos académicos y notas acerca de los que ella consideraba los descubrimientos más
importantes y significativos. Jessel debía hacer llegar en contestación treinta páginas sobre
lo que él entendía que todo aquello significaba.

Ambos se fueron fascinando por lo que estaban aprendiendo. Tenía todos lo ingredientes
de un programa de televisión fascinante. En tanto, Moir y Jessel se dieron cuenta de que
habían escrito un libro.

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 INTRODUCCIÓN
 

os hombres son diferentes de las mujeres. Son iguales tan sólo en su común

L pertenencia a la misma especie: el género humano. Sostener que son iguales en


aptitudes, habilidades o comportamiento es construir una sociedad basada en una
mentira biológica y científica.

Los sexos son diferentes porque sus cerebros son diferentes. El cerebro, El jefe en la
administración de las emociones y el órgano de la vida, tiene una construcción diferenciada
en el hombre y la mujer; éste procesa información en forma diferente, lo que resulta en
diferentes percepciones, prioridades y comportamientos.

En los últimos diez años ha habido una explosión de investigación científica sobre qué hace
diferente a los sexos. Doctores, científicos, psicólogos y sociólogos, en trabajos por
separado, han producido un cuerpo de descubrimientos que, al unirse en sus partes, esboza
una imagen de notables diferencias. Y ésta imagen es la de una asombrosa asimetría sexual.

Al fin he aquí una respuesta al exasperado lamento: ¿Porqué las mujeres no pueden ser
más como los hombres? Es tiempo de derrumbar el mito social de que el hombre y la mujer
son virtualmente intercambiables, iguales en todo. Para todo son diferentes.

Hasta hace muy poco, las diferencias de comportamiento entre los sexos eran explicadas
mediante el condicionamiento social, las expectativas de los padres que poseen actitudes y
que las reflejan como expectativas de la sociedad, enseñaron a los niños pequeños que no
hay que llorar y que el camino a la cima depende de la agresión y asertividad masculina.
Una escasa atención fue puesta al punto de vista biológico de que tal vez somos lo que
somos debido a la manera en que estamos hechos. Hoy, hay mucha nueva evidencia
biológica como para que el argumento sociológico prevalezca. Los argumentos biológicos
al fin proveen comprensión y un marco de trabajo científico y comprobable con el cual
podemos comenzar a comprender porqué somos quienes somos.

Si la explicación sociológica es inadecuada, la argumentación bioquímica luce más


plausible (que nuestras hormonas son las que nos hacen actuar de manera específica y
estereotipada). Pero, hemos descubierto que las hormonas por sí mismas no nos proveen de
una respuesta completa; lo que hace la diferencia es la interacción entre estas hormonas y el
cerebro masculino o femenino precableado de manera específica para reaccionar a ellas.

Lo que usted leerá en este libro acerca de las diferencias entre el hombre y la mujer
puede hacer que cualquiera de los dos sexos se moleste o envanezca, Ambas reacciones son
equivocadas. Si las mujeres tienen motivos para molestarse, estos no son que la ciencia les
niegue sus difíciles conquistas y esfuerzos hacia la equidad; su enojo más bien debería
dirigirse hacia aquellos que han inspirado a que se mal dirija y se niegue a ellas su

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verdadera esencia. Muchas mujeres en los últimos treinta o cuarenta años han sido llevadas
a creer que ellas son, o deberían ser, “tan buenas como cualquier hombre”, y en el proceso
han soportado un agudo e innecesario sufrimiento, frustración y decepción. Ellas fueron
guiadas a creer que una vez que se hubieran sacudido el peso de los prejuicios y opresión
masculinas –la supuesta causa de su estatus de segunda clase– las puertas de la tierra
prometida de la igualdad de logros les sería abierta de par en par, y las mujeres serían libres
al fin de escalar y conquistar las cumbres de comando de las profesiones.

En lugar de eso, en vez de una gran emancipación en términos de educación,


oportunidades, y actitudes sociales, las mujeres no están notablemente “haciéndola mejor”
que hace treinta años. La Señora Thatcher es aún una de las excepciones que prueba la
regla. Había más mujeres en el Gabinete Británico en los años treintas que las que hay
actualmente. No ha habido un incremento significativo en el número de mujeres con
empleos sobre las pasadas tres décadas. Algunas mujeres, viendo todo lo que su sexo se ha
quedado corto en su supuesto ideal de compartir el poder, sienten que han fracasado. Pero
únicamente han fracasado en ser como los hombres.

Los hombres, por otro lado, no tienen razón para celebrar y complacerse, algunos
inevitablemente hallarán resguardo en los prejuicios de cantina: Por ejemplo, es verdad que
la mayoría de las mujeres no puede interpretar un mapa tan bien como un hombre; pero las
mujeres pueden interpretar mucho mejor los carácteres. Y la gente es más importante que
los mapas. (En este punto la mente masculina inmediatamente pensará en excepciones a
esto).

Algunos investigadores francamente se han espantado con lo que han descubierto.


Algunos de sus descubrimientos han sido, si no suprimidos, al menos revelados muy
discretamente debido a su potencial impacto social. Pero normalmente es mejor actuar con
base a lo que es verdad en lugar de mantener, con las mejores intenciones del mundo, lo
que lo que es verdad no tiene derecho a serlo.

Lo mejor sería bienvenir y explotar las diferencias complementarias entre el hombre y la


mujer. Las mujeres deberían contribuir con sus específicas dotes femeninas en lugar de
gastar sus energías en busca de una especie de masculinidad substituta. La imaginación
superior de la mujer puede resolver intrincados problemas –ya sea en el ámbito profesional
o doméstico– en un aparente golpe de intuición.

El mejor argumento para el conocimiento y aceptación de nuestras diferencias es que


probablemente esto nos haga más felices. La valoración, por ejemplo, de que el sexo tiene
diferentes orígenes, motivos, y significaciones en el contexto del cerebro masculino y
femenino, o que el matrimonio es profundamente innatural para la biología del macho,
podría hacernos mejores y más considerados maridos y mujeres. El entendimiento de que
los roles de padre y madre no son intercambiables puede hacernos mejores padres.

La mayor diferencia comportamental entre hombres y mujeres es la natural e innata


agresividad masculina, que se explica con el largo periodo de dominación histórica sobre la
especie. Los hombres no aprenden la agresividad como una de las tácticas en la guerra de
los sexos. Nosotros no enseñamos a los niños varones a ser agresivos, de hecho tratamos
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inútilmente de des–enseñárselos. Incluso los investigadores más hostiles al reconocimiento
de la diferencia entre los sexos están de acuerdo en que el varón está hecho así y que no se
puede explicar mediante el condicionamiento social.

El escritor H. T. Monro, “Saki”, escribió una instructiva y breve historia acerca de una
crianza liberal, donde por consenso, los padres, para suprimir la agresividad masculina
natural de su hijo, se negaron a comprarle un juego de soldaditos de juguete. En lugar de
ello, le proporcionaron un juego de servidores públicos y profesores de juguete. Todo,
pensaban ellos, iba bien, hasta que espiaron en el cuarto de juegos de su hijo y encontraron
que había formado para la batalla un regimiento de profesores de juguete contra otro de
servidores públicos. El niño tuvo suerte de que sus padres al fin vieran lo fútil que era tratar
de convertir al niño en algo que no era ni podría llegar a ser.

Nosotros somos una especie arrogante. Nuestra superioridad frente a otros animales, en
términos de nuestra capacidad para razonar y discernir, nos ha hecho decir de nosotros
mismos que estamos más cerca de los ángeles que de los chimpancés. Tal vez eso nos hace
pensar en nosotros como amos de nuestros destinos y olvidar la noción de que seguimos
estando sujetos a los imperativos biológicos de nuestros cuerpos. Olvidamos que,
finalmente, como cualquier otro animal, lo que somos y cómo nos comportamos es
ancestralmente dictado por los mensajes que forman y conforman nuestro cerebro.

Hombres y mujeres podrían vivir más felices, entenderse y amarse mejor mutuamente y
organizar más eficazmente el mundo si comprendiéramos nuestras diferencias. Podríamos
entonces construir las nuestras vidas sobre la pareja de pilares de nuestras distintas
identidades sexuales. Es tiempo de cesar en la vana pretensión de que los hombres y las
mujeres fueron creados iguales. No son iguales, y ninguna cantidad de idealismo o de
fantasía utópica puede cambiar este hecho, sólo puede tensar la relación entre los sexos.

El entender que el hombre es fuerte y débil en áreas en que la mujer es débil y fuerte
podría ser, en la sala de juntas y en la alcoba, el inicio de la sabiduría y el principio de una
más feliz relación entre los sexos.

Hay una vieja broma de un libro titulado “Todo lo que los hombres entienden sobre las
mujeres” que es un grueso volumen en que todas sus hojas están completamente en blanco.

Es tiempo de escribir en esas páginas.

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 CAPÍTULO UNO
Las diferencias
 

ace cien años, la observación de que los hombres son distintos de las mujeres en

H todo un rango de aptitudes y habilidades, habría sido una verdad de perogrullo, una
afirmación de lo más obvio.

Pero en cambio, hoy día, podría evocar muy diferentes reacciones. Dicha por un
hombre, sugeriría una cierta ineptitud social, una novatada en cuestión de política
sexual, una triste deficiencia de sabiduría convencional, o un torpe intento de ser
provocativo. Una mujer que aventurara tal opinión sería tachada de traidora a su sexo,
traicionando las esforzadas “victorias” de las recientes décadas de una mujer que ha
buscado igualdad de estatus, oportunidades y respeto.

Cuando una psicóloga canadiense tituló un documento académico “¿Son realmente


diferentes los cerebros del hombre y de la mujer?” Ella entendía que la respuesta a la
pregunta era evidente por sí misma.

Sí, por supuesto. Estaría asombrada si los cerebros del hombre y la mujer
no fueran diferentes dadas las enormes diferencias morfológicas
(estructurales) y las a menudo hirientes diferencias de comportamiento entre
hombres y mujeres.

La mayoría de nosotros intuitivamente siente que los sexos son diferentes, pero esto se
ha convertido universalmente en un secreto que se guarda con recelo y culpabilidad. Hemos
dejado de confiar en nuestro sentido común.

La verdad es que prácticamente durante toda nuestra estancia en el planeta hemos sido
una especie sexista. Nuestra biología ha asignado funciones separadas al macho y a la
hembra del Homo sapiens. Nuestra evolución ha fortalecido y refinado estas diferencias.
Nuestra civilización las ha reflejado. Nuestra religión y nuestra educación las han
fortalecido.

Aún así, ambos tememos y desafiamos la historia. La tememos porque tememos pecar
de complicidad con los viejos crímenes de prejuicio sexual. La desafiamos porque
queremos creer que la humanidad al fin ha alcanzado velocidad de escape para abandonar
la pesada gravedad de nuestro pasado animal y las certezas neardenthales.

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En los últimos treinta años ha habido una pequeña pero influyente colección de bien
intencionadas almas que han tratado de persuadirnos de adoptar esta nueva y desafiante
postura. Descubrieron que las religiones y la educación eran una creación masculina para
mantener a la mujer en un estado de subordinación. El descubrimiento tal vez sea cierto.
Encontraron que lo que llamamos civilización está fundado en la agresión y el dominio
masculino. Eso probablemente también sea cierto. Está bien hasta ahí.

El problema viene cuando se mira la explicación de porqué paso esto. Si el hombre y la


mujer son idénticos, y siempre lo han sido, en la manera y el grado en que ambos usan
idénticos cerebros, ¿cómo es que el sexo masculino se las ha arreglado tan exitosamente en
virtualmente todas las culturas y sociedades del mundo, para contribuir a una situación en
que la mujer fuera subordinada? ¿Ha sido tan solo la mayor musculatura y peso corporal
del varón lo que el reino femenino haya sido un territorio ocupado en el recuento de los
últimos miles de años? ¿Ha sido por el hecho de que hasta los siglos recientes las mujeres
estaban embarazadas la mayor parte del tiempo? ¿O será porque –como lo sugieren los
hechos– las diferencias entre los cerebros masculinos y femeninos han sido la ruta de la
sociedad que tenemos y de la gente que somos? Hay algunos hechos biológicos de la vida
que, con el mayor deseo de libertad sexual y la mejor voluntad del mundo, no pueden ser
modificados; ¿No sería mejor que en vez de luchar impotentemente contra las diferencias
entre los sexos, las conociéramos, comprendiéramos, explotáramos, e incluso las
disfrutáramos?

En los últimos cien años los científicos se han cansado de explicar tales diferencias. Sin
embargo, hay que decir que el inicio de la ciencia de las diferencias sexuales del cerebro
comenzó con una metodología tan cruda como sus afirmaciones. La simple medición del
cerebro aparentemente prueba que la mujer carece del necesario volumen cerebral para
clamar por igualdad de intelecto. Los alemanes estuvieron particularmente obsesionados
con la medición escolar de la circunferencia craneal. Bayerthal (1911) encontró como en
mínimo requerimiento para un profesor de cirugía tener una circunferencia craneal de entre
52 y 53 centímetros: “Por debajo de 52 centímetros no se puede esperar desempeño
intelectual especialmente significativo, mientras que por debajo de los 50.5 centímetros no
puede esperarse inteligencia normal.” Sobre estas relaciones también observó, “No tenemos
que preguntarnos por la medida de la circunferencia craneal de una mujer genio: éstas no
existen.”

El científico francés, Gustave Le Bon, notó que muchas mujeres parisinas tenían
cerebros más cercanos en tamaño al de los gorilas que al de los hombres, concluyendo que
la inferioridad femenina era “tan evidente que ninguno podría refutarla ni por un
momento”. Y advirtió proféticamente que:

El día en que, malinterpretando las ocupaciones inferiores que la naturaleza


le ha dado, la mujer deje el hogar y tome parte en nuestras batallas; en ese día
iniciará una revolución social y todo lo que mantiene los sagrados lazos de la
familia desaparecerá.

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Esa revolución social ha estado con nosotros por algún tiempo; pero acompañada por
una revolución científica en el conocimiento de las diferencias cerebrales. Muchos, tal vez
la mayoría, de los secretos de cómo funciona el cerebro aún no han sido revelados, pero las
diferencias entre los cerebros masculino y femenino –y el proceso mediante el cual se
hacen diferentes– ahora está claro. Aún hay más por saber, mas detalles y precisión que
añadir, tal vez, pero la naturaleza y las causas de las diferencias cerebrales son ahora
conocidas más allá de toda especulación, prejuicio o duda razonable.

Pero ahora, justo en el momento en que la ciencia puede decirnos cuáles son esas
diferencias y de dónde provienen, se nos ha hecho creer que debemos evitar asumir las
diferencias como si ello fuera un pensamiento culpable.

Las recientes décadas han presenciado dos procesos contradictorios: el desarrollo de la


investigación científica sobre las diferencias entre los sexos, y la negación política de que
tales diferencias existan. Puede entenderse que estas dos posturas ideológicas no son
cuestión de términos. La ciencia sabe que inmiscuirse en asuntos de diferencias sexuales es
un riesgo: al menos un investigador en el campo de las diferencias de género se le negó
gran parte de sustento de sus investigaciones con el argumento de que “este trabajo no
debió de haber sido hecho”. Otro nos dijo que tuvo que renunciar a su trabajo porque la
presión política (la presión a la verdad) se había vuelto demasiada. Por otro lado, algunos
de estos trabajos en el campo de las diferencias sexuales parecen evidenciar una especie de
descuido casi intencional en los descubrimientos científicos, para cegarse a sí mismos sobre
los descubrimientos cuyas implicaciones pudieran resultar muy incómodas de admitir.

La primera prueba sistemática para explorar las diferencias sexuales fue conducida por
Francis Gatton en 1882 en el South Kensington Museum en Londres. Él reportaba haber
encontrado diferencias sexuales significativas favoreciendo a los hombres en fuerza de
agarre, en su sensibilidad hacia el sonido de los silbidos agudos y en su habilidad para
trabajar bajo presión. Se observó que las mujeres eran mucho más sensibles al dolor.

Diez años después, en los Estados Unidos, los estudios descubrieron que la mujer puede
oír mejor que el hombre, tiene mas vocabulario convencional y prefieren el azul al rojo.
Los hombres prefieren el rojo al azul, tienen un lenguaje más atrevido y tienen preferencia
por los pensamientos generales y abstractos, mientras que las mujeres prefieren los
problemas prácticos y las tareas individuales.

Havelock Ellis, en su libro Man and Woman, publicado en 1894, levantó un interés
inmediato y llegó incluso a las ocho ediciones. Entre las diferencias que él relataba, se
encontraba la superioridad de la mujer sobre el hombre en memoria, sagacidad,
disimulación, compasión, paciencia y capacidad de dar noticias. El trabajo de las mujeres
científicas fue encontrado como más preciso que el de los científicos varones, pero, “tal vez
un poco inferior en extensión e iniciativa, aunque admirable dentro de rango limitado”. Una
mujer genio parecía necesitar el apoyo cercano de un hombre. Ellis ofrece el ejemplo de
Madame Curie, quien era esposa de un científico que ya era distinguido, y apunta que los
mejores poemas de la Señora Browning fueron todos escritos después de que ella tuvo la
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buena fortuna de conocer al Señor Browning. Ellis encontró que a la mujer le desagrada el
proceso esencialmente intelectual del análisis. “Tienen el sentimiento instintivo de que el
análisis puede llegar a destruir la complejidad emocional con la cual ellas son tan
profundamente movidas y a la cual ellas apelan.

Estas observaciones habrían permanecido como meras curiosidades escolares de no


haber sido por el desarrollo que inició en los años sesentas de nuevas investigaciones
científicas al interior del cerebro. Paradójicamente, los descubrimientos de las diferencias
de género corresponden con el periodo político en que la negación de que esas diferencias
existieran era más acusado.

Paradójicamente, también el interés en estas diferencias de género provino del interés


científico que originalmente buscaba suprimirlas. El problema surgió con las pruebas de
coeficiente intelectual o IQ (por sus siglas en inglés). Los investigadores notaron que había
diferencias constantes y consistentes favoreciendo a un sexo sobre el otro en algunas de las
habilidades puestas a prueba. La comunidad científica no coreó un eureka, de hecho fue
relegado como un estorbo que enturbiaba las aguas de la medición precisa de la
inteligencia. En los años cincuentas el Doctor D. Wechsler, un científico americano que
desarrolló la prueba de IQ mas comúnmente usada hoy en día, encontró que eran más de
treinta las pruebas “discriminatorias” a favor de un sexo o del otro. El simple uso de la
palabra suponía que las pruebas eran culpables en sí mismas por el hecho de que los
diferentes sexos hubieran obtenido distintos grados de logro en éstas.

Wechsler, entre otros, buscó resolver el problema eliminando todas aquellas pruebas que
resultaran con resultados de significativa diferencia sexual. Cuando aun así se vio la
dificultad de producir resultados “sexualmente neutros”, deliberadamente introdujeron
elementos con “sesgos masculinos” o “sesgos femeninos” para lograr resultados
aproximadamente iguales entre ambos sexos. Esta es una manera en que se tuercen los
estudios científicos, si no te gustan los resultados que obtienes del experimento, entonces
arreglas los datos para producir una conclusión más agradable. El equivalente deportivo
sería igualar con dificultades a los atletas olímpicos de salto con garrocha imponiendo un
handicap agregando a alguno pesas de plomo o acortando las garrochas de otros para
asegurarse de que prevalezca la verdad deseada de que todos los saltadores con garrocha
independientemente de sus hazañas o agilidad, han sido creados iguales.

Aún así, las diferencias sexuales emergen obstinadamente, como recalcitrantes dientes
de león que persisten a pesar de haber tratado un prado químicamente. Wechsler incluso
llegó a la conclusión de que a partir de una serie de sub–pruebas era posible probar de
manera mesurable la superioridad de la mujer sobre el hombre en inteligencia general.
Mientras que, por otro lado, algo así como 105 pruebas que medían la habilidad resolviendo
laberintos y que fueron aplicadas a la más heterogénea muestra de individuos en todo el
mundo, incluyendo desde los más primitivos hasta los más altamente civilizados, en el 99%
de los casos se mostró una incontrovertible superioridad masculina. Tal vez la más segura y
menos controversial síntesis que se pudo hacer de estos descubrimientos hubieran sido que
las chicas eran demasiado inteligentes para molestarse con algo tan absurdo como la
resolución de un laberinto.

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Preocupado por encontrar una técnica de medición del IQ que fuera sexualmente neutra,
Wechsler relegó la evidencia de que los sexos eran diferentes como un mero estorbo. Tal
como Colón debió haber relegado su descubrimiento de América como algo secundario,
pues después de todo, él estaba buscando las Indias Orientales. Wechsler observó, casi
como un comentario entre paréntesis,

Nuestros descubrimientos confirman lo que los novelistas y poetas han afirmado a


menudo y que la mayoría de las personas cree en el fondo, que los hombres no sólo
actúan, sino que piensan diferente que las mujeres.

Lo que un temprano pionero británico de las diferencias sexuales ha llamado “una


conspiración de silencio rodeando el tópico de las diferencias sexuales humanas” pronto fue
manifestado por un parloteo de explicaciones sociológicas. Los niños, se argumentaba,
nacieron psico-sexualmente neutrales; pero entonces, padres, maestros, jefes, políticos y
toda la malicia social se ponen a trabajar en la inocente virginidad de la mente. El grupo
principal campeando por la teoría de la neutralidad era dirigido por el Dr. John Money, de
al universidad Johns Hopkins en los Estados Unidos de Norteamérica.

La sexualidad está indiferenciada al nacimiento y... va diferenciándose en


masculina o femenina en las varias experiencias del crecimiento.

De manera que, si hombres y mujeres eran diferentes, tenia que haber sido el resultado
del condicionamiento social. La sociedad tenía que ser culpada, cosa que, en la visión de la
sociología, suele ser muy común.

Si es que aún hay disputa sobre cómo emergen las diferencias sexuales, ahora no hay
argumentos en la comunidad científica de si tales diferencias existen. No podría insistirse
de más en que este libro en sí mismo es concerniente a cómo se diferencian la mayoría de
los hombres de la mayoría de las mujeres. De la misma manera en que podríamos decir que
los hombres son más altos que las mujeres. Al mirar en torno en un cuarto cualquiera lleno
de gente, esto será obvio. Por supuesto que algunas mujeres son más altas que algunos
hombres y que es posible que la más alta de todas las mujeres llegue a ser más alta que el
más alto de todos los hombres. Pero, estadísticamente, el hombre es en promedio siete por
ciento más alto que la mujer, y la persona más alta del mundo, más allá de lo que pase en el
cuarto, es ciertamente un hombre.

Lo que exploraremos aquí son las variaciones estadísticas en las diferencias sexuales, en
habilidades, aptitudes o debilidades, las cuales son mucho mayores de lo que son con
respecto a la estatura; aunque siempre habrá la excepción al promedio, la persona con

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excepcionales habilidades “del sexo erróneo”, pero la excepción no invalida la regla
general del promedio. Estas diferencias tienen una relevancia práctica y social. En
mediciones de varias pruebas de aptitud la diferencia entre los puntajes promedio entre los
sexos llega alcanzar hasta el 25%. Se ha descubierto que una diferencia tan pequeña como
un 5% tiene un profundo impacto en las ocupaciones o actividades en las cuales hombres o
mujeres promedio podrán triunfar.

El área en que se localizan las mayores diferencias se ha encontrado que es la de lo que


los científicos llaman “habilidades espaciales”. Esto es ser capaz de visualizar mentalmente
cosas, sus formas, posición, geografía y proporciones de manera precisa; todas las
habilidades que son cruciales para la habilidad práctica de trabajar con objetos o dibujos
tridimensionales. Un científico que ha revisado extensa literatura científica sobre este
aspecto concluye que: “El hecho de la superioridad masculina en la habilidad espacial no
está a discusión”. Esto es confirmado por literalmente cientos de diferentes estudios
científicos.

Una típica prueba es la medición de la habilidad de los hombres y las mujeres en el


ensamblado de un aparato mecánico tridimensional. Sólo una cuarta parte de las mejores
logro realizar la tarea mejor que el promedio de los hombres. En los primeros diez de la
escala de aptitud mecánica había el doble de hombres que de mujeres.

De los años escolares en delante, los niños generalmente se desempeñan mejor que las
niñas en las áreas de matemáticas que envuelven conceptos abstractos del espacio, las
relaciones y teoría. En los más altos niveles de la excelencia matemática, de acuerdo con el
mayor examen jamás hecho al respecto, el mejor de todos los chicos eclipsa totalmente a la
mejor de todas las chicas. El doctor Julián Stanley y la doctora Camilla Benbow, ambos
psicólogos norteamericanos, trabajaron con los estudiantes de ambos sexos más altamente
dotados. No sólo encontraron que la mejor de las chicas jamás puede superar al mejor de
los chicos; sino que también descubrieron una alarmante proporción en la brillantez en
matemáticas: Por cada chica excepcional habrá siempre más de trece chicos excepcionales.

Los científicos saben que se paran sobre un terreno quebradizo cuando aventuran
cualquier teoría sobre el comportamiento humano. Pero los investigadores dentro del
campo de la diferenciación sexual se están impacientando de manera creciente con la
política que intenta encontrar una explicación social de estas diferencias. Como Camila
Benbow ahora dice sobre sus estudios que muestran la superioridad masculina en los niños
con dotes matemáticas. “Después de 15 años buscando por una explicación ambiental y
obteniendo cero resultados, me rendí.” Ella ya ha admitido ante nosotros que cree que esta
diferencia de habilidad tiene bases biológicas.

Los chicos también tienen una superior coordinación ojo–mano, la cual es necesaria para
los deportes en que se usa una pelota. Estas mismas habilidades significan que ellos pueden
imaginar más fácilmente la alteración o rotación de un objeto en los ojos de su mente. Es
más fácil para los chicos que para las chicas construir estructuras con bloques de
construcción a partir de planos bidimensionales, y en señalar correctamente cómo cambiará
de ángulo el nivel de la superficie del agua en una jarra cuando la jarra sea inclinada en
diversos ángulos.
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Esta ventaja masculina en notar patrones y relaciones abstractas (que puede ser llamada
generalidad estratégica más que pensamiento táctico detallado) tal vez pueda explicar el
dominio masculino en el ajedrez, incluso en un país como la antigua URSS, donde el juego
era un deporte nacional jugado por ambos sexos. Como explicación alternativa, más
aceptable para aquellos que negarán las bases biológicas de la diferenciación sexual, se dice
que la mujer ha sido tan condicionada con el hecho de la superioridad masculina en el juego
del ajedrez, que subconscientemente se asigna a sí misma una menor expectativa; pero esta
objeción a la evidencia científica no es más que deseoso intento de mantener el prejuicio.

La mayor habilidad espacial de los hombres puede, ciertamente, ayudar a explicar la


superioridad masculina en la lectura e interpretación de mapas que notamos antes. Aquí, de
nuevo, el prejuicio contra la mujer al volante es confirmado por experimentación; chicos y
chicas a los que a cada uno se le dieron mapas de la ciudad, se les pidió que, sin rotar el
mapa, describieran en dónde darían vuelta a la derecha o a la izquierda en ciertas
intersecciones en particular si ellos hicieran mentalmente un recorrido por el pueblo de ida
y vuelta. Los chicos lo hicieron mejor. Más hombre que mujeres tuvieron que girar el mapa
para que coincidiera físicamente con la dirección en que estaban viajando mentalmente
cuando trataban de encontrar el camino.

Mientras que el cerebro masculino provee a los hombres con la facilidad para tratar con
cosas y teoremas, el cerebro femenino está organizado para responder más sensitivamente a
todos los estímulos sensoriales. Las mujeres son mejores que los hombres en las pruebas de
habilidad verbal. Las mujeres están equipadas para tener un rango de recepción de
información sensorial mucho más amplio, para conectar y relacionar esa información con
una mayor facilidad, para dar primacía a las relaciones personales y para comunicar. La
influencia cultural puede reforzar esas fortalezas femeninas, pero su superioridad es innata.

Las diferencias se hacen evidentes en las primeras horas después del nacimiento. Se ha
mostrado que las niñas recién nacidas muestran mucho más interés que los niños por la
gente y por los rostros; los niños parecen igualmente felices con una persona o con un
objeto puesto frente a ellos.

Las niñas dicen su primera palabra y aprenden a hablar en oraciones cortas más pronto
que los niños, y son, por lo general, mucho más fluidas en sus años preescolares. Ellas
también leen más pronto y son mejores en el manejo de las unidades que forman el lenguaje
como la gramática, la puntuación o la ortografía. Los niños sobrepasan a las niñas en una
relación de cuatro a uno en los cursos remediales de lectura. Más tarde, para las mujeres es
más sencillo el dominio de lenguas extranjeras, y son más eficientes en la propia lengua,
con mayor dominio de la ortografía y la gramática. Ellas son también más fluidas: el
tartamudeo y otros defectos del habla ocurren casi exclusivamente entre niños.

Las niñas y las mujeres oyen mejor que los hombres. Cuando los sexos son comparados,
la mujer muestra una mayor sensibilidad al sonido. El ruido de una gotera sacará a una
mujer de la cama mucho antes de que el hombre haya siquiera despertado. Son seis veces
más las niñas que los niños que pueden cantar entonadamente. Ellas son también mucho
más adeptas a notar pequeños cambios en el volumen, lo que lleva de algún modo a

16
explicar la mayor sensibilidad de la mujer hacia “ese tono de voz” que sus compañeros
masculinos son tan frecuentemente acusados de adoptar.

Hombres y mujeres incluso ven algunas cosas de manera diferente. Las mujeres ven
mejor en la oscuridad. Son más sensitivas a los tonos rojos al final del espectro lumínico,
viendo más tonos de rojo que el hombre, y tienen una mejor memoria visual.

Los hombres ven mejor que las mujeres en la luz brillante. Intrigantes resultados
mostraron que los hombres tienden a ser literalmente apantallados, ven en un campo de
visión más estrecho, como a través de una pantalla con un suave efecto de visión de túnel,
con una mucha mayor concentración en la profundidad. Ellos tienen un mayor sentido de la
perspectiva que las mujeres. Las mujeres, en tanto, tienen casi literalmente una mayor
visión. Tienen un campo de visión periférica mucho más ancho, debido a que en la parte
posterior interna del globo ocular tienen más bastones y conos receptores en la retina, para
recibir un mayor arco de información visual.

Las diferencias se extienden a otros sentidos. Las mujeres reaccionan de manera más
rápida, y más aguda al dolor, aunque su resistencia total a la incomodidad a largo plazo es
mayor que la de los hombres. En una muestra de adultos jóvenes, las mujeres mostraron
“abrumadoramente” mayor sensibilidad a la presión en la piel en cualquier parte del cuerpo.
En la infancia y en la madurez, la mujer tienen una sensibilidad táctil tan superior a la del
hombre que en algunas de las pruebas no se traslapan los resultados de ambos sexos; en
ellos la menos sensitiva de todas las mujeres es más sensitiva que el más sensitivo de todos
los hombres.

Hay fuerte evidencia de que hombres y mujeres tienen diferentes sentidos del gusto. La
mujer es más sensitiva a los sabores amargos como la quina y prefiere mayores
concentraciones y mayor extensión de cosas dulces. Los hombres puntúan más alto en la
diferenciación de los sabores salados. Pero por encima de todo, de cualquier manera, la
evidencia sugiere fuertemente una mayor delicadeza y percepción femenina en el sentido
del gusto. ¿Debería de haber más grandes chefs mujeres? ¿O será que muchos de los
grandes chefs masculinos tienen más sensibilidad femenina de la que admiten?

El olfato de las mujeres, al igual que su paladar, es mucho más sensitivo que el de los
hombres. Un caso a parte es su percepción del exaltoide, un aroma sintético asociado con
los hombres, pero difícilmente perceptible por ellos. Las mujeres encuentran el aroma
atractivo. De manera interesante, esta sensibilidad superior aumenta justo antes de su
ovulación, en el momento crítico de su ciclo menstrual, la biología de la mujer la hace
mucho más sensitiva que el hombre.

Esta superioridad en tantos de los sentidos puede ser medida clínicamente; puede ser
esto lo que provee a la mujer de una casi sobre natural “intuición”. Las mujeres están
simplemente mejor equipadas para notar cosas en las que el hombre es comparativamente
ciego y sordo. No hay brujería en esta percepción superior; es extra–sensorial sólo en el
sentido de los límites sensoriales masculinos, que son mucho más estrechos. Las mujeres
son mejores notando indirectas sociales, reconociendo importantes variaciones de la
intención y el significado en los tonos de voz o en la intensidad de la expresión. El hombre
17
a menudo se exaspera ante la reacción femenina frente a lo que él dice. No se da cuenta de
que la mujer probablemente está “oyendo” mucho más de lo que él mismo piensa que está
“diciendo”. La mujer tiende a ser mejor juez del carácter. Las mujeres mayores tienen
mejor memoria para los nombres y los rostros y una mayor sensibilidad para percibir las
preferencias de otras personas.

De manera que los hombres son más centrados en sí mismos; ¿alguna otra novedad?. La
novedad es que el folklore de género, que es siempre vulnerable a la opinión
descalificadora y políticamente motivada ha mostrado tener, de hecho, bases científicas.

Mucha gente se opone a las explicaciones que a través de la biología proponemos para
tantas de las diferencias entre los sexos, pero están dispuestas a creer, en una manera
mucho más vaga, que probablemente tales diferencias tienen “algo que ver con las
hormonas”.

Eso es la mitad de la verdad. Las hormonas, como hemos visto, determinan la


organización distintiva del cerebro en masculino o femenino mientras éste se desarrolla en
el útero. Compartimos la misma identidad sexual sólo las primeras semanas después de la
concepción. Pero a partir de ahí, dentro del vientre materno comienza a cambiar la
estructura misma y el patrón del cerebro, comenzando a tomar una específica forma
masculina o femenina. A través de la infancia, la adolescencia y la vida adulta, la manera
en que el cerebro fue formado tendrá una sutil interacción con las hormonas, con
fundamentales efectos en las actitudes, comportamientos y las funciones emotivas e
intelectuales del individuo. Cada vez más neurocientíficos e investigadores de los misterios
del cerebro, como el neurólogo norteamericano Dr. Richard Restak, están ahora preparados
para hacer esta confiada aseveración.

Parece poco realista seguir negando la existencia de diferencias en el cerebro


masculino y femenino. Tal como hay distinciones físicas entre hombres y mujeres... hay
diferencias igualmente dramáticas en el funcionamiento cerebral.

La manera en que nuestros cerebros están hechos afecta la manera en que pensamos,
aprendemos, vemos, olfateamos, sentimos, comunicamos, amamos, hacemos el amor,
peleamos, triunfamos o fracasamos. Entender cómo están hechos nuestros cerebros y los de
los demás, no es materia de poca importancia.

Los infantes no son hojas en blanco en las cuales nosotros esbozamos las instrucciones
para un comportamiento sexual adecuado. Ellos nacen con sus propias mentes masculinas o
femeninas por sí mismas. Literalmente han conformado su mente desde el vientre materno,
a salvo de las legiones de los ingenieros sociales que los esperan impacientemente.

Los años recientes nos han traído los elementos para construir un nuevo marco de
trabajo para el entendimiento de las diferencias sexuales a través de dos avances científicos

18
independientes y convergentes. El primero es el progreso gigantesco que ha habido en el
entendimiento de cómo funciona el cerebro; el segundo, los nuevos descubrimientos acerca
de cómo –biológica y conductualmente– somos lo que somos: hombres o mujeres.

19
 CAPÍTULO DOS
El nacimiento de la diferencia.
 

o es sino hasta seis o siete semanas después de la concepción cuando el bebé no

N nato construye su mente, y el cerebro comienza a tomar forma en un patrón


masculino o femenino. Lo que sucede en esa etapa crítica en la oscuridad del
vientre materno determinará la estructura y organización del cerebro; lo cual, por
su parte, decidirá la naturaleza misma de la mente. Esta es una de las historias más
fascinantes de la vida y la creación, una historia que había sido desconocida por
mucho tiempo, pero que ahora comienza a revelarse en su totalidad.

Hace tiempo que conocemos parte de la historia. Sabemos que los genes, portando los
planos codificados de nuestras características únicas, hacen de nosotros ya sea hombres o
mujeres. En cada una de las microscópicas células de nuestro cuerpo los hombres y las
mujeres somos diferentes los unos de los otros; ya que cada fibra de nuestro ser tiene un
juego diferente de cromosomas en su interior, y dependiendo de ello somos hombres o
mujeres.

Los planos de nuestra identidad se encuentran en forma de 46 cromosomas, la mitad de


ellos proporcionados por la madre y la otra mitad por el padre. Los primeros 44 se
equiparan los unos a los otros, formando pares de cromosomas que determinan ciertas
características físicas del eventual individuo, como su color de ojos, la longitud y forma de
la nariz. Pero el último par es diferente.

La madre siempre contribuye con un cromosoma “X” en el óvulo (la “X” describe la forma
aparente del cromosoma). Si en la fertilización del óvulo el padre contribuye con otro
cromosoma “X”, lo que resultará será (normalmente) la formación de una niña. Pero si el
esperma del padre contiene un cromosoma “Y”, normalmente, lo que nacerá será un niño.

Pero los genes por sí mismos no garantizan el sexo de un bebé. Éste depende de la
intervención o la ausencia de otro factor en la determinación del sexo: las hormonas.
Independientemente de la configuración genética del embrión, el feto sólo se desarrollará
como un varón si las hormonas masculinas se encuentran presentes, y sólo se desarrollará
como una mujer si las hormonas masculinas no se encuentran presentes. La prueba de esto
ha sido obtenida a partir del estudio de las personas que presentan anormalidades
inherentes. Es sólo al mirar qué fue lo que falló en el desarrollo como los científicos se han
podido dar cuenta de qué es lo que pasa durante el desarrollo normal. Estos estudios han
mostrado que las hormonas masculinas son el factor crucial en la determinación del sexo
del bebé. Si un feto femenino, genéticamente XX, es expuesto a hormonas masculinas, el
bebé que nacerá lucirá como un niño varón normal. Si un feto masculino, genéticamente

20
XY, es privado de las hormonas masculinas, el bebé que nacerá lucirá como una niña
normal.

En las primeras semanas en el vientre, el pequeño feto no es evidentemente una pequeña


niña o un pequeño niño. Tiene todo el equipamiento básico, como ductos vestigiales,
canales y demás para desarrollar cualquiera de los sexos. Pero conforme pasan las semanas,
los genes comienzan a cruzar mensajes. Si las cosas transcurren normalmente y todo sigue
los planos XY de un niño, los cromosomas desarrollarán las gónadas de manera que estas
se conviertan en testículos y no en ovarios.

Es entonces, alrededor de la sexta semana, cuando la identidad sexual es finalmente


determinada; cuando el feto masculino desarrolla en sus gónadas las células especializadas
que producirán las hormonas masculinas o andrógenos, siendo la testosterona la principal
de tales hormonas. Las hormonas entonces instruirán al cuerpo en no molestarse en
desarrollar el equipo sexual femenino, mientras que estimularán el desarrollo embrionario
de genitales masculinos.

Más o menos al mismo tiempo, si el bebé es femenino, genéticamente XX, la maquinaria


reproductiva se desarrollará siguiendo las líneas femeninas, que no producirán una cantidad
significativa de hormonas masculinas, trayendo como resultado el desarrollo y nacimiento
de una niña.

Al cumplir el feto las seis semanas de edad, no es aparentemente reconocible como


masculino o femenino, ya que al cerebro embrionario le toma algún tiempo comenzar a
adquirir una identidad sexual específica. Si el embrión es femenino no pasa nada realmente
drástico con el patrón básico del cerebro. En términos generales la configuración natural del
cerebro parece ser femenina. En las niñas normales éste se desarrollara a lo largo de las
naturales líneas femeninas.

Con los niños es diferente. Tal como el género masculino depende de la presencia de las
hormonas masculinas, una radical intervención de éstas es necesaria para cambiar la
estructura naturalmente femenina del cerebro dentro del patrón de desarrollo masculino.

Este proceso de literal alteración mental, es el resultado del mismo proceso que
determina esos otros cambios físicos por la intervención de las hormonas.

Siempre ha sido una especie de enigma que la naturaleza ponga tan alta prioridad en
organizar la maquinaria sexual del niño aún no nacido. Después de todo, su mecanismo
reproductivo no comenzará a operar en los primeros años. La respuesta es que la formación
del equipamiento sexual no termina con éste. Una vez formada, la maquinaria sexual tiene
trabajo por hacer. Ésta produce las crucialmente importantes hormonas masculinas. Las
cuales por su parte tienen que trabajar en el cerebro que se formará.

Los embriones masculinos son expuestos a dosis colosales de hormonas masculinas en


el momento crítico en que sus cerebros están comenzando a tomar forma. Los niveles de la
hormona masculina son cuatro veces más altos que los que se presentan a lo largo de la
infancia y la juventud. Un vasto suministro de hormonas masculinas tiene lugar en cada
21
uno de los extremos del desarrollo masculino: en la adolescencia, cuando su sexualidad
encuentra su cauce, y seis semanas después de la concepción, en el momento en que su
cerebro comienza a tomar forma.

Pero, de la misma manera que con el desarrollo del resto del cuerpo, las cosas pueden
salir mal. Un feto masculino puede tener suficientes hormonas para detonar el desarrollo de
sus órganos sexuales masculinos, pero no ser capaz de producir las hormonas masculinas
adicionales para conducir el desarrollo de su cerebro dentro del patrón masculino. Su
cerebro “permanecerá” femenino, de manera que él nacerá con un cerebro femenino dentro
de un cuerpo masculino. De la misma manera, un feto femenino puede ser expuesto en el
vientre a una dosis accidental de hormonas masculinas (más delante diremos cómo puede
llegar esto a suceder) y terminar con un cerebro masculino dentro de un cuerpo femenino.

Hace diez años la mayoría de esto era sólo teoría tentativa. Ahora esto es aceptado, en
mayor o menor grado, por virtualmente todos los especialistas en el cerebro o los
neurocientíficos. Mientras que los que no son científicos, es decir, la mayoría de la gente,
no tiene noticias de este hecho fundamental de la vida. Si la mayoría de nosotros no
sabemos cómo nuestros cerebros son hechos diferentes, no es sorprendente que tengamos
dificultades para conocer, aceptar o entender nuestras mutuas diferencias.

¿Y cómo es que los detectives científicos descubrieron la verdad sobre cómo el cerebro
es sexuado como masculino o femenino dentro del vientre materno? Las claves provienen
de dos fuentes; de niños que por una o por otra razón han tenido una dosis anormal de
hormonas en su desarrollo uterino, y de los experimentos con animales.

Las ratas tendrán muchos vicios, pero tienen una virtud redentora; y es que algunos
aspectos son los sujetos ideales para la experimentación. Éstas tienen genes, hormonas, y
un sistema nervioso central justo como nosotros; pero hay una cualidad extra en ellas: sus
cerebros no se desarrollan en el vientre materno como lo hacen los nuestros. Sus cerebros
toman su forma definitiva únicamente después de haber nacido. De manera que es aún más
fácil para nosotros ver qué es lo que sucede y averiguar porqué. Podemos observar el
desarrollo del cerebro y manipular su naturaleza misma.

Una rata macho llega al mundo con un cerebro aproximadamente en la misma etapa de
formación que un cerebro humano de siete semanas de vida embrionaria. Cuando los
científicos le castran, ésta se vuelve para todos sus intentos y propósitos (excepto la
procreación) en una rata hembra. La rata macho ciertamente piensa que es una hembra.
Cuando esta rata neutra crece es mucho menos agresiva que sus congéneres masculinos no
castrados. Es también una criatura mucho más sociable, al menos para el estándar de las
ratas. Acicala y lame a otras ratas como cualquier otra buena madre rata.

Mientras más se tarde en castrar a una rata, menos evidente será su comportamiento
femenino; esto debido mientras el cerebro tenga más oportunidad de ser bañado por
hormonas masculinas, más se organizará dentro de un patrón masculino. Una vez que ha
pasado el tiempo crítico del desarrollo cerebral, ninguna cantidad de hormonas masculinas
adicionales podrá hacer que la rata castrada vuelva a adquirir su identidad masculina

22
original. Desprovista de su maquinaria sexual en el tiempo crucial del desarrollo cerebral,
nunca produjo hormonas que impulsaran al cerebro hacia su forma masculina.

Si siendo adulta la rata castrada es inyectada con hormonas femeninas, su


comportamiento sexual se convertirá en el mismo de las ratas hembras, curvando el trasero
en presencia de los machos en la típica expresión sumisa de los roedores femeninos. Es una
rata masculina, pero con un cerebro femenino.

Los experimentos también funcionan a la inversa. Si se toma una rata hembra recién
nacida (de nuevo, con un cerebro aún sin ser organizado en ningún patrón sexual
específico) y se le inyecta con hormonas masculinas, las células del cerebro se verán
expuestas a la influencia de la hormona masculina. Esta hembra se desarrollará como una
rata que, al ser “encendida” por las inyecciones de hormonas masculinas, se comportará tal
como una rata macho. Será más agresiva y tratará de montar a otras ratas hembra. Aunque
si se le inyecta con hormonas femeninas no pasará nada.

Está surgiendo el panorama de la interacción crítica entre las hormonas y el cerebro aún
sin forma. El desarrollo del cerebro masculino necesita de las hormonas masculinas para
organizarse en el patrón específico masculino; para ser cableado de manera que se produzca
el comportamiento masculino. Sólo permanecerá cableado de la manera femenina si las
hormonas masculinas están ausentes al momento en que se desarrolla el cerebro. Un
cerebro femenino desarrollado normalmente es inmune a posteriores dosis de hormona
masculina, y un cerebro masculino normal no cambiará su comportamiento si le son
introducidas hormonas femeninas. Una vez que el cerebro ha sido constituido en su
estructura masculina o femenina la intervención de las hormonas del sexo opuesto no lo
afectarán.

Habiendo encontrado que había una conexión entre las hormonas y el comportamiento,
el siguiente paso era ver si algunas diferencias fisiológicas en el cerebro podían ser
encontradas.

El lugar obvio para buscar diferencias cerebrales entre los sexos era la parte del cerebro
que controla el comportamiento sexual. Esta área es llamada el hipotálamo. Se requirió de
exámenes microscópicos para detectar las diferencias; pero las diferencias ahí se
encontraban. El patrón y la estructura de las células del hipotálamo en ratas macho y
hembra eran diferentes y distintivos.

Los científicos pudieron ver deferencias en la estructura de la red de células nerviosas


del cerebro animal masculino y femenino. Detectaron diferencias específicas en el largo de
algunas células nerviosas conectivas, un diferente patrón de ramificaciones, diferencia en
los senderos que los mensajeros químicos de las hormonas tomaban para alcanzar
diferentes puntos en el cerebro. Los ramales de las células nerviosas son mucho más densos
en las ratas macho, por ejemplo, y algunas de estas células cerebrales tienen un núcleo ocho
veces mayor.

Su curiosidad incrementó, los científicos querían encontrar si podían remodelar el


hipotálamo, esta crucial estructura del cerebro de los roedores. Sabían que manipulando las
23
hormonas en un periodo crítico cambiaba el comportamiento de masculino a femenino, o de
femenino a masculino. Ahora encontraron que, mediante la manipulación de hormonas en
esa misma manera, podían alterar la estructura misma del cerebro. Si privaban de hormonas
masculinas a una rata macho en desarrollo, su hipotálamo seguía el patrón femenino. Si a
una rata hembra le eran dadas hormonas masculinas extra, su hipotálamo era rediseñado de
acuerdo con los planos masculinos.

Investigaciones posteriores revelaron otras diferencias en las estructuras cerebrales entre


los cerebros. El cortex cerebral es como una corteza sobre los dos hemisferios del cerebro.
En el cortex están localizados los centros claves de control que gobiernan lo relativo al
comportamiento complejo. Fue descubierto que esta corteza era mesurablemente más
gruesa en los machos; pero sólo en el lado derecho. En las hembras el lado izquierdo era
más grueso. Nuevamente, al manipular las hormonas en el momento crítico del desarrollo
cerebral, se pueden invertir los patrones.

Las hormonas masculinas alteran la manera en la que la red neural del cerebro es tejida;
cuando están presentes, el patrón es masculino, y cuando están ausentes, el patrón es
femenino. Una conexión –o al menos una relación– fue descubierta y experimentalmente
demostrada entre el comportamiento, las hormonas y la estructura cerebral.

Existe otro ejemplo gráfico de este proceso en otra parte del reino animal. Entre ciertas
aves canoras, los machos cantan en tanto que las hembras son incapaces de hacerlo. La
capacidad para cantar puede mostrarse que depende de la presencia o ausencia de la
hormona masculina. Las hembras de los pinzones y de los canarios pueden ser inducidas a
un lirismo sintético mediante la inyección de la hormona masculina. Una vez más, bajo el
microscopio, las diferencias en las células del tejido cerebral son visibles. El cerebro
femenino carece de las conexiones neuronales entre ciertas células que dan a la criatura la
capacidad de cantar. Sin embargo, expuesto a las hormonas masculinas, el cerebro de la
hembra del pinzón adquiere las neuronas necesarias y el don del canto.

De acuerdo con un psicólogo canadiense que ha hecho algunas de las más recientes
contribuciones a la investigación de las diferencias sexuales: “el cerebro es un órgano
sexual”.

Hay pruebas aún más precisas del poder de las hormonas en la determinación de la
sexualidad en el cerebro y el comportamiento en animales. Algunos experimentos han
mostrado cómo ciertos comportamientos específicos pueden ser influenciados mediante la
manipulación de las hormonas durante diversas etapas del desarrollo del cerebro, mientras
el embrión del animal aún se encuentra en el útero.

Para tales experimentos los simios rhesus son sujetos muy útiles ya que poseen gran
similitud en su sistema nervioso con el de los humanos; la hembra de rhesus tiene el mismo
ciclo menstrual de 28 días que la mujer.

No es necesario ser un científico especializado en primates para distinguir a los machos


rhesus de sus hembras. Son más bruscos y vigorosos, inician los juegos más a menudo que
las hembras, y tienen los gestos sexuales distintivos de los machos; montan a otros simios
24
de la misma edad (sean machos o hembras), y también montan a sus madres más a menudo
de lo que las hembras lo hacen.

De una manera fundamentada, ahora los científicos alterar y redeterminar el


comportamiento de los simios inyectando a la madre encinta con hormonas masculinas, en
el momento en que (al igual que con los humanos) los patrones del cerebro están siendo
establecidos.

Las hembras resultantes se comportarán con la impetuosa conducta masculina. De


manera asombrosa, al dar las inyecciones en diferentes momentos durante el embarazo, los
científicos pueden inducir comportamientos masculinos específicos; pueden hacer que las
hembras monten a otros simios del mismo grupo de edad, pero que no monten a sus
madres, o pueden producir hembras que sean más agresivas en sus juegos, pero que no
monten a sus pares. En otras palabras, la impronta del comportamiento masculino no es un
drástico asunto de “una vez por todas”: éste es un proceso que sucede gradualmente, las
hormonas causan diversos comportamientos alterando poco a poco la “escritura” en ciertas
áreas del cerebro, paso por paso, función por función.

Desviando el desarrollo cerebral en un animal con hormonas adicionales se cambia la


estructura de éste, y cada cambio en la estructura se corresponde con un cambio en el
comportamiento.

¿Entonces, a dónde nos lleva esto?

Los cerebros en los mamíferos machos y hembras, desde los roedores hasta los
primates, exhiben diferencias mediadas hormonalmente en sus niveles de neuro–
transmisión, conexiones neurales, y en el volumen de sus células nerviosas y de los núcleos
de éstas; lo cual sugiere con gran fuerza que un dimorfismo sexual similar en la estructura
y el funcionamiento cerebral existe también en los humanos.

La precaución científica hace que la mayoría de la gente evite esbozar paralelos


humanos a partir de nuestro conocimiento de otros animales. Pero, después de todo,
compartimos realmente mucho de nuestro comportamiento con el resto de la creación
animal, y hay muchas áreas en que las diferentes actividades de los chicos y las chicas se
ven reflejadas por diferencias similares en otras especies. No sólo entre las ratas los machos
jóvenes juegan de manera más agresiva, ni es sólo entre los simios donde las hembras
gustan más de pasar su tiempo viendo por los bebés. O a la inversa, no son sólo los
hombres los que son mejores que las mujeres leyendo; las ratas macho son mejores que las
hembras para encontrar la salida en los laberintos.

En los primeros tiempos de la curiosidad científica sobre el género se creía que la


biología tenía comparativamente menor influencia en nuestros comportamientos y
actitudes. Se asumía que, en lo que a nuestras mentes se refería, habíamos nacido

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sexualmente neutros, nuestra mente era una hoja en blanco en la que nuestros padres,
nuestros profesores y las expectativas de nuestra sociedad nos hacían escribir mensajes
determinantes. Para la mayoría de nosotros, por supuesto, nuestras mentes, cuerpos y la
manera en que la sociedad esperaba que nos comportáramos estaban tan fuertemente
vinculados que resultaba difícil considerarlos por separado. Pero ahora hay cientos de casos
que nos muestran que el condicionamiento sexual por sí mismo no es capaz de determinar
la configuración sexual de nuestra mente.

Muchos de estos casos se refieren a accidentes de la naturaleza en que ha sido atrapado


un cerebro femenino en un cuerpo masculino, o un cerebro masculino en un cuerpo
femenino.

El caso de Jane

Jane es una madre de tres hijos felizmente casada. Cuando ella nació los médicos
estaban perturbados. Como bebé ella tenía órganos sexuales subdesarrollados y, de cierta
manera, ambiguos: ni totalmente masculinos ni totalmente femeninos. La confusión era tal
que los doctores le practicaron una prueba genética. Jane tenía cromosomas XX, así que era
una mujer. Tras algunas correcciones quirúrgicas, ella fue convertida en una niña típica.
Excepto porque Jane no era típica. Era notablemente más ruda y vigorosa al jugar. Era una
persona intensamente física y adepta a las actividades al aire libre. Incluso salía de lo
común al buscar niños varones como compañeros de juego. No se daba tiempo para jugar
con muñecas, prefiriendo jugar con los camiones y los bloques de construcción de su
hermano. En la escuela tuvo un desarrollo tardío en la lectura y la escritura. Ella incluso se
metía en problemas iniciando peleas.

Como adolescente se rehusó a ser paje en la boda de su prima. Más tarde no mostró
ningún interés en los bebés. Sólo ella de entre todas sus amigas siempre se rehusó a ser
niñera. Y no tenía ningún interés en las ropas femeninas.

Cuando se casó ella tenía una visión del matrimonio realista y poco romántica. Describe
a su esposo como “mi mejor amigo”. Y cuando tuvo hijos fue igualmente devota a su
familia y a su carrera. Y su pasatiempo es un extenuante deporte a campo traviesa en donde
el éxito depende de la resistencia física y de un agudo sentido de la dirección.

Su hermana menor no es en nada como ella, aunque siendo niñas fueron criadas en
idénticas circunstancias.

¿Qué es lo que hizo a Jane ser así? Mientras que los doctores intentaban sortear sus
problemas como bebé, encontraron que ella tenía una anormalidad en las glándulas
suprarrenales de sus riñones. El, así llamado, síndrome adrenogenital deriva en la secreción
muy de una sustancia muy similar a la hormona masculina mientras se está en el vientre
materno. Esta condición trae a menudo el resultado de unos genitales externos
subdesarrolladamente masculinos, aunque con un conjunto femenino de órganos
reproductores internos. La cirugía puede corregir los elementos innecesariamente
masculinizados; pero, no es capaz de revertir lo que ya ha sucedido al cerebro. Mientras se

26
desarrollaba en el útero, el cerebro de Jane fue expuesto en su desarrollo a la química
masculina. Entonces, su cerebro se había sentido “instruido” a desarrollarse a sí mismo
siguiendo el patrón masculino.

Jane tenía un cerebro masculinizado en un cuerpo femenino. Lo cual no le impidió ser


una mujer y tener hijos. Pero sí impidió que su comportamiento fuera totalmente el de una
mujer, y en gran medida llegar a sentirse completamente como tal.

A veces las anormalidades renales derivan en tan altas emisiones de esta hormona cuasi–
masculina que el bebé genéticamente femenino (XX) viene al mundo con el aparato sexual
de un niño. Naturalmente, tales bebés son criados como niños. Y es sólo en la pubertad,
cuando el niño fracasa en su desarrollo hacia un hombre adulto. Así que el doctor es
consultado y en el laboratorio del hospital se encuentra que “él” es genéticamente una
mujer.

Los padres de ordinario optan por un tratamiento que provee dosis suplementarias de
hormonas masculinas; y el joven se convierte en hombre. Él puede casarse, pero no tendrá
hijos; siendo una mujer genética, por supuesto, él no produce esperma y no puede ser padre.

Pero en su mente, sin importar lo que diga el código genético, él siempre ha sido un
hombre. El mismo baño anormal en hormonas masculinas que convirtió a quien hubiera
sido a una mujer en un niño identificable, no solamente afecto el crecimiento de los
genitales, también modeló el cerebro embrionario dentro de los patrones masculinos.

Aún como niñas, los cerebros de estos niños han sido formados como masculinos desde
el útero, debido a la exposición y sobredosis de las hormonas andrógenas que alteran la
mente.

La evidencia sugiere que el sexuado del cerebro es cuestión de grados: mientras más
expuesto se vea el feto a la hormona masculina, más masculino será el comportamiento
adulto. Mientras menor sea la cantidad de hormona masculina, más femenino será el
comportamiento adulto.

Evidencia posterior de ello proviene de las mujeres que carecen de uno de los dos
cromosomas sexuales XX. Su composición genética es XO y esta condición es conocida
como el síndrome de Turner. Estas mujeres tienen un comportamiento exageradamente
femenino. Los ovarios de un feto femenino normal producen pequeñas cantidades de
hormonas masculinas. El feto con síndrome de Turner no tiene ovarios, de manera que el
desarrollo del cerebro no se ve afectado por ninguna cantidad de hormonas masculinas. El
cerebro mantiene por completo su organización femenina primigenia.

El caso de Caroline

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Carolina sufre del síndrome de Turner. Como la mayoría de las niñas con su condición se
comportaba en su infancia de una manera exageradamente femenina. Jugaba con muñecas
excluyendo casi cualquier otro juego. Cuando era adolescente le encantaba imitar a su
madre y hacer labores domésticas. Era siempre la primera en ofrecerse como niñera. A
medida que Caroline creció se fue obsesionando por la ropa bonita, el maquillaje y la
apariencia personal. Era ultra romántica, ansiaba casarse y soñaba con tener bebés (algo
que la pobre nunca podría cumplir). Intelectualmente, ella puntuaba en el promedio para su
sexo en las pruebas verbales de IQ, pero en las pruebas matemáticas y de habilidad espacial
estaba muy por debajo del nivel de las otras chicas. Su sentido de la orientación era
demasiado pobre. Le tomó mucho tiempo aprender el camino de regreso desde la escuela.

El desbalance hormonal de Caroline resultó en una exagerada predisposición femenina


de su cerebro, que a cambio acentuó su comportamiento femenino y sus fortalezas y
debilidades mentales comparativas.

Evidencia posterior del poder de las hormonas en nuestro comportamiento ha sido


encontrada en los estudios de los efectos colaterales de las hormonas artificiales. Tanto las
hormonas masculinas como las femeninas eran rutinariamente usadas en los años
cincuentas y sesentas en el tratamiento de las dificultades durante el embarazo. Los
descubrimientos de este estudio nos dan los paralelos más cercanos a los anteriores
experimentos con animales.

Frecuentemente algunas diabéticas durante el embarazo sufren de abortos espontáneos.


Los doctores sabían que el problema era el bajo nivel de las hormonas femeninas naturales
en sus pacientes, un efecto colateral de la diabetes. Se trataba a las madres con una
hormona sintética, diethylstilbestrol (DES). El tratamiento resolvía el problema del riesgo
de aborto, pero el tiempo ha revelado que tal vez haya sido responsable por otras
complicaciones. Las hormonas adicionales modifican el cerebro y el comportamiento de los
niños varones nacidos de las madres con este tratamiento.

El caso de Jim

Jim se cuenta entre los niños de un grupo de dieciséis años que sobrevivieron después
de que sus madres diabéticas tomaron la hormona femenina suplementaria (DES) durante
el embarazo.

Como la mayoría del grupo, Jim es tímido, poco asertivo y tiene un nivel
comparativamente bajo de autoestima. El se coloca a sí mismo en el 25% más bajo de su
clase en lo que se refiere a popularidad, influencia y facultades físicas. No ha tenido
experiencias heterosexuales (aunque algunas homosexuales). En sus ocasionales fantasías
masturbatorias involucra a una chica sin rostro, con la cual nunca llega a tener contacto
físico.

28
En el curso del estudio, la madre de Jim hizo una comparación espontánea entre él y su
hijo mayor, Larry. Durante el embarazo de Larry ella no tomó ningún tratamiento
hormonal. Ella comenta que su hijo menor es muy poco atlético, y es calificado de
“afeminado” por los otros niños, pero nunca responde a ello peleando, y nunca desarrolló
interés por los aparatos electrónicos o los juegos de química tal como lo hizo su hermano
mayor. Ellos fueron hijos de la misma familia, y crecieron en situaciones culturales
idénticas.

Lo que sucedió a Jim es que las hormonas femeninas extras feminizaron su cerebro
mientras éste se desarrollaba. Los científicos creen que ahora son capaces de explicar el
proceso de esto. Las hormonas femeninas inhibieron, o contrarrestaron el efecto de las
hormonas masculinas. Jim tuvo hormonas suficientes para desarrollar órganos sexuales
masculinos, pero las hormonas femeninas adicionales previnieron que su cerebro se
organizara dentro de un patrón masculino.

La hormona masculina era dada a madres embarazadas que sufrían de toxemia. El


tratamiento aliviaba el malestar producido por tal enfermedad, pero ahora se sabe que
produjo algunos efectos colaterales, en este caso sobre las niñas que nacieron de estas
madres. Su comportamiento posterior era muy parecido al de Jane, la niña que tenía una
disfunción en sus glándulas suprarrenales que le produjo niveles anormales de hormona
masculina. Al igual que Jane, ellas tienen poco interés por las ocupaciones
convencionalmente femeninas.

La psicóloga Dra. June Reinisch, ahora directora del Instituto Kinsey en Ohio, describe
la influencia de las hormonas en nosotros. Ella dice que todos nosotros estamos “sazonados
por nuestro desarrollo químico prenatal”. Dependiendo de la naturaleza, la dosis y la
duración. Reinisch explica la naturaleza de las niñas masculinizadas, o de los niños con una
inusual preocupación por las ropas, las muñecas o los bebés; de las niñas por arriba del
promedio de su sexo en matemáticas, o de los niños que son menos agresivos y asertivos,
menos atléticos, tal vez, pero más dispuestos que sus pares a cooperar y a sacrificar su
propio individualismo por el bien del grupo.

Todo lo anterior tiene implicaciones perturbadoras; si las hormonas son realmente tan
influyentes, ¿qué es lo que hemos hecho?, ¿qué es lo que estamos haciendo? y ¿qué
haremos con el cerebro de nuestros hijos que nacerán? Estamos parados en el mero borde
del control mental prenatal, la ingeniería social ahora se posibilita mediante la
administración de hormonas que cambian la forma en que somos, la forma en que nos
comportamos y la forma en que pensamos.

Si realmente no estamos felices con la manera en que los hombres y las mujeres son, y si
en verdad queremos diseñar una sociedad en la cual se evaporen los roles tradicionales de
género, hay una solución sintética clara y más fácil que dar clases de tejido a los niños y de
mecánica a las niñas. Esto puede hacerse con una jeringa.

29
Hay aún más implicaciones inmediatas. Aceptando que las diferencias sexuales son
mucho más el producto de la biología que del condicionamiento social, estamos lanzando
una granada de mano en medio del feliz consenso de que somos lo que la sociedad espera
que seamos, y de que podemos cambiar lo que somos cambiando las expectativas sociales
de nuestros hasta ahora estereotipados roles. Las mujeres liberacionistas –y ese grupo de
hombres, a menudo ignorado, que está cansado del rol que se espera que asuman– han
creído en toda su extensión que podemos tomar el control de nuestros destinos y dirigirlos,
independientemente del género, hacia donde queramos, pero no podemos alterar nuestra
biología.

Ya no hay resquicio para ningún residuo de sospecha de que el condicionamiento y la


cultura son los que determinan la identidad de nuestra mente por encima de la biología. El
clavo en el ataúd de esa teoría social proviene de estudios de varones que, debido a
deficiencias químicas, nacieron con lo que parecían ser órganos sexuales femeninos y que
fueron criados como niñas.

El caso de Juan, antes Juanita

Juan es uno de un grupo de casos, la mayoría de los cuales han sido descubiertos en
Nueva Guinea y en la República Dominicana.

Al nacer, su escroto tenía la apariencia de los labios vaginales femeninos, su falo


infantil estaba atorado parcialmente dentro aparentando ser un clítoris, y los testículos
estaban fuera de su lugar sin haber descendido del abdomen. Se asumió que una niña
normal había nacido, y fue criada de acuerdo con el explícito rol sexual específico de la
primitiva sociedad de su pueblo.

En la pubertad, los padres de juanita se vieron estremecidos por algo: por su propia hija.
Su voz comenzó a hacerse ronca, sus testículos repentinamente descendieron a su lugar, y
el pene creció rápidamente.

Era claro que Juanita no había sido niña.

De manera intrigante, a pesar de haber sido criado como una niña (y de acuerdo con las
viejas teorías comportamentales que afirman que la identidad de género es firmemente
establecida a los cuatro años de edad) Juanita/Juan y casi todos los niños que se
convirtieron de niñas a muchachos dicen que cerca de los once años comenzaron a
preocuparse acerca de su identidad sexual. En la adolescencia la sospecha ya se había
tornado absoluta: ellos simplemente no se sentían como chicas. Ellos se cambian sus ropas
y se enamoran de muchachas.

No hubo nada en su ambiente que les diera una clave de qué era “sentirse como un
muchacho”, y los estrictos tabúes sociales los mantenían en la identidad de género que se

30
les había asignado; pero dentro de ellos, muy en lo profundo, ellos sabían que no eran
mujeres. Y estaban en lo cierto.

Ahora sabemos que hay un cierto número de hormonas diferentes responsables de


sexuar diferentes aspectos de la masculinidad infantil en el útero. La hormona que tiene la
particularidad de hacer que los órganos sexuales masculinos se desarrollen está presente en
estos niños, pero en niveles muy bajos, de manera que el pene y los testículos permanecen
internos hasta la pubertad. Entonces, vuelve a haber suficiente concentración de la hormona
relevante para provocar que los órganos sexuales masculinos emerjan. Pero la hormona
masculina crucial para sexuar el cerebro en el útero siempre estuvo presente y en la
concentración adecuada para conformar sus cerebros de acuerdo al patrón de desarrollo
masculino. Sus cerebros fueron formados en el molde masculino; sus cerebros siempre
“supieron” que pertenecían a un ser masculino y una vez que el flujo hormonal de la
adolescencia se hubo iniciado, las hormonas entraron en contacto con una receptiva mente
masculina. Aunque ellos se encontraban atrapados en un cuerpo que socialmente era
asumido como femenino. La biología se impone al condicionamiento.

Lo que nos da un cerebro masculino o femenino, entonces, no es cuestión de nuestros


genes; ya que hemos visto como un varón genético puede tener una mente femenina y
viceversa. Es cuestión de las hormonas que nuestros cuerpos en desarrollo producen, o que
rodean al útero. Lo que importa es el grado en que nuestro cerebro embrionario se ve
expuesto a las hormonas masculinas. Mientras menos reciba, más de la natural
configuración mental femenina sobrevivirá. Más precisamente, es cuestión de la duración,
concentración y dosificación apropiada de éstas hormonas. Los dados son tirados in utero;
es entonces cuando la mente es configurada, y el equipaje de nuestros cuerpos así como las
expectativas sociales que se tienen de nosotros son meramente suplementarios a este hecho
básico de la vida.

Los científicos han concluido que en el hombre y en otros animales, en cierta fase crítica
del desarrollo cerebral hay fases críticas en el crecimiento de nuestras células nerviosas que
se ven influenciadas por la hormona masculina. Como uno de ellos resume el proceso “La
influencia hormonal en estas fases críticas es importante para la diferenciación de género,
haciendo que las células cerebrales adquieran una configuración... altamente resistente a ser
cambiada después del nacimiento”. Es este efecto organizacional de las hormonas en los
circuitos neurales lo que ha llevado a los neurocientíficos a hablar de un cerebro
“masculino” o “femenino” al nacer.

Si las hormonas guardan tanto de las respuestas sobre nuestro comportamiento, actitud
mental y perspectiva ¿podrían éstas dictar también nuestras inclinaciones sexuales? La
respuesta es sí; pero las razones son tan fascinantes que el tema merece y recibirá un
capítulo aparte. Sea suficiente por el momento mencionar que de la misma manera en que
algunos medicamentos tomados durante el embarazo pueden trastornar el desarrollo del
cerebro fetal, también un desbalance químico en el útero puede afectar las inclinaciones
sexuales en el adulto potencial. Sabemos cómo hacer ratas y monos homosexuales. Algunos
científicos han dicho que ahora sabemos cómo prevenir la homosexualidad en los humanos:
antes del nacimiento.

31
La manera en que los circuitos cerebrales son arreglados afecta a más cosas que a nuestra
inclinación sexual. Puede hacer que nosotros, hombre o mujeres, tengamos diferentes
prioridades, actitudes, respuestas y sentimientos acerca de nosotros mismos y los demás...
Las cientos de diferencias notadas durante siglos por poetas, escritores y hombres y mujeres
ordinarios, atrapados en la ignorancia científica.

Incluso explican cómo y porqué hombres y mujeres pensamos de manera diferente.

Pero para entender esto, necesitamos explorar un poco más profundamente dentro de los
diferentes mecanismos del cerebro masculino y femenino.

32
 
CAPÍTULO TRES
Sexo en el cerebro
 

o que somos, cómo nos comportamos, cómo pensamos y sentimos no es gobernado

L por el corazón, sino por el cerebro. El cerebro es influenciado en sí mismo, tanto en


su estructura como en su operación, por las hormonas. Si la estructura cerebral y las
hormonas son diferentes en hombres y mujeres, no debe sorprendernos que hombres
y mujeres se comporten de maneras diferentes. El entendimiento de la exacta
relación entre la estructura cerebral, las hormonas y el comportamiento nos pondrá
en el largo camino del descubrimiento y la comprensión de las respuestas a los acertijos
más exasperantes de la humanidad. Ahora estamos en el umbral de ese entendimiento.

El primer paso fue el descubrimiento de que las hormonas tienen un efecto dual sobre el
cerebro. Mientras el cerebro está desarrollándose en el útero, las hormonas controlan la
manera en que las redes neurales se interconectan y configuran. Más tarde, en la pubertad,
esas hormonas volverán al cerebro para encender la red neural que antes crearon. Su acción
es como el proceso de la fotografía: Es como si el negativo hubiera sido producido en el
vientre materno, pero éste sólo es revelado cuando esos mensajeros químicos que lo
produjeron regresan en la adolescencia. Las diferencias en el comportamiento humano
dependen de la interacción entre las hormonas y el cerebro.

El siguiente paso fue descubrir cómo es que las diferencias de comportamiento entre el
hombre y la mujer son el reflejo de las diferencias estructurales entre el cerebro masculino
y el femenino. Con esto se establecerá una conexión incontrovertible entre hormonas,
cerebros y comportamientos.

Esto no ha sido una tarea fácil. Todavía nuestro conocimiento acerca del cerebro (el más
sofisticado de nuestros órganos) en muchos aspectos sigue siendo rudimentario. Las
funciones de nuestro cerebro residen en tres apretadas onzas de tejido acorazado por
nuestro cráneo, con la desalentadora apariencia de una nuez monstruosamente enredada. El
proceso del pensamiento complejo (el que nos distingue de los animales) reside en el cortex
del cerebro, una corteza gris de cerca de media pulgada de espesor que recubre la superficie
de ambos hemisferios cerebrales.

En diferentes épocas el cerebro ha sido comparado con diferentes cosas; en el siglo XIX
fue comparado con sus novedosas y triviales invenciones mecánicas, mientras que ahora,
inevitablemente, pensamos en términos computacionales. Cada nuevo modelo engendra
una nueva hipótesis que se enfrenta a sus correspondientes refutaciones. Pero, lentamente,

33
proposición por proposición, argumento por argumento, conforme son probadas con el
tiempo, van siendo aceptadas un conjunto de proposiciones a partir de las cuales podemos
comenzar a construir unas bases más sólidas para nuestro entendimiento de las cosas.

Antes de echar un vistazo a las diferencias entre los cerebros masculinos y femeninos,
debemos de entender la estructura general del cerebro humano, para entonces ver como
ciertas áreas precisas del cerebro son diferentes en hombres y mujeres.

Las primeras claves de cómo funciona el cerebro provinieron de examinar el


comportamiento de personas con daño cerebral. Diferentes áreas del cerebro controlan
funciones específicas.

Ahora sabemos que el lado izquierdo del cerebro trabaja predominantemente con las
habilidades verbales y el ordenamiento detallado y específico del procesamiento de
información. Esto es, las capacidades de hablar, escribir y leer están mayoritariamente
controladas por el lado izquierdo del cerebro. El daño en el hemisferio izquierdo del
cerebro causa todo tipo de problemas relacionados con el lenguaje. El lado izquierdo
controla la lógica y el proceso de la secuencia del pensamiento.

El lado derecho del cerebro es el cuartel general de la información visual. Se hace cargo
de las relaciones espaciales. Una persona con daño cerebral en el lado derecho a menudo
pierde su sentido de la dirección, siendo incapaz incluso de encontrar el camino de regreso
hacia su propia casa. El lado derecho del cerebro es el responsable de darnos ideas
generales, las formas básicas y los patrones. Controla el proceso del pensamiento abstracto
y algunas de nuestras respuestas emocionales. El lado derecho del cerebro controla el lado
izquierdo de nuestro cuerpo, y el lado izquierdo del cerebro controla el lado derecho de
nuestro cuerpo. El daño en le lado izquierdo del cerebro puede dejar paralizado al lado
derecho del cuerpo. Así mismo, lo que vemos con nuestro ojo izquierdo es procesado en el
lado derecho de nuestro cerebro; y lo que vemos con el derecho, en el izquierdo.

EL DESCUBRIMIENTO DE DIFERENCIAS CEREBRALES.

El conocimiento inicial de qué áreas del cerebro controlan qué funciones, proviene
principalmente del laboratorio del campo de batalla. Una desventaja de este método, desde
un punto de vista científico, es que la guerra es un asunto casi exclusivamente masculino,
de manera que brinda muy pocos datos en lo concerniente a la mujer. Como en muchas
otras cosas, fue fácilmente asumido que lo que era verdad para el cerebro masculino
probablemente lo sería para el femenino. El estudio específico del estudio del cerebro
femenino es comparativamente reciente; pero ahora es claro que hay grandes diferencias en
la estructura y organización del cerebro del hombre y la mujer.

Los primeros indicios surgieron hace cerca de treinta años. En su centro de investigación
en Bethesda, en Maryland, el psicólogo Herbert Landsell descubrió que el hombre y la
mujer se ven afectados de diferente manera al sufrir daño en las mismas áreas del cerebro.
Tomó para su estudio a un grupo de personas epilépticas a las cuales se les había extraído
34
cierta parte del cerebro, una parte del hemisferio derecho que trabaja con la forma de las
cosas y el espacio que éstas ocupan.

Los hombres con daño cerebral en el hemisferio derecho estuvieron muy deficientes en
las pruebas relacionadas con habilidades espaciales. En comparación, el desempeño relativo
de las mujeres con un daño cerebral similar fue escasamente afectado. Los hombres
perdieron su capacidad espacial para las pruebas de IQ; mientras que para las mujeres con
daño cerebral en el hemisferio derecho no fue así.

Landsell se enfocó entonces a estudiar el hemisferio izquierdo del cerebro, en el cual se


localizan las habilidades del lenguaje. Una vez más, los hombres con daño cerebral en el
hemisferio izquierdo perdieron mucho control sobre su capacidad de lenguaje, en tanto que
mucho de éste fue conservado por las mujeres con el mismo daño. Los hombres mostraron
ser tres veces más proclives a sufrir problemas de lenguaje que las mujeres, a pesar de que
éstas tuvieran lesionadas exactamente las mismas áreas del cerebro.

Lo anterior llevo a Landsell a la conclusión, ahora aceptada, de que en la mujer las


habilidades espaciales y del lenguaje son controladas por centros en ambos hemisferios
cerebrales; pero en el hombre muchas de sus habilidades están localizadas de manera
mucho más específica; el lado derecho para las habilidades espaciales y el izquierdo para
las verbales. Muchos estudios posteriores han confirmado estos hallazgos iniciales.

En la mujer la división funcional entre le hemisferio cerebral izquierdo y el derecho está


definida de una manera mucho menos clara. Tanto el hemisferio izquierdo como el derecho
del cerebro femenino se ven involucrados en las habilidades verbales y espaciales.

El cerebro masculino está mucho más especializado.

El lado izquierdo del cerebro masculino es casi exclusivamente dedicado al control de


las habilidades verbales; y el derecho, para las visuales. El hombre, por ejemplo, tiende a
usar el lado derecho de su cerebro cuando trabaja con un problema abstracto, mientes que
las mujeres usan ambos lados. En unas pruebas fue medida la actividad eléctrica del
cerebro en jóvenes varones y mujeres ocupados en la tarea mental de encontrar qué figuras
tridimensionales podían ser hechas a partir de una forma plana en papel. En los muchachos,
el hemisferio derecho era consistentemente activado. En las muchachas la actividad
eléctrica tenía lugar en ambos hemisferios del cerebro. Los muchachos incluso mostraron
un mejor desempeño cuando el problema se mostraba sólo al ojo izquierdo (el cual está
directamente conectado al hemisferio derecho que tiene especialidad espacial). Mientras
que en las jóvenes no pareció importante con qué ojo (y por tanto con qué hemisferio)
abordaban el problema. El hombre, enfrentado con un problema de juicio artístico (lo que
invoca a sus habilidades visuales y espaciales) se ve severamente impedido cuando tiene
dañado el hemisferio derecho. La mujer con el mismo daño sale mejor librada.

Hay otra pieza del rompecabezas que mostró que mientras más femenino es un cerebro
más difusas son sus funciones cerebrales. Esta evidencia salió a la luz a partir del estudio de
mujeres con el síndrome de Turner. Éstas son las mujeres antes descritas, las cuales tienen
un comportamiento exageradamente femenino. El estudio mostró que el cerebro en estas
35
mujeres también tenía una organización superlativamente femenina. Las funciones visuales
y del lenguaje se encontraban aún más dispersas en los hemisferios cerebrales derecho e
izquierdo que en las mujeres normales.

En los hombres de quienes se sabe que fueron expuestos a cantidades de hormonas


masculinas inferiores al promedio durante su gestación, también se han encontrado patrones
femeninos en la distribución cerebral de sus funciones relacionadas con ciertas habilidades.

Nuevas investigaciones han añadido un marco más complejo dentro de las diferencias en
la organización sexual del cerebro. Se ha encontrado que hombres y mujeres tienen
diferente organización cerebral incluso en el hemisferio izquierdo del cerebro. La profesora
Doreen Kimura, psicóloga canadiense, hizo el descubrimiento (confirmado posteriormente
por otros científicos) de que las funciones cerebrales relacionadas con los mecanismos del
lenguaje, como la gramática, la ortografía y la producción del habla, están organizados de
manera diferente en el hombre y en la mujer. En el hombre estas funciones se encuentran
localizadas en un área frontal y otra posterior del hemisferio cerebral izquierdo. En la mujer
estas funciones están más focalizadas y se encuentran concentradas en el área frontal del
hemisferio cerebral izquierdo.

Se ha encontrado que esta diferencia en la configuración en el hombre y en la mujer


promedio tiene un efecto directo en la manera en que hombres y mujeres difieren en sus
formas de pensar.

Cómo es que esta diferencia en la estructura cerebral se relaciona con las diferencias
encontradas entre en los comportamientos y habilidades de los sexos es un área de intenso
debate entre los científicos. Tras hablar con los principales especialistas del mundo hemos
conseguido darnos una idea de su actual hipótesis de trabajo.

Lo que nos hace mejores en una cosa o en otra parece ser que es el grado en que un área
particular del cerebro se concentra y se especializa en una actividad determinada; es decir
qué tan focalizada o difusa ésta se encuentra. Hombres y mujeres son mejores en las
habilidades que son controladas por áreas específicas del cerebro. Pero diferentes áreas de
sus cerebros de encuentran focalizadas a diferentes cosas. Esto significa que tanto el patrón
cerebral masculino como femenino de organización cerebral tienen ventajas y desventajas
para cada uno de los sexos. El patrón masculino, con más funciones cerebrales
específicamente organizadas significa que los hombres no son fácilmente distraídos por
información superflua.

Debemos considerar que el cerebro humano –masculino o femenino– no puede atender


conscientemente mucha información simultanea. Hay un límite en la capacidad cerebral
que podemos usar eficientemente. Un estudio hecho con concertistas de piano mostró que
ellos pueden tocar dos diferentes melodías con mucha precisión, una con cada mano. Pero
si intentan tararear al mismo tiempo la precisión de la mano derecha disminuye. Esto es
porque tanto el movimiento de la mano derecha y el tarareo se encuentran controlados por
el hemisferio izquierdo del cerebro. La capacidad del hemisferio izquierdo se ve
sobrecargada cuando muchas de las actividades que éste controla son usadas
simultáneamente, de manera que tales actividades no son llevadas a cabo tan
36
eficientemente. Lo mismo se aplica con otras actividades y significa que la diferencia en la
organización cerebral en hombres y mujeres les proporciona diferencia en la eficacia con la
que realizan ciertas tareas.

Una sobresaliente investigadora canadiense de la sexualidad cerebral, Sandra Witleson,


sugiere que estas diferencia pueden hacer más fácil para los hombres realizar dos tareas
simultáneas. Ella sugiere, por ejemplo, hablar mientras e interpretar un mapa
simultáneamente puede ser logrado más fácilmente por los hombres que por las mujeres. En
un hombre cada una de las actividades es controlada por un lado diferente del cerebro. En
la mujer las mismas actividades son controladas por áreas en ambos hemisferios cerebrales.
Ambas actividades pueden interferir la una con la otra, por lo que ella no será tan buena en
interpretar un mapa mientras habla.

La diferencia en la organización cerebral, de acuerdo con muchos investigadores,


también provee una explicación para la superioridad masculina en habilidad espacial. Las
habilidades espaciales de la mujer se encuentran controladas con ambos lados del cerebro.
Hay un traslape con áreas del cerebro que controlan otras actividades. La mujer está
tratando de hacer dos cosas a la vez con las mismas áreas del cerebro y la habilidad espacial
se ve resentida.

Hay además evidencia de que las mujeres a menudo aplican métodos verbales para
resolver problemas matemáticos abstractos. Esta táctica no es tan efectiva como la
masculina que para resolver tal tipo de problemas utiliza el lado derecho del cerebro que
tiene especializadas las funciones visuales. Es mucho más fácil y rápido resolver tales
problemas con las habilidades del hemisferio cerebral derecho que con las del verbal
hemisferio izquierdo.

La superioridad de la mujer en las pruebas verbales puede también ser explicada por la
diferencia en la organización cerebral. En la mujer las habilidades lingüísticas relacionadas
con la gramática, la ortografía y la escritura están todas mucho más específicamente
localizadas en el hemisferio izquierdo del cerebro. En el hombre éstas están distribuidas en
la parte frontal y posterior del cerebro, de manera que él tiene que esforzarse más que la
mujer para alcanzar estas habilidades.

FUNCIÓN LOCALIZACIÓN EN EL CEREBRO SUMARIO


Mecanismos del Hombre Hemisferio Izquierdo Más difuso

lenguaje, como:   parte frontal y posterior  

habla, gramática y Mujer Hemisferio Izquierdo Más específico

 ortografía.   parte frontal

37
Vocabulario Hombre Hemisferio Izquierdo Más específico

Definición de palabras   parte frontal y posterior  

Mujer Ambos Hemisferios Más difuso

  parte frontal y posterior


Percepción Ho Hombre Hemisferio Derecho Más específico

Visuo–espacial      

Mujer Hemisferios Izquierdo Más difuso

  y Derecho
Emoción Hombre Hemisferio Derecho Más específico

     

Mujer Hemisferios Izquierdo Más difuso

  y Derecho

Hasta ahora principalmente hemos discutido las habilidades espaciales y lingüísticas,


pero el cerebro es mucho más que una mera calculadora. Él determina nuestras emociones
y nuestra capacidad de responder a ella y expresarlas. Sandra Witleson ha estudiado cómo
responden las personas a la información emocional cuando ésta es alimentada sólo al
hemisferio derecho o al izquierdo. Ella se valió del hecho de que las imágenes restringidas
al campo visual derecho de la visa son transmitidas al lado izquierdo del cerebro.

Las imágenes visuales que ella usó tenían alguna carga emotiva implícita. Encontró que
las mujeres reconocen el contenido emocional en cualquiera de los dos lados del cerebro en
que la imagen sea transmitida. El hombre sólo reconoce el contenido emocional cuando la
imagen es transmitida al lado derecho del cerebro.

Las respuestas emocionales de la mujer residen tanto en el lado izquierdo como en el


derecho de su cerebro. En los hombres las funciones emocionales están concentradas en el
lado derecho del cerebro.

La importancia de la diferencia en la organización cerebral de las emociones se vuelve


clara a la luz de los más recientes descubrimientos de las diferencias sexuales del cerebro.

Tal diferencia es relativa al cuerpo calloso, el puente de fibras que une a los hemisferios
izquierdo y derecho del cerebro. Estas fibras nerviosas permiten el intercambio de

38
información entre las dos mitades del cerebro. En la mujer el cuerpo calloso es diferente al
del cerebro masculino.

En pruebas ciegas en catorce cerebros obtenidos después de la autopsia, los científicos


encontraron que en la mujer un área importante del cuerpo calloso de la mujer era más
gruesa y bulbosa que en el hombre. Este centro clave de intercambio de mensajes es mayor,
con relación al peso total del cerebro, en la mujer que en el hombre. La diferencia se puede
notar con precisión.

Los dos lados del cerebro, conectados por el cuerpo calloso, tienen un mayor número de
conexiones en la mujer. Esto significa que hay más intercambio de información entre
ambos hemisferios en el cerebro femenino.

Y las investigaciones posteriores mostraron que entre mayor conexión tienen las
personas entre ambos hemisferios, más articuladas y fluidas son. Este descubrimiento
provee una explicación adicional a la superior destreza verbal femenina. ¿Pero el cuerpo
calloso también puede darnos la respuesta para otro misterio, puede ser una especie de
explicación prosaica del secreto de la intuición femenina? ¿Es la capacidad física de la
mujer de conectar y relacionar más piezas de información que el hombre, explicada no por
brujería sino simplemente por su equipamiento mejor interconectado? Debido a que en
general las mujeres son mejores para reconocer los matices emotivos de la voz, gestos, y
expresión facial –todo un rango de información sensorial– ellas pueden deducir más a partir
de tal información, ya que además de que poseen más datos tienen una mayor capacidad
que el hombre para relacionarlos y cruzar la información relativa a las áreas verbales y
visuales.

Algunos científicos sugieren que las diferencias en las respuestas emocionales en los
hombres y en las mujeres pueden ser explicadas por las diferencias en la estructura y
organización de sus cerebros.

Los hombres guardan sus emociones en su lugar; y ese lugar es en el hemisferio derecho
de su cerebro, mientras que el poder para expresar sus sentimientos verbalmente reside en
el otro hemisferio. Debido a que ambas mitades del cerebro tienen funciones menos
relacionadas, o más especializadas (como se prefiera decir) y a que se encuentran
conectadas por un número menor de fibras nerviosas que en la mujer, el flujo de
información entre un lado del cerebro y otro es mucho más restringido. Es más frecuente
que el hombre tenga dificultades para expresar sus sentimientos debido a que la
información no fluye tan fácilmente del al lado verbal, en su hemisferio izquierdo.

Una mujer puede ser menos capaz de separar las emociones de las razones debido a la
manera en que el cerebro femenino se encuentra organizado. El cerebro de la mujer tiene
capacidades emocionales en ambos lados del cerebro, además de que hay mayor
intercambio de información entre los dos lados del cerebro. El lado emocional está más
integrado con el lado verbal del cerebro.

Las diferencias en la estructura cerebral, y las consecuentes diferencias en habilidad,


predisponen al hombre y a la mujer para lidiar con los problemas empleando lo mejor de
39
sus atributos. Sandra Witleson llama a esto “estrategias cognitivas predilectas”. A grandes
rasgos esto significa jugar apoyado en las fortalezas mentales que se tienen. Witleson
sugiere que hay menos arquitectas que arquitectos (y por lo mismo menos mujeres
científicas, físicas o matemáticas) porque siendo más débil el sentido del espacio en la
mujer, ellas tienden a preferir diferentes “estrategias cognitivas”, para así usar otras partes
del cerebro más fuertes en ellas. Esto también podría explicar el acertijo de porqué hay
muchas más mujeres músicas que compositoras, porque juegan con las fortalezas de su
cerebro femenino como el mayor control sobre el movimiento fino de las manos y de la
voz. La composición musical demanda la capacidad de ver un patrón y supone una
capacidad matemática abstracta, que es principalmente una función del lado derecho del
cerebro. Obviamente nuestra cultura y nuestra historia ha tenido algo que ver con esto;
pero, claramente, también nuestra biología.

Está emergiendo un panorama, y es la imagen de dos cerebros con organización


diferente e interconexiones diferentes en le macho y la hembra de nuestra especie. El
conocimiento está creciendo, día a día, en la medida en que nuevos documentos y
monografías aparecen en la prensa especializada. Esta información es muy importante para
ser dejada flotando en el espacio exterior del mundo académico, ya que es información
acerca de todos nosotros. Muestra de qué manera somos diferentes debido a que nuestros
cerebros son diferentes.

Desde las épocas más antiguas la diferencia se ha comenzado a mostrar.

40
 

PRUEBA DEL SEXO CEREBRAL

Introducción
s posible examinar qué tan femenina o masculina es su propia mente.

E El grado en que hombres y mujeres exhiben comportamientos masculinos o


femeninos depende de la organización de su cerebro dentro de los patrones
masculinos o femeninos.

Es posible ser mujer y tener algunos atributos mentales masculinos, y esto


simplemente depende de la presencia o ausencia de hormonas masculinas durante ciertas
etapas de la gestación.

1.      Usted oye un maullido indistinto. Sin mirar alrededor, ¿qué tan bien puede usted ubicar
al gato?

a)      Si piensa en ello puede apuntar a él

b)      Usted puede apuntar directo a él

c)      No sabe si usted podría apuntar a él

2.      ¿Qué tanta facilidad tiene usted para recordar una canción que acaba de escuchar?

a)      Lo encuentra fácil de hacer y puede cantar parte de ella entonadamente.

b)      Usted sólo lo puede hacer si la canción es simple y rítmica

c)      Usted lo encuentra difícil de lograr

3.      Una persona con quien se ha encontrado unas cuantas veces le telefonea. ¿Qué tan fácil
es para usted reconocer esa voz en los primeros segundos antes de que la persona le diga
quién es?

a)      Es para usted bastante fácil reconocer la voz

41
b)      Usted puede reconocer la voz más de la mitad de las veces

c)      Usted puede reconocer la voz menos de la mitad de las veces

4.      Está usted con un grupo de amigos casados. Dos de ellos están teniendo una aventura
clandestina. ¿Podría usted detectar la relación?

a)      Casi siempre

b)      La mitad de las veces

c)      Difícilmente

5.      Está usted en una enorme reunión puramente social. Le presentan a cinco extraños.
¿Qué tan fácil es para usted recordar sus rostros si al día siguiente son mencionados sus
nombres?

a)      Usted recuerda a la mayoría de ellos

b)      Usted recuerda a algunos de ellos

c)      Usted difícilmente recuerda a alguno de ellos

6.      ¿Qué tan fácil era para usted la redacción de ensayos y la ortografía en sus primeros
años escolares?

a)      Ambas eran muy fáciles

b)      Una de ellas era fácil

c)      Ninguna de las dos era fácil

7.      Encuentra usted un lugar para estacionarse, pero debe hacerlo en reversa y el espacio es
bastante estrecho:

a)      Usted busca otro lugar

b)      Usted retrocede para estacionarse... con mucho cuidado

42
c)      Usted echa en reversa sin mucho pensarlo

8.      Ha pasado tres días en un pueblo desconocido y alguien le pregunta que hacia dónde se
encuentra el norte.

a)      Usted cree que no sabría responder

b)      Usted no estaría seguro, pero si le dan un momento lo puede determinar

c)      Usted apunta directo al norte

9.      Está usted en la sala de espera de un consultorio dental con otras seis personas de su
mismo sexo. ¿Qué tan cerca se puede usted sentar de uno de ellos sin sentirse
incómodo?

a)      A menos de 15 centímetros

b)      Entre 15 y 60 centímetros

c)      Más de 60 centímetros

10.  Está usted visitando a su nuevo vecino y ustedes dos están charlando. En el fondo hay
un suave ruido de goteo. Fuera de ello la habitación está en silencio:

a)      Usted nota inmediatamente el ruido del goteo y trata de ignorarlo

b)      Si usted lo notara probablemente lo mencionaría

c)      No le molestaría en lo absoluto

Cómo calificar la prueba


 

Calificaciones masculinas       a) 10 puntos                Calificaciones femeninas         a) 15


puntos

43
                                             b) 5 puntos                                                               b) 5 puntos

                                             c) -5 puntos                                                              c) -5 puntos


 

La mayoría de los varones puntúan entre 0 y 60.

La mayoría de las mujeres puntúan entre 50 y 100.

Los puntajes que se traslapan (entre 50 y 60) indican compatibilidad de pensamiento entre
los sexos.

Los puntajes masculinos menores a 0 y los puntajes femeninos superiores a 100 indican un
“cableado” cerebral muy diferente al que tiene el sexo opuesto... aunque los opuestos
tienden a atraerse.

Los puntajes masculinos por arriba de 60 podrían mostrar una sexualidad cerebral con
predisposición femenina. Las mujeres que puntúan por debajo de 50 podrían mostrar una
sexualidad cerebral con predisposición masculina.

De cualquier manera, cualesquiera de tales diferencias son diferencias promedio. Un


hombre puede puntuar por arriba de 60 y aún así poseer un cerebro masculino. Una mujer
puede puntuar por debajo de 50 y aún así poseer un cerebro femenino. Hay diferencias más
profundas de las que puede mostrar una simple prueba. Es en esas diferencias en las que
debemos explorar.

44
 
CAPÍTULO CUATRO
Diferencias en la infancia
 

ada sexo tiene una mente propia al nacer. Las diferencias innatas en la estructura del

C cerebro significan que desde la infancia y a través de la juventud, el sendero


masculino y el femenino van incrementando su divergencia. La biología (acentuada
por las actitudes sociales, las cuales pueden tener sus propias bases biológicas) hace
que el destino del hombre y de la mujer sea diferente, dándoles diferentes
prioridades, ambiciones y comportamientos.

Como hemos visto, el cerebro del bebé nace sexualmente predispuesto. Aunque tenga algo
que crecer, el diagrama básico del cerebro ha sido trazado, y los circuitos básicos,
establecidos.

Él o ella vienen al mundo con un comportamiento... constitucional, genética y


hormonalmente mediado, predispuesto y trazado de manera innata...

Las tendencias innatas se fortalecen conforme el cerebro responde al mundo. Al ir


creciendo, la interacción entre nuestras percepciones y el “músculo” pensante del cerebro,
afecta la estructura cerebral, justo como el ejercicio transforma a cualquier otro músculo.
Las ratas desarrollan un sistema cerebral más grande, grueso y complejo cuando se alojan
en jaulas equipadas con una variedad de juguetes para rata; como ruedas para correr o
laberintos. El cerebro disectado de otras ratas que han sido albergadas en jaulas más
austeras no muestra la misma complejidad de desarrollo y conexiones en las redes
cerebrales.

Inversamente, cuando las funciones del cerebro no son ejercitadas, como los músculos que
no se usan, se atrofian. La falta de estímulos sensoriales en un punto crítico en el desarrollo
del cerebro conduce a disfunciones permanentes. Los gatitos criados en la oscuridad
absoluta por un cierto periodo de tiempo, posteriormente nunca aprenden a ver.

También en los humanos la estructura cerebral requiere desarrollo después del nacimiento.
Todas las células básicas están ahí desde nuestra formación, pero desde entonces hasta la
edad de tres años nuevas conexiones están siendo formadas y nuevas redes celulares están

45
emergiendo. Un niño en crecimiento requiere de la clase correcta de estimulación para
promover este tejido de habilidades cerebrales, como el lenguaje y el habla. Un triste caso
proveniente do los Estados Unidos de Norteamérica ilustra esta necesidad.

El caso de Genie

La historia de esta niña californiana de doce años de edad muestra que las funciones
cerebrales, aunque sean innatas, dependen de la estimulación y el ejercicio; en otras
palabras, hay una relación entre la biología y el medio ambiente, ninguno de ellos
determina por sí mismo nuestro comportamiento.

Genie pasó su infancia encerrada en un dormitorio en Los Ángeles. Nunca oyó el habla
humana, y a pesar de varios años de entrenamiento después de su rescate del aislamiento,
pudo aprender a hablar. En la etapa crucial del desarrollo cerebral, la falta de estimulación
para el habla hizo fracasar el desarrollo normal.

Nuestros cerebros se desarrollan de una manera activa en respuesta a las experiencias; no


son gabinetes vacíos esperando pasivamente experiencias que los llenen.

¿Cómo se relaciona esto con las diferencias innatas en las estructuras cerebrales de niños y
niñas?

El hecho de que tales diferencias sexuales emerjan desde una edad muy temprana (tan sólo
unas cuantas horas en el caso de ciertas percepciones sensoriales) significa que debe haber
una predisposición innata en el cerebro, una diferencia sexual subyacente que hace que
niños y niñas sientan, respondan y reaccionen a diferentes cosas en diferentes grados. El
mundo, de algún modo, representa cosas diferentes para cada sexo.

Este fenómeno puede ser observado en etapas tan tempranas (y a veces es muy obvio) que
socava el argumento de que la sociedad, más que la sexualidad, condicionan estas
predisposiciones inherentes.

BEBÉS

Annie y Andrew

Gillian estaba determinada a resistirse a los estereotipos sexuales cuando ella se enteró que
sería madre de unos cuates de diferente sexo. Ella los crió exactamente igual, sin las
tonterías acerca del rosa y el azul, hermosos vestiditos o toscos overoles.

46
Conforme pasaban los minutos, esta determinación se fue convirtiendo en un reto
proveniente de sus propios hijos. Aunque nacieron con sólo tres minutos de
diferencia, como bebés parecen venir de planetas distintos.

“Era imposible hacer que Andrew se durmiera, mientras que Annie caía fácilmente,
aunque el menor ruido la despertaba. Teníamos dos móviles colgantes colocados
sobre cada cuna, ya que yo sabía que era muy importante estimular a los niños.
Andrew adoraba el suyo, y se estaba por horas contemplándolo, incluso cuando yo
le cambiaba de ropa. Annie era mucho más comunicativa, se ponía a balbucear
siempre que yo entraba en el cuarto...”

A unas cuantas horas de haber nacido, las niñas son más sensitivas que los niños al contacto
físico. Pruebas entre los sexos sobre la diferente sensibilidad táctil en las manos y en los
dedos, produjeron resultados en que las diferencias son tan grandes que las mediciones de
hombres y mujeres no se traslapan. El niño más sensitivo de todos es menos sensitivo que
la menos sensitiva de todas las niñas. En lo que se refiere al sonido, las niñas son mucho
menos tolerantes; un investigador cree que tal vez oigan los ruidos hasta dos veces más
fuerte que lo que hacen los niños. Las niñas bebés se ponen irritables y ansiosas con el
ruido, el dolor o la incomodidad más fácilmente que los bebés varones.

Las niñas bebés son más fáciles de reconfortar murmurándoles palabras y cantando. Incluso
antes de que puedan entender el lenguaje, las niñas parecen ser mejores que los niños
identificando el contenido emocional del habla.

Desde el inicio de su vida, las niñas muestran un mayor interés en la comunicación con
otras personas. Un estudio que involucró bebés con sólo de dos a cuatro días de nacidos,
mostró que las niñas pasan al menos el doble de tiempo que los niños manteniendo el
contacto visual con un adulto callado, y que también ellas miran aún por más tiempo que
los niños cuando el adulto habla. El periodo de atención de los niños era el mismo ya sea
que el adulto hablara o no; mostrando una predisposición relativa a lo que ellos podían ver
dándole más importancia que a lo que podían escuchar. Desde la cuna, a las niñas gustan de
balbucear a los humanos, y aunque la mayoría de los niños sean igual de parlanchines, no
muestran preferencia por el público humano, son igualmente felices balbuceando a un
grupo de juguetes que mirando a un diseño geométrico abstracto. Los niños son más activos
y despiertos que las niñas; el cableado cerebral masculino de la actividad se encuentra
trabajando.

Esta predisposición femenina hacia lo personal, se exhibe de otras maneras. La mayoría de


las niñas de cuatro meses de edad pueden diferenciar fotografías de gente que conocen de
fotografías de gente desconocida; los niños usualmente no pueden. Una niña de una semana
de nacida puede distinguir el llanto de un bebé de un fondo de ruido general al mismo
volumen. Los niños no pueden.

Esta diferencia notable y cuantificable en el comportamiento ha sido impresa mucho antes


de que la influencia externa hubiera tenido oportunidad para entrar en acción. Ella refleja
47
una diferenciación básica en el cerebro del recién nacido, del que ahora conocemos la
mayor eficiencia masculina en la habilidad espacial y la mayor habilidad femenina en las
habilidades del lenguaje.

Pero incluso aquellos que lleguen aceptar la evidencia científica de la diferencia entre el
cerebro masculino y femenino, podrían insistir en que la influencia del condicionamiento
en la crianza y en el ambiente social es más potente que el arreglo distintivo del cerebro.
Ellos señalarían la evidencia de que las madres dienten a jugar más rudamente con sus hijos
varones y que con las niñas hablan más tiempo. Ellos concluirían que por ello es poco
asombroso que los niños y las niñas se comporten diferente desde tan temprana edad.

Mirando más detenidamente a esas mismas observaciones, podría ser que las madres no
están de hecho moldeando la diferencia sexual, sino moldeándose a ella. ¿No sería más
creíble que decir que siguen un estereotipo –al que, como hemos visto, a veces se oponen
conscientemente– que están respondiendo a las necesidades innatas de los infantes? Ellas
notan y saben que obtienen una mejor respuesta de las niñas con mimos y de los niños con
un comportamiento más impetuoso, y ellas quieren conocer y satisfacer las necesidades de
sus hijos. Ellas están reconociendo y atendiendo estas predisposiciones de comportamiento
cifradas en el cerebro, que predispone a la diña a responder más a los murmullos y a las
caras cercanas y suaves. El bebé está ejercitando un infantil poder de bebé, por así decirlo,
el bebé es el que manipula o guía a su madre a satisfacer sus necesidades innatas.

¿Qué tantas madres han notado una cierta determinación en alguno de sus hijos desde los
primeros días de la lactancia? Nadie les ha dicho de la determinación del bebé. Nadie les ha
enseñado a las bebés su típica reticencia comparativa.

PININOS

Estábamos tan preocupados acerca de Andrew, a menos que se le vigilara todo el tiempo se
la pasaba entrando a los aparadores, curioseando con los botones de los aparatos de
cocina... Además casi no hablaba, mientras que Annie ya era bastante platicadora.
Pensamos que tal vez podría ser retrasado o algo...

Las predisposiciones cerebrales persisten y se fortalecen conforme los niños crecen


“viendo” la vida desde el filtro particular que su cerebro encuentra más fácil y natural usar.
Por ejemplo, la predisposición femenina hacia las personas se hace notoria en algunos
experimentos. A un grupo de niños les fue aplicado un tipo especial de prueba de la vista.
Tenían que mirar a través de una especie de binoculares arreglados, que mostraban
simultáneamente imágenes distintas para cada ojo. Siempre una de ellas era de un objeto y
la otra de una persona. A todos los niños que participaron se les mostró el mismo juego de
imágenes, pero al preguntárseles qué habían visto dieron diferentes respuestas. Los chicos
reportaban significativamente más cosas que personas, y las chicas más personas que cosas.

Las niñas aprenden a hablar más tempranamente que los niños debido a que tienen una
organización cerebral más eficiente para el lenguaje. Ésta se encuentra localizada en la

48
parte frontal del hemisferio izquierdo, mientras que la misma función en los hombres se
encuentra tanto en la parte frontal como en la posterior, una distribución menos eficiente.
Con mejores centros especializados para trabajar con el lenguaje, las niñas dicen sus
primeras palabras a una edad más temprana que los niños, y desarrollan mejor su
vocabulario. En un estudio de niños entre dos y cuatro años de edad, las niñas eran
comparativamente más capaces que los niños de dominar las sutilezas de la gramática
sofisticada (como la diferencia entre “lo hice” y “lo he hecho”) y el uso de la voz pasiva
“estoy siendo examinada por Jaime” en vez de “Jaime me está examinando”.

A los tres años de edad el 99% de lo que hablan las niñas es comprensible, lo cual le toma a
los niños en promedio un año más. (A Einstein le tomó cinco años hablar.) Las niñas
forman oraciones más largas y más complejas, cometen menos errores gramaticales y son
mejores en las pruebas en que se les pide pensar la mayor cantidad de palabras que puedan
que incluya una cierta letra del alfabeto.

Conforme los meses pasan, los niños tienden a mostrar más interés que las niñas en
explorar los rincones de su pequeño mundo. Su mayor masa muscular les ayuda a explorar
y a arriesgarse más que sus hermanas, y hacen menos viajes de regreso al restaurador
campamento base de mamá. Los científicos han hecho una prueba en que una barrera era
puesta a lo largo del salón de juegos, separando a los niños de su madre. Las niñas tendían a
sentarse al centro de la barrera y llorar; los niños hacían pequeños safaris por el borde del
obstáculo para ver si había manera de rodearlo.

Los niños explorarán el mundo en los términos en los que sus cerebros los predisponen,
jugando con sus fortalezas mentales y fortaleciendo así tales predisposiciones, como las
inquisitivas ratas cuyas exploraciones incrementaron el poder muscular de sus cerebros. La
mayoría de los niños se apega, mentalmente, a los estereotipos sexuales, pero no a los
estereotipos ordenados por una sociedad liberal. Los niños están, en efecto, escuchándose a
sí mismos, a su mundo interno y a lo que sus cerebros les dicen que es importante para
ellos. Y en la medida en que usan tales habilidades, y repiten una y otra vez esa manera
natural y predilecta de ver el mundo, la predisposición sexual inherente está siendo
reforzada.

Es más natural que los niños se envuelvan a sí mismos en experiencias que agudizan sus
habilidades espaciales; mientras las niñas se involucran más en experiencias que
fortalezcan sus habilidades interpersonales.

Los niños quieren explorar áreas, espacios y cosas porque la conformación de su cerebro
los predispone a esos aspectos del ambiente. Las niñas gustan de hablar y escuchar porque
sus cerebros están mejor diseñados para hacer eso.

49
PREESCOLAR

En cierto momento pensé que no sería seguro enviar a Andrew con un grupo de niños de su
edad. No sería justo para los maestros y para los otros niños. Él era tan destructivo.
También me rompía el corazón a veces, por la manera en que parecía no tener tiempo para
mí, su madre. Juro que en algunos momentos él me hubiera cambiado felizmente por otro
camioncito de juguete.

Los niños difieren sexualmente en la manera en que juegan. Acorde con un estudio ingles,
habiendo dicho adiós a sus madres en las puertas de la escuela (tomando para ello un
promedio de 92.5 segundos para las niñas y 36 segundos para los niños) los niños se
pierden de vista dentro del área de juego; donde jugarán más vigorosamente y ocuparan
mucho más espacio para jugar que las niñas. En el salón de clase los niños estarán más
interesados en construir estructuras con bloques, jugar con cualquier clase de vehículo o de
hecho con cualquier cosa que haga algo, sea esto la manija de una puerta o un interruptor
eléctrico. Las niñas son mucho más sedentarias en sus juegos, y si ellas construyen,
tenderán a ser estructuras largas y bajas, mientras que los niños intentan alcanzar la mayor
altura posible con sus construcciones.

Al llegar al grupo un nuevo miembro (de cualquiera de ambos sexos) tenderá a ser
favorecido por la amistad y la curiosidad de las niñas y por la indiferencia de los niños. Hay
irritación si el recién llegado se pone a seguir a los niños; mientras que las niñas tenderán a
bienvenir al extraño dentro de su grupo.

A la edad de cuatro años, usualmente niños y niñas juegan por separado, habiendo
instituido su propia forma de segregación sexual infantil. Los niños tienden a no molestarse
en si es agradable o no algún miembro de la pandilla (incluido él mismo) si es útil. Las
niñas excluyen a otras niñas porque no son “lindas”. Las niñas tienden a aceptar a niñas
más pequeñas dentro de su grupo mientras que los niños tienden a buscar la compañía de
otros niños mayores que ellos. Las niñas saben y recuerdan el nombre de todas sus
compañeras de juego, los niños a menudo no.

Los niños harán historias llenas de golpes, porrazos y villanías. El foco narrativo de las
niñas estará en el hogar, la amistad, las emociones. Los niños platicarán la historia de un
robo, en tanto que la misma historia en una niña será desde el punto de vista de la víctima.

Los juegos de los niños incluyen tumbos, rudeza, contacto físico, un flujo continuo de
actividad, conflicto, un espacio amplio, periodos más largos, éxito que se mide claramente
por la interferencia con el de otros jugadores, reglas claras, y una nítida diferenciación entre
ganadores y perdedores. El juego clásico de las niñas supone tomar turnos, etapas del juego
metódicamente definidas y competencia indirecta. Hopscotch es el juego perfecto para
niñas, mientras que tag appeals lo es para los niños.

Desde luego, todos recordamos, del patio de recreo, niños y niñas que no se ajustaban a este
patrón. De hecho, ellos se nos graban en la memoria precisamente por ser tan distintos de la

50
mayoría de los otros niños y niñas. Hay una explicación hormonal casi segura para estas
excepciones a la regla sexual general.

El caso de Mandy

Mandy era una hermosa niña de seis años quien nunca encajó realmente. Muy pronto se
aburría con los complicados rituales y las esperas por su turno, y trataba de unirse a los
niños que jugaban fútbol. De mala gana, ellos dejaban que ella llevara el marcador, porque
era buena con los números, pero Mandy quería un rol más activo.

Como Jane, de cuyo caso hablamos en el capítulo dos, Mandy era un caso de síndrome
adrenogenital, una enfermedad causada por un mal funcionamiento del riñón, que deriva en
una secreción anormal de una sustancia química muy similar a la hormona masculina, justo
en el particular momento en que el cerebro se desarrolla, lo que dio al cerebro de Mandy
una predisposición más típicamente masculina.

Las niñas son más dadas a los juegos que implican dar cuidados a los muñecos; con los
niños los muñecos que puedan tener se ven convertidos en humanos fantásticos, intrépidos
bomberos o superhéroes. Al enfrentarse a un nuevo juguete se puede ver a los niños
buscando los usos más originales y creativos para éste, la palabra clave en su juego es
“usos”. Los niños están interesados en cómo funcionan las cosas y en cómo se usan, por eso
las desarman con tan desesperante frecuencia.

Interesados en un nuevo juguete, pero no en otro niño recién llegado; hay cientos de
observaciones que respaldan la conclusión de uno de los primeros exploradores de las
diferencias sexuales, respecto a que “los niños están primordialmente interesados en objetos
o cosas, y en actividades, mientras que las niñas están interesadas en la gente”. En un
estudio interesante en una guardería, muchos de los niños desarmaron o desbarataron los
juguetes, mientras que ninguna de las niñas lo hizo. Esta destreza se extiende más allá de lo
meramente destructivo: los niños son el doble de rápidos y comenten la mitad de los errores
que las niñas al ensamblar objetos tridimensionales.

Aun en los kibbutz israelitas, donde deliberadamente se pretende haberlos hecho de modo
que eliminen la diferencia entre niños y niñas, y donde la premeditadamente diseñada
sociedad proclama la intercambiabilidad de los sexos, ha sido encontrado que en todos los
rangos de edad, mientras que las mujeres cooperan, comparten y actúan afectuosamente, los
nombres se involucran en más actos conflictivos, como apoderarse del juguete de otro niño;
en todos y cada uno de los grupos, los niños se ven en más actos de agresión, como
desobediencia, violencia y abuso verbal. Para un varón el mundo es una cosa para ser
retada, probada y explorada.

La disciplina escolar es profundamente innatural para los niños varones...

51
 

ESCUELA

Andrew tomó mucho tiempo para aprender a leer. Tal vez debimos de haber notado las
señales antes. De cualquier manera, afortunadamente ahora hemos identificado sus
problemas de aprendizaje. Pero quisiera que él se ayudara a sí mismo, y prestara más
atención, se concentrara más. ¿Cuál demonios es el punto de la revolución sexual si
nuestros niños son sexualmente contrarrevolucionarios?

Las niñas aprenden a leer más rápidamente que los niños, que de acuerdo a lo que sabemos,
pareciera socavar la tesis del mayor cacumen visual de los niños. Por años se ha creído que
leer era principalmente un asunto de identificar símbolos visuales. Pero unos pocos y
solitarios pioneros de la educación al fin han triunfado en establecer que las bases del
aprendizaje de la lectura residen no en la experiencia visual, sino en la auditiva.

He aquí, que al igual que con aprender a hablar, la estructura del cerebro femenino da
ventaja a las niñas. Estas funciones de aprendizaje residen en el lado izquierdo del cerebro,
donde las mujeres tienen ventaja biológica, y al cual ellas apelan en su “estrategia cognitiva
favorita”, su fortaleza mental más natural, que es oír, no ver.

La investigación de las diferencias sexuales sindica que las mujeres tienen una mayor
disposición a desarrollar la clase de habilidades auditivas y motoras importantes en el
aprendizaje de la lectura.

Las pruebas de audición revelan una intrigante excepción a esta regla de la superioridad
femenina. Los niños son, en realidad, mejores que las niñas en identificar sonidos de
animales; posiblemente como un resultado evolutivo de milenios como cazadores. Los
niños están tan atentos a los sonidos de su entorno como las niñas, pero, como con lo que
oyen, muestran preferencia por imitar el sonido de animales o máquinas. Las niñas, por otro
lado, prefieren la comunicación humana personal y social. Viendo en el patio de recreo: los
niños, con los brazos extendidos son aeroplanos, sus motores rugen mientras salen de un
imaginario banco de nubes; las niñas están en una esquina, tal vez discutiendo lo ridículos
que se ven los niños.

No es una relativa inmadurez de los niños lo que resulta de su forma de ser, de acuerdo con
una prueba, cuatro de cada cinco niños con desórdenes en la lectura como la dislexia, no es
que tengan algún tipo de retraso, por tanto, se ha hecho mucho daño educativo en el pasado
por asumir que la lentitud de los niños en su aprendizaje de la lectura se debía a la estupidez
o a la pereza. Es solamente que mientras que las niñas están usando la herramienta
adecuada para ese trabajo (sus habilidades auditivas) los niños están mejor dotados en las

52
habilidades visuales. Y ésa no esa no es una buena manera de aprender a leer, dice la
psicóloga norteamericano Dianne McGuinness:

Es claro que le proceso visual tiene poco que ver con la lectura, y de hecho, el relacionarlo
muy fuertemente con la modalidad visual es a menudo antagónico al progreso en el
aprendizaje de la lectura.

Los niños salen mejor que las niñas en las pruebas en que se les pide encerrar o subrayar
letras del alfabeto que tengan cierta forma (como señalar todas las “S” en un párrafo) ya
que es una tarea visual, y su cerebro está apropiadamente predispuesto para ello. Pero las
niñas salen mejor en la prueba cuando se les pide identificar cuáles de las palabras
contienen una “S”, ya que está es una tarea auditiva que encaja mejor con su configuración
cerebral. Es difícil encontrar una explicación sociológica a este fenómeno.

En la medida en que la educación es principalmente un asunto de “yo hablo – tú oyes”, será


una técnica de aprendizaje encaminada a encajar con las predisposiciones femeninas del
desarrollo del cerebro en cierta etapa. Las niñas pequeñas estarán cómodas en un marco
educativo donde ellas reciben información de segunda mano, interactuando con los
profesores; ellas hacen preguntas (ya que eso es parte de su aparato de lenguaje) y aceptan
las respuestas. Los niños pequeños, por otro lado, al igual que esas inquisitivas ratas macho
en los laberintos, quieren explotar su ventaja en lo relativo a ver y a narrar. Están menos
interesados en las relaciones que pueden establecer con los maestros (justo como cuando
tienen un día de nacidos están poco interesados en las personas) y tienen una predisposición
cerebral que los hace curiosos para explorar y para averiguar por sí mismos.

El mayor balbuceo de las bebés, se traduce en niveles más altos de inteligencia verbal más
tarde durante la niñez; ellas han descubierto, disfrutado y reforzado la ventaja de un mejor
marco de procesamiento del lenguaje, mientras que los niños aún disfrutan más su más
mecánico mundo de cosas: su forma, el espacio que ocupan y cómo funcionan.

El niño se repondrá de su inferioridad verbal después, en su superioridad en la habilidad


espacial (marcadamente mayor en los machos de todos los mamíferos) trabajando la forma
de las cosas o encontrando la ruta correcta a seguir. En todas las edades entre 6 y 19 años
los machos humanos son mucho mejores que las hembras para atinar con un haz de luz a un
blanco en movimiento. Un estudio de niños de 9 y 10 años encontró que los varones son
más adeptos que las niñas a seguir el patrón de las formas del piso mientras caminan. En
una prueba estadounidense sobre la habilidad para armar y ensamblar cosas, los niños
sobrepasaron muy ampliamente a las niñas ensamblando objetos como bujías y tapa
botellas. Cualquier padre reconocerá la curiosidad de su hijo desde muy pequeño hacia las
cosas mecánicas.

Pero volvamos a mirar dentro del patio de recreos para mirar ahora a nuestros chicos
cercanos a los diez años, y ver cómo van creciendo y desarrollándose de manera cada vez
más diferenciada ente ellos y ellas, ver la manera en que practican, ejercitan y fortalecen las
aptitudes distintivas de su sexo con las que fueron dotados a los seis meses de vida prenatal.

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Las niñas agrupadas en un extremo, escuchando y hablando a sus amigas, intercambiando
sus secretos. Cuando ellas se pelean (cosa que hacen con mucha menos frecuencia que los
varones) las disputas son arreglada basándose en palabras argumentativas, no golpes y
empujones. Una de ellas probablemente es mandona o autoritaria; su contraparte masculina
es un intimidante y aguerrido camorrista. Pero aún así el juego de ellas es en su mayor parte
cooperativo, colaborativo y no competitivo. Cuando ellas van a casa, escribirán
detalladamente en sus diarios personales acerca de ellas y sus amigas. Ellas están creciendo
en su propio mundo familiar de comunicación y relaciones.

Los niños se la pasan compitiendo. Canalizan la agresividad proporcionada por su flujo


hormonal en juegos de acción, competencia, dominio y liderazgo. Necesitados de mayores
espacios, más independientes y curiosos acerca del espacio que habitan y las cosas que hay
en él, los niños, quieren tocar, armar, desarmar, las manos se vuelven una extensión de sus
ojos conforme descubren por sí mismos el mundo de las cosas, con la asistencia de su
especializado hemisferio derecho. A una edad tan temprana como los seis años, el dominio
del hemisferio derecho puede ser experimentalmente identificado: puede discriminar
figuras mucho mejor con su mano izquierda (controlada por el lado derecho de su cerebro)
que con la derecha. Él construye chozas, fuertes, estaciones espaciales. De regreso a casa, si
es que él lleva un diario, escribirá algo lacónico acerca de la pérdida de su navaja de
bolsillo, o el marcador del juego en que ganó. Pero probablemente opte mejor por un juego
de computadora; después de un día de frustraciones (luchando contra la escritura y la
ortografía) difícilmente puede esperar a usar sus destrezas mentales haciendo estallar una
nave espacial marciana.

El suyo es un mundo de acción, exploración y objetos. Pero en la escuela le piden que se


siente quieto, callado, que escuche, que no moleste y que ponga atención a las ideas; todo
lo cual, de hecho, son cosas que su cerebro y su cuerpo le piden no hacer. Ahora realmente
nos hemos dado una idea de cómo la configuración de la educación favorece las
predisposiciones mentales femeninas, como la aceptación pasiva de información
comunicada verbalmente, idónea para las preguntas y las respuestas, lo cual encaja muy
bien con la mujer. Incluso las tareas manuales, como la escritura, encaja mejor con las
habilidades de psicomotricidad fina de la mujer, y se opone a la mecánica gruesa del varón.
De acuerdo con Dianne McGuinness, la educación es casi una conspiración contra las
aptitudes e inclinaciones naturales de los pequeños estudiantes varones.

En los primeros años de escuela, los niños se tienen que concentrar en leer y escribir,
destrezas en que las niñas están ampliamente favorecidas. Como resultado, los niños llenan
las clases de regularización para la lectura y la escritura, no aprenden ortografía y son
clasificados como disléxicos o con problemas de aprendizaje cuatro veces más a menudo
que las niñas. Estas categorías punitivas existen desde hace tanto tiempo que incluyeron a
Faraday, Edison y a Einstein.

54
Más del 95% de los niños diagnosticados como hiperactivos son varones. Es un problema
difícil de hallar en niñas. Debido a todo lo que ahora sabemos sobre las predisposiciones
cerebrales masculinas y femeninas, las estadísticas de frustración masculina no son
sorprendentes. La doctora Dianne McGuinness sostiene que desde hace mucho tiempo éste
ha sido un secreto culpable de los educadores:

Ocultar el conocimiento concerniente a las aptitudes específicas de cada sexo en el


aprendizaje, ha causado más daños que beneficios... ha causado el enfrentamiento a una
gran cantidad de sufrimientos para niños que son naturalmente más lentos para adquirir la
habilidad de leer y escribir, al compararlos con las niñas. Es aún más pernicioso el
espectáculo de niños varones recibiendo medicamentos para una “enfermedad” que no
tiene un diagnóstico válido.

Los niños eventualmente alcanzarán a las niñas en sus habilidades verbales básicas, aunque
nunca serán tan fluidos. Esa habilidad ahora toma su lugar junto a la totalmente
desarrollada destreza visual y espacial. Cuando el lenguaje y las matemáticas entran en
escena, el niño puede exitosamente invocar a sus mayores poderes en la percepción de
ideas abstractas y las relaciones entre ellas.

¿Qué sucede mientras tanto con las mujeres? Ellas no han tenido estímulos para sus
habilidades Visuo–espaciales, y no tienen razón para invocarlas. Como veremos en el
próximo capítulo, cuando las matemáticas se vuelven más que un mero asunto de habilidad
para hacer cómputos, y eso tiene que ver con el reconocimiento de patrones abstractos y
teorías, ellas tendrán que pedir auxilio a las fortalezas innatas de los niños sentados junto a
ellas. Las habilidades verbales de ellos están a punto de alcanzar a las de ellas, pero ellas
descubrirán que sus habilidades de para el pensamiento profundo y abstracto (como pasó a
los gatitos en la oscuridad) tal vez se han atrofiado.

De manera que el sistema educativo, que en su modo inicial discrimina a los niños, se
vuelve en una etapa posterior contra las niñas. Esto es suficiente para hacer desaparecer la
ingeniería social; aunque muchos ingenieros sociales preferirán negar la evidencia y sus
implicaciones. ¿Pero qué tanto podemos cambiar el patrón de nuestros cerebros y qué tanto
debemos hacerlo? En teoría podemos cambiarlo absolutamente, mediante la manipulación
de las hormonas fetales; no hay ningún pequeño al que no podamos hacer comportarse
como una niña, y viceversa, con sólo darles la inyección apropiada. Todo lo que se necesita
es aplicar los principios nazis a la tecnología química de principios del siglo XXI.

La reforma en los métodos educativos puede compensar en cierta medida las diferencias
comparativas entre los sexos. Podría incluso darnos más mujeres arquitectas u hombres
trabajadores sociales. Pero eso implicaría el reconocimiento de la las diferencias que
muchos de los educadores están renuentes a admitir, y también implicaría un grado de
discriminación positiva que proporcionaría sus propios problemas filosóficos y políticos.

55
No cambiaremos la esencial masculinidad de los niños o la feminidad de las niñas. Cada
uno estará ejercitando el músculo sexual de sus aptitudes mentales. Entrarán a un mundo
que no está diseñado de acuerdo a una elaborada teoría política y social, sino diseñada
sobre la base de la historia y a la experiencia de generaciones de personas que fueron
hombres y mujeres antes que ellos. Si el mundo es un mundo sexista, es por los hombres y
las mujeres que lo crearon así antes de que nosotros nos comportáramos en una manera que
llamamos sexista. Reconstruir el mundo siguiendo líneas no sexistas es un verdadero
esfuerzo, porque es un acto innatural; es un precepto político y social, pero los preceptos
políticos y sociales no organizan el cerebro en el vientre materno; sólo las hormonas lo
hacen.

Seguimos a las puertas de la escuela, y los niños ya son pequeños hombres o pequeñas
mujeres, aún antes de que los grandes interruptores del cuerpo hayan sido oprimidos por la
aparición de la adolescencia con su descarga y circulación de hormonas. Hasta ahora hemos
visto el diseño y el desarrollo de dos diferentes maquinarias; ahora veremos qué es lo que
pasa cuando se les pone combustible y se encienden. Grandes, distintivas e irreversibles son
las diferencias entre niños y niñas, pero el mayor cambio está aún por llegar.

56
 CAPÍTULO CINCO
El cambio del cerebro con la edad
 

a manera en que las hormonas tejen de manera distinta las mentes de los niños y las

L niñas, en la infancia pone una cierta distancia entre ellos; en la adolescencia esa
distancia se convierte en un abismo.

Con la llegada de la pubertad el mecanismo humano deja su etapa de mero diseño.


Ahora las hormonas toman su segundo rol, dando combustible y poder, y
conformando el cerebro y nuestro subsecuente comportamiento como seres humanos. Los
cambios son tan grandes que los veremos en dos capítulos: cómo el comportamiento de
hombres y mujeres diverge, y cómo influyen las hormonas en sus respectivas destrezas y
habilidades.

Las respuestas humanas a la acción de las hormonas en el cerebro son más sofisticadas que
aquéllas que encontramos en las ratas y en los simios. Esto es porque la inteligencia
humana ha evolucionado a una etapa en que nosotros tenemos más control de nuestras
emociones y somos menos esclavos de nuestra biología. Pero ninguno de nosotros puede
liberarse totalmente de su sistema biológico.

Antes de la pubertad, no obstante todas esas diferencias sexuales infantiles que ya


documentamos, los niños y las niñas tienen la misma clase de hormonas circulando en sus
cuerpos y con los mismos niveles. Una vez que los niveles hormonales incrementan los
cambios son dramáticos. En las niñas, alrededor de la edad de ocho años, el nivel hormonal
comienza a elevarse. Su cuerpo se vuelve más redondeado, el busto crece, y cerca de la
edad de trece años el ciclo menstrual comienza.

Las hormonas en los varones entran en escena cerca de dos años más tarde que en las
mujeres, pero ellos comparten con las chicas el trauma psicológico de sus cambios físicos,
conforme su voz se hace más profunda desde su tono de silbato hasta un torpe tenor, la
línea del cabello comienza a ceder, los testículos descienden, y su equipamiento sexual,
respondiendo a las urgencias conscientes e inconscientes, toma vida propia.

Nadie niega el impacto psicológico de este proceso bioquímico cuando nos volvemos
hombres y mujeres. Lo que podemos ahora entender, por otra parte, es que mientras que
físicamente se altera el cuerpo, la química por sí misma altera nuestro comportamiento,
percepciones, emociones y habilidades. Las hormonas son químicos fundamentales,
actuando en nuestro cerebro, ellas le dicen al cerebro que cambie al cuerpo.

En el caso de los chicos, la principal hormona involucrada es la testosterona, es la misma


sustancia que fue responsable de organizar el desarrollo de nuestro cerebro en un patrón

57
masculino dentro del útero. La testosterona, un esteroide anabólico, ayuda a construir
nuestro cuerpo, aumentando la capacidad para almacenar calcio, fósforo y otros elementos
vitales para la reparación y el crecimiento de los músculos y los huesos. Ayuda a dar al
varón adolescente una relación de 40% proteína por 15% de grasa en su composición
corporal. En los chicos la pubertad llega con cierta urgencia. Los niveles de testosterona se
incrementan a veinte veces más que los niveles de las chicas. Y como podía esperarse de un
esteroide anabólico, hay un incremento repentino en la altura. Los chicos también
desarrollan más glóbulos rojos en su sangre que las chicas, y como los glóbulos rojos
portan el combustible energético del oxígeno a través de la sangre, ellos pueden gozar de la
ventaja de una sobresaliente superioridad psicológica y una vida más activa y vigorosa.

Las principales hormonas femeninas son los estrógenos y la progesterona. Ellas desdoblan
las proteínas y las grasas alimenticias y las redistribuyen alrededor del cuerpo. La mujer
tendrá una relación diferente de proteína y gracia corporal: 23% de proteína por 25% de
grasa.

Hay atletas que toman hormonas masculinas, lo que produce musculatura para incrementar
su desempeño, mientras que los granjeros saben que inyectando a sus ganados con
hormonas femeninas los engordad y obtienen mejores precios en el mercado.

Pero pocos de nosotros somos atletas y ninguno de nosotras es ganado. Los químicos
hormonales alteradores de la mente están modificando nuestro comportamiento al afectar
nuestros cerebros. Como un estudio estableció:

Es esencial reconocer que las hormonas que inducen el crecimiento corporal, el desarrollo
del busto y la menstruación, están, al mismo tiempo, extendiendo su influencia sobre el
cerebro, y a eso se deben las reacciones emocionales y emotivas de las jóvenes.

Ese mismo estudio nos recuerda que el cerebro ha sido “pre–cableado” por el impacto de
las hormonas que desde el útero han dejado “una duradera impronta en la organización
neuronal”. Esa impronta significa que el cerebro ha sido estructurado para responder a
hormonas específicas, masculinas o femeninas, durante la pubertad. Es por ello que las
hormonas femeninas tienen un impacto mucho más fuerte sobre los cerebros que desde su
mismo diseño son más sensitivos a sus efectos, mientras que el cerebro masculino está
predispuesto, también desde su diseño, a reaccionar a las hormonas masculinas.

El pensamiento tradicional era que las hormonas no invadían al cerebro. Los científicos
quizá estaban ansiosos de quitar de ellos mismos la carga de la tradición médica de los
griegos, en que los “humores”, esencias espirituales vagamente definidas, nos hacían ser
flemáticos, sanguíneos, coléricos o melancólicos. Ahora sabemos que, como los míticos
humores, las hormonas entran en nuestro sistema nervioso y afectan nuestro
comportamiento.

El flujo hormonal es regulado por la parte de nuestros cerebros en que los investigadores
primero notaron diferencias entre el hombre y la mujer: el hipotálamo. Y dependiendo de si
58
se es hombre o mujer, éste organiza las hormonas in las correspondientes maneras distintas.
Brevemente, él dice a la glándula pituitaria que de instrucciones de abrir o de cerrar la
válvula de las hormonas sexuales. En los hombres, su trabajo es mantener los niveles
hormonales casi constantes. Opera como un termostato; si el torrente sanguíneo se está
“calentando” con mucha testosterona, el mensaje será “enfriarlo” y disminuir el flujo de
ésta. Los científicos llaman a este proceso “retroalimentación negativa”, y tiene como
resultado un nivel hormonal constante.

Pero en la mujer las cosas son diferentes. Operan en lo que se llama “retroalimentación
positiva”, el sistema de comando del hipotálamo y la pituitaria a veces parece portarse
como un lunático a cargo del torrente sanguíneo; cuando el nivel aumenta, en vez de cerrar
las compuertas las abre aún más. Esto lleva una enorme fluctuación en las concentraciones
hormonales en la mujer, y a veces a grandes fluctuaciones en su comportamiento. Mientras
que el hipotálamo masculino está ocupado manteniendo las cosas constantes (aunque los
hombres, como veremos más delante, también tienen ritmos corporales), el hipotálamo
femenino está conspirando para crear un sistema de fases o ciclos. Esto ocurre en patrones
regulares de aproximadamente 28 días.

Las hormonas masculinas y femeninas pueden ser usadas terapéuticamente para alterar el
comportamiento. En la naturaleza ellas hacen exactamente lo mismo. En algunas mujeres,
esta drástica fluctuación es tan severa que llega a ser incapacitante.

También en esto ha habido una tradicional resistencia a aceptar que el comportamiento


femenino es afectado por las hormonas. Inicialmente, en los primeros días cuando la
medicina era masculina, los hombres no entendían realmente que ocurría en el cuerpo de la
mujer, mientras que era reconocido que la mujer tenía una cierta clase de quebrantos
emocionales. Después, con el surgimiento del feminismo, hubo una cierta urgencia por
negar esta diferencia específicamente sexual, ya que, en el fondo, aceptar un
emocionalismo biológicamente determinado podía no ser en nada útil a la causa de la
igualdad.

De hecho, muchas cosas significativas ocurren en el cuerpo femenino durante el ciclo


menstrual, involucrando concentraciones de químicos que ahora sabemos que alteran la
mente, de manera que sería absurdo no atenderlos y se está reconociendo su presencia.

En la primera mitad del ciclo, sólo los estrógenos están presentes, su trabajo es favorecer el
crecimiento del óvulo, secretado en los folículos del ovario. El estrógeno alcanza su punto
más alto cuando la ovulación ocurre y el óvulo se desprende, entonces sus niveles de
concentración comienzan a disminuir. Entonces, aparece la progesterona, la segunda
hormona clave, su trabajo es esencialmente favorecer las condiciones para un embarazo
saludable y exitoso. Entonces tanto el nivel de estrógeno como el de progesterona
incrementan gradualmente hasta alcanzar juntos un nuevo punto culmen; para comenzar a
descender de nuevo al inicio de la menstruación. Si el óvulo es fecundado, entonces los
niveles de ambas hormonas, progesterona y estrógenos, permanecerán altos.

59
Ahora es aceptado que los cambios regulares en la personalidad se corresponden con las
fases del ciclo menstrual, teniendo algunas mujeres vaivenes entre “ánimo altamente
positivo” y “ánimo altamente negativo” de manera independiente a los factores sociales.
Puede que el sol brille, el trabajo sea satisfactorio, la casa hermosa, los niños bien portados,
el esposo amable y cariñoso; pero la mujer es presa de una melancolía biológicamente
inducida.

Los estrógenos específicamente promueven a las células cerebrales a ser más activas. Así
que durante la primera fase del ciclo menstrual, a medida que su concentración aumenta, el
cerebro está mas alerta y es capaz de absorber una mayor cantidad de información. Los
sentidos son elevados, mejorando los sonidos, los sabores y las sensaciones táctiles. Esta
etapa está asociada con una sensación de alerta y bienestar, altos sentimientos de
autoestima, entusiasmo, placer e interés sexual. La evolución a provisto a la mujer con un
reloj interno que la hace sentir placer y bienestar en el momento óptimo para una
concepción exitosa.

La progesterona, por otra parte, tiene un efecto inhibidor. Los experimentos muestra que
produce “profundas reducciones en el flujo sanguíneo al cerebro, con un consumo de
oxígeno y glucosa comparable al de los barbitúricos anestésicos”. En cerebro se vuelve más
perezoso, comparado con la lúcida y receptiva fase inducida por los estrógenos. La libido
cae y la ansiedad junto con el cansancio tienden a producir depresión. Al mismo tiempo la
progesterona parece terne un efecto calmante, estabilizando las emociones. Esto parece ser
típico de la segunda mitad del ciclo, conforme la progesterona alcanza su punto más alto.

Cuatro o cinco días antes de la menstruación, en nivel de progesterona y estrógenos se


desploma. Los síntomas de esta retirada hormonal pueden ser dramáticos. En esta etapa
premenstrual, con mucha menos progesterona para calmar el ánimo, y mucho menos
estrógenos promoviendo los sentimientos de bienestar, el comportamiento puede oscilar
entre la hostilidad, la agresión y la depresión severa, ocasionalmente desbordando en la
psicosis.

El Caso de Susana

Susana y su familia se acostumbraron a sus cambios de humor mensuales. La tensión se


incrementaba desde la semana anterior. Ella se sentía cansada, y tenía un sentimiento
generalizado de letargo. A veces Susana sufría de fuertes dolores de cabeza. Se ponía
irritable, algo deprimida, físicamente torpe y ocasionalmente le daba por llorar.

Debido a que su familia reconoció los síntomas, Susana se las arreglaba para recordarse a sí
misma que ese comportamiento no era estrictamente racional, y su esposo e hijos aceptaban
que “no era ella misma”.

En términos evolutivos, esto es un problema relativamente moderno. La mujer prehistórica


tenía un menor lapso de vida, y pasaba más tiempo embarazada o amamantando; de modo
que podía esperar un total de diez periodos menstruales a lo largo de toda su vida. La mujer

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actual puede esperar entre trescientos y cuatrocientos; cuatrocientos meses en que sus
emociones, percepciones y sensaciones son arremetidas por las mareas de su mar químico
interior.

Los síntomas de la tensión pre–menstrual (TPM) severa fueron descritos por primera vez
por Hipócrates en su libro Enfermedades de la Mujer, pero sólo fueron totalmente
documentados y aceptados hasta la década de 1960. El cuadro de la TPM ha sido
clasificado bajo la categoría de demencia temporal en el código penal francés. En Gran
Bretaña el argumento de la TPM ha conseguido dos apelaciones exitosas contra cargos de
homicidio, reduciendo las agravantes del mismo eliminando la de premeditación.

Efectos Hormonales Mensuales: Normales

CAMBIOS EN EL HUMOR            Ligera depresión

                                                         Irritabilidad

                                                         Propensión al llanto

                                                         Aletargamiento

CAMBIOS FÍSICOS                       Cansancio

                                                         Dolores de cabeza

                                                         Sensación de ahogo

                                                         Mareos

                                                         Dolores Musculares

Efectos Hormonales Mensuales: Severos

CAMBIOS EN EL HUMOR            Ira irracional e

                                                         incontrolable
                                                                                                                                                                                                                                  

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                                                         Odio hacia los seres

                                                         amados
                                                                                                                                                                                                                                  

                                                         Reacciones violentas a

                                                         provocaciones triviales


                                                                                                                                                                                                                                  

                                                         Desviaciones sociales

                                                         inusuales – episodios

                                                         cleptómanos en las

                                                         tiendas, agresiones físicas

Para la mayoría de las mujeres, como Susana, ha de decirse que esto es un poco más que
una turbulencia mensual, pero el 25% de las mujeres se encuentran con que los síntomas
pueden ser más severos, y para una de cada diez los síntomas pueden ser devastadores. Un
estudio ha encontrado que durante el periodo premenstrual y menstrual son hechas cerca
del 50% de las hospitalizaciones médicas y psiquiátricas. La mitad de las prisioneras han
cometido sus crímenes durante éste periodo. Se descubrió que una tabernera que había sido
veintiséis veces convicta, todas y cada una de las ocasiones habían coincidido con la fase
premenstrual de su ciclo menstrual. Se ha encontrado que la mayoría de las mujeres
prisioneras envueltas en comportamientos violentos, que requieren ser trasladadas a áreas
de máxima seguridad están en su fase premenstrual. Los incidentes de suicidio y de
violencia femenina en general, y de accidentes aéreos entre mujeres piloto, son
marcadamente mayores en este periodo. Como ha reportado un estudio clave sobre este
síndrome:

Los cambios psicológicos que ocurren durante esta fase del ciclo menstrual pueden tener
serias consecuencias para las mujeres susceptibles y también para la sociedad a la larga, y
no debería de ser visto como un inconveniente sin mucha importancia.

El Caso de Moira

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Moira era una chica encantadora inteligente y atractiva. De niña mostró una naturaleza
dulce y amorosa.
A los 15 años su carácter cambió radicalmente. Se volvió dramática e irracionalmente mal
humorada, no tenía energía y permanecía en cama dos semanas al mes. Desarrolló
desprecio y abominación hacia sus padres. En las peores dos semanas del mes trató varias
veces de matarlos prendiendo fuego a la casa.
Con la ayuda de la acción policíaca, sus padres la llevaron con la Doctora Katharina
Dalton, una sobresaliente experta británica en TPM.
A Moira se le recetó progesterona, la hormona femenina normalmente presente en la
segunda mitad del ciclo menstrual.
Ahora todos los síntomas han desaparecido, pero sólo se mantienen así gracias a
inyecciones regulares de progesterona.

La existencia de diferencias bioquímicamente inducidas entre el comportamiento del


hombre y de la mujer no necesita argumentarse más. Pero es muy extraño que, habiendo
sido aceptadas estas diferencias en el contexto del ciclo menstrual, sean tan pocos los que
han pensado en cuestionar más allá; ¿habrá otras diferencias entre hombres y mujeres con
explicaciones y determinaciones biológicas?

Las diferencias más obvias entre muchachos y muchachas es la agresividad masculina; y


ésta es mucho más determinada de manera biológica que social. Mientras que las chicas
comienzan a verse atrapadas con los efectos que tienen en su comportamiento los altibajos
de sus hormonas femeninas, los chicos, a su modo, comienzan a experimentar cambios de
humor que son directamente inducidos por sus propios sistemas endócrinos.

Desde los hombres hasta los ratones, con poquísimas excepciones, el macho de las especies
es el más agresivo.

La agresividad humana es esencialmente un problema del hombre, no de la mujer. Es el


hombre quien declara las guerras, se enfrasca en amargas competencias, pelea
individualmente con otros y mantiene venganzas y rencores que duran por años e incluso
siglos...

Ahora los científicos saben porqué. Y, una vez más, han seguido las pistas dejadas por los
experimentos con animales y los accidentes de la naturaleza en los humanos.

Primero, indujeron comportamiento antisocial en un ratón, lo cual es mucho más difícil de


lo que un lego puede pensar. Un truco es mantener al ratón solo por un tiempo, y entonces
introducir a un extraño en su jaula. El ratón macho adulto recibe hostilmente al recién
llegado, lo ataca. Pero su comportamiento puede ser controlado. Si el macho es castrado es
mucho más plácido. Pero si al animal neutralizado entonces se le inyectan hormonas
masculinas de reemplazo, retornará a sus viejos hábitos agresivos.

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No es sólo cuestión de hormonas: para producir agresividad, las hormonas tienen que tener
un cerebro con un desarrollo masculino sobre el cual actuar. Si, por ejemplo, el ratón
macho es castrado antes de que las hormonas hayan terminado su trabajo configurando el
cerebro de acuerdo al patrón masculino, ninguna cantidad de hormonas extra producirá la
agresividad sintética. El cerebro no ha sido expuesto a las hormonas masculinas durante su
fase de desarrollo, así que no ha sido organizado para responder al estímulo hormonal que
produce el comportamiento agresivo.

De la misma manera, si una hembra de ratón es dosificada con hormonas masculinas en una
etapa muy temprana de su vida, mientras su cerebro aún se está desarrollando, ésta se
volverá tan ruda y agresiva como los machos.

Como hemos visto, es muy fácil jugar con los cerebros de los roedores, ya que ellos no
adquieren sus patrones distintivos masculinos o femeninos sino hasta un tiempo después de
haber nacido. Pero con los monos rhesus, cono en los humanos, el cerebro es “cableado”
dentro de un patrón masculino o femenino antes del nacimiento. Pero podemos afectar la
agresividad de la hembra no nata de mono rhesus inyectando a sus madres con hormonas
masculinas mientras sus crías se están desarrollando en el útero, al tiempo que sus cerebros
están tomando la estructura masculina o femenina. Modificar el comportamiento de estas
hembras de mono rhesus implica dos diferentes etapas. Primero, dosificarlas de hormonas
masculinas durante su estancia en el útero para darles una configuración cerebral
masculina, y después, una vez que han venido al mundo, añadir dosis de hormonas
masculinas para detonar en el cerebro la actividad de la agresión.

La manifestación del comportamiento masculino en mujeres que en lo demás son


totalmente femeninas es un tema mucho más debatido. Hay, sin embargo, hallazgos
clínicos que apuntan a una posible explicación. En la mayoría de los casos se trata de
mujeres que fueron expuestas a niveles anormales de hormonas masculinas en el vientre
materno durante el periodo crítico del desarrollo cerebral.

Boudicca no era la encarnación de la ternura femenina. ¿Podría ser que ella haya sido
dosificada en su desarrollo uterino con hormonas masculinas? En las antiguas crónicas
romanas, por ejemplo, ella deslizaba los pezones de sus prisioneras hasta el interior de sus
propias bocas, y les cosía los labios uno contra otro y esperaba a que ellas murieran.
Tampoco Juana de Arco o Florence Nightingale fueron personas enteramente pasivas.

El Caso de Erika

La madre de Erika había tenido dos abortos espontáneos, y había sido prescrita con un
tratamiento de progestinas sintéticas, la cual es similar es sus efectos a las hormonas
masculinas. Cuando Erika nació, anatómicamente era, de alguna manera, algo varonil, pero
no en un alto grado. La mayor diferencia entre ella y sus hermanas que nacieron antes que
ella, era que en sus juegos era excesivamente impetuosa. Le gustaban los juegos rudos, los
juegos de persecución, y actividades que incluyeran escaladas o transgresiones del orden.
Ella se vestía con ropas de niño y prefería la compañía de éstos. La única vez que tomó su

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muñeca para jugar, fue para arrojarla en la bañera “para ver si flotaba”. Sus maestros de
escuela se quejaban de su rudeza, ya que con frecuencia ella iniciaba peleas, y es sabido
que se enojaba de manera frecuente y violenta. Ella era más confiada de sí misma,
independiente, dominante y ambiciosa.

Otro caso estudiado muestra que el síndrome también funciona a la inversa, en este caso, la
intervención de hormonas femeninas en el momento crucial del desarrollo del cerebro ha
dejado una permanente, pero gentil impronta.

El Caso de Colin

Colin es un niño tranquilo. Es estudioso, tímido y trata de evitar los juegos. No hay nada
particularmente afeminado en él, y tiene una complexión ruda y sólida. Sus compañeros de
clase no lo molestan; de hecho más bien lo ignoran. No tiene ningún interés en los deportes
de contacto. Si en el patio de recreo hay un juego en el que todos puedan participar, Colin
simplemente se aleja de él.

Su madre, quien le dice que él “debe salir adelante por sí mismo” dice que en 16 años él se
ha visto envuelto únicamente en una sola pelea.

La madre de Colin, durante el embarazo de él, fue dosificada con hormonas femeninas
sintéticas, un tratamiento comúnmente prescrito para las mujeres diabéticas durante los
últimos veinte años.

Las hormonas femeninas extra, tienen el efecto de neutralizar la actividad de las hormonas
masculinas. Esto probablemente ocurrió durante el momento en que el cerebro de Colin
estaba en la encrucijada de su desarrollo sexual en el útero.

June Reinisch, Directora del Instituto Kinsey en los EE.UU.AA., otra de las pioneras en el
campo de la investigación de la diferencia sexual, ha estudiado los patrones de
comportamiento en niños expuestos a dosis adicionales de hormonas masculinas y
femeninas. Los niños “bañados” en hormonas masculinas adicionales durante su vida fetal,
al nacer registran el doble de agresividad que los niños que no sufrieron tal exposición; y en
las niñas expuestas a la hormona se registra un 50% más agresividad que en las niñas no
expuestas.

No es sólo el grado de agresividad lo que se ve influenciado por la exposición prenatal a


hormonas. Otro estudio de Reinisch añade una dimensión comportamental extra, un rango
de características relacionadas con la independencia y la autoafirmación. Las madres de
niñas que han sido bañadas en hormonas masculinas mientras estaban en el útero, “reportan
que en sus hijas hay altos niveles de autoafirmación, independencia y confianza en sí
mismas y baja frecuencia en la dependencia y en la petición de socorro”.
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Se ha visto que tanto los niños como las niñas de madres que han tomado dosis adicionales
de hormonas masculinas durante el embarazo, son más autosuficientes, seguros de sí
mismos, independientes e individualistas en los cuestionarios estandarizados sobre
personalidad. Aquellos cuyas madres han tomado hormonas femeninas prefieren las
actividades grupales y son más dependientes de otros.

Las más plácidas de todas son aquellas niñas que nunca experimentaron los efectos de
ningún grado de hormonas masculinas; las niñas con Síndrome de Turner, las cuales
nacieron con sólo la mitad del par de los cromosomas sexuales. A falta de gónadas que
producen las tanto hormonas masculinas como las femeninas, ellas nunca se ven expuestas
a la hormona masculina en su desarrollo uterino. Son marcadamente más apacibles que
otras niñas, y sus comportamientos son exageradamente tímidos y retraídos; ninguna de
ellas o de sus madres las describe como niñas que iniciarían peleas, y son más dadas a huir
que a atacar para defenderse a sí mismas.

La evidencia muestra incontrovertiblemente que los patrones cerebrales masculinos están


dispuestos para la agresión potencial; que la acción de las hormonas masculinas sobre el
cerebro para predisponer su tejido neural, es la ruta de la agresión. En la dirección opuesta,
las hormonas juegan un papel importante en hacer a la mujer el sexo menos agresivo. Los
estrógenos, por ejemplo, tienen un efecto neutralizador sobre la hormona de la agresión, la
testosterona. Bastantes estudios clínicos muestran cómo la hormona femenina puede
rescatar hombres violentos de comportamientos extremadamente agresivos. Ésta ha sido
usada para controlar el comportamiento de hombres que son agresores sexuales.

Los científicos aún no han sido capaces de identificar las redes neuronales precisas que en
el cerebro son responsables de los grados de agresión y asertividad. Los investigadores
científicos están seguros de que t5ales diferencias existen, en la misma manera en que ha
sido mostrado que la exposición a las hormonas en el útero altera la estructura cerebral y el
comportamiento de otras maneras.

Incremento de hormonas                                                         Decremento de hormonas

masculinas                                                                                                      femeninas

AGRESIÓN

COMPETICIÓN

AUTOAFIRMACIÓN

AUTOCONFIANZA

AUTONOMÍA

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       El nivel de hormona masculina, testosterona, aumenta durante la pubertad, así que es
entonces cuando la totalidad de las fuerzas de la agresividad entran en juego. No es
coincidencia que el grupo de edad con el índice de criminalidad más alto sea entre los 13 y
los 17 años, ya que la hormona masculina tiene un efecto en la agresividad aún mayor que
la influencia que tiene en las formas más obvias de la sexualidad.

 La mayoría de los criminales que han cometido delitos violentos durante la adolescencia
tienen altos niveles de testosterona; de la misma manera en que la mujer irracional y
excesivamente emocional tiene altas secreciones de hormonas femeninas. Un estudio reveló
una “altamente significativa relación entre el índice de producción de testosterona y los
índices de hostilidad y agresión en los hombres jóvenes normales”, sería entonces valioso
considerar qué tanto tiene que ver la turbulencia de la adolescencia masculina con los
inusuales niveles que alcanzan la violencia y la sexualidad. La ley ha comenzado a
reconocer la TPM como una fuente de problemas en las mujeres. Tal vez algún día los
hombres logren avances mitigando los efectos de la VMT (violencia masculina por
testosterona). Esto no sería denigrar el problema que padecen las mujeres contención
premenstrual severa, sino que señalaría que algunos hombres padecen de una reacción
severa muy similar a consecuencia de su biología.

Lo que es crucial, como hemos visto, es el efecto de las hormonas en una estructura
cerebral que ha sido precableada para reaccionar con éstas. Una mujer normal, por ejemplo,
no se volverá tan agresiva como un hombre si se le inyectan dosis de testosterona, debido a
que el cerebro de ella no ha sido “programado” para reaccionar a esa química, de manera
que no responderá con fuerza a ella. Pero puede hacerse que los hombres no agresivos
aumenten su agresividad con inyecciones de testosterona, ya que ellos tienen cerebros que
son sensitivos a la hormona. A un hombre adulto castrado por delitos sexuales en Norway
se le pudieron reactivar mucha de sus actitudes masculinas mediante inyecciones de
testosterona, el exasperado investigador reportaba que el individuo había vuelto a “todas
sus antiguas tendencias antisociales, atacando a niños pequeños, iniciando peleas,
rompiendo ventanas y destruyendo muebles”.

Con los hombres, el impacto de las hormonas en su receptivo cerebro no sólo produce
agresión, actitudes de dominio y autoafirmación, sino que también tiende a detonar la
posterior liberación de más testosterona, reforzando así las tendencias agresivas iniciales.
Entre los deportistas los niveles de testosterona son mayores hacia el final de una
competencia, o de una temporada que a su inicio. La competencia incrementa los niveles de
testosterona. La rivalidad alimenta la agresividad.

La capacidad de agresividad es impresa muy tempranamente, antes del incremento en el


nivel de hormonas en la pubertad. Los psicólogos desde hace mucho han notado que los
relatos de las fantasías infantiles son muy diferentes en los niños y en las niñas, en los
relatos de éstas últimas todos terminan viviendo por siempre felices; mientras que un niño
llegó a la conclusión de su historia con las palabras: “así que pusieron a la momia en un
perol sobre las llamas y la frieron hasta que quedo completamente quemada”.

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En otra prueba los niños eran recompensados si lograban convencer a sus compañeros de
comerse un bocadillo de sabor asqueroso. Tanto los niños como las niñas aceptaron el reto,
pero mientras que las niñas tendían a hacer una apología respecto del encargo (es su
impresión no mía) evitando las mentiras directas y adulando a sus víctimas ofreciéndose a
compartir con ellos el bocadillo. Los niños fueron más duros, mintiendo, amenazando y
retando a sus víctimas con tal de lograr su cometido. Uno de los comentaristas de la prueba
dijo que las niñas se habían comportado como vendedores de seguros, mientras que los
niños parecían negociantes de autos usados.

En la medida en que van creciendo, los niños exhiben un juego cada vez más rudo y
extenuante. A veces se encuentra una faceta cruel de esta agresividad; se ha encontrado que
los niños son más hostiles con los débiles o inhabilitados, y que su respuesta al escuchar
llantos de dolor es de incomodidad o molestia hacia la víctima. Las niñas tienden a sentir
más pena por las personas que sufren.

Ha sido registrado que mientras miran televisión, a los niños se les ilumina más el rostro
con las escenas de violencia. Ellos recuerdan mucho mejor los episodios violentos de una
película de lo que lo hacen las niñas. Niños y niñas disfrutan de diferente clase de libros. El
intento de producir libros infantiles sexualmente neutros parece no tener ningún efecto en
su comportamiento.

 De acuerdo con un estudio británico sobre la juventud, pelear es parte y porción de la vida
adolescente masculina. Las niñas tienden a estar al tanto de las situaciones que suponen un
posible conflicto, como los encuentros de pandillas, pero los evitan. Los niños, por su parte,
tienden a buscar riesgos y retos para forzar a sus músculos adolescentes obedeciendo así los
dictados de sus hormonas adolescentes. Un estudio de las respuestas a una situación
hipotética de conflicto mostró que el 69% de los varones elegían la opción de la agresión,
física o verbal, mientras que exactamente el mismo porcentaje de las mujeres optó por huir
de la situación de conflicto, o cambiarla por otra situación no agresiva.

Ha sido encontrado que mientras se conduce un auto, los hombres sonaran el claxon más
frecuentemente ante cualquier tardanza muestre el auto delante de ellos al cambiar el
semáforo a verde. En los extremos del comportamiento, los hombres son cinco veces más
proclives que las mujeres para cometer homicidio, y son veinte veces más proclives a
cometer un robo.

Ambos sexos solamente tienen niveles equiparables de agresividad en el terreno de la


agresión verbal; lo que tal vez es un reflejo de la compensación femenina de su facilidad de
palabra. En un estudio, a una muestra de estudiantes se le preguntó que cómo reaccionarían
si en la calle alguien se acercara a ellos y los golpeara. La prueba ofrecía cierta variedad de
respuestas, verbales y físicas. Quienes optaron por las opciones verbales estaban
igualmente divididos entre hombres y mujeres. Pero aquellos que optaron por una respuesta
de agresión física, tenían una muy clara mayoría masculina. Las mujeres pusieron la opción
física como la más baja, después de la agresión verbal, la respuesta de cambio no agresivo
(como, por ejemplo, reportar a su agresor a otro de mayor autoridad) y simplemente
alejarse de la situación.

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Parte de la explicación de la agresividad masculina puede encontrarse en la evolución,
donde ésta era una reacción necesaria para salvaguardar los recursos vitales, arreglar las
disputas en la tribu u defender el territorio.

Otra explicación, menos completa desde nuestro punto de vista, es por supuesto el
argumento del condicionamiento cultural: esperamos que los muchachos y los hombres se
porten así, de manera que así lo hacen. En realidad nosotros no parecemos adecuarnos a tal
comportamiento. Los muchachos son castigados con mucha más frecuencia que las niñas.
Sus padres dicen tanto a sus hijos como a sus hijas que eviten el robo, la embriaguez, las
drogas, la promiscuidad o las peleas; aunque es bien conocido que se suele ser más
indulgente con estas actividades en el caso de los hombres. Como el psicólogo
norteamericano Walter Gove, comenta con agudeza:

Los sociólogos no tienen ninguna buena explicación de porqué las perversiones son un
fenómeno primordialmente masculino.

 Las diferencias entre la manera en que los hombres y las mujeres ven el mundo y
reaccionan ante él van más allá de la simple agresividad. La actitud de dominio,
autoafirmación, y la conducta de la ambición sostenida pertenecen a la misma familia de
comportamientos y poseen las mismas raíces biológicas. Tal como en el reino animal el
perro líder alcanza el dominio mediante una determinación agresiva.

En lo que se refiere al dominio, en los primates superiores:

Se muestra una clara y positiva correlación entre los niveles de testosterona en el


plasma, los niveles de jerarquía social y el grado de agresividad... se puede dudar
muy poco de que un espontáneo nivel alto de secreción de testosterona sea el factor
decisivo para el logro de un alto rango jerárquico.

Los científicos pueden causar estragos en el orden social y crear un golpe de estado político
entre los monos dando un impulso a los animales de orden jerárquico inferior inyectándolos
con testosterona.

Estos descubrimientos parecen aplicarse a los jóvenes machos humanos. Los muchachos
que maduran más pronto (y que por tanto tienen mayores concentraciones de hormonas
masculinas) gozan de mayor prestigio en el liderazgo grupal. Un estudio de conflictos
mostró que los adolescentes “forman jerarquías estables de dominio basadas en la agresión
física y verbal”. No es necesario buscar más allá de los rudos campos de fútbol. Los más
jóvenes y débiles fanáticos (todos en la tribu asisten manifestando sin decir, somos machos)
son cargados con las tareas más bajas y serviles en un evidente abuso. Mientras que los
mayores y más fuertes, con testosterona corriendo más libremente bajos sus pieles, son los
líderes “naturales”, se hacen los primeros al ser los primeros con los puños.

En la Universidad de Chicago las “jerarquías de dominio” masculinas y femeninas fueron


minuciosamente examinadas en el contexto de un campamento de verano para
adolescentes. Entre los chicos, las peleas, riñas y trifulcas se abrieron paso en los primeros
días, antes de que un claro corte de jerarquía tuviera oportunidad de establecerse por sí

69
mismo. Entonces, los jóvenes con una madurez más precoz asumieron sus posiciones en la
cumbre del grupo. Entre esa élite el rango relativo era decidido por factores tales como sus
comparativas habilidades o proezas deportivas. Conforme el tiempo transcurrió, y la
estructura de poder se volvió más notoria, fue habiendo menos necesidad de cualquier
demostración, física o verbal, de dominación. Los muchachos sabían cuál era su lugar. La
amistad floreció principalmente entre muchachos con el mismo rango extraoficial. Los
jóvenes estudiosos, platicadores o socialmente hábiles sólo disfrutaron de posiciones de
dominio si además también eran fuertes, maduros y atléticos.

Con las chicas la cosa fue otra historia completamente diferente. El suyo fue un régimen
mucho más fluido y liberal. Muy pocas jóvenes mostraron algún desplante evidente de
dominación ya fuera físico o verbal. Había una poco evidente “líder del grupo”; alguna
chica que podía ser respetada como la mejor en organización práctica, mientras que otra
podía ser reconocida como la suprema consejera emocional del grupo. (Los muchachos no
tienen nada de esas tonterías acerca de consejeros emocionales.) Ambos roles alcanzaban
igual grado de respeto, ya que era aceptado que el bienestar social era tan importante como
planear el orden del día de las tareas del campamento. El grupo de las muchachas era una
coalición informal de relaciones individuales. No había nada de la masculina conciencia de
resistencia hacia los otros con fines de dominio, o de la noción de en dónde se encaja dentro
de la jerarquía del grupo.

Tome esa lección y llévela dentro de la oficina o de la junta directiva –tal como lo haremos
más delante– y las implicaciones son importantes.

Las muchachas en el campamento no parecían interesarse tanto en aquello que era lo más
importante para los muchachos: Una superioridad dominante. Y cuando ambos sexos
entraron en contacto, las jóvenes normalmente dejaban a los muchachos competir por su
posición relativa dentro de la jerarquía.

Otro estudio tuvo grupos de pares de amigos compitiendo el uno contra el otro en una
simple tarea verbal; desenredar anagramas. A cada sujeto se le decía –de manera más que
falsa, al parecer los investigadores disfrutan de tal metodología– que su compañero o
compañera se encontraba en la otra habitación. Una vez que el concurso había comenzado,
un mensaje falso les era entregado, en el cual su compañero les pedía que fueran más
despacio para poder así ser quien ganara. La mayoría de los hombres rehusaron la petición.
Muchas de las mujeres la cumplieron.

La búsqueda del poder es abrumadora y universalmente un asunto masculino. El Dr.


Stephen Goldberg, experto americano, en su libro “Inevitabilidad del Patriarcado”,
Compara al poder y al macho con el hierro y el imán. El hierro no tiene una “necesidad”
inherente de responder al imán, pero la tendencia a responder al imán es inherente a su
conformación física. De la misma manera, debido a nuestra biología, el hombre promedio
tiene disposición a mostrar un comportamiento más agresivo que la mujer promedio.

Hay más acerca de la dominancia masculina, la asertividad y la agresividad que se ejercitan


como un músculo del poder. Para alcanzar la meta de sus ambiciones, los machos, si se
negaron a usar el recurso de la fuerza bruta, usarán otros medios. Si la elección a un cargo
70
público supone besar bebés, los hombres besarán a los bebés con mayor presteza y celo y
con una menor sensación de turbación personal que una mujer. Para escalar en la jerarquía
el hombre está mucho más preparado que la mujer para sacrificar su propio tiempo, placer,
tranquilidad, salud, seguridad o sentimientos.

Aquellos a los que no ha logrado convencer la evidencia biológica puede que aún recurran
a la mención de la influencia del condicionamiento para explicar la comparativa pasividad
de la mujer. Los hombres son dominantes, diría tal argumento, porque la mujer está menos
dispuesta a “triunfar” o a “dominar”, debido al rol sexual con el que se encuentran
asociadas: dar a luz a los niños por sí mismo lleva a un mayor énfasis hacia las virtudes
defensivas, armonizadoras y nutricias. Sin embargo, en un estudio clave de los académicos,
se ha encontrado que incluso aquellas mujeres que no se tienen ataduras domésticas tienden
a jugar el juego del “triunfo” de una manera menos dinámica y comprometida que los
hombres. En el mundo académico el éxito es medido por la cantidad de las publicaciones
que se han hecho; las mujeres académicas publican mucho menos. Cuando este crudo
hallazgo fue analizado, se encontró que tales mujeres atribuyen mayor importancia a
factores que cuentan menos en el escalafón académico; por ejemplo, el bienestar de los
estudiantes, el fomento del estudio y el servicio hacia el colegio.

Simone de Beauvoir puso un elegante matiz en la diferenciación egoísmo / altruismo entre


los sexos cuando escribió que la mujer, como el sexo sustentador de los niños, “con la
especie royendo de su vitalidad”, tiene que vivir para toda la humanidad, mientras que los
hombres simplemente tienen que vivir para sí mismos. Es interesante que, este deseo
masculino por el dominio decae con la edad, como de hecho lo hacen la mayoría de las
manifestaciones de diferencia de género; ¿Con cuánta frecuencia hemos escuchado que a
los hombres se les “endulza” el carácter con la edad? Debería de ser porque se vuelven
mejores personas, pero la verdad es que se han vuelto hombres menos masculinos. Es un
proceso gradual, causado por un lento declive en el nivel de hormonas masculinas que
inicia aproximadamente a los 50 años de edad, el cual los hace menos agresivos y asertivos.

La mujer, por su parte, experimenta un rápido y repentino declive en sus niveles de


hormonas alrededor de los 45–50 años de edad, cuando el ciclo menstrual termina. La
mayoría de las mujeres sufre de cierta incomodidad, pero usualmente es pasajera. Ellas
experimentan cambios de ánimo, se vuelven ansiosas e irritables, y sufren de dolores de
cabeza, bochornos, palpitaciones y mareos. Las hormonas femeninas protegen a la mujer de
los golpes, y su vulnerabilidad se incrementa en la menopausia. Los huesos se vuelven más
débiles y la piel pierde elasticidad. Muchas mujeres, durante la menopausia, han recurrido a
hormonas sintéticas para remplazar su desvanecimiento natural y contrarrestar así lo
ocurrido con la edad. La textura de la piel y las articulaciones mantienen su flexibilidad. El
peligro de los golpes no aumenta. Pero la Terapia de Reemplazo Hormonal (TRH) es aún
controversial, y se ve asociada con la sospecha de una mayor vulnerabilidad al cáncer
cervical.

71
Un efecto comportamental interesante de la menopausia es que la mujer deja de producir
las hormonas femeninas que contrarrestaban la pequeña cantidad de hormonas masculinas
que producen sus glándulas suprarrenales. En consecuencia, si pueden volver más agresivas
y asertivas, del mismo modo en que comienzan a producir más bello facial.

En la vejez, los hombres y las mujeres crecientemente se asemejan el uno al otro en su


comportamiento en la medida en que la influencia de las hormonas va desapareciendo.

Irritabilidad y placidez, agresividad y apacibilidad, sociabilidad e individualidad,


dominancia y complacencia, obediencia y asertividad, tomados juntos pueden prefigurarnos
una buena cantidad de lo que llamamos personalidad. Y en cada uno de estos aspectos de la
personalidad, marcadas y cuantificables diferencias han sido observadas entre muchachos y
muchachas, hombres y mujeres, las cuales sabemos que tienen refuerzo en la escritura del
cerebro.

Los hombres y las mujeres son diferentes; la sociedad en que crecemos por supuesto que
nos afecta, pero esencialmente en el reforzamiento de nuestras diferencias naturales. Por la
intercesión de la química, estas diferencias están impresas dentro de nosotros. Para la
mayoría de nosotros no son absolutas; diferentes dosis empujan nuestras mentes masculinas
hacia ciertos aspectos femeninos, nuestras mentes femeninas en cierto grado de
masculinidad. En todos nosotros, el cerebro ha sido ajustado en una manera específica que
afecta al comportamiento incluso mucho después de la influencia de los valores sociales, o
de cuando las hormonas de la adolescencia entran en acción.

72
 CAPÍTULO SEIS
La brecha entre habilidades
 

usto como la pubertad dramáticamente diferencia a los muchachos de las muchachas

J en sus comportamientos y actitudes sociales, las hormonas juegan su parte en la labor


de acentuar las diferencias en las aptitudes y habilidades mentales. Sabemos que la
disposición y el funcionamiento de nuestros cerebros son ampliamente dictados por la
química. Entonces no debe sorprendernos encontrar que las diferencias en el órgano
del pensamiento afecten las cosas en las que elegimos pensar, y qué tan bien podemos
aplicar nuestras mentes a eso.

Un prestigiado psicólogo danés cree que las hormonas sexuales, actuando en el cerebro
y en el resto del sistema nervioso central, se hacen cargo de “llevar a término la
responsabilidad bioquímica de producir las diferencias relativas a género en intereses,
estilos cognitivos, diferencias en los roles de género... todas estas cosas dependerán de qué
tantas hormonas se presentan o no en el lugar indicado en el momento indicado y en la
cantidad indicada”.

Ya sabemos lo importantes que son las hormonas en la organización del cerebro al estar
presentes en el momento y lugar correctos y en la cantidad correcta. Con la pubertad, las
hormonas sexuales completan su tarea. No sólo hacen a los sexos actuar diferente, como ya
hemos visto, en términos de agresión o emotividad; también hacen que los sexos sean
mejores o peores para diferentes tareas, para cada sexo hay diferentes fortalezas y
estrategias cerebrales.

Idealmente, cualquiera tendría la oportunidad de hacer lo que él o ella quisiera, y la


oportunidad de hacerlo lo mejor posible. Mucha gente piensa que justamente vivimos en
ese mundo ideal, y que cualquiera de los sexos puede lograr cualquier cosa. Ellos insisten
en que nacimos sin ser iguales, pero con idéntico potencial. Pero también sabemos que, aún
dando igualdad de oportunidades algunos fallarán y otros triunfarán. Las inequidades
sexuales persistirán, sin importar qué tanto deseemos que desaparezcan. Responsabilizamos
por este logro desigual a la biología básica. Los cerebros de cada sexo son, en su totalidad,
más adecuados para diferentes tareas.

Como hemos visto, los muchachos no son particularmente buenos en sus inicios
escolares. Llegada la pubertad, sin embargo, los chicos avanzan dramáticamente. Alcanzan
a las chicas en sus puntajes en lectura y escritura y las superan en habilidad matemática.

Los puntajes masculinos de IQ se disparan entre las edades de 14 y 16 años, mientras


que el de las chicas tiende a nivelarse e incluso a descender.

73
La más dramática diferencia es en los años pre–adolescentes que ya hemos señalado, en
las aptitudes científicas y matemáticas. Hay una mayor exigencia académica de estas
“habilidades visuo–espaciales”. Como sabemos, el área en el cerebro masculino que se
encarga de esto está más estrecha y exclusivamente organizada que en las mujeres.

Mientras que las niñas aprenden a contar antes que los niños –aprenden a hacer casi todo
a una edad más temprana que los niños– los niños pronto mostraran superioridad en el
razonamiento aritmético. La ventaja femenina inicial en matemáticas comienza a
desaparecer en la medida en que la naturaleza de las matemáticas cambia el cómputo por la
teoría.

Una búsqueda de talento en niños con dotes superiores ha sido llevada a cabo desde
1972 por la Universidad Johns Hopkins en Maryland. Participaron cientos de niños, entre
las edades de once y trece años, con los puntajes en el 3% más alto de las pruebas de IQ
tanto en habilidades verbales como matemáticas.

En la parte matemática de la prueba, los muchachos lo hacen significativamente mejor, y


el rango de triunfo de los chicos sobre las chicas incrementa con el nivel de dificultad. En
un puntaje superior a 420 de un total posible de 800, los varones vencieron a las mujeres a
razón de 1.5 a 1. En puntajes superiores a 500 la relación es más de 2 a 1. En los superiores
a 600 es mayor de 4 a 1. Y en el nivel más alto, con puntajes superiores a 700, la relación es
de 13 a 1. la diferencia sexual se vuelve aún más pronunciada con la edad. La hormona
masculina mejora las habilidades visuo–espaciales y la hormona femenina las deteriora; de
manera que la diferencia en matemáticas avanzadas es aún mayor cuando los jóvenes
varones alcanzan la madurez, lo cual sucede un par de años más tarde que con las mujeres.

Los principales investigadores involucrados, Camilla Benbow y Julian Stanley, admiten


que cualquier hipótesis que envuelva diferencias biológicas entre hombres y mujeres será
“impopular y controversial”. Acorde a esto ellos decidieron descartar cualquier factor social
o ambiental alternativo.

Investigaron la propuesta de que los muchachos se desenvolvían mejor en razonamientos


y las muchachas mejor en el simple cómputo, debido a que las escuelas adaptaron las
expectativas de matemáticas de manera diferente para ellos y ellas; pero encontraron que la
diferencia de habilidades entre los sexos aparece incluso antes de que los sexos hayan sido
canalizados a diferentes disciplinas. Vieron una posible explicación que habitualmente la
mayoría de los maestros de matemáticas son varones, y el lenguaje y la actitud en la
enseñanza de las matemáticas sería correspondientemente masculina. Las chicas
concluirían que las matemáticas no eran “lo suyo”; pero por definición esto no podría ser
verdad para las mujeres con mayores logros en tal área, que han hecho una elección
consciente y deliberada por la disciplina matemática (en la cual, abrumadoramente, los
varones tienen un desempeño superior).

Claramente, los prejuicios de la sociedad pueden reforzar las ventajas y desventajas


naturales; pero encontramos difícil de creer que los padres de esas hijas con dotes
matemáticas las hayan condicionado para aceptar su inferioridad sexual. Es más difícil que
nunca negar que el cerebro masculino, con su hemisferio derecho modulado y más
74
específicamente dedicado a los procesos comprensivos espaciales –o en este caso, al
razonamiento matemático superior– explota esa fortaleza natural.

Intrigantemente, muchos de estos niños dotados no han sido instruidos en ninguna


álgebra formal, sino que resuelven los problemas mediante medios algebraicos intuitivos;
con las matemáticas, por así decirlo, de la imaginación. La mayoría de los varones parecen
aproximarse a las matemáticas de una manera que no se encuentra en la mayoría de las
niñas: son capaces de ver y pensar en conceptos y patrones, encontrando relaciones
abstractas entre diferentes áreas de estudio, y vinculándolas. Las niñas tienden a tratar cada
área de trabajo como una entidad diferente, dominándola y luego pasando a la siguiente.
Hay una diferencia mucho menor en la habilidad cuando se trata de disciplinas
autocontenidas, y la solución específica de problemas como los que involucra el álgebra y
los elementos computacionales de las matemáticas.

Los varones encuentran más fácil concentrarse en una idea abstracta o en un teorema,
disociándolo del resto de la información distractiva, del mismo modo en que les es más
fácil encontrar una figura geométrica oculta en un patrón más grande; tales descubrimientos
son reforzados por los estudios de investigación en América, Inglaterra, Holanda, Francia,
Italia y Hong Kong.

Las investigaciones con seres humanos sugieren que las jóvenes con los niveles más
altos de estrógenos parecen estar en desventaja intelectual, mientras que las mujeres con
niveles altos de hormonas masculinas tienden a desempeñarse mejor que el promedio de las
mujeres en todas las disciplinas académicas. Las niñas más varoniles de desempeñan
particularmente bien en el terreno de las habilidades espaciales, el área tradicional de
ventaja masculina. Y hay un sustento cada vez mayor para creer que las niñas con rasgos de
carácter masculino, como agresión, independencia, autoconfianza y asertividad tienden a
alcanzar mayores éxitos académicos que la norma para su sexo. Estas duras y masculina
eruditas puede ser que deban parte de su éxito a la influencia de las hormonas masculinas
allá, meses antes de que nacieran.

Las mujeres adolescentes cuyas madres tomaron hormonas masculinas durante el


embarazo tienen los mayores IQ, y son más proclives a aprobar los exámenes de admisión a
las universidades. También se ven desproporcionadamente interesadas, para su sexo, en
temas científicos. De 79 niñas por encima del promedio de las calificaciones escolares, las
niñas que fueron expuestas a hormonas de tipo masculino mostraron una consistente
ventaja estadística sobre el resto.

Tales anormalidades hormonales pueden ocurrir, como hemos visto en el capítulo dos,
ya sea porque la madre se sometió una terapia de inyección de hormonas artificiales
masculinas o por una disfunción renal en el desarrollo de la niña en el útero.

75
El Caso de Catherine

Catherine fue siempre una niña vivaracha; algunas veces, de hecho, lo era
demasiado, tanto en la escuela como en casa. Al contrario que a su hermana,
a ella gustaba de actividades vigorosas al aire libre, y a menudo volvía a casa
con sus pantalones rasgados tras una mañana de trepar árboles y matorrales.
En la escuela sus notas en general estaban dentro del promedio, pero sus
profesores estaban convencidos de que se desempeñaría mejor si no fuera tan
hiperactiva y competitiva. De cualquier manera, ella era sobresaliente en dos
materias: carpintería y matemáticas.

Catherine tenía la enfermedad renal llamada hiperplasia adrenal congénita, conocida


como CAH por sus siglas en inglés, la cual significaba que su cuerpo producía
demasiadas hormonas masculinas.

Estudios anteriores de pacientes con CAH hechos en los años setentas no revelaron
diferencias significativas en las habilidades espaciales de las niñas con la afección, pero
recientemente se han efectuado tales estudios en pacientes pre–adolescentes con CAH.
Como sabemos, las mayores diferencias entre los sexos sólo aparecen una vez en que las
hormonas de la pubertad han “activado” las diferencias sexuales del cerebro. Un nuevo
estudio realizado en 1986 concentrado en adolescentes hizo una cuidadosa comparación
de las habilidades de las chicas afectadas por las dosis de hormonas masculinas
provenientes del desorden renal contra grupos de control de hermanos, hermanas o
primos no afectados.

Todos los participantes fueron probados en sus habilidades espaciales. Las chicas que
habían recibido las hormonas masculinas obtuvieron resultados significativamente más
altos que las chicas normales en pruebas que medían su habilidad para descubrir
patrones ocultos, o rotar mentalmente un objeto describiendo cómo se vería desde
diferentes ángulos. Mientras mayor haya sido la concentración y más temprana la
temprana dosificación de hormonas masculinas a la que fue expuesto el feto femenino,
mayor será la mejoría en las habilidades espaciales en la edad adulta. Mientras más sea
expuesto el cerebro a las hormonas masculinas más tomará la estructura masculina y
más mejorará en las habilidades espaciales.

Así que ¿qué pasa en aquellas mujeres que no recibieron absolutamente nada de
hormonas masculinas?

Ya hemos observado antes que con el síndrome de Turner las niñas no producen ovarios,
así que no producen ni siquiera la pequeña cantidad de hormonas masculinas que de
ordinario las mujeres producen. Sin nada de la hormona que sabemos que impulsa en la
mente las habilidades matemáticas y espaciales, es de esperarse que las mujeres con
síndrome de Turner tengan puntajes muy bajos en las mediciones de estas habilidades.

76
Y así es. Típicamente, tales chicas fracasan en hacer lar relaciones mentales apropiadas
en cosas tales como identificar la forma de un objeto en su mano, o mirando la fotografía
de un objeto y trabajando sobre cómo se verá ese mismo objeto desde otro ángulo, o
determinando la posición en que ellas estaban a partir de lo que ven. Ellas confunden la
derecha con la izquierda, obtienen bajas puntuaciones en la aritmética mental y en las
pruebas matemático espaciales de las pruebas de IQ.

Cuando son comparadas con sus hermanas gemelas que no fueron afectadas por el
síndrome, las niñas con síndrome de Turner se desempeñan por debajo de sus hermanas
en las pruebas espaciales, mientras que mantiene n el nivel en las pruebas relacionadas
con la inteligencia verbal. Estos hallazgos, una vez más, vinculan la presencia o ausencia
de la hormona masculina con habilidades espaciales específicas.

El Caso de Ginette

Ginette era una chica de 17 años con el síndrome de Turner (ST). Como la
mayoría de las chicas con ST, tenía ambiciones románticas. Ginette quería ser
maestra de preescolar, y por ese entonces estaba haciendo solicitud para ser
ayudante de maternal. Y aunque era un poco tímida e introvertida, se estimaba
que su IQ era perfectamente normal.

A pesar de tener una buena fluidez verbal, se confundió cuando la prueba


involucró dimensiones espaciales junto con las verbales; esto es, podía leer y
escribir perfectamente bien, pero cuando se le pidió que reordenara una oración
desordenada como: “bosque–fue–y–al–cortó–el–leña–de–leñador–algo” ella
experimentó gran dificultad y tropiezos.

En las chicas normales, el cableado de sus cerebros les pone en desventaja en los
problemas que involucran la percepción espacial y la habilidad matemática. Cuando las
hormonas femeninas son liberadas en la adolescencia, éstas interactúan con la
disposición del circuito cerebral y afectan aún más esta área de habilidad. La variación
es relativa a la fase del ciclo menstrual; los rompecabezas y las pruebas de habilidad
espacial les son más fáciles cuando los estrógenos están en sus niveles más bajos, y son
más difíciles cuando están en los más altos. En general, al atravesar por la exposición
hormonal de la adolescencia las habilidades matemáticas decrecen en la mayoría de las
chicas.

Los estudios muestran que los altos niveles de hormonas femeninas en las mujeres
disminuyen las habilidades que son mayores en los hombres. Estos mismos niveles altos,
por otro lado, incrementan y mejoran las habilidades en las que las mujeres son mejores
que los hombres.

77
En un área crucial de diferencias observables en las habilidades entre los sexos las
hormonas guardan la clave. La mayoría de las mujeres tiene una desventaja natural con
cosas que involucren un componente espacial; particularmente para las chicas que no
tienen hormonas masculinas y menos para las que tienen niveles anormalmente altos de
tales hormonas. Debíamos observar si el proceso también funciona a la inversa: en los
chicos expuestos a hormonas femeninas. Así es.

Los chicos con genes XXY –un cromosoma femenino extra– tienen niveles anormales
de hormonas femeninas; ellos también tienen habilidades espaciales por debajo del
promedio masculino y equiparables al promedio femenino.

Y los chicos cuyas madres tomaron hormonas femeninas como parte de su tratamiento
por diabetes también puntúan por debajo del promedio masculino. A la edad de seis años
esta desventaja no es notable. Pero a los dieciséis cuando las hormonas masculinas han
sido liberadas, pero no han conseguido “encender” un cerebro feminizado, la
inferioridad espacial se vuelve notable.

En los machos adultos normales, sus cerebros prenatalmente canalizados para darles
ventaja en habilidades espaciales y matemáticas, el nivel de hormonas masculinas afecta
estas habilidades, justo como el nivel de hormonas femeninas afecta las habilidades de
las mujeres. Niveles demasiado bajos de hormonas deprimen la habilidad espacial
masculina. Los niveles más altos de hormonas masculinas, por otro lado, no producen
los niveles más altos en las pruebas de habilidad; el nivel óptimo de desempeño en las
habilidades matemáticas y espaciales parecen estar en un nivel un poco por debajo de los
niveles más altos de testosterona.

Para la mayoría de nosotros, las habilidades matemáticas y espaciales no son muy


importantes. La mayoría de nosotros no somos matemáticos, físicos, arquitectos o
biólogos moleculares, de manera que parecerá que hemos escrito demasiado acerca de
esta diferencia en particular entre hombres y mujeres. Lo hemos hecho por dos razones:
la primera, para mostrar que hay diferencias experimentalmente demostrables entre el
promedio de los cerebros masculinos y femeninos; y segunda, porque los mundos de las
matemáticas, la visión y el espacio no están confinados a los claustros académicos; sino
que juegan parte importante en nuestra vida cotidiana. Si los hombres están más
interesados en la estructura de las cosas –como de hecho lo están– no están sólo
interesados en los triángulos isósceles; están interesados en los autos nuevos. Si los
hombres están interesados en cosas del espacio geográfico, tal vez sean el sexo más
proclive a preocuparse por la invasión que el jardín del vecino hace en su territorio. Si
los hombres están más interesados en las relaciones de que tienen los conceptos
matemáticos entre sí, y son mejores encontrando tales relaciones, pueden que sean más
adeptos a descubrir otras conexiones intelectuales; la simple cuestión del ingenio.

Mientras que, con las hormonas trabajando en el desarrollo de la pubertad, podría


pensarse que los muchachos estarán ocupados con ello y ejercitando su agresividad a
expensas de su concentración en el salón de clase. Pero la testosterona tiene otro efecto
ventajoso, el cual ahora está clínicamente bien documentado. Éste es la hormona hace
que el cerebro sea menos propenso a la fatiga y más capaz de concentración.
78
Los experimentos han sido efectuados en hombres y mujeres voluntarias a quienes se les
inyectó con testosterona extra y con un placebo. Ambos grupos fueron puestos a efectuar
cierta cantidad de restas. Esta clase de actividad no involucra gran esfuerzo físico o
mental una vez que se aprende a efectuar, pero en ella el rendimiento tiende a caer tras
cierto tiempo debido al aburrimiento, la distracción y la fatiga. Lo mismo sucede con
otras actividades de la misma categoría –conocidas como actividades automatizadas–
incluidas caminar, hablar, mantenerse en equilibrio, vigilar, y escribir. El experimento
mostró que el grupo inyectado con testosterona sufrió un declive significativamente
menor de sus habilidades conforme transcurría el día. Aquellos a quienes no se les había
proporcionado la hormona masculina fueron más propensos a cometer errores y a
experimentar cansancio.

El estudio señala lo amplio del rol de la testosterona; el cual se extiende, por supuesto, a
más cosas en la vida que a hacer sumas y restas. Generalmente “los individuos que de
manera natural sobresalen en... las tareas automatizadas tienen una apariencia más
masculina que los individuos que tienen menos habilidad para tales tareas”. Mayor
cantidad de hormonas masculinas significa mayor habilidad de automatización, y
mientras mayor automatización, al menos en lo referido a este estudio, mayor es el
desempeño alcanzado.

Quienes tienen mayor capacidad de automatización tienen niveles de empleo más altos
y mayor grado de estatus social que aquellos que tienen una débil capacidad de
automatización, comparados por rangos de edad, nivel educativo y nivel general de
inteligencia. Aquellos con mayor capacidad de automatización tienden además a ser
sujetos de más ascensos y promociones que los que tienen menor capacidad de
automatización.

La testosterona le da al hombre una ventaja particular en focalizar y galvanizar un cerebro


que, en su estructura misma, está más focalizado que el cerebro femenino. Recordemos que
el cerebro masculino tiene distinciones más claras en sus funciones, cada función en un
lugar especial; El cerebro masculino ya está cableado y predispuesto para una percepción
con mayor concentración en un aspecto a la vez; se distrae más difícilmente. Añadida la
hormona, con sus cualidades de concentración mental y resistencia a la fatiga y las
diferencias entre el desempeño del cerebro masculino y el femenino se ven acentuadas.

La capacidad femenina para la concentración y la aplicación se tienden a variar con su ciclo


menstrual, los niveles altos de estrógenos aparentemente suprimen estas habilidades
específicas. Ciertamente, en las jóvenes con edades entre 11 y 15 años, cuando la hormona
femenina está en su flujo total, estas aptitudes comienzan a declinar, mientras que en los
jóvenes varones tiende a mejorar.

La biología, entonces, en cada parte tanto como el condicionamiento social, marcha en


contra de una fuerte participación femenina en áreas tradicionalmente desarrolladas como
estrictamente masculinas.

79
Otras pruebas, al tiempo que confirman la desventaja femenina durante los periodos altos
en estrógenos, también han revelado una ventaja correspondiente. Los altos niveles de
hormonas femeninas tienden a mejorar las habilidades de coordinación en la mujer. Casi
desde el inicio las mujeres son superiores en las tareas que requieran rápidos y hábiles
movimientos finos, de la misma manera en que, por supuesto son mejores en todo lo que
requiera fluidez y articulación verbal.

La manera en que el cerebro fue organizado en la oscuridad del útero crea los mecanismos
y los potenciales para ciertas habilidades específicas. Pero tales mecanismos solamente son
activados en su totalidad y su potencial es alcanzado en la pubertad. Está claro que los
factores genéticos y ambientales juegan un papel en ello; tan claro como la importancia
subyacente de la biología. Estos factores, de hecho, a menudo se traslapan. Es la
masculinidad del cerebro la que hace al joven varón explorar el mundo a través de las cosas
y el espacio que éstas ocupan, y esto por su parte es reforzado en la pubertad por la
interacción entre las hormonas y el sistema nervioso central.

Con la pubertad se hace manifiesta la totalidad de las diferencias entre los cerebros de los
hombres y las mujeres; diferencias en comportamientos, emociones, ambiciones,
agresividad, habilidades y aptitudes. El muy lamentado estereotipamiento sexual de niños y
niñas, hombres y mujeres, proviene de ellos mismos al menos tanto como proviene de la
sociedad. Hay límites para el “ideal” de una sociedad no sexista en la crianza de los niños.

Los niños quieren jugar con cosas, y las niñas quieren charlar con la gente. Los niños
quieren triunfo y ser dominantes. Las niñas se adecuan a ello no como resultado de una
fiera represión, sino porque la mayoría de ellas no están interesadas en alcanzar la cima.
Estudios hechos en niños de edad escolar han mostrado que, para las niñas, la popularidad
es más importante que los logros o el éxito. Esto no puede ser explicado por la teoría de que
las niñas más listas son menos populares, ya que, de hecho, las investigaciones muestran
que en las niñas el poder cerebral está fuertemente asociado con el éxito social. Mas a
menudo, las niñas expresan preocupación por lo que los otros piensan sobre ellas. Los niños
han comenzado a definir su vida en términos de la ocupación, y el prestigio que tal
ocupación supondrá. Ellos se preguntan ¿Cuál irá a ser mi trabajo? Mientras que las niñas
se preguntan ¿Quién irá a ser mi marido? Ciertamente el condicionamiento social refuerza
esta predisposición, en tanto que los esfuerzos artificiales por revertirla no logran tener
éxito. Por ejemplo, cuando a las niñas les son dadas lecciones específicas sobre liderazgo
sus aspiraciones de ser líderes no se incrementan; excepto cuando la función del el
liderazgo está vinculada con alguna forma de responsabilidad y aceptación social.

A medida que el tiempo transcurre, esta tendencia se ve reforzada. La importancia por el


logro académico se incrementa en los niños y decrece en las niñas.

Al dejar la escuela, a despecho de las mejores intenciones de iguales oportunidades de por


parte de los empleadores. Los sexos siguen determinando fuertemente el tipo de trabajo que
más atrae a cada uno. De manera abrumadora son más los varones que van a los trabajos
con predisposiciones mecánicas o teoréticas, mientras que son más las mujeres que buscan
trabajos que en su mayor parte involucren alguna forma de interacción humana, como
compras, trabajo social o secretarial o el magisterio. El determinismo social argumentará
80
que el sexo de segunda clase está condenado a trabajos de segunda clase. Pero daremos la
vuelta a tal argumento. Dado que las mujeres eligen y dominan ciertos tipos de trabajo, y
dada la dominancia y agresividad de los varones su sentido de la jerarquía, tales trabajos
tenderán a ser considerados por ellos como de segunda clase. La biología les conduce a
cierto tipo de trabajo, los meros prejuicios devalúan la naturaleza de tal trabajo.

El patrón ya está tomando su forma predeterminada. Los hombres, preocupados con las
cosas, las teorías y el poder, las mujeres más preocupadas por la gente, la moralidad y las
relaciones.

Con tal diferencia en las prioridades, el potencial de mutua mala interpretación es grande; y
esto es lo que hace que las relaciones entre los sexos (el tema del siguiente capítulo) sean
tan fascinantes y frustrantes.

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  CAPÍTULO SIETE
Corazones y Mentes
 

Hoggamus, higgamos, los hombres son polígamos.

Hígamus, higamas, las mujeres son monógamas.

(frase grabada por el filósofo y científico William James

mientras estaba bajo la influencia experimental de óxido


nitroso)

F ísicamente, hombres y mujeres son generalmente atraídos los unos por los otros debido a
sus diferencias. Pregunte a cualquier grupo de hombres de cualquier cultura a cuáles
mujeres encuentran más atractivas, y ellos tenderán a optar por la figura que tenga curvas
en donde ellos no las tienen y que sea suave en donde ellos son fuertes y –en esto puede ser
materia de debate tanto científico como estético– que tengan turgencia en donde ellos no.
Lo mismo, pero en reversa, es verdad para las mujeres, quienes tienden a expresar
preferencia por hombres con hombros anchos haciendo triángulo con unas caderas
estrechas. La regla tiene muchas excepciones (los hombres no bebedores tienden a preferir
mujeres con senos pequeños, de acuerdo a un ecléctico estudio) pero la regla, en general se
cumple.

Aún así, en todos los demás aspectos, esperamos que los sexos sean atraídos el uno al otro
por sus similitudes. Cualquier cuestionario de computadora para encontrar a una pareja
compatible tratará de encontrar a aquellos que tienen similitudes intelectuales. A lo que
nosotros tendemos a decir, aprobatoriamente “Están hechos el uno para el otro.”

De manera que aunque seamos atraídos físicamente por lo que en nuestra pareja es
diferente a nosotros, parece ser que hay algo de desilusión –de hecho tal vez induce un
sentimiento de fracaso– cuando nos damos cuenta qué tan diferente es él o ella en cada uno
de todos los demás aspectos. Los cuestionarios de computadora, después de todo, tratan de
encontrarnos pareja de manera ideal. –Ambos amamos la buena cocina, la ópera y odiamos
a los fumadores, pero a pesar de ello, después de unas semanas somos... desconocidos.

Pero siempre lo hemos sido.

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Como hemos visto, los sexos nacen con cerebros cableados de maneras diferentes. Ellos
piensan de maneras diferentes, tienen diferentes fortalezas, valoran las cosas de una manera
diferente, y usan diferentes estrategias en la manera en que abordan la vida. Estas
predisposiciones cerebrales se ven acentuadas y refinadas a lo largo de la vida,
particularmente cuando son acicateadas por el surgimiento hormonal de la adolescencia.

Una mujer es más sensitiva que un hombre en la propia manera en que ella es. Es más
alerta al tacto, al aroma y al sonido. Ellas observan más y recuerdan, en detalle, más de lo
que observan. Esta disposición de su cerebro le lleva a ella a dar mucha mayor importancia
a los aspectos personales e interpersonales de la vida. Siempre, desde el más temprano
contacto visual, a las pocas horas de edad, ella ha estado más interesada en la gente. Ella es
mejor para ofrecer y recibir las claves sociales del lenguaje corporal. Ella sonríe más que el
hombre cuando no está feliz, y es amable, más a menudo que el hombre, con la gente que
tal vez no le gusta –lo cual posiblemente sea un mecanismo de defensa para compensar su
comparativa debilidad física–. Ella mantiene vínculos más cercanos, duraderos y regulares
con sus amigos, hacia los cuales ella confía más acerca de sus esperanzas y sus temores.
Ella tiene mejor memoria para las caras y los carácteres. Ella entiende, mejor que el
hombre, lo que un hombre o una mujer quiere decir, a pesar de que aparentemente no esté
diciendo nada.

Eso es debido a que su cerebro está especializado para estas funciones. Como describimos
en el capítulo tres, el hemisferio derecho del cerebro, que controla las emociones, está en
ellas mejor conectado que en el hombre con el lado izquierdo del cerebro, que controla la
expresión verbal. La intuición, si quiere llamarla así, está más en contacto con las
habilidades comunicativas. No es sorprendente que ella pase la mayor parte de su vida
conviviendo con gente con una mente parecida a la suya... esto es, gente de su mismo sexo.

Él, en tanto, esta arado con surcos muy diferentes. Su cerebro, aún antes de que él hubiera
nacido, ha sido cambiado de su forma femenina original. En la mayoría de los sentidos
clave, él oye y siente menos. Tiene una mente más concentrada en un solo propósito a la
vez ya que su cerebro está más compartimentalizado. No nota las distracciones. El suyo ha
sido, desde el nacimiento, un mundo de cosas –lo que éstas hacen, cómo funcionan, el lugar
que ocupan–.

La estrategia de su cerebro lo llevan a enfrentar problemas en una manera práctica,


totalizadora e inherentemente interesada en sí mismo. Si lo invitan a una fiesta que se
traslapa con otro compromiso, él calculará el beneficio comparativo que brinda cada uno de
los compromisos para él, o investigará las posibilidades de tiempo y movimiento que le
permitan atender a ambos. Una mujer es más dada a honrar el compromiso inicial, o optar
por la situación social en la que ella, y otros, estén más contentos. Las relaciones que él
tiene son de poder y dominio. Las de ella son de interacción, complementariedad y
asociación.

Él ha pasado la mayor parte de su vida con gente con una mente parecida a la suya... esto
es, gente de su mismo sexo.

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Repentinamente, estas especies alienígenas son lanzadas juntas por su biología; una
biología que los atrae físicamente, pero, en tantos otros aspectos, es mutuamente
antagónica. No es asombros que estar enamorado sea tan confuso.

¿Entonces, no deberíamos dejar el asunto simplemente como algo maravilloso? El senador


Proximire claramente sentía eso, cuando, en oposición a una gran investigación de la
Fundación Nacional de Ciencia sobre la naturaleza del amor, él dijo:

200 millones de americanos quieren dejar algunas cosas como un misterio, y en la


cima de todas estas cosas no que no queremos saber está porqué un hombre se enamora
de una mujer y viceversa.

Muy bien, senador; le prometemos que no revelaremos el secreto del amor (aún si lo
supiéramos). Pero sentimos que si los dos sexos se entendieran un poco mejor el uno al
otro, hasta el camino del amor verdadero se podría hacer un poco más fácil. Amamos las
diferencias físicas uno del otro, pero únicamente podemos amar las diferencias de carácter,
mentalidad, valores y sensibilidad cuando realmente las reconocemos y comprendemos.
Hay miles de matrimonio estancados en las arenas desérticas de la mutua incomprensión –
¿Qué en este mundo hace que él o ella reaccione tan diferente que yo? La mayoría de los
adolescentes reciben manuales acerca de cómo embonar en con sus respectivos genitales,
pero ninguno explica el diferente, pero complementario, aparato de la mutua percepción.

Algunos matrimonios pudieran, por supuesto, estar condenados la razón opuesta; que los
cónyuges han comprendido cómo son fundamental e irreconciliablemente incompatibles.

       Sin embargo, en la mayoría de los casos la mutua ignorancia sexual es lo que
prevalece.

Sabemos más acerca de las actividades de carrera masiva de las ratas o de las sílabas
sin sentido de los estudiantes de segundo año de lo que sabemos acerca de la
psicología de los sexos.

Pero lo que sí sabemos y lo que podemos conjeturar, coincide claramente con lo que
sabemos acerca de la diferencia entre el cerebro masculino y el femenino.

Somos la especie más sexual de la naturaleza. (En respuesta a aquellos quienes se quejen de
que ya hemos confundido el amor y el sexo, explicaremos cómo esta misma confusión es
un asunto de diferencias sexuales.) A diferencia de los simios, la hembra humana está
siempre sexualmente disponible, incluso durante el embarazo y la lactancia. La hembra de
babuino sólo es sexualmente disponible durante una semana de su ciclo mensual. El macho
de Homo sapiens no sólo tiene el más largo, sino también el más ancho de los penes erectos
de las 192 especies de simios. La mujer, incontrovertiblemente, puede experimentar
orgasmos. Ella está provista con una multiplicidad única de zonas erógenas que sufren
transformaciones físicas durante el acto sexual. El hombre solo puede fantasear con una
imagen erótica hasta el punto en que, a veces sin estímulo físico, puede llegar a eyacular. El
acto sexual humano es que tiene la mayor capacidad de variedad, intrincación y duración
que cualquiera de las otras especies. Tanto Freud como Marie Stopes y Kinsey han jugado

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parte en dar importancia al conocimiento sexual en los tiempos modernos. En muchos
estudios se ha citado a hombres que se quejan de que no pueden tener suficiente, y más
mujeres de que están teniendo demasiado.

Y esa es una pista de que, bajo la superficie del mutuo entusiasmo humano por el sexo,
subyacen sumergidos dos continentes de apetito, atracción, aprecio y deseo.

Mucho se ha escrito académicamente acerca del sexo y mucho de ello es, académicamente,
de dudoso valor. Esto es debido a que en cada cultura es sexo es un asunto privado. La
antropología sexual puede ser muy poco más que un patrón de tejido subjetivo “en términos
de similitudes patológicas, paralelismos mitológicos, y otras maneras de intuición más o
menos literarias o artísticas”. El profesor Hans Eysenck, psicólogo británico, deplora el
hecho de que el campo ha sido dejado principalmente a los sociólogos y psicoanalistas:
¿Qué significan los promedios sexuales, se pregunta, cuando Georges Simenon presume de
haberse acostado con diez mil mujeres, mientras que el filósofo Kant jamás se acostó con
una?

Este capítulo intentará relacionar nuestro nuevo conocimiento de las diferencias sexuales en
la mente con el comportamiento sexual. Después de todo, en nuestro nuevo conocimiento
de las diferencias en los cerebros masculinos y femeninos hay suficiente ciencia
demostrada como para hacer innecesario que tengamos que tengamos que recurrir a
fantasías mitológicas.

La testosterona, la hormona de la agresión y la dominancia, es también la hormona del


sexo, tanto en hombres como en mujeres. Las mujeres que pierden sus ovarios –los cuales
producen hormonas femeninas– aún conservan su capacidad para la excitación sexual. En
la menopausia, cuando la hormona femenina cesa la mujer no pierde su apetito sexual. Pero
si ellas pierden sus glándulas adrenales –las cuales producen y controlan el flojo de
testosterona– su libido se colapsa. Sin embargo, ésta puede ser restaurada con inyecciones
de testosterona, las cuales también son usadas en los tratamientos contra la frigidez. La
testosterona el activador sexual clave para ambos sexos.

Aún así, hay dos diferencias importantes. Primero, el cerebro masculino está mejor
sintonizado a los efectos de la testosterona sobre él, debido a que así ha sido hecho –a causa
de la testosterona– desde su formación en el útero materno. Segundo, tras la pubertad el
hombre tiene veinte veces más de esta sustancia en su cuerpo que la mujer.

Como habría de esperarse, esto produce diferencia.

Significa que esta mezcla de agresión, dominancia, y sexualidad es una mezcla capital en el
hombre. A mayor testosterona, mayor será la urgencia sexual que se experimente, tanto
para los homosexuales como para los heterosexuales, los ortodoxos o quienes tienen
desviaciones.

En el ciclo menstrual de la mujer, la libido alcanza su cumbre cuando los niveles de


testosterona están en su punto más alto. Este es también el momento de máxima fertilidad;
un truco de la naturaleza a favor de la supervivencia de la especie.
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En el hombre la secreción de testosterona tiene un ritmo en el que alcanza su cúspide seis o
siete veces al día. Está alta en la mañana y un promedio de 25% más baja en la tarde.
Durante el sueño los niveles de testosterona corresponden con el sueño “activo” y la fase de
movimientos oculares rápidos. Los niveles de testosterona también cambian con las
estaciones. En primavera alcanza sus niveles más bajos. El punto más alto se alcanza al
inicio del otoño. Tenemos que rescribir los libros de poesía, y abandonar todas esas
metáforas acerca del surgimiento sexual coincidiendo con el reverdecimiento del año. Por
lo tanto mucho del folklore sexual está necesitado de una revisión.

La preocupación sexual surge más temprano en los jóvenes varones y casi siempre también
es mayor la importancia que ellos le dan. Y, al igual que con la mujer, el cerebro juega su
papel con los otros órganos sexuales. Como hemos dicho, los varones pueden alcanzar el
orgasmo a través de un ejercicio mental de fantasía sexual, incluso sin contacto físico. Por
ello tienen sueños eróticos que incluso llegan a incluir el orgasmo, los llamados sueños
húmedos o wet-dreams. La mayoría de las mujeres no tienen sueños eróticos. Esto, por
supuesto, puede ser explicado por la cultura, el condicionamiento y la psicología
comparativa. Sin embargo, algunas chicas tienen sueños eróticos, y son aquellas que tienen
un patrón cerebral masculino. Estas son las chicas que hemos visto antes, las cuales son
expuestas a dosis mayores de testosterona durante su gestación en el útero materno, y por
ello tienen sus cerebros cableados más de acuerdo con los planos cerebrales masculinos.

El sexo está, en gran medida, en el cerebro.

Las altas concentraciones de hormona masculina, actuando en un cerebro masculino,


mediado a través del hipotálamo, significa que los chicos son mucho más activos
sexualmente que las chicas. Ellos se masturban más y más frecuentemente que las chicas,
buscan gratificación sexual con mucho mayor apetito, y, con la madurez posterior, tienen
relaciones sexuales a edades más tempranas. Este es un patrón establecido a lo largo de la
vida, hasta que a la edad de cincuenta las mareas hormonales del hombre comienzan a
descender.

Los grupos masculinos de voces en un coro proporcionan un grupo de control informativo.


La testosterona es un factor clave en la conformación del cuerpo y por tanto del registro
vocal. Quienes tienen una tesitura de bajo experimentan más eyaculaciones por semana que
los tenores.

La testosterona puede ser quemada durante un vigoroso ejercicio físico, como el combate
de entrenamiento (otro vínculo entre sexo y agresión). Lo que sustenta el tradicional
consejo de los maestros a los jóvenes seminaristas, de que den una larga carrera para
liberarse a sí mismos de los pensamientos profanos, lo cual tiene sustento en un hecho
biológico. Pero una palabra de precaución: el ejercicio debe de ser especificado, ya que el
gasto de energía en periodos intensos y breves de hecho incrementa los niveles de los
niveles de testosterona –justo como la participación en los intermitentes e intensos
encuentros de hockey sobre hielo incrementan la agresión al final del encuentro–. El
seminarista no ha de practicar sólo sus carreras de 100 metros planos. Lo que él necesita es
una carrera larga... una muy larga.

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La diferencia en energía sexual no es la única diferencia sexual entre el hombre y la mujer.
El hombre nace para ser más promiscuo.

Parece no haber duda de que el macho masculino sería más promiscuo en la elección
de sus parejas sexuales a lo largo de toda su vida si no hubiera restricciones sociales al
respecto... La hembra humana está mucho menos interesada en la variedad de parejas.

Las madres siempre han advertido a sus hijas que los hombres sólo van en busca de una
cosa, y normalmente tienen la razón. El cerebro, el cuerpo y las hormonas conspiran para
hacer al hombre sexualmente agresivo. En una encuesta norteamericana la mayoría de los
muchachos reportó que les gustaría tomar parte en una orgía, que ellos “creían en tomar sus
placeres de donde fuera que los encontraran”, y que “no se necesita mucho para que me
excite sexualmente”. La mayoría de las muchachas encuestadas dijo que la sola idea de una
orgía era repugnante, que los desnudos no les interesaban, y que el sexo sin amor –sexo
impersonal y funcional– era altamente insatisfactorio.

Los hombres, privados del sexo, son más dados a volverse irritables y malhumorados. Las
mujeres rara vez experimentan la misma sensación de privación en un estado célibe. Lo que
ellas extrañan es la compañía que proporciona el sexo. Los hombres sólo extrañan el sexo.

A pesar de su mayor sexualidad, los hombres no viven en un estado de permanente


erección. Lo que los excita es cuestión de percepción; el procesamiento de información
sensorial a través del cerebro.

En los hombres el sentido clave de la percepción es la vista. Más hombres que mujeres
gustan de hacer el amor con la luz encendida; ver el sexo los excita. La pornografía –la
representación gráfica de del sexo recibida a través de los ojos y transmitida al cerebro– es,
esencialmente, una industria masculina.

En su mayoría, las mujeres no se excitan con fotografías de desnudos. Cuando llegan a


hacerlo, el sexo del desnudo parece ser irrelevante; están más bien interesadas en la
fotografía por su belleza o por la identificación con la figura representada. Las mujeres
pueden ser excitadas por fotografías de parejas unidas, ya que lo que ellas están viendo, por
estéril que sea el contexto sexual de la imagen, es un acto de relación mutua. Ellas no se
excitan con la fotografía de un pene, mientras que un close-up de los genitales femeninos sí
excita a los hombres.

Las mujeres se quejan con razón de que los hombres las miran como objetos sexuales. Con
razón porque para los hombres el sexo es mayoritariamente un asunto de cosas y acciones
objetivas. Su mundo entero, desde la primera infancia, ha sido un mundo de cosas. En la
cuna son igualmente atraídos por una pelota que por un rostro humano. En el juego, ellos
prefieren juguetes que relaciones. Más tarde, ellos obtienen satisfacción construyendo
modelos a escala de naves de combate o reparando automóviles. Los hombres “machos” se
vanaglorian a sí mismos diciendo que son “máquinas sexuales”; sin darse cuenta en lo
absoluto que, para las mujeres, el sexo impersonal es lo que más apaga su deseo o
excitación. A los hombres les agradan los genitales en una revista pornográfica porque son
una cosa con la cual ellos pueden imaginar las cosas que se pueden hacer. El sexo para el

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hombre es vastamente más impersonal. Para los hombres las modelos en las imágenes
pornográficas no son personas, son simplemente carne. ¿Alguna vez se preguntan quién es
esa persona desnuda? Ni por un momento; más bien se preguntan qué es lo que harían con
ella.

Dos revistas diseñadas primordialmente para tener mujeres como lectoras llevaron a cabo
una investigación de resultados intrigantes, tras elaborar su póster central o centerfold con
desnudos masculinos. Las revistas Viva y Playgirl descubrieron que sus lectoras no tenían
particular interés en el póster central. Viva dejó de elaborarlo, mientras que Playgirl lo
conservó ya que entre sus lectores hay una alta proporción de hombres homosexuales.

Los mismos resultados se reflejan en los salones comerciales de masaje. Las mujeres que
masajean y masturban a sus clientes masculinos admiten que rara vez se excitan
sexualmente durante el proceso. Cuando llegan a excitarse, un rápido vistazo al hombre es
suficiente para disipar el deseo sexual. No es necesariamente que el cliente no sea atractivo,
sino que es un desconocido y el sexo por el sexo mismo es una de las cosas que tiene mayor
poder para apagar su excitación.

Una mujer es más excitada por aquellos sentidos a los cuales su cerebro le da una
predisposición prioritaria para ella. Prefiere hacer el amor en la oscuridad porque la
ausencia de distractivos visuales aumenta los otros sentidos superiores, como el gusto, el
olfato, el tacto y el oído. Recordemos cómo la mujer está equipada para oír mucho mejor
que el hombre. Así que podemos entender lo sabio del refrán que reza que el mejor camino
al corazón de una mujer es a través de sus oídos. La plática de almohada, aunada a unas
gentiles caricias a un cuerpo que es mucho más alerta a las percepciones táctiles, paga, para
el hombre, sus dividendos sexuales.

Mientras que los hombres se excitan con la detallada reproducción de la región púbica de
las impersonales imágenes pornográficas, las mujeres alcanzan una moderada estimulación
erótica a partir de algo muy diferente: el imaginar una relación de trato e intimidad sexual.
Tal como ellos son más dados a excitarse con la representación pornográfica de una pareja
copulando, ellas encuentran gratificación en los relatos desgarradores de romance de la
ficción popular, en los cuales se sabe de sobra que tienen un público primordialmente
femenino. Quienes publican harían una fortuna si encontraran un género de ficción que
fuera igualmente excitante para ellos y ellas. Pero nunca lo harán, ya que no existe tal cosa.

Los hombres quieren sexo y las mujeres quieren establecer una relación mutua. Los
hombres quieren piel y las mujeres quieren amor. Justo como los muchachos quieren
balones, juguetes y carburadores, las muchachas siempre han querido contacto, comunión y
compañía.

Todo esto, nos aseguran las revistas de moda, ya ha dejado de ser verdad. Es la época de
una nueva mujer, igual de capaz y dispuesta a buscar y a tomar sus placeres impersonales
donde sea que ella los encuentre y cuando sea que ella los desee. En tanto que el nuevo
hombre se ha reorientado a sí mismo hacia el altar de una mayor sensibilidad,
desvaneciendo su brutalidad sexual y siendo hechizado más por el cerebro de su amada que
por su busto.
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Ni tal nueva era ni tal nuevo hombre parecen que vayan a durar.

La revolución sexual ha sido construida enormemente sobre el malentendido de que ambos


sexos tienen idénticos apetitos e idéntica receptividad. Con el tiempo esto será visto como
una mera ocurrencia de una moda pasajera en la historia de la evolución de la concepción
que tenemos de nosotros mismos. Sucede así ya que vivimos en una época en la que la
mayor libertad de expresión nos ha llevado a tener una mayor precaución acerca de nuestras
diferencias, y la necesidad social de suprimirlas. ¿Pero qué tanto podrá esto durar antes de
que se revierta el estereotipo, cuánto antes de que esas mismas revistas estén hablando del
Nuevo Romanticismo –“Al fin, podemos volver a ser femeninas”– o se pongan a hablar de
“El Regreso del Macho”?

Preocupado por las formas y las figuras desde el nacimiento, está en la naturaleza del
hombre que la belleza y la forma del sexo opuesto importa para ellos más de lo que importa
para las mujeres. Los concursos de Mr. Universo nunca han despertado el mismo interés
femenino que despiertan los concursos de Miss Universo en la mitad masculina de la
población. Las preferencias tienden a estar ligadas a la testosterona: los hombres con
menores niveles de hormona, prefieren a las mujeres con busto pequeño, en tanto que los
que tienen niveles altos prefieren un busto mayor.

En general el patrón parece repetirse y sostenerse a través de las culturas.

En la mayoría de las sociedades la belleza física de la mujer recibe una consideración


más explícita que la galanura de los hombres. El grado de atractivo de un hombre
usualmente depende de manera predominante de sus habilidades y logros más que de
su apariencia física.

Nancy Kissinger sabe de qué está hablando cuando dice que el poder es un afrodisíaco
poderoso.

El amor, o al menos la lascivia masculina es ciega. Los niveles altos de testosterona


actuando sobre el cerebro incrementan, como lo vimos en el capítulo seis, el abordar los
problemas desde una sola perspectiva sin distractivo alguno. Lo mismo es cierto para las
oportunidades sexuales; los altos niveles de hormona masculina impulsan al hombre hacia
su objeto de deseo. Cuando los niveles de testosterona ceden –cuando la pasión es
satisfecha– el cerebro al fin comienza a recibir un rango más amplio y variado de
información. La chica que se veía tan sensacional la noche anterior ahora aparece, dormida
sobre la fría almohada, como alguien con pelo mal teñido y con las uñas de los pies sucias y
desagradables, y ahora él comienza a pensar en todo el asunto más allá de una inteligencia
limitada. Este es el trasfondo bioquímico de esos sentimientos de remordimiento masculino
post-coital al que Shakespeare llamó “Gasto de espíritu en un desperdicio lastimero”.

Con estas diferencias de actitud edificadas en nuestra configuración interior, no es


sorprendente que el hombre malinterprete lo que la mujer encuentra atractivo. La mayoría
de los hombres lista que la mujer encuentra sexy un torso musculoso. Sólo el uno por ciento
de las mujeres lo lista como su característica física favorita. Quince por ciento de los
hombres piensan que un gran pene inspira la admiración femenina. Sólo tienen el soporte

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del dos por ciento de las mujeres. Ellas prefieren los hombros anchos y las caderas
estrechas.

Lo mismo sucede en la cama, el campo de batalla de los malos entendidos.

Al hombre le gusta el sexo porque tienen la gratificación garantizada. Difícilmente un


hombre no consigue alcanzar el orgasmo. Mientras que sólo una quinta parte de las mujeres
puede proclamar que tengan un clímax automático. El ardor masculino se enfría
abruptamente tras la eyaculación; las mujeres no orgásmicas experimentan un mucho más
prolongado –y solitario– declive de su nivel de excitación.

La gratificación sexual interesa menos a la mujer de lo que interesa al hombre. Un


abrumador número de mujeres cita el afecto y la intimidad como su razón primordial para
tener relaciones sexuales. El hombre muy a menudo confunde a su compañera con el reflejo
de sí mismo, puede bombear con energético descuido y pensar “esto es lo que ella
realmente quiere”, cuando esencialmente, y no sólo sexualmente, lo que ella quiere es
gentileza. Esto es también para la mujer, la ruta segura hacia el placer; el rol positivo del
afecto y la intimidad amorosa puede explicar porqué el orgasmo femenino tiene un rango
17 veces mayor en el matrimonio, mientras que para el hombre sólo llega a incrementar 9
veces.

El lado afectivo y social del sexo importa menos al hombre. Un interesante estudio solicitó
a estudiantes universitarios que puntuaran su escala de placer sexual del 1 al 5 en con una
variedad de posibles parejas –conocidos, amigos, amantes– En los resultados los hombres
otorgaron 4.2 puntos para conocidas, 4.4 para amigas y 4.9 para amantes. Las mujeres
calificaron el sexo con amigos más alto y con los amantes en el tope de la escala; pero el
sexo con conocidos lo puntuó con 1.0; definiéndolo como poco o nada placentero. La
liberación femenina ciertamente ha incrementado el número de mujeres que tienen sexo
casual con conocidos –¿Si ellos lo hacen porqué no habrían ellas de hacerlo?– pero esto no
puede asumirse como que ellas obtienen la misma cantidad de placer como el que ellos
consiguen. Ellas nomás no están hechas de ese modo.

Ella tiene la mente organizada de tal manera que pone primacía en la relación mutua que se
construye; él, en el logro que alcanza. Él lleva registro de sus conquistas sexuales. El
cerebro femenino, la mente de la mujer no está organizada para mantener al sexo en un
compartimiento mental separado. Eso es más el modelo masculino; es como si su cerebro
tuviera un gabinete exclusivamente para sexo de manera completamente desvinculada de la
emoción. Ellas conectan el sexo con una mucha más amplia variedad de informaciones
emocionales, contra un trasfondo en que la importancia de la relación mutua es el
parámetro. Las mujeres son amantes mucho menos dadas al “pisa y corre” de lo que son los
hombres. Para ellas haberse ido a la cama con un hombre no es sólo otro logro sexual, sino
una manifestación de intimidad que no puede ser abruptamente cortada.

Por ello las mujeres terminan teniendo vínculos románticos más a menudo que los hombres.
Pero esto, también, encaja con nuestro conocimiento del cerebro femenino. Buscando el
romance tienen un parámetro con el que pueden juzgar si tuvieron éxito o fracaso, ya que

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las relaciones mutuas son el tema del que ellas conocen y por lo tanto del que mejor pueden
juzgar.

Las mujeres tienden a ser más prácticas con respecto a asuntos del corazón de lo que
los hombres son...

Después de todo, las mujeres no son las que están cegadas por un deseo lleno de
testosterona. Ellas pueden decir si una relación es o no es verdadera y durable, ya que ellas
siempre saben la verdadera naturaleza y valor de tal vínculo. Un hombre con el corazón
roto dirá cuanto la quiere y la necesita; tristemente la mujer sabrá que ese deseo y esa
necesidad no son la base para una relación mutua. Físicamente, en el cerebro femenino, los
centros de la razón y de la emoción están mejor conectados. Ella está mejor equipada para
analizar y razonar sus emociones. Los jóvenes varones se enamoran más frecuentemente
que las mujeres porque sus corazones están en menor comunión con sus cabezas... o con
mayor precisión, porque sus funciones cerebrales están en menor comunión la una con la
otra.

El hombre es menos capaz de entender porqué una mujer rompe con un romance, porque
para él el romance en sí mismo es más misterioso. Es significativo que cuando el hombre
trata de ser romántico recurra a la estrategia que es más apropiada para él: lo demuestran
menos a través de las palabras de lo que lo hacen a través de las cosas. No por nada los
chocolates y las joyas son descritos como “prendas” de afecto. No por nada él “lo dice con
flores”, es porque no puede decirlo con palabras. Muchos hombres envían a sus amadas una
nota o una carta de cumpleaños; ese no es ningún problema; el problema surge cuando se
comienzan a preguntar qué escribir en el desdichado papelito. El hombre no tiene tan fácil
acceso al lenguaje del amor.

Los hombres, de hecho, a menudo ven el amor como una contribución esencialmente
femenina a la economía doméstica de una relación sexual; ellos “proveen” el sexo y ellas
pueden luego buscarle el lado emotivo al asunto. Ciertamente ellos necesitan amor –la
muerte prematura es mucho más alta entre solteros y viudos– pero esta división del trabajo
romántico obviamente crea problemas. Ella real y sinceramente quiere que él se exprese a
sí mismo, que le comparta sus temores y esperanzas. Él espera que ella no lo presione. Es
una actitud masculina muy familiar: “ella siempre está diciendo que no le platico. No la
entiendo. Estoy seguro de que sabe qué es lo que pienso, pero eso no es suficiente para
ella”. Mientras, para el punto de vista femenino: “A veces me escucha, pero rara vez me
contesta. Es difícil hablar con un ebrio, pero sólo así es cuando me muestra algunos de sus
sentimientos reales”. El alcohol rompe las barreras entre los aislados compartimentos del
cerebro masculino.

Otro hombre, aconsejado por unos investigadores de que mostrara más afecto hacia su
mujer, decidió lavar el carro de ella. De nuevo vemos el rígido lenguaje masculino del
amor, que se define como hacer cosas, compartir actividades. Los hombres muestran su
afecto con invitaciones a cenar, navegar, esquiar o incluso para ir juntos a un partido de
futbol. La amistad para las mujeres implica compartir confidencias.

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Es difícil de entender el plan de la naturaleza al establecer esta incompatibilidad inherente
entre ambos sexos de la especie. Tal vez si todos sintiéramos y pensáramos parecido nos
aburriríamos muy pronto los unos de los otros. Pero ciertamente el sexo sería menos un
área de desastre si estas diferencias fueran reconocidas y comprendidas. La ciencia está
haciendo lo que puede, produciendo la evidencia de que las mentes de los hombres y las
mujeres son diferentes. El resto nos corresponde a nosotros.

Debemos empezar por reconocer que el hombre tiene un interés en el sexo más objetivo y
egoísta que la mujer. Esto no es producto de la pornografía o de algún complot
socioeconómico para subyugar a la mujer y establecer la superioridad masculina. El seso, la
agresión y la dominancia simplemente están en la naturaleza de la bestia, en su cerebro, en
sus hormonas y en la interacción con ellos. Proscribir la pornografía tiene aún menos
posibilidades de atemperar el apetito masculino de lo que tendría proscribir el apetito
mismo.

La mujer ha de reconocer, por tanto, que el hombre tiene mucha mayor facilidad para
excitarse y para malinterpretar el más suave indicio de amistad como una invitación sexual.
Reconocer también que el hombre ve más a la mujer como un objeto sexual; tratando de
comprender tal hecho, de ubicarlo e incluso tratando de encontrar alguna manera de
compartir el gozo del hecho en lugar de tratar de negarlo y erradicarlo.

El hombre, en cambio, ha de tratar de no negar su propia naturaleza; ¿cómo podría llegar a


hacerlo?; podría tratar de comprender mejor la necesidad de comunicación en una relación
mutua. Esto no será fácil para él, debido a que el lenguaje no le es familiar y su expresión a
veces puede ser torpe, pero que tenga claro que aún así comunicarle su amor es mejor que
lavarle el coche.

Al parecer hemos logrado muy poco avance de la tan aclamada revolución sexual. Las
actitudes masculinas y femeninas –con bases biológicas más que sociales– no pueden ser
tan fácilmente alteradas como las actitudes que tienen solamente una base social. Podemos,
sin embargo, adecuarnos a los términos reales de nuestra naturaleza sexual y la de los otros
y respetar las diferencias más que lamentarlas y perseguirlas; alargarnos el uno hacia el otro
por sobre el abismo gracias a la mutua comprensión en lugar de lanzarnos insultos a través
de éste en un arrebato de ciega y frustrada ignorancia.

Sabiendo qué tan diferentes somos, podríamos dar el primer paso en volvernos cada vez
menos ajenos y extraños el uno para el otro.

Esa sería, en sí misma, una revolución sexual. Una por la que valdría la pena luchar.

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 CAPÍTULO OCHO
Mentes desiguales
 

na de las más dramáticas diferencias entre los sexos es que entre los hombres hay

U abrumadoramente más homosexualidad que entre las mujeres. En los hombres la


figura está probablemente alrededor del cuatro por ciento –mientras que los
estudios de Kinsey le ponen en un nivel tan alto como el diez por ciento– mientras
que únicamente una mujer en cientos es lesbiana.

De hecho las desviaciones sexuales –sean éstas transvestismo, voyeurismo, exhibicionismo,


o sado-masoquismo– son casi un fenómeno enteramente masculino. En 48 casos de
fetichismo estudiados en 1983, todos excepto uno eran masculinos. Un estudio
norteamericano sobre preferencias eróticas estableció categórico: “Discutiremos de
hombres porque la mayoría de las anomalías sexuales aparentemente sólo ocurren en
hombres”.

Este libro se ha restringido a sí mismo a tratar las diferencias entre los dos sexos derivadas
del cerebro; de hecho, basados en el sexo cerebral y en el comportamiento más que en la
simple anatomía, hay más sexos que los tradicionales dos. Y la evidencia ahora apunta
abrumadoramente a la conclusión de que la desviación sexual es tanto una función de la
biología –y tanto un producto de la naturaleza– como la sexualidad ortodoxa a la que la
sociedad acepta como “natural”.

No hacemos juicios de valor en la “desviación” sexual –la palabra en sí misma podría


implicar desaprobación, pero la usamos aquí en el sentido estadístico– ya que vemos inútil
juzgar el resultado de un proceso biológico en términos morales. Sería igual de absurdo que
juzgar que los renacuajos se conviertan en ranas.

Primero, tenemos que poner a un lado aquella literatura de psicología que oscurece en lugar
de iluminar nuestro entendimiento de la desviación sexual. Hay mucho que decir, y se ha
escrito lo suficiente, respecto de la importancia de las relaciones paternas, del rol de los
estereotipos de género, de la percepción de que nuestros padres realmente querían un hijo
del otro sexo, del orden de nacimiento, de las experiencias sexuales tempranas, de la actitud
hacia ¿¿siblings??, y muchas otras cosas así. Por supuesto que la orientación sexual de
algunos adultos es causada por su condicionamiento social temprano. No podemos, por
ejemplo, señalar ninguna base biológica para explicar porqué algunas personas se excitan al
ver pañuelos rojos, o solamente puedan alcanzar el orgasmo cuando se untan
completamente de crema limpiadora y se vacían encima el contenido de la bolsa de una
aspiradora –la supuesta especialidad de un bien conocido cliente anónimo de un burdel
londinense–. Estamos felices de dejar estos casos a los psiquiatras y les deseamos mucha
suerte con ellos.

93
Pero ahora podemos relacionar mucho del comportamiento sexual anormal a nuestros
nuevos conocimientos sobre cómo se desarrollan los cerebros masculinos y femeninos, y la
interacción biológica de las hormonas con el cerebro desarrollado o en desarrollo.

El Doctor Gunter Dörner, científico de Alemania del este, ha dedicado su vida a trabajar en
la teoría de que la exposición a ciertas hormonas antes del nacimiento determina la
inclinación sexual. Él afirma que un potencial futuro comportamiento homosexual puede
ser detectado a través de amniocéntesis, la prueba del fluido uterino que puede revelar el
síndrome Down en el niño no-nato. Dörner incluso sostiene que con inyecciones pre-
natales, la homosexualidad se puede prevenir.

No es sorprendente que Dörner haya atraído la furia de la comunidad homosexual que ve en


sus teorías la equiparación de la homosexualidad con una enfermedad, o algo al estilo de
totalitarismo sexual de los años treintas que suponía la “eutanasia endocrina de la
homosexualidad”. Al inicio, los científicos también mostraban escepticismo, pero
gradualmente, el peso de la opinión científica ha ido favoreciendo a Dörner. Sus teoría
puede que necesiten de cierto refinamiento y calificación; pero Dörner paulatinamente va
incrementando su estatus como un respetado pionero de la ciencia sexual.

Como hemos aprendido hasta ahora, los cromosomas instruyen al feto, alrededor de la sexta
semana del embarazo, para que desarrolle ovarios femeninos o testículos masculinos. Los
cuales por su parte producen hormonas. Las hormonas del hombre masculinizan la mente.

Dörner encontró que el cerebro no es masculinizado simplemente así, de un solo golpe. El


clásico experimento con ratas descrito en el capítulo dos nos ha mostrado cómo el
comportamiento puede ser modificado en el macho con la castración o con inyecciones de
hormonas femeninas. La rata macho se sentirá atraída a otras ratas macho si se comportará
de manera femenina al ser montada por éstas, doblando las orejas y arqueando la espalda.

Pero el grado de feminidad en una rata macho depende críticamente de la etapa en la cual
haya sido castrada. Castrada pronto y sin hormonas masculinas para modificar su
desarrollo, el cerebro es más dado a mantener su patrón original, femenino. La castración
posterior conlleva, por lo tanto, un comportamiento menos femenino.

Lo que Dörner concluye es que la masculinización del cerebro en las ratas está organizada
en una secuencia gradual. Con las hembras normales, en abstinencia de testosterona, el
cerebro se desarrolla naturalmente siguiendo un patrón femenino. Pero si el cerebro llega a
ser casualmente dosificado con hormonas masculinas durante su desarrollo, este natural
patrón femenino puede, en cualquier etapa, ser perturbado. Mientras más frecuente y
tempranamente sea dosificado el cerebro de las hembras con hormonas masculinas, más
masculino será su comportamiento sexual. Mientras más tardía sea la dosificación menos
masculino será.

Dörner sugiere que, tanto en el hombre como en la mujer, es la presencia o ausencia de la


hormona masculina la que construye la estructura del cerebro BIT por BIT ya sea dentro de
un patrón masculino o femenino de identidad sexual.

94
 

Esto sucede, él dice, en tres etapas:

 el desarrollo de lo que él llama los centros sexuales,

 luego los centros de apareamiento y,

 finalmente, los centros de rol de género del cerebro.

Primero, con los “centros sexuales” el cerebro inicia el trabajo de crear las características
físicas típicas del hombre o la mujer.

En la siguiente etapa, y en cierto grado traslapándose con la anterior, ocurre la


transformación de los “centros de apareamiento”. A ellos, Dörner los identifica en el
hipotálamo que, como ahora se sabe, está configurado de diferente manera en hombres, y
mujeres y controla el comportamiento sexual en la vida adulta.

En la última etapa es cuando las hormonas se ponen a trabajar en los “centros de rol de
género” en el cerebro del niño no-nato, subyacen las redes cerebrales que determinarán
nuestro comportamiento general, como el nivel de agresividad o la falta de ésta, nuestra
sociabilidad o individualismo, nuestro arrojo o timidez; características que alcanzarán su
máxima expresión bajo la influencia hormonal de la pubertad.

Dörner cree que cada uno de estos centros puede ser trastocado independientemente en
cada una de las respectivas etapas de desarrollo. De hecho, hemos fisto cómo en la etapa
inicial –el desarrollo de las características sexuales primarias– fetos genéticamente
femeninos expuestos a un anormal nivel de hormonas masculinas pueden desarrollar
órganos como los masculinos.

El desarrollo de los centros de apareamiento, en el hipotálamo, también puede ser


trastocado, argumenta Dörner; en un macho, a menor concentración de andrógenos, o de
hormonas masculinas, es más probable que el eventual niño tenga tendencias
homosexuales. En las niñas, un mayor nivel de andrógenos modulará el hipotálamo en tal
manera que producirá atracción hacia el mismo sexo.

Finalmente, los centros de rol de género, el diseño final del cerebro y la manera en que las
funciones están distribuidas en éste, puede seguir un patrón femenino en el hombre y
viceversa. Dependiendo de la presencia o ausencia anormal de hormonas.

Lo bello de esta teoría es que explica cómo, por ejemplo, los obviamente hombres
físicamente, obvias con identidades y comportamientos masculinos, pueden ser atraídos por
parejas del mismo sexo; en ese caso, sólo la segunda etapa ha sido trastocada, el desarrollo
del hipotálamo y de los centros de apareamiento. De la misma manera, explica cómo

95
algunos muchachos afeminados en su aspecto y comportamiento pueden, sin embargo
mantener una firme preferencia heterosexual en sus preferencias de pareja; sus centros
sexuales y sus centros de rol de género han sido hormonalmente desbalanceados en una
etapa clave de desarrollo, pero durante el desarrollo de los centros de apareamiento nada
inconveniente ha ocurrido. En pocas palabras, explica porqué no todos los afeminados son
homosexuales y no todos los homosexuales son afeminados.

Un psicólogo británico, Glen Wilson, autor de Love’s Mysteries, está de acuerdo con
Dörner en que la predisposición del cerebro antes del nacimiento a veces puede ser
“inapropiada, en que el género del niño es masculino, su aspecto anatómico es masculino,
pero por una razón u otra, su cerebro no recibió las instrucciones hormonales necesarias
que causan que éste se masculiniza”. Él nos recuerda que estamos enfrentándonos a dosis
de testosterona muy finas y críticas, medidas en cienmillonésimas de partes por gramo; una
posible explicación de cómo, en gemelos no idénticos, desarrollándose en condiciones
virtualmente idénticas dentro del útero, uno puede ser homosexual y el otro no.

Otro científico norteamericano, el Dr. Milton Diamond, también llega a la misma


conclusión general que Dörner, pero cree que en el desarrollo sexual del cerebro se
involucran cuatro y no tres etapas. Primero los patrones sexuales básicos, por ejemplo, la
agresividad o pasividad; segundo, la identidad sexual, a que sexo se adscribe la persona a sí
misma; tercero, el objeto sexual de deseo, que es lo mismo que los centros de apareamiento
de Dörner; y finalmente los centros para el control del equipamiento sexual, incluidos los
mecanismos del orgasmo. Si algo sale mal durante el desarrollo de cada una de estas etapas,
éstas estarán eventualmente “fuera de fase” la una con la otra. De manera que un hombre
puede ser asertivo y agresivo –típicamente masculino– y tener una preferencia homosexual;
puede tener maneras afeminadas y tener una orientación altamente heterosexual. El cerebro
es sexuado en etapas y no en un gran “big bang”.

La teoría hormonal explicaría el porqué la desviación sexual es más común en los hombres.
Los hombres tienen que pasar a través de un proceso para cambiar sus cerebros a partir del
patrón femenino natural presente en todos nosotros a partir de las primeras semanas de
gestación, cualquiera que sea nuestro eventual sexo; los cerebros de ellos tienen que ser
bañados en hormonas masculinas extra y reestructurados; así que en el proceso de
reconstrucción la posibilidad de que haya errores es mucho más grande que en la mujer,
que no necesita de ninguna reconstrucción del cerebro.

Esta explicación de la clave biológica de la desviación sexual en los humanos no es


universalmente aceptada por los científicos. Algunos dicen que simplemente no hay
suficiente evidencia humana; pensando que los experimentos necesarios supondrían
grandes problemas éticos. A veces se argumenta que Dörner no da la importancia suficiente
a los factores sociales, culturales, educativos y de crianza. ¿Porqué algunas mujeres,
expuestas a altas dosis de hormonas masculinas en el útero materno, se vuelven
homosexuales en tanto que otras similarmente expuestas no lo hacen? ¿Cuál es la
naturaleza de la interacción entre los factores biológicos y ambientales en la desviación
sexual? Aún queda mucho por entender.

96
Pero volviendo a la tesis general, debemos de regresar a los accidentes de la naturaleza en
la especie humana. Algunos hombres nacen con tres, en lugar de dos, cromosomas
sexuales. Ellos tienen un cromosoma femenino extra. Los hombres XXY tienen el patrón
de ambas XX femeninas, y el masculino XY. Ellos lucen como varones, son criados como
varones, pero padecen falta de libido y pérdida de potencia. En la vida adulta tienen bajos
niveles de testosterona –que debe de estar relacionada con bajos niveles de testosterona
durante su desarrollo embrionario–. Estos XXY reportan confusión acerca de qué sexo
tienen, y cómo se deben de comportar. Tienen indecisión sobre adoptar un rol masculino, y
esta confusión e inseguridad a menudo se expresa como transvestismo, transexualismo,
homosexualismo, bisexualismo o asexualidad. Lo que parece suceder es que, con un
mensaje genético confuso, dando instrucciones contrarias a las gónadas, no ha sido
despachada suficiente hormona masculina para desarrollar el cerebro de modo que
corresponda con el cuerpo masculino. En particular, los centros de apareamiento de Dörner
parecen haber sido confundidos o mal instruidos, y se les permitió desarrollarse a lo largo
de patrones femeninos.

Entonces, he ahí a los hombres a quienes, en el útero, fueron expuestos a altas


concentraciones de hormonas femeninas. Un estudio de seguimiento a largo plazo hecho en
136 niños ha revelado que aquellos cuyas madres tomaron altas dosis terapéuticas de
hormonas femeninas eran el doble de propensos a no casarse que aquellos cuyas madres no
tomaron tal medicamento. Los centros de apareamiento de Dörner, y la influencia de las
hormonas sobre su desarrollo, ahora ambas cosas se vuelven más creíbles. Lo mismo con
sus centros de rol de género: otro estudio realizado a un grupo de niños a sus 6 y a sus 16
años de edad, de nuevo, expuestos a hormonas femeninas en su gestación, demostró falta de
masculinidad, asertividad, habilidad atlética y agresividad.

Algunas mujeres, como hemos descrito en el capítulo dos, experimentan altas dosis de
hormona masculina durante su desarrollo fetal, en ellas se reporta más frecuentemente la
exhibición de comportamiento bisexual u homosexual. Desde la primera infancia han
resistido los estereotipos sexuales normales –no juegan con muñecas y prefieren la
competitiva compañía de niños.

En un fascinante experimento, el Dr. Dörner, de hecho, ha encontrado que un centro clave


en el cerebro del varón homosexual demuestra características femeninas. El hipotálamo,
que es el centro de apareamiento del cerebro, tiene diferente funcionamiento en el hombre y
la mujer. En le hombre éste regula el flujo de hormonas de manera que asegura que los
niveles permanezcan estables. En la mujer el hipotálamo puede responder a los altos niveles
hormonales disparando una secreción aún mayor de esa misma hormona, con las
dramáticas consecuencias en el comportamiento que hemos visto en el capítulo cinco.

Dörner encantó que el hipotálamo del varón homosexual hace exactamente lo mismo
cuando es inyectado con hormonas femeninas: reacciona de la manera en que lo hace el
centro de apareamiento femenino. Responde a una dosis de estrógenos produciendo más
hormonas femeninas. El cerebro homosexual ha sido cableado en el patrón de respuesta
femenino. Los hombres heterosexuales no muestran tal incremento sus niveles de hormonas
después de haber sido inyectados con hormonas femeninas. Dörner concluye que

97
Los hombres homosexuales pueden poseer –al menos en parte– un cerebro con una
diferenciación predominantemente femenina, la cual puede tener su origen en una
deficiencia de andrógenos en la vida prenatal...

Aunque un equipo norteamericano de investigadores ha confirmado este hallazgo, ellos son


más cautos acerca de la causa y la explicación. De hecho, otros investigadores son
abiertamente escépticos, algunos afirman que la metodología de Dörner es sospechosa,
algunos no consiguen replicar el fenómeno y otros están en desacuerdo con otros factores,
como los niveles de hormona masculina encontrados en hombres y mujeres homosexuales.

Una razón de la confusión podría ser porque la homosexualidad –como cualquier otra
forma de sexualidad– es una forma de comportamiento muy compleja y variada. No hay un
único tipo de homosexual. Un sofisticado estudio británico adopta mucho de la teoría
general de que la condición homosexual es generada in útero. Pero hace la diferenciación
entre sujetos homosexuales primarios y secundarios quienes pueden haber tenido alguna
experiencia heterosexual, que psicológicamente tienen una visión menos femenina de sí
mismos y que son quienes responden favorablemente a la terapia contra-homosexual. Este
grupo secundario podría tener unas raíces biológicas más débiles que los homosexuales
primarios, y su homosexualidad “podría surgir más de influencias psicosociales actuando
en concordancia con la teoría del aprendizaje”. Los homosexuales primarios al ser
inyectados con estrógenos tienen un patrón de respuesta femenino ante la hormona; tal
como Dörner encontró en los homosexuales con los que experimentó. El grupo secundario
tiene un patrón de respuesta masculino al ser inyectado con la hormona femenina. Este tipo
de homosexualidad podría tener causas ambientales o políticas.

Todas las complicaciones y las calificaciones están ligadas con la idea de que diferentes
etapas, niveles, centros –llámelos como quiera– de nuestra configuración mental se
desarrollan en momentos diferentes, llevándonos a gestar diferencias en la eventual
psicología sexual: si tan sólo los centros de apareamiento son expuestos a la hormona
“incorrecta”, entonces la gente se sentirá atraída por el mismo sexo, aunque muestre muy
poco de anormalidad sexual en su comportamiento o aspecto.

Los niveles de testosterona en los hombres homosexuales ciertamente son lo


suficientemente altos como para hacerlos pensar y comportarse de manera masculina. Por
ejemplo, tienen el punto de vista del sexo poco y romántico y promiscuo que tiene la
mayoría de los hombres heterosexuales. Al mismo tiempo sus centros de apareamiento
específicos son femeninos. De manera que tienen las mismas conductas sexuales que otros
hombres, pero canalizadas en una dirección diferente, lo cual es en cierta medida la razón
por la cual –al menos en los días anteriores al SIDA– los varones homosexuales pudieran
llegar a sumar por cientos sus parejas sexuales a lo largo de la vida.

La minoría de los homosexuales son afeminados, y despliegan la arquetípica conducta


femenina. En estos hombres, los centros del comportamiento, al igual que los centros de
apareamiento, han sido feminizados. En sus relaciones con otras personas muestran mucho
más la atención y la ternura asociada a la mujer, al tiempo que también muestran un menor
interés por el sexo por el sexo mismo.

98
 Las mujeres homosexuales parecen seguir el patrón femenino normal de desear relaciones
sociales satisfactorias. En las mujeres homosexuales, la natural hormona femenina no sólo
inhibe el impacto de la testosterona, sino que también actúa sobre el mecanismo general del
cerebro, predisponiéndolo más a la ternura, un atributo típicamente femenino.

Homosexual o heterosexual, hombre o mujer, “entre los hombres a veces el sexo termina en
intimidad; en las mujeres a veces la intimidad termina en sexo”.

Hay otras fuentes de confusión sexual donde ahora hay acuerdo general de que ahí hay una
explicación biológica. La transexualidad es el sentimiento de estar atrapado en el cuerpo del
sexo opuesto, o como Jan Morris lo dijo, “es la certeza de haber nacido dentro del cuerpo
equivocado”. Jan Morris, el autor británico, tuvo una operación de reasignación sexual y
ahora está satisfecho y feliz como mujer. Considera una variedad de explicaciones para este
fenómeno, y es intrigante que en su libro, Conundrum, encontremos el germen de lo que
ahora nosotros sabemos que es la explicación. “¿Será sólo que algo salió mal durante mis
meses en el útero materno, de manera que las hormonas fueron dosificadas
erróneamente... ?”

Eso es casi exactamente lo que pasó.

El clásico hombre transexual no es particularmente femenino en la infancia, pero es gentil


reservado y tímido. Tiene poco interés sexual y a menudo desagrado por la masculinidad.
Hay un temprano, esperanzado y creciente deseo por ser mujer. Como Jan Morris dice,
“Por cuarenta años... un propósito sexual dominaba, distraía y atormentaba mi vida, la
trágica e irracional ambición, instintivamente formulada pero deliberadamente perseguida,
de escapar de la masculinidad hacia la feminidad.”

Un científico norteamericano ha encontrado que no hay evidencia discernible de que un


desarrollo aberrante sea el responsable de este fenómeno. El sujeto parece desafiar
literalmente a su medio ambiente, persistiendo en su comportamiento del sexo opuesto a
despecho de los intentos de sus padres por suprimirlos.

Algunos psicólogos, por supuesto, dirán que esta oposición paterna es en sí una agravante –
o incluso la causa– de la disposición aberrante. Pero más estudios de anormalidad sexual
que intentan encontrar raíces y causas familiares, sociales o ambientales –del desarrollo
más que de la naturaleza– no han podido probar satisfactoriamente sus suposiciones.

El libro Sexual Preference – its development in Men and Women ha sido la más exhaustiva
investigación norteamericana sobre comportamiento y actitudes homosexuales. Tras
entrevistar a 500 homosexuales, los autores encontraron que “el rol de los padres en el
desarrollo de la orientación sexual de sus hijos ha sido exagerado”. Tampoco están
convencidos de la noción de complejo de Edipo sin resolver, la responsabilidad de padres
fríos o alejados, la presión del grupo de sus compañeros de juego, el ser etiquetado de
afeminado a una edad temprana, o las malas experiencias con el sexo opuesto. Incluso entre
los no homosexuales, las experiencias tempranas con el mismo sexo, de manera interesante,
no juegan ningún papel en su opción sexual. “El estereotipo popular de que la

99
homosexualidad resulta cuando un chico es “seducido” por un varón mayor, o una chica
por una mujer mayor, no se ve sustentado por nuestros datos”.

Los internados escolares de un solo sexo y las prisiones podrán ser planteles de
homosexualidad, pero probablemente no crean la condición. En la escuela la
homosexualidad puede ser parte de la curiosidad, mientras que en la prisión puede ser una
necesidad funcional. Ambas instituciones pueden revelar, o sacar a la luz, la
homosexualidad natural en un varón joven o adulto, pero no es capaz de implantarla.

El indicador más claro de si alguien será homosexual o no es la manera en que se comporta


durante su infancia: niños tímidos, retraídos y nada agresivos o atléticos, o niñas rudas y
activas. Ya que, aunque el hipotálamo aún no ha sido impactado por las hormonas de la
pubertad, el cableado general del cerebro ya está sexualmente predispuesto de manera
“errónea”.

La explicación biológica puede incluso explicar en dónde algunas de las teorías


psicológicas se equivocan. Por ejemplo, por mucho tiempo se ha pensado que un padre
hostil o indiferente puede ser la causa de la homosexualidad –el chico está reaccionando
contra el principal modelo del rol masculino de sus primeros años, y está rechazando las
tradicionales actitudes y comportamientos masculinos–. Pero es perfectamente posible que
el padre se vuelva hostil precisamente porque el niño es –naturalmente– afeminado, y no es
“el hijo que yo hubiera esperado”. Los padres que han esperado mucho por el día en que
puedan ir junto con su hijo a un partido de futbol, tienden a mostrarse decepcionados o a
mostrar abierto desacuerdo cuando sus hijos, por la razón que sea, prefieren las metas más
típicamente femeninas.

Así que, ¿cuál es la causa original, biológica de la desviación sexual? Si son las hormonas
en el útero las que afectan la sexualidad del niño y del adulto ¿Qué fue lo que produjo, en
primer lugar, este desequilibrio hormonal?

De nuevo las primeras pistas vienen de las ratas. Es conocido que los altos niveles de estrés
en las madres gestantes reducen los niveles de hormonas masculinas en el útero. Los
experimentos han mostrado que cuando las ratas embarazadas son sometidas a estés severo,
el macho resultante es atraído por otras ratas macho. De hecho las ratas que son
homosexuales, aparentemente lo son a consecuencia del estrés experimentado por sus
madres.

Dörner estaba intrigado con el hallazgo. Claramente, el no podía poner un laboratorio lleno
de mujeres embarazadas bajo estés severo, pero podía examinar los resultados del
laboratorio de la historia. Buscó en los años de la segunda guerra mundial; un momento
histórico en que los habitantes de su país, Alemania, podrían decir que se vivió bajo
circunstancias más difíciles de lo normal.

Dörner encontró en 800 varones homosexuales; que habían nacido durante la estresante
guerra y el primer periodo post-guerra, significativamente más de ellos que durante los años
anteriores y posteriores al conflicto.

100
Dos tercios de los varones homosexuales y sus madres reportan experiencias de estrés
maternal moderado o severo durante la etapa prenatal; con factores como pérdidas muy
sensibles, privaciones, despojo, bombardeos, violación o ansiedad severa. Por otro lado,
ninguna de las madres de hombres heterosexuales en una muestra de control había sido
víctima de estrés severo, y sólo el 10% experimentó estrés moderado, durante el embarazo.

Los bajos niveles prenatales de hormona masculina pueden ser afectados por factores
menos drásticos que un gran conflicto global. El tomar medicamentos inadecuados es uno
de éstos. Los barbitúricos, la clase de droga más ampliamente prescrita y de la que más
ampliamente se abusa, se ha pensado que llegó a ser prescrita en un porcentaje tal alto
como en el 25% de los embarazos entre los años cincuentas y los ochentas. En
experimentos animales que involucraban la exposición a barbitúricos, la droga actuó
directamente en el tejido neural e indirectamente a través de la secreción al feto de una
sustancia que interviene en el proceso de sexuado del cerebro. Entre los resultados
observados se encontró “alteración de las diferencias sexuales psicológicas y de
comportamiento”. En los humanos los resultados previstos podrían incluir “desajuste
psicosocial, desmasculinización de la identidad de género y del rol sexual del
comportamiento en los varones”.

La implicación –que también es real para muchos medicamentos– es que la mujer gestante
debe de ser advertida de evitar barbitúricos; es reconfortante saber que éstos no suelen ser
prescritos tan frecuentemente como solían serlo”.

Tan convencido está Dörner del vínculo entre los niveles hormonales en el útero y la
subsecuente sexualidad, que cree que se debería de sondear la práctica médica para
monitorear y corregir estos niveles. Incluso se ha rumorado que tras la barrera de secreto de
la cortina de hierro los médicos de Alemania del éste ya se han embarcado en dicha práctica
clínica.

Nuestro nuevo entendimiento de la biología del sexo hace surgir profundos


cuestionamientos acerca de nuestra actitud y trato hacia los homosexuales. Si la biología –o
la naturaleza– está en la raíz de todo, ¿cómo puede la homosexualidad ser condenada como
“innatural” en un grado mayor que, digamos, la condición de ser zurdo? ¿o será más propio
compararla con otras manifestaciones biológicas, como las deficiencias congénitas? Y
nuevamente, ¿es correcto etiquetar a lo que es, de hecho, una “raza” no genética de
personas como “deficientes”? ¿la corrección clínica del síndrome estará realmente lo
suficientemente alejada de la grotesca práctica médica del Tercer Reich cuya perversa
medicina en su búsqueda por la pureza racial –irónicamente– consiguió que, como hemos
visto, en la guerra se provocaran las condiciones en las cuales es más probable el desarrollo
de homosexuales?

Confiamos en que el mismo conocimiento de los mecanismos naturales y biológicos de la


anormalidad sexual traiga con él el reconocimiento de que el síndrome es algo natural, y
podría cambiar nuestra concepción sobre qué es lo normal. Después de todo, el principal
problema que los homosexuales enfrentan no es de su autoría; el problema deriva del resto
de nosotros, y de nuestra intolerancia hacia aquello que no está conforme con lo que hemos
decretado que son la identidad de género y el comportamiento sexual normales (aunque
101
incluso tal intolerancia podría estar biológicamente inscrita en nuestros cerebros, comp.
Parte del comportamiento agresivo al extraño).

Entretanto, seguramente, es tiempo de un armisticio entre aquellos que buscan una


explicación biológica y aquellos que buscan una psicológica para el comportamiento
humano. Los términos de tal arreglo fueron sugeridos hace décadas cuando un psicólogo
escribió a sus colegas que ellos deberían...

tener en mente que algún día todas nuestras formulaciones provisionales de psicología
deberán estar basadas en un fundamento orgánico... Entonces tal vez sea encontrado
que son especiales substancias y procesos químicos los que logran los efectos de la
sexualidad...

El psicólogo era Segismundo Freud. Y ese “algún día” ciertamente ha llegado.

102
 CAPÍTULO NUEVE
El matrimonio de dos mentes
 

E l matrimonio, solían decir los viejos comediantes, es una gran institución, ¿pero quién
quiere vivir en una institución?

De hecho, la mayoría de nosotros lo quiere. A pesar del gran incremento en el índice de


divorcios –debido en gran medida a la legislación moderna y a la independencia financiera
de la mujer– en, por ejemplo, el oeste de los Estados Unidos de Norteamérica el 93% de
nosotros, con diversos grados de optimismo, profesamos votos de unión hacia nuestros
amados desconocidos. 75% de los matrimonios sobreviven, e incluso cuando el
rompimiento marital ocurre, la mayoría de los involucrados, de manera desafiante, opta por
la esperanza por encima de la experiencia y se casan nuevamente.

Nuestro nuevo entendimiento de qué nos hace funcionar, y funcionar a diferentes ritmos, no
va a revolucionar por sí mismo el complejo diseño del matrimonio –no presentaremos un
nuevo diseño matrimonial–. Pero creemos que mucho del estés en ésta, la más vital de las
relaciones, se deriva de la errónea concepción de que el hombre y la mujer son
esencialmente la misma gente. La contradicción entre esta afirmación y los hechos puede
llevar a la exasperación, la amargura y la recriminación.

Todo podría volverse un poco más sencillo cuando hayamos comprendido cuán diferentes
somos el uno del otro. Incluso podríamos ser un poco más felices. Después de todo, hay
sobrada evidencia de que el evangelio del feminismo y la negación de las diferencias
sexuales no ha creado matrimonios más gozosos ni para los hombres ni para las mujeres.

     WILSON, G. D. y Nias D. K. B., Loves Mysteries: The Psychology of Sexual Attraction,
Open Books, London. (1976) p. 30.

     EYSENCK, H. J. “Sex, society and the individual”, Love and Attraction, Cook, M. and
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  MURSTEIN, B. I. “A taxonomy of love”, The Psychology of Love, Sternberg, R. J. and


Barnes, M. L. (eds.), Yale University Press, New Haven (1988) p. 418-426.

  SYMONS D., The Evolution of Human Sexuality, Oxford University Press (1979) p. 97-
110.

103
     HOYENGA, D. B. AND HOYENGA, D. SEX DIFFERENCES, LITTLE BROWN AND
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     MURSTEIN, B. I. Love, Sex and Marriage Through the Ages, Springer, New York
(1974) P.422-423.

     WILSON, G. D. y Nias D. K. B., Loves Mysteries: The Psychology of Sexual Attraction,
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     EYSENCK, H. J. Op. cit.

     HOYENGA, D. B. And Hoyenga, D. Sex Differences, Little Brown and Company,
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     WILSON, G. D. y Nias D. K. B., Op. cit. p. 131.

     NIESCHALG, E. “The endocrine function of the human testes in regard to sexuality”
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     WILSON, G. D. y Nias D. K. B., Loves Mysteries: The Psychology of Sexual Attraction,
Open Books, London. (1976) p. 131.

     HOYENGA, D. B. And Hoyenga, D. Sex Differences, Little Brown and Company,
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Sex Differences, Maccoby, E. E. (ed.) Stanford University Press (1976) p. 174-204.

     MURSTEIN, B. I. Love, Sex and Marriage Through the Ages, Springer, New York
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     HOYENGA, D. B. And Hoyenga, D. Sex Differences, Little Brown and Company,
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     WILSON, G. D. y Nias D. K. B., Loves Mysteries: The Psychology of Sexual Attraction,
Open Books, London. (1976) p. 62-76.

En el original, es un juego de palabras que rima “Their hearts have less communion
with their heads” N. T.

     CANCIAN, F. M. “Gender politics: love and power in the private and public spheres”,
Gender and the Life Course, Rossi, A. S. (ed.), Aldine, New York (1985) p. 253- 264.

     Ídem.

     Ídem.

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