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Antes de terminar el amanecer

Por F. J. Brausin
F. J. Brausin

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strepitoso entra el día por la ventana quebrando mis ideas rompiendo con la cal-
ma, solo trae con sigo ese aroma a mierda de la vida y me impregna con el tedio
de su rostro pálido y seco. Aun estoy aquí con mi boca llena de vomito y la cabeza
divagando en alcohol y coca. Son las 5 am y me debato entre levantarme a trabajar o
cortar de un tajo mis muñecas mientras bebo un red label en una tasa de café… Creo
que da igual.

A veces mientras me ducho pienso que estoy en el vientre de mi madre, solo con el soni-
do del agua y la mente fresca, creo que escucho su voz suave y melancólica, en ocasiones
alcanzó a sentirla mientras cierro la puerta del apartamento “Dios me lo bendiga”. 5
escalones, 10, 20, 30 da igual cuando salgo del edificio tras la puerta de vidrio esta la
misma ciudad lluviosa y fría. Pero... hoy por alguna extraña razón las calles no huelen a
carroña… huelen… a rosas, rosas frescas, y hay un rostro nuevo, ¡¡¡carajo!!!

Frente a mis ojos veo una joven suicida de mirada perdida, piel canela y labios escarlata,
su cuerpo se balancea sobre el puente con la arritmia sofocante del viento de la mañana;
presuroso corro paso tras paso, salto, esquivo bultos curiosos, morbosos. 1 metro, 2 me-
tros, no llego, el corazón se agita. Miedo. Desespero, si, si llego. Ahogo, cuando estoy lo
suficientemente cerca de ella me detengo respiro, jadeo, tiemblo, entonces sus ojos me
miran penetrantes… Y deseo saltar con ella, caer eternamente como dos kamikazes, pero
nunca tocar el suelo, jamás hacerlo, eternamente en sus ojos, eternamente en sus labios.

-Nada puede hacer extraño, así debe ser- dice mi bella suicida -solo quiero ofrecerle un
trato, tan solo un trato y después la dejare saltar- le respondo temeroso, con un ademán
de su mano me permite acercarme. Así, sin saber que hacer, como lo ha sido siempre en
mi vida, me acerco y le susurro al oído - No me conoce y no la conozco y no importa,
solo quiero un plazo hasta el amanecer, para sonreír, para ser especial, beber Red Label
en una taza de café, llorar, enloquecer y morir en éxtasis juntos usted y yo ebrios de vida
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Antes de terminar el amanecer

y justo al amanecer mientras dibujamos figuras en humo azul de cigarrillo moriremos,


por que así debe ser- entonces le tendí mi mano marcada por miles de cuchillas en miles
de formas; ella guardo silencio por un segundo y luego su mano suave y débil casi de
cristal, casi de papel se apoyo sobre la mía y confeso – un trato justo, un día sin pasado ni
futuro solo instantes, solo segundos, solo el paso que precede al siguiente, nada mas- bajo
de la baranda del puente y continuo -pero antes quiero caminar por el parque sin cruzar
una sola palabra, solo con usted a mi lado y el sonido dulzón de las aves en la mañana;
por que quiero conocer su alma y las palabras engañan- una presentación extraña a mi
parecer pero me daba igual, siempre estuve en silencio, por que no hacerlo en compañía.
Entonces salimos de allí caminando entre los bultos que musitaban entre si con estupor
y morbo por el final del patético espectáculo.

Cruzamos los rumores dirigiéndonos al parque que brillaba verde y sereno entre los blo-
ques grises y humeantes de la ciudad y los sonidos aturdidores del tráfico. Caminamos
por horas uno al lado del otro en silencio solo con el sonido absorto de su perfume de
rosas frescas y el cantar de aves que me hacían sentir como si esta historia la hubiésemos
vivido durante miles de siglos, en miles de parques con sus pasos junto a los míos en sin-
fonía perfecta, de tanto en tanto ella sonría, saltaba y giraba al ritmo del viento como si
de una niña se tratara y me decía - no es perfecto- y yo le decía – si, es perfecto mi bella
suicida- después corrimos, saltamos, jugamos, y, por primera ves en nuestras vidas des-
cubrimos una sonrisa en la cara pálida y seca de la vida. Para el medio día, ya cansados
y seguros de quien era ella y quien era yo, decidimos tomar un café y hablar.

Mientras hablábamos de los bultos, del puente, de la baranda, del parque del ¿no es per-
fecto? Si, es perfecto mi bella suicida, del futuro, del sabor a mierda de las mañana, en
un café bohemio propio de otra década, el vapor blanco del café danza gracioso entre
las palabras, de tanto en tanto se detiene suspira y brinca y como un experto coreógra-
fo desaparece en el cielo gris, es el único testigo de nuestras sonrisas, no se si del amor,
siempre lo considere como un carcelero y verdugo celoso que alimenta con una mano y
con la otra cercena los cuellos de los amantes, mmm… no importa, esto es mucho mas
grande que la semántica y mi buen amigo el vapor de café no entiende de significados.

De repente ella se levanta de la mesa me toma de la mano y me dice – vamos tengo que
recoger algo muy importante en mi casa.- Llegamos a una casa grande en un sector adi-
nerado de la ciudad, ella me pide que la espere afuera y entra vacilante. 5, 10 minutos,
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desespero, 20, 30 quiero entrar, 40 minutos, un grito, ¡su grito! entro velos cruzo la sala
no veo a nadie, otro grito, ¡arriba! ¡Es arriba! Subo las escaleras y un hombre musculoso
algo mayor, creo que es su esposo, la golpea y la llama perra ella suplica, -no mas por
favor, no mas- salto sobre el hombre 1 golpe, 2 golpes, contra la pared, ella grita – no
mas, no mas- estrello su cabeza contra el espejo y este estalla. Acierta un golpe en mi cara,
caigo, lo empujo con mis pies sobre la cama, entonces el cobarde saca un revolver de la
almohada y me apunta – así que este es el perro- dice el hombre, ella toma un lámpara de
mármol con la imagen de la justa y sabia Atenea grabada en ella y lo golpea en la cabeza
y el cae, ella asustada deja caer la lámpara y retrocede pálida. Aun esta vivo. ¡Se mueve!
me levanto, tomo la lámpara y lo golpeo, 1, 2, 3, 4 veces con furia, ya no se mueve, no
respira, y mis manos están ensopadas en sangre, ¡que hice! ¡DIOS! Ella toma una seda
roja que envuelve algo de la mesita de noche y me arrastra afuera, por las escalares y por
la sala hasta la calle, tomamos un taxi y nos vamos.

Después de una largo camino, de contemplar mi doble perfecto sobre el cristal del taxi
sobre volando y cubriendo las miradas perdidas de los bultos, las calles sucias y grises y
el ruido estruendoso de la ciudad; pálido, sin voluntad, en silencio total y con el aroma
a sangre pegado a mi nariz, llegamos a mi apartamento, me siento sobre la cama con
la mirada al piso y las manos apretadas entre mis rodillas para impedir que tiemblen y
suspiro, ella igualmente afectada por nuestro crimen, pero un poco mas parca que yo, se
acerca toma mi rostro suavemente con sus manos y mientras me limpia la sangre con un
trapo húmedo dice – no es nuestra culpa, es el destino quien decidió. Así debía ser – por
alguna extraña razón sentí que tenia la razón y que aquel hombre debía morir bajo mis
manos, posiblemente era locura o simplemente descaro pero el delito ya no era tan pesa-
da. Creo que los seres humanos somos capaces de sobre llevar la culpa transformándola
de su tono rígido a un matiz mucho mas conveniente por el sagrado don que nos dio
algún ente sea Dios o se Satán, la gloriosa razón.

Mientras ella continuaba limpiando de mi rostro, de mis manos y de mi conciencia los


rastros de aquel crimen me perdí en sus ojos, luego en sus labios, luego en su piel, poco
a poco los suspiros se transformaron en jadeos, nuestros cuerpos desnudos fueron reco-
rridos palmo a palmo por nuestras manos, nuestros labios quisieron ser uno y lo fueron
eternamente, vivimos al ritmo de nuestro aliento segundo a segundo sin afán sin pecado.
Aliento. Labios. Pasión. Piel, 1 ves, 2 veces, 3 veces, tantas como sea necesario… - ¿no
es perfecto? – si es perfecto mi bella suicida- al final solo un beso, el beso de la muerte
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Antes de terminar el amanecer

por un segundo y caímos tendidos sobre la cama desnudos y en silencio, mirándonos a


los ojos sin mormurar palabra alguna. Entonces saque una botella de red label a medio
terminar de debajo de mi cama y dos tasas de café y brindamos hasta el anochecer por
nuestros pecados. De improvisito ella se levanto de un brinco y dijo - quiero bailar – y
tras vestirnos, como es acostumbrado, me saco del brazo a donde su voluntad lo deseaba.

Tras recorrer la ciudad llegamos a uno de esos bares sucios con aroma a locura de almas
perdidas sin mayor visión del mundo que la próxima botella a destapar. Ella me pide que
baile pero yo no se y temo a la vergüenza, entonces mejor es sentarme pero ella graciosa
y valiente baila sola, se mueve influenciada por la narcosis de una vida sin futuro, como
acariciando las miradas de los bultos curiosos, a cada nota a cada paso sus senos, sus nal-
gas, sus brazos y sus piernas componen una sinfonía que ni el mismo Bach hubiese ima-
ginado y su rostro dulce como el de un ángel que se escapo del cielo cansado por el tedio
de los días perfectos, sonríe deleitado por la música y los pecados que penetran su piel
y de tanto en tanto le sonrojan el rostro; y yo la veo desde la distancia entre suspiros y
quimeras, perdido en medio del bar con nada mas frente a mis ojos que su imagen, el res-
to de almas perdidas no importan, pueden ir al mismo infierno y arder entre demonios,
no importan solo importa ella y nada mas. Ahora me siento un estupido y decido que
debo bailar y lo hacemos por toda la noche sin parar, canción tras canción, pieza a pieza,
con los huesos heridos y los músculos vencidos sonriendo extasiados hasta que llega la
hora, de cumplir con el trato pactado, no nos decimos nada solo salimos de aquel lugar
cogidos de la mano en medio del caos nocturno, seguros del destino por que así debe ser.

El sitio escogido fue aquel parque en el que caminamos horas antes jugando como niños,
pero esta ves todo era diferente apenas podemos palpar el silencio que se torna sepulcral a
nuestro alrededor, el viento cansado recorre como un viejo celador paso a paso lentamen-
te por entre las hojas, por entre los minutos, por entre los miedos y se detiene, ojea y de
nuevo sigue su recorrido torpe. Nos detenemos frente al lago que se tambalea inseguro
sirviendo de espejo a la luna vanidosa que nos mira absorta; ella tiembla, no se si por el
frío o por lo que haríamos, yo solo acierto a tomar su mano y susurrarle - todo esta bien
por que así debe ser- , y ella me responde -¿no es perfecto? - y yo le digo - si mi bella
suicida, es perfecto… – entonces saca de su bolso una seda roja que envuelve un objeto,
la misma que saco de su casa tras nuestro horrible crimen, la desenvuelve y de su interior
sale una daga de acero, con empuñadura de oro e incrustaciones de diamante muy fina
y teatral a mi parecer.
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F. J. Brausin

Mientras el sol se asoma curioso en el horizonte dividiendo el cielo nocturno en dos to-
nos, un naranja brillante y un azul esplendido en una mezcla perfecta propia de la mano
de algún Dios, ella toma mi brazo izquierdo y con su mano derecha corta mi muñeca
suavemente para dejar que el frío metal cumpla su cometido recorriendo transversal-
mente mis venas en una caricia sutil, propia de un amante sobre su amada, luego yo
repito el mismo procedimiento sobre su brazo izquierdo, y nos dejamos caer mirándo-
nos fijamente a los ojos mientras el pasto verde y húmedo se torna escarlata; silencio y
nada más; su mano toma la mía con fuerza al principio y luego suavemente segura de no
marcharse sin mi, silencio y nada más; sus ojos se cierran de manera delicada mientras
un coro de aves tocan el réquiem de Mozart a nuestra marcha final, silencio y nada más;
ella yace como dormida cual doncella de tiempos ancestrales esperando el beso de su
amado, casi angelical casi perfecta mi bella suicida, silencio y nada más. Entonces mis
ojos se sienten cansados y mi cuerpo liviano y débil cede sutilmente a las ambiciones de
la muerte que me seduce como una prostituta a su cliente de turno, y los bultos se escu-
chan susurrando a la distancia. Los bultos. El sabor a mierda de la vida. Ella. El puente.
¿No es perfecto? Si es perfecto mi bella suicida. El tedio de los días perfectos. Silencio.
Oscuridad. Nada. Vivimos nuestro amor un solo día como las mariposas que nacen al
amanecer y perecen al anochecer seguras de haber disfrutado su corta vida mucho más
que cualquier hombre ¡a la mierda con los felices para siempre!

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