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Análisis de la encíclica Laborem exercens

El trabajo dignifica al hombre, y llena su existencia en la tierra, tiene un significado mayor al


del dinero y es capaz de llenar el corazón del ser humano como no lo hace otra actividad ni
otro ser sobre la tierra, es el signo que nos hace diferentes y nos humaniza

El hombre mediante el trabajo encuentra la forma de satisfacer las necesidades de su cuerpo


pero también las de su alma como dinamismo de despliegue, sin embargo en muchas
ocasiones la injusticia social no lo hace posible, se coloca al trabajador como una herramienta
y no como un fin, amenazando incluso sus derechos básicos

La distribución desproporcionada de riqueza entre los diferentes países de este mundo


globalizado, las condiciones opuestas de los hombres y la injusticia social forman parte de las
grandes preocupaciones de la iglesia; pero no es ella la única que debería preocuparse por
estas situaciones, nosotros como parte activa debemos verlo desde nuestra gran empresa
donde laboramos o nuestra pequeña empresa que dirigimos, en ellas podemos ver
representados muchos casos de corrupción; un claro ejemplo de ello es el apadrinamiento de
personas en cargos públicos ya sea en el caso de puestos de trabajo o beneficios adicionales
para la empresa, lo que hace diferencias injustas en el ámbito competitivo. Ese tipo de
discriminación y falta de objetividad esta pasando una seria factura a nuestras generaciones
emergentes, creando un ambiente de conformidad y resentimiento

En el libro de génesis se hace referencia al trabajo desde la perspectiva de la tierra, por medio
de la cual se pasa al progreso y desarrollo no solo de sí mismo, si no a la cooperación de la
humanidad; se pasa de un asunto interno a uno externo.

“El hombre somete a la tierra”, es una frase que encierra un significado más profundo llegando
a su fin mismo que es el hombre sin importar el tipo de trabajo que se realice sea este físico o
intelectual

La tecnología frente al trabajo puede ser vista como un aliado o como un monstruo
dependiendo de la posición en que nos encontremos frente a esta, es fundamental
considerar que esta incluyendo en nuestra sociedad una nueva forma de hacer las cosas,
renovando y buscando otro tipo de trabajadores que estén dispuestos a encontrar soluciones
y no depender de un trabajo mecanizado; el hombre es esclavizado por la tecnología solo si no
es capaz de conocerla a profundidad y dominarla, así como un día domino la tierra.
El solo hecho de ser humanos y decidir por nosotros mismos hace que el trabajo tenga un
sentido más profundo, que no radica en el tipo de trabajo que se realice, si no en el ser
humano que lo hace, es así que posee una dimensión ética en sí mismo, por lo tanto el trabajo
depende del hombre y no lo esclaviza. Sin embargo no podemos cerrar los ojos

ante la situación actual donde el trabajador y el trabajo se negocia como una mercancía, que
tiene su importancia solo en lo económico, sin mirar ni siquiera en el trasfondo al ser humano
que constituye y que hace que una organización pueda funcionar, se hace del trabajo un
medio de opresión para el ser humano y no una forma de ejercer su libertad.

El estado es la entidad indirecta con mayor poder económico y social dentro de las naciones,
este debe velar por que las normas sociales y laborales se cumplan, teniendo la
responsabilidad para realizar cabios importantes o de realizar las peores injusticias producto
de la corrupción, en nuestro país aun estamos luchando contra el cumplimiento de los
derechos mínimos, dejando de lado las respuestas éticas de las cuales debería derivarse todo
orden social y moral de nuestro país. Por lo tanto debemos buscar que las organizaciones en
nuestro país den un paso más hacia un trabajo socialmente responsable en bien de toda la
sociedad y no solo su propio bienestar, debemos dejar de lado en abuso de ambas partes,
porque no debemos olvidar que existe abuso también desde el otro lado de la moneda, el
trabajador también puede atentar contra el mismo trabajo y las propias organizaciones
valiéndose de las ya conocidas huelgas, donde se afecta a demás el bienestar común.

Siendo el hombre el medio y no el fin, el concepto organizacional debe cambiar en el mundo,


buscando el bienestar del trabajador mediante una política justa, con una remuneración
adecuada, recibiendo seguros de vejez, apoyo y preocupación por su salud física y mental,
haciendo de esta una actividad profunda que cava en el alma del ser humano.

ÁLVARO JARAMILLO RAMÍREZ

ajaramillo99@gmail.com
ESCUELA DE TEOLOGÍA, FILOSOFÍA Y HUMANIDADES

1. EL SENTIDO DEL TRABAJO Y DE LA PERSONA

El sistema económico que ya se impuso en el mundo globalizado es el capitalismo, que pone


como fin el lucro y la competencia. Pero, a pesar de este tipo de este tipo de sistemas
económicos, el objeto de la economía tiene que seguir siendo la formación de la riqueza y su
incremento progresivo en términos cuantitativos y cualitativos, es decir, estar orientado al
desarrollo global y solidario de la persona y de la sociedad en la que vive y trabaja. Cuando la
economía se desarrolla solo para generar la riqueza material, se genera una sociedad de mero
consumo y una ética de tipo individualista. Uno de los aportes del pensamiento social de la
Iglesia es la formación y promoción de la persona para que, se supere ésta ética meramente
mercantilista.

“La profunda y rápida transformación del mundo moderno pide urgentemente que no haya
ni uno solo que, despreocupado de la marcha de los tiempos o indolente en su inercia, se
entregue a una ética meramente individualista. Hoy el deber de justicia y de caridad lo cumple
el hombre cada día mejor si, contribuyendo al bien común según su propia capacidad y las
necesidades de los demás, promueve también y favorece las instituciones públicas o privadas
que, a su vez, sirven para transformar y mejorar las condiciones de vida del hombre.”[1]

Observamos, entonces, que el capitalismo en el siglo XX, va en contra de la persona. Porque


éste, en lugar de estar basado en la donación está basado en la acumulación. Esta mala
posesión se demuestra en lo que Mounier denomina los “tres principios de la moral social
capitalista”[2]: uno es la primacía de la producción. La producción no está al servicio de las
necesidades humanas, sino al revés. El capitalismo se ha convertido en un juego perverso de
creación de necesidades artificiales, “al que el hombre debe someter sus principios de vida”. El
otro es la primacía del dinero o capital, que no está al servicio del trabajo, sino al revés. Y el
tercero, la primacía del beneficio. El beneficio no está en función de la producción, sino al
revés. El beneficio es una riqueza que acumula alguien que no la ha creado, y no la necesita.
Ésta es, para Mounier, la síntesis de la injusticia capitalista.

Vista de esta manera, la economía debe desarrollarse y construirse poniendo como fin último a
la persona.

2. PERSONA, TRABAJO Y CAPITAL


Si un justo orden de valores es el que respeta la primacía de la persona sobre las cosas, puede
establecerse también la primacía del trabajo sobre los medios de producción o capital, que en
definitiva no son más que un conjunto de cosas obtenidas con el paso del tiempo a través del
trabajo. La globalización ha puesto desmedidamente su axioma de competir para triunfar, y la
realización y felicidad del hombre se ha identificado –casi exclusivamente- a la consecución y
acumulación de riquezas.

“Reconocemos, entonces el principio enseñado siempre por la Iglesia de la prioridad del


‘trabajo’ frente al ‘capital’. Este principio se refiere directamente al proceso mismo de
producción, respecto al cual el trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras el
capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa
instrumental. Este principio es una verdad evidente, que se deduce de toda la experiencia
histórica del hombre.”[3]

La primacía del trabajo lleva necesariamente a una segunda primacía: la de la responsabilidad


personal sobre el aparato anónimo. Importa más la persona en su integralidad que el mismo
trabajo y el capital.

“El capitalismo, dice Mounier, “ha disuelto a la persona patronal en la sociedad anónima
irresponsable, sometida al poder anónimo del dinero. Ha oprimido toda empresa bajo el poder
de esta dictadura financiera; expropiando a los asalariados, los desinteresaba de su trabajo y
los libraba al odio y al deseo desesperado de ponerse en su lugar. El capitalismo pretende
defender los valores de la propiedad personal, y en la práctica los niega, excepto para sus
privilegiados, y aun de una manera caricaturesca.”[4]

A la luz de la Doctrina Social de la Iglesia y fundándose, tanto en la propuesta humanista de


Jacque Maritain y en la personalista de Emmanuel Mounier, se ofrece una alternativa de una
“economía personalista” que, como su nombre lo indica, quiere partir del reconocimiento de la
dignidad del ser humano entendido como persona, como la razón de ser de la creación por
parte de Dios al igual que el centro del accionar humano en el mundo.

Esta propuesta busca impulsar el crecimiento personal, para lo cual la libertad es esencial, la
democracia es indispensable, la igualdad de oportunidades es una condición, la vida en
comunidades es una necesidad y el Estado debe tener la capacidad y la eficiencia que le
permitan cumplir con su papel, tanto subsidiario como solidario, de cara al bien común.
“El personalismo es la afirmación del valor absoluto de la persona. Este plantea que el
centro de todo accionar político y económico debe ser, el ser humano. Partiendo de valores
del humanismo integral, se nos propone reconocer en cada hombre y en cada mujer una
persona, es decir, un ser humano único e insustituible, distinto de todos los demás, libre por
naturaleza y abierto a la trascendencia.”[5]

La sociedad del trabajo tiene que exigirse para diseñar máquinas, formas organizativas y
métodos de trabajo que, siendo eficaces, no reduzcan la persona a servidora de una máquina o
a una pieza de un mecanismo burocrático. La máquina ha de ser para el hombre y no el
hombre para la máquina. Las máquinas y el proceso de producción, entonces, tienen que estar
en función de la persona. El lucro desmedido, los salarios injustos, las legislaciones de
flexibilización laboral para favorecer el enriquecimiento de unos pocos, son ejemplos
concretos de la necesidad de iluminar la cuestión social del trabajo, donde debe primar el bien
para la persona trabajadora.

“Además, el trabajo presenta dimensiones morales y de forja de la personalidad. En los


complejos dinamismos que presupone e implica, el hombre forja su carácter, desarrolla
virtudes y aptitudes específicas, aprende a vivir ya cooperar con los demás, contribuye al
bienestar de la sociedad, etc. Un trabajo bien realizado contribuye, por tanto, a la dimensión
por la que la persona se autorrealiza a través de la libertad: la ética”.[6]

Los medios de producción han de servir al hombre a través del trabajo. Los recursos
disponibles utilizados en negocios rentables se ponen al servicio del trabajo haciendo posible
el acceso a los bienes necesarios para la vida a quienes no son propietarios, a través de la
remuneración del trabajo.

El mundo del trabajo requiere fortalecer los nuevos valores que surgen del nuevo concepto de
trabajo y de empresa, que deben estar por encima de la mera sostenibilidad económica:
excelencia, innovación y creatividad, confianza, lealtad, compromiso y participación, para
promover la prioridad y centralidad de la persona sobre las cosas, el capital y el individualismo.

La primacía axiológica del trabajo no excluye, como es obvio, la valoración económica del
trabajo y la búsqueda de los mejores resultados posibles, pero impide caer en el
economicismo, donde, al tomar los resultados económicos como criterio supremo para la
toma de decisiones, se subordinan las personas a las cosas. Por el contrario, una adecuada
ordenación de la actividad laboral ha de respetar la autonomía de la ordenación técnica y
económica del trabajo, pero subordinándola a la ética.[7]
De este modo, las personas, sus derechos inalienables y su desarrollo humano, no se
sacrificarán en aras del interés económico y de la sostenibilidad de la empresa, sino que la
técnica y economía se pondrán al servicio de las personas. Si se respeta este orden y se hacen
las cosas bien, los resultados económicos serán una consecuencia del desarrollo de las
personas, de la creciente confianza recíproca entre los implicados en la tarea y de una mayor
capacidad de trabajo, solidaridad y cooperación.

Muchas voces en el país, de diferentes tendencias y posiciones, coinciden en que los


principales obstáculos al desarrollo de nuestra sociedad son de índole moral y política. ¿No
será acaso, entonces, ocasión de un renovado impulso para el estudio, difusión y aplicación en
todos los ámbitos de esta doctrina social, que contribuya a salir de esta postración moral en
que estamos inmersos? Esta sigue siendo idónea para indicar el recto camino a la hora de dar
respuesta a los grandes desafíos de la edad contemporánea[8].

3. LA ENCÍCLICA LABOREM EXCERSENS

La Iglesia es enviada al mundo para proponer la oferta de salvación de Dios; sirve al mundo en
los problemas que le son propios en cuanto mundo, pero no se identifica con todas las
realidades del mundo. Su misión propia está en función de la realización del reino de Dios al
final de los tiempos, pero que debe manifestarlo y realizarlo en ella como una anticipación de
su realización definitiva. La misión religiosa de la Iglesia no es, por consiguiente, ajena a las
actividades de orden político, económico y social. Le corresponde al Magisterio de la Iglesia
iluminar estas realidades y a los laicos comprometerse en la transformación de la realidad
social como testigos de Dios en medio del mundo, en colaboración con todos los hombres de
buena voluntad. “El compromiso de la Iglesia con las realidades históricas consiste en predicar
el mensaje de Cristo, de tal manera que toda la actividad temporal de los fieles quede como
inundada por la luz del evangelio[9]”.

Por tanto, la Doctrina Social de la Iglesia es el resultado del compromiso eclesial por iluminar el
Evangelio en todas las realidades sociales. El trabajo es quizás uno de los elementos más
vertebrales: el trabajo es la clave de la cuestión social. La encíclica Laborem excersens expresa
profundamente la experiencia teológica de Juan Pablo II en el contexto de la persona situada
en el mundo con su experiencia vital, pero que adquiere su sentido por la acción que realiza en
él. Expone en esta Encíclica la subjetividad de la persona, del trabajo y de la sociedad. Afirma la
prioridad del hombre como sujeto de la acción humana y su consecuencia metodológica: la
acción como camino para entender a la persona. Utilizar la acción como vía para comprender
mejor qué significa ser persona es posible debido a que toda actividad transeúnte posee una
dimensión intransitiva sin la cual no puede apreciarse el actuar humano en sentido estricto.
Existe no sólo una prioridad, entonces, metafísica sino propiamente “praxeológica” de lo
humano cuando el hombre se realiza a sí mismo a través de la acción. Esta comprensión del
hombre que recupera fenomenológicamente la antigua doctrina sobre el “ágere” y el “facere”,
introducida como propuesta esencial, en esta Encíclica, donde se afirma la prioridad del
trabajo sobre el capital, y la prioridad de la dimensión subjetiva del trabajo sobre la
objetiva[10] .La fecundidad de la prioridad praxeológica de lo humano al interior de la acción
permitirá entender cómo la persona se construye a sí misma (construye en cierto sentido parte
de su subjetividad) al momento de construir el mundo. Además ayudará a entender que la
subjetividad de la persona se participa al ser y hacer-junto-con-otros. Por lo que será posible
hablar propiamente de que la sociedad posee «subjetividad» cuando el modo humano de la
acción, es decir, la acción solidaria, se establece como dinámica estable en una comunidad. Un
ejemplo de este modo de entender la persona en su acción de trabajadora es este:

En nuestro tiempo es cada vez más importante el papel del trabajo humano en cuanto factor
productivo de las riquezas inmateriales y materiales; por otra parte, es evidente que el trabajo
de un hombre se conecta naturalmente con el de otros hombres. Hoy más que nunca, trabajar
es trabajar con otros y trabajar para otros: es hacer algo para alguien. El trabajo es tanto más
fecundo y productivo, cuanto el hombre se hace más capaz de conocer las potencialidades
productivas de la tierra y ver en profundidad las necesidades de los otros hombres, para
quienes se trabaja.[11]

Para Juan Pablo II, con el trabajo el ser humano adquiere su dignidad y adquiere su tiempo en
la historia. El trabajo no es un mero elemento de la producción manual, sino que es una clave
de la antropología que nos permite comprender el ser y el actuar humano en todas las facetas
de su existencia.

Juan Pablo II da, pues, al trabajo una dimensión antropológica que va más allá de todas las
realizaciones económicas, políticas y culturales. Supera la clásica división entre el trabajo
“servil” de los esclavos y pobres y el “noble” de las actividades del pensamiento. Siglos de
herencia occidental se han construido sobre esa división del trabajo. El trabajo de la mente es
digno del hombre, el de las manos no lo es. Por el trabajo de la mente se organiza la sociedad
gracias al derecho, a la política, a la educación; por el trabajo de las manos tenemos acceso a
los instrumentos, a los objetos útiles o de consumo. Y sin embargo, el trabajo en uno y otro
caso ha sido una actividad humana valiosa por ser simplemente “acto humano” consciente y
libre[12].

El trabajo posee una causa eficiente que es el trabajador en sí mismo, el trabajador es causa
eficiente del producto, y la tecnología es causa instrumental. Pero la más importante es la
causa final: la eficiente termina en el producto y la final termina en las personas a las que se
quiere servir y dar valor.
El hombre debe someter la tierra, debe dominarla, porque como «imagen de Dios» es una
persona, es decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y racional, capaz de
decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Como persona, el hombre es pues
sujeto del trabajo. Como persona él trabaja, realiza varias acciones pertenecientes al proceso
del trabajo; éstas, independientemente de su contenido objetivo, han de servir todas ellas a la
realización de su humanidad, al perfeccionamiento de esa vocación de persona, que tiene en
virtud de su misma humanidad.[13]

En la Laborem Excersens existen retos que nos tocan a todos, y que pueden contribuir a la
humanización del trabajo entendido como un aspecto de la dignificación de la persona. Estos
retos se comprenderán en la medida en que saquemos del pensamiento social de la Iglesia,
estos elementos que benefician integralmente a la persona que trabaja y se desenvuelve en el
mundo. Estos son los retos:

• El trabajador no debe ser considerado como un fin en sí mismo sino tan solo como un
medio para la producción.

• Adorar el fruto de nuestra inteligencia y de nuestras manos es olvidar que el ser humano
es quien lo ha creado.

• El trabajo tiene prioridad sobre el capital; la ética sobre la técnica, la persona sobre las
cosas, y el espíritu sobre la materia.

• “Dar al trabajador su lugar en el mundo, en la sociedad; colocar al servicio de la persona


humana la tecnología y el mercado y no sacrificar a las ingentes mayorías que quedan
excluidas en el proceso de la globalización”[14].

• ¿Cómo enfrentar una globalización económica que abre las fronteras para todo tipo de
producción en un “comercio libre”, y las cierra rigurosamente para los trabajadores de esos
mismos productos?

La Encíclica del Papa Juan Pablo II destaca también dos elementos cristológicos fundamentales
que se convierten en la base de una novedosa espiritualidad del trabajo. El anuncio misionero
de Jesucristo que tiene como destinatarios el mundo y la Iglesia: Él fue un trabajador concreto
y tiene una concepción del trabajo en su vida y en su doctrina, y la acción de Espíritu por el que
la persona que trabaja inserta sus finalidades en el Fin Absoluto del cosmos y de la historia y
anticipa de este modo la plenitud escatológica de los tiempos futuros. De esta manera, se
establece en cierto sentido un carácter sacramental en todo trabajo por ser señal visible del
Dios invisible. Al final, “comprendemos la feliz intuición de Wojtyla de considerar la persona y
su acción como un todo compacto del que forman dos polos fundamentales; del análisis de la
acción y de sus causas, llegamos al conocimiento de las personas y de sus capacidades”[15].
El hombre debe trabajar bien sea por el hecho de que el Creador lo ha ordenado, bien sea
por el hecho de su propia humanidad, cuyo mantenimiento y desarrollo exigen el trabajo. El
hombre debe trabajar por respeto al prójimo, especialmente por respeto a la propia familia,
pero también a la sociedad a la que pertenece, a la nación de la que es hijo o hija, a la entera
familia humana de la que es miembro, ya que es heredero del trabajo de generaciones y al
mismo tiempo coartífice del futuro de aquellos que vendrán después de él con el sucederse de
la historia. Todo esto constituye la obligación moral del trabajo, entendido en su más amplia
acepción. Cuando haya que considerar los derechos morales de todo hombre respecto al
trabajo, correspondientes a esta obligación, habrá que tener siempre presente el entero y
amplio radio de referencias en que se manifiesta el trabajo de cada sujeto trabajador.[16]

BIBLIOGRAFÍA

ARBOLEDA, Carlos (Director). Experiencia, Filosofía y Testimonio. U.P.B. Medellín, 2008. 171 p.

BURGOS, Juan Manuel. Antropología: Una Guía para la Existencia. Madrid, Palabra, 2003. 423
p.

CAJIAO, Silvio. Economía y Personalismo Cristiano en la Sociedad Contemporánea. ZENIT.


[consulta: 22 agosto 2008]

COMIN, Tony. El Personalismo: Inspirador de una Economía Democrática. Fundación Espíritu.


[consulta: 22 agosto 2008]

CONCILIO VATICANO II. Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, sobre la Iglesia en el mundo
de hoy. In: Doce Trascendentales Mensajes. Bogotá: Kimpres, 1993. 649 p.

JUAN PABLO II. Carta Encíclica Centesimus Annus. In: Doce Trascendentales Mensajes.
Secretariado Nacional de Pastoral Social: Kimpres ed. 1993. 649 p.

JUAN PABLO II. Carta Encíclica ‘Laborem Exercens’. In: Doce Trascendentales Mensajes.
Secretariado Nacional de Pastoral Social: Kimpres ed. 1993. 649 p.
MELÉ, DOMÉNECH. Aspectos Éticos del Trabajo y de la Contratación Laboral. In: Empleo y
Trabajo: Previsión de Futuro. Barcelona: Biblioteca IESE, Universidad de Navarra, 1997. 2ed.
61p.

PONTIFICIO CONSEJO DE JUSTICIA Y PAZ. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Bogotá:


CELAM, 2005. 566p.

-----------------------

[1] PONTIFICIO CONSEJO DE JUSTICIA Y PAZ. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.


Bogotá: CELAM, 2005. No. 30

[2] Cfr. COMIN, Tony. El Personalismo: Inspirador de una Economía Democrática. Fundación
Espíritu. [consulta: 22 agosto 2008]

[3] JUAN PABLO II. Carta Encíclica Laborem Exercens. In: Doce Trascendentales Mensajes.
Bogotá: Kimpres, 1993. No. 12

[4] COMIN, Tony. El Personalismo: Inspirador de una Economía Democrática. Op. Cit. Idem.

[5] CAJIAO, Silvio. Economía y Personalismo Cristiano en la Sociedad Contemporánea. ZENIT.


[consulta: 22 agosto 2008]

[6] BURGOS, Juan Manuel. Antropología: Una Guía para la Existencia. Madrid, Palabra, 2003. p.
267

[7] MELÉ, Doménech. Aspectos Éticos del Trabajo y de la Contratación Laboral. In: Empleo y
Trabajo: Previsión de futuro. Barcelona: Biblioteca IESE Universidad de Navarra, 1997. 2ed. Op.
Cit., p. 100

[8] JUAN PABLO II. Carta Encíclica Centesimus Annus. Op. Cit.. No. 5

[9] JUAN PABLO II. Constitución Pastoral Gaudium et Spes. In: Doce Trascendentales Mensajes.
Bogotá: Kimpres, 1993. No. 9

[10] JUAN PABLO II. Carta Encíclica Laborem Excersens. Op. Cit. No.6

[11] JUAN PABLO II. Carta Encíclica Centesimus Annus. Op. Cit. No.31

[12] ARBOLEDA, Carlos (Director). Experiencia, Filosofía y Testimonio. U.P.B. Medellín, 2008. p.
51

[13] JUAN PABLO II. Carta Encíclica Laborem excercens. Op. Cit.. No. 6

[14] ARBOLEDA, CARLOS (Director). Experiencia, Filosofía y Testimonio. Op. Cit. p. 55


[15] ARBOLEDA, CARLOS (Director). Experiencia, Filosofía y Testimonio. Op. Cit. p. 57

[16] JUAN PABLO II. Carta Encíclica Laborem Excersens. Op. Cit.. No. 16

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