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“Tratado de Alcáçovas-Toledo.
Don Fernando e doña Isabel a vos Diego de Melo, nuestro asistente de Sevilla e
Gonzalo de Saavedra vecino de la dicha ciudad, salud e gracia: sabed que la
capitulación que por nuestro mandado se hizo con el muy ilustre señor Rey de
Portugal, e el Ilustre Príncipe su hijo, al tiempo que se hicieron e capitularon paces
entre nos e ellos, se hizo un capitulo, el termino del cual es este que se sigue: Otrosi
quisieron más los dichos señores Rey e Reina de Castilla e de los reinos de Aragón e de
Sicilia, los plugo para que esta paz sea firme e estable e para siempre duradera e
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prometieron desde ahora para en todo tiempo, que por si ni por otro publico ni
secreto, ni sus herederos e sucesores, no turbaran e molestaran ni inquietaran, de
hecho ni de derecho, en juicio ni fuera de juicio, a los dichos señores rey a príncipe de
Portugal ni a los reyes que por el tiempo fueren de Portugal ni sus reinos, la posesión e
casi posesión en que estuvo, en todos los tratos, tierras e rescates de Guinea, con sus
minas de oro e cualesquier otras islas, costas, tierras, descubiertas e por descubrir,
halladas e por hallar, islas de la Madera , Puerto Santo e Desierto e todas las islas de
los Azores e Islas de las Flores cabe las Islas de Cabo Verde e todas las islas que ahora
están descubiertas e cualesquier otras islas que se hallaren o conquistaren, de las Islas
de la Canaria para ayuso contra Guinea, porque todo lo que es hallado e se hallare,
conquistase o descubriere en los dichos términos, allende de que es hallado ocupado o
descubierto, queden a los dichos rey e príncipe de Portugal e a sus reinos, quitando
solamente las islas de Canaria, conviene a saber Lanzarote, La Palma , Fuerteventura,
La Gomera , el Hierro, la Graciosa , la Gran Canaria , Tenerife e todas las otras Islas
de Canaria ganadas e por ganar, las cuales quedan a los reinos de Castilla y León,
…………….. Et proveyeron e otorgaron en todo [esto] los dichos señores Rey e/ Reina
[que] por si ni por otro en juicio ni fuera de el ni de fecho ni de derecho no movieren
[suplica]....................... poder cumplido a vos los dichos Diego de Melo e Gonzalo
Saavedra e si para lo así hacer e cumplir e ejecutar vos los dichos Diego de Melo,
nuestro asistente e Gonzalo de Saavedra menester tuvieseis [de] favor e ayuda por esta
nuestra carta mandamos a los duques, condes, marqueses maestres de la ordenes,
………….. E los unos ni los otros non fagaden ni fagan ende al alguna manera so
pena de la nuestra merced e de privación de los oficios e los bienes de lo que lo
contrario hicieren para la nuestra cámara e fisco demás mandamos al hombre que
esta vos mostrare que vos emplace que pareciesedes ante nos en la nuestra corte do
quier que seamos del día en que vos emplazare fasta XV días primeros siguientes so la
dicha pena ............. mandamos que a cualquier escribano que para esto fuere
llamado que de en al vos la notificare vos de su traslado con su signo por que nos
sepamos como se cumple nuestro mandado dada en la ciudad de Toledo a catorce días
del mes de marzo año del nacimiento de nuestro señor Jesucristo de mil e
cuatrocientos ochenta años Yo el Rey Yo la reina yo Fernando Álvarez de Toledo
secretario del rey e de la reina nuestros señores lo hice escribir por su mandado e en
las espaldas conforme a los capitulado señalado del doctor de Talavera.”
Primeramente que Vuestras Altezas como Señores que son de las dichas Mares
Oceanas fazen dende agora al dicho don Christoval Colon su almirante en todas
aquellas islas y tierras firmes que por su mano o industria se descubriran o ganaran
en las dichas Mares Oceanas para durante su vida, y después del muerto, a sus
herederos e successores de uno en otro perpetualmente con todas aquellas
preheminencias e prerrogativas pertenecientes al tal officio, e segund que don Alfonso
Enríquez, quondam, Almirante Mayor de Castilla, e los otros sus predecessores en el
dicho officio, lo tenían en sus districtos.
Plaze a Sus Altezas. Johan de Coloma.
Otrosí que Vuestras Altezas fazen al dicho don Christoval su Visorey e Governador
General en todas las dichas tierras firmes e yslas que como dicho es el descubriere o
ganare en las dichas mares, e que paral regimiento de cada huna e qualquiere dellas,
faga el eleccion de tres personas para cada oficio, e que Vuestras Altezas tomen y
scojan uno el que mas fuere su servicio, e assi seran mejor regidas las tierras que
Nuestro Señor le dexara fallar e ganar a servicio de Vuestras Altezas.
Plaze a Sus Altezas. Johan de Coloma.
Item que de todas e qualesquiere mercadurias, siquiere sean perlas, piedras preciosas,
oro, plata, specieria, e otras qualesquiere cosas e mercadurias de qualquiere specie,
nombre e manera que sean, que se compraren, trocaren, fallaren, ganaren e hovieren
dentro en los limites de dicho Almirantazgo, que dende agora Vuestras Altezas fazen
merced al dicho don Christoval e quieren que haya e lieve para si la dezena parte de
todo ello quitadas las costas todas que se fizieren en ello por manera que de lo que
quedare limpio e libre, haya e tome la dicha decima parte para si mismo, e faga dello a
su voluntad, quedando las otras nueve partes para Vuestras Altezas.
Plaze a Sus Altezas. Johan de Coloma.
Otrosí que si a causa de las mercadurias quel trahera de las yslas y tierras, que assi
como dicho es se ganaren o se descubrieren o de las que en trueque de aquellas se
tomaran, aqua de otros mercadores naciere pleyto alguno en el logar don el dicho
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comercio e tracto se terna y fara, que si por la preheminencia de su officio de
almirante le pertenecera conocer de tal pleyto plega a Vuestras Altezas que el o su
teniente e no otro juez conozcan de tal pleyto, e assi lo provean dende agora.
Plaze a Sus Altezas, si pertenece al dicho officio de almirante segunt que lo tenía el
dicho almirante don Alonso Enrique, quondam, y los otros sus antecessores en sus
districtos y siendo justo. Johan de Coloma.
Item que en todos los navíos que se armaren paral dicho tracto e negociacion, cada y
quando, y quantas vezes se armaren, que pueda el dicho don Christoval Colon si
quisiere coniribuyr e pagar la ochena parte de todo lo que se gastare en el armazon, e
que tanbien haya e lieve del provecho la ochena parte de lo que resultare de la tal
armada.
Plaze a Sus Altezas. Johan de Coloma.
Son otorgadas e despachadas con las respuestas de Vuestras Altezas en fin de cada
hun capitulo, en la, villa de Santa Fe de la Vega de Granada a XVII de abril del año
del Nacimiento de Nuestro Señor Mil CCCCLXXXXII.
Yo el Rey. Yo la Reyna.
Por mandado del Rey e de la Reyna: Johan de Coloma.
Registrada Calçena.”
“Tratado de Tordesillas.
«[...] Los dichos procuradores de los dichos señores rey y reina de Castilla, de León,
de Aragón, de Sevilla, de Granada, etc., y del dicho rey de Portugal y de los Algarbes,
etc., dijeron:
Que por cuanto entre los dichos señores sus constituyentes hay cierta diferencia
sobre lo que a cada una de las dichas partes pertenesce de lo que hasta hoy día de la
fecha de esta capitulación está por descobrir en el mar océano, por tanto, que ellos,
por bien de paz y concordia y por conservación del debdo e amor que el dicho señor
rey de Portugal tiene con los dichos señores rey y reina de Castilla, de Aragón, etc.: a
sus altezas place, y los dichos sus procuradores, en su nombre y por virtud de los
dichos sus poderes, otorgaron y consintieron:
1.- Que se haga y asigne por el dicho mar océano una raya o línea derecha de polo a
polo, del polo Ártico al polo Antártico, que es de norte a sur, la cual raya o línea e
señal se haya de dar e dé derecha, como dicho es, a trescientas setenta leguas de las
islas de Cabo Verde para la parte de poniente, por grados o por otra manera, como
mejor y más presto se pueda dar, de manera que no será más. Y que todo lo que hasta
aquí tenga hallado y descubierto y de aquí adelante se hallase y descubriere por el
dicho señor rey de Portugal y por sus navíos, así islas como tierra firme, desde la
dicha raya arriba, dada en la forma susodicha, yendo por la dicha parte de levante,
dentro de la dicha raya a la parte de levante, o de norte o sur de ella, tanto que no sea
atravesando la dicha raya, que esto sea y quede y pertenezca al dicho señor rey de
Portugal y a sus subcesores para siempre jamás. Y que todo lo otro, así islas como
tierra firme, halladas y por hallar, descubiertas y por descubrir, que son o fueren
halladas por los dichos señores rey y reina de Castilla y de Aragón, etc., y por sus
navíos, desde la dicha raya, dada en la forma suso dicha, yendo por la dicha parte de
poniente, después de pasada la dicha raya, para el poniente o al norte [o] sur de ella,
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que todo sea y quede y pertenezca a los dichos señores rey y reina de Castilla y de
León, etc., y a sus subcesores para siempre jamás.
2.- Item , los dichos procuradores prometen y aseguran, en virtud de los dichos
poderes, que de hoy en adelante no enviarán navíos algunos los dichos señores rey y
reina de Castilla y de León, etc., por esta parte de la raya a la parte de levante,
aquende la dicha raya, que queda para el dicho señor rey de Portugal, a la otra parte
de la dicha raya que queda para los dichos señores rey y reina de Castilla y de
Aragón, etc., a descubrir y buscar tierra ni islas algunas, ni a contratar, ni rescatar, ni
a conquistar de manera alguna [...].
3.- Item , para que la dicha línea o raya de la dicha partición se haya de dar y dé
derecha e a lo más cierta que se pudiere por las dichas trescientas setenta leguas de las
dichas islas de Cabo Verde a la parte de poniente, como dicho es, es asentado con los
dichos procuradores de ambas las dichas partes, que dentro de diez meses primeros
siguientes, contados desde el día de la fecha de esta capitulación, los dichos señores
constituyentes hayan de enviar dos o cuatro carabelas, una o dos de cada parte, o más
o menos, según se acordare por las dichas partes que sean necesarias, las cuales para
el dicho tiempo sean juntas en la isla de Gran Canaria [...] Los cuales dichos navíos,
todos juntamente continúen su camino a las dichas islas de Cabo Verde, y de ahí
tomarán su rota derecha al poniente hasta las dichas trescientas setenta leguas,
medidas como las dichas personas acordaren que se deben medir, sin perjuicio de las
dichas partes, y allí donde se acabare, se haga el punto y señal que convenga por
grados de sur o de norte, o por singladuras de leguas, o como mejor se pudiere
concordar [...].
Muerta Isabel “la Católica” en 1504, transmite su parte en el señorío de las Indias
a su sucesora, Juana “la Loca”, reteniendo Fernando la suya. En su codicilo de 23
de noviembre de ese año, Isabel reconoce el esfuerzo de su marido y su
colaboración para la recuperación de Granada y obtención de las Indias y, en
razón de ello, tomando además en consideración que “el dicho reino de Granada y
las islas de Canarias e islas y Tierrafirme del Mar Océano descubiertas y por
descubrir, ganadas y por ganar, han de quedar incorporadas a estos mis reinos de
Castilla y León, según que en su bula apostólica a nos sobre ello concedida se
contiene” le cede, sólo por su vida, la mitad de los que rentasen las tierras hasta
entonces descubiertas y otros privilegios económicos.
“ ……Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que
usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en
tal cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan
detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde
tan infinitas de ellas con muertes y estragos nunca oídos habéis consumidos? ¿Cómo
los tenéis tan opresos y fatigados sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades
en las que, de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor
decís los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los
doctrine y conozcan a su Dios y criador, sean bautizados, oigan misa, guarden las
fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis
obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?
¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por
cierto que en el estado que estáis no os podéis salvar más que los moros o turcos, que
carecen y no quieren la fe de Jesucristo.”
“entre los infieles que tienen reinos apartados, que nunca oyeron las nuevas de Cristo
ni recibieron la fe, hay verdaderos señores, reyes y príncipes y el señorío y dignidad y
preeminencia real les compete el derecho Natural y Derecho de Gentes, en cuanto el
tal señorío se endereza al regimiento y gobernación de los reinos confirmado por el
derecho divino evangélico.”
Quitarles las tierras o destruir a sus señores constituían actos tiránicos. Aunque
las Casas reconoce el valor de la Bula Intercaetera va variando en el tiempo la
manera de entenderla. Hasta 1542 considera que hay una Donación Papal pura y
simple a los reyes castellanos y es posible someter a los indios si bien por medios
pacíficos. Desde 1542 estima que hay en ella una condición suspensiva para la
adquisición del dominio de las indias que es la conversión de los aborígenes.
Antes que esta se produzca sólo existe una expectativa por parte de los reyes
castellanos.
Hacia 1551 cambia nuevamente su posición, en cuanto a que ni aun los
convertidos, podía exigirse su sumisión, la que debía ser absolutamente
voluntaria. La predicación, por su lado, debía ser hecha por medios suaves y
caritativos, jamás impuesta por la guerra, de suyo tiránica. La posición de las
Casas, que sólo acogía el Derecho Natural cuando favorecía a los indígenas, lejos
de ser ecléctica se resiente por el excesivo apasionamiento en sus escritos.
En lo tocante a las guerras con los indios, las Casas estima que ellas son injustas,
sobre todo las basadas en la religión. Dice en “De unico vocationis modo omnium
gentium ad veram religiones” de 1537:
“el pueblo infiel que vive en su patria separada de los confines de los cristianos y al
que se decide atacar con la guerra sin más razón que la de sujetarlo al imperio de los
cristianos, la de que se disponga a recibir la religión cristiana y de la que se quiten los
impedimentos de la fe, no le ha hecho al pueblo cristiano ninguna injuria por la cual
merezca ser atacado con la guerra: luego esta guerra es injusta [……]”.
Los daños producidos por una guerra de esta naturaleza debían ser
indemnizados. Así, las Casas, como todos los teólogos de su época, estimaba que
el único modo de salvarse que tenían los hombres era el bautismo, por
consiguiente, si se hacía la guerra a los indios y éstos fallecían, se los condenaba
irremisiblemente al infierno: “luego, ¿qué satisfacción, decidme, podrán dar estos
hombres infelices por tantos miles de almas que por su cruel impiedad están ahora
sufriendo los tormentos del fuego sempiterno?”. He ahí la razón de su lucha
denodada por un mejoramiento en el trato de los aborígenes.
Concluye declarando que “si faltaran todos estos títulos de tal modo que los
bárbaros no dieran ningún motivo para la guerra justa ni quisieran tener príncipes
españoles, etc., cesaría toda expedición y comercio con gran perjuicio de los
españoles, y aun vendría gran detrimento al interés del príncipe, lo que no sería
tolerable”, así como tampoco el que, habiéndose producido la conversión de
muchos, se pudiera retroceder en lo avanzado: en consecuencia, “no sería
conveniente ni lícito al príncipe abandonar enteramente la administración de
aquellas provincias”.
Las geniales intuiciones de Vitoria fueron imitadas por el belga Baltasar de Ayala
(1549-1584) y por el profesor de Derecho en Oxford, el protestante italiano
Alberico Gentili (1551-1608). Sólo en el siglo XVII se logrará con el holandés Hugo
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Grocio (1583-1645), quien se reconoce tributario de Vitoria, la independencia del
Derecho Internacional Público como una disciplina autónoma.
“que si se cautivare o prendiere algún cacique o señor, de todos los tesoros, oro o
plata, piedras o perlas que se hubieren o por vía de rescate o en otra cualquier
manera se nos de la sexta parte de ello y lo demás se reparta entre los
conquistadores sacando primero nuestro quinto: y en caso que al dicho cacique o
señor principal mataren en la batalla o después por vía de justicia o en cualquier
manera, que en tal caso de los tesoros y bienes susodichos que de él se hubieren
justamente hayamos la mitad, la cual ante todas cosas cobren nuestros oficiales y
la otra mitad se reparta, sacando primeramente nuestro quinto.”;
4.2. Capitulaciones.
Las Capitulaciones o Asientos son documentos suscritos entre el Monarca o
quienes lo representen –Consejo, Casa de Contratación, Audiencia, etc.- y
un particular que efectuará una expedición de descubrimiento, conquista,
poblamiento o rescate (exploración económica) regulando tales
expediciones.
Técnicamente la mayor parte de ellas son Contratos Públicos; pero la Corona, que
nunca deja de lado su soberanía, expide además órdenes imponiendo
determinadas obligaciones al capitulante u otorgándole mercedes.
En virtud de la Capitulación se cede a un particular la ejecución de una tarea de
orden público que correspondería a la Corona emprender. Las más dadas para las
Indias se referían a los temas que se han señalado, pero también las hubo, por
ejemplo, sobre las tratas de negros y otras materias.
Las extendidas hasta 1512 aproximadamente, se referían fundamentalmente a
descubrimientos y comercio; desde 1512, en capitulaciones de ese año y 1514
con Juan Ponce de León, se observa un interés por el poblamiento y desde 1518
en adelante, en que se producen las grandes conquistas, serán para descubrir y
conquistar o descubrir, conquistar y poblar.
Como se ha dicho, su celebración era atribución regia que el Monarca delegó en la
Casa de Contratación, el Consejo de Indias, las Audiencias y los virreyes. Se
necesitaba, cuando las Capitulaciones eran celebradas en Indias, que el Consejo
las ratificara.
Un elemento esencial de las Capitulaciones era la Licencia que se otorga al
capitulante para llevar adelante la tarea de descubrimiento, conquista, etc. Se
contemplaban las obligaciones que asumía el caudillo: realizar la expedición a su
“costa y minción” dentro de un plazo determinado, disponer de cierto número de
naves, llevar sacerdotes, establecer determinadas poblaciones y una variedad de
otras obligaciones que variaban según la Capitulación que se tratara. Estas
obligaciones eran impuestas por la Corona y asumidas por el caudillo, ya que todo
contrato es una ley para las partes: “pacta sunt servanda”. Tales obligaciones
podían ser compulsivamente exigidas por la autoridad real, como lo expresa una
fórmula común en las Capitulaciones: “os mandaremos castigar y proceder contra
vos como contra persona que no guarda y cumple y traspasa los mandamientos
de su rey y señor natural”. Se exigían fianzas que garantizaran el cumplimiento de
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estas obligaciones, las que debían ser hasta el año 1524 “llanas y abonadas” y
desde esa fecha “legas, llanas y abonadas”, lo que significaba que el fiador debía
ser lego y no eclesiástico; llano, no noble y con caudal suficiente.
En cuanto a las obligaciones asumidas por el caudillo, fue corriente, desde
1526 (Real Provisión de Granada), que se limitaran sus facultades, debiendo
someter muchas veces sus determinaciones al parecer de los sacerdotes que los
acompañaban.
Se encargaba a estos sacerdotes una particular preocupación por el buen
tratamiento de los aborígenes. Cualquier entrada en islas o continente debían ser
autorizados por los oficiales reales y los religiosos. Era de rigor el uso del
Requerimiento, que debía leerse “por los dichos intérpretes una y dos y más
veces, cuantas pareciere a los dichos religiosos y clérigos que conviniere y fuere
necesario”. Si fuese menester erigir fortalezas, podía hacerse con cuidado de no
causar daño a los indios en sus personas o bienes. Los rescates (compraventas) u
otros contratos con los indios, debían hacerse “sin tomarles por la fuerza ni contra
su voluntad ni hacerles mal ni daño en sus personas”. Se prohibe la esclavitud de
los indios:
“salvo que los dichos indios no consintieren que los dichos religiosos o clérigos
estén entre ellos y les instruyan buenos usos y costumbres y que les prediquen
Nuestra Santa Fe Católica o no quisieren darnos obediencia o no consintieren
resistiendo o defendiendo con mano armada que se busquen minas ni saquen de
ellas oro ni los otros metales que se hallasen.”
Entre las mercedes que la Corona otorgaba a los caudillos se contaban, entre
otras:
a) Concesión de Cargos: Oficio de Gobernador (por una o más vidas), Capitán
General, Alférez Real, Cabo de Fortaleza (todos con salario y los derechos
respectivos anexos a los cargos);
b) Concesiones Económicas: Tierras de labranza, cierto porcentaje de lo que
rentaren las tierras descubiertas o conquistadas, ciertos monopolios, etc., y
c) Exenciones Tributarias: Exención de tributos como el almojarifazgo (aranceles
de importación) o alcabala (impuesto a las compraventas) desde que ésta se
estableció, reducción de otros como el quinto real, etc.
4.3. Instrucciones.
Finalmente, se pueden mencionar, ciertas disposiciones que, expedidas por el
Consejo de Indias o la autoridad que hubiese dado las autorizaciones para la
expedición, señalaban los aspectos más puntuales a que debían someterse los
caudillos y la Hueste en su desempeño.
Guardan relación con la conducta de los expedicionarios, el buen tratamiento a los
indígenas, la toma de posesión de los lugares y su adecuada descripción.
Recibían poder real para administrar la justicia civil y criminal: jurídicamente son
mandatos.
Aunque las Instrucciones se parecían unas a otras y constituyeron un factor
homogenizador de las expediciones, daban libertad a los caudillos para
adecuarlas a las situaciones particulares que fueran viviendo. En ellas estaban
contenidas las disposiciones protectoras para los indios de la Real Provisión de
Granada de 1526, las Leyes Nuevas de 1542, y finalmente, las Ordenanzas de
Nuevos Descubrimientos y Poblaciones de Felipe II de 1573, todas ya
mencionadas.
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5. ESTATUTO JURIDICO DE LA POBLACION ABORIGEN.
A diferencia del punto de partida de nuestro sistema jurídico actual, que es el de la
igualdad, establecido en las constituciones liberales que hoy nos rigen, el del
antiguo régimen se fundamentaba en la desigualdad. Y ello era así porque se
estimaba que cada grupo social tenía un rol que desempeñar dentro de la
comunidad. Esta estaba integrada por “estados”, palabra derivada del Derecho
Romano, que implica la situación o condición jurídica de una persona. Al estado se
lo denomina “estamento” en algunas regiones de España. Así como ya vimos
nobles, eclesiásticos y ciudadanos pertenecen cada uno a estados diferentes.
Producido el Descubrimiento y Conquista de buena parte de las Indias, esta
concepción no desaparece para explicar la realidad sociopolítica del Nuevo
Mundo, pero se adapta a las situaciones allí existentes; y así, a diferencia de lo
que ocurre en España donde, tras la expulsión de los judíos y los moriscos, la
población es homogénea, en Indias será la diversidad la que prime. La Corona,
atenta a esta realidad de gentes disímiles en su cultura y etnia, dará regulaciones
diferentes a esos grupos diversos.
5.5. La Encomienda.
El tema de la Encomienda es bastante complejo ya que no existe un solo tipo de
encomiendas. Esta se fue perfilando poco a poco.
La primera clase o tipo de Encomienda que existe es la “Encomienda antillana o
caribeña” o “Encomienda-repartimiento”, que es la que se practica por los
primeros españoles llegados a América a dichos territorios. La relación que en un
comienzo es armoniosa entre los indígenas y los primeros habitantes, se torna al
poco tiempo en abusiva, ya que los servicios que en un comienzo prestan los
indios en forma voluntaria se transforman en obligatorios, y se exigen incluso por
la fuerza.
Lo anterior deriva del hecho que los españoles, que eran gente a sueldo,
consideraran legítimo –atendido el constante atraso en sus pagos- que como
contraprestación al servicio dado a la Corona se les asignaran indios para su
servicio. A consecuencia de la Gran Rebelión de 1494-95, Colón impuso a los
indios mayores de 14 años un tributo que debían pagar en oro, algodón o trabajo.
Esto último hizo que los colonos se sintieran con derecho a exigir un servicio
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personal de los aborígenes. Y produciéndose pugna con las autoridades, estalló
con violencia una insurrección, presidida por Francisco Roldán, alcalde mayor
designado por el mismo Colón, que se hacía eco de los españoles por un
repartimiento de los indios al que la Corona y Colón se habían negado.
El repartimiento se produjo sin orden ni concierto al fragor de la lucha. Colón que
carecía de criterio político, no supo encauzar los acontecimientos y terminó
capitulando al dar en octubre de 1499 su aquiescencia a lo ocurrido imponiendo
un tributo de un peso oro anual por cada indio que se hubiera recibido; lo que
provocó la pérdida de la gobernación para Colón, que preso volvió en cadenas a
España.
Al llegar al gobierno Diego Colón, el rey le extiende una provisión de fecha 14 de
agosto de 1509 que tiene la importancia de ser el primer documento en que se
habla de “encomendar” a los indios. Se dispuso por la Corona que se ordenara el
repartimiento, se mantuvo el tributo de un peso oro por cada indígena recibido y se
autorizó el traer indios de las islas cercanas, por cuanto se veía un decrecimiento
de los nativos del lugar.
Los abusos a que dio lugar la célebre homilía de fray Antón de Montesinos dieron
lugar a la Junta de Burgos de las que surgirían las Leyes de Burgos, que
manteniendo el sistema ya visto establecieron normas protectoras tendientes a
educarlos en la fe cristiana, se establece la cantidad de tierra que debían recibir en
plena propiedad para cubrir sus necesidades, se limita el trabajo a que estaban
obligados, el trato del que eran objeto, el de la vestimenta que debía dárseles, etc.
Estas normas fueron complementadas por las llamadas Leyes de Valladolid de
1513, que aclarando algunos aspectos mejoraron la situación de las mujeres
casadas, embarazadas y menores:
a) “ordenamos y mandamos que ninguna mujer preñada después de que pase de
cuatro meses no las envíen a las minas, ni a hacer montones (trabajos de
agricultura) sino que las tengan en las estancias y se sirvan de ellas en las cosas
de casa así como hacer pan, guisar y comer; y después que pariere, críe a su hijo
hasta que sea de tres años sin que en todo ese tiempo le manden ir a las minas ni
hacer montones ni a otra cosa en que la criatura reciba perjuicio”;
b) las mujeres casadas por regla general no debían ser enviadas a las minas,
salvo que voluntariamente quisieren hacerlo, y
c) traen también algunas normas de interés sobre la protección de menores al
disponerse que los de edad inferior a 14 años no debían trabajar salvo en oficios
propios de su edad como, por ejemplo, pastoreo.
Las disposiciones apuntadas, a pesar de su buena inspiración no dieron los
resultados esperados, ya que el cambio de costumbres había resultado
demasiado violento para los indios. Sacarlos de la prehistoria para transportarlos a
criterios del Renacimiento era demasiado para que pudieran soportarlo. Si a ello
se agregan las enfermedades europeas para las que carecían de anticuerpos, el
resultado del descalabro demográfico no se hizo esperar. Con todo, son
disposiciones como las señaladas con antelación, un adelanto de preocupaciones
sociales que en Europa no se generalizaron sino hasta fines del siglo XIX.
5.7.1. Yanaconas.
También llamados anaconas o yanacunas, son una institución prehispánica. Eran
servidores de los incas y de sus casas principales y que tenían funciones bastante
diversas: a veces eran jefes de servicios públicos; en otras eran simples
domésticos o labriegos. Era una masa bastante relevante que quedó sin amos a
raíz de la Conquista. Como no tenían caciques no fueron encomendados y los
españoles que los capturaban los ponían a su servicio, primordialmente en tareas
agrícolas. Fue ésta a razón por la que aumentaron, ya que los indios huidos de los
asentamientos mineros pasaron a engrosar este sector donde las condiciones de
vida eran mejores. La Corona por Real Cédula de 1541 insistió en su carácter de
libres. Su estatus quedó finalmente determinado a contar de 1572 cuando, el
Virrey Francisco de Toledo, a partir de una visita al altiplano peruano, reiterando
su condición de hombres libres dispuso sin embargo su adscripción obligatoria a la
tierra tal como los siervos de la España medieval. Entre las obligaciones que
asumían sus amos estaban la de vestirlos, pagar por ellos tributo a la Corona,
evangelizarlos y darles una parcela para su cultivo.
En otras partes de América el sentido de la voz yanacona fue diferente. En Chile,
por ejemplo, yanacona implica un indio desarraigado de su naturaleza: por
ejemplo, los esclavos, los encomendados trasladados a estancias de sus
encomenderos, los “huarpes” traídos desde San Juan o San Luis, los “boliches”,
etc.
5.7.2. La Mita.
Es también una institución prehispánica consistente en un sistema de trabajo
obligatorio por turnos, sobre todo para obras públicas. Se le encuentra tanto entre
los incas como entre los aztecas, donde recibe el nombre de “cuatequil”, no siendo
extraña a otras culturas influidas por aquellas. Los españoles se valieron de estas
formas de trabajo por considerarse justos y útiles. La regulación de algunas
encomiendas adoptó bastante de mita, por ejemplo la de Santillán que ya vimos.
Hubo mitas de distintas clases: por ejemplo para servicio doméstico, agrícola,
pastoril y minero. Una disposición de 1609 declaró la subsistencia de las mitas
para las “chacras, estancias y otras labores y ministerios públicos” dando como
fundamento que no solo interesaba a los españoles el adelantamiento de la tierra
sino también a los mismos indios. Esta disposición fue recogida en la
Recopilación. Los salarios que se pagaran a los indígenas debían concertarse con
ellos mismos, y si los que pretendieran fueran excesivamente altos, la justicia
debía regularlos.
La Mita, a diferencia de la Encomienda, se presenta como una institución que
favorecía a la mayor parte de los españoles correspondiendo entre la quinta y la
séptima parte de los indios de cada pueblo a turnos para distintos objetos. Las
personas interesadas en gozar de una mita solicitaban al virrey el número de
mitayos que le parecía para su estancia, obraje o lo que fuese.
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La autoridades indianas siempre se encontraron en al incertidumbre sobre la
procedencia de estas mitas. Se le reguló en Nueva España, normas que fueron
luego adoptadas en Perú. Sólo procedía por disposición de virrey, la Audiencia o
el Juzgado de Indios. Debía pagarse al indígena en sus manos en presencia del
escribano o justicia del lugar.
Sin perjuicio de estas normas protectoras desgraciadamente la institución se
prestó para abusos en las comarcas con explotaciones mineras intensivas como
Potosí en Charcas.
7.2. El Rey.
Habiendo sido donadas por el Papa a los reyes de Castilla las tierras e islas de la
“Mar Océana”, tenían éstos sobre ellas derecho dominical. Pero no se trataba,
como ya se ha visto, de un derecho privado, sino de un dominio de carácter
público. Los reyes ejercían su soberanía en estas tierras. Como soberanos,
constituyen la cabeza del gobierno de Indias.
Todo quien fuese rey de Castilla y León lo sería también de las Indias y los
habitantes de éstas, cualquiera que fuese su origen, raza o situación social, eran
súbditos del rey y debían ser protegidos por éste.
El mismo concepto de “pacto” entre rey y súbditos que se había fraguado en
España desde tiempos de San Isidoro de Sevilla y que se había ido enriqueciendo
a través del tiempo, se va a utilizar para explicar y fundamentar las relaciones
entre el rey y sus vasallos indianos. Esta teoría, en resumen, señalaba que Dios
otorgaba el poder al pueblo y que éste, a su vez, lo entregaba al monarca pasando
después por sucesión legítima a los sucesivos descendientes. Surgían, así,
obligaciones recíprocas entre el rey y sus súbditos. Esta concepción pactista se va
a mantener el gobierno de los Reyes Católicos, su hija Juana y la dinastía de los
Habsburgo. Los Borbones, no la van a aceptar y se irá debilitando hasta
desaparecer.
Una manifestación de este sistema pactista era la jura del rey, que revestía una
particular solemnidad en las ciudades indianas. Los mismos representantes del
monarca, para ser recibidos en sus respectivos cargos, debían prestar juramento
de respetar los privilegios y fueros de las respectivas ciudades y reinos.
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Si bien el poder del rey era absoluto, no implicaba ello que pudiera actuar
arbitrariamente. Su desempeño estaba normado tanto por el Derecho Positivo –
leyes y costumbres fundamentalmente- como por el Derecho Natural. Al
confundirse éste con la moral, resultaba que el monarca que incumplía sus
deberes cometía pecado con las consecuencias ultraterrenales que ello
conllevaba. Hubo teólogos morales que trataron sobre estas obligaciones reales.
El rey debía gobernar bien, lo que implicaba su obligación de mantener sus
súbditos en paz y justicia mediante un derecho adecuado, que el propio monarca
debía respetar. La Segunda Partida daba pautas sobre este desempeño regio.
Existía, como ya vimos, la posibilidad de suspender y suplicar una norma injusta.
Tenía además, la obligación de mantener la inalienabilidad de las Indias, esto es,
que no serían separadas de la Corona Castellana; y como veíamos, dado el
carácter misional que tenía la Conquista, debían promover la difusión de la fe
católica y, en particular, la conversión de los indígenas.
8.4. El Cabildo.
La fundación de las ciudades en la Indias es directamente estimulada por los
monarcas en las capitulaciones e instrucciones y en las Ordenanzas sobre nuevos
descubrimientos y poblaciones. Se aconseja escoger sitios fértiles y sanos,
dotados de aguas y bosques. Se reglamenta asimismo la planta de la ciudad, que
ha de ser en forma de “plano de damero”, con una plaza rectangular al centro,
donde se sitúan la iglesia y la casa del cabildo. Se contempla además la existencia
de recursos que pueden ser: bienes propios, que pertenecen al Municipio como
persona jurídica y sirven para sufragar sus gastos ordinarios (bienes raíces,
muebles o derechos que le pertenecían por costumbre o concesión real); bienes
comunales, que se destinan al usufructo de todos los vecinos (praderas y
bosques, denominados ejidos o dehesas); y arbitrios, que son los recursos
extraordinarios y discontinuos, para u fin determinado, por ejemplo para recibir al
nuevo Gobernador, para los trabajos de desagüe, etc., que sirven para subvenir a
las necesidades locales.
La administración local está entregada al Cabildo. El representa los intereses de la
comunidad o “república”.
El 07 de marzo de 1541, esto es, pocos días después de haber fundado la ciudad
de Santiago, Pedro de Valdivia procedió a designar a los miembros que debían
constituir el primer Cabildo de Chile, que tuvo por Alcaldes a Francisco de Aguirre
y Juan Dávalos Jufré. A partir de entonces el Cabildo funcionó integrado por dos
Alcaldes Ordinarios y seis Regidores, un Procurador que tenía la representación
legal de la comunidad y como tal tomaba la palabra en nombre del pueblo en los
Cabildos Abiertos; el Alférez Real que cuidaba el Estandarte Real; el Fiel Ejecutor,
que fijaba los precios y aranceles.
Los cargos edilicios duraban un año y era obligatorio aceptarlos. Para ser elegido
miembro del Cabildo era necesario ser vecino de la ciudad, esto es, tener “casa
poblada” en ella. El conjunto de vecinos se denominó “república”. Al iniciarse cada
año, los concejales que cesaban elegían a sus sucesores. Sin embargo, la Corona
fue interviniendo progresivamente en la generación de los Cabildos vendiendo en
subasta pública (se vendían los oficios que no fueran de justicia –jueces o labores
del mismo-) el cargo de regidor y otorgando estos cargos a perpetuidad. En 1757,
la totalidad de los regidores de Santiago tenían este origen.
Aunque las sesiones eran presididas por el Gobernador o su Teniente, o el
Corregidor, sólo los capitulares (regidores) tenían derecho a voto. Las reuniones
del Cabildo podían ser de tres tipos: Ordinarias, que se desarrollaban en los días
prefijados por las ordenanzas; Extraordinarias, que tenían lugar en día diverso del
prefijado, debiendo citarse oportunamente a quienes debían concurrir (que son
cerradas); y, Cabildo Abierto, que era aquel en que se invitaba a los vecinos a fin
de tratar algún tema de particularísima importancia, siendo por eso muy poco
corrientes (por ejemplo, la elección de Pedro de Valdivia como Gobernador en
1541, el nombramiento de la Primera Junta de Gobierno de 1810).
BIBLIOGRAFIA.