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Stiglitz, Joseph E.: El malestar en la globalización. Buenos Aires, Taurus, 2002. 348
páginas.
El capítulo 2 se titula Promesas rotas: El autor se plantea que puede hacer, desde el lugar de
su trabajo para abogar por un mundo sin pobreza. Se plantea así una labor triple: a) pensar las
estrategias más eficaces para promover el crecimiento; b) hacer todo lo que pudiese en los
países desarrollados a favor de los intereses e inquietudes del mundo subdesarrollado; c)
presionando para que abrieran sus mercados o prestaran una asistencia efectiva mayor.
Las experiencias con Etiopia y Bousuana, le permitió al autor conocer como funciona el FMI.
Incluso a una entidad de cierto tamaño como el FMI, le resulta arduo conocer con detalle
todas las economías del mundo. La falta de conocimientos detallados le parece poco
importante, puesto que tiende a adoptar el mismo enfoque ante cualquier circunstancia. Las
dificultades de este enfoque se vuelven particularmente acusadas ante los desafíos de las
economías en desarrollo. Los temas del desarrollo son complicados, y en muchas facetas los
países subdesarrollados presentan dificultades muy superiores a las de los países más
desarrollados. Esto es así porque en las naciones en desarrollo los mercados a menudo no
existen o, cuando lo hacen, a menudo funcionan mal.
El FMI ha sido eficaz en persuadir a muchos de que sus políticas ideológicamente orientadas
eran imprescindibles para que los países salgan adelante en el largo plazo.
El capítulo 4, titulado La crisis del este asiático. De cómo las políticas del FMI llevaron al
mundo al borde de un colapso global. En este capítulo se analiza la crisis del sudeste asiático,
iniciado con el hundimiento del bath tailandés, en julio de 1997, inaugurando una crisis que se
extendió a América Latina y amenazó a todo el mundo. Las políticas del FMI impuestas en
esos momentos tumultuosos empeoraron la situación. Era claro que las políticas del FMI no
solo exacerbaron la recesión sino que en parte fueron responsables de que comenzara: la
liberalización financiera y de los mercados de capitales excesivamente rápida fue
probablemente la causa más importante de la crisis, aunque también influyeron las políticas
erradas de los propios países.
Sin embargo, la crisis del Este Asiático tuvo efectos saludables. Los países de la región
desarrollarán seguramente mejores sistemas de regulación financiera y mejores instituciones
financieras en general. El FMI acepta ahora que cometió graves errores en sus
recomendaciones de política fiscal, en cómo propició la reestructuración bancaria en
Indonesia, en promover la liberalización del mercado de capitales quizás prematuramente, y
en subestimar la importancia de los impactos interregionales, por los cuales la caída de un
país contribuía a la de sus vecinos, pero no han admitido los errores de su política monetaria,
y ni siquiera ha intentado explicar porque sus modelos fracasaron tan estrepitosamente en la
predicción del curso de los acontecimientos.
Las políticas del FMI en el Este asiático tuvieron exactamente las consecuencias que han
hecho que la globalización haya sido atacada. Los fracasos de las instituciones internacionales
en los países pobres en desarrollo viene de lejos. La crisis enseñó nítidamente al mundo mas
desarrollados algunas de las insatisfacciones sentidas desde hacia mucho en el mundo
subdesarrollado.
El capítulo 8, se titula La otra agenda del FMI, plantea los nadas exitosos esfuerzos del FMI
durante los años 80 y 90 que generan problemáticos interrogantes sobre la manera en que el
Fondo enfoca el proceso de globalización, esto es, sobre como concibe sus propios objetivos y
cómo procura alcanzarlos como parte de su papel y misión. El FMI cree que está realizando
las tareas que le han sido asignadas: promover la estabilidad global, ayudar a los países
subdesarrollados en transición a conseguir no sólo la estabilidad sino también el crecimiento.
Hasta recientemente, el FMI debatía sobre si debía atender a la pobreza- era la
responsabilidad del Banco Mundial- pero en la actualidad la ha incorporado también. El autor,
cree, que ha fracasado en su misión, y que los fracasos no fueron meras casualidades sino
consecuencias del modo en que entiende su misión. Esto es así porque el FMI persigue no
solo los objetivos en su mandato original, también promueve los intereses de la comunidad
financiera. Significa esto que el FMI tiene objetivos que suelen estar mutuamente en
conflicto.
El cambio en mandato y objetivos, aunque fue discreto, no fue nada sutil, fue el paso de
servir a los intereses de las finanzas globales. Por otra parte, la conducta del FMI no es
sorprendente, enfocaba los problemas desde la perspectiva y la ideología de la comunidad
financiera, y ellas naturalmente se ajustaban a sus intereses.
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Elena Alfonso es Profesora Titular de Economía Internacional de la FCE-UNNE.