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Atención especializada

La tipa era bastante joven. Andaría por los treinta años, más o menos. Después de
mucho meditarlo, se decidió. Desde aquella oscura tarde anduvo rumiando la idea. Acudiría
a un especialista: era la única salida que vislumbraba. Cuando por fin resolvió hacer lo
planeado una sombra de melancolía le cruzó el rostro.
—No queda otra —se dijo.
Así fue que, a través de contactos familiares, dio con esta tal doctora.
—Parece que es "lacaniana". Lacan toma algunas cosas de Hegel y Kierkegaard —
le dijeron.
La llamó por teléfono el mismo día que consiguió su número y lo atendió el que
muy posiblemente fuera el secretario de la tal dotora. Luego de que el le comunicara el
precio de la terapia, ella le preguntó por los horarios y demás cuestiones burocráticas. La
primera sesión (que también sería la última, aunque, naturalmente, ella no lo supiera
entonces) la tuvo dos días después de la consulta telefónica. No se acordaba si cuando
llamó el que habló con ella se lo había dicho o no, pero la especialista resultó ser un
especialista, que aparentaba transitar su sexta década en este mundo. Muchísima fue la
sorpresa —por no decir el espanto— de la que demandaba la cura cuando, luego de contarle
al profesional uno de sus sueños —como él mismo se lo había solicitado—, éste empezó a
llorar desconsoladamente, a los gritos se tiró sobre el piso, y con un alarido casi gutural
entrecortado por sollozos, exclamó:
—¡Es el mismo sueño que tuve yo!

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