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por Rocío Silva Santisteban

"No se trata de estéticas ‘feministamente correctas’, sino de elementos que transgreden,


pertuban, convulsionan". Hace varios años, en un encuentro de poetas en Bogotá, la escritora
costarricense María Montero me propuso formar la primera célula del feminismo sucio
latinoamericano. Tomando el adjetivo que se le ha endilgado a la narrativa y poesía del escritor
Charles Bukowski, "el realismo sucio", y en tono de cinismo y broma frontal, María y yo
pensábamos que lo literario y lo poético podían contener un elemento revulsivo que, ocasionando
una herida superficial, pudiera verdaderamente limpiar las profundidades cavernosas de la
estética desde una perspectiva feminista. Nos reímos mucho de la ocurrencia, planeamos
periódicos y libros a dos manos, y nos olvidamos de todo una vez que ella regresó a su trabajo en
La Nación, a sus tres hijos, y yo a lo mío.

Pero el término me parecía verdaderamente poderoso para analizar algo que sí estaba
sucediendo en el Perú y que en realidad lleva el nombre propio de dos mujeres, por el momento,
Laura Bozzo y Magaly Medina. ¿Ellas no reivindican, de una manera extrañamente perversa,
también un discurso feminista? Por ejemplo Laura Bozzo, utilizando una terminología jurídica,
organiza su propuesta como una defensa de la mujer, sustentándola superficialmente sobre la
base del requerimiento de justicia, pero erigiéndose a sí misma como la representación más alta
y solvente de la justicia práctica –más allá de la justicia burocrática– que soluciona los problemas
con catarsis de llanto y compasión en cada uno de sus programas. De esta manera, las mujeres
que asisten a ellos sólo pueden exigir "compasión" y no reivindicaciones concretas. Todas esas
mujeres se mantienen en el estatus de víctimas que requieren de una "súper-mujer" con
conocimientos, una "doctora", que pueda hablar por ellas, actuar por ellas, pensar por ellas.
El feminismo sucio es ambiguo y explicaré por qué más adelante, pero en el caso concreto de
Laura Bozzo propone falsamente una reivindicación de un discurso de igualdad de la mujer
superficial, pues no se sustenta en prácticas que fortalezcan las identidades femeninas, sino por
el contrario, en el tutelaje, el caudillismo y la demagogia, perennizando un modelo de
ciudadanía totalmente negativo. Desgraciadamente esta es la imagen "feminista" que permanece
anclada en el imaginario peruano (por eso los taxistas siempre me confiesan que Laura Bozzo es
lo más feminista que conocen).

Pero en realidad el feminismo sucio tendría dos discursos modélicos: el primero sería aquel que
propone una supuesta "sustancia" femenina con mayor solvencia moral, sólo por el hecho de ser
mujer, sin vocación democrática sino, por el contrario, autoritaria: se buscaría aprovechar la
imagen de la mujer como matrona y organizadora de la familia aunque debajo del ropaje no se
halle sino a una mujer fálica a la manera de Bernarda Alba del drama de Lorca. Se proclama la
reivindicación de la mujer como un ataque frontal al varón y que, en la experiencia mediática
peruana, ha estado representado por Laura Bozzo, pero también por Magaly Medina y algunas
congresistas.

La segunda versión del feminismo sucio estaría vinculada con acciones y discursos "fuertes" y
mediáticos, como aquellos que reivindican las Guerilla’s Girls en sus puestas en escena y
performances callejeras. Se trataría de desempolvar el feminismo tradicional con un par de
bofetadas estéticas que no serían otra cosa que una estrategia revulsiva. En el caso del Perú, este
segundo modelo del feminismo sucio está en escena en la plástica local desde hace bastante
tiempo, con propuestas como La Perra del Colectivo La Perrera, las In-Santas de Karen Bernedo y
Roxana Crisólogo, el último número de la revista Casa de Citas sobre erotismo o la propuesta de
Peruvian Beauty de Susana Torres y Claudia Coca. No se trata pues de estéticas "feministamente
correctas" sino de elementos que transgreden, perturban, convulsionan. Una lectura nueva. Una
patada en la puerta. Niñas malas que nos dicen mucho con sus gestos y su arrogancia.

Claro que esta propuesta estética contiene en sí el peligro de ser confundida con la otra. Pero
son muy diferentes. Pues si unas buscan "revulsionar" ; las otras (Laura et al) lo único que
pretenden es vender y, por lo tanto, mantener el sometimiento a partir de soluciones asistidas
por el autoritarismo en función de la modalización que objetiviza al otro basurizándolo, en lugar
de permitirle habitar un espacio perturbador y construir, desde él, una subjetividad potencial y
políticamente insurrecta.

Pero el feminismo sucio es un producto típicamente latinoamericano: ambiguo, con dos caras,
con posibilidades contradictorias, con peligros latentes dentro de sí, heterogéneo, híbrido y
políticamente muy rentable.

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