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(Reescrito sep-2002)
Orlando Díaz V. MD
Podíamos pensar que el trato que se le debe dar a un paciente psiquiátrico debe ser
respetuoso, amable, considerado, firme, claro, que debe ser el mismo que esperaríamos que
se nos diera en caso de vernos nosotros o un familiar en una situación similar. Con esto
podríamos considerar que estamos respondiendo a la pregunta de cómo debemos tratar a
una persona que acude a buscar nuestra ayuda por presentar una crisis mental. Pero la
realidad es que estas palabras no alcanzan a transmitir la magnitud de la tarea a que nos
vemos abocados.
Ya hemos escuchado la charla sobre la Clínica Santo Tomás, sus orígenes y motivaciones.
Quisiera partir desde este punto, ya que no podemos asimilar el trabajo que aquí realizamos
al que se realiza en ninguna otra clínica que trabaje en la misma área o especialidad.
Debemos hacer consideraciones relacionadas con:
• EL PACIENTE
• EL ENFERMERO
• LA CULTURA
• EL ENCUENTRO CON UN PACIENTE PSIQUIATRICO
• EL ENFERMERO: Ante todo, debemos partir del presupuesto de que las personas que
desempeñan la tarea de auxiliares de enfermería han escogido ésta como su opción de
vida, han hecho una escogencia. Nuestra experiencia nos indica que muchas personas lo
han hecho claramente porque se sienten vocacionadas a esta tarea y otras lo han hecho
más como respuesta a unas necesidades económicas. Tanto unas como otras en el
desempeño de la tarea se dan cuenta de que no resulta ser lo que esperaban. Al
contrario, personas que optaron por ser auxiliares de enfermería sin tener una claridad,
encuentran en esta tarea una posibilidad de ayudar a otros y el sentido de su vida. En el
caso de los auxiliares en psiquiatría son realmente muy pocos los que verdaderamente
llegan porque se sintieron vocacionados para trabajar en esta área específica de la
enfermería. La mayoría de ustedes han llegado a la Clínica sin tener una experiencia con
pacientes psiquiátricos. Han tenido la oportunidad de pasar por una escuela de
enfermería que cumple su tarea de formar y, en algunos casos, de deformar la mirada
sobre el paciente y sus necesidades. En cualquiera de los casos tenemos la
responsabilidad de trasmitirles una experiencia y una mirada diferente de la vida, de la
medicina y de la enfermedad, la cual es muy propia de la Clínica y de la experiencia del
doctor Hernán Vergara y las personas que lo acompañamos.
Es un encuentro de un débil con un fuerte, lo que inclina la balanza a favor del enfermero.
En este encuentro lo que se espera es que el fuerte ponga al servicio del más débil todas
sus herramientas y opciones disponibles. El enfermero está obligado a discernir entre el
actuar y el no hacerlo. Son muchos los casos en los que lo más indicado es una máxima
quietud, por el riesgo alto de sobreactuarse y terminar procurando un mal en lugar del
bien inicial pretendido o porque en ese caso en especial lo más prudente es el no hacerlo
para no realimentar las dinámicas que hacen que el paciente presente determinadas
manifestaciones. Hay otros casos en los que es indispensable un actuar oportuno y
eficiente, ya sea para inmovilizar a un paciente agitado o decidir cambiar de posición a un
paciente que tiene el riesgo de escararse.
El éxito de este encuentro va a estar determinado por la actitud del enfermero y no por la
del paciente. Este encuentro puede ser determinante para el bienestar del paciente. En
algunos casos hará que un paciente acepte con tranquilidad seguir alguna indicación
terapéutica o en otros que se sienta maltratado y prefiera buscar salir de la clínica.
Sobre el trato que se daría a cada uno de los pacientes tenemos que pensar en la
necesidad de cada uno y planear una estrategia en cada caso. Debemos tener en cuenta
que, independientemente de lo que tenga el paciente o la situación que nos presente, no
estamos solos y siempre podemos contar con la presencia de otras personas que nos
pueden ayudar a resolver una situación específica.
Hasta ahora he hablado de una forma de tratar a un paciente como se haría en cualquier
clínica del mundo. La Clínica Santo Tomás se ha caracterizado por tener en este punto
unos de sus determinantes más fuertes y decisivos para la recuperación de los pacientes.
El doctor Hernán Vergara definió o marcó la guía que debíamos seguir a este respecto en
su informe a la Asamblea General de Accionistas en 1.991, en este informe plantea varios
puntos prioritarios entre los que se destaca la invitación identificar al enfermo mental
como prójimo. De este informe quisiera subrayar los planteamientos con respecto a:
“En nuestro lenguaje vernáculo la palabra “prójimo” suscita la idea de alguien anónimo.
Marcado por el contexto cristiano de nuestra cultura, prójimo es el anónimo a quien debemos
“amar como a nosotros mismos”. Aquí la empleo en el exclusivo sentido que le dio Cristo en la
“parábola del Samaritano”. Este texto capital de la predicación de Cristo, recoge el recurso
narrativo a que hubo de acudir el Señor para rescatar el concepto de prójimo de la pérdida de
su significación originaria en el uso que le daban sus contemporáneos. En una de las tantas
interpelaciones en que los judíos expertos en el conocimiento e interpretación de la Ley
Mosaica intentaron poner a Jesús ante un problema insolucionable, alguno le preguntó: “Y,
¿quién es mi prójimo?” (Lucas 10,29)i. Sin duda, la palabra no sonaba en los oídos de un judío
lo mismo que suena en los nuestros después de 20 siglos de cristianismo. De acuerdo con
otras enseñanzas del Levítico, probablemente pensaban que solamente los judíos entraban
en la privilegiada condición de tener que ser amados. Para frustrar la celada y, de paso,
rescatar para el lenguaje en uso ese concepto tan fundamental en la Revelación, Jesús tuvo
que darle la vuelta a la pregunta. Después de su respuesta, la pregunta no sería el tema
metafísico de “quién es mi prójimo” sino la operativa de “¿cuándo actúo como prójimo de
alguien?”. Por la respuesta de Jesús, el prójimo no es ni lo que pensaban los judíos ni lo que
sugiere nuestro lenguaje vernáculo. El prójimo no es simplemente una persona con la que se
pueda establecer una relación persona-persona. No es un “semejante”. Al contrario, es un
diferente por todos los aspectos por donde se le tome. El samaritano era diferente al judío
caído en desgracia. Lo era por raza, por religión, por nacionalidad y hasta por clase social. No
se es prójimo, a la manera que se es un hombre; a la manera que se es un correligionario, un
compatriota, un copartidario, un consocio, un vecino. Para ser prójimo hay que hacerse, hay
que llegar a serlo. Hay que despojarse de todas las cosas que nos constituyen en un
semejante, un correligionario, etc., para poder acercarnos a ese otro, a ese diferente, a ese
pobre que nos sale al paso con su necesidad, y para acercarnos a él como si fuera uno
mismo. Hacerse prójimo es hacerse Dios para alguien que sólo puede ser salvado por Dios.
Más aún, es amar a alguien que, por su desgracia, ha dejado de ser amable y hasta ha
pasado a ser detestable. El otro, cuando es un pobre, un necesitado, no tiene nada que
atraiga el interés, y ésto no sólo para quien es un extraño sino aún, como en la parábola, para
quien es su correligionario y su compatriota. Para la fé cristiana, uno no se hace prójimo de
otro por lo que este parece ser, por lo que mediante el método científico, o por el sentido
común o por la simple razón se puede conocer de él. Uno se hace prójimo de otro por la fé,
porque cree que el otro es alguien distinto del que parece ser. Hacerse prójimo es conocer a
otro no por lo que uno percibe con sus sentidos sino por lo que ha oído acerca de él. Por lo
que ha oído acerca de él en la Palabra de Dios. Así, uno sabe que el otro es una
presencialización de Cristo, aún si se empeña en parecer un demonio.
La invitación es a que cada uno de los que trabajamos en la Clínica Santo Tomás se haga
prójimo del enfermo.
i
‘Pero el maestro de la ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús:
-¿Y quién es mi prójimo?
Jesús entonces le contestó:
- Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó. Tropezó con unos bandoleros que lo desnudaron, lo
cubrieron de golpes y se fueron dejándolo medio muerto. Coincidió que bajaba por aquel camino un
sacerdote y, al verlo, pasó de largo. Lo mismo un levita, llegó al lugar, lo vio y pasó de largo. Un
samaritano que iba de camino llegó a donde estaba, lo vio y se compadeció. Le echó aceite y vino, en
las heridas y se las vendó. Después, montándolo en su cabalgadura, lo condujo a una posada y lo
cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios, se los dio al posadero y le encargó: “Cuida de él y lo que
gastes te lo pagaré a la vuelta”. ¿Quién de los tres te parece que se portó como prójimo del que
tropezó con los bandoleros?
Contestó:
- El que lo trató con misericordia.
Y Jesús le dijo:
- Ve y haz tú lo mismo’ (Lucas 10,29 y ss).