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El aeropuerto de Munich estaba totalmente paralizado.

Una densa niebla lo cubría todo


haciendo inviable la navegación aérea. En la torre de control el tiempo avanzaba con
pereza.
- El caso es, dijo el controlador de aproximación, que aparte de aquí hace un día
espléndido en todo el centro y sur de Europa.
- Hay algo en esa niebla, dijo Margaret Deichmann, la controladora de tierra, que me
asusta.
- Venga, dijo el primero, no seas tan supersticioso. Seguro que los meteorólogos le
encuentran una explicación cuando se desvanezca.
- Puede, pero hay algo en ella que me infunde miedo cuando la miro.
- Pues lo tienes claro, dijo el controlador de torre, tendrás que mirar al suelo si no
quieres verla.
- ¿Cuánto durará todavía?, dijo resignada la controladora de tierra.
Antes de que alguien pudiera contestar, una forma empezó a dibujarse tras la nube
blanca que les rodeaba. Era la silueta inconfundible de un avión Douglas DC-8-60/70.
- ¿De dónde ha salido ese?, gritó el controlador de torre.
Ninguno de los que vigilaban las pantallas radares podía contestar. Nadie había
detectado la aproximación de aparato alguno. Todos los vuelos que tenían destinado
aterrizar en Munich habían sido desviados a otros aeropuertos.
- ¿Qué es lo que pasa con la radio?, siguió gritando. ¿Cómo es que nadie ha podido
todavía hablar con el capitán de ese avión?.
- No hay contacto por radio.
- Diablos, dijo para si el controlador de torre, es como si no estuviera ahí. Venga que
extiendan una pasarela de pasajeros hasta la puerta, ya nos darán explicaciones sus
tripulantes cuando desembarquen.
Los operarios de tierra comenzaron a extender la pasarela que, como un gusano
hambriento, acercaba su boca a la portezuela delantera del avión. Sin embargo no llegó
para engullir a los pasajeros. Los operarios se detuvieron a medio camino, saltaron de la
máquina con la que arrastraban la pasarela y salieron huyendo de allí. Corrían
despavoridos.
- ¿Qué les pasa a esos?, preguntó Margaret.
- No sé, dijo uno de los ayudantes, por sus micrófonos sólo profieren gritos.
- ¿Dicen algo?
- Parece que si pero los operarios son pakistaníes así que no se les entiende nada.
A Margaret la situación cada vez le ponía más los nervios de punta. Tenía ganas de
salir de allí, de echar a correr como lo habían hecho los operarios pakistaníes y de no
mirar atrás hasta haber dejado bien lejos aquel avión que había surgido de la extraña
niebla sin que los radares hubieran detectado su aproximación. Sentía que debía huir de
aquel aeropuerto maldito. Mirar aquel Douglas DC le hacía sentir que en cualquier
momento el miedo la haría gritar. Como, de hecho haría momentos más tarde. Pero
entonces nadie se lo reprochó.
La portezuela se abrió.
Era absurdo. Los pasajeros no podían saltar al suelo, se romperían las piernas.
Algo salió volando, lentamente, como flotando. Se dirigió hacia la boca de la pasarela.
Margaret no lo había podido ver bien pero se había quedado sin aliento. Sus
compañeros de la torre también habían enmudecido.
Alguien hizo un zoom con las cámaras que registraban aquella área y las pantallas
mostraron con detalle la escena.
Por la portezuela volvió a surgir algo flotando, esta vez si lo pudieron distinguir y lo
que vieron desafiaba toda razón, aquello se dirigió también a la pasarela y luego le
siguieron otros muchos.
Margaret gritó. Aquello eran pasajeros. Algunos tenían un aspecto normal, otros iban
desarrapados, con la ropa hecha jirones. Algunos iban desnudos y se veía claramente
que no quedaba más que los huesos de ellos. Todos flotaban hacia la pasarela de
embarque como fantasmas que arrastraran la tremenda fatiga de haber realizado un
fenomenal viaje desde el más allá.
Cuando todos los pasajeros hubieron salido, el Douglas DC desapareció. En la
Terminal 2 cundió el pánico. Margaret salió corriendo de allí y ya nunca más volvería a
pisar un aeropuerto en su vida.

Alfonso era capitán de vuelo de las líneas aéreas Varig desde hacía ocho años. Era
bastante experiencia para un piloto de menos de cuarenta años. Aquella noche
sobrevolaba el Atlántico como lo había echo muchas otras veces. Su pasaje, compuesto
por turistas, hombres de negocios brasileños y alemanes dormía mientras él hacía lo
normal durante aquellos largos trayectos. Charlar y hablar con el copiloto y las azafatas
que entraban y salían de la cabina para contar alguna anécdota sobre los pasajeros o
sobre lo que habían hecho en su última escala.
Era de noche. Se dirigían a Munich.
- ¿Qué extraño?, dijo el copiloto. No oigo nada por la radio.
- ¿Cómo que nada?. Munich es uno de los aeropuertos más transitados de Europa.
Tiene que oírse mucho.
- Pues yo no oigo nada.
El capitán se puso los auriculares y escuchó atentamente. Nada.
- A ver si es que han tenido un atentado, murmuró.
- Capitán.
- ¿Sí?
- Esto es mucho más extraño de lo que pensaba. No se oye nada por ningún canal.
- La radio debe de estar estropeada. Tendremos que seguir el procedimiento de
emergencia para estos casos.
Piloto y Copiloto miraron hacia el exterior con preocupación. Sabían lo que debían de
hacer, pero suponía aterrizar en un aeropuerto diferente al planeado. El de Munich
estaba demasiado saturado para llevar a cabo el procedimiento de emergencia. Había
que decidir cual de todos los más cercanos sería el mejor. De todas formas había
tiempo.
- ¿Creo que será mejor si aterrizamos en Zurich?. Dijo Alfonso.
- Está más lejos que el de Stuttgart. Dijo el Copiloto.
- Si pero el de Zurich está menos transitado.
- Pues para eso aterrizamos en Innsbruck.
- No es mala idea, no.
Alfonso apartó la mirada del cielo nocturno y miró a su copiloto. Era muy joven pero
pensaba muy rápido y solía tomar las decisiones adecuadas. Mientras lo miraba sucedió
algo horrible.
Vio como su carne se hinchaba, la piel de la cara se le caía a tiras y de la cuenca vacía
de uno de sus ojos salía un pez.
Parpadeó y siguió viendo al copiloto como siempre. No le dijo nada. Algo muy extraño
le había ocurrido y si lo contaba su salud mental se vería en tela de juicio.
Sin embargo ya no podía hablar. Lo que había visto lo había hecho temblar de terror.
- Bueno, ¿entonces, que piensas?. Le inquirió el copiloto.
- Si, de acuerdo, se forzó a decir Alfonso.
El copiloto se quedó pasmado. No era normal que el capitán aceptara una propuesta sin
discutirla. Nunca lo había hecho.
Alfonso volvió a mirar hacia el lado derecho.
El panel de instrumentos echaba chispas por todos lados. El copiloto se había subido a
la silla y gritaba mientras la azafata, acurrucada en un rincón lloraba. Alfonso sintió que
era el fin. Intentó controlar los instrumentos. El avión caía en picado.
- ¿Te encuentras bien?, le preguntó su compañero.
Había sido otra alucinación. Todo estaba bien.
- No, no se que me pasa. Me parece que necesito descansar un poco.
- Pues nada, échate una cabezadita. Quedan aún bastantes horas.
Alfonso cerró los ojos y sintió el agua fría del Atlántico por todo su cuerpo. Flotaba.
Abrió los ojos. Estaban bajo el agua. Sus brazos flotaban ante él con el uniforme hecho
jirones. A su derecha el copiloto y tras él la azafata también flotaban muertos. Todo
estaba sumido en la más absoluta oscuridad y sin embargo lo veía claramente. Se
levantó de su asiento y salió de la cabina. No le hizo falta abrir la puerta para salir. La
atravesó sin más. Ahora ya sabía que las visiones de antes no habían sido tales. Habían
sido recuerdos. El avión estaba partido en trozos. Yacían en el fondo del mar. Los peces
se estaban dando un festín con lo que quedaba de los pasajeros.
Estaban todos muertos pero Alfonso tenía la sensación de que aquello no debía
terminar así. Había que llegar al final del trayecto. Era necesario que todos llegaran a su
destino. De la misma manera que salió, volvió a la cabina, se sentó e su asiento y abrió
los ojos de nuevo.
Todo volvió a la normalidad. Seguían volando. El copiloto miraba el cielo con
preocupación y una de las azafatas entraba en cabina para preguntar si alguien quería
café.
- He decidido que vamos a Munich, después de todo.
- ¿Y eso?. No decías que está demasiado transitado.
- Ya verás como no tenemos problemas para aterrizar. No te preocupes por lo que
puedan decir las autoridades. Se van a quedar mudos.

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