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Elena Vieytes (Vecina del barrio de Once)

"Me acerqué a ver qué había pasado. No podía creer que la calle, por la que había
pasado segundos antes, estuviera llena de escombros y de gente ensangrentada
que pedía auxilio. Nadie sabía qué hacer. Todos corríamos de un lado para otro sin
saber cómo ayudar ".
"Son imborrables (las imagenes): los cuerpos bajo los escombros, la gente gritando
y llorando y, además, el miedo, la desesperación y el sentimiento de desamparo."

Ana Weinstein (sobreviviente)

"Hacía cinco minutos que había entrado. Llegué con Mirta Strier mi secretaria. Por
esas cosas que tiene el destino fui a hacer una consulta a una dependencia que
estaba al fondo del edificio. Desde allí escuché la explosión...
Mirta murió en la oficina en la que yo debí haber estado.
Pensé en un primer momento que se trataba de alguna explosión relacionada con
las reformas que se hacían en el edificio. No pude creer lo que vi desde la terraza
donde nos pusieron a salvo".
Hay cosas que no recuerdo bien...
No vengo seguido por este lugar (con referencia al sitio donde estaba la AMIA) me
cuesta mucho... Sólo los 18 de cada mes cuando se hace el homenaje a las
víctimas"

Humberto Chiesa. TRABAJABA ENFRENTE DE LA AMIA

"Cuando desperté y me dijeron que ya no existían mi imprenta, ni mi socio, ni la


calle Pasteur, yo no paraba de repetir: no puede ser, no puede ser", relata
Humberto Chiesa, 54 años, católico no practicante. Su local estaba ubicado justo
enfrente de la AMIA y no recuerda la explosión. Abrió los ojos 40 días después, en
una cama del Hospital de Clínicas. Entonces supo que sobrevivió de milagro.

Tenía la cara desfigurada, un parietal hundido y medio cuerpo paralizado. De a


poco reconstruyó la historia. Asegura que fue el primero en ser rescatado de los
escombros y que lo salvó un amigo "sabra" (judíos nacidos en Israel), Sebi
Broner, que tenía su negocio a una cuadra.

"Al despertarme, sentí culpa de estar vivo", afirma y señala las fotos de la
repisa donde aparece junto al socio muerto, Guillermo Galarraga. "Era mi hermano
del alma. Nos conocíamos desde los 15 años. Estaba al lado mío cuando explotó la
bomba", recuerda.

La recuperación física le demandó varias intervenciones. Y cada tanto le extraían


pedazos de vidrios que le iban brotando del cuerpo. Pasó 8 años en terapia, pero
todavía no se anima a mirar hacia donde estaba su imprenta. Baja los ojos al
pasar por el lugar, donde le contaron que ahora funciona un local de Internet.

"Me pone mal ir a Pasteur al 600. Vuelvo solo para los actos de cada aniversario",
cuenta. Y destaca que "la memoria es importante. Yo aprendí mucho de los
sectores de la comunidad judía que se unen para reclamar justicia". No leyó
artículos ni miró programas de televisión sobre el caso hasta el juicio oral. "Voy
seguido. Ahí me fui enterando cómo sucedieron los hechos y cómo se desviaron
muchas pistas", afirma.

En julio se deprime. Y dice que Abril fue su salvación. Así se llama su nieta de 5
años. "Ella me devolvió la sonrisa", explica.

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