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Un día, Alí Babá tuvo que dejar a su animal pastando y atado a un árbol
mientras él se deslizaba por una zona escarpada del bosque en busca de
ramas secas. Había descendido un centenar de metros cuando, en un lugar
protegido por grandes rocas, encontró lo que buscaba. En ese momento le
pareció oír el retumbar de cascos de caballos, se incorporó y vio una nube de
polvo que se acercaba. Enseguida distinguió a un grupo numeroso de jinetes al
trote que gritaban como salvajes. Temeroso de que algo pudiera pasarle, Alí
Babá se subió a un frondoso árbol y se escondió entre las ramas. Poco
después los jinetes, de siniestro aspecto y armados hasta los dientes, pasaron
justo por debajo del árbol donde él se encontraba y fueron a apearse de sus
caballos un poco más allá ante una enorme roca de paredes lisas y aislada de
todas las demás. Eran exactamente cuarenta individuos que inmediatamente
descargaron de sus monturas un gran número de pesados fardos. Entonces Alí
Babá se le abrieron los ojos y se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, ¡eran
una banda de ladrones que, sin duda, volvían de realizar alguna fechoría!. Con
el corazón casi saliéndosele del pecho vio que el que parecía ser el jefe de
todos ellos se adelantó hasta la enorme roca que tenía enfrente y, con voz alta
y clara, dijo:
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NARRADOR: Entonces ocurrió algo extraordinario. Una parte de la roca
comenzó a moverse hacia un lado, como si de una puerta corrediza se tratara,
hasta dejar un agujero oscuro y profundo por el que podían entrar varios
hombres a la vez. En efecto, así hicieron cargados con los sacos del botín
todos y cada uno de los ladrones hasta que, por último, entró su capitán y la
puerta se cerró. Durante largo rato, Alí Babá esperó paciente y silencioso el
suceder de los hechos. De pronto, la roca se movió de nuevo y por el agujero
vio salir al capitán y detrás de él al resto de sus secuaces. Entonces, para que
la puerta se cerrase, el jefe gritó:
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Alí Babá, desconcertado ante lo que había visto y con el miedo todavía metido
en el cuerpo, tardó un tiempo en reaccionar, al cabo del cual, visto que los
ladrones se habían perdido en el horizonte, bajó del árbol y casi sin darse
cuenta se encontró enfrente de la roca. La miró largamente, como hechizado.
Luego, con una voz que no le parecía la suya, grito:
Lo que aconteció después resulta difícil describir con palabras. Alí Babá entró
en la cueva y tras él la puerta se cerró, pero esto no le produjo alarma alguna
puesto que estaba en el conocimiento del secreto que la haría abrirse de
nuevo. Entonces vio un lugar excavado en la roca, de amplias dimensiones,
tenuemente iluminado a través de una abertura realizada en el centro de la
bóveda. Pero fue el efecto de esa luz sobre los objetos depositados en el suelo,
lo que verdaderamente sobrecogió a nuestro hombre. Allí, en un desorden
acumulado durante el tiempo de muchas vidas, yacía un tesoro que ni la más
fértil de las fantasías humanas podría concebir. ¿Qué se os ocurre?. Veamos,
había multitud de cofres y tinajas que no solo eran joyas en si mismos, por la
finura de sus diseños y la riqueza de sus incrustaciones, sino por lo que
guardan en su interior, repletos como estaban de oro, plata y piedras preciosas.
¿Decís alfombras?, las más bellas y valiosas, apiladas entre telas de seda y
brocados. ¿Decís joyas?, las más puras y delicadas que hayan podido salir de
manos de artesanas. ¿Decís maderas acaso?, las más nobles y olorosas de
oriente, en forma de muebles y ornamentos tan antiguos como el hombre. Todo
era como la escenificación de un sueño. Y como para despertar de él, Alí Babá
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se pellizcaba una y otra vez hasta que acabó por rendirse ante este nuevo
acontecer de su realidad. Entonces decidió coger aquello que, en su situación,
le sería más útil. Sobre varias telas depositó todas las monedas de oro que
podría cargar en su burro, formó varios hatillos y con ellos sobre su hombro
pronunció la fórmula para abrir la roca. Una vez fuera de la gruta ordenó que se
cerrara y, feliz regresó a su casa.
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Cuando llegó, condujo el burro al establo y luego entró en su habitación con los
hatillos que depositó a los pies de su esposa:
NARRADOR: Ella abrió las telas y al ver toda aquella riqueza dirigió una mirada
de sospecha a su marido:
ESPOSA DE ALÍ BABÁ: “¿Qué has hecho Alí Babá, qué significa esto?”.
NARRADOR: Y de esta manera, Alí Babá relató a su mujer punto por punto
todo lo que le había ocurrido e insistió en la necesidad de no revelárselo a
nadie. Al fin, ella quiso contar todas las monedas una por una, pero el marido
tenía otras ideas al respecto.
ALÍ BABÁ : “Esposa mía ¿Para qué quieres contar lo que ya tenemos?,
tardarías demasiado y el tiempo apremia. Sería nuestra perdición que cualquier
visita inoportuna descubriese nuestro secreto. Voy a cavar un hoyo ya guardar
el dinero en él.”
ALÍ BABÁ: “De nada servirá lo que quieres hacer, mujer, pero ya que es tu
deseo, hazlo. Eso sí, no olvides guardar el secreto”.
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ESPOSA DE QASIM: “Eres un ingenuo si crees que Alí Babá es el pobre diablo
que aparenta ser”..
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Al amanecer del día siguiente, Qasim se dirigió a casa de Alí Babá con la
moneda de oro. Ante la evidencia de la prueba que traía su hermano, debida a
la obstinación de su propia esposa, Alí Babá comenzó por contarle una parte
de su aventura en el bosque, la aparición de los ladrones y el descubrimiento
de la cueva...
ALÍ BABÁ: “...y así, por pura casualidad, o acaso por un juego del destino me
encontré con un sinfín de monedas y otros objetos de mucho valor al alcance
de mis manos. Pero ya que estás en el conocimiento de la situación, te ofrezco
compartir el tesoro que guardo en mi casa, si sabes guardar el secreto.”
QASIM: “De acuerdo, pero has de decirme dónde está exactamente esa cueva
y la forma de acceder a ella, de lo contrario te denunciaré y caerá sobre ti todo
el peso de la justicia”.
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NARRADOR: A Alí Babá no le atemorizaron las amenazas, pero dado que era
su hermano y por el afecto que a pesar de todo sentía por él, acabó por
contarle todo lo que quería saber, incluida la fórmula que le permitiría entrar y
salir de la cueva.
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Al día siguiente muy temprano, partió en solitario con diez de sus mejores
mulos. Cuando llegó ante la roca que Alí Babá le había descrito, se hizo con las
alforjas que había traído y, embargado por la emoción, pronunció la formula
aprendida:
QASIM: “Si, eso es, un grano. Mmmmm... ¡Ábrete Arroz!”. Mmmmm... ¡Ábrete,
cebada!".
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Entonces oyó el sonido de la muerte, que venía de afuera en forma de tropel.
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Todo fue muy rápido. Los ladrones vieron los burros de Qasim en las
inmediaciones de la roca y sospecharon lo que estaba pasando.....
NARRADOR: ... grito el jefe de los ladrones. La puerta se abrió y Qasim, con el
último aliento de esperanza, arrancó a correr para huir de la desgracia en
busca de la salvación. En su escapada tropezó con el capitán y lo derribó por el
suelo; siguió corriendo entre los ladrones y esquivó al primero, al segundo, al
tercero, pero como eran cuarenta, no pudo escapar a todos. Uno de ellos lo
alcanzó y le dio tal lanzada en el pecho, que la punta del arma apareció
brillando por la espalda. Qasim murió en medio de estertores.
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ESPOSA DE QASIM: Alí Babá, tu hermano partió ayer hacia la cueva del
tesoro y no ha vuelto. Tengo el presentimiento de que algo terrible le haya
ocurrido, pues no corresponde a su costumbre faltar tanto tiempo sin dar aviso.
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Por su parte, como era costumbre en ese país y en esa época. Alí Babá se hizo
cargo de la magnífica casa y del resto de las propiedades de Qasim, acogió a
la viuda y actuó con rapidez, pues había que dar sepultura a su hermano sin
despertar sospechas de lo acaecido. Así pues, llamó a Morgania, y le dijo:
NARRADOR: Morgania era una de las esclavas más hermosas, y por el talle, la
más esbelta; sus dientes eran pequeños; su aspecto dulce; tenía los ojos
negros, y era perfecta en todas sus partes. Pero lo mejor de todo era que era
una mujer de buen consejo, de entendimiento penetrante, de gran resolución,
y de un valor igual al del hombre cuando era necesario, e incluso superaba en
inventiva al hombre más experto y avisado.
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Morgania conocía muy bien la ciudad y sus gentes. Acudió a un viejo zapatero
muy famoso en la comarca por ser capaz de coser cualquier material sin que
se notara el hilo, de modo que, sin importar el número de piezas que hubiese
cosido, a la vista parecían ser una sola. Se llamaba Mustafá y abría su tienda
antes de que hubiese gente en las calles. Era muy alegre y observador,
además de gran parlanchín. Nada más llegar, Morgania le ofreció una moneda
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de oro que Mustafá se apresuró a coger y comprobar su pureza entre los
dientes.
Una semana después de las exequias, Alí Babá se trasladó con su familia a la
casa que había sido de su hermano y que ahora, según la costumbre, sería
suya, quedando su cuñada como un miembro más de la familia. Luego dispuso
que su hijo, un joven de muy buena planta y excelentes aptitudes, se ocupara
de la tienda de Qasim. Y así, con la bonanza de estos cambios, continuaron su
vida.
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TODOS: ¡¡Si!!.
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espada, como el que ellos habían provocado en la figura de Qasim. Para
asegurarse del éxito de ésta importantísima misión, el capitán, con el
beneplácito de todos los presentes, impuso una severa condición: si el
voluntario tenía éxito recibiría su peso en oro, pero si fracasaba, sería
ajusticiado por sus propios compañeros.
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LADRÓN: Muchos encargos debéis tener cuando robáis horas al sueño para
coser vuestros zapatos.
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vendado los ojos y desde allí, tratara de recordar aproximadamente, los
diferentes giros y pasos que había caminado en aquella ocasión. Y así hicieron
hasta que Mustafá creyó haber llegado al punto. Efectivamente, en cuanto se
quitó la venda, comprobó con una pizca de orgullo que no se había
equivocado, estaban enfrente de la casa de Alí Babá. El ladrón entonces
despidió al viejo zapatero con tres monedas de oro; una vez que éste se alejó,
hizo una señal en la puerta de la casa con una tiza que llevaba y volvió a su
guarida.
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Pocos minutos después quiso el azar que Morgania tuviese que salir de
compras al mercado. Al ver la señal en la puerta quedó extrañada pues, según
le vino al pensamiento, ello no era cosa corriente ni motivo para confiar. Así
pues, dibujó en todas las puertas del entorno la misma señal que en la suya y
prosiguió con sus quehaceres.
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Por su parte el ladrón, cuando llegó junto a sus compinches, tuvo a bien
explicarles con satisfacción todo lo acaecido, al cabo de lo cual el capitán tomó
la palabra.
NARRADOR: Pero hete aquí que al llegar a la calle donde vivía Alí Babá, había
no menos de diez puertas señaladas, por lo que el espía entró en gran
confusión y no pudo distinguir cuál era la que él había marcado. Con gran
indignación, el capitán ordenó a sus hombres que regresaran a la cueva. Allí el
espía pasó a mejor vida sin que ello impidiera que otro voluntario se ofreciese a
realizar la misma operación. Y en efecto, otro ladrón volvió a la ciudad,
corrompió con su oro al viejo Mustafa que lo llevó hasta la misma puerta de Alí
Babá, luego señaló la puerta con pintura roja, pero de nada sirvió pues la
astuta Morgania, al darse cuenta, dejó la misma señal roja en todas las puertas
de la vecindad. Y de nuevo vinieron los ladrones y se confundieron y mandaron
al segundo espía al otro barrio.
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CAPITÁN: ¿Qué clase de mal acecha sobre nosotros que me ha hecho perder
a dos de mis mejores hombres?. Iré yo mismo a hacer las averiguaciones y
esta vez no dejaré posibilidad alguna a la confusión.
CAPITÁN: "...Y una vez que todos duerman, iré a avisaros. Estar pues atentos,
porque para mayor seguridad debemos de acometer juntos lo que más nos
conviene a todos: borrar del mapa a aquel que conoce nuestro secreto.
¿Alguien tiene algo que objetar?".
TODOS: "¡¡Nooo!!".
TODOS: (Diferentes voces) "¡Siii, actuemos de una vez!. ¡Viva nuestro capitán!.
¡En marcha!. ¡ Acabemos con ese perro!".
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Y así fue. Una vez que llegaron a la ciudad, a la hora del atardecer tal y como
estaba previsto, el capitán dirigió el carro hasta la misma casa de Alí Babá.
Este, que casualmente estaba sentado a la puerta de su casa, lo vio llegar,
pero no pudo reconocer en él al capitán de los ladrones debido a su disfraz.
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ALÍ BABÁ: "De las labores y del calor de la jornada. No hay como reflexionar
un poco al fresco antes de acostarse. ¿Qué os trae por aquí, mercader?".
NARRADOR: Alí Babá dio inmediatamente órdenes a sus sirvientes para que
diesen cobijo a las mulas, guardasen el carro en el patio y preparasen una
habitación para el huésped.
Mientras Morgania preparaba la cena, el capitán pidió permiso a Alí Babá para
comprobar el estado de su mercancía, cosa que el anfitrión le pareció
completamente natural. Así, el conspirador visito todas y cada una de las
tinajas, avisando a sus hombres que esperasen la señal suya antes de salir de
su escondite. A continuación regresó junto a Alí Babá sin que éste pudiese
sospechar nada de lo que estaba ocurriendo.
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NARRADOR: Y así, Morgania recorrió todas las tinajas, respondiendo lo mismo
a la misma pregunta que le hicieron todos los ladrones. Cuando llegó a la
última, comprobó que ésa si tenía aceite. Para entonces ya sabía lo que estaba
ocurriendo: la casa y los que habitaban en ella corrían grave peligro.
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Alguien estaba bajando por las escaleras que conducían a las habitaciones de
la primera planta. Morgania abrió bien los ojos y todavía acertó a coger un
cuchillo que apretó con fuerza entre sus manos. El corazón comenzó a batirle
con fuerza en el pecho y su respiración se aceleró, pero mantuvo la calma.
Entonces, pudo ver en el patio la figura de un hambre que, con mucho sigilo,
encaminó sus pasos hacia las tinajas. Vio sus gestos al comprobar lo que allí
había y, por último lo vio correr desesperado por el patio y saltar la tapia del
mismo. Morgania se quedó vigilando todavía durante un buen rato. Luego,
cuando sintió que la calma había vuelto a la casa, se fue a dormir.
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Al día siguiente, la valerosa esclava, contó a Alí Babá todos los pormenores de
su singular aventura, incluido el misterio de las señales en la puerta de la casa
que, a la luz de los hechos, no parecía haber sido otra cosa que una parte del
fatídico plan que los ladrones tenían preparado.
ALÍ BABÁ: "No pasará un solo día de mi vida en el que yo deje de sentir
agradecimiento hacia ti por haber salvado no sólo mi hacienda, sino la vida de
todos nosotros. En verdad que eres una mujer extraordinaria y a partir de este
momento, declaro que eres una mujer libre".
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Una vez que huyó aterrorizado de la casa de Alí Babá, corrió a refugiarse en la
cueva del tesoro. Durante varios días se lamentó por la desaparición de sus
camaradas. Él, que tantas previsiones había tomado, no había podido imaginar
semejante desdicha. No obstante, la determinación por proteger de los
extraños su incalculable tesoro, prevalecía sobre todo lo demás y concibió un
nuevo plan para eliminar a Alí Babá de una vez por todas. Con esa esperanza
pudo al fin conciliar el sueño, después de muchas noches sin dormir.
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que tenía su tienda enfrente de la suya y con el que pronto entró en amistad.
No había pasado mucho tiempo, cuando el capitán vio justamente en dicha
tienda al sujeto de su acariciada venganza, supo entonces que el joven que
regentaba ese local era ni más ni menos que el hijo de Alí Babá.
Así, tal y como él había previsto, al cabo de poco tiempo el capitán gozó de tal
consideración en la casa de Alí Babá, que fue invitado a ella por su hijo durante
uno de los paseos que realizaban juntos después del cierre del bazar:
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HIJO DE ALÍ BABÁ: “Estimado amigo: mi padre sabedor de la amistad que nos
une y de los muchos beneficios que me habéis ayudado a adquirir, me ha
pedido que le concedáis el honor de conoceros, y me ha encargado que os
invite a cenar esta noche, si ello os place y el momento os resulta adecuado”.
HIJO DE ALÍ BABÁ: “Mirar a dónde hemos venido a parar. Justo ante la casa
de mi padre. Ahora sí que no podréis negaros”.
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Como había hecho otras veces en festivas ocasiones, pero con la clara
intención de resolver de una vez por todas y para siempre aquella pesadilla que
se cernía sobre Alí Babá y su casa, se vistió de bailarina para danzar delante
de los comensales a modo de entretenimiento. Una vez que obtuvo el permiso
para hacerlo, irrumpió en el comedor con una pandereta en la mano y una daga
oculta entre los pliegues de su vestido.
Morgania, que era una gran bailarina y poseía una melodiosa voz, inició así
una serie de danzas y cantes que había aprendido de su familia cuando era
niña, y que nunca pensó que algún día pudieran servirle para llevar a cabo la
acción que estaba a punto de realizar.
Baile..................
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Sorprendido por su repentina acción Alí Babá y su hijo dieron un vuelco en sus
cojines.
ALÍ BABÁ: “¿Qué has hecho, mujer, acaso has perdido el juicio? ¡Acabas de
destrozar nuestras vidas con tu despropósito!".
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Las bodas de los dos enamorados duraron varios días con sus respectivas
noches, y fueron recordadas durante mucho tiempo como las más espléndidas
que se habían celebrado en aquella comarca.
En la primavera del año siguiente, visto que no fue objeto de ningún atentado,
decidió volver al lugar a lomos de su más veloz caballo, por si hubiera alguna
contingencia de la que escapar. Cuando hubo llegado, se acercó con mucha
cautela y pudo ver cómo la maleza se había apoderado del camino, lo cual le
tranquilizó. Una vez ante la roca dijo:
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NARRADOR: Impulsada por el misterioso resorte que activaban aquellas
palabras, la puerta se abrió. Una vez dentro, Alí Babá observo que nadie
parecía haber entrado allí en mucho tiempo, puesto que el lugar era visitado
por muchos pájaros que tenían sus nidos en los huecos de la piedra, y los
objetos estaban cubiertos por telas de araña. Supo entonces que nadie más
que él estaba en el conocimiento del secreto de la cueva, y que aquel inmenso
y escondido tesoro estaba a su disposición. Cogió entonces una alforja que
traía y la lleno de oro, plata y algunos pequeños objetos de gran valor. Luego
salió, cerró la puerta y regresó al galope a su casa.
Cuando llegó contó a su hijo el secreto, con la consigna de que así obrase él
también con sus hijos, y éstos a su vez con los suyos hasta el fin de los
tiempos, pues tal era la magnitud del tesoro allí guardado.
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