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VICENTE FABUEL.
Un buen recopilatorio puede hacer milagros por cualquier artista que nunca
termine de llegar del todo. Pero al gran Bambino (Utrera, Sevilla, 1940-1999)
nunca le alcanzó uno de esos buenos. Le cayó de lo habitual, lo que suele usarse
en estos casos: bienintencionadas antologías hechas por admiradores fieles,
estériles tributos en forma de prescindibles versiones a años luz de la grandeza
original (1) o vulgares recopilaciones tipo casete de mercadillo, modalidad en la
que el cantante batió sonados récords. En el peor de los casos –si no con el
material más apropiado siempre de pedigrí– por lo menos lograron llegar a su
viejo público, que quizás ya no disponía de los antiguos discos, algo es algo, pero
de ninguna manera logró ampliar la proyección del cantante.
Disco potente con mayúsculas, aún no habían llegado a la garganta del artista
los días del aliento menor, “Soy lo prohibido” resultó un trabajo grande, entre
muchas otras cosas, claro, porque se benefició de la producción de Gonzalo
García Pelayo en la primera y única vez que llegaron a trabajar juntos. Aunque
el disco nunca fue uno de los favoritos del cantante, el trabajo de García Pelayo
puso en evidencia la inexistencia de esa figura en buena parte de los discos de
Bambino. Infraproducidos por sistema (y por tradición en el mundo flamenco):
micrófonos de ambiente situados estratégicamente junto a la voz, el guitarrista y
las palmas, el combo que habitualmente acompañaba al gitano necesitaba de
más vuelo. Palmeros, bongós, guitarristas, bailaores… todo eso que en argot se
llamaba “jaleo”. Y en este disco aún más porque el productor se trajo las
percusiones de Tito Duarte y el bajo eléctrico de Manolo Toro. Pero que nadie se
asuste, “Soy lo prohibido” no era flamenco de evolución, que por ahí no hubiera
pasado Bambino, aquí nada daba el cante excepto el titular de la causa. Y cómo.
Con un repertorio que salvo la ausencia de Alfonso Santisteban (3), lograba
recuperar las grandes líneas maestras de su repertorio: la ranchera (aquí de José
Alfredo Jiménez y Juan Gabriel); el bolero, aquí con Roberto Cantoral (4) y la
copla renovada de Manuel Alejandro y Manuel Sánchez Pernía, al disco se unía
la participación al toque de Enrique Melchor y Juan Ramón Priego, desde
siempre guitarristas de acreditada solvencia, pero en este caso expuestos junto a
Bambino con una proximidad y compenetración hasta hora poco vista en los
discos anteriores del utrerano. Con más propiedad que ninguno lo explica el
doble corte „Cuando el destino‟ / „Pobre del pobre‟, números mexicanos ya
grabados anteriormente por separado en su disco “¡Bambino!” (Philips, 1969), y
que aquí juntos lo muestran trágico, exultante y rabioso en una de las
especialidades de la casa: la historia (aquí, interclasista) de desamor. Imposible
resistirse a transcribir su letra:
“No vengo a pedirte amores, ya no quiero tu cariño,
si una vez te ame en la vida no lo vuelvas a decir
me contaron tus amigos, que te
encuentras muy solita, que maldices a tu suerte, porque piensas mucho en
mi
Es por eso que he venido, a reírme de tu pena, yo que a Dios le había pedido
que te hundiera mas que a mi
Dios me ha dado ese capricho y he venido a verte
hundida para hacerte yo en la vida lo que tu me hiciste a mi
ya lo ves como el
destino todo cobra y nada olvida
ya lo ves como un cariño nos arrastra y nos
humilla
que bonita es la venganza, cuando Dios nos la concede yo sabia que la
revancha te tenia que hacer perder
ahí te dejo mi desprecio, yo que tanto te
adoraba para que veas cual es el precio
de las leyes del querer.