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Entender que el proceso de recepción está mediado, tal y como exponen los autores
Mercedes Charles y Guillermo Orozco en su artículo, es concebir que este proceso está
sujeto a múltiples factores, internos y externos a los propios receptores, que, de alguna
manera, influyen en la forma en la que éstos reaccionan a determinados mensajes
mediáticos. Desde la perspectiva de la Educación para los medios, se parte de la idea de
que el proceso de recepción no se limita a la relación que se establece entre dos
entidades (pongamos por caso, un medio emisor como la televisión y un sujeto receptor
como nosotros delante de la pantalla), sino que atañe también a un gran número de
condicionantes, incluso previos al propio proceso de recepción, que incidirán en el
resultado de la elaboración de los mensajes por parte del sujeto. Tanto las herramientas
tecnológicas como las psicológicas median en gran parte la actividad, pero, tal y como
veremos en la siguiente descripción, existen otros agentes intervinientes que hay que
tener en cuenta:
-Mediación del entorno.- Como la propia palabra indica, esta mediación hace
referencia a todas las características que rodean y definen al individuo desde una triple
perspectiva: situacional, contextual y estructural.
Si la mediación cognoscitiva hacía hincapié en la estructura mental que se pone en
marcha en nuestro yo interno y la institucional en los agentes sociales que en cierta
forma nos modelan como sujetos, la mediación del entorno atiende más a nuestro
contexto más inmediato (es decir, nuestro hogar), a nuestra forma de vivir y a nuestros
rasgos identitarios originales. Así, la mediación situacional trataría de analizar cómo
está configurado el espacio familiar en relación con los medios (sobre todo, con
respecto a la televisión) y qué usos son los que se fomentan en un hogar determinado.
Como se comentó en el último chat, unas familias pueden utilizar la televisión como un
objeto para interrelacionarse y debatir sobre la sociedad (es lo que ocurre con géneros
televisivos como las noticias o los programas de tertulias políticas), otras para fomentar
un uso individualizado de los medios (por ejemplo, las familias que disponen de varios
televisores para satisfacer los diferentes intereses de sus componentes) y también puede
haber muchas otras que sólo quieran de la tele una compañía o una distracción
momentánea. En resumen, el número de dispositivos o de medios que entran en una
casa (pensemos por ejemplo en un padre o una madre suscritos a un periódico) y, sobre
todo, la interacción que tiene lugar en torno a ellos va a ser un factor de gran
importancia para determinar cómo es el proceso de recepción de un individuo y si éste
está influenciado por algunas practicas compartidas o no por la familia.
En cuanto a las mediaciones contextuales, observamos que hay dos microsistemas,
entendiendo por éstos los contextos más inmediatos del individuo, que intervienen en el
moldeado de nuestro proceso de recepción. Me refiero a la escuela y a la familia. En mi
opinión, según cómo nos eduquen en estos dos entornos, tendremos un mayor o menor
capacidad para observar y analizar críticamente los mensajes con que nos bombardean
los medios. Además de estos dos grandes factores, las mediaciones contextuales
también aluden a otros aspectos que forman parte de nuestra identidad como nuestro
lugar de origen, nuestro trabajo, nuestros hábitos, los valores que tenemos o nuestros
objetivos en la vida. Como se puede apreciar, todos ellos parten de las dos grandes
esferas mencionadas y de las actividades, roles y relaciones interpersonales que la
persona experimenta a lo largo de su existencia y en estos escenarios dados (decimos
‘dados’ porque apenas podemos elegirlos por nosotros mismos cuando somos niños o
adolescentes).
Por último, en relación con las mediaciones de entorno estructurales, hemos de decir
que, según Charles y Orozco, son aquellas que provienen de las formas de
diferenciación social más conocidas (la edad, la etnia, el género, la clase social…) y
que, como hemos dicho antes con las anteriores, resultan decisivas en nuestra
competencia como receptores. Muchas de estas características pueden tener tanto peso
en nuestro modo de acercarnos al proceso de recepción que pueden llegar a imponerse a
otras mediaciones como las cognoscitivas o las institucionales. Pensemos, por ejemplo,
en un sujeto perteneciente a una clase social baja que no ha tenido ni la educación ni los
medios necesarios para poder evaluar de forma crítica e independiente un mensaje. Del
mismo modo, la edad puede presentarse como un hándicap difícil de superar cuando se
trata de educar para los medios a personas mayores, independientemente de su nivel
educativo o de la influencia que hayan ejercido sobre ellos otros agentes institucionales.
Las limitaciones físicas o psicológicas pueden anular por sí solas cualquier otra posible
mediación. Por tanto, diríamos que las mediaciones del entorno -situacionales,
contextuales y estructurales- y las institucionales, y en especial las relativas a la escuela
y la familia, son las que van a marcar, en buena parte y progresivamente, la destreza
para la recepción que desarrollen los individuos. Como bien se decía en el artículo, “el
público no nace, sino que se hace”. Es en esa múltiple interacción con las mediaciones
que hemos ido comentando donde se va configurando nuestro yo como receptores.
En definitiva, una buena Educación para los Medios tendría que autoimponerse el
objetivo de hacer que el individuo sea consciente de los factores que influyen en su
conducta como receptor. Sólo así habremos dado el primer paso para que los receptores
pasivos y acríticos empiecen a adoptar una postura distinta. La meta a largo plazo es que
ellos tengan voz y voto y puedan controlar el propio proceso de comunicación a que,
muchas veces y sin apenas darse cuenta de ello, están sometidos a diario.