Você está na página 1de 558

CODIGO PROCESAL CIVIL Y COMERCIAL DE LA NACIÓN

Por Osvaldo Alfredo Gozaíni n


Colaboraron en la investigación jurisprudencial del tomo I

María Constanza Caeiro


Cynthia Ginni
Laura Karen Hagopián
Carolina Hita
LIBRO PRIMERO -- Disposiciones generales
TITULO I -- Organo judicial

CAPITULO I -- Competencia

Carácter
Art. 1º -- La competencia atribuida a los tribunales nacionales es improrrogable.
Sin perjuicio de lo dispuesto por los tratados internacionales y por el art. 12, inc. 4, de la
ley 48, exceptúase la competencia territorial en asuntos exclusivamente patrimoniales,
que podrá ser prorrogada de conformidad de partes. Si estos asuntos son de índole
internacional, la prórroga podrá admitirse aun a favor de jueces extranjeros o de árbitros
que actúen fuera de la República, salvo en los casos en que los tribunales argentinos
tienen jurisdicción exclusiva o cuando la prórroga está prohibida por ley.

1. Conceptos iniciales
En el derecho procesal se suelen confundir las nociones de "jurisdicción"
y "competencia", cuando en realidad, ambos conceptos se integran y
complementan, donde uno resulta el género y otro la especie.
La causa obedece a una distribución racional del trabajo que de-
senvuelve el oficio judicial, de manera que la potestad de resolver los conflictos
se divide entre los jueces en base a mecanismos predeterminados que facilitan
la distribución y asignación del poder jurisdiccional.
No se trata, claro está, de escindir a la jurisdicción, sino de asignar la
competencia en temas específicos sobre el presupuesto de la clasificación
objetiva y subjetiva que se realice.
Objetivamente, la competencia adscribe al conjunto de causas o asuntos
en los que el Juez interviene en razón de una disposición legal que lo autoriza;
en tanto que subjetivamente, el mismo Juez limita su actuación a las materias y
territorios asignados.
A su vez, las organización judicial permite referir a una competencia
externa, donde el oficio judicial atiende al conjunto de atribuciones que se
obtienen; y a una competencia interna acotada a las funciones que realizan los
auxiliares de la jurisdicción.
La distribución referida toma como factores de clasificación los
siguientes:
a) Competencia por materia: en esta, el Juez asume la potestad judicial
de acuerdo con la naturaleza del conflicto y la especialidad que posee.
Encontramos así, por ejemplo, reparticiones por cuestiones civiles, comer-
ciales, laborales, contenciosoadministrativas, penales, etc.
En esta categoría se encuentra la división o compartimiento según el
valor del pleito (competencia por la cuantía), desplazando la intervención de
uno u otro magistrado cuando el monto del proceso supera o no los límites
económicos antes precisados.
b) Competencia territorial: se relaciona con la circunscripción territorial
dentro del cual el Juez puede ejercer su jurisdicción.
El territorio donde el proceso se desenvuelve es único e indivisible, pero
admite opciones de radicación de acuerdo con la naturaleza de la pretensión.
Basta mencionar, por ahora, que si la demanda versa sobre cuestiones
personales, el demandado no puede ser obligado a reconocer una jurisdicción
territorial ajena a la de su domicilio, aun cuando pueda voluntariamente
aceptarlo.
Del mismo modo, los temas de contenido patrimonial convencional
admiten el pacto de radicación de competencia; y los de contenido real, se
rigen -por vía de principio- por el lugar donde el inmueble se asienta.
Esto es lo que dispone el artículo 1º del Código procesal, con el
agregado de la prórroga en favor de jueces extranjeros (o de árbitros) que
extienden su jurisdicción fuera de la República.
c) Competencia funcional o jerárquica: se trata de la función que tiene el
Juez en la etapa que interviene; serán entonces, jueces de primera instancia,
de alzada o segunda instancia, superior Tribunales o Ministros de la Corte
Nacional.
Genéricamente se denominan jueces a-quo (hasta cierto momento) a los
que actúan originariamente; ad-quem (desde un momento hacia adelante) son
los superiores jerárquicos que revisan el fallo del magistrado anterior.
d) Competencia por asignación de tiempo: cuando el número de causas
es de crecimiento constante y regular, algunos sistemas deciden asignar
competencia en turnos que ocupan espacios de tiempo determinados, dentro
de los cuales aquéllos sucesos ocurridos en él, se deben resolver ante el
Juzgado que cumplía dicho turno. Atiende sólo a circunstancias de hecho, aun
cuando obran congraciados con los restantes mecanismos de asignación.
Variante de esta posibilidad se da con el principio de prevención que
otorga competencia al primer Juez que toma conocimiento impidiendo que
otros lo hagan.

2. ¿Cuáles son los tribunales nacionales?


Nuestro código procesal civil y comercial de la Nación, en realidad, es el
ordenamiento adjetivo destinado a la justicia federal y que se aplica también a
la organización judicial instalada dentro de la Capital Federal, donde conviven
jueces ordinarios de competencia variada, y jueces federales con similar
competencia material.
Si bien hasta la fecha esta forma de distribución de las causas judiciales
no ha observado ni cuestionado el sistema procesal, lo cierto es que tras la
reforma constitucional de 1994, y con la Constitución para la ciudad autónoma
de la ciudad de Buenos Aires, falta un código procesal local, de modo tal que la
aplicación del ordenamiento federal suple la ausencia de dicha normativa.
Sin embargo, no es este un código para la nación, porque Argentina es
un país que reconoce en el federalismo una pauta de estructura constitucional.
En todo caso, el código que comentamos es La Ley de procedimientos para la
justicia federal en todo el territorio de la Nación, y que se aplica en la Capital
Federal mientras no se dicte su propio sistema de enjuiciamiento.
Ahora bien, el Decreto/ley 1285/58 delimitó la competencia de los jueces
nacionales, asignándoles las causas civiles y comerciales cuyo conocimiento
no correspondiere por ley a otros jueces de distinto fuero. La norma divide las
materias civil y comercial provocando una abundante jurisprudencia
contradictoria que pone de manifiesto la inconveniencia de continuar con esta
regla.
Por ejemplo, se ha dicho que el concepto de causa civil no puede ser
tomado sobre la base exclusivamente de los términos formales de la demanda,
sino con relación a la efectiva naturaleza del litigio; de manera que, es obvio
que, parcialmente, la acción deducida es ajena a la competencia de la Corte,
cuando se advierte que la legitimación del propósito de consignar vinculado a
todo el inmueble, pasa necesariamente por el planteo de la retrocesión, en
cuanto la demanda, debe referirse a la parte del terreno por el cual se
reconviene (Fallos, 296:36).
Por supuesto que el conflicto de convivencia entre jueces nacionales
(que no son tales) y jueces federales (de la Capital Federal y el interior del
país) no es tan grave como para alentar un sistema mas permeable a la
distribución. El problema se puede resolver con criterios objetivos, teniendo en
consideración la naturaleza del acto jurídico que motiva la pretensión, la
persona del actor o del demandado u otras cuestiones manifiestas.

3. Justicia local, provincial y federal


De lo sintéticamente expuesto se colige que en la Capital Federal, o en
otros términos, en la ciudad autónoma de Buenos Aires, coinciden jueces
locales y federales; pero paralelamente, el concepto de "tribunales nacionales"
puede atrapar a los jueces provinciales.
En efecto, de acuerdo con el art. 75 inciso 12, de la Constitución
Nacional, los códigos de fondo no alteran la aplicación de códigos de
procedimientos locales, correspondiendo a los jueces de cada jurisdicción
encontrar la respectiva competencia.
La Corte ha sostenido que la distribución de la competencia entre los
magistrados ordinarios de las provincias es ajena a la garantía de los jueces
naturales y depende sustancialmente de la ley que rige la materia
(CS,1977/05/20, "Cofryel, S. R. L. c. Municipalidad de Villa Regina", Fallos
297:535).
Por ello es común repetir que, en razón del carácter nacional de todos
los tribunales con asiento en la Capital Federal, las resoluciones que deciden
respecto de la distribución de competencia entre ellos son insusceptibles de
recurso extraordinario por no mediar resolución contraria al derecho o privilegio
a que se refiere el art. 14 de la ley 48 (ADLA,1852-1880, 364) (CS,1976/10/05,
"Montes de Uriburu, Estela I. c. ENTel y otros", Fallos 296:31).
Entre otros casos, puede verse como se procura restablecer el criterio
de la competencia territorial en base a criterios objetivos. Así se ha dicho que
corresponde a la justicia provincial, y no a la federal, conocer de la demanda
por repetición del impuesto establecido en el art. 4° de la ley 19.408 (Adla,
XXXII-A, 45), si la acción está fundada en las disposiciones del Código Civil
referentes a la repetición de lo pagado por error o sin causa (CS,1976/11/30,
"Terraf, Beatriz R. c. Automotores Tucumán, S. A.", Fallos 296:488).
O bien cuando se sostiene que la propia naturaleza de la jurisdicción
federal penal, la terminología empleada por la ley sobre delitos federales y el
carácter eminentemente local de la legislación sobre faltas, llevan a concluir
que el conocimiento de hechos, que sólo importan una infracción de ese tipo
son ajenos a la competencia de los jueces federales aunque ocurran en los
lugares a que se refiere el art. 3°, inc. 4° de la ley 48 (Adla, 1852-1880, 385;
364) (CS, 1976/10/05, "Navarro, Luis A.", Fallos, 296:39).
La Corte pretende respetar los criterios aplicados en los superiores
tribunales de provincia, por eso insiste en su postura respecto a que no
procede el recurso extraordinario contra las resoluciones dictadas en materia
de competencia que no importen desconocer un específico privilegio federal.
Así ocurre cuando se atribuye competencia a la justicia federal y no a la
provincial para conocer del juicio iniciado por el vecino de una provincia contra
una sociedad que tiene domicilio legal en la Capital y asiento principal de sus
negocios en esa provincia (CS, 1976/12/14, "Suárez, Luis J. c. Salvia, S. A.",
Fallos 296:610).

4. Prórroga de la competencia territorial hacia jueces extranjeros


La prórroga de competencia hacia jueces extranjeros (o árbitros) fue
producto de la reforma procesal introducida por la ley 22.434 que estableció
esta posibilidad siempre que: a) lo dispusieran tratados internacionales; b)
hubiera conformidad entre las partes en asuntos exclusivamente patrimoniales
de índole internacional; o c) no se tratare de un caso donde los tribunales
argentinos tuvieran jurisdicción exclusiva y excluyente.
La prórroga puede estar convenida contractualmente, o bien quedar
consentida en oportunidad de quedar trabada la litis. Es decir que impera un
criterio amplio para autorizar la extensión jurisdiccional.
En materia de tratados internacionales hay que tener en cuenta el
"Tratado de Derecho Civil Internacional de Montevideo de 1940" y la
Convención Internacional para la unificación de ciertas normas relativas a la
competencia civil en materia de abordajes, redactada en Bruselas en el año
1952 con sucesivas actualizaciones.
La Corte propicia el sistema, aunque restringe el abuso y autoriza el
recurso extraordinario cuando se trata de la interpretación de normas federales,
y de la inteligencia de un tratado internacional, en el caso de las Reglas
Internacionales para Prevenir Colisiones en el Mar aprobados por la ley 16.862
(ADLA, XXVI-C, 2188), y la resolución es adversa a las pretensiones del
apelante (CS, 1978/06/13, "Yue Way Mand y otro", ED, 81-346).
A veces, constituye un requisito insoslayable para el progreso de la
excepción de incompetencia de jurisdicción por distinta nacionalidad de las
partes opuestas en autos, la cabal demostración por parte del oponente, de su
condición de extranjero. Ello remite a una cuestión de hecho y prueba resuelta,
en el caso, por aplicación de normas de derecho común, lo cual es privativo de
los jueces de la causa e irrevisable en la instancia extraordinaria. No obsta a
ello la mera invocación de preceptos constitucionales y de normas de un
convenio internacional, teniendo en cuenta que el propio recurrente expresó no
haberse acogido a las disposiciones de este último (conf. arts. 1° y 6°,
"Convenio de Nacionalidad entre la República Argentina y la República
Italiana", aprobado por ley 20.588 -Adla, XXIV -A, 22-) (Cfr. CS, 1979/11/01,
"Arriola de Aixalá, Martha E. c. D'Itria, Mario", en la ley, 1980-A, 268 - ED, 85-
537).

5. Retroactividad de las normas sobre competencia


Si bien está aceptado que tanto la jurisdicción como las reglas de
competencia son de orden público, también no es discutible que las normas
que disponen cambios o modificaciones se aplican inclusive a las causas
pendientes, siempre que ello no importe un agravio a la estabilidad de los actos
procesales cumplidos o que signifiquen una complicación inútil para el estado
de la causa.
Se exceptúan de este principio las causas que tienen una radicación
determinada firme, o ella sea el producto de un incidente para dicha
asignación. Es decir, que aun siendo exacto el principio de retroactividad de las
leyes sobre competencia, se acepta que ello no es de tal rigidez como para
entorpecer la situación procesal del expediente.
En aplicación de lo expuesto se ha decidido que debe exceptuarse del
principio, el caso en que la nueva ley dispone un plazo para recurrir contra
determinadas resoluciones administrativas que se hallaba vencido, en el caso
del recurrente, cuando se sancionó la nueva norma, en tanto que por las
disposiciones anteriores era procedente deducir una demanda ordinaria. De lo
contrario se privaría al apelante de la posibilidad de obtener la revisión judicial
pertinente (CS, 1975/10/25, Fallos 285:295, cfr. Morello, Augusto M., Sosa,
Gualberto L., Berizonce, Roberto O., Códigos Procesales en lo civil y comercial
de la provincia de Buenos Aires y la Nación, tomo II-A; editorial Platense-
Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1984, pág. 50).

6. Competencia Federal
La Constitución Nacional determina que las provincias conservan el
poder que no han delegado a la Nación. Obviamente, entre ellos, está la
administración de justicia local, de modo que existe una asignación de
competencia judicial originaria e indefinida, y otra definida y expresa que se
basa en el art. 75 para encomendar a la justicia federal la interpretación y
aplicación de normas que tienen dicho alcance.
Por ello, las autonomías provinciales permiten reafirmar el carácter
soberano de las decisiones de sus jueces, criterio que inclusive lo afirma la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en numerosos precedentes, donde
afirma que las causas deben fenecer ante el máximo órgano de la judicatura
local, pues los tribunales de provincia se encuentran habilitados en causas que
comprenden puntos regidos por la Constitución Nacional, las leyes federales y
los tratados internacionales, por lo que cabe concluir que las decisiones son
idóneas para ser resueltas por la Corte Nacional cuando ellas han tenido un
pronunciamiento expreso del superior tribunal de la provincia (Fallos,
311:2478).
Sin embargo, el centralismo argentino está presente en todos los actos
de la vida económica del Estado. Es evidente que la intervención de la Corte a
través del recurso extraordinario se repite en cada causa, indicando la
necesidad del justiciable de encontrar una respuesta final y definitiva en el
superior órgano de la jurisdicción nacional.
De este modo, como dice Fenochietto, el Estado nacional funciona en
virtud de poderes que taxativamente han delegado las provincias y por tal
razón la jurisdicción nacional se ejerce únicamente en aquellas cuestiones que,
por afectar intereses y conveniencias generales, deben ser resueltas única y
exclusivamente por la Nación. Estos intereses no sólo comprenden las
cuestiones referentes al orden interno, es decir, las relaciones entre los
distintos Estados provinciales o de éstos con el Estado nacional, sino que
también se extienden a aquellas otras que son consecuencia directa o indirecta
del manejo de las relaciones internacionales que tiene a su cargo la Nación
(Cfr. Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, tomo I, editorial Astrea,
Buenos Aires, 1999, pág. 6).
La jurisprudencia señala que la intervención del fuero federal en las
provincias es de excepción y se encuentra circunscripta a las causas que
expresamente le atribuyen las leyes que fijan su competencia, las cuales son
se interpretación restrictiva (CS, 1996/03/26, en la ley 1996-C, 574).

Prórroga expresa o tácita


Art. 2º -- La prórroga se operará si surgiere de convenio escrito mediante el cual los
interesados manifiesten explícitamente su decisión de someterse a la competencia del
juez a quien acuden. Asimismo, para el actor, por el hecho de entablar la demanda; y
respecto del demandado, cuando la contestare, dejare de hacerlo u opusiere
excepciones previas sin articular la declinatoria.

1. Perpetuatio jurisdictionis
Determinada la competencia y aceptada por las partes una vez trabada
la litis, o puesto en marcha el proceso, queda consagrado el principio
denominado perpetuatio jurisdictionis, según el cual la competencia queda
firma y no tolera modificaciones.
No obstante, la variación legislativa provoca el cambio de Juez
interviniente (v.gr.: ley que priva a los jueces comerciales de entender en algún
tema de contenido civil, antes atendido por aquéllos); también, el llamado fuero
de atracción que genera la radicación ante el Juez del proceso universal
(sucesiones, concursos y quiebras) de todos los juicios de contenido
patrimonial que el agente pasivo tuviese. Asimismo, pueden incidir otros
contingentes que morigeran la radicalidad del principio (v.gr.: litispendencia,
acumulación de procesos, etc.)
La competencia, por lo general, es improrrogable toda vez que resulta de
orden público e interesa al conjunto de la sociedad conocer anticipadamente el
Juez que debe entender.
Sin embargo, algunas cuestiones que concitan el mero interés privado
pueden pactar libremente la competencia (pacto de foro prorrogado); la única
limitación radica en la posibilidad jurídica para hacerlo y en la buena fe del acto
que lo celebra, con la finalidad de evitar el abuso o eliminar la sospecha hacia
los jueces de presunto favor.
Conocida y firme la avocación de la justicia en una causa determinada,
existe la posibilidad de remitir partes del trámite a otro Juez, o directamente la
totalidad de la causa.
En el primer caso, hablamos de delegación de actuaciones (ni la
jurisdicción ni la competencia se delegan) dando a otro Juez intervención para
que obre a rogatoria en un aspecto procesal establecido en la petición.
Se acepta esta modalidad como una forma práctica de resolver
situaciones procesales que de realizarse por el mismo Juez de la causa,
generaría una demora inusitada en el trámite, o algún conflicto burocrático de
competencia visto en la dimensión de las facultades que se obtienen por razón
del territorio (v.gr.: secuestro de bienes en distinta jurisdicción a la del proceso).
En cambio, cuando la delegación se realiza sobre todo el expediente, se
relaciona con la competencia por avocación o por reenvío, según como el Juez
se desprenda de la causa.
La avocación sintetiza la actitud de otro órgano jurisdiccional que asume
el compromiso de resolver el proceso, actuando por una decisión legislativa, o
por la incompetencia o pérdida de jurisdicción de quien lo tenía.
El reenvío opera cuando una decisión resulta revocada y debe
solucionarse nuevamente por otro magistrado de igual competencia.
Finalmente, cuando no se encuentra el Juez que deba asumir la
jurisdicción que le corresponde, podrá ser facultad del Tribunal Superior
otorgar el conocimiento a los jueces realmente competentes para entender en
ellas, aunque no hubiesen sido parte en la contienda.
Así por ejemplo, cuando se trata de decidir sobre la competencia de los
fueros civil y comercial federal y en lo contenciosoadministrativo federal, lo que
interesa examinar es la índole de las normas y principios que prima facie estén
llamados a resolver el conflicto, consistente en si la pretensión jurídica se
desenvuelve en la esfera del derecho administrativo o si por el contrario, se
está frente a una relación jurídica de naturaleza civil regida por los principios
propios del derecho común (CNFed. Civ. y Com., Sala I, 2001/03/22, La Ley,
fallo 16.282, publicado el 27-02-02)

2. Competencia. Pacto de foro prorrogado


La competencia judicial depende de los criterios legales que se
establezcan, teniendo en cuenta la división territorial, la clasificación de
materias, el valor o monto de la pretensión, y a veces, el grado o jerarquía de la
jurisdicción a la que le toca intervenir.
El artículo primero deja en claro que la competencia es improrrogable,
pero admite algunas excepciones, como el "pacto de foro prorrogado" que
supone el acuerdo entre partes para desplazar el conflicto hacia un territorio
diferente.
Esta convención puede ser expresa y quedar establecida por escrito con
anterioridad a la controversia, de acuerdo con lo establecido en el art. 1197 del
Código Civil; o resultar de la actitud pasiva de la contraparte al contestar la
demanda y no cuestionar la competencia elegida.
Esta prórroga tácita inhabilita al Juez a declarar su propia
incompetencia, porque cuando La Ley autoriza el desplazamiento territorial no
se puede argumentar en contra de ella.
Tampoco lo podría hacer quien interviene en el proceso en una calidad
diferente a la de litigante principal o justa parte. Si es citado de evicción, y las
partes en litigio han consentido la competencia, no puede formarse un incidente
por aquél, pues de otro modo, se formaría una multiplicidad de procesos que
agravia el principio de celeridad procesal.
Se ha dicho que la existencia de diferentes cláusulas de prórroga de la
competencia en las pólizas de seguros de caución y en las condiciones
generales referidas, no enerva la promoción de la acción ante el domicilio del
demandado, pues tal solución es razonable y práctica y mejor contempla la
conveniencia de las partes, teniendo en cuenta que nadie puede sentirse
agraviado de ser demandado en su domicilio, tanto más si no ha invocado el
perjuicio o gravamen que pueda derivarse de ser traído ante el juez de dicha
jurisdicción (CNCom., Sala E, 2001/02/27, "Chubb de Fianzas y Garantías Cia.
De Seguros c/ Mecafer Constructora Integrada).

3. Competencia absoluta y relativa


La competencia se divide en absoluta y relativa, distinción que sirve para
reconocer cuando se puede o no transferir a otro lugar la competencia a otro
juez.
Es absoluta cuando La Ley dispone la imposibilidad de pacto en
contrario. Las normas que regulan la competencia de los tribunales federales
son de orden público, y salvo puntuales excepciones no pueden ser
modificadas o alteradas por el acuerdo de partes (Cfr. CS, 2001/03/27,
"B.C.R.A. c/ Luciano .S.A").
En líneas generales, la competencia por razón de la materia, grado y
valor son absolutas. Se sostiene en tal sentido que la competencia que surge
de la materia disputada es determinada de manera exclusiva por la ley, y ella
no depende de la voluntad de las partes; por ello, es irrelevante el pacto
relativo a la competencia en razón de la materia celebrado entre las partes,
toda vez que es inderogable y de orden público lo que caracteriza a la
competencia ratione materiae, y por eso es indisponible para la voluntad de los
particulares (CNCiv., Sala I, 1997/04/10, en la ley 1997-D, 784, Cfr.
Fenochietto, Carlos E., ob. cit., pág. 35).
La competencia por razón del grado puede sufrir algunas alteraciones
cuando la variación legislativa otorga o asigna a un juez de grado antes inferior
una jurisdicción más amplia que incide en el pacto de foro prorrogado.
Es el caso de las partes que convienen la competencia comercial ante la
hipótesis de conflicto entre comerciantes, y la ley establece que, por razón de
la materia, este tipo de controversias corresponderá a jueces vecinales, de paz
o letrados, hasta cierto monto. En tal situación, la ley anula el pacto de foro
prorrogado.
En cambio, la competencia es relativa cuando permite una radicación
territorial diferente a la que establecen las reglas generales previstas en los
arts. 5 y 6 de este código.
Por ejemplo, si bien se ha dicho que en la ejecución de un saldo deudor
de cuenta corriente bancaria es competente el Juez de la jurisdicción de la
sucursal en que se halla radicada la cuenta, pues ese es el lugar de
cumplimiento de la obligación (CNCom., Sala E, 2001/02/23, "Banco del Buen
Ayre c/ Miño, Angel P. Y otros"), también se permite que se desplace la
competencia al lugar donde el proceso se entabla y consiente el ejecutado.
En muchas oportunidades el juez originariamente competente, es
desplazado o sustituido por otro que, en principio, era incompetente y que se
transforma en competente por sumisión expresa de las partes. De este modo,
los contratantes, antes de surgir la litis y en previsión de tal eventualidad, se
someten a la competencia de determinado juez, incluso renunciando a aquél al
que tenían derecho.
Cabe recordar que las resoluciones que deciden respecto de la
distribución de la competencia entre los tribunales de la Capital Federal, no
autorizan la apertura de la vía del art. 14 de la ley 48, en razón del carácter
nacional que todos ellos revisten porque se trata de decisiones que no importan
resolución contraria al privilegio federal a que se refiere el art. 14 de la ley 48
(CS, 1979/04/26, "Hotel Lyon, S. A. c. Dubois de González, María L.", en la ley,
1981-D, 598 (36.012-S)

4. Límites para la prórroga de jurisdicción


Puestos en armonía se podría afirmar que los arts. 1 y 2 del código
procesal autorizan la convención de competencia en asuntos exclusivamente
patrimoniales; pero que dejan sin esa posibilidad a los asuntos donde la
jurisdicción se determine por razón de las personas, de la materia, o lato sensu,
cuando se refieran a cuestiones indisponibles para las partes.
El abanico de posibilidades es amplio, y alguno de ellos muestra
situaciones muy precisas donde los límites no son tan claros.
Tratándose de normas de jurisdicción internacional en materia
contractual, la interpretación tendiente a dar pleno efecto a la voluntad del
legislador debe conducir a dar certeza a una pluralidad de foros concurrentes a
fin de asegurar el derecho de las partes a acceder a la justicia. Por tanto, en
ausencia de una solución convencional que determine el foro competente,
cualquier lugar de cumplimiento de las obligaciones contractuales en la
República Argentina justifica la apertura de la jurisdicción internacional de los
jueces locales (CS, 1998/10/20, "Exportadora Buenos Aires S. A. c. Holiday
Inn's Worldwide Inc.", La Ley, 2000-A, 404, con nota de Carolina Daniela Iud -
DJ, 2000-1-849 - ED, 186-290).
De igual modo, el consentimiento, por parte de un Estado extranjero, al
ejercicio de la jurisdicción en el Estado del foro, no importa dar conformidad a
la posibilidad de adoptar medidas ejecutorias sobre bienes de aquél, para las
cuales será necesario el consentimiento separado (CS, 1999/10/06, "Blasson,
Beatriz L. G. c. Embajada de la República Eslovaca", La Ley, 2000-B, 540 - DJ,
2000-2-21 - RCyS, 2000-1-130 - ED, 187-221).
En los procesos reglamentados por el derecho de familia, no se admite
la prórroga de jurisdicción; inclusive se ha dicho que el art. 3285 del Código
Civil sólo fija la competencia del juez al que corresponde entender en las
acciones personales que se dirijan contra el heredero único que hubiere
aceptado la herencia (art. 3234, inc. 4, del citado Código), y, en consecuencia,
la sucesión ab-intestato o testamentaria debe iniciarse inexcusablemente ante
el juzgado que corresponde al último domicilio del de cujus. (CS1978/10/31,
"Amato, Armando R.", Fallos, 300:1148).
Finalmente, en caso de litisconsorcio pasivo, la competencia no la fija
sólo una de las partes, sino el consentimiento de todos o la resolución judicial
que la disponga (Cfr. CS, 1987/06/06, La Ley 1987-E, 168).

Indelegabilidad

Art. 3º -- La competencia tampoco podrá ser delegada, pero está permitido encomendar a
los jueces de otras localidades la realización de diligencias determinadas.
Los jueces nacionales podrán cometer directamente dichas diligencias, si fuere el caso,
a los jueces de paz o alcaldes de provincias.

1. La competencia no se delega
La cooperación judicial se manifiesta en esta disposición, por la cual,
todos los jueces federales, y los locales de la ciudad autónoma de Buenos
Aires pueden requerir a jueces de diferente jurisdicción la realización de
determinadas diligencias procesales.
La decisión corresponde únicamente al Juez de la causa, pero hay que
articular esta disposición con los arts. 381 (Prueba dentro del radio del
Juzgado) y 382 (Prueba fuera del radio del Juzgado); por el primero el
magistrado debe asistir a las audiencias de prueba que se practiquen dentro
del radio urbano, mientras que por el siguiente se resuelve el traslado a
cualquier lugar dentro de la circunscripción judicial, y a cualquier lugar de la
República cuando se trate de la prueba de reconocimiento judicial.
El art. 381 tiene sentido únicamente para los jueces federales no
radicados en la ciudad autónoma de Buenos Aires, porque en ésta, el radio
urbano es toda la Capital Federal. Y el art. 382 es una letra muerta en nuestro
sistema procesal, toda vez que está absolutamente consolidado el mecanismo
de la ley 22.172 que establece la cooperación judicial entre magistrados.

2. Deberes emergentes de la cooperación


El Juez comisionado a quien se requiere asume competencia propia y no
delegada. La tarea que practicará tendrá como límite las instrucciones que se
le expliquen en el exhorto u oficio respectivo, y aplicará las leyes de
procedimiento de su lugar.
La comunicación entre tribunales de distinta jurisdicción territorial se
realizará sin distinguir jerarquías judiciales siempre que ejerzan la misma
competencia en razón de la materia (art. 1º, Ley 22.172).
El tribunal al que se dirige el oficio examinará sus formas y, sin juzgar
sobre la procedencia de las medidas solicitadas, se limitará a darle
cumplimiento dictando las resoluciones necesarias para su total ejecución,
pudiendo remitirlo a la autoridad correspondiente.
Si las diligencias a practicar socavan o son contrarias a disposiciones
locales, se podrá no dar curso a la rogatoria. Por eso se ha dicho que, si bien el
art. 4º de la ley 22.172 dispone que el tribunal oficiado no puede juzgar sobre
su procedencia, esto encuentra un límite cuando lo ordenado violenta el orden
público. Ello así, el magistrado exhortado está autorizado para oponerse al
cumplimiento de una medida de no innovar que afecta el ejercicio de sus
facultades jurisdiccionales (CS, 1995/05/04, "Sraer, Rubén D. c. Jaquinta,
Elena E. y otros", JA, 1995-IV-23).
En ningún caso se puede discutir ante el Juez rogado la procedencia de
las medidas solicitadas, ni plantear cuestiones de ninguna naturaleza.
Las cuestiones de competencia únicamente se deben plantear ante el
tribunal oficiante. No obstante se ha observado que conforme a lo establecido
por el art. 4°, apart. 3° de la ley 22.172, las cuestiones de competencia sólo
pueden deducirse en la causa sustanciada ante el tribunal oficiante, pero cabe
apartarse de dicha solución, admitiendo su planteamiento ante el juez
requerido, en supuestos en que por ante él tramitan otras pretensiones
conexas que vinculan en parte a iguales litigantes, y que pueden llegar a
producir efectos en la que se encuentra sustanciándose ante el requiriente
(CS,1987/06/16, "B. U. C. I. c. Bodegas y Viñedos Castro Hnos., S. A. y otros",
La Ley, 1987-E, 168).

3. La Ley 22.172
La finalidad de la ley 22.172, tal cual se expresa en la Exposición de
Motivos, es lograr un mayor afianzamiento del principio de "inmediación" para
lo cual se tendió a "aliviar" al juez del cumplimiento de determinadas tareas que
no importan en sí mismas el ejercicio directo de la jurisdicción. Dicho objetivo,
que se ve precisamente consagrado entre otras disposiciones en las que han
ampliado el ámbito de facultades de los principales funcionarios que rodean al
juez, secretario y oficial primero (conf. nuevo art. 38), se vería frustrado si por el
contrario se extendiera ahora, por vía de una defectuosa interpretación los
instrumentos que debe firmar el juez extendiéndolo a los testimonios a hacerse
valer en extraña jurisdicción, antes atributo del secretario.
Si bien conforme al art. 4° de la ley 22.172, el juez exhortado no puede
cuestionar la procedencia de las medidas solicitadas, sólo puede tener este
efecto de convertirlo en delegado del exhortante en el caso de requerimiento
que no impliquen revisar lo dispuesto por el propio exhortado en un juicio sujeto
a su jurisdicción o declinar las facultades que para la dirección y decisión del
mismo resultan de ese sometimiento. La tesis contraria equivaldría a
transformar a un magistrado de un Estado autónomo en subordinado del que
hubiera librado la rogatoria (CS, 1981/07/21, "Banco Español del Río de la
Plata Ltda, S. A. c. Puntal, S. A.", Fallos 303:1002).
El art. 9°, es claro y preciso en su propósito de restringir en lo posible el
desplazamiento de actuaciones, salvo circunstancias que allí señala. De modo
que, si en el caso se ha suplido la remisión del expediente por fotocopias
autenticadas, no corresponde la remisión de las piezas originales, la que sólo
tendría lugar en el caso que resultaran indispensables o lo hubiere dispuesto el
tribunal oficiante mediante auto fundado. No obsta a tal solución la doctrina de
la Corte anterior a la ley citada, en el sentido que los magistrados provinciales
no pueden trabar o turbar la acción de los jueces que forman parte del Poder
Judicial de la Nación CS, 1982/03/16, "Quiroga, Juan c. Cerati, Raúl", Fallos
304:343).
El art. 7° de la ley 22.172, dispone que cuando se trate de cumplir
resoluciones que deben inscribirse en los registros de otra jurisdicción
territorial, debe presentarse testimonio del pronunciamiento, con los recaudos
previstos en el art. 3° de dicha ley. Y de acuerdo al precepto contenido en este
último artículo, el instrumento en cuestión debe llevar -entre otros requisitos- el
sello del tribunal y la firma del juez y del secretario en cada una de sus hojas.
(Se dispuso que un testimonio que debía hacerse valer en otra jurisdicción
fuese firmado por el juez y por el secretario) (CNCiv., Sala A, 1981/06/18,
Maderera Mainco, S. A. c. Clemente, Oscar L., La Ley 1982-B, 480 (36.110-S).
Del análisis de las disposiciones surge la obligatoriedad para el juez de
suscribir los testimonios a que se refiere el art. 7°, este artículo determina que
se inscribirán resoluciones o sentencias en registros o reparticiones públicas de
otra jurisdicción mediante testimonio con los recaudos previstos en el art. 3°, el
que en su inc. 6°, imperativamente indica que debe contener "el sello del
tribunal y la firma del juez y del secretario en cada una de sus hojas" (CNCiv.,
Sala B,1981/08/20, Sánchez de Gaeta, Nélida y otras, sucs., JA, 981-IV-662).
El art. 12, impone al tribunal oficiado regular los honorarios
correspondientes a los trabajos realizados en su jurisdicción, de acuerdo a la
ley arancelaria vigente en la misma, y teniendo en cuenta la naturaleza, el
monto del juicio, si constare, la importancia de la medida a realizar y demás
circunstancias del caso.

Declaración de incompetencia

Art. 4º -- Toda demanda deberá interponerse ante juez competente, y siempre que de la
exposición de los hechos resultare no ser de la competencia del juez ante quien se
deduce, deberá dicho juez inhibirse de oficio.
Consentida o ejecutoriada la respectiva resolución, se remitirá la causa al juez tenido por
competente.
En los asuntos exclusivamente patrimoniales no procederá la declaración de
incompetencia de oficio, fundada en razón del territorio.

1. Declaración de incompetencia
Es cierto que la competencia es de orden público y obliga al abogado y a
las partes a requerir la actuación jurisdiccional en los estrados que la ley
previene sean los que correspondan de acuerdo con la división territorial, o la
clasificación pertinente (grado, valor, personas, etc.).
La demanda entablada ante Juez incompetente obliga al magistrado de
declarar su imposibilidad de obrar por carecer de facultades para actuar su
oficio.
Sin embargo, esta facultad para declinar la competencia solamente es
posible en cuestiones que se vinculan a la competencia por razón de la materia
o del grado, y excepcionalmente por razón de las personas, pues ante
situaciones territoriales (por ejemplo: cuando se indica el lugar donde tienen
efecto las consecuencias del acto que se impugna) no cabe argumentar contra
la preferencia que hace el litigante. En este caso no cabe la declaración de
incompetencia ex officio pues depende de las actitudes del demandado y,
eventualmente, del Fiscal interviniente.
No hay que olvidar que el criterio de determinación territorial de la
competencia tiene como objeto allanar a las partes y al peticionario, los
inconvenientes derivados de la distancia, y obtener mayor rendimiento de la
justicia que emerge de la aproximación entre la sede del órgano jurisdiccional y
el lugar de la prueba.
Se ha dicho que, debe revocarse la declinatoria de oficio cuando la
acción deducida reviste naturaleza puramente patrimonial, porque en tal caso,
a pesar de la prórroga pactada por las partes, es de aplicación el art. 4º del
Código Procesal que expresamente veda tal prerrogativa judicial (CNCiv., Sala
A,1993/03/30, "Moreta Mercado del Castillo, Antonio N. c. Rover, Orfilio", La
Ley 1994-C, 569, J. Agrup., caso 9740).
Ahora bien, para toda declinatoria de competencia es necesaria una
mínima investigación previa que le dé sustento y no la torne prematura
(CNCrim. Y Correc., Sala V, 1998/02/27, "Recce, Jorge", La Ley, 1999-B, 784
(41.283-S), pero una vez declarada, es improcedente el recurso de apelación
promovido contra la declinatoria por cuestiones de conexidad en razón de no
causar gravamen a las partes los cambios de radicación de causas entre
juzgados de un mismo fuero (Mismo fuero, Sala I, 2000/08/28, "Doctor Mullen",
La Ley, 2000-F, 678).

2. Los hechos de la demanda como pauta para asignar la


competencia
La primera regla para interpretar la competencia de los tribunales
proviene de los hechos que aporta la demanda y constituyen el objeto de la
pretensión.
Obviamente, nos encontramos en la etapa de acceso a la jurisdicción
dentro de la cual el juez no puede dictar resoluciones de trámite pues
consentiría su competencia.
La declaración que admite radicar ante el Juzgado la demanda
interpuesta sirve como punto de arranque para el derecho al proceso, es decir,
a comenzar el litigio entablado ante un juez libremente seleccionado.
Se sostiene que importa una admisión de competencia la resolución
firme del tribunal que tiene por presentado al actor y da curso a la acción
intentada (Cfr. CS, 1995/11/23, La Ley, 1996-D, 794).
Si tenemos en cuenta la compleja organización judicial de la ciudad de
Buenos Aires, donde conviven jueces federales con competencia civil y
comercial, con jueces nacionales en lo civil y jueces nacionales en lo comercial;
una justicia en lo criminal y correccional con otra de similar competencia;
tribunales orales en lo criminal, penal económico, menores, y otros que
compiten o anudan su competencia con la justicia local de familia, criminal de
instrucción, penal económico, de trabajo, de ejecución penal, etc., prontamente
se observará lo caótico que significa para el justiciable seleccionar la
competencia y asegurar que ante ella podrá tramitar su pretensión.
Por eso, es conveniente no interpretar con criterios rígidos la lectura de
los hechos, pues de otro modo pueden suceder cuestiones de competencia
inútiles o innecesarias que se podrían resolver con mayor facilidad.
Un caso como el planteado ha sucedido con los llamados amparos
contra el corralito, donde la competencia osciló entre dos variables. Los que
argumentaron que se dirigían contra actos de la autoridad pública y por tanto
debían radicarse ante la justicia contenciosoadministrativa federal; y los que
sostuvieron que regía el art. 4 de la ley 16.986 respecto a que en los amparos
era competente el juez del lugar donde los actos se exteriorizaban o producían
efectos. Consecuencia inevitable fue la demora inmediata de procesos que
debían ser resueltos con la rapidez y expeditividad prometida
constitucionalmente.
Los hechos que deben interpretarse son los constitutivos, es decir, los
que forman el objeto y se relacionan con la pretensión. Por eso, en el marco del
ejemplo mencionado, si la acción de amparo perseguía la declaración de
inconstitucionalidad de las normas con el fin de lograr la restitución por el
banco demandado de los fondos allí depositados, de suyo es correcto colegir
que una eventual hipótesis de sentencia favorable, debía de ser cumplida en el
lugar donde al actor se le impidió hacerse de sus ahorros, siendo juez
competente, en consecuencia, el de este lugar.

3. Oportunidad para la declaración de incompetencia


De acuerdo con las normas adjetivas, hay dos momentos para declarar
la incompetencia. La primera oportunidad es al despachar la admisibilidad de la
pretensión (art. 4º), la segunda, cuando se resuelve la excepción de
incompetencia (art. 347 inciso 1º, 353).
En ambos casos, la decisión se debe articular con otras disposiciones
procesales.
En el primer supuesto, cuando de los hechos expuestos no resulta
claramente indicada la competencia, el juez podrá ordenar que el actor exprese
lo necesario a ese respecto (art. 337 párrafo segundo). Con las aclaraciones,
resolverá en consecuencia.
Ante la excepción de incompetencia, en cambio, procede dentro del
plazo para oponer excepciones previas porque si ha vencido el tiempo
disponible, precluye la oportunidad y la radicación queda firme.
Inclusive, tratándose de competencias improrrogables, la ley establece
oportunidades precisas para su interposición por la parte, o para que sea el
propio juez quien lo decida de oficio; por lo cual, vencidos los plazos no se
puede alegar incompetencia alguna.
Una de las pocas excepciones a esta regla se da con el control de su
propia competencia por la Corte Suprema, actuando en jurisdicción originaria; y
por los jueces federales con asiento en las provincias, que la pueden disponer
en cualquier etapa del proceso (art. 352).
Un tercer supuesto para declarar la incompetencia, que veremos más
adelante, sucede con la decisión sobre la inhibitoria planteada antes de haber
consentido la competencia que se reclama (arts. 7 y 10).
En todos los casos conviene recordar que el art. 352, primer apartado,
dice que una vez firme la resolución que desestima la excepción de
incompetencia, las partes no podrán argüir la incompetencia en lo sucesivo.
Tampoco podrá ser declarada de oficio".
Reglas Generales.
Art. 5°-- La competencia se determinará por la naturaleza de las pretensiones deducidas
en la demanda y no por las defensas opuestas por el demandado. Con excepción de los
casos de prórroga expresa o tácita, cuando procediere, y sin perjuicio de las reglas
especiales contenidas en este Código y en otras leyes, será juez competente:
1) Cuando se ejerciten acciones reales sobre bienes inmuebles, el del lugar donde esté
situada lo cosa litigiosa. Si éstas fuesen varias, o una sola pero situada en diferentes
jurisdicciones judiciales, será el del lugar de cualquiera de ellas o de alguna de sus
partes, siempre que allí tenga su domicilio el demandado. No concurriendo tal
circunstancia, será el del lugar en que esté situada cualquiera de ellas, a elección del
actor.
La misma regla regirá respecto de las acciones posesorias, interdictos, restricción y
límites del dominio, medianería, declarativa de la prescripción adquisitiva, mensura y
deslinde y división de condominio.
2) Cuando se ejerciten acciones reales sobre bienes muebles, el del lugar en que se
encuentren o el del domicilio del demandado, a elección del actor. Si la acción versare
sobre bienes muebles e inmuebles conjuntamente, el del lugar donde estuvieran
situados estos últimos.
3) Cuando se ejerciten acciones personales, el del lugar en que deba cumplirse la
obligación expresa o implícitamente establecido conforme a los elementos aportados en
el juicio y, en su defecto, a elección del actor, el del domicilio del demandado o el del
lugar del contrato, siempre que el demandado se encuentre en él, aunque sea
accidentalmente, en el momento de la notificación.
El que no tuviere domicilio fijo podrá ser demandado en el lugar en que se encuentre o
en el de su última residencia.
4) En las acciones personales derivadas de delitos o cuasidelitos, el del lugar del hecho
o el del domicilio del demandado, a elección del actor.
5) En las acciones personales, cuando sean varios los demandados y se trate de
obligaciones indivisibles o solidarias, el del domicilio de cualquiera de ellos, a elección
del actor.
6) En las acciones sobre rendición de cuentas, el del lugar donde éstas deban
presentarse, y no estando determinado, a elección del actor, el del domicilio de la
administración o el del lugar en que se hubiere administrado el principal de los bienes.
En la demanda por aprobación de cuentas regirá la misma regla, pero si no estuviese
especificado el lugar donde éstas deban presentarse, podrá serlo también el del
domicilio del acreedor de las cuentas, a elección del actor.
7) En las acciones fiscales por cobro de impuestos, tasas o multas y salvo disposición
en contrario, el del lugar del bien o actividad gravados o sometidos a inspección,
inscripción o fiscalización, el del lugar en que deban pagarse o el del domicilio del
deudor, a elección del actor. La conexidad no modificará esta regla.
8) En las acciones de separación personal, divorcio vincular y nulidad de matrimonio así
como las que versaren sobre los efectos del matrimonio, el del último domicilio conyugal
efectivo o el del domicilio del cónyuge demandado a elección del cónyuge actor. Si uno
de los cónyuges no tuviera su domicilio en la República, la acción podrá ser intentada
ante el juez del último domicilio que hubiera tenido en ella, si el matrimonio se hubiere
celebrado en la República. No probado dónde estuvo radicado el último domicilio
conyugal, se aplicarán las reglas comunes sobre competencia.
En los procesos por declaración de incapacidad por demencia o sordomudez, y en los
derivados de los supuestos previstos en el artículo 152 bis del Código Civil, el del
domicilio del presunto incapaz o inhabilitado; en su defecto, el de su residencia. En los
de rehabilitación, el que declaró la interdicción.
9) En los pedidos de segunda copia o de rectificación de errores de escrituras públicas,
el del lugar donde se otorgaron o protocolizaron.
10) En la protocolización de testamentos, el del lugar donde debe iniciarse la sucesión.
11) En las acciones que derivan de las relaciones societarias, el del lugar del domicilio
social inscripto. Si la sociedad no requiere inscripción, el del lugar del domicilio fijado en
el contrato; en su defecto o tratándose de sociedad irregular o de hecho, el del lugar de
la sede social.
12) En los procesos voluntarios, el del domicilio de la persona en cuyo interés se
promueven, salvo en el proceso sucesorio o disposición en contrario.
13) Cuando se ejercite la acción por cobro de expensas comunes de inmuebles sujetos
al régimen de propiedad horizontal o cualquier otra acción derivada de la aplicación de
ese régimen, el del lugar de la unidad funcional de que se trate.

1. Regla general
Como sostiene el artículo 4º, y reitera el primer apartado del artículo en
comentario, los hechos afirmados en la demanda que persiguen una
determinada pretensión, son los que establecen la jurisdicción interviniente.
Las alegaciones del actor, y no las defensas del demandado son las que
acuñan la regla general para interpretar la competencia judicial; por ello la
jurisprudencia insiste en sostener que, la radicación de una causa se decide
sobre la base de los términos que caracterizan a la pretensión del accionante,
de los elementos que la integran y de los hechos en que se funda (CNCom.,
Sala C, 1981/04/03, "Promotora de Finanzas, S. A. Cía. Financiera c. López,
Gerardo", La Ley, 1981-C, 156 .
El artículo 5º establece "reglas generales", entre las cuales aparece con
alguna preferencia, la determinación de acuerdo con el domicilio del deudor.
Regla que solo cede, en los casos de fuero de atracción, causas conexas y
litisconsorcio, y en los supuestos en que el lugar de cumplimiento de la
obligación se encuentra expresa o implícitamente establecido, pero siempre
que esta última circunstancia surja de forma clara y evidente.
Pueden ocurrir colisiones entre la consideración genérica del primer
párrafo (determinación de la competencia según los hechos afirmados en la
demanda), y la elección de cualquiera de las alternativas dispuestas en cada
inciso de la norma. Estos supuestos conviene aclararlos sobre la base de
clasificar las cuestiones en litigio:

2. La competencia por razón del territorio


A este espacio se refieren los incisos 1º (acciones reales sobre bienes
inmuebles); 2º (acciones reales sobre bienes muebles); 6º (acciones sobre
rendición de cuentas); 7º (acciones fiscales por cobro de impuestos, tasas o
multas); 9º (pedidos de segunda copia o rectificación de escrituras públicas);
10º (protocolización de testamentos); 11º (acciones derivadas de las relaciones
societarias) y 13º (acción por cobro de expensas comunes).
Recuérdese que tratándose de competencia en razón del territorio la
misma resulta relativa, y por ende, disponible en tanto no se encuentra
comprometido el orden público. En tal circunstancia es susceptible de ser
prorrogada implícitamente, cuando el actor promueve la demanda (cfr.
CNCom., Sala A,1996/09/13, "Chenlin y Cía. S. A. c. Lin Houng Chien", La Ley
1997-B, 748).
Además, el actor puede realizar opciones o preferencias, pero en
cualquiera de los conflictos indicados por los incisos señalados, la prioridad
está en el lugar donde se encuentra la cosa litigiosa, o donde se originó la
documentación.
La existencia de un convenio de asignación de competencia prevalece
sobre las disposiciones de esta norma, siempre y cuando no se afecten los
principios ya explicados sobre competencia absoluta.
Asimismo, es cierta la afirmación de Fenochietto respecto a que, ante la
ausencia de una convención especial sobre prórroga de la jurisdicción, la
competencia se debe determinar distinguiendo entre causas reales y
personales. Sobre las primeras prevalecerá el lugar de radicación de la cosa
(forum rei sitae) y sobre las segundas el domicilio real del demandado (actor rei
forum sequitur) (cfr. Fenochietto, Carlos E., ob. cit., tomo I, pág. 47).
En definitiva:
a) Cuando se ejerciten acciones reales sobre bienes inmuebles,
corresponde la siguiente competencia
a.1) lugar donde el inmueble se encuentra, y si son varios
inmuebles, dentro de una o varias jurisdicciones:
a.2) lugar donde cualquiera de ellas se encuentre pero sea el
domicilio del demandado; si no coincide con este domicilio:
a.3) lugar de cualquier inmueble a elección del actor
Cabe observar que en las acciones personales la competencia se
determina en razón de la materia. Por ello, la garantía real, accesoria del
contrato principal, no lo transforma en civil ni produce un desplazamiento de la
competencia, y si bien la hipoteca es un derecho real de naturaleza civil, si fue
otorgada para garantizar una obligación comercial, los jueces de comercio son
los competentes para entender en la ejecución (CNCiv., Sala B,1993/08/26,
"Banco de la Ciudad de Buenos Aires c. Mundelca S. A.", La Ley, 1994-A, 554,
J. Agrup., caso 9562)

b) Cuando se ejerciten acciones reales sobre bienes muebles, la


competencia será:
b.1) lugar donde el bien se encuentra o el domicilio del
demandado a elección del actor; pero si la acción involucra bienes muebles e
inmuebles:
b.2) lugar donde el inmueble se encuentra.
c) Cuando se demanda rendición de cuentas, si existe lugar establecido
es éste el competente, en su defecto,
c.1) el domicilio de la administración obligada a la rendición, o
c.2) el lugar donde se hubiera administrado el bien principal,
En ambos casos a elección del actor.
Asimismo en el proceso de aprobación de cuentas rige la misma regla,
salvo que no hubiera lugar pactado, en cuyo caso se puede elegir el lugar de
presentación de las cuentas o el domicilio del acreedor.

d) Cuando se ejecuten acciones fiscales por cobro de impuestos, tasas o


contribuciones, y siempre que la ley no disponga en contrario (se refiere a la
posibilidad de jurisdicciones especiales determinadas para el cobro de
impuestos territoriales o gravámenes locales, o supuestos específicos de
tributos nacionales):
d.1) el domicilio donde se encuentra el bien gravado o sometido a
inspección, o
d.2) el domicilio de pago de las contribuciones, o
d.3) el domicilio del contribuyente, todos ellos a elección del actor.
También se aclara que la conexidad no modificará esta regla.
La conexidad consiste en la vinculación existente entre dos o más
procesos o pretensiones, derivada de la comunidad de uno o más de sus
elementos, cuando además de ser común el factor subjetivo, lo son otro u
otros, originando un desplazamiento de competencia de modo de someter
todas las cuestiones o procesos conexos -de tramitación simultánea o no- al
conocimiento de un mismo órgano jurisdiccional.
La conexidad está prevista por el art. 32 del Reglamento para la justicia
nacional en lo civil (Adla, LI-A, 19 -t. o.-), en cuanto consagra una excepción a
las reglas generales en materia de competencia.
El problema se configura cuando la materia litigiosa traída con
posterioridad a la radicación de la causa originaria constituye una prolongación
de la misma controversia, de suerte que sea menester someterla al tribunal que
previno, permitiendo la continuidad de criterio en la valoración de los hechos y
derecho invocados, conforme al principio de "perpetuatio jurisdictionis".
En las demandas por títulos de crédito, conviene señalar algunas
particularidades.
Se sostiene que para la determinación de la competencia territorial,
carece de relevancia la existencia de un domicilio inserto en el margen
izquierdo y al pie del pagaré, pues a los fines cambiarios dicha constancia sólo
tendría los efectos pretendidos si se encontrase a continuación del impreso
"pagadero en". (CNCom., Sala A, 1996/12/23, "Banco Sudameris c. Metalúrgica
Oma S. A.", La Ley, 1997-C, 769.
e) Cuando se reclama una segunda copia o la rectificación de una
escritura pública, la competencia tiene dos orientaciones o preferencias:
e.1) el lugar donde se expidió la escritura
e.2) el lugar donde se protocolizó.

f) En la protolozación de testamentos, la regla es el lugar donde se debe


iniciar la sucesión
Si bien un principio objetivo para la determinación de la competencia
territorial en materia sucesoria es que el domicilio del difunto sea el que fije el
lugar en que se abra su sucesión y la jurisdicción de los jueces (arts. 90, inc.
7°, y 3284, Código Civil), circunstancias especiales de conexidad de
sucesiones o de economía procesal pueden autorizar excepciones.
Así ocurre en el caso en que, iniciada en una jurisdicción la sucesión del
marido, al fallecer la cónyuge se abre juicio sucesorio ante otro juez, al que se
presentan los hijos de ambos causantes -que habían iniciado la sucesión del
padre- y tres hijos extramatrimoniales de la madre, y siendo los bienes
denunciados parte de los que componían el acervo hereditario del primer juicio
(CS, 1978/08/10, "Esoin, Francisco", Fallos 300:877).

g) En las acciones que derivan de relaciones societarias, la preferencia


es:
g.1) domicilio social inscripto
En este sentido se afirma que el domicilio de la sociedad anónima
inscripta en el Registro Público de Comercio tiene entidad para determinar la
competencia en razón del territorio a los jueces del concurso preventivo, no
obstando a ello la circunstancia de que la peticionaria del concurso haya
desarrollado su actividad en otra jurisdicción, donde incluso puede tener su
principal establecimiento, salvo que existan causas de excepción que permitan
sostener un temperamento distinto (CNCom., Sala A, 1995/10/26, "Colasud S.
A.", ED, 167-533).
También debe señalarse que se pueden plantear diferencias entre el
domicilio o la sede social inscripta y el domicilio o sede "real" de la
administración, a los efectos de hacer prevalecer este segundo lugar.
En tal sentido se ha dicho que cuando el mismo es conocido por el
sujeto que instó el acto procesal de comunicación, no puede prosperar la
nulidad de la notificación, pues significa tanto como derogar -o ignorar- la
previsión del art. 11, inc. 2° de la ley 19.550, según el cual "se tendrán por
válidas y vinculantes para la sociedad todas las notificaciones efectuadas en la
sede social inscripta". La Ley positiva atribuye expresamente tal efecto a la
inscripción de un determinado domicilio social y si la sociedad prefirió no hacer
coincidir su sede inscripta con su sede real, ello no le permite soslayar ese
efecto legal de la inscripción: necesariamente debió asumirlo y,
consecuentemente, aceptar la validez de las notificaciones practicadas en ese
lugar (CNCom., Sala D, 1991/04/15, "Banco del Oeste S. A. c. Valles Cuyanos
S. A.", La Ley, 1991-D, 516, con nota de Ricardo Augusto Nissen DJ, 1991-2-
830).

h) En las acciones por cobro de expensas comunes, ocupando la


disposición a cualquier bien sujeta a este tipo de contribuciones permanentes,
la competencia se radica en el lugar donde el inmueble se encuentre, siguiendo
así la regla general.
Esta es una reforma de la ley 25.488 y constituye una clara excepción a
la regla que determina la competencia en las acciones personales derivadas de
vínculos contractuales. En hipótesis la modificación no es importante, sin
embargo, desde ahora se podrá notificar al propietario en el inmueble del que
es titular, aunque no coincida con su domicilio real.

3. Competencia por razón de las personas


Se las denomina "mixtas", porque además de la cosa mueble o inmueble
que moviliza la pretensión, las personas que entre ellas disputan orientan la
determinación del lugar para la competencia.
Un ejemplo característico es la demanda de escrituración, que constituye
una típica pretensión personal que implica un acto de naturaleza civil. La Corte
ha sostenido que resulta competente para entender en el juicio, el juez de lugar
donde se encuentra el bien, pues sólo allí se puede realizar la tradición de la
cosa; con excepción de que las partes hubieran convenido celebrar el acto ante
un escribano de diferente lugar, o existiera en el boleto un pacto de foro
prorrogado (Cfr. CS, 1969/02/26, Fallos 258:111).
En esta categoría se encuentran los casos de los incisos 3º (acciones
personales); 4º (acciones personales derivadas de delitos o cuasidelitos); 5º
(acciones personales con pluralidad de demandados); 8º (acciones de
separación personal o divorcio) y, 9º (procesos de jurisdicción voluntaria).
En síntesis:
a) Cuando se ejercitan acciones personales, la competencia
corresponde al lugar donde la obligación se debe cumplir, de acuerdo con la
lectura que de los hechos se realice, o surja expresamente determinado en los
instrumentos de la convención. En su defecto, a elección del actor,
a.1) domicilio del demandado
a.2) lugar de celebración del contrato siempre que el demandado
se encuentre allí, aunque sea accidentalmente, al tiempo de la notificación.
a.3) domicilio transitorio o última residencia, para quienes no
tienen domicilio fijo.
Esta regla es similar a la que establecía el art. 5 inciso 3º del código
derogado, que llevó a sostener que serán competentes los jueces del lugar en
que la obligación deba cumplirse; y cuando la prestación consiste en una suma
de dinero, el pago debe efectuarse -salvo pacto en contrario- donde la deuda
fuera contraída (CS, 1981/02/19, "Agromotores Junín, S. R. L.", en Fallos
303:225).
En consecuencia, tratándose de acciones personales, si del acto resulta
claramente dónde, por voluntad de las partes, deben cumplirse las
prestaciones, ése es el lugar que fija la competencia. Por tanto, sólo a falta de
indicación expresa o implícita el actor puede optar entre el juez del domicilio del
deudor o el del lugar donde se celebró el contrato (CNCiv., Sala E, 1996/09/05,
"Subterráneos de Buenos Aires c. Trasnational Enterprise S. A.", La Ley, 1997-
C, 980, J. Agrup., caso 11.426 - DJ, 1997-1-996).
En definitiva la regla procesal impone estar, en primer término, a la
competencia de los jueces del lugar de cumplimiento de la obligación pero no
surgiendo explícito el lugar de pago; pero si ello no ocurre, porque por ejemplo,
las facturas indican una jurisdicción, pero la administración de la acreedora se
encuentra en otra y ella misma exhibe en sus papeles poseer sucursal en una
tercera, habiéndose recibido pagos parciales en esta última, es la actitud
posterior adquiere relevancia inclusive para determinar el designo originario en
relación al lugar de pago y, consecuentemente, la competencia territorial para
entender en la cuestión (CNCom.,Sala D, 1978/09/29, "Establecimientos
Metalúrgicos Tubomet, S. A. c. Metincor, S. R. L.", La Ley, 1979-B, 81 - R. DJ,
979-8-15, sum. 22).
En el caso particular de la emisión de un cheque, corresponde al juez del
domicilio del establecimiento girado, y solo en defecto de lugar de cumplimiento
convenido o legal puede el actor ejercer la opción que la norma antes citada
establece en su favor. No obsta a lo expresado la circunstancia de ser el
demandado exclusivamente un endosante, pues todos los que suscriben un
cheque quedan sometidos a una misma ley y a una misma competencia, en
tanto ésta deriva de un lugar de pago único (CNCom., Sala D, 1980/12/30,
"Sigal, Elías c. Brianni, Rafael", La Ley, 1981-C, 58).
Como para el ejercicio de las acciones personales la competencia se
determina por el lugar en que deba cumplirse la obligación, debe rechazarse la
incompetencia articulada por la Caja de Previsión Social para Abogados de la
Provincia de Buenos Aires, a raíz de la demanda sumarísima promovida por
letrado, si se acredita que aquel organismo posee oficinas para el pago de
cuotas en Capital Federal (JNCiv., Nº 62 firme, 1990/10/08, "Antonini Modet, M.
E. c. Caja de Prev. Social de Abogados de la Provincia de Buenos Aires", DJ,
1991-2-827).

b) Cuando la demanda deriva de delitos o cuasidelitos, a elección del


actor, la competencia se resuelve por:
b.1) lugar del hecho
b.2) domicilio del demandado
Si bien el inc. 4º del art. 5º del Código Procesal anterior disponía una
regla similar a esta, según la cual era juez competente el del lugar del hecho o
el del domicilio del demandado, a elección del actor, no es menos cierto que el
art. 118 de la ley 17.418, establece en su segundo párrafo que el damnificado
puede citar en garantía al asegurador hasta que se reciba la causa a prueba y
que, en tal caso, "debe interponer la demanda ante el juez del lugar del hecho o
del domicilio del asegurador". Por eso fue dicho que, habiendo el actor hecho
uso del derecho que le acuerda la ley especial que legisla sobre seguros para
toda la República y radicaba la demanda ante el juez del domicilio de la
compañía aseguradora citada en garantía, la acción ha sido correctamente
promovida ante la justicia nacional en lo civil y comercial, a quien corresponde
seguir entendiendo en la causa (CS, 1982/11/23, "La Agrícola Cía. de seguros
c. Salgado, Raúl R. y otro", Fallos 304:1672).
En materia de acciones personales derivadas de delitos o cuasidelitos,
es facultativo para la actora interponer su demanda ante el juez del lugar del
hecho o del domicilio del demandado, y, en caso de citar en garantía a la
aseguradora, la demanda puede interponerse también ante el juez del domicilio
de esta última (CNCiv., Sala A, 1996/04/29, "Aued, Hugo c. Vaccaro, José",
DJ, 1996-2-1255 - La Ley, 1996-E, 691, J. Agrup., caso 11.173).
Criterio que se reitera, cuando otra sala sostiene que la norma general
prescripta, que indica como competente para conocer en las acciones
personales derivadas de delitos o cuasidelitos al juez del lugar del hecho o al
del domicilio del demandado, a elección del actor, encuentra su excepción
cuando se pretende la citación en garantía del asegurador (art. 118, párr. 2°,
ley 17.418), en cuyo caso podrá optarse o por el del domicilio del asegurador
(CNCiv., Sala B, 1992/04/29, "Girardi c. Ramírez", La Ley,1993-B, 442, J.
Agrup., caso 8825).
De acuerdo con esta regla, las acciones personales deben ejercitarse
ante el juez del lugar del cumplimiento de la obligación. En consecuencia si se
ejecuta un cheque debe de demandarse ante el juez del domicilio del
establecimiento girado, que es el lugar del pago. Sólo en defecto de lugar de
cumplimiento convenido o legal, puede el actor ejercer la opción que la norma
legal antes citada establece en su favor. No obsta a dicha conclusión el hecho
de que en autos se demanda exclusivamente a un endosante, pues todos los
que suscriben el cheque quedan sometidos a una misma ley (art. 1°, párr. 2°,
decreto-ley 5965/63 -ADLA, XXIII-B, y una misma jurisdicción en tanto ésta
deriva de un lugar de pago único -art. 2°, inc. 4°- decreto-ley citado) (CNCom.,
Sala A, 1978/11/29, "Algodonera Llavallol, S. A. c. La Batalla, S. R. L.", La Ley,
1979-A, 435 - R. DJ, 979-8-15, sum. 19).

c) En los casos de litisconsorcio pasivo, o proceso con pluralidad de


demandados, siempre que la obligación sea indivisible o solidaria, la
jurisdicción se determina, a elección del actor, por:
c.1) el domicilio de cualquiera de los demandados
La disposición que atribuye competencia territorial al órgano
jurisdiccional del domicilio de cualquiera de los accionados, cuando éstos sean
varios-, se aplica no sólo a obligaciones de fuente contractual, sino también a
cualquier otra como a aquéllos de origen extracontractual o legal, sin que sea
dable limitar la posibilidad únicamente a las obligaciones indivisibles o
solidarias, sino que se extiende a todos aquéllos supuestos en que se ejercen
acciones personales contra una pluralidad de demandados. No obsta a esta
conclusión la posibilidad de que en la oportunidad correspondiente, pueda ser
rechazada la demanda contra el litigante que se domicilia en la jurisdicción que
se demanda, toda vez que no es éste el momento procesal adecuado para
valorar tal circunstancia (CNCiv., Sala E, 1985/12/24, "Ymaki, Oscar A. C. c.
Solenovo, S. A.", La Ley, 1986-B, 245).
Ahora, si bien en supuestos de acciones personales cuando sean varios
los demandados y se trate de obligaciones solidarias, ha de estarse a los fines
de la determinación de la competencia por razón del territorio al domicilio de
cualquiera de los accionados a elección del actor, cabe apartarse de dicha
pauta legal, cuando se trata de un asunto exclusivamente patrimonial y la
jurisdicción ha sido prorrogada por conformidad de partes (cfr. CS,1987/06/16,
"B. U. C. I. c. Bodegas y Viñedos Castro Hnos., S. A. y otros", La Ley, 1987-E,
168).
Puede ocurrir que una demanda de este tipo se vincule con la
competencia señalada en el inciso 11º, en tal caso, se ha observado que
siendo que el objeto de las sociedades accidentales o en participación lo
constituye la realización de una o más operaciones determinadas y transitorias,
parece claro que -de ser éste el vínculo que unió a las partes- la única forma de
dirimir las cuestiones suscitadas entre los socios es a través de acciones
personales, siendo, por ende, el único camino para lograr la liquidación
patrimonial en el juicio de rendición de cuentas. Esta acción constituye una
acción personal contra el causante quien fue el socio gestor. Por lo que aun
cuando la presente demanda tenga por objeto liquidar los bienes comunes de
los socios, la pretensión deducida se encuentra encuadrada dentro de la norma
contenida en el art. 3284, inc. 4° del Código Civil (CNCiv., Sala A, 1985/09/12,
"Glorioso, Ramón c. Desalvo, José", La Ley, 1986-E, 695 (37.429-S).
No obstante, el domicilio legal inscripto de una sociedad determina la
competencia territorial no sólo respecto de las acciones derivadas del contrato
de sociedad sino también de las acciones personales, salvo en el caso que se
demuestre que se trata de un domicilio ficticio establecido para eludir la
competencia (CNCom.,Sala A, 1999/10/06, "La Guayra S. R. L. s/ped. de
quiebra por: Smith Group S. A.", La Ley, 2000-C, 921 (42.741-S)
También, tratándose de descuento de títulos de crédito, éstos ofrecen
ciertas particularidades en relación con el descuento de créditos comunes. Así,
en lugar de ceder un crédito, el descontado transfiere por endoso un crédito
cartáceo, con la notable consecuencia de que el descontante adquiere el
crédito "iure propio", o sea, como derecho originario, inmune a las excepciones
personales que eran oponibles al endosante y, en general, a los precedentes
poseedores del título. Por lo demás, varias son las personas a las cuales el
descontante puede dirigirse para obtener el reembolso de la suma entregada al
descontado, en virtud de las acciones cambiarias que puede ejercer
extrajudicial o judicialmente y que, aun en este último supuesto, puede
promover por la vía ejecutiva (CNCom., Sala A, 1987/10/26, "Cazarre,
Francisco E. c. Cirugía Norte, S. R. L. y otros", La Ley, 1988-C, 500 - DJ, 988-
2-887).
d) En las acciones se separación personal, divorcio vincular y nulidad de
matrimonio, así como toda otra demanda derivada de los efectos del
matrimonio, la competencia se guía, a elección del actor, por:
d.1) último domicilio conyugal, o
d.2) domicilio del cónyuge demandado, si este tiene su domicilio
en Argentina, en caso contrario,
d.3) último domicilio conocido, en supuestos de matrimonios
celebrados en la República.
d.4) si no se pueden tener cumplir estas reglas, se aplicarán los
principios comunes sobre competencia
En el ámbito de los Tratados de Montevideo existe una norma general
contenida en el art. 62 del Tratado de Derecho Civil de 1889, reproducido en el
art. 59 del Tratado de 1940 (ADLA, 1889-1919, 303 ; XVI-A, 328), la que
establece que las acciones sobre todas las cuestiones que afecten las
relaciones entre esposos, se iniciarán ante los jueces del último domicilio
conyugal, careciendo de disposiciones especificas en materia de alimentos.
Ahora bien la doctrina se ha inclinado por calificar la petición de
alimentos -que es un deber dentro de los derechos personales del titular-, como
una medida "urgente" y en tal sentido el art. 24 y art. 30 respectivamente de los
tratados citados, expresan que las medidas urgentes, que conciernen a las
relaciones personales entre cónyuges, se rigen por las leyes del lugar donde
residen éstos. En consecuencia, puede concluirse que la conexión "residencia",
debe agregarse a la soluciones jurisdiccionales en materia alimentaria
(CNCiv., Sala A, 1985/04/08, "B. de M. y C., I. y otros c. M. y C., A.", La
Ley,1986-D, 168, con nota de Alicia M. Perugini).

e) En los procesos de declaración de incapacidad por demencia o


sordomudez, o en los demás casos del art. 152 bis del Código civil,
corresponde:
e.1) domicilio del presunto incapaz o inhabilitado
e.2) última residencia conocida
En caso de rehabilitación, la competencia se guía por el principio de
prevención.

f) En los procesos voluntarios, la competencia es del juez


correspondiente al del domicilio de la persona en cuyo interés de promueven,
salvo excepciones en contrario o en el proceso sucesorio.
En este aspecto se argumenta que, el principio según el cual el último
domicilio del "de cujus" es el factor determinante de la competencia territorial
en materia sucesoria, conlleva una cuestión de hecho que, en cuanto tal, debe
ser fehacientemente probada, siendo válidos a tal fin todos los elementos de
convicción, entre los cuales tendrán mayor relevancia los instrumentos públicos
en especial la partida de defunción los que a su turno pueden ser contradichos
por otras pruebas, como ser la testimonial o la de presunciones que, para
revestir el carácter de prueba supletoria, deberá basarse en hechos reales y
probados y, por su número, precisión, gravedad y concordancia, ser
susceptibles de producir convicción según la naturaleza del juicio, de
conformidad con las reglas de la sana crítica (CNCiv., Sala A, 1994/09/26,
"Cerdeira, Delia, suc.", La Ley, 1994-E, 683 - DJ, 1995-1-282).
Asimismo, el art. 3285 del Código Civil, sólo fija la jurisdicción del juez al
que corresponde entender en las acciones personales que se dirigen contra el
heredero único que hubiere aceptado la herencia, pero no señala otro lugar que
el previsto por el art. 3284 para la apertura del juicio sucesorio. De esta
doctrina se desprende que el supuesto de acciones dirigidas contra el heredero
único, es una excepción al fuero de atracción del juicio sucesorio (CNCiv., Sala
C, 1980/03/06, "Rojas, Eva c. Barabino, María", La Ley, 1980-B, 630).

Reglas especiales
Art. 6°-- A falta de otras disposiciones será tribunal competente:
1) En los incidentes, tercerías, obligaciones de garantía, citación de evicción,
cumplimiento de acuerdos de conciliación o transacción celebrados en juicio, ejecución
de sentencia, regulación y ejecución de honorarios y costas devengadas en el proceso, y
acciones accesorias en general, el del proceso principal.
2) En los juicios de separación de bienes y liquidación de la sociedad conyugal, el del
juicio de divorcio o nulidad de matrimonio.
3) En la exclusión del cónyuge, tenencia de hijos, régimen de visitas, alimentos y
litisexpensas, el del juicio de divorcio, de separación personal, o de nulidad de
matrimonio, mientras durare la tramitación de estos últimos. Si aquéllos se hubiesen
iniciado con anterioridad, pasarán a tramitar ante el juzgado donde quedare radicado el
juicio de divorcio, de separación personal, o de nulidad de matrimonio.
No existiendo juicio de divorcio, de separación personal o de nulidad de matrimonio en
trámite, y no probado dónde estuvo radicado el último domicilio conyugal, se aplicarán
las reglas comunes sobre competencia.
Mediando juicio de inhabilitación, el pedido de alimentos contra el inhabilitado deberá
promoverse ante el juzgado donde se sustancia aquél.
4) En las medidas preliminares y precautorias, el que deba conocer en el proceso
principal.
5) En el pedido de beneficio de litigar sin gastos, el que deba conocer en el juicio en que
aquél se hará valer.
6) En el juicio ordinario que se inicie como consecuencia del ejecutivo, el que entendió
en éste.
7) En el pedido de determinación de la responsabilidad establecida en el artículo 208, el
que decretó las medidas cautelares; en el supuesto del artículo 196, aquél cuya
competencia para intervenir hubiese sido en definitiva fijada.

1. Las reglas de la conexidad procesal


El artículo 6º modificado por la ley 25.488 establece con el título "reglas
especiales", principios que se aplican a determinado tipo de procesos que
tienen algo en común. Ese vínculo puede originar radicaciones especiales por
"conexidad", u obligar una determinada competencia por la subordinación o
accesoriedad que tienen respecto a otro proceso.
De suyo, la norma se articula con las reglas de la acumulación de
procesos, aunque los conceptos no se deben identificar. Igual ocurre con los
desplazamientos que suceden con las demandas reconvencionales o el fuero
de atracción en los procesos universales.
Las reglas de conexidad son propias del código de procedimientos en lo
penal, aunque él sólo es aplicable a la distribución de competencia entre jueces
nacionales, por cuanto la materia escapa a las regulaciones locales y no puede
ser alterada por razones de mero orden y economía procesal que inspiran
aquellas reglas (cfr. CS, 1995/03/07, "Lange de Barloqui, Nélida D. y otra", La
Ley, 1995-D, 504. - DJ, 1995-2-813).
Por conexión, se interpreta la acumulación de dos expedientes si en
ambos se demanda a la misma persona, por un mismo hecho, ya que la
evidente conexidad entre ambas causas lo requiere, para evitar sentencias
contradictorias y como medio de lograr la economía procesal. A ello no obsta la
naturaleza de la competencia originaria de la Corte Suprema, que es
insusceptible, de ser ampliada o restringida, pero que no puede tornar
inaplicables las normas del Código procesal referentes a la acumulación de
procesos (CS, 1976/11/04, "Barrera Valverde, Alfonso c. Basilio, Héctor E.",
Fallos 296:315.
Las reglas de acumulación de expedientes por conexidad no juegan
cuando los hechos corresponden uno a jurisdicción nacional y otro a la
provincial.
En procesos donde existen varias jurisdicciones competentes, es
necesario evitar la atomización de la actividad jurisdiccional en atención a la
conexidad que supone la intervención de un conjunto de personas con un
propósito único, lo que impone la necesidad de que se acumulen los distintos
juicios a fin de que sea un solo juez el que entienda en la causa (CS,
1981/07/02, "Zavalía, Fernando M.", ED, 96-347).

2. Principio de prevención
La competencia derivada puede ser tener origen en la intervención
anterior de un juez que asumió jurisdicción propia en una causa que se conecta
con la actual por una relación de interdependencia, subordinación o
accesoriedad.
La conexidad se configura en supuestos en que la materia litigiosa,
introducida con posterioridad a la radicación de la causa originaria, constituye
una prolongación de la misma controversia de suerte tal que sea menester
someterla al tribunal que previno para permitir la continuidad de criterio en la
valoración de los hechos y derecho invocados, conforme al principio de
"perpetuatio jurisdictiones".
Este principio que consagra el art. 6° del Código Procesal, conforme al
cual todas las cuestiones litigiosas derivadas de los efectos de un proceso
deben ser dilucidadas por el juez ante el que comenzaron, no puede ser
afectado por la ulterior actividad unilateral de una de las partes, ni por
sucesivos cambios de domicilio de ellas (Cfr. CS, 1990/12/27, "O., C. H. c. D.,
A.", La Ley, 1991-C, 252 DJ, 1991-2-296.).
Por ejemplo, la apertura de un nuevo proceso de filiación a instancias de
la madre del menor en sede provincial, carece de entidad para desvirtuar los
alcances del principio de la "perpetuatio jurisdictionis" y sus derivaciones, que
exige atribuir competencia al tribunal previniente.
Por aplicación del principio de prevención, corresponde que cada vez
que un nuevo proceso sea consecuencia de otro, se mantenga la competencia
del órgano que previno. Este criterio, que no es más que la concreción de uno
de los supuestos de conexidad, encuentra respecto de los tribunales de
apelación respaldo normativo en el art. 203 del Reglamento para la Justicia
Nacional en lo Civil (Adla, XXXVI-D, 3267), que establece que la sala que haya
intervenido en un expediente, debe conocer también "en las causas conexas o
íntimamente vinculadas" (Cfr.CNCiv., Sala A, 1981/11/05, "Solveyra y Cía. S.
R. L., Jorge c. Ninnis, Rodolfo, suc.", La Ley, 1982-C, 69).
La conexidad esta prevista también en el art. 32 del Reglamento para la
justicia nacional en lo civil, en cuanto consagra una excepción a las reglas
generales en materia de competencia.
Cuando no existe entre dos juicios ningún elemento en común a
excepción del actor, quien ha esgrimido legitimaciones distintas, no se justifica
la "perpetuatio jurisdictionis", en la medida que no existe riesgo alguno de
arribar a sentencias contradictorias, razón de ser de la acumulación por
conexidad con arreglo a lo dispuesto en el art. 32 del Reglamento para la
Justicia Nacional (CNCiv., Sala A, 1997/08/26, "Ternavasio, Luis V. c.
Asociación Mutual Soldado de la Independencia", La Ley, 1998-B, 933, J.
Agrup., caso 12.617)

3. El desplazamiento de la competencia por acumulación


Sostiene Armenta Deu que no se puede confundir acumulación y
competencia por la sencilla razón que no todo proceso que tiene igual
competencia se acumula, y porque no siempre la acumulabilidad de dos
procesos provoca una modificación en las reglas de la competencia. Por ello,
"la modificación, en la competencia territorial atribuida originariamente, puede
ser un efecto de la acumulación, ello no se da en todos los casos de
acumulación; puesto que, estando los pleitos acumulables pendientes ante un
mismo juez, ninguna modificación en esa competencia originaria se producirá
por el hecho de la acumulación: resultará competente para conocer de los
pleitos ya acumulados el juez que era competente para conocer y fallar sobre
cada por separado" (Armenta Deu, Teresa, La acumulación de autos, editorial
Montecorvo, Madrid, 1983, pág. 43).
La acumulación de autos o procesos es la reunión de dos o más de
ellos, en trámite que en razón de tener por objeto pretensiones conexas hechas
valer en distintos expedientes no pueden ser decididas separadamente, sin
riesgo de incurrir en sentencias contradictorias o de cumplimiento imposible por
efecto de la cosa juzgada.
El desplazamiento puede ser originario (cuando se promueve la
pretensión y la misma es atraída por conexidad), o sucesivo (en virtude una
declaración de incompetencia basada en la acumulación o prevención anterior
de otro juzgado).
Por ejemplo, se sostiene que aun cuando las acciones de separación de
bienes y divorcio son independientes e incluso la primera puede intentarse sin
el concurso de la segunda, como en el supuesto que contempla el art. 1290 del
Código Civil, cuando a aquélla se la deduce como en autos -con anterioridad a
la vigencia de la ley 17.711, - en acumulación sucesiva con la de divorcio, no
corresponde que los profesionales perciban una retribución independiente de la
que se les fija por la tramitación de éste, y ello es así, porque, aun con
anterioridad a la vigencia de la ley 17.711, en que la disolución no se producía
como mera consecuencia de la sentencia de divorcio sino que debía ser
pedida, durante la sustanciación del proceso de divorcio no cabría el debate -
como tampoco procede actualmente-, sobre los bienes que integra la sociedad
conyugal, sin perjuicio de las medidas cautelares que pudieran pedir los
cónyuges. Por lo tanto, el interesado se debía limitar a pedir la separación de
bienes y toda actuación tendiente a determinar la composición del haber, como
naturaleza propia o ganancial de los bienes, era ajena al marco del proceso de
divorcio, y por tanto inoficiosa- y propia de una etapa ulterior, esto es, la
liquidación de la indivisión post-comunitaria (CNCiv., Sala F,1979/08/28, La
Ley, 1979-D, 534 -BCNCivil, 979-I-3).
O bien, si la solicitud de acumulación de un expediente a los autos
obrantes ante otro juzgado tiene por virtualidad suspender el trámite del
proceso a los efectos del cómputo del plazo de caducidad, con más razón lo
produce el pedido de radicación de las actuaciones en aquel donde tramita una
sucesión, que ejerce sobre el mismo fuero de atracción, y, consecuentemente,
la resolución del juez de este último que hizo saber el magistrado que habría de
conocer, aceptando de este modo la radicación de la causa en su estrado
(CNCiv., Sala K,1992/05/21, "Gomez de Fernández, Laura c. Mottol, Teresa
A.", La Ley, 1993-C, 449, J. Agrup., caso 9126)..
La acumulación de autos persigue que no se dicten sentencias
contradictorias en causas que por su vinculación jurídica pueden tener
recíproca influencia decisiva o hacer cosa juzgada, supeditada siempre al
estado del trámite de las mismas. Además, como lo ha reconocido la
jurisprudencia, no es absoluto el principio de que no es procedente la
acumulación de un juicio ejecutivo con uno de conocimiento, ya que, bajo
ciertas circunstancias, se ha admitido, en presencia del de consignación
vinculado al ejecutivo, cuando el problema se circunscribe a la indagación de la
existencia o inexistencia de mora, a fin de establecer la exigibilidad de la
deuda, presupuesto indispensable para la acción ejecutiva.
Es inapelable la resolución que ordena la acumulación de los autos con
las actuaciones que tramitan en un juzgado de otra circunscripción judicial,
puesto que la intervención del tribunal de alzada se justifica sólo cuando se
plantea un conflicto entre los magistrados que entienden en ambas causas
(CNFed. Civ. y Com., Sala II,1999/12/09, "Allianz Ras Argentina Cía. de
seguros c. Transportes J. Carlos Masiero y otro", La Ley, 2000-E, 921, J.
Agrup., caso 15.246).
La conexidad que se establece y desplaza la competencia, no significa
que se unifique el trámite en los procesos, cosa que ocurrirá en la acumulación
de procesos, o en la inserción de pretensiones. Lo que caracteriza el principio
de lograr competencia por acumulación es la reunión de todos los procesos
conectados en un mismo juez.

4. Fuero de atracción
Por fuero de atracción se entiende la intervención del juez que actúa en
un proceso universal (concurso, quiebra o sucesorios) que reúne en su
competencia todas las acciones conexas que se promuevan contra los sujetos
pasivos en dichos procesos.
Procede la acumulación al juicio universal de las causas alcanzadas por
el fuero de atracción aun respecto de los procesos terminados por sentencia,
mientras el ejecutante no haya percibido el importe de su crédito.
Por el carácter de orden público que reviste el fuero de atracción no
puede ser dejado de lado, ni aun por convenio de partes (CS, 1982/03/16,
"Gauna, Juan y otro", La Ley, 1982-C, 360 ). Los alcances que tiene en la
quiebra se limitan únicamente a los pleitos civiles y comerciales seguidos
contra el fallido, y no respecto de los que éste pudiera iniciar.
Es inaplicable la operatividad del fuero de atracción de la quiebra con
relación al litigio en el cual no se halla controvertida la titularidad, vigencia y/o
alcance de una marca de fábrica, sino aspectos tangenciales con alcance
patrimonial insignificante (CS, 1994/11/17,"Asociación Argentina de Adventistas
del Séptimo día c. Fibas S. A.", JA, 1995-III-85.).
La universalidad del juicio atrae las causas en que el sucesorio o el
causante es parte demandada, de modo que el fuero de atracción dispuesto
por el art. 3284 del Código. Civil funciona sólo pasivamente (CS, 1979/06/14,
"Ferragut, Julián y otro c. Fremery, Rodolfo A. y otro", Fallos 301:478)
Además, la norma establecida en el art. 3284, inc. 4° del Código Civil no
rige las acciones personales deducidas contra el heredero único que hubiese
aceptado la herencia, que según el art. 3285 del mismo código, deben ser
sustanciadas ante el juez del domicilio de aquél (CS,1984/06/05, "Bulo, Juana
L. c. Arechavala, Juan M.", inédito)
Un caso similar, pero en la quiebra sucede con los procesos en diferente
jurisdicción, porque habiéndose iniciado la demanda ante el juez de San Juan,
y radicado el concurso comercial preventivo de la demandada ante el juez de
Mendoza debe concluirse que no existe fuero de atracción, porque la apertura
del concurso preventivo produce la radicación ante el juzgado del concurso de
todos los juicios suspendidos que tramiten en su misma jurisdicción judicial,
requisito este último que no se da en la especie. (CS, 1981/11/17, "Instituto
Provincial de la Vivienda c. Ingeniería Cuyo, S. A. y otra", Fallos 303:1765).
Existen algunas excepciones. Las ejecuciones hipotecarias están
excluidas del fuero de atracción del concurso preventivo (Del dictamen del
Procurador General que la Corte hace suyo) (CS, 1995/07/18, "Richco
Cereales S.A. c. Moisés y Cía. S.A.", JA, 2000-III-105).
El art. 21 de la ley 24.522, en materia de aplicación del fuero de
atracción a las ejecuciones prendarias e hipotecarias, consagra un supuesto de
limitación al desplazamiento de la competencia, no sólo en orden a la distinta
circunscripción judicial en que tramitan -en el caso- sino en atención al tipo de
proceso (CS,1996/04/02, "Casasa S. A. s/ quiebra c. Saiegh, Salvador y otro",
La Ley, 1996-C, 245.).

CAPITULO II -- Cuestiones de competencia

Procedencia
Art. 7º -- Las cuestiones de competencia sólo podrán promoverse por vía de declinatoria,
con excepción de las que se susciten entre jueces de distintas circunscripciones
judiciales, en las que también procederá la inhibitoria.
En uno y otro caso, la cuestión sólo podrá promoverse antes de haberse consentido la
competencia de que se reclama.
Elegida una vía no podrá en lo sucesivo usarse de otra.

1. Cuestiones de competencia
Se denominan cuestiones de competencia todas las controversias que
se suscitan en orden a la radicación de una causa ante un determinado
tribunal. Ellas pueden ser deducidas por las partes, y plantearse a través de las
acciones conocidas con los nombres de "declinatoria" e "inhibitoria"; o ser
producto de un conflicto entre tribunales que se asignan o repelen la
competencia que se les atribuye.
Cuando dos jueces se declaran competentes, el conflicto se denomina
positivo; en cambio, si son varios los magistrados que resuelvan su
incompetencia, el conflicto se resuelve como negativo.

2. Declinatoria e inhibitoria de jurisdicción


Por declinatoria se entiende la acción que promueve el demandado (o el
reconviniente) ante el mismo juez que se declara competente, solicitando que
se abstenga de continuar interviniendo.
Mientras que por inhibitoria se colige la controversia entre dos tribunales
que se consideran competentes, y donde uno de ellos plantea oposición para
que continúe interviniendo.
Las cuestiones de competencia entre los tribunales de distintas
jurisdicciones territoriales deben resolverse por aplicación de las leyes
nacionales de procedimientos.
La Corte ha dicho que es requisito para que exista un correcto planteo
de cuestiones negativas de competencia que los magistrados intervinientes se
la atribuyan recíprocamente para conocer en el caso. Cuando la justicia
nacional se inhibe a raíz de corresponder la causa a los tribunales locales, no
puede estar obligada a enviarla al juez provincial competente de acuerdo con el
derecho procesal del estado respectivo, cuya interpretación y aplicación es
obviamente ajena a la jurisdicción nacional. No hay, en consecuencia,
contienda a dirimir si el Juez en lo Penal de Lomas de Zamora no atribuye
competencia a la Justicia Nacional en lo Criminal de Instrucción de la Capital
para entender de los ilícitos de cuyo conocimiento se ha desprendido esta
última, sino que se limita a señalar los inconvenientes que acarrea la
declinatoria dictada para determinar cuál es el tribunal competente para
conocer de los hechos de referencia dentro de la organización de la justicia
provincial (CS,1977/12/13, "Francisco, Oscar y otros", Fallos, 299:282
Asimismo, todo pleito radicado ante la justicia provincial en el que se
susciten cuestiones federales, debe arribar a la Corte Suprema de Justicia de
la Nación sólo después de fenecer ante el órgano máximo de la judicatura
local, principio que sólo admite excepción en causas de competencia federal en
las que se hallen en juego cuestiones de intensa gravedad institucional y se
advierta que el remedio federal intentado constituye el único medio eficaz para
la protección del derecho federal comprometido (CS, 1991/10/15, La Ley, 1993-
A, 592, J. Agrup., caso 8785 - ED, 145-667).
Cabe considerar que nadie puede ir en contra de sus propios actos, de
manera que si ha precluido la oportunidad, o consentido por otros actos
expresos la facultad de cuestionar la competencia asignada, será tardía
cualquier presentación posterior.
Igual principio se aplica cuando se elige una vía de impugnación
(principio de incanjeabilidad), por ejemplo, declinatoria, y tras ella se promueve
otra acción inhibitoria, pues seleccionada una de ellas no se puede alternar.

3. Oportunidad para el planteo


Las cuestiones de competencia deben trabarse con anterioridad al
dictado de la sentencia en la causa que las motiva y ello no ocurre hasta que el
magistrado destinatario del planteo inicial reciba noticia de la decisión del juez
ante cuyos estrados se promoviera la cuestión (CS,1980/10/14, "Capital, Cía.
de seguros c. Pérez Martín, Gabino", Fallos 302:1137).
En tal sentido, se agrega que, por ser de la misma naturaleza la
jurisdicción ejercida por los tribunales nacionales, la oportunidad para el
planteamiento de cuestiones de competencia reconoce la limitación establecida
por las correspondientes disposiciones procesales, pues sin perjuicio del
carácter de orden público de las normas que la reglan, la misma condición
tienen los preceptos legales que tienden a lograr la pronta terminación de los
procesos, cuando no se oponen a ello principios fundamentales que pudieran
impedirlo (CS, 1985/04/30, "Bravo, Cornelio A. c. Municipalidad de la Capital",
La Ley, 1986-D, 646 (37.354-S) - JA, 985-III-277).
No obstante, conforme al art. 352, 2ª parte del Código Procesal, los
jueces federales con asiento en las provincias deben declarar su incompetencia
en cualquier estado del proceso, y aunque este precepto debe ser interpretado
en forma armónica con la jurisprudencia de la Corte Suprema que no admite el
planteamiento de cuestiones de competencia respecto de juicios terminados o
cuando ha recaído sentencia en la causa principal, tal doctrina no resulta
aplicable en el caso, pues impondría la jurisdicción federal para una materia
que en lo sustancial, ha pasado a ser regida por normas propias del derecho
público y administrativo provincial (CS, 1985/07/25, "Obras Sanitarias de la
Nación c. Pérez Funes, Carlos A.", La Ley, 1985-E, 324).
Se puede agregar que, si bien conforme a lo establecido por el art. 4°,
apart. 3° de la ley 22.172, las cuestiones de competencia sólo pueden
deducirse en la causa sustanciada ante el tribunal oficiante, cabe apartarse de
dicha solución, admitiendo su planteamiento ante el juez requerido, en
supuestos en que por ante él tramitan otras pretensiones conexas que vinculan
en parte a iguales litigantes, y que pueden llegar a producir efectos en la que
se encuentra tramitando ante el requirente (CS, 1987/06/16, "B. U. C. I. c.
Bodegas y Viñedos Castro Hnos., S. A. y otros", La Ley, 1987-E, 168).

4. Consideraciones generales
Para resolver cuestiones de competencia se ha de tener en cuenta, en
primer lugar, la exposición de los hechos que el actor hace en la demanda y,
después, sólo en la medida en que se adecue a ellos, el derecho que invoca
como fundamento de su pretensión.
Para la resolución de una cuestión negativa de competencia debe
considerarse que todos los jueces, de cualquier jerarquía y fuero, pueden y
deben por expreso mandato de la ley Fundamental, interpretar y aplicar la
Constitución y las leyes de la Nación en las causas cuyo conocimiento les
corresponda, sin perjuicio de que las cuestiones federales eventualmente
comprendidas, puedan ser objeto de adecuada tutela por la vía del recurso
extraordinario (CS, 2000/03/14, La Ley, 2000-C, 847).
Como regla, son cuestiones propias de los jueces de la causa y ajenas a
la instancia extraordinaria, las que se refieren al alcance de la competencia de
los tribunales de alzada cuando conocen por vía de recurso concedido para
ante ellos, pero no obstante ello la negativa del a quo a tratar el reajuste
numerario, con apoyo en lo dispuesto por el art. 277 del Código Procesal, no se
justifica en cuanto la petición antedicha se vincula con la depreciación de la
moneda operada a partir del pronunciamiento de primera instancia, aspecto en
que la competencia de alzada no encuentra obstáculo, ya que por el contrario,
en su segunda parte aquel precepto impone resolver sobre las cuestiones
derivadas de hechos posteriores a la sentencia de primera instancia. Por tanto
la omisión del a quo al no pronunciarse sobre el particular, importa agravio a la
defensa en juicio y debe dejarse sin efecto el pronunciamiento (CS,
1979/02/08, "De Simone, Vicente c. Gobierno nacional", La Ley, 1979-B, 517).
La acumulación que implica declinar la competencia debe ajustarse a los
principios del derecho procesal que determina que el tribunal de alzada no
puede pronunciarse sino sobre cuestiones resultas por el inferior
correspondiente al mismo fuero. Por ello, hallándose el expediente con
apelación consentida en fuero civil, no procede su remisión al juez de la
quiebra hasta tanto exista sentencia definitiva firme, dictada por la Cámara
respectiva (CS, 1979/06/26, "Pollo de Oro, Soc. en Com. por Accs. c. Alvarez
Thomas, S. A.", en la ley, 1979-D, 367 -ED, 84-661).
Importa señalar que resulta un planteo negativo de competencia entre
tribunales que no tienen un superior jerárquico común, la revocatoria por el juez
de primera instancia del trabajo en cuanto a la incompetencia, que el
Presidente del Tribunal de Trabajo Doméstico había declarado para reconocer
ese organismo, del reclamo formulado en el caso por los conceptos de "lucro
cesante" y "daño moral", pues por la vía del recurso instituido por el art. 23,
inciso f, del decreto 7979/57, modificado por decreto 14.785/57 (Adla, XVII-A,
917), no puede alterarse la competencia que cabe razonablemente atribuir al
Tribunal del Trabajo Doméstico, asignándole facultades para conocer y decidir
cuestiones que le están reservadas al Poder Judicial. Atento a su naturaleza,
ajena "stricto sensu", a la relación de empleo doméstico, y teniendo en cuenta
el carácter excepcional del tribunal administrativo que previno, los conceptos
referidos deben reclamarse ante la Justicia Nacional del Trabajo (CS,
1979/04/10, "Rodríguez de Barreiro, Mercedes c. Dalmo de Campos, Arruda,
suc.", Fallos, 301:264).
Los pronunciamientos dictados en materia de competencia que no
importen denegatoria del fuero federal, como en el caso, atento que los jueces
nacionales en lo penal económico integran el fuero especial para el
juzgamiento de los delitos tipificados en leyes federales, no son revisables en la
instancia extraordinaria por tratarse de cuestiones de índole procesal, a menos
que se encuentren en juego las instituciones fundamentales que el art. 14 de la
ley 48, se propone salvaguardar (CS, 1983/04/19, "Caviglia, Hugo A., en Fallos,
305:502).
Finalmente, se ha dicho que las cuestiones de competencia suscitadas
entre dos salas de un mismo tribunal no configuran ninguna de las hipótesis
contempladas en el art. 24, inc. 7° del decreto-ley 1285/58, la que debe
dilucidarse de conformidad con lo establecido en el art. 32, párr. 2° del
reglamento para la justicia nacional en lo civil (CS, 1988/03/22, "Municipalidad
de Buenos Aires c. Coudun, Pablo", La Ley, 1988-D, 521 - 38.005-S -).

Declinatoria e inhibitoria
Art. 8º -- La declinatoria se sustanciará como las demás excepciones previas y,
declarada procedente se remitirá la causa al juez tenido por competente.
La inhibitoria podrá plantearse hasta el momento de oponer excepciones o de contestar
la demanda si aquel trámite no se hallare establecido como previo en el proceso de que
se trata.
1. Trámite en la declinatoria
El trámite en las cuestiones de competencia se rige por el capítulo de
excepciones previas, y en particular, de aquellas que se consideran "de previo
y especial pronunciamiento".
Según lo dispone el art. 1° del Código Procesal, la competencia territorial
en los asuntos exclusivamente patrimoniales, podrá ser prorrogada de
conformidad de partes. En tales asuntos, por consiguiente, el juez no podrá
declarar la incompetencia territorial por su propia iniciativa, sino -en su caso- a
instancia de parte, ya que hasta que no se conteste la demanda no estará en
condiciones de conocer si el accionado acepta o no su competencia territorial,
la que recién entonces podrá o no quedar tácita o expresamente prorrogada.
Lo primero, si se contesta la demanda sin oponer la excepción pertinente, y lo
segundo, cuando expresamente así lo manifieste (cfr. CNCiv., Sala A,
1979/05/28, "Tobal, David E. c. Gallo, Antonio B.", La Ley, 1980-A, 633
(35.366-S)
No obstante, se ha considerado que la oposición de la excepción de
incompetencia importa la promoción de un incidente de declinatoria, y como tal
corresponde que la regulación de los honorarios de los profesionales
intervinientes se efectúe conforme a al s pautas del art. 33 de la ley 21.839.
(CNCiv., Sala F, 1979/02/22, "Alde Impresores, S. A. c. Automación Gráfica, S.
A.", La Ley, 1979-B, 319).
La declinatoria, deducida como excepción de incompetencia debe ser
planteada como previa en los términos del art. 347 del Código Procesal. En
virtud de ello, se ha hecho notar que el pedido de nulidad de la sentencia
fundado en la incompetencia del magistrado sentenciante resulta
extemporáneo (CNCiv., Sala J, 1989/04/21, "Poittevin, Raúl F. c. Otheghy y
Asoc. y otro", La Ley, 1989-E, 210.).
La norma adjetiva sólo autoriza a los jueces a declarar su incompetencia
"ab initio" o al resolver la excepción de incompetencia que hubiere opuesto el
demandado y luego de tales oportunidades, las partes no pueden argüir, ni los
jueces de oficio pueden declarar la incompetencia, tal como se infiere en el art.
352, con las salvedades, allí consignadas.
Este criterio se sustenta en motivos de seguridad jurídica y en la
necesidad de lograr una administración de justicia rápida dentro de lo
razonable evitando así que los procesos se prolonguen indefinidamente e
informa la doctrina de la Corte Suprema referente al imperio del principio de
radicación, en cuanto a la aplicabilidad a las causas en trámite de nuevas leyes
que regulan la competencia. Por ello, debe entender en el caso el juez nacional
de Primera Instancia en lo Civil, que pronunció su incompetencia fuera de las
oportunidades previstas al efecto por el ordenamiento procesal (CS,
1985/05/30, "Sindicato de Luz y Fuerza Capital Federal c. Asociación del
Personal Superior de Segba", La Ley, 1986-C, 537 (37.286-S)
En consecuencia si procesalmente se determina la oportunidad para la
deducción de la excepción de incompetencia, no se puede soslayar en el
análisis las actuaciones que tienen las partes antes de dicho tiempo.
De admitirse lo contrario, la sola concurrencia a una audiencia de
conciliación o los recursos interpuestos contra una medida cautelar obligarían a
la interposición de la declinatoria, la mayoría de los casos sin el cabal
conocimiento de la demanda, que se logra recién con las copias que se
adjuntan a la cédula mediante la cual se notifica la misma (Cfr. CNCiv., Sala A,
1980/08/26, "Rodríguez Canedo de Larrea, Beatriz c. Eduartes de Rodríguez
Canedo, B. y otro", La Ley, 1981-A, 508).
Por eso, si en la cuestión de competencia suscitada ante el fuero
comercial no se dio intervención alguna a la demandada y, en consecuencia, la
primera oportunidad que ésta tuvo para expedirse sobre el particular fue al
momento de corrérsele traslado de la demanda, al no existir acto concreto en
sede civil que implique de su parte consentimiento de la competencia del juez
de dicho fuero, resulta oportuna la oposición de la excepción de incompetencia
en los términos del art. 346 del Código Procesal, sin que puedan alegarse
válidamente en su contra los actos procesales cumplidos sin su intervención
)CNCiv., Sala A, 1994/11/25, "Megavisión Producciones S. A. c. Asociación
Argentina de Actores", La Ley, 1995-C, 401. - DJ, 1995-2-595.)
Si la declinatoria es abierta a prueba, ello revela que se le da un trámite
diferente al de la demandada principal, esto es que, con la excepción se abre
una instancia que deja en suspenso a la principal, mientras no fuera deducida
la cuestión de competencia introducida por el demandado. Por lo que en cuanto
al plazo de caducidad es aplicable el art. 310, inc. 2° del Código Procesal
(CNCiv., Sala C, 1982/10/21, La Ley, 1983-B, 96).
Ahora bien, ante la excepción de incompetencia planteada y
debidamente notificada, el magistrado interviniente debe expedirse acerca de
dicha defensa, admitiéndola o desestimándola, y no inhibirse habiendo
transcurrido la etapa procesal para hacerlo (CNCiv., Sala B, 1995/03/03, "Arias,
Ana T. y otros c. González, Gabriel L. y otros", ED, 167-40).
También hay que considerar que, si el demandado no opusiera la
excepción de incompetencia y el tribunal tratara de oficio la cuestión, ello no
empece a la validez de la declaración de incompetencia, en tanto se encuentre
en juego la competencia federal, indisponible para las partes y que presenta los
de un impedimento que atañe a la forma en la cual la Constitución Nacional
distribuye las posibilidades jurisdiccionales de la Nación y de las provincias. De
tal modo, siempre está presente la oportunidad para restablecerla en su
regularidad, aun de oficio (CNCiv., Sala H, 1996/04/18, "Zeneca S.A.I.C. c.
Vázquez, Arnaldo N. y otros", La Ley, 1996-D, 364).
De igual modo, aun cuando el tratamiento de la excepción de
incompetencia es previo al de cualquier otra defensa, la ausencia de
cuestionamiento por parte del excepcionante y el consentimiento del dictado de
la resolución que la resuelve, importan claramente el desistimiento tácito de la
declinatoria, por virtud de la admisión de la competencia que aquella actitud
presenta (CNFed. Civ. y Com., Sala I,1986/03/31, "Asturi, Felipe M. c. Gobierno
nacional -Adm. Inmb. Fiscales", La Ley, 1987- A, 57 - ED, 122-191).
2. Trámite de la inhibitoria
La inhibitoria se justifica, antes que por una cuestión de defensa de la
competencia, por la necesidad de resguardar el principio de acceso a la
justicia. De este modo, en un país tan vasto como el nuestro, se evita el
desplazamiento innecesario de las partes hacia lugares lejanos de sus
domicilios.
Esta es una regla reconocida por la gran mayoría de los ordenamientos
procesales de provincia, que como en el código federal, establece su
interposición como excepción de incompetencia, de previo y especial
pronunciamiento.
La diferencia con la declinatoria está en que el planteo se realiza ante el
Juez que se considera competente, es decir, ante el magistrado de extraña
jurisdicción. Quien lo peticiona, debe solicitar que se libre oficio al Juez donde
esta radicado el proceso con el fin de que éste se inhiba de continuar actuando
y remita el expediente.
Cuando los tribunales de una jurisdicción se inhiben por entender que el
conocimiento de la causa toca a los jueces de otra, no pueden estar obligados
a remitirla al tribunal competente de acuerdo con el derecho procesal de esta
última sede judicial, cuya interpretación y aplicación es ajena a los jueces de la
primera. Por tanto, y dado que el correcto planteamiento de una negativa
cuestión de competencia supone que los magistrados intervinientes se la
atribuyan recíprocamente, corresponde que si el Juez en lo Penal de Morón
que entiende que el conocimiento de la causa toca a otro magistrado de ese
departamento judicial se la remita, pero no devuelva los autos al Juez de
Sentencia de la Capital (CS, 1978/08/15, "Contossich, Jorge J. y otros", Fallos,
300:884).
El plazo para deducir la inhibitoria es el de oponer excepciones, es decir,
dentro de los diez primeros días otorgados para la contestación de la demanda;
pero en los procesos sumarísimos, coincide con el plazo para contestar la
pretensión.
Por ello, si entre la citación como tercero de quien promueve contienda
de competencia y el planteo de ésta por el citado transcurrió con exceso el
plazo para contestar la citación -y aun, en su caso, la demanda-, se ha
producido una prórroga tácita de jurisdicción, resultando en consecuencia,
tardía la inhibitoria promovida (CS, 1982/04/29, "Mora, Ceferino", Fallos,
304:578).
El planteo de contiendas de competencia es improcedente cuando, por
causa sólo imputable a quien promueve el incidente, el pedido de inhibitoria
llega a conocimiento del juzgado requerido de incompetencia cuando la
sentencia está ya dictada y consentida. Pero tal jurisprudencia no resulta
aplicable al caso, pues el planteo de una cuestión de competencia por
inhibitoria ante el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil, Comercial y Laboral
de El dorado, provincia de Misiones, cuando no cabe atribuir a exclusiva culpa
del incidentista la demora observable, y que tampoco estaba vencido, cuando
se presentó el oficio inhibitorio en la Capital Federal el plazo de seis días para
apelar que establece el art. 116 de la ley ritual del fuero (CS,1984/08/23, "Alto
Paraná, S. A. c. D'Amico, Juan C.", ED del 22/11/84, p. 2).
Hay supuestos especiales como el juicio ejecutivo, que admite deducir
las cuestiones de competencia en el plazo para oponer excepciones, aunque
éstas se resuelven en la sentencia; y los procesos sucesorios que hacen
coincidir el plazo con el que se otorga para comparecer espontáneamente.
En tal sentido, el heredero que se presenta al sucesorio iniciado, tras la
publicación de edictos, y no plantea la declinatoria, no puede hacerlo con
posterioridad, sin importar las reservas que al efecto hubiera hecho.

Planteamiento y decisión de la inhibitoria


Art. 9º -- Si entablada la inhibitoria el juez se declarase competente, librará oficio o
exhorto acompañando testimonio del escrito en que se hubiere planteado la cuestión, de
la resolución recaída y demás recaudos que estime necesarios para fundar su
competencia.
Solicitará, asimismo, la remisión del expediente o, en su defecto, su elevación al tribunal
competente para dirimir la contienda.
La resolución sólo será apelable si se declarase incompetente.

1. Recaudos para la declaración de competencia en la inhibitoria


La presentación de la acción inhibitoria que deduce el interesado ante el
Juez que considera competente, debe ser fundada e ir acompañada de una
síntesis de los antecedentes de la causa donde se encuentra originariamente
radicada.
Algunos ordenamientos locales exigen que entre los antecedentes
necesarios para considerar el planteo se agregue copia de la demanda, y de
las principales actuaciones.
Según Clemente Díaz, el planteo debe reunir las condiciones
elementales de la individualización del interesado, determinación del lugar de
radicación de la demanda, fecha de la notificación, razones en que funda la
competencia del Juez y la petición de que, declarándose competente, el Juez
se dirija mediante oficio o exhorto, según corresponda, al Juez de la demanda
para que remita el expediente. A todo ello, agrega Fenochietto, se sumará la
cédula de notificación y las copias de la demanda o ejemplar del diario en que
se publicaron los edictos (Instituciones de Derecho Procesal Civil, tomo II-B,
editorial Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1972, pág. 833; Fenochietto, ob. cit.,
tomo I, pág. 77).
Si bien el código no lo menciona, en forma previa a resolver, deberá
requerir dictamen del agente fiscal (art. 119, inciso 4º, Ley 1893).
También, se ha de realizar el examen de legitimación que debe acreditar
quien pretende la declaración de competencia, lo cual se prueba con la calidad
de demandado en el proceso originario.
Asimismo se encuentra vigente el plenario de la Ex Cámara Civil y
Comercial especial en lo civil y comercial, según el cual, para tener por
planteada una cuestión de competencia es necesario que el Juez que la
promovió tome conocimiento y decida si insiste o no en su posición anterior
(1976/04/22, La Ley 1976-C, 6).

2. Consecuencias del rechazo de la inhibitoria


Denegado el planteo propuesto por inhibitoria, corresponderá al Juez
ordenar el archivo de las actuaciones; en caso contrario, quien admite su
incompetencia debe continuar entendiendo en los recursos que contra esa
declaración se susciten, toda vez que, al no estar consentida esa inhibitoria, el
otro magistrado aun no tiene la radicación definitiva.
Conviene recordar que, cuando los tribunales de una jurisdicción se
inhiben por entender que la competencia le corresponde al requirente, no
pueden estar obligados a remitir la causa al tribunal competente de acuerdo
con el derecho procesal de esta última sede judicial, cuya interpretación y
aplicación es ajena a los jueces de la primera (CS, 1978/08/15, Fallos,
300:884).
Luego, si la inhibitoria se rechaza, tolera el recurso de apelación, el que
se podrá conceder en relación y con efecto suspensivo (art. 243, tercer
párrafo).

Trámite de la inhibitoria ante el juez requerido


Art. 10. -- Recibido el oficio o exhorto, el juez requerido se pronunciará aceptando o no la
inhibición.
Sólo en el primer caso su resolución será apelable. Una vez consentida o ejecutoriada,
remitirá la causa al tribunal requirente, emplazando a las partes para que comparezcan
ante él a usar de su derecho.
Si mantuviese su competencia, enviará sin otra sustanciación las actuaciones al tribunal
competente para dirimir la contienda y lo comunicará sin demora al tribunal requirente
para que remita las suyas.

1. Trámite
Fue señalado que el agente Fiscal debe intervenir, y tras su dictamen, el
Juez deberá resolver. La etapa probatoria es facultativa, pero no autoriza a
quien pretende la declaración de competencia, dejar de ofrecerla.
Las consecuencias de la decisión adoptada son las siguientes: a) se
concede la inhibición; b) se rechaza la pretensión.
En el primer caso no hay conflicto de competencia, y la resolución es
apelable por el actor, que en definitiva, es el único interesado en una sentencia
contraria.
Pero consentida o ejecutoriada la resolución que hace lugar a la
inhibitoria, el juez debe remitir la causa al tribunal requirente y, al mismo
tiempo, emplazar a las partes para que comparezcan ante este último.
La norma no establece el plazo, el cual puede quedar al arbitrio del Juez,
aunque la prudencia aconseja no extender más allá de cinco días, con las
ampliaciones de plazo del art. 158.
En el caso de que el juez requerido insista en su competencia, y en
consecuencia, no acepte la inhibición deberá enviar el expediente al tribunal
jerárquicamente superior para que dirima la contienda.
La Corte Suprema carece de facultades jurisdiccionales para dirimir
conflictos entre tribunales de una misma provincia en situaciones que no
exceden el ámbito normativo local y cuya solución, en cuanto importa
determinar por el Superior Tribunal de Justicia de aquélla, el alcance de su
competencia, pone fin a un artículo procesal no susceptible de modificarse a
través del recurso extraordinario.

2. Revisión ulterior
Los autos que resuelven cuestiones de competencia no constituyen
sentencias definitivas a los efectos del recurso extraordinario, en tanto no
medie denegatoria del fuero federal, ni una efectiva privación de justicia. (Del
voto en disidencia de los doctores Caballero y Belluscio) (CS, 1987/10/08,
"Firmenich, Mario E.", La Ley, 1987-E, 311.).
Por eso, no procede el recurso extraordinario contra las resoluciones
dictadas en materia de competencia que no importan desconocer un específico
privilegio federal. Así ocurre cuando se atribuye competencia a la justicia
federal y no a la provincial para conocer del juicio iniciado por el vecino de una
provincia contra una sociedad que tiene domicilio legal en la Capital y asiento
principal de sus negocios en esa provincia (CS, 1976/12/14, "Suárez, Luis J. c.
Salvia, S. A.", Fallos, 296:610)

Trámite de la inhibitoria ante el tribunal superior

Art. 11. -- Dentro de los cinco días de recibidas las actuaciones de ambos jueces, el
tribunal superior resolverá la contienda sin más sustanciación y las devolverá al que
declare competente, informando al otro por oficio o exhorto.
Si el juez que requirió la inhibitoria no remitiere las actuaciones dentro de un plazo
prudencial a juicio del tribunal superior, éste lo intimará para que lo haga en un plazo de
diez a quince días según la distancia, bajo apercibimiento de tenerlo por desistido de su
pretensión.

1. Conflicto positivo de competencia


Cuando la cuestión de competencia se plantea entre dos jueces que
ratifican su jurisdicción para actuar en un proceso determinado, ocurre el
llamado conflicto positivo de competencia, que debe ser resuelto por el órgano
común jerárquicamente superior.
En estos casos, las partes no pueden participar en la contienda, pues
ella se suscita entre jueces.
Claro está que la distribución de la competencia entre los magistrados
ordinarios de a l s provincias es ajena a la garantía de los jueces naturales y
depende sustancialmente de la ley que rige la materia (CS, 1977/05/20,
"Cofryel, S. R. L. c. Municipalidad de Villa Regina", Fallos, 297:535).

2. Intervención de la Corte Suprema


Los jueces no están autorizados para suscitar conflictos de competencia
con las Cámaras de que dependan a raíz de sanciones disciplinarias aplicadas
por aquéllas en ejercicio de atribuciones de superintendencia (CS, 1978/03/07,
"Russo, Leopoldo", Fallos, 300:180).
Ahora bien, cuando no existe un órgano común para decidir en el
conflicto de competencia, y ella no se suscita entre jueces locales, corresponde
intervenir a la Corte Suprema de Justicia de la Nación, conforme lo dispone el
art. 24 inciso 7º del decreto/ley 1285/58.
Pero, si la cuestión se resuelve por el superior, ese pronunciamiento
dirimente no constituye sentencia definitiva a los fines del recurso de
inaplicabilidad de ley (arts. 288 y 289, Código Procesal), por cuanto la instancia
continúa expedita (CNCom., Sala A, 1996/02/23, "Cardini, Ignacio A. c. Calera
Villegas S. R. L.", La Ley, 1996-C, 610.).
Asimismo, las resoluciones dictadas en materia de competencia no dan
lugar a recurso extraordinario cuando no se invoca denegatoria del fuero
federal (CS, 1978/07/20, "Carlucci, Nedo c. Martín, Eduardo", Fallos 300:831).

Substanciación.

Art. 12. -- Las cuestiones de competencia se sustanciarán por vía de incidente. No


suspende el procedimiento, el que seguirá su trámite por ante el juez que previno, salvo
que se tratare de cuestiones de competencia en razón del territorio.

1. Trámite incidental
La reforma que se introduce en la norma seguramente dará mayor
celeridad al trámite y solución de los conflictos de competencia.
En efecto, se deja en claro que las cuestiones de competencia deberán
tramitar como incidentes y no suspenderán al expediente principal.
De este modo, la continuidad de los plazos es la regla, circunscripta al
ámbito territorial donde el código se aplica; pero también proyecta su efecto
sistémico sobre el art. 193 que no fue considerado, pero habrá que concordar
(cfr. Falcón, Enrique, Reformas al Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación, editorial Rubinzal Culzoni, Buenos Aires, 2002, pág. 65).
Contienda negativa y conocimiento simultáneo

Art. 13. -- En caso de contienda negativa o cuando dos o más jueces se encontraren
conociendo de un mismo proceso, cualquiera de ellos podrá plantear la cuestión de
acuerdo con el procedimiento establecido en los arts. 9º a 12.

1. Conflicto negativo de competencia


Es menester recordar que hay conflicto negativo de competencia cuando
los magistrados que intervienen niegan la jurisdicción que se les atribuye,
rechazando oportunamente la respectiva radicación.
Se ha dicho, también, que cuando los tribunales de una jurisdicción se
inhiben, por entender que el conocimiento de la causa le corresponde a los
jueces de otra, no pueden estar obligados a remitirla al tribunal competente de
acuerdo con el derecho procesal de esta última sede judicial, cuya
interpretación y aplicación es ajena a los jueces de la primera (CS, 1978/08/15,
Fallos, 300:884).
No hay conflicto negativo si alguno de los jueces no se ha declarado aun
competente, o haya consentido con sus propios actos o decisiones la
radicación del expediente.
Puede suceder que una causa se radique ante una jurisdicción
cualquiera, las partes consientan y el tribunal lo admita, a pesar de existir una
cláusula compromisoria donde queda establecido que ante la hipótesis de
controversia, la cuestión se debía someter a árbitros. Esta situación fue
resuelta por la Cámara Federal Civil y Comercial, en pleno, otorgando
jurisdicción y competencia a los magistrados (CFed.CC, en pleno, 1978/03/07,
La Ley, 1978-B, 212).

2. Decisiones sobre competencia


La Corte Suprema tiene dicho que en las contiendas negativas de
competencia entre tribunales inferiores, el asignar el conocimiento de la causa
supone dar competencia a quien la tiene, inclusive, aunque no haya intervenido
en la contienda (CS, 1993/05/04, La Ley, 1993-E, 160).

CAPITULO III -- Recusaciones y excusaciones

Recusación sin expresión de causa


Art. 14. -- Los jueces de primera instancia podrán ser recusados sin expresión de causa.
El actor podrá ejercer esta facultad al entablar la demanda o en su primera prese ntación;
el demandado, en su primera presentación, antes o al tiempo de contestarla, o de oponer
excepciones en el juicio ejecutivo, o de comparecer a la audiencia señalada como primer
acto procesal.
Si el demandado no cumpliere esos actos, no podrá ejercer en adelante la facultad que le
confiere este artículo.
También podrá ser recusado sin expresión de causa un juez de las cámaras de
apelaciones, al día siguiente de la notificación de la primera providencia que se dicte.
No procede la recusación sin expresión de causa en el proceso sumarísimo, en las
tercerías, en el juicio de desalojo y en los procesos de ejecución.

1. El desplazamiento de la competencia sin expresión de causa


La recusación sin causa es una de esas instituciones procesales que
tiene dividida la opinión doctrinaria. Muchos la aceptan, otros -como en nuestro
caso- la rechazamos porque significa una dilación inútil del proceso.
Es cierto que tiene por objeto ofrecer garantías de imparcialidad en el
desarrollo de la litis, y que por eso se prefiere a la eventualidad de utilizar el
mecanismo como un medio para obtener injustificadamente la demora del
proceso.
En este aspecto, la recusación sin expresión de causa, está dirigida a
proteger el derecho de defensa del particular, pero con un alcance tal que no
perturbe el adecuado funcionamiento de la organización judicial buscando el
equilibrio tanto del interés particular como el interés general que puede verse
afectado por el uso inadecuado de este medio de desplazamiento de la
competencia de los jueces que deben entender en el proceso.
La recusación se acuerda a los litigantes de una manera restrictiva, pero
esta excepcionalidad únicamente asienta en el tiempo disponible para su
deducción.
Dado que la recusación sin causa es un derecho instituido en el
exclusivo interés de las partes, es válida su renuncia por vía contractual
(CNCiv., Sala A, 1997/06/04, "Banco Río de La Plata S.A. c. Museri, Salomón
C. y otro", La Ley, 1998-B, 926, J. Agrup., caso 12.544).
Así se reconoce en el plenario que indica la improcedencia de la
recusación sin causa deducida por el demandado, derecho al que había
renunciado según una cláusula del contrato de mutuo hipotecario, si de la
presentación del actor surge su decisión de prevalerse de la estipulación
otorgada en su exclusivo interés (CNEsp.Civ. y Com. en Pleno, 1981/02/26,
"Previmar, S. A. Coop. Argentina de Ahorros y Préstamo para la Vivienda c.
Racedo, María del Carmen y otro", La Ley,, 1981-B, 241).
Por eso, debe entenderse abdicada la facultad de desconocer la
cláusula por la que ambas partes se habrían privado de la facultad de recusar
sin causa, si quien invoca el carácter de locador consiente la providencia
dictada como consecuencia de la recusación incausada deducida por quien ha
sido demandado en calidad de locatario, circunstancia que implica que aquél
no quiso prevalerse de la renuncia anticipada efectuada por el supuesto
inquilino en el contrato (CNCiv., Sala A, 1998/02/16, "Di Maio, Nicolás c.
Barresi, Telma", La Ley, 1998-F, 132).
En suma, se puede desplazar la competencia hacia el juez siguiente, sin
expresar las causas de oposición a que ante ese magistrado se radique el
expediente, en los tiempos siguientes:
a) dentro del quinto día de conocer el juzgado asignado
b) pero si el sorteo habitual en nuestro sistema local (no federal) se
practica para la mediación previa, el plazo comienza a contarse
desde que se promueve la demanda, o en su caso, la primera
presentación, que supone cualquier actuación anterior al escrito de
constitución de la litis, como pueden ser diligencias preliminares o
medidas cautelares.
c) El demandado también debe hacerlo en su primera presentación, sea
al contestar la demanda, oponer excepciones o contestar vistas
anteriores a aquella, o presentarse directamente ante el juzgado
interviniente.
d) Tratándose de Juez de Alzada, la recusación se debe realizar al día
siguiente de la notificación de la primera providencia que se dicte.
La Jurisprudencia coincide en esta guía. La recusación sin expresión de
causa debe deducirse, en cuanto a la actora, al entablar la demanda o en su
primera presentación y el demandado debe ejercer esta facultad en su primera
presentación antes o al tiempo de contestar la demanda, o de oponer
excepciones en el juicio ejecutivo o de comparecer a la audiencia señalada
como primer acto procesal para esta parte (CNCiv., Sala A, 1990/09/25, "Peso
de Carranza c. Carranza", La Ley, 1992-D, 636, J. Agrup., caso 8136.)
Siendo la recusación sin expresión de causa de carácter excepcional y
de interpretación restrictiva, debe hacerse valer en la primera intervención en el
juicio, interpretándose como tal al escrito inicial. En cuanto al accionado, éste
pierde el derecho a oponerla cuando vence el plazo para la contestación de la
demanda (CNCiv., Sala A, 1992/03/20, "El Mirador soc. en com. por accs. c.
Fábrica Rioplatense de Tejidos S. A.", La Ley, 1992-D, 636, J. Agrup., caso
8135).
La recusación sin causa es extemporánea si el nuevo expediente por
razones de conexidad, tramita ante el mismo tribunal y el recusante consintió la
actuación del titular (CNCiv., Sala F, 1979/08/01, "Obra Social Superco c.
Fernández Haydée B.", La Ley, 1979-D, 533).
Del art. 14 del Código Procesal surge que la recusación sin expresión de
causa es un acto autónomo, y como tal ha de surtir efecto con prescindencia de
lo que pueda ocurrir con el escrito de contestación de la demanda. Por lo tanto,
el hecho de que aquélla haya sido planteada en la misma pieza no autoriza a
concluir que, desglosada la presentación por haberse omitido acompañar las
copias correspondientes, deba privarse de eficacia a tal acto, máxime si se
tiene en cuenta que no se requiere para su deducción la agregación de copia
alguna (CNFed. Civ. y Com., Sala II. 1997/08/26, "Aerolíneas Argentinas S. A.
c. Agencia Aeromisiones S. A. y otros", La Ley, 1997-E, 1043 (39.911-S)
2. Legitimación para recusar sin causa
Solo puede recusar quien es o será parte en el proceso, razón por la
cual quien no tiene esa calidad, ni puede acreditar la representación de ellas,
carece de legitimación para hacerlo.
En principio cabe señalar que no procede la recusación sin causa
deducida por quien no es demandado nominativamente y que pretende se
sustancie el pleito como derecho habiente del destinatario de la acción, si el
actor se opone a considerarlo como sujeto del mismo (CNCiv., Sala B,
1993/06/08, "Torres de Traviesas c. Traviesas", La Ley, 1994-A, 549, J. Agrup.,
caso 9532).
La interpretación es siempre restrictiva, pero no impide flexibilizar el
criterio cuando se puede acreditar sumariamente el carácter o interés que le
permita solicitar el apartamiento de la causa del magistrado que interviene.
El fundamento de la inclusión dentro del ordenamiento jurídico procesal
de la recusación sin expresión de causa lleva a concluir que su interpretación
ha de ser excepcional. De ahí, como sólo puede ejercerse respecto de la
persona de los jueces, si el juicio va a tramitar por ante al juzgado donde la
actuación del titular había sido consentida por la demandada, la recusación
debe ser considerada extemporánea en o l s términos del art. 14 del Código
Procesal.
Por ello, se ha resuelto que cuando el proceso tramita por razones de
conexidad ante el mismo tribunal y el recurrente consintió en el expediente
conexo, la actuación del titular, ha perdido la oportunidad de recusar sin
expresión de causa (CNCiv., Sala C, 1980/08/05, "Monrabal de Lore, Laura c.
Lore, Norberto", La Ley, 1980-D, 399.
La condición de parte impide al abogado, por su propio derecho, recusar
sin causa, pues en todo caso, existirá respecto a él alguna causal de
excusación o recusación que permita el desplazamiento de la competencia,
pero nunca recusar sin causa si no se es parte.
En consecuencia, no corresponde el ejercicio del instituto de la
recusación sin causa a quien no ha sido nominativamente demandado ni ha
invocado el carácter de representante de la sociedad accionada ( CNFed. Civ.
y Com., Sala II, 1979/08/14, "Olam, Coop. de seguros c. The World Auxiliary
Insurance Corporation", La Ley, 1979-D, 332)

3. Sujeto recusado
Solo se recusan jueces, nunca tribunales o radicaciones en tal o cual
juzgado.
La recusación sin causa sólo puede ejercerse respecto de las personas
de los jueces, de modo tal que, si como en el presente, el juicio va a tramitar
por ante el juzgado donde la actuación del titular había sido consentida por la
demandada en una medida preliminar, forzosamente se concluye en que la
recusación resulta extemporánea en los términos del art. 14 del Código
Procesal (CNCiv., Sala F, 1979/08/01, " Obra social Superco c. Fernández,
Haydée B.", La Ley, 1979-D, 533).
Desde este punto de vista, se ha declarado que si en la fecha en que se
dedujo la recusación si causa el juez titular del juzgado estaba cumpliendo
regularmente sus funciones, la recusación debe entenderse dirigida contra él y
no contra el magistrado que días después lo suplió transitoriamente y proveyó
el escrito de recusación (CNCiv., Sala A, 1964/03/12, La Ley, 116-789).
Se ha observado el art. 109 del Reglamento para la justicia nacional, si
admitida la recusación sin expresión de causa de uno de los vocales de la sala
no era obligatoria la integración del tribunal conforme lo dispuesto por el art. 31
del decreto-ley 1285/58 y su concordante del Reglamento para la justicia
nacional en lo Civil, (conf. art. 2°), pues existía coincidencia en la solución de
la litis y constituían mayoría absoluta los restantes integrantes de la sala
(CNCiv., Sala F, 1982/10/05, "D'Arco, Rodolfo M. y otra c. Frade, José y otra",
La Ley, 1983-B, 181).
El cambio de jueces de un mismo juzgado no hace renacer el derecho
de recusar sin causa y contra el reemplazante sólo cabe de recusación con
causa (CNCiv., Sala C, 1984/05/28, "P. de P., P. E. c. P., J. A.", La Ley, 1984-
C, 382 - ED del 22/7/84, p. 8).
En los procesos universales no procede la recusación sin causa, pues
las razones de orden público que inspiran los concursos y la prevalencia de las
normas falimentarias frente a las procesales impiden tal articulación (CNCom.,
Sala A, 1996/05/29, "Molinari, Cristina O. s/ pedido de quiebra por: Luchinsky,
Rubén", La Ley, 1997-A, 228 - DJ, 1997-1-564).

4. Recursos contra la decisión


Formulada la recusación sin expresión de causa, el juez recusado debe
desprenderse inmediatamente del conocimiento del proceso y remitirlo al juez
que le sigue en el orden del turno, dentro del plazo fijado por la ley, no
pudiendo, bajo pena de nulidad, producir actuación alguna en el expediente,
como no sea proveer sobre la recusación.
Sin embargo, a pesar de la claridad ordenatoria que tiene la disposición
procesal, también se puede rechazar la pretensión, en cuyo caso la resolución
que desestima la recusación sin causa en juicio sumario o sumarísimo es
apelable pues produce un gravamen que puede menoscabar el derecho de
defensa del recurrente (CNCiv., Sala E, 1995/12/12, "Gamboa, Hugo N. c.
Consorcio de Propietarios Paraguay 631/44", La Ley, 1997-D, 825 (39.606-S).
La resolución que deniega la recusación sin causa, por ser dictada sin
sustanciación previa, es una providencia simple, susceptible de causar agravio
irreparable al interesado, razón por la cual cabe su impugnación por medio de
recursos de revocatoria y apelación (CNCiv., Sala E, 1997/08/05, "Sigal, Gloria
N. c. Abate, Oscar D.", La Ley, 1998-B, 265).

5. Consecuencias
La mera circunstancia de declararse la improcedencia de la excepción
opuesta no es determinante, por sí sola, para la imposición de una multa.
Tampoco la recusación sin causa del juez puede ser entendida como una
conducta dilatoria en tanto importa del ejercicio de una facultad procesal
(CNCom., Sala C, 1978/09/22, "Telavión, S. R. L. c. Ferreira, José", La Ley,
1979-B, 86).
La jurisprudencia ha dicho, ocasionalmente, que tratándose de un
proceso cautelar debe admitirse la recusación, pues si se acepta para las
diligencias preliminares, con mayor razón habrá de tolerarse tratándose de un
proceso cautelar, sin que obste a lo expuesto la falta de autonomía del proceso
precautorio, desde que -aun con esa limitación, que es meramente teleológica-,
el juez toma en él conocimiento, si bien superficial y periférico, de importantes
aspectos de la cuestión de fondo a plantearse en la litis principal a la cual aquel
proceso tiende (CNCom., Sala C, 1975/08/21, La Ley, 1976-A, 484).

Límites

Art. 15. -- La facultad de recusar sin expresión de causa podrá usarse una vez en cada
caso. Cuando sean varios los actores o los demandados, sólo uno de ellos podrá
ejercerla.

1. Límites de la recusación sin causa


La recusación sin causa solo se puede articular una vez en el proceso,
de modo tal que si resurgieran motivos para repetirlo, el pedido de recusación
deberá ser fundado y con expresa mención de la causa que la origina.
Cuando existe pluralidad de sujetos en calidad de actores o
demandados, estos no pueden en forma individual y sucesiva deducir la
recusación sin causa.
Se ha dicho que la recusación sin expresión de causa puede utilizarse
"una vez en cada caso", siendo así, la facultad no puede renacer ante la
intervención de un nuevo juez, sea por haber sido designado en sustitución del
anterior, sea como consecuencia de la excusación o de la recusación con
causa de este último (C. Civ. y Com. Junin, 1984/10/03, "Martínez de Cañete,
Inés, suc.", La Ley, 1985-D, 562 (36.961-S), - ED, 114-177).

Consecuencias

Art. 16. -- Deducida la recusación sin expresión de causa, el juez recusado se inhibirá
pasando las actuaciones, dentro del primer día hábil siguiente, al que le siguen el orden
del turno, sin que por ello se suspendan el trámite, los plazos, ni el cumplimiento de las
diligencias ya ordenadas.
Si la primera presentación del demandado fuere posterior a los actos indicados en el
2do. párr. del art. 14, y en ella promoviere la nulidad de los procedimientos recusando
sin expresión de causa, dicha nulidad será resuelta por el juez recusado.
1. Trámite ante el Juez recusado
La recusación, con o sin expresión de causa, es de suma gravedad, toda
vez que desde el mismo momento que el juez ha reconocido y aceptado ella,
remitiendo, en consecuencia, las actuaciones a los efectos de que se
redistribuyan por la oficina correspondiente, no puede continuar interviniendo
en la causa, bajo pena de nulidad.
Cuando se recusa sin causa, el juez debe desprenderse inmediatamente
del conocimiento del proceso y remitirlo al magistrado que le sigue en el orden
del turno, dentro del plazo fijado por la ley, no pudiendo, bajo pena de nulidad,
producir actuación alguna en el expediente, como no sea proveer sobre la
recusación.
Es extemporánea la promoción del incidente de nulidad por el recurrente
si éste consintió ampliamente el funcionamiento del tribunal con los restantes
vocales a raíz de la recusación sin expresión de causa oportunamente
deducida contra el tercero; es decir que no puede tras esas actuaciones
cuestionar tal integración, cuando ha transcurrido holgadamente el plazo
previsto por el art. 170 "in fine" del Código Procesal, para tornar
temporalmente admisible su planteo (CNCiv.,Sala F, 1982/10/05, "D'Arco,
Rodolfo M. y otra c. Frade, José y otra", LA LEY, 1983-B, 181).
Por tanto, la recusación sin causa deducida juntamente con un planteo
de nulidad procesal, no produce el efecto de separar al juez del conocimiento
de los autos, ya que en esas condiciones no existe la posibilidad de establecer
si la recusación es válida o no, salvo que la nulidad alegada no influya en la
procedencia de la recusación que ha sido oportunamente deducida (CNCiv.,
Sala F, 1988/12/27, "Figueredo c. Lemsa Construcciones", La Ley, 1989-B, 470
- DJ, 1989-2-110).
El fundamento de que, cuando la procedencia de la recusación sin causa
depende de la anulación de actuaciones anteriores, las impugnaciones de
éstas deben ser resueltas por el juez recusado, es que hasta tanto no se
declare la nulidad la recusación sin causa es extemporánea.
En cierto sentido la conclusión pugna con los principios de economía y
celeridad procesal que prevé el art. 34 inciso 5º, pues se ha llegado a resolver
que como la nulidad de actuaciones priva de eficacia a todo el trámite y
declarada la misma se vuelven las cosas a su estado anterior, por ello pierde
eficacia la recusación sin causa alcanzada también por dicha nulidad, por lo
que las actuaciones debieron volver al juzgado que conocía de la recusación.
El principio de buen orden procesal, debe ceder aquí al más trascendente de
fondo que emana de los arts. 1047 y 1050 del Código Civil.
En síntesis, si la recusación se declara admisible, es nula en principio,
toda actuación posterior del Juez recusado que no sea aquella destinada a
remitir el expediente a quien le corresponde en orden de turno o secuencia
procesal.
Recusación con expresión de causa

Art. 17. -- Serán causas legales de recusación:


1. El parentesco por consanguinidad dentro del cuarto grado y segundo de afinidad con
alguna de las partes, sus mandatarios o letrados.
2. Tener el juez o sus consanguíneos o afines dentro del grado expresado en el inciso
anterior, interés en el pleito o en otro semejante, o sociedad o comunidad con alguno de
los litigantes, procuradores o abogados, salvo que la sociedad fuese anónima.
3. Tener el juez pleito pendiente con el recusante.
4. Ser el juez acreedor, deudor o fiador de alguna de las partes, con excepción de los
bancos oficiales.
5. Ser o haber sido el juez autor de denuncia o querella contra el recusante, o
denunciado o querellado por éste con anterioridad a la iniciación del pleito.
6. Ser o haber sido el juez denunciado por el recusante en los términos de la ley de
enjuiciamiento de magistrados, siempre que la Corte Suprema hubiere dispuesto dar
curso a la denuncia.
7. Haber sido el juez defensor de alguno de los litigantes o emitido opinión o dictamen o
dado recomendaciones acerca del pleito, antes o después de comenzado.
8. Haber recibido el juez beneficios de importancia de alguna de las partes.
9. Tener el juez con alguno de los litigantes amistad que se manifieste por gran
familiaridad o frecuencia en el trato.
10. Tener contra el recusante enemistad, odio o resentimiento que se manifieste por
hechos conocidos. En ningún caso procederá la recusación por ataques u ofensas
inferidas al juez después que hubiere comenzado a conocer del asunto.

1. Generalidades
La recusación con causa es el remedio legal del que los litigantes
pueden valerse para separar al juez del conocimiento del juicio, si las
relaciones o actitudes de aquél con alguna de las partes, sus letrados o
representantes, o con la materia del proceso, son susceptibles de poner en
duda la imparcialidad de sus decisiones.
La finalidad de la recusación es asegurar la garantía de imparcialidad,
inherente al ejercicio de la función judicial.
La parte que encuentra un magistrado que no le inspira confianza de
imparcialidad, sólo puede hacer uso del derecho que le acuerda el art. 17 del
Código Procesal, recusando con causa, pues es excepcional la recusación sin
causa.
En suma, esta facultad le permite al litigante excluir a un juez del
conocimiento de la causa y no se refiere al juzgado, sino a la persona del juez.
En consecuencia, si antes de ser decidida, el magistrado cesa en sus
funciones, no cabe pronunciarse sobre aquélla por carecer de finalidad fáctica
(CNCiv., Sala C, 1980/06/18, "Kring, Edmundo c. Domene, Teresa", La Ley,
1980-D, 289 - ED, 89-482).
Inclusive, es nulo el pacto de renuncia anticipada a recusar con
expresión de causa al Juez que haya de intervenir en el eventual litigio, en
atención al interés público que se procura preservar.
2. Interpretación
Para apreciar la procedencia de la recusación con causa, corresponde
atender tanto al interés particular como al interés general que pueda verse
afectado por el uso inadecuado de este medio de desplazamiento de la
competencia de los jueces que deben entender en el proceso, debiendo ser
interpretada tal apreciación con carácter restrictivo (CNCiv., Sala C,
1999/08/19, "Montero, Susana D. c. Caracco, Mauricio", La Ley, 2000-B, 455 -
ED, 185-404).
Al interponer la recusación con causa es imprescindible señalar
concretamente los hechos demostrativos de la existencia de causales que
pongan en peligro la imparcialidad del juez. La invocación de las causales
constituye un acto relevante, por lo que se requiere una argumentación seria y
fundada.
Las causales de recusación son de carácter taxativo, y deben
entenderse con criterio restrictivo, por tratarse de un acto grave y
trascendental, una medida extrema y delicada (CNCiv., Sala B, 1992/06/16,
"Consorcio Ramallo 2356 c. Kamenszein", La Ley, 1993-B, 447, J. Agrup., caso
8867).
Las partes no pueden crear motivos de excusación. De lo contrario, se
corre el riesgo de que quien pretenda separar al juez natural del conocimiento
del juicio y no lo consiga por medio de la recusación con causa, por no darse
ninguno de los supuestos previstos por el art. 17 del Código Procesal lo
obtenga en forma elíptica por la excusación que él mismo pudiera provocar
(Cfr. CNCiv., Sala F, 1995/11/30, "Calomite, Alberto c. Consorcio de
Propietarios Avda. Pueyrredón 1774/78", La Ley 1996-C, 790).
Por ejemplo, se han rechazado como causales de excusación: la demora
en dictar resoluciones; el presunto mal desempeño de la función jurisdiccional;
el error de hecho o de derecho; etc.
Como ha sostenido la Corte Nacional, con la recusación se intenta
preservar la imparcialidad necesaria de los tribunales de justicia, pero a su vez,
se intenta evitar que el instituto se transforme en un medio espúreo para
apartar a los jueces del conocimiento de la causa que por la norma legal le ha
sido atribuido" (CS, 1996/04/30, La Ley, 1998-A, 711).

3. Oportunidad
La recusación con causa no es procedente cuando el juicio se encuentra
en la etapa de ejecución.
La recusación con causa debe deducirse, cuando se trata de jueces de
cámara en la oportunidad prevista por el art. 275 del Código Procesal, teniendo
en cuenta tipo de proceso y trámite que le corresponde (CNCiv., Sala D,
1997/08/08, "Rodríguez Ribas, Angel E. c. Ugacari S.A.", La Ley, 1998-B, 927,
J. Agrup., caso 12.566).
El trámite que se asigna corresponde al de los incidentes, pero la
recusación con causa no da lugar a una incidencia entre el juez y el recusante.
Este no puede formular peticiones relacionadas con el informe del art. 22 del
Código Procesal, que está dirigido exclusivamente al tribunal que debe conocer
en la recusación (CNCom., Sala E, 1996/05/14, "Roseda S. A. s/quiebra", La
Ley, 1997-A, 231 - DJ, 1997-1-562).
Planteada el incidente, se puede desistir en cualquier momento anterior
a la decisión.
Ha de destacarse que las causales de recusación y excusación que el
art. 17 señala, a excepción de los incisos 1º y 2º, todas las demás no se aplican
a los profesionales que representan o patrocinan, porque ellas están
destinadas únicamente a las partes.

4. Las causales en particular


A un juez no se le debe pedir, por principio, que se excuse, pues si hay
razones para que adopte esa decisión, no es necesario que alguien le suscite
el cumplimiento de su deber, y si no lo hace pese a existir razones
objetivamente suficientes, el camino que impone la responsabilidad profesional
es recusarlo con causa, y si el letrado no se atreve a expresarla tiene a su
disposición la recusación sin causa.
Cuando se utiliza esta herramienta y se menciona la causa por la que se
solicita el apartamiento, no se pude insistir tras el rechazo con otra causal,
pues ello implica un evidente carácter obstructivo y un manifiesto desprecio por
las decisiones de la autoridad jurisdiccional.
En una palabra, los jueces y los letrados deben actuar conforme a
derecho, lo que supone alegar, fundar y probar la causal o causales que
interponga.

4.1 Parentesco
La expresa manifestación del recusado sobre el parentesco que lo
vincula con uno de los mandatarios de la actora -de quien admite ser su
hermano-, genera la aplicación de la consecuencia prevista legalmente para el
supuesto de reconocimiento de los hechos en que la recusación se funda,
provocando el inmediato apartamiento de la causa (CS,1993/05/04, "Albariño
S. A., Pedro y otro c. Inchauspe de Ferrari, María I.", La Ley, 1993-E, 58).
Para analizar la procedencia de la recusación con causa, corresponde
distinguir la amistad que se manifiesta por la gran familiaridad o la frecuencia
de trato, de la familiaridad o frecuencia de trato que no es amistad porque, o se
trata de actos de vecindad, de simple cortesía, aproximación o conocimiento, o
de actos realizados por individuos confianzudos, o personas que desean
mostrarse frente a otros como integrantes de un círculo en el que no se les ha
dado cabida (CNCiv., Sala A, 1997/08/11, "Taboada, Oscar M. c. Bullorini,
Héctor R.", La Ley, 1997-F, 930 (39.936-S).
4.2 Interés en el pleito
Es improcedente la recusación con expresión de causa fundada en un
supuesto interés del magistrado en el pleito -art. 17, inc. 2º, Código Procesal- ,
si tal circunstancia no surge claramente de los hechos de la causa -en el caso,
se invocaron amenazas telefónicas que el recusante habría sufrido de parte del
letrado de la contraria y un empleado del juzgado actuante-, ya que las
causales de recusación deben interpretarse en forma restrictiva (CNCiv., Sala
L, 1999/11/05, "Consorcio de Prop. Avda. Figueroa Alcorta 3020 c. Nec Fraga
S. A.", La Ley, 2000-E, 64).
El interés se debe demostrar, pues las presunciones no pueden ser la
única fuente de prueba.
El plenario "Waitzel, Rodolfo P. Y otra" del 19 de febrero de 2002, de la
Cámara Nacional Federal en lo contenciosoadministrativo, señaló que no
procede aceptar la excusación de un magistrado con fundamento en el inciso
2º del art. 17 del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, en los
procesos deducidos con motivo del Decreto 1570/01, de la ley 25.561, de los
decretos de necesidad y urgencia 214/02 y 230/02 y de las demás normas
complementarias o modificatorias, toda vez que es más importante evitar la
privación de justicia que surgiría de no actuar el Juez que se excusa.
El plenario recuerda que para conjurar una situación esencialmente
similar a la que motivó el caso presente, la Corte Suprema sostuvo
(1995/10/31) en la causa "Wechsler" (Fallos, 318:2125) que la imposibilidad de
resolver la integración de un tribunal por la insuficiencia de las normas que
prevén el reemplazo de aquéllos alcanzados por las causales de excusación de
que se trate, no debe prevalecer sobre la necesidad de superar la situación de
privación de justicia que de otro modo se produciría. Un marco procesal
impreciso, se dijo, no puede suprimir la garantía constitucional de la defensa en
juicio de la persona y de los derechos que -en el caso- consiste en obtener una
decisión judicial acerca de las cuestiones controvertidas; y por eso, con apoyo
constitucional, procede encontrar una solución que atienda a esa exigencia y -
en la medida de lo posible- considere los valores que procuran preservarse
mediante las normas que rigen la excusación de los magistrados

4.3 Pleito con el recusante


Para que pueda configurarse la causal del inc. 3° del art. 17 del Código
Procesal, es necesario que el juicio se haya promovido antes de haber tomado
intervención en la causa, pues en caso contrario estaría en manos de
cualquiera de las partes crear la causal de recusación mediante el simple
arbitrio de entablar una demanda contra el juez.

4.4 Ser acreedor, deudor o fiador de alguna de las partes


El hecho de que el juez sea titular de una cuenta corriente en el banco
privado ejecutante no lo convierte en su acreedor o deudor, razón por la cual
no se configura la causal de recusación o excusación prevista en el art. 17 inc.
4º. Máxime si -como en el caso- el banco actor presta numerosos servicios por
intermedio de la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia, pues
se podría dar el caso de numerosas excusaciones hasta dar con otro
magistrado que pudiera intervenir en la causa, atentándose así contra los
principios de economía y celeridad procesal (CNCiv., Sala A, 1997/04/10,
"Banco del Buen Ayre c. Gambaro, Roberto E.", La Ley, 1997-E, 798).
Ahora bien, si la recusación se alega indicando que el magistrado tiene
deuda pendiente con alguna de las partes, ella sólo podría aseverarse si
existiera sentencia firme que condenare al juez al pago de la deuda (Cfr.
CNCiv., Sala C, 1983/06/24, "De La Serna de Inchausti Mercedes", La Ley,
1984-A, 487 (36.534-S).
Por eso tampoco es aplicable cuando un fallido invoca esta causal con
fundamento en ser el síndico acreedor de éste, toda vez que sobreviniendo la
declaración de quiebra el síndico es acreedor de la masa y no de aquél
(CNCom., Sala C, 1999/05/21. "Citrinor S. A., quiebra", La Ley, 2000-A, 450 -
DJ, 2000-2-276).

4.5 Denunciante o denunciado


El carácter de denunciante del Juez se refiere tanto a juicios penales,
como correccionales o contravencionales y alcanza, por excepción, no sólo a
las partes sino también a los abogados y procuradores. (Se admitió la
recusación con causa impetrada) (CNCiv., Sala G, 1982/12/09, La Ley, 1983-C,
254).
La causal de recusación prevista por el artículo 17 inc. 5° del Código
Procesal es improcedente, cuando ha sido interpuesta con posterioridad al
dictado de resoluciones, por parte del magistrado en un incidente de subasta
relacionado con la causa (CNCom., Sala B, 1992/02/18. "Clínica Marini S. A. s/
quiebra s/ inc. de rec. de Sircovich, Mariano D.", La Ley, 1993-B, 448, J.
Agrup., caso 8871).

4.6 Denunciado ante el Consejo de la Magistratura


Para que proceda la recusación con causa con fundamento en la causal
prevista por el inc. 6 del art. 17 del Código Procesal, es carga de los recusantes
acreditar que se ha dado curso a la denuncia efectuada por ellos ante el
Consejo de la Magistratura (CNCiv., Sala L, 1999/12/03, "García Badaracco,
Carlos E. c. Maggi, Ida M.", La Ley, 2000-D, 849 (42.802-S).
Claro está que si los magistrados recusados han formulado, con
anterioridad a la recusación, una denuncia ante el Tribunal de Disciplina del
Colegio Público de Abogados, sólo resulta indicativo de la opinión de aquéllos
con respecto al temperamento que cabría adoptar ante una circunstancia
específica; razón por la cual corresponde rechazar la recusación fundada en un
temor referente a la afectación de la imparcialidad de los magistrados dado que
por aquéllos acontecimientos no resulta procedente proyectar suposiciones
carentes de alguna verificación (CNPenal Economico, Sala B, 1999/03/12,
"Mancini, Antonio M. y otros", La Ley, 1999-D, 701 - DJ, 1999-3-292)
4.7 Abogado de alguna de las partes
Para que se considere el prejuzgamiento como causal de recusación con
causa, es necesario que éste sea expreso, recaído sobre la cuestión de fondo
a decidir en el litigio, y no existe cuando el tribunal o el juez se encuentran en la
necesidad de emitir opinión acerca de algún punto de la cuestión debatida
como cuando se decide sobre la admisibilidad o el rechazo de una medida
precautoria (CNCiv., Sala G, 1983/02/04, "K. de K., E. c. K., J.", La Ley, 1983-
B, 328).
La recusación con causa fundada "en haber emitido opinión o dictamen
o dado recomendaciones acerca del pleito, antes o después de comenzado",
no es aplicable a lo resuelto por la Corte en el fallo recaído en el mismo juicio.
Ello es así porque las opiniones emitidas por los jueces de tribunal en las
sentencias, necesarias para dilucidar los casos sometidos a su decisión, no
constituyen el prejuzgamiento que autoriza la recusación con causa, debiendo
desecharse de plano la que sobre tal base se articula (CS, 1978/04/11, "Ford
Motor Argentina, S. A. c. Gobierno nacional -Dirección Nac. de Aduanas",
Fallos, 300-380).
Se reitera este temperamento cuando se indica que debe desestimarse
como causal de recusación la opinión vertida por el tribunal en sentencias
sobre los puntos cuya dilucidación requirieron los juicios en que se las dictó. En
efecto, las opiniones emitidas por los jueces del tribunal en sus sentencias,
necesarias para resolver los casos sometidos a su decisión, no constituyen el
prejuzgamiento que autoriza la recusación con causa, debiendo rechazarse de
plano la que sobre tal base se articula (CS, 1994/06/09, "Carrmat Materiales de
Construcción S. R. L. c. Cartellone, José Construcciones Civiles S. A.", La Ley,
1995-A, 263).
La Corte insiste con el criterio al sostener que es inadmisible la
recusación que se funda en la intervención de los jueces del tribunal en un
anterior pronunciamiento propio de sus funciones legales, toda vez que las
opiniones dadas como fundamentos de la atribución específica de dictar
sentencia importa juzgamiento y no prejuzgamiento, máxime cuando -como en
el caso- la causa sólo fue agregada por cuerda sin acumular con aquella en
que se dictó sentencia, por lo que no se ha violado el art. 194 del Código
Procesal (CS, 1999/05/07, "Duhalde, Eduardo A.", La Ley, 1999-E, 48 - DJ,
1999-3-622).
El prejuzgamiento, como causal de recusación con causa, solamente se
configura por la emisión de opiniones intempestivas respecto de cuestiones
pendientes que aún no se encuentran en estado de ser resueltas, de modo que
no existe si los jueces limitaron su actuación a la resolución de una recusación
cuyos sujetos pasivos, objeto y causa son bien distintos de los que originaron el
presente incidente.
Si se admitiese que al plantearse nulidades contra los fallos de la Corte
Suprema y recusarse a sus integrantes, por clara que fuese la improcedencia
de la impugnación y la falta de causa de la recusación, el tribunal debiera ser
reemplazado por entero con conjueces desinsaculados al efecto, se vendría a
establecer un procedimiento de revisión que echaría por tierra la supremacía
de la Corte y el carácter final de sus decisiones (CS, 1984/12/20, "Brieba,
Rodolfo J.", La Ley, 1985-C, 192 - DJ, 985-41-321).

4.8 Beneficios recibidos


Por beneficios se deben comprender las atenciones y obsequios que
recibe el Juez o sus familiares directos, las que por su importancia le impidan
ejercer su función con plena independencia e imparcialidad frente a quien
realiza la dádiva y se encuentra en el proceso en calidad de parte.
Se ha dicho que no se encuentran en esta categoría las designaciones
para cargos judiciales o de otra índole, hechas por el gobierno en ejercicio de
su actividad específica, ni que cualquiera de los firmantes debe reputarse autor
personal de esas designaciones (CS, 1956/05/09, La Ley 93-71).

4.9 Amistad
Esta causal procede respecto a la parte y no con el letrado, pues de otro
modo, éste perdería la posibilidad de litigar ante cierta jurisdicción, lo que
originaría graves problemas, cuando no, una odiosa discriminación.
La amistad referida es la de intimidad o trato frecuente, y no la ocasional
o fruto de la simpatía.
Por eso, la "amistad" con el curador -en el caso no es, estrictamente, tal
sino reconocimiento por parte del magistrado de "las cualidades morales del
profesional", quien ha sido juez "honesto y recto"-, no puede justificar la
recusación con causa en virtud de la provisión del art. 17, inc. 9°, puesto que,
precisamente, el conocimiento del designado por parte del juez es lo que
bonifica su elección (CNCiv., Sala B, 1980/02/15, ED, 89-795).
Amistad y familiaridad del curador provisional con el magistrado se
relativizan en la medida que lejos de configurar un supuesto de apartamiento
del control de la causa, refuerzan la necesidad de mantenerse en la misma,
para que dicho control sea aun más directa y eficaz. Por ello la causal prevista
por el art 17, inc. 9°, configurada por el trato del curador provisional con el
magistrado recusado, que denota amistad y familiaridad, se relativiza y hace
improcedente la recusación (CNCiv., Sala A, 1991/11/28, La Ley, 1992-D, 638,
J. Agrup., caso 8156).

4.10 Enemistad, odio o resentimiento


Si todo lo relativo a la recusación con causa debe ser interpretado
restrictivamente, en esta causal se extrema el cuidado, y es sabido que, en
principio, el ejercicio de la actividad jurisdiccional, dentro de los marcos legales
pertinentes, no puede, por sí, ser expresiva de enemistad u odio (CNCiv., Sala
B, 1986/12/19, "Cozn Mitrani, Guido R. y otro c. Argencons, S. A.", La Ley,
1987-E, 473 (37.789-S).
Si bien sólo los que alegan la causal de violencia moral están en
condiciones de saber hasta qué punto aquélla afecta su espíritu e influye en el
ejercicio de su profesión y su poder de decisión libre e independiente, que en el
caso de los jueces atiende a la naturaleza de las funciones que les
corresponden, debe considerarse que la excusación, como la recusación con
causa, son de interpretación restrictiva, con supuestos taxativamente
establecidos para casos extraordinarios, pues su aplicación provoca el
desplazamiento de la legal y normal competencia de los magistrados, con
afectación del principio constitucional del juez natural (CS, 1996/04/30,
"Industrias Mecánicas del Estado c. Borgward Argentina S. A. y otros", La Ley,
1996-C, 691).
La enemistad, odio o resentimiento son causa de recusación cuando ese
estado de espíritu lo tiene el juez para con el litigante, manifestado por actos
extremos que le dan estado público (CNCiv.,Sala F, 1995/12/20, "Debeney,
Enrique E. V. M. c. Opala S. A.", La Ley, 1996-B, 737).
En tal sentido para que proceda la recusación con causa prevista en el
art. 17, inc. 10 del Código Procesal, es preciso que los hechos que la originan
reflejen inequívocamente un estado de efectivo resentimiento del juez hacia el
recusante (CNCom., Sala A, 1999/04/16, "Piccolo, Osvaldo A. c. Fornasari, Luis
R.", La Ley,1999-E, 417).
Por eso, los hechos que trasuntan indiferencia o descortesía, no bastan
por sí solos para evidenciar enemistad, odio o resentimiento, a los efectos de la
recusación con expresión de causa (CNCom., Sala B, 1991/08/10, "Noel y Cía.
S. A.", La Ley, 1992-D, 639, J. Agrup., caso 8160).
La actividad jurisdiccional, aun en caso de resultar errónea o arbitraria,
no refleja por sí la enemistad a que se refiere el inc. 10 del art. 17 del Código
Procesal para la recusación con expresión de causa (CNCiv., Sala G,
1998/03/10, "Costa, Ricardo c. Chiarelli, Juan", La Ley, 1999-D, 813, J. Agrup.,
caso 14.100).
También se afirma que es improcedente la recusación con expresión de
causa fundada en una presunta animadversión del juez hacia la persona del
recusante -art. 17, inc. 10, Código Procesal-, si éste no ha expuesto motivos
válidamente fundados que justifican su pedido -en el caso, se limitó a invocar
las amenazas telefónicas que habría sufrido de parte del letrado de la contraria
y un empleado del juzgado actuante-, ya que las causales de recusación deben
interpretarse en forma restrictiva (CNCiv., Sala L, 1999/11/05, "Consorcio de
Prop. Avda. Figueroa Alcorta 3020 c. Nec Fraga S. A.", La Ley, 2000-E, 64).
El desacierto de las decisiones judiciales, el pronunciamiento injusto de
la circunstancia de haber suscripto los magistrados resoluciones desfavorables
a una de las partes, aunque se las califique de arbitraria, no constituyen motivo
de recusación por la causal de resentimiento. Ello así, pues el remedio a la
supuesta existencia de irregularidades, defectos, vicios o desaciertos en el
trámite y en las decisiones judiciales debe buscarse en la recusación en los
recursos previstos en la ley procesal o en el procedimiento constitucional que
debe seguirse para juzgar la conducta de los jueces y no en la recusación con
causa (CNCiv., Sala F, 1996/04/30, "Círculo Yoga Swami Pranavananda y
otros c. Alcántara, Silvia B. y otros", La Ley, 1997-A, 378, J. Agrup., caso
11.278).
Oportunidad

Art. 18. -- La recusación deberá ser deducida por cualquiera de las partes en las
oportunidades previstas en el art. 14. Si la causal fuere sobreviniente, sólo podrá
hacerse valer dentro del quinto día de haber llegado a conocimiento del recusante y
antes de quedar el expediente en estado de sentencia.

1. Oportunidad procesal para recusar


Ya hemos indicado al analizar el art. 14 la oportunidad procesal para
deducir la recusación; el agregado de esta norma se refiera a las causales
sobrevinientes, las que se deben alegar dentro del quinto día de conocerla y
antes de quedar los autos para dictar sentencia.
La causal debe ser probada. Pero si ello ocurriera en el curso de una
audiencia, el acta puede servir de base documental, pero jamás ser fuente para
una recusación que suspenda provisionalmente la actuación del Juez.
No obstante, si bien el juez no puede evaluar por sí mismo la
configuración subjetiva de la causal de recusación por la que se lo acusa, ello
no impide que pueda expedirse objetivamente respecto a la falta de
oportunidad de su planteo (CNCiv., Sala A, 1997/06/24, "Banco Credit Lyonnais
Argentina S.A. c. Cohen, Salvador L. y otro", La Ley, 1998-B, 927, J. Agrup.,
caso 12.567).
Se ha resuelto que cuando el proceso tramita por razones de conexidad
ante el mismo tribunal y el recurrente consintió en el expediente conexo, la
actuación del titular, ha perdido la oportunidad de recusar sin expresión de
causa (CNCiv., Sala C, 1980/08/05, "Monrabal de Lore, Laura c. Lore,
Norberto", La Ley, 1980-D, 399).
La oportunidad procesal para recusar sin expresión de causa es de
aplicación restrictiva; no renace tal derecho por la intervención de un nuevo
juez designado en sustitución del anterior. Sólo cabe contra el reemplazante
interino la recusación con causa (art. 14, 2° párrafo, Código Procesal)
(CNFed.Contenciosoadministrativo, Sala III, 1991/09/26, "Schiappapietra, María
I. c. Estado nacional -Ministerio de Defensa", La Ley, 1992-D, 636, J. Agrup.,
caso 8130).
La oportunidad procesal para recusar a los integrantes de la Suprema
Corte de Justicia de la Pcia. de Buenos Aires, recién se configura una vez
notificado el interesado de la primera providencia que se dicta con participación
del juez comprendido en alguna de las causales de recusación previstas en las
leyes de procedimiento (SCBsAs, integrada por Conjueces, 1986/08/25,
"Reyes, Juan C. -Ac. 36.057", La Ley, 1986-E, 460.

2. Recusación del mediador


Dado que, en materia de causales de recusación y excusación de los
mediadores, el art. 18 de la ley 24.573 (Adla, LV-E, 5894) remite a las
previsiones del Código Procesal para los supuestos de recusación y
excusación de los magistrados, corresponde aplicar lo dispuesto en los arts. 14
y 18 de dicho ordenamiento procesal en lo atinente a la oportunidad del
ejercicio de tales facultades.
Por ello, resulta extemporánea la recusación con causa de la mediadora
deducida por el requirente del proceso de mediación si ha sido alegada una vez
vencido el plazo de tres días a partir de la fecha del sorteo del mediador para
entregar a éste el formulario de iniciación de la instancia de mediación (Cfr.
Juzgado Nacional de 1ª Instancia en lo Civil Nº. 99, 1997/09/15, "Temin
Parraga, Ricardo c. Temin, María I.", La Ley, 1998-C, 264).
La resolución por la que se desestimó la recusación con expresión de
causa por considerarla extemporánea, en los términos del art. 18 en
comentario, es susceptible de apelación por causa gravamen irreparable en los
términos concebidos por el art. 242 del citado cuerpo legal (CNCiv., Sala A,
1990/12/04, "Martínez, Tomás c. García Stella, Juan C.", La Ley, 1992-D, 639,
J. Agrup., caso 8163).

Tribunal competente para conocer de la recusación

Art. 19. -- Cuando se recusare a uno o más jueces de la Corte Suprema o de una cámara
de apelaciones, conocerán los que queden hábiles, integrándose el tribunal, si
procediere, en la forma prescripta por la ley orgánica y el Reglamento para la justicia
nacional.
De la recusación de los jueces de primera instancia conocerá la cámara de apelaciones
respectiva.

1. Juez competente
Sostiene el art. 124 del Reglamento para la Justicia Nacional que, en las
recusaciones y excusaciones, en las nulidades de sentencia y en situaciones
análogas, los jueces deberán desprenderse del conocimiento de los autos
enviándolos al Centro de Informática Judicial, para que se proceda a
determinar la nueva radicación de la causa mediante sorteo.
Si las recusaciones fueran interpuestas en procesos que tramitaren en
juzgados que se hallaren a cargo de un magistrado interino -dice el artículo
siguiente-, se entenderá que se refiere al juez titular, salvo que el recusante en
forma expresa manifieste lo contrario.
Si el Juez sustituto fuere titular del nuevo juzgado sorteado y la
recusación se hubiere deducido expresamente contra él, deberá procederse a
un nuevo sorteo.
Forma de deducirla

Art. 20. -- La recusación se deducirá ante el juez recusado y ante la Corte Suprema o
cámara de apelaciones, cuando lo fuese de uno de sus miembros.
En el escrito correspondiente, se expresarán las causas de la recusación, y se
propondrá y acompañará, en su caso, toda la prueba de que el recusante intentare
valerse.

1. Trámite y formalidades
Del artículo 14 del Código Procesal surge que la recusación sin
expresión de causa es un acto autónomo, y como tal ha de surtir efecto con
prescindencia de lo que pueda ocurrir con el escrito de contestación de la
demanda. Por lo tanto, el hecho de que aquélla haya sido planteada en la
misma pieza no autoriza a concluir que, desglosada la presentación por
haberse omitido acompañar las copias correspondientes, deba privarse de
eficacia a tal acto, máxime si se tiene en cuenta que no se requiere para su
deducción la agregación de copia alguna (CNFed. Civ. y Com., Sala II,
1997/08/26, "Aerolíneas Argentinas S. A. c. Agencia Aeromisiones S. A. y
otros", La Ley, 1997-E, 1043 (39.911-S).
El planteo no admite deducciones en subsidio, como sostener que de no
prosperar la defensa mi parte recusa..., pues esa actitud, además de no ser
tolerable en los términos del art. 45, supone una suerte de amenaza o coacción
intentada sobre el ánimo del Juez, que no es congruente con el respeto debido
al magistrado.
En síntesis, la recusación debe ser manifiestamente clara para evitar su
inmediato rechazo.
La recusación con causa requiere que el peticionario señale
concretamente los hechos demostrativos de la existencia de las causales,
mediante una argumentación seria y fundada y el aporte de todos los
elementos de convicción (Cfr. CNCiv., Sala C, 1995/11/14, "Stulain, Carlos N.
c. Diario Clarín", La Ley, 1996-C, 782).

2. Sustitución de jueces
El cambio de jueces de un mismo juzgado no hace renacer el derecho
de recusar sin causa y contra el reemplazante sólo cabe de recusación con
causa.
Rechazo "in limine"

Art. 21. -- Si en el escrito mencionado en el artículo anterior no se alegase concretamente


alguna de las causas contenidas en el art. 17, o la que se invoca fuere manifiestamente
improcedente, o si se presentase fuera de las oportunidades previstas en los arts. 14 y
18, la recusación será desechada, sin darle curso, por el tribunal competente para
conocer de ella.

1. Causas para denegar la recusación


El Juez a quien se plantea una causal de recusación, puede evitar el
desplazamiento de la competencia si considera que: a) no se trata de ninguna
de las causales que taxativamente enumera el art. 17; b) o la o las invocadas
no son ciertas o resultan manifiestamente improcedentes; o c) se ha planteado
la recusación en forma extemporánea.
Recordemos que las causas enumeradas en el artículo 17 son las únicas
posibles, y que no puede el recusante interpretar extensivamente el alcance
que ellas tienen.
El juicio negativo de admisibilidad con relación a la recusación planteada
se ajusta a derecho cuando, en el restringido ámbito de su competencia el
magistrado se pronunció en el sentido de la inexistencia de gravamen
irreparable que, en tanto recaudo formal, condicionaba la suerte de la apelación
deducida, sin que ello importe valoración alguna de la procedencia o mérito de
las cuestiones propuestas como objeto recursivo. Ello así, pues al ser la
recusación sin expresión de causa un remedio legal y no un mero arbitrio, debe
ser apreciada con criterio restrictivo (CNCiv., Sala A, 1995/02/08, "Serviddio,
Ana M.", JA, 1995-III-341).

Informe del magistrado recusado

Art. 22. -- Deducida la recusación en tiempo y con causa legal, si el recusado fuese un
juez de la Corte Suprema o de cámara se le comunicará aquélla, a fin de que informe
sobre las causas alegadas.

1. Informe
La recusación sustancia una incidencia de carácter contradictorio, y por
eso el juez de primera instancia, o el vocal de la Cámara de apelaciones, o en
su caso, el Ministro de la Corte Suprema (o del Superior Tribunal de la ciudad
autónoma de Buenos Aires), deben informar sobre las causales alegadas por el
recusante.
No es un traslado, propiamente dicho, porque existe deber de expedirse,
sin facultar a los jueces a dejar de contestar el pedido.
Art. 23. -- Si el recusado reconociese los hechos, se le tendrá por separado de la causa.
Si los negase, con lo que exponga se formará incidente que tramitará por expediente
separado.

1. Contenido del informe


Producido el informe, pueden ocurrir dos cuestiones. Cuando el juez
admite las causales de recusación se lo tiene por separado de la causa, y se
remiten el que resulte inmediatamente competente.
Si en cambio, niega la razón o fundamento de los motivos alegados por
el recusante, se formará incidente que tramitará independientemente del juicio
principal.

Apertura a prueba

Art. 24. -- La Corte Suprema o cámara de apelaciones, integradas al efecto si procediere,


recibirán el incidente a prueba por diez días, si hubiere de producirse dentro de la ciudad
donde tiene su asiento el tribunal. El plazo se ampliará en la forma dispuesta en el art.
158.
Cada parte no podrá ofrecer más de tres testigos.

1. Contestación
Explicado el procedimiento en conjunto la jurisprudencia ha dicho:
Deducida la recusación con causa, el juez recusado debe limitarse a
elevar el escrito de la parte con el informe previsto por este artículo, no
pudiendo pronunciarse sobre la recusación -por ser esto materia privativa del
Tribunal- no obstando a ello la circunstancia que la presentación encuadre en
el art. 21 del referido cuerpo legal (CNCiv., Sala L, 1996/09/10, "Luciani, Cecilia
M. c. Acuña, Lidia", La Ley, 1998-B, 925).
Si bien el juez no puede evaluar por sí mismo la configuración subjetiva
de la causal de recusación por la que se lo acusa, ello no impide que pueda
expedirse objetivamente respecto a la falta de oportunidad de su planteo
(CNCiv., Sala A, 1997/06/24, "Banco Credit Lyonnais Argentina S.A. c. Cohen,
Salvador L. y otro", La Ley, 1998-B, 927, J. Agrup., caso 12.567
La causal de recusación por la causal del inc. 10 del art. 17 del Código
Procesal, debe desestimarse si el juez manifiesta bajo juramento, su total
desconocimiento de los recusantes (en el caso, el camarista recusado en su
informe declaró bajo juramento no conocer a la recusante). (CNCiv., Sala C,
1983/03/08, La Ley, 1983-D, 464).
Si del informe del magistrado recusado se extrae con meridiana claridad,
que sólo se limitó a transcribir lo resuelto en la sentencia dictada en el
expediente principal y su aclaratoria sin que de modo alguno pueda extraerse
de los términos allí empleados que resolvió la cuestión pendiente relativa a la
interpretación que de ella efectúa el recusante al formular su oposición a la
ejecución promovida por los ex-profesionales de la parte demandada no
procede la recusación (CNCiv., Sala F, 1983/02/07, ED, 104-230).

2. Prueba
Cabe agregar que la recusación con causa no da lugar a una incidencia
entre el juez y el recusante. Este no puede formular peticiones relacionadas
con el informe, que está dirigido exclusivamente al tribunal que debe conocer
en la recusación.
De conformidad con lo dispuesto por los arts. 23 y 26, con posterioridad
al informe producido por el juez recusado no cabe otra actuación además de la
facultad reservada al tribunal de disponer la apertura a prueba. Lo contrario
importaría reconocer al recusante la facultad de introducir nuevas causales a
cuyo respecto el magistrado no ha sido oído, por lo que las causales
sobrevinientes deben hacerse valer por vía de una nueva recusación (CNCiv.,
Sala A, 1992/11/04, La Ley, 1993-C, 291).
La imprecisión en cuanto al material probatorio relativo al motivo de la
recusación conspira, decisivamente, contra el examen de admisibilidad que, de
cara a su conducencia o pertinencia, debe efectuar el tribunal con antelación a
la convocatoria de la audiencia del art. 61 del Código Procesal Penal, pues esta
última no tendría sentido si las diligencias indicadas fuesen inadmisibles, desde
que el debate a desarrollarse se circunscribe a la producción de estas últimas y
al informe sobre su mérito (CNCasación Penal, Sala I, 1997/03/06, "Padilla
Echeverry y otros", La Ley, 1997-B, 689).
Deducida la recusación con causa de los jueces de cámara y presentado
el informe del magistrado recusado, debe remitirse el expediente a la Oficina de
Asignación de Causas para el sorteo de la sala que debe resolver el incidente.

Resolución

Art. 25. -- Vencido el plazo de prueba y agregadas las producidas, se dará vista al juez
recusado y se resolverá el incidente dentro de cinco días de contestada aquélla o
vencido el plazo para hacerlo.

1. Resolución
Cumplidas las etapas precedentes, la notificación al Juez recusado
constituye dar la posibilidad de alegar sobre la prueba y los fundamentos de
hecho y de derecho sustanciados.
Consentida la providencia, se ha de resolver el incidente.
Las alternativas pueden ser varias: 1) el incidente se puede declarar nulo
si el procedimiento no ha seguido las instancias procesales que se indicaron en
los artículos anteriores; 2) la causal puede ser rechazada, en cuyo caso el
expediente continúa su trámite, o 3) se hace lugar a la recusación.
Se argumenta que si de las actuaciones cumplidas surge la
exteriorización de la causal de recusación oportunamente esgrimida, la
resolución adoptada debe invalidarse, puesto que la petición que motivo la
presentación no excedía el campo de lo opinable en una materia dominada por
una cierta discrecionalidad en el actuar, como es la atinente al empleo de lo
que podría sugerirse al tribunal en función de los antecedentes y circunstancias
particulares del pleito, mas la reacción que provocó la referida petición es
desproporcionada con relación a la causa y no respeta la dignidad en el trato
que el ejercicio profesional requiere. (Disidencia de los doctores Fayt y Bacqué)
(CS, 1989/09/21, "Reich de Rosenberg, Anita c. Zbar de Reich, Berta y otro",
La Ley, 1990-B, 150).
De igual modo, si ya fue resuelta en el expediente la excusación
(resolución confirmada por la alzada), sobre la misma cuestión no corresponde
plantear recusación, ya que no son dos mecanismos independientes dirigidos a
un único fin, sino que, por un lado, se permite la recusación que pueden
efectuar las partes y por otro, la excusación que es el apartamiento de oficio del
conocimiento de la causa. El mismo planteo improcedente supone una falta de
consideración por el respeto y acatamiento a los fallos judiciales. (En el caso se
rechaza "in limine") (CNCrim. Y Correc., Sala III,1980/03/11, "Fucci, Osvaldo",
BCNCyC, 980-VIII-176).

2. Recursos
El carácter definitivo de la decisión tiene distintas posturas en la doctrina.
La Corte, sin definir el criterio, sostiene en minoría que la resolución que no
hace lugar a un planteo de recusación tiene carácter definitivo aun cuando no
se pronuncie de modo final sobre el hecho imputado, pues de los antecedentes
de la causa surge que el ejercicio imparcial de la administración de justicia se
encuentra tan severamente cuestionado que el derecho de defensa
comprometido exige una consideración inmediata en tanto constituye la única
oportunidad para su adecuada tutela. (Del voto en disidencia de los doctores
Fayt y Boggiano) (CS, 1998/08/31, "Zenzerovich, Ariel F.", La Ley, 1999-F, 227,
con nota de Luis M. García).
Con otros fundamentos ha dicho que, si bien ciertas decisiones son
equiparadas a sentencias definitivas, a los efectos de la procedencia del
recurso extraordinario, ello es así en tanto traten gravámenes de imposible o
insuficiente reparación mediante la resolución final del caso. Ello no sucede con
las relativas a la recusación de los jueces o las de determinación de los jueces
que deben actuar en los procesos, pues la posibilidad de sentencia adversa es
una mera hipótesis que puede llegar a acaecer o no (del voto en disidencia de
los doctores Fayt, Belluscio y Bossert) (CS, 1998/12/22, "Massaccesi, Edgar",
La Ley, 1999-C, 105 - La Ley 1999-E, 855, con nota de Héctor Superti)
Otras veces se dice que el recurso extraordinario concedido contra la
resolución que deniega la recusación planteada por la defensa del imputado -
en el caso, fundada en que el juez podía llegar a ser parcial por acumular las
funciones de instrucción y decisión- debe ser declarado mal concedido, pues
no se dirige contra una sentencia definitiva o equiparable en los términos del
art. 14 de la ley 48. (del voto de la mayoría) (CS, 1999/08/31, "Z., A. F.", ED,
187-1284).
Las instancias inferiores sostienen que la resolución que desestima la
recusación sin causa en juicio sumario o sumarísimo es apelable pues produce
un gravamen que puede menoscabar el derecho de defensa del recurrente
(CNCiv., Sala E,1995/12/12, "Gamboa, Hugo N. c. Consorcio de Propietarios
Paraguay 631/44", La Ley, 1997-D, 825 (39.606-S).
En tal sentido, se agrega que la resolución que deniega la recusación sin
causa, por ser dictada sin sustanciación previa, es una providencia simple,
susceptible de causar agravio irreparable al interesado, razón por la cual cabe
su impugnación por medio de recursos de revocatoria y apelación (CNCiv.,
Sala E, 1997/08/05, "Sigal, Gloria N. c. Abate, Oscar D.", La Ley, 1998-B, 265).
En cambio, en la provincia de Buenos Aires con un código idéntico al
presente en estos capítulos, sostiene que la resolución de la Cámara recaída
en un incidente de recusación deducido contra el juez de primera instancia, es
irrevisable pues no está autorizada contra ella la deducción de recurso o
cuestión alguna (SCBsAs, 1981/03/31, "Chinello, Carlos B.", DJBA, 121-31)
Mientras que tribunales inferiores argumentan que la resolución que
rechaza la recusación sin causa interpuesta, si bien es una providencia simple,
es apelable en tanto y en cuanto causa un gravamen irreparable (arts. 160 y
242, Código Procesal) ya que decide un artículo en forma definitiva,
imposibilitando el ejercicio de una facultad procesal expresamente normada,
sobre la que la ley no exige la expresión o justificación de su imposición y se
encuentra comprendida en el derecho de defensa en juicio (C. Civ. y Com.
Quilmes, Sala II, 1996/10/14, "M., M. D. y otro", LLBA, 1997-754).

Informe de los jueces de primera instancia

Art. 26. -- Cuando el recusado fuera un juez de primera instancia, remitirá a la cámara de
apelaciones dentro de los cinco días, el escrito de recusación con un informe sobre las
causas alegadas, y pasará el expediente al juez que sigue en el orden del turno o, donde
no lo hubiere, al subrogante legal para que continúe su sustanciación. Igual
procedimiento se observará en caso de nuevas recusaciones.

1. Naturaleza del informe


Debe quedar en claro que el Juez recusado no se debe defender, ni
replicar. Tampoco controvierte con la parte. El incidente, en los hechos
tampoco es tal, pues se trata de una incidencia donde el magistrado ha de
producir un informe sobre la admisión o reconocimiento de la causal que la
parte le imputa como motivo para lograr el apartamiento de la competencia
original.
Planteada la recusación con causa, tampoco podrá el Juez excusarse,
porque, en todo caso, en el informe podrá reconocer los fundamentos
afirmados.
Trámite de la recusación de los jueces de primera instancia

Art. 27. -- Pasados los antecedentes, si la recusación se hubiese deducido en tiempo y


con causa legal, la cámara de apelaciones, siempre que del informe elevado por el juez
resultare la exactitud de los hechos, lo tendrá por separado de la causa.

Si los negare, la cámara podrá recibir el incidente a prueba, y se observará el


procedimiento establecido en los arts. 24 y 25.

1. Error de ubicación de la norma


Este artículo debió estar a continuación del art. 22 pues refiere
exclusivamente al trámite que se ha de continuar tras el incidente de
recusación.

Efectos

Art. 28. -- Si la recusación fuese desechada, se hará saber la resolución al juez


subrogante a fin de que devuelva los autos al juez recusado.
Si fuese admitida, el expediente quedará radicado ante el juez subrogante con noticia al
juez recusado, aun cuando con posterioridad desaparecieren las causas que la
originaron.
Cuando el recusado fuese uno de los jueces de la Corte Suprema o de las cámaras de
apelaciones, seguirán conociendo en la causa él o los integrantes o sustitutos legales
que hubiesen resuelto el incidente de recusación.

1. Observación
Esta disposición, igual que la anterior, esta mal ubicada en el diseño
procesal, pues son etapas del trámite explicado al desarrollar el art. 22, de
manera que lo dicho allí tiene exacta aplicación a las consecuencias que tiene
la recusación para un juez de primera instancia.

Recusación maliciosa

Art. 29. -- Desestimada una recusación con causa, se aplicarán las costas y una multa de
hasta pesos novecientos mil ($ 900.000) por cada recusación, si esta fuere calificada de
maliciosa por la resolución desestimatoria.

1. Conducta maliciosa
Quien reitera un planteo de recusación con causa contra el juez actuante
insistiendo en que existe la causal invocada y que fuera anteriormente resuelta
en forma adversa por la Alzada, demuestra una conducta obstruccionista, que
persigue un fin meramente dilatorio, tanto más cuanto se la deduce
antojadizamente y con deleznables fundamentos, que importan una falta contra
la autoridad y dignidad del magistrado; razón por la cual la recusación debe ser
desestimada y calificada de maliciosa en los términos del artículo 29 del
ordenamiento procesal (Gozaíni, Osvaldo A., Temeridad y malicia en el
proceso", editorial Rubinzal Culzoni, Buenos Aires, 2002).
La multa no es automática, pues exige que al ser rechazada la
recusación, se analice la conducta procesal de la parte, y si ella incurrió en
temeridad (conciencia de la propia sin razón) o malicia (comportamiento
obstruccionista).

Excusación

Art. 30. -- Todo juez que se hallare comprendido en alguna de las causas de recusación
mencionadas en el art. 17 deberá excusarse. Asimismo podrá hacerlo cuando existan
otras causas que le impongan abstenerse de conocer en el juicio, fundadas en motivos
graves de decoro o delicadeza.

No será nunca motivo de excusación el parentesco con otros funcionarios que


intervengan en cumplimiento de sus deberes.

1. Concepto general
La excusación comporta un impedimento subjetivo del magistrado que
supone la convicción de encontrarse comprendido en los supuestos del art. 30
(CS, 1979/10/02, "Mercado de Abasto de La Plata, c. Provincia de Buenos
Aires", Fallos, 301:859).
Aun cuando la fórmula en que ha sido concebido el art. 30 del Código
Procesal no impone la exigencia de una explicación detallada de los hechos o
antecedentes que motivan la excusación del magistrado, es preciso una
mínima expresión de la causal o individualización de la persona respecto de
quién existen los sentimientos y motivaciones graves de decoro y delicadeza
que llevan al remedio excepcional que la ley prevé en resguardo de la
independencia e imparcialidad de los magistrados en el ejercicio de la augusta
misión de entender y decidir los asuntos sometidos a su conocimiento (CNCiv.,
Sala A, 1992/05/27, "Cultraro Gallo Carlos Alberto c. Gallo, Teresa M.", La Ley,
1994-D, 518. (38.257-S) - ED, 149-547).
En los hechos, las causales son dos supuestos: las que constituyen un
deber para el magistrado, y las llamadas "causas íntimas" que se refieren a
algún impedimento moral para juzgar con imparcialidad. La invocación de estas
últimas es un derecho del juez, privativo de su fuero interno por prevalecer las
motivaciones subjetivas del magistrado.
La ley adopta una fórmula flexible para el derecho de abstención que,
remitiendo fundamentalmente a las motivaciones subjetivas del juez, tiende a
respetar todo escrúpulo serio que éste manifieste en orden a una posible
sospecha sobre la objetividad de su actuación.
Aun cuando la misma no impone la exigencia de una explicación
detallada de los hechos o antecedentes que motivan la excusación del
magistrado, es preciso una mínima expresión de la causa o individualización de
los sentimientos y motivaciones de decoro o delicadeza que lo llevan a adoptar
el remedio excepcional, para tener así la certeza de que no existe en el juez un
exceso de susceptibilidad tal, que lo conduzca a separarse del proceso
privando a las partes del juez natural (CNCiv., Sala A, 1994/02/08, "Lafont de
De Alberti, Cecilia y otra, suc.", La Ley, 1994-B, 311. - DJ, 1994-1-1058).

2. Oposición
La oposición a una excusación de un juez por otro juez se refiere
exclusivamente a las causales del art. 17 CPC, que tiene obligación de
expresar (art. 32), y deben ser probadas (art. 20, párr. 2°), pero no las del
inciso 2° del art. 30, que no son causales de recusación, y sólo optativas para
el juez, no necesitando -obviamente- de prueba alguna. (Del voto del doctor
Vernengo Prack) (CNCiv., Sala B, 1979/09/12, "Abravanel, Roberto S. c.
Municipalidad de Buenos Aires", La Ley, 1979-D, 328 - R. DJ, 979-14-29)

3. Oportunidad
Tratándose de una causal sobreviniente al inicio de las actuaciones, es
admisible la excusación formulada con posterioridad (CNCiv., Sala A,
1993/03/02, "Menéndez Alonso, Marcela A. c. Foglia, Virgilio L.", La Ley, 1993-
D, 325).
En este sentido, frente a una causal íntima de excusación sobreviniente
al inicio de las actuaciones, es admisible la excusación deducida con
posterioridad, en tanto y en cuanto sea menester hacer mérito del escrúpulo
respetable de los jueces fundado en razones graves (CNCiv., Sala A,
1998/12/21, "Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires c. 354 Esmeralda", La
Ley, 1999-E, 536).
Pero lo normal y habitual es que se afirme al tiempo de tomar
conocimiento de las actuaciones, esto es, cuando deba declarar la
competencia del tribunal.
La regla de todos modos es flexible, a tono con el art. 30 que no impone
la exigencia de una explicación detallada de los hechos o antecedentes que
motivan la excusación del magistrado.
Basta una mínima expresión de causa o individualización de los
sentimientos y motivaciones graves de decoro o delicadeza, que lo llevan al
remedio excepcional que la ley prevé en resguardo de la independencia e
imparcialidad de los magistrados.

4. Violencia moral
Si bien sólo los que alegan la causal de violencia moral están en
condiciones de saber hasta qué punto aquélla afecta su espíritu e influye en el
ejercicio de su profesión y su poder de decisión libre e independiente, que en el
caso de los jueces, atiende a la naturaleza de las funciones que les
corresponden, debe considerarse que la excusación, como la recusación con
causa, son de interpretación restrictiva, con supuestos taxativamente
establecidos para casos extraordinarios, pues su aplicación provoca el
desplazamiento de la legal y normal competencia de los magistrados, con
afectación del principio constitucional del juez natural (CS, 1996/04/30,
"Industrias Mecánicas del Estado c. Borgward Argentina S. A. y otros", La Ley,
1996-C, 691)
Por ello, no es suficiente para sostener la excusación la sola alegación
de la causal de violencia moral ocasionada por la reiteración de
manifestaciones vertidas por los profesionales de una de las partes que
cuestionan la imparcialidad de un magistrado, pues de lo contrario bastaría que
los justiciables recurrieran a esa actuación pertinaz para desplazar una causa
del conocimiento del juez competente (CS,mismo fallo anterior).

5. Decoro o delicadeza
El decoro representa la duda para el juez respecto de la capacidad para
juzgar imparcialmente, por relaciones con las partes, sus mandatarios o sus
letrados, según el caso, de carácter tenso, recelosas o sospechosas, basadas
en hechos anteriores determinantes de una situación de conflicto emocional no
comprendida entre las causales de excusación.
Por su parte, la delicadeza se refiere a una eventual solución que en el
futuro pudiera ser aplicable a la misma persona que se está juzgando; o juzgar
derechamente sobre cuestiones que aun deducidas por quien no es parte,
puede incidir en la imparcialidad del juez.
Sostiene la jurisprudencia que el motivo grave de delicadeza que impone
la excusación prevista en el art. 30 del Código Procesal se refiere a una
eventual solución que en el futuro pudiera ser aplicable a la misma persona que
está juzgando, o bien juzgar derechamente sobre cuestiones que, si bien
planteadas por otros, afectarían también a los juzgadores (CNCiv., Sala A,
1995/11/28, "Doppler, Máximo J., suc.", La Ley, 1996-B, 322).
La delicadeza, como causal de excusación, no tiene grados juzgables
por otro que no sea la propia conciencia del magistrado que se excusa; de ahí
que no es revisible ni recurrible por otro que el propio invocante, de cuya buena
fe, de su conflicto de conciencia, nadie puede ni tiene el derecho a dudar. (Del
voto del doctor Vernengo Prack) (CNCiv., Sala B, 1979/09/12, "Abravanel,
Roberto S. c. Municipalidad de Buenos Aires", La Ley, 1979-D, 328 - R. DJ,
979-14-29).

6. Intervención de la Corte
No corresponde a la Corte Suprema de Justicia de la Nación intervenir
en el conflicto suscitado por el rechazo de una sala de la cámara de apelación
de la decisión de otra que desestimó su excusación, pues la decisión de esta
última es la que resuelve definitivamente la cuestión (CS, 1996/04/30,
"Industrias Mecánicas del Estado c. Borgward Argentina S. A. y otros", LA LEY,
1996-C, 691).
Oposición y efectos

Art. 31. -- Las partes no podrán oponerse a la excusación ni dispensar las causales
invocadas. Si el juez que sigue en el orden del turno entendiese que la excusación no
procede, se formará incidente que será remitido sin más trámite al tribunal de alzada, sin
que por ello se paralice la sustanciación de la causa.
Aceptada la excusación, el expediente quedará radicado en el juzgado que corresponda,
aun cuando con posterioridad desaparecieren las causas que la originaron.

1. Trámite de la excusación
Las partes y sus letrados no intervienen en el trámite de excusación. El
apartamiento que decide quien asume la primera competencia solo se juzga
por quien le sigue en el orden del turno, y si éste considera que la misma es
improcedente, se formará un incidente que resolverá la Cámara de apelaciones
o el órgano jerárquicamente superior.
En ningún caso se suspenden las actuaciones principales, la que debe
sustanciarse en cuestiones formales y de procedimiento, pero sin facultar al
Juez a pronunciarse sobre cuestiones de fondo.
Si es aceptada la excusación, el expediente queda radicado en el juez
siguiente, y aunque después desaparezcan las causas que dieron origen al
desplazamiento, una vez que se ha declarado la competencia, ella queda firme
y no admite regresiones por este motivo.

Falta de excusación

Art. 32. -- Incurrirá en la causal de "mal desempeño", en los términos de la ley de


enjuiciamiento de magistrados, el juez a quien se probare que estaba impedido de
entender en el asunto y a sabiendas haya dictado en él resolución que no sea de mero
trámite.

1. Sanciones por mal desempeño


La Ley que rige la materia es la nº 24.937 modificada por la ley nº 24.939
que reglamentan los arts. 114 y 115 de la Constitución Nacional.

Ministerio público

Art. 33. -- Los funcionarios del ministerio público no podrán ser recusados. Si tuviesen
algún motivo legítimo de excusación, deberán manifestarlo al juez o tribunal y éstos
podrán separarlos de la causa, dando intervención a quien deba subrogarlos.
1. Actuación del Ministerio Público
Cuando corresponda la actuación de algún funcionario del Ministerio
Público, que deba asumir la calidad de parte -porque de otro modo no se
entiende para que hay que recusar o informar de una causa de excusación-
quien deba actuar deberá señalar al Juez o tribunal por cual de las causales del
artículo 17 se encuentra afectado, con el fin de que se resuelva su continuidad
o sustitución.

CAPITULO IV -- Deberes y facultades de los jueces

Deberes

Art. 34. -- Son deberes de los jueces:


1) Asistir a la audiencia preliminar y realizar personalmente las demás diligencias que
este Código u otras leyes ponen a su cargo, con excepción de aquellas en las que la
delegación estuviere autorizada.
En los juicios de divorcio, separación personal y nulidad de matrimonio, en la
providencia que ordena el traslado de la demanda, se fijará una audiencia en la que
deberán comparecer personalmente las partes y el representante del Ministerio Público,
en su caso. En ella el juez tratará de reconciliar a las partes y de avenirlas sobre
cuestiones relacionadas con la tenencia de hijos, régimen de visitas y atribución del
hogar conyugal.
2) Decidir las causas, en lo posible, de acuerdo con el orden en que hayan quedado en
estado, salvo las preferencias establecidas en el Reglamento para la Justicia Nacional.
3) Dictar las resoluciones con sujeción a los siguientes plazos:
a) Las providencias simples, dentro de los tres días de presentadas las peticiones por
las partes o del vencimiento del plazo conforme a lo prescripto en el artículo 36, inciso 1)
e inmediatamente, si debieran ser dictadas en una audiencia o revistieran carácter
urgente.
b) Las sentencias interlocutorias y las sentencias homologatorias, salvo disposición en
contrario, dentro de los diez o quince días de quedar el expediente a despacho, según se
trate de juez unipersonal o de tribunal colegiado.
c) Las sentencias definitivas en juicio ordinario salvo disposición en contrario, dentro de
los cuarenta o sesenta días, según se trate de juez unipersonal o de tribunal colegiado.
El plazo se computará, en el primer caso, desde que el llamamiento de autos para
sentencia, dictado en el plazo de las providencias simples, quede firme; en el segundo,
desde la fecha de sorteo del expediente, que se debe realizar dentro del plazo de quince
días de quedar en estado.
d) Las sentencias definitivas en el juicio sumarísimo, dentro de los veinte o treinta días
de quedar el expediente a despacho, según se trate de juez unipersonal o tribunal
colegiado. Cuando se tratare de procesos de amparo el plazo será de 10 y 15 días,
respectivamente.
En todos los supuestos, si se ordenase prueba de oficio, no se computarán los días que
requiera su cumplimiento.
4) Fundar toda sentencia definitiva o interlocutoria, bajo pena de nulidad, respetando la
jerarquía de las normas vigentes y el principio de congruencia.
5) Dirigir el procedimiento, debiendo, dentro de los límites expresamente establecidos en
este Código:
a) Concentrar en lo posible, en un mismo acto o audiencia todas las diligencias que sea
menester realizar.
b) Señalar, antes de dar trámite a cualquier petición, los defectos u omisiones de que
adolezca, ordenando que se subsanen dentro del plazo que fije, y disponer de oficio toda
diligencia que fuere necesaria para evitar o sanear nulidades.
c) Mantener la igualdad de las partes en el proceso.
d) Prevenir y sancionar todo acto contrario al deber de lealtad, probidad y buena fe.
e) Vigilar para que en la tramitación de la causa se procure la mayor economía procesal.
6) Declarar, en oportunidad de dictar las sentencias definitivas, la temeridad o malicia en
que hubieran incurrido los litigantes o profesionales intervinientes.

1. Interpretación conjunta de los deberes y facultades judiciales


La historia de los artículos 34, 35 y 36 es polémica para el científico del
derecho procesal, en razón de que por esta vía ha corrido el debate sobre la
diferencia entre autoridad y autoritarismo judicial.
No es este un tema advertido estrictamente por la reforma, de manera
que nada se ha modificado y las cosas siguen como hasta ahora, o serán peor.
Con ello queremos expresar que en el sistema anterior se sostenía que era
deber del Juez asistir a las audiencias de prueba bajo pena de nulidad,
mientras que ahora, solo se indica que es un deber del Juez hacer lo
establecido en los diversos incisos, pero sin sanción o consecuencia alguna
cuando haya inejecución o incumplimiento.
Una vez más se pierde la oportunidad de indicar la importancia que tiene
en el proceso civil la participación activa del Juez, controlando la regularidad de
las actuaciones, y sin afectar su imparcialidad respecto a las partes.
¿Porqué, entonces, ocuparnos aunque sea brevemente de este
problema? Porque creemos que es necesario insistir hasta el hartazgo sobre
un tema que por espinoso y trascendente no puede ser objeto de tanta
parsimonia.
El problema aparece con las potestades que tiene el Juez para
desarrollar el proceso manteniendo, en toda la instancia, los principios que
venimos comentando.
La autoridad se refleja en distintas decisiones; desde la última e
imprescindible para fortalecer la confianza en la institución, que es la ejecución
por la fuerza cuando el mandato judicial no se cumple; hasta otras menores,
como son las medidas correctivas por la inconducta procesal.
Pero también, la autoridad procesal pondera otros valores, tales como la
conducción y depuración del proceso, la investigación de la verdad, la
prudencia y equilibrio, entre otros continentes axiológicos que muestran la
complejidad del principio.
Evidentemente, la voz autoridad contrae algún riesgo interpretativo que
pasa más por lo idiomático que por la situación real afrontada. Ocurre que en la
historia del proceso civil, la figura del Juez ocupó implícitamente aspectos
políticos que el tiempo fue reciclando.
En nuestra materia es muy importante atender la función y los poderes
que el juez constitucional puede cumplimentar. Si bien, todo proceso rinde
tributo al brocárdico judex debet judicare secundum allegata et probata a
partibus, por el que observamos la natural prohibición dirigida al órgano judicial
para asumir pruebas que no fueran aportadas por las partes; también debe
atenderse que la bilateralidad, la contradicción, la sentencia y los efectos de la
cosa juzgada, en alguna manera, difieren cuando la materia versa sobre
conflictos constitucionales o derechos humanos, lato sensu.
El pasaje del proceso de manos privadas al interés público transformó la
consideración del principio de autoridad. El quid no está asentado, desde
entonces, en la mera facultad de ejecutar lo juzgado, sino en un conjunto de
atribuciones que polarizan su presentación, cual las dos caras del "dios Jano".
Ahora bien, la pregunta que corresponde hacer versa sobre la
"pertenencia" del proceso. Auténticamente, ¿resuelve conflictos personales, o
son derechos subjetivos públicos que trascienden el interés privado? y en su
caso, ¿las potestades jurisdiccionales son iguales en todo tipo de proceso?.
Procuremos algunas respuestas:
Es notoria la identificación del proceso romano con el proceso civil
moderno, siendo en esta oportunidad extralimitado observar esa injerencia. Sí,
en cambio, pueden deducirse claros principios como el de la autoridad de la
jurisdicción, el interés para obrar, la finalidad de la prueba, y el procedimiento
para afirmar dicha influencia.
En efecto, el proceso romano estaba dominado por el principio de la libre
convicción del Juez; convencimiento que para su mejor desarrollo y formación
se establecía en base a un procedimiento oral. Pero este sistema fue
lentamente desapareciendo. Con la invasión bárbara y la instauración del
proceso germano en Italia, y después en España, el modelo romano se
difuminó. A pesar de que el sistema impuesto también era de tipo oral, la base
era sacramental, invocando los juicios de Dios, más que la seguridad de la
prueba reunida.
La infiltración del germanismo en el proceso romano fue mitigado en
parte por la notable influencia de la Iglesia, dando lugar a un tipo especial que
se llamó proceso común (o romano-canónico).
La denominación se debió a que regía en cuanto no fuese derogado por
leyes especiales. Sistemáticamente se cumplía en etapas secuenciales que
dividían el proceso en ciclos que respondían a la iniciativa de las partes que, a
tal fin se expresaban por escrito.
De este modo, nuestro procedimiento se orquestó sobre la base de un
sistema escrito, tanto en la materia común como en la ejecutiva. El proceso no
tenía autonomía conceptual, se observaba como un mero orden ritual de
seguimiento al derecho conflictuado. Como tal, sólo a las partes interesaba el
contenido del litigio y en aquél, el Juez aparecía como un árbitro encargado de
dirimir la contienda sobre el recuento de la pruebas producidas.
De esta suerte de breve compilación de la historia del proceso, surgen
dos líneas que determinan en lo sucesivo el destino del derecho procesal: el
procedimentalismo, resta toda importancia al emplazamiento del proceso como
institución esencial del derecho procesal que nutre y da vida a las garantías
fundamentales que deben resguardarse en todo conflicto de intereses
suscitados ante un órgano jurisdiccional. Se otorga relevancia a la
disponibilidad de las partes tanto para ordenar el procedimiento, como para
decidir el curso de sus intereses sin participación de la voluntad estatal. El
Juez, es solamente un decisor que no se compromete con otra finalidad que no
sea aquella que las partes proponen. Por su lado el procesalismo, creó las
bases de la moderna ciencia procesal, estructurada en los tres pilares clásicos
del asentamiento de la materia: jurisdicción, acción y proceso. Cada una de
ellas destaca su interacción, de modo tal que, pensar en un esquema donde se
encuentra ausente una de estas columnas es destruir el edificio en que se
construye la teoría general. El procesalismo no atendió principalmente el
interés privado, privilegió el interés social. Procuró llegar con los poderes
deductorios otorgados al juez a la verdad real, objetiva, evitando el modelo
desigual e insatisfactorio del sistema dispositivo.
También la transformación significó satisfacer un interés privado, y el
proceso tuteló, entonces, sólo trascendencias del sujeto privado que podían o
no afectar al Estado o a toda la sociedad.
El siglo XX importa un cambio importante, sobremanera en la forma de
considerar al proceso civil como "cosa" exclusiva de partes.
La concepción social cobra fuerza a partir de la influencia constitucional
en el proceso, y del activismo que regresa hacia el Juez como director del
proceso.
La publicización eleva al litigio dentro de la esfera del derecho público, y
por él se entiende que un individuo que acude a la jurisdicción no persigue ya
solamente un interés privado sino que, por vía de la despersonalización del
derecho subjetivo y de la socialización del derecho, muda hacia un marco de
protección que considera la situación global de la sociedad.
Hoy en día esta línea directriz parece consagrada: el proceso es público,
porque aún resolviendo conflictos privados, generaliza sus respuestas dando
pautas de convivencia social.
También es cierto que el proceso actual no es una historia de batallas,
de derrotas y victorias. El epicentro de sus inquietudes se orienta hacia lo que
se ha llamado el elemento humano del procedimiento, lo que un congreso
internacional convocó como lema: hacia una justicia de rostro más humano.
Quizás tampoco sea éste el sistema más ventajoso; ni siquiera puede
asegurarse como definitivo, porque precisamente las cosas del derecho son
absolutas y permanentemente mutables, donde las mejores intenciones del
realizador llevan implícito el riesgo de lo colectivo. Tal como ha dicho Grosso
"la experiencia del hombre de derecho lo obliga a darse cuenta de su doloroso
pero también glorioso destino de perenne relatividad y mutabilidad.
La autoridad proclamada no significa quebrar el principio de neutralidad
En efecto, refiriéndonos a la neutralidad del Juez, por supuesto que no
sugerimos la imparcialidad de aquél, porque ésta es natural, propia y exigida
para el cumplimiento efectivo de la jurisdicción. La neutralidad que citamos
provoca un concepto técnico, significa decir que el Juez no interviene en forma
activa en la marcha del proceso.
De este modo, todas las etapas del procedimiento no son auxiliadas por
el tercero decisor; él sólo provee sin iniciativa, impulso, ni tipo alguno de
conducción u orientación.
El principio extrema la regla según la cual el Juez no puede actuar si no
es a pedido de parte (ne procedat iudex ex officio).
A este primer tipo de intervención suele denominarse: Juez espectador,
y desde el plano de política procesal se acuña como modelo de ideología
liberal, conforme al cual el órgano jurisdiccional debe mantenerse ajeno al
conflicto privado para situarse distante e imparcial. Sólo las partes generan y
producen la prueba que hace a la demostración de sus respectivas
informaciones sin que tenga el Juez actividad investigadora.
La neutralidad supone, a su vez, que la iniciativa pertenece a las partes
obligando la intervención judicial ante el pedimento. Más notable es la facultad
dejada al Juez de invocar de oficio los medios procesales que interesan al
orden público, y de hacer entrar así en el debate algunos de los elementos del
litigio que los litigantes se abstienen de invocar.
En las sucesivas instancias, el impulso descansa en los contendientes y
la rapidez depende de la actividad que ellos provoquen. Finalmente, la
sentencia debe fallarse con estricto ajuste a la pretensión. El Juez no puede,
pues, modificar, para extenderla ni para restringirla, la esfera del proceso, tal
como ha sido delimitada, en cuanto al objeto y en cuanto a la causa del litigio,
por las partes.
La caracterización del ordenamiento procesal y específicamente, la
movilidad que pueda tener el Juez en el proceso, debe analizarse entonces a
partir de un criterio jurídico, sin negar la utilidad que presta como herramienta
política.
El Juez neutral, dijimos, fue llamado Juez espectador, por su carac-
terística de agente pasivo que asiste al conflicto entre partes tomando de uno y
otro la razón que afirme un criterio que incida en su fallo definitivo.
A esta singularización se enfrenta el denominado Juez dictador, propio
de Estados autoritarios donde predominan el principio de investigación o de
aportación de hechos por parte del mismo órgano jurisdiccional.
Este sistema interesa el fenómeno de la desprivatización absoluta del
proceso, ingresando no sólo en terreno de lo puramente adjetivo, sino también,
en cuanto ocupa al derecho subjetivo (o material).
En una concepción intermedia, sin generar el antagonismo que presu-
ponen las corrientes anteriores, se habla del Juez director.
Este sería un magistrado que potencia sus poderes de iniciativa y
dirección. Respecto a la instrucción se confirma el papel activo que le toca
asumir en el proceso, confiriéndole una amplia iniciativa en la verificación de
los hechos relevantes para la solución del litigio, tal como fue sometido a su
conocimiento, es decir, sin rebasar los límites que marca la litis contestatio.
En líneas generales, se robustece el juzgamiento más que la
composición, esto es, se dota al juez de poderes - deberes de investigación, sin
asignarle otro cuadro que no sea el que las partes concretan.
El uso de estas facultades provoca cierto conflicto con la imparcialidad,
la cual resulta respondida con los fines objetivos que persigue el proceso: falla
conociendo la verdad más próxima a lo verdaderamente ocurrido (verdad
jurídica objetiva).
Podemos reconocer aquí, el riesgo de una actuación parcial del Juez,
que se concretaría si él ejercitare sus poderes en el interés exclusivo de una de
las partes. Más el riesgo de la parcialidad ronda al Juez, que es y no puede
dejar de ser humano, a lo largo de toda su actividad; y la única manera de
eliminarlo completamente sería confiar a una máquina la dirección del proceso.
Atar las manos al Juez en la investigación de la verdad es pagar un precio
demasiado alto por la prevención de un peligro que, aún sin tal exorcismo,
normalmente permanecerá en "estado de peligro" y sólo en casos
excepcionales se convertirá en daño actual.
El remedio más eficaz contra el riesgo de la parcialidad no consiste en
argüir obstáculos en la investigación de la verdad. Consiste sí, en imponer al
juez el respeto escrupuloso de la contradicción en la actividad instructoria y la
estricta observancia del deber de motivar sus decisiones, mediante el análisis
cuidadoso de la prueba producida y la indicación de las razones de su
convencimiento acerca de los hechos.
En esta concepción del Juez-director del proceso, va inserta la noción de
publicidad procesal o "publicización del proceso", que puede acoplarse
perfectamente con el principio dispositivo porque, en esta materia, referimos a
la conducción del proceso y a la autoridad del Juez dentro de la estructura,
como artífice para alcanzar la eficacia del servicio jurisdiccional.
De suyo, para el proceso constitucional este modelo de actividad
jurisdiccional es plenamente compatible.
Sugerentemente se dice que la metamorfosis actual de los jueces es
notable y se indica en distintas actitudes: 1º) Un juez que está en el centro del
ring pero no ya en la actividad neutral (la de referee) sólo para impedir los
"golpes bajos". Ha quedado atrás esa posición de mero mediador, de
asegurador o garantía del juego formal y privatístico de los contendientes; 2)
Aquella ubicación del juzgador y del oficio se monta al mismo tiempo y en
vértice principal, en la ley orgánica y en un sistema procesal donde la
predominancia de lo escriturario no tiene destino, así se lo emparche
continuamente con retoques y escaramuzas de superficie, pese al innegable
rigor técnico de las fórmulas trabajadas. La inmediación debe acompañar con
todas sus reverberaciones al juez funcional, desde el comienzo hasta la
ejecución de la sentencia. El proceso en vivo desplaza así al expediente
muerto.
En fin, para no alargar más desconsuelo, los tres artículos vinculados
con las potestades y deberes del Juez en el proceso siguen erráticos y fuera
del contexto donde actualmente se quiere emplazar a la función jurisdiccional.
Un simple dato para corroborar el aserto: el artículo 36 inciso 1º dice que el
Juez deberá (obligación) tomar medidas tendientes a evitar la paralización del
proceso, sin embargo se mantiene en sus términos el instituto de la caducidad
de la instancia, y se profundiza el carácter sancionatorio de la perención con el
agregado que tiene el último párrafo del art. 310. Por su parte se ha derogado
el art. 125 bis (lo que era lógico con el sistema que trajo el art. 360 tras La Ley
24.573), de manera que una vez más de deja sin sanción a la ausencia del
Juez en las audiencias.
En el mismo sentido de profundizar el desinterés por el control de la
instancia es el agregado hecho en el artículo 35 inciso 1º, según el cual el
testado de frases injuriosas u ofensivas no procederá si alguna de las partes se
opone.

2. La presencia del juez en las audiencias


La presencia del juez es un requisito esencial del acto procesal y sin
embargo el juez pocas veces está ¿constituye una causa de mal desempeño?
Se ha dicho que, en realidad en Juez no está, porque no está nunca en
la ficción del procedimiento escrito. Así el criterio analítico adecuado a una
teoría estratificada del delito lleva a afirmar que la conducta del juez ausente en
la audiencia en la que se deja constancia de su presencia es típica. Pero no se
presentan los otros caracteres necesarios de la conducta, pues ésta no es
antijurídica ni tampoco culpable. Las condiciones de trabajo existentes obligan
a delegar funciones para no producir una consecuencia mucho más grave que
detendría la administración de justicia ; y si al juez se le ocurre asistir a todas
las audiencias entonces no lograría atender su despacho, se le vencerían todos
los términos y se lo sometería a un juicio político.
La conducta del juez ausente en la audiencia en la que se deja
constancia de su presencia ni siquiera es penalmente típica porque una
tipicidad legal no pasaría la llamada tipicidad conglobante. Media un conflicto
entre todos los deberes, pero un conflicto aparente porque siempre predomina
un deber sobre otro y en el caso es superior el de mantener el despacho al día.
Se trataría de un caso de atipicidad conglobante por cumplimiento de un deber
jurídico preponderante (CNCrim. y Correc., Sala VI, 1985/07/01, "Casabal, Elía
A.", La Ley, 1985-E, 122).
Si la ausencia es producto de una licencia que se concede ante un
pedido voluntario del magistrado, ella no le "suspende" en el ejercicio normal
de sus atribuciones, sólo le faculta para "no concurrir a su despacho", a fin de
atender el trámite de los expedientes a su cargo o asistir a las audiencias para
dar cabal cumplimiento al principio de "inmediación".
Cabe reiterar que tras la reforma, se establece en el art. 34 el deber de
asistir a las audiencias y de realizar personalmente los actos procesales que
tiendan a la eficacia de la función jurisdiccional, pero no se establecen
sanciones en caso de incomparecencia. Solamente se indica la nulidad del acto
en el caso del art. 360 (audiencia preliminar) si quedó constancia en el acta de
esa ausencia del Juez.

3. Principio de inmediación. Inciso 1º


Las bases del principio de inmediación se encuentran en tres objetivos
fundamentales: a) que el juez se halle en permanente e íntima vinculación con
los sujetos procesales; b) que sea el director del proceso atendiendo cada una
de sus etapas, en especial la probatoria y, c) que las partes, entre sí, se
comuniquen bajo la consigna que supone el principio de bilateralidad de la
audiencia. Es decir, repliega absolutamente la posibilidad de actos que solo
pueda el Juez conocer a partir de una presentación directa que no tenga
traslado.
Por su parte el principio de independencia sostiene que el Juez debe
llegar a sentenciar una causa sin haber contraído signo alguno de parcialidad;
por ello, si le fuera permitido "convivir" con las partes, racionalizar la prueba en
la producción, u ordenar otras por su criterio, quebraría ese don imprescindible
que garantiza la función jurisdiccional.
La división entre jueces delegados o instructores y jueces de sentencia,
es un clara muestra de esta desconfianza a la inmediación. También lo es que
ha favorecido su práctica, el padecimiento endémico del proceso escrito con su
carga de burocracia y solemnidad que postergó todo interés directo.
No desconoce la regla el fenómeno suscitado luego de la Revolución
Francesa, con su poderosa adversión hacia el absolutismo judicial precedente.
Memorable resultan las frases de Radbruch: "...Juzgaban sobre la base
de deposiciones que nunca habían o¡do con las propias orejas, y respecto de
partes que nunca habían comparecido ante sus ojos... En el estilo uniforme de
secretaría de las actas, iban perdiéndose todos aquéllos matices y todos
aquéllos imponderables. Se puede aventurar la paradoja de que siendo los
poetas los únicos que saben decir por escrito la verdad, este carisma no suele
ser propio de cualquier redactor de actas judiciales" (Cfr. en Cappelletti, Mauro,
La oralidad y las pruebas en el derecho procesal civil, editorial Ejea, Buenos
Aires, 1972, pág.72).
El velo fue levantándose, lentamente, fatigosamente. Había que ir contra
máximas consolidadas como aquellas que rezaba "lo que no est escrito no
está en el mundo" (quod non est in actis non este in mundo) que significaba, de
alguna manera, el desprecio hacia la oralidad. No obstante, la inmediación fue
signo de su tiempo y desde él deben comprenderse sus formalidades.
Ahora bien, es de presumir que la inmediación como principio sostiene
tres precisiones claras: dirigir, estar y ver el proceso, y facilitar la comunicación
entre las partes; pero como sistema requiere de otra exigencias.
La primera resulta de la imprescindible unidad física de la jurisdicción,
porque si quien orquesta la marcha y conduce el procedimiento no es el mismo
que va a dictar la sentencia, mutatis mutandi, sortearía la suerte del principio
desmereciendo los elogios que anticipadamente consigue.
De todos modos, conviene decir que existen algunos tropiezos para
consagrar esa unidad como máxima insoslayable. Ocurre que existen pruebas
que por razón de la distancia (de personas o de cosas) deben producirse ante
un Juez requerido. De igual contingencia son algunas delegaciones autorizadas
como el reconocimiento judicial, o la comprobación de ciertos actos a partir del
informe de terceros.
Inclusive, se podría aceptar que también mediatiza el proceso de
intervención del intérprete que traduce los dichos de un escrito o declaración, o
de una persona incapacitada para expresarse de uno u otro modo.
En realidad, estas circunstancias no impiden sostener la vigencia de la
identidad, porque se trata de advertir la continuidad para los actos de
apreciación de la prueba que son, por vía de principio, los que deciden el curso
favorable o no de una pretensión.
La segunda condición para asegurar la eficacia de la inmediatividad se
relaciona con otros principios procesales; ellos son: la celeridad y la
concentración.
La hipótesis dice que, producida la prueba el Juez debe, rápidamente,
valorarla; de otro modo dilataría las ventajas ganadas de la percepción directa
posibilitando la fuga de aspectos que la memoria de todo hombre, por lo
general, pasado el tiempo no registra.
Se complementa el principio con la concentración de actos que in-
troduzcan a un mismo tiempo elementos de convicción o soporte del material
en disputa.
Como vemos, la inmediación no requiere solo del proceso oral; bien
puede lograrse en un sistema escriturario. "Si un Tribunal decidiera en base al
resultado de actas, el procedimiento sería inmediato pero escrito;
contrariamente, una prueba testifical realizada por un Juez comisionado,
mediante la vía del auxilio judicial, es mediatamente oral" (Cfr. Gimeno Sendra,
José Vicente, Fundamentos de derecho procesal civil, editorial Cívitas, Madrid,
1981, pág. 227).
El nudo gordiano escala en la etapa probatoria y en dos sentidos:
presencia en los actos de producción; y valoración directa al tiempo de
sentenciar.
Cuando decimos "presencia" del órgano jurisdiccional, requerimos la
asistencia personal del Juez en las audiencias, sin escamotear esa virtud en
base a giros idiomáticos, interpretaciones de la norma, o silogismos que crea la
resistencia al principio para hacer creer que el Juez está y éste es el criterio
del juzgado, aunque la cara no sea, precisamente, la del magistrado.
Lamentablemente, esas ventanas que abren los códigos para salir de la
inmediación propiamente entendida, ha quebrado la virtualidad del principio.
Por lo general, la asistencia del Juez en las audiencias se remite a la
petición de partes, destruyendo la obligatoriedad que, presuntivamente, se
desprendería de normas como la del art. 34 que comentamos.
También apunta el segundo párrafo del inciso 1º (art. 34) la obligación
de celebrar una audiencia en los casos de juicios de divorcio, separación
personal (agregado por la reforma, y a tono con la ley 23.515) y nulidad de
matrimonio.
En ellos, al correrse traslado de la demanda debe designarse una
audiencia de conciliación, sin que se suspenda el plazo para contestar la
demanda. Si esta fuese contestada antes de la fecha de celebración de la
audiencias, corresponde reservar el responde hasta la fecha en que ella se
realice, porque esa contestación anticipada no exime ni libera al cumplimiento
del deber judicial de esperar dichas fechas e intentar el avenimiento amigable,
en caso de asistir las partes.
Pero en lo que respecta a la continuidad del trámite, debe interpretarse
que, tanto las audiencias fijadas en virtud del art. 36 inc. 4º del Código Procesal
o las relativas a la prueba, hacen que el curso del proceso, hasta tanto se
celebren, se halle suspendido, pues las partes se encuentran en situación de
virtual imposibilidad de instarlo (CNCiv., Sala A, 1996/11/26, "Miño, Esteban c.
López, Teresa B.", La Ley, 1998-C, 929 (40.384-S)
Cabe agregar que no tienen efectos impulsorios del procedimiento, a los
fines de interrumpir el curso de la caducidad de instancia, las audiencias
convocadas por el juez en uso de la facultades que le confiere el art. 36 del
Código Procesal (CNCom., Sala A, 1994/08/22, "Banco de la Provincia de
Buenos Aires c. Arbuco, Juan C.", La Ley, 1994-E, 247 - DJ, 1995-1-38.).

4. Deber de fallar en tiempo oportuno (inciso 2º)


El código establece el deber de fallar, y de hacerlo oportunamente. Son
cuestiones diferentes y así deben considerarse. Por un lado, el deber de dictar
sentencia es una obligación constitucional emergente de la función que a los
jueces se les asigna: resolver los conflictos entre personas. Por otro, la rapidez
que se debe imprimir bajo el principio de celeridad procesal.
Ahora bien, desde la reforma constitucional de 1994 no puede pasar
inadvertida la influencia de los tratados y convenciones incorporados, que
señalan la importancia del proceso como garantía inclaudicable para sostener y
argumentar los derechos. Pero este proceso no ha de ser un simple
procedimiento tomado de los ordenamientos procesales, es preciso que, para
responder al fin garantista que propone, cumpla al menos, dos principios
esenciales: el de propiciar la eficacia del servicio jurisdiccional a través de un
proceso sin restricciones (legitimación amplia, prueba conducente y efectiva,
sentencia útil y motivada); y de lograr que el enjuiciamiento llegue en su
tiempo, que no es otro que el de los intereses que las partes persiguen cuando
ponen el conflicto en conocimiento de los tribunales (Cfr. Gozaíni, Osvaldo
Alfredo, Derecho Procesal Constitucional - Amparo, editorial Rubinzal Culzoni,
Buenos Aires, 2002).
Ambos preceptos han de trabajar en armonía, de no serlo, cualquier
infracción al derecho fundamental de simplicidad, celeridad y eficacia en los
procesos serviría para advertir una crisis manifiesta en el derecho al proceso
debido; y de resultar así, bastaría con condenar al órgano judicial que infringe
cualquiera de estos deberes.
Para desgranar el principio es necesario ir comprendiendo el alcance
que tiene cada una de las exigencias.
El problema de la rapidez no supone adherirlo a la dilación indebida. Tan
sólo se trata de establecer un plazo razonable, adecuado a las circunstancias
de cada conflicto, pero siempre asociado al principio de economía procesal y
de eficacia de la institución.
Debe quedar en claro que la rapidez no supone establecer una finitud
perentoria, vencida la cual el proceso quedaría anulado. Solamente es un
marco referencial que significa distribuir en cada etapa del procedimiento la
mayor parte de actos de impulso y desarrollo, de modo tal que se permita, en el
menor número de ellos, alcanzar el estado de resolver sin prolongar los
trámites.
Cuando el código establece como pauta principal el orden en que hayan
quedado en estado de resolver no significa que se posterguen decisiones
urgentes de tipo preventivo o cautelar, o que decidan situaciones de
emergencia o gravedad institucional.
La obligación de celeridad se asume como un deber de la jurisdicción y
como una potestad del justiciable, por tanto, asume esa doble configuración de
compromiso judicial por la rapidez y de derecho esencial del hombre.
Sancionar la demora inusitada no resuelve el problema. Se comprueba
con la ineficacia del articulado procesal en los institutos de la pérdida de
jurisdicción y la sanción por mal desempeño, donde no existe, prácticamente,
jurisprudencia señera.
En suma, el resultado de un proceso sea para otorgar una satisfacción
jurídica a las partes, ora para cumplimentar el deber jurisdiccional de resolver
los conflictos intersubjetivos, debe ser pronunciado en un lapso de tiempo
compatible con la naturaleza del objeto litigioso; en caso contrario, la tutela
judicial sería ilusoria, haciendo cierto el aforismo que dice "injusta la sentencia
que juzga cuando ya no debe juzgar".
Respecto a la sencillez se trata de evitar las formalidades excesivas. En
nuestro país un ejemplo elocuente para observar como las formas procesales
agreden el derecho de defensa, y proyectan una severa restricción al concepto
constitucional del "proceso debido", ocurre con el denominado "exceso ritual
manifiesto", por el cual el litigante es afectado por la estricta aplicación de los
principios procesales, llevados a extremos de increíble restricción (V.gr.: no
poder defenderse de una demanda por contestarla un minuto después de
vencido el plazo; imposibilidad de llevar al proceso prueba documental esencial
para el esclarecimiento de la litis cuando se pretende hacerlo fuera de los
tiempos previstos para ello; negativa de recepcionar escritos o peticiones por la
falta de cumplimiento en los tipos o caracteres de impresión; etc.)
Con relación a la jurisprudencia elaborada en torno de este precepto,
cabe agregar la diferencia que se establece entre el deber de fallar como
obligación constitucional (que se vincula con el art. 34 inciso 4º) y el deber de
oportunidad o sentencia resuelta en tiempo hábil y eficaz.
En este último aspecto, se puede decidir el proceso sin pronunciarse
sobre la cuestión de fondo planteada. Si bien son situaciones excepcionales,
ella se torna reiterada en los pronunciamientos de la Corte Suprema o de otros
tribunales cuando consideran que la cuestión litigiosa devino abstracta porque
el interés desaparece antes de alcanzar la sentencia.
Constituye cuestión abstracta a los fines del recurso extraordinario la
referente a si el art. 47 de la ley 111 ha sido o no derogado por la ley 17.011,
puesto que la sentencia recurrida habiendo suscripto la tesis de la caducidad
automática de la patente una vez transcurridos los dos años que menciona el
citado art. 47 de la ley 111, el centro temporal del problema ha quedado
retrotraído a 1961, donde habríase operado dicha caducidad habida cuenta que
la patente litigiosa se otorgó en 1959, y en aquella fecha tenía plena vigencia el
antiguo texto normativo, al margen de cualquier disputa acerca de su eventual
derogación por la ley 17.011, que ratificó el Convenio de París, recién en 1966.
En tal sentido, en el recurso extraordinario la actora hizo abandono de la
débil queja que contra la tesis de la automática caducidad esgrimiera de
manera breve en su escrito de expresión de agravios, razón por la que queda
vedada ahorra cualquier disquisición sobre el punto... (De los fundamentos del
dictamen del Procurador General que la Corte Suprema comparte) (CS,
1979/12/27, "V. C. A. Corporation c. Plástica F. M., S. R. L.", ED, 87-406).
También se sostiene que si en autos consta que fue desocupado el bien
y se depositaron las llaves en el juzgado, lo que dio origen a la tenencia
provisional, luego convertida en definitiva por la sentencia de primera instancia,
el objeto del pleito -desalojo por la causal del art. 2, inc. a), de la ley 21.342-
quedó agotado, lo que convierte en abstracta la cuestión planteada ante la
Corte máxime que en el recurso extraordinario, de naturaleza autónoma, no se
da motivación alguna de cuál es el interés actual y concreto que puede tener la
parte en que se modifique el fallo impugnado (CS, 1980/07/01, "Prat de Conde,
Elena y otro c. Beraza de Fernández, Ana y otro", Fallos, 302:666).
Corresponde dejar sin efecto la sentencia que, contrariando lo resuelto
por la Corte Suprema en la causa, no dilucidó la cuestión de fondo traída a
conocimiento de los jueces ni, en consecuencia, declaró el derecho de los
litigantes al respecto -mediante decisión expresa, positiva, precisa y adecuada
a las pretensiones deducidas en el pleito- sino que de su contexto se
desprende que en definitiva el a quo no admitió la procedencia de la acción
meramente declaratoria intentada, negando que mediara incertidumbre jurídica,
tachando de abstracta la cuestión y calificando de ilegítima la decisión jurídica
pretendida por la accionante (CS, 1980/12/09, "Organización Coordinadora
Argentina, S. R. L. c. Empresa Nac. de Telecomunicaciones", Fallos,
302:1502).
Es menester señalar que la declaración por la Corte de la adecuación de
una resolución administrativa a la Constitución Nacional, importa una decisión
implícita respecto de la obligatoriedad de su contenido, pues lo contrario
llevaría a sostener que el tribunal decidió una cuestión abstracta, sin
trascendencia para la concreta solución del conflicto, supuesto en el que
hubiera sido innecesario cualquier pronunciamiento de su parte (CS,
1981/06/30, "Pellegrini, Osvaldo y otro c. Banco Francés e Italiano para la
América del Sud", Fallos, 303:893).
Atento a que las sentencias de la Corte deben atender a las
circunstancias existentes al momento de la decisión y puesto que es un hecho
público y notorio que sólo uno de los precandidatos impugnados fue designado
en la candidatura correspondiente del partido en los comicios ya efectuados,
carece de virtualidad un pronunciamiento actual acerca de los restantes, ya que
la cuestión planteada a su respecto se ha convertido en abstracta
(CS,1987/03/24, "Botta, Rodolfo M. c. Junta Electoral de la Unión Cívica
Radical", La Ley, 1987-C, 306).
En síntesis el criterio inveterado que se aplica sostiene que si al tiempo
de entender el recurso extraordinario la situación difiere respecto de los hechos
presentados, la cuestión se torna abstracta (En el caso la intervención federal
dispuesta en la provincia de Corrientes varió con el decreto posterior que ubicó
el problema en la órbita del Congreso de la Nación, poder al cual los
recurrentes atribuían competencia exclusiva) (CS, 1992/09/07, "Rossi Cibils,
Miguel A. y otros", DJ, 1992-2-769).

5. Los plazos para dictar resoluciones (inciso 3º)


Cuando se trata de providencias simples, la decisión judicial de trámite
debe ser adoptada dentro de los tres días siguientes de presentadas las
peticiones por las partes.
La disposición alcanza tanto para las providencias que dicta el Juez
como las que puede resolver el secretario o el prosecretario administrativo.
Si ha vencido el plazo previsto en el artículo 36, inciso 1º) rige el mismo
término.
Mientras que son inmediatas, si debieran ser dictadas en una audiencia
o revistieran carácter urgente.
Con este marco, debe apercibirse al juez con constancia en su legajo
personal, si ha transcurrido en exceso el plazo señalado, sin que la cuestión ni
la materia denote que demandara más tiempo para su decisión; máxime,
cuando lo que se trata es de una liquidación en un juicio de alimentos, que por
su naturaleza impone especial atención y preferente despacho (CNCiv., Sala B,
1981/10/29, "W. E. c. F. S. F.", JA, 1983-I, 282).
Si ha operado el tiempo para dictar sentencia, luego de consentir el
llamado de "autos para sentencia", el procedimiento no se puede retrotraer, ya
sea en virtud de una resolución que no comporta una medida para mejor
proveer, o cualquier otra medida que persiga ampliar de hecho el plazo
acordado. Ello así pues el desarrollo del proceso ha quedado agotado, la carga
de activación de las partes para instar útilmente ha cesado y, a partir de dicho
llamamiento, ha nacido el deber del juez para dictar sentencia.
Los conflictos parciales entre partes que originen sentencias
interlocutorias; o la solicitud de aprobación de convenios transaccionales o de
tenor similar que requieren sentencias homologatorias, salvo disposición en
contrario, deberán ser resueltas dentro de los diez o quince días de quedar el
expediente a despacho, según se trate de juez unipersonal o de tribunal
colegiado.
El juicio ordinario establecido por la reforma no varía respecto al sistema
anterior el plazo para ser resuelto. Este se contabiliza en las sentencias de
jueces unipersonales, desde que el llamamiento de autos para sentencia quede
firma; mientras que para las sentencias de tribunales colegiados se cuenta
desde la fecha de sorteo del expediente, que se debe realizar dentro del plazo
de quince días de quedar en estado.
Por su parte, las sentencias definitivas en el juicio sumarísimo, ahora
tienen veinte o treinta días de quedar el expediente a despacho, según se trate
de juez unipersonal o tribunal colegiado. Cuando se tratare de procesos de
amparo el plazo será de 10 y 15 días, respectivamente.
Los plazos, en todos los supuestos se cuenta en días hábiles.

6. Fundamentación de las sentencias (inciso 4º)


Decíamos en otra obra que la motivación razonada de las sentencias es
un principio novedoso en las garantías jurisdiccionales, aunque parezca
increíble (Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Derecho Procesal Constitucional, tomo 1,
editorial Belgrano, Buenos Aires, 2000).
En el derecho romano no existía la obligación de fundamentar las
decisiones, porqué el orden y el silencio compartían el misterio de la divina
justicia, convertida en el oráculo del pueblo. Fue mucho tiempo después
cuando aparece el deber de motivación.
Las razones que predica esta obligación de fundamentar reconoce
varias explicaciones y argumentos desenvueltos. El primero tiene en cuenta la
necesidad de justificar el poder jurisdiccional a través de la razonabilidad de
sus fallos; luego, porqué las bases sobre las que cada sentencia se apoya
pueden controlarse a través de los recursos, abriendo una instancia de
revisión. Asimismo, es un argumento contra la arbitrariedad o el despotismo
judicial.
Desde otro punto de vista, aplicado en la función jurisdiccional, la
sentencia debe persuadir a las partes sobre la justicia impartida; y si ellas son
ejemplares por su valor y trascendencia, determinan una fuente de derecho
judicial que conviene alentar.
Jurisprudencialmente se ha sostenido que el deber de fundamentación,
es una condición para la validez de las sentencias (Rey c/ Rocha, Fallos
274:260; 283:86: 295:95, entre otros); para no ser arbitraria debe expresar el
derecho aplicable en cada caso concreto (Fallos 244:521; 259:55); y es
inconstitucional aquella que carece de toda motivación, o si la tiene, es
aparente o insustancial.
En nuestro país, la obligación de fundamentar tiene origen
constitucional, aunque el mismo no resulta explícito ni directo. Sólo se
menciona en el artículo 17 (derecho de propiedad) la expresión "sentencia
fundada en ley" y después, en el art. 18 (debido proceso) alude al "juicio previo
fundado en ley".
Quizás la mayor evolución de esta obligación sea la extensión que se
exige hacia el deber de motivar toda resolución.
En efecto, la sentencia fundada en ley que tipifica el art. 17 de la
Constitución Nacional, así como asegura el deber de fundamentar los fallos
judiciales, también puede obrar como complemento del principio de seguridad
jurídica.
El principio de jerarquía normativa que tutela la supremacía
constitucional no puede quedar desplazado por interpretaciones esquivas o
ambivalentes, de forma tal que por un capricho legalista se postergue la
aplicación estricta del deber de razonar cada acto jurisdiccional.
Un caso típico de anulación implícita del deber mencionado se encuentra
en la providencia que rechaza sin sustanciar una demanda de amparo por
considerar que no es la vía idónea.
La falta de contestación, o el formulismo aplicado como respuesta, no
garantiza el debido proceso, tan sólo resuelve en el marco del legalismo
técnico que, en algunos casos, no concilia con el mentado derecho a
fundamentar las decisiones judiciales.
Ocurre que apenas logrado el acceso a la justicia, y obtenido el derecho
a la audiencia y prueba, el individuo requiere la actividad jurisdiccional para ir
en busca de una respuesta definitiva a sus necesidades, encontrándose
desconcertado cuando las respuestas no llegan o son ambiguas.
No se trata de establecer una suerte de proteccionismo extremo; tan
sólo recurre al concepto de asegurar la certeza de las partes sabiendo las
razones y motivos por los cuales se resuelve en cada situación del proceso.
Por supuesto, quedan intangibles las facultades judiciales de rechazar
cualquier pretensión manifiestamente improcedente o impertinente, así como
denegar las medidas que interprete inhábiles para los fines del litigio.
En síntesis, se propicia establecer en el marco del garantismo
jurisdiccional la obligación judicial de fundamentar todos los actos que incidan
en el derecho a la jurisdicción y al proceso que las partes tienen.
La jurisprudencia que ha interpretado este inciso orienta sus bases hacia
el principio de congruencia.
Se ha sostenido que el pronunciamiento de primera instancia es
incongruente en los términos previstos por el art. 34 inc. 4º "in fine" y el art.
163, incs. 3º y 6º de la ley adjetiva, cuando la cuestión introducida
"novedosamente" por el a quo no ha sido motivo de articulación en el pleito por
ninguna de las partes (CNCiv., Sala G, 1996/04/10, " Brugastro S. A. c
Municipalidad de Buenos Aires", La Ley, 1996-C, 7, con nota de Alejandro
Rossi).

7. La dirección del proceso


El código instala en el art. 34 inciso 5º distintos presupuestos que anidan
en la conducción del proceso por el Juez. En realidad, desde la norma se
consagra el principio de economía procesal que proyecta un alcance superior al
de lo meramente adjetivo, importando una temática de política procesal que
ocupa aspectos genéricos y específicos que lo ubican como un verdadero
principio rector del proceso.
Los puntos de interés principal ocupan la duración del proceso y su
onerosidad para deducir de cada uno variaciones que definen particularidades
especiales.
Economía de gastos y economía de esfuerzos son, entonces, los
capítulos decisivos para comprender este principio.

7.1 Economía de gastos


La relación: importancia económica del litigio-costo a tributar, provoca, a
veces, situaciones enojosas o proclives a encaminar el artilugio del beneficio de
pobreza en personas que, materialmente, podrían soportar la tasa si la
imposición fuese más razonable.
No puede buscarse en el proceso la forma de sanear el padecimiento
presupuestario del Poder Judicial, habida cuenta que la tasa de justicia, el
sellado de actuación, u otra forma de condicionamiento al ejercicio de la acción,
son nada más que una parte de los gastos ingentes contraidos por el proceso,
a los que se suman, honorarios de peritos, de abogados, pagos por diligencias,
timbrados, etc.
No estimamos oportuno reflexionar ahora con ánimo de propuesta hacia
el cambio; pero sí nos interesa agregar que el costo del proceso debe tender al
equilibrio e igualdad de oportunidades (esa igualdad por compensación a la
que referimos en nuestro Derecho Procesal Civil, tomo I, volumen 1, editorial
Ediar, Buenos Aires, 1992) propiciando el mecanismo de asistencia jurídica
oficial, o mediante la intervención de entidades intermedias.
Asimismo, debe afirmarse el criterio de la continuidad del procedimiento
aun restando integrar imposiciones de orden fiscal o arancelario, porque ello no
es un déficit que importe a la jurisdicción, sino, en todo caso, al Estado
recaudador.

7.2 Economía de esfuerzos (inciso 5 apartados a) y d)


En este sentido, el principio de economía refiere a dos aspectos vitales
para la eficacia del proceso: que sea terminado en el plazo más breve posible,
y que ello se logre en la menor cantidad de actos.
Celeridad y concentración ocupan así posiciones expectantes para la
integridad del precepto.
Pero también ambos postulados reciben la influencia de otros notables
que inciden en la buena marcha del litigio, relacionándose entonces el principio
de eventualidad, de saneamiento y otros vinculados con etapas específicas del
trámite (V.gr.: adquisición, preclusión, entre otros).
Algunos autores consideran que no es correcto tomar del principio de
economía procesal la generalidad de supuestos, porque estos responden al
principio de celeridad; de todos modos, el contenido que se cita señala el
objetivo a lograr: un proceso ágil, rápido y efectivo, en el menor tiempo;
finalidades que se consiguen poniendo el acento en la conducta a observar por
las partes y en la simplificación que estructure el procedimiento.
Cada uno de esos compromisos del proceso refleja la celeridad
conseguida, o la economía de esfuerzos resultante, sin necesidad de acomodar
unos en el género y otros como especies.
En realidad podemos pensar que lo acertado reposa en la economía,
mostrando a la celeridad como una consecuencia del esfuerzo propuesto para
dar eficacia al proceso. A su vez, esa celeridad se nutre de otras premisas
conducentes dirigidas a las partes y a la estructura del procedimiento.
En base a ello, el principio de economía procesal orienta al justiciable
para obrar con interés y celeridad, poniéndole condiciones técnicas a sus
actos.
El principio de concentración procesal, reúne distintas variantes de la
exigencia. El meollo de la cuestión radica en cumplir todas las secuencias del
procedimiento en la menor cantidad posible de actos.
Claro está que la adscripción a la oralidad o a la escritura dependizan
las modalidades del tipo; pero la interpretación cabal de la idea está en resumir
la actividad a las etapas necesarias, útiles y conducentes, eliminando las que
fueses superfluas o inoficiosas.
Su inclusión en la celeridad obedece al complemento que requiere para
dar plenitud al principio; es decir, la concentración por sí sola tendría poca
utilidad si el acto secuencial que corresponde no se cumple en el tiempo mas
próximo posible respecto al que le precede.

7.3 El principio de saneamiento procesal (inciso 5 ap. b)


El principio de saneamiento se instala en el campo de las facultades de
la jurisdicción, procurando expurgar aquéllos vicios que inducen al
entorpecimiento de la causa, o que provocan dificultades para reconocer el
objeto en discusión, generalmente destinados a prolongar el proceso o impedir
su rápida finalización.
Conjugan en esta inspiración rectora, los principios de autoridad, de
moralidad y de celeridad procesal.
En efecto, la regla para determinar la competencia del juzgado es una
forma de proteger la inmaculación del proceso, encausándolo por las vías
pertinentes.
La conducta reprochable también se califica y depura en terreno de este
principio. Ocurre que la mala fe es una noción compleja y para ser advertida en
el proceso es menester atender su componente subjetivo, consistente en la
intención o conciencia de perjudicar o engañar, y su elemento objetivo, es
decir, la imprescindible manifestación externa de esa conciencia dolosa.
Ambas relaciones coinciden con el concepto ético social que comprende
la buena fe. El elemento ético sería la mala intención o conciencia de la propia
sinrazón; y el valor social, la actuación de la parte corporizada en actos
externos.
Por eso, en el derecho procesal, la intención no es causa bastante para
sancionar, aunque debe recordarse que "la conducta observada por las partes
durante la sustanciación del proceso podrá constituir un elemento de
convicción corroborante de las pruebas para juzgar la procedencia de las
respectivas pretensiones" (art. 163 inciso 5º, Código Procesal de la Nación).
Cada vez que sea preciso, el Juez podrá verbalizar el principio de
saneamiento, que en la especie descripta para la conducta procesal, consiste
en descalificar al inescrupuloso aplicándole los correctivos propios del principio
de buena fe (corrección disciplinaria).
Procedimentalmente la depuración del proceso se consigue en base a
disposiciones que tienden a prevenirlo de nulidades.
El art. 34 inciso 5º ap. b) impone a los jueces el deber de "señalar, antes
de dar trámite a cualquier petición, los defectos u omisiones de que adolezca,
ordenando que se subsanen dentro del plazo que fije, y disponer de oficio toda
diligencia que fuere necesaria para evitar nulidades".
En el campo de la celeridad procesal, el principio pretende dos objetivos:
a) depurar al proceso de vicios que inciden en la utilidad del litigioso, y b)
asegurar que el objeto del proceso se encuentre precisamente determinado,
liberándolo de manifestaciones dispendiosas o de pruebas inconducentes que
sean, en definitiva, un estorbo insalvable para resolver.
Respecto del primer aspecto consideramos la actuación del Juez en el
trámite generado hasta quedar los autos en estado de dictar sentencia. Podrá
así, testar términos injuriosos, imponer la claridad en la redacción de los
escritos, devolver presentaciones que violenten las reglas del derecho de
defensa o sean ofensivos o agraviantes; expulsar de las audiencias a quienes
las interrumpen, etc.
Por tanto se sostiene que no es dable dejar librada a la acción ordinaria
posterior, la dilucidación de cuestiones propuestas, conducentes y respecto de
las que ha mediado suficiente resguardo del derecho de defensa. El
tratamiento de tales asuntos dentro del juicio ejecutivo responde, incluso, a
motivos de economía procesal (art. 34, inc. 5º, que imponen la obtención del
máximo resultado de la actuación de la ley con la mínima actividad procesal,
habida cuenta, por lo demás, que dada la instrumentalidad de las formas, es
correlato de sistemas procesales como el vigente una cierta flexibilidad para
que el juez se adapte a las circunstancias del caso a fin de lograr la tutela
rápida, justa y eficaz de los derechos esgrimidos por los litigantes(CNCiv., Sala
D, 1983/09/22, "Instituto Nacional Cinematográfico c. Soifer, Abraham H. y
otro", La Ley, 1984-A, 59).
El rechazo in limine de aquellas pretensiones manifiestamente in-
fundadas sostiene una posibilidad mas de actuar el principio; toda vez que el
interés acusado no sería signo de protección por su ausente o nula exposición
de motivos, dando facultades al magistrado para realizar anticipadamente un
análisis sobre el fondo, evitando hacerlo en la sentencia con el dispendio
jurisdiccional sucesivo.
En tal sentido se dice que la facultad reconocida al juez de rechazar in
limine la demanda cuando no se ajuste a los recaudos formales estatuidos,
deriva de los deberes que pone a su cargo el art. 34, inc. 5°, en particular el de
señalar antes de dar trámite a cualquier petición los defectos u omisiones de
que adolezca (CNCiv., Sala A, 1992/10/08, "Cognata, Alberto c. Lawson,
Eduardo", La Ley, 1994-B, 328, con nota de Andrea Alejandra Imatz.
Aun cuando "ab initio" el juez no hubiera rechazado la demanda, es
posible que en atención al principio de economía procesal lo haga con
posterioridad si advierte su improponibilidad (art. 34 inc. 5º, apart. e), situación
que no se configura frente a una cuestión que ha sido objeto de diferentes
enfoques doctrinales CNCiv., Sala C, 1994/04/12, "Busco, Antonio C. c.
Lattanzi, Roberto J. y otro", La Ley, 1995-B, 186).
Asimismo se observa que el concepto de prolongación de la controversia
supera el ámbito de la consecuencia o derivación del proceso anterior; importa
el reconocer una comunidad de esa misma controversia que conduce a la
necesidad de unificar el criterio decisorio, para evitar la vulneración del principio
de economía procesal sentado en el art. 34 inc. 5º del Código Procesal
(CNCiv., Sala B, 1995/03/03, "Ramos Ventura de Mamani, Aurelia y otro c.
Organización de Escuelas Israelitas Scholem Aleijem", ED, 163-398).
De igual modo, se dice que, cuando la defensa en juicio se encuentra
suficientemente resguardada no es procedente la nulidad. Aun considerando
que hubiera existido vicio en el trámite si la decisión del juez importó un
equilibrio procesal, admitiendo que la demandada pueda ofrecer pruebas en el
plazo que determinó, facultad contemplada en el art. 34, inc. 5°, apart. b), del
Código Procesal, la nulidad resulta improcedente (CNCiv., Sala C, 1981/03/03,
"M. de G., E. c. G. E.", La Ley, 1981-C, 215).
Por eso, si se tiene en cuenta que la nulidad de actuaciones procesales
es susceptibles de ser subsanada por la parte interesada, puesto que todo vicio
o defecto procesal sólo produce la nulidad relativa, lo más conveniente para la
buena marcha del proceso, la mayor celeridad y economía procesal, hubiera
sido que el juzgador antes de declararla de oficio hubiera hecho uso de las
facultades otorgadas por el art. 34, inc. 5°, ap. b), del Código Procesal,
adoptando las medidas tendiente a subsanar los defectos u omisiones que
pudieran eventualmente provocarla. Antes de declarar la nulidad de oficio,
deben adoptarse las medidas tendientes a evitarla (CNCiv., Sala C,
1982/10/29, "Gannon, Inés J. c. Gannon, Diego", La Ley, 1983-B, 143).
La amplitud de poderes conferidos a los jueces permite seleccionar la
solución que más se adecua a la realidad juzgada, pues todo juez tiene el
deber de conocer el derecho que habrá de aplicar para la resolución del
conflicto en base a los hechos expuestos como litigiosos, con prescindencia de
la denominación o encuadramiento jurídico dado por los litigantes a sus
pretensiones (arg. arts. 15, Código Civil y 34, inc. 5º, Código
Procesal)(CNCom., Sala B, 1995/11/01, "Sebastián, Héctor N. c. La Central del
Plata Cía. de seguros", La Ley, 1996-B, 594 - DJ, 1996-1-820).
Y si encuentra que el defecto en la demanda sea subsanable, el juez
debe acordar al actor un plazo para suplirlo, en ejercicio de la potestad
acordada por el art. 34, inc. 5º b) del Código Procesal. (CNCom., Sala
E,1998/03/03, "Tempone, Carlos D. c. Tempone, Néstor O.", La Ley, 1999-F,
754 (42.079-S) - ED, 179-347).

7.4 El principio de igualdad (inciso 5º ap. c)


El principio de igualdad en el proceso tiene dos variantes. Una que se
interpreta en relación con las posibilidades que tienen las partes para enfrentar
un proceso en identidad de posibilidades; y otra que se refiere con la aplicación
de precedentes y normas ante la identidad de situaciones.
Cuando hablamos de posibilidades nos referimos a la llamada igualdad
de armas, es decir, el equilibrio prudente entre las razones de las partes dando
igual oportunidad a ellas para demostrar sus convicciones. La idea está en
quitar espacio a la inferioridad jurídica, sin conceder a unos lo que a otro se
niega, en igualdad de circunstancias.
La frase igualdad de armas sostiene una categoría filosófica asentada en
la justicia conmutativa que difiere de la igualdad de circunstancias.
La pobreza social o cultural son fisuras evidentes de ese plano
equidistante que se postula, los que pretenden remediarse a través de las
compensaciones legales (v.gr.: defensorías de pobres y ausentes; beneficio de
litigar sin gastos).
Asimismo, enraizado en la igualdad, suele hablarse de la igualdad en la
fila, donde el resultado obtenido en el proceso sirve las veces de modelo de
otras conductas o situaciones que se emparentan por su fisonomía similar.
Dos son los problemas reflejados en este pasaje: por un lado, el de
lograr que la justicia permita razonar sobre la base de precedentes alcanzados
sin llegar al extremo de la uniformidad imprudente (por el destino creador y
transformador de la jurisprudencia); y por otro, obtener la misma accesibilidad
que consiguió el proceso modelo.
En la jurisprudencia se tiene dicho que la garantía constitucional de la
igualdad no obsta a que el legislador contemple en forma distintas situaciones
diferentes, con tal que la discriminación no sea arbitraria ni importe ilegítima
persecución o indebido privilegio de personas o grupos de personas, aunque
su fundamento sea opinable (CS, 1977/11/22, "Fiori, Pedro A.", DT, 979-43).
Igualmente, la diferencia existente entre las situaciones anteriores y
posteriores a la sanción de un nuevo régimen jubilatorio no configura agravio a
la garantía de la igualdad, porque de lo contrario toda modificación legislativa
importaría desconocerla (CS, fallo anterior).
La garantía de la igualdad debe aplicarse a quienes se encuentren en
iguales circunstancias de manera que, cuando éstas son distintas, nada impide
un trato también diferente, siempre que el distingo no sea arbitrario o
persecutorio (CS, 1979/05/03, "Frontera, Carlos G.", Fallos, 301:381).
Por eso no cabe alegar violación de la igualdad con fundamento en que
la sentencia apelada no se ajusta a la doctrina establecida en otras, aunque
emanen del mismo tribunal (CS, 1979/10/19, "Carrera, Héctor F. c. Black, Juan
y/u otros", Fallos, 301:917)
En definitiva, no constituye violación del derecho de igualdad la distinta
interpretación que los tribunales de justicia formulen acerca de normas de
carácter procesal y administrativo, sin que agregue fundamento conducente
para la solución del caso, la referencia que se formula respecto del
incumplimiento de los plazos legales en que habría incurrido el órgano
administrativo para dictar su decreto, pues esta cuestión no reviste carácter de
federal, amén de que el propio ordenamiento normativo prevé los remedios
legales ante dichas actitudes (CS, 1979/10/25, "De Genaro, Manuel F. c.
Municipalidad de la Capital", Fallos, 301:961).
Ni es violatoria de la garantía de igualdad la formación de categorías a
las que el legislador dispensa diferente tratamiento, aun cuando el fundamento
de esa distinción sea opinable, con tal que la discriminación no trasunte
manifiestos propósitos persecutorios contra determinadas personas o grupos
de personas, negando a unas lo que se otorga a otras en iguales condiciones
(CS, 1980/07/08, "Empresa Ferrocarriles Argentinos c. Comisión de Fomento
de Empalme Villa Constitución", La Ley, 1981-A, 317 - Fallos, 302:705 - ED,
89-461).
Finalmente, la garantía de igualdad como surge con claridad de la
lectura del art. 16 de la Constitución así como del espíritu histórico que la
anima, no se refiere a las presuntas desigualdades que puedan contener
determinados regímenes jurídicos en función de distintas motivaciones que no
resultan ofensivas para determinadas personas. Sólo se refiere a la prohibición
de tratar legalmente por separado a determinadas personas, por razón de
motivos étnicos, raciales, políticos o religiosos, ya sea en favor o desfavor de
los así regulados, con grave desechanza de la concepción igualitaria que
emerge de los principios republicanos. (Del dictamen del Procurador General
de la Nación al que se remite la Corte Suprema) (CS, 1981/07/07,
Schmalenberger, Hugo O. c. Municipalidad de la Capital, Fallos, 303:977).

7.5 Principio de moralidad (inciso 5º ap. d)


El contenido del principio de moralidad está compuesto de imperativos
éticos que, a partir de la buena fe obran como condicionantes de la conducta
en el proceso.
Cuando el principio es respetado, no tiene otro galardón que la
satisfacción de haber obrado con rectitud; los problemas acuden cuando no se
respetan sus previsiones y se debe señalar dónde y en qué consiste la
inmoralidad.
La ausencia de disposiciones expresas obliga a una tarea de
interpretación y de valoración subjetiva, a partir de principios generales,
costumbres o usos determinados.
El Código Procesal Civil y Comercial de la Nación y aquéllos que siguen
sus aguas, solamente reglan los deberes de lealtad, probidad y buena fe, como
provocadores de ciertos tipos de comportamientos; en tanto que, por vía de las
sanciones por conductas temeraria o maliciosa, concentran todo tipo de castigo
al litigante improbo, como una suerte de represión por su inmoralidad.
Esta faz preventiva del imperativo, no obstante, ha dejado sin aclarar
cuál es la naturaleza del contenido. Ello debe atenderse en la medida que, por
su deducción, podrán o no derivarse consecuencias por las cuales se habrá de
responder.
De lo hasta aquí expuesto surge nuestra interpretación del principio de
moralidad como un deber, partiendo al efecto de lo antes fundamentado (Cfr.
Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Temeridad y malicia en el proceso, editorial Rubinzal
Culzoni, Buenos Aires, 2002).
En tren de distinciones, la doctrina ha tratado por separado la moralidad
y la buena fe, contemplando desde distintas perspectivas la función del deber
de veracidad respecto de cada uno de ellos.
El nudo gordiano de la cuestión se centra en la libertad y disponibilidad
de las partes para que, con su proceder, no se vulnere la buena fe.
La dimensión del planteo varia con el sistema procesal que se analice;
por eso, en los procesos de corte dispositivo se consideró al principio de
moralidad como una carga, en tanto la infracción condenaba a una situación
desfavorable; empero, tal consideración parte de observar lo sucedido tras el
acto, de manera que el acto en sí mismo, tomado como antecedente, no se
tiene en cuenta.
Por eso es razonable concluir que, al interpretar la moralidad procesal
como un deber, no resulta necesario objetivar su contenido, pues la orientación
dista de tener una modalidad propia, de manera que hasta sería imprudente
reglar el principio cuál si fuera una "regla sagrada", que casi seguramente
quedaría prontamente inútil por la transformación del derecho y del sentir
comunitario en las valoraciones morales.
En suma, el objetivo final de la regla moral estriba en perseguir un
modelo de comportamiento que sea efectivo para todo tipo de proceso,
propiciando la realización justa y eficaz del derecho.
La consagración del principio obliga a interpretaciones elásticas en
atención a la variedad de casos y circunstancias.
El principio de buena fe, en esta nueva perspectiva, impone advertir que
la realización de la justicia a través de los mentados principios de lealtad,
probidad y buena fe, no pretende llevar al irrealismo absurdo de la declaración
contra sí mismo, o del aporte de material probatorio inconveniente para los
propios intereses del contradictor; sino en entender el proceso como un medio
de alcanzar la justicia, esclareciendo los hechos que se encuentran
controvertidos, sin que la capacidad de defensa se vea exacerbada por la
manifestación elocuente de una habilidad deshonesta.
Este principio moralizador pretende que el proceso se lleve a cabo en
una lucha correspondida con la lealtad, que supone ponderar el valor jurídico
de la cooperación.
En el XXI Congreso Nacional de Derecho Procesal, celebrado
recientemente en la Provincia de San Juan (Junio/2001) se sostuvo que "uno
de los deberes esenciales de los litigantes es la observancia del principio de
moralidad, que consiste en que las actuaciones desarrolladas en el proceso no
resulten contrarias a Derecho, por abusivas o absurdas. Este principio no
puede ser concebido como netamente procesal, pues excede el ámbito de la
materia, de ahí que la aplicación de sanciones persigue una finalidad
ejemplificadora o moralizadora, procurándose sancionar a quien utiliza las
facultades legales con fines obstruccionistas, o más aún sabiendo su falta de
razón. Categoriza al principio de moralidad como el deber de las partes de
conducirse en el proceso con lealtad, buena fe, etc. apuntando de ésta manera
a lo general, persiguiendo proteger la correcta administración de justicia en
forma genérica, afectando al penado extraprocesalmente como por ejemplo
con multas, de ello se desprende que en general el principio de moralidad está
reconocido a los jueces el poder-deber de prevenir y sancionar los actos
abusivos perpetrados dentro del debate judicial.
El principio vertido por Vélez en la norma del art. 1197 del Código Civil,
que enuncia el principio voluntarista del pacta sunt servanda, representa uno
de los parámetros liminares de nuestro sistema contractual.
Pero no obstante la honda reigambre que detenta semejante regla
jurídica de la cual cabe concluir en la aplicación lisa y llana del aserto que "la
palabra dada libremente por las partes debe ser respetada", su aplicación no
puede ser mecánica ni indiscriminada, puesto que no debemos olvidar que
dentro del mismo ordenamiento jurídico existen otras normas rectoras que el
juzgador tiene el deber de no omitir, como ser la prescripción por otro de los
principios básicos de nuestra legislación civil, cual es la del art. 1071, del
Código Civil, según la cual los derechos que se pretendan ser reconocidos no
pueden observar un carácter absoluto, sino que su ejercicio debe ser regular,
es decir adecuado a los fines que se han tenido en vista al reconocerlos, y
destacando principalmente que en materia negocial esa "aplicación regular"
debe ser efectuada de conformidad con las reglas de la seriedad, lealtad,
probidad y buena fe, principios todos ellos que, deben presidir los contratos y,
en general, los actos jurídicos (CNCiv., Sala B, 1978/09/07, "Carrizo, Mirta L. c.
Valgo S. R. L. y otros", ED, 81-793).
El principio de la buena fe, lealtad o probidad actúa sobre el contenido
de toda relación jurídica nacida de las obligaciones y de los negocios jurídicos y
se manifiesta en todos los aspectos de su desenvolvimiento, pero
particularmente en su cumplimiento (CNCiv., Sala A, 1984/10/24, "Rubio, Jorge
R. c. Playas y Balnearios, S. R. L.", La Ley, 1985-C, 381, con nota de Juan
Carlos Rezzónico, DJ, 985-42-360).
En materia procesal, quien deduce una pretensión con sustento en un
derecho sustancial que invoca en su favor, debe hacerlo respetando los
postulados de lealtad y probidad que el tribunal debe preservar (art. 34, inc. 5°
"d", Código Procesal).
En tal sentido, la pretensión no ha de denotar, en el proceso, un obrar
contrario a los principios éticos y también positivos que el derecho sustancial
invocado presupone. Sea esto recepción de la añeja doctrina de "clean hands"
o, si se prefiere, de la prohibición de ir contra los propios actos, lo cierto es que
constituye una directiva tendiente a asegurar la vigencia de la buena fe en el
ejercicio de todo derecho (CNCiv., Sala A, 1985/06/27, La Ley, 1985-E, 151,
ED, 114-553).
Se sostiene que aun cuando cupiera algún reproche en orden al deber
de lealtad, probidad y buena fe, por estimarse abusivo el concreto ejercicio de
la facultad procesal de negar los hechos afirmados en la demanda (en el caso,
se negó que el actor hubiera ascendido al colectivo y obtenido el boleto), tales
desconocimientos quedan obviamente sometidos a la prueba que se produzca.
Siendo ello así, atento el principio de eventualidad no puede entenderse que a
raíz de esas negaciones fuera improbable la excepción de prescripción,
identificando el precepto aplicable según la calificación jurídica correspondiente
a los hechos invocados en la demanda (CNCiv., Sala C, 1991/10/08, "Pérez,
Filimón y otra c. Dadona, Donato y otro", La Ley, 1992-B, 246).
El rol del abogado en la defensa de los intereses de su cliente encuentra
sustento en los principios de lealtad, probidad y buena fe, que implican la
colaboración permanente con el órgano jurisdiccional para la consecución del
objetivo común.
Por eso, la posibilidad de aplicar una multa al letrado patrocinante
proviene de la responsabilidad en examinar la verosimilitud de los hechos que
le indica el cliente, al exponerlos en un escrito judicial. En la medida en que ha
afirmado circunstancias o hechos que pudo advertir fácilmente que no eran
verdaderos y que tiende a confundir maliciosamente al juez, lo que implica una
inobservancia de los principios de lealtad, probidad y buena fe, el abogado
podrá ser sancionado independientemente, o juntamente con su cliente
(CNCiv., Sala C, 1994/03/03, "Sinde, Juan c. Martínez, Daniel", ED, 159-359).
La actuación en el proceso según los deberes de lealtad, probidad y
buena fe tiene como contrapartida la temeridad y malicia, cuando se actúa sin
medir las consecuencias con el objeto de causar un perjuicio (CNCiv., Sala H,
1999/03/03, "Sacchero, Guillermo E. c. Chou Chieng Hong y otro", La Ley,
1999-E, 518).
La malicia procesal se configura por la utilización arbitraria, ya sea por
las partes o sus letrados, de los actos procesales en su conjunto y el empleo de
las facultades que la ley otorga a aquéllas, obstruyendo su curso y en violación
de los deberes de lealtad, probidad y buena fe, con el objeto de dilatar
indebidamente el cumplimiento de las obligaciones y deberes cuya existencia
reconoce la sentencia (CNCiv., Sala A, 1995/12/26, "Carrizo, Nicolás M. y otro
c. Aranalfe S.A. y otros", La Ley, 1997-E, 1056, J. Agrup., caso 11.926).
Por tanto, resulta indudable la deliberada intención de obstaculizar el
trámite del proceso con la introducción de excepciones de incompetencia, falta
de personería y defecto legal -todas desestimadas con anterioridad- a las que
se añaden las de falta de legitimación por obrar y prescripción, todas ellas
fundamentadas, así como el rechazo de la invalidez matrimonial, en cuestiones
de hecho totalmente inconducentes, cuando no absurda ; imputación de
omisiones en la sentencia de primer grado que no son tales y alegaciones
jurídicas carentes de seriedad, todo lo cual se revela el abuso de jurisdicción y
la transgresión de los deberes de lealtad, probidad, y buena fe, porque no
puede excusarse la conciencia de la propia sinrazón para litigar (CNCiv., Sala
G, 1981/04/28, JA, 982-I-228).
De igual manera, contradice los principios de lealtad, probidad y buena
fe procesal la conducta adoptada por el accionante, si demoró
inexplicablemente el inicio de la demanda por responsabilidad contractual,
haciéndolo dos días antes de cumplirse el plazo decenal de prescripción, y
luego pretende requerir información sobre el personal médico y auxiliar
interviniente en una operación realizada en un instituto donde se efectúan
decenas de miles. Si bien hasta el momento tenía la prerrogativa de hacerlo, no
lo es menos que el tiempo debilita la eficacia de los medios probatorios, los
cuales son tanto más idóneos cuanto mayor proximidad exhiben con los
hechos que representan (CNCiv., Sala G, 1995/11/06, "S., S. M. c.
Municipalidad de Buenos Aires", La Ley, 1998-B, 929, J. Agrup., caso 12.581).
En cambio se considera que la demanda es temeraria si, además de
carecer de todo sustento fáctico o jurídico, es arbitraria por basarse en hechos
inventados o jurídicamente absurdos, de manera que es evidente el
conocimiento de la sinrazón. En cambio, por malicia se entiende la utilización
arbitraria de los actos en su conjunto (inconducta procesal genérica) o
aisladamente, si el cuerpo legal los conmina con una sanción especial
(inconducta procesal específica). Así, es malicioso el empleo de las facultades
otorgadas por la ley en contraposición con los fines del proceso, en violación de
los deberes de lealtad, probidad y buena fe, con el objeto de dilatar
indebidamente el cumplimiento de las obligaciones reconocidas por la
sentencia (CNCiv., Sala M, 1997/03/24, "Sudamluz S. A. c. P., M. A. y otro", La
Ley, 1997-D, 836 (39.638-S).
La actitud del demandado, que desconoció la existencia de diversos
contratos y la autenticidad de las facturas acompañadas a la demanda,
negativa desvirtuada por la pericia contable que informó que las facturas se
encuentran registradas en sus libros, implica el empleo de las facultades que la
ley otorga a las partes en contraposición con los fines del proceso. En efecto,
dicho desconocimiento violó los deberes de probidad, lealtad y buena fe, con el
objeto de dilatar indebidamente el cumplimiento de las obligaciones contraídas
(CNCom., Sala A, 1996/11/29, "Alba S. A. Fábrica de Pinturas, Esmaltes y
Barnices c. Meriza S. A.", La Ley, 1997-C, 614).
Por su parte, el art. 45 del Código Procesal prevé la imposición de
sanciones a la parte vencida o a su letrado patrocinante cuando hubieren
incurrido en la inconducta procesal genérica, que consiste en el proceder
contrario a los deberes de lealtad, probidad y buena fe (art. 34 inc. 5º, citado
cuerpo legal), manifestado en forma persistente durante el transcurso del
proceso judicial. Sus fines son moralizadores y procura sancionar a quien
formula defensas o afirmaciones temerarias, sabiendo su falta de razón,
utilizando las potestades legales con una finalidad obstruccionista y dilatoria
(CNCiv., Sala A, 1997/09/22, La Ley, 1998-B, 928, J. Agrup., caso 12.570).
Mientras que la conducta observada por las partes durante la
sustanciación del proceso podrá constituir un elemento de convicción
corroborante de la pruebas, para juzgar la procedencia de las respectivas
pretensiones. Es esta una aplicación concreta de los deberes de lealtad
probidad y buena fe mencionados genéricamente en el art. 34, inc. 5°, letra d),
Código Procesal (CNCiv., Sala F, 1980/06/27, "Gregorini, Juan A. c.
Recabarren de Gregorini, María E. T.", ED, 89-642).
Sin embargo se afirma que debe obrarse con suma prudencia en la
valoración de las conductas para considerarlas temerarias y maliciosas con la
consiguiente aplicación de sanciones, de modo de castigar solamente aquéllos
casos en que se traspasan los límites dentro de los cuales deben actuar los
litigantes y profesionales, con el adecuado respeto a los deberes de lealtad,
probidad y buena fe (CNCiv., Sala G, 1996/12/27, "Municipalidad de Buenos
Aires c. Pieragostini, Humberto", La Ley, 1997-B, 796 (39.351-S).
Finalmente, el principio de moralidad contenido en el art. 45 del Código
Procesal, basamento fundamental de la actuación procesal, debe ser
observado estrictamente por las partes. Así, es deber de los jueces velar que el
mismo no sea burlado, de modo que la calificación de la conducta procesal
queda reservada al juzgado, pues es su obligación prevenir todo acto contrario
al deber de lealtad, probidad y buena fe (CNCiv., Sala J, 1998/11/05, "Philips
Argentina S. A. c. Municipalidad de Buenos Aires", La Ley, 1999-F, 93 - DJ,
1999-2-560).

Potestades disciplinarias

Art. 35. -- Para mantener el buen orden y decoro en los juicios, los jueces y tribunales
deberán:
1) Mandar que se teste toda frase injuriosa o redactada en términos indecorosos u
ofensivos, salvo que alguna de las partes o tercero interesado solicite que no se lo haga.
2) Excluir de las audiencias a quienes perturben indebidamente su curso.
3) Aplicar las correcciones disciplinarias autorizadas por este Código, La Ley orgánica,
el Reglamento para la Justicia Nacional, o las normas que dicte el Consejo de la
Magistratura. El importe de las multas que no tuviesen destino especial establecido en
este Código, se aplicará al que le fije la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Hasta
tanto dicho tribunal determine quiénes serán los funcionarios que deberán promover la
ejecución de multas, esa atribución corresponde a los representantes del Ministerio
Público Fiscal ante las respectivas jurisdicciones. La falta de ejecución dentro de los
treinta días de quedar firme la resolución que las impuso, el retardo en el trámite o el
abandono injustificado de éste, será considerado falta grave.

1. La conducta en el proceso
El código señala en esta norma, las atribuciones que tiene el Juez para
mantener el orden dispuesto y el control sobre la conducta de las partes. Por
ello, el comportamiento de las partes, y especialmente de los letrados, guarda
una estrecha vinculación con la ética profesional.
El profesional tiene el deber de cuidar su técnica y de observarla con
inteligencia y constancia. No se limita, por tanto, a considerar el concepto de
ciencia como punto de referencia de un deber moral específico, sino que, junto
a tal poder, existe la obligación jurídica de comportarse según la técnica más
apropiada. La corrección profesional impone también otros deberes tales como
el tacto, la escrupulosidad, el orden, la cautela, la prevención, la seriedad, y
preparación en el estudio y despacho de los asuntos que se le asignan.
En cuanto al nexo con los principios de lealtad y probidad, va de suyo
que aparejan una doble intención: respetuosidad hacia la parte y hacia el
órgano jurisdiccional.
El sentido de este comportamiento, pretende la adecuación a las reglas
del orden, decoro, corrección y buena educación. Entendiendo por orden a la
tranquilidad, armonía y equilibrio que debe existir en el proceso para su normal
desarrollo y por decoro, al respeto en sentido estricto que se debe tanto al
Tribunal como a todos los intervinientes en el proceso.
Precisamente, para que la obligación sea recíproca entre las partes y
cuerpo jurisdiccional, el art. 58 del Código Procesal de la Nación enuncia: “En
el desempeño de su profesión el abogado será asimilado a los magistrados en
cuanto al respecto y consideración que debe guardárseles”; mientras que el art.
35 determina que los jueces “…para mantener el buen orden y decoro en los
juicios…podrán: 1º) mandar que se teste toda frase injuriosa o redactada en
términos indecorosos y ofensivos, 2º) excluir de las audiencias a quienes
perturben indebidamente su curso”.
De estas normas se desprende el ejercicio del poder de policía en el
proceso que tienen los jueces, dirigido a asegurar la marcha regular de la
contienda.
Habrá de repararse que la corrección disciplinaria difiere de la
contemplada en el artículo 45, pues esta última versa sobre la potestad que
tiene la jurisdicción para sancionar la temeridad o malicia de los litigantes.
La intención expuesta de resguardar el “buen orden y decoro en los
juicios” encuentra en el art. 35 citado el ejercicio normado del poder
disciplinario dentro del proceso.

1.1 Inciso 1º: Orden y decoro


La incorrección exhibida que figure como irrespetuosa en el sentir del
Juzgador, tiene que ser deducida o advertida por él mismo; su experiencia en
el manejo de la cuestión procedimental echa bases suficientes para poder
razonar la falta al decoro.
En este sentido, la calidad del acto cumplido sólo puede controlarse y
sancionarse dentro y en ocasión del proceso, pues la potestad disciplinaria del
Juez no puede enervar la natural jurisdicción que ejercen los Colegios
profesionales.
A este menester, es preciso indicar que la irrespetuosidad se evidencia
tanto en expresiones ofensivas como en alegaciones inconvenientes.
Ejemplo de las primeras son las manifestaciones que tienden a herir el
honor, el decoro o la reputación de una persona. V.gr.: “Tiene intención
ofensiva y sentido peyorativo la frase que imputa al juez haber dictado la
sentencia a ojo de buen cubero por lo que debe sancionarse al litigante que la
formula”.
En cuanto a la inconveniencia de ciertas expresiones, se tiene dicho
que: “si bien es cierto que en la defensa pueden tolerarse expresiones que
trasuntan en cierto grado el empeñoso afán de obtener la satisfacción de sus
pretensiones y que la sal de la gracia es un don ponderable, no por esto debe
olvidarse que su uso es lícito según la ocasión que se hace de ella. Por tanto,
procede testar las frases que no se compadecen con el clima que debe reinar
en el proceso” (art.35 inc.1º del Código Procesal) (La Ley 137-773; J.A. 969-I-
519).
La reforma de la ley 25.488 modifica esta facultad judicial, porque si
alguna de las portes se opone a que se practique la supresión de las frases
injuriosas u ofensivas, ellas se mantienen pese a la opinión del tribunal.
Asimismo, se afirma que la confrontación de opiniones y aún la mayor e
irreconciliable discrepancia a las cuales podría dar lugar una decisión de la
Corte o de cualquier otro magistrado, debe ser expresada, en el supuesto de
ser admisible, con el respeto y la mesura que sólo pueden resultar de un
lenguaje llano y frontal, jamás sobre la base de un discurso que pretende antes
ridiculizar la decisión que no se comparte, que obtener la rectificación de lo que
fundadamente se entiende como equivocado o perfectible” (La Ley 1996-C,
538).
En síntesis, los términos empleados en los escritos judiciales que, aun
sin llegar a ser injuriosos, indecorosos u ofensivos, menoscaban el nivel de la
controversia jurídica, además de ser francamente innecesarios desde que nada
agregan a la eficacia con que pudo sostenerse una postura frente a la cuestión
surgida, autorizan al Tribunal a aplicar las medidas que les compete en
ejercicio de la policía procesal que cumplen.
Recordemos que el abogado, como auxiliar de la justicia, es responsable
por el empleo del lenguaje reprochable y, en consecuencia, pasible de las
sanciones pertinentes (J.A. 1994-II-595) ya que es su deber la utilización del
lenguaje con moderación y corrección (La Ley Córdoba 1997-902).

1.2 Inciso 2: Exclusión de las audiencias


La Corte sostiene que no cabe reconocer a los jueces cuya institución y
competencia depende de la ley, otras facultades sancionatorias distintas de las
que aquélla les atribuye, respecto de las partes litigantes, sus apoderados o
abogados y ni el art. 6° de la Constitución de Corrientes, ni las normas de la ley
local 2990, autorizan a apartarse de dicho principio. Por ello la eventual
inconducta de los profesionales, que como autoridades del Colegio de
Abogados en una publicación lamentaron que los magistrados que intervinieron
en una audiencia judicial no hubieran impedido que en tal acto se agravase a
un abogado actuante en el proceso, queda librada al juzgamiento de los jueces
en lo penal y a los tribunales de ética forense que existieren en la jurisdicción
(CS,1982/04/27, "Cámara Criminal N° 1 Presidente subrogante solicita medidas
con relación a publicaciones aparecidas "Diario El Litoral" del 5-3-80", La Ley,
1983-A, 409 - ED, 99-451).
La exclusión de las audiencias de quienes perturben su desarrollo no
alcanza a los letrados de las partes, quienes en tal caso, serán sancionados
con el poder de policía específico del proceso, o tras la sustanciación de la
denuncia que al órgano profesional se efectúe.
De todos modos, las decisiones vinculadas con el cumplimiento del
arresto impuesto como medida disciplinaria son -en principio- privativas del
tribunal que lo dispuso (CS, 1966/08/22, Fallos, 265:219).

1.3 Las correcciones disciplinarias. Variantes


Se ha dicho que constituye conducta reprochable la desatención de las
obligaciones profesionales de concurrencia a las audiencias de prueba y la
interposición tardía del recurso de apelación contra la sentencia desfavorable.
Tales supuestos configuran las causales de negligencia frecuente y omisión
grave prevista en el art. 44, inc. e de la ley 23.187 (Adla, XLV-C, 21006),
debiendo calificarse tal conducta como falta leve, a la luz de lo dispuesto en los
arts. 25, 26, inc. a y concs. del Código de Etica (Adla, XLVII-C, 3295).
(T.Disciplina Colegio Abogados, Sala II, 1987/10/01, "DJ., L. R. M.", La Ley,
1988-426-DJ, 988-1-966).
Asimismo se argumenta que es violatoria de la ética profesional la
conducta de los letrados que vertieron en un expediente judicial
manifestaciones desprestigiantes y desmerecedoras sobre el Juez de la causa
-en el caso, lo acusaron de incurrir en afirmaciones mendaces y engañosas y
falseamiento de la realidad-, causándole un agravio innecesario e incurriendo
en exceso de la defensa de los intereses del cliente. Por ello, las atribuciones
que tiene el Tribunal de Disciplina del Colegio Público de Abogados para
entender en presuntas faltas a la ética profesional son independientes de las
facultades disciplinarias reconocidas a los jueces por el artículo 35 del Código
Procesal y el artículo 18 del decreto/ley 1285/58 -texto según ley de
organización de la Justicia Nacional 24.289- para mantener el orden y decoro
en los juicios. Agregándose que las atribuciones que tiene el Tribunal de
Disciplina del Colegio Público de Abogados para entender en presuntas faltas a
la ética profesional son independientes del juicio de responsabilidad -penal, civil
o administrativa- que puede emitir el superior jerárquico del Juez que denunció
tales faltas por los mismos hechos (CNFed. Contenciosoadministrativo, sala II,
2000/09/26, "D., C.A. y otro c. Colegio Público de Abogados de la Capital
Federal", Fallo 101.728 (La Ley viernes 23 de Marzo de 2001).

a) Potestades del Colegio de Abogados


Se observa en estas argumentaciones una disputa entre las facultades
judiciales y el Tribunal de Disciplina del Colegio Público de Abogados de la
Capital Federal que sostiene que "las disposiciones de la ley 23.187 que
confieren atribuciones disciplinarias al Tribunal de Disciplina han derogado las
que confieren a los jueces los ordenamientos procesales y el decreto-ley
1285/58".
A esta conclusión llega después de discutir en sendos plenarios el
planteo, los que tuvieron posiciones disímiles, al punto que el primer plenario
alcanzó una votación diferente a la obtenida el 26 de octubre de 1992 que
refleja la doctrina final que en esta oportunidad comentamos.
Básicamente fundan esta doctrina los argumentos siguientes:
a) El Código de Etica dictado por el Colegio profesional en ejercicio de
las facultades que la ley 23.187 le asignó, importa un texto específico, de
naturaleza especial y exclusiva, que reúne la totalidad de conductas que al
abogado se le vedan en la práctica y que sólo el Tribunal puede calificar.
b) Se resguarda el derecho de defensa del abogado que, de otra
manera, se encuentra sorpresivamente sancionado sin posibilidad de
defenderse contra la "susceptibilidad judicial".
c) Nadie mejor que los pares para determinar si la conducta profesional
afecta o contraviene los fines de la actividad, evitando así, el temor reverencial
a la potestad sancionatoria, amplia y discrecional, de los jueces.
d) Un mismo hecho no puede -conforme a derecho- quedar sujeto a dos
sanciones disciplinarias distintas -la del juez en uso de las facultades
correctivas que establece el código procesal, y la del colegio, aplicando las
normas de la ley y el Código de Etica-
e) El sistema de la ley 23.187 no sustrae al letrado de sus derechos y
obligaciones sino que -ante una eventual inconducta que afecte la ética en
todos sus componentes (moralidad, probidad, buena fe, etc.) debe ser
substraído del poder sancionatorio de la magistratura y remitido para su
juzgamiento ético ante el Tribunal de Etica, sin perjuicio de la responsabilidad
civil, penal y/o administrativa, de la que se excluye la procesal, en la que
pudiera eventualmente estar incluido dicho letrado.
Se sostiene que el Código de Etica es un régimen exclusivo y
excluyente; por ello, los jueces pierden la potestad de sancionar para
convertirlos en fiscales del comportamiento procesal.
De esta manera, el abogado evita tener que afrontar dos sistemas
punitivos: el del código procesal y el colegial.
Sin embargo, esta lectura confunde dos valores diferentes. No es igual el
resguardo de la ética respecto al mantenimiento del principio de moralidad
procesal.

b) La Etica profesional.
El comportamiento ético es una fórmula común de captar y ponderar el
ejercicio profesional. Si bien es cierto no existe una regla "estándar" que
visualice en conjunto las modalidades de prestación, también lo es que bajo su
manto se protegen principios básicos y esenciales de la conducta.
En este sentido, el concepto amplio de moralidad en la abogacía,
contrae obligaciones, derechos y deberes sobre la probidad, lealtad y
honestidad de la actitud abogadil.
Va de suyo, que el principio compromete también al profesional en el
arte de ejercer su oficio, procurando consideraciones de estima y valor en la
dignidad y decoro con que actúe; en la diligencia, corrección y desinterés de su
tarea; en los principios de información y reserva, y en sus vínculos de
asociación privada y corporativas.
Este "debe ser" de la abogacía estrecha filas con la ética, dándole,
inclusive, cierto carácter costumbrista que tiende a pervivir por sobre la
maleabilidad de las normas.
De todos modos, no son las reglas éticas normas morales, aun cuando
la tendencia es a considerarlas como tales.
En realidad, aquéllas son principios de conducta profesional, y por tanto,
no son obligatorias, pero que llevadas a la praxis, subrayan su carácter moral al
entrar en colisión con el modelo generalizado del "buen abogado".
Se pude afirmar que son reglas referidas a la moral común, es decir, a la
moral usual en un determinado lugar y momento histórico.
No obstante existan ciertas individualizaciones que permitirán encontrar
diferencias por la especialización profesional.
En la fisonomía de estas características existe una tipicidad común que
implica el concepto de pertenencia donde el sentido de servicio imprescindible
para la comunidad se eleva por sobre el crematístico del beneficio económico
que el oficio reporta.
En ciertos Congresos de la materia se ha afirmado que la ética
profesional es fruto de una obra diuturna de autocontrol y de autolimitación que
proviene de los mejores profesionales del grupo y que es asumida por la gene-
ralidad de los miembros del mismo como norma moral.
Evidentemente, el contenido de estas pautas subordina las finalidades
del conjunto, las orienta y concreta en funciones que ocupan la composición
vertebral de lo que entendemos como ética.
Sin embargo, resulta preciso repasar ciertos principios fundantes,
muchos de los cuales permanecen inmutables desde hace largo tiempo sin
haberse adaptado a las transformaciones del ejercicio y a los requerimientos
del tráfico masivo.
Así por ejemplo, parece ineludible abordar la revisión del principio que ve
al abogado como un defensor a ultranza de los pretendidos derechos de la
parte que patrocina o representa.
La cuestión se emparenta indudablemente con la vigencia de la buena fe
en el proceso y sus consecuencias.
c) El principio de moralidad en el proceso
El resguardo del principio moral es el primer objetivo que debe cumplir el
comportamiento con lealtad y probidad en el proceso. Este es un fin genérico,
omnicomprensivo, que resulta propio y naturalmente exigible a cualquier
individuo que pone en marcha el aparato estatal en busca de solucionar un
conflicto de intereses.
El fundamento jurídico atañe a la finalidad del proceso civil. La
jurisdicción protege los derechos subjetivos de los particulares, procura el
mantenimiento del orden entre los coasociados y tiende a la conciliación de los
contrapuestos intereses individuales.
De este modo, la justicia aparece como un servicio público que no puede
ser vulnerado por el exceso de las partes a través del abuso procedimental.
Ambos términos ponen de relieve el contacto entre el derecho y la moral.
Pero estas coincidencias no surgen naturales; mas bien aparecen
exigidas por razones político sociales. Sin embargo es lógico que así sea, pues
a todos interesa que los hombres tengan un proceder honesto en su vida y,
frente al conflicto y la necesidad de su reparación judicial, que el mismo sea
resuelto en el marco de una composición justa y equitativa.
De modo, entonces, la relación entre derecho y moral supone un
entrelazamiento entre el derecho "correcto" y la moral "correcta". La lealtad y la
probidad son propiciadas a punto tal que obtienen una suerte de
institucionalización y se convierten en un deber externo, indiferente al sentir
interno del individuo que puede o no conformarse al principio.
Incurso el comportamiento desleal, atípico, el fundamento moral corre el
riesgo de su quiebra, si no cuenta con elementos coactivos que lo impongan.
En este juego dialéctico entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo
incorrecto, lo moralmente exigible y lo socialmente repudiable, existe una franja
muy extensa de situaciones híbridas que sólo el juez puede ponderar y calificar
según su ciencia y experiencia.

d) Coincidencias entre ética y conducta procesal.


El código procesal reclama a partes y letrados un comportamiento
ajustado a los principios de lealtad, probidad y buena fe. Todos ellos se reúnen
en torno a la moralidad procesal.
La probidad, en sentido general, atañe a la honorabilidad y, dentro de
ésta, a la honestidad.
Importa una doble consideración respecto de su presencia en el
proceso: la probidad en las actuaciones procesales, como obligación ética de
comportamiento ritual, y la probidad profesional que, por su amplitud, puede
extenderse a la conducta privada del abogado.
De hecho, la actuación en el proceso repercute en la consideración
profesional.
La regla de probidad en la conducta del abogado puede interpretarse
como una manifestación del concepto honeste vivere que procede del derecho
romano.
Son ejemplos de conducta ímproba en el proceso, la del abogado que no
privilegia los principios de diligencia, corrección y desinterés; o la del letrado
que renuncia a su mandato y no devuelve el dinero recibido para depositar con
destino a gastos y honorarios; o que deja vencer los plazos para interponer un
recurso; también, el caso del apoderado que no cumple todo su cometido, o
que tiene propósitos dilatorios o entorpecedores, etc.
Adviértase que cualquiera de estas conductas desdorosas reflejan la
calidad profesional, pero no se sancionan dentro del proceso donde suceden.
Con criterio finalista, podría significar que, mientras en la conducta
contraria al decoro puede encontrarse una ofensa directa e inmediata a la
autoridad del juez dentro del proceso, en la actitud que se encamina a la
violación de la regla de probidad y buena fe, se ataca sólo en forma directa e
inmediata esos valores, ya que es primordial y relevante el escarnio que se
hace de los derechos del contrario.
Desde otro punto de vista, la lealtad puede asumirse como una regla de
costumbre que no tiene sanción jurídica fuera del proceso, pero sí una grave
reprimenda moral, por la cual los pares reprueban a quien se aparta de los
principios éticos de la profesión.
Sin embargo, también la lealtad puede encontrarse en los deberes de
colaboración y solidaridad que alienta el sentido publicístico del proceso.
En uno y otro caso, se puede ver como la lealtad, la probidad y la buena
fe, funcionan dentro de las actividades procesales y extraprocesales.
También se advierte, de que manera el juez controla el buen orden de
las actuaciones a través de lo que podríamos llamar la "policía del proceso"; y
el Tribunal de Etica fiscaliza y asegura la dignidad y decoro de la profesión,
incluyendo la libertad de su ejercicio.
No se trata, claro está, de una doble jurisdicción, y menos aun, de un
juzgamiento simultáneo por una misma causa. Es un dualismo ancestral,
perfectamente diferenciado en el que el Tribunal de Etica toma de una ley
general, como es la de colegiación obligatoria en la Capital Federal, la potestad
de mantener el decoro y la dignidad de la abogacía reprimiendo a los letrados
que por sus faltas puedan hacerse culpables; en tanto que al Juez, mediante el
código procesal aplicable, tiene una facultad distinta consistente en reprimir los
abusos que ante la justicia se cometan.

e) La corrección disciplinaria
Tanto la temeridad como la malicia conforman tipos de conducta
disvaliosas que agreden el principio de moralidad en el proceso.
Ambos comportamientos no se identifican, por lo cual es preciso
distinguirlos. La temeridad alude a una actitud imprudente o desatinada,
echada a los peligros sin medir sus consecuencias. Es un dicho o hecho sin
justicia ni razón y destinado, especialmente, a afrentar valores morales del
prójimo.
La malicia se configura por la omisión deliberada de un acto procesal, o
cuando se lo ejecuta indebidamente para que pueda producir el mismo
resultado. En general, expresa un propósito obstruccionista y dilatorio tendiente
a la paralización o postargación de la decisión final que debe dictarse en el
proceso.
Estas modalidades son advertidas por el Juez al tiempo de dictar
sentencia (arts. 34 inciso 6° y 45 del Código Procesal) y constituyen una
actividad específica entre los deberes jurisdiccionales para considerar la
conducta profesional genérica.
Pero no es la única oportunidad, también existen ocasiones particulares
que, vinculadas con la calificación de los comportamientos, admiten que el
Juez aplique sanciones en ejercicio de sus facultades disciplinarias (V.gr.: arts.
29, 145, 374, 525 inciso 2°, 551, 594, etc., del Código Procesal).
Ahora bien, el dictamen del Tribunal de Etica interpreta que el
magistrado no pierde estas facultades. La diferencia está en que, advertido el
comportamiento inusual, debe comunicarlo al organismo colegiado para que
sea éste quien establezca la gravedad de la falta.
Siendo así, el proceso quedaría ausente de control específico y sujeto a
una contingencia posible, absolutamente eventual, que privaría de sentido el rol
director del Juez en el proceso.
Si bien en una primera época, antes de la evolución del derecho
procesal y enmarcado por un procedimentalismo a ultranza, el principio
dispositivo (que pregona el dicho que "el proceso es sólo cosa de partes")
acentuó las bondades de la astucia, la habilidad técnica, la disposición oratoria,
la tolerancia del oponente, etc., ello motivó que el litigio, a la postre, hiciera gala
de una triste experiencia: había triunfado el de mayor destreza, muchas veces,
a costa de la verdad real.
Esa libertad de acción de las partes para sostener sus respectivas
afirmaciones, no obstante, no toleraron jamás un ataque directo a la buena fe,
la ética, o el empleo deliberado del dolo o el fraude.
Precisamente para controlar los excesos en el derecho de postulación, el
principio dispositivo fue desplazado por el sentido de cooperación, moderno
entendimiento del principio publicístico que pone énfasis en la participación y
protagonismo del Juez como director del proceso.
El deber genérico es ahora la buena fe, y sus manifestaciones
específicas, el obrar con lealtad y probidad.
Para corresponder el carácter de una conducta con la buena fe,
debemos instalarnos en el terreno de los hechos; y por implicancia, este
sentido objetivo de apreciación nos transportará al encuadre con el principio
moral.
En definitiva, lealtad y probidad son términos indefinidos en el
ordenamiento procesal. La enunciación de ellos es adrede, pues tiende a que
los mismos encierren un amplio campo de conductas antifuncionales cuya
caracterización depende de la interpretación judicial.
El honeste procedere es una regla moral que se considerará violada
cuando las exigencias éticas no se encuentren presentes en el proceso.
Por todo ello, la conducta procesal indebida se representa en el
comportamiento inapropiado con las premisas éticas del obrar honesto; y
también importa un agravio al derecho, por buscar su desvío con medios ilícitos
tendientes a la destrucción de la finalidad legal.
El juez advertirá y sancionará la incorrección ocurrida dentro del
proceso; al Tribunal de Etica, le corresponde la reprimenda moral en
salvaguarda del prestigio profesional y protección al conjunto.
¿Son, acaso, dos sanciones?: No, una está encuadrada en los sucesos
anormales que el Juez debe prevenir y sancionar en la litis; la otra, es un deber
del tribunal que consiste en calificar la gravedad de la conducta profesional,
antes que el comportamiento específico revelado ante sus pares.
La obligación de conducirse conforma a una pauta ética es tan obvia que
no motiva controversia alguna; solamente provoca reacciones cuando se
manifiesta lo atípico, lo antifuncional. Se revela ante los demás un
comportamiento inusitado y como tal merece la reprobación inmediata.
Estos desvíos no son exclusivamente reglados en el código procesal:
reconocen otras expresiones en el artículo 4° del Decreto 4777/63 que
castigaba con una multiplicación de intereses al deudor que perseguido
judicialmente litigaba sin razón valedera; el artículo 622 del Código Civil, que
faculta a los jueces a sancionar al deudor renuente con intereses
compensatorios y moratorios hasta dos veces y media superior a los que
corresponderían; por mencionar sólo las más destacadas.

Deberes y Facultades ordenatorias e instructorias.

Art. 36. -- Aún sin requerimiento de parte, los jueces y tribunales deberán:
1) Tomar medidas tendientes a evitar la paralización del proceso. A tal efecto, vencido un
plazo, se haya ejercido o no la facultad que corresponda, se pasará a la etapa siguiente
en el desarrollo procesal, disponiendo de oficio las medidas necesarias.
2) Intentar una conciliación total o parcial del conflicto o incidente procesal, pudiendo
proponer y promover que las partes deriven el litigio a otros medios alternativos de
resolución de conflictos.
En cualquier momento podrá disponer la comparecencia personal de las partes para
intentar una conciliación.
3) Proponer a las partes fórmulas para simplificar y disminuir las cuestiones litigiosas
surgidas en el proceso o respecto de la actividad probatoria. En todos los casos la mera
proposición de fórmulas conciliatorias no importará prejuzgamiento.
4) Ordenar las diligencias necesarias para esclarecer la verdad de los hechos
controvertidos, respetando el derecho de defensa de las partes. A ese efecto, podrán:
a) Disponer, en cualquier momento, la comparecencia personal de las partes para
requerir las explicaciones que estimen necesarias al objeto del pleito;
b) Decidir en cualquier estado de la causa la comparecencia de testigos con arreglo a lo
que dispone el artículo 452, peritos y consultores técnicos, para interrogarlos acerca de
lo que creyeren necesario;
c) Mandar, con las formalidades prescriptas en este Código, que se agreguen
documentos existentes en poder de las partes o de terceros, en los términos de los
artículos 387 a 389.
5) Impulsar de oficio el trámite, cuando existan fondos inactivos de menores o
incapaces, a fin de que los representantes legales de éstos o, en su caso, el Asesor de
Menores, efectúen las propuestas que estimen más convenientes en interés del menor o
incapaz, sin perjuicio de los deberes propios de dicho funcionario con igual objeto.
6) Corregir, en la oportunidad establecida en el artículo 166, inciso 1 ) y 2), errores
materiales, aclarar conceptos oscuros, o suplir cualquier omisión de la sentencia acerca
de las pretensiones discutidas en el litigio, siempre que la enmienda, aclaración o
agregado no altere lo sustancial de la decisión.

1. Contenido de la reforma
La ley 25.488 ha modificado poco esta disposición que bajo el título de
"deberes y facultades" tenía una interpretación, y ahora al cambiar el término
deberán por podrán genera una gran incertidumbre porque altera lo que fue un
deber sustituyéndolo por una potestad; es decir, lo que antes era algo que se
debía hacer, ahora es una opción o alternativa.
Las restantes cambios los veremos al considerar cada inciso. Estos, si
bien no están ordenados de acuerdo con la categoría a la que corresponden,
permiten señalar que, son potestades ordenatorias las previstas en los incisos
1), 2), 3, 5) y 6); mientras que es una potestad instructoria, la restante.

2. Principio de continuidad o preclusión (inciso 1º)


El principio de preclusión responde a la necesidad de acotamiento del
proceso. Por la preclusión procesal, en situación con los tiempos del proceso,
se articula el orden secuencial de los actos, de manera ordenada, progresiva y
donde cada actividad debe cumplirse en el período designado. Ello significa
que el transcurso de una fase para seguir a otra consume la oportunidad y
extingue el tiempo ofrecido para hacer.
Esa preclusión origina tres posibilidades diferentes: en la primera, puede
suceder que se pierda la alternativa o facultad de alegar por haber transcurrido
el tiempo otorgado en los plazos del procedimiento.
Aquí la preclusión castiga la inercia del interesado, dando por perdida la
oportunidad.
En segundo lugar, si un acto procesal se cumple en una etapa
equivocada privando con ello de obrar adecuadamente en la instancia en
curso, se habla de preclusión por extinción. Con ella, el error impide regresar
reparando el equívoco. También aquí la preclusión opera como sanción al
descuido.
Finalmente, la preclusión obraría por consumación cuando ya se hubiera
ejercido válidamente la facultad de que se trata.
Cumplido el acto, no es posible reiterarlo, aún bajo el pretexto de
mejorarlo o integrarlo con elementos involuntariamente omitidos en la primera
ocasión.
La sentencia, para adquirir firmeza, necesita que hayan precluído todas
las posibilidades de contener. Son por tanto, sentencias firmes aquellas contra
las cuales no cabe recurso alguno, ordinario ni extraordinario, ya por su
naturaleza, ya por haber sido consentidas por las partes.
Tal como el art. 36 inciso 1º presenta al principio de preclusión, se
vincula con el impulso procesal.
Como una derivación de ambos llegan la caducidad y la negligencia
como presupuestos de control a la celeridad del proceso.
La caducidad se ocupa de sancionar el abandono total o parcial del
proceso, tarifando el tiempo de acuerdo a la naturaleza del tr ámite; o bien,
teniendo por decaída , de oficio o a petición de partes, la producción de ciertas
pruebas ofrecidas.
La negligencia, en cambio, refiere a la morosidad de la parte para
cumplir con la prueba, generando con su actitud un retardo en el trámite de la
causa.
En rigor de verdad, el impulso procesal fundamenta la rigidez de los
plazos y las modalidades con que se sanciona la inactividad procesal.

2.1 Caducidad e impulso de oficio


Ahora bien, el conflicto que plantea este primer inciso se vincula con el
principio dispositivo, que encierra en su predicado el interés de las partes en el
proceso.
Este principio interpretado a ultranza, considera que solamente las
partes son quienes disponen del trámite, y el Juez debe esperar las reacciones
de ellos para realizar los actos que se plantean a su decisión. Por lógica se
entiende que la sentencia se podrá dictar únicamente si las partes lo piden.
Sin embargo no es este el criterio que impera, habiéndose colegido de la
exposición de motivos de la ley 17.454 que este precepto no tiene otra
intención que facultar a los jueces para ordenar el pase de una a otra etapa sin
necesidad de aguardar las peticiones de las partes.
"El ordenamiento procesal se ha apartado así del tipo de procedimiento
dispositivo y ha quitado al juzgador su antiguo carácter de espectador pasivo
del litigio. Le otorga un papel activo en la relación procesal, procurando que
resplandezca la verdad y la justicia sea asequible a todos por igual" (Exposición
de motivos, capítulo II).
En la jurisprudencia se sostiene que la perentoriedad de los plazos
judiciales tiende a la preclusión automática de los distintos estadios del proceso
y comporta un medio de impulso procesal de oficio. Dicha perentoriedad no
corresponde sólo para las partes sino también para el tribunal (CNCiv.,Sala L,
1998/12/28, "Bemar S. R. L. c. Consorcio prop. Av. Independencia 1179/83", La
Ley, 1999-D, 796 (41.809-S) - DJ, 1999-3-222).
Si bien el art. 17 de la ley 16.986 dispone que las normas procesales se
aplican de manera supletoria a lo determinado en la ley de amparo, ello será
así siempre y cuando las disposiciones procesales no sean incompatibles con
la naturaleza de la acción, como lo es, sin duda, el instituto de la caducidad de
instancia, cuya aplicación literal violaría, en principio, normas de orden superior
que imponen el impulso procesal de oficio (C.Fed.Cordoba, Sala A, 1995/08/04,
"Cena, Miguel A. y otro c. PAMI", LLC, 1996-26).
Con el pronunciamiento de la resolución que pone las actuaciones para
dictar sentencia cesa la carga de instar el procedimiento para los justiciables, y
de proveerse de oficio alguna medida de prueba, ésta coloca la carga de
impulso en la parte interesada sólo en caso de que fuese notificada, por cédula,
de lo contrario perdura el cese de la obligación de instar el procedimiento
(CNCiv., Sala A, 1988/07/06, "Hertizka, Mauro L. suc.", La Ley, 1988- E, 568
(38.059-S).
En algunos procesos el deber genérico de impulso de oficio que
establecen los procesos laborales, por ejemplo, cesa cuando la parte a quien
incumbe la realización de alguna diligencia apta para la prosecución del
procedimiento es la que con su desinterés, evidenciado en el incumplimiento de
la intimación cursada, impide precisamente su ejercicio.
Por eso se dice que el impulso de oficio de un procedimiento laboral es
incompatible con la caducidad de la instancia, salvo que la parte interesada
incumpla con la intimación del art. 12 de la ley 11.653 (Adla, LV-E, 6517) pues
ello denota inequívocamente el abandono del proceso por la parte interesada,
en cuyo caso y sólo entonces son de aplicación las normas sobre caducidad
previstas en el art. 310 del Código Procesal (SCBs.As., 2000/08/09, "Pavarini,
Felipe H. y otros c. Insycom S. A. -L. 70.134-", LLBA, 2001-318)
A veces, hay causas que obstan a su aplicación. Por ejemplo, si el
juzgado donde se encontraba radicada la presente causa no carecía de juez,
sino que la titular que sustituyera al cesanteado juez anterior, no se había
avocado de oficio, era necesario el impulso procesal de la parte, tendiente, más
que a mantener vivo el proceso, a dinamizar a éste posibilitando así la
viabilidad de actos tales como decretar los pertinentes ofrecimientos de prueba,
que de haberse efectuado éstos necesariamente tendrían que haber
aguardado que el aludido avocamiento quedara firme (C.Civ.Com. y Trab. Villa
Dolores, 1987/04/03, "Barros, María A. c. Duje, Carlos A., suc. y otra", LLC,
988-145).

3. Conciliación y mediación (inciso 2º)


La reforma introducida por la ley 25.488 permite a los jueces derivar la
cuestión litigiosa que atiende a medios alternativos de disputas, o medios
alternativos de resolución de conflictos.
Esta norma tiene antecedentes en la ley 24.573 que introdujo la
mediación como instancia obligatoria dentro del proceso; y se agregó en la ley
24.417 en los conflictos de violencia familiar.
La esencia que contiene a las formas alternativas para la resolución de
controversias está en el principio de libertad y disposición de las partes para
elegir la vía donde resolver sus diferencias y conflictos.
Cuando las partes lo resuelven, tiene sustento contractual (lo que no
supone decir que deba regirse por disposiciones sustanciales) porque depende
del consentimiento de ambos contradictores, o del acuerdo concertado al
efecto. De todos modos, esa libertad tiene límites insuperables provenientes
del orden público centrado en ciertas materias que devienen indisponibles para
los interesados (no podrán comprometerse en árbitros, bajo pena de nulidad,
las cuestiones que no pueden ser objeto de transacción -art. 737, CPCC-;
exclusiones del artículo 2º de la ley 24.573, por ejemplo).
La diferencia esta en que, de ahora en más, el Juez puede derivar la
solución del conflicto a un tercero, para que este resuelva en una instancia
diferente a la judicial, el conflicto que a él le fue planteado.
Por vía de principio, creemos que la posibilidad abierta es francamente
intolerable, e inconstitucional. Primero porque la instancia de mediación
obligatoria ya se ha transitado, y la delegación supondría regresar el proceso a
etapas ya superadas. Luego, porque el derecho a la jurisdicción implícito en los
arts. 18 y 43 de la Constitución Nacional, se vulnera de forma flagrante,
permitiendo que los tribunales se desprendan de la función jurisdiccional que la
Constitución les encomienda, sin más fundamento que la interpretación de
posibilidades de negociación que, él mismo podría realizar, aplicando nada
más que las potestades que el código le acuerda.

3.1 ¿Es posible la suspensión del trámite?


El concepto de proceso jurisdiccional es bastante confuso en la
sistemática como la doctrina lo explica. A veces, se lo analiza como el
procedimiento que permite actuar como herramienta de los derechos
sustanciales; en otras, se le aditamenta el concepto de “debido” para asignarle
una condición constitucional que responde en el al concepto formal de cómo
debe tramitar un litigio para que no alteren ni afecten los derechos de las
personas; y también suele interpretarse a partir de los principios y
presupuestos que caracterizan el método judicial implementado para el debate
entre las partes.
Está claro que el proceso tiene principios incanjeables como el debate
entre partes, frente a un tercero, en perfecto pie de igualdad entre ellas, con el
mismo derecho a alegar y probar, y a tener una sentencia fundada en derecho
en el menor tiempo posible, de acuerdo con la celeridad que ellas mismas
impongan y el Juez impulse cuando fuere menester.
También existen presupuestos insuperables para acceder al proceso,
como la legitimación y el interés para obrar; además de los requisitos
particulares de admisión formal.
Todo ello conformará un procedimiento típico, inconfundible,
estructurado por etapas, y con un sistema dialéctico sostenido en los principios
de bilateralidad y contradicción permanente.
¿Se pueden aplicar iguales principios y presupuestos a los medios
alternativos para resolver controversias? Creemos que no.
Los medios alternativos de resolución de conflictos son, generalmente,
informales y sin aplicar una técnica predispuesta. Se trabaja sobre las
habilidades del tercero, quien suele reunir a los interesados en una o varias
audiencias para que se enfrenten "cara a cara", pongan de relieve sus
posiciones, puntos de conexión y distancia, obrando el gestor del problema tras
la solución del caso, sin tener que recurrir a determinados procedimientos
verificatorios (esto es, que a nadie se le pide demuestre que tiene razón), ni
que la opinión que se vierta pueda obligar a alguna de ellas.
Como se aprecia, cada sistema o método parte de una premisa
diferente. No se trata de conciliar intereses opuestos que miran una misma
situación (contractual o de hecho); sino de encontrar una respuesta pacífica,
una alternativa flexible que no tenga el marco preciso de la perspectiva
analizada, pudiendo conseguir resultados absolutamente diferentes al cuadro
típico que califica la pretensión y su resistencia.
Es decir, por esta vía se puede flexionar el objeto querido, propiciando
aperturas y opciones tan válidas como las que obran el derecho con que se
actúa.
En consecuencia, no se aplican principios consabidos del proceso
judicial, tales como el encuadre preciso entre demanda y contestación;
obligación del juez de respetar esa congruencia, verificación de presupuestos
de iure y de facto, etc.
Cada figura tiene una modalidad que se diferencia por la metodología
que implementa, lo cual no obsta a que, muchas veces, suelen confundirse los
sistemas de resolución de disputas (por ejemplo, entre mediación y
conciliación). La idea es consensuar partiendo del diálogo permanente.
Precisamente, el acuerdo, la concertación amistosa, el encuentro entre
extremos distantes, son posibilidades de reflexión que alcanzan un término
medio conforme, donde ambos contendientes se muestran satisfechos.
Esta búsqueda por respuestas equidistantes y equilibradas en las que no
existan culpables ni derechos sacrificados tiene origen en la más antigua
formación de los estamentos sociales.
Desde la organización familiar, atravesando los clanes, los predominios
tribales, la autoridad del señor feudal, y demás representantes de una
personalidad moral influyente, muestran como fue evolucionando la armonía de
la sociedad y como se valoraba la conveniencia de vivir en una comuna sin
graves perturbaciones.
Obsérvese esta singularidad, porqué al recordar el origen de la
jurisdicción no podremos olvidar que los Jueces actúan, justamente, para evitar
que sea la justicia privada la que resuelva los conflictos de la sociedad.
Por eso, las mayores diferencias esta en los métodos de resolución de
controversias alternativos y el proceso judicial.
En efecto, la litis mantiene aquella performance de lucha donde quien
obtiene sentencia favorable, más que razón tiene victoria, como si el litigio
fuese un campo de batalla.
El juez, magüer las facultades y deberes que se potencian en los nuevos
códigos adjetivos, persisten con sus actitudes pasivas; son decisores a la hora
de dictar sentencia, y recién allí conocen la médula del conflicto; a veces, tan
siquiera saben quienes son las partes porqué, quizás jamás lleguen a verlas.
El juez es un tercero imparcial e independiente, y llega a tal extremo el
principio que suele confundirse con la absoluta distancia respecto al problema
a sentenciar. Su pronunciamiento tiene por tanto la insípida decisión del neutral
desinteresado, que mal que nos pese, porta más de ficción actuada que de
realismo jurídico, en suma, la dura constatación de que los jueces son fugitivos
de la realidad.
En cambio, los métodos alternativos encuentra en quienes desempeñan
el oficio habilidades particulares que no se relacionan necesariamente con el
conocimiento jurídico. Su sabiduría es técnica, ellos saben como aproximarse
al conflicto, sus destrezas y aptitudes les facilita con gran entrenamiento
alcanzar el encuentro entre puntos críticos de confrontación entre las partes.
El mediador no resuelve, solamente sugiere caminos, alternativas.
Tampoco asesora, ni dictamina, es únicamente un tercero que intercede entre
los contradictores para ayudarlos a encontrar un acuerdo mutuamente
satisfactorio.
El conciliador aviene intereses contrapuestos; difumina ánimos en
diferencia; pacifica en sentido lato, procurando renuncias recíprocas con un
beneficio común.
El árbitro tiene más parecidos con la actuación del Juez, pero su origen
difiere pues depende de la institución concertada o legal que decide la vía.
Estas singularidades adicionan un consecuente inmediato. Mientras el
proceso ordinario sostiene sus decisiones en la aplicación del derecho positivo
o judicial; los sistemas alternativos reconocen la fuerza de voluntades
comunes; es un trato de buena fe que las partes admiten como mejor camino
para una síntesis final.
Este rumbo hacia un proceso sin conflictos permite sugerir la
conveniencia de instaurar un rumbo novedoso para la solución a eventuales
desencuentros entre los miembros de una sociedad. No se trata de que "todos"
sepan que el conflicto existe, como ocurre en el principio de publicidad que
consagra el derecho procesal tendiente a elevar el dicho de la "justicia de cara
al pueblo"; sino de ofrecer confidencia y reserva, para obtener en la intimidad
necesaria un hallazgo común de coincidencias.
Ahora bien, la técnica puede ser un elogio para las aptitudes y
habilidades que cimentan la idoneidad del tercero que interviene; pero nada
tienen que ver con la naturaleza jurídica del proceso. En todo caso, el capítulo
del entrenamiento podrá derivarse a otras áreas del saber jurídico, pero nunca
en el derecho procesal.
3.2 Jurisprudencia sobre facultades conciliatorias
Los requisitos que para la conciliación o avenimiento judicial requiere La
Ley, esto es, el acuerdo de partes celebrado en presencia o intervención del
juez, quedan configurados en el caso en que las partes acudan a las facultades
conciliatorias previstas en el art. 36 (CNCiv., Sala A, 1989/03/09, "Piratte, María
c. Larra, Ricardo o quien resulte propietario Paraguay 1544, 6º "A", La Ley,
1991-A, 533, J. Agrup., caso 7191).
Inclusive, la conciliación se puede producir en cualquier etapa del
proceso, incluso cuando el derecho está controvertido.
El compromiso asumido por las partes en el marco de la instancia
conciliatoria abierta por el órgano judicial, implica verdaderamente una
conciliación, a la que, a los fines de la imposición de costas, resulta aplicable el
art. 73 del Código Procesal (CNCiv., Sala A, íd. Fallo anterior).
El art. 1º de la ley 24.573 (Adla, LV-E, 5894) de mediación y conciliación
instituye con carácter obligatorio la mediación previa a todo juicio a fin de
promover la comunicación directa entre las partes para la solución extrajudicial
de la controversia. Así, quedan exentos del cumplimiento de este trámite los
contendientes que acreditan la existencia de mediación ante mediadores
registrados por el Ministerio de Justicia antes del inicio de la causa (CNCiv.,
Sala A, 1997/11/11, "Val, Gustavo H. c. Corrales Colace, Marcela L.", La Ley,
1998-B, 456).
La comparecencia del emplazado a la audiencia fijada para la
conciliación constituye un acto eminentemente voluntario y, por tanto
objetivamente previsible, que por sí mismo no pone en evidencia la necesidad
insuperable de recurrir a la figura anómala prevista en el art. 48 del Código
Procesal. Más aun si, como en el caso, el letrado ni siquiera ha invocado un
hecho atendible, que facultara al juzgador apreciar en el caso concreto la
procedencia de la figura examinada (CNCiv., Sala B, 1997/04/10, "Bellaria de
D'Estepa c. Di Palma, Carlos A.", La Ley, 1997-D, 459).
Cabe aducir que las partes no pueden formular queja o agravio contra la
decisión de convocar a una audiencia de conciliación, más allá de interponer un
recurso de reposición que es la única alegación en contrario que se puede
oponer, aunque no admite recurso de apelación en subsidio.
En materia laboral, la modificación introducida por la ley 24.557 al art. 15
de la ley de accidentes de trabajo al establecer el requisito del proceso
administrativo obligatorio de conciliación como previo al inicio de cualquier
acción judicial, indica literalmente que es de aplicación para cualquiera de las
sedes que motivaran la opción prevista por el art. 16 de la ley 24.028 (CNCiv.,
Sala E, 1996/07/16, "Newbery, Carlos E. c. Mades S. A.", La Ley, 1997-F, 956
(40.078-S).
En suma, la conciliación es un avenimiento amigable entre las partes,
que al arreglar sus diferencias ante un magistrado extinguen las pretensiones
antagónicas, produciendo -la resolución que se dicte- el efecto de cosa juzgada
en caso de homologación.
La hermenéutica jurídica no debe llevar a la contradicción u oposición
entre las diversas disposiciones de una ley, sino que, por el contrario, debe
tender a su armonía y conciliación, considerando que la ley no es sólo un
artículo sino todos los que aquella comprende, a los que es necesario
comparar y combinar en sus diversas disposiciones (CNCom., Sala A,
1979/02/21, "Huetel, Sánchez Elías y Cía. Soc. en Com. por Accs.", La Ley,
1981-A, 569(35.797-S).

3.3 Fórmulas conciliatorias


La mera proposición de fórmulas conciliatorias no importa
prejuzgamiento, así lo sostiene la norma y la jurisprudencia del más alto
tribunal de la Nación (Cfr. La Ley, 1992-D, 637).
Además, es preciso indicar que al margen del criterio restrictivo que
resulta imprescindible en la ponderación de la solicitud de recusación, lo cierto
es que el propio ordenamiento procesal vigente otorga al juez facultades para
que en el curso de las audiencias proponga fórmulas conciliatorias,
circunstancia que en modo alguno puede considerarse como prejuzgamiento
en los términos del art. 17 inc. 7º del Código Procesal (CNCiv., Sala G,
1998/03/10, "Costa, Ricardo c. Chiarelli, Juan", La Ley, 1999-D, 813, J. Agrup.,
caso 14.098).
La amplitud de poderes conferidos a los jueces permite seleccionar la
solución que más se adecua a la realidad juzgada, pues todo juez tiene el
deber de conocer el derecho que habrá de aplicar para la resolución del
conflicto en base a los hechos expuestos como litigiosos, con prescindencia de
la denominación o encuadramiento jurídico dado por los litigantes a sus
pretensiones (arg. arts. 15, Código Civil y 34, inc. 5º, Código
Procesal)(CNCom., SalaB, 1995/11/01, "Sebastián, Héctor N. c. La Central del
Plata Cía. de seguros", La Ley, 1996-B, 594 - DJ, 1996-1-820).
Finalmente, es menester apuntar que el Juez puede dejar constancia en
el acta de los diversos ofrecimientos efectuados para lograr el avenimiento de
las partes.

4. El Juez ha de buscar la verdad (inciso 4º)


La búsqueda de la verdad es una de las cuestiones más complejas en el
derecho procesal. Coinciden en ello prácticamente todos los autores que han
investigado la temática. Ocurre que la palabra verdad se asocia con la prueba;
y ello puede asumir interpretaciones equívocas; diferenciarse, inclusive, del
instituto mismo y hasta aislarse del significado que por la "voz" se entiende.
Por lo común, todo individuo tiene criterio formado acerca de que es la
prueba: Probar es verificar, confirmar, demostrar, etc. Y obviamente, con esa
prueba una consigue disuadir al Juez sobre la verdad de sus afirmaciones.
A partir de esta definición inequívoca se colige, entonces, que la prueba
es una actividad, porque para llegar a demostrar, verificar, etc. resulta
necesaria cierta dinámica ejercida en tal sentido.
Inmediatamente se observa algo más: la actividad probatoria moviliza
intrínsecamente distintos mecanismos que asumen autonomía funcional y que,
a través de lo que cada uno reporta, se consigue cumplimentar ese objetivo de
probar. Estos elementos son los medios de prueba, y el resultado que alcanzan
sólo puede valorarse desde la perspectiva del Juez que les de lectura.
La apreciación de la prueba se convierte así en otro punto de tras-
cendencia temática.
En la base de estas cuestiones esta el interés de las partes: alguien que
reclama un derecho fundado en la norma sobre la cual asienta su proposición;
frente a otro que le opone hechos en contrario o simples negaciones que
obligan a un laboreo de confrontación y análisis.
La ejercitación activa de la técnica probatoria demuestra el porque la
prueba es el meollo de todo litigio, al punto de razonarse que, los juicios se
ganan y se pierden según sea el resultado de la prueba.
Ambiciosa en sus objetivos la prueba pretende alcanzar la verdad. Sin
embargo, constatados los resultados de un proceso cualquiera, es posible
encontrar que con la sentencia sólo se alcanza a confirmar una versión muy
aproximada a lo realmente acontecido. Esta deficiencia descubre la utopía de
los principios que entronizan la verdad como fin del proceso, para comenzar a
distinguir entre una verdad formal y otra verdad material.
Para evitar el enfrentamiento conceptual entre verdades formales y
materiales Guasp propuso ver en la prueba una actividad dirigida a convencer
psicológicamente al Juez con respecto a la existencia o inexistencia, veracidad
o falsedad de una afirmación. Concluía así que "la prueba será, por lo tanto, el
acto o serie de actos procesales por los que se trate de convencer al Juez de la
existencia o inexistencia de los datos lógicos que han de tenerse en cuenta en
el fallo"( Guasp, Jaime, Derecho Procesal Civil, editorial Instituto de Estudios
Políticos, Madrid, 1956, pág. 345).
Esta es una afirmación correcta, pero excesiva en los alcances que le
confiere, porque en realidad, toda la actividad humana que participa en el
proceso, genera situaciones que enlazan demostraciones, certezas,
convicciones, etc., que inciden en el ánimo del juzgador. De suyo, el mismo
comportamiento procesal adquiere entidad probatoria.
Ahora bien, si el dogma de la prueba no es la verdad absoluta, debemos
encontrar un camino que lleve a justificar la finalidad de la actividad de
comprobación.
Aun cuando la verdad no sea el destino absoluto, es cierto que la mayor
seguridad y certeza sobre las circunstancias que rodearon el conflicto deben
lograrse; de lo contrario, sus antónimos, la inseguridad y la incertidumbre
ser¡an habitantes naturales en el proceso.
No se trata de mitificar la verdad; tampoco de ensombrecerla, sino de
orientar un ajuste en la realidad acontecida para que con respaldo objetivo
suficiente, el sentenciante pueda deducir con raciocinio la justa aplicación del
derecho a los hechos.
El ideal que la norma en comentario persigue es que el juez busque la
verdad; pero un término equidistante y sin afectar la igualdad de las partes en
el proceso.
Las sucesivas reformas procesales han alentado este rol activo del
tribunal, y le han indicado, entre otras cuestiones, que no es la certeza lo que
ha de buscar el juzgador al ponderar la prueba, sino la certeza moral de
características harto distintas. Esta última se refiere al estado de ánimo en
virtud del cual el sujeto aprecia, ya que no la seguridad absoluta, sí el grado de
probabilidad acerca de la verdad de la proposición de que se trata, de tal suerte
que superada la mera opinión pueda el juez fundar su pronunciamiento
(CNCiv., Sala D, 1984/04/27, "Diolosa, Alfio c. Salgado Lorenzo, Delfín, suc.",
ED del 30/10/84, p. 7).
Asimismo se sostiene que el material probatorio de un juicio de
accidentes de automotores debe ser analizado en su conjunto y no es la
certeza absoluta la que ha de buscar el juzgador, sino la certeza moral de
características bien distintas de las de aquélla. La certeza moral se refiere al
estado de ánimo en virtud del cual el sujeto aprecia, ya que no la seguridad
absoluta, sí el grado de probabilidad acerca de la verdad (CNEsp. Civ. y Com.,
Sala IV, 1979/10/17, "Aladio, Joaquín D. c. Moizello, Eduardo J.", BCECyC,
681, núm. 9950).

4.1 La iniciativa probatoria del Juez


Si el dualismo que enfrenta la conducción y dirección del proceso
muestra, de alguna manera, el diseño político institucional del ordenamiento
adjetivo; al principio dispositivo y la iniciativa de prueba en el Juez, le cabe
resolver una cuestión metodológica.
El principio dispositivo cuenta con un bagaje de presupuestos que no lo
instalan solamente en el campo de la prueba; sus condiciones y
manifestaciones estructuran una experiencia propia que llega, inclusive, a
resolver problemas sobre la naturaleza pública o privada del proceso.
Quizás por esta característica, el principio suele interpretarse al conjuro
de esa confrontación procesal, como si de ello dependiera la pertenencia del
proceso y su adscripción a una corriente determinada. La polarización entre el
proceso como "cosa de las partes", a veces, consigue idealizarse en la
tipología de lo dispositivo; pero el proceso, como "cosa pública" no tiene réplica
contra la disposición del objeto procesal.
El principio dispositivo, a nuestro criterio, debe reducirse a la libertad que
tienen las partes en el proceso civil, para deducir de ese marco la esfera de
derechos, deberes, posibilidades y cargas que acondicionan el inicio y el
desenvolvimiento procedimental.
En puridad de conceptos, el principio dispositivo persigue que sean las
partes quienes proporcionen los fundamentos para alcanzar la sentencia, a
partir de los autos de postulación, demostración y alegación; de modo tal que,
sea consecuencia de ello que el Juez debe tener por verdad lo no
controvertido.
La disposición involucra numerosos aspectos que pueden resumirse en
dos direcciones: una dirigida hacia la relación jurídica sustancial que traba el
proceso; y otra focalizada a lo puramente procedimental o formal.
El primero contiene, los mecanismos de disponibilidad de los hechos e
intereses que se portan al proceso con su incidencia en la transformación y
extensión del mismo; el restante, atrapa el desenvolvimiento, y la serie de
actividades tendientes a probar y alegar.
El principio dispositivo en sentido material (disponibilidad de los
derechos) se presenta por los aforismos "ne procedat iudex ex officio", y "nemo
iudex sine actore". En ambos casos supone a l libertad de incoar al órgano
jurisdiccional sin restricciones de acceso.
La postulación del derecho determina el interés concreto que se tiende
tutelar; por su parte, la contestación de la demanda fija el contenido litigioso, de
modo tal que el objeto procesal dispuesto por los contradictores se cuadra en
los límites que fijan la pretensión y la resistencia.
Si son las partes quienes disponen del material en disputa, son ellas
también quienes pueden modificarlo, transformarlo, o extinguirlo. Por eso,
puede el demandado allanarse a la pretensión y someterse voluntariamente a
las exigencias deducidas en el juicio. También el actor está facultado para
desertar del proceso, debiendo contar con la anuencia de la contraparte si el
litigio estuviese notificado; ambos pueden transigir, o componer el conflicto ante
terceros elegidos (amigables componedores, árbitros, juicios de peritos, etc.).
Asimismo, como la disposición del objeto supedita la actuación del
órgano jurisdiccional en los límites de la demanda, también la sentencia está
recortada a pronunciarse dentro de esa parcela, sin ir más allá (ne eat iudex
ultra petita partium) ni por menos de lo pedido (citra petita).
El castigo por sentenciar con alguna de estas deficiencias, es decir,
resolviendo fuera del marco de congruencia con los hechos litigiosos importa la
nulidad del decisorio. La única libertad que ostenta el Juez radica en el
conocimiento y aplicación del derecho, provocando con esta facultad la
calificación jurídica del hecho (iura novit curia) y la deducción de los efectos
consecuentes a partir de las previsiones legales dispuestas.
La característica anticipada por la cual el principio favorece el interés de
las partes, determina que la sentencia lograda sólo pueda impugnarse por
quien sufre el agravio, es decir, la diferencia negativa entre lo que pidió y fue
resuelto. También este principio fija los límites de la intervención de la alzada
por cuanto sus facultades de revisión no pueden exceder el marco de la queja
(tantum devolutum quantum appellatum).
Atendido en su aspecto formal el principio dispositivo informa el proceso
civil en distintas etapas de su secuencia. El impulso de las instancias y la
aportación de la prueba, especialmente, son ejemplos de esta previsión.
Referir al impulso procesal dentro del principio en comentario lleva a
relacionarlo con un modelo de proceso donde el interés privado supedite la
actividad jurisdiccional.
La distinción efectuada entre proceso público y proceso privado cobra en
la especie una significativa trascendencia porque faculta la injerencia del
órgano en la continuidad y celeridad del proceso cuando se ventila una
cuestión que importa atraer el interés público.
Por ejemplo, en los procesos penales y laborales, se privilegia la
actividad oficiosa por la naturaleza de la cuestión, desplazando el impulso de
los actos hacia el tribunal. En cambio, cuando no existen esas consideraciones
sociales, el monopolio de la rapidez en la marcha del juicio reposa en la
voluntad exclusiva que las partes dispongan.
La mayor preocupación del principio dispositivo radica en la aportación
de la prueba, toda vez que, estando a los lineamientos teóricos puros,
solamente las partes pueden allegar los medios de confirmación que pretenda
desarrollar, sin que el Juez tenga posibilidad alguna de investigación oficiosa
(iudex iudicare debet secundum allegata et probata partium).
El giro hacia la toma de posición directa del Juez en el proceso, muestra
como la historia recorre esa visión estática del Juez espectador en oposición al
Juez inquisidor del absolutismo, o del Juez dictador de algunos regímenes
totalitarios. El tramo final de este camino lo cubre el rol activo del órgano
judicial para convertirse en el Juez director.
La iniciativa probatoria no desnaturaliza el principio dispositivo, sino que
coexiste con él. En materia probatoria referimos al principio respecto al poder
de disposición de los elementos de convicción, sin interesar la relación jurídica
procesal.
El producto que se obtiene de esta evolución, no es político como lo
entiende Guasp, sino de técnica procesal porque facilita alcanzar los resultados
axiológicos del proceso sin someterse a los designios interesados de las
partes.
Es cierto que la verdad quizás nunca se alcance en su trascendente y
significativa dimensión, pero la aproximación que consigue el Juez a partir de
su decisión y compromiso con ella permite avizorar un decisiorio más cercano a
la justicia y de bases m s reales que las expuestas por los litigantes.

4.2 Las diligencias para mejor proveer


Las medidas para mejor proveer responden al principio de autoridad en
el proceso desde que entroniza la figura del Juez como rector del instituto. Pero
también estas medidas proponen esclarecer hechos, en controversia, de modo
tal que, en principio, no puede suprimir la contradicción inicial en base a
investigar contingencias o aportar medios que no fuesen ofrecidos por los
litigantes. El principio de igualdad quedaría indefenso si el Juez obrara
abusando de la discrecionalidad que obtiene, llegando a ser parcial y sin la
debida distancia que caracteriza su gestión desinteresada.
Se afirma también que el órgano jurisdiccional verifica sin averiguar; esto
es, comprueba pero no inquiere, porque esas son obligaciones (cargas) del
propio interés.
Empero tal rigidez debe instalarse en la distinción imperiosa entre
fuentes y medios de prueba, porque unos responden a la disposición de las
partes, y otros son resortes exclusivos del órgano judicial.
Guasp decía que el Juez no podía ir en busca de testigos porque no los
conoce, y aun conociéndolos lo sabe por declaraciones que los señalan; en
cambio, las otras pruebas: confesión, documentos, peritajes, reconocimiento
judicial, preexisten al proceso y llegan a él como fuentes que el propio
magistrado adopta para su práctica (Derecho Procesal Civil, cit., pág. 328) )
Las providencias en comentario ostentan, en nuestra opinión, una
particularidad inicial que las contiene: ellas no pueden suplir la negligencia de
las partes, pero tampoco pueden evadir, a sabiendas, el compromiso hacia la
verdad y la justicia.
Las etapas a superar estribarían en el ofrecimiento, la producción, y la
incorporación oficiosa de una prueba que propicie el esclarecimiento definitivo
de los hechos.
Por eso interpretamos que, aun ante la ausencia de prueba ofrecida,
puede el Juez convocarla y producirla si considera que, mediante ella,
reportaría un elemento decisivo para solucionar el conflicto.
Asimismo, si llega a su conocimiento la existencia de una prueba que
puede trascender en el proceso, y aun siendo ésta de testigos, podrá generar
su desenvolvimiento sin quebrar por ello el principio de igualdad procesal,
porque con esa decisión no sustituye la actividad de alguna de las partes, sino
que tiende a despejar las dudas emergentes de la situación enojosa.
Bajo el marco que presentan nuestros códigos, puede afirmarse que el
juez debe procurarse el conocimiento de los hechos controvertidos y
conducentes cuando ello le sea imprescindible para poder dictar una sentencia
justa, pudiendo a esos fines valerse de todas las medidas de prueba que a su
juicio sean razonables y suficientes, a condición de que no medie agravio
sustancial para el derecho de defensa, ya que una actividad pasiva o de
libertad negativa que adscribe el pronunciamiento final a una solución formal o
aparente, no se conforma con el servicio de justicia.
Otros resisten estas facultades (el denominado garantismo procesal) y
se apoya, últimamente, en la derogación efectuada de ellas por la ley de
enjuiciamiento civil española (LEC).
Sostienen que un Juez que requiere medidas para mejor proveer
sorprende a las partes y abusa de sus facultades de investigación en una etapa
que ya fue clausurada. De una u otra forma viola la imparcialidad y suple la
negligencia de la parte.
Sin embargo, no es cierto que la LEC haya derogado las medidas para
mejor proveer, pues estas se mantienen como "diligencias finales", que son
actuaciones de prueba complementarias que resultan necesarias por razones
diversas.
Explica Ramos Méndez que estas diligencias finales se pueden
esquematizar como sigue:
• Las diligencias se acuerdan mediante auto del tribunal sólo
a instancia de parte;
• No pueden practicarse pruebas que hubieran podido
proponerse en tiempo y forma por las partes, incluidas las
que hubieran podido proponerse tras la iniciativa
probatoria del tribunal;
• Caben en este momento la práctica de pruebas admitidas
que, por causas ajenas a la parte que las ha propuesto, no
se hubiesen practicado (Cfr. Guía para una transición
ordenada a la LEC, editorial Bosch, Barcelona, 2001)
Tampoco se deben admitir y practicar las pruebas pertinentes y útiles,
que se refieran a hechos nuevos o de nueva noticia; excepcionalmente, el
tribunal puede acordar, de oficio o a instancia de parte, que se practiquen de
nuevo pruebas sobre hechos relevantes, oportunamente alegados, si los actos
de prueba anteriores no hubieran resultado conducentes a causa de
circunstancias ya desaparecidas e independientes de la voluntad y diligencia
de las partes, siempre que existan motivos fundados para creer que las nuevas
actuaciones permitirán adquirir certeza sobre aquéllos hechos.
En síntesis, cuando el garantismo sostiene que la nueva LEC española
refuerza su argumentación, caen en un error muy grueso porque si hay algo
manifiesto de la nueva normativa, es el aumento en los poderes del Juez, y
hasta se podría hablar de algún autoritarismo judicial en materia de
ejecuciones.
La sistemática dispuesta se enrola como lo ha hecho toda la reforma
procesal del mundo, en los poderes y facultades del Juez actuados
oportunamente, esto es, en la audiencia preliminar. La prueba se flexibiliza y se
admiten variaciones en la apreciación de ella como en la producción de la
misma. En materia de decisiones, se advierte la incorporación de tabúes del
garantismo, como es la sentencia anticipada, el complemento de la sentencia
ya pronunciada, la extensión objetiva de la cosa juzgada, y las sentencias de
futuro.

4.3 La interpretación jurisprudencial


Es el juez y sólo él, en principio, quien aprecia la necesidad y extensión
como juez de la causa de una medida para mejor proveer (CNCiv., Sala B,
1980/07/22, "Sfinelli, Guillermo L. c. Casas, Roberto H.", ED, 89-626).
Una medida para mejor proveer, no puede importar prejuzgamiento, ni
aun "implícito" porque se trata sólo del ejercicio de facultades jurisdiccionales
que la ley expresamente concede al magistrado y que éste, entonces, puede
dictar si lo estima pertinente (CNCiv., mismo fallo).
Se reitera este temperamento cuando se dice que el dictado de una
medida para mejor proveer no implica prejuzgamiento, por no decidir artículo ni
efectuar pronunciamiento expreso acerca de la cuestión de fondo que es objeto
del proceso, pues sólo se trata del simple empleo de facultades jurisdiccionales
(CNCiv., Sala A, 1996/06/24, "Gettar, Juan O. c. Asociación Mutual Soldado de
la Independencia", La Ley, 1996-D, 860 (38.867-S) - DJ, 1996-2-564).
Si las medidas para mejor proveer estuvieron destinadas a completar y
aclarar elementos de prueba ya traídos al juicio, cuya autenticidad, no fue
cuestionada por las partes no constituye una violación a la garantía del art. 18
de la Constitución Nacional (CS, 1981/05/07, "Sebastián de Martínez, Liliana",
ED, 95-199).
Estas potestades son facultativas de los jueces de la causa, y no
habilitan el recurso extraordinario, máxime que, en el caso, se funda en lo
dispuesto por el art. 12 de la ley procesal del fuero laboral de la Provincia de
Buenos Aires y art. 36 del Código de rito, y la recurrente no demuestra que las
mismas vulneren su derecho de defensa (CS, 1982/12/21, " D'Andrea,Néstor R.
c. Ferino Hnos.", Fallos, 304:1894).
Por tanto, no configura arbitrariedad la incorporación, como medida para
mejor proveer del expediente administrativo emanado de la Dirección de la
Propiedad Industrial, resuelta por los jueces de la causa en el ejercicio de
facultades que les son propias, sin que se advierta que la doctrina en que se
sustentó esa decisión ha sido irrazonablemente aplicada en el caso de manera
de conducir, de tal suerte, a la violación de la defensa en juicio (CS,
1979/12/27, "Almaraz y Cía. c. Alfajores Baby, S. A.", La Ley, 1981-A, 561
(35.765-S).
No compete a la Corte rever la omisión de efectuar un nuevo peritaje por
el Cuerpo Médico Forense, solicitada como medida para mejor proveer, pues la
misma no excede el marco propio de la competencia de los magistrados del
proceso, ni configura lesión al derecho de defensa (CS, 1982/06/03, "Messica,
Antonio", Fallos, 304:793).
Asimismo, se sostiene que debe dejarse sin efecto la sentencia que
omitió considerar objeciones oportunamente propuestas por la recurrente
contra el peritaje realizado como medida para mejor proveer, a pesar de que,
por su incidencia directa sobre el costo de la construcción que se debía
determinar, eran conducentes para la correcta solución del caso (CS,
1984/07/12, "Byk, Marcos c. Franco, Miguel A.", La Ley, 1985-A, 626, J. Agrup.,
caso 5373 - LLC, 985-249).
La providencia que dispone una medida para mejor proveer como la que,
por contrario imperio, la deja sin efecto, no admiten recursos por estar dentro
de las facultades de investigación que la ley confiere al juzgador (CNCiv., Sala
A, 1978/09/26, "Pereira, Felipe M. c. De Santis, Pedro y otros", La Ley, 1979-A,
148 -R. DJ, 979-J-9-39, sum. BCNCivil, 978-VI-246, sum. 390).
Criterio repetido al sostener que si las medidas para mejor proveer
dictadas por el juez en virtud del art. 36, inc. 2° del Código Procesal, son
siempre inapelables, lo mismo que las providencias que dejan sin efecto esas
medidas, también ha de serlo la decisión que se funda en que la mencionada
norma legal constituye una facultad del juez y no un deber, pues el ejercicio de
las facultades instructorias depende exclusivamente del órgano judicial, por lo
que no puede ser exigida por las partes (CNCiv., Sala C, 1981/03/19, "De
Freijo, Eduardo c. Hoteles del Plata, S. A. y otro", La Ley, 1981-C, 210).
Dada la calidad excepcional que corresponde a las denominadas
medidas para mejor proveer, no cabe duda que la facultad del juzgador que
reconoce el art. 36, inc. 2° del Código Procesal, debe referirse, en principio a
pruebas no ofrecidas por las partes, porque no le es dado suplir la omisión,
inercia o error de los interesados (CNCiv., Sala D, 1982/04/12, "Rebecchi,
Claudia M. c. Pérez, Segundo", La Ley, 1982-C, 358).
En síntesis, para que el tribunal haga uso de la potestad de disponer una
medida para mejor proveer, en miras a determinar la verdad, deben confluir en
la causa circunstancias fáctico-jurídicas que así lo aconsejen, pues en ejercicio
de tal facultad instructoria debe ser respetada la vigencia del principio
dispositivo, el derecho de igualdad de las partes y la garantía de defensa en
juicio (CNCom., Sala A, 1998/11/30, "Cirianni, Gregorio c. Canel, Ernesto R.",
La Ley, 1999-C, 413).
En consecuencia, las medidas para mejor proveer admitidas por la ley
ritual no pueden tener por finalidad suplir la insuficiencia manifiesta de las
pruebas producidas por las partes, ni las falencias en la actividad de las
mismas, especialmente cuando éstas han tenido oportunidad de hacer corregir
los defectos que no le pudieron pasar inadvertida (CNCom., Sala B,
1978/09/29, "Compañía Gral. de Combustibles, S. A. c. Di Giacomo, Roberto
P.", La Ley, 1979-B, 214).
De todos modos, el ejercicio de la facultad judicial de disponer medidas
de mejor proveer no corresponde que sea restringido, desde que es inherente a
la buena administración de justicia el esclarecimiento de la verdad de los
hechos debatidos en la causa, como presupuestos de la sentencia (CNCom.,
Sala E, 1988/03/25, "Fagliona, Carlos E. c. Berruti, Carlos A.", La Ley, 1990-A,
136, con nota de Jorge Luis Riva).

5. Impulso de oficio (inciso 5º)


La reforma introducida por la ley 25.488 le crea al juez el deber de actuar
sobre fondos inactivos e improductivos que los menores tengan acreditados en
una cuenta judicial que no tiene movimientos en razón de la inactividad en el
proceso.
Este es un deber para actuar sin necesidad de petición de parte, aunque
deba intervenir ineludiblemente el Ministerio pupilar y se comunique a las
partes las decisiones adoptadas.

6. Aclaratoria (inciso 6º)


La actividad que despliega el Juez en este capítulo se vincula con las
potestades de actuación después de dictar la sentencia.
La corrección de errores materiales, o la aclaración de conceptos
oscuros o la rectificación de omisiones que padezca la sentencia, pueden ser
solucionados con esta potestad.
Pero, si la simple lectura de la llamada "aclaratoria" revela que su
materia refiere no a los supuestos de corregir un error material, aclarar un
concepto oscuro o suplir una omisión, únicos en lo pertinente que caen dentro
de la jurisdicción del "a quo" de acuerdo a la normativa vigente; y representa,
lisa y llanamente, una modificación de la anterior sentencia en lo que atañe a
un aspecto que incide en el fondo del tema y, por tanto, como un caso de error
"in iudicando"; esta propuesta excede a la competencia del Juez de primera
instancia, y por tanto se debe desestimar.
La omisión del nombre de uno de los demandados al establecerse la
condena no establece una suerte de preclusión al respecto si en los
considerandos se anticipaba la susodicha condena, por lo que resulta válida la
aclaratoria de oficio en tal sentido aunque se encuentre excedido el plazo del
art. 99 de la ley orgánica (CNTrab., Sala V, 1994/05/13, "Cividino, Rodolfo c.
Buntinx, Leopoldo A. y otros", DT, 1994-B, 1986 - DJ, 1995-1-149).
Para la corrección de los errores numéricos, la ley procesal 18.345 y art.
166, inc. 1º del Código Procesal, contempla un régimen excepcional, referido a
la posibilidad de hacerlo "en cualquier estado del juicio", cosa que no sucede
con el material, sujeto al recurso de aclaratoria, a pedido de parte en el plazo
de 3 días o de oficio y siempre que no haya quedado firme para alguna de las
partes (CNTrab., Sala VI, 1994/10/21, "Sánchez, Angel c. Tombo
Construcciones Metálicas S. A.", DJ, 1995-1-1028 - DT, 1995-A, 755).
También se advierte que, exigir que la Cámara, por estricta aplicación
del plazo para interponer aclaratoria se vea impedida de corregir un mero
defecto numérico de su pronunciamiento, importaría tanto como desconocer la
unidad de las sentencias judiciales, así como amparar el predominio de una
solución formal, que contradiría sustancialmente el claro resultado a que se
arribó en la sentencia. (CS, 1980/02/12, "Chapiro, Abraham y otros c. Ballweg,
Horacio L. y otros", La Ley, 1980-C, 66).
Por eso, corresponde al Poder Judicial establecer si una ley, pese a la
denominación que el legislador le haya dado, es modificatoria o aclaratoria de
otra, cuando resulte necesario para determinar si, so pretexto de aclaración, se
afectan derechos adquiridos bajo el amparo de la ley anterior, vulnerándose de
tal modo garantías constitucionales (CS,1981/07/07, "Rodríguez, Oscar y otros
c. ENCOTel", Fallos, 303:295).

Sanciones conminatorias

Art. 37. -- Los jueces y tribunales podrán imponer sanciones pecuniarias compulsivas y
progresivas tendientes a que las partes cumplan sus mandatos, cuyo importe será a
favor del litigante perjudicado por el incumplimiento.
Podrán aplicarse sanciones conminatorias a terceros, en los casos en que la ley lo
establece.
Las condenas se graduarán en proporción al caudal económico de quien deba
satisfacerlas y podrán ser dejadas sin efecto, o ser objeto de reajuste, si aquél desiste de
su resistencia y justifica total o parcialmente su proceder.
1. ¿Qué son las astreintes?
Por astreintes se entiende a una de las medidas conminatorias que
poseen los jueces para vencer la resistencia que tengan las partes, o terceros,
para el cumplimiento de los mandatos jurisdiccionales.
Se trata de una sanción de tipo pecuniaria que se impone a quien
desoye la orden judicial. La pena puede ser progresiva y aumentar en la
medida del tiempo que transcurra hasta el cumplimiento.
Las multas son a favor del litigante que se encuentra perjudicado por el
incumplimiento; y no guardan relación con otras acciones que se puedan
disponer por la desobediencia procesal.

2. Requisitos
Las astreintes, tal como se las denomina en el Código Civil (artículo 666
bis), requieren para su aplicación algunas condiciones, a saber:
a) Existencia de una resolución judicial cuyo mandato no se hubiera
cumplido por quien está obligado;
b) Que quien desoye la orden judicial, sea parte en el proceso;
aunque se pueden establecer a terceros en casos excepcionales.
c) Insuficiencia o inoperancia de los medios normales que la ley
establece para ejecutar sus disposiciones en casos concretos

El requisito de resolución o sentencia judicial se refiere a cualquier


providencia que ordene dar cumplimiento a una obligación de dar, hacer o no
hacer, y el responsable de cumplirla no la acata de inmediato.
Se trata de una facultad judicial instalada en el capítulo de las
potestades del Juez, y no se vincula con la posibilidad de ejecutar la sentencia
por medios compulsorios directos.
Por eso, estas medidas son útiles, también, para que se obligue a la
parte renuente al cumplimiento de medidas preliminares o precautorias, según
el caso.
Las medidas proceden de oficio, aunque se pueden solicitar por la parte
perjudicada por la inejecución.

3. Características
Sostiene la doctrina que, siendo por esencia sanciones destinadas a
conminar la voluntad del obligado, a fin de que por la incidencia eventual de
una multa, cuyo monto puede ser de un volumen extraordinario, le haga cesar
en su propósito de no cumplirla, su imposición no se gradúa en función de la
importancia del daño. La realización del contenido de la condena es factible
todavía; de allí que el Juez, prudencialmente, de acuerdo al caudal económico
del obligado y a la entidad de su resistencia, disponga, discrecionalmente, un
monto gradual (Cfr. Morello, Augusto M. - Sosa, Gualberto L. - Berizonce,
Roberto O., Códigos procesales en lo civil y comercial de la provincia de
Buenos Aires y la Nación, tomo II-A, editorial Platense-Abeledo Perrot, Buenos
Aires, 1984, pág. 709).
No representan, pues, una indemnización judicial de perjuicios, y no
tienen carácter resarcitorio, aunque en alguna medida conjuguen las
consecuencias de la demora.
Tampoco requieren de intimación judicial previa, porque se pueden
disponer con el mismo mandato judicial. Debe recordarse que son
provisionales, es decir, que no son accesorias de la condena definitiva, sino
montos que se aumentan en la misma progresión del tiempo de
incumplimiento.
Sin embargo, a pesar de su provisionalidad, el monto que ingresa como
derecho creditorio en favor de la parte, se suma al monto que se ejecutará en
caso de tratarse de sentencia a dar sumas de dinero; o se ejecuta
individualmente como crédito emergente de la medida conminatoria, cuando se
refiere a mandatos judiciales de otro carácter.
Contra la resolución que impone las sanciones establecidas en el
artículo 37 del código procesal, se puede articular, solamente, recurso de
apelación. Este se otorgará en relación y con efecto suspensivo.

4. Interpretación jurisprudencial
Se ha dicho que corresponde la aplicación de "astreintes" al Estado
Nacional por haber omitido manifestar, conforme había sido intimado, si había
efectuado la previsión presupuestaria para afrontar el pago de honorarios a un
perito (CNFed. Civil y Comercial, sala II, 2000/08/29, "Fercer SRL c. Tandanor
SACI y N.", Fallo 101.636 (La Ley jueves 8 de Marzo de 2001).
Las "astreintes" suponen una sentencia condenatoria que impone un
mandato que el acreedor no satisface debidamente, y procuran vencer la
resistencia del renuente mediante una presión psicológica que lo mueva a
cumplir; de ahí que los jueces han de graduarlas con la intensidad necesaria
para doblegar la porfía del obligado (CS, 1997/02/27, Iturriaga, Ernesto A. c.
Banco Central", La Ley, 1999-B, 773 (41.243-S) - JA, 1997-IV-382).
Las sanciones conminatorias no constituyen una pena civil ni una
indemnización de daños y perjuicios, sino un medio de presión de la voluntad
del destinatario del mandato judicial para vencer su resistencia al cumplimiento
de lo debido y ordenado (CNCiv., Sala A, 1995/08/25, "Pereira, Carlos A. y otra
c. Consorcio de Propietarios Avda. San Juan 4369/71", La Ley, 1995-E, 28).
Según el régimen previsto antes de la reforma de la ley 22.434 las
astreintes no eran susceptibles de ser aplicadas respecto a terceros; pero tras
ella se admitió que los terceros al proceso pudieran verse afectados por este
tipo de medidas, pero sólo en los casos que la ley lo establezca, que -dentro de
nuestro actual ordenamiento ritual- se limitan en principio a lo prescripto en los
arts. 403 y 329 (Cfr. CNCiv., Sala B, 1989/02/16, "Berger, Alfonso J., suc.", La
Ley, 1989-D, 233-DJ, 1989-2-849.
Esta claro que son condenaciones conminatorias de carácter pecuniario
que los jueces aplican a quien no cumple un deber jurídico impuesto en una
resolución judicial; y que se mantienen vigentes mientras no cese la inejecución
y pueden aumentar indefinidamente.
Si el acreedor de la obligación incumplida considera que las medidas
conminatorias dispuestas resultan insuficientes en su monto, debe solicitar su
aumento y no indexar su cuantía en sucesivas liquidaciones, si no está
autorizado ni previsto el reajuste de las astreintes (CNCiv., Sala C, 1996/03/07,
"Alvarez, Ramón A. c. Comisión Municipal de la Vivienda", La Ley, 1996-D, 876
(38.937-S).
Las sanciones conminatorias no se relacionan en absoluto con el
perjuicio sufrido por el acreedor proveniente de la inejecución, porque no se
pretende la reparación, mediante ellas, del interés afectado sino que, a través,
de su imposición, se persigue constreñir al obligado al cumplimiento que
adrede evade (CNCiv., Sala D, 1980/10/17, "Nino de Soprano, Marcelina c.
Lambierto, Carlos", ED, 91-450).
Por tanto la proporcionalidad de las sanciones conminatorias debe
intentarse con relación al caudal económico de quien debe satisfacerlas.
Recuérdese que la compulsión, aunque persigue constreñir a una ejecución
que adrede se evade, no se ejerce directamente sobre la persona del
incumplidor, sino que afecta inmediatamente al patrimonio del deudor.
Las sanciones conminatorias son aplicables desde que el auto que las
impone es notificado y ejecutoriado. Por lo tanto, las astreintes establecidas
han de tener vigencia recién a partir de la notificación de este pronunciamiento
(CNCiv., Sala E, 1983/07/08, "L. de S., S. M. T. c. S., R.", ED, 106-161)

CAPITULO V -- Secretarios. Oficiales primeros

Deberes

Art. 38. -- Los secretarios tendrán las siguientes funciones además de los deberes que
en otras disposiciones de este Código y en las leyes de organización judicial se les
impone:
1) Comunicar a las partes y a los terceros las decisiones judiciales, mediante la firma de
oficios, mandamientos, cédulas y edictos, sin perjuicio de las facultades que se
acuerdan a los letrados respecto de las cédulas y oficios, y de lo que establezcan los
convenios sobre comunicaciones entre magistrados de distintas jurisdicciones.
Las comunicaciones dirigidas al Presidente de la Nación, ministros y secretarios del
Poder Ejecutivo y magistrados judiciales, serán firmadas por el juez.
2) Extender certificados, testimonios y copias de actas.
3) Conferir vistas y traslados.
4) Firmar, sin perjuicio de las facultades que se confieren al prosecretario administrativo
o jefe de despacho, las providencias de mero trámite, observando, en cuanto al plazo, lo
dispuesto en el artículo 34, inciso 3) a). En la etapa probatoria firmará todas las
providencias simples que no impliquen pronunciarse sobre la admisibilidad o caducidad
de la prueba.
5) Dirigir en forma personal las audiencias testimoniales que tomare por delegación del
juez.
6) Devolver los escritos presentados fuera de plazo.

1. Jerarquización de los funcionarios del Juzgado


Las novedades que introduce la ley 25.488 son pocas; en realidad al
artículo 38 anterior, lo segmenta para darle un orden numeral diferente, pero
poco relevante en atención a las facultades que consagra.
Inclusive, se ha incurrido en la desprolijidad de dar el título de "Oficiales
Primeros", cuando en la redacción habla del "Prosecretario Administrativo", que
es jerárquicamente el nombre actual del funcionario judicial, aunque también se
lo confunde con el "Jefe de despacho".
De todos modos no se debe prestar a equívocos la escala jerárquica que
el código establece, porque de la redacción parecería que el Prosecretario o
Jefe de Despacho es un funcionario sus suple la actividad del Secretario en su
ausencia, cuando ello en la realidad no ocurre, porque a ellos solamente se los
cubre cn la designación de un secretario interino.
En consecuencia, la división del artículo 38 es puramente ordenatoria,
antes que dispositiva.
No obstante, la tarea judicial que efectuará a partir de ahora el
Secretario, tiene más delegaciones respecto al régimen anterior. No significa
que el Juez delegue funciones, sino que distribuye la tarea administrativa, y
permite la toma de decisiones al Secretario cuando ellas no excedan la pura
administración.
El auxilio tradicional que realiza el Secretario, aumentará
considerablemente con las facultades que recibe en la etapa probatoria.

2. Funciones admnistrativas y decisorias del Secretario


El inciso 1º se vincula con los actos de comunicación que se practica a
las partes y a terceros. Ello supone extender mandamientos, cédulas y edictos,
sin perjuicio de aquéllos actos que pueda realizar por sí el letrado.
Debe recordarse que en la exposición de motivos que procedió a la
reforma del Código Procesal Civil y Comercial (ley 22.434), y la tendencia del
mismo a aliviar al juez del cumplimiento de algunas tareas, son razones
extrañas a la cuestión y no permiten apartarse de lo que en el punto
expresamente ordena la ley sobre comunicación entre Tribunales de la
República (En el caso, se dispuso que un testimonio por hacerse valer en
estraña jurisdicción fuese suscripto por el juez y por el secretario) (CNCiv., Sala
B,1981/07/31, "Hechen, María L., Suc.", La Ley, 1982-C, 492 (36.119-S).
Sin embargo, requerido un juez en lo penal provincial, por el secretario
de la Corte Suprema en ejercicio de las facultades que le confiere la Acordada
del tribunal 43/73, a fin de que remita una causa, no puede aquél negarse a
cumplir el pedido invocando la ley nacional 22.172, pues ésta regula el modo
en que se dispondrán y cumplirán las comunicaciones entre tribunales de
distinta jurisdicción territorial, mientras que la Corte Suprema ejerce su
jurisdicción en todo el territorio nacional, la cual, en lo que en el caso interesa,
coincide con la del juez requerido (CS, 1984/10/16, "Abdala, Emilio A.", La Ley,
1985-B, 500 LLC, 985-472, ED, 112-392).
Se tiene dicho que el control que debe ejercer la secretaría sobre las
cédulas es un medio para prevenir las nulidades, y procura una mayor
economía en la tramitación de la causa, al excluir el diligenciamiento
comunicaciones redactadas con errores. Por tanto no es solamente una tarea
administrativa, sino también, de depuramiento en la gestión procesal.

El inciso 2º le autoriza a extender certificados, testimonios y copias de


actas.
Certificados, son todos los documentos administrativos que requieren las
partes o terceros que tienen alguna actividad dentro del proceso y que se
deben acreditar ante quien los requiera, por alguna determinada
responsabilidad (V.gr. testigos que concurren a prestar declaración).
Testimonios son copias de extractos de providencias judiciales de
contenido resolutivo que se expiden para acreditar la decisión y registrar lo que
ella indica ante una autoridad administrativa (V.gr.: testimonio de sentencia de
divorcio).
Mientras que copias de actas son aquellas reproducciones de
actuaciones registradas por medios escritos o mecánicos, de los cuales el
secretario da fe de su autenticidad.
Se ha dicho que la certificación judicial de la copia del cheque cuya
circulación ha sido objetada, extendida dentro de las facultades que el art. 38,
inc. 2º del Código Procesal confiere al secretario, posee los alcances previstos
para los instrumentos públicos (art. 979 y concs., Código Civil). En
consecuencia, la falta de agregación a la causa del instrumento original no
puede constituirse en obstáculo para su resolución (CNCom., Sala C,
1995/05/31, "Citrat S. A.", La Ley, 1995-D, 689).

Por el inciso 3º el secretario puede conferir vistas y traslados. Esta


facultad es discutida en algunos aspectos, pues se tiene dicho que, a pesar de
lo sostenido por el art. 38, es una potestad exclusivamente del Juez, pues a
éste le corresponde dar traslado de las excepciones en el juicio ejecutivo, en el
que éste debe apreciar -de conformidad con el art. 547 del mismo
ordenamiento- si las interpuestas se tratan de aquellas autorizadas por la ley o
si se interpusieron en forma clara y concreta (CNCom., Sala E, 1999/12/15,
"Banco Bansud S. A. c. Pro-Far S. R. L.", DJ, 2000-3-427).
De igual manera se podría afirmar respecto del traslado de la demanda,
pues el magistrado debe antes de hacerlo, controlar la regularidad del acto
procesal y declarar su admisión formal.

La renovación se advierte en el inciso 4º que le permite firmar las


providencias de mero trámite, y asumir la plena conducción de la etapa
probatoria, a excepción de resolver sobre la admisibilidad o caducidad de la
prueba.
Con este criterio, que se complementa con el inciso 5º, respecto a que
deberá dirigir en forma personal las audiencias testimoniales que tomare por
delegación del Juez, se observa una orientación más firme respecto a la
presencia del Juez o sus funcionarios en la etapa probatoria, evitando la
conducción a través de empleados que no poseen más que talento y oficio, sin
contar con la buena disposición.

Art. 38 bis. Los prosecretarios administrativos o jefes de despacho o quien desempeñe


cargo equivalente tendrán las siguientes funciones además de los deberes que en otras
disposiciones de este Código y en las leyes de organización judicial se les impone:
1) Firmar las providencias simples que dispongan:
a) Agregar partidas, exhortos, pericias, oficios, inventarios, tasaciones, división o
partición de herencia, rendiciones de cuentas y, en general, documentos o actuaciones
similares.
b) Remitir las causas a los ministerios públicos, representantes del fisco y demás
funcionarios que intervengan como parte.
2) Devolver los escritos presentados sin copia.

1. Funciones complementarias
El desbrozamiento del art. 38 original lleva a este segmento que
determina actuaciones procesales, implícitamente contenidas en la norma
anterior.
Cabe observar algunas situaciones en particular. Por ejemplo, si
presentado el escrito sin copias, cuando ello correspondiere, el secretario no lo
devolvió ejercitando la facultad que se le acuerda, agregándolo a los autos, no
procede la devolución del aludido escrito.

Art. 38 ter. Dentro del plazo de tres días, las partes podrán requerir al juez que deje sin
efecto lo dispuesto por el secretario, el prosecretario administrativo o el jefe de
despacho. Este pedido se resolverá sin substanciación. La resolución será inapelable.

1. Recursos
La reforma, lamentablemente, no ha resuelto esta polémica abierta
desde hace tiempo, sobre la impugnación o no de las providencias dictadas por
el Secretario.
Se sostuvo en una de dichas interpretaciones que, una correcta lectura
del art. 38 del Código Procesal "in fine", lo limita a la que directamente se
interpone contra la providencia del secretario y oficial primero; sin embargo,
una vez que el magistrado se pronuncia a pedido de la parte, la decisión que la
mantiene o modifica será apelable si concurren los presupuestos generales
para la concesión del recurso (CNCiv., Sala A, 1988/09/16, "Stalman,
Benjamín", La Ley, 1990-C, 573, J. Agrup., caso 7122 - ED, 133-219).
Otros argumentan que sólo en caso de que la decisión del juez fuera
confirmatoria de aquél y causara gravamen irreparable en los términos del art.
242 inc. 3° del mismo Código puede interponerse recurso de apelación, el que
no resulta procedente respecto de actuaciones realizadas por el secretario o
prosecretario (CNCiv., Sala B, 1992/06/30, "Deastis, Filomena c. Salcedo,
Walter E.", La Ley, 1993-E, 641, J. Agrup., caso 9406).
En tal sentido se ha resuelto que siendo que la providencia impugnada
fue suscripta por el secretario del juzgado interviniente y dado que el tribunal de
apelación se encuentra facultado para examinar de oficio la admisibilidad del
recurso, pues sobre el punto no se encuentra ligado por la conformidad de las
partes ni por la decisión del juez de primer grado, aun cuando esta última se
encontrare consentida, conforme lo dispone el art. 38 del Código Procesal,
debe declararse mal concedido el recurso de apelación articulado (CNCiv.,
Sala B, 1994/04/08, "Abregu, Francisco S. c. Sosa, Juan D. y otro", ED, 161-
530).
El secretario no puede resolver la impugnación hecha por el litigante en
los términos del art. 38, contra una providencia dispuesta por aquél, pues en
ese caso los autos deben pasarse al juez para que éste decida, de modo que
corresponde declarar la nulidad de lo resuelto por el actuario respecto de la
reconsideración planteada (CNCom., Sala B,1999/06/03, "Centro Comercial La
Prudencia S. A., quiebra", La Ley, 1999-F, 91 - DJ, 1999-3-916).
Por tanto, el secretario no está autorizado para despachar los pedidos
de resolución formulados por las partes, pues ello excede la incumbencia que
al actuario confiere el art. 38 (CNCom., Sala D, 1995/03/21,"Indar de Vasapollo,
Mónica c. Sancor Cía. de seguros", La Ley, 1996-A, 47, con nota de H.
Eduardo Sirkin).

Recusación

Art. 39. -- Los secretarios de primera instancia únicamente podrán ser recusados por las
causas previstas en el art. 17.
Deducida la recusación, el juez se informará sumariamente sobre el hecho en que se
funde, y sin más trámite dictará resolución que será inapelable.
Los secretarios de la Corte Suprema y los de las cámaras de apelaciones no serán
recusables; pero deberán manifestar toda causa de impedimento que tuvieren a fin de
que el tribunal lo considere y resuelva lo que juzgare procedente.
En todos los casos serán aplicables, en lo pertinente, las reglas establecidas para la
recusación y excusación de los jueces.

1. Recusación del Secretario


Las causales de recusación son personales al magistrado interviniente,
pues emanan de su particular relación con las partes o con el objeto de la
controversia sujeta a su decisión, de modo que no la puede hacer "prima facie"
del juez cuando la actividad que se califica de prematura es imputable al
secretario del juzgado y aun cuando éste haya procedido en exceso de la
actuación del mero trámite que le confiere el art. 38 del Código Procesal.
Así se desprende del remedio que para tal supuesto, consagra el propio
precepto citado, y en especial, del art. 39, de conformidad al cual es el juez
quien decide acerca de la recusación deducida respecto del secretario (CNCiv.,
Sala D, 1983/11/11, "Serantes Peña, Arturo c. Paglilla, José, suc.", La Ley,
1984-A, 469 - ED, 108-371).

TITULO II -- Partes

CAPITULO I -- Reglas generales

Domicilio

Art. 40. -- Toda persona que litigue por su propio derecho o en representación de tercero,
deberá constituir domicilio legal dentro del perímetro de la ciudad que sea asiento del
respectivo juzgado o tribunal.

Ese requisito se cumplirá en el primer escrito que presente, o audiencia a que concurra,
si es ésta la primera diligencia en que interviene. En las mismas oportunidades deberá
denunciarse el domicilio real de la persona representada.

Se diligenciarán en el domicilio legal todas las notificaciones por cédula, que no deban
serlo en el real.

El domicilio contractual constituido en el de la parte contraria no es eficaz para las


notificaciones que deben ser realizadas en el domicilio del constituyente.

1. Conceptos generales
El código procesal mantiene sin reformar una presentación confusa en
este capítulo, donde sucesivamente se indican instituciones procesales que
debieron tener una explicación previa; al menos en cuanto refiere a sus
principios generales.
El primer párrafo del artículo se relaciona con las personas que vayan a
ser partes en un proceso, indicando de inmediato que deberán constituir
domicilio legal dentro del perímetro de la ciudad.
Si bien es cierto puede ser un purismo dogmático, también lo es que
cuando se menciona que "toda persona que litigue......deberá constituir
domicilio legal", existe la posibilidad de creer que todos los que intervengan en
el proceso tienen esa carga procesal.
Por eso es menester esclarecer el concepto de parte.

1.1. Calidad de parte


El derecho de acceder a la jurisdicción está respaldado como una
garantía constitucional; es un patrimonio incorporado a los derechos del
hombre que no reconoce calidades especiales.
La mención que hace la Constitución Nacional, sobre todo en los
artículos 41 y 43 acerca de que "todos los habitantes" o "todas las personas"
tienen derecho a un proceso rápido y expedito importan reconocer la amplitud
como se extiende en nuestro sistema el ingreso a la justicia.
La defensa de los derechos e intereses individuales, sociales, colectivos
y difusos tienen vías particulares que, al estar reguladas en los códigos de
procedimientos, requieren cumplimentar presupuestos de admisión y
pertinencia.
La relación entre Constitución y proceso impone que las cargas técnicas
no desvirtúen el contenido principista de la norma fundamental; y al mismo
tiempo, que el debido proceso previsto en la Carta magna pueda
instrumentarse adecuadamente en las reglas adjetivas.
El objeto final ser , precisamente, lograr que el sistema otorgue la tutela
efectiva sobre dichos intereses y derechos subjetivos, generando la
satisfacción plena de las pretensiones opuestas.
Este es el marco como se orquesta el diseño del acceso a la justicia y el
derecho a la jurisdicción.
Inmediatamente, apenas establecido el placet de admisión al juicio,
observamos que la preocupación inmediata del litigante es convertirse en parte.
¿Qué significa este concepto?.
Es evidente que para hablar de "parte" o de "partes" se necesita tener un
interés contrapuesto, duplicidad de planteos o la misma controversia (lucha de
intereses) entre dos o mas individuos. La idea de conflicto subyace en la
concepción buscada, y en la tradición que orienta respuestas al problema.
Pero la calidad de "parte" solo se obtiene en el proceso, porque es un
concepto pura y exclusivamente procesal.
Aun así la idea no tiene demasiada claridad, pues basta una simple
mirada hacia las personas que actúan en juicio para ver que no son
únicamente los contradictores los que allí se encuentran.
Intervienen otros que asumen la representación del titular del derecho
conflictuado; gestores procesales; terceros interesados; e incluso, abogados
que patrocinando a la parte se convierten ellos mismos en "parte" a través de
las creaciones de derechos que el enjuiciamiento provoca (v.gr.: condena en
costas, derecho al honorario, etc.).
Es más, el conflicto planteado en hipótesis podría reconocer mas de un
involucrado y no hallarse todos ellos en el proceso, de modo que la integración
del pensamiento común de una de las partes estaría ausente, afectando el
derecho de defensa de quien no esta.
Existen distintas posibilidades para examinar la noción de parte y
conceptos distintos para hacerlo. Básicamente encontramos tres ideas
contrapuestas:
a) Parte es, en primer lugar, la persona que demanda o en cuyo nombre
se demanda; y en segundo lugar, la persona frente a la que se demanda. Son
partes por el solo hecho de formular la pretensión, independientemente de que
sean o no titulares de la relación jurídica sustancial deducida.
b) No se puede considerar una sola tipicidad para establecer la
condición de parte, sino en función de la calidad del derecho que tutelen; de
este modo, quien sea titular en la relación jurídica tendrá condición de "parte
material"; mientras que la actuación de otros podrá catalogarse como "parte" en
sentido procesal.
c) Parte, es solamente el titular del interés jurídicamente relevante que
en el juicio se promueve.
Cada una de ellas adscribe al vínculo que los autores señalan con el
derecho de acción y, por tanto, a partir de ellos ha de buscarse la coincidencia
o el error.

1.2 Las partes en el proceso


La dificultad doctrinaria puede tener esta respuesta. La calidad de parte
determina un status jurídico. No importa tener a la calidad de parte como una
mera abstracción. Todo lo contrario, se trata de personalidades concretas que
actúan en los roles que a cada uno le importa o le pertenece. Por ejemplo, el
letrado es parte en la ejecución de honorarios frente al vencido o contra su
cliente, pero no lo es mientras representa a su poderdante, quedando de
manifiesto la alteridad de las situaciones procesales.
El código procesal tiene clara la necesidad de tener individuos
correctamente determinados en la demanda. Así lo requiere en el artículo 330
incisos 1º y 2º, cuando pide que se mencione el "nombre y domicilio del
demandante" y "el nombre y domicilio del demandado". De esta forma, al actor
-demandante- le corresponde cumplir la carga de denunciar correctamente las
personas contra quienes pretende constituir la relación jurídica procesal.
En el sujeto activo, es decir, quien promueve el derecho de pedir (la
acción) y lo concreta a través del escrito de postulación, aparece inconfundible
el derecho e interés que alega, de manera que él es la parte que actúa, y en
nombre propio. Por consiguiente, no es posible capturar en similar condición al
que ejerce la representación necesaria o voluntaria, pues a estos no les
pertenece el interés en obrar.
Distinta se presenta la situación del demandado, en tanto puede ocurrir
que no se tenga claramente establecida la afectación de los intereses a su
respecto. Por ello, basta con enunciar al sujeto pasivo que se quiere involucrar
para constituirlo en parte, quien luego confirmar tal posición (si resiste la
pretensión, o decide cualquiera de las actitudes voluntarias típicas al acto
siguiente del emplazamiento), o la abandonar (v.gr.: si prospera la excepción
de falta de legitimación pasiva).
Suponiendo que los demandantes o demandados fueran varios, no
significa que se multiplique el número de partes, sino de que varios serán los
que actuarán, debidamente conocidos, en una misma posición (v.gr.:
litisconsorcio activo, o pasivo, según el caso).
La identificación de las partes es insoslayable en la medida que con ellos
se traba el proceso, y a ellos les alcanzan los efectos de la cosa juzgada. La
operatividad del principio dispositivo se eleva en significativa dimensión pues
solo a las partes les corresponde actuar el interés jurídico que quieren
resguardar, debiendo el órgano jurisdiccional respetar ese cuadro de
pretensiones y resistencias (principio de congruencia).
Además, reconocidas las partes se pueden alegar otros institutos como
la litispendencia, o el defecto de jurisdicción (suponiendo que una de las partes
fuera el Estado la competencia tiene que ser federal); las recusaciones y
excusaciones correspondientes; el desarrollo adecuado de la prueba de
confesión (absolución de posiciones), e incluso, la responsabilidad por las
costas (art. 77, CPC)

2. Domicilio real y procesal (legal)


La definición de domicilio real que refiere que es el lugar de residencia
permanente de la persona, con la intención de establecer allí el asiento de su
actividad, contempla la noción legal dada por el art. 89 del Código Civil
contemplada por el elemento intencional, que es un ingrediente indispensable
de aquel tipo de domicilio.
El domicilio procesal es distinto del domicilio legal, pudiendo no coincidir
ambos. Sin embargo, por su intermedio se posibilita la notificación plena que la
existencia del domicilio legal requiere. De manera que es lo adecuado conferir
al domicilio legal el carácter de constituido procesal para viabilizar sin futuros
inconvenientes la notificación para la cual, entre todas las otras, aquél fue
instituido (CNCom., Sala A, 1988/06/06, "Bresasol, S.A. ped. de quiebra por
Amex, S.R.L.", La Ley, 1990-A, 362, con nota de Manuel Alvarez Tronge).
Si ni fuere indicado ningún domicilio (de acuerdo con la naturaleza de la
pretensión), de algún modo se cercena el derecho de defensa en juicio (v.gr.: el
accionado no podría deducir la excepción de arraigo que tiene justamente
como propósito garantizar la eventual responsabilidad inherente a la demanda,
cuando el actor no tiene domicilio en el país, o bienes dentro de él), y la
posibilidad de control hacia la asignación de competencia (Cfr. Gozaíni,
Osvaldo Alfredo, Derecho Procesal Civil, tomo I volumen 2, editorial Ediar,
Buenos Aires, 1992, pág. 490).
Sin embargo un vicio de tal naturaleza no sería grave, más allá de la
posibilidad del Juez de evitarlo con una medida de saneamiento (art. 34 inciso
5 ap. b), o dejando lugar al demandado para que interponga la defensa de
defecto legal en el modo de proponer la demanda.

2.1 Domicilio social


El domicilio legal inscripto tiene el carácter de constituido procesal, allí
es donde debe efectuarse el emplazamiento a juicio de una sociedad
regularmente constituida, descartándose, la notificación por edictos, que sería
viable previo agotamiento de los recaudos pertinentes para descalificar dicho
domicilio.
Las personas jurídicas instituidas por ley tienen su domicilio en el lugar
en que se hallaren o donde funcione su dirección o administración principal, y
el domicilio legal es el lugar que la ley presume sin admitir prueba en contrario
que una persona reside de manera permanente para el ejercicio de sus
derechos y el cumplimiento de sus obligaciones (CNCiv., Sala K, 1997/04/28,
"B., J. H. c. Establecimiento Frigorífico Azul", La Ley, 1998-C, 627).
Por ello, si bien es cierto que la notificación del traslado de la demanda
debe practicarse en el domicilio real del demandado, como medio para
asegurar llegue a su efectivo conocimiento la acción que contra él se intenta,
ese principio general cede si, como en el caso, se trata de una sociedad de
responsabilidad limitada en cuyo domicilio, constituido en los estatutos, se
efectuó la diligencia, pues en este particular supuesto se trata del domicilio
legal que define el art. 90, inc. 3° del Código Civil, el que unido a la naturaleza
de la persona contra quien se acciona, hacen prevalecer esta solución
excepcional (CNCiv., Sala E, 1980/02/21, "Troncoso, Carlos A. c.
Fraccionamientos Privados, S. R. L.", La Ley, 1980-C, 542).

2.2 Domicilio convencional


Es principio legal que la notificación de la demanda debe efectuarse en
el domicilio real del emplazado, y también que el constituido en instrumento
privado no es idóneo a ese fin si la firma del mismo no está reconocida por el
demandado y tenida judicialmente por tal (CNCiv., Sala B, 1979/04/27, "Burgos,
David A. y otro c. Giraldo Londoño, Gustavo y otro", ED, 86-307).
El domicilio convencional es el asiento legal de la persona en cuanto a
las obligaciones derivadas del contrato, del que dimanan como efectos propios:
el atributo de la jurisdicción pertinente, y la determinación del lugar donde
deben practicarse las notificaciones y emplazamientos motivados por el
contrato, inclusive la demanda judicial (CNCiv., Sala H, 1999/03/17, "Avila,
Alberto C. c. Borisonik, Perla B. y otros", La Ley, 1999-F, 147).
Cuando el lugar y el domicilio se denuncian, el domicilio será especial
para el cumplimiento de la obligación y ante el cual el tomador debe evacuar
las diligencias impuestas por la ley y si tener el carácter de un domicilio legal a
los fines procesales (CNCom., Sala B, 1980/07/31, "Meller, S. A. c. Podjarni,
León M.", ED, 90-232).
Cabe agregar que el código expresamente prohibe la simultaneidad de
domicilios en un mismo lugar, por ello "el domicilio contractual constituido en el
de la parte contraria no es eficaz para las notificaciones que deben ser
realizadas en el domicilio del constituyente". La prohibición rige aun cuando se
tratare de instrumentos públicos.
Inclusive el proyecto de reformas al Código Civil establece
expresamente que no tienen valor alguno las cláusulas de constitución de
domicilio impuestas en contratos de adhesión.

2.3 Domicilio constituido en instrumento privado


El domicilio constituido en instrumento privado, mientras no haya sido
reconocida la firma asentada por la persona a la cual se opone, o dada
judicialmente por reconocida dicha firma, es ineficaz para notificar el traslado
de la demanda; y en consecuencia, se debe denunciar el domicilio real del
demandado (CNCiv., en pleno, 1954/06/10, La Ley, 75-606, cfr. Fenochietto,
ob. cit., pág. 187).

3. Perímetro del Juzgado


Esta es una referencia que tiene registros diversos. Si pensamos en la
ciudad autónoma de Buenos Aires, el perímetro es toda la ciudad y no el égido
de la Capital Federal.
Pero si se aplica para la justicia federal, corresponde al radio urbano
donde tiene su asiento el juzgado competente.

4. Oportunidad
Con arreglo a lo dispuesto por el art. 40 del Código Procesal, la carga de
constituir domicilio "ad-litem" y denuncia del real, pesa sobre todo aquel que
litigue por derecho propio y debe ser cumplida en el primer escrito judicial o
audiencia a la que concurra, si ésta es la primera diligencia en que interviene.
La omisión de dicho recaudo legal trae aparejada la consecuencia
expresamente prevista en el art. 41 del citado cuerpo legal, por lo que las
sucesivas notificaciones se tendrán por efectuadas en los términos del art. 133,
es decir, en los estrados del juzgado (CNCiv., Sala A, 1994/07/26, "M., E. c. D,
J. A.", La Ley,1995-B, 427).
Primera oportunidad es primer escrito donde se presenta quien va a
litigar por su propio derecho, o en representación de otro. Si la presentación se
concreta en una audiencia, en esta oportunidad deberá constituir el legal y
denunciar el real.
La diferencia entre denunciar y constituir es la siguiente. En el primer
caso, se pone en conocimiento del Juez el domicilio donde vive la persona con
carácter permanente. Este domicilio se rige por las disposiciones del Código
Civil (arts. 89 a 102). En el segundo, se trata de dar al juzgado un domicilio
donde practicar todas las notificaciones que se deben practicar por cédula, y
que no sean objeto de comunicación al domicilio real. Este domicilio se rige por
el código procesal (arts. 40 a 42).

Falta de constitución y de denuncia de domicilio

Art. 41. -- Si no se cumpliere con lo establecido en la primera parte del artículo anterior,
las sucesivas resoluciones se tendrán por notificadas en la forma y oportunidad fijadas
por el art. 133, salvo la notificación de la audiencia para absolver posiciones y la
sentencia.
Si la parte no denunciare su domicilio real, o su cambio, las resoluciones que deban
notificarse en dicho domicilio se cumplirán en el lugar en que se hubiere constituido, y
en defecto también de éste, se observará lo dispuesto en el 1er. párrafo.

1. Consecuencias de la falta de denuncia o constitución de


domicilio
La carga de constituir y denunciar domicilios es diferente en sus
consecuencias.
La omisión del domicilio legal, pone en práctica una regla general del
proceso que es la notificación automática o "ministerio legis", en cuya virtud las
resoluciones judiciales no comprendidas en las excepciones previstas, se
tendrán por notificados a todos los que intervienen en el proceso, los días
martes y viernes o el subsiguiente hábil si alguno de ello fuere feriado.
En cambio, si la omisión es del domicilio real o denunciado, la práctica
es que todas las notificaciones se realicen en el domicilio constituido.
Si la parte olvida cumplir con la carga procesal de constituir y denunciar
domicilios respectivos, todas las notificaciones se celebran en los estrados del
juzgado.
El apercibimiento previsto en el art. 53 inc. 2º del Código Procesal, esto
es, la declaración de rebeldía de quien, debidamente notificado, no comparece
a estar a derecho a pesar de conocer de modo fehaciente la renuncia de su
letrado apoderado, se supedita a que dicha declaración sea pedida por la parte
contraria (cfr. art. 59, Código Procesal). Si ello no ocurre, el mismo precepto, en
su último párrafo, remite a las reglas generales en materia de constitución de
domicilio "ad-litem" (cfr. art. 41, Código Procesal) (CNCiv., Sala A, 1994/10/14,
"Sosa, José R. c. Estacionamiento Ayacucho 1132 S. R. L. y otro", La Ley,
1995-B, 434. - DJ, 1995-2-108).
Ahora bien, cuando el art. 41, párr. 1° "in fine" del Código Procesal se
refiere a los supuestos en que el litigante ha sido concurrente en la constitución
del domicilio legal, la notificación por cédula allí dispuesta resulta exigible
cuando se trata de notificar la sentencia, atento a que si la parte constituyó su
domicilio legal en los estrados del juzgado, no sería razonable tenerlo
automáticamente notificado en los términos del art. 133 de la ley procesal
(CS,1989/06/06, "Unión Cívica Radical s/pedido de pers. s/inc. de apel. de
honorarios Juzgado Federal de Neuquén", La Ley, 1989-E, 317).

2. Excepciones
El art. 41 párr. 2º, no obstante la rigidez que manifiesta, no es aplicable
ipso facto cuando circunstancias anteriores pueden llevar a la creencia, de
buena fe, de actos de comunicación que debieran practicarse.
La Corte ha dicho que si las decisiones que precedieron a la sentencia
final de tercera instancia fueron notificadas por cédula, la notificación ministerio
legis significa una variación abrupta de las reglas de juego a las que debía
atenerse el litigante, circunstancia que lo coloca en situación de grave
indefensión, justificándose la descalificación del fallo por vicio de arbitrariedad
(CS, 1994/06/28, "Banco Mesopotámico Coop. Ltdo., quiebra", JA, 1994-IV-
275).
En otros casos, puede suceder que el accionado, mediante apoderado
conteste la demanda, omitiéndose la firma del letrado patrocinante que se
indica en el responde; situación que no encuadra en la previsión legal y, por
ello, la intimación para integrarla no se notifica por nota (CNCiv., Sala A,
1994/11/14, "Hochenberg de Illsen, Lubow c. Telecom Argentina", JA, 1995-III-
430).
Asimismo, el art. 41 deja fuera los casos de las notificaciones para
absolver posiciones, y la sentencia, que son situaciones muy distintas que se
originaron con las modificaciones que, en su tiempo, introdujo la ley 22.434.
En realidad, la audiencia que convoca a la prueba confesional es un acto
personal que comunica la necesidad de tener presente a la parte, bajo
apercibimiento de tener por ciertos los hechos que se pretendan admitir o
reconocer. Por eso es ineludible su directa comunicación.
En cambio la notificación de la sentencia es constitutiva de efectos y
consecuencias que nacen del acto procesal más importante del proceso, y por
ello mismo es que se debe notificar por cédula o personalmente.

Subsistencia de los domicilios

Art. 42. -- Los domicilios a que se refieren los artículos anteriores subsistirán para los
efectos legales hasta la terminación del juicio o su archivo, mientras no se constituyan o
denuncien otros.
Cuando no existieren los edificios, quedaren deshabitados o desaparecieren, o se
alterare o suprimiere su numeración, y no se hubiese constituido o denunciado un nuevo
domicilio, con el informe del notificador se observará lo dispuesto en la primera o
segunda parte del artículo anterior, según se trate, respectivamente, del domicilio legal o
del real.
Todo cambio de domicilio deberá notificarse por cédula a la otra parte. Mientras esta
diligencia no se hubiese cumplido, se tendrá por subsistente el anterior.
1. Vigencia y mantenimiento de los domicilios
La obligación de denunciar y constituir domicilios permanece mientras el
proceso siga en trámite, por eso todo cambio debe de informarse, aunque
como vimos, sean distintas las consecuencias en orden a lo dispuesto por el
art. 41.
Si bien los domicilios a que se refieren estas normas subsisten hasta la
terminación del juicio o su archivo, mientras no se constituyan o denuncien
otros, si el trámite estuvo paralizado durante un tiempo prolongado, esa
inactividad es razón suficiente para considerar extinguido el domicilio
oportunamente constituido, pues no cabe extender la ficción legal más allá de
lo razonable (CNCiv., Sala E, 1996/04/30, "Partnoy, Marisa L. y otro c. Santa fe
2564 S. A.", La Ley,1997-B, 90 - DJ, 1997-1-1005).
Asimismo, debe señalarse que el domicilio constituido en el principal
vale para los incidentes. De ahí que si la coheredera constituyó domicilio y no
lo modificó con posterioridad, la notificación del incidente planteado a dicho
domicilio fue correctamente efectuado, por más que hayan pasado varios años
de su constitución, pues la sucesión no se encontraba terminada ni archivada
(CNCiv., Sala B, 1983/05/17, "Ferrea Amadeo de Giacobi de Ferrea, María A. y
otros sucs.", La Ley, 1984-B, 468 (36.601-S)
Finalmente, la norma en su último párrafo prescribe que "todo cambio de
domicilio deberá notificarse por cédula a la otra parte. Mientras esta diligencia
no se hubiese cumplido se tendrá por subsistente el anterior".
Al hablar dicha disposición legal de la notificación por cédula a la otra
parte, debe entenderse que la constitución de nuevo domicilio no es válida para
el adversario en el pleito hasta tanto no se cumpliere con esa diligencia. Pero
para el tribunal, a los efectos del cumplimiento de las notificaciones de oficio,
tiene consecuencia legales desde el momento en que ha tenido conocimiento
de tal circunstancia, es decir desde que proveyó favorablemente el pedido.

2. Domicilio inexistente
El código detalla exhaustivamente, en el párrafo segundo, las
circunstancias por las cuales no se pude practicar una notificación por la
inexistencia del domicilio que se ha constituido o denunciado como real.
Los efectos que se aplican son los del art. 41, en cuanto fuere
pertinente; sin embargo es preciso mostrar que las contingencias no debieran
tener iguales resultados, porque en la inexistencia del domicilio puede haber
error, dolo, culpa, negligencia, o un obrar fraudulento que persiga, justamente,
un fin ilícito.
Por ejemplo, la inexistencia del edificio, se refiere a que no es posible
identificar el lugar denunciado con las características que se han afirmado en el
expediente (v.gr.: número de identificación municipal). Un supuesto así puede
ser resultado de una demolición o simplemente de un error numérico. Es decir,
no existe el edificio porque no se encuentra, o porque el número identificador
es incorrecto. En este caso, la carga de denunciar el cambio o la sustitución, o
en su caso, la corrección del error, se notifica ministerio legis y se aplican las
consecuencias del art. 41.
Este es el caso genérico, desde el cual se pueden observar las
derivaciones de: a) deshabitación; b) inexistencia física; c) alteración de la
chapa de identificación municipal, o d) supresión de la numeración.
Los efectos del art. 41 son correctos formalmente hablando, pero la
práctica constante demuestra que a través de estos supuestos se ejercitan
actos contrarios a la lealtad, probidad y buena fe que entre las partes debe
imperar.
También, las consecuencias del art. 41 son insuficientes para cumplir
con actos que, ineludiblemente se deben practicar en el domicilio real o
constituido (v.gr.: intimación de pago en el juicio ejecutivo, notificación de la
sentencia, comunicación del acto que declara rebelde a la parte, etc.).

Muerte o incapacidad

Art. 43. -- Cuando la parte que actuare personalmente falleciere o se tornare incapaz,
comprobado el hecho el juez o tribunal suspenderá la tramitación y citará a los
herederos o al representante legal en la forma y bajo el apercibimiento dispuesto en el
art. 53, inc. 5.

1. La sucesión procesal
El cambio de partes a través de la sucesión procesal recibe similares
explicaciones a las que suelen darse para el procedimiento sucesorio o "de la
transmisión de los derechos en general" que contempla el Código Civil.
La diferencia estriba en que son derechos sin consolidación pues
dependen de una sentencia judicial que los declare, determinando con ello que
la modificación en la titularidad no sea absoluta sino, tan solo, en la posición
jurídica que ocupaba en el proceso al tiempo de extinguirse la legitimación para
obrar ostentada.
Pero no habrá sucesión procesal hasta que no se produzca la sucesión
material; es necesario que ésta actúe como presupuesto de la segunda (v.gr.:
art. 3414, Código Civil).
Se entiende por sucesión procesal la mutación de las partes en un
proceso pendiente, fundado en que quien ingresa adquiere la titularidad del
derecho material a título oneroso o gratuito.
En este sentido -dice Ramos Méndez- "el hecho de la sucesión procesal
consiste en que una persona ajena en principio al proceso deviene parte
principal en sustitución de la que figuraba primitivamente y como tal continúa el
proceso ya iniciado" (Ramos Méndez, Francisco, La sucesión procesal, editorial
Hispano Europea, Barcelona, 1974, pág. 1).
Como se ve, mientras en la sucesión procesal la persona que cubre el
lugar de otra en la titularidad del derecho litigioso evita la continuidad de la
misma en el proceso; en la sustitución existe propiamente un cambio de partes
que, a veces, no es absoluto, en la medida que la alteración puede ser parcial y
constituirse un litisconsorcio o una intervención adhesiva en calidad de tercero.
Alsina, por ejemplo, sostiene que en la sucesión hay continuidad de la
personalidad del causante; y en la sustitución solo un cambio de la
personalidad del titular del derecho, determinando que "la sucesión se produce
en caso de fallecimiento de la parte, y la sustitución en caso de enajenación de
la cosa litigiosa" (Derecho Procesal Civil, tomo II, editorial Ediar, Buenos Aires,
pág. 497).
Criterio no compartido por Palacio, cuando indica que tanto en el caso
de fallecimiento cuanto en el de enajenación de la cosa litigiosa existe sucesión
(a título universal y particular, respectivamente); y además, porque tanto en uno
como en otro caso media, como consecuencia de la sucesión en el derecho
litigioso, una sustitución o cambio del sujeto activo o pasivo que interviene en el
proceso en calidad de parte (Derecho Procesal Civil, tomo III, editorial Abeledo
Perrot, Buenos Aires, 1979, pág. 326).
Otros interpretan que en la sucesión procesal la legitimación se adquiere
sin afectar la cualidad sustancial debatida en juicio; mientras que la sustitución
activa un derecho propio reconocido por el ordenamiento jurídico (aun cuando
el interés material se ajeno) que admite pensar en una legitimación ordinaria
(Serra Domínguez, Manuel, Estudios de derecho procesal, editorial Bosch,
Barcelona, 1969, pág. 232).
También se diferencia con la intervención de terceros, pues son
instituciones disímiles y con pretensiones diversas. Mientras alguna de las
modalidades de la tercería, por ejemplo, la citación directa, permite introducir
planteos pertinentes que fundamentan un derecho propio que afecta, por ello,
el objeto litigioso principal; en la sucesión no se modifican las pretensiones sino
la titularidad de los sujetos.
Si fuera intervención litisconconsorcial, la legitimación del tercero deriva
de que la sentencia lo afectar directamente porque en el proceso se discute un
derecho que en alguna medida es suyo; en cambio, en la sucesión la
legitimación se toma de quien la cede: el sucesor ejercita también un derecho
propio, litigioso, pero que ha adquirido durante la litispendencia, sin haber
contado con la posibilidad de iniciar por s¡ mismo el proceso (Gozaíni, Osvaldo
Alfredo, La legitimación en el proceso civil, editorial Ediar, Buenos Aires, 1996,
pág. 165) ).
En suma, la sucesión procesal permite sustituir las partes originarias del
proceso por otras que suplantan la titularidad del derecho sustancial y las
posibilidades jurídicas de intervención procesal. Por eso no es simplemente un
"cambio de partes" sino un hecho mas trascendente porque involucra al
derecho en conflicto, además de la idea de continuidad del trámite iniciado.
Las formas de transmisión del derecho litigioso operan por causa de
muerte o a través de actos de disposición entre partes, asumiendo cada caso,
particularidades que las distinguen.

2. Fundamentos de la sucesión procesal


La sucesión provocada por la muerte de una de las partes obliga a cubrir
su interés en el pleito pendiente; la regla de cobertura no es mas que una
aplicación de los principios de la transmisión de bienes regidos por el Código
Civil. En particular, los artículos 3262 y 3264 que distinguen entre la sucesión
universal (por transmisión del todo o de una parte alícuota del patrimonio de
una persona) y la singular (por transmisión de un objeto particular que sale de
los bienes de otra persona) (Cfr. Rivas, Adolfo Armando, Tratado de las
tercerías, tomo 1, editorial Abaco, Buenos Aires, 1993, pág. 132).
Pero este último tiene una dificultad adicional, que resulta del hecho de
que la legitimación procesal se desprende de quien estuvo originariamente
establecido como parte para encabezarse en otro que viene a interferir el
marco del contradictorio ya firme. Tal situación produce una afectación del
principio dispositivo y, por tanto, obliga a regular adecuadamente el alcance
que tiene este nuevo emplazamiento entre partes.
A la par, agrega Ramos Méndez, existe un fundamento de tipo
económico para la sucesión procesal: el aprovechamiento de la actividad
procesal desplegada por el causante de la sucesión, con el consiguiente ahorro
temporal en la duración y en el coste del proceso (ob. cit., pág. 37).

3. La sucesión por causa de muerte


La sucesión procesal no se identifica con la transmisión de bienes mortis
causa. Ambas instituciones se diferencian aunque, para lograr incorporarse al
proceso en la misma calidad que portaba quien fallece, es preciso acreditar la
titularidad del derecho que reclama para acceder como sucesor.
El orden normativo dispuesto se orquesta en dos disposiciones
procesales. Una es el artículo 43, que comentamos, y la otra es el art. 53
Este último en el inciso 5º, cuando refiere a las causales de cesación de
la representación voluntaria o necesaria, dispone a la muerte como una de
ellas y agrega: "En tales casos, el apoderado continuará ejerciendo su
personería hasta que los herederos o representante legal tomen la intervención
que les corresponda en el proceso, o venza el plazo fijado en este mismo
inciso. Mientras tanto, comprobado el deceso o la incapacidad, el juez señalar
un plazo para que los interesados concurran a estar a derecho, citándolos
directamente si se conocieran sus domicilios, o por edictos durante dos d¡as
consecutivos, si no fuesen conocidos, bajo apercibimiento de continuar el juicio
en rebeldía en el primer caso y de nombrarles defensor en el segundo. Cuando
el deceso o la incapacidad hubieren llegado a conocimiento del mandatario,
este deber hacerlo presente al juez o tribunal dentro del plazo de diez días,
bajo pena de perder el derecho a cobrar honorarios que se devengaren con
posterioridad. En la misma sanción incurrir el mandatario que omita denunciar
el nombre y domicilio de los herederos, o del representante legal, si los
conociere".
De este modo, la relación jurídica procesal no se integra con los
herederos de una de las partes en tanto no se verifique y demuestre su
carácter de tales.
Esta claro que la muerte de uno de los sujetos del proceso produce la
suspensión del trámite, pero no su extinción, toda vez que el heredero no solo
sucede en los bienes y deudas del causante, sino que continúa su persona (art.
3417, Código Civil) y aun cuando hay un cambio físico, en realidad hay unidad
jurídica, de manera que no puede decirse que la relación procesal haya sido
alterada.
En consecuencia, reintegrada las partes legítimas a través de la
incorporación de los herederos, al ocupar estos el mismo lugar que el
causante, los actos cumplidos quedarán firmes y los siguientes se regirán con
las mismas facultades y deberes que al de cujus pertenecía.
Ahora bien, si la herencia que se transmite se encuentra en estado de
indivisión, la representación procesal la asume cualquiera o el administrador,
no siendo momentáneamente cuestionado el problema de la legitimación ad
causam, pero determinada la partición desaparece la legitimación promiscua y
la debe asumir quien tenga la calidad de sucesor establecido en el objeto
concreto que la litis plantea.
Finalmente, hay casos donde desaparecido el interés principal que
actuaba el sujeto fallecido, pierde virtualidad la continuidad del trámite (V.gr.:
muerte del insano cuya declaración de incapacidad se perseguía), aunque
puede seguirse al puro efecto de obtener esclarecimientos de orden procesal
(v.gr.: determinación del curso de las costas; percepción de multas procesales
devengadas en favor de la parte; etc.)

4. La sucesión mortis causa en relación con las personas jurídicas


Paralelamente al supuesto de fallecimiento de personas físicas puede
ocurrir la extinción de las personas de existencia ideal.
En la hipótesis de tal acontecimiento, la calidad de parte en el proceso
que la tiene como legitimada, a través de sus representantes legales, pervive a
diferencia de lo que sucede con las personas individuales.
Esto es así porque la "personalidad societaria" subsiste para concluir las
operaciones pendientes y liquidar el patrimonio comercial (arts. 1777, Código
Civil y 435, Código de Comercio), abarcando, en consecuencia, los procesos
que estuvieran en trámite.
De tal forma, la legitimación para actuar no cambia y por ende, tampoco
existe un caso de sucesión procesal. La continuidad en el carácter de parte se
logra por la permanencia del conflicto y su trámite, mientras que la legitimación
se mantiene a través de la representación necesaria que se encuentra
acreditada en la litis.
En cambio, si la sociedad no estuviera en vías de liquidación sino de
reconversión a través de otras formas societarias como la fusión, la absorción,
o la transformación en general (escisión, unión transitoria de patrimonios o por
objetivos, etc.) la transferencia de derechos provoca una representación nueva
que modifica la que en juicio se encuentra acreditada.
5. Interpretación jurisprudencial
La muerte de una de las partes no ocasiona directamente la suspensión.
Ella en realidad opera no desde que el momento en que se produce la
defunción sino, por el contrario, resulta necesario la acreditación del hecho
para que recién a partir de ese momento, el juzgador pueda decretar la
suspensión.
Por ello se ha dicho que si el accionante no ha desistido de su acción
contra el codemandado fallecido, para que el proceso surta todos sus efectos
contra los herederos es preciso dar estricta aplicación a lo dispuesto por el art.
43 del Código Procesal, pues corresponde adecuar el trámite de la causa en
función de la modificación operada, a modo de sucesión procesal, por aquella
defunción (CNCiv., Sala A, 1992/10/27, "Mejicovsky, José C. Antonetti, Jorge E.
y otro", La Ley, 1993-B, 31).
En tal sentido, si bien el art. 43 autoriza la suspensión del procedimiento
por causa de muerte o incapacidad de una de las partes, a los efectos de la
perención de la instancia, la parte actora que denunció tal circunstancia carga
con la obligación del impulso subsiguiente (CNCiv., Sala G, 1996/07/10, "Curci,
María C. c. Budich, Boleslao", La Ley, 1996-E, 549 - DJ, 1996-2-820).
También se afirma que es innecesaria la fijación de un plazo para que el
síndico asuma la representación del concurso en los juicios que versan sobre
los bienes desapoderados, pues la situación es asimilable a la contemplada en
los arts. 43 y 53, inc. 5º, del Código Procesal (CNCom., Sala C, 1996/02/29,
"Carvallo Quintana, Tomás y otros c. Banco Central", La Ley, 1997-B, 174).
La incapacidad que existía con anterioridad a la promoción de la
pretensión no cae bajo la regulación del art. 43, ni del 53 inc. 5º del Código
Procesal al que el primero se remite, correspondiendo en este caso proveerle
al incapaz de su representante legal y necesario, un curador, para que él
deduzca la acción que le competa a su representado y que por sí ni por
representante voluntario puede hacerlo (C. Civ. y Com. Morón, Sala II,
1995/03/02, LLBA, 1996-408).
Para terminar se cita el caso del defensor de Ausentes, que al ser un
representante, en el ejercicio de sus funciones, queda asimilado al mandatario
contractual (art. 1870, inc. 1º, Código Civil) con las características propias de
los representantes procesales (arts. 43 a 52, Código Procesal). En virtud de lo
expuesto, el citado funcionario no está habilitado para realizar aquéllos actos
que requieren apoderamiento especial ni aquéllos que suponen la disposición
de derechos sustantivos del ausente (C.Apel. Concepcion del Uruguay, Sala
Civil y Com, 1996/10/21, "Wicky, Horacio E.", LL Litoral, 1997-955).

Sustitución de parte

Art. 44. -- Si durante la tramitación del proceso una de las partes enajenare el bien objeto
del litigio o cediere el derecho reclamado, el adquirente no podrá intervenir en él como
parte principal, sin la conformidad expresa del adversario. Podrá hacerlo en la calidad
prevista por los arts. 90, inc. 1 y 91, 1er. párrafo.
1. La sucesión de partes
A través del sistema creado se reglamentan tres supuestos de sucesión
procesal (aun cuando el código los presente como casos de sustitución de
parte): a) por enajenación del objeto litigioso; b) por cesión del derecho litigioso,
y c) la intervención impropia como tercero adhesivo simple.
Sin embargo, el enunciado no es preciso al no especificar la forma como
se produce el ingreso y la tipicidad que asume la figura del sucesor a título
particular.
Se sostiene que es necesario distinguir la sucesión procesal que se
origina por cambio de un sujeto, de la sustitución reglada por el art. 44 del
Código de forma. Mientras en este último caso juegan los intereses, en la
sucesión no existe más que un interés que se transmite de un sujeto a otro que
puede ejercer el derecho en su nombre propio como consecuencia de la
transmisión operada (art. 3262, Código Civil). Al ser éste el caso en examen no
correspondía aplicar el procedimiento previsto en aquel artículo, pues
contempla una situación distinta. (Disidencia del doctor Cavagna Martínez)
(CS, 1992/10/14, "Torres, Guillermo y otra c. Provincia de Buenos Aires", La
Ley, 1993-C, 274 - DJ, 1993-2-625.).
También puede ocurrir que se requiera la integración de la litis en los
términos del art. 44 del Código procesal, lo que constituye una vicisitud o
acaecimiento dentro del proceso para lo cual debe considerarse facultado el
apoderado judicial, pues se encuentra dentro de los límites de su mandato
(CNCiv., Sala F, 1982/03/22, "Di Salvo, Higinio V. c. Plinto, S. A.", ED, 100-
313).
Pero en la cesión de derechos antes de trabada la litis, no se aplica el
art. 44 del Código Procesal, pues esta norma contempla sólo los casos de
sucesión particular en los derechos litigiosos por enajenación del bien objeto de
litigio o cesión del derecho reclamado. En cambio, una vez trabada la litis, la
cesión de derechos litigiosos es ineficaz sin la conformidad de la contraria
(CNFed. Civ. y Com., Sala II, 1997/06/17, "Inversiones y Servicios S. A. c.
United Airlines", La Ley, 1997-F, 172).

2. Venta del objeto litigioso


En el caso de enajenación del objeto litigioso, el adquirente podrá
acceder al proceso si este estuviera en trámite, es decir, que es el único
supuesto que contempla el código. De lo contrario, la acción ejercida
corresponde a una pretensión subrogatoria. Tales intervenciones el código las
contempla como citación de evicción (arts. 105 y ss.) y acción subrogatoria (art.
111 y ss.), respectivamente.
Inclusive, la legitimación que se adquiere en estos casos es directa y no
depende de la situación que tenga la parte en el proceso al que se adscribe. Es
decir, en ningún caso entra en juego la relación jurídica material que vincula al
deudor (la parte) con el subrogante o el citado de evicción, sino otro bien
distinto que opera en terreno de las posibilidades de actuar en juicio
conjuntamente con aquella, esto es, un derecho exclusivamente procesal que
asigna legitimación para obrar.
Por eso apunta Montero que "en la acción subrogatoria hay que
distinguir entre el derecho procesal propio del acreedor y el derecho subjetivo
material del deudor; el sustituto ejercita los dos, pero en el segundo esta
haciendo valer en nombre propio derechos subjetivos que afirma corresponden
a otros. En conclusión, la acción subrogatoria no confiere al acreedor derecho
material alguno, y sí un derecho procesal; las dos relaciones jurídicas no se
ven alteradas por la legitimación que se confiere al acreedor; a este no se le da
nada que no tuviera antes, pues lo que se le reconoce es un derecho procesal.
Por eso el acreedor no puede pedir para sí, sino que pide para su deudor, para
integrar el patrimonio de este, con el fin de posibilitar la efectividad del derecho
material que ya ten¡a reconocido" (Montero Aroca, Juan, La legitimación en el
proceso civil, editorial Cívitas, Madrid, 1994, pág. 56).
En este sentido, tratándose de un pago con subrogación, en principio no
puede el deudor oponerse válidamente a la intervención del acreedor
subrogante; la sustitución procesal opera con prescidencia del deudor, ya que
el art. 44 del Código Procesal contempla sólo los casos de sucesión particular
por enajenación del bien objeto del litigio o cesión del derecho reclamado
(CCiv. y Com San Martin Sala II, 1999/11/25, "Ferrero, Gemma c. Chiviló,
Norberto J. y otros", LLBA, 2000-516)

3. Cesión de derechos litigiosos


Si fuere el caso de cesión de derechos litigiosos, debe analizarse las
modalidades de la convención, en cuanto a la posible permanencia de la parte
cedente en calidad de parte, o la pérdida absoluta de esa situación procesal.
Por ejemplo, si la cesión es del derecho sustancial (aceptando para ello,
únicamente, el dualismo entre derecho y proceso) el sucesor ocupa la posición
de parte principal; mientras que si lo fuera de la calidad, quedaría integrado un
litisconsorcio (v.gr.: art. 109, CPC), o bien, un supuesto de intervención de
tercero (art. 112, apartado segundo, CPC).
Habiéndose operado el acto de enajenación particular del bien que es el
objeto mediato del proceso, el causante no queda liberado y debe continuar
como parte principal, en tanto el sucesor sólo tendrá una intervención
litisconsorcial según lo establece el art. 44 del Código Procesal (CNCiv., Sala
C, 1986/04/04, "Guzmán c. Arno", La Ley, 1986-C, 474.).

4. Intervención adhesiva simple


El último de los casos indicados (intervención impropia) no refiere tanto a
los supuestos de sucesión como sí a la forma que asume dentro del proceso a
consecuencia de la oposición que tiene derecho a formular la contraparte.
En este supuesto, no se puede hablar ya de un caso de sucesión
auténtica, sino de sustitución, porque al transferirse la titularidad del bien o del
derecho, la posición que le corresponde al cedente deja de ser "como dueño
del derecho subjetivo" para resultar obligado ante las consecuencias que del
acto emergen (garantía prevista en el art. 1476 del Código Civ.).
Si ante la presentación en autos del tercero formuló oposición a la
sustitución de parte la demandada dándose el supuesto previsto en el art. 44
del Código Procesal, la intervención de aquél continuó en la calidad que
determinan los arts. 90, inc. 1° y 91, primer párrafo del Código citado;
consecuentemente el interviniente adhesivo simple no asume el carácter de
una parte autónoma, por cuanto su posición dentro del proceso está
subordinada o dependiente respecto de la que corresponde a la parte con la
que coadyuva (CNCiv., Sala B, 1983/02/10, "Snebar, Alberto c. González,
Socorro L.", La Ley, 1983-D, 81)
Del análisis de los institutos de la cesión de derechos y la sustitución
procesal, va de suyo que las exigencias mayores ya sea de la escritura pública
o de la no desvinculación procesal de la parte (arts. 1434 y 1455, Cod. Civil y
44, Código Procesal), se dan frente al derecho litigioso y dado que el derecho
cedido en el caso no tiene dicha condición por existir sentencia firme, debe
producirse la plena sustitución procesal del primitivo accionante (Cciv. y Com.
Azul, Sala II, 1997/04/23, "Banco de Olavarría S. A. c. Ferraro, Alberto A. y
otros", LLBA, 1997-987).

Temeridad o malicia

Art. 45. -- Cuando se declarase maliciosa o temeraria la conducta asumida en el pleito


por alguna de las partes, el juez le impondrá a ella o a su letrado o a ambos
conjuntamente, una multa valuada entre el diez y el cincuenta por ciento del monto del
objeto de la sentencia. En los casos en que el objeto de la pretensión no fuera
susceptible de apreciación pecuniaria, el importe no podrá superar la suma de $ 50.000.
El importe de la multa será a favor de la otra parte. Si el pedido de sanción fuera
promovido por una de las partes, se decidirá previo traslado a la contraria.
Sin perjuicio de considerar otras circunstancias que estime corresponder, el juez deberá
ponderar la deducción de pretensiones, defensas, excepciones o interposición de
recursos que resulten inadmisibles, o cuya falta de fundamento no se pueda ignorar de
acuerdo con una mínima pauta de razonabilidad o encuentre sustento en hechos
ficticios o irreales o que manifiestamente conduzcan a dilatar el proceso.

1. Temeridad y malicia
Tanto la temeridad como la malicia conforman tipos de conductas
disvaliosas que agreden el principio de moralidad procesal, que la reforma
procesal mantiene aumentando notoriamente la sanción económica.
Ambos comportamientos no se identifican, por lo cual es preciso
distinguirlos. La temeridad alude a una actitud imprudente o desatinada,
echada a los peligros sin medir sus consecuencias. Es un dicho o hecho sin
justicia ni razón y designado, especialmente, a aprender valores morales del
prójimo.
La malicia se configura por la omisión deliberada de un acto procesal, o
cuando se lo ejecuta indebidamente para que pueda producir el mismo
resultado. En general, expresa un propósito obstruccionista y dilatorio tendiente
a la paralización o postergación de la decisión final que debe dictarse en el
proceso.
Como se advierte, la norma procesal no particulariza las figuras,
estableciendo solamente la posibilidad de una sanción (multa) para la parte y/o
su letrado que niegue la calidad moral exigida en sus actos.

2. Calificación procesal de la conducta


Existen gradaciones en la conducta. El primer grado es la buena fe, la
situación de los que, aun en el error, litigan creyéndose asistidos de alguna
razón. El segundo grado lo constituye la ligereza culpable, consistente en la
infracción a los deberes de un buen padre de familia, prudente, razonable y
reflexivo, no promovería un litigio injusto, sin antes meditar sobre el alcance de
su actitud. La ligereza culpable queda asignada así, a la irreflexión en calcular
las consecuencias de los propios actos. El tercer grado de la responsabilidad lo
representa la malicia que merece la nota de temeridad.
Anticipado el sentido etimológico de los términos, resta por considerar
cómo funcionan en el proceso.
La demanda es temeraria cuando existe la certeza o una razonable
presunción de que se litiga sin razón valedera y se tiene conciencia de la
sinrazón: es la facultad de accionar ejercida arbitrariamente.
A su vez, la malicia se perfila en la actuación –u omisión- durante el
desarrollo del trámite, es decir, cuando cualquiera de la partes obstaculiza,
retarda, provoca articulaciones manifiestamente improcedentes, mañosas, con
el solo propósito de dilatar la tramitación del proceso.
Esta caracterización es tradicional y vincula cada expresión con una
etapa determinada del proceso. También se insertan en estos vocablos como
sinónimos, la conducta imprudente y la intención dilatoria.

3. Diferencias entre temeridad y malicia


Sin embargo, temeridad y malicia no se agotan en esta comprensión
pues, si bien es cierto que el encuadre inicial sirve de base a un estudio
sistemático, la presencia de esos comportamientos en el proceso demuestran
que pueden seguirse otras interpretaciones.
A nuestro entender, la temeridad se relaciona con una actitud objetiva
que se puede segmentar según la gravedad de la mala fe.
Es evidente que, de modo genérico, se comprende con el abuso del
derecho (o abuso en el proceso), pero sólo lo integra, puesto que en el abuso
existe además una especulación con la ventaja que otorga un derecho
atribuido, derecho que no está presente en la acción temeraria.
Aquella conducta irrazonable que pondera la doctrina tradicional, se
puede encontrar presente asimismo ante un comportamiento engañoso, como
cuando se ejerce una pretensión simulada; también cuando la petición o
defensa demuestra una acción culpable. V.gr.: desconocer una relación
contractual para postergar un desahucio; una escrituración, etc.; o en el
ejercicio de una demanda posesoria, cuando no se tiene título legítimo.
Hay casos en que la acción temeraria es de tal entidad, que se relaciona
con la responsabilidad por culpa. Son los casos de pretensiones sostenidas
dolosamente, e inclusive, intencionalmente dañosas; por lo cual la
responsabilidad no sólo comprenderá los gastos del proceso (costas) sino que
importará suficiente fundamento para la acción penal correspondiente.
En definitiva, conciencia de la propia sinrazón y actitud destinada a
agraviar valores morales o reales del prójimo, constituyen elementos siempre
presentes en la conducta temeraria.

4. Conducta maliciosa
La malicia, por su parte, se ve insistentemente vinculada con la demora
intencionada, sea a través de modalidades obstruccionistas o de peticiones
retardatarias, de manera que su relación principal se halla referida al
comportamiento observado en la ejecución material de los actos procesales.
La malicia supone la condición de malo, maldad, malignidad; presupone
dolo y mala intención, designios encubiertos, una propensión al mal moral y
material.
Esta vinculación con el dolo nos parece sumamente acertada; pues en la
actitud maliciosa existe una clara intención de evitar una consecuencia
esperada mediante la utilización de medios rituales o sustanciales que
posterguen hasta lo irrazonable la decisión jurisdiccional.
Habría así, ab initio, una franca relación entre actitud dilatoria y conducta
maliciosa.
Pero además, ésta supone echar mano a cuanto ardid, artificio o
maquinación sea necesario para influir en la decisión judicial; en cuyo caso la
presencia de este dolo principal, en los términos de la ley sustantiva, es causa
bastante para considerar que existe malicia en el proceso.
También la relación procesal puede verse alterada en su funcionalidad
normal, cuando el curso de la litis se transforma a consecuencia de actitudes
maliciosas que tienden a la provocación del daño a la otra parte (v.gr.: quien
retiene indebidamente un expediente sabiendo que el mismo es necesario para
la efectivización de una subasta judicial que lo tiene como ejecutado).
Es decir que también la malicia está presente cuando se asiste a
pretensiones obstaculizantes, retardatarias, que demoran la marcha del
proceso. Estos planteos adquieren distintas expresiones según la forma como
se presentan. Por ejemplo:
a.- La defensa sostenida en motivos inocuos o de manifiesta ilegitimidad,
conforma un abuso de la jurisdicción toda vez que a lo único que tiende es a
postergar una decisión consabida.
b.- Quien reitera un planteo de recusación con causa contra el Juez
actuante, insistiendo en que existe la causal invocada y que fuera
anteriormente resuelta en forma adversa por la Alzada, demuestra una
conducta obstruccionista que persigue un fin meramente dilatorio, tanto más
cuanto se la deduce antojadizamente y con deleznables fundamentos, que
importan una falta contra la autoridad y dignidad del magistrado; razón por la
cual, la recusación debe ser desestimada y calificada de maliciosa.
c.- Cuando la memoria de agravios es técnicamente inatendible pues la
quejosa, lejos de enjuiciar críticamente los fundamentos dirimentes del
decisorio del Juez, se limitó en seis renglones a verter una mera afirmación
dogmática relativa a la razón que se atribuye, recursivamente insuficiente y por
lo que corresponde desestimar la apelación concedida. Atento que la
conclusión sentada revela superficialidad y ligereza con que la demanda
sustentó la queja, debe imponérsele una multa a la accionada –solidariamente
con su letrada apoderada- a favor de la contraparte, equivalente al 10% del
monto del juicio (cfr. CNCom., Sala D, 1984/04/27).
d.- O bien, cuando existe abandono del proceso evidenciado en la
desidia para efectuar las pruebas ofrecidas, indicio de íntima admisión sobre la
insostenibilidad fáctica de la construcción argumental fundamento de la
demanda, y a la desatención de la incomparecencia a la citación personal del
juzgador, ocasiones en las cuales los resortes morales de delicadeza y de
pudor hubieran impuesto admitir soluciones simplificadas y expeditivas del
conflicto carente de andamiento, vía procesal económica que de esa manera
fue obstruida.
e.- Si el demandado reconoce la existencia tanto del vínculo jurídico que
lo unía al actor como de la deuda, pretendiendo luego, sin ningún apoyo
probatorio que ésta fue saldada.
En este aspecto, la malicia estriba en la utilización arbitraria de los actos
procesales en su conjunto y en el empleo de facultades que la ley otorga a las
partes en contraposición con los fines del proceso, obstruyendo su curso y en
violación de los deberes de lealtad, probidad y mala fe.
La actitud del demandado consistente en la negativa de la deuda a su
cargo cuando ella estaba perfectamente asentada en su propia contabilidad y
medió liberación de una orden de pago, constituye un abuso de la jurisdicción
que lo hace pasible de ser sancionado en los términos del art. 45 del Código
Procesal.

5. La mentira en el proceso
Un segundo grado de la malicia se encuentra en la actuación de la
mentira procesal.
Se trata de aquéllos casos en que los hechos alegados no son de difícil
comprobación y la naturaleza del proceso autoriza a presumir que había interés
en invocarlos falsamente como medio dilatorio u obstruccionista (V.gr.: quien
desconoce su propia firma; o quien niega un crédito que le pertenece o el
carácter de locatario en un contrato que lo cuenta en esa condición).
Lo importante es advertir el propósito de engañar de modo tal que
requiere, a su vez, cierta actividad procesal destinada a provocar dicho engaño.
La deformación de la realidad puede dirigirse tanto a la contraparte como
al órgano jurisdiccional. Por ejemplo: en las peticiones del beneficio de litigar
sin gastos, ocultando una determinada situación económica.
Inclusive puede ser bilateral, como en los procesos simulados pero esto
es motivo de atención particular y de matices que lo diferencian de la mentira
stricto sensu.
Es evidente la dificultad para encontrar el límite de la actuación procesal
y comprobar cuándo la astucia del adversario se convierte en un acto de
mentira, destinado a confundir a la parte y a provocar el error en el órgano
decisor.
En este sentido, también es claro el problema de establecer pautas
generales cuando el sentir de una sociedad varía con la conciencia colectiva
asentada en un tiempo y en un lugar.
En el terreno procesal, ciertas mentiras, y no todas las mentiras, son
ilícitas. No se trata, por su puesto, de consentir cierto tipo de mentiras, pues
tolerar su configuración implica negar la esencia misma del derecho,
promoviendo inmoralidad a través del falseamiento de la verdad.
A lo que se tiende es a demorar que la presencia de afirmaciones falsas
(o temerarias) puede tener una distinta entidad, según se pretenda injuriar a su
contraparte o a la magistratura; obstruir el desarrollo del proceso con
maquinaciones evidentemente dilatorias o perjudicar a su oponente
provocándole un daño cierto y dirigido.
A través de la jurisprudencia, se puede advertir una ejemplificación más
nítida:
El marido que en el proceso de divorcio imputa a su mujer, al contestar
la demanda, graves hechos que lo afectan en su honestidad, y no se preocupa
en demostrarlos, mantiene un modo de comportamiento malicioso injuriante
(CNCiv., Sala B, 1973/03/02, J.A. 973-IV, 346).
La obstrucción al curso del proceso es múltiple en expresiones, así por
ejemplo, “cuando so color de la defensa de derechos se perturba el normal
desenvolvimiento de las actuaciones mediante presentaciones inconducentes y
manifiestamente improcedentes” (CNCiv., Sala C, 1975/12/17, ED 67-356).
Finalmente, la provocación del daño intencionado a través del proceso
se tipifica cuando la mentira consiste en accionar por una suma mayor a la que
se debe (porque existen pagos parciales) y se traban medidas cautelares hasta
el monto de la pretensión, entorpeciendo la disponibilidad patrimonial del
afectado.
En suma, la malicia requiere dolo, en tanto la temeridad se conforma con
culpa grave. De ahí, que ambas conductas, la dolosa y la gravemente culposa,
están sancionadas con multa.

6. Sujeto pasivo de la multa


Para determinar el sujeto pasivo de la multa prevista para quien incurra
en temeridad y malicia, es menester atender circunstanciadamente las normas
que el código procesal establece.
Por su parte, el artículo 34, inciso 5º apartado d), faculta a los jueces
para prevenir y sancionar todo acto contrario al deber de lealtad, probidad y
buena fe en el proceso; con lo cual cualquiera puede ser el posible condenado,
si su actitud se corresponde con un obrar deshonesto.
De su lado, el art. 45 con carácter general y los artículos 551 y 594 con
referencia a los procesos ejecutivos, determinan que sólo quien reviste la
calidad de vencido –total o parcialmente- puede ser sancionado.
Al respecto se repite que el solo hecho de que el demandado en
definitiva resulte vencedor en el juicio, no hace que no le sea aplicable lo
dispuesto por el art. 45 del ordenamiento procesal.
Del espíritu de esta norma guía ( art. 45) se desprende la intención de
sancionar a la parte o al letrado que despliega la actividad inmoral, pues
interpretar que un ente de derecho público (actuando como entidad de derecho
–sea público o privado-) tenga conducta maliciosa es una incoherencia.
La extensión de la sanción a los letrados patrocinantes encuentra
justificación al interpretar como función del abogado la de mostrar a su cliente
los puntos débiles de su pretensión. Por ello la temeridad o malicia que
proviene de la fundamentación insuficiente o contradictoria no está solamente
en la conducta de quien pide sin razón sino, también, en la de quien encauza,
con manifestar ligereza y atrevimiento, procesalmente la pretensión.

7. Objetivo de la multa
La multa contenida en la norma genérica del artículo 45 tiene por
finalidad sancionar la inmoralidad procesal expuesta en la conducta temeraria o
maliciosa de cualquiera de las partes, a diferencia del régimen anterior que era
aplicable solo a quien resultare vencido en juicio.
Asimismo, aunque se esté frente a una litis desenvuelta en los citados
términos de incorrección, la legitimación para impetrar el castigo procesal no
pertenece a cualquiera que actúe en el proceso, sino sólo a aquél contra quien
se promovió la demanda temeraria o fue perjudicado por las demoras
originadas en la conducta maliciosa. De lo contrario configuraría un
enriquecimiento sin causa a favor de quien reclama las sanciones sin tener
legitimación a esos efectos. Ello sin perjuicio, claro está, de que el Juez aplique
sanciones de oficio, pero esto hace a las facultades privativas del juzgador.
Finalmente, destaca claramente Leguisamón que al elevarse el
porcentaje de la multa a una escala del 10% al 50% (antes era del 5% al 30%)
a calcular sobre el objeto de la sentencia (en lugar del valor del juicio), se
introduce una cuestión opinable pues si quien asumió tales reprochables
conductas resulta el actor que pierde el proceso, la sentencia se limitará a
rechazar la demanda y no habrá objeto de aquélla sobre el cual computar la
multa (Leguisamón, Héctor Eduardo, Reflexiones sobre las reformas de la ley
25.488 al Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, La Ley, suplemento
del 27-03-02).

8. Interpretación jurisprudencial
8.1 Temeridad
Se ha calificado de temeraria la demanda o la resistencia del demandado cuando,
además de carecer de todo sustento fáctico o jurídico, son ellas arbitrarias por basarse en
hechos inventados o sea jurídicamente absurdos, de manera que es evidente el conocimiento
de la sinrazón, la conciencia de la indiscutibilidad por parte del que litiga; así, Colombo Carlos
J., en “Revista de Derecho Procesal”- Inconducta Procesal, 1968 nº, 1 p.23 y 25.
Del mismo modo se indica que la temeridad consiste en la conducta de la parte que
deduce pretensiones o defensas cuya injusticia o falta de fundamento no puede ignorar de
acuerdo con una mínima pauta de razonabilidad. (CNCiv, sala M, marzo 28/994, ED159-644)
La CNCom., Sala C, ha resuelto: “Importa actitud maliciosa, la conducta de la
compañía de seguros que litigo sin razón valedera y sin causa alguna, incurriendo en
incumplimiento injustificado y voluntario de una obligación, forzando así al acreedor a seguir un
tramite judicial de mas de dos años para lograr la legitima satisfacción de su derecho. Las
compañías de seguros deben actuar con seriedad y presteza en el cumplimiento de las
obligaciones con los asegurados, tanto mas si se trata de un seguro de vida” (La Ley, 120-818).
Caso similar por haber alegado un pago que a la demandada le constaba que no se había
efectuado y no se sometido a la decisión del perito con arreglo a las condiciones de la póliza
(CNCom., Sala A, JA, 967- IV, 24).
A otra compañía de seguros se le formularon cargos semejantes (CCom., Sala B, DJ,
4-1-66). La Sala A considerando que constituye conducta maliciosa la sinrazón evidente de las
defensas.(JA, 1697-IV, sec. Reseñas, p.461 nº 24). La CNCiv., Sala D, ha expresado: “El
litigante es temerario cuando es inconsiderado, imprudente arrojado a los peligros sin meditar
sobres sus consecuencias, carente de fundamento, razón o motivo. Es el que tiene conciencia
de la propia sinrazón. La aplicación de una multa al litigante temerario no puede dar lugar a la
invocación del principio del enriquecimiento sin causa, ya que esa multa a favor de la
contraparte esta establecida por la ley, de modo que existe causa jurídica que legitima la
adquisición y, como es sabido, la ausencia de ese requisito es condición para la viabilidad de la
acción de in rem verso”. La conducta temeraria o maliciosa puede producirse en cualquier tipo
de juicio (CNCiv., Sala B, ED 47-610). No es suficiente el solo litigar sin razón valedera es
necesario también la temeridad de su conducta.(id., Sala D, ED 46-159).
El pago total con recibos que no coinciden, demorando el procedimiento (id., Sala B,
ED 46-172), aun por una versión de los hechos dada por los demandados desprovista del
correspondiente respaldo probatorio (CNCiv., Sala C, RED 7-818, sum. 39). Si bien la conducta
sancionada por el art. 45 del Código Procesal suele manifestarse procesalmente a través de
actuaciones notoriamente dilatorias o tendientes a obstruir el tramite regular del juicio,
perjudicando a la parte contraria y entorpeciendo la administración de justicia, queda
configurada en otros casos por la actividad expresada en la demanda en relación con el
desarrollo ulterior del la causa y muy especialmente, con el ofrecimiento de prueba y su
producción (CNCiv., Sala B, marzo 2/973, ED 47-610), pudiéndose citar como ejemplo: quien
reconoce originalmente la deuda y desaparecido el expediente, la niega en su reconstrucción
(CNCiv., Sala F, ED 54-232, sum.1), procede cuando se trata de abrir a prueba en segunda
instancia, con un argumento inconsistente y baladí (CNCiv., Sala E, ED 66-324), pues los
litigantes no pueden convertir el proceso en juego de mentiras (CNCiv., ED 76-203), así
procede la multa cuando en la confesional se reconocen hechos fundamentales negados en la
demanda(CNCiv., ED 73-403).
Asimismo resulta aplicable la sanción prevista para el supuesto de temeridad y malicia
(art.45 Código Procesal) toda vez que el fallido con el objeto de dilatar el tramite de quiebra
solicito la suspensión de todos los incidentes de revisión hasta que se encontraran en
condiciones de dictar sentencia lo que es improcedente si en el caso se trata de situaciones
independientes en cuanto al “thema decidendum” y a la prueba a producir (del dictamen del
fiscal que la Cámara hace suyo) (CNCom, Sala D, febrero 23/2000, La Ley 2000-D, 869
(42.867-S)
La temeridad puede configurarse en el acto mismo en que las partes sustentan sus
pretensiones, pues, lo que la normativa pretende evitar es la promoción de procesos en los que
el actor tiene o debe tener conocimiento de la carencia de motivos para accionar y, no obstante
ello, entabla la demanda, abusando de la jurisdicción (CNCiv., Sala B, mayo 30/997, in re:
Municipalidad de Buenos Aires, c. Suiffet de Aliano, María, DJ, 1997-2-1153)
El art. 34 inc. 4º y el art. 45 del Código Procesal prevén y reprimen el abuso de la
defensa y la jurisdicción, quedando sujeta su apreciación a la libre ponderación judicial (CNCiv.,
Sala E, octubre 10/997, DJ, 1998-2-626).
La temeridad consiste en la conducta de quien sabe o debe saber que no tiene motivo
para litigar y, no obstante, lo hace, abusando de la jurisdicción. La malicia, en cambio, se
configura por el empleo arbitrario del proceso o de actos procesales, utilizando las facultades
que la ley otorga a las partes en contraposición a los fines de la jurisdicción, obstruyendo o
desplazando así el curso del proceso (CNCiv., Sala E, abril 29/998, DJ, 1999-2-39).

8.2 Malicia
La malicia consiste en utilizar el proceso en contra de sus fines, obstaculizando su
curso, actuando el justiciable de mala fe con el objeto de obtener una sentencia que no es la
que corresponde, demorando su pronunciamiento, o ya dictada, entorpeciendo su
cumplimiento. Colombo, en su Código Procesal, entiende por malicia “la utilización arbitraria de
actos procesales y el empleo de las facultades que la ley otorga a las partes, en contraposición
con los fines del proceso, obstruyendo su curso y en violación de los deberes de lealtad,
probidad y buena fe, con el objeto de dilatar indebidamente el cumplimiento de la obligación o
deberes cuya existencia reconoce la sentencia” (CNCom., Sala A, julio 22/980, JL, año1, nº 1,
p.50, fallo 86, CNCiv., Sala E, marzo 11/981, JL, año11, nº 30, p.500, fallo 5135).
Con el paso de los años la jurisprudencia mayoritaria mantuvo la noción de malicia en
el concepto siguiente: “es la conducta procesal que se manifiesta mediante la utilización de
facultades procesal con el deliberado propósito de obstruir el desenvolvimiento del proceso o
retardar su decisión” (CNCiv.Com. Rosario, Sala II, octubre 4/996, La Ley Litoral, 1998-1052),
agregando que “actúa maliciosamente quien utiliza o pretende utilizar el proceso en contra de
sus fines, con ciertas, notorias y evidentes articulaciones improcedentes (CNCom., Sala A,
agosto 14/995, La Ley, 1996-A, 44), “ es la conducta procesal que se manifiesta mediante la
formulación e peticiones exclusivamente destinadas a obstruir el normal desenvolvimiento del
proceso o retardar su decisión (CNCiv., Sala M, marzo 28/994, ED 156-644), esta norma
procesal otorga a los tribunales un delicado instrumento que trasciende el mero interés
individual de quien triunfa en el pleito y apunta a una mejor administración de justicia, por lo
que exige un uso cauto, y prudente, teniendo en cuenta en cada caso el beneficio de la
duda(CNCom., Sala B, febrero 3/995, La Ley 1995-C, 691, J. Agrup., caso 10.415).
Por malicia debe entenderse la utilización arbitraria de los actos procesales en su
conjunto (inconducta procesal genérica) o aisladamente cuando el cuerpo legal los conmina
con una sanción especifica (inconducta procesal especifica), y el empleo de las facultades que
la ley otorga a las partes, en contraposición con los fines del proceso, obstruyendo su curso y
en violación del los deberes de lealtad, probidad y buena fe.
Las dos formas de exteriorización de la inconducta procesal pueden combinarse o
entrelazarse cuando la obstrucción sistemática al curso del proceso permite inferir con
fundamente que un litigante trata de postergar la sentencia porque sus pretensiones carecen
en absoluto de fundamento. En otros términos, la malicia puede ser un indicio de temeridad,
por ejemplo: lo dicho por la CNCiv., Sala A, (agosto 31/991): “Muy pocas consideraciones
bastaran para mostrar la absoluta sinrazón de la acción entablada que según se advierte ha
sido promovida para dilatar la permanencia de la familia de la tercerista en el inmueble de que
se trata, durante la tramitación del juicio"; i cuando se agrega: “El juzgador debe imponer
sanción a quien no procede con buena fe lealtad en el proceso y ello podría consistir en
deducirle de esa circunstancia una presunción que le permita apreciar la prueba de acuerdo
con las reglas de la sana critica” (La Ley,130-757).
La finalidad del art. 45 del Código Procesal es moralizadora pues sin coartar el derecho
de defensa, tiende a sancionar a quien formula defensas o afirmaciones temerarias a
sabiendas de su falta de razón, es decir, al litigante cuyo desconocimiento de la situación no
puede serle admitido de acuerdo con las circunstancias del caso (CNCiv., Sala F, julio 12/995,
DJ, 1995-2-1082).
El art. 45 del Código Procesal, en cuanto contempla la inconducta procesal genérica,
tiene fines moralizadores pues, sin coartar el derecho de defensa, tiende a sancionar a quien
formula defensas o afirmaciones temerarias sabedor de su falta de razón, es decir al litigante
cuyo desconocimiento de la situación real no puede ser admitido, de acuerdo a las
circunstancias del caso (CNCiv., Sala F, agosto 15/996, DJ, 1997-1-927).
El art. 45 del Código Procesal permite la aplicación de multas en los casos de malicia --
esto es la intención de dañar-- o temeridad, configurada por una culpa agravada que se
aproxima al dolo, aunque sin evidenciar la referida intención de dañar (CNCiv., Sala G, marzo
12/993, DJ, 1994-1-486).
La malicia es la inconducta procesal que se manifiesta mediante la formulación de
peticiones exclusivamente destinadas a obstruir el normal desenvolvimiento del proceso o a
retardar su decisión. Este tipo de conducta radica en la utilización arbitraria de los actos
procesales en su conjunto y el empleo de facultades que la ley otorga a las partes, en
contraposición con los fines del proceso, obstruyendo su curso y en violación de los deberes de
lealtad, probidad y buena fe (CNCiv., Sala H, setiembre 9/997, DJ, 1998-2-785).

8.3 Sujetos pasibles de sanción


Incumbe al letrado asesorar debidamente a quien patrocina mostrándole los puntos
débiles de la defensa; por eso se ha sostenido que corresponde sancionar a las partes y a su
letrado que ensayaron defensas infundadas y antinómicas, introduciendo así mismos
obstáculos curialescos y ostensiblemente en caminados a dilatar el proceso y aplazar el dictado
de la sentencia condenatoria (Cám.CC, San Isidro, Sala II 19/6/79, SPLL, 980-697, 490-SP).
No debe entenderse, sin embargo, que la prudencia y buena fe procesal que guarda el
letrado en la defensa de los intereses de su parte, sea óbice para el pleno ejercicio de la
función, y es legitimo un máximo esfuerzo para lograr el resultado favorable. En tal sentido la
jurisprudencia decidió que no configuraba malicia la sola interposición de los recursos
extraordinarios de nulidad e inaplicabilidad,, máxime si el ultimo de esos medios si el ultimo de
esos medios de impugnación versa sobre la interpretación de una norma que, de acuerdo con
la doctrina y la jurisprudencia, no es clara y ha podido dar lugar a distintas opiniones (SCBA
14/3,78, Ac 24.770 DJBA 114-241). Del espíritu de esta norma, surge que son sujetos pasibles
de sanción la parte vencida misma o el letrado que interviene por ella en el pleito, sin
determinar exclusividad o prelación alguna y debe tomarse en consideración para este
juzgamiento de la conducta, la actitud personal observada en el proceso en cuanto obstruya o
lesione el buen orden, la ética, el decoro y la normalidad en los juicios, lo que atañe y puede
producirse tanto por el titular como por el letrado interviniente, siendo factible que la falta sea
exclusivamente imputable al letrado. El juez tiene siempre la facultad privativa de determinar
quien es el sujeto autor del obrar temerario o malicioso y, por consiguiente, pasible de
multa.(SCBA, Ac. Y Sent., 1974, v. III, p.650).
La amplitud de apreciación resulta un criterio de invalorable prudencia para sancionar
solo aquéllos casos graves que transgredan los deberes de lealtad probidad y buena fe,
impliquen manifestaciones injuriosas o provoquen una obstrucción deliberada o reiterada al
curso del proceso (CNCiv., Sala G mayo 13/9/84, ED 112-449).
Así, la sola circunstancia de defensas finalmente desestimadas no puede llevar a la
aplicación automática de sanciones (CNCom., Sala B, setiembre 26/984, ED 112-547).
Es discrecional para el juzgador evaluar si la conducta de la parte se ha hecho pasible
de la calificación de temeridad o maliciosa, para lo cual es menester proceder con suma
prudencia y tener presente que la imposición de sanciones no puede obedecer al solo hecho
de que las acciones y defensas hayan sido finalmente desestimadas, ni siquiera a que las
pretensiones carezcan de sustento jurídico, dado que ello significaría coartar la garantía
constitucional de defensa en juicio, que debe se celosamente preservada. (CNCiv., Sala D,
agosto18/983, ED 107-637).
Recuérdese que desde la sanción de la ley 25.488 que pone en práctica la modificación
al art. 45, se puede sancionar a cualquiera de las partes sin que sea necesariamente el vencido
el sujeto pasivo de la multa.

8.4 Dirección letrada. Casos


La crítica atinente a la posibilidad de revisar la procedencia de la sanción procesal a
quien ha retardado en producir un informe requerido mediante la prueba correspondiente,
remite a cuestiones de derecho procesal, ajenas como principio, a la instancia extraordinaria
federal (CS, febrero 27/990, DJ, 1990-2-241).
En el juicio ejecutivo, los principios del art. 45 del Código Procesal se complementan
con la previsión del art. 551 del mismo ordenamiento, que comprende no sólo la conducta
temeraria y maliciosa pues, además, establece sanción para quien obstruya el curso normal del
proceso con articulaciones manifiestamente improcedentes o, de cualquier manera, demore
injustificadamente el trámite (CNCiv., Sala A, setiembre 9/996, DJ, 1996-2-1387).
La insistencia en mantener el debate sobre cuestiones que el propio recurrente ha
admitido como imponibles en los juicios ejecutivos y con prescindencia de la insignificancia o
no de la demora que tal actitud haya irrogado al trámite del proceso, importa deliberado
propósito de dilatar innecesariamente el procedimiento, con la consiguiente subsunción de la
situación en la previsión normativa del art. 558 del Código Procesal (CNCom., Sala C, mayo
4/990, in re: Semikian c. Córdoba, DJ, 1991-1-505).

8.5 Improcedencia de las sanciones


Si el Código Procesal autoriza la notificación por edictos con el solo juramento de la
parte, es en la convicción de que se ha de actuar con la rectitud y buena fe que debe presidir el
ejercicio de las acciones ante los órganos judiciales, especialmente si se trata de la citación del
demandado, acto de trascendental importancia en el proceso, desde que guarda estrecha
vinculación con la garantía constitucional de la defensa en juicio (CS, marzo 2/993, in re:
Schneider, Guillermo y otros c. Schneider, Friedrich W., DJ, 1993-2-145).
El pronunciamiento que aplica una medida disciplinaria ante la existencia de conductas
que no configuran temeridad o malicia carece de fundamentación suficiente y constituye una
seria ofensa a la garantía de defensa en juicio, pues implica un reproche por el solo hecho de
litigar, insuficiente como fundamento de la sanción impugnada (CS, agosto 20/996, DJ, 1997-1-
214).
La ausencia de temeridad o de malicia deja sin sustento la imposición de sanciones
disciplinarias, que no pueden tener como único fundamento la discrecionalidad del órgano con
facultades para sancionar (CS, agosto 20/996, DJ, 1997-1-214).
No constituyen temeridad o malicia la simple negativa de un hecho luego comprobado
en el juicio o la mera articulación de defensas luego rechazadas, en la medida en que no
importen un deliberado retraso del trámite de la causa o una consciente resistencia a
pretensiones en las que se advertía una clara sinrazón (CNCiv., Sala E, octubre 14/997, DJ,
1998-2-626).
La aplicación del art. 45 del Código Procesal está subordinada a la sentencia que en
forma definitiva declara o reconoce, incluso parcialmente, el derecho de la parte vencedora. En
todo otro supuesto, tal como la transacción, no corresponde la aplicación de la multa en
cuestión (CNCiv., Sala H, setiembre 9/997, DJ, 1998-2-785).

8.6 Hechos de demora justificados


La dilación innecesaria prevista en el art. 594 del Código Procesal no se configura si la
dilación en el cumplimiento de la sentencia de remate no se debió a la conducta de la
ejecutada, pese a la manifiesta inadmisibilidad de su recurso de apelación, sino a la frustración
de la subasta (CNCiv., Sala A, Noviembre 28/995, in re: Gabrielli, Mario y otros c. Parrado,
María E. y otro, DJ, 1996-2-492).
No compromete la conducta profesional del letrado que su cliente, que actuó por
derecho propio y a quien él solamente patrocinó, haya afirmado hechos que hacían a su
defensa y que luego no se ocupó de acreditar (CNCiv., Sala C, febrero 8/990, DJ, 1990-2-820).
Los letrados tienen a su cargo evitar que las partes incurran, bajo su conducción y
patrocinio, en el abuso de jurisdicción que significa la injustificada dilación del trámite (CNCiv.,
Sala F, marzo 30/990, in re: Erlich, Darío O. c. Bustos, Carlos D., DJ, 1991-1-463).

8.7 Defensas o excepciones


La sola deducción de defensas que no prosperan, o de recursos que en definitiva no
son admitidos, no es configurativa de la conducta procesal temeraria y maliciosa asumida en el
pleito prevista en el art. 45 Código Procesal Civil y Comercial (CNCiv., Sala A, marzo 13/998, in
re: Banco Credit Lyonnais c. Cohen, Salvador L., DJ, 1999-1-1050, SJ.1683).
La sola interposición de un recurso de apelación que se desestima no resulta suficiente
para configurar la inconducta procesal prevista en el art. 45 del Código Procesal (CNCiv.,Sala
A, abril 7/998, DJ, 1998-3-585).
Si bien el contribuyente, por el mero hecho de pagar sus tasas y contribuciones, tiene
derecho a un correcto sistema de control de sus pagos para evitar infundados reclamos
judiciales o administrativos, ello no es suficiente para imponer a la ejecutante la multa del art.
45 del Código Procesal si la actuación del órgano jurisdiccional resultó necesaria para permitir
la ejecución fiscal por el período impago (CNCiv., Sala H, agosto 13/997, in re: Municipalidad
de Buenos Aires c. Lavacoy, Roberto C., DJ, 1998-2-785).
La falta de producción de una prueba o la existencia de pruebas adversas al derecho
de la parte configuran contingencias propias de toda contienda judicial, susceptibles de causar
su derrota, mas ello es inidóneo para aparejar la aplicación al vencido de una sanción adicional
a favor de su contraria, máxime cuando del examen del expediente surge la existencia de
dificultades en la realización de la prueba (CNCom., Sala C, febrero 13/998, in re: Federación
Argentina de Comunidades Terapéuticas A.C. c. Organización Coordinadora Argentina, DJ,
1998-2-1005).

CAPITULO II -- Representación procesal

Justificación de la personería
Art. 46. -- La persona que se presente en juicio por un derecho que no sea propio,
aunque le competa ejercerlo en virtud de una representación legal, deberá acompañar
con su primer escrito los documentos que acrediten el carácter que inviste.
Si se invocare la imposibilidad de presentar el documento, ya otorgado, que justifique la
representación y el juez considerase atendibles las razones que se expresen, podrá
acordar un plazo de hasta veinte días para que se acompañe dicho documento, bajo
apercibimiento de tener por inexistente la representación invocada.
Los padres que comparezcan en representación de sus hijos no tendrán obligación de
presentar las partidas correspondientes, salvo que el juez, a petición de parte o de oficio,
los emplazare a presentarlas, bajo apercibimiento del pago de las costas y perjuicios que
ocasionaren. (texto conforme Ley 25.624, B.O., 7/08/02).

1. Acreditación en juicio
La representación de un derecho que no resulta propio se debe acreditar
por quien lo afirma como una forma de justificar la personería que alega.
La norma requiere, en su primer párrafo, que se demuestre el "carácter".
El párrafo siguiente admite la interposición de una causal justificativa en la
demora de verificación; y la última parte exonera a los padres y al marido de
toda prueba del vínculo a excepción de que surjan dudas en el juez que
entiende en la causa, o lo pida la contraparte.
Esta disposición no se vincula con los problemas de legitimación, sino
antes bien, de la representación procesal. Por eso, también está en juego la
capacidad para ser parte o estar en juicio.
La capacidad que la norma señala refiere a la aptitud intrínseca del
sujeto para obrar dentro del proceso asumiendo por sí o en representación de
otro el interés jurídicamente relevante que otorga la legitimación.
El art. 46 exige la acreditación de la personería a quien se presente en
juicio por un derecho que no sea propio; el letrado puede cumplir tal recaudo
mediante la agregación de copia simple por él firmada, sin necesidad de
adjuntar certificaciones notariales; a él le incumbe arbitrar el trámite necesario
para cumplir con la exigencia pues la normativa aplicable no prevé la actividad
de oficio tendiente a subsanar el ejercicio de la representación. (CNTrab., Sala
II, 1989/02/10, "Sánchez, Jorge c. Coordinadora Argentina, S. A.", DT, 1989-B,
1143 - DJ, 1989-2-735).

1.1 La capacidad de los menores


Los menores de 21 años de edad para estar en juicio necesitan la
representación de sus padres, o de quienes la ejerzan legalmente.
Esta es la regla, pero se admiten numerosas excepciones de acuerdo
con la edad o la condición que tenga el interesado.
Por ejemplo, en el caso de menores adultos (entre 14 y 21 años) pueden
asumir representación de sus propios intereses si tienen autorización de quien
ejerce la patria potestad, o del juez en caso de disenso.
La habilitación paterna o judicial es diferente de la asistencia jurídica y
de la misma representación, pues se trata de cubrir una ausencia de capacidad
que impide obrar por sí en un asunto de interés particular.
Esta habilitación para el proceso no supone que el menor actúe solo sino
a través de un tutor especial que al efecto se designa.
Otra excepción la constituye el menor que actúa en defensa de sus
derechos laborales o para tutelar los bienes adquiridos en virtud de su oficio o
profesión, aunque el límite de edad para el supuesto parte desde los 18 años.
No requiere aquí de tutor ad litem, al estar salvaguardada la seguridad
de sus actos mediante el control del Ministerio Pupilar y el patrocinio letrado
obligatorio.
Por último, los menores adultos no necesitan de la habilitación de sus
padres o judicial, gozando en consecuencia de capacidad procesal plena, en
los siguientes casos: a) En los juicios civiles o penales derivados de los
contratos de trabajo celebrados para desarrollar cualquier actividad permitida, o
en la que tenga un título profesional habilitante; b) cuando revistieren la
condición de imputados en un proceso penal; c) en los procesos laborales
tienen la misma aptitud que la normalmente exigida, pudiendo entregar cartas
de apoderamiento y celebrar acuerdos conciliatorios o de similares
consecuencias; d) para intervenir en los procesos relacionados con actos que
el menor puede cumplir sin autorización de sus padres (disposiciones de última
voluntad y reconocimiento de hijos extramatrimoniales); e) para requerir
autorización judicial para contraer matrimonio o requerir la emancipación por
edad (Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, La legitimación en el proceso civil, ob. cit.,
pág. 125).
Además de estas circunstancias que admiten la capacidad procesal del
menor, promedia el instituto de la emancipación por edad o por matrimonio que
otorgan una ampliación considerable de los actos jurídicos que pueden
celebrar.
Los conflictos donde pueden obrar sin problemas de habilidad son: a) los
que versen sobre actos de disposición relativo a bienes adquiridos a título
oneroso o gratuito, siempre que tuvieran autorización judicial para resolver el
destino de los recibidos en este último carácter o exista acuerdo entre
cónyuges; b) los relacionados con la administración de los bienes adquiridos
por cualquier título, tengan o no contenido patrimonial.
La representación legal que mencionamos permite presentar en el
proceso a los padres en conjunto o separadamente, sin que deban acreditar el
vínculo familiar.
En el supuesto de colisión entre los intereses del padre o la madre con
los del hijo no emancipado, aparece la suplencia que el juez decide a través de
la designación de un tutor ad litem.
No obstante, si el juicio se desarrollara en condiciones tales que
permaneciera oculto el disenso familiar, si el hijo alcanzada la mayoría de edad
ratifica lo actuado por sus padres, desaparece la causa de nulidad.

1.2 Los incapaces e inhabilitados


Los incapaces de hecho y los inhabilitados judicialmente concurren al
proceso a través de sus tutores o curadores respectivos.
En ambos casos no se trata de sustituir una capacidad inexistente con la
capacidad del representante, sino de asistir al interesado (como sujeto activo o
pasivo del juicio) de la adecuada representación que la ley exige para dotar de
regularidad y eficacia al litigio emprendido.
La sentencia judicial que declara la inhabilitación debe especificar el
alcance que tiene la curatela dispuesta, pues la incapacidad que sigue a este
pronunciamiento se circunscribe, por vía de principio, a los actos de
administración y disposición patrimonial, sin afectar los derechos que
mantienen para contradecir las decisiones tomadas por sus representantes
legales en desmedro de sus intereses o ejercidos mas allá de las facultades
judicialmente predispuestas.
Son ejemplos de este tipo las personas inhabilitadas por ebriedad
consuetudinaria; uso de estupefacientes que disminuya las facultades de
racionalidad; dementes y pródigos.

1.3 Los condenados a prisión efectiva


Toda persona que deba concurrir a juicio civil y se encuentre condenada
a sufrir la pena de prisión efectiva (es decir, que no se ejecuta
condicionalmente) pierde su capacidad normal, afectando sus derechos de
patria potestad, administración y disposición de sus bienes.
No obstante, podría hipotéticamente actuar en los conflictos que incidan
en sus relaciones personales de familia (v.gr.: divorcio, filiación, etc.), o en las
emergentes de su propia condición (v.gr.: ejecución de honorarios promovida
por quien fuera su abogado).

1.4 Concursados y quebrados


La indisponibilidad patrimonial que padecen los sujetos que se
encuentran en concurso civil o comercial, y el desapoderamiento consecuente
de bienes que en ellos sucede, tanto como en los procesos que se declara la
quiebra, derivan en la incapacidad de las personas físicas que tendrían que
intervenir.
En su lugar actúa el síndico y la administración de los bienes se
convierte en una masa patrimonial que pertenece a un núcleo común que es el
concurso o la quiebra.

2. La representación necesaria
Cuando la persona que actúa en el proceso no presenta un interés que
le sea propio sino ajeno, y lo ejerza por representación (art. 46 párrafo primero,
CPC), tendrá que acreditar documentalmente la personería <<carácter>> que
invoca.
Esta claro que la justificación requerida es para la representación y no
respecto al derecho de fondo, de manera que a tenor de corresponder el citado
artículo 46 con el artículo 333 ("Con la demanda, reconvención y contestación
de ambas en toda clase de juicios, deber acompañarse la prueba documental
que estuviese en poder de las partes" -párrafo primero-), podemos clasificar los
documentos a presentar liminarmente en: a) aquéllos destinados a verificar la
concurrencia de los presupuestos procesales de admisión de la demanda, y b)
los instrumentos -materiales- acompañados como prueba del derecho de fondo
que se quiere defender.

2.1 El caso de las personas jurídicas


La distinción que suele hacerse entre entidades morales sin capacidad
procesal y representación necesaria que les otorga legitimación ad processum,
sirve para demostrar como operan las reglas del proceso, que admiten la
calidad de "parte legítima" a una de estas agrupaciones.
No pretendemos ingresar en la polémica sobre la capacidad material de
las personas jurídicas, que de hecho estaría reconocida en las leyes
sustantivas de nuestro país, y en particular por el artículo 33 del Código Civil.
Inclusive, agrega Palacio, "la capacidad procesal de las personas
jurídicas se halla reconocida por los arts. 41 y 42 del Código Civil, el primero en
tanto autoriza a esos entes para <<intentar en la medida de su capacidad de
derecho, acciones civiles o criminales>>, y el segundo en tanto prevé que
aquéllos pueden ser demandados <<por acciones civiles>>" (Derecho Procesal
Civil, tomo III, cit., pág. 22).
Sin embargo, la cuestión adjetiva se presenta como un aspecto de la
representación antes que de la acreditación del derecho subjetivo o,
preferentemente, del interés para obrar.
Obsérvese, por ejemplo, que la legitimación conferida en el actual
amparo constitucional previsto en el artículo 43 de la carta fundamental, se
otorga a las asociaciones de protección de los llamados derechos de incidencia
colectiva (intereses difusos) que se encuentren registradas conforme a la ley;
indicando, en consecuencia, que no se trata de acreditar el fumis bonis juris
sino la calidad que tienen como persona hábil para representar dicho interés
colectivo o masificado.
Se ha dicho que si se pretende representar a una sociedad constituida,
según las leyes del Estado de Nueva York -esto es una persona de existencia
ideal distinta del presentante-, no se trata de representación convencional, sino
de la llamada "representación legal", que requiere indispensablemente el
análisis de la imputabilidad estatuaria a aquella de los actos efectuados en
nombre del presunto representado. Esto no es prescindible con base en el
supuesto reconocimiento de la representación por las demandadas -que aduce
el recurrente-, ya que de permitirse tal cosa ocurriría que el acuerdo del
eventual "falsus procurator" y de un tercero (el demandado), provocaría una
representación de la supuesta actora más allá de la voluntad real de ésta
(CNCom., Sala D, 1979/03/28, "Bruenn, Jona c. Allied Bank International y
otros", La Ley, 1979-C, 410).
El tráfico jurídico actual aprisiona muchas manifestaciones adicionales
de estas formas asociativas. No son únicamente las sociedades tradicionales e
inscriptas las que asumen representaciones de intereses específicos, sino
también, otras modalidades como los sindicatos, partidos políticos, alianzas
estratégicas, uniones transitorias de empresas, entidades deportivas,
asociaciones vecinales, comunidades de propietarios, entre muchas mas.
En cada una, la actuación ante la justicia difumina la titularidad del
derecho, pero lo concreta cuando se establece la representación.
La personalidad jurídica de ellas difiere de las personas físicas, en las
que puede señalarse un tiempo de permanencia o de terminación; en las
personas jurídicas depende de la forma estatutaria y de la regularidad de su
constitución.
Por eso, al analizar la capacidad procesal de las entidades debe
atenderse tanto su posibilidad de actuar como actores y demandados. Sobre
todo esta última, en la medida de que una estructura informal podría utilizarse
abusivamente, desconociendo en perjuicio del actor o de terceros, la obligación
que se les denuncia.
Obsérvese como el artículo 405 inciso 3º del Código Procesal reafirma
esta tendencia a tener una "representación adecuada" en el proceso, cuando
establece que pueden ser citados a absolver posiciones "los representantes de
las personas jurídicas, sociedades, o entidades colectivas, que tuvieren
facultad para obligarlas".

2.2 El Ministerio Público


En el proceso civil la actuación del Ministerio Público es residual y con
finalidades muy precisas, pero en algunos casos, su presencia en calidad de
"parte" es ineludible, tal como sucede cuando el Estado ocurre como actor o
demandado.
A veces, la participación se refiere a la fiscalización del orden público
como el caso del artículo 151 del Código Procesal.
Debe aclararse que son representantes del Ministerio Público el agente
fiscal y el asesor de menores. A ellos se refiere este artículo, pues cuando en
un juicio actúan el defensor de menores y los defensores de pobres y ausentes,
lo hacen como representantes de parte interesada y no como meros
intervinientes con función de vigilancia, ya sea, en el caso del agente fiscal, en
las cuestiones de estado que se ventila en un juicio de divorcio o de nulidad
matrimonial, o en el caso del asesor de menores e incapaces, coadyuvando
como representante promiscuo.
En el orden federal, al Estado lo representa la Procuración del Tesoro de
la Nación, mientras que en la provincia de Buenos Aires, la función le
corresponde a la Fiscalía de Estado.
En ambos casos, el Código Civil les asigna calidad de personas jurídicas
de carácter público (art. 33 inciso 1º.), prescindiendo de la relación jurídica que
al proceso los lleve; situación que se proyecta a las demás administraciones
estatales con autarquía y autonomía funcional.
Los planteos de legitimación que suelen ocurrir asientan mas en
equivocaciones de las partes al elegir el ente demandado que por cuestiones
de capacidad, propiamente dichas. Si fuera una universidad pública la
accionada y se nominara en la demanda (art. 330 inciso 2º, CPC) como sujeto
pasivo a una Facultad que la integra, se manifiesta la confusión. No existe
incapacidad del órgano, sino imposibilidad de asumir calidad de parte por no
ser el "justo contradictor", a pesar de estar emplazado en el derecho e interés
que produce el conflicto.
Una vez mas, queda demostrada la distancia entre legitimación y
capacidad.

2.3 La administración del sucesorio


En consonancia con el artículo 3451 del Código Civil se establece que
ningún heredero tiene la administración de los bienes de la herencia, debiendo
para ello designarse un administrador acordado entre los sucesores o, en su
defecto, fijado por el juez (art. 709, Código Procesal).
Al administrador le compete realizar todos los actos conservatorios de
los bienes, y excepcionalmente puede retener fondos o disponer de ellos con el
objeto de pagar los gastos normales de la función que cumple.
La impersonalidad de la herencia yacente requiere de un representante
para los juicios que debieran iniciarse o en los que fuera demandada. Natural
sería que el susodicho administrador tuviera la calidad de representante
procesal, sin embargo, el artículo 712 limita las facultades al indicar que
"cuando no mediare acuerdo entre los herederos, el administrador podrá ser
autorizado por el juez para promover, proseguir o contestar las demandas de la
sucesión. Si existieren razones de urgencia, podr prescindir de dicha
autorización, pero deber dar cuenta al juzgado de esa circunstancia en forma
inmediata".
Por tanto si la demanda se deduce por el administrador permite la
excepción de falta de personería, tanto por la ausencia de facultades, como por
no haber acreditado la calidad que invoca al promover el acto.
La iniciación del proceso sucesorio tiene mayores reconocimientos:
cualquier heredero, el cónyuge supérstite, los legatarios, e inclusive los
acreedores del causante.
Mientras que la condición de sujeto pasivo presenta algunas
particularidades. Si un solo sucesor se presenta a contestar una demanda, no
puede dar lugar al impedimento procesal de falta de personería, si quien lo
hace es único heredero, pues hay identificación plena entre la persona y lo que
se transmite.
En cambio, no es así cuando existen varios herederos, porque entre
ellos es preciso el acuerdo de voluntades para unificar la personería o la
presentación de todos.
Estos últimos, no podrán deducir la petición sin que haya mediado
intimación previa a los herederos conocidos para que acepten o repudien la
herencia (art. 3314, Código Civil). Además, han de esperar cuatro meses desde
el fallecimiento de la persona que se quiera abrir la sucesión para lograr la
aptitud necesaria que habilite el trámite incoado.
Recién cubiertos estos requisitos los acreedores podrán por sí, requerir
la asignación de las providencias pertinentes. "El fin perseguido por la ley es
impedir que, con el objeto de perseguir los honorarios correspondientes a la
iniciaci¢n del sucesorio, los profesionales puedan actuar desaprensivamente
promoviendo innecesaria y apresuradamente el proceso" (CNCiv., Sala F,
1984/10/26, en Gozaíni, Osvaldo Alfredo, La legitimación en el proceso civil,
ob. cit., pág. 132).
Si la herencia fuera vacante, sea por no haberse presentado los
herederos o los que habiéndolo hecho no acreditan la calidad de tales,
corresponde designar representante (curador ad litem) a un agente de la
autoridad encargada de recibir las herencias vacantes, quien desde ese
momento ser parte (art. 733, CPC) (en el orden federal le corresponde tal
encargo al Ministerio de Educación).
Vemos en el sistema como se otorga participación en el proceso a quien
no tuvo que ver con relación jurídica alguna precedente, o con derecho
subjetivo que le permita obtener una potestad sobre los bienes. Pero como
subyacen intereses públicos superiores y una finalidad correspondida con el
bienestar general, se admite al Estado a través de sus representantes asuma la
posición de parte interesada.
Ello así aunque el Estado no sea en sentido técnico un heredero o un
sucesor -así lo destaca Vélez en la nota al art. 3588 del Código Civil-, pues La
Ley equipara para lograr que los derechos y obligaciones del causante no
queden sin nadie que los tutele.
El curador ad litem designado es parte principal.

3. La representación voluntaria
La persona capaz de hecho y de derecho puede resolver su
presentación en juicio a través de otros que lo representen. La autonomía de la
voluntad le permite decidir la intervención directa o la delegación a un tercero
que, a tales fines, estar regido jurídicamente por las disposiciones del contrato
de mandato (arts. 1869 y ss. del C¢d. Civil).
Otra cosa es la asistencia jurídica por la cual quien pueda ser o
constituirse en parte procesal debe concurrir bajo el patrocinio de abogado, o
confiriendo a este la representación en el proceso.
Cuando al litigio se accede por la vía del mandato, el representante debe
acreditar las facultades que se le confieren en el instrumento que lo acuerda. El
análisis que se concreta es sobre la personería, y no sobre la capacidad para
hacerlo (tanto del que lo otorga como del mandatario), de modo tal que al juez
le corresponde controlar la regularidad del documento, sus límites y
extensiones; y a la contraparte alegar, en su caso, la excepción de falta de
personería.
Cualquier defecto intrínseco del contrato de mandato debe denunciarse
por otra vía que permita pronunciarse sobre la nulidad del acto jurídico.
En cambio, la intervención de abogados agrega a la justificación del
carácter con que se actúa, la demostración de estar matriculado en la
jurisdicción donde deba prestar asistencia.
Pero falla el presupuesto para tener por configurada la representación en
juicio, si el profesional que suscribe el escrito pertinente actuó en defensa de
un derecho propio. Por ello, no corresponde regularle honorarios en concepto
de procuración (CNCiv., Sala F, 1983/03/15, ED, 104-140).
Inclusive la jurisprudencia tiene dicho con relación a quien es profesional
en la procuración y actúa en causa propia que la regulación en tal calidad es
improcedente tan pronto se advierta que en la especie falla el presupuesto para
tener por configurada la representación en juicio. El supuesto no tiene cabida
en el art. 12 de la ley 21.839, que cubre únicamente la actuación como letrado
y no la inherente a funciones procuratorias (CNCiv., Sala D, 1983/07/14,
"Famulari de Rousseau, Carlos M. c. Municipalidad de la Capital", La Ley,
1984-A, 148 - ED, 106-159).

4. Oportunidad para la presentación de los documentos


Tal como está señalado, la documentación que justifica la
representación invocada, no siendo ésta la del apoderado o mandatario legal
que se rige por el art. 47, se debe acompañar en el primer escrito que se
presente en juicio, que son habitualmente, los de constitución de la litis.
Con la ley 22.434 se otorgó un plazo máximo de veinte días (hábiles)
para que se agregara dicha documentación cuando ella no estuviere
disponible. Plazo que se tomaba como emplazamiento y con el apercibimiento
de tener la representación por inexistente.
El art. 46 se refiere a las personas que se presentan en juicio por un
derecho que no sea propio. Comprende además de los representantes legales
expresamente mencionados, a los mandatarios convencionales y a los que
pueden considerarse necesarios, como los gerentes, directores, etc., de
sociedades o asociaciones (CNCiv., Sala C, 1991/05/30, "Sivagam S. A. c.
Kouyoumdjian, Angel", La Ley, 1991-E, 198 DJ, 1992-1-63).
No justificada la personería en la oportunidad determinada, debe fijarse
un plazo para ello, bajo apercibimiento de tener al compareciente por no
presentado (CNCiv., Sala E, 1994/03/07, "Marcovici, Aurica c. Battistelli,
Mauricio", La Ley, 1995-C, 670).
En consecuencia, cuando con el primer escrito no se presentaron los
documentos que prueban la representación, el juez podrá conceder plazo si
considera atendible la imposibilidad de hacerlo en ese acto.
Además, es preciso destacar que, el rigor interpretativo de dicha norma -
directamente vinculada con la garantía constitucional de defensa en juicio- no
puede llegar el extremo de impedir que en casos que puedan generar
razonablemente dudas, el juez de oficio la intime a justificar la personería
fijándose un plazo, porque esa actitud importa, aunque no se lo especifique, el
uso de una facultad instructoria (art. 34, inc. 5° b, Código Procesal) (CNCom.,
Sala B, 1982/03/15, "NCR Argentina, S. A. c. Aragón Cadena de Hoteles, S.
A.", ED, 99-752).
Por eso se indica que de no haberse acompañado el testimonio original
de la designación de la actora como administradora judicial del sucesorio sino
una copia del mismo, la excepción de falta de personería no es la vía procesal
idónea para su subsanación sino que lo que correspondía era suspender el
proceso e intimar se acompañara el original hipotéticamente faltante bajo
apercibimiento de tener por no presentado el escrito (arts. 46, 47, CPC)
(CNCiv., Sala F, 1982/06/07, "Melian de Oro, María del Carmen c. Semisa,
Domingo y otro", La Ley, 1983-A, 132 - ED, 101-338)

5. La personería no se puede justificar por admisión de la


contraparte
La persona que se presenta en juicio por un derecho que no le es propio
debe acompañar los documentos que acrediten la calidad invocada. Por ello no
basta a tales efectos la mera aceptación de la contraparte, pues de lo contrario
se podría llegar al absurdo de sustanciar todo un proceso sin la real
intervención de uno de sus protagonistas, en tanto que lo atinente a este
aspecto puede correctamente considerarse y resolverse de oficio, por cuanto la
sentencia pronunciada en estas condiciones sería inútil -"inutiliter datur"- al ser
inoponible a quien no ha participado de las actuaciones (CNCiv., Sala D,
1981/04/24, "Rodríguez, Emilio y otro c. Brito, Natividad de Jesús", La Ley,
1982-A, 275).

6. Representación de los padres


Las personas comprendidas en el art. 15 de la ley 10.996, se hallan
exceptuadas del régimen de la representación procesal establecido por dicho
ordenamiento, lo que equivale a que se las exima de la existencia del título
profesional habilitante y de la matriculación impuesta por la ley para el
desempeño de la procuración ante los tribunales.
Paralela y complementariamente, el art. 46, 3° apartado del Código
Procesal, releva a los padres cuando comparecen a juicio por sus hijos, de la
acreditación del vínculo de familia que invocan, el cual a su vez exime al
presentante de satisfacer los recaudos establecidos para la procuración judicial
por la ley 10.996.
En suma, como regla general los padres y maridos no se verán
precisados a demostrar el estado de familia que alegan como basamento de su
aptitud de sustitutos procesales válidos; pero deberán arrimar la
documentación pertinente al respaldo del mandato que los legitima
procesalmente, de conformidad a la directiva fundamental del art. 46, 1° párr.
del Código Procesal, según la cual la persona que se presenta en juicio por un
derecho que no sea propio deberá acompañar los documentos que acrediten el
carácter que inviste (CNCiv., Sala D, 1981/11/30, "Israel, Carlos R. y otro c.
Denaro, Graciela y otra", La Ley, 1982-B, 305).

Presentación de poderes

Art. 47. -- Los procuradores o apoderados acreditarán su personalidad desde la primera


gestión que hagan en nombre de sus poderdantes, con la pertinente escritura de poder.
Sin embargo, cuando se invoque un poder general o especial para varios actos, se lo
acreditará con la agregación de una copia íntegra firmada por el letrado patrocinante o
por el apoderado. De oficio o a petición de parte, podrá intimarse la presentación del
testimonio original.

1. La representación legal
La norma transcripta precedentemente obliga al mandatario y al
abogado a que acrediten el título justificativo de su actuación.
La mención expresa a la "personalidad" no debe confundirse con
"legitimación", sino a los documentos que habilitan la actuación en nombre del
titular del interés jurídicamente relevante.
La presentación en juicio de los poderes reconoce una pequeña
diferencia según se trate de instrumentos que asignan aptitud para obrar
especialmente para un juicio, o se trate de apoderamientos genéricos que
involucran diversos tipos de actividades (habitualmente administrativas y
judiciales). En el primer caso, deber acompañarse el título original con copias
debidamente rubricadas por el letrado para su conocimiento por las partes; en
tanto que en los poderes generales, basta agregar la copia en número
suficiente para incorporar al expediente y dar los traslados que correspondan.
Pero no es posible tener por acreditada en legal forma la personería de
aquél que presenta una copia simple, sin firmar, de un poder especial para un
solo juicio; aunque por aplicación del principio de que todas las nulidades
procesales son relativas, si el tribunal no ordenó el desglose, y la contraparte
no lo solicitó oportunamente, queda convalidado el vicio (en rigor, la
irregularidad) y saneada la justificación de la personalidad procesal.
Se confirma con el artículo 48 del régimen ritual de la Nación, la
distancia entre legitimación y personería, cuando se permite que, ante la
urgencia de realizar actos procesales el abogado pueda presentarse sin
acreditar los títulos que justifican su actuación.
En todos los casos, una vez aceptada la personería del representante y
consentido que, quien pidió por otro esta realmente habilitado para hacerlo,
ninguna duda hay en cuanto a la improcedencia de llamar a juicio al
representado con el fin de integrar una litis, ya que esta integrado,
precisamente, por él, aunque a través de una persona que por la ley o un
contrato esta facultada para obligarlo.
Una actitud en contrario supone confundir la calidad de parte con la
legitimación ad causam.

2. La personería a través de la representación por abogado


Existen dos modalidades que relacionan el ejercicio de la profesión legal
(abogados, procuradores y escribanos) con la asistencia jurídica que prestan a
sus clientes.
En el primero, dice Palacio, "el análisis comparativo de la legislación
procesal vigente permite comprobar la existencia de dos sistemas extremos,
caracterizados por la separación o por la unificación totales de las profesiones
de abogado y procurador, y de un sistema intermedio o ecléctico, según el cual
es admisible el ejercicio acumulativo de ambas profesiones"
"El sistema de la separación ha sido adoptado por las leyes francesas,
inglesas y españolas. De acuerdo con los regímenes legales vigentes en esos
países, mientras el abogado (avocat en Francia; barrister en Inglaterra y
abogado en España) tiene como única función la consistente en asistir a las
partes, exponiendo verbalmente o por escrito las razones que aquéllas pueden
argüir en apoyo de sus derechos; el procurador (avoué, solicitor y procurador,
respectivamente), tiene a su cargo la representación de las partes, estándole
particularmente encomendado el cumplimiento de los actos de impulso
procesal y la confección de los escritos"
"...En lo que atañe al segundo grupo de sistemas citados, gran parte de
la legislación moderna adhiere a aquél en cuya virtud el poder de postulación
procesal corresponde, como principio general, a los auxiliares de las partes, de
manera tal que estas últimas no pueden comparecer personalmente y deben
formular sus peticiones por intermedio de un abogado o procurador" (v.gr.:
Alemania, Italia, y la provincia de Santa Fe, en nuestro país, entre algunos
otros) (Derecho Procesal Civil, tomo III, cit., pág, 130).
En cada modismo esta bien delineado el problema de la legitimación e
interés en actuar de quien pretende la tutela de un derecho al que accede de
buena fe, o en la creencia de estar por el mismo asistido; y la representación
que cuenta para el derecho de postulación.
Esta separación permite diferir al abogado las cuestiones que el
presente como dificultades para el acceso. Por ejemplo, sería procedente
oponerse -a través de la excepción de falta de personería- a la actuación de un
letrado que no se encuentra matriculado en la jurisdicción donde quiere
intervenir; o no tiene aun el título habilitante; o cuenta con un poder insuficiente.

3. Formas de acreditar la personería


Es requisito indispensable para la constitución de la relación jurídica
procesal la justificación de la personería o de la capacidad procesal de quienes
actúan en representación de los sujetos legitimados, para lo cual tienen que
cumplir con el deber de acreditar formalmente la personería invocada,
adjuntando en su primera presentación los documentos que demuestren el
carácter que invisten.
Se acierta en decir que el mandato, como contrato, encierra un acto
jurídico bilateral, vale decir, un negocio entre una pluralidad de partes. En lo
específico de la actuación procesal, ésta es la idea que aflora del art. 46 del
Código cuando se alude a la persona que se presenta en juicio por un derecho
que "no" sea propio, con lo que va de suyo que quien desempeña su propia
defensa -asistido o no de extraña dirección letrada- no lo hace nunca en
calidad de mandatario de sí mismo (CNCiv., Sala D, 1983/07/14, "Famulari de
Rousseau, Carlos M. c. Municipalidad de la Capital", La Ley, 1984-A, 148 - ED,
106-159).
Vale recordar que, aun cuando al contestar la demanda se haya omitido
acompañar el testimonio del poder invocado para justificar la personería, no
corresponde dar por perdido el derecho del demandado, debiendo intimarse su
presentación dentro de un plazo prudencial, ya que la caducidad de derechos
debe interpretarse restrictivamente.
No obstante, si la carta poder agregada no contiene referencia alguna o
la presentación de los documentos habilitantes ni, tampoco, en su defecto,
mención precisa, expresa y concreta de la inscripción del acto constitutivo de la
sociedad de responsabilidad limitada de la cual dice el compareciente ser socio
gerente y que por disposición de la ley estaba sujeta a las obligaciones de
registro, a efectos de que los sujetos ligados al proceso quedaran habilitados
para comprobar su exactitud, es procedente la excepción de falta de personería
En algunas cuestiones, como las demandas de los copropietarios o
contra ellos deben tramitar con su representante legal y exclusivo debidamente
autorizado previa deliberación de los propietarios por mayoría de votos (art. 10,
ley 13.512). Aunque esa autorización atañe a las relaciones internas de la
comunidad, la falta o insuficiencia de la autorización no impide que los terceros
se prevalgan del carácter de mandatario que tiene el representante (art. 11, ley
citada), que por ser exclusivo, es contra quien debe accionar. Bien es verdad
que el art. 11º citado limita la representación en la letra, a las gestiones ante las
autoridades administrativas de cualquier clase, omitiendo la actuación en juicio,
sin embargo, la tesis de la personalidad no resuelve el punto porque, también
desde su propia doctrina, resultaría aplicable al representante legal la misma
limitación (arg. art. 36, Código Civil) (CNCiv., Sala A, 1984/06/05, "Consorcio
de Propietarios Marcelo T. de Alvear 1275/77 c. Arminfé, S. A.", La Ley, 1985-
A, 541 - DJ, 985-22-680).
Aquí se agrega que la representación del consorcio se encuentra
limitada a la administración de las cosas de aprovechamiento común y, en
general, a la conservación del edificio dividido en propiedad horizontal. Incluso
el art. 11 de la ley 13.512, se refiere a aquél como mandatario legal de los
propietarios -no del consorcio-, por lo que la interpretación literal lleva a
comprobar que el administrador es representante legal de aquéllos y no de una
persona jurídica distinta (CNCiv., Sala B, 1990/09/18, "Consorcio de Edificios
Vicente López c. Aslan y Escurra, S.A.", La Ley, 1990-E, 429).

3.1 Ministerio Público


Es menester distinguir los roles bien diferenciados, reservados por la ley
para los Asesores de Menores e Incapaces: por una parte, la vigilancia o
control procesal, cuando los pupilos son representados en juicio por sus
padres, tutores o curadores; por otro lado, los procesos en que, careciendo los
incapaces de dicha representación legal, el Ministerio Pupilar debe asumirla
directamente, tal como lo impone el art. 137 de la ley 1893. En esta segunda
alternativa goza de la legitimación activa para ejercer la facultad de recusar sin
causa, reconocida en el art. 14 del Código Procesal Civil, pues no defiende los
intereses del Estado como parte procesal, sino los de un menor de edad en
aparente situación de abandono (CNCiv., Sala A), 1992/03/05, "B., M. E.", DJ,
1992-1-801).
Por tanto, la insistencia de la actora en que ejerce por sí, y sin la
integración del Ministerio Pupilar la representación de su hija ya mayor de edad
y de su hija emancipada por matrimonio, constituye un planteo carente de
fundamento legal, y en contradicción a nuestro ordenamiento jurídico. (arts. 57,
58, 128 y 129, Código Civil
Si bien el asesor de Menores es parte legítima y esencial en todos los
juicios en los que intervengan incapaces, ejerce una función de asistencia y
contralor, pero no de representación legal propiamente dicha, salvo los casos
excepcionales fijados por la ley (arts. 66 inc. 3º, 144 inc. 3º y 272, Código Civil
(CNCiv., Sala B, 1996/10/01, "E., S. del R. c. Municipalidad de Buenos Aires",
La Ley, 1997-E, 208 - DJ, 1997-3-206).

Gestor

Art. 48. -- Cuando deban realizarse actos procesales urgentes y existan hechos o
circunstancias que impidan la actuación de la parte que ha de cumplirlos, podrá ser
admitida la comparecencia en juicio de quien no tuviere representación conferida. Si
dentro de los cuarenta días hábiles, contados desde la primera presentación del gestor,
no fueren acompañados los instrumentos que acrediten la personalidad o la parte no
ratificase la gestión, será nulo todo lo actuado por el gestor y éste deberá satisfacer el
importe de las costas, sin perjuicio de su responsabilidad por el daño que hubiere
producido.
En su presentación, el gestor, además de indicar la parte en cuyo beneficio pretende
actuar, deberá expresar las razones que justifiquen la seriedad del pedido. La nulidad, en
su caso, se producirá por el solo vencimiento del plazo sin que se requiera intimación
previa.
La facultad acordada por este artículo sólo podrá ejercerse una vez en el curso del
proceso.

1. Principios generales
Procesalmente, se denomina gestor a quien, invocando la
representación de un tercero o careciendo de poder suficiente, comparece en
nombre de aquél para realizar actos procesales que no admiten demora,
debiendo acreditar personería u obtener ratificación de su actuación en un
plazo determinado.
La representación urgente solamente se puede invocar por razones de
urgencia, como presupuesto sine qua non de la franquicia.
El art. 48 del Código Procesal, que acuerda a los terceros en casos
urgentes la facultad de tomar intervención en el juicio en interés o
representación de alguna de las partes sin acompañar los instrumentos que
acreditan la personería, constituye una excepción al principio general del art. 47
de dicho ordenamiento, por lo que su aplicación debe ser restrictiva. Así, el
gestor debe expresar categóricamente cuáles son las razones que dan origen a
su conducta y, además, la urgencia alegada debe fundarse en circunstancias
de carácter objetivo y surgir de la misma índole del acto (CNCiv., Sala B,
1997/04/10, "Bellaria de D'Estepa c. Di Palma, Carlos A.", La Ley, 1997-D,
459).
La ley 22.434 al sustituir el art. 48 del Código Procesal, se ha inclinado
hacia el criterio de que es necesario que el compareciente invoque
concretamente los motivos en que se funda la ausencia de representación,
condicionando la admisibilidad de la comparecencia a la existencia de "hechos
o circunstancias que impiden la actuación de la parte" que ha de cumplir los
actos procesales de que se trate, e impone al gestor la carga de "indicar la
parte en cuyo beneficio pretende actuar" y "de expresar las razones que
justifiquen la seriedad de la representación" (CNCiv., Sala C, 1982/12/23,
"Crudo, Domingo c. D'Auria, Carmelo", La Ley, 1983-B, 44).
Por eso, si el gestor se limitó a manifestar que por razones de urgencia
se presentaba en los términos del art. 48 del Código Procesal, pero omitió toda
referencia a los hechos o circunstancias que impedían la actuación de su
representado y las razones que justificaban su pedido en consecuencia, al no
haber dado el presente cumplimiento a los recaudos exigidos por la norma en
comentario, no corresponde tener al peticionario por presentado en los
términos de ella.

2. Motivos y fundamentos
Es preciso apuntar que estos motivos deben fundarse en razones
objetivas, esto es, surgir de la petición misma o de la índole del acto y deben
ser merituadas por el órgano jurisdiccional en función de su prudente arbitrio
(CNCiv., Sala B, 1995/10/18, "Colucci, Natalia c. Galotta, Jorge", La Ley,1996-
B, 715).
Exigir el cumplimiento del recaudo impuesto por el art. 48 del Código
Procesal, en tanto impone al gestor la carga de expresar las razones que
justifican la seriedad del pedido, no es un excesivo formalismo, ni implica exigir
pruebas sobre el particular, sino la mención, en la oportunidad debida, de la
circunstancia concreta que motiva, en el caso, la invocada ausencia del actor
de la ciudad, para así justificar la actuación del gestor (CNCiv., Sala A,
1997/03/18, "Casas Gómez c. Morete, Gustavo A.", La Ley, 1997-E, 164).
En consecuencia, la calidad de gestor que autoriza el art. 48 del Código
Procesal no puede servir a abogados y partes para cubrir fácilmente
situaciones de emergencia, subsanables con un mínimo de diligencia, cuidado
y previsión, mediante el otorgamiento de los poderes correspondientes a la
suscripción de los escritos. Ello así, la mera perentoriedad de un término no
configura la urgencia requerida para encuadrar el supuesto en la norma
aludida. (CNCiv., Sala K, 1992/10/13, "Winik, Sergio G. c. Jorba, Carlos O.", La
Ley, 1993-A, 327).
De todos modos hay hechos evidentes que permiten flexibilizar el criterio
estricto pues no cabe desvirtuar la eficacia práctica del dispositivo previsto,
tcon recaudos que afecten el derecho de defensa en juicio mediante la
exigencia del cumplimiento de requisitos puramente formales, y de difícil,
cuando no imposible satisfacción.
Cabe, por consiguiente, tener por suficiente la invocación del art. 48 del
Código Procesal, careciendo de trascendencia que no se haya alegado
expresamente hallarse en una situación de urgencia, si ella resulta obviamente
de la naturaleza del emplazamiento ordenado y del hecho de que, cuando el
gestor se presentó, estaba corriendo el término para expresar agravios
(CNCom., Sala B, 1984/09/26, "Pergierycht S. A. c. Rossi, Alfredo", La Ley,
1986-A, 617 (37.074-S), ED, 114-230).
Asimismo, se ha observado que no existe impedimento alguno para la
aplicación del instituto de la gestión procesal cuando quien debe cumplir el acto
procesal que no admite dilación es una persona jurídica, por cuanto si bien es
cierto que por un evidente impedimento fáctico la misma no podría encontrarse
fuera del país, no puede soslayarse que dicha manifestación bien pudo
referirse a los representantes legales de la entidad, siendo la contestación de
demanda una de las hipótesis en la que debe atenuarse el rigorismo en la
apreciación de hechos o circunstancias que impidan la actuación de la parte,
por cuanto la naturaleza misma del acto realizado por el gestor es de por sí
demostrativa de la urgencia requerida para la operatividad de la norma
(CNCiv., Sala A, 1994/04/19, "Raffi de Ferrara, Zulema M. c. Paolillo, Víctor R.
y otro", La Ley, 1994-E, 682.).

3. Extensión de la representación urgente


La urgencia objetiva que autoriza la actuación del gestor, se refiere a
situaciones acaecidas en ocasión del emplazamiento del juicio, pero no durante
la secuela de una causa ya en trámite, pues en tal caso deben tomarse las
providencias para peticionar mediante apoderado (CNCiv., Sala A, 1997/03/18,
"Casas Gómez c. Morete, Gustavo A.", La Ley, 1997-E, 164).
La actividad del gestor procesal se extiende no sólo al juicio principal en
el que se acreditaron los motivos que imposibilitaran la actuación de la parte o
la representación pertinente, sino también a todos los incidentes durante el
lapso de cuarenta días (CNCiv., Sala A, 1995/12/05, "Weiser, Ana M. H. c.
Atesa Asociación Turismo Estudiantil", La Ley, 1996-B, 464).
4. Ratificación
Es cierto que el art. 48 del Código Procesal, entendido literalmente,
establece que, en caso de no ser ratificada la gestión o presentados los
instrumentos que acrediten la personería en tiempo propio, "será nulo todo lo
actuado por el gestor". Sin embargo, no lo es menos que, por tratarse de una
nulidad procesal, no puede aceptarse divorciada del alcance que, para tal
categoría de invalidez, sienta el art. 174 de la ley adjetiva.
Así, pues, la extensión de la nulidad no deberá sobrepasar el límite de la
necesidad de garantizar la defensa en juicio, pero alcanzará y arrastrará a los
actos cumplidos que no pueden considerarse subsistentes o eficaces
independientemente de la actividad inválida, sea porque la determinaron, sea
porque son consecuencia de la actuación nula.

5. Plazo
Para el cómputo del plazo previsto sólo se toman en cuenta los días
hábiles, por tratarse de un plazo procesal; él comienza a correr desde la fecha
en que se invoca la franquicia, o sea, desde que el gestor se arroga la
representación de alguna de las partes, con prescindencia de su eficacia y de
toda declaración sobre el particular.
Se ha dicho que el plazo para la presentación del poder o la ratificación
de lo obrado por el gestor reviste naturaleza procesal, y se computará desde la
primera presentación del gestor, esto es, desde el momento en que éste invoca
la representación urgente (CNCiv., Sala A, 1998/06/16, "Arpon, Mariana A. c.
Lustres, Esther L.", La Ley, 1998-E, 451 - DJ, 1999-2-269).
El plazo es perentorio. Por tanto, una vez transcurrido, se produce la
caducidad automática del derecho a convalidar las actuaciones cumplidas por
el gestor (CNCom., Sala A, 1996/06/28, "Camaro Maderas S. A. c. Guiraldez
Zaefferer S. A.", La Ley, 1996-D, 863 (38.886-S), - DJ, 1996-2-1072).
La jurisprudencia agrega que el plazo para acreditar la personería
previsto en el art. 48 del Código Procesal es perentorio, transcurrido el mismo
se produce la caducidad automática del derecho a convalidar las actuaciones
cumplidas por el gestor, por tanto, a estar a los términos estrictos de la ley, la
ratificación tardía es inoperante (CNCom., Sala A, 1999/09/29, "Prontomec S.
R. L. c. González, Máximo J.", La Ley, 1999-F, 695 - DJ, 2000-1-735).

6. Ratificación
La ratificación posee la virtualidad de cubrir toda insuficiencia del
apoderamiento, así como también su ausencia.
Por consiguiente, existe ratificación cuando alguien, sin tener poderes o
ante la insuficiencia del facultamiento con que cuenta, realiza un acto en
nombre de otro, quien ulteriormente hace suyos los efectos del acto celebrado.
De ahí que todas las derivaciones del acto realizado son asumidas por la parte
que ratifica la gestión ajena cumplida en su beneficio, lo cual acarrea como
efecto colateral la desvinculación del agente gestor por dichas consecuencias
(CNCiv., Sala D, 1981/10/15, "El Albula, Soc. en Com. por Accs. c. Canale N.
T. y otro", La Ley, 1982-A, 418 - ED, 97-287).
Algunos fallos sostienen que si no se ratifica en tiempo, dicha omisión de
acreditar dentro del plazo legal la personería jurídica por parte de quien invoca
el carácter de gestor judicial del demandado, requiere una intimación
fehaciente por parte del actor para suplirla (CNCom., Sala C, 1991/08/26,
"Domínguez, Hugo A. c. Garage Com. 3 de Febrero 2287 de Tomás
Cetkozvic", La Ley, 1992-D, 402, con nota de Juan Pedro Colerio - DJ, 1992-2-
868).

7. Oportunidades en que se puede invocar el art. 48


No existe impedimento para que quien se ha presentado invocando la
calidad de gestor bajo el amparo de esta norma, vuelva a ejercitar dicha
facultad durante el plazo de 40 días que la ley acuerda para ratificar y acreditar
personería.
En efecto, la limitación impuesta por el último párrafo del artículo citado
significa sólo que la gestión procesal no puede volver a invocarse una vez
vencido el plazo correspondiente, se haya o no ratificado o acreditado la
personería, de modo tal que es posible realizar varias presentaciones en ese
mismo carácter dentro del mentado plazo (CNCiv., Sala A, 1995/12/05,
"Weiser, Ana M. H. c. Atesa Asociación Turismo Estudiantil", La Ley, 1996-B,
464).

8. Nulidad
La nulidad que acarrea la falta de ratificación en término de lo obrado por
el gestor procesal es distinta a la establecida por los arts. 169 y 174 del Código
Procesal y su configuración no se halla supeditada a la concurrencia de todos
los requisitos que tales normas exigen.
Por ello, la extensión de la nulidad debe alcanzar y arrastrar los actos
cumplidos que no pueden considerarse subsistentes o ineficaces
independientemente de la actividad inválida (CNCiv., Sala A, 1998/06/22,
"Gera, Carlos A. c. Rispo S. A.", La Ley, 1999-C, 173).
Ahora bien, es deber del juzgador -de conformidad con el art. 34 inc. 5º
ap. b- rectificar el procedimiento del gestor procesal aunque lo consienta la
parte contraria, pues la invalidez de la representación de una de las partes
afecta la correcta traba de la litis y la legalidad del trámite.
En tal sentido, la sanción de nulidad de todo lo actuado por el gestor
procesal, aplicable si no se ratifica su gestión, no requiere la existencia de
interés particular en su declaración, pues procede porque la ley así lo
establece, sin que el tribunal pueda juzgar su valor intrínseco o equidad
(CNCiv., Sala H, 1996/05/13, "Prantera, R., suc.", La Ley, 1997-D, 825 (39.607-
S).
La extensión de la nulidad de lo actuado por el gestor no debe
sobrepasar el límite de la necesidad de garantizar la defensa en juicio, pero
alcanza a los actos cumplidos que no puedan considerarse subsistentes o
eficaces independientemente de la actividad inválida, sea porque la determinan
o porque son consecuencia de la misma (CNCiv., Sala J, 1997/04/22,
"Municipalidad de Buenos Aires c. Water Ford S. A.", La Ley, 1997-E, 661).
En suma, si el gestor no arrimó al proceso los documentos acreditantes
de su personería en el plazo previsto, resulta nulo todo lo actuado por aquél,
debiendo tenerse en cuenta al efecto que resulta irrelevante la tardía
justificación de la personería, al no estar consentida por la contraparte así
como también que el apoderamiento a favor del gestor fuera realizado con
antelación al vencimiento del término referido (CNCom., Sala C, 1979/10/26,
"Lefevir, S. A. c. Sloane, S. R. L. y otros", La Ley, 1980-B, 53).

9. Recursos
Si bien, en principio, las decisiones de índole procesal que no resuelven
el fondo de la cuestión controvertida no son impugnables por la vía del recurso
extraordinario, corresponde equiparar a un pronunciamiento definitivo la
resolución interlocutoria que no tuvo por ratificada la actuación del gestor
procesal y acreditada la personería, declarando la nulidad de todo lo actuado,
pues concurre un supuesto de privación de justicia que afecta en forma directa
el derecho de defensa en juicio (CS, 1997/04/01, "Río Seco S. A. c. Estado
nacional", La Ley, 1997-E, 138).
En igual sentido se afirma que la sentencia que no consideró acreditada
la representación de quien antes actuó como gestor procesal, con fundamento
en que la copia de la resolución presentada a esos efectos no estaba
debidamente autenticada, razón por la cual declaró la nulidad de todo lo
actuado, importó un excesivo rigor formal, pues cualquier duda acerca de la
autenticidad de dicha copia pudo fácilmente despejarse intimando al
presentante a subsanar esa deficiencia o, en su caso, exigiendo la
presentación del original. (CS, mismo fallo anterior)

Efectos de la presentación del poder y admisión de la personería


Art. 49. -- Presentado el poder y admitida su personería, el apoderado asume todas las
responsabilidades que las leyes le imponen y sus actos obligan al poderdante como si él
personalmente los practicare.

1. Obligaciones del mandatario


La figura del gestor procesal -consagrada en el art. 48 de la ley de
forma- se asimila a la del gestor de negocios ajenos que legisla el Código Civil
y como tal encuéntrase sometido a las mismas obligaciones que la aceptación
del mandato genera para el mandatario.
De tal modo, el mandatario debe cumplir con las obligaciones de dar
cuenta y entregar lo recibido en virtud del mandato en tiempo propio y del modo
en que fue la intención de las partes que el hecho se ejecutara, quedando
obligado por la aceptación a cumplir la manda y responder por los daños que
se ocasionaran al mandante por la inejecución total o parcial del mandato
(CNCom., Sala B, 1999/08/17, "Comprigas S. A. c. Central Lugano S. A.", La
Ley, 2000-B, 647 - DJ, 2000-2-647).
Quien recibe un mandato para asumir la representación en juicio de una
persona, tiene aptitud para reconocer obligaciones si en el mandato se le
confieren facultades amplias de administración y disposición y se lo autoriza a
constituir y/o reconocer hipotecas, prendas y otros compromisos, toda vez que
dichos actos claramente involucran la asunción de obligaciones en
representación del mandante.(CNCom., Sala C, 2000/04/07, "Esso S. A. c. La
Serena S. A.", La Ley, 2000-F, 971 (43.166-S).
Por tanto y como principio dentro del proceso, el titular de los honorarios
no es otro que el profesional cuya labor se remunera y es a quien le
corresponde percibirlos, no obstante las relaciones de mandante y mandatario.
No impiden esa solución, las disposiciones internas de la Administración
Pública en cuanto establecen la formación y distribución de un fondo común
compuesto por los honorarios que perciben en juicio los letrados y apoderados
del Fisco, pues se trata de disposiciones reglamentarias de los derechos y
obligaciones derivadas del mandato, y no del vínculo obligacional que la
condenación en costas establece directamente entre el profesional acreedor y
la contraparte obligada al pago (CNFedContenciosoadministrativo, Sala IV,
1994/03/08, "Chiappe, Julio A. c. Expreso Tarducci S. C. C.", La Ley,1994-D,
69).

2. Derivaciones de la responsabilidad profesional


Se ha discutido en doctrina sobre el alcance de la obligación profesional,
sosteniendo un sector que se trata de una obligación de medios, frente a otros
que la argumentan como una obligación de resultados.
Inclusive, puede encontrarse una tercera línea que observa
responsabilidades en uno y otro.
La Ley 23.187 y en particular su artículo 1º párrafo final, destaca que la
protección de la libertad y dignidad de la profesión de abogado forman parte de
las finalidades de esta ley y ninguna de sus disposiciones podrán entenderse
en un sentido que las menoscabe o restrinja.
El artículo 7 no establece entre los deberes específicos de los abogados,
el ser productor de resultados concretos, es decir, en parte alguna de las
misiones de los abogados está consagrado el deber de ser exitoso, o de lograr
una sentencia favorable a su cliente.
Sin embargo, la responsabilidad del abogado en relación con su cliente
es siempre de orden contractual, y en el caso en que actúa como apoderado,
sus obligaciones se rigen por las reglas del mandato y por las normas
respectivas de la ley 10.996 de ejercicio de la procuración ante los tribunales
nacionales.
Reflexiona Santos Cifuentes que en las vinculaciones que nacen de las
profesiones liberales no es posible aplicar automática y genéricamente las
reglas de las clásicas figuras jurídicas con las cuales se ha solido emparentar
la labor intelectual del profesional, esto es, la locación de obra, la locación de
servicios, el mandato, etc. lo que no impide admitir, en un supuesto dado, que
la relación profesional pueda tener identidad con alguno de dichos contratos
típicos...Deben combinarse las teorías de la figura multiforma con la de la
atipicidad; es decir, si cabe admitir aquéllas pudiendo cada una de las especies
ser encasillada en alguno de los mencionados contratos, también es factible
encontrar la que se escapa en muchos aspectos de los tres tipos y entra
directamente en lo atípico (CNCiv., Sala C, 1982/03/30, La Ley 1982-A, 212;
J.A., 1981-IV, 493; ED 97-787, entre otros).
Es este un criterio inveterado en la jurisprudencia, que reconoce pocas
disidencias. Entre ellas se advierte la responsabilidad emergente de la
conducta, porque algunas entienden que no tienen eximentes y otros sostienen
que para encontrar responsable al profesional se debe acreditar la culpa.
En tal sentido, se ha destacado que la actividad profesional no se agota
en un ejercicio mecánico, acrítico y superficial; requiere un severo
cuestionamiento sobre la relevante función social, sobre el contenido de la
prestación y el modo de desplegarla; ello exige conocer las condiciones en las
que se desenvuelve el abogado y si esas condiciones influyen en él, pero antes
requiere un saber profesional suficiente (Cfr. "Responsabilidad Profesional",
tomo 1, editorial Astrea, Buenos Aires, º995).
Por ello, aun aceptando el carácter contractual de la relación entre el
abogado y su cliente, ello no basta para atribuir una responsabilidad refleja por
el incumplimiento del contrato, toda vez que éste contiene características
diferentes según se considere que el contrato es una locación de obra, locación
de servicios, contrato de trabajo, etc.

2.1 Obligación de medios o de resultados


Siguiendo el curso de estas reflexiones críticas, el problema siguiente
está en reconocer si el deber del abogado es de resultados o basta la conducta
diligente para tener por cumplida su tarea profesional.
Sostiene Andorno que en el caso de la obligación de medios, si el
resultado no se ha logrado, será menester analizar si el deudor se ha
comportado con la debida prudencia y diligencia en el cumplimiento de sus
deberes. En caso afirmativo, surgirá la responsabilidad en cabeza del deudor.
En cambio, en el supuesto de la obligación determinada o de resultado, si éste
último no ha sido logrado, para eximirse de responsabilidad el deudor deberá
demostrar la existencia de una causa extraña (La responsabilidad de los
abogados, en "Derecho de Daños", editorial La Rocca, Buenos Aires, 1989,
págs. 478 y ss).
Este es el criterio aceptado jurisprudencialmente y que la doctrina
confirma de modo permanente. Por ejemplo, se ha dicho que en reclamos
derivados de la inejecución contractual, el resarcimiento de daños y perjuicios
ocasionados por la actuación negligente de un profesional no debe
necesariamente coincidir con el monto reclamado en el juicio perdido, sino con
el que probablemente hubiera fijado el órgano jurisdiccional en función de los
elementos allegados al tribunal (Andorno, op. cit.).
El abogado no puede prometer resultados, si lo hace, incurre en una
falta ética. Sí debe comprometer su oficio diligente y la aplicación de sus
conocimientos, debiendo responder por las acciones imprudentes o culposas,
pero no con el alcance probatorio que la sentencia establece.
Pero desde otra perspectiva, se sostiene que "...la misión del abogado
no es sólo preparar los escritos que deben llevar su firma, sino que el patrocinio
implica asumir la plena dirección del proceso..."(CNCiv., Sala D, diciembre
27/2001, inédito).
De este modo, la tercera línea afirmaría que es una obligación de
resultados la conducción y dirección del ltigio, asumiendo con responsabilidad
todas las tareas que son propias del oficio; lo cual no significa prometer
sentencia favorable alguna.
Mientras que es una obligación de medios poner el empeño, la ciencia y
los conocimientos necesarios para asumir la representación de los derechos y
garantizar la asistencia letrada que garantiza el debido proceso.

2.2 Diferencias entre representación y patrocinio


Cuando el abogado actúa como asesor, consultor o patrocinante no
tiene la representación de su cliente y su misión consiste únicamente en
conducir el litigio y aconsejar las soluciones legales que considera
convenientes; se trata, en consecuencia, de una obligación de medios en la
que sólo debe poner de su parte los conocimientos, diligencia, pericia y
prudencia necesarios para obtener un fallo favorable, pero sin garantizar dicho
resultado, de modo tal que para acreditar el incumplimiento deberá
demostrarse la culpa del profesional.
Existe una diferencia sustancial entre las obligaciones emergentes del
contrato para el profesional que actúa como letrado apoderado y letrado
patrocinante, sin embargo, hay un conjunto de obligaciones básicas y comunes
que surgen para ambos supuestos, porque hacen al ejercicio de la profesión en
sí mismo.
Es indudable que cuando un profesional de la abogacía asume la
dirección letrada de un proceso judicial y constituye simultáneamente domicilio
legal en su estudio, contrae aquellas obligaciones básicas y comunes que se
aluden "ut supra" (T.Disciplina Colegio Abogados, Sala I, 1990/08/07, "N., J.
M.", La Ley, 1992-E, 588, J. Agrup., caso 8367).
Por ello, al permitir que el juicio -en el que actúa como patrocinante o
apoderado- concluya con la declaración de la caducidad de la instancia, el
abogado incumple el deber de atender los intereses confiados con celo, saber y
dedicación, establecido en el art. 19, inc. a), "in fine" del Código de Etica. Esa
conducta resulta reprochable en los términos del art. 44, inc. e), de la ley
23.187, dado que tal supuesto configura una omisión grave en el cumplimiento
de las obligaciones profesionales (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala IV,
1993/11/26, "M., E. V. y otros", La Ley, 1994-C, 543).
De todos modos cabe aclarar que, en el ámbito de la ética profesional -
en el caso de una abogado-, no se juzga la eficacia del ejercicio profesional,
regida en todo caso por los principios del derecho de las obligaciones, en el
cual el error, la omisión, en fin la negligencia como contenido de la culpa
regulada en el art. 512 del Código Civil, pueden llevar a la reparación del daño
provocado, sino que se parte de esa conducta negligente objetivada en los
actos constituidos por los errores, los planteos absurdos, las interpretaciones y
expresiones incoherentes, para derivar de ello la falta de probidad consistente
en presentar, ofrecer y contratar servicios profesionales sin poseer los
conocimientos, la preparación intelectual mínima para asumir el rol de
apoderado y letrado patrocinante.

Obligaciones del apoderado

Art. 50. -- El apoderado estará obligado a seguir el juicio mientras no haya cesado
legalmente en el cargo. Hasta entonces las citaciones y notificaciones que se hagan,
incluso las de las sentencias definitivas, tendrán la misma fuerza que si se hicieren al
poderdante, sin que le sea permitido pedir que se entiendan con éste. Exceptúanse los
actos que por disposición de la ley deban ser notificados personalmente a la parte.

1. Subsistencia de las obligaciones del mandatario


Esta disposición es complementaria de la anterior y deja en claro hasta
cuando es responsable el mandatario-abogado por la representación que
ejerce de la parte en juicio.
Las causales de cesación se verán más adelante, pero conviene apuntar
-por ahora- que el abogado puede demostrar por cualquier medio convincente y
fehaciente que ha notificado a su mandante de asistirlo profesionalmente, en el
caso de renuncia al apoderamiento o al patrocinio.
Sin embargo, si esa comunicación no es denunciada al proceso donde
actúa, rige la obligación de continuidad del art. 50, pues solamente el Juez
puede emplazar a la parte para que tenga nueva representación.
Por ejemplo, se ha dicho que configura violación a los deberes de
defender y atender los intereses confiados -art. 44, inc. e), ley de ejercicio de la
abogacía 23.187, la conducta del abogado que omitió hacer constar en el
expediente la revocación expresa del mandato judicial antes de que la
sentencia definitiva quedara firme, privando a su cliente de la posibilidad de
recurrirla (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala I, 2000/03/31, "Mateos,
Alejandro C. c. Colegio Público de Abogados", La Ley, 2000-D, 895 (42.965-S).
También existe negligencia profesional, si se abandona el proceso
estando vigente el mandato. V.gr.: si en la causa tramitada judicialmente se
constatan repetidas negligencias por no producción de pruebas, consentidas
por la profesional sin articular recurso alguno, ante las evidencias mencionadas
y los reconocimientos formulados por la denunciada a pesar de las
explicaciones intentadas acerca de su conducta profesional, resulta
objetivamente configurada una conducta negligente contraria a los deberes
impuestos por la ética que compromete al abogado a actuar con celo, saber y
dedicación (art. 19, Código de Etica).
En síntesis, es inveterado el criterio según el cual no cabe admitir que el
abogado, aun cuando no haya asumido el carácter de apoderado, pueda
desentenderse de la ulterior marcha del proceso prescindiendo de tomar
contacto directo con las actuaciones judiciales; el patrocinio letrado implica
asumir la plena dirección jurídica del proceso, el cabal cumplimiento de los
deberes que ello importe y el empleo de la mayor (CNCiv., Sala E, 1991/12/26,
"Pinheiro de Malersa L., Esther c. Nostro, Alicia N.", La Ley, 1993-A, 64).

Alcance del poder

Art. 51. -- El poder conferido para un pleito determinado, cualesquiera sean sus
términos; comprende la facultad de interponer los recursos legales y seguir todas las
instancias del pleito.
También comprende la facultad de intervenir en los incidentes y de ejercitar todos los
actos que ocurran durante la secuela de la litis, excepto aquéllos para los cuales La Ley
requiera facultad especial, o se hubiesen reservado expresamente en el poder.

1. Alcance del poder


La relación entre el letrado patrocinante y su patrocinado, o del abogado,
asesor o consultor y su cliente, entraña un contrato atípico no subsumible en
los moldes tradicionales, de modo que deben apartarse los esquemas del
contrato de trabajo, la locación de obra o de servicios y el mandato ; a cuyo
contrato innominado no se le pueden aplicar con propiedad ninguna de
aquellas denominaciones clásicas. Por su similitud con algunos de los
contratos típicos, en atención a las particularidades de la contratación en
concreto, podrán aplicarse unas u otras reglas por analogía (arts. 16 y 1143,
Código Civil), lo cual no significa su asimilación total a tal o cual contrato
nominado. De esa forma, la aplicación analógica que se pretenda de
determinada norma (en el caso el art. 1638), tendrá su actuación expansiva
siempre y cuando sea apropiada a la intrínseca sustancia de la relación, muy
especial, que significa la vinculación entre el abogado y el cliente (CNCiv., Sala
C, 1992/03/30, "Medone, Alberto H. c. Cruz de Brun, Florencia M.", JA, 1992-II-
594).
El mandato es un contrato entre representante y representado (art.
1869, Código Civil), y no puede invocarse por los terceros sino en la medida
de sus interés (arts. 1199, 1161, 1162), por lo que siendo objetivamente
suficiente, el mandante queda obligado por la actuación de su representante
(arts. 1934, 1946, Código Civil), y protegidos los derechos de los terceros.
En materia procesal las reglas del mandato no difieren, salvo las
excepciones introducidas respecto de la necesidad de facultades especiales
para acciones como el arreglo extrajudicial (transacción), la administración y/o
disposición de los bienes; la dación en pago, etc.

Responsabilidad por las costas

Art. 52. -- Sin perjuicio de la responsabilidad civil o criminal por el ejercicio del mandato,
el mandatario deberá abonar a su poderdante las costas causadas por su exclusiva
culpa o negligencia, cuando éstas fueran declaradas judicialmente.
El juez podrá, de acuerdo con las circunstancias, establecer la responsabilidad solidaria
del mandatario con el letrado patrocinante.

1. Costas al letrado negligente


La responsabilidad regulada por el art. 52 no se refiere a la inconducta
procesal por temeridad y malicia en que pueden incurrir los profesionales, sino
que trata la exclusiva culpa o negligencia en el ejercicio de la procuración
judicial, previéndose la posibilidad de resarcir en el mismo proceso y de un
modo inmediato las costas causadas por la impericia profesional sin tener que
recurrir a un pleito por daños y perjuicios, debiendo recaer tal responsabilidad
sobre el representado pues el representante actúa en su interés (CNCiv., Sala
E, 1999/04/27, "Sorkin de Koffman, Fanny c. Benitez, María Margarita", ED,
188-150).
El profesional universitario, aunque goza de la presunción de ciencia y
pericia, debe responder por los casos de impericia porque ésta es culpa, de
acuerdo con el concepto que contiene el art. 512 del Código Civil, lo que
justifica que en un proceso judicial las costas deban ser soportadas
solidariamente por quien ejerció la representación y patrocinio letrado del
accionante (art. 52, párr. 2º, Código Procesal).
Se sostiene que hay infracción por parte del abogado a los deberes
referentes al patrocinio, si actúa negligentemente, sin estudio de la causa,
articulando defensas impropias y mayormente si viola la ética profesional. Hay
infracción al deber que le impone la representación de su cliente cuando no
cumple los actos procesales apropiados, por ejemplo si deja de comparecer a
una audiencia o deja vencer un término.
Pero la posibilidad de exigir la solidaridad o la exclusividad en el pago de
las costas debe provenir de la decisión judicial dictada en las mismas
actuaciones.
Asimismo, como mandatario judicial y en lo que concierne
específicamente a los actos procesales que debe cumplir en representación de
su mandante, el abogado o procurador está obligado a una prestación de
resultado, es decir a llevarlos a cabo con los recaudos, en la forma y en los
plazos establecidos en la ley ritual: de donde la omisión de los deberes a su
cargo compromete su responsabilidad, sin que sea necesario demostrar su
culpa que por el contrario, se presume (CNCiv., Sala F, 1996/07/27, "Bachella,
S. A. Pedro c. P., M. E.", JA, 997-I-755).

2. Ejemplos
Si la expresión de agravios del apelante no implica una crítica concreta y
razonada del fallo que cuestiona sino la reiteración de lo peticionado en la
demanda, por lo que cabe declarar desierto el recurso interpuesto es justo
imponer las costas de la instancia al letrado-apoderado de la actora por
aplicación del art. 52 en comentario.
Igual sucede si de un detenido examen de las actuaciones procesales,
se colige con manifiesta evidencia que la pretensión introducida por el apelante
adolece de graves e inaceptables deficiencias, ya que no sólo carece de todo
respaldo jurídico sino que además ha desvirtuado las circunstancias fácticas en
las que procura apoyar sus supuestos derechos, tales circunstancias son
configurativas de una actuación profesional inoficiosa e inconducente, que
justifica de modo pleno la imposición solidaria de las costas contemplada por el
art. 52 del código ritual (Cfed. Córdoba, Sala Civil y com., 1983/04/26, "García,
Bernardo G. c. Empresa Ferrocarriles Argentinos", LLC, 984-556 (42-R)
Por tanto, el profesional que realiza una tarea completamente
inconducente e inoficiosa no puede pretender que se le regule honorarios a
cargo de su cliente.
Es este un argumento a fortiori de lo dispuesto en el art. 52 Código
Procesal, que hace cargar con las costas del juicio al profesional que cumple
su defensa con manifiesta ligereza (CNCiv., Sala E, 1982/06/08, "Galli
Matienzo, Ricardo c. Matienzo, Jorge A.", JA, 983-I-636).

Cesación de la representación

Art. 53. -- La representación de los apoderados cesará:

1. Por revocación expresa del mandato en el expediente. En este caso, el poderdante


deberá comparecer por sí o constituir nuevo apoderado sin necesidad de emplazamiento
o citación, so pena de continuarse el juicio en rebeldía. La sola presentación del
mandante no revoca el poder.
2. Por renuncia, en cuyo caso el apoderado deberá, bajo pena de daños y perjuicios,
continuar las gestiones hasta que haya vencido el plazo que el juez fije al poderdante
para reemplazarlo o comparecer por sí. La fijación del plazo se hará bajo apercibimiento
de continuarse el juicio en rebeldía. La resolución que así lo disponga deberá notificarse
por cédula en el domicilio real del mandante.
3. Por haber cesado la personalidad con que litigaba el poderdante.
4. Por haber concluido la causa para la cual se le otorgó el poder.
5. Por muerte o incapacidad del poderdante. En tales casos el apoderado continuará
ejerciendo su personería hasta que los herederos o representante legal tomen la
intervención que les corresponda en el proceso, o venza el plazo fijado en este mismo
inciso. Mientras tanto, comprobado el deceso o la incapacidad, el juez señalará un plazo
para que los interesados concurran a estar a derecho, citándolos directamente si se
conocieran sus domicilios, o por edictos durante dos días consecutivos, si no fuesen
conocidos, bajo apercibimiento de continuar el juicio en rebeldía en el primer caso y de
nombrarles defensor en el segundo.
Cuando el deceso o la incapacidad hubieren llegado a conocimiento del mandatario, éste
deberá hacerlo presente al juez o tribunal dentro del plazo de diez días, bajo pena de
perder el derecho a cobrar los honorarios que se devengaren con posterioridad. En la
misma sanción incurrirá el mandatario que omita denunciar el nombre y domicilio de los
herederos, o del representante legal, si los conociere.
6. Por muerte o inhabilidad del apoderado. Producido el caso, se suspenderá la
tramitación del juicio y el juez fijará al mandante un plazo para que comparezca por sí o
por nuevo apoderado, citándolo en la forma dispuesta en el inciso anterior. Vencido el
plazo fijado sin que el mandante satisfaga el requerimiento, se continuará el juicio en
rebeldía.

1. Generalidades
Las causas de cesación de la representación se expresan taxativamente
en el artículo 53 del Código Procesal. Estas son las únicas que se pueden
invocar y por ello el simple transcurso del tiempo no autoriza a concluir en
contrario.
Cuando el mandato se confiere a varios abogados para ejercer una
representación en juicio, no es necesario individualizar uno a uno, como no es
requisito que estos hayan actuado conjuntamente, siendo bastante en
consecuencia, que la manifestación revocatoria sea suficientemente conocida y
expresamente invocada.
En este sentido, la interpretación que se hace del art. 1899 del Código
Civil acepta que la designación plural de mandatarios no significa la comisión
mancomunada de la actuación en el proceso. Mientras que la revocación debe
ser del mandato conferido y no respecto a uno de los abogados, porque de así
expresarse, se mantendrá vigente respecto a los demás.

2. Revocación expresa (inciso 1º)


La revocación del mandato tiene que ser expresa, esto es, mediante una
manifestación inequívoca, formulada por el mandante en las actuaciones
judiciales. De modo tal que corresponde notificar la revocación del mandato al
apoderado, puesto que de lo contrario continuará facultado para ejercer los
actos del proceso y sujeto a las responsabilidades legales (CNCiv., Sala E,
1997/04/04, "De Ezcurra, Agustín c. Ovelar, Josefina", La Ley, 2000-B, 846
(42.496-S) - ED, 176-428).
Por eso configura violación a los deberes de defender y atender los
intereses confiados -art. 44, inc. e), ley de ejercicio de la abogacía 23.187- la
conducta del abogado que omitió hacer constar en el expediente la revocación
expresa del mandato judicial antes de que la sentencia definitiva quedara firme,
privando a su cliente de la posibilidad de recurrirla (CNFed.
Contenciosoadministrativo, Sala I, 2000/03/31, "Mateos, Alejandro C. c. Colegio
Público de Abogados", La Ley, 2000-D, 895 (42.965-S).
La mera negativa del demandado o el hecho que "no le conste" la
vigencia del mandato presentado en un juicio no obsta para tenerlo por válido
pese a estar vencido el plazo indicado en el mismo, si aquél no acreditó en la
causa la revocación del mandato, pues conforme el art. 1969 del Código Civil
es obligación del mandatario continuar ejerciéndolo hasta que el mandante
disponga lo contrario (CNCiv., Sala K, 2000/07/04, "Consorcio de Prop. French
3541 c. Madeo, Teresa", La Ley, 2000-F, 582 - DJ, 2000-3-1103).
La presentación de un nuevo letrado apoderado constituyendo domicilio
e invocando que sustituye a otro, pero sin acreditar la revocación del mandato,
no es suficiente para revocar el poder conferido, debiendo el Juez en tal caso,
emplazar a las partes a fines de evitar conflictos de intereses y salvaguardar la
unidad de dirección en la asistencia jurídica.
Asimismo, se puede agregar que la presentación de otro abogado y la
revocación del mandato anterior no configuran actos interruptivos del curso de
la caducidad de la instancia, toda vez que carecen de idoneidad para hacer
avanzar el proceso hacia la sentencia (CNFed. Civ. y Com., Sala II,
2000/08/10, "La Austral Cía. de Seguros c. Capitán y/o Arm. y/o Prop. Buque
Presidente Sarmiento", La Ley, 2001-B, 879, J. Agrup., caso 15.698).
En cambio, si la presentación se realiza agregando un nuevo
instrumento público de apoderamiento, esta documentación es suficiente y el
nuevo letrado podrá ser tenido por parte y con el domicilio legal constituido.

3. Renuncia del mandatario (Inciso 2º)


Dado que a ningún mandatario se le puede exigir la continuidad en la
representación judicial que ejerce, más allá del deber implícito en las normas
de ética profesional, puede renunciar al poder conferido y comunicarlo a su
poderdante para que éste lo sustituya.
Mientras transcurre el plazo que se otorgue para la sustitución del
mandato, es deber del abogado continuar con las gestiones propias de la
defensa que todavía conserva. De allí que, hasta tanto el letrado apoderado
notifique por cédula al mandante en el domicilio real y transcurra el plazo fijado
para la comparecencia de éste último, no puede abandonar ni dejar de cumplir
con las obligaciones propias de su cargo, entre ellas la de apelar de la
sentencia desfavorable a los intereses de aquél.
Las responsabilidades que para el abogado se derivan del mandato
renunciado, no se extinguen hasta tanto expire el plazo acordado para hacer
conocer al mandante la renuncia. Ese plazo deberá computarse a partir de la
fecha en que el mandante quede debidamente notificado, encontrándose a
cargo de los renunciantes las diligencias tendientes al cumplimiento de dicha
notificación.
Se ha dicho que las responsabilidades que para el abogado se derivan
del mandato renunciado, no se extinguen hasta tanto expire el plazo acordado
para hacer conocer al mandante la renuncia. Ese plazo deberá computarse a
partir de la fecha en que el mandante quede debidamente notificado,
encontrándose a cargo de los renunciantes las diligencias tendientes al
cumplimiento de dicha notificación (CNCiv., Sala A, 1994/07/05, "B., M. E. c. S.,
E. E.", La Ley, 1994-D, 341).

4. Cese de la personalidad del mandatario (inciso 3º)


Defensor es el abogado que asiste y representa al imputado durante la
sustanciación del proceso, protegiéndolo e integrando su personalidad jurídica
mediante el ejercicio de poderes independientes de su voluntad, en virtud del
interés individual y por exigencia del interés público.
La referencia a la personalidad significa considerar la personería o
representación procesal de la parte, pero no se dirige tanto a la asistencia
jurídica (prevista en los incisos 1º y 2º de la norma), sino a quienes ejercen la
representación legal.
La Ley procesal no prevé la prolongación de la representación luego de
acaecida la causal de cesación prevista, como tampoco otorga al ex-
mandatario la posibilidad de continuar en su ejercicio, lo cual conduce a
concluir que la cesación no se encuentra sujeta a un acontecimiento diferente
(Del voto en disidencia del doctor Achával ) (CNCiv., Sala H, 1997/07/17, "Lima
de Fernández, Bernabela I. y otro c. Strube, Gustavo", La Ley, 1998-B, 210).
Entre otros casos, se ha dicho que el conferimiento de mandatos para
representar a una sociedad anónima -y su eventual revocación- es decisión
que compete al directorio, pues es este órgano, mediante los procedimientos
establecidos en la ley o los estatutos, el encargado de determinar o fijar el
contenido de la voluntad del ente en asuntos de esta índole.
El vicepresidente de la sociedad, actuando individualmente, carece de
capacidad por sí para decidir el otorgamiento de poder para representar a la
sociedad; por lo que en nada incidiría el hecho de su fallecimiento, sobre un
poder ya otorgado en representación del ente; siendo que, además, la
modificación del directorio o su remoción, no importa de suyo causal de
cesación del mandato que hubiera otorgado (arts. 1960/5, Código Civil)
(CNCom., Sala E, 1997/03/21, "Da Costa, Mario F. c. Autoplan Círculo de
Inversores para fines determinados y otros", La Ley, 1997-E, 1066, J. Agrup.,
caso 12.013).
Asimismo, la designación de administrador provisional del sucesorio no
contiene plazo de caducidad alguno, por lo que debe considerarse subsistente
hasta tanto se demuestre la cesación del mandato por alguna de las causales
previstas en la ley (art. 714, Código Procesal). Por ello, hasta que tal
circunstancia ocurra, el administrador designado se encuentra facultado para
ejercer los actos de conservación inherentes a la función que desempeña
(CNCiv., Sala B, 1995/11/16, "P., R. c. L., H.", La Ley, 1997-E, 1022 (39.821-
S).
Si el actor en la sucesión otorgó un poder especial irrevocable en favor
del letrado, en los términos de los arts. 1977, 1980 y 1982 del Código Civil,
para que continúe representándolo, aun después de su muerte, en la partición,
división y liquidación de los bienes de la sucesión de su cónyuge premuerta -
iniciada contra sus hijos-, la muerte del poderdante no es causal de cesación
del mandato, máxime si los herederos no cuestionaron el alcance con el que
fue otorgado (CNCiv., Sala C, 1996/07/18, "H. A., C. M. c. H. A. de L., M. G.",
La Ley, 1997-B, 785 (39.295-S).
Finalmente, se dice que es improcedente la excepción de falta de
personería opuesta contra el apoderado del banco accionado, pues la
circunstancia de haber mediado fusión del banco otorgante del primigenio
mandato a favor de quien luego lo sustituyó, no importa causal de cesación del
mandato otorgado (CNCom., Sala A, 2000/08/30, "Glujowsky, León c. Banco
Mercantil Argentino", La Ley, 2000-F, 984 (43.227-S) - DJ, 2001-1-451).

5. Terminación de la causa
Cesa la personalidad del mandatario cuando habiéndose otorgado poder
especial para actuar en un juicio determinado, éste consigue sentencia y la
misma queda firme y sin actividades pendientes de cumplimiento.
Se comprende que, respecto del abogado, la conclusión del mandato no
opera con la sentencia, sino con el cumplimiento efectivo de la totalidad de las
instrucciones vertidas en el instrumento especial.
Tal es el sentido que acuerda el art. 1960 del Código Civil respecto a
que no concluye el mandato mientras existan obligaciones accesorias por
liquidar.
Además, está claro que la conclusión de la causa solo tiene incidencia
para los poderes especiales, pero no afecta al poder general para actuación en
juicio.
En otros supuestos se sostiene que, las facultades del mandatario para
la administración de un inmueble -en el caso, el mandatario inició juicio de
desalojo con un poder de administración- cesan con la venta del mismo, pues
ello implica la implícita revocación del mandato (CNCiv., Sala E, 2000/07/14,
"Barreto Alarcón, Marina c. Condori, Juan A.", La Ley, 2001-A, 283).

6. Muerte o incapacidad del mandante (inciso 5º)


El principio general que establece este inciso es "cesar la
representación" por incapacidad del poderdante o fallecimiento del mismo,
obligando al abogado a seguir un procedimiento que posibilite la intervención
del curador o de los sucesores del causante, respectivamente.
El mandatario -con poder otorgado para actuar en juicio- tiene obligación
de continuar desempeñándose como tal, a pesar de conocer el fallecimiento del
mandante, hasta tanto los herederos estén en condiciones de proveer a su
defensa, siempre que su actuación comprenda asuntos ya iniciados y que
pueda derivarse peligro por la demora que afecte los intereses confiados.
La cesación del mandato por fallecimiento de mandante se produce
desde el momento en que llega a conocimiento del mandatario, por lo que los
actos de éste realizados sin tener conocimiento de la muerte del mandante
obligan a los herederos, siempre que la ignorancia no le sea imputable.
En este caso, el apoderado deberá dentro del término de diez días,
infomar al juzgado del fallecimiento, y comunicar el nombre y domicilio de los
herederos si los conociere. En caso contrario, y probada la ligereza o
culpabilidad en la continuación de una representación que ya no tiene, perderá
el derecho a percibir honorarios, sin perjuicio de las responsabilidades
profesionales que cupieren por el exceso en la actuación.
Es menester agregar que las actuaciones judiciales hechas por el
mandatario tras el fallecimiento de su poderdante, no son nulas ya que es
deber del apoderado continuar hasta que los herederos o el representante
legal, en su caso, tomen la intervención que les corresponde.
Desde otra perspectiva, se sostiene que no basta la notificación a los
herederos del mandante para que el pleito pueda continuarse con los trámites y
efectos de la rebeldía, y siempre será preciso que vencido el plazo fijado para
comparecer, medie petición expresa de la contraparte para que a aquéllos se
los declare en contumacia; se los notifique de esa declaración y quede
consentida la misma.

7. Muerte o incapacidad del mandatario (inciso 6º)


Cuando se ha otorgado poder general para actuar en juicio, el abogado
que fallece siendo único comitente, obliga al mandatario a asumir una nueva
representación dentro del plazo perentorio que el Juez le fije.
Sin embargo, este principio general no se resuelve con una fórmula tan
simple. Sucede que muchas veces el mandato general (unido a circunstancias
conocidas como la lentitud en los trámites) permite al poderdante distraer su
atención y vigilancia sobre el expediente o con relación a los casos que su
abogado atiende. De este modo el fallecimiento puede no ser inmediatamente
conocido, y llegar inclusive tardíamente al expediente, cuando eventualmente
puedan estar cumplidos plazos de caducidad, o períodos de prueba que
conllevan responsabilidades profesionales.
Por eso, si bien cesa el mandato cuando muere el abogado investido de
representación, los terceros no pueden valerse de esta situación cuando han
tomado conocimiento del mismo y, siendo partes o interesados en la causa, no
lo hicieron saber al juez de la causa.
En otros supuestos, el fallecimiento del mandatario sustituyente no deja
sin efecto el mandato sustituido, por cuanto existe una relación vinculante entre
el mandante y el sustituido, singularmente cuando el mandatario sustituyente
fallecido contaba con facultades propias para sustituir (C. Civ. y Com Santa Fe,
Sala I, 1997/12/29, "Banco de Crédito Comercial c. Arcas, José María y otro",
LL Litoral, 2000-165).
Criterio que no es pacífico pues, se argumenta que el fallecimiento de
quien sustituyó un poder en otra persona provoca la cesación del mandato así
otorgado, en tanto en el caso resultan aplicables las mismas reglas que regulan
las relaciones entre mandante y mandatario (art.1228, Código Civil). (Del voto
en disidencia del doctor Cordini (mismo fallo anterior).
Unificación de la personería

Art. 54. -- Cuando actuaren en el proceso diversos litigantes con un interés común, el
juez de oficio o a petición de parte y después de contestada la demanda, les intimará a
que unifique la representación siempre que haya compatibilidad en ella, que el derecho o
el fundamento de la demanda sea el mismo o iguales las defensas. A ese efecto, fijará
una audiencia dentro de los diez días y si los interesados no concurriesen o no se
aviniesen en el nombramiento de representante único, el juez lo designará eligiendo
entre los que intervienen en el proceso.
Producida la unificación, el representante único tendrá, respecto de sus mandantes,
todas las facultades inherentes al mandato.

1. Finalidad del instituto


La finalidad que persigue la unificación de la personería consiste en
asegurar la igualdad entre las partes litigantes, y procurar que el litisconsorcio
activo o pasivo, no conspire con el principio de celeridad procesal.
La presentación del código no es buena, pues "diversos litigantes con un
interés común" son tanto el actor como el demandado. De modo tal que lo
correcto es emplazar a las partes que actúen con identidad de pretensiones,
para que entre ellos coincidan en la elección de una representación común.
La circunstancia de que los litisconsortes adopten posturas
contradictorias o bien que no exista compatibilidad de intereses entre aquéllos
podrá convertir en imposible la unificación de la personería, mas no posee
virtualidad para alterar la pretensión única o el vínculo de conexión entre las
distintas pretensiones.

2. Requisitos
La unficación de la personería es una institución práctica pero
controvertida, porque la conciliación entre las partes para tener un único
abogado, no siempre es de fácil resolución, más allá del actual temperamento
que advierte como una proyección de las reglas en el debido proceso, la de
elegir el abogado de confianza.
Por eso, la jurisprudencia tiene dicho que la figura procesal no debe
lesionar el interés de ninguno de los litigantes, circunstancia que supone la
ausencia de situaciones conflictivas o tirantez en las relaciones personales,
debiendo prevalecer como principio general la libertad de acción de los
litigantes (CNFed. Civ. y Com., Sala II, 1999/03/09, "Sud América Cía. de
seguros y otro c. Capitán y/o Arm. y/o Prop. Buque "Sunshine" La Plata", La
Ley, 2000-B, 231 - DJ, 2000-1-1197).
Ahora bien, producida la unificación de personería, el representante
designado tiene, respecto de sus mandantes, todas las facultades inherentes al
mandato, de manera que su procedencia debe ser juzgada con criterio
restrictivo.
En consecuencia, en la base de esta práctica existe un principio
restrictivo que privilegia la decisión de las partes. No obstante, puede el Juez
de oficio resolver al respecto, siempre y cuando encuentre que, sea en las
pretensiones de la parte actora, o en la resistencia de la parte demandada,
haya: a) compatibilidad en los argumentos de hecho; b) coincidencias en los
fundamentos; c) iguales las defensas.

3. Oportunidad
La unificación se realiza después de contestada la demanda, que es el
tiempo fijado para la determinación de los hechos y de la prueba.
A tal fin, de oficio o a petición de parte, el juez convocará a una
audiencia dentro de los diez días para proceder a la designación del
representante común.
Se ha advertido que en algunos casos esta pretensión se torna como un
caso de abuso en el proceso. Se ha dicho así que, si bien puede inferirse que
la unificación de personería efectuada por los demandados pretendió evitar la
profusión de trámites y el dispendio inútil de actividad parcial y jurisdiccional,
apuntando a la economía y celeridad procesal, deviene como contrario a sus
propios actos procesales anteriores, la conducta asumida por el letrado quien,
en ocasión del traslado de la expresión de agravios, requiere un
desmembramiento de la personería para poder cumplimentar en plazos
mayores dicho traslado (C.Civ. y Com. Córdoba, 5ª Nom.,1997/04/25, "Simosis,
Luis A. c. Quinteros, Sergio y otra", LLC, 1997-784).
La misma causa agrega que, la pretensión formulada por el apoderado
de los demandados de desmembrar la unificación de personería al momento de
contestar el traslado de la expresión de agravios aparece patéticamente
movida con una causalidad eficiente de ser dilatoria del proceso. La elongación
deliberada e incausada de los procesos judiciales no puede ser cohonestada
por los Tribunales, bajo el amparo laxo de la defensa en juicio, cuando ella
aparece intrínsecamente desmedida, irrazonable y por ello, injusta (fallo
citado).

Revocación

Art. 55. -- Una vez efectuado el nombramiento común podrá revocarse por acuerdo
unánime de las mismas partes o por el juez a petición de alguna de ellas, siempre que en
este último caso hubiese motivo que lo justifique. La revocación no producirá efectos
mientras no tome intervención el nuevo mandatario.
La unificación se dejará sin efecto cuando desaparecieren los presupuestos
er.
mencionados en el 1 párr. del artículo anterior.

1. Revocación del mandato común


La cesación en el mandato común conferido por los litisconsortes puede
terminar por las mismas causales del art. 53, o bien por acuerdo unánime entre
las partes.
También lo puede plantear al Juez uno solo de ellos, pero debe fundar y
probar el desacuerdo con la representación, y el Juez decidir en consecuencia.
Cabe agregar que si desaparecen los presupuestos de procedencia de
la acumulación, como son el interés común, la compatibilidad de pretensiones y
los fundamentos coincidentes, culmina la unidad de representación.

CAPITULO III -- Patrocinio letrado

Patrocinio obligatorio

Art. 56. -- Los jueces no proveerán ningún escrito de demanda o excepciones y sus
contestaciones, alegatos o expresiones de agravios, ni aquéllos en que se promuevan
incidentes o se pida nulidad de actuaciones y, en general, los que sustenten o
controviertan derechos, ya sea en procesos de jurisdicción voluntaria o contenciosa, si
no llevan firma de letrado.
No se admitirá tampoco la presentación de pliegos de posiciones ni de interrogatorios
que no lleven firma de letrado, ni la promoción de cuestiones, de cualquier naturaleza, en
las audiencias, ni su contestación, si la parte que las promueve o contesta no está
acompañada de letrado patrocinante.

1. Derecho al abogado
En la actualidad, la defensa técnica de las personas que están en juicio,
no es una cuestión puramente formal. Se trata de impulsar un movimiento que
parte desde los tratados y convenciones internacionales, por el cual se inserta
la representación procesal como una parte de la garantía que ofrece el debido
proceso.
La garantía de la defensa en juicio supone que quien se encuentra
sometido a enjuiciamiento pueda contar, al menos ante los tribunales de
justicia, con asistencia profesional.
Seguidamente, la existencia de abogado si bien cubre formalmente la
exigencia constitucional, no es suficiente cuando la intervención es deficitaria o
directamente inidónea.
Precisamente, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el "caso
Gordillo" (setiembre 29/987) dijo que "no basta para cumplir con las exigencias
básicas del debido proceso que el acusado haya tenido patrocinio letrado de
manera formal, sino que es menester que aquél haya recibido una efectiva y
sustancial asistencia de parte de su defensor". Agregándose que "frente a la
expresa manifestación del recluso de su intención de recurrir a la vía
extraordinaria local y federal encontrándose en término para hacerlo, ante la
negativa del defensor oficial de no poder cumplir su cometido por no contar con
tiempo material, le corresponde al tribunal reemplazar al letrado y brindar la
posibilidad real de apelación, pues de lo contrario se viola el derecho de
defensa en juicio".
No se trata específicamente de derechos procesales (o de situaciones
procesales), sino de derechos constitucionales los que están en juego
(proximidad que tiene emparentamiento con los contenidos del derecho
procesal constitucional), por tanto, es deber de los jueces priorizar la asistencia
idónea, más allá de las decisiones personales de autodefensa (Cfr. Gozaíni,
Osvaldo Alfredo, Derecho Procesal Constitucional, tomo 1, editorial de
Belgrano, Buenos Aires, 2000).
Además, el derecho a tener un abogado, es algo más que una
necesidad, porque la defensa en juicio es una garantía que solamente es
satisfecho cuando el contradictorio es efectivo y existe igualdad de armas real.
Por su parte, la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
muestra su preocupación por garantizar la defensa material y técnica de la
persona, en los arts. 8.2 d y 8.2 e.
De modo tal que cuando la complejidad del caso requiera una defensa
técnica ante los tribunales para defender adecuadamente la pretensión que se
invoca, esta asistencia jurídica se impone como requisito de plenitud para la
garantía de defensa.
En síntesis, para nosotros el derecho a la defensa y la asistencia letrada
se desenvuelve en un plano material, no procesal, porque la Constitución no
fue pensada para auspiciar derechos declamativos o ideales.

2. El patrocinio es obligatorio
Al momento de aceptar la defensa o patrocinio de un particular La Ley
impone al abogado la carga de vigilar y no descuidar la causa encomendada.
El letrado debe abogar por los intereses de su cliente quien, lego en la materia,
debe confiar en el buen saber y entender de aquél.
La necesidad de tener un abogado, existe en todo tipo de procesos,
salvo en aquéllos donde la cuantía del asunto permitan sustanciar el conflicto
con la sola garantía del juez natural. Por ejemplo, los procesos vecinales, la
jurisdicción voluntaria donde predomine la función administrativa del
magistrado, etc. No obstante, esta es una tendencia que no rige en el sistema
procesal nacional que exige la firma (pensando en que toda la actuación es
escrita) de letrado en cualquier presentación judicial.
Inclusive se advierte que la participación en el proceso como letrado en
causa propia no modifica la situación del profesional que se encuentra
suspendido en la matrícula, circunstancia que le impide desempeñarse como
abogado, de lo que deriva la exigencia del cumplimiento de lo dispuesto por el
art. 56 del Código.. Procesal respecto del patrocinio letrado obligatorio.
(CNCiv., Sala L, 1996/11/05, "Consorcio de propietarios Av. Corrientes 901/909
c. Barral de Demaría, Beatríz y otro", La Ley, 1998-C, 925 (40.368-S).
La calidad de patrocinante del abogado no se adquiere por reemplazo de
un litigante por cualquier letrado sino que dicho reemplazo es factible, en los
casos en que la ley lo admite, recién a partir del patrocinio, es decir, de alguna
gestión de defensa o auxilio técnico a quien es parte en el juicio y en la que
este también interviene.
La especificidad propia de la materia concursal, que impregna al
procedimiento de principios y disposiciones característicos de su esencia
eminentemente colectiva, lleva a que por la naturaleza de las atribuciones y
deberes del síndico, necesariamente da prevalencia a las normas que admiten
su intervención sin patrocinio letrado, siendo éste un campo conspicuo en el
cual se aprecia la preeminencia de la norma especial por sobre la general.
En tanto la actual regulación concursal permite la actuación judicial per
se del síndico -sin asesoramiento letrado aun cuando se trate de materias que
excedan de su competencia, art. 257, ley 24.522 -, tal norma desplaza al
régimen genérico del art. 56 del Código Procesal -patrocinio letrado obligatorio-
(CNCom., Sala B, 2000/03/08, "Zucarelli Bete, Antonio c. Automotores Louvre",
La Ley, 2000-D, 671 - DJ, 2000-3-56).

3. Firma en los escritos


Los escritos judiciales requieren de la firma para obtener validez, de
modo tal que por ser una necesidad esencial no admite de ratificaciones
posteriores. La ausencia de ella impide incorporar la alegación al expediente
sobre la base de considerarlo un acto jurídicamente inexistente.
La carencia de firma de letrado supone la falta de un requisito esencial
para su validez, razón por la cual no corresponde agregarlos al expediente ni
intimar su subsanación al presentante. En todo caso, el saneamiento debe ser
inmediato y de acuerdo con las reglas del artículo 57.
Se sostiene que la firma del abogado patrocinante en un escrito
actuando como tal implica que ha asumido que mantendrá ese carácter en
todos los escritos sucesivos que se presenten en juicio, en tanto no sea
sustituido por otro abogado que declare en forma expresa que excluye al
anterior, pudiendo éste último tratarse de quien hasta ese momento venía
desempeñándose como procurador (SCBs.As.,1999/02/09, "Laborde, Luis M. y
otro v. Sio, Juan y otros", JA-2000-I-4 - ED, 186-305).
Los escritos judiciales deben contener la firma de su presentante, razón
por la cual carece de valor la puesta por un tercero, salvo que se haya recurrido
a la firma a ruego. Por tanto, las actuaciones y providencias que motiven, son
actos privados de toda eficacia jurídica y ajenos, como tales, a cualquier
posibilidad de convalidación posterior (CNCiv., Sala A, 1996/12/27, La Ley,
1997-E, 1036 (39.885-S).
Siendo la firma un requisito esencial para la validez de los escritos
judiciales, cuando uno de ellos carece de la misma o ésta no es auténtica -en el
caso se dispuso declarar la inexistencia de demanda y de lo actuado-, la
ratificación posterior no es suficiente para subsanar las deficiencias apuntadas.
(CNCiv., Sala K, 1999/06/04, "Jaramillo, Luis O. c. Saitta, Miriam D. y otro", La
Ley, 2000-B, 864 (42.558-S).
La impugnación de escritos, fundada en la circunstancia de que la firma
atribuida a las partes no es de su puño y letra debe hacerse por la vía del
respectivo incidente de nulidad.
Sin embargo, la falta de firma de letrado en los escritos que deben
llevarla no apareja la sanción de nulidad de las declaraciones o actos
procesales que con esa omisión produzcan o concluyan las partes, ya que si el
juez no ordena subsanarla y aquéllas consienten el procedimiento, se opera la
preclusión que obsta a una posterior impugnación.
Además de la firma, también es recaudo de validez intrínseca la forma
de presentación. Todo escrito debe encabezarse con la expresión de su objeto,
el nombre de quien lo presenta, su domicilio constituído y la enunciación
precisa de la carátula del expediente. A su vez, el nombre completo de todos
sus representados y del letrado patrocinante si lo hubiera.

3.1 Firmas falsas en el escrito


Dado que la firma de las partes en los escritos judiciales es una
condición esencial para la misma existencia del acto, y que no es suficiente la
del letrado patrocinante aunque la parte lo ratifique fuera de término, probada
su falsedad, los actos pertinentes quedan en condiciones o categoría de
inexistentes e insusceptibles de convalidación posterior y por tanto no producen
efecto alguno (C.Civ. y Com. Azul, 1998/09/22, LLBA, 1999-322).
La manifestación de un letrado de no haber representado legalmente a
su cliente como asimismo la circunstancia de que los escritos por él firmados
habían sido redactados por otro profesional en quien confiaba, quien había
actuado en violación a lo establecido en el inc. 6º, art. 1361, del Código Civil,
no constituyen eximentes de responsabilidad disciplinaria, toda vez que aquél
por su carácter de socio de éste conocía o debía conocer la situación fáctica
que se operaba y al reemplazarlo con su firma en el patrocinio se había
solidarizado con su colega -en el caso, se aplicó la sanción de advertencia en
presencia del Consejo Directivo del Colegio de Abogados (CNFed.
Contenciosoadministrativo, Sala III), 1998/10/29, "O., M. A. c. Colegio Público
de Abogados de Capital Federal", La Ley, 2000-A, 576 (42.358-S)
La presentación de escritos cuya firma no pertenece al cliente mas no
han sido objeto de falsificación por el profesional, configura una falta leve en los
términos del art. 26, inc. a), del Código de Etica del Colegio Público de
Abogados de la Capital Federal, a cuyo respecto es procedente la sanción de
advertencia en presencia del Consejo Directivo de la institución (art. 28, inc. a),
Código cit.). (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala II, 1999/06/15,
"Schwarzfeld, Enrique E. c. Colegio Público de Abogados", La Ley, 2000-D,
855 (42.821-S) - DJ, 2000-3-74).
En igual sentido se agrega que si esa carencia de firma no ha sido
objeto de falsificación por el profesional, configura una falta leve en los
términos del art. 26, inc. a), del Código de Etica del Colegio Público de
Abogados de la Capital Federal, a cuyo respecto es procedente la sanción de
advertencia en presencia del Consejo Directivo de la institución (art. 28, inc. a),
Código cit.). (misma causa anterior).

3.2 Control del cliente sobre los escritos


Si bien existe un deber de cuidado y colaboración por parte del letrado
frente al Poder Judicial para que los escritos judiciales presentados lo sean en
una total situación de buena fe, no surge de la normativa procesal ni del Código
de Etica que ese control requiera presenciar el momento de la firma de
aquéllos por el cliente (del voto en disidencia de la doctora Herrera). (CNFed.
Contenciosoadministrativo, Sala II, 1998/11/18, "G., M. N. c. Colegio Público de
Abogados de Capital Federal", La Ley, 1999-B, 686).

Falta de firma del letrado

Art. 57. -- Se tendrá por no presentado y se devolverá al firmante, sin más trámite ni
recursos, todo escrito que debiendo llevar firma de letrado no la tuviese, si dentro del
segundo día de notificada por el ministerio de la ley la providencia que exige el
cumplimiento de ese requisito no fuese suplida la omisión.
Ello tendrá lugar suscribiendo un abogado el mismo escrito ante el secretario o el oficial
primero, quien certificará en el expediente esta circunstancia, o por la ratificación que
por separado se hiciere con firma de letrado.

1. Subsanación de la falta de firma


Existe cierta inconsistencia en esta disposición al entrar en colisión
aparente con el artículo que precede el que dispone el rechazo o el no
proveimiento de los escritos que no lleven firma de letrado patrocinante.
La contradicción está en que el art. 46 pone en pie la teoría de la
inexistencia de los actos que carecen de firma. Mientras que el 47 permite la
subsanación del acto procesal, que no sería posible si este no existe.
Es decir, no se rectifica lo inexistente.
Adviértase la diferencia en el siguiente fallo que sostiene: si quien firmó
como letrado apoderado estaba suspendido en la matrícula en los términos
previstos por el art. 53 de la ley 23.187, y, consecuentemente, no podía en ese
momento ejercer la profesión de abogado ni actuar como mandatario judicial,
debe fijarse un plazo para que se subsane el defecto y exigir el cumplimiento
de la firma de letrado, procediéndose del modo establecido en el art. 57 del
Código Procesal, pues la falta de personería atribuida al profesional es un vicio
esencialmente subsanable (CNCiv., Sala C, 1995/08/22, "Haddad, Hilda V. c.
Romano de Sanese, Irma", La Ley, 1996-A, 257).
Esto significa que se permite sanear la representación pero no suplir el
acto inexistente.
De todas maneras, el código pretende no alterar la continuidad de los
trámites, pese a la severidad con que considera la presentación de escritos que
carecen de firma.
Pero la dualidad de criterios es evidente. Por ejemplo, mientras algunos
sostienen que la falta de firma del apelante en el escrito de interposición del
recurso de apelación torna inexistente el acto, aun cuando la copia llevara la
firma de dicha parte (CNFed. Civ. y Com., Sala II, 1998/10/20, "Riomar
Conservas Ltda. c. Noriega Homero C.", La Ley, 1999-C, 777, J. Agrup., caso
13.813); otros sostienen cierta relatividad que se pone de manifiesto al
indicarse que, por razones de economía procesal no procede subsanar la falta
de firma del letrado patrocinante, si el memorial recursivo aparece infundado
(CNSeg. Social, Sala III, 1994/10/18, "Manzur, Nilda R. c. Caja Nac. de Prev.
para Trabajadores Autónomos", con nota de María Alejandra Guillot, DJ, 1995-
1-295 - DT, 1995-A, 135).

Dignidad

Art. 58. -- En el desempeño de su profesión, el abogado será asimilado a los magistrados


en cuanto al respeto y consideración que debe guardársele.

1. Dignidad
El ejercicio profesional de la abogacía constituye un servicio necesario e
indispensable para la realización en plenitud de la Justicia. Nuestro
ordenamiento legal así lo ha entendido y reconocido explícitamente al exigir
para los abogados trato similar al de los magistrados (art. 58, Código Procesal).
De tal manera, aquellas decisiones emanadas de alguno de los órganos del
Poder Judicial que de alguna forma afecten aquel servicio, justifican la
intervención de la Corte en uso de sus facultades en grado sumo (Disidencia
de los doctores Fayt, Nazareno, Moliné O'Connor y Boggiano) (CS, 1994/10/04,
"Andrada, Pablo S. c. Constructora Marte S. A.", La Ley, 1995-A, 309. - DJ,
1995-1-569.

CAPITULO IV -- Rebeldía

Rebeldía. Incomparecencia del demandado no declarado rebelde

Art. 59. -- La parte con domicilio conocido, debidamente citada, que no compareciere
durante el plazo de la citación o abandonare el juicio después de haber comparecido,
será declarada en rebeldía a pedido de la otra.
Esta resolución se notificará por cédula o, en su caso, por edictos durante dos días. Las
sucesivas resoluciones se tendrán por notificadas por ministerio de la ley.
Si no se hubiere requerido que el incompareciente sea declarado rebelde, se aplicarán
las reglas sobre notificaciones establecidas en el 1er párr. del art. 41.
1. Principio general
Se denomina rebelde a la persona que debiendo ser parte en el proceso
(o siendo parte, abandona la litis) deja transcurrir el plazo del emplazamiento
haciendo caso omiso a su deber de comparecimiento y estar a derecho. Esta
renuencia o desobediencia a la intimación judicial se castiga con el estado de
"rebeldía" si la parte contraria lo solicita.
El principio obedece a la vigencia irrestricta del principio de bilateralidad
y contradicción, de manera que si todo proceso debe constituirse entre dos
partes antagónicas con iguales posibilidades de alegación y prueba; cuando
una de ellas reniega contradecir, es preciso crear una figura sustitutiva que se
desarrolla bajo el sofisma de la ausencia provocada.
Es decir, rebelde es quien, habiendo tenido la oportunidad de
comparecer y constituirse en parte; o siendo "justa parte" abandona el proceso,
y por tanto deja de controvertir en la litis provocando consecuencias en los
actos alegados y/o afirmados por su contraria.
Está en claro que la declaración de rebeldía no es procedente si el
demandado es incierto, pues en dicho supuesto procede la citación por edictos
con arreglo a lo preceptuado en el art. 343 del Código Procesal (CNCiv., Sala
F, 1996/02/15, "Vera Sánchez, Fernando y otro c. Ristori de Fishburne, Lydia
E., sucs. y otro", La Ley, 1997-D, 45).
De igual modo, recuerda Fenochietto (ob. cit., pág. 261) un fallo clásico
de la Corte Nacional, según el cual no se puede declarar rebelde al demandado
que, dentro del plazo legal, ocurre al juez que considera competente solicitando
la inhibitoria de quien lo citó, y que los procedimientos cumplidos hasta la
decisión de la inhibitoria no produden efecto perjudicial alguno en su contra
(Fallos, 3:312).
Abreviando, la declaración de rebeldía es una facultad procesal de la
parte que quiere aprovechar la resistencia a controvertir de su oponente y, en
consecuencia, solicita al Juez que así lo declare.
Son requisitos para tal declaración, además del pedido de la parte: a)
que quien vaya a ser parte en el proceso tenga domicilio conocido donde
resulte citada fehacientemente por algunos de los medios autorizados por el
código procesal; b) que haya transcurrido el plazo otorgado en el
emplazamiento; c) que se haya notificado la providencia que lo declara rebelde.
De no mediar este requerimiento, el proceso continuará en ausencia y
con los efectos del incomparecimiento; esto es que se aplicarán los efectos del
art. 41 y no los del art. 60.
Precisamente la diferencia entre rebeldía y ausencia es nimia, al punto
que se afirma que la rebeldía no importa sanción alguna contra el rebelde, pues
las partes no tienen la obligación ni el deber de comparecer al proceso, sino
que se trata de una carga procesal establecida en su propio interés. En la ley
ritual no sólo se confirma la facultad acordada a los jueces en el caso de la
contestación a la demanda, sino que se le agrega en contra del remiso una
presunción iuris tantum (CNFed. Civ. y Com., Sala III, 1993/11/30, La Ley,
1994-B, 446).

Efectos

Art. 60. -- La rebeldía no alterará la secuela regular del proceso.


El rebelde podrá oponer la prescripción en los términos del art. 346.
La sentencia será pronunciada según el mérito de la causa y lo establecido en el art. 356,
inc. 1. En caso de duda, la rebeldía declarada y firme constituirá presunción de verdad
de los hechos lícitos afirmados por quien obtuvo la declaración.
Serán a cargo del rebelde las costas causadas por su rebeldía.

1. Secuela regular del proceso


La expresión poco feliz que tiene el código, significa que impera el
principio de celeridad, el cual implícitamente refiere a la actividad progresiva y
continua del proceso hasta llegar a la sentencia.
La deserción del actor, como la renuencia del demandado a comparecer
o el abandono de estas en instancias más avanzadas de la litis, no retrotraen la
causa, que sigue normalmente su cursoa partir de las declaraciones de
rebeldía.
No obstante, se ha dicho que ante la existencia del derecho de impugnar
que le asiste al acreedor concursal, en tutela de su interés en percibir una
cuota mayor en una eventual distribución de activo, el a quo debió ponderar si
podía razonablemente atribuir a la ausencia de su participación activa en
aquella sede, el efecto de haber renunciado a la defensa de un interés que,
como el de cuestionar los alcances de la obligación que a título personal se le
reclama, no podría ser renunciado ni defendido en aquél ámbito. Así, el ciego
apego a la letra de la ley sin atender a su contexto, llevó al Juez a considerar
juzgada una pretensión cuya diversidad de contenido con la efectivamente
decidida excluía, por un lado, la posibilidad de que con ella se reeditara una
controversia agotada con la secuela regular del proceso y por el otro,
trasuntaba la falta de idoneidad del segundo de los planteos efectuados para
alterar los efectos del pronunciamiento anteriormente dictado en la causa con
efectos definitivos (Del voto en disidencia del doctor Moliné O'Connor. -En el
caso, de conformidad con lo dispuesto por el art. 280 del Código Procesal, se
declaró inadmisible el recurso extraordinario, cuya denegación originó la queja
(CS, 1997/04/01, "Banco de la Ciudad de Buenos Aires c. García, Héctor R.",
La Ley, 1997-C, 493).

2. Defensas que puede oponer el rebelde


El segundo párrafo de la norma en comentario es sobreabundante,
porque si el rebelde consigue demostrar la nulidad del emplazamiento, la
declaración que aplica el instituto del art. 59 cae y retrotrae la causa al tiempo
primero donde el demandado puede alegar y probar todas las defensas
previstas en este código, incluida la prescripción.

3. Mérito de la causa
El código señala que la rebeldía declarada constituye una presunción de
reconocimiento sobre los hechos pertinentes y lícitos a que la demanda se
refiere, de modo tal que la sentencia se dictará según esta pauta y el mérito
que ella merezca.
Inmediatamente se argumenta que en caso de duda, la rebeldía
declarada y firme constituirá presunción de verdad de los hechos lícitos
afirmados por quien obtuvo la declaración.
Esta duda se vincula con cuestiones fácticas que provienen de la
dificultad de probar los hechos que se afirmen.
Se observa, entonces, cuál es la dualidad de criterios. Mientras por un
lado se dispone que la rebeldía crea una presunción de certeza sobre los
hechos lícitos; por otro se argumenta que el proceso obtendrá sentencia según
el mérito implícito que el mismo tenga.
En la jurisprudencisa existe similaer vacilación. Algunos entienden que
no hay rebeldía por existir alguna otra presentación del demandado que lo
tenga por comparecido; la falta de oportuna contestación debe valorarse como
un reconocimiento tácito de la versión del actor (CNCiv., Sala D, 1998/05/13,
"Carlevarino, Guillermo A. c. Silvestre, Sergio y otros", La Ley, 1999-D, 212,
con nota de Héctor Eduardo Leguisamón - DJ, 1999-3-43).
Decretada la rebeldía, el juez queda eximido de efectuar una adecuada
valoración de los elementos de juicio incorporados al proceso, según el mérito
de la causa y lo dispuesto por el art. 356 inc. 1º, del Código Procesal.
(CNCom., Sala A, 1998/04/08, "Mayo, Miguel C. c. Hilu, José y otro", La Ley,
1999-B, 267).
En cambio otros sostienen que la rebeldía no implica "ipso iure" la
admisión de las pretensiones expuestas por el actor, sino tan sólo en aquéllos
supuestos en los cuales dicho reclamo sea justo y se encuentre acreditado en
legal forma (CNCom., Sala A, 1998/06/10, "Bocalandro, Norberto H. y otra c.
Villa Muhueta S. A. y otros", La Ley, 1998-F, 183).
Por eso se agrega que, la falta de contestación de la demanda y la
rebeldía del imputado sólo tienen efectos atendiendo a la naturaleza de la
pretensión debatida, a su legitimidad y a los elementos de convicción aportados
(CNCiv., Sala A, 2000/04/26, "Chapar de Becerra, María J. c. Instituto Nac. de
Servicios Sociales para Jubilados y Pensionados", La Ley, 2000-F, 983
(43.219-S) - DJ, 2001-1-666).
De igual modo se agrega que las presunciones legales que genera el
estado de rebeldía en modo alguno impide al juzgador evaluar la viabilidad de
la acción y acceder a ellas si estuviesen debidamente acreditadas (CNCiv.,
Sala K, 1998/08/07, "Barret Viedma, Alberto P. c. Cambiasso, Delfo C. V.", La
Ley, 2000-A, 163 - DJ, 2000-1-449).
En síntesis, parece mayoritaria la tendencia que indica que la rebeldía
no implica, de pleno derecho, la recepción de todo el contenido de la demanda.
En efecto, el juez no debe tomar una decisión favorable a la petición del actor
sino sólo cuando la misma es justa y se encuentra acreditada en forma legal.
(CNCom., Sala A, 1999/04/12, "Zambrana Ríos, Pablo c. Embatec Kjarkas S.
R. L.", La Ley, 2000-C, 63 - DJ, 2000-2-58).
Una pequeña diferencia se establece cuando se afirma que, una vez
declarada la rebeldía, siempre que lo haya sido por incomparecencia a la
citación para contestar la demanda y no por abandono del juicio después de
contestada, los hechos expuestos en el escrito de inicio tienen el beneficio legal
de presunción de verdad, por disposición expresa de la ley y no por delegación
de ella al arbitrio del Juez. Esta presunción sólo habrá de funcionar en caso de
duda, es decir, que todo lo expuesto en la demanda se presume en principio
cierto, salvo las circunstancias de su inverosimilitud, contradicción o falsedad
(CNFed. Civ. y Com., Sala III, 1993/11/30, La Ley, 1994-B, 446).
Podemos concluir así, en la inseguridad que tiene el abogado frente a
tamaña divergencia, e inclusive en el riesgo que asume de solicitar la
declaración de puro derecho y creerse beneficiado con la pauta de
reconocimiento ficto que ha obtenido. Quizás sea más recomendable tramitar el
proceso con los efectos del incomparendo, que como veremos
inmnediatamente, es muy similar respecto a lo que se obtiene con la
declaración de rebeldía.

4. Extensión y excepciones
El litisconsorcio necesario implica la existencia de una sola pretensión
con pluralidad de sujetos eventualmente legitimados y esto produce diversas
consecuencias respecto de los actos procesales cumplidos por cada uno de
ellos. Así, las defensas opuestas por uno de los litisconsortes, sea que se
funden en hechos comunes o individuales, favorecen a los demás; las
alegaciones y pruebas aportadas por los litisconsortes deben ser valoradas en
conjunto, aun cuando resulten contradictorias. Por ello, la contestación de
demanda formulada por uno de los litisconsortes beneficia al restante con lo
que no incurre en la presunción que emana de la rebeldía del litisconsorte que
omitió contestar individualmente la acción (CNTrab.,Sala III,1998/12/30,
"Gómez, Diego M. c. Vázquez, José A. y otro", DT, 1999-A-1143).
En los juicios de divorcio, por ejemplo, se sostiene que la confesión ficta
de la demanda en juicio de divorcio no basta para acreditar la inocencia del
actor, y la sola rebeldía no resulta suficiente para tener por reconocidos los
hechos. En tales supuestos, por tanto, no se configura la prueba compuesta
que requiere La Ley para la atribución de culpa a alguno de los cónyuges
(CNCiv., Sala M, 1996/12/26, "C., M. E. D. c. G., J. A.", La Ley, 1997-E, 1036
(39.884-S).
Criterio que coincide con el que afirma que en los procesos en que se
ventilan cuestiones de orden público, como ocurre en los juicios contenciosos
de divorcio, por incidencia del principio consagrado en el art. 232 del Código
Civil, la rebeldía declarada y firme no constituye presunción de verdad de los
hechos afirmados por quien obtuvo la citada declaración (CNCiv., Sala E,
1995/11/07, "M. S. c. R., V. D.", La Ley, 1998-D, 881 (40.663-S)
Asimismo, la rebeldía en la prueba de posiciones es suficiente por sí
sola para tener por ciertos los hechos aducidos y no desvirtuados aunque
hayan sido negados en la demanda o contestación (CNCiv., Sala C,
1999/02/23, "Rusi de Autunno, Olga R. c. S.O.S. Emergencia Médica
Domiciliaria S. A. y otro", La Ley, 2000-C, 917 (42.718-S)

5. Imposición de costas
La norma del art. 60 "in fine" del Código Procesal, según la cual serán a
cargo del rebelde las costas causadas por su rebeldía, no altera la del art. 68
del mismo cuerpo legal, ya que las costas del proceso deben ser impuestas
conforme lo prevé este ultimo artículo, pues el mencionado art. 60 comprende
exclusivamente los gastos que hubiera ocasionado a la otra parte la
incomparecencia o el abandono de la parte declarada en rebeldía (CNCom.,
Sala D,1997/11/03, "Fortune, María J. c. Soft Publicidad S. A. y otro", La
Ley,1999-F, 781 (42.188-S) - ED, 180-307).
Por eso, en la liquidación o tasación de costas, deberá segmentarse los
gastos ocasionados por la rebeldía -que son siempre a cargo de quien los
provocó-, de los demás costos y erogaciones que en la litis se ha invertido,
pues a este respecto el instituto de las costas procesales, obra como una
sanción que castiga al contumaz.

Prueba

Art. 61. -- A pedido de parte, el juez abrirá la causa a prueba, o dispondrá su producción
según correspondiere conforme al tipo de proceso; en su caso, podrá mandar practicar
las medidas tendientes al esclarecimiento de la verdad de los hechos autorizadas por
este Código.

1. Apertura a prueba
La declaración de rebeldía confiere al juez un aumento de sus facultades
de dirección personal y le permite aplicar su criterio de libre apreciación para
establecer si la presunción favorable a la parte que obtuvo la declaración de
rebeldía se corrobora con la prueba ofrecida en apoyo de la acción instaurada.
Si existe contradicción entre los hechos presumidos y otras constancias
del juicio, aunque se haya solicitado la declaración como de puro derecho, el
Juez podrá ordenar que se produzca la prueba.
Pero si estas constancias producen plena convicción en el juez, éste
tendrá que atenerse a ellas, y ordenar el traslado pertinente a la declaración de
puro derecho.
No obstante, tenga en cuenta el lector lo dicho en el artículo precedente
respecto a la inseguridad actual para adoptar tal decisión, y confiarse en la
suficiencia de la presunción creada por la rebeldía.
De todos modos se ha dicho que, ante la rebeldía de la demandada y
sus efectos y a la luz de la prueba documental acompañada consistente en el
certificado de saldo deudor efectuado por el contador y suscripta por el gerente
del banco acreedor, no cabe exigir la incorporación de los cupones que
acreditan cada gasto realizado con la tarjeta de crédito con la cual se operaba
sobre la cuenta corriente, pues si el deudor no lo ha creído necesario y ha
reconocido aunque más no sea formalmente la deuda, resulta sobreabundante
que sea el juez quien imponga dicha exigencia (Del fallo de segunda instancia
(C1ª .Civ. y Com. Mar del Plata, Sala II, 1997/05/15, "Banco Integrado
Departamental Coop. Ltdo. c. Alvarez, Elva B.", LLBA, 1997-1095, con nota de
Juan M. Farina).
Asimismo, se afirma que si bien la falta de contestación de la demanda y
declaración de rebeldía en el juicio de divorcio son insuficientes para acreditar
la configuración de la causal invocada por la actora -en el caso, separación de
hecho sin voluntad de unirse por un período continuo superior a 3 años-,
cuando existen en el proceso elementos de convicción demostrativos de la
causal, las consecuencias previstas por los arts. 60 y 356 del Código Procesal
no pueden soslayarse. Así, aportada la prueba de esos hechos que revelan la
configuración de la causal de divorcio, el juez evalúa la entidad del
reconocimiento ficto o de la presunción consagrada en el mencionado art. 60.
(CNCiv., Sala C, 1997/10/21, "S. Z., M. B. c. A., M. R.", La Ley, 1998-B, 35).
La tendencia mayoritaria dice que eEn los supuestos de rebeldía
corresponde determinar si los hechos en que se apoya el derecho pretendido
se encuentran acreditados mediante la prueba producida. (CNFed.
Contenciosoadministrativo, Sala I, 1998/08/06, "Casa de Moneda Sociedad de
Estado c. Municipalidad de Alta Gracia", La Ley, 1999-B, 356).
En consecuencia, el juez debe valorar la prueba, por lo que deberá
determinar si los hechos reconocidos como consecuencia de la confesión ficta
aparecen o no desvirtuados (CFed.Mar del Plata, 1997/04/03, "Alonso, Alberto
J. c. Esdipa S. A.", La Ley, 1998-F, 836 (40.947-S).
Criterio que confirma el superior tribunal bonaerense cuando dice que la
rebeldía del principal no impone que se tengan por ciertos los hechos
expuestos en el escrito inicial ya que al accionante corresponde su prueba.
(SCBs.As., 1998/04/14, "Ibarra, Miguel S. c. Rotocalco S. A.", DJBA, 155-
3588).

Notificación de la sentencia

Art. 62. -- La sentencia se hará saber al rebelde en la forma prescripta para la notificación
de la providencia que declara la rebeldía.
1. Régimen de notificaciones
La notificación al rebelde se debe practicar en su domicilio real. En el
caso de haberlo cambiado, y no ser posible efectiva la investigación de
paradero, se autoriza la publicación de edictos durante dos días, en un diario
de circulación dentro de la jurisdicción del domicilio donde se debe notificar.
La circunstancia de estar previamente notificado en un domicilio
conocido donde se ha recibido el emplazamiento, es suficiente para tener por
garantido el derecho a la contradicción; y es bastante para diferencia este
supuesto de la notificación por edictos al ausente que posibilita la designación
de Defensor oficial.

Medidas precautorias

Art. 63. -- Desde el momento en que un litigante haya sido declarado en rebeldía podrán
decretarse, si la otra parte lo pidiere, las medidas precautorias necesarias para asegurar
el objeto del juicio, o el pago de la suma que se estime en concepto de eventuales costas
si el rebelde fuere el actor.

1. Efectos de la rebeldía y del incomparendo


La opción que tiene la parte para requerir la rebeldía, o aplicar al
renuente de comparecer las consecuencias del art. 41, tiene a los efectos de
lograr medidas precautorias, iguales posibilidades.
En efecto, con la declaración de rebeldía (o aplicando lo dispuesto por el
art. 212 inciso 2º último párrafo) se podrá requerir embargo sobre bienes del
contumaz; pero la cautela debe diferenciar:
a) si el rebelde es el demandado, la precatoria perseguirá garantizar el
eventual cumplimiento de una sentencia condenatoria;
b) si la rebeldía es del actor, la única finalidad será para aplicar la
cautela al pago de las costas que origina la rebeldía;
c) mientras que si el proceso tramita en ausencia, la cautela dispuesta
por los efectos del art. 356 inciso 1º o del art. 63 (rebeldía, propiamente dicha),
no obliga al Juez a decretar automáticamente la medida, pues está facultado
para resolver sobre los presupuestos de procedencia de la misma.

2. Requisitos
Las medidas cautelares proceden únicamente si la parte lo solicita.
Por eso resulta innecesario esperar el resultado del beneficio de litigar
sin gastos para decretar la medida cautelar solicitada, por cuanto la rebeldía
invierte la presunción de verosimilitud a favor del actor, quien tampoco debe
demostrar el peligro en la demora ni prestar contracautela en virtud de la
exoneración de responsabilidad prevista por el art. 208 del Código Procesal
(CNCiv., Sala A, 1994/02/08, "Muller, Erwin c. Giulano, Antonio H.", La Ley,
1994-C, 580, J. Agrup., caso 9811).

Comparecencia del rebelde

Art. 64. -- Si el rebelde compareciere en cualquier estado del juicio, será admitido como
parte y, cesando el procedimiento en rebeldía, se entenderá con él la sustanciación, sin
que ésta pueda en ningún caso retrogradar.

1. Comparecimiento del rebelde


El principio general es la continuidad de la causa a pesar del
comparecimiento del rebelde. Este la toma en el estado que se encuentra y
desde allí podrá, alegar cuanto corresponda a la etapa procesal del trámite;
controlar la prueba; alegar sobre ella, etc. siempre que esas acciones no
signifiquen retrotraer el proceso a etapas superadas.
Exixten solamente dos excepciones a este principio: a) que la
notificación practicada en el domicilio que se denunció como conocido, no sea
correcto y, por esta causa, la declaración de rebeldía esté afectada en su
procedencia legal; b) existieran causas manifiestamente verosímiles y
suficientemente fundadas que hubieran impedido al rebelde comparecer en
tiempo y forma.
Se ha dicho que el rebelde que se presenta en juicio, no puede oponer
defensas sustanciales ni tampoco hacer valer derechos susceptibles de ser
alegados al momento de contestar la demanda. Una solución distinta implicaría
modificar los términos de la relación procesal, con el consiguiente retroceso del
procedimiento y otorgamiento de una ventaja indebida en perjuicio de la
contraria (CNCom., Sala A, 1998/12/30, "Mahosa Bursátil S. A. c. Garavaglia,
Ricardo y otros", La Ley, 1999-B, 545 - DJ, 1999-2-320).

2. Excepciones
El comparecimiento tardío significa cesar el estado de rebeldía, recobrar
las facultades de control directo del proceso y actuar en él a partir del tiempo
que lo tiene por presentado.
Pero él podrá retrotraer la causa si demuestra, en trámite incidental, que
la notificación practicada es nula y, por tanto, deberá anularse lo actuado desde
el momento que en el vicio se concretó.
Asimismo, si consigue probar que han existido causas de fuerza mayor,
u otras que supongan una dificultad que no haya estado a su alcance vencer, el
proceso puede anular lo obrado desde el tiempo en que se lo declaró rebelde.
De todas maneras, la regresión que se consiga no permite modificar los
términos de la relación procesal, de manera que el declarado contumaz no
puede oponer defensas que sólo estuvo facultado para plantear en la
contestación de la demanda.

Subsistencia de las medidas precautorias

Art. 65. -- Las medidas precautorias decretadas de conformidad con el art. 63,
continuarán hasta la terminación del juicio, a menos que el interesado justificare haber
incurrido en rebeldía por causas que no hayan estado a su alcance vencer.
Serán aplicables las normas sobre ampliación, sustitución o reducción de las medidas
precautorias.
Las peticiones sobre procedencia o alcance de las medidas precautorias tramitarán por
incidente, sin detener el curso del proceso principal.

1. Vigencia inalterable de las cautelares obtenidas


Las medidas precautorias ordenadas a partir de la declaración de
rebeldía en virtud de los efectos del art. 60 y conforme al art. 63, son
inalterables y no se pueden revocar por la sola comparecencia del rebelde.
Este podrá solicitar la sustitución o la reducción, y en casos
excepcionales la ampliación (v.gr.: extensión de la cautela a un litisconsorte),
pero en muy pocas situaciones podrá solicitar el levantamiento.
Las excepciones, como en el artículo anterior, dependen de las
nulidades formales o sustanciales que se denuncien. Si el vicio apunta a
demostrar la nulidad absoluta del proceso, las precautorias caen pues ellas se
dictan aplicando el art. 63, que refiere a actos que se anulan tras el planteo de
nulificación que hipotéticamente se declare procedente.
Mientras que si las causas alegadas refieren a circunstancias que el
rebelde no haya podido resolver, pese a su voluntad de comparecimiento (v.gr.:
caso fortuito o fuerza mayor), la prueba sumaria desenvuelta en el incidente
que al efecto se forme, es causa suficiente para lograr la revocatoria cautelar.

Prueba en segunda instancia

Art. 66. -- Si el rebelde hubiese comparecido después de la oportunidad en que ha


debido ofrecer la prueba y apelare de la sentencia, a su pedido se recibirá la causa a
prueba en segunda instancia, en los términos del art. 260, inc. 5, apart. a).
Si como consecuencia de la prueba producida en segunda instancia la otra parte
resultare vencida, para la distribución de las costas se tendrá en cuenta la situación
creada por el rebelde.
1. Apertura a prueba en 2ª instancia
Si el principio de la rebeldía es la continuidad permanente del trámite, sin
que la presentación tardía haga regresar las actuaciones; el ofrecimiento tardío
de la prueba solamente se podrá concretar al tiempo de expresar agravios.
Igual sucede con la denuncia de hechos nuevos.
Ahora bien, con la reforma procesal puede suceder que el Juez en la
audiencia preliminar elimine prueba que considere superflua frente a la
presunción de recomocimiento que surge implícita en el art. 60 y 356 inciso 1º.
En tal caso, debe aclararse que para solicitar la apertura a prueba en 2ª
instancia será necesario que el hecho cuya verificación se pretende en esta
oportunidad, hubiera podido ser verificado o llegado al conocimiento del
rebelde con posterioridad a la oportunidad que establece el art. 365; es decir,
vencido el plazo de cinco días contados desde la notificación del auto que abrió
la causa a prueba (Cfr. CNCom., Sala D, 1988/8/22, La Ley, 1990-A, 465 con
nota de Juan Pedro Colerio).

2. Costas
Las costas se rigen en nuestro sistema procesal por el principio objetivo
de la derrota, pero existen numerosas contingencias y causales expresas que
admiten modificar este temperamento. En tal caso, se habla de la
consideración subjetiva para la imposición de gastos causídicos.
Este es uno de esos casos, donde el rebelde consigue variar la
sentencia condenatoria de primera instancia y, en consecuencia, se convertiría
en victorioso y beneficiario en costas, de seguirse el principio general.
Sin embargo, el código advierte al Juez que la conducta originaria de la
parte puede ser causa bastante para arribar a un resultado que a la postre se
modifica, y por tanto, el error ab initio debe juzgarse para ordenar la distribución
de costas.

Inimpugnabilidad de la sentencia

Art. 67. -- Ejecutoriada la sentencia pronunciada en rebeldía, no se admitirá recurso


alguno contra ella.

1. Doctrina de los actos propios


La doctrina de los propios actos constituye, en los términos del artículo
16 del Código Civil, un principio general del derecho. Como tal, los jueces
deberán aplicarlo en cada oportunidad que consideren reunidos sus elementos
estructurales, partiendo de que es inadmisible que un litigante pretenda
fundamentar su acción, aportando hechos y convicciones de derecho que
contradigan sus propios actos; es decir que asuma una actitud que lo venga a
colocar en oposición con su anterior conducta.
De esta pauta surge que una de las partes va contra sus propios actos
cuando intenta oponerse al progreso de una sentencia firme y en ejecución,
cuando en las etapas anteriores hizo voluntario abandono del proceso, o
directamente decidió no litigar y mantenerse en rebeldía
Ello es así por cuanto no sólo la buena fe sino también la seguridad
jurídica se encontrarían gravemente resentidas si pudiera lograr tutela judicial
la conducta de quien traba una relación jurídica con otro y luego procura
cancelar parcialmente sus consecuencias para aumentar su provecho (CN
Contenciosoadministrativo, Sala IV, 1996/12/31, J.A. 1999-III, síntesis).
No obstante, Fenochietto y Palacio coincidentemente sostienen que al
rebelde le queda cualquiera de los recursos extraordinarios (inconstitu-
cionalidad, inaplicabilidad de ley).

CAPITULO V -- Costas

Principio general

Art. 68. -- La parte vencida en el juicio deberá pagar todos los gastos de la contraria, aun
cuando ésta no lo hubiese solicitado.
Sin embargo, el juez podrá eximir total o parcialmente de esta responsabilidad al
litigante vencido, siempre que encontrare mérito para ello, expresándolo en su
pronunciamiento, bajo pena de nulidad.

1. Principio objetivo y subjetivo en la imposición de costas


El sistema federal determina que, quien pierde paga, es decir, asume la
totalidad de los gastos causados u ocasionados por la sustanciación del
proceso y los que se hubiesen realizado para evitar el pleito (art. 77, CPC).
Mas allá de la rigurosidad técnica y la determinación puramente objetiva
que califica al responsable por las costas procesales, lo cierto es que en la
práctica se ha advertido una importante secuencia de situaciones donde el juez
hecha mano de la segunda parte del artículo 68 del código procesal, variando
el sistema del vencimiento puro y simple, por la apreciación subjetiva de las
circunstancias de la causa, permitiéndole llegar a una mejor y mas adecuada
distribución de los gastos causídicos (Cfr., Osvaldo Alfredo, Costas Procesales,
2ª edición, editorial Ediar, Buenos Aires, 1998).
Brevemente consideradas cada una de las teorías elaboradas sobre la
naturaleza jurídica que tiene la condena en costas advierten el desplazamiento
de los intereses económicos que se vierten en un proceso.
Inicialmente, la teoría subjetiva de la pena constituye la piedra de toque
de la responsabilidad por daños procesales, es decir, que el litigante que obra
en juicio culpablemente, se encuentra obligado a responder por todos los
gastos que la contraparte debió sufragar en su defensa.
Difiere de la teoría de la culpa en que esta centra la responsabilidad en
principios de corte civilista, mientras la teoría subjetiva se ocupa solamente de
la responsabilidad por los gastos habidos en el proceso.
Cuando la actividad urdida refleja el ejercicio de una causa injusta, las
costas son impuestas en base a la temeridad del justiciable. Aquél que se
aprovecha del proceso, actuando a sabiendas de su propia sinrazón, resulta
castigado por ello.
Enlazando ambas teorías, la del resarcimiento, contempló la condena en
costas del vencido que obró imprudentemente. En cambio, la teoría de la culpa
se preocupa mas por aseverar el carácter civil de la condena, amparándose en
las disposiciones del art. 1382 del Código Napoleón (cfr. art. 1109,CC) en
cuanto responsabiliza la conducta negligente o culposa.
Desde otra perspectiva, las teorías objetivas critican estas ideas
esbozadas superficialmente, para indicar que, en realidad, la empresa procesal
de un pleito supone la asunción de riesgos basados en el presupuesto de que
todo proceso entraña necesariamente gastos, los que tendrá que afrontar quien
resulte vencido; prescindiendo, consecuentemente, de factores subjetivos para
determinar la imposición.
Sociológicamente hay causas que inciden también en la ponderación de
las costas. Una de ellas concibe la habitualidad litigiosa, que significa tener al
proceso contencioso como única vía de respuesta al conflicto. Inmediatamente
aparece el apego profesional hacia el recurso judicial, contingencia que
demuestra la escasa preocupación por los medios alternativos para resolver
conflictos en sede extrajudicial
De este modo, el sistema del vencimiento puro y simple torna al proceso
en una empresa de riesgo, no solo por la ineficacia del servicio jurisdiccional,
sino también por el altísimo desnivel que padece la prestación del trabajo
profesional.
Por eso, coincidimos con Berizonce en que "si se abandonara el
principio objetivo de la derrota, estableciéndose como regla la adjudicación
<<por el orden causado>> -y sin perjuicio de su inversión en caso de temeridad
o malicia- cada parte asumiría el costo de su defensa. Ello facilitaría la libre
concertación de las retribuciones de los abogados y, cabe suponer, la
disminución del referido costo" (Berizonce, Roberto Omar, El costo del proceso
(Como sacrificio para el erario y como impedimento para el acceso a la justicia,
Ponencia al XVIII Congreso Nacional de Derecho Procesal, Santa Fe, 1995,
publicado en JA, revista del 29/3/95 nº 5926).

2. Aplicación de las teorías en la jurisprudencia


Si bien el ordenamiento procesal vigente consagra el principio objetivo
de la derrota como base de la imposición de costas, éste no es absoluto, pues
el art. 68, párrafo 2º del Código Procesal importa una sensible atenuación al
otorgar a los jueces un adecuado marco de arbitrio que debe ser ponderado en
cada caso particular y siempre que resulte justificada tal exención (CNCiv.,
Sala A, 1997/03/10, "Hourcade de Roldán, Irma L. y otro", La Ley, 1997-D, 872,
J. Agrup., caso 11.714).
El que pierde paga no es un principio absoluto. Ello así, pues el propio
Código Procesal contempla distintas excepciones, algunas impuestas por la ley
y otras libradas al arbitrio judicial, tal como la dispuesta por el art. 68 en su párr.
2º, norma que importa una sensible atenuación del principio general al acordar
a los jueces un adecuado marco de arbitrio, que deberá ser ponderado en cada
caso particular y siempre que resulte justificada la exención (CNCiv., Sala A,
1995/03/08, "S., C. c. R., R. M.", La Ley, 1995-D, 238).
El ordenamiento procesal vigente adhiere al principio objetivo de la
derrota como base para la imposición de la condena en costas. Sin embargo,
tal principio no es absoluto, pues el art. 68, párr. 2º del Código Procesal
contempla distintas excepciones, algunas impuestas por la ley y otras libradas
al arbitrio judicial. (CNCiv., Sala A, 1997/11/04, "Ch., V. H. y otros c. Pasper S.
A.", La Ley, 1998-C, 218).
Algunas de estas excepciones se observan cuando se declara que la
condena en costas a quien ha resultado vencedor en el proceso constituye una
excepción que contraría el principio general contenido en el art. 68 del Código
Procesal y que, como tal, debe ser aplicada en forma restrictiva. (CNCiv., Sala
A, 1996/12/19, "B., M. M. c. H., H.", La Ley, 1998-B, 921, J. Agrup., caso
12.503).
Asimismo se ha dicho que la eximición de costas que autoriza la parte 2ª
del art. 68 es aplicable cuando existe divergencia jurisprudencial, pues tal
situación bien pudo inducir al vencido a considerarse con derecho para
peticionar como lo hizo en ambas instancias (CNCiv., Sala A, 1996/11/12,
"Bechara, Eduardo c. Municipalidad de Buenos Aires", La Ley, 1997-C, 947
(39.459-S)
También procede la eximición de costas cuando "media razón fundada
para litigar", expresión que contempla aquéllos supuestos en los cuales las
particularidades del caso permiten concluir que el vencido ha actuado sobre la
base de una convicción razonable acerca del hecho invocado en el litigio.
(CNCiv., Sala E, 1995/11/08, "Fenocchio, Julio A. y otros c. Galván,
Raimundo", La Ley, 1996-D, 856 (38.848-S).
Se considera que "media razón fundada para litigar", cuando por las
particularidades del caso, cabe considerar que el vencido actuó sobre la base
de una convicción razonable acerca del hecho invocado en el litigio. No se trata
de la mera creencia subjetiva del litigante en orden a la razonabilidad de su
pretensión, sino de la existencia de circunstancias objetivas que demuestren la
concurrencia de un justificativo para eximirlo de costas (CNCiv., Sala E,
1997/08/28, "Rosas, Raúl A. c. Freiría, Juan M. y otro", La Ley, 1999-E, 953, J.
Agrup., caso 14.284).

3. La calidad procesal de vencedor


Dado que las costas en general, y la condena en costas en particular,
suponen generar un crédito en favor de quien triunfa en el proceso, la calidad
de "vencedor" se convierte en una categoría procesal que requiere: a) tener al
victorioso como parte en el proceso; b) que hayan prosperado sus prerensiones
o defensas, total o parcialmente; c) que exista una decisión judicial expresa
imponiendo a la contraparte la asunción de los gastos causídicos.
Los efectos sustanciales que provoca dicho carácter se relacionan con la
posibilidad de exigir, una vez firme y consentida la imposición, el pago
inmediato del crédito.
El derecho conseguido le permite también perseguirlas compul-
sivamente, en el mismo proceso o promoviendo otro, con la factibilidad para
que se dicten medidas asegurativas como embargos, inhibiciones, etc., sobre
los bienes o sobre las persona que resulte deudor.
En síntesis, el vencimiento depende del resultado obtenido en el
proceso, o en un trámite o incidencia de él. Su consideración es objetiva,
excluyendo necesariamente la ponderación de todo componente subjetivo.

4. Calidad procesal de vencido


Las exigencias procesales que reviste la calidad de vencedor son
aplicables a la condición de vencido; sin embargo, la calidad de derrotado no
siempre es de fácil deducción, ni permite sentar principios generales. La
dificultad aumenta por la misma incertidumbre que tiene el desarrollo del
proceso, por eso esta inseguridad le permite al Juez eximir al vencido, total o
parcialmente, de las costas procesales, requiriendo para ello la explicación del
mérito encontrado para resolver en tal sentido.
Pero en realidad, la condición de vencido no puede tener una lectura
común, pues las posibilidades que tiene un proceso permite que la parte pueda
ser vencedora o vencida según la decisión judicial que se adopte en distintos
momentos del proceso.
En razón de ello, las costas son un instituto diferenciado de la sentencia
definitiva o de la interlocutoria que resuelve un conflicto particular; gozan de
autonomía, al punto que se puede encontrar un vencido en el fondo de la
cuestión considerada, y ser exonerado de los gastos causídicos en atención a
las contingencias que ponderan se llegue a esta decisión.
En consecuencia, el principio objetivo de la derrota determina el criterio
general; pero no lo condiciona, pues el magistrado puede variar la victoria en lo
principal, condenando en lo accesorio.

5. El caso del fiador


Quien se obliga como fiador, liso, llano, solidario y principal pagador,
codeudor de las obligaciones del locatario, asume una obligación solidaria y
está obligado al pago de los gastos causídicos originados en el proceso
seguido contra el afianzado (CNCiv., Sala B, 1996/06/25, "Bruzzone, Rubens
O. c. Mourente, Ester", La Ley, 1997-C, 579).
Si el fiador se obligó convencionalmente al pago de los gastos
causídicos pero no se le dio intervención como parte en el desalojo ni se
estableció en la sentencia que ésta se hacía extensiva a su respecto con
relación al pago de las costas, no corresponde que en la etapa de ejecución se
altere su condición (CNCiv., Sala B, 1997/04/17, "Simonian, José C. c. Pía,
Oscar A.", La Ley, 1997-D, 76 - DJ, 1997-3-335).
El beneficio de litigar sin gastos sólo exime de abonar los gastos
causídicos mientras no mejore de fortuna el solicitante, pero ello no implica que
las costas no puedan ser impuestas a su cargo según el éxito o fracaso de las
distintas pretensiones esgrimidas (CNCiv., Sala C, 2000/02/17, "L., M. A. c. M.,
H. A.", ED, 189-298).

Incidentes

Art. 69. -- En los incidentes también regirá lo establecido en el artículo anterior.


No se sustanciarán nuevos incidentes promovidos por quien hubiere sido condenado al
pago de las costas en otro anterior, mientras no satisfaga su importe o, en su caso, lo dé
a embargo.
No estarán sujetas a este requisito de admisibilidad las incidencias promovidas en el
curso de las audiencias.
Toda apelación sobre imposición de costas y regulación de honorarios se concederá en
efecto diferido, salvo cuando el expediente deba ser remitido a la cámara como
consecuencia del recurso deducido por alguna de las partes contra la resolución que
decidió el incidente.

1. Sistema de imposición
Incidente o artículo es toda cuestión que sobreviene accesoriamente en
el curso de un proceso y que tiene con él una vinculación inmediata para cuya
existencia es preciso que exista controversia. Dada la realidad de una
contienda, y en ella la conducta de dos partes que se enfrentan con intereses
contrapuestos, donde uno obliga a otro a un régimen constante de
contradicción eventual, es absolutamente posible que sucedan estas
diferencias particulares en el curso del proceso y que, para ser resueltos,
necesitan de decisiones propias.
Nuestro sistema procesal establece una condena en costas para cada
incidente que tenga el procedimiento, a diferencia de otros sistemas que se
determinan en la sentencia definitiva.
Este sistema individual tiende a favorecer un control más estricto sobre
la conducta de las partes en el proceso y, en su caso, facilita la aplicación de
un costo más gravoso por las consecuencias que tiene la responsabilidad de
quien gravita en el juicio alterando su normal desenvolvimiento.
Ahora bien, en materia de incidentes no es dable establecer pautas
generales, pues la variedad de casos que se presentan hacen necesario un
estudio particular y una interpretación especial, dejando su análisis librado al
buen criterio de los jueces.

2. Exoneración de costas
El arbitrio judicial para disponer la eximición de costas en materia de
incidentes se encuentra limitado al supuesto de que la cuestión jurídica sobre la
que el mismo versa se preste a dificultades en su solución, sea por su
complejidad natural o por la divergente interpretación que le haya dispensado
la doctrina o la jurisprudencia. La rigidez de la njorma citada debe ceder ante
circunstancias de hecho no menos dudosa y eximente de las de hecho que
expresamente prevé.
Si bien es cierto que las costas de los incidentes se imponen o
distribuyen conforme, los principios generales establecidos en el Código
Procesal (CNCiv., Sala M, 1997/12/21, "Finber Cía. Financiera c. Agostino", La
Ley, 1997-D, 873, J. Agrup., caso 11.729; también lo es que, frente al hecho
objetivo de la derrota, la distribución de costas por su orden constituye una
hipótesis de excepción, que puede tener lugar ante cuestiones originales o
dudosas de derecho, o frente a situaciones de hecho que revisten singular
complejidad (CNFed. Civ. y Com., Sala I, 1996/10/15, "Versace S.P.A., Gianni
c. Virtus S. A.", La Ley, 1997-C, 604 - DJ, 1997-2-356).

3. Cuestión dudosa de derecho


La regla sentada en el artículo 68 se extiende a los incidentes en forma
mas acentuada. Aun después de la reforma introducida por la ley 22.434, no se
ha perdido la práctica de considerar cuestiones subjetivas de la conducta de las
partes, de modo tal que el principio objetivo de la derrota, no es absoluto y
permite en las cuestiones dudosas de derecho, o cuando se entiende que el
litigante ha obrado de buena fe, o bien si se interpreta que ha estado asistido
por la creencia de tener derecho, y siempre que el Juez lo exprese y
fundamente en la decisión, se podrá eximir de costas al litigante vencido.
Actualmente, entre otros fallos, se sostiene que el arbitrio judicial para
disponer la eximición de costas en materia de incidentes se encuentra limitado
al supuesto en que la cuestión jurídica sobre la que el mismo versa se preste a
dificultades en su solución, sea por su complejidad natural o por la divergente
interpretación que le haya dispensado la doctrina o la jurisprudencia. (CNCom.,
Sala A, 1999/06/30, "Las 4 Barras S. A.", La Ley, 2000-B, 408 - DJ, 2000-02-
848).
También se argumenta que, cabe apartarse del principio objetivo de la
derrota, cuando se trata de una cuestión debatida en derecho, es decir,
dudosa. La duda jurídica -una de las causales de eximición de las costas al
vencido- puede provenir de diversos factores, entre los cuales se encuentra la
falta de antecedentes jurisprudenciales y la complejidad de interpretación de la
norma en cuestión (CNCiv., Sala H, 1998/04/08, "The Walt Disney Company c.
Video Editores", La Ley, 1998-D, 498).
Del mismo modo cabe sostener el apartamiento de la regla objetiva,
cuando se trata de una cuestión dudosa por su novedad y existe la necesidad
de armonizar normativas, en el caso, producto de un cambio de criterio de
evaluación de la idoneidad de quienes aspiran a la titularidad de un registro
notarial (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala II,1998/09/08, "R., R. L. c.
Poder Ejecutivo nacional",La Ley, 1999-E, 231).
Para concluir que la duda excusable que torna procedente la eximición
de costas al vencido -en el caso, por el incidente de levantamiento de embargo
en el marco de un juicio de ejecución de alquileres- no es la mera posibilidad
de que existan decisiones contradictorias o jurisprudencia disímil sobre el punto
debatido, sino la circunstancia de que la cuestión deba resolverse por
aplicación de leyes oscuras o de interpretación dudosa (C1ª . Civ. y Com. Bahía
Blanca, Sala I, 1999/11/23, "D'Annuncio, Graciela c. Díaz, Ernesto y otro",
LLBA, 2000-880).

4. Pago de las costas como recaudo para promover otro incidente


La finalidad de la condición establecida en el segundo párrafo del art. 69,
tiene como fin el logro de una mayor celeridad procesal y el aseguramiento del
principio de moralidad. Se trata, entonces, de una finalidad "intraprocesal", es
decir inherente al litigio en el que se plantea el problema y está destinada a
salvaguardar el mejor desarrollo del conflicto.
Siendo ésta la inteligencia acordada a la norma se puede razonar su
fundamento subjetivo, en tanto apunta a los aspectos voluntarios de la
conducta de las partes; ello sin perjuicio de observar que el condicionamiento
aparece con una clara orientación objetiva: el pago de la condenación previa.
El argumento se robustece -cimentando nuestra posición tendiente a
invertir la forma de ponderar la carga de las costas procesales- cuando
notamos la desconfianza que tiene el legislador con la promoción de ellos (arg.
Arts. 173, 179) (Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Costas Procesales, ob. cit., pág.
162).
En fin, el art. 69, en cuanto impide la sustanciación de nuevos incidentes
promovidos por quien ha sido condenado en costas en otro anterior mientras
no satisfaga su importe, tiene por finalidad disuadir y desalentar la promoción
indiscriminada de incidentes que demorarían y encarecerían innecesariamente
el proceso. Esta limitación debe ser interpretada restrictivamente (CNCom.,
Sala B, 1997/06/30, "Finanfor S. A. s/quiebra", La Ley, 1998-B, 84).

5. Incidentes e incidencias
Incidentes son las cuestiones litigiosas que se suscitan durante el
desarrollo de la causa y guardan relación con el tema de fondo. Inclusive, en
temas de jurisdicción voluntaria -que en principio no tienen contenciosidad-
pueden surgir conflictos en su trámite que obliguen a resolver las diferencias
entre quienes controvierten.
En cambio, se denominan incidencias son conflictos menores y
circunstanciales, que por su simplicidad no necesitan de sustanciación y son
objeto de una rápida resolución.
La jurisprudencia sostiene que las costas de las incidencias deben
imponerse a la parte que ha sido vencida en el pleito principal debido a su
obrar negligente, pues en materia de costas la conducta observada por los
litigantes durante el proceso debe evaluarse de manera integral (CNCom., Sala
B, 199/11/10, "Montilla, Isaac L. y otro c. Resero S. A. y otros", DJ, 2000-3-
336).
El párrafo tercero del artículo 69 establece que para las incidencias no
se deberá previamente haber sufragado las costas condenadas por los
incidentes perdidos; disposición que nos parece equivocada por la diferencia
que señalamos, y porque en el trámite normal de cualquier proceso, mucho
más en el curso de una audiencia, que será de ahora en más el modelo más
generalizado para el trámite, las incidencias no generan costas, porque se
resuelven sin sustanciación (es decir, a pesar de ser una controversia puntual,
no tienen trámite como incidentes).

6. Apelación
Cualquiera sea la materia del auto interlocutorio, la apelación se debe
conceder en efecto diferido si los agravios se dirigen a la imposición de costas,
o a la regulación de honorarios.
En cambio, no se puede diferir la cuestión sobra las costas, si aun
cuando el recurso fue concedido con efecto diferido, los interesados consitieron
luego la agregación del memorial y el traslado; máxime si el proceso principal
concluyó y los incidentistas no apelaron la resolución (CNCiv., Sala G,
1981/11/17, RED, 16-285 sum. 64).

Allanamiento

Art. 70. -- No se impondrán costas al vencido:


1. Cuando hubiese reconocido oportunamente como fundadas las pretensiones de su
adversario allanándose a satisfacerlas, a menos que hubiere incurrido en mora o que por
su culpa hubiere dado lugar a la reclamación.
2. Cuando se allanare dentro del quinto día de tener conocimiento de los títulos e
instrumentos tardíamente presentados.
Para que proceda la exención de costas, el allanamiento debe ser real, incondicionado,
oportuno, total y efectivo.
Si de los antecedentes del proceso resultare que el demandado no hubiere dado motivo
a la promoción del juicio y se allanare dentro del plazo para contestar la demanda,
cumpliendo su obligación, las costas se impondrán al actor.
1. Calidad de vencido en el allanamiento
En el allanamiento existe una primera dificultad para aplicar los
principios generales en materia de costas. Tanto el hecho objetivo de la
derrota, como la imposición por su orden a menos que exista un vencedor, no
tienen una clara adaptación al supuesto que comentamos.
Es evidente que el sometimiento voluntario a las pretensiones que
propone una parte, tiene una doble interpretación. Por un lado, representa un
modo anormal de extinción del proceso con características puramente
negociales atento que, al implicar una autocomposición del litigio por renuncia
del demandado a controvertir el derecho o la prestación que se reclama, no
conlleva la necesidad de que sea aceptado por su contrario. Por otro lado, en
cuanto instituto que permite eximir de costas a quien lo utiliza, ostenta la
naturaleza propia del acuerdo procesal, pues debe ser aceptado por quien
debe sufrirlo, habida cuenta que la ley le permite afirmar y acreditar la
existencia de mora previa o de una circunstancia anterior que hubiera dado
lugar a la reclamación que resulta aceptable mediante el allanamiento en el
proceso.
Actualmente, el dilema no tiene definiciones precisas. La Corte Nacional
tiene dicho que no tiene calidad de vencido quien se allana a la demanda; sin
embargo, debe cargar con las costas cuando se encuentra comprendido en los
supuestos contemplados en el art. 70 (CS, Fallos 178:103; 180:83, entre otros).
Criterio que no es compartido por muchos pronunciamientos que
atienden la existencia de un claro vencedor y un vencido que se allana y, por
tanto, debe responder por las costas originadas.
En realidad, como el allanamiento implica una sujeción total y absoluta a
la pretensión de la contraparte, en principio las costas deben ser soportadas
por quien ha capitulado ante la razón del adversario, ya que así lo sostiene el
criterio objetivo que rige en esta materian como principio general. Por
consiguiente, la exención de gastos causídicos debe interpretarse con criterio
restrictivo habida cuenta de su excepcionalidad.
Ahora bien, si bien es cierto que la calidad de vencido genera por vía de
principio un crédito para reembolsar los gastos causados antes y en el proceso,
tal condición no es la única receptada en la distribución de costas.
Si observamos con detenimiento como opera el hecho objetivo de la
derrota, se advertirá que la consecuencia fue pensada como un sucedáneo de
la sentencia dictada luego de la controversia judicial. Pero además, existen
diversas excepciones que se fundan en la calidad subjetiva del acto para
derivar de allí el responsable por la costas procesales. Por ejemplo: la conducta
en el proceso; la diligencia en el obrar; la oportunidad, etc., son muestras que
permiten deducir a partir del comportamiento, quien pagará las costas de la
litis.
En el allanamiento ocurre precisamente este análisis del
comportamiento. Confronte que se da no solo en la actitud del demandao, sino
también del demandante, obligando a cada uno a responder por sus propios
actos y añadiéndoles condiciones para librarse de los gastos causídicos.
Se verá, entonces, que la calidad de vencido es relativa y no tiene
trascendencia para imputar las costas, pues lo importante esta en resolver si el
accionante tuvo necesidad de promover el proceso para la realización de su
derecho; si acudió a vías extraprocesales de igual resultado; si le dió
oportunidad al demandado de conocer su intención o de reclamarle
previamente sin que la demanda constituya un suceso sorpresivo.
En el demandado, a su vez, habrá de ser determinado la condición de
morosidad; la actitud dilatoria; las situaciones entorpecedoras; la colaboración
hacia el acreedor, etc.
Además, la ley requiere para que el allanamiento cuente con entidad
suficiente para eximir de la carga de las costas, que sea: a) real; b)
incondicionada; c) oportuno; d) total; y e) efectivo, y que se formule por quien
no se encuentre en mora o haya incurrido en culpa; de otra manera no tiene
virtualidad alguna.
De todo ello surge que para imputar las costas en el allanamiento no es
necesario encontrar un vencido, sino simplemente, analizar la conducta
desenvuelta en sus actos anteriores para obtener allí la respuesta y el
responsable por las costas procesales.
Quien se allana, en definitiva, se somete a la pretensión solicitada por el
actor en la demanda, por lo que, en principio, las costas deberían ser
soportadas por el primero, por aplicación del principio objetivo de la derrota.
Por tanto, para que proceda la exención de costas en el supuesto de
allanamiento, éste debe ser oportuno y quien lo practica no debe por su culpa
haber dado lugar a la reclamación (CNFed. Civ. y Com., Sala I, 1997/10/01, "El
Dupont de Nemours and Company c. Hyon Yu Chong", La Ley, 1999-B, 850, J.
Agrup., caso 13.677).
Para que proceda la exención de costas en el supuesto de allanamiento,
éste debe ser realizado por quien no está en mora y no debe por su culpa
haber dado lugar a la reclamación (CNFed. Civ. y Com., Sala I, 1999/03/16,
"Colegio Médico Regional de Río Cuarto c. Mutual de Médicos Municipales de
la Ciudad de Buenos Aires", La Ley, 1999-E, 953, J. Agrup., caso 14.282).
Finalmente se dice que la exención de costas contemplada en el art. 70
inc. 1º del Código Procesal debe interpretarse con sentido estricto en razón de
su excepcionalidad, por lo que el allanamiento debe ser incondicionado,
oportuno y no haber dado el demandado con su conducta lugar al reclamo
judicial (CNFed. Civ. y Com., Sala III, 1995/10/04, "L'Oreal S. A. c. Lazar y Cía.
S. A.", La Ley, 1996-B, 712.).

2. Supuestos de allanamiento
El artículo 70 presenta modalidades o alternativas para el allanamiento,
de modo tal que ellas se pueden resumir en las siguientes:
a) del demandado que no ha incurrido en mora en el cumplimiento de la
obligación;
b) del demandado que no tiene culpa en los motivos por los que se
formula el reclamo;
c) del demandado que asume una actitud de reconocimiento oportuno
de títulos o instrumentos que se presentan después de promovida la
demanda.
No es esta una enumeración taxativa, pues el art. 70 no elimina la
consideración de cuestiones de carácter subjetivo incursas en las posibildades
jurisdiccionales de la segunda parte del artículo 68.
Entre otros casos, se observa el funcionamiento de alguna de estas
causales en el siguiente fallo que dice: "La norma que el decreto 1684/93
introdujo en el art. 166 de la ley 11.683, no obsta a que las costas sean
distribuidas por su orden cuando se trata de un desistimiento formulado para
acatar jurisprudencia de la Corte Suprema, toda vez que surge
inequívocamente de su texto que se refiere a la sentencia que se pronuncia
sobre las pretensiones y defensas esgrimidas por las partes, modo normal de
terminación de la causa, mientras que el allanamiento o desistimiento
constituye un modo anormal, contemplado en el art. 146 del citado cuerpo
legal, que nada dice respecto de las costas". (Del voto en disidencia del doctor
Boggiano (CS, 1999/03/31, "Autolatina .S. A. c. Dirección Gral. Impositiva", La
Ley, 1999-C, 453 - DJ, 1999-2-743).

3. Condiciones del allanamiento


El único recaudo que debe tener el acto procesal de allanarse a la
pretensión es que no deje lugar a dudas de que quien lo formula ha querido
someterse a la demanda de la parte contraria; los demás requisitos se ofrecen
a las condiciones que ha de reunir para que el allanado se exima de abonar las
costas del proceso.
La claridad expuesta en el acto significa que la voluntad que se declara
no sea dubitativa y para que ella sea eficaz debe necesariamente ser pública,
es decir, que pueda ser conocida por el actor tan pronto se registra para que
éste sepa a que atenerse y se ahorre el desgaste propio de una actividad
procesal ulterior inútil o innecesaria.
Al fin y al cabo, la distribución de costas por su orden cuando media un
allanamiento en tiempo y forma, resulta ser una suerte de premio concedido al
demandado que con su actividad le ahorra a todos (a la contraria y al tribunal)
un mayor despliegue de actividad.
El allanamiento requiere la suma de diversos compromisos: ser expreso,
sin reticencias, categórico y terminante. Por otra parte, son requisitos negativos
para eximir de costas, que quien hubiese adoptado tal conducta procesal no
hubiese dado lugar por su culpa a la reclamación, o se encontrare incurso en
mora al tiempo de la conocer la pretensión judicial.
Por ejemplo , se ha dicho que el allanamiento real, incondicionado,
oportuno, total y efectivo del demandado, no lo exime del pago de las costas si
previamente se había hecho una solicitud extrajudicial -mediante "fax"- y aquél
se mantuvo silente frente a dicha requisitoria, de modo que obligó a la
accionante a instar la jurisdicción (CNCiv., Sala F, 1997/04/10, La Ley, 1999-A,
182, con nota de Juan Francisco Freire Aurich).
De igual manera, se sostiene que el allanamiento, en el caso, al
levantamiento de embargo sin tercería como causal de exoneración de las
costas, está condicionado por la conducta del vencido, pues para ser eximido
de las mismas debe acreditar no haber originado por su culpa la articulación de
la excepción (CNCom., Sala A, 1998/12/11, "Banco del Buen Ayre S. A. c.
Veretilne, Mario G.", La Ley,1999-B, 850, J. Agrup., caso 13.676).
Por eso no corresponde la exención de costas si del intercambio
epistolar previo cursado entre las partes queda demostrado que ante el
resultado infructuoso de la intimación extrajudicial y el lapso transcurrido, el
accionante se vio obligado a reclamar judicialmente para la defensa de los
derechos que entendía vulnerados por la contraparte. En tal caso, el
allanamiento a la demanda formulado no reúne los requisitos del art. 70 inc. 1º
"in fine" del Código Procesal (CNFed. Civ. y Com., Sala I, 1996/12/23, "Source
Naturals Inc. c. Asofarma", La Ley, 1997-D, 69).
También resulta improcedente liberar de costas al accionado que se
allanó a la demanda -en el caso, por desalojo de un inmueble por falta de pago
de la locación-, toda vez que sólo se limita a dejar constancia de su
allanamiento, implicando su silencio acerca de la prolongada morosidad
endilgada la aceptación implícita de su renuencia a pagar lo que es adeudado
(art. 70, inciso 1º, Código Procesal) (CNCiv., Sala C, 1998/12/17, "Magliarella
de Losno, María I. c. Municipalidad de Buenos Aires", La Ley, 1999-C, 798, J.
Agrup., caso 13.965).
En consecuencia, los depósitos fueron realizados por la demandada
cuando se encontraba en mora en el pago de las expensas, debe soportar el
pago íntegro de las costas, pues el consorcio se vio obligado a concurrir a sede
judicial para percibir su acreencia. Los depósitos parciales hechos en el
expediente deben interpretarse como un allanamiento implícito a la pretensión
y no como una excepción de pago (CNCiv., Sala D, 1997/05/27, "Consorcio de
Prop. Rivadavia 4433/7/9 c. Posse, Pedro c. Posse, Pedro E.", La Ley, 1997-E,
2).
Igual sucede cuando se advierte que la actitud del consorcio demandado
de no reparar oportunamente las filtraciones y humedades provocó la
necesidad de accionar y que el allanamiento formulado por aquélla no fue
suficiente en los términos del art. 70 del Código Procesal, en tanto los trabajos
se efectuaron con posterioridad, siendo por ello que corresponde mantener su
condena en costas (CNCiv., Sala F, 1995/04/18, "Arslanian, Vahakin y otro c.
Consorcio de Propietarios Sucre 1505/7", La Ley, 1995-E, 239).
En suma, el allanamiento, como causal de exoneración de a l s costas,
debe ser efectivo, real, incondicional, y sólo circunstancias excepcionales
autorizan -en principio- a dispensar de las costas al demandado que reconoce
legítimas las pretensiones de su contraria, quien no debe haber incurrido en
mora o dado por su culpa lugar a la reclamación (CNCiv., Sala F, 1997/04/10,
"G., M. C. c. A. M., R. B.", La Ley, 1999-A, 182, con nota de Juan Francisco
Freire Aurich).
4. Requisitos para la exención de costas
No cabe confundir el derecho o la posibilidad de ejercer la facultad de
allanarse, para lo cual no hay tiempo establedido que no sea anterior a la
sentencia, con la forma o modo de soportar las costas mediando allanamiento
o en qué circunstancias el ejercicio de esta facultad justifica el apartamiento del
principio general que impera en la materia.
En tal medida no es dudoso que la condena en costas no es un castigo o
sanción para el litigante vencido, sino que se aplica como una reparación de los
gastos que la contraria ha debido efectuar para obtener el reconocimiento de
su derecho y constituye la regla. Por lo cual todo aquello que conduzca a
apartarse de ella, debe ser interpretado con criterio restrictivo y en tanto y en
cuanto existan razones muy fundadas en virtud del concepto subjetivo con que
se resuelve la distribución de costas procesales, prescindiendo de toda
subjetividad.
Es por ello que no cualquier allanamiento a las pretensiones de la
contraria justifica la exoneración de costas, pues además de ser real,
incondicionado y oportuno es necesario que sea efectivo y ello no se configura
con la mera manifestación de admitir la procedencia de la acción.
En otros términos, como las costas no son una sanción al litigante
vencido, sino el resarcimiento de los gastos que debió realizar el vencedor para
obtener el reconocimiento de su derecho, el allanamiento carece de aptitud
para determinar la exención sino se acompaña de los requisitos establecidos
en la ley procesal.

4.1 Allanamiento real: significa que el acto por el cual la parte se


somete a las pretensiones de la otra debe ser claro e inequívoco.
Se ha dicho que, en virtud de que el desconocimiento genérico por parte
de la demandada de la prueba documental acompañada por la actora implica la
necesidad de abrir la causa a prueba, el allanamiento efectuado por aquélla no
puede juzgarse como real, incondicionado, total y efectivo en los términos del
art. 70 apart. 3º del Código Procesal (CNFed. Civ. y Com., Sala III, 1995/03/08,
"Molinos Río de La Plata S. A. c. Sus Delicias S. A.", La Ley, 1995-D, 623).

4.2 Allanamiento incondicionado: supone no plantear cláusulas de


cumplimiento, o subordinar el sometimiento a acciones que deba realizar el
actor o un tercero.
Por ello es la propia conducta del allanamiento, emergente del escrito
donde se reconoce el derecho a la contraparte, lo que impide la sanción de
costas, ya que si introduce en aquél una condición dilatoria -aun sin estar en
mora-, constituye un obstáculo que enerva la excepción al régimen positivo
(Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Costas procesales, ob. cit., pág. 179).
En tal sentido se ha dicho que las costas devengadas en el primer
estadio del proceso por división de condominio deben ser satisfechas, en el
supuesto de allanamiento incondicionado y oportuno, en el orden causado y en
proporción al interés de cada condómino, pues lo contrario significaría obligar a
cada interesado a recibir su parte disminuida (CNCiv., Sala B, 1996/05/30, La
Ley, 1996-D, 710).
El allanamiento, en los casos de división de condominio, es oportuno,
total e incondicionado, si los demandados nunca se negaron a dividir y con
anterioridad a la demandada no existió por parte del demandante requerimiento
o gestión judicial repelida. En tal caso, las costas deben ser por su orden, en
proporción al interés de cada condómino (CNCiv., Sala M, 1997/03/05,
"Mirengo, Alicia A. c. Mirengo, Luis A. y otros", La Ley, 1997-D, 420).

4.3 Allanamiento oportuno: es oportuno, es decir, en tiempo posible


para concretar el acto procesal de contestación de la demanda.
No obstante, si existe mora anterior, la oportunidad procesal no elude el
compromiso con los gastos causídicos.
Por ejemplo, en la división de condominio, y ante el allanamiento de la
demandada, las costas deben ser impuestas en el orden causado, sin que
obste a ello la circunstancia de haber remitido la actora cartas documento a su
contraparte para concretar la división, pues dichas cartas se corresponden con
las gestiones previas que debió encarar la actora para justificar la elección de
la vía más costosa y ningún elemento de juicio se aportó para demostrar que la
demandada obstruyó el reclamo extrajudicial, máxime considerando su
oportuno allanamiento (CNCiv., Sala A, 1996/12/12, "Girardo, Margarita y otro
c. Cannizzaro de Faricelli, Concepción", La Ley, 1997-D, 873, J. Agrup., caso
11.727).

4.4 Allanamiento total: este es uno de los requisitos que mayor


dificultad ofrece, a pesar de su aparente simpleza, pues ocurre que a veces el
demandado al allanarse no sabe con exactitud que monto debe pagar y, en su
caso, no deposita dando en pago a la espera de una liquidación definitiva.
Otras veces, lo abonado no incluye intereses, y se puede considerar como un
pago parcial. En fin, lo que pretende el requisito es que el acto de allanarse
constituya una actitud comprometida con el cumplimiento de la obligación a
través de una manifestación seria y explícita que pueda evidenciar la intención
de cumplir.
Se ha dicho que la aptitud ejecutiva del título en que se funda la
ejecución -constancia de deuda del impuesto sobre los ingresos brutos- no
puede verse conmovida por la adhesión del ejecutado al régimen de facilidades
de pago. De tal modo, el formulario del acogimiento acredita el allanamiento de
la pretensión y permite a la actora requerir el pronunciamiento de sentencia sin
más trámite, sentencia que queda supeditada al total cumplimiento del plan de
facilidades de pago (CNCiv., Sala G, 1996/09/09, "Municipalidad de Buenos
Aires c. PC Publicidad S. A.", La Ley, 1997-B, 565).
En otro sentido se afirma que no media allanamiento aunque el
accionado, al contestar la demanda, manifieste expresamente su conformidad
con la liquidación de la sociedad, así como con la presentación de cuentas del
activo y el pasivo de la entidad de acuerdo con la documentación, si existió en
todo momento total discordancia entre ambas partes sobre la composición del
activo y el pasivo de la sociedad, así como de los concretos rubros que deben
integrar tales conceptos (CNCom., Sala A, 1996/09/13, "Benchoan, David c.
Benchoan, Moisés", La Ley, 1997-E, 234).

4.5 Allanamiento efectivo: significa que, al tiempo de allanarse, se


debe dar cumplimiento con la pretensión a la que se somete.
Por ejemplo, se ha dicho que para que el allanamiento libere de las
costas debe ser no sólo oportuno y expreso, sino además real y efectivo, de
manera que de hecho imposibilite todo pronunciamiento que permita la
continuación del proceso. Tal efectividad se concreta con la inmediata
consignación del importe reclamado (CNFed. Contenciosoadministrativo., Sala
II, 1995/03/02, "Jerez, Elbio A. c. Estado nacional -Fuerzas Armadas y de
Seguridad", La Ley, 1996-B, 734).

Vencimiento parcial y mutuo

Art. 71. -- Si el resultado del pleito o incidente fuere parcialmente favorable a ambos
litigantes, las costas se compensarán o se distribuirán prudencialmente por el juez en
proporción al éxito obtenido por cada uno de ellos.

1. Concepto
Cuando el resultado de un proceso no trasunta la satisfacción íntegra de
una pretensión o una resistencia se dice que existen vencimientos parciales y
mutuos que permiten compensar los gastos del juicio en la medida del éxito
obtenido y de los intereses que comprometen a cada parte.
Sin embargo, hablar de compensación en este tema resulta errado pues
la interpretación que cabe asignar al término no es la usual que se estudia en el
derecho civil donde se la reconoce como una forma de extinguir obligaciones.
El recíproco vencimiento impide la ejecución de la condena en costas
dando paso a una forma de compensación basada en una operación aritmética
que con criterio jurídico dará sumas definitivas en el asunto.

2. Exito recíproco
La pauta para determinar la ausencia de un vencedor absoluto se
encuentra en el resultado que obtienen las pretensiones u oposiciones.
De este modo, la distribución proporcional del costo del proceso se
fundamenta, principalmente, en la equidad; lo que se colige fácilmente al
observar que la norma comentada emplea la voz "prudencialmente" para
señalar la situación excepcional que atraviesa el principio objetivo.
La regla puede tener la siguiente interpretación: las costas deben
distribuirse en proporción al éxito obtenido en el pleito, debiendose tener en
cuenta la postura asumida por las partes en relación a la mayor o menor
medida en que prosperan las aspiraciones controvertidas, tomándolas en su
conjunto y no aisladamente, sin que tenga trascendencia la existencia de
diferencia entre el enfoque jurídico invocado por los protagonistas del juicio y el
efectuado por el juzgador.
Para que haya vencimiento mutuo es necesario que existan
pretensiones recíprocas deducidas por vía de demanda y reconvención, o bien
acumulación de acciones, de las cuales alguna sea admitida y otra rechazada.
De igual modo la contestación de demanda oponiendo excepciones
permite llegar a la misma conclusión.
Por ejemplo, cuando procede la excepción de pago las costas deben
imponerse a la actora por el monto en que prospera la excepción y a la
demandada por la suma por la cual se manda seguir adelante la acción, en el
caso de los intereses (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala II, 1979/11/06,
DT, 1979-1519).
Si bien en nuestro ordenamiento procesal impera como regla general el
hecho objetivo de la derrota como base para la condena en costas, la hipótesis
del vencimiento parcial y mutuo permite la distribución prudencial en proporción
al éxito obtenido por cada litigante (CNCiv., Sala G, 1995/08/09, "F., M. y C., J.
C.", La Ley, 1995-E, 422).
En este aspecto se ha destacado que las costas se distribuyen
prudencialmente en proporción al éxito obtenido, en caso de vencimiento
parcial y mutuo, es decir, cuando la pretensión contenida en la demanda no ha
prosperado en forma absoluta, correspondiendo la imposición en el orden
causado sólo cuando la derrota recíproca resulte equivalente (CNCom., Sala A,
1999/03/11, "Banco Tornquist c. Daco Impresores S. A.", La Ley, 1999-D, 415).
Por eso, en caso de vencimiento parcial y mutuo, el Código Procesal
brinda al juez la posibilidad de compensarlas o distribuirlas entre los litigantes,
porque el Código citado no impone un reparto aritmético, sino prudencial y de
acuerdo a las peculiaridades de la causa (CNFed. Civ. y Com., Sala II,
1995/08/10, "Mapfre Aconcagua Cía. de seguros c. Capitán y/o Arm. y/o Prop.
Buque Ocean Teresa", La Ley, 1996-B, 742).
Cabe concluir que ha existido vencimiento parcial y mutuo en caso de
juicio de expropiación si la diferencia entre lo ofrecido y lo obtenido en la
sentencia es muy reducido -en el caso, el 13% del valor total-. (CNFed.
Contenciosoadministrativo, Sala V, 2000/03/13, "Dirección Nac. de Vialidad c.
Ruiz Díaz, Adalberto", La Ley, 2000-F, 269 - DJ, 2001-1-688).
Pluspetición inexcusable

Art. 72. -- El litigante que incurriere en pluspetición inexcusable será condenado en


costas, si la otra parte hubiese admitido el monto hasta el límite establecido en la
sentencia.
Si no hubiese existido dicha admisión o si ambas partes incurrieren en pluspetición,
regirá lo dispuesto en el artículo precedente.
No se entenderá que hay pluspetición, a los efectos determinados en este artículo,
cuando el valor de la condena dependiese legalmente del arbitrio judicial, de juicio
pericial o de rendición de cuentas o cuando las pretensiones de la parte no fuesen
reducidas por la condena en más de un veinte por ciento.

1. Concepto
La pluspetitio es una exageración del monto reclamado en la demanda
que persigue el pago de una suma líquida. Además, es una forma de fraude
procesal porque el litigante actúa con pleno conocimiento de su sinrazón y
utiliza el proceso para desarrollar su artería.
En general la calificación se asigna a los supuestos en que el actor, por
malicia, temeridad o negligencia grave -al punto de resultar injustificable-, haya
pedido más de lo que en derecho le corresponde.
Sin embargo, como la causa petendi se encuentra justificada y por ello el
interesado puede obtener una sentencia favorable, solamente el exceso entre
el monto reclamado y el otorgado finalmente en la sentencia, demuestra la
existencia de una pretensión desmedida.
Ahora bien, esta confrontación entre el éxito que obliga a seguir el
criterio objetivo de la derrota, y la inversión de la regla imponiendo las costas a
quien incurre en pluspetitio, solo puede fundamentarse a partir de la sanción
por la inconducta procesal y no como una consecuencia del instituto de las
costas.
Se toma en cuenta entonces, que el actor tiene liminarmente un derecho
que puede reclamar el cual deliberadamente se lo exagera para obtener un
aprovechamiento indebido, un enriquecimiento ilícito a costa del accionado.
Cuando el demandado no resiste la pretensión, o se allana a su
cumplimiento hasta el monto que en dfinitiva se compruebe o determine la
sentencia, la pluspetitio queda configurada si se advierte un evidente
alejamiento entre lo pedido y lo otorgado: esa intención de obtener más de lo
debido es lo que lleva a sancionar la conducta en el proceso y lo que obliga a
invertir el principio objetivo de la derrota.
Pero como la pluspetitio es excusable a los efectos de las costas, resta
deducir si podría llegar a condenarse en costas al vencido, y sancionar con una
multa al actos indisciplinado o deshonesto.
Nosotros creemos que ambas posibilidades se pueden llegar a concretar
sin esfuerzo en la letra de la ley y aplicando criteriosamente el aspecto
subjetivo de la conducta de las partes y a su deber de lealtad, honestidad y
buena fe que como es obvio comprende su deber de previsión (arts. 512, 902,
906, CC).

2. Requisitos
Para que funcione la pluspetitio inexcusable la accionada debe al tiempo
de contestar la demanda admitir un monto que dictada la sentencia quede en
esta establecida.
La mera desproporción entre el monto reclamado y lo condenado no
configura, en principio, pluspetición que torne procedente la imposición de las
costas al actor.
Por ello, existe pluspetición cuando el actor ha demandado por una
cantidad mayor que la adeudada y el deudor ha formulado un allanamiento
oportuno e idóneo hasta el límite finalmente reconocido en la sentencia,
depositando a tal fin la suma adeudada; y no existe si el actor subordinó el
monto del resarcimiento reclamado a lo que en más o en menos establezca el
criterio del juzgador conforme a las pruebas a rendirse en la causa.
Este es un caso típico de las demandas de daños y perjuicios, donde las
indemnizaciones por daños (no materiales) son estimados y dependen de las
pruebas a producirse, por lo que pese a que la demanda prospera por un
monto menor no corresponde aplicar dicho instituto al caso.
En tal sentido se afirma que en los procesos de reparación de daños y
perjuicios provenientes de un hecho ilícito, cuya procedencia y determinación
de rubros y montos dependen en definitiva del arbitrio judicial, no se configura
la pluspetición inexcusable; máxime cuando el legitimado pidió que se haga
lugar al reclamo sujeto a lo que "en más o en menos resultare de las pruebas a
producirse", debiéndose establecer distintas indemnizaciones ponderadas por
el magistrado (CNCiv., Sala J, 1997/08/26, "R., P. c. Clínica Evangélica El Buen
Samaritano y otros", La Ley, 1998-D, 74).
Para que se configure el supuesto de pluspetición es menester que el
actor haya observado una conducta que vulnere la buena fe pidiendo más de lo
que en derecho corresponde.

3. Pluspetición recíproca
Cuando existe acumulación objetiva de pretensiones, en la cual tanto el
demandante como el reconviniente incurren en peticiones exageradas, los
principios y condiciones aplicables son los mismos que determina la norma en
comentario.
Sin embargo el supuesto no deja de tener particularidades muy
especiales. En primer lugar, la admisión requerida para el demandado surge de
difícil consagración al tener el proceso dos partes que pretenden ser
acreedores. Tal contingencia favorece la compensación de deudas, es cierto,
pero a los fines de la distribución de gastos causídicos, la solución se puede
encontrar en la individualización de cada reclamo y en la actitud seguida por
cada interesado.
La sanción por pluspetición inexcusable no puede ser confundida con
una sanción aplicada por vencimiento parcial ya que sólo se configura cuando
existe un comportamiento agraviante de la parte, o ésta ha actuado con dolo o
culpa grave al reclamar, debiendo actuarse con extrema ponderación y suma
prudencia al momento de adoptar sanciones que pueden afectar el principio
constitucional de defensa en juicio.(CNTrab., Sala VII,1998/06/18, "Baigorria,
María C. c. Servicios Allande S. A.", DT, 1998-B, 1845).

4. Otros supuestos
Cabe recodar que el planteo se debe efectuar al tiempo de contestar la
demanda; y que esta subordinado a que la sentencia determine diferencias
entre lo pedido y lo acordado, superiores a un 20% entre los montos.
Por esllo es extemporáneo el planteo de pluspetición que no fue
introducido en el responde (CNTrab., Sala II,1995/02/20, "Carioni, José A. c.
Radiodifusora Buenos Aires S. A. y otro", DT, 1995-A, 1021).
Asimismo se ha dicho que si la decisión adoptada importa innovar en el
criterio con que deben regularse los honorarios en supuestos de demanda
rechazada cuando media pluspetición del actor, aun cuando éste haya actuado
al amparo del beneficio de litigar sin gastos, cabe hacer excepción al principio
objetivo de la derrota y distribuir las costas del recurso extraordinario en el
orden causado (CS,1995/04/20, "Martín, Jorge A. c. Shin Dong Sik", La Ley,
1995-C, 320, con nota de Juan C. Poclava Lafuente. - DJ, 1995-2-397).

Transacción. Conciliación. Desistimiento. Caducidad de instancia

Art. 73. -- Si el juicio terminase por transacción o conciliación, las costas serán
impuestas en el orden causado respecto de quienes celebraron el avenimiento; en
cuanto a las partes que no lo suscribieron, se aplicarán las reglas generales.
Si el proceso se extinguiere por desistimiento, las costas serán a cargo de quien desiste,
salvo cuando se debiere exclusivamente a cambios de legislación o jurisprudencia y se
llevare a cabo sin demora injustificada.
Exceptúase, en todos los casos, lo que pudieren acordar las partes en contrario.
Declarada la caducidad de la primera instancia, las costas del juicio deberán ser
impuestas al actor.

1. Transacción y conciliación
Cuando el proceso termina por alguna de estas formas, las costas serán
impuestas en el orden causado sólo entre quienes celebran dicho acto, y no
con relación a otros codemandados para los que dicho acuerdo sería res inter
alios acta. En consecuencia, el actor que solicitó la intervención coactiva de
quien pasó a ser litisconsorte con la demandada, es decir, parte codemandada
en el proceso, debe hacerse cargo de las costas de éste, habida cuenta que se
mantiene la presunción de que la demanda no hubiera progresado contra él
(CNCiv., Sala C, 1984/06/12, ED, 110-298).
Ello implica que, homologada judicialmente la transacción o conciliación,
previo el cumplimiento de los requisitos legales, cada parte debe pagar sus
propias costas y la mitad de las comunes, entendiéndose por tales las
ocasionadas por la actividad conjunta de las partes, o por la actividad oficiosa
del órgano jurisdiccional.
El acto sujeto a homologación necesita verificarse por el Juez, de modo
tal que nada impide aplicar las costas a la parte demandada si el escrito
presentado conjuntamente no surge la existencia de forma heterocompositiva
alguna y sí, en cambio, un total allanamiento a las pretensiones del accionante
(Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Costas Procesales, ob.cit., pág. 312).
Asimismo se ha dicho que, si la transacción o la conciliación se
homologa y luego no son cumplidas las pautas estipuladas, y preciso se hace
proceder a su ejecución, no obstante el acuerdo que se reitere en esta etapa,
las costas se regirán por las reglas generales salvo convención en contrario
(SCBs.As., 1977/03/27, "Katz, Luis c/ Provincia de Buenos Aires", DJBA, 122-
34).

2. Desistimiento
De acuerdo con la redacción establecida en el párrafo segundo del
artículo 73, el código retorna al principio objetivo de la derrota, pues se basa en
la presunción de quien desiste, válidamente pudo ser derrotado de continuar en
el juicio.
Sin embargo, esta presunción para atribuir por el desistimiento la calidad
de vencido, no es un hecho que se pueda objetivar con tanta claridad, pues a
veces dicho abandono encubre otro acto procesal (v.gr.: transacción). De igual
manera, el tipo de desistimiento -del proceso o del derecho- acarrea
consecuencias disímiles, e inclusive, la etapa procesal en que se ofrece
permite una consecuencia diferente.
Nosotros hemos sostenido que el artículo 73 no se puede aplicar en las
siguientes circunstancias:
a) si quien desiste -del derecho o del proceso- lo hace antes de haber
sido notificado de la demanda;
b) cuando existen contingencias de hecho que llevan a eliminar el
interés del actor por hechos sobrevinientes imputables a su contaria;
como ser cuando se ha notificado la demanda, pero el curador de la
insania va realizando y cumpliendo una a una las medidas que
constituyeron el objeto de la acción (CNCiv., Sala F, 1980/12/02, ED,
92-384);
c) cuando el desistimiento tiene como antecedente el concurso
preventivo a que el codemandado está sometido ante la justicia
comercial;
d) si la apelación se desiste porque la solución dada en 1ª instancia no
es absolutamente insatisfactoria.
En estos casos, y en muchos más que lo cotidiano puede ofrecer, el
Juez se encontraría facultado para eximir o distribuir las costas, apartándose
de las reglas fijadas, a cuyo fin tendría que expresar los fundamentos por los
que decide la liberación (art. 68, segunda parte).
Distintos serían los supuestos que se ocupan de la variación legal o
jurisprudencial, pues en ellos existe una manifiesta subjetividad que se expresa
en la conducta de la parte en el proceso.
Por ejemplo, se ha interpretado que las costas deben ser impuestas a la
demandada que, pese a haber dicho expresamente y desde el comienzo, que
conocía la jurisprudencia de la Corte Suprema, cuya aplicación resultaba
decisiva para la solución del litigio, obligó virtualmente a su total sustanciación,
conducta que se calificó como temeraria (Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Costas
Procesales, 2ª ed., cit., pág. 300).
Suele hacerse una distinción en esta materia según que el desistimiento
motivado en una modificación jurisprudencial o legal se propicie solo en el
proceso o condiga también al derecho. Algunos sostienen que no corresponde
aplicar eximente alguno cuando se desiste del proceso, siendo viable la
liberación cuando se renuncia al derecho.
Otros, en cambio, aciertan en un criterio distinto, basándose en que la
ley procesal no formula distinciones, de manera que al abdicar a la
continuación del proceso por cambios legislativos o jurisprudenciales, no se
puede pensar en la promoción de una litis generadora de amenazas y
molestias para el demandado que, luego, por simple iniciativa se abandona.
Antes bien, dice Fornaciari, "es el actor que de alguna manera ve
perjudicadas sus aspiraciones y posibilidades por un medio de orientación que
le es totalmente ajeno. Mucho menos puede pensarse en una derrota. También
se puede obligar al actor a abdicar de un derecho que, aunque perjudicado
luego del cambio, en algún momento le pertencía legítimamente, y puede
abrigar la esperanza de un cambio futuro, una ley puede ser sustituida por otra
ley, un fallo plenario por otro fallo plenario similar. Por último, existe la propia
autoestima que hará que el actor desistente se crea aun con la razón pese al
cambio que lo perjudica; castigarlo luego con la imposición de costas, puede
configurar un exceso para quien fuese titular de un derecho sobre el cual
construyera su demanda" (Fornaciari, Mario, Modos anormales de terminación
del proceso, tomo I, editorial Depalma, Buenos Aires, 1987, pág. 48).
La variación legislativa, por supuesto, no importa dificultades
interpretativas. Inclusive, aun cuando se dedujera la denuncia de
inconstitucionalidad, por las características de nuestro sistema podríamos
afirmar que dicha circunstancia no genera efecto suspensivo alguno para la
suerte de las costas.
De este modo, dictada una ley que entronca la solución del conflicto, la
parte que sostuviera una posición contraria para liberarse de las costas, tendría
que desistir apenas se promulgue.
El tiempo en el que debe cumplirse la renuncia a continuar con el
proceso es un elemento de máxima atención en la especia, pues si se concreta
tiempo después de la vigencia de la ley, aparecerá extemporánea cualquier
acto de declinación.
Y la sola manifestación de no haber conocido el nuevo texto no es causa
suficiente para la exoneración, pues de acuerdo con el art. 20 del Código Civil,
la ignorancia de las leyes no sirve de excusa, si la excepción no está
expresamente autorizada por la ley.
Por tanto, el desistimiento por variación legislativa tendría que
practicarse apenas conocida la ley (art. 2º, CC), otorgando a los jueces la
facultad discrecional de controlar hasta cuando pueden estimarse los plazos
como razonables, para atribuir al acto calidad suficiente para exonerar de
gastos causídicos
En cambio, la variación jurisprudencial adolece de ciertos problemas
como el de la publicidad; la continuidad de la doctrina; la mención del
precedente, etc.
Una vez más conviene destacar que, si la litis no está trabada, el
desistimiento del actor fundado en un cambio jurisprudencial, no ocasiona la
asunción de costas del proceso, con excepción de aquellas que se deriven de
su propia intervención. A su vez, las correspondientes a la actuación del
accionado dado su inoficiosidad, deben ser soportadas por dicha parte.
Ahora bien, si la abdicación se produce sin demora y apenas conocida la
variante doctrinaria del Tribunal, las costas se pueden eximir; claro está,
siempre y cuando el cambio jurisprudencial tenga mención del precedente que
dice aplicable, y que modifica lo dicho hasta ese momento, pues de no constar,
los gastos los soporta quien desiste (CS, 1989/03/16, "Santiago del Estero,
provincia de c/ YPF", cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Costas Procesales, 2ª ed.
Cit., pág. 302).
La Corte aclara que la exención de costas fundada en desistimientos de
la pretensión judicial formulados con el propósito de acatar novedosa
jurisprudencia, requiere que el fallo invocado haya sido resuelto sin costas (CS,
1999/03/31, "Autolatina .S. A. c. Dirección Gral. Impositiva", La Ley, 1999-C,
453 - DJ, 1999-2-743).
Además se destaca que no corresponde la exención de costas cuando
los precedentes que invoca quien desiste de su pretensión con el propósito de
acatar nueva jurisprudencia -en la especie, la Dirección General Impositiva- no
constituyen un cambio de ésta sino los primeros casos en donde se resolvió la
cuestión debatida (CS, mismo fallo).
Puntualizando los reparos que tiene las costas en la variación
jurisprudencial, sucede que:
a) el problema de saber cuando se produce la modificación debe
concitar cierta flexibilidad del juzgado, a no ser que se interprete que
ello esta referido solamente a la jurisprudencia plenaria, por ser la
única con características de generalidad y obligatoriedad que la
asimilan en su ámbito de aplicación a la ley.
b) La variación debe reconocer un precedente aplicable en la causa que
se desiste, pues de lo contrario existiría una suerte de
aprovechamiento que vulnera el principio general. Dicho precedente
tiene que tener, inclusive, cierta entidad como para fundar la
procedencia de la pretensión que se abandona.
c) Por otra parte, se ha de tratarse de un precedente cualquiera, sino de
una doctrina constante y reiterada que se pueda conocer por sus
propios argumentos, con claridad y sin ambigüedades.

3. Caducidad de la instancia
La caducidad de la instancia es un modo anormal de terminación del
proceso cuyo fundamento es el incumplimiento por el demandante de la carga
de instar el procedimiento, siendo de toda justicia que cargue con las costas
quien promovió la formación de la causa y luego abandonó.
Precisamente por ello resulta inconducente sostener la imposibilidad de
recurrir a la noción de "vencido" en el sentido del art. 68 del código procesal,
guardando el caso, por lo demás, marcada analogía con la contemplaza en el
art. 70 inciso 1º in fine, ya que el actor da lugar, por su culpa, a la extinción de
la causa (CNCom., Sala D, 1987/09/28, "Salgueiro, Adolfo E. c. SIAM", La Ley,
1989-A, 263).
Es doctrina plenaria que, al declararse la caducidad de la primera
instancia, las costas del proceso deben ser impuestas al demandante (CNCiv.,
en pleno, 1978/10/31, La Ley, 1978-D, 542), con la aclaración de la mayoría en
el sentido de que tal conclusión no es de aplicación en los supuestos en que
media reconvención, en cuyo caso existe consenso general en decretar las
costas en el orden causado.
La disposición del art. 73, última parte, se refiere a las costas del juicio
que ha sido objeto de la perención, no a las ocasionadas en el incidente de
caducidad, las cuales se rigen por los principios generales. De ahí que
habiéndose el actor allanado incondicionalmente a la perención opuesta por el
demandado, se justifica eximirlo de las costas del incidente, desde que no ha
habido culpa que motivara el planteo, sino tan solo inactividad de la parte
reconocida con toda oportunidad al allanarse (CNCiv., Sala C, 1987/06/30,
"Palópoli de Morel, Graciela c. Palópoli, Marcelo ", La Ley, 1987-B, 463)
Por eso no cabe confundir las costas del proceso -a las que alude el art.
73, Código Procesal- con las originadas con la promoción del incidente de
caducidad, pues cabría la posibilidad de que el actor se allane
incondicionalmente a la perención opuesta por el demandado, situación -que
según el caso- podría eximirlo de las costas del incidente, pero ello no incide
sobre su imposición en la instancia principal (CNCom., Sala B, 1999/10/20,
"Escobar, Oscar A. s/ped. de quiebra por Banco Mayo", La Ley, 2000-A, 625, J.
Agrup., caso 14.829).
Las costas originadas con motivo de la declaración de caducidad de la
instancia deben ser cargadas al actor, con independencia de que aquél se haya
presentado o no a contestar el traslado que se le confiriera con relación a la
solicitud efectuada por el demandado. Ello así, pues el silencio no es
susceptible de colocar al perdidoso en mejor situación que si se hubiera
allanado a la caducidad acusada (CNCiv., Sala A, 1996/06/24, "Merlo, Rumildo
F. c. Comisión Municipal de la Vivienda", La Ley, 1996-D, 853 (38.835-S), - DJ,
1996-2-519).
Cabe destacar que la regla de inapelabilidad que en materia de
caducidad de instancia afecta a la decisión principal involucra el
pronunciamiento sobre las costas, pues no resulta factible emitir juicio acerca
de las mismas sin hacerla también respecto de aquélla (CNCom., Sala A,
1998/11/06, "Texilo S. A. c. Banco Credicoop Coop. Ltdo.", La Ley, 1999-E,
957, J. Agrup., caso 14.305).

Nulidad

Art. 74. -- Si el procedimiento se anulare por causa imputable a una de las partes, serán a
su cargo las costas producidas desde el acto o la omisión que dio origen a la nulidad.

1. Nulidad de las actuaciones


Estas nulidades se refieren a actuaciones del proceso, tales com la
inoficiosidad de la intervención del gestor procesal (art. 48); los defectos de las
notificaciones que no cumplen cabalmente con el deber de comunicación
fehaciente; la ejecución nula; la anulación de la subasta a pedido de parte (art.
592) o decretada de oficio (art. 593).
Se ha dicho, por ejemplo, que dada la forma imperativa en que el art. 48
del Código Procesal consagra la solución en materia de costas para el caso de
nulidad de lo actuado por el gestor procesal, no cabe recurrir a la facultad
conferida por el art. 68, parte 2ª del código referido (CNCiv., Sala H,
1996/05/13, "Prantera, R., suc.", La Ley , 1997-D, 825 (39.607-S).
Dado que la condena alcanza sólo a las partes que ocasionan el vicio
del procedimiento, se ha pensado que la disposición es sobreabundante, toda
vez que regirán en la materia los principios generales aplicables en las
nulidades procesales, provocando de esa manera un mismo resultado
nulificatorio.
El dispositivo legal se resuelve con prescindencia de que la nulidad se
haya declarado de oficio o a pedido de parte; de este modo, si el procedimiento
se anulare por causa imputable a una de ellas, serán a su cargo las costas
producidas desde el acto o la omisión que dio origen a la nulidad.

2. Ejemplos
Las costas se imponen en el orden causado, no sólo porque la nulidad
del acto jurídico se declara de oficio sino porque, al rechazarse tanto la
demanda como la reconvención, se da el supuesto de vencimiento mutuo
(CNCiv., Sala G, 1985/04/19, "Ferreyra, Héctor y otra c. Campetti, Héctor L. y
otra", La Ley, 1986-A, 166).
Igual criterio se distribución se sigue en la nulidad decretada como
consecuencia de haberse demandado a un menor de edad, si el actor al
contestar el traslado del incidente no se opuso a la misma y tal error también
fue cometido por el apelante, quien se presentó originariamente patrocinando al
menor al contestar la demanda, alegando al incoar la nulidad, que tal
circunstancia le había pasado desapercibida (CNCiv., Sala F, 1997/11/06,
"Bouzada, Helvio c. Demerjian, Guillermo R.", La Ley, 1999-E, 930 (41.971-S) -
ED, 180-91).
Ahora bien, decretada por el tribunal de alzada la nulidad de la sentencia
por vicios de la misma no es aplicable al caso el art. 74 del Código Procesal,
debiendo dictarse un único pronunciamiento sobre costas en la nueva
sentencia (CNCom., Sala B, 1977/02/10, "Barracas Motor, S. R. L. c.
Transportistas Asociados Viil, S. A.", La Ley, 1979-A, 577 sec. Jurisp. Agrup.,
caso 3560).
Siendo así, corresponde distribuir las costas de ambas instancias en el
orden causado (arts. 68, párr. 2º, 69, párr. 1º, Código Procesal) si -en el caso-
en la nulidad decretada no puede inferirse la exclusiva culpa de alguna de las
partes (CNCiv., Sala A, 1998/12/22, "Miranda de Lima, María V. c. Surbel
S.R.L.", La Ley, 1999-C, 171).

Litisconsorcio

Art. 75. -- En los casos de litisconsorcio, las costas se distribuirán entre los
litisconsortes, salvo que por la naturaleza de la obligación correspondiere la condena
solidaria.
Cuando el interés que cada uno de ellos representase en el juicio ofreciere
considerables diferencias, podrá el juez distribuir las costas en proporción a ese interés.

1. Características
La particularidad del proceso con pluralidad de partes asigna una
regulación especial en el código, dando preferencia al interés de cada sujeto en
la litis y postergando, en consecuencia, al principio del hecho objetivo del
vencimiento, a no ser que la naturaleza de la obligación lleva a una condena
solidaria.
Este tratamiento conjunto se da, por ejemplo, en el caso que la condene
verse sobre las obligaciones denominadas indivisibles, irregulares e impropias,
características que impone una actuación conjunta del frente de acreedores o
deudores; sin embargo se ha resuelto que ello no significa que los litisconsortes
deben cargar con las obligaciones procesales originadas en la conducta de
alguno de ellos, pues la indivisibilidad de la obligación principal no puede
acarrear la responsabilidad por costas en las que no han incurrido con su
proceder aquéllos otros que se han allanado oportunamnte a la demanda, ni
dieron lugar, por su culpa, a la acción judicial (CNCiv., Sala D, 1997/04/04, J.A.
1998-III, 229).
Se afirma que, al actuar cada codemandado en forma independiente,
cabe en la materia seguir la regla establecida por el art. 75 del Código
Procesal, distribuyendo las costas entre los litisconsortes según el resultado
que cada uno obtenga en el pleito. Y respecto de la acción que ha sido
rechazada, en el peculiar supuesto de un litisconsorcio pasivo en una acción de
dos años, las costas que a ella se vinculan deben ser distribuidas en el orden
causado entre el actor y el demandado vencedor, sin trasladarse al demandado
responsable.
Es que, derrotado sobre el punto, no puede el accionante pretender ser
liberado totalmente de costas. Ello, sin perjuicio de que, si por las
circunstancias del caso se juzga que pudo tener razón para litigar, pueda ser
liberado parcialmente de ellas, y se las distribuya por su orden, sin que quepa
extender la responsabilidad por las costas a otros codemandados, por cuanto
la demanda fallida resulta un hecho extraño, sin relación de causalidad a su
respecto, dado que, al depender aquella acción del arbitrio del reclamante, no
puede entenderse que exista una especie de solidaridad pasiva.
Cuando existe un litisconsorcio facultativo entre los actores, cada uno de
los sujetos que lo integran goza de plena autonomía de gestión dentro de un
proceso único, lo cual incide en forma directa en la imposición de costas
causídicas, en virtud del art. 75 del Código Procesal (CNCiv., Sala K,
1997/05/29, "García, Héctor N. y otros c. Schiros, Ana M. y otro", La Ley, 1997-
E, 347).

2. Costas distribuídas por el interés en el juicio


El art. 75, párrafo 1º "in fine", prevé la excepción respecto de la
solidaridad pasiva en el litisconsorcio igualmente pasivo: la referencia a la
condena solidaria así lo indica claramente; si la obligación por las costas es
solidaria cuando el capital adeudado también lo es y pudo reclamarse
íntegramente a cualquier de los deudores, la misma solución debe aplicarse a
las costas cuando el capital pudo ser reclamado por cualquiera de los
acreedores o titulados acreedores (CNCom., Sala D, 1999/06/11, "Silveyra,
Oscar A. y otro c. Fernández, José L.", La Ley, 2000-D, 885 (42.926-S).
También es cierto que, la existencia de un litisconsorcio pasivo no
genera "per se" la solidaridad de la obligación de los demandados de pagar las
costas causídicas, sino que debe atenderse a la índole de la relación jurídica
sustancial (CNCom., Sala E, 1998/08/05, "Arcer S. A. s/ quiebra c. Richco
Cereales S. A.", La Ley, 1999-F, 818, J. Agrup., caso 14.612 - ED, 182-340).
Hay casos, como la relación entre conductor y propietario del vehículo
en un accidente de tránsito, que traduce una obligación "in solidum"
determinante de un litisconsorcio voluntario, hecho que posibilita la imposición
de costas por separado y conforme a la actitud asumida por cada uno de los
litisconsortes durante el curso del litigio.
Asimismo, tratándose de un litisconsorcio facultativo activo, el importe
de la condena en costas se divide por el número de sus integrantes y cada uno
es individualmente responsable por el pago de la correspondiente fracción; e
inclusive, el desdoblamiento del juicio para responder acerca de las costas es
procesalmente correcto, porque si bien en el litisconsorcio necesario los sujetos
-activos y pasivos- están legitimados sustancialmente en forma inescindible y la
pretensión es única, ello no obsta a que conserve su autonomía con relación a
ciertos actos procesales -desistimiento, allanamiento, rebeldía, etc.-; y así lo
relativo a las costas debe resolverse teniendo en cuenta la conducta de cada
uno de los litisconsortes y las circunstancias que califican cada relación
procesal (Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Costas Procesales, ob. cit., pág. 211).
Si se tratare de un litisconsorcio pasivo hay que tener en cuenta que el
carácter de vencido se configura respecto del codemandado que no
reconviene, aunque la acción contra él promovida no progrese sino en mínima
parte.

Prescripción

Art. 76. -- Si el actor se allanase a la prescripción opuesta, las costas se distribuirán en el


orden causado.

1. Criterio general
La prescripción hecha valer como defensa o excepción cambia el
principio del curso de las costas según la actitud que adopte el actor.
En el régimen originario las costas eran distribuidas en el orden
causado, pero con la sanción de la ley 17.711 el sistema varió.
El Código Civil requiere petición expresa del interesado en oponerla, es
decir, a contrario sensu, no procede la declaración de oficio (art. 3964). Sin
embargo, razones de equidad llevan a observar que persiste el derecho
subjetivo y lo ocurrido es que éste ha quedado desprovisto del respaldo
jurisdiccional por causa de tiempo, de manera que constituye principio común
en la materia, la distribución de costas por su orden.
Este parece ser también el criterio que predomina en la jurisprudencia.
En efecto, se ha dicho que dado que la demanda fue rechazada por efecto de
la admisión de la prescripción, las costas generadas por el recurso de
apelación deducido por la parte actora deben ser distribuidas en el orden
causado (CNCom., Sala E,1997/08/14, "Lami, Mirta G. c. Bigne, Francisco A. y
otro", La Ley, 1998-E, 162).
Asimismo se agrega que es procedente la distribución de costas en el
orden causado si la cuestión debatida -en el caso, improcedencia de la defensa
de prescripción opuesta por el demandado respecto el reclamo de ciertas
sumas de carácter salarial fundado en la resolución 500/85 del Ministerio de
Defensa- fue materia de plenario con fecha anterior a la promoción de la
demanda (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala III, 1999/05/18, "Florensa,
Ramón y otros c. Ministerio de Defensa", La Ley, 2000-D, 877 (42.898-S) - DJ,
2000-2-925 SJ. 1931).
A nuestro entender la doctrina correcta sería, eximir de costas al actor
cuando se allana inmediatamente a la defensa de la prescripción opuesta por el
demandado; en tanto que si resiste a la excepción, las costas correrán el curso
del principio objetivo de la derrota.
De esta manera se respeta la regla general y se interpreta el recto
sentido que ha de atribuirse a una norma de excepción condicionada en su
aplicación al sometimiento inmediato.

Alcance de la condena en costas

Art. 77. -- La condena en costas comprenderá todos los gastos causados u ocasionados
por la sustanciación del proceso y los que se hubiesen realizado para evitar el pleito,
mediante el cumplimiento de la obligación.
Los correspondientes a pedidos desestimados serán a cargo de la parte que los efectuó
u originó, aunque la sentencia le fuere favorable en lo principal.
No serán objeto de reintegro los gastos superfluos o inútiles.
Si los gastos fuesen excesi vos, el juez podrá resarcirlos prudencialmente.
Los peritos intervinientes podrán reclamar de la parte no condenada en costas hasta el
cincuenta por ciento (50 %) de los honorarios que le fueran regulados, sin perjuicio de lo
dispuesto en el art. 478.

1. Contenido de las costas


La condena en costas comprende todos los gastos causados y
ocasionados por la sustanciación del proceso, y los que se hubieren realizado
para evitarlo, aunque no son objeto de reintegro los superfluos o inútiles.
Tal como se presentan, los rubros que integran las costas procesales
pueden dividirse en: a) gastos originados en las diligencias previas a la
demanda efectuados con la intención de evitar el proceso judicial; b) gastos
pagados por el vencedor con la finalidad de hacer triunfar su derecho; c) gastos
realizados durante el trámite del proceso, que no sean superfluos o inútiles; d)
honorarios de terceros (peritos, asesores, etc.); e) los honorarios profesionales.
En otros términos, el contenido de la condena en costas comprende:
gastos preprocesales; gastos procesales y originados por el proceso; gastos
útiles para la decisión del proceso; gastos devengados por honorarios
profesionales.
Los gastos que se realizan con anterioridad a la promoción del proceso,
pueden ser erogaciones destinadas a evitar el litigio (v.gr.: intimaciones, actas,
etc.), o bien gastos realizados para preparar la demanda (v.gr.: poderes,
actuaciones notariales, etc.).
Cabe agregar que los gastos causídicos, en tanto erogaciones
necesarias para el desarrollo del proceso, quedan comprendidos en el
concepto genérico de costas, en consecuencia la obligación de pagarlas se
retrotrae al tiempo en que se realizó la pertinente erogación, por lo que
corresponde que se calcule, sobre las sumas debidamente acreditadas por tal
concepto.
Por tanto, la determinación de las costas no es una cuestión puramente
aritmética pues los jueces, no solamente deben tener en cuenta la cuantía por
la que prosperaron los créditos o no, sino los motivos por los que se llega al
litigio y cómo se desenvuelve el trámite.
En tal sentido, ninguna erogación alegada puede comprometer los
principios de economía y buena fe con que debe actuarse en juicio, de manera
que si aquellas aparecen excesivas en relación al monto de lo reclamado,
desaparece la proporcionalidad, surgiendo entonces la facultad del juzgador de
reducir prudencialmente los reembolsos excesivos.

2. Gastos anteriores al proceso


Como se considera que los gastos causídicos forman parte de la
indemnización, al estar configurada su regulación por la cuantía de la condena,
no deben ser distribuidos con la actora, quien debe recibir sin mengua la
reparación por el daño experimentado (CNCiv., Sala A, 1998/11/19, "Rohegra
S. A. c. Bustos, Claudio A.", La Ley, 2000-A, 623, J. Agrup., caso 14.813 - JA,
1999-III, 191).
Los desembolsos inherentes a los informes y comunicaciones
extrajudiciales que el realice antes de instaurar la demanda configuran, en
principio, gastos destinados a evitar el pleito y comprendidos en la genérica
condena en costas aplicada al demandado, que deberán ser incluidos en la
liquidación de daños causídicos que se practique en la etapa de ejecución de la
sentencia que se dicte.
Los honorarios profesionales u otros gastos devengados en las
actuaciones administrativas previas no integran las costas causadas en la
instancia judicial, toda vez que quedan fuera del ámbito de los gastos
causídicos las erogaciones y daños que el proceso ocasiona a las partes, sin
ser derivación directa e inmediata de éste (C.Civ. y Com. Rosario, Sala I,
1999/06/17, "Aramburu, Estela M. y otro c. Provincia de Santa Fe", LL Litoral,
1999-935.
Algunas cuestiones se presentan con cierta complejidad. Por ejemplo, la
consideración de una sociedad civil que presta servicios profesionales -en el
caso, un estudio de abogados- como sujeto pasivo del impuesto al valor
agregado a fin de determinar el alcance de la condena en costas del vencido,
no causa perjuicio a la parte que resulta condenada en costas, pues pesa
sobre ella la obligación de pagar el tributo correspondiente a los honorarios
profesionales fijados en el proceso, y sólo existe una modificación en lo relativo
al modo en que el impuesto es abonado, lo cual dependerá de la condición que
tenga cada sujeto pasivo respecto del tributo (CNFed. Civ. y Com., Sala II,
2000/04/05, "Nestlé S. A. c. Laboratorios Bagó S. A.", La Ley, 2000-E, 119 -
DJ, 2001-1-605).
En líneas generales, con relación a los gastos efectuados para preparar
la demanda, se pueden encontrar las pesquisas encomendadas para la
comprobación de una circunstancia imputable (v.gr.: adulterio en el juicio de
divorcio); el honorario pagado a un notario para realizar un acta de
constatación del estado en que se encontraba el inmueble; el otorgamiento del
mandato al apoderado; etc.
Son de igual alcance los gastos incurridos en la etapa de diligencias
previas a la demanda, o cuando se hubieren practicado pruebas extrajudiciales.

3. Gastos originados en el proceso


La condena en costas comprende los gastos que debieron hacerse para
el reconocimiento del derecho del actor, en consecuencia, quien tiene que
soportarlas debe afrontar en definitiva el pago de la tasa de justicia (CNCiv.,
Sala C, 1995/12/12, "Sánchez, Francisco c. Expreso Gral. Sarmiento y otro",
La Ley, 1996-C, 379.).
El hecho imponible referente al pago del tributo se genera al postular el
justiciable su demanda. Y si bien éste inició un beneficio de litigar sin gastos, el
que fue denegado, la tasa de justicia debió serle exigida al menos antes de
dictarse la sentencia. Precluidos tales momentos e impuestas las costas a la
contraria, que incluyen tal tributo, no corresponde exigírselo a quien no cargó
con aquéllas (conf. art. 68, 77, parte 1ª , y concs. ley de rito; ley 23.898 -Adla, L-
D, 3751-) (CNCiv., Sala G, 1996/04/25, "Flores Vega, Luis A. c. N. V. Optische
Industrie de Oude Delft y otro", La Ley, 1998-D, 909, J. Agrup., caso 12.885).
En esta categoría aparece una de las cuestiones más difíciles de
resolver, como son los llamados gastos útiles y necesarios.
Esta es una calidad que sólo el Juez puede determinar tras analizar la
tasación de costas en la etapa de ejecución de la sentencia. La regla parece
encontrarse en la razonabilidad de los gastos, los que se deben haber
efectuado en interés jurídico e inmediato del acreedor, y en clara conexión con
el proceso judicial donde el reclamo tramita.
Se han considerado que son gastos útiles, las fotografías que se
incorporan como prueba; las fotocopias legalizadas de documentación en
poder de terceros; los gastos incurridos en el diligenciamiento de medidas
precautorias en extraña jurisdicción; la contratación de gestores; los pagos
realizados en concepto de comisiones para la gestión de oficios y cédulas; etc.
(Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Costas Procesales, ob. cit., pág. 56).

4. Gastos no reintegrables
Estos son gastos desestimados en la sentencia que, no obstante la
vigencia plena del principio objetivo que se corresponde con el vencimiento
puro y simple, se rechazan pensando en que no es posible desconocer que el
hecho de la derrota exprese siempre, de un modo contundente, la claridad del
carácter de vencido, toda vez que el pleito entablado puede ser el resultado de
diversas alternativas, más o menos fortuitas, o no enteramente imputables a
una sola de las partes involucradas.
Es decir que no basta para la aplicación de las costas a la contraparte, la
coincidencia formal entre lo pedido en la demanda y lo otorgado en la
sentencia, sino que se hace necesario indagar exhaustivamente la calidad de
auténtico vencido en el juicio, del litigante que lo fuere.
El punto que nos ocupa marca la diferencia con la distribución o
compensación de costas en los casos en que existan vencimientos mutuos y
parciales; en tanto estos se ponderan con un criterio matemático y jurídico
donde se privilegia la compensación; en cambio, los gastos que se efectuaron
en pedidos desestimados destaca la exclusión que merecen los rubros que no
proceden aun cuando exista un claro y único vencedor.
Distinguir a efectos de la imposición de costas los conceptos que
integraron el reclamo, a fin de imponer dicha carga procesal en proporción al
resultado dentro de cada uno de tales rubros, es arbitrio que se aparta del
principio de la unidad de la litis que es premisa conductora en la consideración
objetiva, en tanto se refiere al "vencimiento" en el juicio. Partiendo de tal unidad
corresponde tener en cuenta la proporción en que progresó la demanda, sin
perjuicio de valorar otras circunstancias.

5. Situaciones excepcionales
La circunstancia de que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires no se
haya opuesto a la pretensión de la actora, no implica que deban imponérsele
las costas a esta última, si la única vía para el reconocimiento de su derecho
era la promoción del juicio de usucapión. Por ende, las costas deben
imponerse en el orden causado, pero interpretando que el Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires queda exento del pago de la tasa de justicia y de los
demás gastos, distintos de los honorarios, realizados por el actor para el
reconocimiento de su derecho, contenidos dentro del concepto de costas
contemplado por el art. 77 del Código Procesal (CNCiv., Sala C,1998/11/12,
"Pinazo, Alicia C. c. Acerbo S. A.", La Ley, 1999-E, 955, J. Agrup., caso
14.297).

6. Reclamación del perito


En este punto no hay plena coincidencia en el Altro Tribunal de la
Nación. En efecto, la mayoría sostiene que si los trabajos del perito fueron
anteriores a la modificación del art. 77 del Código Procesal por el art. 9º de la
ley 24.432 -que dispone que la parte no condenada en costas sólo responde
por el cincuenta por ciento de sus honorarios- el mismo no puede aplicarse sin
afectar la garantía de la inviolabilidad de la propiedad del perito reconocida por
la Constitución Nacional (CS, 1998/06/18, "García, Jorge c. Reynot Blanco,
Salvador C.", La Ley, 1999-F, 783 (42.195-S) - ED, 180-81).
La disidencia argumenta que la reforma no conculca ningún derecho
adquirido del perito, al producir una disminución del honorario oportunamente
regulado, sino sólo establece una restricción del derecho a su cobro respecto
de la parte no condenada en costas. (Disidencia del doctor Vázquez).
También se dicde que las disposiciones de los arts. 505 del CC y 277 de
la LCT reformados por la ley 24.432 sólo amparan al condenado en costas, por
lo tanto es improcedente la aplicación del límite en ellos establecido a la parte
vencedora que por aplicación del art. 77 del CPC debe abonar el 50% de los
honorarios del perito interviniente, sin perjuicio de la facultad que le asiste para
repetir del vencido en costas lo que deba sufragar.(CNTrab., Sala X,
1999/09/30, "Ruzzi de De Lisio, Teresa Beatriz c. Volma Forma De Morris,
Gustavo Malamute y otros", ED, 185-394).
Si bien el art. 9º de la ley 24.432 no señala qué ocurre en los casos de
distribución de costas por su orden, no cabe declarar inaplicable el art. 71 del
Código Procesal, sino adecuar su "ratio" a la situación concreta. A ese fin, cabe
tener presente que el criterio que preside al nuevo último párrafo del art. 77 del
dódigo citado no es otro que el de no llevar la responsabilidad por el pago de
los honorarios periciales de quien tuvo razón para litigar y debe considerarse
vencedor más allá del límite que marca el 50 % de los honorarios regulados
(CNFed. Civ. y Com., Sala I, 1997/04/15, "Destuet, Patricio E. c. Telecom
Argentina S. A.", La Ley, 1997-D, 747 - DJ, 1997-2-1073).
En síntesis, el art. 77 del Código Procesal, según la reforma introducida
por el art. 9º de la ley 24.432, parte de un supuesto de hecho específico, cual
es la existencia de una imposición de costas contra una de las partes en forma
total. En tal caso, el otro litigante, que se entiende absuelto del pago de las
costas, sólo puede ser obligado a abonar hasta un 50 % del honorario regulado
al perito.

7. Tasación de costas
Aun cuando se exige que la totalidad de los rubros comprendidos en una
condena judicial, incluidos los honorarios y las costas, sean cuantificados en la
instancia del art. 503 del Código Procesal, para un ordenado desarrollo del
trámite de cumplimiento de la sentencia, de ello no se sigue la pérdida del
derecho a reclamar un rubro o concepto por el solo hecho de haber sido
omitido en esa liquidación, máxime cuando la actora había reservado su
derecho a liquidar esos gastos con cita del art. 77 del mismo ordenamiento -
erogaciones tendientes a evitar y preparar la demanda- (CNCom., Sala C,
1999/12/13, "Turismo Internacional S. A. c. Royal Caribbean Cruise Line Inc.",
La Ley, 2000-C, 914 (42.710-S) - ED, 187-657).
De conformidad con el art. 505, último párrafo, del Código Civil, si los
honorarios regulados, más los demás gastos, superan el 25 %, ello determinará
que la condenada en costas no deba soportarlos sino hasta ese límite, pero no
es óbice para que los profesionales acreedores los reclamen a la otra parte: los
abogados de la vencedora a su patrocinada (arts. 49 y 50, ley 21.839) y los
peritos a la no condenada en costas, en los términos del art. 77 del Código
Procesal (CNFed. Civ. y Com., Sala I, 1999/03/25, "La Buenos Aires Cía. de
seguros c. Defisa", La Ley, 1999-E, 247).
Los gastos causídicos debidamente acreditados y liquidados deben
reintegrarse con más los intereses desde el momento en que fueron hechos
aplicando la tasa activa que paga el Banco de la Provincia de Buenos Aires en
sus depósitos a treinta días.

CAPITULO VI -- Beneficio de litigar sin gastos

Procedencia

Art. 78. -- Los que carecieren de recursos podrán solicitar antes de presentar la demanda
o en cualquier estado del proceso, la concesión del beneficio de litigar sin gastos, con
arreglo a las disposiciones contenidas en este capítulo.
No obstará a la concesión del beneficio la circunstancia de tener el peticionario lo
indispensable para procurarse su subsistencia, cualquiera fuere el origen de sus
recursos.

1. Concepto
El beneficio de litigar sin gastos es uno de los institutos tendientes a
preservar el principio de igualdad de las partes en el proceso, en miras a evitar
que una de ellas no pueda dejar de hacer actividades en defensa de sus
derechos. Acciones que, por razones económicas, se vería privado de tener.
Antes se denominaba "declaración de pobreza", pero sucesivas
reformas fueron orientado la verdadera finalidad del beneficio, que no es
resguardar las situaciones de indigencia, sino la de responder con criterios
objetivos, a una pauta genérica que está ordenada en el segundo párrafo de
este artículo: "No obstará a la concesión del beneficio ls circunstancia de tener
el peticionario lo indispensable para procurarse su subsistencia, cualquiera
fuere el origen de sus recursos".
Por eso es improcedente el rechazo "in limine" del beneficio de litigar sin
gastos con único sustento en la calidad de persona jurídica del peticionario,
pues el art. 78 del Código Procesal no excluye de su otorgamiento a las
sociedades regulares (CNCom., Sala D, 2000/07/13, "Ablo S. A. c. Bosc,
Daniel", La Ley, 2000-F, 986 (43.236-S).
Cabe advertir que la norma no distingue entre personas de existencia
visible e ideal. Por tanto, estas últimas, incluso las sociedades comerciales,
pueden obtener el beneficio de litigar sin gastos, demostrando que no cuentan
con medios económicos para afrontar los gastos causídicos y que les resulta
imposible obtenerlos mediante el ejercicio de su propia actividad (CNCom.,
Sala B, 1998/04/21, "Atlántica Cía. Americana de seguros c. Superintendencia
de Seguros de la Nación", La Ley, 1998-D, 540).
En consecuencia, hay que probar que la persona de existencia ideal
carece de medios económicos para afrontar los gastos causídicos y que le es
imposible obtenerlos mediante el ejercicio de su propia actividad.
De todas maneras, cabe interpretar que la inclusión de las personas
jurídicas como sujetos beneficarios, no impide que la concesión sea apreciada
con particular prudencia (CNFed. Civ. y Com., Sala II, 1997/11/27, "Instituto
Geriátrico del Sol y otros c. Instituto de Servicios Sociales Bancarios", La Ley,
1998-E, 780 (40.857-S).

2. Apreciación
A los efectos del otorgamiento del beneficio de litigar sin gastos la falta
de recursos debe ser apreciada específicamente en relación con la substancia
del litigio, la que puede estar representada por las sumas que debaten las
partes. Y como de ellas se desprende lo que se debería afrontar en concepto
de tasa de justicia, es posible tener una pauta para advertir si, dichas sumas,
tienen entidad suficiente para afectar los recursos destinados al sustento del
peticionario y el de su familia, cuya protección no puede ser obviada.
De donde se sigue que la situación económica actual -comparada con la
importancia económica del proceso- acredita la concurrencia de los extremos
que tornan procedente la concesión del beneficio.
Ahora bien, este artículo 78 ha concedido a los jueces una regla de juicio
lo suficientemente elástica que les permite ponderar las circunstancias del caso
concreto, ya que sería inadmisible permitir que el peticionario del beneficio de
litigar sin gastos se vea obligado a realizar su escaso patrimonio con la
finalidad de acceder a la jurisdicción (CNCiv., Sala M, 1997/02/21, "Vignolo c.
Fleider", La Ley, 1997-C, 952 (39.480-S).
En tal medida se ha dicho que, si bien la situación patrimonial de la
actora no puede calificarse de indigente, tal circunstancia no obsta a una
declaración favorable en la concesión del beneficio de litigar sin gastos, dado
que los recursos económicos de aquélla son insuficientes para hacerse cargo
de los gastos de justicia (CNCiv., Sala M, 1997/10/31, "Ferreira Duarte c. Hta.
Francés", La Ley,1998-B, 755).
La procedencia total o parcial del beneficio no requiere que el
peticionario se encuentre en estado de pobreza extrema, pues es suficiente la
posibilidad de que los gastos derivados del proceso sean susceptibles de incidir
en los recursos destinados al sustento de aquél o de su familia, quedando
librada la concurrencia de dicho extremo a la apreciación judicial (CNCiv., Sala
F, 1996/02/12, "Spagliardi, Luis c. García, Víctor E.", La Ley, 1996-D, 898).

3. Oportunidad y alcance retroactivo


De conformidad con la norma en comentario, no cuadra una
interpretación estricta del beneficio de litigar sin gastos que desaliente su
procedencia en todo supuesto en que no concurra una indigencia absoluta,
pues ello equivaldría a una frustración a priori de las aspiraciones de justicia del
justiciable.
Cercenar de este modo los alcances de las prerrogativas es igualmente
inadmisible, pues tal temperamento redunda en evidente menoscabo de la
garantía constitucional de la defensa en juicio.
De todos modos el acceso a la justicia irrestricto no se debe confundir
con la habilidad del tiempo para deducir la pretensión. En efecto, el libre acceso
a la instancia judicial no puede implicar la liberación de las obligaciones
impuestas por sentencias judiciales, anteriores a la pretensión de la beneficiaria
y que han pasado en autoridad de cosa juzgada.
El hecho de que el art. 78 del Código de rito disponga que puede
solicitarse en cualquier estado del proceso, no significa que pueda ser invocado
-hacia el pasado- por quien ha tenido la debida defensa y resultó vencido -
como sucede en el caso- en un incidente. De lo contrario se le otorgarían al
beneficio provisional efectos retroactivos que la ley no contempla
(CS,1991/03/26, "Paloika, David D. c. Provincia de Buenos Aires y otra", La
Ley, 1991-D, 252 - DJ, 1991-2-605).
Asimismo, se ha dicho: que el beneficio de litigar sin gastos pueda
solicitarse en cualquier estado del proceso no significa que pueda ser invocado
hacia el pasado por quien ha tenido el debido servicio de justicia y debe
responder por un porcentaje de las costas del proceso (CS, 1998/03/17, "Lardel
S.C.A. c. Provincia de Buenos Aires", La Ley, 1998-E, 463).
Restricción que supone admitir que, en cualquier estado del proceso, no
admite creer en la posibilidad de solicitar el beneficio de litigar sin gastos
cuando el expediente se radica ante la Corte a raíz de la interposición de una
queja por denegación del recurso extraordinario (CS, 1977/10/13, "Mansilla,
Dora D. c. Mastandrea, Luis, sucs.", Fallos, 299:41).
En las instancias inferiores se fundamenta que, el dispositivo procesal
autoriza a la parte interesada a solicitar la concesión del beneficio de litigar sin
gastos antes de presentar la demanda o en cualquier estado de la causa, en
este último supuesto la resolución que lo otorgue no alcanza a los gastos de
justicia devengados con anterioridad a dicha solicitud, por aplicación del
principio de preclusión procesal. Ello así, la concesión del mismo es
irretroactiva respecto de las etapas precluidas del proceso (CNCiv., Sala B,
1995/08/24, "U, C. c. A., P.", JA, 1996-II-703).
Actualmente, la reforma introducida por la ley 25.488 deja aclarado este
punto en la interpretación.
El beneficio de litigar sin gastos se podrá deducir hasta la audiencia
preliminar o la declaración de puro derecho, salvo que se aleguen y acrediten
circunstancias sobrevinientes (art. 84 tercer párrafo).
Inclusive, el párrafo final determina que en todos los casos, la concesión
del beneficio tendrá efectos retroactivos a la fecha de promoción de la
demanda, respecto de las costas o gastos judiciales no satisfechos.
Requisitos de la solicitud

Art. 79.--La solicitud contendrá:


1) La mención de los hechos en que se fundare, de la necesidad de reclamar o defender
judicialmente derechos propios o del cónyuge o de hijos menores, así como la
indicación del proceso que se ha de iniciar o en el que se deba intervenir.
2) El ofrecimiento de la prueba tendiente a demostrar la imposibilidad de obtener
recurso. Deberá acompañarse el interrogatorio de los testigos y su declaración en los
términos de los artículos 440 primera parte, 441 y 443, firmada por ellos.
En la oportunidad prevista en el artículo 80 el litigante contrario o quien haya de serlo, y
el organismo de determinación y recaudación de la tasa de justicia, podrán solicitar la
citación de los testigos para corroborar su declaración.

1. Requisitos de la presentación
El pedido de beneficio de litigar sin gastos origina un procedimiento
contradictorio. Es bilateral, lo que supone que tanto el representante del Fisco,
como la parte contraria pueden requerir no solo la citación de testigos que
corroboren las declaraciones efectuadas en el escrito de postulación, sino
también, ofrecer prueba en contrario o alegar sobre el mérito de la rendida.
De igual modo, el Juez puede solicitar que se comprueben los extremos
que se invocan como fundamento de la carencia de recursos. En este aspecto,
la práctica muestra algunos de estos requisitos de admisibilidad, a saber: a)
recibos de sueldos de los últimos 6 meses; b) fuentes actuales de subsistencia;
c) aportes jubilatorios; d) integración del grupo familiar y el orígen de sus
ingresos; e) constancias de recibos de sueldos del grupo familiar; f) indicar si
los hijos concurren a establecimientos educativos privados y el valor de las
cuotas; g) si tiene el peticionante o su grupo familiar medicina prepaga; h) si es
socio de algún club social o deportivo, y en su caso cuál es la cuota mensual; i)
indicar si es propietario, y en caso afirmativo, acompañar título de propiedad y
recibos de impuestos inmobiliarios constando la tasación del bien; j) indicar si
es locatario, y de serlo, acompañar contrato de alquiler y recibos de la locación;
k) calidad de comerciante, y si lo fuera, se debe indicar el valor del fondo de
comercio por un profesional de las ciencias económicas; l) afirmar o no si se
poseen pólizas de seguros de vida; m) describir la vivienda donde vive, y
acompañar copias de los recibos de tasas y contribuciones, como los que
corresponden a servicios; n) los letrados deberán indicar el modo de
percepción de honorarios en la causa donde se pide el beneficio de litigar sin
gastos, etc.
Como se ve, no se trata de desalentar promociones de esta naturaleza
tuitiva, sino de evitar el abuso del proceso mediante el mecanismo "convencer
probando".
Entonces, para conceder el beneficio de litigar sin gastos no se requiere
la demostración de indigencia o pobreza extrema del peticionario, sin embargo,
ello no importa eximir de probar, a quien solicita el mismo, la efectiva carencia
de medios para litigar (CNCiv., Sala D, 1997/08/07, "D' Amato, Adrián R. c.
Russo, María A.", La Ley, 1998-C, 243).
Cabe advertir que en nuestro sistema procesal, donde rige la mediación
obligatoria como recaudo de admisibilidad de la pretensión, supone crear una
instancia que origina gastos e inversiones. Por tanto, se afirma que la gestión
del trámite de mediación -prerrequisito de la acción- conlleva erogaciones e
incluso costas que podrían limitar el acceso a la justicia de quienes carecen de
recursos, en cuya virtud ante la ausencia de disposiciones en contrario,
resultan aplicables, en lo pertinente, las disposiciones contenidas en el art. 78 y
sigtes. (CNCiv., Sala B, 1998/11/06, "Andretta, Olga I. c. Ruibal, Jorge y otro",
La Ley, 1999-A, 86, con nota de Adriana Luisa Schneider).

2. Prueba de la carencia de recursos económicos


El beneficio de litigar sin gastos si bien no requiere la demostración de
un estado de indigencia, quedando la cuestión al prudente arbitrio judicial en
punto a las circunstancias que conforman la falta de recursos, de ninguna
manera responde a un simple trámite formal, quedando a cargo del interesado
el arrimar toda la prueba indispensable para llevar al juez al convencimiento de
que se dan en el caso los requisitos exigidos en el ordenamiento adjetivo.
El art. 79 solicita, como recaudo para que proceda el beneficio de litigar
sin gastos, que quien lo solicitare carezca de los recursos necesarios para
hacer frente a los costos que le ocasione el pleito. El legislador ha dejado al
prudente criterio judicial apreciar la seriedad de la solicitud, sobre la base de
las verosimilitud de los hechos de modo de comprobar que se le haga al
solicitante imposible o sumamente gravoso la erogación que requiere el
proceso a iniciar (CNCiv., Sala E, 1987/03/27, "Buxton, Martín c. Band, Cristian
y otros", La Ley, 1987-C, 359 - DJ, 987-2-705).
La "necesidad de reclamar o defender judicialmente derechos", a que
hace referencia el inc. 1°), es la de haber tenido que recurrir a la vía judicial por
haberse agotado las restantes y no la de que el juicio sea imprescindible para
la subsistencia, ya que de lo contrario se estaría restringiendo notablemente el
ámbito de posibilidad de los carentes de recursos para obtener la satisfacción
judicial de sus derechos (CNCiv., Sala G, 1982/02/16, "Di Benedeto, Vicente M.
c. Jockey Club", La Ley, 1982-D, 224 - ED, 98-316).
Se observa así, que el ordenamiento de forma ha dejado librada a la
valoración del juez, conforme a las circunstancias del caso y de la época,
determinar cuándo ciertas personas carecen de medios suficientes para
afrontar el pago de los gastos causídicos que pueda ocasionar un pleito
concreto. Cabe señalar que, en tal sentido, el objeto de la actividad probatoria
desarrolla en el incidente de otorgamiento del beneficio de litigar sin gastos,
consiste en arrimar elementos que permitan al juzgador formar convicción
acerca de la posibilidad del peticionante de obtener o no recursos

2.1 Mención de los hechos


El inciso 1º) permite requerir el beneficio para sí o para el cónyuge, o en
representación de los hijos menores.
Se ha de indicar el proceso donde se pretende aplicar el beneficio
incoado, y en caso alguno se admitirá una declaración genérica que no tenga
destino. Esto es, que no cabe otorgar el beneficio de litigar sin gastos para que
se pueda utilizar en cualquier proceso hacia el futuro.

2.2 Declaración de los testigos


Si bien es cierto que la reforma de la ley 22.434, dejó sin efecto el
número de testigos necesarios para acordar la petición, quedando librado a la
apreciación del Juzgador su número y, obviamente, valor probatorio de los
aludidos testimonios; hay que aclarar que si las declaraciones efectuadas por
escrito no hacen constar con suficiencia elocuencia la carencia de recursos, no
se puede admitir que la sola ratificación y la ampliación del testimonio sea
causa bastante para variar una decisión denegatoria.
Si mantenemos el criterio bilateral de este incidente, la parte oponente
puede ofrecer prueba testimonial que desvirtúe las afirmaciones que contiene
el escrito originario de presentación. Ello así, porqué la posibilidad de requerir
la ratificación personal es facultativa y no impide probar en contrario; de otro
modo, en el proceso se podrían atender solamente los testimonios ofrecidos
por una de las partes. Asimismo, la posibilidad probatoria está autorizada en el
párrafo final del art. 80.
Pero no esta una posición absoluta, pues otros interpretan que la
intervención de la contraparte en el pedido de beneficio de litigar sin gastos se
limita al control de la prueba, al cuestionamiento de la procedencia del pedido y
a la solicitud de que se deja sin efecto la franquicia acordada en caso que
entienda que el interesado no tiene ya derecho a ella (arts. 80, 81 y 82, Código
Procesal) (CNCiv., Sala B, 1996/02/14, "Antonucci, Claudia P. c. Cerati,
Gustavo", La Ley, 1996-D, 898, J. Agrup., caso 11.091).
Cabe agregar que, si bien el código faculta a la parte a ofrecer por
escrito la declaración testimonial, también autoriza a que se ofrezcan los
testigos para declarar ante el Juzgado en los términos del art. 80 primer
párrafo; de modo tal que no cabe declarar improcedente la prueba ofrecida con
estas características.

2.3 Prueba documental


Las observaciones precedentes, son válidas también para la contraparte.
Es decir, la prueba documental que ofrece la actora debe acompañarse al
presentar el pedido, o al contestar la vista prevista en el art. 80.

2.4 Otras pruebas


La demostración de la carencia de recursos se puede intentar con todos
los medios de prueba; pero si fuera necesario practicar una pericia que origina
gastos, evidentemente sería una contradicción no autorizarla por faltar medios
económicos para afrontarla. En todo caso, ella se debe realizar sin anticipo de
gastos, y resolver la situación como costas procesales.
Prueba

Art. 80. -- El juez ordenará sin más trámite las diligencias necesarias para que la prueba
ofrecida se produzca a la mayor brevedad y citará al litigante contrario o a quien haya de
serlo, y al organismo de determinación y recaudación de la tasa de justicia, quienes
podrán fiscalizarla y ofrecer otras pruebas.

1. Control de la prueba
El control de la prueba se hace por la parte contraria a la que se opone
el beneficio; lo que lleva a desvirtuar la creencia corriente respecto a que la
protección dispensada por el código al que carece de recursos para litigar, sea
pensado solamente en favor del actor.
La citación al contrario es requisito del debido proceso, de modo tal que
si es resuelto el beneficio sin haber acordado bilateralidad a los actos, o
sustanciado el proceso sin conocimiento de la contraparte, existe nulidad
absoluta de lo actuado.
Por tanto, no cabe considerar al beneficio de litigar sin gastos como si
fuera un proceso voluntario, sino que el mismo constituye un incidente donde la
contraparte no sólo se encuentra facultada para fiscalizar la prueba, sino que
también puede oponerse a su concesión o a su mantenimiento, acreditando en
este último supuesto, que la persona a cuyo favor se dictó no tiene ya derecho
al beneficio
El objeto de la actividad probatoria desarrollada en el incidente de
otorgamiento del beneficio de litigar sin gastos, consiste en arrimar elementos
que permitan al juzgador formar convicción acerca de la posibilidad del
peticionante de obtener o no los recursos.
La peculiar naturaleza del extremo a demostrar impone que la valoración
de las pruebas rendidas, realizada conforme a las reglas de la sana crítica, no
atienda a un grado absoluto de certeza, sino a la posibilidad por cierto, próxima
que el caso encuadre en el supuesto de excepción que autoriza el
otorgamiento del beneficio. Ello, sin embargo no importa que deba apreciarse
ligeramente la prueba producida, encontrándose el juzgador habilitado para
exigir la concurrencia de elementos de juicio sobre cuya base pueda estructurar
el proceso lógico y racional que distingue la "convicción" de la mera
"sensación".

Traslado y Resolución.

Art. 81.-- Producida la prueba se dará traslado por cinco días comunes al peticionario, a
la otra parte, y al organismo de determinación y recaudación de la tasa de justicia.
Contestado dicho traslado o vencido el plazo para hacerlo, el juez resolverá acordando
el beneficio total o parcialmente, o denegándolo. En el primer caso la resolución será
apelable al solo efecto devolutivo.
Si se comprobare la falsedad de los hechos alegados como fundamento de la petición
del beneficio de litigar sin gastos, se impondrá al peticionario una multa que se fijará en
el doble del importe de la tasa de justicia que correspondiera abonar, no pudiendo ser
esta suma inferior a la cantidad de PESOS UN MIL ($ 1.000). El importe de la multa se
destinará a la Biblioteca de las cárceles.

1. Intervención del representante de Fisco


El comparendo del representante del fisco a la audiencia del art. 80 o
para el control de las diligencias probatorias previstas, se torna eventual en los
términos como se redactan las normas (podrá fiscalizarla); no existe obligación
de pronunciamiento, ni tiene otro efecto que no sean los propios del acto
procesal de comunicación.
La ley 25.488 despeja el criterio anterior, según el cual se dijo que, el
beneficio de litigar sin gastos es un incidente que se caracteriza por la
sumariedad de su trámite, razón por la cual antes de correrse el traslado
previsto en el art. 81 sólo se admite la citación del litigante contrario o al que
haya de serlo para que fiscalice la producción de la prueba. En tal situación no
se encuentra el fisco, pues si no es sujeto pasivo de la pretensión de fondo que
plantea la parte que solicitó el beneficio, no puede ser considerado "litigante
contrario", dado que entre ambos no existe controversia.(CNCiv., Sala D,
1997/06/27, "Villanueva, Walter B. c. Empresa Metrovías", La Ley, 1998-A,
389).

2. Actitudes anteriores de la contraparte


La parte contraria en el beneficio de litigar sin gastos no puede alegar
insuficiencia testimonial cuando haya guardado silencio frente al traslado de la
prueba producida por el solicitante, dispuesto de conformidad con el art. 81 del
Código Procesal toda vez que dicho traslado tiene por objeto acordar a las
partes la oportunidad de que se expidan sobre el mérito de dicha prueba
(CNFed. Civ. y Com., Sala II, 1999/12/30, "Fano, Norberto G. c. Banco de la
Nación Argentina", La Ley, 2000-C, 898 (42.642-S)

3. Multa procesal
La severidad de la reforma de la ley 25.488 se observa en el castigo que
se impone al que demuestra falsedad y no consigue demostrar su carencia de
recursos, pues se le impondrá una multa que se fijará en el doble del importe
de la tasa de justicia, cifra no podrá ser inferior a pesos un mil ($ 1.000).

4. Apelación
El art. 81 dispone que la resolución que concede el beneficio de litigar
sin gastos es apelable con efecto devolutivo y no la inapelabilidad de la
decisión que deniega el mismo (CNCom., Sala D, 1999/05/10, "Estudio
Consultor de Obras Públicas S. R. L. c. Vicente Robles S. A.", La Ley, 2000-B,
892, J. Agrup., caso 14.965 - JA, 1999-IV-109).

Carácter de la resolución

Art. 82. -- La resolución que denegare o acordare el beneficio no causará estado.


Si fuere denegatoria, el interesado podrá ofrecer otras pruebas y solicitar una nueva
resolución.
La que lo concediere, podrá ser dejada sin efecto a requerimiento de parte interesada,
cuando se demostrare que la persona a cuyo favor se dictó no tiene ya derecho al
beneficio.
La impugnación se sustanciará por el trámite de los incidentes.

1. No hay cosa juzgada en el beneficio


La decisión que deniega o concede el beneficio no causa estado, de
modo que la sentencia que lo acuerda es susceptible de ser dejada sin efecto
ante la demostración sobreviniente de que no asiste ya derecho al solicitante,
cuya responsabilidad será, entonces, plena por haber "mejorado de fortuna".
De igual manera, cuando se interpreta que el beneficio no procede, cabe
demostrar con circunstancias de hecho sobrevinientes al pronunciamiento
desestimatorio, que el estado antes analizado ha tornado hacia condiciones
que hacen imposible asumir los costos del proceso.
El ofrecimiento de "otras pruebas" que prevé el artículo 82 del Código
Procesal debe versar sobre hechos nuevos, toda vez que la modificación
denegatoria es inadmisible si el interesado se limita a aportar elementos de
juicio tendientes a reparar los defectos o la insuficiencia de la prueba
producida. (CNCiv., Sala E, 1996/03/29, "Rodríguez, Rosa K. c. Instituto
Antártida S. A.", ED, 169-138).

2. Recurso impropio
El agravio de las partes cuando se recurre contra la resolución que
concede el beneficio, tiene un trámite impropio con el principio de revisión
judicial de los actos procesales firmes.
La cuestión no es, en esencia, un recurso sino la apertura de un trámite
incidental que no modifica la competencia del juez a quo, quien continúa
interviniendo y considerando la prueba que fundamente la reconsideración del
fallo adoptado.
Beneficio provisional. Efectos del pedido

Art. 83.--Hasta que se dicte resolución la solicitud y presentaciones de ambas partes


estarán exentas del pago de impuestos y sellado de actuación.
Estos serán satisfechos, así como las costas, en caso de denegación. El trámite para
obtener el beneficio no suspenderá el procedimiento, salvo que así se solicite al
momento de su interposición.

1. Alcance del beneficio


Mientras se sustancie el trámite del beneficio, ninguna de las partes
podrá ser intimada al pago de tasas o contribuciones vinculadas con el proceso
donde tramitan.
Esta disposición, unida al párrafo final del art. 84 que establece la
retroactividad al tiempo de promover la demanda, de los beneficios que se
obtengan del litigar sin gastos, deroga reiterada jurisprudencia que ha señalado
que los efectos retroactivos previstos en el art. 83 no comprenden los gastos
devengados con anterioridad a la petición (CNCiv., Sala B, 1997/02/25,
"Dieguez, Eloisa c. Lavalle, Oscar", La Ley, 1997-C, 949 (39.470-S).
Asimismo, el acuerdo provisional que el art. 83 señala, no alcanza al
profesional que lo asiste, ni puede ser invocado por aquél para sustraerse de
los efectos propios del pacto de cuota litis (CNCiv., Sala B, 1997/10/02,
"Enríquez, Juan A. c. Transportes Metropolitanos Gral. Roca S. A.", La Ley,
1998-B, 940, J. Agrup., caso 12.658).

2. Reclamaciones
No pueden reclamarse al titular del beneficio a litigar sin gastos las
sumas que hubieran debido pagarse antes de iniciarse el trámite de la
franquicia, pues el artículo 83 no distingue en qué momento debieron
efectuarse los gastos exentos, pudiéndose acreditar o invocar dicha exención
tanto al comienzo como durante el trámite de las actuaciones, pues no es de
presumir que hasta el momento en que el apelante promovió el beneficio tenía
bienes suficientes para afrontar los gastos (CNCiv., Sala C, 1995/09/26,
"Mendoza, María M. c. Instituto de Servicios Sociales", La Ley, 1996-B, 716).
Recién con la denegación del beneficio, se podrán exigir la integración
de los costos procesales, aunque permanece cierta inseguridad con esta
conclusión si observamos alguna jurisprudencia que sostiene que ello no
procede aun con el rechazo de la pretensión.
En tal sentido se afirma que, denegado un primer beneficio de litigar sin
gastos por no encontrarse debidamente acreditada la situación económica del
peticionante, al no causar estado tal decisión e iniciado un nuevo pedido, el
alcance provisional que le asigna el art. 83, torna improcedente la intimación al
pago de la tasa de justicia (CNCiv., Sala H, 1996/07/15, "Méndez, Ramona T. y
otro c. Ferrocarriles Metropolitanos S. A.", La Ley, 1998-B, 897 (40.296-S).
Ahora bien, si se concede, carece de razonabilidad excluir de su alcance
a la tasa de justicia, pues ésta constituye la erogación de mayor envergadura
que debe efectuar el actor en el proceso. Tal conclusión también corresponde,
si el incidente no ha sido resuelto, pues el carácter provisional asignado por el
art. 83 conduce a la improcedencia del requerimiento del pago de la tasa de
justicia (CNCiv., Sala H, 1996/12/19, "Shapiro, R. c. Banco de la Ciudad de
Buenos Aires", La Ley, 1997-D, 834 (39.634-S).
Con la tasa de justicia la jurisprudencia se ha mantenido constante. Se
ha dicho que, si los rubros reclamados en la demanda fueron precisados con
posterioridad a su interposición para interrumpir la prescripción, puede
razonablemente interpretarse que entonces quedó determinado el monto
imponible generador del débito fiscal, y que al solicitar en esa oportunidad el
beneficio de litigar sin gastos el peticionario gozaba del beneficio provisional
previsto en el art. 83 del Código Procesal (CNCiv., Sala B, 1997/02/25,
"Dieguez, Eloisa c. Lavalle, Oscar", La Ler, 1997-C, 949 (39.470-S)
Pero, si el pedido fue promovido en la misma fecha en que se amplió la
demanda, no procede el pago de la tasa de justicia, pues tal actuación coincidió
temporalmente con el principio del art. 83 (CNCiv., Sala G, 1995/05/12,
"Ferreiro, Graciela c. Moinegreen, Ernesto", La Ley, 1995-C, 588. - DJ, 1995-2-
800).
Asi también, se argumenta que la exención dispuesta por el art. 83 no
alcanza a la tasa devengada en el acto de iniciación de las actuaciones, si el
beneficio respectivo concluye por caducidad (CNCiv., Sala G, 1996/03/05,
"Sandoval, María J. c. Empresa Ferrocarriles Argentinos", La Ley, 1996-C,
765).

3. Suspensión de las actuaciones


La reforma procesal introduce una variable importante en el párrafo final
del art. 83 al indicar que solamente se suspende el trámite del juicio principal
donde vaya a aplicarse la resolución conexa con el pedido de litigar sin gastos,
cuando ello se solicite expresamente en el escrito de promoción del beneficio.
De este modo, creemos, se evita la dualidad de criterios que tuvo la
anterior redacción que llevó a sostener, por ejemplo, que el art. 83, última
parte, debía interpretarse con un criterio de contemporaneidad, porque
disponía la suspensión del procedimiento hasta tanto recaiga decisión definitiva
en el beneficio de litigar sin gastos. Por tanto, se entendió que regía en el
supuesto de que se lo solicitare "en la demanda" como cuando se practicase
por vía de incidente (CNCiv., Sala E, 1995/10/02, "Atuña de Ternavasio, Beatriz
c. Edesur S. A. y otros", La Ley, 1996-D, 888, J. Agrup., caso 11.015).
Además, la suspensión solicitada no lesiona el principio formal de
celeridad procesal, pues el peticionario puede, mediante un trámite diligente del
beneficio de litigiar sin gastos, obtener rápidamente la reanudación del trámite
del expediente principal.
Tampoco causa perjuicio alguno a las partes, por cuanto la demanda
interrumpe el curso de la prescripción y el proceso no puede perimir en tanto
los trámites estén suspendidos, ni impide el pedido de medidas cautelares
(CNCiv., Sala A, 1995/09/06, "Galeano, Héctor D. c. Bianchi, Alfonso D.", La
Ley, 1996-B, 723 (38.546-S)

Alcance. Cesación.

Art. 84. --El que obtuviere el beneficio estará exento, total o parcialmente, del pago de las
costas o gastos judiciales hasta que mejore de fortuna; si venciere en el pleito, deberá
pagar las causadas en su defensa hasta la concurrencia máxima de la tercera parte de
los valores que reciba.
Los profesionales podrán exigir el pago de sus honorarios a la parte condenada en
costas, y a su cliente, en el caso y con la limitación señalada en este artículo.
El beneficio podrá ser promovido hasta la audiencia preliminar o la declaración de puro
derecho, salvo que se aleguen y acrediten circunstancias sobrevinientes.
En todos los casos la concesión del beneficio tendrá efectos retroactivos a la fecha de
promoción de la demanda, respecto de las costas o gastos judiciales no satisfechos.

1. La mejora de fortuna
La percepción por parte de quien obtuvo el beneficio de litigar sin gastos
de la suma reclamada en la demanda no importa "per se" una efectiva mejora
patrimonial a los fines del pago de las costas judiciales, sino que debe
apreciarse si su ingreso implica que el titular de la franquicia ha salido de la
situación económica personal que en su momento el juez consideró para
concederlo (CNCiv., Sala B, 1998/06/25, "P., J. C. c. Rolón, Nelson A. y otros",
La Ley, 1999-D, 527).
La mejora de fortuna que refiere la norma, se halla condicionada a la
efectiva percepción de valores por parte del beneficiario, no siendo suficiente,
por lo tanto, que la sentencia definitiva se haya limitado a reconocer un crédito
o derecho a favor de aquél.
En tales términos, la percepción por el beneficiario de la suma
reclamada, no significa que haya mejorado su situación patrimonial, como
tampoco que esa sentencia favorable equivalga a que el beneficio se pierda o
quede sin efecto, pues su aplicación subsistiría en la medida en que las costas
y los gastos a cargo del beneficiario excedan la fracción establecida, rigiendo
con relación al plus resultante, la exigibilidad diferida al mejoramiento de
fortuna (CNCiv., Sala H, 1996/03/13, "Michel, E. c. De Fabritis", La Ley, 1998-
B, 924, J. Agrup., caso 12.534).
La prueba sobre la mejora de fortuna recae en quien exige el pago de
las costas. Ello así, pues la exención total o parcial del pago de éstas hasta que
el deudor se recupere de su insolvencia constituye una obligación que participa
de la naturaleza de la cláusula a mejor fortuna, contemplada por los arts. 620 y
672 del Código Civil. En efecto, como su exigibilidad se encuentra subordinada
al acaecimiento de un hecho futuro e incierto, que es aquel mejoramiento de
fortuna, se trata de una obligación condicional resolutoria (CNCiv., Sala H,
1997/08/11, "Brustia, Rosario M. c. Ben-Plas S. A.", La Ley, 1998-C, 12).
Por tanto, no basta cualquier mejoría de fortuna para dejar sin efecto el
beneficio de litigar sin gastos, sino aquélla que le permite al condenado en
costas salir de la situación económica personal que en su momento el juez
consideró para concederlo.
Por ejemplo, si el actor litiga con beneficio de pobreza y el reclamo inicial
prosperó sólo en parte, el gasto por la tasa de justicia faltante será soportado
por la actora, cuando mejore de fortuna al percibir la indemnización que le
corresponde, hasta la concurrencia máxima de la tercera parte de los valores
que reciba, ya que, entonces, se ha de colocar en la situación prevista en el art.
84 del Código Procesal (CNCiv., Sala L, 1997/04/22, "Jorge, Roberto L. c.
Maciel, Eustaquio", La Ley,1998-D, 912, J. Agrup., caso 12.907).

2. Reclamo de honorarios
Si resulta vencedor en el proceso quien hubiera obtenido el beneficio de
litigar sin gastos, debe pagar las costas causadas en su defensa hasta la
concurrencia máxima de la tercera parte de los valores que reciba, quedando
sólo incluidos los honorarios de sus propios letrados y los gastos devengados
por él mismo a raíz de la promoción del proceso.
No comprende los emolumentos de los letrados que lo vencieron, pues
para éstos rige el principio general según el cual es menester verificar la
mejoría patrimonial (CNCiv., Sala B, 1998/06/25, "P., J. C. c. Rolón, Nelson A. y
otros", La Ley, 1999-D, 527).
Además, el hecho de que el vencido haya actuado con beneficio de
litigar sin gastos no impide considerar que el plazo para el pago de los
honorarios profesionales fijado en la sentencia esté dirigido a él, pues si bien se
encuentra eximido de afrontar el pago de las costas ello no enerva el carácter
principal de su obligación (CNCiv., Sala B, 1995/11/16,"P., R. c. L., H.", La Ley,
1997-E, 1022 (39.821-S).
Cabe agregar que la disposición del párrafo segundo, al contemplar un
supuesto de excepción a la pauta general establecida en el mismo precepto, no
puede extenderse a las costas devengadas por la defensa de la contraria, ya
que el precepto no obliga, a quien litiga sin gastos, a afrontar con el tercio de la
condena las costas que le hubieren sido impuestas, sino que se refiere
expresamente a las devengadas por la propia intervención del beneficiario .

3. Efectos retroactivos
Ya hemos señalado que la reforma de la ley 25.488 otorga efectos
retroactivos al tiempo de promover la demanda del beneficio, de manera tal que
si el proceso tramita como un incidente dentro del principal, se hace extensivo
a este los alcances de la norma.
Por tanto, queda inaplicable el criterio jurisprudencial que argumenta
que, conforme el art. 9º de la ley 23.898 (Adla, L-D, 3751), la tasa de justicia
debe ser abonada al inicio del proceso; lo que no se puede alterar por la
circunstancia de haberse articulado un beneficio de litigar sin gastos con fecha
posterior, pues ello redundaría en una desigualdad de las partes frente a la ley,
tanto más cuando, de conformidad con lo establecido en el art. 84 del Código
Procesal (hoy derogado), dicho beneficio carece de efectos retroactivos, de
modo que no comprende actuaciones procesales precluidas (CNCiv., Sala A,
1998/11/24, "Rojo, Humberto F. c. Suárez, Carlos", La Ley 1999-C, 180).
Sin embargo esta posibilidad solo acontece cuando la demanda principal
coincide con el requerimiento de litigar sin gastos. De otro modo, los efectos
retroactivos del beneficio no se pueden aplicar a un proceso anterior.

4. Alcances
La concesión del beneficio de litigar sin gastos lleva aparejado el efecto
fundamental consistente en que el beneficiario queda exento del pago de las
costas y gastos judiciales hasta que mejore de fortuna, por lo que la exigibilidad
de éstos se encuentra sujeta a un hecho futuro eventual, como es el
mejoramiento de fortuna del deudor, lo que configura una condición resolutoria,
que de no cumplirse, convierte la exención en definitiva.
Toda vez que se ha cumplido la condición implícita del otorgamiento de
la carta de pobreza, la responsabilidad del beneficiado frente a los gastos del
proceso debe limitarse al tope contenido en el art. 84 del Código Procesal, esto
es un tercio de los valores que reciba (CNCiv., Sala A, 1998/02/18, "Rodríguez,
Daniel J. c. López, Gustavo J.", La Ley, 1998-E, 572).

Defensa del beneficiario

Art. 85. -- La representación y defensa del beneficiario será asumida por el defensor
oficial, salvo si aquél deseare hacerse patrocinar o representar por abogado o
procurador de la matrícula; en este último caso, cualquiera sea el monto del asunto, el
mandato que confiera podrá hacerse por acta labrada ante el oficial primero.

1. Asistencia letrada
Una vez concedido el beneficio de litigar sin gastos la representación
procesal, dice la norma, será asumida por, el Defensor oficial, o el abogado de
confianza.
Este último es quien en condiciones normales se constituye en
apoderado del beneficiario, de modo tal que hubiera sido mejor invertir el orden
de presentación de opciones.
Sin embargo, no se puede dejar de observar la importancia de los
diversos consultorios jurídicos gratuitos que tiene la justicia argentina, que
orientan a las personas en procedimientos como el presente, apoyándolos no
solo con el consejo técnico, sino también, con el patrocinio letrado obligatorio
en toda presentación judicial.
Por eso, conferido el beneficio, la parte puede elegir continuar con el
abogado, o elegir otro, y en su caso, requerir ante el oficial primero del Juzgado
que se libre acta donde conste el mandato que entrega sin necesidad de
realizar un instrumento público (art. 1184 inciso 7º, CC).

Extensión a otra parte

Art. 86. -- A pedido del interesado, el beneficio podrá hacerse extensivo para litigar
contra otra persona en el mismo juicio, si correspondiere, con citación de ésta.

1. Alcance individual del beneficio


Este artículo corrige el alcance del beneficio contra terceros no
denunciados oportunamente como sujetos pasivos del proceso principal donde
se aplica el procedimiento de litigar sin gastos.
Recordemos que la habilitación que reglamentan los arts. 78 y ss. se
refieren al proceso que se ha de iniciar o en el que se deba intervenir (art. 79
inciso 1º), condición que evita utilizar el beneficio en otros litigios donde no se
hubiera requerido.
La citación de otra persona, no es al solo efecto de comunicar la calidad
que se ostenta, sino para darle bilateralidad y derecho de contradicción en el
beneficio de litigar sin gastos; toda vez que si bien puede estar resuelto, no
impide que se efectúen presentaciones en los términos de revisión que permite
a la parte demostrar la solvencia posterior del beneficiado.

CAPITULO VII -- Acumulación de acciones y litisconsorcio

Acumulación objetiva de acciones

Art. 87. -- Antes de la notificación de la demanda el actor podrá acumular todas las
acciones que tuviere contra una misma parte, siempre que:
1. No sean contrarias entre sí, de modo que por la elección de una quede excluida la
otra.
2. Correspondan a la competencia del mismo juez.
3. Puedan sustanciarse por los mismos trámites.

1. Características generales
Se habla de acumulación objetiva de acciones, cuando el actor resuelve,
antes de notificar la demanda, agregar otras pretensiones contra las personas
a quienes se dirige.
Esta ampliación del objeto, a su vez, puede convertirse en una
ampliación de partes a demandar, en cuyo supuesto no son pretensiones las
que se agregan, sino personas a convertir en sujetos pasivos del proceso.
Por eso se denominan procesos complejos, bien por la diversidad de
personas, o por la pluralidad de pretensiones, o de una sola pero con varios
sujetos, donde el efecto externo más característico es la existencia real de un
solo proceso y de un juicio único que le pone término.
Sin perjuicio de esta modalidad procedimental, la disputa entre partes
puede encontrar -o necesitar- otros involucrados en la relación jurídica que se
ventila, debiendo integrarse la litis con ellos a efectos de impedir que la
sentencia los afecte sin que hayan tenido posibilidad de defensa. Son los
supuestos característicos de la intervención de terceros, ya sea en las
modalidades voluntaria o coactiva.
Finalmente, el proceso también puede afectar parcialmente a otros. No
en la totalidad del objeto procesal, sino, tan solo, en una parte, en una única
cuestión.
Es entonces cuando la litis incorpora un nuevo concepto de legitimados
activos a través del instituto de las tercerías, que se caracteriza porque la
pretensión de estos no viene a posicionarse en lugar de cualquiera de los
litigantes originarios, sino en un espacio individual y a través de una específica
cuestión que dentro del proceso deduce.
Son las denominadas tercerías de mejor derecho y de dominio.

2. El litisconsorcio
La conexidad del interés entre varias personas provoca que, actuando
en conjunto, constituyan el llamado litisconsorcio activo (posición de parte
actora) o pasivo (posición de parte demandada), cuya legitimación procesal se
resuelve en función del vínculo que los unifica.
Definir el interés para obrar de cada uno es una verdadera dificultad
pues la reunión de ellos en una misma calidad no supone, necesariamente, que
tengan iguales intenciones o la misma pretensión.
Las categorías conocidas de litisconsorcio permiten observar diferencias
en la fisonomía que adquiere la legitimación, en tanto cada una de ellas contrae
un significado distinto de acuerdo al modo y forma como se implementan.
Hay tres tipos de litisconsorcio: 1) voluntario; 2) necesario, y 3)
cuasinecesario. Cada uno tiene un componente distinto en relación al o a los
intereses que se actúan.
En el primero, también denominado litisconsorcio facultativo (art. 88),
queda expuesto en el plano subjetivo una acumulación de objetos litigiosos que
representan pretensiones basadas en derechos materiales que se consideran
acumulativos y no incompatibles ni excluyentes entre sí, e incluidos todos en el
ámbito de competencia jurisdiccional, pero que, en definitiva, se distinguen, ya
sea porque nacen de un mismo título o se fundan en una misma causa de
pedir. El fenómeno se circunscribe en el área de la acumulación de acciones
(art. 87 y 88) y depende de la voluntad de quien pueda en estas circunstancias
demandar a varios o solo a uno; o también, del acuerdo y voluntad concorde de
quienes tengan esa posibilidad jurídica y quieran ejercitar judicialmente sus
derechos contra varios.
El litisconsorcio necesario (art. 89) obliga a integrar el proceso con todos
aquéllos a quienes la sentencia pudiera afectar.
La peculiaridad de esta figura procesal consiste en que la acción
pertenece a todos los interesados y contra el pleno de interesados
considerados como un solo sujeto. Si la litis no ha quedado integrada con todos
los partícipes obligados, la sentencia que en definitiva se pronuncie sería inútil
o deficiente, por cuanto no se podría cumplir, ya que sus efectos, que
indispensablemente deben llegar a todos los legitimados, no podrían alcanzar a
quienes no fueron objeto del proceso.
A diferencia del caso anterior, en este la necesidad implica una
pretensión única, cuya característica esencial reside en la circunstancia de que
puede ser interpuesta por o frente a varios legitimados, y no frente a alguno de
ellos solamente.
Por último, el litisconsorcio cuasinecesario es una figura intermedia en la
que, si bien una pluralidad de sujetos podrían actuar por separado en relación
con un determinado objeto litigioso, La Ley exige un tratamiento procesal
conjunto con resolución que afectar a todos, independientemente de que
litiguen o no.
Digamos, en conclusión, que existe una conexidad jurídica entre la
pretensión y los sujetos obligados a responder por ella, que proyecta una
infinidad de consecuencias procesales.
Por ejemplo, en materia de legitimación, dependen de la voluntad de
quien demande o resista. Si el actor resolviera demandar por separado, cada
proceso tendrá su propia cuestión de legitimación, pero la sentencia,
habitualmente, es única a través del llamado que hace la acumulación de
procesos.
En el litisconsorcio necesario la cuestión es sustancialmente diferente.
La vinculación subjetiva es inescindible al provenir de un mismo derecho
material (v.gr.: indivisibilidad de la obligación). La legitimación en estos casos
se considera en relación con la cualidad de cada uno, pero el interés para obrar
no se fracciona, al ser único e indivisible.
La necesidad de contar con todos los interesados lo pregona la ley,
mucho mas en los casos de litisconsorcios pasivos, ante el riesgo de la
indefensión que nulifica todo el proceso.
Por eso, la existencia del litisconsorcio necesario no supone un
problema definido a través de los presupuestos procesales, sino de la
legitimación ad causam.
En el litisconsorcio cuasinecesario, varias personas se hallan, ante un
determinado evento jurídico, en situación de igualdad que por tanto, los legitima
individualmente; empero la resolución judicial alcanza a todos, aun cuando no
estén ni hayan sido parte en el proceso.
El caso es típico en las obligaciones solidarias, o frente a impugnaciones
de acuerdos societarios que alcanzan a los socios.

3. Condiciones
La acumulación de acciones prevista para la etapa inicial del juicio,
admite que las distintas pretensiones que el actor tenga contra el demandado
sean sustanciadas en un proceso único lo cual responde a principios de
economía procesal (CNCiv., Sala L, 1997/12/03, "Canale, Guillermo H. c.
Achával Lastra, José y otro", La Ley, 1998-C, 316).
La posibilidad de proceder a una acumulación objetiva de acciones o
bien demandar en un mismo proceso en razón de acciones conexas por el
título, por el objeto o por ambos elementos a la vez, no autoriza al actor a
prescindir del cumplimiento de la carga impuesta por los inc. 3º y 4º del art. 330
del Código Procesal, indicando los hechos que permiten vincular a los
demandados, las razones por las que se demanda a uno y a otros y el alcance
de la condena que se pretende contra cada uno (CNCiv., Sala B, 1996/04/09,
"Villegas, José M. c. Consorcio de Propietarios Maure 2126 y otro", La Ley,
1997-C, 181).
Los fiadores solidarios, lisos, llanos y principales pagadores de las
obligaciones contraídas por el deudor de un mutuo hipotecario, con renuncia a
los beneficios de excusión y división, pueden ser llevados a la ejecución ya
promovida contra el deudor, en virtud de una acumulación subjetiva de
acciones (CNCiv., Sala B, 1996/07/11, " Banco Feigin S. A. c. Causa Campos
Unidos Argentinos S. A.", La Ley, 1997-C, 958 (39.508-S) - DJ, 1996-2-1016).
Asimismo se ha dicho que aun cuando no exista coincidencia entre las
partes demandadas, no resulta posible soslayar la identidad de motivos por los
cuales se acciona y la coincidencia de casi todos los actores de una y otra
controversia, instadas como base en el mismo fundamento de derecho -en el
caso la protección de los derechos del consumidor-, motivo por el cual resulta
ajustado a derecho disponer la acumulación de ambas acciones (CNCom.,
Sala D, 1999/07/15, "Guzmán, Jorge y otros c. Canale S. A.", La Ley, 2000-A,
59 - DJ, 2000-1-1403).
Obviamente, la reconvención importa un supuesto específico de
acumulación objetiva de acciones, se trata de una acción independiente que se
acumula a la primera, respecto de la cual el demandado pasa a ser actor y el
demandante originario, demandado.

3.1 Compatibilidad de pretensiones: técnicamente es mejor referir a


pretensiones antes que a acciones, lo cual no obsta ni confunde la
interpretación para que el actor amplíe su demanda si es que el objeto a
reclamar (pretensión material) no subordina o se pone en conflicto con las
demás pretensiones.
Por ejemplo, la ampliación de la ejecución es admisible si se trata del
vencimiento de nuevas cuotas de la misma obligación, pero no cuando se
pretende ampliar la pretensión originaria acompañando documentos
autónomos, supuesto que constituye una acumulación objetiva de acciones
sujeta al límite temporal del art. 87 del Código Procesal (CNCom., Sala B,
1996/12/10, "Gutkowski, Salomón c. Amsel, Eleonora A.", La Ley, 1997-D, 879,
J. Agrup., caso 11.780).
3.2 Unidad de jurisdicción: es el llamado principio de la unidad de
conocimiento, según el el cual el Juez que va a conocer en las actuaciones
debe tener jurisdicción y competencia posible para entender en las
pretensiones que se amplían.
3.3 Identidad de trámite: el tercer requisito es que las pretensiones
puedan tramitar simultáneamente sin colisionar entre ellas respecto al
procedimiento aplicado (v.gr.: art. 553 CPC).
V.gr.: si bien las acciones de impugnación de paternidad matrimonial y
de reclamación de la filiación extramatrimonial tienen un objeto en apariencia
diverso y hasta antitético, como lo constituiría por una parte el desconocimiento
de la filiación matrimonial y por la otra el reconocimiento de la paternidad
extramatrimonial, en rigor persiguen un único y mismo objeto: fijar la identidad
del hijo estableciendo fehacientemente su origen biológico y emplazándolo en
el estado de familia real que le corresponde, por lo que pueden constituir una
acumulación pasiva por comunidad de objeto, situación que requiere la
intervención obligada de tercero. (Del voto de la minoría, fundamentos del
doctor Pettigiani) (SCBs.As., 1999/03/16, "E., M. E. c. M., H. A. -C. 56.535-",
LLBA, 1999-558 - DJBA, 156-229 - ED, 182-575 - JA del 2000/05/17)

4. Costas
En la acumulación subjetiva de acciones, éstas deben seguir su propia
suerte en materia de costas, pues corresponden a relaciones procesales
diferentes entabladas con uno y otro demandado. (CNCom., Sala E,
1996/03/26, "Bertiller, Enrique M. c. Discoria S. A. y otro", La Ley, 1996-D, 368
- DJ, 1996-2-229).
En relación a la fijación de los honorarios deben tenerse en cuenta dos
pautas genéricas: a) base regulatoria única, y b) fijación de los estipendios a
todos los profesionales en la misma oportunidad, ello es así porque el valor del
litigio, cuando no hay acumulación de acciones o reconvención es sólo uno, y
se evitan además, arbitrariedades o desproporciones entre los profesionales en
cuya fijación de honorarios debe evaluarse la labor cumplida por cada uno de
ellos.
Litisconsorcio facultativo

Art. 88. -- Podrán varias partes demandar o ser demandadas en un mismo proceso
cuando las acciones sean conexas por el título, o por el objeto, o por ambos elementos a
la vez.

1. Conexidad
La incorporación de un nuevo sujeto a la relación procesal una vez
trabada la litis, importa un cambio de demanda, y resulta, por ende, sólo
admisible cuando la misma no hubiese sido notificada.
Es una facultad de actor que depende exclusivamente de su voluntad, El
puede elegir entre hacer varios procesos, o entablar la demanda contra varios
legitimados pasivos con intereses simultáneos, independientes o comunes.
Pero, tratándose de un litisconsorcio facultativo, no puede el demandado
quebrantar el principio de libertad que tiene el actor para demandar a quien
estime conveniente.
En esta modalidad, los sujetos que integran el litisconsorcio mantienen
autonomía, de modo tal que deben ser considerados en sus relaciones con la
contraparte como litigantes distintos y los actos de uno no perjudican a los
demás.
No obstante que, en un litisconsorcio facultativo, cada uno de los
litisconsortes actúa en forma autónoma, de manera que los recursos
interpuestos sólo benefician a quienes los opusieron, tal postulado admite
excepciones que se vinculan con el tenor de las defensas introducidas en los
agravios.
De tal modo, si éstas contienen fundamentos de carácter general o
comunes, porque atañen a la esencia de la relación jurídica, y fueron estimadas
en el fallo de la alzada, los efectos de la revocatoria del fallo de primera
instancia afectan a un extremo en que se halla interesado un codeudor que no
ha apelado la sentencia, repercutiendo el éxito del litisconsorte recurrente
sobre el inactivo (CNCiv., Sala A, 1996/08/07, "Sosa, José R. c.
Estacionamiento Ayacucho 1132 S. R. L.", La Ley, 1998-D, 918, J. Agrup., caso
12.945).

2. Casos típicos
Si se le imputa la responsabilidad emergente del art. 166 de la ley
19.551, a una provincia y a quienes por el fallido celebraron el acto que
disminuyó su responsabilidad patrimonial, se configura un litisconsorcio
facultativo que, por involucrar a un estado provincial, determina un
desplazamiento de la competencia en razón de la persona. En consecuencia, la
causa corresponde a la competencia originaria de la Corte Suprema de Justicia
de la Nación y, por tanto, no opera el fuero de atracción de la quiebra
(CS,1995/10/05, "Menkab S. A. c. Provincia de Buenos Aires y otros", La Ley,
1996-E, 139).
En el litisconsorcio facultativo, la disposición del objeto procesal
realizada por alguno de los litisconsortes, produce sus efectos normales
cualquiera sea la actitud asumida por los restantes (CNCiv., Sala F,
1998/06/19, "Olivo, Justo P. c. Chediak Dos Arroyos; Perales Aguiar UTE", La
Ley, 1999-F, 89 - DJ, 2000-1-286).
Es característica también, que cada uno de los litisconsortes se
encuentre en condiciones de invocar una legitimación procesal autónoma. Por
ello, a diferencia del litisconsorcio necesario, tanto el resultado del proceso
cuanto el contenido de la sentencia definitiva pueden ser distintos con respecto
a cada uno de ellos.
Cabe agregar que esta figura se caracteriza por el hecho de responder a
la libre y espontánea voluntad de las partes que intervienen en el proceso; por
lo que no viene impuesto por la ley o por la naturaleza de la situación jurídica
controvertida, sino que se halla autorizado por razones de economía procesal y
de certeza en la aplicación del derecho.
Por ello, cuando existe un litisconsorcio facultativo entre los actores,
cada uno de los sujetos que lo integran goza de plena autonomía de gestión
dentro de un proceso único, lo cual incide en forma directa en la imposición de
costas causídicas, en virtud del art. 75 del Código Procesal (CNCiv., Sala K,
1997/05/29, "García, Héctor N. y otros c. Schiros, Ana M. y otro", La Ley, 1997-
E, 347).
La transacción realizada por uno de los integrantes del litisconsorcio
facultativo pasivo no extiende sus efectos a los otros salvo el supuesto
normado por el art. 853 del Código Civil que constituye una excepción al
principio de los efectos personales de la transacción (art. 851, CC).
Finalmente, cuando existe un litisconsorcio pasivo facultativo la
caducidad de instancia declarada contra uno de los demandados no alcanza a
los demás.

Litisconsorcio necesario

Art. 89. -- Cuando la sentencia no pudiere pronunciarse útilmente más que con relación a
varias partes, éstas habrán de demandar o ser demandadas en un mismo proceso.
Si así no sucediere, el juez de oficio o a solicitud de cualquiera de las partes ordenará,
antes de dictar la providencia de apertura a prueba, la integración de la litis dentro de un
plazo que señalará, quedando en suspenso el desarrollo del proceso mientras se cita al
litigante o litigantes omitidos.

1. Legitimación inescindible
El litisconsorcio pasivo necesario se configura cuando los sujetos
procesales están legitimados sustancialmente en forma inescindible, de modo
tal que la sentencia de mérito debe ser pronunciada indefectiblemente frente a
todos los legitimados.
Existe además, cuando la eficacia del pronunciamiento definitivo se
encuentra subordinada al hecho de que la pretensión procesal sea propuesta
por o frente a varias personas. Ello se configura no sólo cuando La Ley lo
establece expresamente sino también al encontrarse determinada por la
naturaleza de la relación o situación jurídica controvertida.
Se ha dicho que, el litisconsorcio necesario se verifica cuando la
sentencia no puede dictarse útilmente respecto de la pretensión sustancial sino
con relación a varias personas, cuando está en tela de juicio un estado jurídico
que es común e indivisible respecto de una pluralidad de sujetos, cuando
media un vínculo único e inescindible entre varios participantes o cuando el
interés de un tercero se halla indisolublemente unido al de otros sujetos
procesales (CNCom., Sala B, 1999/05/31, "Ayarragaray de Villegas, Estela y
otro c. Banco de Crédito Argentino", La Ley, 2000-C, 889 (42.608-S) - DJ,
2000-2-431 - JA, 2000-I-501)
Es característica esencial, también, que cada uno de los litisconsortes se
encuentre en condiciones de invocar una legitimación procesal autónoma. Por
ello, a diferencia del litisconsorcio necesario, tanto el resultado del proceso
cuanto el contenido de la sentencia definitiva pueden ser distintos con respecto
a cada uno de ellos.
Obsérvese que, el litisconsorcio necesario constituye una excepción al
principio según el cual no puede deducirse reconvención respecto de terceros.

2. Integración de la litis
La validez de la sentencia está condicionada a que el litigio sea
sustanciado ante la totalidad de las justas partes, debiendo integrarse la misma
si alguna de ellas falta.
Esta integración no conmueve el principio dispositivo porque, si se
resuelve de oficio, se fundamente en el principio de saneamiento procesal. Es
decir, en las facultades de depuración tendiente a evitar nulidades procesales.
También se puede deducir como excepción, con el objeto de que la
sentencia comprenda a todos los litisconsortes necesarios.

3. Supuestos
Dado que el art. 993 del Código Civil permite que la pretensión
declarativa de falsedad se promueva mediante acción civil o criminal, tanto el
incidente como la pretensión autónoma requieren la intervención como parte
del oficial público autorizante, porque no se puede declarar que el instrumento
es falso, con las consiguientes responsabilidades del fedatario, sin habérsele
dado oportunidad de defensa y prueba. Así, se impone un litisconsorcio pasivo
necesario, ligado forzosamente a la índole indivisible de la declaración de
falsedad (CNCiv., Sala A, 1997/04/21, "Serra, Aurelio y otros c. Bauleo,
Natalio", La Ley, 1997-D, 176).
Tanto el incidente como la pretensión autónoma de redargución de
falsedad requieren, inexcusablemente, la intervención como parte del oficial
público autorizante, pues no se puede declarar que el instrumento es falso, con
las consiguientes responsabilidades para el fedatario, sin haberle dado
oportunidad de defensa y prueba. Así, queda impuesto un litisconsorcio pasivo
necesario, ligado forzosamente a la índole indivisible de la declaración que se
solicita, pues el instrumento no puede declararse falso en las relaciones entre
las partes y seguir siendo auténtico respecto del autorizante (CNCiv., Sala A,
1997/05/06, "Furci, Mariana S. y otro c. López, Carlos M. y otro", La Ley, 1997-
D, 299).
La acción de división de condominio exige un litisconsorcio pasivo
necesario, pues la sentencia no podría pronunciarse útilmente si no mediara
una litis integrada con todos los condóminos y/o sus sucesores (CNCiv., Sala
E, 1996/04/08, "D'Ambrosio, Florinda M. G. c. Freide, José F.", La Ley, 1996-D,
871 (38.922-S).
El litisconsorcio necesario procede siempre que, por hallarse en tela de
juicio una relación o estado jurídico que es común e indivisible con respecto a
una pluralidad de sujetos, su modificación, constitución o extinción no tolera un
tratamiento procesal por separado y sólo puede lograrse a través de un
pronunciamiento judicial único para todos los litisconsortes (CNCiv., Sala F,
1999/05/04, "Antonio, Alicia C. c. Villa, Jorge R.", La Ley, 1999-F, 386).
No obsta a la habilitación de la instancia la circunstancia que una de las
personas que intervinieron como requeridos en la etapa de mediación no sea
finalmente demandada, máxime si quien invoca tal supuesto hecho obstativo
no alega la existencia de un litisconsorcio necesario (CNCiv., Sala H,
1997/09/23, "Milisenda y Crespín L. c. Lambre, O.", La Ley, 1998-B, 95).
En el caso de que la caja de seguridad bancaria esté registrada a
nombre de más de una persona y a la orden recíproca, no existe litisconsorcio
activo necesario, toda vez que por aplicación de los arts. 699 y 705 del Código
Civil cualquiera de los titulares tiene legitimación activa independiente
(CNCom., Sala B, 2000/04/14, "Katz, Carlos G. c. Banco Francés", La Ley,
2000-F, 987 (43.244-S)

CAPITULO VIII -- Intervención de terceros

Intervención voluntaria

Art. 90. -- Podrá intervenir en un juicio pendiente en calidad de parte, cualquiera fuere la
etapa o la instancia en que éste se encontrare, quien:
1. Acredite sumariamente que la sentencia pudiere afectar su interés propio.
2. Según las normas del derecho sustancial, hubiese estado legitimado para demandar o
ser demandado en el juicio.
1. Intervención de terceros
La legitimación para obrar del tercero se colige desde el interés que
acredita y, en consecuencia, por la calidad de parte que puede reclamar.
En sentido técnico, aplicado por tanto únicamente al proceso
jurisdiccional, se es tercero mientras no se tenga la calidad de parte, pues una
vez adquirida, la condición para actuar se confunde con los supuestos de
litisconsorcio.
Recordemos que cuando hablamos de "partes" referimos a "posiciones
jurídicas" mas que a personas identificadas como sujetos activos o pasivos
(Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, La legitimación en el proceso civil, ob. cit.).
El tercero que al proceso se incorpora tiene situaciones diferentes
respecto a la dualidad de intereses que en el litigio se debate.
Esta distinción es importante en la medida de que, quien no tiene
"interés" est fuera de las proyecciones y efectos que emanan del juicio, aun
cuando la sentencia pueda alcanzarlo. Es decir, el proceso civil tiene titulares
de derechos y obligaciones que no tiene quien no es parte.
La intervención del tercero puede ser: voluntaria o forzada, de acuerdo
con el interés que ostente quien se encuentra fuera del proceso.
Estos intereses, a su vez, pueden darse bajo las modalidades
siguientes:
a) El tercero afectado por la sentencia dictada entre partes, que si bien
no lo alcanza de iure, sí lo es de facto, por perjudicarlo indirectamente (v.gr.:
condena a pagar una suma de dinero que puede tornar insolvente a quien
resulta deudor del tercero).
b) Tercero que acredita un interés semejante al de una de las partes en
el litigio y por el cual puede encontrarse alcanzado a través de los efectos de la
cosa juzgada (v.gr.: intervención adhesiva o litisconsorcial).
c) El interés de quien alega titularidad en la misma relación jurídica
material que el juicio ventila entre partes, de forma que la sentencia,
obviamente, lo alcanzar (v.gr.: intervención forzosa o provocada).
d) Tercero que tiene intereses contrapuestos con el de las partes, de
modo que ostenta un derecho independiente al debatido pero con fuerza
bastante para incorporarse al proceso (v.gr.: intervención excluyente).
De estas situaciones particularizadas interesa observar la dinámica de la
intervención voluntaria, pues en ella el interés que habilita la legitimación para
actuar es independiente de la que acreditan ya las partes procesales.
En cambio, dice Montero, "cuando la intervención de un tercero en un
proceso pendiente tiene su origen, no en la decisión del tercero que invoca una
legitimación, sino en la llamada de una de las partes (intervención a instancia
de parte) o del juez (intervención por orden del juez), no cabe plantearse
realmente en que medida esta aquél legitimado. Los supuestos de la
intervención provocada excluyen, por principio, la alegación por el tercero de un
interés que le legitime para intervenir y, por lo mismo, no son objeto de nuestra
investigación actual" (Montero Aroca, Juan, La legitimación en el proceso civil,
cit., pág. 76).
De igual manera, entre nosotros, debe excluirse el tratamiento de la
intervención principal o excluyente, pues el legislador argentino no ha
contemplado la figura y, jurisprudencialmente, recibe permanente contrariedad.
El funcionamiento de ella puede ser fuente de situaciones
extremadamente complejas, inconciliables con la celeridad que del proceso se
espera y, en buena parte de las ocasiones que esta intervención principal se
denuncia, se utiliza el instituto de la acumulación de procesos.
El Código se ocupa de la legitimación del tercero a través de las dos
modalidades que reconoce: la intervención litisconsorcial (art. 90 inciso 2do.) y
la intervención adhesiva simple (art. 90 inciso 1ro.).
La intervención obligada prevista en el artículo 94 descarta un supuesto
de legitimación invocada por el tercero, toda vez que acude al proceso citado
por quienes son partes en el mismo.

2. Intervención voluntaria
Se denomina intervención voluntaria a la incorporación al proceso de
cualquier interesado, que acredite que la sentencia que entre las partes se
dicte, lo puede afectar de manera directa.
La petición se efectúa en un proceso en trámite, y subordina el principio
dispositivo según el cual el actor es dueño de la potestad de traer al proceso a
quienes interpreta que la demanda corresponde.
El problema se puede analizar, también, desde la perspectiva de la
integración de la litis, de forma tal que se eviten nulidades eventuales por no
estar en el proceso, todas las partes que deberían serlo.
Por eso, los legitimados para solicitar la intervención voluntaria en el
proceso tramitado por las partes son esos propios terceros CNCom., Sala A,
1999/05/31, "Fardini, Miguel c. Estrella Satelital", La Ley, 1999-F, 15 - DJ,
1999-3-837).
La intervención voluntaria de terceros en el juicio puede tener lugar
cualquiera fuera la etapa o instancia en que éste se encuentre. Se exije que la
respectiva petición que se somete cumpla los requisitos de la demanda, pero
sólo "en lo pertinente" (art. 92), esto es, en cuanto sea acorde con el grado de
adelanto del trámite al tiempo de recabarse la participación por el tercero.
Es que "en ningún caso la intervención del tercero retrogradará el juicio
ni suspenderá su curso" (art. 93).
El fundamento de la institución que regula los arts. 90 y ss., reside en la
conveniencia de extender los efectos de la cosa juzgada a todos los
interesados en una determinada relación o estado jurídico, sea por economía
procesal o para evitar el pronunciamiento de una sentencia inútil, cuando se
configura el supuesto contemplado por el art. 89 del Código Procesal (CNCiv.,
Sala E, 1985/06/18, "Lopresti, María I. c. Barbiere de Lopresti, Inés V.", La Ley,
1985-E, 204).
El tercero que reviste el carácter de parte accesoria debe subordinar su
actuación al de la parte principal y, por ello, entre otras cuestiones, no puede
recusar sin causa.
La intervención voluntaria se puede dar en los casos de cesión de
derechos litigiosos, donde corresponde tener al cesionario como parte; y si ello
ocurrió durante la tramitación del proceso podrá intervenir en la calidad de
sustituto de parte (art. 44).
También, cuando la demanda se celebra respecto a algunos socios, los
otros están facultados a intervenir en un juicio pendiente a quien se encuentre
comprendido en los supuestos contemplados por los incs. 1° y 2°, antes
transcriptos.

3. Tipos de intervención voluntaria


El art. 90 determina que la incorporación en calidad de tercero se halla
supeditada a quien acredite sumariamente que la sentencia pudiere afectar su
interés propio y a quien según las normas del derecho sustancial, hubiese
estado legitimado para demandar o ser demandado en el juicio.
Asimismo, se distinguen dos tipos de intervención voluntaria: la principal,
o excluyente, y la adhesiva. Esta última a su vez, suele subclasificarse en
intervención adhesiva simple o dependiente e intervención adhesiva
litisconsorcial o autónoma.
La jurisprudencia sostiene que hay dos clases de terceros en el proceso:
adherente simple o coadyuvante y adherente litisconsorcial o autónomo. El
primero es el que hace valer su derecho simplemente conexo con el debatido
entre las partes originarias o invoca un derecho propio frente a alguna de
aquéllas; asumiendo la calidad de parte accesoria. El segundo actúa como
litisconsorte de la parte a quien adhiere, con la consiguiente autonomía de
gestión procesal que esta posición involucra (CNCom., Sala B, 1996/02/29,
"Martínez, Angel y otro c. Silva, Raúl A.", ED, 167-427).

3.1 Intervención principal o excluyente


Este tipo de intervención tiene lugar cuando un tercero se incorpora a un
proceso pendiente a fin de interponer, frente a las partes originarias, una
pretensión incompatible con la deducida por el sujeto activo. Un claro ejemplo
de este supuesto, sería el caso del actor que reclama ser titular de un
automotor al demandado y se presenta el tercero alegando ser su verdadero
propietario.
Debe señalarse sin embargo, que este tipo de intervención no ha sido
reglamentada en el código. En la Exposición de Motivos que acompañó al
proyecto luego convertido en ley 17.454, se expresa al respecto: “Hemos
creído conveniente no contemplar la intervención excluyente, por cuanto su
funcionamiento puede ser fuente de situaciones extremadamente complejas,
inconciliables con la mayor celeridad que se persigue imprimir al proceso. Por
lo demás, pensamos, que gran parte de los problemas a que da lugar ese tipo
de intervención pueden ser obviados mediante la acumulación de procesos,
institución que el Proyecto reglamenta con toda minuciosidad”

Calidad procesal de los intervinientes

Art. 91. -- En el caso del inc. 1 del artículo anterior, la actuación del interviniente será
accesoria y subordinada a la de la parte a quien apoyare, no pudiendo alegar ni probar lo
que estuviese prohibido a ésta.
En el caso del inc. 2 del mismo artículo, el interviniente actuará como litisconsorte de la
parte principal y tendrá sus mismas facultades procesales.

1. Intervención adhesiva simple


Esta clase de intervención, también denominada coadyuvante, se
verifica cuando un tercero, en razón de tener un interés jurídico coincidente con
el derecho alegado por cualquiera de las partes originarias, participa en el
proceso con el objeto de coadyuvar al éxito de la pretensión o de la oposición.
El tercero no interviene para hacer valer un derecho suyo en posición
autónoma, sino simplemente para sostener las razones de alguna de las partes
contra la otra, es decir, combate por el derecho ajeno.
Sería el caso de un juicio que se sustancie entre un acreedor y el deudor
de una obligación, en ese caso el fiador también puede intervenir como tercero
adhesivo simple del deudor, toda vez que tendrá interés suficiente en que la
causa principal se decida en sentido favorable a la parte ayudada.
Se ha dicho que, la actuación de quien como tercero interviene en el
proceso (art. 91, Código Procesal) debe ser accesoria y subordinada a la de la
parte a quien apoya. En consecuencia, el tercero coadyuvante o adherente es
sujeto del proceso, pero no de la pretensión deducida en él: su posición está
subordinada a la actuación de la parte principal a la cual adhiere. Por tanto, el
interviniente puede corregir un defecto de la defensa, subsanando las
omisiones en que ésta incurra, siempre que no haya vencido el plazo o que la
parte no haya manifestado una voluntad contraria (CNCiv., Sala E, 1996/09/19,
"Sánchez, Jorge N. c. Sánchez Aramburu de Floreani, Nancy T.", La Ley, 1997-
B, 514).
La intervención del tercero adherente simple o coadyuvante no sólo
debe ser considerada una ayuda para la parte a la cual adhiere, sino también
un medio de vigilar la labor de la parte coadyuvada para que su negligencia o
reticencia no produzca efectos perjudiciales a sus intereses (SCMendoza,
1996/12/02, "Banco Exprinter", La Ley, 1997-D, 757).
La adminisibilidad de la intervención de tercero coadyuvante autónomo
depende de la aquiescencia de los litigantes originarios, en especial, de la parte
contraria a aquella con la que pretende coadyuvar, pues no media un
litisconsorcio pasivo necesario sino meramente voluntario.
El tercero coadyuvante autónomo que ha ingresado a un juicio en trámite
para socorrer a una parte puede proponer pruebas o defensas distintas o
contrapuestas a las de la parte con la que coadyuva pero no puede reconvenir,
pues, a diferencia del tercero principal o excluyente, no ejercita una pretensión
propia.

2. Intervención adhesiva litisconsorcial


El art. 90 inc. 2º, define al tercero adhesivo litisconsorcial como a aquel
que “según las reglas del derecho sustancial, hubiese estado legitimado para
demandar o ser demandado en el juicio”.
Es preciso señalar en primer lugar, que la norma transcripta fue dictada
en virtud de la clara influencia que ejerciera la legislación y doctrina italiana. En
efecto, se consideraba que debe tenerse en cuenta “la diferencia que existe
entre el tercero que apoya el derecho de otro, porque no tiene un derecho
propio que hacer valer y el tercero que lo apoya, en cambio, porque tiene un
derecho propio cuyas razones coinciden con las del derecho ajeno” (Carnelutti,
Francesco, “Instituciones del Proceso Civil”, trad. de la 5ª edición por Sentís
Melendo, tomo I, editorial Ejea, Buenos Airess, 1959, págs. 179/80).
En este supuesto, el tercero se incorpora al proceso en trámite a los
fines de hacer valer un derecho propio frente a alguna de las partes originarias,
adhiriendo a la calidad (actora o demandada) asumida por la otra u otras.
Un ejemplo sería el caso de una persona que se ve afectada por las
disposiciones de un testamento y pide su nulidad, no obstante, otros afectados
pueden intervenir en la causa para hacer valer sus derechos, contra el mismo
demandado -beneficiario en su caso- . Aquí existe un supuesto de intervención
litisconsorcial, en que la demanda del interviniente es conexa, por identidad del
objeto, con la inicialmente opuesta por el otro afectado.
Pero, en otros supuestos, no se puede traer al proceso si existen
limitaciones en las vías procesales. Así la Corte interpreta que la amenaza
ilegal contra un derecho constitucional, a los fines de habilitar la acción de
amparo, debe ser de tal magnitud que lo pusiera en peligro efectivo e
inminente. Por consiguiente, el amparo deducido por la Asociación
Consumidores Libres Cooperativa Limitada de Provisión de Servicios de Acción
Comunitaria contra el decreto 702/95 (Adla, LVI-A, 75), a la cual adhirió el
Defensor del Pueblo en los términos del art. 90 inc. 2º del Código Procesal Civil
y Comercial de la Nación, carece de aptitud para suscitar el ejercicio de la
jurisdicción, pues al no concretar qué efectos habría de tener la concesión de lo
peticionado -el cese de la intervención- sobre los intereses de los usuarios del
servicio telefónico, la sentencia habría de tener un sentido meramente teórico o
conjetural. Tal deficiencia no se ve superada por la argumentación referente a
la eventual amenaza de que tales derechos constitucionales se vean
vulnerados, pues los recurrentes no han concretado la relación existente entre
el acto atacado y el riesgo de que se ocasione una lesión no definida (CS,
1998/05/07, "Consumidores Libres Coop. Ltda. de Provisión de Servicios de
Acción Comunitaria", La Ley, 1998-C, 602).
De igual modo, es improcedente la pretensión de citar como terceros a
los integrantes del Consejo de Administración del consorcio de copropietarios
para que expliquen el presunto desfasaje que surge del dictamen de la
auditoría realizada, pues tal fundamento no se condice con la intervención de
un tercero, sino más bien con la prestación de testimonios (CNCiv., Sala D,
1997/04/10, "Consorcio de Prop. Av. Luis M. Campos 1025/27 c. Vlasecchi,
Liliana", La Ley, 1997-D, 664).
En definitiva, existe intervención obligada de terceros si a pedido de
cualquiera de las partes originarias, el órgano jurisdiccional dispone la citación
de un tercero, respecto de quien se considera que la controversia es común,
para que participe en el proceso y que la sentencia que se dicte le sea
eventualmente opuesta CNFed. Civ. y Com., Sala I, 1996/09/24, "Salgado
Pérez c. Medical Research Laboratories Inc.", La Ley, 1997-B, 558).

Procedimiento previo

Art. 92. -- El pedido de intervención se formulará por escrito, con los requisitos de la
demanda, en lo pertinente. Con aquél se presentarán los documentos y se ofrecerán las
demás pruebas de los hechos en que se fundare la solicitud. Se conferirá traslado a las
partes y, si hubiese oposición, se la sustanciará en una sola audiencia. La resolución se
dictará dentro de los diez días.

1. Trámite
La intervención en alguna de las categorías indicadas precedentemente
(adhesiva simple o litisconsorcial) se practica en cualquier etapa del proceso.
Los requisitos para la admisión son similares a los que exige el planteo
formal de una demanda (art. 330), es decir:
a) nombre, apellido y domicilio real del tercero presentado;
b) constitución de domicilio legal;
c) Indicación del interés que pretende hacer valer
d) prueba sumaria (fumus bonis juris) del derecho que le asiste
e) exposición de los hechos en que se funda, expuestos claramente.
Las costas serán a cargo del requirente si la presentación resulta
denegada; y sorteará esta situación si adquiere calidad de parte, en cuyo caso
se seguirán los principios generales (art. 68).

2. Traslado
La petición se sustanciará con las partes del proceso en trámite, a
quienes se corre traslado por el plazo de cinco días, mediante cédula que se
notifica en los domicilios constituidos.
Si hubiera oposición, la etapa probatoria se cumple en una sola
audiencia; en caso contrario, el Juez deberá resolver dentro del plazo de diez
días hábiles.
Cabe agregar que una presentación de esta naturaleza no priva al Juez
de desecharla "in limine", cuando es manifiestamente inoficiosa.

3. Intervención como parte


En los hechos, al convertirse el tercero en parte, asume las mismas
facultades que tienen quienes intervienen en la causa. De manera que su
posición, además, es litisconsorcial activa o pasiva, según el caso.
La admisión del tercero, o dicho en otros términos, conferir legitimación
procesal al tercero, no significa pronunciarse sobre las razones que tenga
respecto al derecho material cuestionado entre las partes principales. Tan solo
supone asignar una posición cualificada de parte que, como tal, lo vincular al
proceso con sus cargas, derechos y obligaciones de acuerdo al rol que
desempeñen; y permitir que los efectos de la cosa juzgada lo alcancen.

Efectos

Art. 93. -- En ningún caso la intervención del tercero retrogradará el juicio ni suspenderá
su curso.

1. Criterio general
La presentación del interviniente adhesivo simple no interrumpe ni
suspende el curso normal de las actuaciones.
A veces, encontrándose los autos para dictar sentencia, el Juez puede
como medida para mejor proveer considerar la admisión de la parte, y
postergar la sentencia hasta que se resuelva el pedido.

Intervención obligada

Art. 94. -- El actor en el escrito de demanda, y el demandado dentro del plazo para
oponer excepciones previas o para contestar la demanda, según la naturaleza del juicio,
podrán solicitar la citación de aquél a cuyo respecto consideraren que la controversia es
común. La citación se hará en la forma dispuesta por los arts. 339 y siguientes.

1. Intervención coactiva
Este tipo de intervención se caracteriza por la citación un tercero, ya sea
a petición de alguna de las partes originarias, o dispuesto de oficio por el
magistrado, a los efectos de que participe en el proceso en trámite y de esta
forma la sentencia a dictarse en él pueda serle eventualmente opuesta.
El art. 94, se refiere al supuesto de citación de tercero a instancia de
parte. En tanto la citación de oficio que funciona concurrentemente con el
pedido que pueden formular las partes originarias, sólo procede en el supuesto
de que “la sentencia no pudiere pronunciarse útilmente más que con relación a
varias partes” (art. 89), es decir, cuando el tercero que no demandó o no fue
demandado conjuntamente con aquellas, reviste el carácter de un litisconsorte
necesario.
De forma tal que el tercero, según haya sido citado por las partes o de
oficio por el Juez, debe comparecer a la causa, de lo contrario, podría ser
afectado por los efectos de la sentencia.
Existen asimismo, distintos tipos de intervención coactiva del tercero:
1) La citación del sujeto pasivo de una eventual pretensión regresiva o
del colegitimado,
2) la citación del legitimado para intervenir y
3) la citación del tercero pretendiente
4) la citación en garantía.

1.1 Citación del tercero pasible de una acción de regreso


Esta primera situación consiste en poner en conocimiento de un tercero,
eventual sujeto pasivo de una posterior acción de regreso, la existencia de la
causa, para que tome intervención en la misma.
Cuando la relación o situación jurídica sobre la que versa el proceso,
guarda conexión con otra relación jurídica existente entre el tercero y
cualquiera de los litigantes originarios, de manera tal que aquel podría haber
asumido inicialmente la posición de litisconsorte del actor o el demandado, la
intervención coactiva resulta procedente.
Y, específicamente en el cuadrante del demandado, cuando éste, en
caso de ser vencido, se halle habilitado para intentar una pretensión de regreso
(CNCiv. Sala G, 1998/07/02, La Ley, 1999-B,799).
Se configuraría ello, cuando el dueño de la cosa que provocó el daño
pide la citación del que la utilizaba incorrectamente en ese momento, ya que
posteriormente efectuará una acción de repetición contra éste por lo que
hubiere pagado al damnificado.
Este tipo de intervención sólo tiende a evitar que, en un nuevo juicio que
entable contra el demandado vencido, éste último pueda aducir la excepción de
negligente defensa.
El fundamento de la conveniencia de integrar la litis con el tercero citado
coactivamente no sólo descansa en la existencia de una acción de regreso
contra él, sino también en muchos otros supuestos, como cuando la relación
jurídica hecha valer en el juicio es común con un tercero y en consecuencia la
sentencia le sea oponible en la medida que vincule a las partes mediante los
efectos de la cosa juzgada. La solución contraria resultaría un dispendio de
actividad jurisdiccional, al diferir para un segundo juicio el eventual tratamiento
de la responsabilidad del tercero (Del voto en disidencia del doctor Vázquez)
(CS, 1997/05/19, "Incone S. A. c. Ortega, Raquel, L.", La Ley, 1997-F, 72).
También se ha dicho que la intervención obligada del tercero procede si
el requirente, en caso de ser vencido, tiene la posibilidad de intentar una acción
de regreso o si la situación jurídica sobre la que versa el proceso guarda
conexión con la relación jurídica existente entre el tercero y cualquiera de los
litigantes originarios, de modo tal que el tercero podría haber asumido
inicialmente la posición de litisconsorte del actor o demandado (CNCom., Sala
A, 1997/02/13, "Lorenzo, Enrique J. c. Ruani, Romildo L. y otro", La Ley,
1997-C, 968 (39.557-S).
Asimismo, se ha dicho que si un tercero fue citado al proceso en los
términos de la intervención obligada del art. 94 del Código Procesal, no puede
recaer condena sobre él, sino que el proceso en el que intervino constituye un
antecedente favorable a la fundabilidad de la acción de regreso (CNFed.
Contenciosoadministrativo, Sala II, 1999/02/11, "L., H. R. c. Estado nacional",
La Ley, 1999-E, 419, con nota de Fernando Alfredo Sagarna).

1.2 Citación del legitimado (“Nominatio auctoris"”).


Se verifica cuando interpuesta una pretensión real contra quien tiene
temporariamente la posesión de una cosa, éste pone tal hecho en
conocimiento del poseedor mediato.
De esta forma, el demandado aparece negando su propia legitimación
para contradecir, en virtud de una relación contractual que lo une con un
tercero, indicando al actor que es éste quien está legitimado para actuar y
contra el cual deberá dirigirse la acción, produciéndose a su vez su propia
extromisión y liberándolo de la carga de continuar el proceso.
De manera, que el demandado que carece de legitimación procesal para
intervenir en el proceso, realiza las diligencias pertinentes para colocar al actor
en condiciones de proseguir su pretensión frente al verdadero legitimado para
actuar.
En síntesos, la sentencia a pronunciarse en un proceso que cuenta con
la participación de terceros, no ha de afectar con igual extensión e intensidad a
todos y cualesquiera de dichos terceros, sino que las circunstancias de cada
causa determinarán los alcances de tal afectación, no siempre igual en todos
los casos, ya que no es lo mismo convocar a un tercero que tenga igual título
para la intervención principal, que traerlo a través de la denuncia de litis,
llamarlo en garantía, convocarlo en calidad de tercero pretendiente a través de
la "nominatio auctoris".

1.3 Citación del tercero pretendiente


Tiene lugar este tipo de intervención en el supuesto de que, denunciada
la existencia de un tercero que haya afirmado, o a quien se atribuya la
titularidad del derecho sobre la cosa litigiosa, se dispone la citación de ese
tercero al proceso pendiente con el objeto de que haga valer su pretensión.
Es decir, que cuando se encuentra controvertido a quien le corresponde
el derecho al cobro de una suma de dinero, el obligado, demandado en juicio
por el actor, tiene interés en que se declare la certeza antes de pagar y de esta
forma puede llamar a la causa al otro pretendiente a los efectos de que el juez
decida la controversia entre ellos.
Dicha citación debe limitarse a poner en conocimiento del tercero el
pedido de intervención formulado por las partes a fin de que, si así lo desea,
haga valer en el proceso los derechos que estime corresponderle.

1.4 La citación en garantía


Se trata de procesos donde se puede requerir la integración con el
tercero que garantiza la obligación.
La citación en garantía de la aseguradora, prevista por el art. 118 de la
ley 17.418, se encuadra como acción directa no autónoma. La acreditación de
la responsabilidad del asegurado es presupuesto del éxito de la pretensión
contra la aseguradora, razón por la cual el desistimiento de la acción contra el
primero, impide el progreso de la que se intenta contra la segunda. (CNCiv.,
Sala C, 1996/04/23, "Gutkind, Raquel E. c. Song Jae Hyuk", La Ley, 1998-C,
972, J. Agrup., caso 12.804).
Sin embargo, esta intervención coactiva, admite oposiciones. Por eso, la
resistencia -en virtud del art. 118 de la ley 17.418- de la aseguradora a la
citación en garantía requerida por el asegurado, no puede ser asimilada a la
excepción de falta de legitimación contemplada en el art. 347 inc. 3º del Código
Procesal, en razón de que la aseguradora es ajena a la relación jurídica
sustancial planteada entre el actor y el demandado (CNCiv., Sala D,
1998/05/14, "Wedling, Arnaldo V. c. Municipalidad de la Ciudad de Buenos
Aires", La Ley, 1999-B, 855, J. Agrup., caso 13.720).
Toda vez que la citación de tercero fue solicitada por la parte
demandada, con consentimiento de la parte actora a la que se le rechazó la
acción, y ante la falta de reserva de la citada en garantía al contestar el
traslado de la citación de aquél, corresponde que las costas del juicio las
soporte la accionante perdidosa y se haga extensiva dicha condena a quien
pidió la intervención y a su aseguradora (CNCiv., Sala J, 1999/02/19, "Szekely,
Ricardo V. y otros c. Instituto de Diagnóstico y Tratamiento S. A.", La Ley,
1999-C, 799, J. Agrup., caso 13.983).

Efecto de la citación

Art. 95. -- La citación de un tercero suspenderá el procedimiento hasta su comparecencia


o hasta el vencimiento del plazo que se le hubiere señalado para comparecer.
1. Motivos de la suspensión
A diferencia de la intervención simple, en la coactiva el procedimiento
queda suspendido hasta que se produzca la comparecencia o quede
consentido el término del emplazamiento.
La suspensión se fundamenta en cuestiones de regularidad procesal que
anidan en el principio del debido proceso y el efectivo derecho a la defensa en
juicio.

Recursos. Alcance de la sentencia

Art. 96. -- Será inapelable la resolución que admita la intervención de terceros. La que la
deniegue será apelable en efecto devolutivo.
En todos los supuestos, después de la intervención del tercero, o de su citación, en su
caso, la sentencia dictada lo alcanzará como a los litigantes principales.
También será ejecutable la resolución contra el tercero, salvo que, en oportunidad de
formular el pedido de intervención o de contestar la citación, según el caso, hubiese
alegado fundadamente, la existencia de defensas y/o derechos que no pudiesen ser
materia de debate y decisión en el juicio.

1. Apelación contra la admisión del tercero


Resuelta la intervención de terceros (cualquiera sea el carácter de su
actuación) la decisión es inapelable; mientras que la denegatoria admite el
recurso de apelación que será concedido con efecto devolutivo.

2. Alcance de la sentencia
La sentencia dictada en los autos principales afectará a los terceros
como a quienes son partes originarias en el proceso.
Esta disposición del código ha generado interpretaciones distintas. Un
sector de la doctrina indica que hay que distinguir, a los fines de establecer el
alcance de la condena, si el tercero que concurre el proceso llega por citación
de la parte actora o del demandado.
Si fuera el demandante quien lo emplaza, no hay dudas que la decisión
lo alcanza con la extensión que adquiere al convertirse en parte.
Mientras que si el comparecimiento proviene por el pedido del
demandado, al que no adhiere el actor, la sentencia no lo puede afectar, toda
vez que el actor no ha hecho extensiva la demanda; y si al tercero se le aplica
el efecto del art. 96 se alteraría el principio de congruencia según el cual no se
puede dictar sentencia más allá de lo pedido.
Cuando se trata de citación directa, el emplazamiento en los términos de
los arts. 94 a 96 del Código Procesal supone convertir en una verdadera parte
al tercero citado.
La intervención de la aseguradora citada en garantía constituye un
supuesto de litisconsorcio pasivo necesario pues el tercero está coactivamente
obligado mientras esta intervención es de carácter accesoria; solo puede
hacerse en el juicio contra quien será civilmente responsable y conforme con el
principio de que lo accesorio sigue la suerte de lo principal.
En este caso no hay dudas que la sentencia dictada lo alcanza
plenamente.
Cuando se trata de supuestos de intervención simple, se argumenta que
el tercero convocado a juicio a pedido del demandado en los términos del art.
94 del Código Procesal no puede ser objeto de condena, pese a lo dispuesto
en el último párrafo del art. 96 del mismo cuerpo legal (CNFed. Civ. y Com.,
Sala III, 1999/12/16, "Avellaneda Coop. de seguros Ltda. c. Capitán y/o Arm.
y/o Prop. Buque Prosperity", La Ley, 2000-C, 901 (42.655-S) - DJ, 2000-2-222).
En consecuencia, la participación del tercero en el juicio estaría limitada
a su interés, sin que pueda extenderse fuera de lo que afecta a su derecho.
La Cámara Nacional en lo Civil, en pleno, ha resuelto que no es factible
dictar condena contra el tercero obligado, que fuera citado al proceso a
propuesta del demandado y que constituye con éste un litisconsorcio pasivo
facultativo (1992/03/04, "Balebona, Manuel c. Storzi, Daniel", DJ, 1992-1, 961).
No obstante, la Corte en votos disidentes ha dicho que, el tercero citado
a juicio en los términos de los arts. 94 y 96 del Código Procesal debe ser
admitido como parte demandada si contestó la demanda oponiéndose a las
pretensiones del actor y solicitando su rechazo. Por tanto, en la medida del
alcance de su responsabilidad, corresponde incluirlo en la sentencia, que
deberá afectarlo como a los litigantes principales (Del voto del doctor Vázquez)
(CS, 1996/08/20, "Barrio Juniors S. R. L. c. Marich, Santiago", La Ley, 1997-C,
502).
Los tribunales inferiores sostienen que la regla por la cual la sentencia
afecta al tercero como a los litigantes principales no significa que pueda
hacerse recaer el pronunciamiento condenatorio sobre aquél, sino que el
mismo puede constituir un antecedente favorable para la fundabilidad de la
pretensión de regreso que el demandado pueda interponer frente al tercero
(CNCom., Sala B, 1999/09/13, "Trans Cereal S. R. L. c. Sogemet S. A. y otro",
La Ley, 2000-E, 601, con nota de Eduardo L. Gregorini Clusellas - DJ, 2000-3-
697).

3. Interpretación posible sobre el alcance de la sentencia


Guiándonos por los principios procesales aplicables a todo tipo de
procesos, la demanda se dirige contra quienes el actor menciona en el escrito
constitutivo y persigue alcanzar y comprometer con sus pretensiones. Por su
parte, el demandado resiste a la pretensión, es decir, no tiene una demanda
propiamente dicha contra el actor; sólo se defiende.
En consecuencia, la litiscontestatio supone el enfrentamiento entre
partes conocidas y libremente dispuestas por quienes son "justas partes";
mientras que la incorporación de terceros, es un fenómeno extraño pero
necesario para la regularidad de la instancia y el derecho a obtener una
sentencia útil y efectiva.
Por ello, la expresión del artículo 96, huidiza e imprecisa, que supone
hacer extensiva la sentencia a los terceros como si fueran los litigantes
principales, debiera interpretarse de acuerdo con las modalidades del
comparecimiento.
Si es parte, con iguales facultades que el actor, y sin sujeción alguna
respecto a éste, es obvio que la decisión lo afecta como a los demás.
Si es un tercero adhesivo simple, la sentencia no lo puede alcanzar,
porque la decisión tiene a su respecto efectos declarativos.
En este sentido se afirma que, resulta improcedente extender la condena
al tercero citado obligadamente a solicitud de la parte demandada, en los
términos del art. 94 del Código Procesal, pues la regla según la cual la
sentencia afecta al tercero como a los litigantes principales, no importa que la
condena se haga extensiva o que pueda ejecutarse contra éste, sino que, en
caso de ser condenatoria, configura un antecedente favorable a la pretensión
de regreso que se interponga frente al citado (conf. art. 96, Código Procesal)
(CNCom., Sala E, 1999/08/24, "F., N.O. y otro c. Transportes Aut. Chevalier S.
A. y otro; I. de M. S., B. R. c. Transportes Aut. Chevalier S. A. y otro; C., C. I. y
otro c. Nothen, E. C. y otros: Belgrano Coop. de seguros ltda. c. Peralta,
Héctor.", La Ley, 2000-E, 886 (43.018-S) - DJ, 2000-3-860).
Si el tercero resulta emplazado por el demandado y el actor no adhiere a
la citación, la concurrencia de aquél al proceso significará asumir la posición
que le corresponda como parte, pero la sentencia tendrá sobre él efectos
declarativos y no constitutivos.
Empero afirma que, si el tercero citado por medio de una decisión del
juez -en el caso, por el demandado- comparece a juicio, contesta demanda,
ofrece y produce prueba debe ser admitido como parte en el proceso, siempre
que se resguarde debidamente el derecho de defensa en juicio y, en la medida
del alcance de su responsabilidad incluido en la sentencia, la cual debe
afectarlo como a los litigantes principales, de conformidad con lo establecido
por el art. 96 del Código Procesal. De tal forma, se evita un dispendio
jurisdiccional innecesario y la reiteración de pleitos (del voto del doctor
Vázquez) (CS, 1998/04/16, "Gandolfi de Vanetta, Mercedes c. Dirección Nac.
de Vialidad", La Ley, 1999-F, 761 (42.101-S) - ED, 182-116).

4. Agregado introducido por la ley 25.488


El párrafo final del artículo es un agregado de la ley 25.488. Por él se
deja en claro que la discusión antes expuesta se resuelve en favor de la
ejecución de la sentencia contra el tercero, siempre que sus posibilidades de
alegato y prueba no se encuentren disminuidos en el proceso donde interviene,
o se trate de cuestiones donde él no pudiera argumentar y obtener una
sentencia exclusiva pues le estaría vedado por la materia de debate y decisión
donde interviene.
La reforma introduce la ejecución directa contra el tercero, evitando lo
dicho respecto a que tenga la sentencia efectos declarativos que obligan a
sustanciar otro procedimiento persecutorio de condena.
Indica Falcón su preocupación con la redacción acordada, pues la
expresión del artículo de que el tercero manifieste las defensas o derechos que
no pudieren ser materia de debate y decisión en el pleito, no siempre podrá
realizarse en su presentación, pues queda un vacío respecto de la actividad
que se le permite al tercero en el proceso. Si se le permite una actividad plena
no habrá problema en la aplicación del artículo, y entonces las defensas o
derechos que no se puedan articular surgirán claros desde el inicio, pero si la
parte restringe al tercero la actividad no pudiendo probar lo que la parte que lo
citó pruebe, se lo estará limitando en el derecho de defensa y violando el
artículo 18 de la Constitución Nacional. Una medida de buen gobierno es que
cuando el Juez cite al tercero determine el ámbito y carácter de su intervención
(Falcón, Enrique M., Reformas al Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación, editorial Rubinzal Culzoni, Buenos Aires, 2002, págs. 88/9).

CAPITULO IX -- Tercerías

Fundamento y oportunidad

Art. 97. -- Las tercerías deberán fundarse en el dominio de los bienes embargados o en el
derecho que el tercero tuviere a ser pagado con preferencia al embargante.
La de dominio deberá deducirse antes de que se otorgue la posesión de los bienes; la de
mejor derecho, antes de que se pague al acreedor.
Si el tercerista dedujere la demanda después de diez días desde que tuvo o debió tener
conocimiento del embargo o desde que se rechazó el levantamiento sin tercería, abonará
las costas que originare su presentación extemporánea, aunque correspondiere imponer
las del proceso a la otra parte por declararse procedente la tercería.

1. Tercerías. Generalidades
La continuidad lineal del proceso ordinario tiene en las tercerías un
desvío necesario que resuelve el problema que un tercero presenta estando
absolutamente distante de la relación jurídica material que entre las partes se
suscita.
Las formas conocidas que motivan las pretensiones de tercería son las
llamadas de dominio y de mejor derecho, según se funden en el dominio de los
bienes embargados, o en el derecho que el tercero tuviere a ser pagado con
preferencia al embargante (art. 97, CPC), respectivamente.
De inmediato se advierte que, en ambos casos, se abre un proceso
distinto, independiente o incidental, donde la legitimación procesal de quien
propicia la formación de la nueva causa, debe acreditarse por el interés y el
derecho para hacerlo.
La demanda de tercería queda sujeta a un requisito extrínseco de
admisibilidad consistente en la acreditación de la "verosimilitud del derecho en
que se funda" y mas exactamente, de admisibilidad de la pretensión, que no
debe confundirse con el de fundabilidad de la misma: el primero, alude a una
suerte de fumus bonis juris del derecho que asiste al peticionante -como ocurre
respecto de las medidas cautelares-, en tanto el segundo, supone la existencia
plena y efectiva del derecho en cabeza de quien promueve la tercería.
Este requisito de admisión lleva a que el juzgador formule un juicio de
verosimilitud, es decir, un raciocinio fundado sobre ciertas normas que
razonablemente acompañan la pretensión, la sustenta y le confieren a su vez
una razonable apariencia de verdad.

2. Tercería de mejor derecho


La tercería de mejor derecho tiene por objeto reclamar el pago de un
crédito con preferencia al del ejecutante o actor, preferencia que puede resultar
en primer término de la existencia de un privilegio especial, de un embargo, en
cuanto éste determina la prelación para el pago (CNCiv., Sala I, 1992/02/08,
"Yomal, Eduardo c/ Baccari, Alfredo", La Ley 2000-E, 30).
Mediante la tercería de mejor derecho se deduce una pretensión por
medio de la cual el tercero acciona para que se le reconozca el derecho a ser
pagado con preferencia, con el producido de la venta del bien que ha sido
objeto de dicha medida.
La preferencia puede resultar de un privilegio especial o de un embargo,
en cuanto éste determina una prelación de pago con el producido de la subasta
respecto de otro acreedor embargante.
En esta tercería, el accionante debe acreditar, prima facie, el crédito que
invoca, su titularidad, su monto y la existencia de un privilegio especial
instituido a su favor.
Con estos recaudos cubiertos, la legitimación para obrar será acordada,
y por consiguiente, podrá formular la demanda contra quienes son partes
principales del proceso donde sucede la afectación de sus intereses.
.
2.1 Requisitos
a) De forma
1- La admisisbilidad de la tercería de mejor derecho se halla
condicionada a la existencia de un embargo.
2- Asimismo se debe acreditar existencia del crédito cuanto del
privilegio o la prioridad que invoca como fundamento de su pretensión, o de un
embargo obtenido a su favor.
b) De tiempo
- Debe deducirse antes de hacerse el pago al acreedor.
Por lo tanto éste tipo de tercería puede interponerse hasta tanto el
embargante no haya efectivamente percibido el importe del crédito reclamado.
Pasada la oportunidad mencionada en el art. 97 ap. 2º y preceptos
concordantes, el tercerista debe hacer valer sus derechos en el proceso
correspondiente.

2.2 Procedimiento
La tercería debe deducirse contra ambas partes del proceso principal
(embargante y embargado) configurándose un litisconsorcio pasivo necesario,
es decir se impone la sustanciación del juicio con todos aquéllos que son parte
en la litis.
El trámite de tercería puede ser el del juicio ordinario, o el incidente
según lo determine el juez atendiendo a las circunstancias del caso.
Deben tramitar ante el órgano que interviene en el principal, es decir
ante el juez que dispuso la traba de la medida (art. 6, inc. 1º).

3. Tercería de dominio
Mediante la tercería de dominio se deduce una pretensión por medio de
la cual el tercero acciona, en un proceso en trámite, contra actor y demandado
con el fin de obtener el levantamiento de un embargo trabado sobre bienes de
su propiedad.
En la tercería de dominio la pretensión del tercero no interfiere con la
interpuesta por el actor originario, y viene a constituir el objeto de un proceso
incidental con respecto a aquél en el cual se decretó el embargo.
Por lo tanto si bien el tercerista reviste el carácter de parte actora en el
proceso de tercería, continúa siendo un tercero con relación al proceso
principal, cuyo resultado es indiferente.
Esta característica diferencia a las tercerías de la intervención de
terceros por la cual el tercero se incorpora a un proceso pendiente a fin de
interponer una pretensión incompatible con la que constituye el objeto de aquel
y asume, por consiguiente, el carácter de parte en ese mismo proceso. De allí
que la sentencia en éste lo afecte en la misma medida que a las partes
originarias.

3.1 Procedimiento
La tercería de dominio se fundamenta en la propiedad de los bienes
embargados y su admisisbilidad se halla condicionada a la existencia de un
embargo.
No basta que el embargo haya sido ordenado, es además necesario que
haya sido efectivamente trabado.
Cabría preguntarse si la tercería de dominio es procedente ante una
inhibición general de bienes.
Algunos opinan que no sería procedente pues en tal caso el inhibido
puede requerir el levantamiento de la medida a través de la simple
demostración de que no reviste la calidad de deudor. Sin embargo, otros no
comparten ésta afirmación, entendiendo que la prueba que se le exige al
deudor es simplemente diabólica y de casi imposible producción. Por ese
motivo, acepta la deducción de una tercería aun en el caso de una inhibición
general de bienes.
La tercería debe deducirse contra ambas partes del proceso principal
(embargante y embargado) configurándose un litisconsorcio pasivo necesario,
es decir se impone la sustanciación del juicio con todos aquéllos que son parte
en la litis.
Como el caso anterior, tramita ante el Juez que previno, es decir ante el
juez que dispuso la traba de la medida (art. 6, inc. 1º).

3.2 Requisitos
La Ley procesal sujeta a la tercería de dominio a requisitos específicos
de tiempo y de forma.
a) Requisitos de tiempo: la pretensión debe deducirse antes de que
se otorgue la posesión del bien embargado al comprador, pues éste último
cuenta una vez cumplida aquella formalidad con una presunción de propiedad.
Es necesario aclarar que la extemporaneidad de la interposición de la
tercería no obsta a la posterior pretensión reivindicatoria que el tercerista puede
hacer valer contra el adquirente, en el correspondiente proceso ordinario
(CódigoCiv. arts. 2758 y 2765).
El plazo establecido por el art. 97 se computa desde que el tercerista
“tuvo o debió tener conocimiento del embargo”, es decir desde el momento en
que se practicó dicha medida o de la circunstancia de haber participado el
tercerista en su diligenciamiento; o bien cuando sin haberse verificado ninguno
de esos hechos ajenos, surja de las constancias del expediente la existencia de
actos que demuestren con evidencia el conocimiento del embargo por el
tercerista.

b) Requisitos de forma: el tercerista debe probar con instrumentos


fehacientes o en forma sumaria la verosimilitud del derecho en que se funde, si
bien aún no cumplido dicho requisito la tercería es admisible si quien la
promueve da fianza para responder por los perjuicios que puede producir la
suspensión del proceso principal (art. 98, parr.1º).
Dice nuestra jurisprudencia que las diferencias que existen entre el juicio
sumario de tercería y el incidente de levantamiento de embargo sin tercería,
regulado en el art. 101 del código ritual estriban en que en el primer supuesto
es requisito exigido por la ley probar con instrumentos fehacientes o en forma
sumaria la verosimilitud del derecho en que se funda, tramitándose el proceso
sumario correspondiente en el cual la prueba de dominio debe conducir a
demostrar la plenitud del derecho invocado como fundamento de su
pretensión...en cambio cuando se intenta el levantamiento de embargo sin
tercería, el perjudicado por la cautelar lo habrá de hacer acompañando título de
dominio y ofreciendo sumaria información acerca de su posesión (art.101) de
modo que no debe admitirse trámite incidental si la viabilidad del pedido no
surge prima facie de los elementos probatorios que el incidente está obligado a
presentar in limine. (CNCiv. y Com. de Paraná, Sala ,I "Fayrat Jorge E c.
Giardinela Jose P.", 1979/09/21, inédito)

Admisibilidad. Requisitos. Reiteración

Art. 98. -- No se dará curso a la tercería si quien la deduce no probare, con instrumentos
fehacientes o en forma sumaria, la verosimilitud del derecho en que se funda. No
obstante aún, no cumplido dicho requisito, la tercería será admisible si quien la
promueve diere fianza para responder de los perjuicios que pudiere producir la
suspensión del proceso principal.
Desestimada la tercería, no será admisible su reiteración si se fundare en título que
hubiese poseído y conocido el tercerista al tiempo de entablar la primera. No se aplicará
esta regla si la tercería no hubiese sido admitida sólo por falta de ofrecimiento o
constitución de la fianza.

1. Prueba
El tercerista que no acompaña en su presentación instrumentos
fehacientes, ni ofrece probar sumariamente la verosimilitud de su derecho,
limitándose a ofrecer pruebas que se refieran al fondo del asunto,
está impedido de lograr la apertura que se refiere estrictamente a su problema
crítico.
La prueba de verosimilitud del derecho exigida a los fines de la
admisibilidad de toda tercería, funciona como un requisito extrínseco, esto es,
de manera independiente de la eventual fundabilidad de la pretensión.
Su cumplimiento tiende a evitar que la mera interposición de la tercería
se convierta en un factor obstruccionista del proceso principal. Por ello, el
tercerista se limitará a probar la verosimilitud del derecho que invoca lo que
constituye una gama cercana a la certeza y no la existencia plena y efectiva de
su derecho, extremo que será susceptible de comprobarse durante el
pertinente período probatorio.

2. Casos puntuales
Si se trata de un bien inmueble, el tercerista debe acompañar testimonio
de la escritura pública respectiva, no siendo suficiente la agregación del boleto
de compraventa otorgado a su favor pues dicho documento no acredita la
titularidad del dominio.
También se debe acreditar la correspondiente inscripción en el registro
de la propiedad inmueble respectivo, pues para que la transmisión de bienes
inmuebles sea oponible a terceros debe acreditarse la titularidad, buena fe y la
inscripción en el registro respectivo (arg. art. 2005, Código Civil).
Quien plantea una tercería de dominio debe probar fehacientemente la
titularidad del bien. Ello así, si se trata de un inmueble, no se acredita con un
boleto de compraventa, sino mediante la escritura pública exigida por el art.
1184 del Código Civil y por su inscripción en el registro de la propiedad
(CNCiv., Sala B, 1996/05/14, "Rossi, Pablo c. Organización Integral de
Comercio Exterior S. A.", La Ley, 1996-E, 31 - DJ, 1996-2-547).
No alteran éstas conclusiones el hecho de que el boleto haya sido
protocolizado para acordarle fecha cierta, ni la circunstancia de que se haya
otorgado al tercerista la posesión del inmueble ni que se haya dictado una
sentencia que condena a escriturar.
Hay que tener en cuenta que si se cuenta con documentación terminante
justificativa del dominio sobre un inmueble embargado donde es ajeno el
incidente de tercería sería innecesario pues con tal certeza es suficiente
plantear el levantamiento del embargo sin tercería (conf. art. 104).
El poseedor con boleto de compraventa puede interponer tercería de
dominio en la ejecución hipotecaria seguida por el acreedor contra el
enajenante que tenía inscripto el dominio a su nombre (CNCiv., Sala B,
1997/04/24, " Vaini-koff, Luis C. c. El Emiliano S. A.", La Ley, 1997-F, 226).
En materia de bienes muebles, rige la presunción establecida en el art.
2412 del Código Civil, por lo que el poseedor cuenta con la presunción de
propiedad de los mismos.
En consecuencia, se ha de dar curso a la pretensión si el tercerista
prueba sumariamente que se encontraba en posesión de los bienes al
momento del embargo, incumbiendo al embargante la prueba tendiente a
desvirtuar esa presunción y si por el contrario a la fecha de trabarse el embargo
el bien se encontraba en posesión del embargado, el tercerista debe
acompañar elementos de juicio que prueben la verosimilitud de su derecho de
dominio.
En materia de automotores, la titularidad del derecho emana de la
respectiva inscripción del título en el Registro de la Propiedad del Automotor.
Si bien en principio el embargante de un automóvil que logra
emplazamiento registral antes de que el adquirente del referido vehículo se
haya preocupado por registrar su compra goza de preferencia, pues la prioridad
de tipo temporal tiene especial relevancia en el terreno registral,
excepcionalmente el adquirente podrá probar que el embargante conoce sus
derechos y obra de mala fe, abusando de su derecho o lo hace como cómplice
del propio enajenante que desea evadir su deber de efectuar la transferencia a
través del planteo de una tercería de mejor derecho.
En relación a bienes integrantes de un fondo de comercio, su
procedencia exige la inscripción en el Registro Público de Comercio prevista
por la ley 11.867.

Efectos sobre el principal de la tercería de dominio

Art. 99. -- Si la tercería fuese de dominio, consentida o ejecutoriada la orden de venta de


los bienes, se suspenderá el procedimiento principal, a menos que se tratare de bienes
sujetos a desvalorización o desaparición o que irrogaren excesivos gastos de
conservación, en cuyo caso, el producto de la venta quedará afectado a las resultas de la
tercería.
El tercerista podrá, en cualquier momento, obtener el levantamiento del embargo dando
garantía suficiente de responder al crédito del embargante por capital, intereses y costas
en caso de que no probare que los bienes embargados le pertenecen.

1. Consecuencias: suspensión del proceso


En el caso de la tercería de mejor derecho, cuando el ordenamiento
procesal menciona la existencia de un embargo para otorgar permiso de
entrada a un tercero que no tiene relación con los intereses hechos valer en el
proceso principal, se ubica en la hipótesis normal de medida cautelar o
ejecutiva dirigida a liquidar un bien o cosa del deudor para, mediante subasta,
convertirla en dinero. Si respecto de ese bien o cosa, aparece un tercero -por
definición otro acreedor del embargado- que invoca un mejor derecho, sea
como consecuencia de un privilegio especial, de un derecho real de garantía o,
aun, de preferencia engendrada por medida judicial, se comprende que a este
tercero con interés propio se lo legitime para introducirse a un proceso en el
que no es parte, a fin de hacer valer un derecho suyo que, de consumarse la
subasta y percepción de su producido por el ejecutante, se vería conculcado.
Por eso, también como regla, la deducción de la tercería de mejor
derecho no suspende la subasta y solo se difiere el libramiento de giro hasta
que se haya pronunciamiento firme sobre el mejor derecho alegado.
En cambio, ocurrida la tercería de dominio, el proceso se debe
suspender, a excepción que, por las características de los bienes a subastar se
deba proceder de inmediato. En este último supuesto, la realización queda
sujeta a los resultados de la tercería.
También se puede lograr el levantamiento del embargo ofreciendo
caución suficiente y acreditando de manera verosímil y manifiesta, la titularidad
que tiene sobre los bienes afectados.
Efectos sobre el principal de la tercería de mejor derecho

Art. 100. -- Si la tercería fuese de mejor derecho, previa citación del tercerista, el juez
podrá disponer la venta de los bienes, suspendiéndose el pago hasta que se decida
sobre la preferencia, salvo si se otorgare fianza para responder a las resultas de la
tercería.
El tercerista será parte en las actuaciones relativas al remate de los bienes.

1. Efectos
En la tercería de mejor derecho, se pueden vender en subasta los
bienes embargados, previa citación al tercerista para que:
a) actúe dentro de la subasta con la posibilidad de adquirir sus propios
bienes;
b) ofrecer fianza suficiente y peticionar la suspensión de la subasta;
c) actuar en el incidente de realización de los bienes en calidad de
parte.

Demanda. Sustanciación. Allanamiento

Art. 101. -- La demanda por tercería deberá deducirse contra las partes del proceso
principal y se sustanciará por el trámite del juicio ordinario, sumario, o incidente, según
lo determine el juez atendiendo a las circunstancias.

El allanamiento y los actos de admisión realizados por el embargado no podrán ser


invocados en perjuicio del embargante.

1. Características del procedimiento


La demanda de tercería se dirige contra quienes son partes en el
proceso, y se sustancian por el trámite ordinario o incidental, de acuerdo lo
determine el Juez.
La ley 25.488 omitió eliminar en este artículo al proceso sumario, que fue
eliminado por la reforma.
Ahora bien, emplazadas las partes, la verosimilitud del derecho para
pronunciarse sobre la admisibilidad de la tercería debe ser realizada con
criterio de equilibrio, evitando cercenar tanto la garantía de defensa en juicio,
como dar curso a una acción desprovista de seriedad que constituiría un factor
obstruccionista del proceso principal.
Si bien el Código Procesal Civil y Comercial prevé que la deducción de
tercería de dominio con posterioridad al plazo de diez días desde la toma de
conocimiento del embargo o desde el rechazo del levantamiento sin tercería
tiene como consecuencia la imposición de las costas al tercerista, ello no
excluye que proceda, además, la imposición de una sanción procesal, siempre
que la extemporaneidad de la tercería revele una conducta punible en los
términos del art. 45 del Código Procesal. (CNCom., Sala B, 1997/06/24,
"Rodríguez, Oscar c. Ponce, Juan C. y otro", La Ley, 1997-F, 224).

2. Supuestos de improcedencia
La vía judicial idónea para obtener la devolución de sumas de dinero
depositadas en la quiebra es la acción de restitución concursal -arts. 138, 188 y
concs., ley de concursos y quiebras 24.522 (Adla, LV-D, 4381)-, y no la tercería
con base en el derecho común. (Del dictamen del fiscal que la Cámara hace
suyo) (CNCom., Sala A, 2000/02/11, "Carpinetti, Julio en: Maillman, Marcela",
La Ley, 2000-F, 574).
La tercería de dominio opuesta por el poseedor de un boleto de
compraventa requiriendo el levantamiento del embargo es improcedente, pues
éste carece del derecho para plantearla por no ser propietario en los términos
de los arts. 1184 inc. 1º y 2505 del CC. (CNCom., Sala A, 1998/12/30,
"Carletti, Héctor Desiderio y otros", ED, 185-370).
Los reclamos de un tercero tendientes a obtener el reconocimiento de
sus derechos sobre un bien en litigio que emanan de un boleto de compraventa
no deben encauzarse a través de la tercería de dominio, sino la de mejor
derecho (CNCom., Sala A, 1999/11/12, "Stahlhamer, S. en: Atlantic Sound c.
Szmulewicz", La Ley, 2000-D, 874 (42.887-S)

Ampliación o mejora del embargo

Art. 102. -- Deducida la tercería, el embargante podrá pedir que se amplíe o mejore el
embargo, o que se adopten otras medidas precautorias necesarias

1. Opciones del embargante


Cuando sucede una tercería el acreedor se encuentra en una posición
incierta respecto al futuro, pues los bienes que ha tomado precautoriamente,
son cuestionados y pueden salir de la garantía obtenida en favor de su crédito.
Por eso, apenas interpuesta la tercería puede solicitar la ampliación del
embargo, la sustitución por otros bienes o la mejora de ellas.
Connivencia entre tercerista y embargado

Art. 103. -- Cuando resultare probada la connivencia del tercerista con el embargado, el
juez ordenará, sin más trámite, la remisión de los antecedentes a la justicia penal e
impondrá al tercerista, al embargado o a los profesionales que los hayan representado o
patrocinado, o a todos ellos, las sanciones disciplinarias que correspondan. Asimismo
podrá disponer la detención del tercerista y del embargado hasta el momento en que
comience a actuar el juez en lo penal.

1. La connivencia dolosa
La doctrina ha explicado este artículo como un caso de conducta
maliciosa, es decir, obstruccionista o dilatoria; sin embargo, no es tal el
comportamiento que las partes (tercerista y embargado) realizan, sino un caso
típico de fraude procesal.
Por fraude en el proceso se entiende aquél desarrollo de procedimientos
que se realiza dentro del trámite iniciado con el fin de perjudicar a la
contraparte; por ejemplo, la notificación del traslado de la demanda practicado
en un domicilio falso y con la complicidad de quien la recibe. En cambio, el
fraude con el proceso se interpreta toda falsedad y simulación planificada entre
las partes para perjudicar a un tercero. Es el caso de quien para evadir la
porción legítima de sus herederos forzosos fabrica un juicio ejecutivo en
connivencia con el presunto acreedor, facilitándole a éste la realización de sus
bienes.
Justo es señalar que existe una tercera opción al cuadro clasificado,
según el cual existe fraude procesal cuando constituye un ilícito penal, sea una
estafa, falso testimonio, o el supuesto específico de esta norma.

2. Presupuestos del fraude procesal


Reunidos sus elementos característicos, cabe interrogar si es preciso
que se produzca daño para tener por configurado el fraude procesal.
Devis Echandía señala que no basta el propósito fraudulento de una
parte, hace falta el elemento objetivo, esto es, el daño sufrido por la que fue
víctima del engaño. Peyrano participa de esta idea que, en cierto sentido,
también era de Couture, pues, al comentar la función de la acción revocatoria
de la cosa juzgada fraudulenta, dice que la demanda a promoverse por el
tercero perjudicado tiende a destruir o revocar la cosa juzgada...y funciona tan
sólo en cuanto la revocación fuera necesaria para satisfacer el interés del
interés lesionado (Devis Echandía, Hernando, Fraude procesal: sus
características, configuración legal y represión, Ponencia presentada en las 1ª
Jornada de Derecho Procesal del Litoral Argentino, Rosario, 1969).
En los hechos, la conciencia de obrar sabiendo lo que se hace, destaca
que el que así actúa persigue eludir la ley, antes que dañar a otro
(característica más adecuada al dolo procesal). El engaño es la característica
principal, y por eso, la figura se encuentra en el proceso cuando una de las
partes o ambas en colusión, quieren inducir al error o provocar una acción
aparente, dirigida objetiva y subjetivamente, a la finalidad del engaño.
Es decir, que en el obrar fraudulento existe conscientemente la malicia
de su intervención y una acción de engaño a otro (sea la otra parte, el juez o
terceros) sin importar si les causa daño.
El móvil que destruye la licitud de este tipo de comportamiento radica en
la utilización del proceso con fines diversos a los que su estructura atiende; de
manera que el funcionamiento viciado por la conducta de la parte o de las
partes, lo vicia inmediatamente por ser contrario al orden público.
Ahora bien, si el fraude procesal no se refiere a una situación que se
analice respecto al daño que potencialmente a otros le provoca; en la medida
que importa más considerar la situación intrínseca del principio de inmaculación
en el proceso, en consecuencia, el acto fraudulento es, por definición, un acto
contrario a la regla moral.
Sin embargo, en la atención de sus consecuencias, el fraude se
distancia de otras actitudes hostiles que se dan en el curso del proceso.
Es evidente que ciertas formas de ingenio son lícitas dentro del
mecanismo natural del contradictorio, de modo tal que, exigir a las partes una
conducta estrictamente ajustado a lo legalmente previsto significa, a veces,
pensar en un desatino.
Esos límites tal delgados que distinguen la moral del derecho devienen
atendibles para alertar que no todo móvil ilícito constituye un obrar fraudulento;
es preciso reputar en esta materia la calificación que merece la actitud del
agente, es decir y una vez más, la conducta de la parte en el proceso.
De acuerdo a la intención reflejada, la responsabilidad que asume el
litigante artero, variará de conformidad a los hechos que provoque en
consecuencia.
De este modo, el fraude procesal como desviación de la finalidad ética -
social del derecho, encuentra tres estados en la exposición de la conducta
procesal:
• El fraude, empleado aquí no en el sentido de engaño, sino de aquél otro
(que siempre le concierne cuando se contrapone a la culpa) de
conciencia de la injuris, o dicho de otro modo, de intención de infligir una
sinrazón. Ambito preciso, también, del comportamiento temerario.
• La figura del litigio culposo excluye la conciencia de la sinrazón, en cuyo
lugar interviene ahora la insuficiente ponderación de las razones que
apoyen la pretensión o la discusión. No obstante, puede existir el
derecho en cabeza del actor o del accionado, y actuarse en un sentido
malicioso, de manera que se exagera la potestad de promover la acción,
llegando en este punto, al principio culpa lata dolo aequiparatur.
• La agravación de la responsabilidad se produce, con independencia de
la temeridad, respecto de algunas fases o tipos del proceso de
conocimiento en el sentido de que frente a ellos el mero vencimiento
determina, no sólo la responsabilidad en cuanto al reembolso de las
costas, sino también en cuanto al resarcimiento de los daños.
En síntesis, la intención de engañar y de utilizar el proceso desviándolo
de su fin natural presuponen y caracterizan el fraude procesal, pudiendo ser
definido en los términos siguientes: todo embuste, todo artificio, todo
fingimiento por el cual se hace imposible al adversario la defensa,
inhabilitándose al Juez para una decisión justa.

Levantamiento del embargo sin tercería

Art. 104. -- El tercero perjudicado por un embargo podrá pedir su levantamiento sin
promover tercería, acompañando el título de dominio u ofreciendo sumaria información
sobre su posesión, según la naturaleza dé los bienes.
Del pedido se dará traslado al embargante.
La resolución será recurrible cuando haga lugar al desembargo. Si lo denegara, el
interesado podrá deducir directamente la tercería, cumpliendo los requisitos exigidos
por el art. 98.

1. Simplificación del trámite


En miras a alivianar la acreditación del interés que otorgue legitimación,
se posibilita al tercero afectado por un embargo a requerir el levantamiento liso
y llano del mismo, sin necesidad de acudir a la vía procesal señalada, cuando
demuestre ab initio, a través del pertinente título o de la sumaria información,
su condición de propietario de la cosa embargada (art. 104).
El procedimiento a cumplirse en tal caso es el de un incidente abreviado
cuya resolución sólo es apelable cuando hace lugar al desembargo. Queda
excluida, así, la posibilidad de impugnación si se desestima el incidente de
marras, sin perjuicio de los derechos posteriores que se puedan ejercer a
través de la tercería de dominio.
En tal sentido se dice que, en virtud de los principios de economía y
celeridad procesal, el art. 104 del Código Procesal posibilita al tercero afectado
por un embargo a requerir su levantamiento sin necesidad de acudir a la vía
procesal de la tercería de dominio, cuando se demuestra "ab initio", mediante el
pertinente título o la sumaria información sobre su posesión, su condición de
propietario de los bienes embargados (CNCom., Sala C, 1997/06/17, "Da
Costa, Mario F. c. Melgarejo, Marta y otro", La Ley, 1998-A, 311).
Este mecanismo no es propiamente una acción, sino una simple petición
que se formula cuando el derecho del requirente aparece con tal evidencia que
se torna innecesario deducir la demanda por tercería, razón por la cual debe
interpretarse restrictivamente.
La viabilidad de pedido de levantamiento del embargo sin tercería debe
surgir "prima facie" de los elementos probatorios acompañados por el
incidentista, por tanto, no es posible una breve y "sumaria" comprobación
posterior complementaria de aquéllos (CNFed. Civ. y Com., Sala II, 1997/12/02,
"Mares del Sur S. A.", La Ley, 1999-F, 794 (42.237-S) - ED, 182-49).
En consecuencia es improcedente el levantamiento de embargo sin
tercería si su viabilidad no surge "prima facie" de los elementos probatorios
acompañados por el incidentista en su primera presentación. De tal modo, si
las facturas presentadas fueron cuestionadas por la contraparte en su
autenticidad, el incidente excede el marco del levantamiento sin tercería.
(CNCom., Sala A, 1996/11/29, "Atari Cía. Financiera c. Cirinsky, José A. y
otro", La Ley, 1997-C, 511).
Mientras que el allanamiento, en el caso, al levantamiento de embargo
sin tercería como causal de exoneración de las costas, está condicionado por
la conducta del vencido, pues para ser eximido de las mismas debe acreditar
no haber originado por su culpa la articulación de la excepción. (CNCom., Sala
A, 1998/12/11, "Banco del Buen Ayre S. A. c. Veretilne, Mario G.", La Ley,
1999-B, 850, J. Agrup., caso 13.676).
Además, el levantamiento sin tercería previsto no admite la apertura a
prueba (CNCiv., Sala F, 1996/02/07, "Groos, Rodolfo R. N. c. Espartaco S. A.",
La Ley, 1997-E, 1023 (39.829-S).

CAPITULO X -- Citación de evicción

Oportunidad

Art. 105. -- Tanto el actor como el demandado podrán pedir la citación de evicción; el
primero, al deducir la demanda; el segundo, dentro del plazo para oponer excepciones
previas en el juicio ordinario, o dentro del fijado para la contestación de la demanda, en
los demás procesos.
La resolución se dictará sin sustanciación previa. Sólo se hará lugar a la citación si fuere
manifiestamente procedente.
La denegatoria será recurrible en efecto devolutivo.

1. Principios generales
Esta figura se presenta cuando en virtud de sentencia y por causa
anterior o contemporánea a la adquisición, el adquirente a título oneroso resulta
privado en todo o en parte del derecho que adquirió o bien sufre una turbación
de derecho en la propiedad, goce o posesión de la cosa (arg. art. 2091 Cciv).
La turbación puede caer tanto en un derecho real transmitido- dominio,
usufructo etc.- como en uno creditorio o en un derecho intelectual; asimismo,
puede originarse en la carencia total o parcial del derecho que se dijo
transmitir.
En consecuencia, o no fue transmitido, o lo fue de manera menos plena,
en menor medida, con cargas etc.
Ante un reclamo judicial promovido por un tercero, titular del supuesto
mejor derecho sobre la cosa transmitida, el comprador cita de evicción al
vendedor y éste debe salir en defensa del adquirente.
Sin embargo, la citación de evicción no constituye una demanda, porque
en realidad es simplemente un aviso que se formula al citado a fin de que si lo
desea tome intervención en el proceso.
La incomparecencia no autoriza a constituirlo en parte ni a declararlo en
rebeldía, pero la citación basta para someterlo a las consecuencias de una
eventual sentencia condenatoria.
En caso de que el adquirente fuere derrotado en el juicio, la obligación
de indemnizar se extiende al vendedor.
El enajenante responde por la evicción que sufre el comprador sin
condicionamiento a la buena o mala fe de aquél. Es decir que se trata de una
responsabilidad de carácter objetivo.

2. Normas sustanciales
Para determinar la procedencia y entidad del daño indemnizable por
evicción debe recurrirse prioritariamente a las normas específicas de la figura,
en particular a los arts. 2118 y 2119 del Código Civil, considerando que la
responsabilidad que contempla las normas relativas a la evicción es de carácter
objetivo, impuesta por la ley a todo el que transmite un derecho con
independencia de su conducta.
La previsión del art. 2118 del Código Civil -según la cual, en caso de
evicción, debe restituirse el precio recibido sin intereses- debe entenderse en el
sentido de que aquéllos son compensados con el uso y goce de la cosa
mientras el comprador la tuvo en su poder. Sin embargo, a partir del momento
en que el evicto pierde la posesión de la cosa, la suma por él pagada en
concepto de precio comienza a devengar intereses moratorios (CNCiv., Sala C,
1996/12/10, "Krasuk, Jaime c. Casa del Triunfo S. C. A.", La Ley, 1997-F, 948
(40.030-S).
También se ha dicho que, conforme los arts. 1476 y 1484 del Código
Civil, la garantía por evicción se debe en los supuestos de cesiones onerosas
no sólo para el de buena fe sino, con mayor razón, para el de mala fe porque
se trata de una garantía de derecho que surge "ipso jure" como efecto de la
cesión y por su condición onerosa; máxime si el cedente se comprometió a
canjear el título de crédito, lo cual implicaba su compromiso de asegurar el
cumplimiento de la cesión (CNCiv., Sala L, 1996/05/20, "De Olazábal, Rafael F.
c. Catanzaro, Nuncio", La Ley, 1998-C, 2).
3. Régimen procesal
La evicción admite un desdoblamiento, de manera que en un primer
momento consiste en asistir procesalmente al adquirente que se vea expuesto
a la privación total o parcial del derecho adquirido, en tanto que después
persigue la indemnización del daño derivado de la evicción consumada.
De acuerdo con el régimen actual, al tratarse de un proceso ordinario la
citación de evicción debe solicitarse por el demandado dentro del plazo para
contestar demanda.
La redacción acordada al artículo no advierte la coincidencia de tiempos
para estar a derecho, contestar la demanda y oponer excepciones de cualquier
naturaleza, que ha dispuesto La ley 25.488.
Por ello, la indicación de los "demás procesos" es incongruente.
El pedido de citación de evicción debe resolverse sin sustanciación
alguna, por eso no se corre traslado a la parte contraria.
El código condiciona la citación de evicción al requisito de que sea
manifiestamente procedente. Pesa la carga para el solicitante de explicar
claramente la admisibilidad de aquella y de acompañar los elementos de juicio
que la justifiquen.

Notificación

Art. 106. -- El citado será notificado en la misma forma y plazo establecidos para el
demandado. No podrá invocar la improcedencia de la citación, debiendo limitarse a
asumir o no la defensa. Si no la ejerciere, su responsabilidad se establecerá en el juicio
que corresponda.

1. Citación
Explica Fenochietto que la notificación del juicio principal al tercero, en
su carácter de enajenante, persigue qa favor del adquirente que pierde el juicio
la indemnización por los daños y perjuicios ocasionados (ob. cit., tomo 1, pág.
389).
El tercero no esta obligado a comparecer, pero su presencia es lógica
pues la ausencia importaría una fuerte presunción en su contra.
Si en cambio comparece y se allana, se da el supuesto del art. 2111 del
Código Civil.
Si el adquirente omite formular la citación de evicción, pierde el derecho
de reclamar indemnización por una eventual derrota que sufra ante el tercero;
para decirlo en los términos de la ley "la obligación que resulta de la evicción
cesa si el vencido en juicio no hubiere hecho citar de saneamiento al
enajenante". (art. 2110, CC).
La citación de evicción es una carga que se impone al adquirente
turbado para brindar al enajenante-garante la posibilidad de evitar la derrota y,
al propio tiempo, su responsabilidad frente al turbado (C. Pergamino,
1994/06/02, "Franetovich, José L. c. Gasparini, Juan L.", LLBA, 1994-729).

Efectos

Art. 107. -- La citación solicitada oportunamente suspenderá el curso del proceso


durante el plazo que el juez fijare. Será carga del citante activar las diligencias
necesarias para el conocimiento del citado. El plazo para oponer excepciones previas y
la sustanciación de éstas no quedarán suspendidos.

1. Características del procedimiento


La citación suspende el curso del proceso durante el plazo que el juez
fije, pero no suspende el término para oponer excepciones ni la sustanciación
de éstas.
Si el citado en evicción comparece puede asumir dos posibilidades:
a) Tomar el rol de parte: ya fuere conjuntamente con el adquirente,
en el carácter de litisconsorte, ya de manera excluyente, asumiendo la defensa
exclusiva sobre la base de una sustitución procesal.
b) Permanecer como tercero: limitándose a controlar la marcha de
proceso

Abstención y tardanza del citado

Art. 108. -- Si el citado no compareciere o habiendo comparecido se resistiere a asumir la


defensa, el juicio proseguirá con quien pidió la citación, salvo los derechos de éste
contra aquél.
Durante la sustanciación del juicio, las dos partes podrán proseguir las diligencias para
obtener la comparecencia del citado. Si éste se presentare, tomará la causa en el estado
en que se encuentre. En la contestación podrá invocar las excepciones que no hubiesen
sido opuestas como previas.
1. Prosecución de la causa
El precepto que comentamos complementa lo dicho anterioremente. La
citación de evicción no constituye un proceso contradictorio, sino la apertura de
una instancia especial que le ofrece al interesado (el citado) la posibilidad de
asumor su defensa, en el momento que lo interprete más conveniente.
Por eso el plazo es de comparecencia pero no tiene consecuencias si no
asiste ni cumple con el emplazamiento. Si después varía el temperamento, el
proceso no se retrotrae y lo toma en el estado en que se encuentre.
Si observamos las disposiciones de los arts. 2096 y 2109 del Código
Civil, se advertirá que el adquirente desposeído tampoco tiene la obligación de
iniciar una demanda contra el que causa la citación de evicción.

Defensa por el citado

Art. 109. -- Si el citado asumiere la defensa podrá obrar conjunta o separadamente con la
parte que solicitó la citación, en el carácter de litisconsorte.

1. Litisconsorcio necesario
Si el citado asume la defensa, su calidad será la de litisconcorte con la
parte que solicitó su citación; siendo adhesiva la posición que tiene respecto a
ella.
Es decir que podrá actuar en la medida de las facultades disponibles que
tenga la parte a la que adhiere.

Citación de otros causantes

Art. 110. -- Si el citado pretendiese, a su vez, citar a su causante, podrá hacerlo en los
primeros cinco días de haber sido notificado, sin perjuicio de la carga de proseguir el
proceso por sí. En las mismas condiciones, cada uno de los causantes podrá requerir la
citación de su respectivo antecesor.
Será admisible el pedido de citación simultánea de dos o más causantes.
Será ineficaz la citación que se hiciere sin la antelación necesaria para que el citado
pueda comparecer antes de la sentencia de primera instancia.

1. Casos
Se ha explicado esta norma, entendiendo que, si bien por vía de
responsabilidad por evicción el afectado en una compraventa de automotores
(en el caso el vendedor), podría reclamar también contra su antecesor en la
compra del rodado por el monto del reclamo; contra el inmediato transmitente
está facultado a reclamar la cantidad efectivamente pagada por él, sin interesar
que en operaciones anteriores el precio hubiera sido distinto, mayor o menor;
pero si reclama contra los anteriores transmitentes se está subrogando en los
derechos de quien contrató y debe ajustar su pretensión a los límites del
derecho del subrogado (CNCiv., Sala C, 1994/02/24, "Biagini, Alejandro L. c.
Vivas, Edmundo M. del C. y otro", JA, 1994-III-658).

CAPITULO XI -- Acción subrogatoria

Procedencia

Art. 111. -- El ejercicio de la acción subrogatoria que prevé el art. 1196 del Código Civil
no requerirá autorización judicial previa y se ajustará al trámite que prescriben los
artículos siguientes.

1. Sustituciones en el proceso
Hay sustitución de personas en el proceso cuando la pretensión la
determina alguien distinto a quien debiera ser la parte originaria; y ello se debe
no la iniciativa de ésta, sino al gozar de la posibilidad autónoma de hacerlo por
existir un interés conexo con el interés inmediatamente comprometido en la litis
o en el negocio.
La legitimación para obrar le corresponde por cuanto el interés que actúa
es propio aunque el derecho sea ajeno. No desplaza a la parte originaria, sino
que la acompaña en la actuación procesal.
Quien acude en calidad de sustituto admite no ser quien afirma la
relación jurídica material, ni contra quien se deduce la misma; no obstante, se
permite su ingreso al juicio fundado en normas expresas que lo habilitan, aun
sin corresponderle la pertenencia del derecho que a las partes originarias
vincula.

2. Requisitos propios
Va de suyo, en consecuencia, que la sustitución requiere: 1) la
existencia de una relación jurídica sustancial; 2) un proceso en trámite; 3) un
sujeto procesal que actúe en calidad de parte principal litigando por esa misma
relación y en el mismo juicio, pero sin tener condición de titular activo o pasivo
de ella; 4) una solución normativa que autorice la admisión y, 5) un vínculo
jurídico de derecho material que justifique o fundamente la solución.

3. Supuestos de aplicación
Los casos posibles que permiten aplicar este instituto son bastante
conflictivos, en la medida que puede fácilmente confundirse un caso de
sustitución con otro de sucesión, o bien, con un supuesto de actuación en
interés y derecho propios, siendo alegado como de sustitución de parte.
En algunos casos la intervención del sustituto es directa porque se
provoca a través de la misma acción que tiene posibilidades de incoar (v.gr.:
pretensión subrogatoria); en otras es provocada (v.gr.: citación de evicción);
también puede resultar parte exclusiva cuando suplanta totalmente la calidad
de parte principal; o litisconsorte si actúa acompañando al actor o lo hace como
tercero adhesivo simple. Finalmente, la sustitución es originaria, en el caso de
que el sustituto asuma la calidad desde el comienzo del proceso, en tanto que
es sucesiva cuando lo hace con posterioridad a la demanda o a la
contestación.
En líneas generales, se mencionan como ejemplos de la sustitución de
parte, los siguientes: 1) La acción subrogatoria; 2) la citación de evicci¢n; 3) La
acción directa contra las compañías aseguradoras en materia de accidentes
laborales o de tránsito; 4) La demanda deducida en nombre del concurso por el
acreedor que actúa en contra de lo asesorado por el síndico y pese a habérsele
denegado la autorización judicial; 5) la reclamación de honorarios regulados en
juicio y sin percepción de sus beneficiarios, a través de los organismos
profesionales que persiguen -indirectamente- la integración de los aportes
obligatorios a sus cajas de seguridad social; 6) la acción del acreedor en
defensa de los bienes prendados o gravados en forma real contra los ataques
de terceros; 7) la actividad cumplida por el síndico o por el administrador
respecto de los bienes que tiene a su cargo y sobre los que el titular no tiene
facultades de disposición.

4. El derecho y el interés en la sustitución procesal


Desde nuestro punto de vista, la constitución del interés tiene mucho que
ver con la legitimación procesal que resulta habilitada para el sustituto.
En efecto, la situación de quien suple completamente al titular del
derecho muestra uno de los casos atípicos de defensa por otro de un derecho
que no le corresponde, pero con la singularidad que, al mismo tiempo, protege
en el proceso, aquéllos que adquirió a través del negocio particular con el
sustituido.
Obsérvese que para admitir la nueva integración procesal se requiere
que la contraparte preste expresa conformidad, pues el problema que aparece
con este nuevo personaje procesal surge de la contradicción hipotética entre
ambos, pues los principios de igualdad y posiciones duales están cubiertos a
satisfacción.
De tal forma, el interés sustancial no varía; el único cambio posible
emerge de las expectativas que tenga el sustituto, pero en nada afecta el
contenido principal del conflicto a resolver. Sigue siendo la misma parte, solo
cambian las personas.
Inclusive, aun cuando la sustitución fuera parcial, la disponibilidad se
mide por el litisconsorcio formado, y a través de los efectos de la cosa juzgada
que la sentencia sobre ellos proyecte.

5. Efectos de la sustitución procesal


Cualquiera de las formas posibles de celebrar el cambio de partes por
sustitución, transfiere todas y cada una de las potestades, deberes, cargas y
expectativas que tiene el cedente respecto al objeto procesal, salvo los que
fueran indisponibles (v.gr.: confesión, allanamiento, transacción, desistimiento
del derecho, etc.), o dependieran de actos personales del sustituido (v.gr.:
reconocimiento de firmas).
La posición que ocupe el sustituto determina, asimismo, las posibilidades
de oposición. Cuando se es actor, y por tanto se adquiere legitimación
autónoma, el demandado puede hacer valer a su respecto todas las
excepciones dilatorias y perentorias que tuviera contra la parte originaria; si el
sustituto actúa en calidad de demandado, la cuestión es exactamente la
misma: cuenta el demandante con la facultad de plantear las defensas que le
correspondieran contra el sustituido.
La sentencia afecta a sustituto y sustituido por igual, aun cuando la
intervención del primero haya sido originaria.

Citación

Art. 112. -- Antes de conferirse traslado al demandado, se citará al deudor por el plazo de
diez días, durante el cual éste podrá:
1. Formular oposición, fundada en que ya ha interpuesto la demanda o en la manifiesta
improcedencia de la subrogación.
2. Interponer la demanda, en cuyo caso se le considerará como actor y el juicio
proseguirá con el demandado.
En este último supuesto, así como cuando el deudor hubiese ejercido la acción con
anterioridad, el acreedor podrá intervenir en el proceso en la calidad prescripta por el
1er. apart. del art. 91.

1. Procedimiento
La acción subrogatoria es una acción dependiente de otras
disposiciones voluntarias de quien es o debiera ser parte. Para que esta
resuelva aceptar la sustitución, debe ser citada en su domicilio real por el plazo
de diez días.
Cumplido el término, el citado podrá:
a) Formular oposición fundada en la litispendencia, debiendo denunciar
la radicación de la causa y otros datos atendibles para su
argumentación. En este caso, el acreedor podrá actuar como si fuera
un litisconsorte activo simple (adhesivo)
b) Sostener que no es deudor, oponiéndose al derecho que fundamente
quien se dice acreedor; debiendo el juez resolver sumariamente, sin
afectar alterar con su decisión el derecho sustancial que las partes
debaten; es decir, deberá fundarse en la apariencia del buen derecho
que se argumente por uno u otro.
c) Podrá interponer la demanda que el acreedor le reclama actúe, en
cuyo caso desaparecen los motivos de la acción subrogatoria

2. Supuestos particulares
La obligación de los acreedores del causante de intimar a los herederos
para que acepten o repudien la herencia con carácter previo a obtener la
apertura del proceso sucesorio, surge evidente de lo dispuesto en el art. 1196
del Código Civil, pues todos los que tienen un derecho subordinado a la
aceptación de la herencia pueden ejercer la acción subrogatoria, con la
finalidad de aceptar la herencia en nombre de su deudor y obtener su inclusión
en la declaratoria, con el objeto de hacer efectiva en su oportunidad la facultad
que les confiere el art. 3452 del Código Civil para solicitar la partición. (CNCiv.,
Sala A, 1996/06/19, "J., O. J.", DJ, 1999-2-510 SJ. 1724).
El ejercicio de los derechos inherentes a la acción oblicua o
subrogatoria, por parte del embargante, deben encuadrarse dentro de un
proceso autónomo donde pueda ventilarse la calidad invocada. (CNCom., Sala
A, 1997/02/13, "Cycsa c. Saigro S. A.", La Ley, 1997-E, 71).
Cuando el que pretende subrogarse en virtud de un pago efectuado, es
el co-demandado, fiador del contrato base de la ejecución objeto del juicio,
nada obsta a que la acción subrogatoria tramite en los mismos autos, pese a
que se trate de una acción directa y que por ello deba ejercerse en un juicio
autónomo -arts. 729, 731 inc. 5º, 767 y 772, Código Civil-. (CNCom., Sala A,
1999/06/30, "Caja de Crédito La Capital c. Sovanni, Adolfo", La Ley, 2000-A, 74
- DJ, 2000-1-1012).

Intervención del deudor

Art. 113. -- Aunque el deudor al ser citado no ejerciere ninguno de los derechos
acordados en el artículo anterior, podrá intervenir en el proceso en la calidad prescripta
por el 2do. apart. del art. 91.
En todos los casos, el deudor podrá ser llamado a absolver posiciones y reconocer
documentos.

1. Calidad de parte del sustituido


Si quien es citado no realiza ninguna de las acciones antes previstas,
puede ser llamada en calidad de tercero coadyuvante, es decir que actuará de
un modo accesorio y condicionado.
De otro modo, facultativamente podrá ser convocado para absolver
posiciones y reconocer documentos.
Debe aclararse que esto es posible, pues a pesar de no ser parte, quien
lo es actúa en su nombre aunque en ejercicio de derechos que le corresponden
por la acción oblicua o indirecta del código civil.
Efectos de la sentencia

Art. 114. -- La sentencia hará cosa juzgada en favor o en contra del deudor citado, haya o
no comparecido.

1. Indiferencia del comparecimiento


Conforme lo dicho precedentemente al comentar el art. 113, la sentencia
lo alcanza aunque no sea parte, pues se trata de un típico supuesto de
sustitución procesal.
Con relación al sustituto, este continúa con iguales facultades que desde
que asumió la sustitución, pudiendo ejecutar la sentencia y procurar el crédito
que tiene el sustituido.
Sin embargo, para cobrar su crédito no puede compensar ni tomar en
pago lo que haya procurado; pues él no es el dueño del derecho material y solo
puede recibir lo obtenido previa cesión debidamente instrumentada, dación en
pago, y cumplimiento de las mandas judiciales accesorias.

TITULO III -- Actos procesales


CAPITULO I -- Actuaciones en general

1. Hechos y actos procesales


Uno de los capítulos más importantes que desarrolla el derecho procesal
como ciencia, ocupa al desenvolvimiento de los actos que componen el
proceso.
En verdad, todo la compleja serie de episodios que tejen la trama del
procedimiento, son diversos y ordenados secuencialmente en base a un
programa que permite afirmar la existencia de una idea lógica, común a la
unidad que el proceso tipifica.
Sin embargo, ha sido común encontrar en las obras de derecho procesal
un estudio sistémico de los actos procesales como si constituyeran unidades
aisladas del proceso, cuando en rigor se tratan de actuaciones de los sujetos
del proceso.
Como tales, esa actividad que cumplen las partes, terceros y el órgano
jurisdiccional, inciden directamente en la relación jur¡dica trabada entre los
litigantes acotando situaciones, transformando el objeto, modificando el destino
de la pretensión, en suma, incorporando actividades interesadas en llegar a un
resultado final.
Las actuaciones procesales, propiamente, solamente se dan en el
proceso y obedecen a una voluntad humana que crea, modifica o extingue la
relación procesal.
Ese vínculo a una institución determinada y singular, como es el
proceso, diferencia a los actos procesales de los actos jurídicos en general,
comprendiéndolos como una especie de éstos.
Ahora bien, las actuaciones procesales se registran en un orden
predispuesto, como las modalidades asignadas (v.gr.: principio de legalidad de
las formas; preclusión de los actos; publicidad, etc.), de manera que el obrar
consecuente de los sujetos debe ajustarse a dicho régimen.
De esta forma los actos son procesales porque dándose en el proceso,
persiguen llegar a la sentencia cumpliendo etapas y secuencias donde unos
son antecedentes y causas de otros.
Los hechos, por sí mismos, son diferentes a los actos, porque mientras
los primeros suceden fuera del proceso; los segundos, podrán ser jurídicos o
procesales, según la distinción efectuada.
Es decir, que los hechos son acontecimientos de la realidad que dan
vida a un nutrido conjunto de posibilidades que originan un cambio o
transformación de otro hecho que le precede.
La historia misma es un hecho continuo de transformación y cambio,
como son también los ciclos, o los experimentos geofísicos.
Los hechos son jurídicos cuando el cambio que operan conlleva a una
diversidad en el mundo jurídico, o como dice Guasp, "cuando la realidad sobre
la que el hecho opera es una realidad jurídica, el suceso que la determina es, a
su vez, un hecho jurídico..., por tanto, cualquier suceso o acaecimiento que
produce una modificación de cualquier clase...", es un hecho jurídico (Derecho
Procesal Civil, ob. cit., pág. 280).
Como se aprecia, estos sucesos son extraños a la vida del proceso, se
dan fuera de él para radicarse en el mundo de la praxis: la realidad del diario
acontecer. No obstante, los hechos por sí mismos son causa y razón de
consecuencias jurídicas que, llevadas al proceso, determinan el nacimiento de
relaciones de derecho que podrán mudar su carácter de acuerdo al
voluntarismo de los sujetos que activen la secuencia procedimental.
El hecho es procesal, entonces, cuando ocurre en el mundo del proceso
influyendo en la relación jurídica trabada entre los sujetos intervinientes.
Por ejemplo, la muerte del magistrado actuante; la ausencia voluntaria o
incomparecimiento; el caso fortuito; el tiempo y sus contingencias, etc.; son
hechos del mundo exterior que transmitidos al litigio son procesales porque
provocan un cambio en la relación procesal o en la situación procesal.
Dado que la variedad de los hechos ajenos y anteriores al proceso,
como los vinculados y contemporáneos al mismo, son de múltiples
expresiones, suelen clasificarse por su incidencia en: hechos constitutivos (o
formativos de la relación jurídica procesal); hechos modificativos (o que incitan
una transformación de la realidad sin ocupar al aspecto puramente jurídico, aun
cuando sobrevenga la incidencia por obra de la consecuencia); hechos
extintivos (o cancelatorios de la situación jurídica).
La fusión entre el hecho y el acto procesal origina distintas situaciones
que transitan por la iniciación, el desarrollo y la extinción del proceso; y el punto
diferencial entre ambos radica en la voluntad del que lo emite. Así, mientras en
el acto procesal podemos hablar de decisiones humanas deducidas en el
proceso; en los hechos procesales, referimos a aquellas situaciones que
repercuten en las instancias del procedimiento con prescindencia de que sean
o no la consecuencia de una expresión de la voluntad humana (así lo afirma
Palacio, Derecho Procesal Civil, tomo IV, cit., pág. 12).

2. La expresión de la voluntad en el acto procesal


La actividad que las partes, terceros y Juez cumplen en el proceso son,
en definitiva, manifestaciones de voluntad. Siguiendo una secuencia lógica, si
el acto procesal es una categoría de los actos jurídicos, quedarían
comprendidos en consecuencia entre aquéllos que pueden inficionarse por los
denominados vicios de la voluntad.
Sin embargo esta conclusión resulta un tanto forzada, ni bien se
observan los requisitos y condiciones que se imponen al acto procesal en su
forma y expresión. Las partes están sujetas al orden público que preserva el
proceso.
No se trata, entonces, de enfrentar al acto jurídico con el acto procesal
sino de diferenciarlos convenientemente para elaborar, a partir de sus
principios, las consecuencias propias que cada uno reporta.
La utilización de las normas sustantivas, no obstante, deben ser
prudentes porque, aun cuando el acto procesal sea indudablemente un hecho
voluntario que le da vida, es evidente que esa manifestación no persigue otro
efecto que no sea aplicable en y para el proceso, y en esto radica su principal
diferencia con la voluntad negocial que pretende producir consecuencias
jurídicas.
La voluntad del acto procesal es como indica Liebman, "totalmente
genérica, la simple voluntad y conciencia de cumplir el acto, no exigiéndose en
absoluto, que esté dirigida a alcanzar un determinado efecto y no pudiendo
determinarlo y ordenarlo a gusto propio porque el efecto esta ya fijado y
preestablecido por la ley" (Liebman, Enrico T., Manual de Derecho Procesal
Civil, trad. Santiago Sentís Melendo, editorial Ejea, Buenos Aires, 1980, pág.
170).
Basados en ello puede constatarse que la voluntad del acto procesal
esta condicionada para su ejercicio, de manera que obraría relevante la
ausencia de ella por cuanto no sería propiamente un acto de libre expresión.
En este orden de ideas, resulta difícil y complejo caracterizar a la
voluntad que vive en las actuaciones procesales, porque la coincidencia entre
la voluntad externa (real), o sea aquella que ocupa a la intención verdadera del
ánimo de obrar, y la voluntad expresa (declarada), o aquella que se muestra en
la conducta exteriorizada, puede discrepar, tornando a los principios civiles de
los vicios del consentimiento, ciertamente inaplicables por la ausencia de
caracterización y encuadre posible.
Guasp elabora una respuesta a esta problemática, dando preeminencia
a la voluntad declarada sobre la real, toda vez que "dada la presencia de un
órgano del Estado en el proceso, los actos que ante él se realizan cuando
aparecen exteriormente del modo exigido, son eficaces, aunque la disposición
interna de su autor no coincida con la que de hecho revela" (ob. cit., pág. 294).
A partir de allí podrán analizarse los supuestos en que la discrepancia
entre la voluntad interior y la expresión realizada son productos de actuaciones
intencionadas o no. En los primeros, si el acto exterior es adecuado
formalmente ha de tenerse por válido, esperando los correctivos de la actividad
jurisdiccional. Si el acto, en cambio, no es intencional, habrá de encontrase el
tipo de vicio que lo inficiona. Si fuese la ignorancia o el error, han de seguirse
las reglas del derecho privado; si fuese violencia o intimidación, como no
existen normas que lo invaliden en el proceso, han de guiarse por los principios
generales.
Hemos de considerar el problema desde una doble perspectiva. En
primer término corresponde observar si el Código Civil es fuente de inspiración
para solucionar los vicios del consentimiento en el acto procesal; y en segundo
lugar, que caminos han de cubrirse para resolver la voluntad en los sujetos del
proceso y sus diferentes enquistamientos.
La actitud humana se trasunta en actos exteriores que muestran hacia
afuera lo que internamente se ha elaborado. Cuando esos actos son llevados al
proceso, deben respetar ciertas formalidades bajo sanción de nulidad (esta
sería la voluntad declarada según Guasp); pero interiormente el acto expuesto
bajo una apariencia formal lícita puede esconder una finalidad desdorosa,
ilícita, que oculta su verdadera intención (para Guasp, esta fase representa la
voluntad real). Este solo inconveniente demuestra las razones por las cuales el
elemento volitivo del acto procesal no puede subsumirse en el componente
formal del mismo.
Al incorporarse la voluntad al acto procesal, los principios generales que
vician el acto jurídico le son aplicables.
Ocurre que la actividad procesal se desenvuelve en un juego
procedimental que estructuralmente no difiere del acto jurídico; ambos
requieren para su configuración tres elementos a saber: causa, objeto y forma,
a los que cabe agregar, el discernimiento, la intención y la libertad, desde que
son éstos los datos necesarios para que exista acto voluntario (Cfr. Berizonce,
Roberto Omar, La nulidad en el proceso, editorial Platense, La Plata, 1967,
pág. 22 ).
La ausencia de una regulación expresa al aspecto interno del acto
procesal nos lleva a la utilización de las normas de fondo, sin perjuicio de las
adaptaciones que exige el caso. De ello surge que el acto procesal puede
viciarse por error, dolo o violencia, y aun provocar la indagación de la causa
que porta la pretensión).
Tomando como base los principios que preceden, deben distinguirse los
vicios internos del acto procesal, -que inficionan el proceso por la ausencia de
un requisito de fondo imprescindible para convalidar lo actuado-, de los vicios
externos -que se derivan de la mutilación de las formas y solemnidades del
proceso-.
Esclapez (El nuevo código de procedimientos a dictarse debe legislar
sobre el contenido del acto procesal, JA, 1948- sec. Doctrina, pág. 109)
propone diferenciar entre el acto procesal que padece vicio intrínsecos o de
contenido que conspiran contra su validez, y el acto procesal viciado
extrínsecamente o en sus formas, que es el que, de ordinario, determina la
declaración de nulidad procesal ...que es la privación de efectos imputables de
los actos del proceso que adolecen de algún vicio en sus elementos esenciales
y que, por ello, carecen de aptitud para lograr el fin a que se hallan destinados.
La violación de las formas transita sus correctivos por el denominado
incidente de nulidad a cargo de la parte interesada en nulidecir; en tanto, el
principio publicístico avanzado en el proceso, agrega la potestad de
saneamiento a cargo del Juez (art. 34 inciso 5º ap. b>).
Para resolver el vicio intrínseco, en cambio, ser menester -otra vez-
discurrir en algunas consideraciones:
Si el acto procesal es una especie indiferenciada del acto jur¡ídico,
parece lógico pensar que las nulidades que encuentre el primero debe regirse
por disposiciones sustantivas. Pero, hemos de coincidir con Peyrano en que "el
acto procesal viciado intrínsecamente (por ejemplo, por error) es también un
acto jurídico sujeto como tal a las normas insertas en el Código Civil (v.gr.:
delimitación de si existe o no intimidación), pero por formar parte de un
proceso, necesariamente queda sometido al régimen de impugnación vigente
en este, que no es otro que el de las nulidades procesales (Peyrano, Jorge
Walter, El proceso civil, editorial Astrea, Buenos Aires, 1978, pág. 176).
La duplicidad de criterios, o el brazo alternativo que abre la senda
impugnativa, nos lleva al análisis de posibilidades. La utilización del régimen
civil de nulidades y anulabilidades posterga la aplicación de ciertos principios
procesales que estructuran el proceso (v.gr.: trascendencia, convalidación,
etc.); en otra cara, el ejercicio exclusivo del régimen adjetivo de las nulidades
procesales deja en el camino la certeza que produce el régimen sustantivo en
cuanto predice las normas aplicables con sus referentes específicos.
La alegación del vicio en el acto procesal no tiene necesariamente que
encuadrarse en una tipificación sustantiva o bajo un sistema procesal. La
adaptación se muestra mas coherente con la flexibilidad del derecho, evitando
los aprisionamientos rígidos que no otorgan soluciones equitativas,
postergando la justicia en manos de la seguridad.
Cuando los defectos de conformación sean propios del sujeto que emite
el acto, habrá de investigarse el origen del desvío, es decir, encontrar el
elemento psicológico que lo vicia, sea por error, engaño, culpa, dolo o mala fe.
Hecha la interpretación, el ajuste podrá completarse con los principios
sustantivos y tipificar el error consecuente. Luego de la intelección habrán de
aplicarse los sucedáneos procesales, sea por la vía de la impugnación, o del
incidente autónomo de nulidad.
Idioma. Designación de intérprete

Art. 115. -- En todos los actos del proceso se utilizará el idioma nacional. Cuando éste no
fuere conocido por la persona que deba prestar declaración, el juez o tribunal designará
por sorteo un traductor público. Se nombrará intérprete cuando deba interrogarse a
sordos, mudos o sordomudos que sólo puedan darse a entender por lenguaje
especializado.

1. Requisitos de los actos procesales


El proceso esta regulado por una serie de requisitos procesales y
sustanciales que persiguen resguardar la seguridad de los trámites y la
certidumbre de cada una de esas actuaciones.
Estos requisitos hacen a la regularidad y están dirigidos a las partes y al
órgano jurisdiccional, de manera que cuando no se cumplen, se encuentran
vicios invalidantes y actuaciones ineficaces.
Cuando la reunión de recaudos se dirige a la unidad que el proceso
significa, se habla de presupuestos procesales; en cambio, el análisis particular
de cada actuación lleva a establecer las condiciones del acto para provocar
efectos jurídicos.
En principio, solo se ejecutan actuaciones procesales una vez que se
instauró la pretensión, por lo tanto no serían actos procesales los preparatorios
de la instancia (v.gr.: otorgamiento de mandato a un abogado, documentación
que se entrecruza para la constitución en mora, etc.); los convenios
preestablecidos para obtener efectos procesales (v.gr.: pacto de foro
prorrogado; renuncia al derecho de apelar; honorarios pactados; etc.), ni todo
otro acto que no sea producto de una relación jurídica procesal formalizada.
Ahora bien, estas actuaciones deben resolver su admisibilidad, es decir,
la correspondencia que adecua la actuación con el efecto perseguido
prescindiendo del resultado final; y su fundamento, esto es, los valores
intrínsecos que reportan utilidad al acto e impiden su nulidad.
En lo que importa a los sujetos, debe observarse que al órgano judicial
se le exige jurisdicción, esto es, la atribución legal del poder-deber para
resolver con autoridad e imperio. Asimismo, ha de ser competente, que
significa la posibilidad de intervenir con preferencia en el asunto sometido a
litigio.
Algunos más consideran que constituye otro requisito (subjetivo) de
actuación, la ausencia en el juez de causas de abstención o recusación.
Con relación a las partes, para que sus actos sean jurídicamente válidos,
sera preciso que aquéllos reúnan los citados compromisos con la aptitud para
lograrlos (capacidad, legitimación y representación suficiente). Pero para
adquirir eficacia, estos actos deben estar dotados de idoneidad o
fundamentación bastante para lograr el fin que aspiran, sin que el resultado
desfavorable o la sentencia en contrario, los desvirtúe como actos procesales.
La causa no es elemento ni condición del acto, porque la finalidad es un
hecho contingente que no incide en la eficacia misma de la actuación para
obtener un resultado.

2. Clasificación de los recaudos


Los requisitos pueden clasificarse a partir de las necesidades que han
de cubrir para ser admisibles y para ser procedentes.
Los actos procesales deben reunir requisitos de admisibilidad en cuanto
a la forma de expresión y por el lugar y tiempo que se instauran. En cambio,
para ser procedentes y obtener los efectos jurídicos pensados habrá de
estimarse la idoneidad de la actuación y los fundamentos jurídicos que hacen al
fondo del problema a resolver.

2.1 Requisitos formales


Al hablar de requisitos está implícito en el concepto que los actos
procesales cuentan con una regulación legal específica, de modo tal que el
encuadre predispuesto obliga a un seguimiento determinado impidiéndole a las
partes resolver discrecionalmente sobre el trámite a seguir.
Este principio conocido como legalidad de las formas, se interpreta como
una premisa esencial, indispensable y jurídicamente valiosa, por cuanto no se
reduce a una mera técnica de organización formal de los procesos sino que, en
su ámbito particular, tiene por finalidad y objetivo ordenar adecuadamente el
ejercicio de los derechos en aras de lograr la concreción del valor justicia en
cada caso y salvaguardar la garantía de la defensa en juicio.
Claro esta que las formas no se constituyen como obstáculos hacia la
libertad de expresión, ni tienen un valor en sí mismas; en realidad responden al
denominado principio de instrumentalidad, según el cual "las formas no tienen
un valor intrínseco propio sino que están puestas solamente como medio para
alcanzar plenamente la finalidad de cada acto y la necesidad de su observancia
debe por eso ser medida concretamente con el metro de la obtención de esa
finalidad" (Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Derecho Procesal Civil, tomo I
volumen 1, editorial Ediar, Buenos Aires, 1992, pág. 439).
El Código Procesal define las modalidades pensadas para manifestar la
voluntad en el proceso, fraccionando sus disposiciones en los requisitos para la
expresión, el tiempo y el lugar donde se cumplan los actos.
De esta manera se reglamenta el debate dialéctico que corre en el
procedimiento, bajo ciertos principios que tutelan los intereses del Estado y de
los particulares.
Las formas no solo se ocupan del revestimiento externo del acto (v.gr.:
que sea escrito, a máquina y con una coloración determinada), sino que refiere
también el contenido, como resultan los requisitos que debe contener la
sentencia definitiva (art. 163), o el escrito de interposición de la demanda (art.
330).
2.2 Formas de expresión
El lenguaje nacional no impide la cita de frases en latín, conocidas en el
uso y estilo forense, sin incurrir en excesos por el peligro de llegar al "oscuro
libelo", o a la proposición ambigua.
Algún problema se presenta cuando el Juez conoce el idioma extranjero
y considera improcedente la designación de un traductor, prescindencia que
estimamos errónea en salvaguarda del derecho de defensa en juicio que
supone, además del carácter público de las audiencias, dar posibilidad de
alegación y réplica a las partes.
En los procesos de naturaleza civil es común la forma escrita,
constituyendo los escritos judiciales el instrumento adecuado para que los
litigantes presenten sus peticiones de manera ordenada, encaminando el
desarrollo del proceso hacia su meta; pero de ningún modo pueden servir de
vehículo para que las partes o sus letrados exterioricen los sentimientos hacia
sus contendientes o el magistrado.
El exceso puede llevar al testado de la frase injuriosa o redactada en
términos indecorosos u ofensivos (art. 35, inciso 1º), y al castigo por la
incorrección disciplinaria que impone el principio de moralidad procesal.
De igual modo corresponde proceder cuando es el Juez quien incurre en
tal desatino. La Corte Suprema de Justicia de la Nación tuvo oportunidad de
destacar que "...corresponde apercibir a un Juez de Cámara que utiliza
términos que no solo no guardan el estilo y decoro propios de un magistrado,
sino que también revelan una falta de respeto hacia la investidura del
presentante, evidenciando una animosidad cuya trascendencia al
planteamiento de cuestiones judiciales no cabe admitir, aunque los mismos se
hayan vertido en el marco de una desinteligencia de los señores jueces de
Cámara que normalmente revela responsabilidades compartidas" (Fallos,
302:426).

2.3 Firma
Los escritos judiciales requieren de la firma para obtener validez, de
modo tal que por ser una necesidad esencial no admite de ratificaciones
posteriores. La ausencia de ella impide incorporar la alegación al expediente
sobre la base de considerarlo un acto jurídicamente inexistente.
La impugnación de escritos, fundada en la circunstancia de que la firma
atribuida a las partes no es de su puño y letra debe hacerse por la vía del
respectivo incidente de nulidad.

3. Efectos de los actos procesales


Cuando referimos al problema que plantea la pertinencia y regularidad
del acto lo instalamos dentro de los requisitos de procedencia con el fin de
mostrar su distancia respecto a la eficacia que logran para alcanzar el objeto de
su promoción, es decir, de su utilidad para llegar a la sentencia favorable.
Ocurre que puede constatarse en distintos estudios cierta confusión
entre la valoración del acto procesal y la eficacia que de ellos deriva; debiendo,
en consecuencia, determinar que tramo le corresponde a cada uno.
La valoración del acto consiste en observar cuales son los elementos
que valen, o no; en tanto, la eficacia, analiza la trascendencia del acto y los
efectos que produce.
Lo primero ocupa el estudio de las consecuencias naturales de la
actuación; en cambio la eficacia pondera una diversidad de registros que
iremos desmenuzando.
El consecuente normal de un acto regular es su admisibilidad en el
proceso. Esa introducción pone en juego una serie de consecuencias que se
toman de los principios y presupuestos procesales.
Normalmente, toda actuación genera en el órgano judicial la obligación
de providencia, de modo tal que cumplido el trámite se cierra el circuito. La
actuación se ha consumado y ha logrado una eficacia determinada, por ello
será irrepetible.
No obstante, si la actividad no llega al efecto buscado, pueden reiteraese
los pasos. Por ejemplo, si la demanda se plantea ante Juez que resulta
recusado, la misma se insiste ante quien no tenga causa de excusación. En
igual supuesto, si la pretensión fuera planteada ante Juez incompetente, podría
rectificarse lo obrado corrigiendo el error de procedimiento.
De igual medida son los actos que provienen del Tribunal, pues pueden
ratificar sus actuaciones (v.gr.: recurso de reposición que se rechaza) o
rectificarlas (v.gr.: corrección de errores materiales de la sentencia).
En cambio, si las actividades desarrolladas no abastecen la
admisibilidad, el ordenamiento jurídico reacciona asignando invalidez o ilicitud
al acto.
En estos casos existe valoración, ya de la normalidad o de la
irregularidad, pero este fenómeno analítico, necesariamente incide sobre la
eficacia y, de suyo, en los efectos que concurren.
La teoría de la admisibilidad de los actos procesales permite efectuar
estas distinciones porque la deficiencia o anormalidad de una actuación
depende del tipo de vicio que registra, tanto como sucede para derivar la
normalidad de un acto, porque unos podrán ser formalmente regulares y con
idénticos recaudos otros ser irregulares.
La admisión de un acto presupone distintos niveles de aceptación, en
cambio a la pertinencia solamente la abastece la fundabilidad.
La secuencia que observamos se da en lo siguiente: efectuada una
actuación procesal, el Juez la recibe y analiza su atendibilidad, es decir la
aptitud manifiesta del acto para someterse a ulteriores consideraciones; si
fuese nula esta actividad y el vicio proviniera de la misma parte que lo
presenta, no podría reiterarse en virtud de la doctrina de los propios actos
(nemo auditur propiam turpitudine allegans). Receptada la actividad, ella puede
obtener efectos inmediatos (v.gr.: si se deduce una excepción, y el Juez la
considera manifiesta dándole razón al oponente) o mediatos, en cuyo caso
quedan incorporados al proceso para incidir o no en la suerte de la pretensión.
Para ambos fines promedia una declaración expresa o tácita sobre la
admisibilidad, dando pie para estudiar en el contenido.
Recién allí comienza el examen sobre el fondo, pudiendo el órgano
estimar que hay inadecuación con alguno de los requisitos establecidos por la
ley para otorgar regularidad al acto procesal.

Informe o certificado previo

Art. 116. -- Cuando para dictar resolución se requiriese informe o certificado previo del
secretario, el juez los ordenará verbalmente.

1. Significado y alcance
Esta es una disposición innecesaria en el régimen actual que dinamiza el
proceso judicial; persigue evitar la burocracia de lo escrito facilitando con la
orden interna del Juez que el secretario certifique lo actuado (v.gr.: certificación
del secretario para disponer autos para alegar sobre el mérito de la prueba).
No obstante, así como resulta poco práctica la medida; también es
común observar las veces que en los expedientes se deja constancia de haber
solicitado verbalmente la certificación del actuario.

Anotación de peticiones

Art. 117. -- Podrá solicitarse la reiteración de oficios o exhortos, desglose de poderes o


documentos, agregación de pruebas, entrega de edictos, y, en general, que se dicten
providencias de mero trámite, mediante simple anotación en el expediente, firmada por
el solicitante.

1. Objeto de la norma
Al respecto, la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial dispuso
que “las peticiones a que se refiere el art. 117 del Código deberán formularse
en forma concreta, con clara indicación de su fecha, y serán firmadas
juntamente con el peticionante por el secretario o el oficial primero, quienes las
elevarán, en el mismo día, al juez, a sus efectos” (Ac. del 02.02.68).
Por su parte, la Corte Suprema estableció que “el secretario o el oficial
primero pondrán cargo a las peticiones a que se refiere el art. 117 del Código, o
las suscribirán junto con el solicitante” (Ac. del 20.12.67).
Ambas acordadas reglamentan las providencias de mero trámite
indicadas en el artículo, complementando las formas que deben guardarse.
CAPITULO II -- Escritos

Redacción

Art. 118. -- Para la redacción y presentación de los escritos, regirán las normas del
Reglamento para la Justicia Nacional.

1. Normas aplicables
Aunque parte de la doctrina y la jurisprudencia se inclina por asignarle a
los escritos presentados en expediente la calidad de instrumento público, en la
doctrina mayoritariamente se sigue el criterio de que los escritos judiciales son
instrumentos privados que adquieren fecha cierta por el cargo.
La solución aparece correcta en este último sentido por cuanto el acto no
es labrado ante el oficial público, ni tampoco aparecen certificadas las firmas.
En cambio, el cargo sí es instrumento público. Cuando el escrito se incorpora al
expediente adquiere fecha cierta y se transforma en instrumento público”
(Falcón, Enrique M., Comentario al Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación y Leyes Complementarias, editorial Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
1998, pág.193).
Con respecto a la redacción y presentación de los escritos, el art. 118
del Código Procesal de la Nación (conf. ley 25.488) remite a las normas del
Reglamento para la Justicia Nacional, que disponen:
- En todos los escritos debe utilizarse exclusivamente tinta negra (art.
46).
- Deben encabezarse con la expresión de su objeto (sumario), el
nombre de quien lo presenta, su domicilio constituido y la
enunciación precisa de la carátula del expediente.
- Además, las personas que actúen por terceros deberán expresar, en
cada escrito, el nombre completo de todos sus representados y del
letrado patrocinante, si lo hubiera (art. 47).
- Los abogados y procuradores deben indicar el tomo y folio o el
número de la matrícula de su inscripción (art. 46).
Se admite “la presentación de escritos formularios impresos o
fotocopiados mediante procedimientos que permitan su fácil lectura. Dichos
escritos suscriptos en forma corriente deberán tener fondo blanco y caracteres
negros suficientemente indelebles” (art. 46, párr. 2º, RJN).

2. Firma
Los escritos judiciales deben contener la firma de su presentante,
careciendo de valor la puesta por un tercero, a menos que se haya recurrido al
específico procedimiento previsto en el art. 119 del Código Procesal;
consecuentemente las actuaciones referidas y las providencias que motivaren
son actos privados de toda eficacia jurídica y ajenos, como tales, a cualquier
posibilidad de convalidación posterior, en orden a la perentoriedad de los
plazos procesales.
La Corte ha dicho que es condición esencial de los escritos judiciales
que contengan la firma de las partes o de sus representantes, por lo que
carece de valor la puesta por terceros sin haberse recurrido al específico
procedimiento previsto en el art. 119 del Código Procesal y, en consecuencia,
el recurso extraordinario suscripto con firma apócrifa resulta privado de toda
eficacia jurídica (CS, 1997/03/25, "Valledor, Pedro F. c. Caja Nac. de Prev. para
la Ind. Com. y Act. Civiles", DJ, 1997-2-585 - DT, 1997-A-1004).
El escrito judicial que carece de firma debe reputarse un acto procesal
inexistente, pues si los escritos judiciales son instrumentos privados que
adquieren fecha cierta por el cargo, la ausencia de firma torna inexistente el
acto procesal que en él se pretende instrumentar, toda vez que constituye la
carencia de uno de sus elementos esenciales para su configuración en el
mundo jurídico, es un “non esse”.
Por eso, la falsedad de la firma de quien figure como presentante por
derecho propio de los escritos, lleva a la declaración de inexistencia de dichos
actos respecto del citado, que por otra parte tiene mayor trascendencia que la
nulidad, por cuanto en principio no requiere una expresa declaración judicial
que así lo establezca y puede tener lugar sin límite temporal alguno (CNCiv.,
Sala A, 1989/10/09, "Linera, Antonio y otros, sucs.", La Ley, 1991-C, 437).

2.1 Firma apócrifa


Los escritos judiciales deben ser firmados, si se actúa por derecho
propio, por el interesado y su letrado patrocinante, salvo los supuestos de
excepción en los que es suficiente la firma del primero (art. 56 del Código
Procesal). En cambio, si interviene un mandatario, debe ser suscripto por el
procurador y abogado o, en su caso, sólo por el abogado cuando éste sea el
apoderado. Se exige, además, la aclaración de las firmas de los letrados (art.
46, RJN).
La firma de las partes constituye una condición esencial para la
existencia del acto (art. 1012 del Código Civil), de modo tal que si falta la firma
en el escrito no corresponde agregarlo al expediente ni intimar su subsanación
al presentante.
Además, la firma debe ser auténtica, esto es, emanar del interesado. Los
escritos presentados con firma falsa deben reputarse actos procesales
inexistentes, ya que por tratarse la firma de algo personalísimo no puede ser
reemplazada por grafismos de terceros. La firma puesta por un tercero sólo
genera una “apariencia” de acto procesal, en rigor, inexistente.
Si bien existe un deber de cuidado y colaboración por parte del letrado
frente al Poder Judicial para que los escritos judiciales presentados lo sean en
una total situación de buena fe, no surge de la normativa procesal ni del Código
de Etica que ese control requiera presenciar el momento de la firma de
aquéllos por el cliente (del voto en disidencia de la doctora Herrera) (CNFed.
Contenciosoadministrativo, Sala II, 1998/11/18, "G., M. N. c. Colegio Público de
Abogados de Capital Federal", La Ley, 1999-B, 686).
Sin embargo, la mayoría sostiene que la presentación de escritos cuya
firma no pertenece al cliente, mas no ha sido objeto de falsificación por el
profesional, configura una falta leve en los términos del art. 26, inc. a), del
Código de Etica del Colegio Público de Abogados de la Capital Federal, a cuyo
respecto es procedente la sanción de advertencia en presencia del Consejo
Directivo de la institución (art. 28, inc. a), Código citado) (CNFed.
Contenciosoadministrativo, Sala II, 1999/06/15, "Schwarzfeld, Enrique E. c.
Colegio Público de Abogados", La Ley, 2000-D, 855 (42.821-S) - DJ, 2000-3-
74).
Esto es consecuencia del criterio que ve en la función del abogado no
sólo la presentación de escritos que necesariamente deben llevar su firma, sino
el deber de tener el pleno ejercicio de la dirección del proceso y el cabal
cumplimiento de las obligaciones que ello importa.
Por tanto, la manifestación de un letrado de no haber representado
legalmente a su cliente como asimismo la circunstancia de que los escritos por
él firmados habían sido redactados por otro profesional en quien confiaba,
quien había actuado en violación a lo establecido en el inc. 6), art. 1361, del
Código Civil, no constituyen eximentes de responsabilidad disciplinaria, toda
vez que aquél por su carácter de socio de éste conocía o debía conocer la
situación fáctica que se operaba y al reemplazarlo con su firma en el patrocinio
se había solidarizado con su colega -en el caso, se aplicó la sanción de
advertencia en presencia del Consejo Directivo del Colegio de Abogados-
(CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala III, 1998/10/29, "O., M. A. c. Colegio
Público de Abogados de Capital Federal", La Ley, 2000-A, 576 (42.358-S)

Escrito firmado a ruego

Art. 119. -- Cuando un escrito o diligencia fuere firmado a ruego del interesado, el
secretario o el oficial primero deberán certificar que el firmante cuyo nombre expresarán,
ha sido autorizado para ello en su presencia o que la autorización ha sido ratificada ante
él.

1. Utilidad del precepto


Quien no sabe firmar puede suscribir la actuación donde interviene
(v.gr.: escrito judicial; constitución de depositario en un embargo; declaración
testimonial, etc.) ante el secretario o el oficial 1º (actual Prosecretario
administrativo); o bien, ante el oficial de justicia que practica la diligencia, quien
deberá informar de tal circunstancia al Juez que le encomendó la realización de
la medida.
Copias

Art. 120. -- De todo escrito de que deba darse traslado y de sus contestaciones, de los
que tengan por objeto ofrecer prueba, promover incidentes o constituir nuevo domicilio
y de los documentos con ellos agregados, deberán acompañarse tantas copias firmadas
como partes intervengan, salvo que hayan unificado la representación.
Se tendrá por no presentado el escrito o el documento, según el caso, y se devolverá al
presentante, sin más trámite ni recurso, salvo la petición ante el juez que autoriza el art.
38, si dentro de los dos días siguientes a los de la notificación, por ministerio de la ley,
de la providencia que exige el cumplimiento del requisito establecido en el párrafo
anterior, no fuere suplida la omisión.
Las copias podrán ser firmadas, indistintamente, por las partes, sus apoderados o
letrados que intervengan en el juicio. Deberán glosarse al expediente, salvo que por su
volumen, formato u otras características resultare dificultoso o inconveniente, en cuyo
caso se conservarán ordenadamente en la secretaría. Sólo serán entregadas a la parte
interesada, su apoderado o letrado que intervenga en el juicio, con nota de recibo.
Cuando deban agregarse a cédulas, oficios o exhortos, las copias se desglosarán
dejando constancia de esa circunstancia.
La reglamentación de superintendencia establecerá los plazos durante los cuales deben
conservarse las copias glosadas al expediente o reservadas en la secretaría.

1. Contenidos
La norma tiene por objeto asegurar el contradictorio y el derecho de
defensa de las partes. La firma en cada copia refiere a la rúbrica que autentica
su fidelidad con el original, de manera que si ellos luego no son tales, obligan y
responsabilizan al que certificó esa condición.
La falta de copias obliga a devolver el escrito que se presenta, a
excepción que se articule en el plazo de dos días contados desde la
notificación automática (art. 133, CPC) la reposición con el cumplimiento
simultáneo de la medida.
Conviene aclarar que la carga establecida se extiende a los funcionarios
del Ministerio Público cuando intervienen a título de representantes de alguna
de las partes .
La norma opera de oficio, sin necesidad de petición expresa de la parte
que se ve perjudicada por la ausencia de copias; sin embargo, si las
autoridades encargadas de advertir la deficiencia o controlar la regularidad de
los actos soslaya la devolución correspondiente y otorga la vista y el traslado,
priva el principio de preclusión obstando, entonces, a la sanción prevista si el
plazo para solicitar la nulidad (cinco días) estuviese consentido.
Criterio que a veces no se comparte, aplicando la tésis acerca que, la
omisión de acompañar las copias para un traslado sólo habilita a la contraparte
a pedir la suspensión del plazo pertinente, a fin de contar con los elementos de
juicio que le posibiliten el ejercicio del derecho de defensa en juicio, pero de
modo alguno pueden dar basamento a una excepción.
2. Situaciones a considerar
Se interpreta que por la gravedad que tiene la sanción prevista en el
dispositivo en comentario, la omisión en la presentación de copias de los
escritos de los cuales deba darse traslado, no debe imposibilitar que ese déficit
sea suplido aun fuera de tiempo.
Ello con el fin de evitar consecuencias no queridas por el legislador, y
dar así la oportunidad al presentante de suplir dicha omisión (CNFed. Civ. y
Com., Sala III, 2000/04/18, "Martínez, Elsa S. c. C. N. A. S. y otro", La Ley,
2001-B, 631 - DJ, 2001-2-392).
En la misma causa se agrega que, la intimación prevista por el art. 120
del Código Procesal, se notifica por ministerio de la ley sólo cuando es dictada
oportunamente, mientras que en caso de ser dictada posteriormente a la
presentación en la que se omitió acompañar las mismas corresponde su
notificación por cédula o personalmente.
La Corte Suprema en la Acordada de fecha 16 de abril de 1974 ha
dispuesto que: "las copias de los escritos de la demanda, excepciones,
reconvención y contestación de aquéllas y de los documentos que las
acompañen, deberán ser incorporadas a los autos para ser agregadas a la
cédula que corresponda o ser, en su caso, entregadas al interesado, en cuya
oportunidad se procederá al desglose dejando constancia en autos en debida
forma" (Fallos, 288:204).

Copias de documentos de reproducción dificultosa

Art. 121. -- No será obligatorio acompañar la copia de documentos cuya reproducción


fuese dificultosa por su número, extensión, o cualquier otra razón atendible, siempre que
así lo resolviere el juez, a pedido formulado en el mismo escrito. En tal caso el juez
arbitrará las medidas necesarias para obviar a la otra u otras partes los inconvenientes
derivados de la falta de copias.
Cuando con una cuenta se acompañaren libros, recibos o comprobantes, bastará que
éstos se presenten numerados y se depositen en la secretaría para que la parte o partes
interesadas puedan consultarlos.

1. Supuestos a considerar
Cuando las copias que se deban acompañar sean de reproducción
imposible, o puedan resultar difusas o gravosas para quien deba asumir el
costo de su duplicación, el código autoriza a solicitar la exención fundada.
Es corriente que en los traslados referidos en el artículo 120 se agregue
una minuta de la documentación ausente, cuyos originales obrarán en la
secretaría donde tramite el expediente, ya sean reservados en la
documentación a resguardo del juzgado, o bien, agregados en el expediente.
Asimismo, cuando las copias que se presenten provoquen desorden, o
desprolijidad en las actuaciones, ya sea por su tamaño o condición del
documento, el Juez puede intimar a quien los presente, para que efectúe la
corrección formal (por ejemplo, pegando en hojas individuales los documentos
anexos con el fin de evitar su extravío). De igual modo, se pueden entregar los
originales para que se confronten debidamente, sin que se retiren del juzgado.
O se ampliarán los plazos corridos en el traslado, o bien, se podrá solicitar el
expediente en préstamo para gozar adecuadamente del derecho de defensa.

Expedientes administrativos

Art. 122. -- En el caso de acompañarse expedientes administrativos, deberá ordenarse su


agregación sin el requisito exigido en el art. 120.

1. Prueba documental
Habitualmente los expedientes administrativos se ofrecen como prueba
en poder de terceros o de la parte contraria, de manera que llegan a la causa
sin necesidad de correr vista de ellos al oponente.
No obstante, en los casos que sean documentos originales sobre los que
la demandada no tenga conocimiento, bastará con acompañarlos al expediente
e indicar en la minuta referida como documentación anexa, la individualización
del mismo.

Documentos en idioma extranjero

Art. 123. -- Cuando se presentaren documentos en idioma extranjero, deberá


acompañarse su traducción realizada por traductor público matriculado.

1. Objetivo de la ley
La Ley 20.305 reglamenta el ejercicio de la labor profesional del
traductor público, a quien se lo considera un auxiliar de la justicia que colabora
con ella mediante la transcripción exacta en el idioma nacional, de los
contenidos de un documento de lengua extranjera que se debe acompañar a
juicio.
Si el documento llega al proceso sin traducción debe ser devuelto, en los
mismos términos como opera el artículo 120 por la falta de copias.
Cargo

Art. 124. -- El cargo puesto al pie de los escritos será autorizado por el oficial primero.
Si la Corte Suprema o las cámaras hubieren dispuesto que la fecha y hora de
presentación de los escritos se registre con fechador mecánico, el cargo quedará
integrado con la firma del oficial primero, a continuación de la constancia del fechador.
El escrito no presentado dentro del horario judicial del día en que venciere un plazo, sólo
podrá ser entregado válidamente en la secretaría que corresponda, el día hábil inmediato
y dentro de las dos primeras horas del despacho.

1. Recepción de los actos procesales


Las actuaciones procesales originan dos obligaciones de cumplimiento
inmediato por el órgano judicial que las recibe; la primera, consiste en formar el
expediente judicial; la siguiente, en incorporar los escritos verificando al final de
ellos mediante atestación escrita o mecánica, el día y hora en que se
presentan, indicando la documentación y copias que ellos acompañan.
a) El expediente judicial es un acto procesal típico de documentación
que se forma con los escritos e instrumentos públicos y privados que se
agregan cronológicamente, a medida que son producidos por los sujetos del
proceso, sus auxiliares o terceros.
Debe recordarse que, conforme lo indican las normas procesales, la
demanda, la reconvención y sus contestaciones deben acompañar toda la
prueba documental que se tenga, y ofrecer aquella que resulte conocida y no
obre en poder de quien lo alega. De manera que el conjunto representa dos
expresiones distintas: el acto procesal que es la demanda y el documento que
preexiste.
Asimismo, suele distinguirse un expediente principal en el que tramitan
las actuaciones referidas al objeto de la pretensión que generalmente ocupa a
los escritos de postulación (demanda, reconvención) y réplica (contestación de
demanda, o deducción de excepciones); y otros expedientes accesorios que
pueden o no incorporarse luego al principal. Son ellos los cuadernos de prueba
y los incidentes, respectivamente.
El art. 54 del Reglamento para la Justicia Nacional indica que: "los
expedientes serán compaginados en cuerpos que no excedan las doscientas
fojas, salvo los casos en que tal límite obligara a dividir escritos o documentos
que constituyan una sola pieza. Se llevarán bien cosidos y foliados, con
exclusión de broches metálicos, y estarán provistos de carátula en que se
indique el nombre de las partes, la naturaleza del juicio, el tomo y folio de su
registro y el año de su iniciación. Cuando los litigantes fuesen más de uno por
parte, la carátula podrá limitarse al nombre del primero de ellos con el
agregado <<y otros>>".
La compaginación se ubica en el ángulo superior derecho con
numeración corrida; en cambio los cuadernos de prueba se folian en el centro y
al pie de cada escrito, variando luego su ordenación cuando se incorporan al
principal (art. 482).
Razones de seguridad y prudencia aconsejan que la documentación que
obre en el expediente sea copia fiel de sus originales, los que son reservados
por el Juzgado.
El expediente debe permanecer siempre en el Tribunal a fines de
posibilitar su consulta, las únicas excepciones se dan cuando se encuentran
pendientes de alguna resolución, o cuando se otorgan en préstamo.
b) El cargo es el acto en cuya virtud el funcionario que la ley designa al
efecto deja constancia, al pie de todo escrito presentado o comunicación
dirigida al Tribunal, del día, hora, año en que se verifica la presentación o
recepción.
El cargo es una constancia o acto procesal de naturaleza formal,
destinado a acreditar la presentación de una actuación judicial y las
circunstancias en que se lo hace y sólo tiene eficacia cuando se encuentra
integrado de acuerdo a los recaudos que prevé el art. 124
El mismo reviste las características propias de un instrumento público y,
por consiguiente, lo allí consignado goza de la autenticidad que le confiere la
firma del funcionario autorizante (arts. 979 y 990, CC).

2. Antecedentes
El funcionario que refiere el art. 124 el oficial primero o prosecretario
administrativo, de modo que si su firma está ausente, el cargo no tiene eficacia.
Va de suyo que si la constancia de recepción la suscribe el Juez o el
Secretario, se tiene por válida dicha emisión.
Con anterioridad a la ley 17.454, el cargo fuera de hora era colocado por
Escribanos o Secretarios Judiciales, permitiendo de esta manera posibilitar al
litigante el goce íntegro de los plazos procesales, subsanando
consecuentemente la restricción derivada del horario de atención de los
Tribunales; habida cuenta que los plazos corren por días enteros.
Es decir, que los escritos que no alcanzaban a ingresar en dicho horario
cuyo vencimiento operaba ese día, podían válidamente entregarse a los
funcionarios citados quienes atestaban la recepción en término; y a quienes
correspondía diligenciarlos personalmente en la oficina respectiva el día
siguiente, dentro de la primera hora de abierto el Tribunal (los Secretarios) o la
segunda (los escribanos) (art. 1º inc. e>> del dec/ley 12.454/57; art. 45 del
reglamento para la Justicia Nacional; Acordada de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación del 17 de diciembre de 1952).
Esta mecánica fue denominada como "cargo de urgencia", y era proclive
a actitudes ficticias y a problemáticos deslindes de responsabilidad.
La reforma reemplazó aquellas atestaciones urgentes por el "plazo de
gracia", consistente en la ampliación de las dos primeras horas de atención del
Tribunal del día hábil inmediato, para presentar el escrito cuyo vencimiento
había operado en el día anterior.

3. Efectos
La prolongación del plazo al día inmediato posterior a su vencimiento,
obedece un "efecto procesal".
Debe atenderse con cuidado que el art. 124 no crea la ficción de
suponer que el escrito se entrega en el día de su vencimiento; es decir que la
ampliación transcurre como perteneciente a las horas del día anterior; pues un
cosa es la facultad de presentar escritos referentes a plazos que vencen una
vez concluido el horario de Tribunales, y otra es la vigencia de los plazos que
rigen por los art. 23 a 29 del Código Civil.
En otras palabras, la parte que se vale del "plazo de gracia" no está
produciendo el acto procesal el día de la fecha del cargo, sino que el acto
queda fíctamente logrado en la víspera; esto es que el plazo de gracia es para
el cargo del escrito, no para el acto de la parte que se presume cumplido el día
que debió serlo.
Por otra parte, el cargo de urgencia o plazo de gracia no rige cuando el
cumplimiento de los actos procesales está determinado en horas (v.gr.: plazos
en el amparo constitucional), ni para otras actuaciones de orden accesorio que
integran un acto (v.gr.: depósito del art. 280 a los fines de la interposición del
recurso de queja).
El llamado "plazo de gracia" contemplado en el art. 124 "in fine", resulta
aplicable al plazo de caducidad de instancia, en la medida en que el acto
impulsor del procedimiento se trate de un escrito judicial, pues el mencionado
plazo es para el cargo del escrito y no para el acto de la parte, que se presume
cumplido el día en que debió serlo (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala I),
1996/04/11, "Pentamar S. A. y otro c. Ministerio de Economía, Obras y Serv.
Públicos", La Ley, 1997-B, 418).

4. Observaciones
Las constancias del cargo colocado en un escrito judicial constituyen un
instrumento público en los términos del art. 979, inc. 2º del Código Civil, pues
han sido asentadas por un oficial público obrando en el marco de su
competencia funcional. Por tanto, esas constancias hacen plena fe mientras no
sean redargüidas de falsedad (CNCiv., Sala H, 1997/09/09, "Banco Río de la
Plata c. González, Hugo A.", La Ley, 1998-B, 689).
Los errores que se imputen al cargo, en el caso referido a las copias del
escrito presentado, sólo pueden considerarse fundados si se plantean por la
vía de la querella de falsedad, pues sus constancias gozan de la autenticidad
conferida por el funcionario público (CNCom., Sala A, 1996/11/14, "Banco
Florencia c. Argentron S. A.", La Ley, 1997-C, 856).
Cabe agregar que si la falta de firma en el cargo, o la impresión difusa
de la hora y día de su recepción, no impiden que el acto procesal produzca
efectos, mientras no se demuestre por la vía de la redargución de falsedad que
la presentación no haya existido, sea falsa o inexacta.
En cambio si el cargo tiene enmiendas o agregados que no estén
salvados por el oficial o prosecretario administrativo, no tiene eficacia alguna y
se deben tener por cumplidos en los tiempos que allí se reflejen. Pero si ellos
no se pueden advertir, y no surge la responsabilidad de las enmiendas, se
debe estar en favor del acto cumplido.

CAPITULO III -- Audiencias

Reglas generales
Art. 125. -- Las audiencias, salvo disposición en contrario, se ajustarán a las siguientes reglas:
1) Serán públicas, bajo pena de nulidad, pero el tribunal podrá resolver, aun de oficio, que total o
parcialmente, se realicen a puertas cerradas cuando la publicidad afecte la moral, el orden público,
la seguridad o el derecho a la intimidad. La resolución, que será fundada, se hará constar en el
acta. Desaparecida la causa de la clausura, se deberá permitir el acceso al público.
2) Serán señaladas con anticipación no menor de tres días, salvo por razones especiales que
exigieren mayor brevedad, lo que deberá expresarse en la resolución.
Toda vez que proceda la suspensión de una audiencia se fijará, en el acto, la fecha de su
reanudación.
3) Las convocatorias se considerarán hechas bajo apercibimiento de celebrarse con cualquiera de
las partes que concurra.
4) Empezarán a la hora designada. Los citados sólo tendrán obligación de esperar treinta minutos,
transcurridos los cuales podrán retirarse dejando constancia en el libro de asistencia.
5) El secretario levantará acta haciendo una relación abreviada de lo ocurrido y de lo expresado
por las partes.
El acta será firmada por el secretario y las partes, salvo, cuando alguna de ellas no hubiera
querido o podido firmar; en este caso, deberá consignarse esa circunstancia.
El juez firmará el acta cuando hubiera presidido la audiencia.
6) Las audiencias de prueba serán documentadas por el Tribunal. Si éste así lo decidiere, la
documentación se efectuará por medio de fonograbación. Esta se realizará en doble ejemplar, uno
de los cuales se certificará y conservará adecuadamente hasta que la sentencia quede firme; el
otro ejemplar quedará a disposición de las partes para su consulta. Las partes que aporten su
propio material tendrán derecho a constancias similares en la forma y condiciones de seguridad
que establezca el tribunal de superintendencia. Estas constancias carecerán de fuerza probatoria.
Los tribunales de alzada, en los casos de considerarlo necesario para la resolución de los
recursos sometidos a su decisión podrán requerir la transcripción y presentación de la
fonograbación, dentro del plazo que fijen al efecto a la parte que propuso el medio de prueba de
que se trate o a la que el propio tribunal decida, si la prueba fuere común.
7) En las condiciones establecidas en el inciso anterior, el tribunal podrá decidir la documentación
de las audiencias de prueba por cualquier otro medio técnico.

1. Reglas generales para las audiencias


La reforma introducida por la ley 25.488 ha dispuesto un régimen donde
predominará la oralidad en las actuaciones, de modo tal que las audiencias
cobrarán un énfasis especial para el desarrollo de la litis.
El art. 125 no varía demasiado en sus antecedentes, aunque incorpora
reglas referidas a la documentación que son elogiables, con el déficit ya
apuntado de autorizar la delegación para su cumplimiento, en el secretario del
juzgado o tribunal.
La idea de mantener al proceso "de cara al pueblo", en la clásica
expresión de la publicidad de los actos, se observa desde el comienzo de la
regulación.
En efecto, la publicidad en el proceso denomina a la posibilidad de que
las partes y terceros (público en general) puedan tener acceso al desarrollo de
litigio, haciendo las veces de control hacia la responsabilidad profesional de
jueces y abogados.
Pero al referirnos al proceso civil, exclusivamente, la disputa entre
intereses privados, a veces reservados por su naturaleza intrínseca -cuestiones
del derecho de familia-, demuestra que la publicidad no puede ser absoluta.
Calamandrei contrapone los principios de publicidad y secreto en dos
sentidos; según refieran a los sujetos del proceso o al público interesado.
En lo que se refiere a los terceros -agrega- esto es, al "público" de las
personas extrañas al proceso, pueden concebirse abstractamente dos
sistemas: el del secreto, según el cual las actividades procesales deben
llevarse a cabo en el secreto de la oficina sin que los terceros puedan tener
conocimientos de ella; y el de la publicidad según el cual, por el contrario, tales
actividades deben desarrollarse bajo el control del público" (Instituciones de
Derecho Procesal Civil, tomo I, editorial Ejea, Buenos Aires, 1978, pág. 331).
En los hechos, ambos sistemas cohabitan el proceso civil, y en muchas
ocasiones se advierte que, el exceso de publicidad, mutatis mutandi, agrede el
decoro y la majestad de la justicia. Por ello, el código autoriza la realización a
puertas cerradas de audiencias donde la publicidad pueda llegar a afectar la
moral, el orden público, la seguridad o el derecho a la intimidad.
No obstante, la difusión de los mecanismos judiciales, del proceso en
particular, y de las instituciones que lo forman, logran desde esta perspectiva
cumplir una función docente, aleccionadora de los beneficios que parten de la
jurisdicción.
Hemos sostenido que el conocimiento masivo del laberinto procesal
desentraña los equívocos que, lamentablemente, la comunidad tiene sobre los
operadores del proceso. Desde luego, la eficacia de la publicidad rebota
cuando promedia el sensacionalismo periodístico que, en todo caso, sería el
elemento a racionalizar; pero analizando el carácter del principio debe
concretarse su espíritu: es el elemento más precioso de fiscalización popular
sobre la obra de magistrados y defensores. Decía Coutura que en último
término, el pueblo es el Juez de los jueces (Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Derecho
Procesal Civil, tomo I volumen 1, cit. pág. 346).

2. Función social de la publicidad de las audiencias (inciso 1º)


La tarea dogmática e informadora de la publicidad puede fraccionar sus
intereses en estos sentidos:
a) como garantía constitucional integrada a la noción de "debido
proceso", por cuanto refleja los actos del Poder Judicial, transformando el
silogismo que para el público tiene el proceso en una noción deductiva y
comprensible para quienes nada conocen de leyes.
De suyo, importa también corporizar el sentido de responsabilidad social
de los jueces, esto es, la responsabilidad no ya enfocada en función del
prestigio e independencia del Poder Judicial, ni del poder de un ente abstracto
como es el Estado, ni de algo que se personifique en gobernantes, grupos o
individuos determinados. Ella debe ser entendida en función de los usuarios del
servicio de justicia, de ahí que combina la imparcialidad y la objetividad de los
jueces con un adecuado porcentaje de responsabilidad social, requerido tanto a
la sociedad como a quienes forman parte de ella y que son los auténticos
destinatarios de dicho servicio" (Cfr. Cappelletti, Mauro, La responsabilidad
social de los Jueces, editorial Platense, La Plata, 1987, pág. 99).
b) la publicidad interna del proceso, se desenvuelve en el principio
regulando los actos que pueden trascender hacia afuera o que, por su
contenido, quedan sólo en conocimiento de las partes.
En este aspecto, conviene advertir que la naturaleza pública del proceso,
impide la existencia de procedimientos secretos para las partes. Estas deben
igualarse en las reglas de la bilateralidad, porque si el contradictorio se anula,
también se anula el proceso como institución regular.
La publicidad interna del proceso se destaca en las disposiciones que se
ocupan de las audiencias (con asistencia o no del público, según lo disponga el
juzgado); en el acceso al expediente (pueden solicitarlo partes e interesados, o
solo quienes acrediten intervención en él), en las formas de cumplir ciertas
notificaciones (copias en sobre cerrado por la índole secreta del conflicto),
entre otros.
c) El principio de publicidad interesa al proceso como manifestación
exterior de sus actos. No ocupa, en este sentido, tanto el interés de las partes,
como sí el acceso que tiene el público en general para conocer sus problemas
internos.
Cabe distinguir aquí entre publicidad activa, cuando el público participa
directamente "viviendo el proceso"; de la publicidad pasiva, cuando el público
toma noticia del proceso sin haberlo presenciado.

3. Notificación de las audiencias (inciso 2º)


Las audiencias se deben ordenar al menos con una anticipación de tres
días (hábiles) a la fecha de cumplimiento. Este mínimo legal pone en la
responsabilidad del juzgado la carga de citar a quienes deban comparecer a la
audiencia, pues de establecerse ello a cargo de cualquiera de las partes,
vulneraría el principio de las notificaciones que rige en el sistema procesal (art.
133, 135 y concdts.)
Si las partes concurren voluntariamente al acto, el mismo se podrá
practicar pese a que no se hayan cumplido las comunicaciones formales; pero
si alguna de ellas está ausente, se deberá resolver la suspensión y en el mismo
acto se establecerá una nueva fecha.
No obstante, si promedian razones de urgencia que obligan a sustanciar
el acto y cumplir la audiencia de inmediato, el Juez podrá actuar con facultades
suficientes pese a la ausencia de las partes, aunque debe existir la
comunicación a ellas. De otro modo, podría afectar el derecho de defensa en
juicio.
Se ha dicho que, el juez como ordenador y coordinador del proceso tiene
múltiples facultades para hacer comparecer a las partes a una audiencia y los
litigantes también tiene medios procesales para pedir la comparecencia de su
contraria a una audiencia, pero si esos medios no se usaron no puede el
sentenciante cambiar el destino de dos menores porque su madre no concurrió
a las audiencias o porque su padre no utilizó los medios procesales para citar a
la madre a las audiencias o porque el estado no realizó sus funciones
correctamente (CCiv. y Com. San Isidro, Sala I, 1996/10/31, "F., R. c. T. M. C.",
LLBA, 1997-758).

4. Realización de las audiencias (incisos 3º y 4º)


Las audiencias deben celebrarse a la hora señalada. La media hora de
tolerancia para que esta comience es un beneficio destinado a las partes y
terceros cualquiera sea la función que vayan a cumplir en el acto para el cual
fueron citados.
El juzgado o tribunal no tienen esta potestad, de modo tal que, si las
partes o terceros indicados, no quieren (o no pueden) esperar, podrán dejar
constancia en el libro de asistencia (que al efecto se debe facilitar por el oficial
1º o prosecretario administrativo aun cuando no fuese un día de nota) de su
retiro y de las causas que lo motivan. Será conveniente agregar en la
anotación, la hora en que se produce la deserción del acto.
Por eso mismo, no hay que esperar a nadie mientras se encuentre
presente quien deba cumplir el acto, y estén dadas las condiciones materiales
de su realización (v.gr.: pliego de posiciones, interrogatorios, etc.).
El ordenamiento de los actos procesales, en su desarrollo sucesivo
hacia la sentencia, se garantiza entre otros medios con el instituto de la
preclusión, que recrea su función en las audiencias En ellas, a consecuencia
de la continuidad de los actos y la necesidad de cumplir adecuadamente su
objetivo, no operan los términos aceleratorios para reclamar por los vicios que
puedan afectarlas, razón por la cual en las audiencias los vicios deben ser
denunciados inmediatamente después de producidos para no clausurar la
oportunidad de hacerlo tempestivamente.
Dicen las Acordadas 856 (15/2/90) y 858 (22/3/90) que las providencias
que fijen audiencias para la recepción de pruebas, incluirán los días y horas en
que ellas se celebrarán. Las audiencias suspendidas por razones de fuerza
mayor se deberán convocar nuevamente en forma inmediata, habilitándose
días y horas de ser necesario. Las actas deberán contener: el nombre de los
asistentes, destacándose con letras mayúscula el del absolvente o testigo; la
foja en que se encuentre agregado el pliego de posiciones y el interrogatorio y
el número de la posición formulada (RJC -t.o. 1990- arts. 230 y 231).
No obstante se tiene dicho que, no puede pretenderse la nulidad de un
acta de audiencia con fundamento en que ésta carece de fecha, en la medida
en que tal elemento pueda inferirse de anteriores actos procesales, como
ocurre cuando a los sobres que contenían los pliegos respectivos se les había
colocado el cargo, además de estar firmados por los profesionales que
presentan a las partes (CNCiv., Sala G, 1996/04/01, "Campos Catelin, Victoria
c. Senillosa de Garibone, María C. y otros", La Ley, 1998-D, 925, J. Agrup.,
caso 12.996).

5. Documentación de la audiencia (incisos 5º, 6º y 7º)


Esta es una de las innovaciones principales que tiene la reforma y que
podemos ponderar.
El cambio está en el agregado inciso 6º que resuelve la documentación
de la audiencia por medio de fonograbación. Este se deberá realizar en doble
ejemplar, una de las cuales quedará en el Juzgado, incorporada al expediente
hasta que se dicte sentencia. El otro, estará a disposición de las partes para su
consulta (lo que supone que el Juzgado deberá prever la instalación de equipos
técnicos de reproducción).
También las partes podrán grabar por cualquier medio que deseen lo
que en la audiencia suceda, pero estas constancias carecerán de fuerza
probatoria según lo establece la norma.
Parece sorprendente no asignarle igual valor probatorio a estos medios,
si tenemos en cuenta que los materiales que se aporten estarán controlados
por las partes y ante la presencia de los funcionarios judiciales que celebren la
audiencia.
Asimismo el inciso 7º establece que el tribunal podrá decidir la
documentación de las audiencias de prueba por cualquier otro medio técnico,
sin establecer cuáles podrán proponerse.
De este modo, se suprimen las actas tediosas y poco confiables que
caracterizaron la documentación de las audiencias. También se deroga el art.
126 que constituyó durante su vigencia un típico caso de desuetudo.

6. Las audiencias de mediación. Jurisprudencia


El plazo de veinte días corridos desde la fecha del acta de finalización de
la audiencia que da cuenta del resultado negativo de la mediación, a los fines
de reanudar el término de suspensión de la prescripción, previsto en el art. 28
del decreto 91/98 (Adla, LVIII-A, 182) es de naturaleza civil y comprende
también las ferias judiciales, pues en tal caso el acreedor cuenta con la
posibilidad de implementar otros resortes a efectos de evitar la expiración de la
acción (CNCiv., Sala B, 1998/03/03, "Calvelo, Francisco c. Heredia, Jorge L.",
La Ley, 1999-C, 428 - DJ, 1999-2-924 - JA, 1999-I-426 - ED, 182-536).
Corresponde tener por habilitada la instancia judicial si, a efectos de
celebrar las audiencias fijadas en la etapa de mediación, se intentó notificar al
demandado mediante cartas documento, habiendo sido la primera de ellas
devuelta sin notificar por no haber sido debidamente reclamada por el
destinatario, y la segunda mereció el rechazo consignado -en forma expresa-
en el respectivo comprobante, máxime si el mismo mediador que intervino dio
por terminada la gestión por imposibilidad de notificar (CNCiv., Sala E,
1999/11/29, "AADI CAPIF c. New York City S. R. L. y otro", La Ley, 2000-D, 13
- DJ, 2000-2-747 - JA, 2000-II-570 - ED, 187-465).
La obligatoriedad de concurrir a las audiencias que cite el mediador se
relaciona con el sentido mismo del régimen. Supone que podrán comprometer
la conveniencia de buscar de común acuerdo una salida mutuamente
satisfactoria al problema que las distancia; de allí que la ley 24.573 (Adla, LV-E,
5894) disponga que las partes deben concurrir personalmente (CNFed. Civ. y
Com., Sala II, 1999/12/14, "Royal & Sun Alliance Seguros Uruguay S. A. c.
Inter Trucks S. R. L.", La Ley, 2000-B, 741).

Audiencias de absolución de posiciones. Atribuciones del juez

Art. 125 bis. – Derogado.

Versión taquigráfica e impresión fonográfica

Art. 126. – Derogado.

CAPITULO IV -- Expedientes
Préstamo

Art. 127. -- Los expedientes únicamente podrán ser retirados de la secretaría, bajo la
responsabilidad de los abogados, apoderados, peritos o escribanos, en los casos
siguientes:
1. Para alegar de bien probado, en el juicio ordinario.
2. Para practicar liquidaciones y pericias; partición de bienes sucesorios; operaciones
de contabilidad; mensura y deslinde; división de bienes comunes; cotejo de documentos
y redacción de escrituras públicas.
3. Cuando el juez lo dispusiere por resolución fundada.
En los casos previstos en los dos últimos incisos, el juez fijará el plazo dentro del cual
deberán ser devueltos.
El procurador general de la Nación, los procuradores fiscales de la Corte Suprema y los
procuradores fiscales de Cámara podrán también retirar los expedientes, en los juicios
en que actúen en representación del Estado nacional, para presentar memoriales y
expresar o contestar. agravios.
1. Retiro del expediente
Al comentar el artículo 124 destacamos las características que tienen los
expedientes judiciales y las reglas que rigen su confección.
En este artículo, el código establece las posibilidades de retirarlo de su
lugar habitual de localización, cuando se den algunas de las sitiuaciones
contempladas.
Por lo dispuesto en los arts. 127 y 134, el préstamo de las actuaciones
tiene claras implicancias de notificación (CNCiv., Sala G, 1996/07/19, "Marcos
c. Municipalidad de Buenos Aires", La Ley, 1998-D, 898 (40.724-S); pero hay
inscripciones usuales en las carátulas que sirven para indicar alguna
característica del expediente, las que se colocan al solo efecto de
individualizarlo por las personas que están encargadas del mismo. En este
aspecto se ha observado que dicha práctica judicial de utilizar anotaciones
desprovistas de formalidad asentadas en la carátula de los expedientes, no
tienen otra finalidad que la de facilitar o recordar determinada situación al
mismo tribunal y no implican notificación a las partes (CNCom., Sala A,
1997/02/13, "Cycsa c. Saigro S. A.", La Ley, 1997-E, 71).
En consecuencia, solamente las partes y quienes el tribunal autorice
expresamente, pueden retirar el expediente.
Situaciones particulares se dan cuando se permite revisar el expediente
a los alumnos universitarios autorizados por la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales con fines de estudio (Cfr. arts. 229 y 230 de la 5177 -Pcia. de Bs. As.-)
y a los periodistas autorizados con motivo del fallo definitivo de la causa (Cfr.
art. 63 inciso c del Reglamento para la Justicia Nacional).
Cuando se trata de expedientes reservados sólo las partes y sus
abogados pueden acceder a las actuaciones, al igual que en aquéllos obrados
donde se traten cuestiones de derecho de familia o el juez las reserve por
circunstancias debidamente fundadas.
La Corte ha resuelto el caso donde un periodista solicitó en préstamo un
expediente para estudiarlo y extraer fotocopias, lo que llevó a denegar tal
pedido por la Cámara del fuero, por no considerarlo parte en el proceso. Pero
el superior tribunal interpretó que ello era una violación del art. 18 de la
Constitución Nacional, en tanto denegar al recurrente un derecho a ocurrir ante
los tribunales en procura de una decisión respecto al alcance de sus derechos,
y por tanto abrió el recurso extraordinario interpuesto.
Inmediatamente sostuvo que, si bien la carencia de legitimación
sustancial se configura cuando alguna de las partes no es titular de la relación
jurídica sustancial en que se basa la pretensión, con prescindencia de que ésta
tenga o no fundamento; no configuraba tal situación la del requirente, quien al
invocar su calidad de periodista estaba facultado para solicitar ante los
tribunales, conforme el art. 63 inc. c) del Reglamento para la justicia nacional y
al 103 del Reglamento para la jurisdicción en lo criminal y correccional, la
autorización para estudiar y fotocopiar expedientes (CS, 1994/12/22, "Monzón,
Florencio", ED, 162-432 - JA, 1995-II-560).
Devolución

Art. 128. -- Si vencido el plazo no se devolviese el expediente, quien lo retiró será pasible
de una multa de pesos ocho mil ($ 8000) a pesos trescientos mil ($ 300.000) por cada día
de retardo, salvo que manifestase haberlo perdido, en cuyo caso además se aplicará lo
dispuesto en el art. 130, si correspondiere. El secretario deberá intimar su inmediata
devolución a quien lo retenga, y si ésta no se cumpliere, el juez mandará secuestrar el
expediente con el auxilio de la fuerza pública, sin perjuicio de remitir los antecedentes a
la justicia penal.

1. Falta de devolución del expediente. Consecuencias


Esta norma es congruente con el principio de moralidad que el proceso
entroniza y tiene, como se advierte, dos finalidades: una, sancionar con una
multa procesal el retardo en la devolución; otra, deducir las medidas tendientes
a la entrega de las actuaciones.
Conviene aclarar que el plazo de gracia previsto en el art. 124 no resulta
aplicable en la especie, de modo tal que la sanción económica computa ese
día. No obstante la medida conminatoria no tiene operatividad inmediata, si el
obligado no estuvo previamente intimado a la devolución.
El control sobre el expediente es del Secretario, de modo tal que cuando
ocurren infracciones en los tiempos acordados para la devolución, es deber de
aquél intimar al letrado o a la parte que lo tenga.
Por ejemplo, corresponde ordenar la devolución del alegato si el
expediente fue restituido por el interesado una vez vencido el plazo previsto en
el art. 482 del Código Procesal -en el caso, el escrito fue presentado mientras
el expediente estaba en poder de la parte-, pues dicho retardo afecta el
derecho de la otra parte y altera el normal curso del procedimiento. (CNFed.
Civ. y Com., Sala II, 2000/07/05, "Novartis AG c. Laboratorios Rontag S. A.",
La Ley, 2001-B, 616 - DJ, 2001-2-387).

Procedimiento de reconstrucción

Art. 129. -- Comprobada la pérdida de un expediente, el juez ordenará su reconstrucción,


la que se efectuará en la siguiente forma:
1. El nuevo expediente se iniciará con la providencia que disponga la reconstrucción.
2. El juez intimará a la parte actora, o iniciadora de las actuaciones, en su caso, para que
dentro del plazo de cinco días presente las copias de los escritos, documentos y
diligencias que se encontraren en su poder y correspondieren a actuaciones cumplidas
en el expediente perdido. De ellas se dará traslado a la otra u otras partes, por el mismo
plazo, a fin de que se expidan acerca de su autenticidad y presenten, a su vez, las que
tuvieren en su poder. En este último supuesto también se dará traslado a las demás
partes por igual plazo.
3. El secretario agregará copia de todas las resoluciones correspondientes al expediente
extraviado que obren en los libros del juzgado o tribunal, y recabará copias de los actos
y diligencias que pudieren obtenerse de las oficinas o archivos públicos.
4. Las copias que se presentaren u obtuvieren serán agregadas al expediente por orden
cronológico.
5. El juez podrá ordenar, sin sustanciación ni recurso alguno, las medidas que
considerare necesarias. Cumplidos los trámites enunciados dictará resolución teniendo
por reconstruido el expediente.

1. Procedimiento para la reconstrucción del expediente extraviado


El procedimiento de reconstrucción de expedientes establecido por el
Código Procesal ha sido previsto para contribuir, en la medida de lo posible, a
que se reproduzcan exactamente las constancias del expediente desaparecido,
mas no para que sea utilizado como medio para alterar la situación jurídica
existente valiéndose de una circunstancia fortuita. En consecuencia, quien
niega la autenticidad de los elementos arrimados a la causa debe aportar
pruebas por lo menos de valor equivalente (CNCiv., Sala A, 1995/09/25,
"Giardino, Vicente c. Ríos, Norberto R.", La Ley, 1996-A, 153).
El trámite pretende contribuir a una reproducción existosa de lo antes
actuado, mas no se puede aplicar como medio para alterar la situación jurídica
existente valiéndose de una circunstancia fortuita.
En tal caso, se argumenta que el categórico desconocimiento de los
elementos aportados por una de las partes en cumplimiento de lo dispuesto por
el inc. 2º del art. 129 del Código Procesal, sin aportar prueba alguna para
desvirtuar dichas constancias, se contrapone con el deberde lealtad, probidad y
buena fe procesales (CNCiv, Sala A, fallo precitado).
Si fuera el caso de pérdida o sustracción del expediente, el Juez debe
ordenar su reconstrucción, de oficio o a pedido de parte, aunque por
disposición del art. 129, incumbe al tribunal (CNCom., Sala A, 1999/05/31,
"Círculo de Inversores S. A. c. Roldan, Osmar A. y otros", La Ley, 1999-F, 379).
La reconstrucción puede ser total o parcial según se haya extraviado
todo el expediente o algunas de las actuaciones, respectivamente.
El procedimiento se basa en la colaboración que las partes prestan para
acompañar, en el plazo de cinco días de notificados por cédula, las copias de
los escritos, documentos y diligencias que obren en su poder. Cada agregado,
debe ser conocido por el contrario, a fin de alegar sobre su autenticidad.
Es obvio que al faltar la actuación directa del funcionario fedatario, toda
reconstrucción se basa en las presunciones y en la buena fe, sin poder
sostener a ciencia cierta, que el escrito judicial sea un instrumento público y
que la copia no lo sea, y valorar los elementos con ese escrito.
Como necesariamente la reconstrucción debe realizarse con las copias,
es el valor de ellas el que corresponde determinar, razón por la cual es
pertinente aceptar la reconstrucción pretendida si a los elementos
acompañados se une la verosimilitud resultante de una declaración que obra
en las actuaciones, pese a las imperfecciones de que pueda adolecer la prueba
testimonial.
La controversia sobre la autenticidad de un escrito o documento debe
resolverse inmediatamente, sin admitirse recurso alguno contra el decisorio;
pero el solo decreto que tiene por reconstruido un expediente no basta para
darle categoría de original a una copia cuando la parte a la que el instrumento
podría perjudicar, al conferirle vista para expedirse sobre la autenticidad niega
la existencia del original. Ello sin perjuicio de las medidas que el Juez puede
disponer si considera necesario hacer alguna indagación sobre la controversia
generada.
El auto que tiene por reconstruido el expediente no impide agregar otros
documentos que lleguen a poder de las partes y que manifiesten estos, dentro
del quinto día de conocerles, que recién ahora los obtienen. De igual modo, si
ya se hubiere dictado la sentencia de primera instancia, cabría la presentación
de copias halladas con posterioridad (arg. del art. 260, inc. 3º).
Una vez que el proceso concluye, y no quedan a su respecto actua-
ciones útiles a cumplir, se dispone su archivo (decreto/ley 6848/63).
Entre otras cuestiones, vale agregar que no resulta de coherente
aplicación al procedimiento de reconstrucción de expedientes el sistema de la
caducidad, pues, en su caso y admitiéndose su andamiento, sería este proceso
el que caducaría y no el juicio principal que aún no ha sido considerado
reconstruido (CNCom., Sala A, 1999/05/31, "Círculo de Inversores S. A. c.
Roldan, Osmar A. y otros", La Ley, 1999-F, 379)
Asimismo, finalizado el pleito en todas sus instancias mediante sentencia
firme, no es necesaria la reconstrucción del expediente que se extravía,
bastando a tal fin testimoniar las sentencias de primera y segunda instancia,
ordenando de inmediato su cumplimiento, si el procedimiento se inicia a los
fines de la ejecución.

Sanciones

Art. 130. -- Si se comprobase que la pérdida del expediente fuere imputable a alguna de
las partes o a un profesional, éstos serán pasibles de una multa entre pesos ochenta mil
($ 80.000) y pesos ocho millones ($ 8.000.000) sin perjuicio de su responsabilidad civil o
penal.

1. Responsabilidad por la pérdida del expediente


El Reglamento para la Justicia Nacional en lo civil establece en el art.
245 que "por superintendencia se llevará un registro de expedientes
extraviados en el cual se hará constar, cuando pueden ser individualizados, el
nombre y domicilio de las partes interesadas y el de los profesionales
intervinientes. A tal fin, los juzgados, a través de sus Secretarios, pondrán en
conocimiento de la Cámara las providencias que dispongan la búsqueda o
reconstrucción de expedientes dentro del quinto día, indicando la carátula y las
demás referencias mencionadas en el apartado anterior, de no hacerlo
incurrirán en falta grave".
La custodia del expediente corresponde "al jefe de la oficina donde
estuvieren", según indica el art. 68 del Reglamento para la Justicia Nacional (1ª
Parte).
De lo expuesto se colige que la conservación, organización,
preservación y custodia del expediente es tarea y deber del Secretario, aun en
los casos en que las actuaciones fueran remitidas a otra oficina, porque el
requerimiento y conminación para retornarlos es propio de su oficio.
En tal sentido deben llevar un libro o registro donde asentar los recibos
de expedientes que salgan en traslado, vista o estudio; así como de los
obrados que se encontraren en estado de dictar sentencia.
Esta asignación directa de responsabilidad comprende los supuestos de
pérdida, mutilaciones o alteraciones del expediente (Cfr. art. 163 incisos 4 y 6
de la ley 1893), pero con la diferencia de que si ocurren algunos de estos
supuestos, la responsabilidad puede extenderse a los jefes de las
dependencias donde se origine el vicio (v.gr.: Ministerios Públicos o Cuerpos
técnicos periciales).
No obstante, es corriente que el Jefe de Mesa de Entradas colabore con
el Secretario en funciones tales como el cuidado y conservación de los
expedientes, libros y toda otra documentación correspondiente a esa
dependencia; signa con sus iniciales el cargo que se pone en los escritos que
se presentan; en la confección de legajos de paralizados y de causas en
estado de perención; la información al letrado e interesados sobre el estado
procesal y movimiento de la causa; etc.
Por tanto, la responsabilidad se difumina ante los casos comentados. No
obstante lo cual se trata de una delegación funcional, que se ha interpretado
objetivamente, es decir, manteniendo la responsabilidad en el Secretario del
Juzgado.
Es que la inconducta del personal debe también sancionarse cuando ella
contribuye a la pérdida de las actuaciones, sin que libere la obligación de
custodia que pesa en el funcionario principal, salvo que se pruebe la
responsabilidad exclusiva del empleado (Cfr. art. 228, Ley 5177).

2. El préstamo del expediente y los desgloses.


El Código Procesal Civil y Comercial de la Nación enumera las veces
que puede salir en préstamo el expediente, a saber: a) para alegar de bien
probado en el juicio ordinario; b) para practicar liquidaciones y pericias;
partición de bienes sucesorios; operaciones de contabilidad; mensura y
deslinde; división de bienes comunes; cotejo de documentos y redacción de
escrituras públicas; c) cuando el juez lo dispusiere por resolución fundada.
El principio general imperante ordena que las actuaciones permanezcan
en el Juzgado, por una elemental razón de orden y seguridad, porque lo
contrario evita el trámite normal y propende a los extravíos.
La estructura actual de nuestro sistema de procedimientos, unido a la
burocrática e incómoda forma de reunir los expedientes en casilleros que
controla el jefe de Mesa de Entradas de la Secretaría, determina cierto
anacronismo de esta regulación positiva.
En efecto, es cierto que mientras se mantenga el proceso escrito donde
la prueba se produce luego de una etapa bastante lenta, fatigosa y con
innumerables acontecimientos que hieren los principios, otrora pensados en los
arts. 364, 368, 375, 377, 384, entre otros destinados a concentrar y acelerar la
vía de demostraciones, la posibilidad de retirar el expediente para estudiarlo y
emitir el alegato es una suerte profesional que destaca el ejercicio de una
buena defensa.
No obstante, sería mucho mejor pensar en la inutilidad de recurrir a ella,
si la prueba se produjese toda en una audiencia única, como eventualmente se
podrá hacer a partir de los preceptos de la ley 25.488.
Asimismo, las previsiones tenidas en cuenta para llevarse el expediente
en cuestiones por demás complejas, o cuando el juez lo decide fundadamente,
no admite reparos de orden formal porque las situaciones justifican el retiro.
En cambio, el desglose de documentación o escritos exige una práctica
mas acomodada a la realidad como se lo practica.
En los hechos cotidianos ocurre que tal proceder se efectúa, previa
autorización del juzgado, mediante la anotación en la causa de las piezas
desglosadas y con la firma de la persona autorizada al retiro. No quedan
copias, salvo que se trate del poder de actuación en juicio, porque sólamente
en este caso, el Reglamento para la Justicia Nacional requiere que "los
desgloses de poder en los juicios en trámite, deberán hacerse con transcripción
íntegra de ellos en los autos" (art. 49).
El problema se origina cuando el expediente se pierde y resulta precisa
su reconstrucción, porque puede darse el caso de que quien haya desglosado,
niegue el hecho o imposibilite recuperar las piezas extraídas.
Ante probables reiteraciones conviene recordar la vigencia de la
Acordada de la Corte Nacional (Fallos 244:142), que dispone lo siguiente: 1)
los magistrados en la primera providencia de escritos con los que se
acompañen documentos, deberán disponer el desglose de éstos para ser
reservados en Secretaría. Podrá prescindirse de la reserva cuando se trate de
documentos otorgados por duplicado, o la obtención de otro ejemplar no
estuviere supeditada a la voluntad de la parte contra la que el documento se
invoca, o de terceros; 2) Los Secretarios harán constar, mediante nota
asentada en el expediente, el cumplimiento de la disposición a que se refiere el
artículo anterior; 3) Las partes deberán acompañar copia fotográfica simple -
firmada- de los documentos que se presenten, la que se agregará a los autos
en el lugar correspondiente al original. A pedido de parte y con carácter de
excepción podrá prescindirse, mediante orden judicial, de la agregación a que
se refiere este artículo (obedece a los supuestos de copias de dificultosa o
imposible reproducción); 4) Los documentos originales se reservarán en lugar
que asegure su debida custodia; 5) Corresponderá a cada tribunal organizar el
procedimiento de ordenación y control de los documentos reservados, en forma
que haga posible su inmediata ubicación; 6) Los documentos quedarán
reservados en el tribunal en que la causa haya quedado radicada, y sólo se
remitirán, sin agregárselos al expediente, a los tribunales de las instancias
superiores o al Ministerio Público, cuando fueren requeridos por éstos. En tal
caso deberá especificarse en el recibo la cantidad de documentos enviados y
su carácter. Asimismo, los documentos originales podrán ser entregados a los
integrantes de los cuerpos técnicos periciales y peritos oficiales; 7) A pedido de
parte, o de oficio, podrá disponerse la reserva de otras actuaciones cuya
guarda se estime conveniente; observándose el procedimiento señalado en las
disposiciones precedentes; 8) La agregación al expediente de los documentos
o actuaciones reservados, se ordenará cuando se disponga la paralización o
archivo de los autos, asentándose la nota correspondiente por el Actuario; 9)
Los tribunales deberán adoptar las medidas conducentes para el efectivo
cumplimiento de la disposición del art. 63 del Reglamento para la Justicia
nacional (revisación de expedientes por interesados); 10) La reserva a que se
refiere la presente Acordada se dispondrá respecto de los documentos que se
presenten a partir del día 1 del entrante mes de agosto, sin perjuicio de
aplicársela a documentos agregados a expedientes en trámite, cuando el
tribunal lo resuelva o lo solicite cualquiera de las partes

3. Pérdida o extravío del expediente. Responsables.


De acuerdo con las disposiciones comentadas, la práctica habitual en el
ejercicio profesional y modalidades intrínsecas en el desenvolvimiento de cada
juzgado, la custodia del expediente reconoce un principal responsable en el
Secretario del juzgado, y en menor medida, en el Jefe de Mesa de Entradas.
Ante la pérdida o extravío de ellas, el código establece -como dijimos- la
sanción al profesional y/o a la parte que se demuestre ha causado la
desaparición.
De ser así, la pérdida puede ser culposa, supuesto que importa la
sanción procesal pecuniaria (multa) y el reclamo por daños y perjuicios (a
instancia de parte) fundado en el art. 1109 del Código Civil. En cambio, si fuese
comprobado el dolo, sea en la actitud de retirar las actuaciones sin
autorización, o para sustituir, ocultar o mutilar el expediente, además de la
multa, caben responsabilidades de índole penal.
La cotidiana experiencia demuestra que la mayor parte de las veces en
que se pierde o extravía un expediente, desaparecen los responsables bajo
argumentaciones claramente dirigidas a esconder sus responsabilidades.
Por ejemplo, el abogado que "se llevó el expediente" y luego, pide su
búsqueda para formular peticiones; o bien, el funcionario o empleado que,
mediando razones de conocimiento o amistad, entrega las actuaciones bajo
confianza y luego lo niega por temor a las consecuencias disciplinarias y
laborales que bajo el régimen descripto eventualmente le caben.
Es a todas luces evidente que la reconstrucción no es vía útil para
corregir estos desatinos profesionales. A más del tiempo corrido, se agrega la
seriedad que muestra la justicia en sus actos, y abroquela una imagen poco
querida para una muy desjerarquizada función.
La viejas Leyes de Partidas verían imposible cargar culpas en quien no
fuese el director del proceso, el verdadero responsable de la actividad y
ejercicio judicial. Así como no toleraban la delegación jurisdiccional, tampoco
consentían que los errores y vicios del procedimiento pudiesen acabar en una
sanción al Actuario, salvo expresas circunstancias administrativas.
Con este antecedente se conservan aun sanciones procesales a los
jueces que encuentran revocadas sus sentencias por error evidente o
manifiesto desconocimiento del derecho (yerran á las vegadas los juzgadores
en dar los juicios, bien ansí como los físicos en dar las melecinas...(Cfr.
Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Respuestas procesales, tomo 2, editorial Ediar,
Buenos Aires, 2000, pág. 207).
Sin embargo, la praxis ha tenido que confrontarse con la realidad y ver
que la administración judicial ha sobredimensionado sus posibilidades, siendo
prácticamente imposible el control individual de todos y cada uno de los
aspectos que hacen a la buena marcha del oficio.
Pero también es cierto que esa misma carga no admite justificativos ni
indolencias cuando se trata de la vida misma del conflicto. Un expediente que
se pierde, a veces, puede significar la destrucción misma del cuerpo presente y
manifiesto de las distintas situaciones que las partes han confirmado,
demostrado o sugerido en sus exposiciones.
La reconstrucción es un trámite administrativo, y por tanto, carece de la
necesaria unidad con el problema misma que la crisis humana plantea.

4. Responsabilidad del Juez


El poder judicial -o mejor el sistema de justicia todo- no puede escapar al
principio axiomático de todo régimen democrático en el cual nada es
incontrolable ni nadie es irresponsable.
En nosotros pervive la idea de que la función jurisdiccional es mucho
más que la simple resolución de controversias; se trata de ver en los jueces,
efectivos contralores a la actividad administrativa o de gestión gubernamental,
como fiscalizadores de la supremacía constitucional; por tanto, su
responsabilidad social trasciende los meros conflictos humanos. Y si el mayor
compromiso resulta esencial para la excelencia del servicio, va de suyo que las
dificultades menores, las pequeñas injusticias diarias que son tan importantes
como las superiores, no pueden difundirse en agentes auxiliares, porque hay
un problema de responsabilidad funcional.
En pocas palabras, pretendemos que la responsabilidad judicial se
extienda a todos los actos por los cuales los jueces deban responder,
desplazando la noción de responsabilides calificadas por la función precisa del
oficio.
Es decir que, si hay un juez a la cabeza del sistema, la tarea interna, la
burocracia misma que desde allí se genere, los exitos y los fracasos, son tan
propios como las funciones de emitir sentencias.

5. Multa
La multa solamente se aplica si fue sustanciado el sumario
administrativo instruido a consecuencia de la pérdida o extravío del expediente,
y si bien no esta previsto el destino que ella tiene, se concreta en un depósito
en el Banco judicial respectivo (en ciudad de Buenos Aires, el Banco Ciudad; y
en la jurisdicción federal en el Banco Nación), cuyo monto se debe observar en
las actualizaciones provenientes de la Acordada 497/91 de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación.

CAPITULO V -- Oficios y exhortos

Oficios y exhortos dirigidos a jueces de la República

Art. 131. -- Toda comunicación dirigida a jueces nacionales por otros del mismo carácter,
se hará mediante oficio. Las dirigidas a jueces provinciales, por exhorto, salvo lo que
establecieren los convenios sobre comunicaciones entre magistrados.
Podrán entregarse al interesado, bajo recibo en el expediente, o remitirse por correo. En
los casos urgentes, podrán expedirse o anticiparse telegráficamente.
Se dejará copia fiel en el expediente de todo exhorto u oficio que se libre.

1. Comunicaciones interjurisdiccionales
La práctica procesal denomina "oficios" a las comunicaciones que se
dirigen los jueces nacionales de igual jerarquía, con la finalidad de requerir su
colaboración en un acto procesal. También se utiliza para comprender la
vinculación escrita entre funcionarios del Estado de similar rango.
La idea de la jerarquía está implícita en la relación que se entabla, y los
términos que se utilizan confirman la modalidad. Por ejemplo, el estilo que se
guarda es formal pero ausente de solemnidades. Mientras en un oficio uno se
dirige con agrado y consideración; en un exhorto se ruega la intervención de un
personaje de suprema honorabilidad, a quien se agradece invocando a Dios
por su gentileza.
Como se observa esto es un desatino, totalmente inapropiado para los
tiempos que se viven, donde si hay algo que destacar, es la facilidad y rapidez
de las comunicaciones.
Por suerte, la ley 22.172 ha permitido agilizar el formalismo
procesalmente dispuesto, creando en su entorno, numerosas cuestiones que
provocan algunas incertidumbres.
2. Ley 22.172
Por vía de principio, no corresponde excluir a los exhortos de las
disposiciones del art. 1º de la ley 23.898 (Adla, L-D, 3751), pues, si bien de
acuerdo con la ley 22.172, es innecesaria su expedición al realizarse
directamente la comunicación por oficio, la prescindencia del exhorto sólo
procura agilizar las medidas en extraña jurisdicción, circunstancia que no altera
el principio de que todas las actuaciones deben tributar tasa de justicia, salvo
los supuestos previstos expresamente (CNCiv., Sala H, 1996/05/23, "Lalane,
Roberto J. c. Santo Mauro, Adelqui A. y otro", La Ley, 1996-E, 642 (38.985-S).
Quien recibe el oficio, tiene prohibido de juzgar sobre la procedencia de
las medidas ordenadas por el juez oficiante, con los límites fijados en el párr. 2º
del art. 4º de la ley convenio.
De allí que se puede interpretar que el juez oficiado es formalmente
delegado del juez oficiante, pero no mero receptáculo de órdenes que limitan
su jurisdicción como juez del proceso que ante él tramita, por lo que el oficiante
no puede irrumpir en la jurisdicción del oficiado.
En este sentido, si en la jurisdicción rogada existen requisitos ha cumplir,
ellos deben acatarse. Por ejemplo, la exigencia impuesta por la disposición
5/81 del Registro de la Propiedad de la Provincia de Buenos Aires -relativa a la
ineludible intervención de abogados matriculados en jurisdicción provincial en
los trámites que ante él se realizan- encuentra sustento en la ley-convenio
22.172 (CS, 1997/12/23, "Antonini Modet, Martiniano E. c. Provincia de Buenos
Aires", La Ley, 1999-E, 906 (41.888-S) - ED, 179-277).
En realidad, el art. 4º, párr. 3º de la ley convenio, al disponer que no
podrá discutirse ante el tribunal oficiado la procedencia de las medidas
solicitadas ni plantearse cuestión de ninguna naturaleza, pretende evitar el
entorpecimiento de la medida por el perjudicado por las disposiciones de la
rogatoria, pero no el diligenciante del exhorto, cuya actuación se encuentra
regulada por el art. 8º "in fine" de la citada ley, facultado para peticionar el
cumplimiento de la medida. De allí que la procedencia o no de la petición
puede ser motivo de apelación.

Comunicaciones a autoridades judiciales extranjeras o provenientes de éstas

Art. 132. -- Las comunicaciones dirigidas a autoridades judiciales extranjeras se harán


mediante exhorto.
Se dará cumplimiento a las medidas solicitadas por autoridades judiciales extranjeras,
cuando de la comunicación que así lo requiera resulte que han sido dispuestas por
tribunales competentes según las reglas argentinas de jurisdicción internacional y
siempre que la resolución que las ordene no afecte principios de orden público del
derecho argentino. En su caso, se aplicarán los demás recaudos establecidos en los
tratados y acuerdos internacionales, así como la reglamentación de superintendencia.
1. Comunicaciones con jueces de jurisdicción extranjera
Se denomina exhorto diplomático a la solicitud de colaboración procesal
que se requiere a un juez extranjero; tiene carácter imperativo en virtud de la
existencia previa de acuerdos internacionales, o en su defecto, se plantea en
condiciones de reciprocidad de modo tal de obligar al juez rogante ante
similares situaciones.
Algunas normas aplicables, a las que remitimos, son el Tratado de
Montevideo de 1940 (art. 11), el art. 38 del Reglamento de la Justicia Nacional,
y las leyes 24.578 y 24.579 dictadas en el marco de la legislación del Mercosur,
por las cuales, se aprueban los protocolos de cooperación y asistencia
jurisdiccional.

2. Requisitos
El exhorto extranjero debe contener, entre otros, los siguientes
requisitos: debe inferirse con claridad el derecho invocado por el requirente,
expresar que se ha dispuesto acordar la medida solicitada y, como condición
sustancial de procedencia de la resolución cuyo cumplimiento se solicita, ésta
no debe afectar el orden público interno del país requerido (CNCiv., Sala H,
1996/04/18, "Remus, Alfonso A. c. Gradin, Mariano y otros", La Ley, 1996-D,
685 - DJ, 1996-2-1027).
Si en la providencia dictada por el juez se dispuso la notificación
requerida, pero sin cumplir totalmente con el agregado de la documentación
que señaló el magistrado exhortante, la diligencia realizada en tales
condiciones está afectada por una irregularidad que permite considerar no
efectivizado en debida forma el requerimiento instrumentado en el exhorto
diplomático (mismo fallo anterior).

3. Tasa de justicia
Tal como en el caso del art. 131, no corresponde excluir a los exhortos
de las disposiciones del art. 1º de la ley 23.898, pues, si bien de acuerdo con la
ley 22.172, es innecesaria su expedición al realizarse directamente la
comunicación por oficio, la prescindencia del exhorto sólo procura agilizar las
medidas en extraña jurisdicción, circunstancia que no altera el principio de que
todas las actuaciones deben tributar tasa de justicia, salvo los supuestos
previstos expresamente (CNCiv., Sala H, 1996/05/23, "Lalane, Roberto J. c.
Santo Mauro, Adelqui A. y otro", La Ley, 1996-E, 642 (38.985-S)

4. Casos puntuales
Cabe presumir que la gestión de un país extranjero llamado a prestar
auxilio judicial internacional -en el caso, la notificación del tercero citado a juicio
domiciliado en su territorio- fue realizada conforme a derecho y según la
normativa vigente cuando ejerció su jurisdicción, si no se probó que el exhorto
fuera diligenciado por un funcionario no autorizado o con arreglo a un
procedimiento distinto del previsto por las leyes de ese país, habiéndoselo
devuelto debidamente cumplimentado y autenticado (CNCiv., Sala J,
2000/03/02, "Paloschi de Pis Diez, Ethel S. y otros c. Marsans Internacional",
La Ley, 2000-F, 111).
El principio de la "perpetuatio jurisdictionis" tiene por presupuesto el
ejercicio de la jurisdicción y competencia, resultando inaplicable a los
supuestos en que se cursa un exhorto internacional. Ello, por cuanto el juez
rogado encuentra limitada su intervención al cumplimiento de las medidas
instrumentales requeridas por el tribunal extranjero, las cuales, por su
naturaleza, no podrían colisionar con otras decisiones adoptadas en procesos
en trámite entre las mismas partes ante la justicia argentina. (CNCiv., Tribunal
de Superintendencia, 1998/04/16, "Harcha Oliveto, Leila Y. c. Oliveto, Marta
B.". La Ley, 1999-B, 844, J. Agrup., caso 13.637).
Finalmente, cuando el requerido en el proceso de mediación tiene su
domicilio en el extranjero, el tribunal que eventualmente conocerá en el juicio
ulterior debe colaborar con el órgano de mediación -en el caso, mediante el
libramiento del exhorto diplomático solicitado por el actor- a fin de posibilitar la
notificación de la audiencia de mediación y el posible ulterior proceso judicial.
(CNCom., Sala D, 1998/03/19, "Dekaprint S. A. c. Comco International", La
Ley, 1999-F, 174 - JA, 1998-III-398 - ED, 180-229).

CAPITULO VI -- Notificaciones

Principio general

Art. 133. -- Salvo los casos en que procede la notificación por cédula y sin perjuicio de lo
dispuesto en el artículo siguiente, las resoluciones judiciales quedarán notificadas en
todas las instancias los días martes y viernes. Si uno de ellos fuere feriado, la
notificación tendrá lugar el siguiente día de nota.
No se considerará cumplida tal notificación:
1) Si el expediente no se encontrare en el tribunal.
2) Si hallándose en él, no se exhibiere a quien lo solicita y se hiciera constar tal
circunstancia en el libro de asistencia por las personas indicadas en el artículo
siguiente, que deberá llevarse a ese efecto.
Incurrirá en falta grave el prosecretario administrativo que no mantenga a disposición de
los litigantes o profesionales el libro mencionado.

1. Principios generales.
En materia de notificaciones procesales, existen dos teorías que no
resultan antagónicas.
a) Teoría de la recepción: se ocupa de que el acto procesal de
comunicación esté revestido de la suficiente formalidad respetando los re-
caudos exigidos para que la notificación se efectivice, de manera que la
diligencia sea cubierta y se tenga por cumplida una vez que llega a su
destinatario.
b) La teoría del conocimiento, por su parte, se compenetra con la
finalidad del acto, de manera que si el interesado tomó noticia fehaciente del
contenido del acto que se le comunica, pierde trascendencia la nulidad por
vicios formales que pudiera tener la diligencia de notificación.
La primera orientación protege la seguridad jurídica, la segunda se
compadece con los principios de celeridad y lealtad en el debate judicial.
Una posición ecléctica afirma que la notificación se propone poner en
concimiento de alguien una providencia, y una cosa es que ese conocimiento
se presuma sin prueba en contrario, cuando han sido cumplidas las
formalidades pertinentes, por una suerte de irrefragabilidad, y otra -ya
inaceptable- deducir de esa premisa que nunca el conocimiento efectivo pudo
suplir la notificación formal. Las llamadas teorías de la recepción y del
conocimiento han sido, pues, artificialmente contrapuestas: se las ha referido a
términos heterogéneos (Colombo, Carlos J., Código Procesal Civil, tomo I,
editorial Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1969, pág. 672).
En nuestro parecer la cuestión no se resuelve en el "conocimiento", sino
en la certeza y seguridad que merezca el acto de procesal de comunicación.

2. Clases de notificaciones
El sistema procesal mantiene con algunas actualizaciones el régimen de
notificaciones, de modo tal que son:
a) Ministerio legis, o notificación automática o por nota, que es el
mecanismo del art. 133.
b) Notificación tácita, regulada en el art. 134.
c) Notificación por cédula de acuerdo con las indicaciones del art. 135
d) Notificación personal, en las previsiones de los arts. 135 y 142.
e) Notificaciones fehacientes, que suponen permitir la sustitución de la
cédula por el acta notarial, el telegrama con copia certificada y aviso
de entrega, y/o la carta documento con aviso de entrega.
f) Notificación por edictos con el régimen dispuesto en el art. 145.
g) Notificación por medios audiovisuales, como la radio o la televisión
(art. 148).

3.Innovaciones de la ley 25.488


La reforma procesal introdujo variables poco significativas, pero
importantes a los fines de interpretar el artículo 133 que viene señalado como
principio general en materia de notificaciones.
Se ha cambiado sensiblemente, y con claras implicancias en la celeridad
procesal, el sistema de comunicaciones por ministerio de la ley.
En efecto, el principio tradicional tenía por comunicada a las partes, de
todas las resoluciones judiciales que se dicten en el expediente, los días
martes y viernes o el siguiente hábil si alguno de ellos fuere feriado. Hoy la
reforma dice que, si el día martes o viernes resulta feriado, la notificación
tendrá lugar el siguiente día de nota.
Esto supone que si un día viernes es feriado, la notificación no
comenzará a computarse desde el día hábil inmediato, sino desde el martes
siguiente, de forma tal que se prolongan los plazos en un claro contrasentido
con la celeridad perseguida.
No obstante, se ha opinado que la modificación es conveniente porque
se corrigen los problemas de tener la hipótesis de días de nota consecutivos
(posible en virtud de la ley que instala en los días lunes el traslado de feriados
ocurridos en días de semana diferente) (Cfr. Ostrower, Ricardo A. - Soria,
Santiago, Reforma al Código Procesal Civil y Comercial de la Nación, La Ley,
suplemento 2001/12/12), y además, porque impide tener como día de nota al
primer día hábil posterior a la feria judicial (Sirkin, Eduardo, DJ 1996-1, 1281).
La reforma agrega un párrafo esclarecedor respecto a cuando no se
tendrá por cumplida la notificación ficta, estableciendo que ello será si el
expediente no se encontrare en el Tribunal o si encontrándose, no pudiera ser
confrontado por no estar en el casillero de trámite, de modo tal que no se
exhibiere a quien lo solicita.

2.1 Expediente en otro lugar


De acuerdo con una interpretación gramatical, si el expediente no se
encuentra en el tribunal (antes se decía, en secretaría) la notificación por nota
no se cumple y no habría necesidad de dejar constancia de ello en el libro de
asistencia.
Así resulta de observar que se ha derogado la indicación antes
efectuada que requería hacer constar esa circunstancia; lo cual nos parece
correcto toda vez que la ausencia del expediente en las fechas se puede
probar con la simple lectura de los libros de pases que debe llevar el juzgado o
tribunal.
Ya se ha dicho que la constancia del interesado de la ausencia del
expediente en el libro de asistencia de la Secretaría del Juzgado, a efectos de
la notificación por nota, no debe interpretarse con carácter solemne, pues si se
puede acreditar por otro medio serio y objetivo que las actuaciones no se
encuentran en Secretaría, no cabe interpretar, sin más, que la parte ha sido
notificada. Lo contrario significaría caer en un excesivo formalismo y atenta
contra el adecuado ejercicio del derecho de defensa (CNCiv., Sala B,
1998/05/21, "Jacob, Guillermo y otros", La Ley, 1998-E, 286).
Además, cabe recordar que, en materia de notificaciones tácitas
prevalece un criterio estricto de apreciación. En tal sentido, sólo se configura
dicha notificación cuando de las circunstancias particulares de cada caso
resulta de manera inequívoca que el interesado tuvo conocimiento de la
presentación y providencia respectiva (CNCiv., Sala G, 1996/08/22, "Windsor
Investment S. A. c. Volcovich, Guillermo", La Ley, 1997-B, 786 (39.296-S).

2.2 Expediente en secretaría pero sin exhibición


En este supuesto, la falta de exhibición a quien lo solicita, permite no
aplicar la notificación ministerio legis siempre y cuando deje constancia en el
libro de asistencia.
Esta atestación podrá hacerla quien sea parte o revista la calidad de
autorizado, pues de otro modo, al simple interesado no hay plazos que le
corran o se le apliquen.
En tal sentido, se afirma que las personas habilitadas a dejar constancia
en el libro de notas de la secretaría son sólo las partes o sus letrados. Así, sin
perjuicio del erróneo actuar que pudo existir con anterioridad, la nota dejada
por quien se encuentra autorizado pero no inviste el carácter de tal es de
ningún efecto (criterio que la ley 25.488 ha cambiado) (CNCom., Sala A,
1999/04/29, "Baldi, Pedro R. c. Rombola, Gregorio",La Ley, 1999-D, 792
(41.793-S).
De todos modos, también se dijo que, la norma contenida en el art. 133
no impone a ninguna persona en particular la carga de hacer constar en el libro
de asistencia la falta del expediente en Secretaría, por lo que cualquiera de los
habilitados para hacerlo que deje la nota produce la prueba requerida y, por
ende, esa constancia es suficiente para que la notificación no se opere para
ninguno de los litigantes (CNCiv., Sala E, 1997/07/14, "Mardor S. A. c.
Cherniak Naum y otros", La Ley, 1998-D, 105).
Igual que en el caso anterior, se tiene dicho que la notificación tácita
debe ser interpretada en forma restrictiva para evitar que el derecho de las
partes resulte lesionado, afectando el derecho constitucional de defensa en
juicio. En consecuencia, no puede aplicarse indiscriminadamente la norma del
art. 133 a los supuestos contemplados por el art. 135 del mismo ordenamiento
pues ello no sólo convertiría en letra muerta algunos incisos de esta última
norma, sino que afectaría aquel principio, máxime cuando en materia de
notificaciones toda duda se resuelve en favor de la falta de anoticiamiento
(CNCiv., Sala E, 1998/03/10, "Transportes Alasia S. A. c. Veron, Raúl A. y
otros", La Ley, 1998-D, 64).

3. Responsabilidad del prosecretario administrativo


La nota asentada en el libro pertinente no es simplemente un medio de
prueba para acreditar que el expediente no está disponible, sino la única hábil
para comprobar la concurrencia del interesado (CNCom., Sala A, 1999/06/04,
"Río Paraná Cía. Financiera c. Finazzi, Juan", La Ley, 1999-E, 568 - DJ, 1999-
3-183).
Por ello, la falta de orden en el mantenimiento, o la escasa o nula
disposición para tener el libro de asistencia, hace responsable al prosecretario
administrativo con falta grave.
En cambio no es tanta gravedad, la falta de firma de este funcionario
judicial en cada una de las notas dejadas en el libro de asistencia (Cfr. Colerio,
Juan Pedro, La firma del oficial primero como requisito esencial para la validez
de la nota dejada en el libro de asistencia, La Ley 1990-B, 159).

Notificación tácita

Art. 134. -- El retiro del expediente, conforme al artículo 127, importará la notificación de
todas las resoluciones.
El retiro de las copias de escritos por la parte, o su apoderado, o su letrado o persona
autorizada en el expediente, implica notificación personal del traslado que respecto del
contenido de aquéllos se hubiere conferido.

1. Notificación presunta. Supuestos


El art. 134 incorpora en el régimen de la notificación ficta a "las personas
autorizadas" oportunamente en los escritos de las partes. Mientras que en el
caso de retiro del expediente el ordenamiento dispone que importará la
notificación de todas las resoluciones.

1.1 Notificación por retiro del expediente


Deviene la notificación ficta por retiro de las actuaciones cuando el
abogado toma el expediente en su calidad de apoderado y no se trate de
resoluciones que deban notificarse por cédula.
Hemos dicho en otro lugar (Respuestas Procesales, tomo 2, cit., pág.
155), siguiendo la exposición de Guasp, que "es erróneo creer que lo decisivo
para la convalidación sea la práctica de un acto que demuestre el conocimiento
efectivo que tiene el destinatario de la comunicación; si fuera así no cabría que
la parte impugnara en ningún caso la actividad defectuosa, porque dicha
impugnación demuestra precisamente que la parte conoce el vicio de que se
trata y la existencia del acto mismo; lo que es preciso, por tanto, es la
demostración de una voluntad incompatible con la voluntad de impugnar la
comunicación: la ley no dice que ésta producirá efectos cuando el destinatario
se entere sino cuando se dé por enterado" (Guasp, Jaime, Comentarios a la ley
de enjuiciamiento civil, tomo I, editorial Instituto de Estudios Políticos, Madrid,
1943, pág. 764).
En ese sentido, toda notificación ficta lleva implícita su inseguridad y
ausencia de certeza, no siendo posible confundir ni equiparar la situación del
acto de comunicación defectuoso con la falta total del mismo.
En el orden nacional, el art. 149 ofrece una explicación a estos posibles
abusos de nulidad procesal, diciendo que será nula la notificación...siempre
que la irregularidad fuere grave e impidiere al interesado cumplir
oportunamente los actos procesales vinculados a la resolución que se notifica
(Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Notificación tácita y defensa en juicio, Rev. La Ley,
1988-A, pág. 417)
La característica esencial de esta modalidad informativa, asienta en la
hipótesis que la notificación ficta permite acelerar el trámite procesal, teniendo
presupuesto el principio de lealtad procesal.
Ahora bien, la interpretación es diversa pues mayoritariamente la
doctrina considera que debe tenerse por cumplida la notificación de todas las
actuaciones obrantes en el expediente si el retiro fue realizado por mandatario
judicial (Alvarado Velloso, Adolfo, Sobre notificaciones procesales, Juris 55
pág. 13, sosteniendo que "el retiro del expediente por el mandatario legitimado,
constituye un hecho humano, producido voluntariamente, que tiene entidad
suficiente como para proyectar consecuencias jurídicas en el proceso, una de
las cuales es la de que se repute prducida la denominada notificación ficta".
Y aun si ello fue efectuado por letrado patrocinante, debe admitirse su
eficacia porque, si bien es cierto aquél no tiene representación suficiente,
asume la responsabilidad en la dirección del pleito y su notificación es
vinculante para la parte, como una consecuencia natural de la ley de forma
(Maurino, Alberto Luis, Notificaciones procesales, editorial Astrea, Buenos
Aires, 1983, pág. 165, con remisión a CNCiv, sala B, 1980/05/14, Rep. JA
1981-496; CNCiv., sala C, 1978/05/16, La Ley, 1978-D, 533).
Morello - Sosa - Berizonce sostienen que este es el procedimiento
correcto. "Lo contrario no sería lógico, desde que se encontraría en mejores
condiciones aquél que actúa al margen de lo reglado, respecto del que se
ajusta a las prescripciones. Por lo tanto, cabe estimar que siempre que se
retiren las actuaciones se produce la notificación de todas las resoluciones
pendientes" (Códigos procesales en lo civil y comercial de la provincia de
Buenos Aires y la Nación, editorial Abeledo Perrot-Platense, Buenos Aires,
1985, tomo II-B pág. 718).
Sin embargo otros piensan que el retiro del expediente por quien no es
apoderado ni acude al proceso en condición de parte, aun cuando asuma esa
calidad posteriormente, no permite tener por cumplida la notificación ficta.
Participamos de esta última corriente, advertidos sobre todo, de la
injusticia que tendría que soportar el perjudicado por la actuación de quien no
fue encomendado para gestión alguna ni otorgada representación suficiente.
Esta actitud -oficiosa- no puede generar a nuestro criterio efectos jurídicos, por
carecer de virtualidad su acto por ausencia de legitimación procesal.
No escapa al conocimiento de las ficciones procesales, que ellas anidan
prioritariamente en la doctrina y en el discurso, siendo esencialmente
presunciones que, por esa condición, pueden resolverse en contrario mediante
prueba contundente o simplemente complementaria.
La premisa del proceso justo admite morigerar el rígido criterio que
establece la consecuencia legal de dar por notificado a todo aquél que retira un
expediente de todos los actos dictados en aquél, siempre y cuando estuviere
comprobado fehacientemente que el mismo estuvo en poder de la parte,
aunque fuera por complacencia o extralimitación de los funcionarios
encargados de su custodia.
Es verdad que, por razones de seguridad jurídica, algunas veces se
posterga esa apreciación, pero también lo es, que ello reposa en la mayoría de
las ocasiones por el fruto de la duda, o de la carencia de una sólida presunción.
No obstante, el camino de la seguridad puede correr paralelo con el de
la justicia, y no tiene razón alguna para observarlas como avenidas que
circulan en direcciones opuestas.

1.2 Notificación del autorizado


En los términos del art. 133 y conforme la modificación hecha por la ley
25.488 al art. 134, se permite dejar constancia en el libro de asistencia a los
autorizados en el expediente, importando en consecuencia, la autorización para
tener a éstos notificados de todas las actuaciones que en el expediente se
hubieren dictado.
La autorización referida se vincula con el art. 63 inc. a) del Reglamento
para la Justicia Nacional, de manera que se trata de actos prestados por los
letrados apoderados o las partes.

2. Notificación presunta
El litigante a cuya solicitud se dicta una providencia simple que sólo
tiende al desarrollo del proceso u ordena actos de mera ejecución, queda
notificado por ministerio de ley, si el proveído guarda razonable relación con la
petición que se formula. Ello, en virtud de la carga impuesta a todo litigante de
concurrir los días de nota al juzgado a enterarse de las notificaciones
"ministerio legis", con fundamento en el principio de celeridad y economía
procesal.
De este modo, quien pretende se le notifique una resolución no puede
solicitarlo en la misma pieza escrita donde de cuenta de estar suficientemente
informado, pues tal actitud importa un obrar contradictorio con sus propios
actos.
Esta conclusión se adopta porque todo litigante que deja un escrito
asume el deber de concurrir al juzgado a enterarse de la resolución que haya
merecido. Por tanto, la parte que peticiona queda notificada de esa resolución
por ministerio de la ley, aun cuando la providencia sea de las enumeradas en el
art. 135 del Código Procesal (CNCiv., Sala A, 1996/08/06, "Pecora, José G. y
otro c. Impronor S.R.L. y otro", La Ley, 1997-B, 180).
No obstante, la aplicación del art. 133 no puede ser extendida a
supuestos que se encuentran contemplados por el art. 135, pues todo lo
relativo a notificación tácita debe ser interpretado restrictivamente para no
afectar el derecho de defensa en juicio (CNCiv., Sala E, 1995/10/05,
"Municipalidad de Buenos Aires c. Etapsa", La Ley, 1996-C, 780).
En consecuencia, este principio debe limitarse a las providencias
simples que sólo tienden, sin sustantación, al desarrollo del proceso u ordenan
actos de mera ejecución, pero no a aquellas resoluciones que deciden artículo
y causan al litigante un gravamen de imposible reparación ulterior (mismo fallo
anterior).
Pero, cuando una providencia contiene una parte que debe notificarse
por nota y otra que debe efectuarse personalmente o por cédula, no se produce
la primera de las notificaciones en tanto no se diligencie la cédula (CNCiv., Sala
C, 1995/10/10, "Consorcio de Propietarios Rosario 713/15 c. Barral de Grossi",
DJ, 1996-1-524).

3.Jurisprudencia
Las notificaciones tácitas se configuran en tanto operan sin necesidad de
un acto formal de transmisión, por el retiro del expediente de la secretaría (art.
134), por la presentación de cédulas por las personas que la ley autoriza para
suscribirlas (art. 137), y por el cumplimiento de actos procesales que no se
justificarían si se desconociera la resolución o actuación que implica su
necesario antecedente (CNCiv., Sala C, 1995/08/17, "De la Arena de Ricciardi
c. Ricciardi", La Ley, 1996-A, 253).
Si las notificaciones son los actos mediante los cuales se pone en
conocimiento de las partes o de terceros el contenido de una resolución
judicial, reputándoselas tácitas cuando se hayan verificado a raíz de actitudes
asumidas por los interesados de las cuales se infiere el conocimiento de su
contenido, cabe afirmar que, malgrado la deficiente notificación cumplida, el
demandado tuvo efectivo conocimiento de la resolución que admitía
parcialmente la impugnación oportunamente deducida por su parte, mandando
a practicar en la causa una nueva liquidación de conformidad con las pautas
allí fijadas (CNCiv., Sala A, 1997/03/03, "P., R. F. c. P., N. F. A.", La Ley, 1998-
A, 482 (40.172-S)

Art. 135. -- Notificación personal o por cédula.

Sólo serán notificadas personalmente o por cédula las siguientes resoluciones:


1) La que dispone el traslado de la demanda, de la reconvención y de los documentos
que se acompañen con sus contestaciones.
2) La que dispone correr traslado de las excepciones y la que las resuelva.
3) La que ordena la apertura a prueba y designa audiencia preliminar conforme al
artículo 360.
4) La que declare la cuestión de puro derecho, salvo que ello ocurra en la audiencia
preliminar.
5) Las que se dicten entre el llamamiento para la sentencia y ésta.
6) Las que ordenan intimaciones, o apercibimientos no establecidos directamente por la
ley, hacen saber medidas cautelares o su modificación o levantamiento, o disponen la
reanudación de plazos suspendidos por tiempo indeterminado, o aplican correcciones
disciplinarias.
7) La providencia que hace saber la devolución del expediente, cuando no haya habido
notificación de la resolución de alzada o cuando tenga por objeto reanudar plazos
suspendidos por tiempo indeterminado.
8) La primera providencia que se dicte después que un expediente haya vuelto del
archivo de los tribunales, o haya estado paralizado o fuera de secretaría más de tres
meses.
9) Las que disponen vista de liquidaciones.
10) La que ordena el traslado del pedido de levantamiento de embargo sin tercería.
11) La que dispone la citación de personas extrañas al proceso.
12) Las que se dicten como consecuencia de un acto procesal realizado antes de la
oportunidad que la ley señala para su cumplimiento.
13) Las sentencias definitivas y las interlocutorias con fuerza de tales y sus aclaratorias
con excepción de las que resuelvan caducidad de la prueba por negligencia.
14) La providencia que deniega los recursos extraordinarios.
15) La providencia que hace saber el juez o tribunal que va a conocer en caso de
recusación, excusación o admisión de la excepción de incompetencia.
16) La que dispone el traslado del pedido de caducidad de la instancia.
17) La que dispone el traslado de la prescripción en los supuestos del artículo 346,
párrafos segundo y tercero.
18) Las demás resoluciones de que se haga mención expresa en la ley o determine el
Tribunal excepcionalmente, por resolución fundada.
No se notificarán mediante cédula las decisiones dictadas en la audiencia preliminar a
quienes se hallaren presentes o debieron encontrarse en ella.
Los funcionarios judiciales quedarán notificados el día de la recepción del expediente en
su despacho. Deberán devolverlo dentro del tercer día, bajo apercibimiento de las
medidas disciplinarias a que hubiere lugar.
No son aplicables las disposiciones contenidas en el párrafo precedente al Procurador
General de la Nación, al Defensor General de la Nación, a los Procuradores Fiscales de la
Corte Suprema, a los Procuradores Fiscales de Cámara, y a los Defensores Generales de
Cámara, quienes serán notificados personalmente en su despacho.

1. Notificación personal
La guía principal es la resolución, por eso cuando en una providencia el
último vocablo es "notifíquese", se entiende que la notificación debe ser
personal o por cédula (CNCiv., Sala A, 1996/08/27, "Ure, Carlos c. Moraiz,
Javier", La Ley, 1996-E, 653 (39.032-S), - DJ, 1996-2-1386). De este modo se
interpreta que, si la parte o su letrado concurre al tribunal y deja constancia en
el expediente conforme con las modalidades del art. 142, de la notificación que
practica, se produce un caso de información personal que suple la necesidad
de comunicación por cédula. Caso contrario, de no producirse este acto
voluntario (decisión expresa de la parte o su letrado) o provocado (a instancia
del prosecretario administrativo o jefe de despacho), la notificación deberá
realizarse por cédula.
Nuestro ordenamiento procesal consagra -en los arts. 133 y 135, inc. 18-
el principio de la notificación automática con carácter de regla general; de lo
que deriva que, salvo los casos de excepción en los que procede la notificación
personal o por cédula establecidos por la ley o por el juez mediante
pronunciamiento fundado, las resoluciones judiciales se deben obtener por
notificadas los días de nota pertinentes.

2. Alcance a los funcionarios judiciales


El fundamento de la notificación automática -consagrada en los arts. 133
y 135, inc. 18 del Código Procesal- radica en la carga que tienen las partes de
concurrir al tribunal durante la tramitación del proceso, a partir de la cual, cabe
suponer que los justiciables tomen conocimiento de los actos procesales
cumplidos en el expediente, lo que torna innecesaria la notificación por cédula,
satisfaciendo de tal manera los principios de economía y celeridad procesal (
CNFed. Civ. y Com., Sala I, 1999/03/16, "Lukosiunas, Igar P. c. Instituto Nac.
de Servicios Sociales para Jub. y Pensionados", La Ley, 1999-D, 616 - DJ,
1999-3-243).
Por aplicación del art. 135 "in fine" del Código Procesal que reconoce al
Procurador General de la Nación, los Procuradores Fiscales de la Corte
Suprema y a los Procuradores Fiscales de Cámara un privilegio funcional que
tiene como presupuesto que la actuación de tales funcionarios se cumpla en
sus respectivos despachos con el expediente a la vista, corresponde acceder a
la solicitud efectuada por el Procurador General de la Nación y el Defensor
Oficial ante la Corte Suprema para que se requieran los autos principales al
juzgado de primera instancia y se pongan en la mesa de entradas del tribunal
para poder consultarlos y plantear recurso (Del voto en disidencia del doctor
Moliné O'Connor) (CS, 1995/06/22, "Agüero Iturbe, Angel N. y Tabares, Carlos
A. s/su presentación en W., E. M. c. O., M. G.", La Ley, 1995-D, 151. - DJ,
1995-2-911).
Ahora bien, como el defensor oficial que actúa en representación de una
de las partes, no está comprendido dentro del enunciado "funcionarios
judiciales" al que alude la última parte del art. 135 indicado, tiene la carga de
concurrir a Secretaría a tomar conocimiento de las providencias que se dicten
los días de nota fijados por el art. 133 del mismo Código (CNCiv., Sala B,
1995/04/06, "Paggi, Esther c. Yerbal 1226/28", La Ley, 1995-E, 458. - DJ,
1995-2-1026).
Por eso se afirma que la intervención de la Defensoría Oficial, que ejerce
la representación de una de las partes en juicio (arts. 135 a 138, Reglamento
para la Justicia Nacional en lo Civil), tiende al cumplimiento de la garantía
constitucional de la defensa en juicio y, por lo tanto, no debe limitarse a la
simple vigilancia del procedimiento (CNCiv., Sala C, 1996/06/25, "P., H. y C.,
M. S.", La Ley, 1997-A, 148 - DJ, 1997-1-620).

2. Carácter imperativo de la norma


El art. 135 del Código Procesal es imperativo en cuanto a que las
resoluciones allí indicadas deben notificarse por cédula, sin distinción en
cuanto a la parte que peticionó el pronunciamiento. Por tanto, la carga
establecida en el art. 133 no rige en dichos supuestos (CNCiv., Sala D,
1995/09/08, "Salzman, Abraham c. Municipalidad de Buenos Aires", La Ley,
1996-A, 491).
La enumeración de situaciones indicadas en este artículo no es taxativa,
lo que puede verse en resoluciones como la siguiente, donde se expresa que, a
pesar de no estar expresamente incluida entre los supuestos enumerados por
el art. 135 del Código Procesal, debe notificarse por cédula la providencia que
se aparta de la marcha normal del proceso, como el auto que se dicta con
posterioridad a haber sido devuelta a primera instancia la causa que se
encontraba en la Alzada para el tratamiento de un recurso y sin que le fuera
notificada a la parte su devolución (CNCiv., Sala B, 1995/04/24, "Banco Nueva
Era Coop. Ltdo. c. Minono, Luis y otro", ED, 168-265).
Por eso la jurisprudencia avanza en la integración y complemento de los
casos a notificar. Por ejemplo, se sostiene que las notificaciones referidas a
cuestiones probatorias no están incluidas entre providencias que menciona el
art. 135 (CNCom., Sala A, 1996/02/23, "Torchio, Juan C. c. Construcciones
Arquigrama S. R. L.", La Ley, 1996-C, 609).
O cuando se expresa que la providencia que hace saber el juez que va a
conocer en caso de recusación, excusación o admisión de excepción de
incompetencia, si bien es uno de los supuestos previstos en el art. 135 -
específicamente en el inc. 15- del Código Procesal, no es obligación del
juzgado anoticiarla por cédula (CNCiv.,Sala C, 1996/05/30, "Banco Integrado
Departamental Coop. Ltdo. c. Beccar Gómez E.", La Ley, 1997-C, 957 (39.504-
S) - DJ, 1997-1-473).
Siendo que el principio legal es que toda resolución judicial se notifica
por nota, y que la notificación personal o por cédula sólo tiene lugar en los
casos expresamente señalados por la ley procesal, la inclusión indebida en una
providencia de la orden de notificarla por cédula o personalmente, no altera el
régimen legal de su notificación automática, pues no se trata de materia
disponible modificable a discreción.
Por tanto, la Corte afirma que el art. 257, párr. 3º, en cuanto rige la
notificación por ministerio de la ley ante la omisión de constituir domicilio en la
Capital Federal, resulta una excepción a la regla del art. 135, inc. 13, por
cuanto no tendría razón de ser para las providencias simples, regidas por el art.
133 (CS, 1995/10/05, "Banco Nacional de Desarrollo c. Catella, Guillermo A.",
La Ley, 1996-C, 126).

3. La notificación bajo responsabilidad de la parte


Este es un supuesto de notificación no previsto en el código procesal,
que supone practicar la diligencia en el domicilio que se indica bajo
responsabilidad del denunciante, aunque allí nadie se encuentre.
Es de aplicación restrictiva, y procede ante la solicitud de la parte
interesada, sin exigirse justificación alguna de haber realizado diligencias para
demostrar que la contraparte tiene su domicilio en el lugar denunciado. Ello, sin
perjuicio de las pruebas que deban producirse si el interesado plantea la
nulidad de todo lo actuado, de conformidad con lo dispuesto por el art. 339,
último párrafo del Código Procesal (CNCiv., Sala F, 1997/05/08, " Matta, Sofía
O. c. Martín, Carlos A. y otros", La Ley, 1997-E, 575).
La denuncia del domicilio bajo responsabilidad de la parte como
modalidad de notificación es admitida en la convicción de que se actúa con la
rectitud y buena fe que debe presidir el ejercicio de las acciones ante los
órganos judiciales, especialmente cuando se trata de la citación del
demandado, acto de trascendental importancia en el proceso desde que
guarda estrecha vinculación con la garantía constitucional de la defensa en
juicio (CS, 1998/06/02, "Guerra, Eusebio C. c. Servitec S. A.",La Ley, 1998-E,
602).
El fundamento es evitar posibles maniobras dilatorias destinadas a burlar
las cargas impuestas en providencias que deben notificarse por cédula, sin
exigirse justificación previa alguna de haber realizado diligencias para
demostrar que la contraria tiene su domicilio en el lugar.
La nulidad de la notificación realizada bajo responsabilidad de la parte
sólo procede si se demuestra la falsedad de la denuncia de domicilio
formulada, con arreglo al principio instrumentado en el art. 339 del Código
Procesal (CNCiv., Sala A, 1995/02/28, "Obras Sanitarias de la Nación c.
Consorcio de Propietarios Reconquista 1088 -Unidad 2", La Ley, 1995-D, 386.
-DJ, 1995-2-1075).

Contenido de la cédula

Art. 136. -- Medios de notificación.


En los casos en que este Código u otras leyes establezcan la notificación por cédula, ella
también podrá realizarse por los siguientes medios:
1) Acta notarial.
2) Telegrama con copia certificada y aviso de entrega.
3) Carta documento con aviso de entrega.
La notificación de los traslados de demanda, reconvención, citación de personas
extrañas al juicio, la sentencia definitiva y todas aquellas que deban efectuarse con
entrega de copias, se efectuarán únicamente por cédula o acta notarial, sin perjuicio de
la facultad reglamentaria concedida a la Corte Suprema de Justicia.
Se tendrá por cumplimentada la entrega de copias si se transcribe su contenido en la
carta documento o telegrama.
La elección del medio de notificación se realizará por los letrados, sin necesidad de
manifestación alguna en las actuaciones.
Los gastos que arrojen las notificaciones integrarán la condena en costas.
Ante el fracaso de una diligencia de notificación no será necesaria la reiteración de la
solicitud del libramiento de una nueva, la que incluso podrá ser intentada por otra vía.

1. Modificaciones de la ley 25.488


La más importante de las modificaciones es el agregado sobre las
modalidades como se puede practicar la comunicación a las partes y terceros.
A la cédula tradicional, elemento informativo que se conserva con su
nombre y formas, desde el siglo XVII se autorizan nuevos instrumentos como el
acta notarial, el telegrama y la carta documento.
No se advirtió el error en que incurre el título de la norma que refiere al
"contenido de la cédula", cosa que no es cierta.
Se suprime la obligación de citar a la absolución de posiciones, y la
comunicación al rebelde, en orden al régimen que tiene actualmente el art. 360.
Se establece la carga de citar por cédula o acta notarial, únicamente, la
notificación del traslado de la demanda, reconvención, citación de terceros, la
sentencia definitiva, y toda otra que tenga el recaudo de estar acompañada de
copias.
Se excluye la notificación por cédula del auto que declara la cuestión
como de puro derecho si fue dictado en la audiencia preliminar.

2. Facultades de los abogados


Los abogados podrán seleccionar el medio autorizado para practicar la
comunicación, de manera que de ser elegido uno de los nuevos mecanismos,
los gastos consecuentes serán valuados en la tasación de costas (liquidación -
art. 503-).
Si la diligencia practicada fracasa, no será necesario peticionar la
reiteración ni el medio por el cual repetir el acto. De este modo, el abogado o la
parte resolverá con facultades suficientes el medio por el cual resuelva efectuar
las comunicaciones pertinentes.

3. Acta notarial
Se incorpora el Acta Notarial como sistema de comunicación posible, tal
como existió hace muchos años cuando no existía el cargo automático, y las
partes recurrían a escribanos para acordar fecha y hora cierta a los escritos
judiciales.
Informa Sirkin que por ley Orgánica Notarial nº404/2000 (15-6-2000) con
vigencia el 25 de septiembre de 2000, La legislatura de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, sancionó este mecanismo protocolar regulado en el Capítulo III,
arts. 82 a 92 ambos inclusive.
Con cierto recelo dice: "espero que no resurjan escribanos dedicados
exclusivamente a notificaciones, como hasta la vigencia de la ley 17.454 que
pululaban los que colocaban cargos fuera de hora al amparo de la ley 12.990 y
que ante las irregularidades conocidas dieran lugar al obsequio de la comisión
redactora del código ley 17.454 de las famosas dos horas de gracia del art. 124
para la presentación de los escritos, eliminando la practica espuria de falsear la
fecha de recepción de los escritos cual si hubiesen sido presentados ante el
escribano el día anterior por el art. 24 del Código Civil" (extracto de la
conferencia pronunciada en el Colegio Público de Abogados de la Capital
Federal).

3. Carta documento y telegrama, con aviso de recepción


Este es un sistema de menor costo y práctica más frecuente, que se
debe integrar con la acreditación documental ante el tribunal de su
diligenciamiento, restando por esclarecer si las constancias emitidas a través
de la impresora provenientes de la impresión del texto informado por Internet,
tendrá o no efectos legales (arts. 140 y 144)

Contenido y firma de la cédula.

Art. 137. -- La cédula y los demás medios previstos en el artículo precedente contendrán:
1) Nombre y apellido de la persona a notificar o designación que corresponda y su
domicilio, con indicación del carácter de éste.
2) Juicio en que se practica.
3) Juzgado y secretaría en que tramita el juicio.
4) Transcripción de la parte pertinente de la resolución.
5) Objeto, claramente expresado, si no resultare de la resolución transcripta. En caso de
acompañarse copias de escritos o documentos, la pieza deberá contener detalle preciso
de aquéllas.
El documento mediante el cual se notifique será suscripto por el letrado patrocinante de
la parte que tenga interés en la notificación o por el síndico, tutor o curador ad litem
notario, secretario o prosecretario en su caso, quienes deberán aclarar su firma con el
sello correspondiente.
La presentación del documento a que se refiere esta norma en la Secretaría del Tribunal,
oficina de Correos o el requerimiento al notario, importará la notificación de la parte
patrocinada o representada.
Deberán estar firmados por el secretario o prosecretario los instrumentos que notifiquen
medidas cautelares o entrega de bienes y aquéllos en que no intervenga letrado, síndico,
tutor o curador ad litem, salvo notificación notarial.
El juez puede ordenar que el secretario suscriba los instrumentos de notificación cuando
fuere conveniente por razones de urgencia o por el objeto de la providencia.

1. Régimen legal
En materia de formas de la cédula, hay que diferenciar el contenido de la
apariencia, pues cada una reporta modalidades que deben cumplimentarse
para facilitar su correcto diligenciamiento.
La Acordada 22/96 (1996/04/18, DT,1996-B,1508), reglamenta las
solemnidades de la cédula en la notificación de mediaciones y conciliaciones
prejudiciales.
Por su parte, la Acordada 13/87 pone en práctica los nuevos requisitos
de confección de cédulas para los distintos fueros.
Las formas en las notificaciones, si bien no valen ni son exigibles por sí
mismas, constituyen una garantía de eficacia. El código reglamenta los
contenidos mínimos, y si ellos faltan o son equívosos, procede argüir la nulidad
por vía de incidente, sin que sea necesaria la acción de redargución de
falsedad, salvo que se impugnen las manifestaciones vertidas por el oficial
público (CNCiv., Sala A, 1996/05/23, "Ramírez Ramos, Feliciano c. Castellarín
de Diz, Rosana A.", La Ley, 1996-E, 11 - DJ, 1996-2-1132).

2. Particularidades
a) Nombre y apellido de la persona a notificar, indicando domicilio y
documentos acompañados (inciso 1º)
La cédula debe indicar claramente el nombre completo a quien se dirige.
Si la notificación obedece a cuestiones de trámite y no se vincula con cargas,
deberes u obligaciones personales a cumplir a quien se dirige, la persona
indicada es el abogado cuando actúa en calidad de apoderado; y la parte, si en
el juicio actúa con patrocinio letrado.
No hay nulidad si tras el nombre del abogado patrocinante se pone entre
paréntesis el nombre y apellido de la parte); como tampoco sucede si se omite
la indicación del estudio al que se dirige, estando perfectamente individualizado
el domicilio (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala II, 1991/11/28, La Ley,
1992-B, 501).
El domicilio en las cédulas -dice Fenochietto- se debe precisar por la
calle y el número, y tratándose del procesal, la jurisprudencia ha exigido los
aditamentos con que se lo hubiere instituido, por ejemplo, nombre y apellido del
letrado patrocinante, escritorio y casillero, ya que por su trascendencia procesal
es necesario observar con estrictez todos los detalles tendientes a que la
cédula llegue a manos de la persona a la cual va dirigida (Cfr. ob. cit., tomo I,
pág. 495; CNCiv., Sala C, 1984/04/04, ED, 115-490).
Si la cédula contiene la indicación de domicilio constituido cuando en
realidad debía ser indicado como denunciado, su validez depende de la actitud
que adopte a quien iba dirigida. Si se notifica, puede plantearse como un
supuesto de nulidad relativa, toda vez que a pesar de la irregularidad, el acto
fue cumplido; si la comunicación directa no se obtiene, el afectado podrá
plantear el incidente de nulidad dentro del 5º día de tomar conocimiento
efectivo del vicio incurrido.
b) Juicio en que se practica. Se refiere a la indicación de la carátula del
expediente, tal como consta en el mismo, debiéndose agregar el número de
identificación.

c) Juzgado y secretaría en que tramita el juicio. Es un requisito


obligatorio en la primera comunicación, y de nulidades relativas en las
comunicaciones posteriores que lo omiten. Además, de acuerdo con la
reglamentación efectuada para la confección de cédulas en la justicia nacional
en lo civil, en el vértice superior izquierdo de la cédula se deben indicar las
iniciales atribuidas al juzgado y su correspondiente color. De suyo esto último
es inaplicable en las comunicaciones por acta notarial, carta documento o
telegramas.

d) Transcripción de la parte pertinente de la resolución. Este es un


recaudo soslayable cuando en la cédula o en los demás instrumentos posibles,
se acompaña copia de la resolución a informar. Además, el inciso 4º se refiere
a las sentencias interlocutorias y definitivas de las cuales sólo corresponde
transcribir la parte dispositiva (CNCiv., Sala E, 1996/04/12, La Ley, 1996-D, 833
(38.964-S).

e) Objeto claramente expresado. Cuando se trate de notificar otras


decisiones que no sean simplemente las que habilitan el tiempo de la
contradicción eventual, la cédula o el instrumento debe aclarar en su texto el
objeto para el cual se dirige.
El inciso 5º agrega que si se acompañan copias o documentos, ellos se
deben expresar precisamente; de modo tal que, a contrario sensu, si fuesen
indicados y no se acompañaren, la comunicación es nula.
Pero si fue Inadvertida en su momento la carencia de copias y
despachados los respectivos escritos, no resulta idónea la intimación
practicada casi cinco meses después, sin haberse notificado por cédula con
arreglo a la doctrina del art. 135 incs. 6º, 12 y 18 del Código Procesal.
(CNCom., Sala C, 1997/07/18, " Rodríguez, Juan C. c. Deutsche Bank A. G.",
La Ley, 1998-B, 876 (40.200-S)

3. Firma del letrado en lugar del secretario


El nuevo artículo 137 contiene en parte las disposiciones que contenían
los arts. 136 y 137 del código derogado. La última de estas disposiciones
obligaba la firma del secretario las cédulas que notificaran providencias sobre
medidas cautelares o entrega de bienes, y toda actuación donde no hubiere
letrado patrocinante.
Actualmente, con el agregado del Prosecretario, se mantiene esta
disposición a excepción que se concrete mediante notificación notarial, lo cual
es adecuado y procedente con la garantía que imparte la actuación del
escribano interviniente.
No obstante, si el letrado firma la cédula o el documento que debe
suscribir el secretario o el prosecretario, no hay vicio alguno, sino la
concurrencia de firmas en un mismo instrumento que tiende a cumplir una
finalidad estrictamente procesal.

Diligenciamiento

Art. 138. --Las cédulas se enviarán directamente a la oficina de notificaciones, dentro de


las veinticuatro horas, debiendo ser diligenciadas y devueltas en la forma y en los plazos
que disponga la reglamentación de superintendencia.
La demora en la agregación de las cédulas se considerará falta grave del prosecretario
administrativo.
Cuando la diligencia deba cumplirse fuera de la ciudad asiento del tribunal, una vez
selladas, se devolverán en el acto y previa constancia en el expediente, al letrado o
apoderado.

1. Obligaciones provenientes del diligenciamiento de cédulas


El sistema actual de notificaciones por cédula es burocrático e
ineficiente; se presta a situaciones de malicia procesal y propicia ritualismos
inútiles que en nada favorecen al principio de celeridad.
Las cédulas son confeccionadas por la parte, las que se entregan en el
juzgado para ser diligenciadas a través de la Oficina de Notificaciones (ver
Reglamento para la Organización y funcionamiento, en Fallos, 302:23). Se
anotan en un listado general y, dentro de las 24 hs., se envían a la
dependencia indicada para que se entregue al oficial notificador quien tiene el
deber de cumplirla.
El control que debe ejercer la secretaría sobre las cédulas es un medio
para prevenir nulidades, procurar una mayor economía en la tramitación de la
causa, y excluir el diligenciamiento de las cédulas, redactadas erróneamente.
De allí que el control formal de las mismas esté regulado expresamente en las
normas administrativas (CNCom., Sala A, 1994/06/22, "Divizia, Alfredo, M. c.
Banco de la Provincia de San Luis", La Ley, 1994-E, 54).
Cualquier demora en la remisión como en la agregación al expediente,
una vez devueltas, se considera falta grave del prosecretario administrativo. La
agregación de las cédulas diligenciadas deberá realizarse dentro de las 48 hs.,
siempre que el expediente se encontrare en el juzgado (art. 234 RJN Civil)
Si las cédulas se deben diligenciar fuera de la ciudad, una vez firmadas
se entregan al letrado responsable de su tramitación, la que se practicará en
los términos de la ley convenio 22.172.
Asimismo, razones de urgencia permiten la notificación en el día
mediante un mecanismo reglamentado por las Resoluciones de la Corte
Suprema números 361 y 469 ambas del año 1996.

Copias de contenido reservado

Art.139. -- En los juicios relativos al estado y capacidad de las personas, cuando deba
practicarse la notificación por cédula, las copias de los escritos de demanda,
reconvención y contestación de ambas, así como las de otros escritos cuyo contenido
pudiere afectar el decoro de quien ha de recibirlas, serán entregadas bajo sobre cerrado.
Igual requisito se observará respecto de las copias de los documentos agregados a
dichos escritos.
El sobre será cerrado por personal de la oficina, con constancia de su contenido, el que
deberá ajustarse, en cuanto al detalle preciso de copias, de escritos o documentos
acompañados, a lo dispuesto en el artículo 137.

1. Fundamentos
La posibilidad de diligenciar la cédula de notificación con personas
diferentes de sus destinatarios, determina la necesidad de preservar la
intimidad de las partes respecto al conflicto que entre ellas se suscita; por ello,
la cédula es el único documento que se puede recibir de manera directa, y la
documentación agregada en ella, como los escritos que se comuniquen,
deberán entregarse en sobre cerrado debidamente por los funcionarios de la
Oficina de Notificaciones.
Esta obligación de cierre se transfiere a esta oficina por la ley 25.488
que antes indicaba como responsabilidad del personal de la secretaría.
En los juicios de adopción (art. 10.g ,ley 19.134) esta disposición debe
ordenarse de oficio; en los demás casos de estado y capacidad de las
personas es un deber de la práctica que se puede extender a otras situaciones
a pedido de parte.

Entrega de la cédula o acta notarial al interesado.

Art. 140. -- Si la notificación se hiciere por cédula o acta notarial, el funcionario o


empleado encargado de practicarla dejará al interesado copia del instrumento haciendo
constar, con su firma, el día y la hora de la entrega. El original se agregará al expediente
con nota de lo actuado, lugar, día y hora de la diligencia, suscripta por el notificador y el
interesado, salvo que éste se negare o no pudiere firmar, de lo cual se dejará constancia.

1. Forma de notificar al interesado


La cédula o el acta notarial se constituyen en los medios más formales
de comunicación de los actos procesales. La ley 25.488 ha conservado la
expresión "funcionarios o empleados", cuando la realidad indica que un
Escribano no es ninguna de ambas cosas respecto al Poder Judicial de la
Nación. En los hechos es un colaborador de la justicia que se constituye en el
domicilio a notificar, con iguales formas de procedimiento que se indican para
el oficial notificador.
En las notificaciones, las formas tienen una finalidad precisa y si bien no
valen, ni son exigibles por sí mismas, constituyen una garantía de eficacia
(CNCiv., Sala H, 1997/04/21, "Cerini, Alicia Z. c. Sufra, José, suc.", La Ley,
1997-D, 504).

2. Situaciones
Es posible que al constituirse en el domicilio a notificar, citado el
interesado éste no se encuentre pero viva allí, se haya mudado, o fuere
desconocido.
a) Interesado presente. Si el requerido se encuentra presente podrá
recibir personalmente la cédula o el acta notarial y firmar una copia de la
misma. Si se niega a suscribirla, el notificador dejará cuenta de ello en el texto
a devolver al Juzgado.
b) Interesado ausente. Si la persona a notificar allí se domicilia pero está
ausente, se deja el documento de comunicación a un tercero que allí resida, el
que se ha de individualizar con su nombre, apellido y documento.
c) Domicilio constituido. Los supuestos anteriores están
predominantemente dispuestos para las notificaciones en domicilios
denunciados, pues de ser constituidos el procedimiento aplicable es el del art.
141. En este supuesto, se ha dicho que sólo procede la fijación de la cédula de
notificación en el domicilio constituido por la parte a la que se tiene que
notificar, cuando encontrándose ésta ausente de aquél, el oficial notificador no
pudiere entregarla a ninguna de las personas indicadas en el art. 141 (CNCiv.,
Sala I, 1991/06/11, La Ley, 1991-E, 360).

Entrega del instrumento a personas distintas.

Art1 141. -- Cuando el notificador no encontrare a la persona a quien va a notificar,


entregará el instrumento a otra persona de la casa, departamento u oficina, o al
encargado del edificio, y procederá en la forma dispuesta en el artículo anterior. Si no
pudiere entregarlo, lo fijará en la puerta de acceso correspondiente a esos lugares.

1. Notificación a personas distintas


La comunicación de los actos procesales a personas distintas es una
modalidad propia de nuestro sistema que solo dispone la comunicación directa
y personal para algunos actos del proceso (v.gr.: traslado de la demanda,
citación de terceros, emplazamiento en la preparación de la vía ejecutiva),
donde se exige la presencia del interesado.
De otro modo, no tratándose de domicilio constituido, la cédula o el acta
notarial concreta su finalidad con la persona que se encuentre en la casa,
departamento u oficina. Si el lugar fuera una propiedad horizontal, la diligencia
se cumple con el encargado del edificio.
Recuérdese que, a estos efectos, el codificador implementó el sistema
de domicilio (real, legal y especial) partiendo de presunciones, a fin de que las
notificaciones o actos que en su relación se practiquen, sean reputados válidos
y tengan plenitud legal, independientemente de que el requerido se encuentre
en el lugar al momento de practicarse la diligencia.

2. Constatación de ausencia
Cuando el acto debe concretarse con el interesado, exclusiva y
personalmente, el notificador debe intentar repetidamente su localización en el
lugar donde se le indica. En estos casos el reglamento de la oficina de
notificaciones le ordena labrar actas circunstanciadas de cada uno de los
intentos que realice para ubicar a quienes debe informar de los actos.
El acta contendrá los detalles de la información de los hechos ocurridos,
personas consultadas, otras que hayan intervenido en la diligencia, así como la
fecha, hora y lugar donde sucede.
Hay diferencias según el acto. Por ejemplo, en los procesos de desalojo
(arts. 683 y 684); insania (art. 626, inciso 3º) y en todo acto que se ordene la
notificación personal, el oficial de justicia o el escribano en el acta notarial,
deben procurar por todos los medios posibles, la localización de la persona. En
otros casos, como ocurre con el traslado de la demanda (art. 339), citación de
terceros (art. 94) o en la preparación de la vía ejecutiva (art. 526), basta con
identificar que allí vive la persona, y si esta ausente, dejar aviso de
concurrencia para el día siguiente, en cuyo caso de reiterar la ausencia, se
concreta el acto con cualquier persona de la casa o departamento, o con el
encargado del edificio si el inmueble estuviera en una propiedad horizontal.
La jurisprudencia dice que sólo cuando se trata de los supuestos
contenidos en los arts. 339, 497, 498, 94 y 526 del Código Procesal y no se
encontrare al interesado en el domicilio, la aplicación del art. 141 está
supeditada al requerimiento de que el notificador deje aviso a aquél para que
espere al día siguiente, oportunidad en la cual, si continúa la ausencia, deben
observarse las formas que dicho precepto establece (CNCiv., Sala C,
1995/11/09, "Herrera, Favio c. Rabinovich, Bernardo", La Ley, 1996-C, 133).
La posibilidad de notificar sin problemas se extiende aun más, en estos
casos, porque de no encontrar a persona alguna, se puede fijar en la puerta de
acceso a esos lugares, la cédula a notificar.
Ahora bien, para que estas diligencias se cumplan es preciso que cada
parte arbitre las medidas que estime necesarias para la recepción de
correspondencia o notificaciones judiciales, a fin de evitar cualquier tipo de
distorsión proveniente de su diligenciamiento, pero de ninguna manera esa
falta de cuidado u omisión puede revertirse sobre la actividad cumplida por el
oficial público.

3. La notificación con el encargado del edificio


Las modificaciones introducidas por la acordada 9/90 al reglamento de
organización y funcionamiento de notificaciones, respecto de la
individualización de la persona que recepta una cédula de notificación de
demanda, no se refieren exactamente a que el oficial precise el nombre y
apellido del receptor, sino que alude al carácter en virtud del cual esa persona
dice ser de la casa, por lo que si dicha circunstancia se encuentra acreditada
bajo la denominación "encargado", cabe concluir que la notificación fue recibida
por una persona que en el domicilio del destinatario actúa como dependiente,
presupuestos suficientes para dar plena eficacia a la comunicación procesal
pertinente.
Por ello, las notificaciones diligenciadas en la persona del encargado del
edificio son válidas, en principio, pero tal conclusión debe ser analizada con
estrictez cuando una de las partes involucradas en la contienda es el propio
consorcio respecto del cual el encargado es un dependiente, pues esta
circunstancia podría generar una convicción distinta (CNCiv., Sala B,
1995/11/14, "Consorcio Santa Fe 1714/18/22 c. Fitipaldi, Ricardo", La Ley,
1996-C, 492, con nota de Hernán Racciatti).
En tal sentido, se sostiene que es hábil la notificación diligenciada con el
encargado del edificio -o quien lo suplante- cuando el notificador no encuentra
a la persona a quien va dirigido tal acto de comunicación procesal. La
circunstancia de que aquel no haya entregado la cédula personalmente al
interesado, incumpliendo así sus obligaciones, resulta ajena al marco del
incidente de nulidad promovido, pues no afecta la validez de la notificación, sin
perjuicio de los reclamos que sobre el particular pueden realizarse por la vía y
forma correspondiente (CNCiv., Sala A, 1996/12/23, "Mary de Aranda, Marta S.
c. Estado nacional", La Ley, 1997-B, 795 (39.340-S)

Forma de la notificación personal

Art. 142. -- La notificación personal se practicará firmando el interesado en el expediente,


al pie de la diligencia extendida por el prosecretario administrativo o jefe de despacho.

1. Reforma de la ley 25.488


La reforma ha suprimido los párrafos segundo y tercero que se
reorganizan como art. 143.
La notificación personal que se recrea, tiene un criterio mas realista
sobre la forma de practicar una notificación personal, cuyo carácter es
habitualmente espontáneo y esencialmente voluntario.
Cuando exista una disposición procesal que deba ser notificada en los
términos del art. 135, la parte, el profesional o los autorizados para dicha
práctica, podrán firmar al pie de la nota que deberá extender en el expediente
el prosecretario administrativo, o con mayor frecuencia, el Jefe de despacho.

Notificación por examen del expediente.

Art. 143. -- En oportunidad de examinar el expediente, el litigante que actuare sin


representación o el profesional que interviniera en el proceso como apoderado, estarán
obligados a notificarse expresamente de las resoluciones mencionadas en el artículo
135.
Si no lo hicieran, previo requerimiento que les formulará el prosecretario administrativo
o jefe de despacho, o si el interesado no supiere o no pudiere firmar, valdrá como
notificación la atestación acerca de tales circunstancias y la firma de dicho empleado y
la del secretario.

1. Criterio rígido del precepto


La reforma ha mantenido la vigencia de estas disposiciones que son
práctica muerta en el ejercicio y desarrollo del procedimiento.
Se conserva el criterio policial de notificar compulsivamente a la parte o
sus letrados de las resoluciones que se deban comunicar por cédula o acta
notarial en oportunidad de analizar el expediente en la mesa de entradas de la
secretaría.
Es requisito para que ello suceda, el requerimiento previo del
prosecretario administrativo o jefe de despacho, y en su caso, el informe que
estos dejen en el expediente como constancia de haberlo formulado.

Régimen de la notificación por telegrama o carta documentada

Art. 144. -- Cuando se notifique mediante telegrama o carta documento certificada con
aviso de recepción, la fecha de notificación será la de la constancia de la entrega al
destinatario.
Quien suscriba la notificación deberá agregar a las actuaciones copia de la pieza
impuesta y la constancia de entrega.
1. Supresión del régimen anterior (art. 143)
La ley 25.488 actualiza el mecanismo facilitador de las notificaciones por
carta documento o carta certificada, indicando cuál es la fecha a considerar y
los requisitos impuestos para acreditar la diligencia.

Notificación por edictos

Art. 145. -- Además de los casos determinados por este Código, procederá la notificación
por edictos cuando se tratare de personas inciertas o cuyo domicilio se ignore. En este
último caso, la parte deberá manifestar bajo juramento que ha realizado sin éxito las
gestiones tendientes a conocer el domicilio de la persona a quien se deba notificar.
Si resultare falsa la afirmación de la parte que dijo ignorar el domicilio, o que pudo
conocerlo empleando la debida diligencia, se anulará a su costa todo lo actuado con
posterioridad, y será condenada a pagar una multa de PESOS CINCUENTA ($ 50) a
PESOS QUINCE MIL ($ 15.000).

1. La inseguridad en la notificación edictal


La teoría de la recepción ha comprendido la garantía de justicia que
proviene de la correcta notificación de las partes, como medio de asegurar su
derecho de defensa, pues resulta claro que, cualquier omisión en los preceptos
legales pueden prestarse al abuso y en tal caso, es elemental evitarlo.
Un caso particularizado de estos posibles ejercicios abusivos de los
preceptos disponibles acontece con la notificación edictal.
En efecto, el código procesal autoriza por el art. 145 a notificar por dicho
medio a personas inciertas o con domicilio ignorado, a cuyo fin la parte deberá
manifestar bajo juramento, que ha realizado sin éxito las gestiones tendientes a
conocer el lugar donde debe cumplir el acto de comunicación.
Esta circunstancia pone en claro un deber de moralidad o conducta leal
en el proceso. Dicho juramento ha de ser prestado sin vulnerar los principios de
lealtad, probidad y buena fé, pues ante la evidencia de un obrar contrario, el
mismo ordenamiento castiga la incorrección del denunciante multando con un
importe en dinero.

2. Casos de posible desconocimiento y sanción consecuente.


Sin embargo, es posible confrontar algunas situaciones donde abogado
y cliente procuran conocer el domicilio sin llegar a concretar su objetivo de
modo tal que la única posibilidad de prosecución queda en la notificación por
edictos.
Cuando se trata de comunicar la demanda, es imperioso acentuar el
deber de investigación al tratarse, justamente, de un acto de trascendental
importancia para el proceso, toda vez que guarda estrecha vinculación con la
garantía constitucional de la defensa en juicio.
Enfrentados entonces a contingencias de praxis, resta observar que
curso puede (o debe) seguir el juez.
Una primera respuesta es dejar que la parte notificada por edictos
propicie nulificar los actos secuenciales demostrando con actos y pruebas
concretas que el actor procedió con deslealtad, o por lo menos, sin llegar a
cubrir las debidas exigencias de búsqueda que el código pretende. En tal caso,
el agotamiento previo de los recursos posibles para conocer un paradero son la
contraprueba precisa para contener el ataque de nulidad. Mientras que para el
nulidicente la carga probatoria radica en elementos de variable posible cuya
ponderación puede completarse en el curso de presunciones e indicios.
Una segunda alternativa consiste en acentuar el rol conductivo del juez
en el proceso, en cuyo caso, el art. 34 inciso 5º apartado b) le indica como
deber señalar, antes de dar trámite a cualquier petición, los defectos u
omisiones de que adolezca, ordenando que se subsanen dentro del plazo que
fije, y disponer de oficio toda diligencia que fuere necesaria para evitar o sanear
nulidades.
En ambos casos, la nulidad deducida tendrá que analizarse bajo el
marco de las disposiciones emergentes del capítulo X (arts. 169 y ss.) del
Código Procesal (cfr. art. 149), lo que importa atender, en suma, el correcto
desenvolvimiento de la administración de justicia.
La Corte ha dicho que, si el código de rito autoriza la modalidad de la
notificación por los edictos con el sólo juramento de la parte, es en la
convicción de que se ha de actuar con la rectitud y buena fe que debe presidir
el ejercicio de las acciones ante los órganos judiciales, especialmente cuando
se trata de la citación del demandado. Ello así, si de las actuaciones surge que
los actores conocieron el sucesorio del titular del inmueble que pretenden
adquirir por usucapión, pues basta para ello apreciar correctamente la prueba
aportada a la causa al respecto- juicio sucesorio- cabe concluir que lo
manifiesto por ellos al inicio de estas actuaciones, esto es: desconocimiento del
domicilio actual del titular del dominio contra quien dirigían la acción fue falsa,
correspondiendo hacer lugar al planteo del incidentista en cuanto pretende la
nulidad de todo lo actuado, al haberse notificado la demanda por edictos (CS,
1993/03/23, "Schneider, Guillermo Kurt Carlos y otros c. Schneider, Friedrich
Wiilhelm", en Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Respuestas Procesales, tomo 2, cit.,
pág, 167)

3. Persona de existencia incierta o con domicilio ignorado


Hay dos tipos de personas inciertas en las modalidades de notificación
edictal que permite el código. La primera se vincula con aquéllos que son
desconocidos porque no se sabe de su existencia (v.gr.: demanda contra quien
resulte propietario, sucesor, o con derechos habidos en los procesos de
usucapión); y los restantes se refieren a quienes se conoce, pero respecto de
los cuales se ignora el domicilio actual.
En uno y otro caso, cumplida la notificación, se debe dar intervención al
Defensor de ausentes.
Por tanto, la declaración de rebeldía no es procedente si el demandado
es incierto, pues en dicho supuesto procede la citación por edictos con arreglo
a lo preceptuado en el art. 343 del Código Procesal (CNCiv., Sala F,
1996/02/15, "Vera Sánchez, Fernando y otro c. Ristori de Fishburne, Lydia E.,
sucs. y otro", La Ley, 1997-D, 45).

4. Multa
La notificación edictal es una ficción necesaria para la ley, que en la
mayoría de los casos, para lo único que sirve, es para cubrir el requisito legal
del derecho de audiencia que tiene el demandado.
Por eso, como su suerte está habitualmente sabida (inútil), se supedita a
que no resulte falsa la afirmación de la parte que dijo no conocer, o ignorar el
domicilio de quien pretende traer al proceso.
En los hechos, el código no establece la cesación de los efectos de las
notificaciones que se efectivicen por esta vía, sino sólo la nulidad de lo actuado
si se acredita con posterioridad la falsedad de la afirmación de la parte que dijo
ignorar el domicilio o que pudo conocerlo empleando la debida diligencia
(CNCiv., Sala E, 1995/10/31, "Contreras Ortiz, Néstor O. c. Scala, Francisco y
otros", La Ley, 1996-C, 777).
Si esas afirmaciones resultan falsas, y ello se comprueba por
presunciones o por la simple constatación de lo declarado respecto a la
localización de paradero, o verificación de la existencia de la persona a
interesar, el Juez impondrá una multa variable a la entidad de la actitud
culpable o negligente que la parte haya asumido. Además, se anulará a su
costa todo lo actuado desde la publicación de edictos.
Recordemos que la modificación efectuada por la ley 22.434 al art. 145,
en cuanto impone al litigante como único requisito para la procedencia de la
notificación por edictos y, consecuentemente, para la prosecución del trámite
de las actuaciones según su estado, que quien la requiera preste juramento en
los términos que la norma establece, tiende a evitar las dilaciones innecesarias
que provocaría la producción de prueba sobre el paradero de la contraparte.
(CNCiv., Sala G, 1995/04/10, "Cabrera, Ramón c. Carro, Carlos", La Ley, 1995-
D, 56. - DJ, 1995-2-800).

Publicación de los edictos

Art. 146. -- En los supuestos previstos por el artículo anterior la publicación de los
edictos se hará en el Boletín Oficial y en un diario de los de mayor circulación del lugar
del último domicilio del citado, si fuera conocido o, en su defecto, del lugar del juicio, y
se acreditará mediante la agregación al expediente de un ejemplar de aquéllos. A falta de
diario en los lugares precedentemente mencionados, la publicación se hará en la
localidad más próxima que los tuviera, y el edicto se fijará, además, en la tablilla del
juzgado y en los sitios que aseguraren su mayor difusión.
Salvo en el proceso sucesorio, cuando los gastos que demandare la publicación fueren
desproporcionados con la cuantía del juicio, se prescindirá de los edictos; la notificación
se practicará en la tablilla del juzgado.

1. Publicaciones
En los casos que procede la notificación por edictos, siempre se ha de
practicar en: a) Boletín Oficial y, b) Diario local de mayor circulación en el
domicilio del citado.
Cuando la publicación sucede solo en uno de esos medios, corresponde
declarar la nulidad de las actuaciones procesales cumplidas con posterioridad a
la notificación por edictos. Ello así porque la notificación se considera inoficiosa
pues contiene un vicio grave e irreparable consistente en la omisión de su
publicación en un diario local, o en el boletín oficial que presumen sin admitir
prueba en contrario, realizar la efectiva comunicación al ausente o con
domicilio ignoto.
El error no se puede suplir con la publicación en un solo diario, ni se
convalidan las actuaciones posteriores, al faltar el requisito imprescindible del
emplazamiento a estar a derecho, aun cuando ello se realice a través de un
medio de dudosa comunicación efectiva.
La curiosidad de la norma está en que los "diarios de mayor circulación"
no son los que debieran ser por su conocimiento público y distribución masiva,
sino que, además de ellos, están los denominados diarios judiciales cuya única
finalidad es la publicación de edictos. De este modo, a la inseguridad propia del
sistema de notificación edictal, se agrega este capricho procesal que no tiene
en cuenta la posibilidad segura acerca de que nadie lea la comunicación que
se transmite. Es decir, es un sofisma, un simple juego de ficciones, donde
anida entre otros problemas, el costo de publicación de edictos en los diarios
de efectiva mayor circulación nacional.

2. Prescindencia de edictos
Por eso, el párrafo final del artículo prescinde de publicar edictos, a
excepción que se trate de procesos sucesorios, cuando los gastos que irrogue
la publicación sean desproporcionados con la cuantía o monto del proceso.
Sin embargo, debe tenerse en cuenta que para notificar el traslado de la
demanda, el criterio a emplear a los efectos de no publicar edictos, debe ser
restrictivo, por encontrarse involucrada la garantía constitucional de la defensa
en juicio.
De este modo, si en la demanda se reclama el cumplimiento del contrato
y cobro de la suma adeudada, los gastos derivados por la publicación de
edictos no se consideran desproporcionados cuando se analizan en relación
con el monto actualizado que se pretende.
Por tanto, se dice que es insuficiente para resguardar debidamente el
derecho de defensa en juicio, limitar la publicación de edictos al Boletín Oficial
y a la fijación en la tablilla del juzgado, pues las probabilidades de que el
demandado tome conocimiento de la demanda son notoriamente mayores si la
citación se realiza mediante la publicación en un diario como el establecido que
es uno de los de mayor circulación en el país (CNCiv., Sala C, 1982/09/14,
"Sallitierras, S. R. L. c. Lourenco", ED, 101-747).
Si bien doctrinariamente se ha sostenido en materia sucesoria la
conveniencia de proceder a la publicación de edictos en todos los casos, lo
cierto es que la ley no lo establece en los supuestos de sucesión testamentaria,
aclarando el art. 699 del Código Procesal que la citación corresponde cuando
el causante no hubiere testado o el testamento no contuviere institución de
heredero (CNCiv., Sala K, 1992/06/29, "De Cristoforo, Catalina, suc.", La Ley,
1993-A, 186).

Formas de los edictos

Art. 147. -- Los edictos contendrán, en forma sintética, las mismas enunciaciones de las
cédulas, con transcripción sumaria de la resolución.
El número de publicaciones será el que en cada caso determine este Código.
La resolución se tendrá por notificada al día siguiente de la última publicación.
La Corte Suprema podrá disponer la adopción de textos uniformes para la redacción de
los edictos.
El Poder Ejecutivo podrá establecer que, en el Boletín Oficial, los edictos a los que
corresponda un mismo texto se publiquen en extracto, agrupados por juzgados y
secretarías, encabezados por una fórmula común.

1. Texto del edicto


La Corte ha reglamentado con fecha 22 de diciembre de 1960 un texto
uniforme para los contenidos de los edictos (La Ley, 101-339).
En líneas generales, y dada la función que vienen a cumplir, la
información a brindar es similar al contenido de las cédulas, aunque se exprese
con esfuerzo de síntesis pero dejando claramente indicado cuál es el objeto de
la publicación.
El texto habitual es "Juzgado en lo ........(fuero) nº....secretaría nº...., cita
por el plazo de ....días a ....para comparecer en el juicio....bajo apercibimiento
de dar intervención al Defensor oficial. Publíquese por .... días. Firmado....".

2. Cómputo del plazo


La notificación se tiene por cumplida a partir del día siguiente hábil al de
la última publicación.
El plazo, entonces, se cuenta desde la última fecha y se extiende por el
tiempo acordado como si fuera un emplazamiento por cédula.
Se presume "iuris et de iure" el conocimiento del inicio del proceso
colectivo a partir del día siguiente a la última publicación de edictos (CNCom.,
Sala A, 1995/06/09, "Telecal S. A. s/quiebra", La Ley, 1995-D, 447).

Notificaciones por radiodifusión o televisión.

Art. 148. -- En todos los casos en que este Código autoriza la publicación de edictos, a
pedido del interesado, el juez podrá ordenar que aquéllos se anuncien por radiodifusión
o televisión.
Las transmisiones se harán en el modo y por el medio que determine la reglamentación
de la superintendencia. La diligencia se acreditará agregando al expediente certificación
emanada de la empresa radiodifusora o de televisión, en la que constará el texto del
anuncio, que deberá ser el mismo que el de los edictos, y los días y horas en que se
difundió. La resolución se tendrá por notificada al día siguiente de la última transmisión
radiofónica o televisiva.
Respecto de los gastos que irrogare esta forma de notificación, regirá lo dispuesto en el
anteúltimo párrafo del artículo 136.

1. Finalidad de la notificación
Esta es una modalidad muy poco usual, por su costo y por burocracia
inserta en su trámite de autorización.
De practicarse, se guía en sus modalidades de información al régimen
de la notificación por edictos; de manera que se tiene por cumplida al día
siguiente de la última difusión.
El número de veces debe coincidir con el de publicaciones que el código
haya previsto para los edictos. Mientras que los gastos incurridos integrarán la
condena en costas.

Nulidad de la notificación.

Art. 149. -- Será nula la notificación que se hiciere en contravención a lo dispuesto en los
artículos anteriores siempre que la irregularidad fuere grave e impidiere al interesado
cumplir oportunamente los actos procesales vinculados a la resolución que se notifica.
Cuando del expediente resultare que la parte ha tenido conocimiento de la resolución, la
notificación surtirá sus efectos desde entonces.
El pedido de nulidad tramitará por incidente, aplicándose la norma de los artículos 172 y
173. El funcionario o empleado que hubiese practicado la notificación declarada nula,
incurrirá en falta grave cuando la irregularidad le sea imputable.

1. Principios generales
La finalidad a que tienden los requisitos de los actos procesales no es
otra que la de proteger el adecuado ejercicio del derecho de defensa, por lo
cual no hay nulidad de forma si la desviación no coarta las garantías esenciales
de su ejercicio.
En este sentido, la nulidad de la notificación practicada en cualquiera de
las formas que el código autoriza, se rige por los principios generales de las
nulidades procesales, de modo tal que si la finalidad del acto se cumple, y no
hay perjuicios evidentes, no existirá estado de indefensión y, en consecuencia,
no corresponderá admitir nulidad alguna.
Por tanto, el régimen a exigir será a grandes rasgos el siguiente:
a) contravención de las formas indicadas en la notificación;
b) perjuicio sufrido;
c) que quien alegue la nulidad no haya sido quien con sus actos lo
hubiera provocado;
d) que se interponga dentro del plazo de cinco días de conocido el vicio
que se denuncia; y en consecuencia,
e) que no se haya consentido el vicio citado.
f) Que se alegue el interés que se pretende subsanar con la nulidad,
g) que fundamente las defensas que se ha visto impedido de oponer,
En síntesis, la nulidad argüida deberá demostrar que es grave y
trascendente como para afectar el derecho de defensa en juicio, y obligar así a
retrotraer las actuaciones al momento donde se provoca el agravio.
Cabe agregar que las notificaciones no pueden ser impugnadas
mediante un mero pedido de suspensión de plazos, pues los actos procesales
sólo pueden ser cuestionados por la vía del incidente de nulidad (art. 169 y
sigtes.) o de los recursos que el mismo cuerpo legal autoriza (CNCiv., Sala G,
1996/12/27, "Cernello, César A. c. Piñeiro, Nicolás O.", La Ley, 1997-C, 945
(39.446-S)

2. Condiciones
En algunos casos, tratándose de la impetración de la nulidad de la
notificación de la demanda, no es necesario acreditar la ocurrencia de perjuicio,
pues éste surge evidente desde que la notificación irregular impidió la
contestación de la misma en término (CNCiv., Sala B, 1996/11/08, "Garnica,
Alberto c. Sikor S. A. y otro", La Ley, 1998-D, 861 (40.584-S).
Por eso, la mención expresa y precisa de las defensas que se vio
privado de oponer quien solicita la declaración de una nulidad procesal debe
apreciarse con menor rigor cuando el acto tachado de nulidad es la notificación
del traslado de la demanda, por la eventual violación de la garantía
constitucional de defensa en juicio que su defectuoso cumplimiento podría traer
aparejada al interesado que no tuvo efectivo conocimiento de la demanda
promovida en su contra (CNCiv., Sala A, 1996/12/23, "Mary de Aranda, Marta
S. c. Estado nacional", La Ley, 1997-B, 795 (39.340-S).
Por ejemplo, no sería viable la nulidad y será hábil la notificación
diligenciada con el encargado del edificio -o quien lo suplante- cuando el
notificador no encuentra a la persona a quien va dirigido tal acto de
comunicación procesal. La circunstancia de que aquel no haya entregado la
cédula personalmente al interesado, incumpliendo así sus obligaciones, resulta
ajena al marco del incidente de nulidad promovido, pues no afecta la validez de
la notificación, sin perjuicio de los reclamos que sobre el particular pueden
realizarse por la vía y forma correspondiente (mismo fallo anterior).
En cambio, es procedente la solicitud de declaración de nulidad de la
notificación del traslado de la demanda fundada en que la cédula no ha sido
diligenciada en el domicilio real del demandado, si se encuentra acreditado que
éste denunció su cambio de domicilio ante el Registro de las Personas. En tal
caso, el perjuicio sufrido surge evidente, sin necesidad de mayores
indagaciones, ante la imposibilidad del demandado de ejercer su derecho de
defensa (CNCiv., Sala A, 1996/05/23, "Ramírez Ramos, Feliciano c. Castellarín
de Diz, Rosana A.", La Ley, 1996-E, 11 - DJ, 1996-2-1132)
Claro está que, no habiéndose redargüido de falsedad la constancia del
oficial notificador en torno a la existencia de copias pertinentes con la
notificación de la demanda, queda sin sustento la alegación de su inexistencia
y, por lo tanto, la de vicio formal alguno que pueda tornar procedente la nulidad
de la notificación (CNCiv., Sala A, 1996/05/13, "Oricchio, Carlos E. c. Bruno,
Zulema E.", La Ley, 1998-D, 867 (40.608-S).
Pero resulta improcedente la nulidad de notificación, si la
indeterminación del verdadero domicilio de la sociedad demandada condujo a
crear una situación de incertidumbre jurídica frente a terceros, que, en función
del incumplimiento del deber legal, obliga al intérprete a analizar su conducta a
la luz de lo dispuesto por el art. 171 del rito, en tanto con su proceder omisivo
dio lugar al planteamiento de la nulidad que sostiene, comportando esto último
la invocación de su propia torpeza (CNCiv., Sala A, 1992/11/10, "Di Filippo,
Laura N. c. Trisol S. A.", La Ley, 1993-B, 131).
Hay supuestos donde se indica que la deficiencia referente a la
notificación por edictos, no es subsanable sobre la base de que el planteo de
nulidad debió formularse por el defensor oficial, toda vez que, supuesta la
existencia de un vicio en la notificación, su invalidez arrastra la de aquéllos
actos que son su consecuencia por lo que no resultarían oponibles al apelante
los actos efectuados por quien carecía de título válido para ejercer su
representación (CS, 1986/08/28, "Municipalidad de la Capital c. Coudum,
Pablo", La Ley, 1987-D, 625 (37.682-S), - ED, 120- 594).
3. Casos
La formalidad de dejar el aviso contemplado por el art. 339 del Código
Procesal procura que el interesado tome noticia cierta y personal de la
demanda. Su omisión configura por sí sola causal suficiente de nulidad de la
notificación en tanto constituye un presupuesto de especial trascendencia en el
que se encuentra en juego la garantía constitucional de defensa en juicio por
ser la notificación del traslado de la demanda la más importante de cuantas se
practican en el proceso (CNCiv., Sala A, 1992/11/19, "B., A. M. c. M., H. G.", La
Ley, 1993-D, 537, J. Agrup., caso 9254.).
También se afirma que, de acuerdo con lo dispuesto por el art. 145 del
Código, el solo hecho de no haber empleado el actor la debida diligencia para
averiguar el domicilio de su contraria, era suficiente para que se le impusiera
una multa y se decretara la nulidad de todo lo actuado. Ello es así porque si el
ritual autoriza la notificación por edictos con el solo juramento de la parte, es la
convicción de que se ha de actuar con la buena fe que debe presidir las
relaciones jurídicas, sobremanera cuando es el derecho de defensa el que está
en juego; de ahí la sanción que cabe para quien viola esa directiva. (CNCiv.,
Sala A, 1983/05/03, "B. P. c. V. de B., S.", La Ley, 1983-D, 212 - ED, 104-662).
La Corte ha dicho que, la notificación de la demanda a una empresa
domiciliada en un país extranjero debe llevarse a cabo de conformidad con las
normas de derecho internacional aplicables -en el caso, el Tratado de Derecho
Procesal Internacional de Montevideo de 1889- pero la solicitud de nulidad de
la notificación debe sujetarse no ya a las normas de derecho internacional
relativas a las notificaciones, sino a la ley procesal argentina (CS, 1996/07/11,
"Calvo Gainza c. Corporación de Desarrollo de Tarija", La Ley, 1997-B, 305 -
DJ, 1997-2-19).
La aplicación mecánica de un principio procesal fuera del ámbito que le
es propio configura un ciego ritualismo incompatible con el debido proceso. Ello
sucede si se rechaza la solicitud de nulidad de la notificación de la demanda
audiencia de conciliación con fundamento en que no se expresaron las
defensas que no pudieron oponerse, pues de tal modo se omite considerar que
la demandada se vio razonablemente impedida de expresarlas, dado que
ignoraba el contenido de la demanda (CS, 1997/08/20, "Esquivel, Mabel A. c.
Santaya, Ilda", La Ley, 1997-E, 849).

CAPITULO VII -- Vistas y traslados

Plazo y carácter

Art. 150. -- El plazo para contestar vistas y traslados, salvo disposición en contrario de la
ley, será de cinco días. Todo traslado se considerará decretado en calidad de autos,
debiendo el juez o tribunal dictar resolución sin más trámite.
La falta de contestación del traslado no importa consentimiento a las pretensiones de la
contraria.

1. Significado de las expresiones vistas y traslados


El Diccionario de la Real Academia española (21ª ed., Madrid, pág.
1428) explica que, vista es la actuación que se relaciona con el pedido que
efectúa el tribunal a las partes, para que puedan ser oídos antes de dictar un
fallo.
Mientras que traslado es la comunicación que se da alguna de las partes
que litigan, sobre las pretensiones o alegatos de otra u otras.
A veces se aplica el término traslado de autos, que según Cabanillas
quiere decir el paso de las actuaciones judiciales a una de las partes para que
dentro del plazo legal o fijado, tome conocimiento de alguna petición o alegato
de la otra, a fin de expresar lo que a su derecho convenga o adoptar la actitud
procesal conducente (Diccionario enciclopédico de derecho usual, tomo VIII,
editorial Heliasta, Buenos Aires, 1981, pág. 183).
Desde nuestra óptica, siguiendo el usu forense tradicional, la vista es el
pase a otra oficina judicial o la comunicación ministerio legis, que se efectúa en
el expediente para que el funcionario, o las partes, respectivamente, se
informen y pronuncien respecto del acto procesal que se da a conocer.
En cambio el traslado supone la carga de expedirse, porque responde a
los principios de bilateralidad y contradicción.
La incontestación de un traslado no conlleva ni un consentimiento
implícito por parte del destinatario del mismo, ni la pérdida de la chance de éste
de apelar la resolución respectiva que le resulta adversa. La única
consecuencia disvaliosa del silencio observado por el recipiendario de un
traslado, radica en que el tribunal decidirá la cuestión sin haber oído
previamente su parecer y su argumentación (si es que la tiene) (Cfr. Peyrano,
Jorge Walter - Chiappini, Julio, Tácticas en el proceso civil, tomo I, editorial
Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 1983, pág. 43; también, Chiappini, Julio, Actos
Procesales, editorial Fas, Rosario, 1998, pág. 189).

2. Plazo general. Calidad de autos


La importancia de esta norma está en el establecimiento de la regla
general que rige en el proceso civil, de establecer cinco (5) días como plazo
general para contestar vistas o traslados que no tengan dispuesto un tiempo
particular.
Por su parte, cuando el código refiere a que toda vista o traslado se
considera decretado en calidad de autos, supone que transcurrido el plazo de
cinco días estará en condiciones de resolver.
En este aspecto, se dice que la providencia que pone los autos a
despacho ante el pedido de resolución formulado por las partes está prohibida
por el régimen procesal, pues el art. 150 del Código Procesal establece que el
juez o tribunal debe dictar resolución sin más trámite, ya que todo traslado o
vista se considera decretado en calidad de autos (CNCom., Sala D,1995/03/21,
"Indar de Vasapollo, Mónica c. Sancor Cía. de seguros", La Ley, 1996-A, 47,
con nota de Eduardo Sirkin).

Juicios de divorcio y de nulidad de matrimonio

Art. 151. -- En los juicios de divorcio y de nulidad de matrimonio sólo se dará vista a los
representantes del ministerio público en los siguientes casos:
1. Luego de contestada la demanda o la reconvención.
2. Una vez vencido el plazo de presentación de los alegatos.
3. Cuando se planteare alguna cuestión vinculada a la representación que ejercen. En
este caso, la vista será conferida por resolución fundada del juez.

1. Objeto de la norma
La vista (es decir, poner en conocimiento) al representante del Ministerio
Público en los juicios de divorcio o nulidad de matrimonio está acotada a los
tres supuestos que se indican; lo que no quiere significar que se acote a ellos la
secuencia de comunicación de actos procesales, porque si el funcionario actúa
en el proceso en calidad de parte, le coresponderá ser notificado en su
despacho de todas las actuaciones (art. 136) que correspondieren darse a
conocer por cédula.

CAPITULO VIII -- El tiempo de los actos procesales

SECCION 1ª -- Tiempo hábil

Días y horas hábiles

Art. 152. -- Las actuaciones y diligencias judiciales se practicarán en días y horas


hábiles, bajo pena de nulidad.
Son días hábiles todos los del año, con excepción de los que determine el Reglamento
para la Justicia Nacional.
Son horas hábiles las comprendidas dentro del horario establecido por la Corte Suprema
para el funcionamiento de los tribunales; pero respecto de las diligencias que los jueces,
funcionarios o empleados deben practicar fuera de la oficina, son horas hábiles las que
median entre las siete y las veinte.
Para la celebración de audiencias de prueba, las cámaras de apelaciones podrán
declarar horas hábiles, con respecto a juzgados bajo su dependencia y cuando las
circunstancias lo exigieren, las que median entre las siete y las diecisiete o entre las
nueve y las diecinueve, según rija el horario matutino o vespertino.
1. Tiempo de los actos procesales
El tiempo tiene una gran importancia para las actuaciones procesales,
porque los determina en su eficacia para ser generadores de consecuencias
jurídicas.
La actividad se puede referir al período de tiempo dentro del cual pueden
ejecutarse actos eficaces; o bien especificar el lapso destinado para su
cumplimiento. En el primer caso, hablamos de la generalidad del tiempo y
particularmente de las que son horas y días hábiles para ejecutar actuaciones y
diligencias; en el segundo, la relación es con el plazo previsto para celebrar el
acto, fundado en el principio de preclusión y asentado en otras normas de
contenido sustancial (v.gr.: caducidad o prescripción de las acciones).

2. Días y horas hábiles


Son días hábiles todos los del año, excluidos, sábados, domingos,
feriados, y los que la Corte Suprema de Justicia de la Nación, o los Tribunales
Superiores locales determinen como inhábiles.
En la esfera del Poder Judicial no son hábiles los días sábados y
domingos, por lo que la orden del juez de cumplimentar una actuación procesal
en horas debe considerar la habilidad de los días subsiguientes a la hora de
comienzo.
En general pueden observarse en estos tiempos una duración diferente
que obedece a circunstancias de registro diverso. Los sábados y domingos son
recesos normales que corresponden al descanso hebdomanario; los feriados,
dependen de la fiesta que se conmemore, pudiendo ser religiosas o civiles a
cuyo fin la inhabilidad del tiempo sigue lo ordenado por la legislación
administrativa.
El art. 3º del Reglamento para la Justicia Nacional establece que el
asueto no inhabilita el día ni alcanza a los magistrados, funcionarios y
empleados indispensables a fin de cubrir las guardias necesarias para la
atención del público y el cumplimiento de las diligencias dispuestas para esa
fecha. Por lo tanto, el asueto no inhabilita el día el cual continúa corriendo con
la única limitación del personal encargado de recepcionar y diligenciar cada
uno de los actos predispuestos.
La inhabilidad del día produce dos efectos; 1º) Se descuenta en el
cómputo de los plazos procesales, con excepción de los señalados para que se
opere la caducidad de la instancia (art. 311); 2º) Durante su transcurso no
puede realizarse ningún acto procesal eficaz, salvo en el supuesto de mediar
habilitación expresa (art. 153, CPC y 4º del RJN)" (Cfr. Palacio, Lino E.,
Derecho Procesal Civil, tomo IV, cit., pág. 61).
Son horas hábiles las comprendidas dentro del horario establecido para
la atención de los tribunales, pero respecto de las diligencias que los jueces,
funcionarios o empleados deben practicar fuera de la oficina son horas hábiles
las que median entre las siete y las veinte (art. 152, párrafo tercero).
Se ha mantenido en el artículo en comentario una diferenciación en la
práctica inexistente entre horario matutino y vespertino, de manera que la
habilitación de horas conforme esta distinción es absolutamente
intrascendente.
De acuerdo a la actuación suscitada las horas son hábiles en las 24 hs.
de su duración o recortadas a límites diferentes (por ejemplo: La Ley de
Enjuiciamiento Civil Española, anterior a su reforma del año 2000, decía en el
art. 258 que "se entiende por horas hábiles las que median desde la salida a la
puesta del sol").

3. Imposibilidad de cumplir actos procesales en horas inhábiles


En sentido contrario al que la norma establece, no se pueden cumplir
actos procesales cuando el tribunal no está habilitado para recibirlos ni
gestionarlos, por no ser horas hábiles o de funcionamientop normal de los
tribunales.
En este aspecto, el Reglamento de la Justicia Nacional establece que los
juzgados no funcionarán durante el mes de enero, la feria de julio (con la
corrección efectuada en torno a permitir su extensión a los primeros días de
agiosto), la semana Santa, los días domingo, los que por disposición del
Congreso o del Poder Ejecutivo no sean laborables y los que la Corte Suprema
declare feriados judiciales. Los tribunales nacionales del interior del país
tampoco funcionarán los días señalados no laborables por los respectivos
gobiernos. Todos los demás días del año son hábiles.
Ahora bien, puede ocurrir que por razones de organización, urgencia o
cualquier otra medida que se deba adoptar, se puede declarar feriado, asueto o
inhábil un día cualquiera, en cuyo caso la importancia que tiene está en la
suspensión que significa para el cómputo de los plazos procesales, a
excepción de la caducidad de la instancia.

Habilitación expresa

Art. 153. -- A petición de parte o de oficio, los jueces y tribunales deberán habilitar días y
horas, cuando no fuere posible señalar las audiencias dentro del plazo establecido por
este Código, o se tratase de diligencias urgentes cuya demora pudiera tornarlas
ineficaces u originar perjuicios evidentes a las partes. De la resolución sólo podrá
recurrirse por reposición, siempre que aquélla fuera denegatoria.
Incurrirá en falta grave el juez que, reiteradamente, no adoptare las medidas necesarias
para señalar las audiencias dentro del plazo legal.
1. Habilitación de días y horas inhábiles
Cuando las circunstancias lo ameriten, el Juez puede resolver ampliar el
cumplimiento de los actos procesales a días y horas inhábiles. Se trata ahora
de un pronunciamiento expreso de habilitación, a diferencia de la continuación
tácita que se analiza en el art. 154.
Esto procede a petición de parte, la que debe solicitar fundadamente
porque lo solicita; o de oficio, en las características que el artículo establece.

2. Procedimiento
Para el cómputo de los plazos procesales y el cumplimiento de cierto
tipo de notificaciones -como la notarial, postal o telegráfica- son útiles todas las
horas de los días hábiles.
Si se trata de actuaciones que deban cumplirse en las dependencias del
Juzgado, la habilidad se restringe al horario de atención, con excepción de las
audiencias de prueba que pueden extenderse hasta su finalización.
Además de esta habilitación tácita del tiempo inhábil, las citadas razones
de urgencia debidamente fundadas autorizan a solicitar la inhabilitación
expresa de días y horas inhábiles.
La habilitación es una medida excepcional que solo procede para no
tomar ilusorio el cumplimiento de una providencia judicial, o para evitar
consecuencias desfavorables al derecho de las partes. No obstante, no
produce efectos jurídicos en el sentido de causar agravio su determinación, por
cuanto no modifica por sí el derecho de los implicados y solo autoriza la
prosecución del tiempo para instaurar pretensiones y practicar diligencias.
Las razones de urgencia que determinan la habilitación de un feriado,
por ejemplo, son solamente aquellas que entrañan para los litigantes un riesgo
cierto e inminente de ver frustrados los derechos para cuya tutela se requiere la
protección jurisdiccional; por eso es excepcional y sujeta a efectiva
comprobación de las razones.
Estando en feria judicial, la habilitación la otorgan los tribunales
designados al efecto que han quedado "de turno", en tanto que, durante la
habitualidad laboral, la competencia coincide con la del órgano que lleva la
causa.
La habilitación puede disponerse de oficio o a pedido de parte, siendo
obligación del Juez asegurar las medidas necesarias para señalar las
audiencias dentro del plazo legal, bajo pena de incurrir en falta grave (art. 153,
párrafo final).
La medida es irrecurrible cuando se dispone, pero si resulta denegada
tolera el recurso de reposición.

3. Feria judicial
Para que proceda la habilitación del feriado judicial deben concurrir los
supuestos de excepción contemplados en el art. 153 del Código Procesal, pues
la intervención de los jueces de feria tiende, en principio, a asegurar únicamene
el futuro ejercicio de un derecho o el cumplimiento de medidas ya decretadas
(CNCiv., Sala F, 1997/07/25, "R. B., L. M . c. R., A. M. Y", La Ley, 1998-D,
245).
Pero no corresponde si no se justifica el perjuicio que irrogaría la demora
en adoptar la decisión requerida, ni se invocan motivos de urgencia que la
tornen ineficaz por el mero hecho de que se resuelva en el período ordinario
(CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala IV, 1997/07/24, "Mercado Directo S.
R. L. c. Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación", La Ley,
1998-B, 877 (40.204-S).
Sin perjuicio de lo expuesto, adviértase que en el código se hace una
diferencia entre día inhábil y feriado, distinción que no es estrictamente
procesal ni incide en el cómputo de los plazos.
Sin embargo, es importante porque puede ocurrir que, si desde el
pronunciamiento de una providencia no existen días ordinarios de nota antes
de una feria judicial, recién debe considerarse como tal el primero que se ajusta
a la regla del art. 133 del Código Procesal luego de que ella finalice. (CNCiv.,
Sala F, 1995/05/23, "Chadarevian, Jorge y otro c. Yelen, Susana T.", La Ley,
1995-D, 565. - DJ, 1995-2-420).
En suma, el empleo de la palabra "feriado" por el código (art. 133) no es
de carácter restrictivo, sino que tiene el alcance del día inhábil como son los de
la feria judicial de enero. Tal interpretación es la que mejor se ajusta a la
redacción de la norma (CNFed. Civ. y Com., Sala I, 1997/03/20, "Dirección
Gral. Impositiva c. Richvan S. A.", La Ley, 1997-C, 643).
Se agrega que, dado que es dudoso que el término "feriado" del art. 133
del Código Procesal se refiera a la feria judicial, corresponde estar por la
solución que favorezca la amplitud de la defensa (CNFed. Civ. y Com., Sala II,
1997/11/13, "Cigna Argentina Cía. de seguros c. Panalpina Tranportes
Mundiales S. A.", La Ley, 1998-B, 171).
Hay que tener en cuenta, también, que la habilitación del tribunal de
primera instancia efectuada en un lugar distinto luego de la feria judicial
decretada con motivo del cierre del edificio en el cual aquél se hallaba radicado
permite concluir que la reanudación del trámite del expediente debe notificarse
personalmente o por cédula. La solución contraria exigiría a los litigantes un
control desmedido, dado que les son totalmente ajenos los hechos que
generan la clausura (CNCiv., Sala G, 1995/12/06, "Battistich, Ricardo c. Enap
S. A.", La Ley, 1996-B, 334).
Finalmente se afirma que es improcedente la habilitación de feria
peticionada si el grave daño denunciado habrá de producirse cuando la
actividad normal de los tribunales se reinicie, pues la competencia de los
tribunales de feria está circunscripta a la atención de aquellas cuestiones que
sólo son susceptibles de ser resueltas útilmente en el período de receso judicial
por entrañar un peligro inminente a producirse en dicho lapso. (CNCom., Sala
de Feria, 2000/07/21, "Aedifico S. R. L. s/ped. de quiebra por: Puccio, María
L.", La Ley, 2000-F, 690 - DJ, 2000-3-1175).
Habilitación tácita

Art. 154. -- La diligencia iniciada en día y hora hábil, podrá llevarse hasta su fin en tiempo
inhábil sin necesidad de que se decrete la habilitación. Si no pudiere terminarse en el
día, continuará en el siguiente hábil, a la hora que en el mismo acto establezca el juez o
tribunal.

1. Fundamento
La práctica cotidiana muestra que muchos actos procesales que se
inician en día y hora hábil deben continuarse en horas inhábiles o seguidas en
días que pueden resultar de igual carácter.
En estos casos, que no son los supuestos de audiencias previsto en el
art. 152, la continuidad se dispone por quien las está llevando a cabo, y de
resultar imposible o dificultosa su prosecución, debe notificar en ese acto a las
partes, el día y hora en que retomarán la continuidad del acto.

SECCION 2ª -- Plazos

Carácter

Art. 155. -- Los plazos legales o judiciales son perentorios; podrán ser prorrogados por
acuerdo de partes manifestado con relación a actos procesales determinados.
Cuando este Código no fijare expresamente el plazo que corresponda para la realización
de un acto, lo señalará el juez de conformidad con la naturaleza del proceso y la
importancia de la diligencia.

1. Plazos procesales
El tiempo procesal, referido específicamente al período asignado a cada
actuación para su cumplimiento, puede clasificarse siguiendo distintos criterios.
De acuerdo con el criterio establecido para su determinación, pueden ser
plazos legales, judiciales y convencionales.
Por los efectos que producen existen plazos perentorios y no perentorios
y, dentro de esta última categoría, plazos prorrogables e improrrogables.
Si se tienen en cuenta a las personas a quienes se otorgan, deben
distinguirse entre plazos individuales y comunes. Y, finalmente, si se atiende a
las circunstancias que los fundamentan, es pertinente diferenciar los plazos
ordinarios y los extraordinarios" ( Cfr. Palacio, ob. cit., pág. 74).
Plazos legales: son los que tienen establecido por la ley procesal un
plazo para su cumplimiento (v.gr.: 15 días para contestar demanda ordinaria; 5
d¡as para deducir recurso de apelación; etc.).

Plazos judiciales: son aquéllos que pueden establecer el Juez o el


Tribunal para suplir una omisión legal (art. 155 párrafo 2º). A veces, el código
les impone topes que no pueden sobrepasarse (v.gr.: 40 días del plazo
ordinario de prueba; etc.).
Se afirma así que, la existencia de plazos de caducidad para demandar
al Estado se justifica en la necesidad de dar seguridad jurídica y estabilidad a
los actos administrativos pues, de lo contrario se afectaría el principio
constitucional de seguridad jurídica. Tal interpretación es trasladable a los
procesos en los que se impugnan actos emanados de organismos militares, de
defensa y de seguridad; máxime cuando están en juego principios básicos del
orden castrense como el de verticalidad en el mando y la disciplina, pues se
vería afectado el interés público si tales actos quedan sujetos a impugnación
por largos períodos (Del voto en disidencia parcial de los doctores Nazareno,
Boggiano y Bossert) (CS, 1999/03/31, "Tajes, Raúl E. c. Estado nacional", La
Ley, 2000-C, 132, con nota de Pablo Mántaras - DJ, 2000-2-457).

Plazos convencionales: son los que las partes acuerdan sin participación
del órgano jurisdiccional. Pueden prolongar la perentoriedad de un plazo, o
suspender su curso, debiendo en todos los casos acompañarse el acuerdo al
expediente judicial (art. 157).

Plazos perentorios: son aquéllos cuyo vencimiento opera


automáticamente dando por decaída la oportunidad para articular el acto
procesal. No requiere petición de la otra parte, ni declaración judicial que la
consagre. En cambio son plazos no perentorios los que pueden cumplirse sin
fijación de plazo alguno, aun cuando encuentran su límite en el plazo de
caducidad de la instancia.
De este modo, quien es parte en un proceso judicial debe saber que es
de la esencia del mismo el transcurso de plazos procesales de carácter
perentorio, razón por la cual si ha de ausentarse de la jurisdicción donde
tramita el pleito debe arbitrar los medios idóneos para que se pueda llevar
adelante el trámite correspondiente a la defensa de sus derechos. Por ello, si
no lo hace debe cargar con las consecuencias de su obrar (CNCiv., Sala F,
1997/05/24, "Q., M. E. y P. N., E.", La Ley, 1997-E, 490).

Plazos prorrogables: son los que obtienen una prolongación de su


vencimiento a través de una resolución judicial consecuente al pedido
formulado por la parte interesada antes de operar su término. A contrario
sensu, son improrrogables los que no son susceptibles de prolongación
expresa. No deben confundirse con los plazos perentorios porque estos vencen
indefectiblemente y no admiten peticiones en contrario. En cambio, los
improrrogables pueden ejecutarse con posterioridad a su vencimiento, pero
antes de que la otra parte denuncie la omisión o se produzca el acto judicial
mediante el cual se da por precluida la oportunidad de alegar.
Cabe observar, no obstante, que existe un criterio poco flexible, por
cuanto la Corte ha dicho que, las razones invocadas por el recurrente -una
indisposición de salud que le impidió realizar una presentación en tiempo- no
justifican la interrupción o suspensión de los términos. De allí, frente al carácter
perentorio que tienen los plazos procesales, corresponde rechazar la queja
intentada por haber sido deducida en forma extemporánea (arts. 156, 282 y
285, Código Procesal) -en el caso, cinco minutos- (CS, 1996/10/22, "Duarte
Meira c. Dirección Gral. Impositiva", La Ley, 1997-B, 112 - DJ, 1997-1-504).
Aun cuando existe una fundada disidencia, que expresa que razones de
justicia y equidad hacen que no deba incurrirse en un exceso ritual manifiesto,
con directa violación del derecho de defensa, frustrando una justa expectativa
del litigante, en desmedro de la verdad objetiva, frente a la exigüidad de la
demora de presentación del recurso -cinco minutos-, haciendo excepción,
dadas las particularidades del caso -una indisposición de salud del
presentante- a los principios de perentoriedad de los plazos procesales -art.
155, Código Procesal- y de extemporaneidad- (Del voto en disidencia de los
doctores Moliné O'Connor y Fayt) (CS, mismo fallo anterior).
También se sostiene que la caducidad de las pruebas, basada en el
esquema de los plazos improrrogables, debe ser evaluada en base a la
existencia de una demora injustificable en el desenvolvimiento del proceso
ocasionada por la actividad de una de las partes. (CNCiv., Sala B, 1996/05/02,
"Mizrahi, Osvaldo c. Empresa de Transportes San Bosco S. R. L.", La Ley,
1997-D, 850 (39.695-S)

Plazos individuales: son los que cuenta cada parte para la realización de
sus actuaciones (v.gr.: plazo para contestar la demanda, interponer un recurso,
etc.). Por ejemplo, el cómputo de los plazos para la interposición del recurso de
hecho ante la Corte se rige por las normas nacionales (CS, 1995/12/26,
"Villagran, Ruben T. s/conc. prev. s/inc. prom. por: Alpargatas S. A.", DJ, 1996-
1-845).
Asimismo, se agrega que el plazo establecido por el art. 259 del Código
Procesal para la presentación de los agravios, reviste carácter individual, por lo
que corre de manera independiente para cada uno de los apelantes, sean
partes contrarias o litisconsortes, a partir del conocimiento de la providencia allí
prevista. Ello, en virtud de que los plazos individuales constituyen la regla
general, y los términos comunes la excepción, que debe surgir expresa o
implícitamente de la ley. (CNCiv., Sala B, 1996/04/17, "Varela, Raúl E. y otro c.
Hidalgo, Carlos F.", La Ley, 1998-D, 919, J. Agrup., caso 12.959).
Los plazos de horas se computan hora por hora y vencen cuando
termina la hora establecida.(CNElect., 1998/11/17, "Sosa, Angel M.", La Ley,
1999-C, 116 - DJ, 1999-2-498).
Plazos comunes: son aquéllos que ocupan a ambas partes dándoles un
tiempo único y conjunto, para que realicen las actuaciones de su interés (v.gr.:
plazo de prueba, plazo para alegar).
Tanto en los plazos individuales como en los comunes, los términos
empiezan a correr desde la notificación, contándose en los comunes a partir de
la última notificación efectivamente cumplida.

Plazos ordinarios: son los que se fijan sobre la base de que la persona
citada tenga su domicilio dentro de la circunscripción judicial correspondiente al
órgano actuante o de que el acto respectivo deba ejecutarse dentro del ámbito
de dicha circunscripción (Cfr. Palacio, ob. cit., pág. 76).

Plazos extraordinarios: se otorgan en casos excepcionales que atienden


la distancia donde debe ejecutarse la actuación (v.gr.: art. 158).

Comienzo

Art. 156. -- Los plazos empezarán a correr desde la notificación y si fuesen comunes,
desde la última.
No se contará el día en que se practique esa diligencia, ni los días inhábiles.

1. El principio de celeridad procesal y el cómputo de los plazos


El principio de celeridad procesal persigue que el proceso avance sin
retrocesos, de manera que cumplida una etapa se continúa con otra, sin
posibilidad de regresar a instancias superadas.
La excepción ocurre con la aparición de nulidades, pero en líneas
generales, la preclusión y la perentoriedad de los plazos le ponen un límite
temporal a su deducción.
No es lo mismo la preclusión que la pretentoriedad. La primera supone la
pérdida de una facultad procesal por haber transcurrido el tiempo oportuno
para hacerlo; mientras que el segundo establece una finitud para el
cumplimiento de los actos, los que de no llevarse a cabo, impide su reiteración.
Para saber cuando comienza a contarse el tiempo de realización de un
acto, el código indica dos posibilidades, según el tipo de plazo acordado. Si es
individual se computa a partir del día siguiente hábil, porque no se cuenta el día
en que la diligencia se practica, ni los días inhábiles. En cambio, si es común,
corre desde el día siguiente desde la última notificación practicada.

2. Plazo judicial y plazo procesal


Conviene aclarar que el plazo judicial es diferente al plazo procesal cuyo
régimen lo establece precisamente el ordenamiento adjetivo. En cambio aquél
está reglado por el art. 28 del Código Civil e incluye en su cómputo los días
feriados, salvo mención expresa en contrario; así también los dispone el art. 29,
en cuanto prevé que la norma es aplicable a todos los plazos señalados por las
leyes o por las partes en los actos jurídicos.
Para el transcurso del plazo o término, es necesario distinguir la
modalidad fijada, es decir, si se trata de horas, días, semanas o meses.
Cuando los plazos se fijan en horas el cómputo comienza a correr en el
momento que se concreta la notificación y corre sin interrupción, aunque deben
descontarse las ocurridas durante un día feriado o declarado inhábil.
Para contar los plazos fijados en días se recurre al calendario gregoriano
(art. 23, Código Civil) excluyendo los días inhábiles.
En los plazos que pudieran fijarse en semanas, en ausencia de norma
procesal que los contemple, hace de guía lo dispuesto en el art. 25 del Código
Civil, es decir que corren no desde el domingo sino por períodos de siete días
hábiles, cuyo vencimiento opera en la medianoche del último día.
Si el término se establece en meses, comprende a los días inhábiles y
corren de acuerdo con los arts. 25 y 26 del Código Civil.
Interesa agregar que referimos indistintamente a plazos y términos
porque en nuestra legislación procesal no se establece diferencia entre ellos.
En cambio otros, a la palabra término se la relaciona con la concesión de
tiempo otorgada para cumplir una actuación que ocurre a un solo tiempo; en
tanto que al plazo se lo entiende como el espacio de tiempo fijado por la ley o
por el Juez para la ejecución de un acto.

3. Consentimiento o convalidación
En materia procesal, el término consentimiento tiene dos acepciones:
una relativa a la expresión de la voluntad de las partes por la cual manifiestan
su acatamiento a la resolución del juez; y la otra referida al efecto jurídico de la
actitud de dejar vencer los plazos establecidos por la ley, sin interponer los
recursos a los que se tiene derecho. Ambos, que a la vez puede ser expreso y
tácito, generan la cosa juzgada o la preclusión, según el tipo de resolución
judicial con respecto a la cual operan (CNCiv., Sala H, 1997/04/17, "Zapico,
Jorge A. c. Empresa de Transporte Azul S. A.", La Ley, 1997-E, 340).

Suspensión y abreviación convencional. Declaración de interrupción y suspensión

Art. 157. -- Los apoderados no podrán acordar una suspensión mayor de veinte días sin
acreditar ante el juez o tribunal la conformidad de sus mandantes.
Las partes podrán acordar la abreviación de un plazo mediante una manifestación
expresa por escrito.
Los jueces y tribunales deberán declarar la interrupción o suspensión de los plazos
cuando circunstancias de fuerza mayor o causas graves hicieren imposible la realización
del acto pendiente.

1. Suspensión e interrupción de los plazos


Todos los plazos son susceptibles de suspensión e interrupción. En
tanto que el primero significa no iniciar el término, la interrupción supone que el
plazo cuyo cómputo fue iniciado pierde eficacia y efectos por el tiempo
transcurrido. En rigor se utilizan, al efecto, las disposiciones de los arts. 3983 y
3998 del Código Civil.
La suspensión puede producirse de hecho, por disposición judicial o por
acuerdo de partes.
La mayor fuerza, o cualquier otra circunstancia que impida la continuidad
normal de los plazos (v.gr.: elevación de los autos al Superior; enfermedad que
posterga la realización de un acto previsto; prisión de quien debe ejecutar la
comisión etc.) suspenden el cómputo.
La suspensión por orden judicial procede por circunstancias de fuerza
mayor (v.gr.: peligro de derrumbe del edificio donde funciona el tribunal;
traslado de dependencias; etc.); o cuando existen causas graves que
imposibilitan la realización de actos pendientes o en curso de ejecución (v.gr.:
multiplicación de los juicios de amparo que colapsaron el sistema judicial en
oportunidad de atacar la constitucionalidad de las leyes de emergencia).
Otros supuestos de esta especie son la muerte del mandante o del
mandatario; el fallecimiento de la parte que actúa personalmente; la
inhabilitación de alguno de ellos, etc.
Convencionalmente las partes pueden suspender los plazos previstos,
como también pueden pactarlo sus respectivos mandatarios por un plazo no
mayor a veinte días, necesitando la ratificación de sus mandantes para acordar
un término superior.
Si bien el art. 375 establece que el plazo de prueba no se suspende, las
partes pueden hacerlo, reanudándose el término a partir de la finalización de la
fecha convenida o, en ausencia de ésta, desde la notificación del auto que lo
ordena, pues en tal supuesto vuelve a ser aplicable el art. 156 ya comentado.
La interrupción, por su parte, puede operar de hecho o por resolución
judicial, donde son supuestos del primer caso aquéllos que privan de eficacia al
tiempo cumplido (v.gr.: la interrupción de plazo de caducidad de instancia
cuando existe impulso en las actuaciones); y del restante cuando existen las
mismas condiciones que establece el deber del Juez de alertar la continuidad
de los plazos frente a situaciones de fuerza mayor o de causas graves que
imposibilitan la realización en tiempo.
Teniendo en cuenta que la suspensión o interrupción de los plazos
procesales en el caso del art. 157, último párrafo del Código Procesal, es
materia librada a la decisión de los jueces del proceso que deben valorar si
existen causas graves o de fuerza mayor que hicieran imposible la realización
del acto pendiente, resulta improcedente el pedido efectuado ante la Corte
Suprema por el Procurador General, pues los recursos extraordinarios deberán
ser interpuestos y sustanciados ante el Tribunal Superior -Cámara Federal de
la Seguridad Social-, quien deberá concederlos o denegarlos, como también
evaluar si existe causal suficiente para suspender o interrumpir el plazo del art.
257 del referido código (CS, 1995/12/19, "Procuración General de la Nación",
ED, 168-242).
En síntesis, los plazos procesales son susceptibles de suspensión o de
interrupción. La primera implica la privación temporaria de los efectos de un
plazo, inutilizando a sus fines un lapso del mismo; la interrupción, en cambio,
implica cortar un plazo haciendo ineficaz el tiempo transcurrido. De modo que
la suspensión, contrariamente a lo que sucede con la interrupción, no
compromete la aptitud del tiempo transcurrido hasta que ella se produce
(CNCiv., Sala A, 1996/11/25, "Raies S. A. J. c. Artigas, Luis A. y otros", La Ley,
1997-C, 955 (39.494-S).

Ampliación

Art. 158. -- Para toda diligencia que deba practicarse dentro de la República y fuera del
lugar del asiento del juzgado o tribunal, quedarán ampliados los plazos fijados por este
Código a razón de un día por cada doscientos (200) kilómetros o fracción que no baje de
cien.

1. Ampliación de los plazos procesales


Cuando una diligencia procesal deba llevarse a cabo dentro de la
República, pero fuera del lugar donde se encuentra el juzgado competente,
procede ampliar los plazos para permitir que ellas se realicen oportunamente.
A los efectos del cómputo de la aplicación legal de los términos
procesales cabe atenerse -según resulta de la tabla exhibida en Mesa de
Entradas de la Corte- a las distancias por ferrocarril (CS, 1982/09/21, "Vargas,
Cándido A. c. Consorcio de Propietarios Edificio Manal", Fallos, 304:1345).
No obstante se ha señalado que, si bien algunos demandados tienen
sus domicilios reales fuera de la jurisdicción de la Capital Federal, como todos
viven a menos de 100 kms., de acuerdo con lo dispuesto por el art. 158, no
procede ampliar ningún plazo. Consecuencia de ello es que cada uno debe
contestar la demanda dentro de los diez días de notificado, porque el juicio es
sumario y el orden en que fueron hechas las notificaciones debe computarse
para calcular el vencimiento de los términos (CNCiv., Sala G, 1983/07/14,
"Veigas, Benedicto c. Pombo, Antonio, suc.", La Ley, 1983-D, 341).
2. Petición inoficiosa
La ampliación del plazo para cumplir el acto de que se trate no es
necesario, cuando se advierte de manera clara e indudable el problema de la
distancia.
Por ejemplo, para contestar la demanda no es preciso que se pida, pues
la ampliación se produce en forma automática, sin necesidad de requerimiento
de las partes o decisión judicial previa en este sentido (CNCom., Sala B,
1996/02/19, "Alba Cía. de seguros c. Noruzi S. A.", La Ley, 1996-C, 775).

Extensión a los funcionarios públicos

Art. 159. -- El ministerio público y los funcionarios que a cualquier título intervinieren en
el proceso estarán sometidos a las reglas precedentes, debiendo expedirse o ejercer sus
derechos dentro de los plazos fijados.

1. Extensión del plazo


Los principios expuestos se aplican a todos los funcionarios que
intervengan en calidad de partes en el proceso, inclusive el Ministerio Público.
Sin embargo, el art. 338 permite ampliar a sesenta días el plazo para contestar
la demanda, cuando el accionado sea el Estado, una provincia o un municipio.
En cambio, es práctica constante señalar que para la vista conferida al
Procurador General a raíz de un recurso concedido, no es aplicable el plazo del
art. 280 ni el del art. 159 (CS, 1978/05/23, "Banco Hipotecario Nacional c.
Santos Dumont, Soc. en Com. por Accs.", Fallos, 300:561).

CAPITULO IX -- Resoluciones judiciales

Providencias simples

Art. 160. -- Las providencias simples sólo tienden, sin sustanciación, al desarrollo del
proceso u ordenan actos de mera ejecución. No requieren otras formalidades que su
expresión por escrito, indicación de fecha y lugar, y la firma del juez o presidente del
tribunal, o del secretario, en su caso.
1. Decisiones jurisdiccionales
La sentencia es el acto jurisdiccional más importante; por ella el juez
cumple distintos objetivos: termina la labor encargada a su oficio sin perjuicio
de las resoluciones adicionales que pueda tomar a posteriori; culmina con el
deber de pronunciamiento que había tomado del Estado cuando asumió su
función procesal; ejercita en el enjuiciamiento el poder de la jurisdicción; puede
elaborar con el fallo un conjunto de consecuencias de iure propias de la
jurisprudencia como fuente de Derecho, o bien, la misma creación de normas
jurídicas.
Todas elaboran las posibilidades de la función jurisdiccional; pero
centradas en los actos procesales que determina decisiones del órgano,
conviene apuntar ciertas particularidades.
La sentencia es un tipo de las decisiones o resoluciones que adopta el
juez, sea para regular la marcha del proceso, para disponer soluciones en
incidentes o temas vinculados con el fondo del problema, o bien, para resolver
las diferencias con una manifestación definitiva.
Comúnmente se diferencian estas decisiones, en providencias simples e
interlocutorias, y sentencias.
Las primeras están vinculadas con la marcha del proceso, es decir que
son para el mero trámite; las otras, pronuncian una respuesta a controversias
parciales del litigio (incidentes), y las sentencias resuelven el fondo del asunto
sometido a proceso.
También se dividen en ordenanzas, decretos y sentencias, siguiendo
respectivamente el mismo tipo de resoluciones citadas.
La importancia de dividir las decisiones judiciales obedece a que en
ciertas legislaciones, solo la sentencia es una resolución judicial (y ocupa a los
pronunciamientos sobre el fondo de la cuestión, sean de primera instancia,
alzada o casación), mientras que las otras se denominan autos, distinguiendo
en interlocutorios y de mera sustanciación, según atiendan cuestiones
incidentales o accesorias relacionadas con el fondo del asunto, o simplemente
actos del gobierno del proceso.
De todas maneras, cualquiera sea la denominación que adquieran,
pertenecen ellas a ese entorno de actividades del juez en el proceso que
quedan delimitadas en la teoría de los actos procesales.
Por ello, interesa apuntar más a la posición que tiene el juez cuando
debe dictar sentencia para dilucidar desde allí, las formas que debe recabar, y
los recaudos intrínsecos que el fallo debe abastecer.

2. Clasificación de las resoluciones judiciales


El ordenamiento procesal argentino clasifica las resoluciones judiciales
en providencias simples, sentencias interlocutorias, sentencias homologatorias
y sentencias definitivas.
Esta división pone de relieve la trascendencia asignada a la sentencia
definitiva como acto típico de conclusión del proceso, y a las restantes
decisiones como previas de aquél, las que por su entidad y figura pueden
considerarse como actos procesales de ordenación y desarrollo.
Las providencias simples y las sentencias interlocutorias, a veces, toman
los efectos de la sentencia definitiva, esto es, termina con la causa e impiden
su continuación (v.gr.: rechazo in límine de la demanda, o admisibilidad de las
excepciones deducidas como perentorias).
Formalmente, cada resolución debe reunir requisitos propios; pero
existen algunas limitaciones sostenidas en la doctrina del exceso ritual que
impiden acogerlas con toda la extensión que marca la letra de la ley.
En tal sentido, las providencias simples que carecen del día -no así del
mes y el año- no son nulas.
Respecto de las interlocutorias, el deber de fundamentar es el más
importante porque tiene raigambre constitucional. Este requisito, lejos de
constituir una solemnidad secundaria y dispensable, constituye una de las más
trascendentes garantías de la justicia, cuyo cumplimiento debe exigirse en
todas las ocasiones.
Las formas requeridas para las sentencias interlocutorias no son, en
principio, las mismas que para las sentencias definitivas; pueden excluirse los
denominados resultandos.
Finalmente, la cosa juzgada que obtienen estas providencias que no
resuelven el fondo temático de la pretensión, son de orden formal; es decir,
admiten el nuevo replanteo.

3. La etapa decisoria en el proceso


La sentencia concluye la actividad jurisdiccional y culmina una instancia.
El acceso a esta etapa no deviene implícita en los plazos procesales.
Aunque sea cierto que la fase probatoria tiene un término previsto
durante el cual debe urgirse la actividad, el tiempo cumplido no significa tránsito
automático a la etapa decisoria; como tantos otros actos procesales, se re-
quiere el impulso interesado para mandar el expediente al estado de
finalización que permite dictar la sentencia.
Es verdad que los ordenamientos adjetivos, cerrada la discusión propia
de las alegaciones y la posibilidad de agregar otras pruebas a las ya
producidas, ordenan la clausura de la etapa, la agregación de los alegatos que
se hubiesen presentado, y el dictado de la providencia que llama autos para
sentencia.
Pero también lo es que para cerrar la fase probatoria se requiere una
petición expresa de la parte, porque a partir de ese momento se produce la
negligencia de aquellas que quedaron pendientes.

4. Requisitos subjetivos
La eficacia de la sentencia depende de la jurisdicción que ostente quien
vaya a dictarla. Ese recaudo supone tener competencia para declarar el
derecho aplicable; su ausencia priva de legitimidad al fallo.
Si se trata de órganos colegiados, se deben encontrar legítimamente
constituidos e integrados al tiempo de pronunciar la sentencia.
La cuestión tiene importancia por la garantía constitucional que impone
constituir el proceso con su juez natural.
Con relación a las partes la sentencia debe pronunciarse estando
debidamente integrada la relación jurídica procesal, de manera que si no está
completo el cuadro de partícipes obligatorios o necesarios, la sentencia no hará
mérito absoluto con relación a todos, sin perjuicio de los casos de intervención
de terceros y litisconsorcio.
En este sentido, es fundamental verificar la presencia de las partes en el
proceso, y que hayan sido puestas en condiciones prácticas de hacer valer sus
derechos, y que no se les hubiera privado indebidamente del motivo principal
de esa presencia, que es la posibilidad de ejercer la defensa bajo la doble
perspectiva de alegar y probar.

5. Requisitos objetivos
En este campo acontecen numerosos situaciones de análisis preliminar.
Cuando se trata de tribunales constituidos, antes de dictar sentencia es
preciso reunirse a formar el acuerdo.
Siendo jueces unipersonales, los requisitos dependen de cuestiones
técnicas, como las que indica el art. 163.
La sentencia es una declaración formal que requiere de una forma para
concretar su producción.
Una explicación tan casuista como la que trae la norma en comentario,
deja en claro cuáles son las partes que integran el texto de la sentencia,
inclusive se concluye que sin ese documento escrito, no existe
pronunciamiento válido.
En esta expresión hay condiciones rígidas que no admiten saneamientos
posteriores si no se respetan en tiempo las formas establecidas; y otras de
menor severidad que pueden soslayarse o purgarse mediante una actividad en
tal sentido.
Queda claro que la sentencia es un acto jurídico procesal cuya
formalidad se establece "ad solemnitatem", permitiendo estructurar su
contenido en tres partes bien delimitadas y de importancia intrínseca diferente.
La formalidad del fallo se inicia con la indicación del lugar y fecha donde
se emite. A continuación comienzan los denominados resultandos, que son
aquellos que tienen por finalidad individualizar los sujetos de la pretensión y
precisar el objeto sobre el que debe recaer el pronunciamiento.
El inciso 3º del artículo guía impone la relación sucinta sobre los hechos
controvertidos, lo que no significa una explicación total de las circunstancias
fácticas sino, solamente, de lo que es conducente. Apenas una breve relato es
suficiente, al punto que si no los menciona, no motiva vicio alguno ni causa de
agravio.
La parte siguiente de la sentencia es la más importante. Los
considerandos se dividen a su vez en motivaciones de registro diferente.
Existe un deber de explicar los fundamentos sobre los que asienta el
juez su convicción, bajo pena de nulidad del fallo. Esos fundamentos deben
respetar un orden crítico, de modo tal que se analicen los hechos, se aprecie la
prueba, se determinen las presunciones emergentes, se disponga el derecho
aplicable y, en su caso, se califique la conducta de las partes.
Además ha de existir un tratamiento pormenorizado de las cuestiones
sometidas a litigio, y una adaptación lógica (congruencia) entre las
pretensiones y la decisión.
La parte final de la sentencia es el fallo, que contiene la decisión
expresa, positiva y precisa, de conformidad con las pretensiones deducidas en
el juicio, declarando el derecho de los justiciables haciendo lugar o no a lo
pedido en la demanda.
Cuando son pasibles de ejecución, deben fijar el tiempo de
cumplimiento, sin que su determinación configure vicio alguno, por cuanto se
entiende que, en tal caso, el plazo para que quede ejecutoriada es el que el
agraviado tiene para impugnar el pronunciamiento.
El acatamiento a las formas procesales respeta el prudente designio de
la seguridad jurídica, porque como documento de que se trata, la sentencia
está destinada a permanecer.
En consecuencia para asegurar ese destino sin transformaciones, el fallo
no debe contener vicios que lo invaliden, ni apartarse de las normas
preestablecidas para su redacción.
Ahora bien, la sentencia que se reproduce como documento, puede
utilizarse como prueba en ciertas excepciones que abortan el progreso de una
nueva pretensión. Por ejemplo, la cosa juzgada, se acredita con el testimonio
del fallo que muestra la identidad procesal.
También obran como documento, cuando acreditan un nuevo estado
(v.gr.: divorciado, heredero, legatario, etc.) o se muestran como elementos
pasibles de ejecución al reunir las condiciones para ello, es decir, deuda
líquida, cierta y vencida.

6. La omisión de las formas y la nulidad de la sentencia


La legalidad de las formas incide determinante en las partes solemnes
que se requieren para constituir una sentencia. El desarrollo estructural obliga a
ceñirse a las pautas de la legislación adjetiva, pero nada impide la aplicación
de ciertas particularidades personales, propias de un estilo, sea en la
redacción, o en el orden de las presentaciones. Ello es posible debido a la
distinta formación mental y a la diversa capacidad discursiva de los jueces.
Pero las omisiones formales o su distinta interpretación, para fundar una
nulidad por vicios "in procedendo" debe referirse a una violación grave, capaz
por sí misma de poner en peligro el derecho que le asiste a la parte agraviada.
De lo contrario, el déficit es nimio, existe inobservancia a las formas pero no
una lesión al derecho de defensa en juicio.
La nulidad de la sentencia, entonces, debe ser la consecuencia de un
vicio trascendente e importante, y sin posibilidad de posterior saneamiento.
Si el apartamiento a las formas se remediara en la Alzada no habría
nulidad, por cuanto de declararse, justamente lo tendría que resolver el ad
quem, y el reenvío obraría contrario al principio de celeridad procesal.
Por otra parte deben distinguirse los vicios denunciados para observar
cuales pueden suplirse en la segunda instancia y cuáles son imposibles de
sanear debiendo, en consecuencia, invalidar el pronunciamiento.
La fecha de la sentencia y la firma del juez son recaudos materiales no
sustituibles. En cambio, el plazo de cumplimiento puede ser determinado en la
alzada, dado su carácter de requisito material no personalísimo del juez,
aunque no medie pedido de parte en las quejas. Con ello no se conmueve el
principio de congruencia pues los litigantes pretenden una sentencia
ejecutable. En tal sentido el "principio de completividad" de la jurisdicción -que
no altera el de congruencia- refuerza la nota de eficacia del servicio de justicia,
de acuerdo con el derecho procesal moderno.
Advertido el error formal, puede subsanarse de oficio, y si continuara el
vicio y nadie alegara contra él, podría asegurarse que no existe sentencia que
se autonulifique; razón por la cual cobraría vigencia al haber precluido los
plazos para ser impugnada, y tendría legalidad absoluta por el consentimiento
expresado por el silencio.
Para mayor claridad, las nulidades formales de las sentencias se dividen
según la crisis que expongan hacia las formalidades extrínsecas (redacción y
solemnidades) e intrínsecas ( fundamentación y contenido).
a) nulidades por vicios extrínsecos: puede suceder en distintas partes
del pronunciamiento. En un primer orden, si bien dijimos que la omisión de
fecha y lugar son recaudos no sustituibles, esencialmente porque ocasionan un
serio perjuicio a las partes, quienes desconocen si el fallo se dictó en los
tiempos que la ley establece, o si lo fue en día hábil; en realidad, la severidad
del principio se morigera cuando de otras partes de la sentencia puede
deducirse la fecha de expedición.
Es por eso, que si la copia registrada del incompleto pronunciamiento se
encuentra incorporada al registro de sentencias, bajo el pertinente número y
folio y la pieza judicial que precede a la sentencia es, asimismo, del año que
coincide con el registro, de esos elementos indiciarios puede deducirse cuál fue
la fecha (CNCiv., Sala A, 2000/4/23, La Ley, 2000-B, 567).
Distinto temperamento ha de seguirse respecto de la firma, ya sea del
juez o de los magistrados que integran la votación colegiada, porque este es un
requisito esencial que hace a la existencia misma del documento. Inclusive la
firma que no es completa, invalida el fallo (aun cuando sea posible su
regularización), por cuanto se requiere la firma entera, esto es, el nombre
particular escrito de manera también particular según el modo habitual seguido
por la persona en diversos actos.

b) Nulidades por vicios intrínsecos: la sentencia contiene una serie de


recaudos internos que la validan como pronunciamiento. Esta validez debe
distanciarse de la eficacia, porque un pronunciamiento injusto, aun cuando
irregular y nulificable por vía del recurso respectivo, es un fallo de absoluta
validez. Por eso las sentencias no aseguran la justicia del caso, sólo
pronuncian un juicio respecto de los hechos y expiden un mandato jurídico
asignando a ellos una consecuencia jurídica que debe cumplirse.
Por su naturaleza la sentencia es un todo constituido por diversos
elementos, armónica y solidariamente vinculados entre sí, de manera tal que lo
que se dejare de decir en uno se completa por lo que se expresare en otro.
Pero esta supletoriedad no elimina el deber de pronunciarse sobre todos
los hechos que constituyan una pretensión y sean definitivos para la causa
petendi.
Una de las garantías del debido proceso consiste en el límite que tiene la
judicatura para no introducir alegaciones o cuestiones de hecho
sorpresivamente, de manera que las partes no hayan podido ejercer su plena y
oportuna defensa. De ahí que la conformidad entre la sentencia y la demanda
en cuanto a las personas, el objeto y la causa, es ineludible exigencia de
cumplimiento de principios sustanciales del juicio, relativos a la igualdad,
bilateralidad y equilibrio procesal, toda vez que el proceso fija los límites de los
poderes del juez. Cuando se supera ese marco se produce el quebrantamiento
del principio de congruencia.
De igual envergadura es el principio que obliga a fundamentar las
sentencias en derecho, a fines de evitar que se interprete como un mero
capricho del juzgador. El deber de motivar inserta un capítulo decisivo en esta
problemática porque implementa todo la parte vital de la estructura sentencial
(los considerandos).
Es verdad que los jueces no están obligados a tratar todas las
cuestiones que les son sometidas ni analizar los argumentos que en su opinión
no sean decisivos para el resultado de la causa. Por ello no debe declararse
nula una resolución que, aun abordando en forma escueta el análisis de los
hechos que son materia de juzgamiento, no crean dudas ni confusiones sobre
el tema.
Inclusive, el principio iura novit curia, permite calificar jurídicamente la
cuestión, supliendo el error de las partes y hasta el equívoco absoluto. Lo que
no puede hacerse por esta vía es modificar la relación jurídica. Es decir que la
permisividad y depuración que persigue este medio, no tolera la adopción de
soluciones que signifiquen alterar las pretensiones que sirvieron de base para
articular la relación procesal, puesto que la potestad de calificar jurídicamente
las relaciones o situaciones reconoce como límite el modo como el proceso fue
constituido.
Puntualmente analizados, estos deberes consagran la estructura central
de los pronunciamientos, de manera que sus perfiles nulificatorios se
corresponden con la idea principal de cómo se elabora una sentencia.

7. Iura novit curia


"El juez conoce el Derecho" manifiesta la expresión; sin embargo, la
traducción no sería apropiada para el aforismo iura novit curia, pues
correspondería decir ius novit curia ( 1 ).
Informa Sentís Melendo, repitiendo la investigación de Augenti, que en el
siglo XIV estaba en vigor el principio que traducimos, aunque resulta posterior
la interpretación asignada pues en aquel siglo, la voz iura no se utilizaba para
significar el derecho objetivo sino los derechos subjetivos; mientras que en
aquellos, y más si se pretendía contraponer el derecho con los hechos, se
usaba siempre la voz ius ( 2 ).
Pero lo más curioso proviene del origen auténtico que tiene la voz, pues
nace del exabrupto de un juez que fatigado por las disquisiciones jurídicas del
abogado, lo interrumpió exclamando: "Venite ad factum. Curia novit ius", es
decir, aproximadamente, abogado, pasad a los hechos; la Corte sabe el
derecho ( 3 ).
La noción exacta quedó enmarcada en el deber que tienen los jueces de
aplicar el derecho positivo que han de conocer; aunque tiempo después se
aligeró la obligación comprendiendo que el derecho debía creerse justo,
permitiendo entonces, que la función judicial interpretara el caso y subsumiera
en él la norma precisa que lograra satisfacer los principios de justicia y equidad.
De igual modo, el precepto evita que el magistrado quede atrapado por
los errores hipotéticos de planteos propuestos por las partes fundados en
normas desajustadas con la causa.
Al mismo tiempo, el sentido jurídico que del término proviene genera una
obligación demasiado estricta para un sistema legal como el nuestro donde el
derecho positivo se plasma a diario en diversidades normativas que el "juez
tiene el deber de conocer".
Por eso, nos parece apropiado dar inteligencia al precepto tomando de
él lo que puede ser auténtico, despojándolo de proyecciones de imposible
cumplimiento.

1. El juicio de la oración es curia (Tribunal, Corte, Juez), que es la forma de nominativo singular,
femenino, primera declinación de curia, curiae. El verbo novit, que es la tercera persona del
singular, del pretérito perfecto (con valor de presente, porque el verbo es incoativo), de nosco,
noscis, noscere, novi, notum. La otra palabra es el complemento directo, acusativo del neutro
ius, iuris, que en su forma ius es singular y significa derecho; y en su forma iura es plural y
significa derechos (Cfr. Sentís Melendo, Santiago, Iura novit curia, en Revista de Derecho
Procesal , 2da. parte, editorial Ediar, Buenos Aires, 1947, pág. 209).
2. Augenti, Giacomo Primo, L'onere della prova, Roma, 1932, págs. 42 y ss. Cfr. Sentís
Melendo, ob. cit., pág. 209.
3. Cfr. Sentís Melendo, ob. cit., pág. 210.
Es decir, el precepto iura novit curia afincado como deber del oficio para
aplicar el orden jurídico local tiene una comprensión más que amplia cuando se
la expresa sin referencia a un hecho concreto. Esto es, cuando se dice que los
jueces tienen el deber de conocer el Derecho.
En cambio, ante una situación concreta deducida, el proceso se califica
por la relación jurídica entablada y dentro del espacio que el principio
dispositivo permite. Al juez le corresponde aplicar las normas jurídicas con
prescindencia de los fundamentos que las partes enuncien, sin que pueda
modificar el encuadre fáctico proveniente de la litis contestatio.
En el medio de ambas posibilidades se ubican las denominadas lagunas
del derecho, y específicamente, el artículo 15 del Código Civil que prohibe a los
jueces no pronunciarse cuando no encuentran normas adecuadas al sub lite, o
sean ellas insuficientes o ambiguas.
Recordemos también que el artículo 20 señala que: "La ignorancia de las
leyes no sirve de excusa, si la excepción no está expresamente autorizada por
la ley".

7.1 La determinación del derecho en el caso concreto


La función jurisdiccional civil tiene tres funciones primordiales, a saber:
a) Resolver los conflictos intersubjetivos; b) controlar la legalidad del obrar
administrativo en la gestión de gobierno, y c) fiscalizar el principio de la
supremacía constitucional.
En cada una de estas actitudes, el deber judicial encuentra indelegables
poderes que tiene el compromiso de actuar.
En el primero de los supuestos, la sentencia tiende a superar la
incertidumbre o la inobservancia legal, sea porque el conflicto no tenga claro
cuál es la norma aplicable, o sabiéndolo, se omite deliberadamente su
cumplimiento. Corresponde al juez, en consecuencia, determinar el Derecho en
el caso concreto (4), y eventualmente, ejecutar forzosamente su
pronunciamiento, porqué así interesa al Estado y al particular que tiene un
derecho consagrado.
Esta derivación del razonamiento aplicado sobre los hechos motiva el
llamado juicio lógico de la sentencia, y demuestra porqué al juez no le interesa
el derecho que las partes invoquen, sino aquél que en su íntimo
convencimiento resulta justo y adecuado a las circunstancias efectivamente
comprobadas de la causa.
Justo, porqué en definitiva, el pronunciamiento jurisdiccional es una
misión de justicia equitativa y distributiva; y adecuado, en la medida que
también en la sentencia se concreta un acto de voluntad destinado a someter y
vincular a las partes del conflicto.
Son las dos caras del Derecho que en una causa cualquiera perviven: el
derecho objetivo, fríamente interpretado y armonizado con las cuestiones de

4. Rocco, Alfredo, La sentencia civil, trad. Mariano Ovejero, editorial Cárdenas, México, 1985,
pág. 49.
facto; y el derecho subjetivo, visto en la perspectiva de los valores en juego y
de la justicia particular que a través de la decisión se consigue.
¿Dónde anida el principio en estudio, en ambas situaciones?.
El juez que aplica el derecho positivo tiene un deber constitucional
proveniente del compromiso de fundamentación de las sentencias. El
apartamiento inequívoco produce vicios de motivación generalmente atacados
por la vía de la arbitrariedad o inconstitucionalidad de las sentencias.
Mientras que la valoración importa describir un estado subjetivo de las
conductas analizadas, circunstancia que se atacan como errores in iudicando o
de juzgamiento.
De este modo, se comprueba que en el primer trazado el iura novit curia
se aplica sin restricciones, pues está inmerso en el deber de conocimiento del
oficio de la magistratura. En tanto, la segunda hipótesis depende de variables
distintas, como son la alegación del derecho por las partes, la interpretación del
juez, la integración normativa, o la correspondencia con ciertos estándares de
regular aplicación.
Evidentemente, lo corriente es lo primero, aun cuando se indique que el
derecho subjetivo puede ser citado por las partes en cualquier momento del
proceso, pero siempre que "se vincule a la relación jurídica determinante de la
acción", y que "no comporte una nueva acción o una rectificación del derecho
invocado, pues el derecho en sí, no es norma en particular" ( 5 ).

7.2 Límites del precepto


Atendiendo los hechos de la causa el juez califica la relación jurídica con
sujeción a los principios comunes que rigen su actividad en el proceso ( 6 ).
La interpretación consiguiente obliga a ser prudente en el estudio de las
normas aplicables, toda vez que una misma disposición puede encontrar
efectos diferentes de acuerdo con las circunstancias de la causa.
Si dijeramos que el juez es un aplicador mecánico del derecho positivo
sin darle posibilidades de interpretar la función axiológica de las normas,
seguramente confundiríamos el alcance preciso del precepto en estudio.
En cambio, la inteligencia cubierta refiere a la dimensión global del
derecho, es decir, La Ley, la jurisprudencia, la doctrina, la costumbre y las
normas extranjeras o internacionales.
La integración y complemento que del conjunto se realiza demuestra el
sentido de unidad de todo ordenamiento jurídico, sin perjuicio de los extremos
de verificación que en algunos casos la parte interesada debe confirmar con su
prueba.
Lo que el juez no puede hacer a través del derecho aplicado, es variar
las condiciones fácticas que dan cobertura a la situación de conflicto. Es decir,

5. Sentís Melendo, ob. cit., pág. 219.


6. Alsina, Hugo, Tratado teórico práctico de derecho procesal civil y comercial, tomo II,
editorial Ediar, Buenos Aires, 1956, pág. 249.
si en la sentencia, por ejemplo, se resuelve la resolución contractual cuando la
pretensión fue de escrituración de un inmueble vendido, dicha calificación
excede el ámbito que el precepto admite, pues se cambia el sentido de la
demanda incoada.
La brevedad del estudio impide demostrar con otros ejemplos la
variedad de situaciones donde el juez vicia su pronunciamiento por defectos de
congruencia.
En suma, el principio iura novit curia debe entenderse sobre la base del
derecho objetivo que en un caso ha de aplicarse, sin que pueda el juez calificar
la relación jurídica sustancial fuera del marco que la litiscontestatio ha trabado.
En su defecto, equivaldría tanto como acoger una defensa o excepción,
un supuesto de hecho no intentado o propuesto fuera de la litis, en perjuicio de
la igualdad procesal que las partes deben mantener en el curso de todas las
instancias ( 7 ).

7.3 La alegación del derecho en la demanda


Dice el art. 330 inciso 5to., del CPC que en la demanda la parte debe
indicar el derecho que fundamenta su pretensión expuesto sucintamente y
evitando repeticiones innecesarias.
Si bien reiteradamente se sostiene que los jueces no están obligados a
seguir a las partes en todas sus argumentaciones, máxime cuando ellas
importan cuestiones de derecho en cuya consideración debe serle reconocida
plena libertad, de acuerdo con el principio iura novit curia; también debe
advertirse la relación que tiene el derecho alegado con la pretensión material y
procesal deducida en juicio.
La identificación de la acción propuesta es una carga procesal inserta
entre los requisitos de la demanda, sin importar que la individualización precisa
provenga de los hechos y que sea el juez quien definitivamente disponga el
correcto emplazamiento del derecho.
La alegación del derecho es una parte de la demanda, aunque puede
soslayarse.
En consecuencia, la misión del juzgador consiste en resolver si la
consecuencia jurídica que la pretensión aspira obtener es la misma que se
describe en las circunstancias de hecho y que, por tanto, relaciona la normativa
expuesta.
De lo contrario, el juez puede apartarse de la designación técnica de iure
y elegir el derecho que conceptualice el caso.
En esta labor de interpretación, entonces, el juez resulta soberano en la
apreciación y aplicación del derecho, siempre que su lectura no caiga en lo
arbitrario o irrazonable, no altere la relación procesal, ni cambie los hechos
constitutivos de la causa petendi que la fundamente.

7. Sentís Melendo, ob. cit., pág. 214.


Se da así la vinculación entre la pretensión material y la procesal, o
dicho en otros términos, los hechos alegados y el derecho afirmado no pueden
verse afectados por la aplicación del precepto iura novit curia, pues la facultad
no puede ejercerse prescindiendo de los hechos procesales que determinan y
fijan el estado y progreso del juicio, que a la vez, consolidan los principios
estructurales invocados ( 8 ).
De este modo, si con el discurrir de la prueba queda en evidencia una
situación diferente de la que fuera alegada en la demanda, y el derecho
quedase fuera de foco de acuerdo con dicha alteración, corresponderá
rechazar la demanda aplicando el derecho estricto que la causa merece.

7.4 La afirmación del derecho en la demanda


Si el derecho, en lugar de ser alegado, resulta afirmado, la cuestión
presenta algunas sutilezas.
Cuando el art. 34 inciso 4to, y 163 inciso 6to, ambos del código procesal,
obligan al juez a pronunciarse de acuerdo con las pretensiones deducidas en el
juicio respetando el principio de congruencia, la aplicación del brocardo en
análisis se limita si el derecho en vez de resultar simplemente enunciado, se
afirma como soporte esencial de la razón y causa de pedir.
La garantía de la defensa en juicio juega en el caso un rol particular,
porque cuando la litis se traba sobre diferencias normativas el iura novit curia
no puede alterar la prueba que las partes hayan intentado producir buscando el
convencimiento psicológico del sentenciante.
Es decir, no corresponde aplicar el principio iura novit curia excediendo
el ámbito que le es propio y lesionando garantías constitucionales, pues la
calificación de las relaciones jurídicas que compete a los jueces no se extiende
a la admisión de defensas no esgrimidas ni autoriza a apartarse de lo que
tácitamente resulte de los términos de la litis ( 9 ).
La contingencia se plantea cuando una persona motiva su demanda
argumentando y fundando en los límites precisos que una determinada
disposición legal le permite. Posteriormente, la prueba se dirige a demostrar la
relación causa-efecto entre los hechos sostenidos y el derecho afirmado.
Finalmente, lo que la sentencia no puede hacer es escapar del encuadre
predispuesto que, bajo la consigna de subsanar el error de iure, en realidad,
modifica el objeto natural de la demanda.
Ello así resulta, en la medida que una interpretación contraria advierte la
crisis en la defensa en juicio y en el principio de igualdad procesal, porque el
error que produjo el demandante queda suplido en su deficiencia por la
actividad del juez.

8. Cfr. Fallos, 255:50 y 237. Augusto M. Morello - Gualberto L. Sosa - Roberto O. Berizonce,
Códigos Procesales en lo civil y comercial de la provincia de Buenos Aires y la Nación, tomo II-
A, editorial Platense-Abeledo Perrot, Buenos Aires., 1984, pág. 615.
9. Fallos, 300:1015. Cfr. Morello-Sosa-Berizonce, ob, cit., pág. 616.
Así lo sostuvo la Corte en jurisprudencia que se mantiene inalterable ( 10

).

7.5 La falta de alegación del derecho


Ninguna incidencia genera la falta de alegación en la demanda del
derecho concreto que se vincula con la pretensión.
La conclusión es propia del sistema que le permite al juzgador aplicar los
preceptos legales que determinan las situaciones de hecho.
Es bastante contar con claridad en el relato de circunstancias, como
deducir sin contrariedad la petición definitiva para conseguir relevar la ausencia
de la carga de invocación que el art. 330 inciso 5º del CPC pretende.
No obstante, algunos fallos han entendido que esta alegación es un
requisito esencial y que, por ello, resulta un recaudo necesario e ineludible, que
trae como consecuencia la existencia de un defecto legal en el modo de
proponer la demanda.
Pero tal defecto, para ser procedente, debe revestir entidad suficiente
como para afectar el derecho constitucional de defensa del accionado,
colocándolo en un verdadero estado de indefensión, o bien, impidiéndole o
dificultándole su respuesta.
El silencio de la parte respecto al derecho que debe alegar puede
suplirse a través del dispositivo previsto en el art. 163 inciso 6º del CPC, que es
el lugar donde reside el iura novit curia.
De este modo, el juez al sentenciar aplicando el derecho que estima
correcto, no sustituye la negligencia de la parte que no cumple con la carga de
alegación; simplemente, obra en la dimensión de sus potestades mientras no
modifique la relación jurídica que las partes sostienen, ni desnaturalice la
acción intentada.

7. 6 La corrección del error en el derecho alegado


Se advierte la función esclarecedora del principio iura novit curia en la
dicción del derecho aplicable en la causa, a través de la correcta subsunción
del derecho en los hechos afirmados y comprobados.
Si la norma alegada fuera incorrecta, mejor se observa la tarea de
interpretación e inteligencia que el precepto admite.
Tomemos por ejemplo la sentencia declarativa de divorcio causal, donde
el juzgador puede apartarse de los fundamentos jurídicos indicados en los
escritos de postulación, y calificar la relación procesal en la causa que estime
ajustada a las circunstancias de la causa. En este supuesto, la ubicación legal
depende de una cuestión de grado que no altera las contingencias fácticas

10. Vulnera los arts. 17 y 18 de la Constitución Nacional, la sentencia que, en causa civil,
condena a algo distinto de lo pedido, ya que el aforismo iura novit curia no justifica que se
introduzcan de oficio acciones no planteadas ni debatidas en la causa (Fallos, 292:493).
relatadas (v.gr. se demandó por sevicias, calificando la sentencia que, en
realidad, son malos tratos).
Ahora bien, cuando el juez se aparta del cuadro de iure propuesto
liminarmente, debe cuidar que en la función de decir el derecho no se
modifique una acción por otra, o se altere la pretensión deducida sin que las
partes puedan cubrir su derecho de alegación y réplica respectivas (derecho de
defensa en juicio).
En suma, la extensión de la iura novit curia no puede hacer que
comprenda lo que el caso ofrezca fuera de su trazado estrictamente jurídico, so
riesgo de llevar, por la vía de un proceder ex oficio, al quebrantamiento mismo
de la bilateralidad ( 11 ).

8. El tiempo para dictar sentencia


Los plazos para dictar decisiones judiciales se reglamentan en el art. 34
inciso 3º.
En todos los supuestos, si se ordenase prueba de oficio, no se computan
los días que requiere el cumplimiento. El juez está obligado a dictar sentencia
cuando los autos quedan en estado. A partir de allí no se puede postergar ni
demorar, a excepción de las causas que la ley permite.
La decisión que se pronuncia fuera de término no es nula, es
simplemente irregular, y el juez resulta pasible de las sanciones disciplinarias
que prevé el art. 167 del ritual.
Si la cuestión trasciende el mero vencimiento de plazos procesales,
puede configurarse el delito de denegación de justicia, de modo tal que, sin
perjuicio de la sanción económica emergente el juez queda sujeto a posible
enjuiciamiento penal.
Actualmente, se considera esta demora injustificada como un supuesto
de responsabilidad objetiva que puede llegar a originar culpa e indemnización.
Pero esta apreciación del tiempo que insume el dictado de una
sentencia, debe atenderse en relación con el tiempo mismo que incide desde la
demanda hasta que se produce el llamado de autos.
Si se verifican los lapsos se podrá constatar que la lentitud de la justicia
no reposa en el tiempo de pronunciarse, y ese estado se mantiene, inclusive,
en las instancias superiores.
Por ello, mantener el preventivo sancionatorio en sólo una etapa parece
exagerado y fuera de contexto, en atención a las reales circunstancias que
ocupan a esta fase.
En cambio, podría sugerirse un reforzamiento en los deberes de
impulsar el proceso, activando adecuadamente el principio de colaboración,
particularmente en la etapa probatoria, pero sin convertir al proceso mismo en
una lucha contra los tiempos (a modo de nuestra ley procesal que, con gracia y
justicia se ganó el apodo de código del infarto).

11. Morello-Sosa-Berizonce, Códigos Procesales..., tomo II-A, cit., pág. 582.


9. Accesorios de la sentencia
Formalmente la sentencia se fracciona en las tres partes comentadas
(resultandos, considerandos y fallo). La parte dispositiva, a su vez, pronuncia
dos aspectos de la voluntad a cumplir: 1- la principal, que clasifica los tipos de
sentencia que se dictan, relacionada con el tema central de la pretensión; 2- la
accesoria, vinculada con otros puntos de la obligación de pronunciarse.
Estas accesorias de la sentencia se regulan normativamente en los
incisos 7º y 8º del artículo 163.
a) La fijación de plazo corresponde en los casos que la sentencia fuere
susceptible de ejecución, es decir, cuando sea de carácter condenatorio.
Este plazo de cumplimiento no tiene un término establecido,
generalmente el juez lo ordena a su arbitrio. Pero en ciertas ocasiones, la
urgencia o la naturaleza del proceso llevan a la abreviación del plazo que
jurisprudencialmente es común (diez días).
La importancia de este término está en que otorga ejecutoriedad al
pronunciamiento apenas vencido el tiempo para obedecer su mandato; tiempo
que opera independientemente del plazo para apelar, el cual transcurrido,
precluye la oportunidad para impugnar y demuestra el sometimiento a las
conclusiones del fallo aun cuando no se cumplan de inmediato.
b) El pronunciamiento sobre costas y honorarios, satisface un interés
secundario del proceso, disponiendo quien debe afrontar los gastos
ocasionados para tramitar el juicio respectivo.
Los honorarios de los profesionales intervinientes en los autos se
regulan al finalizar la instancia, pero quedan sujetos muchas veces a que el
litigio cuente con una liquidación firme y aprobada que de bases firmes al juez
para resolver la cuantía sobre la suma que resulte el monto del proceso.
La condena en costas, o distribución de ellas como nos parece más
correcto decir, se rige por el principio objetivo de la derrota, y se pronuncia aun
cuando las partes no lo pidan.
De todos modos conviene recordar que "el juez podrá eximir total o
parcialmente de esta responsabilidad al litigante vencido, siempre que
encontrare mérito para ello, expresándolo en su pronunciamiento, bajo pena de
nulidad" (art. 68, segundo párrafo).
La sentencia en costas incluye los gastos causados u ocasionados por la
sustanciación del proceso y de los que se hubieren realizado para evitarlo;
también se agregan los importes dispuestos en concepto de honorarios. Pero la
condena sólo personaliza la obligación, es decir, indica quien debe pagar, pero
no dice cuanto, porque esta etapa se deriva a lo que en otras legislaciones se
denomina tasación de costas, y en la nuestra corresponde a la liquidación o
ejecución de la sentencia.
c) La declaración de temeridad y malicia es consecuencia del análisis
sobre la conducta procesal. Ya vimos que el art. 34 inciso 6º tomado como
base de estudio dice que es deber de los jueces...declarar, en oportunidad de
dictar las sentencias definitivas, la temeridad o malicia en que hubieren
incurrido los litigantes o profesionales intervinientes.
La lealtad procesal constituye un deber jurídico. Como tal su
cumplimiento debe sancionarse, gozando los magistrados de expresas y
amplias atribuciones al respecto, pudiendo sobre la base de tales razones,
apartarse de la verdad formal aportada al litigio, con el fin de establecer la
verdad jurídica real y no amparar la deslealtad procesal cuando a tal puede
llamarse el conjunto de falacias tendenciosas, de acción u omisión, no
coincidentes con la realidad fáctica del derecho, que exceden la astucia y
prudencia propias del ejercicio de la abogacía y vulneran el deber de decir
verdad en el proceso civil.
Es una manera de reforzar la conducción del proceso a través de un
lógico ejercicio del poder de policía, apartando la figura del juez pasivo y
desinteresado que tolera aquellos actos de inmoralidad procesal.
Conviene agregar que esta declaración obra inmerso en los deberes del
juez, de manera que éste la dispone, por vía de principio, como una facultad
propia. No obstante, pueden resolverse a pedido de parte.
d) La condena al pago de frutos, intereses, daños y perjuicios, resulta
una posibilidad de la sentencia cuando en la demanda el actor que resulta a la
postre victorioso, efectúa una estimación provisional de los daños, dejando
librada la fijación definitiva a lo que en más o en menos fijaren los jueces
conforme lo acreditado en el litigio.
La suma líquida puede obtenerse por inferencia de los términos del fallo,
mediante una simple operación aritmética. Caso contrario, la sentencia debe
fijar las bases de su determinación.
Puede ocurrir que en el pronunciamiento se reconozca la obligación
reclamada, pero no se pronuncie sobre el valor del crédito, sea por omisión, o
por no contar con bases demostrativas al efecto.
Si fuere por descuido, el ejercicio de la potestad conferida se supedita al
requisito de que se haya producido prueba atendible acerca de la existencia del
perjuicio, de manera tal que solo aparezca indeterminado el monto de aquéllos.
En cambio, si no existen bases la determinación se consigue por vía de un
proceso independiente y posterior.

10. Las providencias simples


Providencias simples son aquellas que el Juez ordena para la regular la
continuidad del trámite procesal. Son decisiones formales que se vinculan con
el trámite.
Estas medidas de ordenación cel procedimiento son integrativas de las
facultades instructorias que la ley ritual otorga al órgano jurisdiccional en su
calidad de director del proceso y, como tales, son irrecurribles. Este principio
sólo admite como excepción el hecho de que a través de su dictado se vulnere
de cualquier forma la garantía constitucional del debido proceso (CNCiv., Sala
A, 1988/04/05, “D. F., H. c S., S.”, La Ley, 1988-D, 522 (38.013-S)).
Por ejemplo, la providencia simple que dispone un traslado no es
apelable, en tanto no cause un gravamen irreparable en los términos del art.
242, inc. 3° del Código Procesal (CNCiv., Sala G, 1994/03/08, “Banco Roberts
S. A. c. Sunners, Samuel”, La Ley, 1994-E, 61).
Asimismo, la decisión que sólo declara la extemporaneidad de un escrito
no se encuentra dentro de la previsiones del art. 135, inc. 13, toda vez que se
trata de una providencia simple (CNCiv., Sala A, 1983/02/21, “Fiorentino, Víctor
R. c. Macora, S. A.”, La Ley, 1983-B, 759 (36.357-S)).
También se afirma que el litigante a cuya solicitud se dicta una
providencia simple que sólo tiende al desarrollo del proceso u ordena actos de
mera ejecución, queda notificado por ministerio de ley, si el proveído guarda
razonable relación con la petición que se formula. Ello, en virtud de la carga
impuesta a todo litigante de concurrir los días de nota al juzgado a enterarse de
las notificaciones "ministerio legis", con fundamento en el principio de celeridad
y economía procesal (CNCiv., Sala A, 1997/03/03, “Banco Medefin S. A. c.
Nava, Manuela A. y otros”, La Ley, 1997-D, 824 (39.604-S)).

Sentencias interlocutorias

Art. 161. -- Las sentencias interlocutorias resuelven cuestiones que requieren


sustanciación, planteadas durante el curso del proceso. Además de los requisitos
enunciados en el artículo anterior, deberán contener:
1. Los fundamentos.
2. La decisión expresa, positiva y precisa de las cuestiones planteadas.
3. El pronunciamiento sobre costas.

1. Sentencias o providencias interlocutorias


Estas resoluciones judiciales se relaciona con la resolución de
controversias originadas en el curso del procedimiento que, estando vinculadas
con la cuestión principal que motiva la pretensión y la resistencia, se deciden
antes de la sentencia definitiva previo debate entre las partes.
Son desiones que se adoptan tras otorgar derecho a la contradicción,
por eso dice el código que requieren sustanciación. Ellas se resuelven
mediante la aplicación de una norma particular, y por tanto suelen llamarse
como que "deciden artículo".
La fundamentación que tienen puede vincularse mediante remisiones,
por eso, se argumenta que no es nula la decisión del tribunal que toma los
dados por el fisco, pues cumple con el requisito previsto en el art. 161, inc. 1º
(CNCom., Sala E, 1998/04/15, “Zanella Hnos. y Cía. S. A.”, La Ley, 1999-D,
819, J. Agrup., caso 14.145 - ED, 179-89).
Algunas veces, y a pesar de que el mandato legal pareciera indicar que
las sanciones por temeridad y malicia se analizan al dictarse la sentencia
definitiva, se ha dicho que estas multas, previstas en el art. 45 también pueden
ser aplicadas -a la parte vencida, al letrado o a ambos conjuntamente- en la
interlocutoria que decide un incidente con respecto a la actuación de los
litigantes en el mismo, ya que, en tal oportunidad, además de determinarse
cuál de las partes resulta finalmente vencida, sea en forma total o parcial, se
puede efectuar la valoración integral, o en conjunto, de su comportamiento
procesal (CNCiv., Sala B, 1996/11/29, “Bissio, Esteban A. c. Demateis,
Margarita E.”, La Ley, 1998-C, 936 (40.425-S).
Finalmente, cabe destacar que la nulidad de la sentencia, sea definitiva
o interlocutoria, sólo procede cuando la misma adolece de vicios o defectos de
forma o construcción que la descalifican como acto jurisdiccional (art. 253), es
decir, cuando se ha dictado sin sujeción a los requisitos de tiempo, lugar y
forma prescriptos por la ley adjetiva (arts. 34, inc. 4° y 163, Código citado), pero
no en hipótesis de "errores in iudicando" que, de existir pueden ser reparados
por medio del recurso de apelación (CNCiv., Sala F, 1983/04/26, “Rodríguez,
Carmen c. Municipalidad de la Capital”, La Ley, 1983-C, 284).
Por ejemplo, se dice que la sentencia interlocutoria con fuerza de
definitiva que contiene en sí un defecto formal, configurativo de una causal de
nulidad no puede ser atacada mediante el incidente de nulidad sino a través del
recurso de apelación, que comprende el de nulidad (CNCiv., Sala C,
1995/10/12, “Banco de Galicia y Buenos Aires c. Paz, Repetto herederos y
otros”, La Ley, 1997-D, 825 (39.605-S).

Sentencias homologatorias

Art. 162. -- Las sentencias que recayesen en los supuestos de los arts. 305, 308 y 309, se
dictarán en la forma establecida en los arts. 160 ó 161, según que, respectivamente,
homologuen o no el desistimiento, la transacción o la conciliación.

1. Concepto
Las llamadas sentencias homologatorias tienen por objeto contemplar la
seguridad jurídica y la estabilidad de los derechos, si bien no deciden litigios y
la propia ley no prevé una forma determinada, ni de proceso ni de acto final.
Así, son tales los pronunciamientos que dan por terminado el proceso frente al
desistimiento del derecho (art. 305, CPCl) o el que convalida la transacción del
objeto litigioso (art. 308, CPCl), casos en los cuales el magistrado se limita a
examinar si el acto o el contrato procede por la naturaleza del derecho en
litigio, es decir, si se trata de un derecho disponible, dictando una providencia o
una sentencia interlocutoria, según que se homologue o no la transacción
(CNCiv., Sala H, 1996/05/31, “Sucheyre, Raúl c. Pérez, Irma”, La Ley, 1997-B,
740).
Es improcedente la homologación judicial de convenios privados
celebrados por las partes, en virtud de los cuales se reclama la intervención
judicial al solo efecto de dar certeza y ejecutabilidad a ese instrumento, cuando
no preexiste un conflicto que justifique dicha intervención.
Dado que las sentencias homologatorias están previstas sólo para los
supuestos contemplados en los arts. 305, 308 y 309 del Código Procesal, para
que procedan los modos anormales de terminación de un juicio debe existir un
trámite judicial previo, con un conflicto pendiente, fuera del cual no cabe admitir
el trámite de homologación de convenio (CNCiv., Sala A, 1998/05/26,
“Complejo Habitacional Sindicato Obreros de Maestranza c. Gómez, Nancy R.
y otros”, La Ley, 1998-F, 133).
Además, se dice que si bien el acuerdo presentado por las partes y
homologado por el juez se equipara a la sentencia definitiva, en la medida que
pone fin al litigio, para producir la plenitud de sus efectos normales, debe
integrarse con la formalidad intrínseca de la notificación a las partes
intervinientes en el proceso (CNCom., Sala B, 1997/11/17, “Banco Coop. de
Caseros Ltdo. c. González, Oscar S. y otro”, LA LEY, 1998-B, 617).
Finalmente, las sentencias homologatorias, en principio, no son
apelables, pues debido a su finalidad convalidatoria no pueden causar agravio
(CNCiv., Sala C, 1998/02/10, “Cabrini, Guillermo O. c. Rodríguez, Marta”, LA
LEY, 1998-C, 274).

Sentencia definitiva de primera instancia

Art. 163. -- La sentencia definitiva de primera instancia deberá contener:


1. La mención del lugar y fecha.
2. El nombre y apellido de las partes.
3. La relación sucinta de las cuestiones que constituyen el objeto del juicio.
4. La consideración, por separado, de las cuestiones a que se refiere el inciso anterior.
5. Los fundamentos y la aplicación de la ley.
Las presunciones no establecidas por ley constituirán prueba cuando se funden en
hechos reales y probados y cuando por su número, precisión, gravedad y concordancia,
produjeren convicción según la naturaleza del juicio, de conformidad con las reglas de la
sana crítica.
La conducta observada por las partes durante la sustanciación del proceso podrá
constituir un elemento de convicción corroborante de las pruebas, para juzgar la
procedencia de las respectivas pretensiones.
6. La decisión expresa, positiva y precisa, de conformidad con las pretensiones
deducidas en el juicio, calificadas según correspondiere por ley, declarando el derecho
de los litigantes y condenando o absolviendo de la demanda y reconvención, en su caso,
en todo o en parte.
La sentencia podrá hacer mérito de los hechos constitutivos, modificativos o extintivos,
producidos durante la sustanciación del juicio y debidamente probados, aunque no
hubiesen sido invocados oportunamente como hechos nuevos.
7. El plazo que se otorgase para su cumplimiento, si fuere susceptible de ejecución.
8. El pronunciamiento sobre costas y la regulación de honorarios y, en su caso, la
declaración de temeridad o malicia en los términos del art. 34, inc. 6.
9. La firma del juez.

1. Conceptos generales
Al comenzar el análisis del capítulo indicamos las características
generales que reúnen las resoluciones judiciales en orden a sus requisitos
objetivos y subjetivos.
Corresponde ahora, observar individualmente los contenidos que
requiere la sentencia definitiva de primera instancia.
En primer lugar existe cierto error conceptual o alguna contradicción
intrínseca con el significado jurisprudencial que se atribuye a la idea de
"sentencia definitiva".
Esta, significa decisión que pone fin al proceso e impide su continuación,
mientras que el artículo presenta como definitiva a la decisión que finaliza la
actividad en la primera instancia, sin dar cuenta que la eventualidad de
recursos permitiría la prosecución del trámite.

1.1 Requisitos formales


La mención del lugar y de la fecha son requisitos objetivos que hacen a
la validez del fallo porque permiten determinar fehacientemente la competencia
del Juez y el cómputo de los plazos con los efectos que produce en la
sentencia como documento.
También es un recaudo formal indicar el nombre y apellido de las partes,
como la relación sucinta de las cuestiones que constituyen el objeto del juicio.
Cada cuestión se analiza por separado, hasta llegar a la fundamentación
que constituye la piedra basal del pronunciamiento.

1.2 Requisitos sustanciales


La sentencia debe ser fundada. Así lo disponen la mayoría de los
códigos procesales y algunas constituciones de provincias.
Es este un triunfo logrado por el derecho procesal constitucional, al exigir
este recaudo de motivación como pauta de validez de todo pronunciamiento, y
a modo de soporte fundamental de la garantía del debido proceso.
Jurisprudencialmente se ha diseñado esta regla, indicando que
constituye requisito indiscutible de validez de las sentencias judiciales que ellas
sean fundadas y constituyan una derivación razonada del derecho vigente de
plena aplicación a las circunstancias comprobadas de la causa.
De tal modo resulta imprescindible que cada fallo judicial explicite las
razones que justifican una orientación determinada.
Es preciso, en consecuencia, conocer ese desarrollo mental que se
suministra en los considerandos de la sentencia, dando las pautas de pruebas
que se consideran verificadas y la subsunción efectuada en el orden normativo.
Además, una exposición suficiente facilita el grado de persuasión que la
sentencia conlleva como medio de indicar la justicia en el caso concreto; tanto
como para que las partes conozcan las razones por las que se admite o
rechaza una pretensión, dando posibilidad consecuente para una crítica pun-
tual.
No debe descartarse que este recaudo de fundamentación confiere, a
igual tiempo, una probable utilidad para el control efectivo de los actos;
haciendo pública la opinión vertida, en el sentido de que el fallo deja de ser
cosa de partes para transferirse a la consideración pública.
La carencia de motivación resulta descalificada por el vicio de nulidad
(como sucede en la causa que comentamos); igual consecuencia contrae la
sentencia con fundamentos insuficientes, o equivocados, o bien que se afirma
en consideraciones meramente dogmáticas que no tiene en cuenta las
circunstancias que fueron demostradas en la causa.
Importa advertir que el calificativo de sentencia infundamentada, tiene un
contraste en la apreciación que las partes sostengan. Quien obtiene
pronunciamiento favorable, seguramente, ante la ausencia de agravio, no
podrá decir que el fallo sea infundado. De otro lado, el perdidoso, podrá
calificar de aquél modo a la sentencia pero su estima tiene un valor meramente
hipotético y eventual, sólo posible de confirmación si prospera el recurso que
dedujese contra el fallo.
Ciertas orientaciones doctrinarias y jurisprudenciales dan cuenta de
cuestiones que hacen a este desvío del deber jurisdiccional, algunos más
graves que otros, pero todos suficientes para demostrar la causa que nulifica la
decisión.

2. Vicios en el acto de juzgar


En verdad, si nos guiaramos por lecturas procesales atentas sobre el
código, podríamos afirmar que ésta es una hipótesis posible de descarte, toda
vez que existe un control hacia la regularidad y continuidad de los actos
procesales que, difícilmente, harían ocultables los vicios intrínsecos en la
voluntad de quien debe decidir.
La libertad para decidir es un artífice de la independencia judicial. La
voluntad libremente adoptada y expresada es un requisito fundamental del
contenido de la sentencia (12), de manera que si ella falta o está viciada, la
sentencia es defectuosa, generando su inmediata nulidad.
Hablamos de vicios del consentimiento, como contingentes que
desnaturalizan la voluntad del acto procesal ( 13 ).

12. De la Rua, Fernando, Teoría General del Proceso, editorial Depalma, Buenos. Aires, pág.
142.
13. Gozaini, Derecho Procesal Civil, ob. cit. pag. 101.
Una sentencia sin motivación priva a las partes de la facultad de
fiscalizar la reflexión del magistrado. Inclusive, si esa ausencia es voluntaria
puede cumplirse la tipificación del delito de denegación de justicia.
Sin embargo, es raro que un pronunciamiento no tenga alguna
fundamentación, habida cuenta que el requisito constitucional de que el juez
invoque en lo esencial La Ley que corresponde a la cuestión en juzgamiento se
cumple cuando la sentencia, como unidad, se encuentra amparada, sin que se
exija con parejo rigor que la cita luzca en relación a cada uno de sus
considerandos y conclusiones.
La mínima causa de convicción limita la reserva pensada para
descalificar absolutamente el fallo, pero no empece a que se considera
arbitraria o intolerable con el deber exigido como recaudo constitucional de
eficacia en los procesos.
Pensando en esa garantía la motivación debe reunir características
expresas que luzcan manifiestas en el acto.
Por supuesto, como acto escrito que resulta, la decisión debe ser
positiva y expresa sin remitir a parte alguna del expediente. Lo mismo cabe
decir respecto de aquellos que invocan genéricamente una ley, sin expresar
artículos o doctrinas emergentes, porque de este modo, imposibilitan la
impugnación precisa y concreta que la alzada requiere para autoabstecer el
escrito de impugnación.
La motivación insuficiente, contradictoria, liviana, o de similar registro, no
nulifican el fallo, sólamente lo tornan revocables por el vicio in iudicando que
portan.
Igual temperamento siguen los pronunciamientos que se basan en apre-
ciaciones meramente dogmáticas, o que no cuentan con fundamentos legales,
o bien apartados de los argumentos sostenidos por las partes, o que omiten
considerar pretensiones o defensas, etc.
La explicación suficiente de las razones, además de ser expresa, debe
abarcar los hechos, el derecho, interesarse con una debida valoración de la
prueba y motivarse en una lógica deductiva que justifique plenamente la
resolución adoptada.
Las motivaciones de hecho pertenecen al área de las cuestiones
propuestas por las partes como conducentes y en contradicción circunstancial.
La investigación que el juez pueda abordar es un tema contingente, porque la
regla indica que no puede apartarse del perfil de la realidad que el actor
presenta y de la modificación -eventual- que el demandado proponga. Son los
principios de igualdad en el debate y de la garantía de defensa en juicio.
Por eso se reitera que para asegurar este derecho no es necesario el
tratamiento de todos y cada uno de los planteos que las partes articulan, sino
únicamente de aquéllos que son conducentes para la decisión del caso.
La determinación judicial sobre los hechos probados es el nudo gordiano
de la sentencia. Se procura que los jueces fijen con espíritu crítico la valuación
de cada elemento arrimado al proceso, expresando la convicción que obtenga
de cada uno, sin necesidad de explicarlos pormenorizadamente. Inclusive,
puede elegir unos y descartar otros, pero debe fundar la selección, porque así
se lo impone la regla descriptiva del fundamento suficiente.
Luego de la valoración de los hechos admitidos o de las alegaciones
controvertidas conducentes que han sido verificadas, el juez debe corresponder
esas situaciones con el derecho. Es ésta, aquélla función del acto de juzgar por
el cual se determina si la voluntad concreta de la ley ampara a la contingencia
concreta, permitiendo en caso afirmativo, hacer la relación jurídica
determinante.
No es sentencia una decisión judicial que propone tener por acreditado
un hecho sin asignarle su correspondiente jurídico, porque es deber del
pronunciamiento, como en los demás actos procesales, el constituir, modificar
o extinguir una relación jurídica.

3. Las cuestiones de hecho y de derecho


La distinción entre cuestiones de hecho y de derecho ofrece dificultades
teóricas de extrema magnitud. Sobre todo cuando ha de considerarse la prueba
eficaz para poder establecerlos.
Difícil es ponerse de acuerdo sobre lo que es el "hecho" mismo sin
intercalar subrepticiamente un juicio de valor. Es que el intérprete ha de valorar
el mérito de los testigos, de los indicios, de los informes, para poder determinar
el "hecho". Las normas jurídicas de la sana crítica, de la conciencia del juez, de
la libre convicción, se apoyan en la lógica jurídica y en la razón o sano juicio.
Pasar del "hecho probado" como fenómeno del mundo del ser a su
estimación y cualificación ya es misión jurídica, que como tal lleva ínsita una
valoración legal. Y por amplios que sean los poderes judiciales para establecer
los hechos, hay un límite legal cual es el de la arbitrariedad o el absurdo ( 14 ).
En la calificación del derecho aplicable el juez utiliza la fórmula "da mihi
factum dato tibi ius" (dadme los hechos, yo pondré el derecho), es decir que,
con ajuste a los hechos denunciados y probados el juzgador queda en libertad
para dar el encuadre de derecho pertinente, pero siempre dentro de la cate-
goría de hechos puntualizados en los escritos de demanda y contestación.
Los fundamentos deben apreciar la solidez de las pruebas en base a la
concordancia que proporcionen entre la existencia efectiva de los medios y la
posibilidad de verificar en la dirección que la actividad ejercida pretende. Por lo
tanto el fundamento gnoseológico del sistema reside en la cientificidad de la
fuente, es decir, en la probabilidad de que éste sea susceptible de confirmación
por la ciencia a la cual pertenencen los diversos hechos comprendidos en el
objeto de la prueba.
Una vez establecidas las pruebas que fijan los hechos y verifican las
situaciones alegadas, y confrontados los hechos, comienza el juicio lógico de

14. Morello, Augusto Mario. - Sosa, Gualberto Lucas - Berizonce, Roberto Omar, Códigos
Procesales en lo civil y comercial de la provincia de Buenos Aires y la Nación, tomo II-C,
editorial Platense-Abeledo Perrot, Buenos. Aires., pág. 28.
subsunción, de conformidad con las reglas que el ordenamiento establezca
para la apreciación de los medios de confirmación.
El objetivo es alcanzar certidumbre sobre la verdadad propuesta en la
pretensión. De modo tal que el resumen de la actividad se concreta en el
postulado jusrisprudencial que exige que toda sentencia sea una derivación
razonada (lógica y suficiente) del derecho aplicable a los hechos constatados
en la causa.
Ello significa que el raciocinio elaborado ha de ser congruente, sin
contradicciones internas ni construcciones equívocas o ambiguas que cercenen
la calidad del pronunciamiento.

4. El juicio jurisdiccional
Venimos reiterando que el proceso elaborador del fallo no necesita con-
siderar todas y cada una de las pruebas incorporadas a la litis, sino, tan sólo,
aquellas que sean importantes. Basta, entonces, que se mencionen aquéllas
que se consideren conducentes para resolver el litigio.
El orden y la preferencia es facultad del órgano, posibilidad que se
extiende al cuadro de argumentaciones propuestas, porque también aquí el
juez podrá optar por las que sean pertinentes y útiles, con la única limitación de
que no se aparte de las cuestiones que constituyen el objeto del juicio.
La esencia (trascendencia) de la cuestión se advierte cuando ellas son
necesarias para la correcta solución del pleito; sea porque de su interpretación
dependa directa y necesariamente el sentido y alcance del fallo, o porque se
vinculan a la dimensión cuantitativa del objeto mediato de la pretensión, o bien
porque, en definitiva hagan depender de su suerte el destino final de la causa.
Ahora bien, de acuerdo al tipo de pretensión que se estudie, es posible
efectuar un orden de tratamiento en esas cuestiones vitales y trascendentes
para resolver el proceso. Si fuese, por ejemplo, un proceso donde se reclamen
daños y perjuicios derivados de un hecho ilícito, será menester, previamente,
decidir lo referido a la culpa, para objetivar desde allí, la responsabilidad
extracontractual y el monto de la indemnización.
De igual modo, en un proceso de divorcio contencioso, donde una de las
partes alegue la culpa del otro en la disolución de la sociedad conyugal; antes
de decretar la separación de cuerpos y bienes, el juez deberá ponderar la culpa
para obrar consecuentemente en los accesorios derivados del divorcio, como
son las costas y la permanencia o no del derecho de sucesión.
En estas tipificaciones de la naturaleza del objeto procesal, y en otras
comunes tomadas de la simple praxis, existe un orden secuencial que el
sentenciante sigue para dictar su pronunciamiento.
Esa serie, generalmente, comienza con la enunciación de los hechos
articulados que se consideran separadamente, indicando aquellos que vivifican
la esencia misma de a l controversia. Luego se ponderan separadamente las
cuestiones del actor y las que dedujo el demandado. Una vez efectuados estos
pasos, se fijan los hechos controvertidos y se evaluan los méritos probatorios
(aquí el juez no tiene porque seguir un orden preestablecido), para luego
aplicar el derecho invocado o el que surja correcto por aplicación del iura novit
curia, decidiendo, finalmente, en forma expresa, positiva y precisa.

5. El estudio del comportamiento en el proceso


La conducta observada por las partes, es también fuente de
fundamentos para resolver un litigio.
Es la regla que establece el art. 163 inciso 5º apartado final -introducido
por la reforma procesal de la ley 22.434- al referir que "La conducta observada
por las partes durante la sustanciación del proceso podrá constituir un
elemento de convicción corroborante de las pruebas, para juzgar la
procedencia de las respectivas pretensiones".
Como ocurre en las presunciones, la conducta tiene un valor indiciario,
así sucede en los casos de negativa a aportar prueba documental (art. 388,
CPN), en las respuestas evasivas provenientes del interrogatorio que haga el
juez en ejercicio de sus facultades instructorias o bien, cuando se trata de pre-
guntas recíprocas; o de la incomparecencia a los actos, etc. No se descarta de
estas actitudes proyecciones concretas del principio de colaboración procesal,
que cuando resulta eludido otorga motivación suficiente para concretar un
desvío en las reglas del comportamiento leal, probo y honesto.
Huelga agregar que ni presunciones ni indicios sirven para fundar por sí
solos una sentencia, porque son elementos corroborantes.

6. El vicio de incongruencia
Se denomina congruencia a la precisa adecuación entre lo pedido en la
demanda y lo otorgado por la sentencia.
Responde al principio romano, según el cual iudex iudicare debet
secundum allegata et probata partium, mostrando la intrínseca relación entre
dos términos específicos del proceso: los escritos constitutivos con sus
pretensiones, y la sentencia con sus respuestas puntuales.
Objeto procesal y parte dispositiva de la estructura sentencial, recortan
con mayor precisión el ajuste a servir.
Así lo recuerda el art. 163 inciso 6º apartado primero al resolver que la
sentencia debe ser una decisión expresa, positiva y precisa, de conformidad
con las pretensiones deducidas en el juicio calificadas según correspondiere
por ley, declarando el derecho de los litigantes y condenando o absolviendo de
la demanda y reconvención, en su caso, en todo o en parte.
También el art. 34 inciso 4º dice que es deber del juez respetar el
principio de congruencia.
Ambas disposiciones reciben el carácter dispositivo del proceso,
exigiendo dicha conformidad entre pretensiones y sentencia definitiva.
Supone esta regla que el juez no pueda considerar otras alegaciones
que no hubiesen ingresado en la litis oportunamente, ni agregar otras que
fuesen ajenas a la relación procesal.
La decisión expresa y positiva que la ley requiere debe estar en relación
directa con las pretensiones deducidas en el juicio y con arreglo a las causas
invocadas. Cualquier desvío en esta base de raciocinio, conculcaría las reglas
del juego que los mismos justiciables establecieron al trabar sus diferencias y
concretar sus objetivos. Tales cuestiones, esenciales y conducentes, se
apoyan en las garantías constitucionales hacia la propiedad y el debido
proceso.
Por ello la correlación debe darse en el triple orden de los sujetos, del
objeto y de la causa petendi.
a) Congruencia con las personas o sujetos del proceso: la legitimación
procesal que constituye en partes a los sujetos enfrentados en una
controversia, o en peticionario a quien requiere en un proceso de jurisdicción
voluntaria, determina quienes han de ser los que resulten interesados por el
pronunciamiento judicial.
Es preciso individualizar las personas, sin posibilidad de remisiones
indeterminadas o ambiguas (V.gr.: condeno a ...y a toda otra persona que se
vincule con ésta como asociado en sus intereses; también, no satisface tal
recaudo la locución "empresas del grupo", pues ello encierra una condena
indiscriminada.
b) Congruencia con el objeto procesal: la congruencia de este encuadre
es doble: el primer aspecto refiere a las peticiones o pretensiones que se
plantearon como objeto y causa petendi y su vínculo con la sentencia,
íntegramente considerada. Y la restante, recala en la parte dispositiva
exclusivamente, para advertir si el fallo atiende a todas y cada una de esas
cuestiones.
Recordemos que la congruencia con la forma como ha quedado trabada
la litis, puede llevar a decir lo que está fuera del foco litigioso (sentencias extra
petita), o a no decir lo que se requirió decidiendo en cuestiones que no
interesan (sentencias citra petita), o bien, resolviendo mas cuestiones que las
oportunamente alegadas (sentencias ultra petita).
En todos los casos el error en la aplicación consecuencial puede ser
cuantitativo o cualitativo.
Ramos Méndez divide como clases de incongruencia tres tipos: a) en
cuanto a las cosas -cuantitativa-, cuando el fallo otorga con exceso un monto
superior al solicitado; y a contrario sensu, cuando otorga menos de lo pedido;
b) en cuanto a las cosas, la incongruencia se dá por acceder a lo que no fue
pretendido, o se deniega lo que nadie pide; c) en cuanto al modo, se refiere
cuando la sentencia varía la causa de pedir alegada, estima excepciones
distintas a las formuladas por el demandado, o modifica los hechos admitidos
por ambas partes o los hechos alegados en el proceso ( 15 ).

15. Ramos Méndez, Francisco, Derecho Procesal Civil, tomo I, editorial Bosch, Barcelona,
1992, pág. 611.
Interesa destacar que no importa sentenciar incongruentemente cuando
sin mediar pretensión de parte, se declara la inconstitucionalidad de un
precepto legal, porque esta es una actividad inserta en el marco de la
supremacía constitucional y, en el orden procesal, se recibe por el brocárdico
iura novit curia. Por otra parte es un tema de derecho, donde las alegaciones
de las partes en tal sentido no someten al juez ni lo limitan en su interpretación.
Con relación al objeto, puede agregarse otra particularidad proveniente
de la omisión de cuestiones oportunamente propuestas.
En efecto, esta ausencia de ponderación puede estar en toda la
estructura de la sentencia; o bien considerada, pero sin transmitirse a la parte
dispositiva las derivaciones logradas a su respecto.
Importa el primer aspecto, por cuanto la segunda situación se corrige por
la aclaratoria o por la intervención de la alzada en el recurso pertinente.
Si al dictarse sentencia se omite todo tratamiento a un punto litigioso
discutido y verificado en actividad probatoria, siendo el mismo esencial y
conducente, la decisión afecta la garantía prevista en el art. 18 de la
Constitución Nacional, por ser ausente de necesaria motivación.
c) congruencia respecto de la causa: la invocación que las partes hacen
otorgando a sus afirmaciones un sentido jurídico que creen justo y adecuado,
no puede modificarse posteriormente sin desmedro de la garantía operante de
la defensa en juicio.
Hablamos de aporte de material fáctico y de deducciones que soportan
la causa de pedir. Son un correlato de las situaciones que le preceden, pero
singularizan su obrar en que la formación del material de conocimiento
constituye una carga de las partes, y el juez no puede apartarse de ellas, ni
calificarlas adecuadamente, si con ello desvirtúa el sustracto mismo de la
pretensión (V.gr.: si quien reclama un desalojo lo hace a título de administrador,
no puede recibir el inmueble desocupado como si fuese el propietario; o si se
demanda alegando la causal de falta de pago en que incurriera el demandado
como locatario, no cabe acoger la pretensión para conceptuar probado que el
legitimado pasivo reviste la condición de comodatario y como tal se encuentra
obligado a la restitución de la cosa).
Los efectos de la incongruencia se advierten por la denuncia oportuna a
través de los recursos que otorgue el orden procesal. No nulifican el fallo,
solamente lo tornan anulable por el déficit que tengan. La vía habitual para la
corrección en la alzada es el recurso de nulidad, y en las instancias superiores,
el recurso de casación.

7. La nulidad declarada de oficio


El principio procesal fijado por el art. 172 del código procesal permite al
juez declarar de oficio la nulidad siempre que el acto no estuviese consentido.
De manera que el problema estribaría en la posibilidad de nulificar los
actos nulos que las partes hubiesen convalidado o consentido.
De conformidad con el principio de convalidación, toda nulidad procesal
queda subsanada por el consentimiento, desde que ellas tienen, por regla
general, carácter relativo.
No obstante, la extensión del principio no alcanza a los actos nulos e
inexistentes ( 16 ).
Pero esta es sólo una opinión, y la jurisprudencia -vacilante en esta
materia-, sostiene que la convalidación consagrada en el art. 170 es aplicable a
toda articulación sobre nulidad de actuaciones, desde que la norma no autoriza
a efectuar distinciones. Concordantemente, se ha declarado que no existen
nulidades procesales absolutas y el consentimiento expreso o presunto de la
parte a quien perjudica, opera la preclusión, sin que razones abstractas
fundadas en el mero interés de la ley autoricen una revisión que atentaría, de
entrada contra la seguridad de decisiones pasadas en autoridad de cosa
juzgada ( 17 ).
Desde otra perspectiva, se prioriza el orden público y la relación con
facultades indelegables que se vinculan con la recta administración
jurisdiccional; por tanto, la advertencia de actos irregulares que manifiestan
inobservancia de disposiciones de carácter imperativo, como la constitución de
los presupuestos fundamentales para la litis o el desarrollo efectivo de la
función sin máculas que la inficionen, autorizarían a declarar de oficio las
nulidades encontradas.
En medio de esta duplicidad de criterios, obra una función preventiva del
juez que, de ejercitarse adecuadamente, eliminaría los riesgos de un proveso
inválido.
En efecto, el art. 34 inciso 5º ap. b) dice que es deber de los jueces
"señalar, antes de dar trámite a cualquier petición, los defectos u omisiones de
que adolezca, ordenando que se subsanen dentro del plazo que fije, y disponer
de oficio toda diligencia que fuere necesaria para evitar nulidades".
Esta disposición podría decir, teleológicamente, que si el juez no dictó la
adecuación formal necesaria, no puede luego volver sobre sus propios actos,
subsanando un error que él mismo posibilitó como director del proceso.
La mayoría doctrinaria sostiene que no procede declarar de oficio las
nulidades procesales por cuanto ésta es una actividad propia de los litigantes, y
si estos los admiten y toleran, el juez no puede sustituir el interés en un acto
absolutamente dispositivo.
En posición mas atenuada se piensa que puede oficiosamente actuarse
un acto de invalidación, siempre que las partes aún no lo hubieran consentido.
Nosotros creemos que es posible para el juez declarar ex officio una
nulidad procesal, no obstante fuese consentida y convalidada por las partes, si
ella incide en la regularidad sustancial del proceso.

16. Cfr. Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Derecho Procesal Civil, tomo I Teoría General del Derecho
Procesal, volumen 2, editorial Ediar, Buenos Aires, 1992, págs. 831 y ss.
17. SC Bs. As., Acuerdos y Sentencias, 1975 pág. 642; íd. La Ley, 1976-B, pág. 407, en
jurisprudencia que pervive.
La supremacía de la justicia, y de un servicio jurisdiccional eficaz no
puede permanecer absorto al espectáculo de un proceso inválido que pervive
por la inactividad del tribunal. Ni la preclusión, ni los presupuestos de la
pretensión subordinan el interés superior de la justicia.
Si bien el orden público puede sostener este fundamento, nos parece
más apropiado instalar la cuestión en terreno de las garantías del debido
proceso.
Por tanto, la actuación oficiosa vela por un activismo judicial que
corresponda la seguridad y valor del proceso justo, con el presupuesto de
trascendencia que porta la nulidad procesal.
El perjuicio a la parte o a terceros no es necesario, ni requiere de
acreditación; el juez sólo constata el vicio y no necesita de corroborantes en los
demás principios de las nulidades.

8. Análisis jurisprudencial
El ejercicio de una facultad discrecional no constituye eximente del deber
de fundar el pronunciamiento, el cual, en su efecto, sólo satisface en forma
aparente la exigencia de constituir una derivación razonada del derecho
vigente, aplicable a los hechos concretos de la causa (CS, 1995/12/19, “H. B.
T. y otra c. Roveda, Arturo N.”, La Ley, 1996-C, 489).
Los jueces, por razón de su carácter de tales y con fundamento en la
garantía de la defensa en juicio, tienen obligación de pronunciarse sobre los
puntos propuestos por las partes en cuanto su solución sea conducente para
decidir el pleito, así como que la omisión de una cuestión condicionante al
resultado del litigio priva de fundamento a la sentencia, que se hace pasible de
la tacha de arbitrariedad y habilita el recurso extraordinario (CS, 1990/04/10,
“Caja de Crédito Versailles Ltda., quiebra s/ inc. de rev. prom. por Sevel
Argentina, S.A.”, La Ley, 1990-D, 237).
Por eso, corresponde dejar sin efecto la sentencia que, con menoscabo
de la verdad jurídica objetiva, omitió tener en cuenta el hecho extintivo
producido durante la sustanciación del proceso y debidamente probado (art.
163 inc. 6º, apart. 2°, Código Procesal), y ello es así, aun cuando tal
circunstancia no haya sido aceptada como hecho nuevo en los términos del art.
365 del Código citado (CS, 1999/08/10, “Farías, Helvecia c. ANSES”, La Ley,
2000-A, 24, con nota de Juan C. Poclava Lafuente - DJ, 2000-1-768).
La exigencia prevista por el art. 163 inc. 8º del Código Procesal en
cuanto a los honorarios no es rígida, pues no procede la regulación cuando al
tiempo de pronunciar sentencia no se conoce el monto de la condena, que
recién habrá de cristalizarse en la etapa de ejecución de sentencia (CNCiv.,
Sala A, 1995/11/28, “Neleco S. A. c. Hoteles Sheraton de Argentina S. A. C.”,
La Ley, 1996-C, 599).
Finalmente se sostiene que, la nulidad de una sentencia judicial sólo es
procedente cuando ésta adolece de vicios o defectos de forma o construcción
que la descalifican como acto jurisdiccional al ser dictada sin sujeción a los
requisitos contenidos en el art. 163 del Código Procesal, así, los errores de
derecho en la interpretación y aplicación de la ley no autorizan la invalidez del
fallo, pues estas son cuestiones que hacen al acierto o error de su decisión y
no a los vicios formales de la misma (CNCom., Sala A, 1998/11/18, “Rodríguez,
Luis N. c. Príncipe, Héctor R.”, LA LEY, 2000-A, 587 (42.388-S) - ED, 182-831).

Sentencia definitiva de segunda o ulterior instancia

Art. 164. -- La sentencia definitiva de segunda o ulterior instancia deberá contener, en lo


pertinente, las enunciaciones y requisitos establecidos en el artículo anterior y se
ajustará a lo dispuesto en los arts. 272 y 281, según el caso.
Las sentencias de cualquier instancia podrán ser dadas por publicidad salvo que, por la
naturaleza del juicio, razones de decoro aconsejaren su reserva, en cuyo caso así se
declarará. Si afectare la intimidad de las partes o de terceros, los nombres de éstos
serán eliminados de las copias para la publicidad.

1. El acuerdo
La posibilidad de armonizar las argumentaciones y conclusiones se
encuentra en la elaboración particular que presenta la sentencia de segunda
instancia y, en general, la de todos los cuerpos colegiados a pluralidad de
miembros.
Se parte de ciertas premisas de organización que consisten en no
apartarse de las solemnidades requeridas para la emisión de toda sentencia.
Vale decir, los requisitos formales se mantienen invariables, pero cambia el
análisis de los fundamentos y su transcripción de acuerdo con ciertas reglas
procesales.
Las causas que quedan en estado de dictar sentencia son sorteadas
para el estudio por magistrado que resulte seleccionado en primer turno. En
este aspecto, se respeta el principio según el cual el presidente, primus inter
partes, será el último en juzgar.
Concluido el voto del primer opinante, pasan las actuaciones al siguiente
para que formule su propia argumentación.
Esta fase, permite adherir a los fundamentos obrantes, adherir
parcialmente, discrepar en todo o en parte, o emitir el fallo con propias
motivaciones pero que coinciden en la parte dispositiva del fallo.
El voto adhesivo es una particularidad de las sentencias de grado, y se
concreta en el denominado acuerdo.
El pilar donde se asienta esta metodología es la convergencia hacia la
mayoría de opiniones en sentido coincidente.
La Corte, en numerosas casos sostiene que debe preservarse la
unidad lógico-jurídica de la sentencia, de manera que su parte dispositiva sea
conclusión final y necesaria de los prudentes análisis realizados sobre los
supuestos fácticos y normativos.

2. Jurisprudencia
De acuerdo al art. 164 del Código Procesal, el órgano judicial del que
emana la decisión impondrá limitaciones a su publicación -más o menos
extensas- por "razones de decoro" o en resguardo de "la intimidad de las partes
o de terceros". Estas son excepciones a la regla republicana de la publicidad de
los mencionados pronunciamientos, en razón de la importancia de dichos
valores. Es el tribunal que generó el acto el único que debe examinar si su
difusión afecta derechos como los aludidos y, por lo tanto, si se configuran
algunas de las citadas excepciones. Si este control no se ha cumplido, no
corresponde constituir al resto de los habitantes en subrogantes de tal deber.
Si, en cambio, el órgano jurisdiccional decidió deliberadamente no retacear la
publicidad del fallo, no se advierte a título de qué otras personas podrían hacer
primar su criterio por sobre el del tribunal. En cualquiera de los dos supuestos,
sólo compete a los jueces que dictan las sentencias evaluar si su difusión
lesiona "el decoro" o "la intimidad" (Del voto de los doctores Boggiano y
Petracchi) (CS, 1993/07/02, “P. A., A. c. Arte Gráfica Editorial Argentina S. A.”,
La Ley, 1993-E, 83, con nota de Miguel Angel Ekmekdjian).
En líneas generales, la firma del juez en la sentencia es, como regla
general, requisito esencial para que un pronunciamiento judicial exista como tal
-conf. art. 163, inc. 9° del Código Procesal, aplicable a este caso según el art.
164 mismo ordenamiento-, máxime si la rúbrica faltante resulta claramente
imprescindible para que quede conformada la voluntad mayoritaria del tribunal
a quo, del modo que se exige en los arts. 271 y 272 del Código Procesal (CS,
1992/04/21, “Asociación Personal Aeronáutico c. Estado nacional -Ministerio de
Trabajo y Seguridad Social”, La Ley, 1992-C, 516).
Finalmente se afirma que, cuando en una sentencia se advierte que uno
de los jueces preopinantes declara desierto el recurso y propone confirmar el
fallo de 1° instancia, otro, en cambio rechaza el recurso por razones de fondo,
el pronunciamiento carece de esencia, es decir de unidad lógica jurídica, cuya
validez depende no sólo de que la mayoría convenga en lo atinente a la parte
dispositiva, sino que también ostente una sustancial coincidencia en los
fundamentos que permitan llegar a una conclusión adoptada por la mayoría
absoluta de los miembros del tribunal (CS, 1990/04/10, “Rossi Muñoz,
Adalberto J. c. Agencia Noticiosa Saporiti, S.A.”, La Ley, 1990-D, 240).

Monto de la condena al pago de frutos, intereses, daños y perjuicios

Art. 165. -- Cuando la sentencia contenga condena al pago de frutos, intereses, daños y
perjuicios, fijará su importe en cantidad líquida o establecerá por lo menos las bases
sobre que haya de hacerse la liquidación.
Si por no haber hecho las partes estimación de los frutos o intereses, no fuese posible lo
uno ni lo otro, se los determinará en proceso sumarísimo.
La sentencia fijará el importe del crédito o de los perjuicios reclamados; siempre que su
existencia esté legalmente comprobada, aunque no resultare justificado su monto.

1. Características de la sentencia
La circunstancia de que la fijación del "quantum" indemnizatorio -en el
caso, del daño psicológico- quede en definitiva librada al prudente arbitrio
judicial (art. 165) no autoriza al juez a apartarse, sin invocar razón alguna, del
monto reclamado, pues de otro modo se violaría el principio de congruencia y
el de defensa en juicio al privarse a la contraparte de alegar y probar en contra
de lo acontecido (CNCiv., Sala E, 2001/02/21, “B., S. P. y otro c. Kids Ports”,
RCyS, 2001-III-112).
Si los daños reclamados fueron determinados al momento de la
sentencia, en uso de las facultades acordadas al juez por el art. 165, es claro
que se trata de valores actuales, razón por la cual corresponde aplicar la tasa
del 6% anual desde el momento de la producción del daño, y sólo desde la
sentencia hasta el efectivo pago la tasa pasiva promedio que elabora el Banco
Central. En efecto, esta última tasa capta la depreciación de la moneda, de
modo que aplicarla desde la fecha del daño importaría computar dos veces la
desvalorización operada entre esa fecha y la sentencia (CNCiv., Sala E,
1996/09/05, “Urquiola Serrano, Enrique y otros c. Nuñez, Luis S.”, La Ley,
1997-B, 826, J. Agrup., caso 11.376 - DJ, 1997-1-926).
El tribunal, al determinar el daño debe expresar las razones en que se
sustenta (CS, 1995/08/24, “P. F. F. c. Empresa Ferrocarriles Argentinos”, La
Ley, 1995-E, 17).
Por eso, si la sentencia de primera instancia no ha establecido al menos
las bases sobre las cuales debe practicarse la futura liquidación del monto
indemnizatorio (art. 165), dicha omisión debe ser salvada por el tribunal de
segunda instancia, pues resulta valioso que en la medida de lo posible la
sentencia definitiva concluya todas las cuestiones y no las difiera para una
etapa posterior (CNFed. Civ. y Com., Sala III, 1995/03/01, “Lojoya, Horacio J. c.
Caja Nac. de Ahorro y Seguro y otro”, La Ley, 1995-D, 95. - DJ, 1995-2-496).

Actuación del juez posterior a la sentencia

Art. 166. -- Pronunciada la sentencia, concluirá la competencia del juez respecto del
objeto del juicio y no podrá sustituirla o modificarla.
Le corresponderá sin embargo:
1) Ejercer de oficio, antes de la notificación de la sentencia, la facultad que le otorga el
artículo 36, inciso 6). Los errores puramente numéricos podrán ser corregidos aun
durante el trámite de ejecución de sentencia.
2) Corregir, a pedido de parte, formulado dentro de los tres días de la notificación y sin
substanciación, cualquier error material; aclarar algún concepto oscuro sin alterar lo
sustancial de la decisión y suplir cualquier omisión en que hubiese incurrido sobre
algunas de las pretensiones deducidas y discutidas en el litigio.
3) Ordenar, a pedido de parte, las medidas precautorias que fueren pertinentes.
4) Disponer las anotaciones establecidas por la ley y la entrega de testimonios.
5) Proseguir la substanciación y decidir los incidentes que tramiten por separado.
6) Resolver acerca de la admisibilidad de los recursos y sustanciarlos, en su caso,
decidir los pedidos de rectificación a que se refiere el artículo 246.
7) Ejecutar oportunamente la sentencia.

1. Actuaciones del Juez posteriores a la sentencia definitiva


Los límites de la actuación jurisdiccional se fijan desde el momento
mismo que la sentencia se pronuncia; no obstante el juez puede proseguir
interviniendo, sin modificar ni alterar lo resuelto , en las siguientes cuestiones:
a) Ejerciendo de oficio, antes de ser notificada la sentencia, la facultad
de corregir errores materiales, aclarar conceptos oscuros o suplir cualquier
omisión de la sentencia acerca de las pretensiones discutidas en el litigio,
siempre que la enmienda, aclaración o agregado no altere lo substancial de la
decisión (art. 36 inciso 3º y 166 inciso 1º).
Se ha dicho que si bien es cierto que con el dictado de la sentencia
queda concluida la competencia del juez respecto del objeto, ello no empece a
que conforme surge del art. 166 del Código Procesal, el magistrado pueda de
oficio o a pedido de parte aclarar algún concepto oscuro, corregir errores
materiales o suplir omisiones, siempre que no se altere lo sustancial de la
decisión; facultad que no se advierte excedida cuando, en el pronunciamiento
aclaratorio se califica como temeraria la conducta del demandado, con la
consiguiente aplicación de una sanción pecuniaria, por haber éste ejercido
inadecuadamente el derecho de defensa mediante planteos formulados con
propósitos meramente dilatorios (CNCom., Sala A, 1993/08/18, “Corrales,
Francisco c. De Rosso, Celestino L.”, ED, 162-261).
El art. 166, inc. 1º, último párrafo del Código Procesal ha receptado el
principio jurídico según el cual los errores aritméticos o de cálculo en que
incurra una decisión deben ser necesariamente rectificados por los jueces, sea
a pedido de parte o de oficio, principio que se sustenta en el hecho de que el
cumplimiento de una sentencia informada por vicios semejantes, lejos de
preservar conspira y destruye la institución de la cosa juzgada, de inequívoca
raigambre constitucional, pues aquélla buscó amparar, más que el texto formal
del fallo, la solución real prevista en él (CS, 1994/12/20, “Iglesias, Germán H. c.
Estado nacional -Ministerio de Educación y Justicia”, LA LEY, 1995-B, 249. -
DJ, 1995-2-274).
b) Corrigiendo a pedido de parte los mismos errores, conceptos oscuros
u omisiones, por la vía del pedido de aclaratoria de la sentencia.
Por ello, la jurisprudencia dice que, aun cuando una presentación no
haya sido formulada dentro del plazo previsto en el art. 166, inc. 2º del Código
Procesal, se admite la rectificación de errores puramente materiales en un
pronunciamiento a efectos de evitar el predominio de una solución formal por
sobre la verdad sustancial a que atiende la decisión. Ello, en razón de que, si
no se salvara tal error, se alteraría el contenido sustancial de un aspecto
dirimido en el fallo, lo que no puede ser convalidado (CNCom., Sala A,
1996/06/11, “Nearco y Cía. c. Friman, Salomón”, DJ, 1996-2-1031).

c) Ordenar, si la parte lo solitare, las medidas precautorias que fueren


pertinentes. Por ejemplo, el art. 212 inciso 3º permite dictar embargo
preventivo, aun cuando la sentencia estuviese recurrida.
Esta facultad no exime de prestar contracautela, aunque la certidumbre
sobre el derecho alcanzado permite flexibilizar la exigencia (art. 199 párr. 2º)

d) Disponer la entrega de testimonios y de las copias necesarias para


registrar las disposiciones de la sentencia que no fuesen pasibles de
revocación en la alzada (v.gr.: anotación del divorcio en el Registro Civil
correspondiente, aun cuando fuese discutida en el recurso planteado contra la
sentencia la cuestión atinente a la culpa resuelta).

e) También conserva las facultades de continuar sustanciando los


incidentes que hubiesen quedado pendientes, y de resolverlos cuando se
encontraren en estado.

f) Obviamente, resuelve sobre la admisibilidad de los recursos y corre


traslado de los que hubieran sido concedidos en relación y con efecto diferido.

g) Encontrándose firme y consentido el pronunciamiento, el juez


conserva la competencia para ejecutar lo resuelto.

Demora en pronunciar resoluciones

Art. 167. -- Será de aplicación lo siguiente:


1) La reiteración en la demora en pronunciar las providencias simples interlocutorias y
homologatorias, será considerada falta grave y se tomará en consideración como
elemento de juicio importante en la calificación de los magistrados y funcionarios
responsables respecto de su idoneidad en el desempeño de sus funciones.
2) Si la sentencia definitiva no pudiere ser pronunciada dentro del plazo establecido en el
artículo 34 u otra disposición legal, el juez o tribunal deberá hacerlo saber a la cámara de
apelaciones que corresponda o, en su caso, a la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
con anticipación de diez días al del vencimiento de aquél si se tratare de juicio ordinario,
y de cinco días en los demás casos, expresando las razones que determinan la
imposibilidad.
Si considerare atendible la causa invocada, el superior señalará el plazo en que la
sentencia debe pronunciarse, por el mismo juez o tribunal, o por otro del mismo fuero
cuando circunstancias excepcionales así lo aconsejaren.
Al juez que no hubiere remitido oportunamente la comunicación a que se refiere el
primer párrafo del presente inciso, o que habiéndolo hecho sin causa justificada no
pronunciare la sentencia dentro del plazo que se le hubiera fijado, se le impondrá una
multa que no podrá exceder del quince por ciento de su remuneración básica y la causa
podrá ser remitida, para sentencia, a otro juez del mismo fuero.
Si la demora injustificada fuera de una cámara, la Corte impondrá una multa al integrante
que hubiere incurrido en ella, quien podrá ser separado del conocimiento de la causa,
integrándose el tribunal en la forma que correspondiere.
Si se produjere una vacancia prolongada, la cámara dispondrá la distribución de
expedientes que estimare pertinente.

1. Generalidades
El art. 167 del Código Procesal, sanciona con la pérdida de jurisdicción
al juez o tribunal que no hubiere dictado sentencia dentro del plazo pertinente y
prescribe la nulidad de la sentencia dictada con posterioridad a ese
vencimiento.
Si la parte se opone expresamente a tener por válida una sentencia
tardía, la misma deberá ser anulada sin perjuicio de los agravios que se tengan
contra la misma.
Ahora bien, ese planteo expreso, no resulta atendible la cuestión si es
deducida una vez que la parte ha tenido conocimiento de la sentencia que le es
desfavorable, doctrina ésta fundada en el principio que exige rectitud y buena
fe en el ejercicio de las acciones ante los tribunales de justicia (CS, 1992/11/18,
“Destri, Humberto M. c. Zatti, Luis A. y otros”, CS Fallos, 304-1663).
Claro está que el pedido de pérdida de jurisdicción por vencimiento del
plazo, conforme a lo dispuesto por el art. 167, más allá de que dicha norma
resultare aplicable o no al incumplimiento de los plazos reglamentarios internos
dentro de los cuales cada juez de cámara debe emitir su voto, exige no haber
consentido plazos ni articulado cuestiones que permitan observar con la
pretensión de nulidad, la obtención de ventajas individuales.
En tal sentido se dice que, la nulidad que contempla el art. 167 apart. 3º
del Código Procesal, como consecuencia de la pérdida automática de la
jurisdicción derivada del vencimiento del plazo para fallar, sólo rige en los
supuestos de sentencias definitivas, según resulta de generalizada
interpretación y expresa referencia en el texto normativo citado, por lo que no
procede dicha hipótesis en los casos de demora en proveer el escrito de
apelación y en el que se plantee la nulidad de las actuaciones, ya que no se
trata en ninguno de los casos de sentencia definitiva (Del dictamen del Fiscal
ante la Cámara que ésta comparte y hace suyo) (CNCom., Sala A, 1996/02/29,
“Tavella y Cía. S. A. s/ quiebra s/ inc. de rev. por: Banco Español del Río de la
Plata”, La Ley, 1997-A, 361 (39.234-S), DJ, 1997-1-416).

2. Multa
La multa es una sanción pecuniaria que no podrá exceder el 15% de la
remuneración básica del Juez de primera o segunda instancia, que resulta
independiente de la pérdida de jurisdicción.
No obstante no corresponde aplicar la multa, a los jueces de la Cámara
de Apelaciones a quienes el recurrente denuncia por haber dictado sentencia
vencido el plazo legal y sin solicitar uno nuevo a la Corte Suprema, si las
razones expuestas por aquéllos en el informe producido justifican, en el caso,
la demora y omisión en que incurrieron (CS, 1982/11/18, “Berardi de Berardo,
Adela c. Acre, María R.”, La Ley, 1983-C, 600 (36.405-S)).

Responsabilidad

Art. 168. -- La imposición de la multa establecida en el artículo anterior es sin perjuicio


de la responsabilidad penal, o de la sujeción del juez al tribunal de enjuiciamiento, si
correspondiere.

1. Concepto general
En el régimen anterior se titulaba este artículo como "causal de mal
desempeño", que establecía un sistema sancionatorio específico que llevaba al
tribunal de enjuicimiento cuando la demora en dictar los pronunciamientos
judiciales ocurriese tres veces en el año.
La ley 25.488 adapta la reglamentación a lo dispuesto en la reforma
constitucional del año 1994 que modificó el sistema de enjuiciamiento de
magistrados, que a partir de entonces quedó a cargo del Consejo de la
Magistratura.

CAPITULO X -- Nulidad de los actos procesales

Trascendencia de la nulidad
Art. 169. -- Ningún acto procesal será declarado nulo si la ley no prevé expresamente esa
sanción.
Sin embargo, la nulidad procederá cuando el acto carezca de los requisitos
indispensables para la obtención de su finalidad.
No se podrá declarar la nulidad, aun en los casos mencionados en los párrafos
precedentes, si el acto, no obstante su irregularidad, ha logrado la finalidad a que estaba
destinado.

1. Vicios en los actos procesales


Los actos procesales se expresan dirigidos por la legalidad de las formas
o en el informalismo para ellos dispuesto.
El acto expresa una manifestación de voluntad en las actividades que
ellos ejercitan, como de los vicios que pueden transportar esas declaraciones.
Esto último significa instalarnos en la patología del proceso; aquello que
vicia, invalida, nulifica, anula, revoca, irregulariza, y tantas más calificaciones
que se dicen para caracterizar el desvío de los actos en un proceso regular.
Una característica visceral y definitiva para encontrar el curso asignado a
este capítulo, lo destaca la división en errores in iudicando y errores in
procedendo. Mientras los primeros tienen su remedio y vías correctivas en los
medios de impugnación, los otros deben analizarse en los aspectos que en
adelante nos ocupamos.
Sabemos ya que todo aquello que reposa en la intelección del juez y
deriva en una decisión, refleja legalidad y justicia que, de ser resistida, toma el
camino de los recursos y vías de impugnación. En cambio, la idoneidad del
acto y la posibilidad de generar efectos jurídicos, demuestra la validez y el
grado de aptitud que tiene para producir consecuencias procesales. Este es el
problema de la actividad regular, que por su trascendencia hacia el futuro,
necesita cubrir los variados aspectos que tienen los actos procesales.
Es menester, entonces, enfocar la actividad en sus dimensiones de
lugar, tiempo y modalidades de presentación, que en conjunto conforman el
aspecto exterior de la pretensión o reclamo, como de las providencias que
emite el órgano jurisdiccional.
Constatado el fenómeno de la expresión queda demostrado que las
nulidades suponen vicios que hacen revocables los actos. Y con ello, habremos
ya utilizado tres palabras que identifican este menester (nulidad, vicios,
revocabilidad). Sin embargo, el vicio no siempre genera la invalidez, aun
cuando suponga irregularidad. En otras oportunidades la entidad del error
motiva la inexistencia misma o la nulidad insanable, circunstancias todas ellas,
que nos demuestra la necesidad imprescindible de encontrar vocablos
comunes que caractericen la teoría de las nulidades procesales.
Un progreso en ésta área se logra en el carácter que implica la relación
nulidad=gravedad de la falta, de manera que es factible encontrar una serie
que parte de la irregularidad formal, para ir hacia la nulidad y culminar con la
eventual inexistencia.
Pero como en el proceso el principio es que todas las nulidades son
relativas, si no acontece el interés para nulificar los actos posiblemente
viciados, éstos pueden quedar convalidados, saneados, regularizados, etc. Si,
en cambio, obra la actividad impugnativa, esos actos podrán revocarse o
invalidarse.
Este planteo obliga a separar debidamente las nociones de nulidad
(cuando hay vicios) y revocabilidad de los actos procesales que provienen del
órgano jurisdiccional, porque en este caso, la vía arreglada a derecho es el
recurso, y excepcionalmente, puede el mismo juez que dictó la providencia
errada, volver sobre sus pasos saneando el error incurrido. Aun cuando lo
hiciera, la pretensión nulificante asentaría sobre los presupuestos de la
impugnación y no sobre las nulidades.
De esta manera puede llegarse a una primera conclusión, cuando los
errores productores del vicio procesal provienen de los errores in iudicando, se
razona propiamente en el terreno de las nulidades.
En cambio, imperante el principio de las nulidades relativas, podemos
decir que se desplaza la regla hacia la invalidación, de modo tal que cuando las
partes incurren en apartamientos a los señalamientos formales de expresión
(de lugar, tiempo y modo), los efectos jurídicos de esos actos, son en principio
válidos salvo que la naturaleza del vicio los torne inexistentes. Por tanto,
técnicamente estaremos presenciando casos de ineficacia, inoficiosidad,
inocuidad, o inexistencia de los actos, pero no de nulidad.

2. Las nulidades en el ordenamiento jurídico


La dificultad para explicar el procedimiento de las nulidades, se implica
en las diferencias existentes entre los actos jurídicos y los actos procesales.
Ocurre que, además de las múltiples expresiones que se utilizan para
caracterizar el acto irregular, existen pautas invalidantes que son comunes al
derecho de fondo y al procesal. Por ejemplo, la aptitud para deducir
pretensiones; si bien con algunas diferencias importantes, muestra cierta
relación entre la capacidad civil y la legitimación procesal, de modo tal que la
incapacidad puede suponer la ausencia de requisitos necesarios para postular,
tanto en el derecho material como en el adjetivo.
Pero esta identidad o simetría se da en pocas situaciones.
Generalmente, en el campo procesal ocupa a las nulidades absolutas o
manifiestas, porque la regla que impera, es la validez y conservación de los
actos, postergando los vicios que no fuesen trascendentes o enquisten las
reglas de la legítima defensa o, más ampliamente, del debido proceso.
En el derecho privado se discute la posibilidad de diferenciar entre
nulidad e inexistencia de los actos; polémica que no alcanza al derecho
procesal que, liminarmente, acepta la presencia de actos nulos e inexistentes
(o inválidos).
Sostiene Alsina que nuestra disciplina utiliza iguales expresiones que el
derecho civil, se identifican los supuestos, pero las nociones conceptuales
difieren tanto como los efectos que se asignan (Tratado teórico práctico..., tomo
I, cit., pág. 637).
A través de distintas teorías se plantea esta cuestión que, en esencia,
consiste en resolver si el derecho procesal tiene una teoría propia para las
nulidades o si corresponde asumirlas como un apéndice del derecho civil, o, en
su caso, bajo los principios que ésta última dispone.
Chiovenda entendía que la institución de la nulidad (y de la anulabilidad)
no podía asimilarse a las modalidades del derecho sustancial. "El proceso
presenta también en este punto algunas particularidades notables que se
derivan siempre de la especial naturaleza de esta relación jurídica, que nace
con la petición de una resolución autoritaria, y se desarrolla e inclina hacia esta
resolución como a su fin; y en la cual campea y domina con su importancia
cualquiera otra actividad, la actividad del órgano del Estado" (Principios de
Derecho Procesal, tomo II, editorial Reus, Madrid, 1977, pág. 101).
Según esta teoría las nulidades se dirigen a la constitución de la relación
jurídica procesal, y a determinar aquellas que son producto de la actividad
irregular en el trámite.
La falta de un presupuesto procesal provoca la formación defectuosa de
la relación, y según la posibilidad que tenga el juez para resguardar el vínculo
debido, como la potestad que cuente la parte para hacerla valer, podrá
hablarse de nulidad y de anulabilidad.
Cuando la constitución defectuosa no puede declararse de oficio, el juez,
no obstante, mantiene la obligación de declarar el vicio que le impide proveer
adecuadamente. De ello se deduce: a) que los efectos procesales de la
demanda judicial se generan a pesar de la nulidad del proceso y duran hasta
que el vicio sea declarado, b) que hasta la sentencia con la cual el juez declara
la nulidad de la relación procesal, existen partes litigantes, y por esto puede
haber condena en costas, fundada, si no en el vencimiento, por lo menos en la
culpa.
Agrega el maestro italiano que "debe notarse que la casi totalidad de los
motivos de nulidad (y de anulabilidad) de una relación procesal desaparecen al
devenir definitivo el resultado de un proceso (sentencia). Así, la cosa juzgada
equipara nulidad y anulabilidad en sanatoria general" (ob. cit., pág. 102).
Por otra parte, debe observarse que, conforme lo explica esta posición
doctrinaria, las nulidades concernientes a la demanda no son consideradas con
más rigor que la falta de presupuestos procesales, porque la máxima defección
podría asentar en una notificación falsa que, nulificando todo el proceso,
permite continuarlo hasta alcanzar la cosa juzgada.
Tal posibilidad muestra la utilidad que presta la distinción entre nulidad e
inexistencia, por cuanto si el vicio es manifiesto e incide en la debida formación
de los vínculos procesales el juez puede declarar la nulidad de oficio; si ello no
fuera posible, debe entenderse que el vicio lo denuncia la parte (anulabilidad),
pero si la ley nada dice, debe aceptarse el carácter nulo de la relación procesal.
En conclusión: la inexistencia del acto se constata cuando no se ha
trabado efectiva y debidamente la litis, razón que le permite al juez no proveer;
si la ley autoriza que se declare de oficio el vicio, existe nulidad, y si no lo
admite, existe anulabilidad deducida a pedido de parte.
Carnelutti, tomó como punto de partida un referente distinto. No es la
relación procesal lo que debe tenerse en cuenta, sino los requisitos necesarios
para dar utilidad a los actos.
La nulidad puede determinarse claramente en disposiciones específicas;
o nominarse genéricamente para situaciones abstractas. Acepta la doctrina de
la inexistencia del acto, y sostiene la confirmación de los actos viciados cuando
no hay interés de las partes por acusar la nulidad.
En su última producción jurídica sostiene que el problema debe
trasladarse a la teoría general del derecho (Carnelutti Francesco, Derecho y
Proceso, editorial Ejea, Buenos Aires, 1971, pág. 264 nota 5).
Entre los españoles, Guasp piensa en la nulidad como un caso de
anormalidad constitutiva por ausencia de los requisitos que debieron estar
presentes en su formación (Derecho Procesal Civil, ob. cit., pág. 313). El
ordenamiento jurídico, a su entender, responde diversamente ante la
constatación de vicios procesales:" Puede privar al acto procesal viciado de
todos o parte de los efectos que el acto normalmente produciría; o puede
añadirle algún o algunos efectos que el acto normalmente no llevaría consigo.
La eficacia anormal lo es, en consecuencia, tanto por defecto como por exceso,
si bien nada se opone, y resulta frecuente de hecho que uno y otro tipo de
reacción concurran con relación a un mismo supuesto de acto viciado. En caso
de privación de efectos, se habla de invalidez del acto, pues la invalidez o
nulidad no es sino el concepto descriptivo de esta ausencia de todos o de parte
de los efectos normales; en caso de adición de efectos, se habla de ilicitud del
acto, pues la ilicitud o simple irregularidad tampoco es más que el concepto
descriptivo de esta presencia de consecuencias anormales" (ob. cit., pág. 313).
De tales argumentos, se sostiene que existen categorías de vicios: a)
actos nulos de nulidad absoluta, cuando falta un requisito tan grave que
cualquier sujeto, en cualquier tiempo y de cualquier forma, puede ponerlo de
manifiesto; b) actos nulos de nulidad relativa o anulabilidad, de entidad menos
grave que la anterior y que, por esa característica, pueden considerarse
inválidos pero legítimos en la producción de efectos jurídicos.
La nulidad absoluta puede convalidarse, en cambio, la gravedad del vicio
puede llevar a que sea de tal magnitud que no sea ya un caso de nulidad, sino
de inexistencia por no revestir el acto sus encuadres esenciales.
Como vemos, sostiene Guasp la categoría de actos inexistentes, como
también lo hace Prieto Castro, aun cuando éste, reduce el enfoque del
problema a las nulidades que afectan la existencia de presupuestos
procesales, las que se refieren a la observancia de los principios
fundamentales del procedimiento, y las que vician las resoluciones judiciales.
Existirían, así, actos inexistentes cuando existe omisión de requisitos
necesarios para implementar la utilidad de un acto; actos nulos por faltar un
recaudo esencial, que puede llevar a la nulidad absoluta o a la simple
anulabilidad (Guasp, ob. cit., pag. 212).
En nuestra opinión, el problema de si existe o no una categoría única de
nulidades, o se admiten principios propios en los vicios que presenten los actos
procesales, debe adecuarse a la perfección que buscan los actos jurídicos (en
general).
La perfección en el derecho civil, esta diseñada como un aspecto de
licitud de los actos. Cuando un contrato se celebra y cumple con ajuste estricto
a las previsiones normativas, se dice que el acto es perfecto y legítimo. Pero en
el derecho procesal, un acto imperfecto, puede ser, no obstante ser ilegítimo
(inválido), tener validez. Igualmente, una actividad ilegítima puede estar
expresada en los moldes predispuestos y tener por ese encuadre la misma
validez y eficacia; de manera que, ambas situaciones muestran que habría una
distancia apreciable entre la perfección y la legalidad como premisas
asimilables.
Cuando el problema se enfoca desde la teoría del negocio jurídico, las
cuestiones parecen estar espejadas.
La imperfección del acto civil puede ser confirmado por la actitud de las
partes contratantes y generar los efectos jurídicos que fueron estipulados (arts.
1058 y 1060 del Código Civil); esos defectos pueden ser mas o menos graves,
y, en consecuencia, no podría el orden jurídico material admitir que la voluntad
de las partes supere al derecho establecido como voluntad del Estado a través
de la legislación.
Se habla entonces de invalidez de los actos dentro de una
sistematización de actos imperfectos. Existe un orden insuperable para las
partes que traduce el patrón del "orden público".
Bien se explica que "el ordenamiento no convierte a la voluntad humana
en factor omnipotente de las consecuencias jurídicas; esta tiranía sería
absurda, porque entonces el legislador abdicaría de su función coordinadora de
las relaciones sociales, transformándose en esclavo de los caprichos de las
partes" (Ferrara, Francesco, La simulación de los negocios jurídicos, editorial
Revista de Derecho Privado, 3ª ed. Madrid, 1953, pág. 19).
Ahora bien, la validez frente a la perfección pareciera no tener la misma
secuencia que la invalidez ante la imperfección, porque mientras la primera
relación supone el efecto que logra un acto adecuado a su implementación
objetiva; la segunda no guarda vínculos entre sí, podrían ser consecuencias
diferentes de un mismo acto viciado.
El acto jurídico, de acuerdo con el art. 1046 citado se tiene por válido
mientras no sea anulado por una sentencia judicial. Esto llevaría a creer que
hay actos potencialmente válidos o sujetos a una condición resolutiva inserta
en el interés de las partes. Desde una mira diferente podría decirse que el acto
es simplemente anulable, y hasta entonces ser , también, simplemente válido.
Así planteado, las diferencias est n en los efectos, más que en la
producción interna y regular del acto. De modo tal que, un acto cualquiera
puede llegar a ser válido aun siendo imperfecto.
Sin embargo, hay actos que para ser lícitos, necesitan adecuarse a los
fines legales, sin que las partes puedan subordinarlos a sus propias
disposiciones. Los actos que vulneren esa condición son nulos, y evidencian su
ilegalidad.
Se pone aquí de contraste una nueva realidad: el acto ilícito no puede
tolerarse por el orden jurídico, sea porque viola el interés público, un derecho
subjetivo, una situación determinada o una simple o mera facultad.
La invalidez cobra en este sentido una fisonomía punitiva. En rigor, el
mismo Código Civil refiere a la "pena de nulidad" (arts. 1038 y 1061).
Esta construcción natural y constante del derecho civil, aunque con
diversidad de enfoques y planificación en las categorías de irregularidades,
vicios, nulidades, etc., tiene el valor de la unidad que cimenta como orden
jurídico; pero cuando se trata de aplicarla a todas las ramas, y en especial, al
derecho procesal, se observa cierta inadecuación fundada en los principios
formativos que éste tiene y afirma como fundantes de su autonomía, que
demuestran la escasa significación que tiene la nulidad en los negocios
jurídicos respecto de la relación jurídica procesal.
Supongamos que se admitiere regir las nulidades procesales por las
normas sustantivas: ello llevaría a tener una base rígida de orientaciones que
en vez de fundarse en la flexibilidad tolerada en las formas, orquesta principios
antitéticos basados en el orden público. De este modo, el orden interno que
sostiene el principio dispositivo, y la publicización de proceso que le permite al
juez fundamentar los principios superiores de orden, paz y convivencia social,
se verían desfigurados por la rigidez abstracta de disposiciones que no tienen
la vida y movilidad que luce en todas sus manifestaciones el proceso civil.
Por eso resulta más acertado eliminar la rigidez del derecho civil, sin
descartar la unidad conceptual que ofrece con lograda experiencia. El
fenómeno procesal estará en la conceptualización de sus principios y
presupuestos, basados en la plena adaptación de la instrumentalidad de las
formas a las necesidades que den y sirvan, para la eficacia del proceso.

3. Vicios que provocan nulidades


Las formas procesales destinan las manifestaciones de los actos que las
partes desenvuelven en el proceso. La falta de alguno de los presupuestos que
condicionan su validez intrínseca, como la ausencia de recaudos solemnes que
inciden en su declaración externa, son proclives a nulificarse por el vicio que
exponen al expresarse.
El principio de conservación permite, no obstante las irregularidades o
imperfecciones de los actos procesales, mantener la eficacia del acto; por
tanto, los vicios que provocan nulidades procesales deben clasificarse en orden
a la posibilidad de producir efectos jurídicos.
La ineficacia se puede graduar, en rigor, en base a la trascendencia de
los errores, indicando las nulidades que son consecuencia de cada uno.
Sería correcto plantear que la ineficacia es el género y la nulidad la
especie; donde la ausencia de presupuestos esenciales para la constitución
provocaría la máxima nulidad (rectius: inexistencia), y desde allí, hacia abajo,
podremos encontrar nulidades absolutas y/o relativas, para terminar en
irregularidades o anulabilidades de los actos.

3.1 Inexistencia del acto procesal


La ardua y sostenida discusión que plantea el derecho civil, sobre la
existencia de esta categoría, puede trasladarse al derecho procesal, pero
asignando fundamentos diversos.
La inexistencia es un término en autocontradicción; si algo no existe, de
suyo supone que no tiene manifestación como hecho. Por eso, sólo cabe referir
a una inexistencia jurídica, donde los elementos que componen la estructura
motivante del acto no responde o se adecua a los preceptos que lo
predeterminan. Pero esta desarticulación es de tal significación que no puede
cobrar validez alguna, a diferencia de otra irregularidad que, aun sin estar
ajustada al encuadre normativo, puede tener existencia y efectos jurídicos
porque no es importante el desacople.
El problema, en el derecho procesal, debe establecerse en esta
dirección: son válidos o no los actos inexistentes.
Obsérvese que en el derecho civil, los expositores mencionados en nota
no alertan diferencias entre existencia y validez basada en elementos que
permitan ponderar con suficiencia (v.gr.: cuantitativos o cualitativos), es decir,
no se proporciona guía alguna que realice la distinción. No podrá decirse que el
vicio o el requisito de validez aparece cuando el ordenamiento decreta la
nulidad del acto, ya que entonces el argumento es evidentemente tautológico y
verbal.
En cambio, el derecho procesal establece requisitos esenciales para la
constitución de sus actos. Son presupuestos que hacen a la vida misma ("Una
sentencia dictada por quien no es juez, no es una sentencia, sino una no
sentencia" -dice Couture) (Fundamentos de Derecho Procesal Civil, editorial
Depalma, Buenos Aires, 1987, pág. 377). No hay efecto alguno, probable ni
posible, porque el acto es irrelevante, se tiene como no producido. Por tanto ni
siquiera es necesario que sea invalidado, ni pueden aparecer actos posteriores
que lo confirmen, o subsanen.

3.2 Nulidad absoluta


Referimos a un supuesto de ineficacia o invalidez total. El acto porta un
vicio estructural que lo priva de lograr sus efectos normales.
Las leyes procesales contienen un mínimo de contenidos esenciales
para la validez y eficacia consecuente de los actos regularmente constituidos.
Si ellos están ausentes, o deficitariamente completados, no se alcanza la
indispensable eficacia externa.
A diferencia de la inexistencia, la nulidad si bien es extrínsecamente
inoperante, se presenta con una apariencia externa de legitimidad que hace
necesaria la misión de una declaración judicial que la destruya.
Es verdad que estas nulidades no requieren de una especial actividad de
invalidación, porque pueden cobrar eficacia ante la inacción de los sujetos
procesales. Sin embargo, tal ausencia de actividad interesada en nulificar no
significa la convalidación del acto. De lo contrario, sería posible validar una
actuación absolutamente insanable, lo que es un contrasentido.
En cambio, es posible referir a una eficacia de los actos, que culmina
con la invalidación.
Para Couture, "el acto absolutamente nulo tiene una especie de vida
artificial hasta el día de su efectiva invalidación; pero la gravedad de su defecto
impide que sobre él se eleve un acto válido" (Fundamentos..., cit., pág. 378).
Esta conclusión se comprueba al operar con ciertas reglas y principios
procesales. La instrumentalidad de las formas, no obstante su finalidad y
adaptabilidad al cumplimiento de los actos, tiene ciertas reservas que hacen
indisponibles algunas solemnidades, esenciales, del proceso civil. Por ejemplo,
la atribución de jurisdicción, la salvaguarda del debido proceso, los actos
realizados bajo violencia o intimidación, la preservación de la defensa en juicio,
entre muchos mas, alertan que su desconocimiento vulnera el interés público
comprometido.
Por ello, la inobservancia de tales condiciones conduce
irremediablemente a la anulación -aun oficiosa- de los actos viciados.
El conflicto interno que plantean a l s nulidades absolutas, estriba en su
juego con el principio de instrumentalidad de las formas, donde, si bien
destacamos el carácter indisponible de algunas reglas formales, el límite no
esta bien delineado y llega a confundirse con la inexistencia.
Devis Echandía, propone una distinción que no esclarece la cuestión,
pero agrega un elemento ponderable de análisis en el esfuerzo. Dice el
profesor Colombiano que hay nulidades saneables e insaneables, según
puedan convalidarse o ratificarse por la simple manifestación de las partes o su
silencio; y nulidades absolutas y relativas, que se diferencian de las anteriores
en la posibilidad que tiene el juez para declarar de oficio las absolutas, o
eliminar las segundas mediante el saneamiento o la convalidación. "La regla
general es que las nulidades son absolutas y que el juez de oficio debe
proceder a declararlas y conviene así declararlo en los códigos de
procedimiento; pero cuando el motivo de nulidad es saneable, debe ponerlo en
conocimiento de las partes para saber si la sanean y en caso negativo debe
declararla" (Devis Echandía, Hernando, Teoría General del Proceso, tomo II,
editorial Universidad, Buenos Aires, 1984, pág. 672).
En posición contraria se instalan Couture y Palacio, para quienes, en el
proceso civil, no existen nulidades absolutas ante la vigencia del principio de
convalidación.

3.3 Nulidad relativa


El vicio que afecta estos actos es de poca entidad. No trascienden del
fuero interno de requerimientos que las formas imponen.
Son eficaces pese a su irregularidad, y solo caen si producen daños o
perjuicios a otro, y siempre que éste deduzca la invalidación consecuente
(anulabilidad).
Son relativamente nulos porque dependen de la convalidación que al
respecto suceda; hasta tanto, ellos son válidos.
Un acto enquistado con un vicio leve, tiene utilidad y eficacia, y produce
las consecuencias previstas si la parte perjudicada no promueve la anulación.
Son los casos de los arts. 149 y 169 del Código Procesal.
Cierta parte de la doctrina los asume como una manifestación de las
nulidades absolutas, asignando a las relativas la posibilidad de saneamiento.
La distancia también se traza respecto a la anulabilidad, en la medida que las
nulidades relativas no necesitan petición de parte para declarar su invalidez. De
ahí que deba aplicarse a la nulidad relativa el mismo tratamiento procesal que
la nulidad absoluta, siempre que su denuncia resulte procesalmente relevante.
Otros, como Guasp, asimilan nulidades relativas con anulabilidad
(Derecho Procesal Civil, cit., pág. 314).

3.4 Anulabilidad e irregularidad de los actos


Son consecuencias distintas que parten de las nulidades relativas. La
anulabilidad supone la pretensión promovida por el afectado para invalidar el
acto procesal que lo perjudica.
En su particularidad actúan los principios de convalidación, preclusión, y
trascendencia, sin perjuicio de los demás presupuestos que condicionan la
admisibilidad de las acciones de nulidad.
La anulabilidad, desde esta perspectiva, se constituye en una
consecuencia del obrar de parte interesada destinada a destruir los efectos
jurídicos que obtuvo un acto viciado.
A veces, la imperfección de los actos no dará causa para nulificarlos, en
estos casos, se habla de actos imperfectos, pero válidos, es decir no nulos. La
imperfección supondría una merma en la garantía de las partes, pero no la
anulación misma, y por ello se deja a las partes la facultad de denunciarla.
De nuestra parte, estimamos correcto plantear este tipo de
imperfecciones en la siguiente categoría.

3.5 Irregularidad en los actos


La irregularidad manifiesta una forma de violar la legalidad de las
formas, pero el vicio que trasuntan no es grave ni produce indefensión o crisis
en el derecho al debido proceso.
Solamente acontece porque el acto se presenta deficitario en sus
requerimientos formales, y por su escasa o nula trascendencia, no dan lugar a
la revocación, ni consideran su saneamiento.
Este tipo de vicios se distingue de todos los demás porque son válidos y
eficaces. Por eso resulta conveniente establecer una distinción mas, a partir de
enfocarlos con los medios de subsanación posibles que cuenten.
Si observamos atentamente, las causas de nulidad anteriores alteran el
procedimiento y provocan un perjuicio o gravamen que funda la causa de su
revocación. En este, el acto es incorrecto, pero a pesar de su irregularidad no
impiden la continuidad del procedimiento ni afectan el derecho de parte alguna.
Lo interesante es que, en principio, tampoco existe interés en
impugnarlos. A lo sumo el interés estará en que el acto se realice a la mayor
brevedad posible.
Ejemplo de irregularidades se dan con el tiempo en el proceso, y con
algunas formas que se toleran incorrectas bajo el manto de no cercenar el
derecho de defensa en juicio (v.gr.: el código cuando refiere al plazo de prueba,
es evidente que pocas veces alcanza el objetivo; las providencias deben
dictarse en tantos días, establece el art. 36 del ordenamiento adjetivo, siendo
una vez mas irrealidad su disposición; el deber de los jueces para señalar
antes de dar trámite a cualquier petición los defectos u omisiones que
contenga, tampoco es un predicado que se alcance reiteradamente; las formas
de la demanda, cuando no son receptadas adecuadamente, pero manifiestan
los puntos necesarios sin el orden predispuesto, no es nula y descansa su
irregularidad en sólo un medio impugnativo que es la defensa de oscuro libelo -
defecto legal en el modo de proponer la demanda- etc.). En resumidas cuentas,
la irregularidad es objeto de pura casuística, y la distinción que la doctrina
agrega respecto a que ellos son motivo de sanciones por incorrección
disciplinaria, no puede constituirse como tal, porque éstas dependen de un
principio diferente que proviene de la moralidad en el proceso y no del tipo de
incorrecciones formales que el ordenamiento destaque.

4. Presupuestos de la nulidad procesal


La unidad temática de las nulidades en el derecho procesal se afirma
con los presupuestos que constituyen causas de admisibilidad. Ellos adicionan
razones para demostrar las particularidades que reviste la nulidad en el
proceso, a diferencia de las que suceden en el negocio jurídico.
No obstante, existe cierto paralelismo con principios sustanciales;
inclusive, podría afirmarse que no hay diferencias ontológicas, porque en
ambas prevalece la noción de relatividad de las nulidades.
En verdad, desplazar el conjunto de principios y presupuestos al solo
resguardo de las formalidades en el proceso, hasta resulta exagerado,
circunstancia que merece reconsiderarse para dar a las nulidades la ubicación
precisa que merecen en el concierto de la teoría general del derecho.
Las singularidades que muestra el derecho procesal son propias de un
sistema orquestado sobre bases solemnes que, al correr del tiempo y su
historia, va demostrando la inutilidad de sostenerlas como oráculo cuando
sacrifican la justicia y la necesaria adaptabilidad del medio a su circunstancia.
Lo cual nos lleva a deducir algunas aproximaciones entre el derecho civil
y el derecho procesal. Una coincidencia se da en la ontología de las nulidades,
no así en las finalidades (teleología); el derecho procesal, a veces, considera a
las nulidades como sustanciales (v.gr.: cuando se trata de nulificar una
sentencia por inadecuación a las formas); finalmente, en cada uno de los
presupuestos que veremos seguidamente, se dan otros paralelismos.

4.1 Principio de especificidad


El Código Procesal recepta este presupuesto de nulificación, en el art.
169 párrafo primero, cuando indica que "ningún acto procesal será declarado
nulo, si la ley no prevé expresamente esa sanción".
El principio recuerda la regla del Código Napoleón "pas de nullité sans
texte", pero no impide que se anulen actos que eviten el compromiso con
formalidades esenciales (nulidades implícitas).
Apunta Berizonce que "en esta materia, la ley no puede ser casuista.
Cuando el legislador sanciona con la nulidad determinados actos tiende a evitar
un perjuicio, una lesión y, las mas de las veces, la indefensión. Difícilmente se
puede contemplar exhaustivamente cuantas transgresiones procesales sean
imaginables; de ahí que solo se consagre expresamente la nulidad en los
casos mas salientes" (Berizonce, Roberto Omar, La nulidad en el proceso,
editorial Platense, La Plata, 1967, pág. 72).
Precisamente esta línea de argumentación, realza los contenidos
actuales del derecho procesal moderno que repudia las construcciones
técnicas fundadas en valores absolutos. Afortunadamente, la jurisprudencia fue
perfilando la idea en sus justos límites, consolidando al proceso como
instrumento y no como un fin en sí mismo.
El Código Civil no varía los principios hasta ahora destacados. En el art.
1037 se lee:" Los jueces no pueden declarar otras nulidades de los actos
jurídicos que las que en este código se establecen".
Aun siendo precisa la explicación que ofrece la doctrina, respecto a que
la norma indica que la nulidad no puede asumirse como una sanción; el espíritu
que emite no difiere del que postula el presupuesto procesal.
En suma, ambos ordenamientos tutelan la finalidad de orden y seguridad
en las relaciones humanas, por lo tanto, también ambas toleran nulidades en
casos que no estén específicamente descriptos.

4.2 Principio de trascendencia


Bajo este título, el mismo art. 169 en sus párrafos segundo y tercero
considera la cuestión.
El principio vuelve su fuente al derecho francés (aun sin ley expresa),
"pas de nullité sans grief" (no hay nulidad sin perjuicio); con la importancia de
concatenar la finalidad de los actos con las garantías de defensa y alegación.
Vale recordar que los vicios de los actos procesales deben referirse a
estos mismos, considerando sus elementos (sujeto, objeto y modalidad), de
suerte que la nulidad probable a invocar no tenga otro origen que la
transgresión de la norma que reglamenta la actividad de las partes y de la
jurisdicción.
La nulidad de actuaciones que no se funda en defectos o vicios del
procedimiento en sí, sino en lo sustancial del acto jurídico, no hace procedente
la nulidad procesal, porque el caso se rige por principios distintos.
La instrumentalidad de las formas permite bajo este presupuesto, otorgar
validez a un acto irregular si alcanzó la finalidad que, en cada caso en
concreto, estaba destinado a satisfacer. No importan sus defectos, porque no
existe subordinación estricta a las formas, sino a la relación que existe entre el
vicio y el fin del acto.
De allí que la norma prevenga que la declaración de nulidad procede si
hay perjuicio demostrado.
No existe la nulidad por la nulidad misma, no es preciso responder
cabalmente a las solemnidades cuando van de por medio otras prioridades del
proceso, como la celeridad, la claridad, y, en definitiva, la justicia misma.
La trascendencia hace a un modismo de práctica valorativa, donde las
advertencias radican en: a) el tipo de acto desenvuelto, b) el carácter del vicio
que porta, c) la finalidad que persigue, d) si alcanzó la pretensión su destino, e)
si existe perjuicio, f) en su caso, que importancia tiene el gravamen.
La nulidad viene a constituir así, una serie progresiva de respuestas, las
cuales se guían por el norte de la conservación de los actos; no son las
nulidades un fin propio de la seguridad jurídica sino una vía indirecta para llegar
a asegurar la justicia del caso.

4.3 Principio de convalidación


De acuerdo con lo recién explicado, una forma de convalidar actos
defectuosos ocurre si ellos alcanzan los fines que estaban previstos al
ejercerlos. Se podría decir que es una convalidación legal, donde no existe
actividad de la parte.
Impera en la regla el principio dispositivo, y demás afluentes de los
principios procesales (preclusión, celeridad, buena fe, etc.), sin perjuicio de
concretar el carácter relativo de todas las nulidades que sucedan en el proceso.
El Código Procesal lo define como subsanación de los actos nulos, a
diferencia del Código Civil que habla de confirmación. En ambos casos, se
constata la actividad de una persona, plenamente capaz de obligarse y de
disponer de sus bienes, que es parte en el proceso, y conociendo el vicio que
hace anulable un acto jurídico, no ejerce actividad nulificatoria alguna. Por
tanto, habiendo cesado el defecto, quedan convalidado los efectos y la eficacia,
ora por la ejecución voluntaria de la obligación a su cargo, ora por su inacción y
silencio, conforme con los arts. 4030 y 4031, durante todo el tiempo fijado a la
prescripción de la acción de nulidad.
Este principio a pesar de su expresa consagración, no puede recibirse
sin mas contenidos que la simpleza de la voluntad de los interesados.
Hemos indicado que la condición relativa de las nulidades, no consiente
otros actos que no sean inválidos por la actividad defectuosa (puramente
formales), y cuya fuente sea la falta o distorsión con los recaudos de
constitución ritual relacionados con el modo de actuación de juez y partes
vinculados a un procedimiento. Esta extensión no cubre los actos que
necesariamente deben revestir una solemnidad intrínseca determinada (por
ejemplo, porque refieren al mismo ejercicio de la función jurisdiccional), o que
por no ser tales (inexistentes) puedan tener algún tipo de subsanación.
El saneamiento automático que se propone con la regla, supone atender
una multiplicidad de situaciones que parten de reconocer cuáles son los actos
procesales que pueden convalidarse.
A riesgo de ser reiterativos, convengamos que por razones
metodológicas conviene afirmar lo siguiente:
a) Los actos inexistentes no pueden subsanarse, sencillamente porque
son un no hecho, y carecen de las mínimas expresiones útiles que le
otorguen validez formal y eficacia.
b) Los actos nulos de nulidad absoluta no son subsanables, porque ellos
están afectados y no se pueden convalidar. Si bien puede existir
consentimiento, ello no supone convalidación, es decir, una voluntad
expresada ficta o realmente, que permita la eficacia del acto.
c) Los actos de nulidad relativa son válidos, útiles y eficaces, mientras no
sean invalidados por una providencia que los anule. Son actos de
anulación provocada en las características que vimos anteriormente.
El caso mas común, es el que establece el art. 172 que establece la
imposibilidad de decretar la nulidad si el acto estuviese consentido.
e) Otra probable contingencia ofrece la impugnación tardía de las
nulidades, en la cual la preclusión obra definitoria en el sentido de que la
firmeza de los actos procesales es una necesidad jurídica que justifica la
validez de los actos, a pesar de los vicios que manifiesten.

La firmeza del precepto consensus non minus ex facto quam ex verbis


colligatur (si el que puede y debe atacar no ataca), cobra destacada
preeminencia en la práctica procesal.

4.4 Principio de conservación


Este principio es una formulación más acotada del que rige en todo el
derecho, especialmente en los de contenido patrimonial. Tiende a dar
funcionalidad y efectos a los actos jurídicos sin importar el vicio que expongan,
siempre y cuando, claro está, esa nulidad no sea de tal importancia que
inficione la calidad misma del acto.
En la praxis opera complementario del principio de saneamiento; en
tanto su consagración procesal la expresa el párrafo tercero del art. 169.
El principio procesal de conservación apunta así, a resguardar los
valores de seguridad y firmeza, de suma importancia para la función
jurisdiccional, toda vez que ésta aspira a obtener resultados justos, y logros
fructíferos, sin menoscabarse en dispendios inútiles como los que motivan las
nulidades por el solo hecho de asegurar el respaldo en las formas.
El valor seguridad tiende a prevalecer axiológicamente sobre el de
validez. Por tanto, cabe concluir que un acto procesal si ha logrado el fin a que
estaba destinado es válido, aun siendo irregular o defectuoso. Además, en
caso de duda acerca de la existencia o no de un vicio, debe estarse por la
validez del acto, por cuanto su nulidad debe ser considerada como un remedio
excepcional.

4.5: Principio de protección


Este presupuesto toma cuerpo en las vías de impugnación que se
disponen para atacar las nulidades en el proceso; en particular, pretende
otorgar razonabilidad a las nulidades que se deduzcan, requiriendo tres
condiciones específicas: a) que la anulación pretendida, justifique el accionar
de la justicia ante la evidencia del perjuicio que generan los efectos del acto
viciado; b) que la nulidad provenga de actos propios de la jurisdicción, o de la
parte contraria, c) que quien promueve la impugnación no haya dado lugar con
sus actos, al vicio que denuncia.
El art. 171 del orden adjetivo establece un aspecto de la regla en estos
términos:" La parte que hubiere dado lugar a la nulidad, no podrá pedir la
invalidez del acto realizado".
El principio demuestra una extensión del precepto "nemo auditur
propriam turpitudine allegans" (nadie puede alegar su propia torpeza), que en la
doctrina procesal se expresa como doctrina o teoría de los propios actos,
según el cual, no es lícito admitir que las partes ejerciten actos contrarios a los
que la otra parte, de buena fe acepta, por observarlos continuos y destinados a
una determinada conducta futura (Cfr. art. 1049 del Código Civil).
Colaboran actuando con este principio, la buena fe y lealtad en el
proceso, y los principios particulares en las vías de exposición de gravámenes,
al no tener interés tutelable, la parte que denuncia un vicio que él mismo ha
originado (vgr: quien ha pedido expresamente que se imprimiere a una cuestión
un trámite determinado, a pesar de no ser dicho trámite el adecuado, no puede
sostener luego la nulidad de aquél. Uno de los presupuestos de la nulidad es la
ausencia de culpabilidad de quien la alega.

5. Jurisprudencia del art. 169


Si el defecto de procedimiento que motivó el planteo de nulidad por parte
del actor ha quedado debidamente subsanado en las actuaciones, de modo
que tuvo suficiente oportunidad de ser oído y de ejercitar las defensas que
hacían a su derecho, no procede que la Corte Suprema de Justicia de la
Nación invalide lo actuado si ha desaparecido el vicio que provocó la lesión al
derecho constitucional invocado, pues ello iría en contra del principio de
trascendencia e importaría declarar la nulidad por la nulidad misma, solución
inaceptable en el ámbito del derecho procesal (CS, 1997/07/15, “Benito, José c.
Caja Nac. de Previsión de la Industria, Comercio y Actividades Civiles”, La Ley,
1998-A, 111).
Las nulidades procesales deben interpretarse restrictivamente,
reservando la sanción para la exteriorización de una efectiva indefensión, pues
el proceso no es un rito solemne y frágil que se desmorona ante la primera
infracción formal. Así, la declaración judicial de nulidad debe reservarse a
aquellos supuestos en que el acto impugnado o viciado ocasiona un perjuicio y
no cumple su finalidad, pues frente a la necesidad de obtener actos procesales
válidos y no nulos se halla la necesidad de obtener actos procesales firmes
sobre los que pueda consolidarse el proceso (CNCiv., Sala E, 1998/03/03,
“Salmon Cadenau, Rubén D. c. Koch, Horacio C. y otro”, La Ley, 1998-D, 740).
Los actos procesales se hallan viciados si vulneran gravemente la
sustanciación regular del procedimiento o carecen de algún requisito que les
impide lograr la finalidad a la cual están destinados, sea en el aspecto formal,
sea en cuanto a los sujetos o al objeto del acto, o por la existencia de un vicio
que afecta dichos requisitos (CNCiv., Sala A, 1996/05/23, “Ramírez Ramos,
Feliciano c. Castellarín de Diz, Rosana A.”, La Ley, 1996-E, 11 - DJ, 1996-2-
1132).
No puede alegarse la nulidad de la notificación del traslado de la
demanda basada en errores materiales en el nombre del emplazado, si, aun
cuando el actor los haya reconocido, quedaron convalidados con arreglo al
principio contenido en el art. 169 del Código Procesal, pues la incidentista pudo
contestar la demanda (CNCiv., Sala A, 1994/12/05, “Bruno, Andrés P. c.
Chiron, Carlos A.”, La Ley, 1995-B, 99. - DJ, 1995-2-70).

Subsanación

Art. 170. -- La nulidad no podrá ser declarada cuando el acto haya sido consentido,
aunque fuere tácitamente, por la parte interesada en la declaración.
Se entenderá que media consentimiento tácito cuando no se promoviere incidente de
nulidad dentro de los cinco días subsiguientes al conocimiento del acto.

1. Todas las nulidades son relativas


Dado el carácter relativo de las nulidades, cuyo fin es asignar firmeza a
los actos cumplidos y evitar el detrimento al orden y seguridad del
procedimiento, el art. 170 establece que la anulación del acto irregular debe
reclamarse dentro del quinto día de que el interesado haya tomado
conocimiento del acto, so riesgo de ser consentido, de ahí su vinculación
jurídica con la preclusión.
Por eso se ha dicho que, si bien el recurso de apelación comprende el
de nulidad por defectos de la sentencia, cuando esos defectos se refieren al
procedimiento seguido para llegar al pronunciamiento de resoluciones
anteriores a él, deben ser planteados en las instancias en que han sido
cometidos y son susceptibles de quedar subsanados de conformidad con el art.
170 del Código Procesal, si no se plantean dentro del quinto día de haberse
tomado conocimiento (CNCom., Sala A, 1996/02/29, “Tavella y Cía. S. A. s/
quiebra s/ inc. de rev. por: Banco Español del Río de la Plata”, La Ley, 1997-A,
361 (39.234-S) - DJ, 1997-1-416).
Asimismo, no es posible alegar la nulidad de un acto procesal y al mismo
tiempo, apelar una resolución posterior al mismo, pues al hacerlo se la
reconoce como acto procesal válido y, de ese modo, se convalidan -
tácitamente- los actos procesales que la preceden (conf. art. 170) (CNCiv., Sala
D, 1996/02/27, “Kalijman, F. R. y otro s/suc.”, 38.733-S, La Ley, 1996-C, 780).
En suma, el consentimiento tácito a que alude el art. 170 se presume por
una intervención en el procedimiento efectuada con posterioridad al acto que
se pretende nulo, intervención que permite descartar su desconocimiento
(CNCiv., Sala F, 1995/08/14, “Sosa, Mario S. P. c. Knaudt, Samuel A.”, DJ,
1995-2-1199).

Inadmisibilidad

Art. 171. -- La parte que hubiere dado lugar a la nulidad, no podrá pedir la invalidez del
acto realizado.

1. Nadie puede ir contra sus propios actos


Nadie que con sus actos haya dado motivo a una nulidad procesal,
puede ir contra el mismo procurando su anulación.
Por eso, si el vicio invocado por la ejecutada -en el caso, error en el
número del domicilio del denunciado en el instrumento que constaba en el título
ejecutivo-, se origina en un inequívoco que ella misma cometió en el momento
de suscribir el contrato hipotecario, se puede presumir que conocía de
antemano las consecuencias jurídicas de ese obrar, por lo cual su pretensión
invalidatoria de la intimación de pago diligenciada en ese domicilio es
improcedente (CNCiv., Sala A, 1997/12/10, “Distasio, Miguel A. y otro c.
Gorazo, Alejandra A.”, La Ley, 1998-D, 925, J. Agrup., caso 12.992).
No puede invocarse como causa de nulidad, aquella que el nulidicente
concurrió a producir (CCiv. y Com. Rosario, Sala IV, 1980/11/19, “Alborada,
Soc. en Com. por Accs. c. Bender. Ignacio P.”, SP La Ley, 981-388).

Iniciativa para la declaración


Requisitos

Art. 172. -- La nulidad podrá ser declarada a petición de parte o de oficio, siempre que el
acto viciado no estuviere consentido.
Quien promoviere el incidente deberá expresar el perjuicio sufrido del que derivare el
interés en obtener la declaración y mencionar, en su caso, las defensas que no ha
podido oponer.
Si la nulidad fuere manifiesta no se requerirá sustanciación.

1. Principio de convalidación
La iniciativa para declarar la nulidad de los actos procesales no sólo
puede partir de la parte perjudicada, sino también del propio órgano
jurisdiccional, salvo que el vicio esté expresa o tácitamente consentido por los
interesados, pues la facultad de declarar de oficio la nulidad encuentra una
valla insuperable en el principio de convalidación (CNCiv., Sala A, 1996/09/16,
“Martini, Beatriz I. c. Ayala, Justa P.”, La Ley, 1997-E, 218).
Ahora bien, la declaración de invalidez de los actos no sólo supone la
carencia de alguno de sus requisitos, sino también la necesidad de reparar un
perjuicio concreto que haya colocado a quien la alega en un real estado de
indefensión no meramente teórico. Por tanto, tal indefensión debe concretarse
en la mención expresa y precisa de las defensas que el impugnante se vio
privado de oponer (CNCiv., Sala A, 1996/06/12, “Gerscovich, Carlos G. c.
Mindlin, Marcos M.”, La Ley, 1996-D, 861 (38.871-S).
Esto es consecuencia del principio que pretende evitar la nulidad por la
nulidad misma, es decir, que la simple irregularidad no contamine todo el
proceso ni evite la validez de los actos cumplidos.
Por ello, la mera invocación genérica de haberse violado el derecho de
defensa en juicio o la simple manifestación sin indicar concretamente cuáles
son las defensas que el nulidicente se ha visto impedido de hacer valer, no
cumple con la exigencia impuesta por el art. 172 del Código Procesal (CNCiv.,
Sala E, 1995/12/27, “Reyna, Edith B. y otro c. Promeco S. A. y otro”, 38.779-S,
La Ley, 1996-C, 790).
En consecuencia, si la parte no pudo tomar conocimiento de la acción
instaurada en su contra, mal puede contestar una demanda cuyo contenido
ignora, lo que torna irrazonable se le imponga cumplir con lo preceptuado por el
art. 172 del Código Procesal en la materia (CS, 1996/04/30, “Lebedinsky, Mario
J. c. Mociulsky, Marta.”, DT, 1996-B, 2065, con nota de Carlos Pose).
De manera genérica se ha dicho que, si se trata de un pedido de nulidad
de la notificación del traslado de la demanda, es aplicable la norma del art. 172,
apart. 2°, del Código Procesal (CNCom., En Pleno, 1991/08/12, “Peirano,
Leopoldo S. c. Di Leo, Ana M.”, La Ley, 1991-E, 316 DJ, 1992-1-126).

Rechazo "in limine".

Art. 173. -- Se desestimará sin más trámite el pedido de nulidad si no se hubiesen


cumplido los requisitos establecidos en el 2do párr. del artículo anterior o cuando fuere
manifiestamente improcedente.

1. Reglas generales
Para que proceda declarar nulo un acto procesal, no solo se trata de
invocar las defensas que se vio impedido de realizar, sino de demostrar la
lesión al derecho de defensa en juicio.
Por ello, corresponderá rechazar la nulidad impetrada si, incumpliendo el
mandato que emerge del art. 172 del Código Procesal, el nulidicente omite
mencionar en forma concreta las defensas que la notificación atacada le
impidió interponer, no bastando para ello la mera enunciación de no haber
tenido conocimiento de la existencia del proceso (CNCom., Sala A, 1999/12/29,
“Banco del Buen Ayre c. Sitowski, José B. y otro”, La Ley, 2000-C, 918 (42.727-
S).
De igual modo se debe analizar la conducta de la parte, porque si el
presentante del escrito insiste en promover una nueva nulidad con evidente
ánimo dilatorio y sin siquiera cumplir con elementales requisitos de
admisibilidad se impone su rechazo "in limine" (CNCiv., Sala F, 1982/10/05,
“D'Arco, Rodolfo M. y otra c. Frade, José y otra”, La Ley, 1983-B, 181).
El plazo de cinco días contados desde que el vicio se produce o se toma
conocimiento del mismo, es un plazo perentorio y fatal que conduce al rechazo
in limine de la pretensión nulificatoria cuando se intenta fuera del tiempo
acordado.
En igual sentido, aunque la nulidad, como recurso, se encuentra
subsumida en el de apelación (art. 253, Código Procesal), no releva de cumplir
los requisitos de admisibilidad contemplados por el art. 172. Vale decir, la
invocación concreta del perjurio sufrido y del interés que se procura subsanar
(art. 173). La inobservancia por el recurrente de esos recaudos conlleva la
desestimación del planteo (CNCom., Sala D, 1980/07/31, "Esetur, S. R. L.", La
Ley, 1981-A, 171 - JL, 980-4-293).
Efectos

Art. 174. -- La nulidad de un acto no importará la de los anteriores ni la de los sucesivos


que sean independientes de dicho acto.
La nulidad de una parte del acto no afectará a las demás partes que sean independientes
de aquélla.

1. Efectos de las nulidades en el proceso


La nulidad del acto procesal es independiente del conjunto de actos
dispuestos y cumplidos, excepción hecha de aquéllos que se producen como
hilación o consecuencia lógica de la continuidad en el procedimiento, de
manera que si el vicio se encuentra y declara, afectará a los demás que sean
producto o resultado de aquél.
El principio concilia con lo dispuesto en el art. 1050 del Código Civil, de
modo tal que la nulidad pronunciada por los jueces vuelve las cosas al mismo o
igual estado en que se hallaban antes del acto anulado.
Ya señalamos en la apertura del capítulo como esta disposición es
engañosa, porque la nulidad procesal tiene una suerte de efecto dominó sobre
los actos consecuentes, a pesar de la relatividad que impera como regla
común.
No planteada oportunamente la nulidad de las actuaciones, la misma
queda convalidada. Por tanto, la apelación de la sentencia definitiva comporta
su reconocimiento como acto procesal válido, categoría que alcanza también a
los actos procesales que necesariamente la preceden (conf. art. 174) (CNCiv.,
Sala D, 1996/05/03, “Consorcio de Propietarios Pellegrini 137/41 c. Zulema S.
A.”, La Ley, 1996-E, 647 (39.005-S).
Asimismo, se advierte que, siendo cierto que el art. 48 del Código
Procesal, entendido literalmente, establece que, en caso de no ser ratificada la
gestión o presentados los instrumentos que acrediten la personería en tiempo
propio, "será nulo todo lo actuado por el gestor". Sin embargo, no lo es menos
que, por tratarse de una nulidad procesal, no puede aceptarse divorciada del
alcance que, para tal categoría de invalidez, sienta el art. 174 de la ley adjetiva.
Así, pues, la extensión de la nulidad no deberá sobrepasar el límite de la
necesidad de garantizar la defensa en juicio, pero alcanzará y arrastrará a los
actos cumplidos que no pueden considerarse subsistentes o eficaces
independientemente de la actividad inválida, sea porque la determinaron, sea
porque son consecuencia de la actuación nula (CNCiv., Sala D, 1980/05/26,
“Clur de Bolo, Ana B. y otro c. Bevreuther, Walter H.”, La Ley, 1980-D, 40).
Cabe afirmar que decretada una nulidad del procedimiento, la actora
puede reiniciar el mismo subsanando sus errores pasados, siempre que la
acción se hubiera perdido por caducidad o prescripción.
TITULO IV -- Contingencias generales

CAPITULO I -- Incidentes

Principio general

Art. 175. -- Toda cuestión que tuviere relación con el objeto principal del pleito y no se
hallare sometida a un procedimiento especial, tramitará en pieza separada, en la forma
prevista por las disposiciones de este Capítulo.

1. Disposiciones generales
Bajo el título de "contingencias generales" el título IV del código se
refiere a situaciones que, vinculadas con la pretensión principal, se deben
resolver con anterioridad a la sentencia o como consecuencia de ella.
Los incidentes son cuestiones contenciosas que se suscitan entre las
partes, las que por sus características, importancia y trascendencia sobre el
objeto principal del proceso, pueden clasificarse en a) incidentes, propiamente
dichos, b) incidencias, y c) proceso incidental.
La acumulación de procesos se refiere a la necesidad de evitar el
dictado de sentencias contradictorios en procesos que por su conexidad deben
tramitar simultáneamente.
Las medidas cautelares son providencias que pretenden garantizar el
resultado eventual de una sentencia de condena; y finalmente, los recursos,
son los medios de gravamen que encuentran las partes para criticar los fallos
que les resulten desfavorables.

2. Incidentes
Bien explica Fenochietto que incidente procesal o artículo se denomina a
toda cuestión o controversia vinculada directa o indirectamente con el objeto
principal del proceso y se suscita una vez que la litis se encuentra trabada (Ob.
cit., tomo I, pág. 653).
La relación directa con el proceso puede generar una acción
independiente, es decir, un trámite vinculado con el litigio principal pero sujeto a
propias resoluciones.
Por ejemplo, el beneficio de litigar sin gastos constituye un incidente
"autónomo o nominado", categoría que tiene una regulación específica sin
perjuicio de lo cual el codificador ha previsto que le sean aplicadas, con
carácter supletorio, las normas establecidas para los incidentes genéricos o
innominados.
En tal aspecto, se afirma que el proceso promovido a los fines de
obtener el beneficio de pobreza es autónomo respecto de la pretensión
principal y, aun cuando no se ajuste en su tramitación a las normas que regulan
los incidentes (art. 175 y sigtes., Código Procesal) pues no es sustanciado con
la contraria, la facultad de ésta de fiscalizar la prueba y contestar la vista
después de producida la misma (art. 81, Código Procesal), le confieren
características particulares a la que no le es ajena la posibilidad de decretar la
caducidad de la instancia cuando se den los requisitos previstos por los arts.
310 y sigtes., Código Procesal (CNCiv., Sala G, 1998/02/17, "Martínez,
Gustavo c. Scott, Jorge", La Ley, 1999-B, 864, J. Agrup., caso 13.785).
De todos modos, como el beneficio de litigar sin gastos es un trámite con
autonomía procesal propia, se diferencia de los incidentes contemplados en el
art. 318, párr. último, del Código Procesal, que constituyen meras instancias
accesorias. Así, a los efectos de la regulación de honorarios del abogado, debe
considerarse la naturaleza del proceso, el resultado obtenido, la labor
profesional desarrollada en cuanto a su calidad, extensión e importancia, así
como la valoración de los efectos económicos que eventualmente puede
ocasionar su procedencia o improcedencia (CNCiv., Sala H, 1997/08/22,
"Medina Olaechea, Pedro c. Pallasa, Manuel", La Ley, 1998-C, 976, J. Agrup.,
caso 12.833).
En suma, un incidente procesal es una cuestión contenciosa que se
resuelve con relación al principal pero de manera independiente; inclusive,
pueden decidirse tras el dictado de la sentencia definitiva (art. 166 inciso 5º).

3. Incidencias
Son conflictos suscitados en el curso de los incidentes (art. 184), o
planteados en un acto puntual del proceso que debe ser resuelto de inmediato
por no ser de tal significación o importancia como para suscitar un incidente
autónomo.
Son ejemplos de estas manifestaciones las oposiciones que se producen
en el desarrollo de una audiencia; el requerimiento de providencias rechazadas
sin sustanciación, etc.
Tienen la característica que, como no constituyen un incidente en los
términos del art. 175, no corresponde la imposición de costas de primera
instancia (CNFed. Civ. y Com., Sala II, 1997/10/24, "Degano, Abel E. c. Caja
Nac. de Ahorro y Seguro", La Ley, 1998-F, 487).

4. Proceso incidental
En este caso estamos frente a un proceso ordinario o sumarísimo que,
estando vinculado por conexidad con el principal, se desarrolla con autonomía
y con idénticas posibilidades de sufrir planteos incidentales o incidencias en su
trámite.
Así, por ejemplo, dada la naturaleza y el objeto de la acción
reivindicatoria de las acciones societarias que pertenecían al causante,
entablada por los herederos contra un coheredero, debe ser ejercida en un
juicio de conocimiento, pues esta clase de pretensión requiere amplitud de
debate y prueba, que no se ajusta a las pautas vigentes en materia de
incidentes (CNCiv., Sala H, 1997/10/29, "Plata y Plata, Francisco s/suc.", La
Ley, 1998-E, 426).

Suspensión del proceso principal

Art. 176. -- Los incidentes no suspenderán la prosecución del proceso principal, a menos
que este Código disponga lo contrario o que así lo resolviere el juez cuando lo consi dere
indispensable por la naturaleza de la cuestión planteada. La resolución será irrecurrible.

1. Procedencia
La promoción de incidentes no suspende el proceso principal, salvo que
concurran situaciones muy vinculadas que podrían llevar al dispendio procesal
de continuar como si nada hubiera ocurrido.
Por ejemplo, si una audiencia no se puede celebrar por vicios en la
notificación, cabe hacer aplicación del art. 176 y suspender el proceso principal.
Ello así, si el incidente de nulidad por vicios formales en la notificación de la
audiencia conciliatoria fue interpuesto un día antes de la fecha fijada para su
celebración, se debe fijar una nueva convocatoria a dichos fines produciéndose
hasta dicho momento la suspensión del proceso.

2. Pago de costas
El art. 69 párr. 2º del Código Procesal que prohíbe la sustanciación de
nuevos incidentes promovidos por quien hubiera sido condenado en costas en
otro anterior mientras no satisfaga su importe o, en su caso, lo dé a embargo,
implica una restricción que no suspende el proceso principal, sino que impide
nuevos planteos incidentales.
Lo mismo sucede mediante la imposibilidad de suscitar incidentes en el
proceso cautelar, pues con ello se procura evitar dilaciones en el dictado de las
medidas precautorias, respondiendo así a un criterio ordenatorio compatible
con las facultades otorgadas a los jueces por el art. 36, inciso 2º del Código
Procesal (CNCiv., Sala A, 1995/02/08, " Alomo, Francisco J. c. Sikic, Martín", La
Ley, 1995-C, 483. - DJ, 1995-2-337).

Formación del incidente

Art. 177. -- El incidente se formará con el escrito en que se promoviere y con copia de la
resolución y de las demás piezas del principal que lo motivan y que indicaren las partes,
señalando las fojas respectivas, cuya confrontación hará el secretario o el oficial
primero.

1. Documentación
La prevención de una sala tiene por consecuencia no sólo la radicación
definitiva del proceso principal y de sus incidentes para todas las cuestiones
que se susciten en lo sucesivo, sino también para conocer en las causa
conexas o íntimamente vinculadas que se eleven con posterioridad a la
Cámara (art. 32, Reglamento para la Justicia Nacional en lo Civil) (CNCiv., Sala
E, 1997/08/22, "Schirnian Manuc", La Ley, 1998-B, 931, J. Agrup., caso
12.597).
El art. 177 refiere a los requisitos formales que deben cumplirse para la
presentación de incidentes, cuyos contenidos son mencionados en la norma
siguiente.
Por lo demás, estos recaudos ad solemnitatem no difieren de los que se
exigen para los demás actos procesales, aunque en los incidentes la
particularidad es el deber de acompañar las copias del expediente principal que
se vinculen con el motivo de la presentación.

Requisitos

Art. 178. -- El escrito en que se planteare el incidente deberá ser fundado clara y
concretamente en los hechos y en el derecho, ofreciéndose en él toda la prueba.

1. Recaudos de fundamentación
El código presenta este artículo como requisitos, lo cual no es exacto en
orden al contenido que tiene, aunque se podría interpretar que es un recaudo
de fundamentación manifiesto que si está ausente permite rechazarlo de
inmediato conforme lo indica el art. 179.
No obstante, y pese a que el juzgador posee facultades para repulsar el
incidente de nulidad cuando éste se encuentre desprovisto de los recaudos
exigidos por la ley (art. 170), no puede válidamente adoptar tal temperamento
cuando dichos recaudos se encuentren prima facie satisfechos, debiendo en
consecuencia proveer a su admisión e imprimirle el trámite estructurado por la
normativa procesal (arts. 177, 178 y 180, Código cit.), sin que ello implique en
modo alguno comprometer su opinión con la viabilidad del planteo.
Rechazo "in limine"

Art. 179. -- Si el incidente promovido fuere manifiestamente improcedente, el juez deberá


rechazarlo sin más trámite. La resolución será apelable en efecto devolutivo.

1. Rechazo inmediato
Es esta una potestad implícita en las facultades del Juez como director
del proceso. No obstante, la denegación debe estar fundamentada en alguna
de las causales de admisión y procedencia que ordenan los artículos
precedentes, o estar basada en la manifiesta improcedencia formal o
sustancial.
Pero hay casos que justifican decisiones diferentes, por ejemplo, la
caducidad de instancia no justifica el rechazo "in limine" del incidente de
restitución de bienes muebles, toda vez que el art. 188 de la ley de concursos
24.522 prevé la posibilidad de promoverlo después de declarada la quiebra y
antes de haberse producido la enajenación del bien (CNCom., Sala D,
1999/02/26, "Ciprem S. A.", La Ley, 1999-E, 958, J. Agrup., caso 14.320).
De igual modo no procede rechazar un planteo de nulidad de la
notificación cumplida bajo responsabilidad de la actora con el exclusivo
fundamento de haberse realizado la diligencia en el domicilio informado por el
Registro Electoral, si el nulidicente acompañó prueba en principio eficaz para
acreditar que ése no sería su domicilio real, supuesto en el que corresponde
abrir a prueba el incidente (CNTrab., Sala V, 1994/12/26, "Durand, Jorge L. c.
Assef, Alfredo", DJ, 1995-2-250 - DT, 1995-A, 836).

Traslado y contestación

Art. 180. -- Si el juez resolviere admitir el incidente, dará traslado por cinco días a la otra
parte, quien al contestarlo deberá ofrecer la prueba.
El traslado se notificará personalmente o por cédula dentro del tercero día de dictada la
providencia que lo ordenare.

1. Trámite
Presentado el incidente, el Juez deberá declarar su admisión cuando se
encuentren reunidos los requisitos formales y materiales dispuestos en los arts.
177 y 178, y de no ser rechazado "in limine", deberá ordenar el traslado por
cédula a la otra parte, quien tendrá cinco días para contestarlo y ofrecer la
prueba correspondiente a su derecho.
La notificación deberá practicarse en el domicilio real del demandado o
sujeto pasivo del incidente que se promueve.
La carga de notificar la promoción de los incidentes en el domicilio real
es inaplicable en el supuesto de ejecución de sentencia, pues en tanto deban
llevarse a cabo medidas de ejecución, no podrá hablarse de la terminación del
proceso, debiendo reputarse subsistente el domicilio constituido en el
expediente principal (CNCiv., Sala A, 1996/07/01, "Fossati, Roberto J. c.
Bernaudo, Alberto", La Ley, 1997-C, 958 (39.513-S).
Los tres días que indica el párrafo final de la norma, se cuentan desde la
fecha en que esta se dicta, constituyendo un supuesto excepcional que se
enfrenta con el el sentido genérico que establece el art. 133 respecto a la
notificación por ministerio de la ley de todos los actos procesales que no deban
ser comunicados por cédula.
Por eso, el criterio no es estricto ni provoca caducidades automáticas, e
inclusive, la oposición eventual que se pueda hacer por la falta de cumplimiento
en los tiempos dispuestos, no provoca la pérdida de ningún derecho pues con
la notificación se ha practicado el acto de impulso necesario para restablecer la
celeridad procesal.

Recepción de la prueba

Art. 181. -- Si hubiere de producirse prueba que requiriese audiencia, el juez la señalará
para una fecha que no podrá exceder de diez días desde que se hubiere contestado el
traslado o vencido el plazo para hacerlo; citará a los testigos que las partes no puedan
hacer comparecer por sí y adoptará las medidas necesarias para el diligenciamiento de
la prueba que no pueda recibirse en dicha audiencia. Si no resultare posible su
agregación antes de la audiencia, sólo será tenida en cuenta si se incorporase antes de
resolver el incidente, cualquiera sea la instancia en que éste se encontrare.

1. Audiencia de prueba
Es facultativo del juez abrir los incidentes a prueba, sin perjuicio de su
oportuna consideración en la alzada (CNCiv., Sala C, 1994/06/02, "Keen
Fernández, Adelia I. y otros c. Milde, Alfredo E.", La Ley, 1995-A, 457. - DJ,
1995-2-863).
Cabe recordar que la ley 22.434, ni la actual 25.488, nada resuelven
acerca de la forma de notificación de la producción de la prueba en los
incidentes, obviamente porque además de la celeridad procesal, propia de esta
clase de procesos en virtud de su vinculación con el principal, no existen los
inconvenientes que existían en el juicio sumario ya que el art. 181 prevé un
plazo máximo de diez días para la audiencia que se computa a partir de la
contestación del traslado (CNCiv., Sala A, 1984/11/01, "Cunno, Jorge C. c.
Bussey, Robert N.", La Ley, 1985-A, 433 - DJ, 985-29-912).
De acuerdo con el art. 125 modificado por la ley 25.488, la audiencia de
prueba podrá documentarse con medios técnicos que faciliten su desarrollo y
rapidez, pudiendo estar su desarrollo a cargo del secretario (art. 38 inciso 5º).
La citación de los testigos queda a cargo de la parte que los proponga y
de no ser ello posible, regirá el principio general del art. 434 que la pone a
cargo del juzgado.
De este modo, si el interesado no solicita que el testigo sea citado por el
tribunal, deberá traerlo por sí; de modo que la falta de concurrencia importará el
desistimiento automático del mismo, por ser un supuesto de caducidad
probatoria (art. 432 inciso 1º).

Prórroga o suspensión de la audiencia

Art. 182. -- La audiencia podrá postergarse o suspenderse una sola vez por un plazo no
mayor de diez días, cuando hubiere imposibilidad material de producir la prueba que
deba recibirse en ella.

1. Postergación o suspensión de la audiencia de prueba


La suspensión de la prueba supone aplazar su realización para otra
oportunidad no superior a diez días; mientras que la postergación significa
darle otra fecha para su celebración.
Ello solo sucede única vez y bajo circunstancias plenamente
fundamentadas en imposibilidad material de llevarla a cabo.

Prueba pericial y testimonial

Art. 183. -- La prueba pericial, cuando procediere, se llevará a cabo por un solo perito
designado de oficio. No se admitirá la intervención de consultores técnicos.
No podrá proponerse más de cinco testigos por cada parte y las declaraciones no
podrán recibirse fuera de la jurisdicción, cualquiera fuere el domicilio de aquéllos.

1. Modalidades de la prueba en los incidentes


Cuando se trate de incidentes propiamente dichos, a diferencia de los
denominados incidentes autónomos que reciben un tratamiento particular (v.gr.:
beneficio de litigar sin gastos), la prueba se restringe notablemente, acotando
la pericial a un solo experto, designado de oficio y sin la posibilidad de actuar
en conjunto con consultores técnicos; y con no más de cinco testigos que
deberán concurrir al juzgado sin importar cuál sea su domicilio.

Cuestiones accesorias

Art. 184. -- Las cuestiones que surgieren en el curso de los incidentes y que no tuvieren
entidad suficiente para constituir otro autónomo, se decidirán en la interlocutoria que los
resuelva.

1. Concepto
Se ha dicho que en el curso de los incidentes debe evitarse la resolución
de cuestiones procesales que se puedan decidir, cuando ello sea posible, con
todo el caso litigioso (CNCiv., Sala K, 1980/10/29, Rep. ED, 15-494 sum. 7).
La idea de la norma es evitar la ampliación del foco litigioso que alumbra
el incidente, por eso, cuando existan diferencias o contradicciones entre partes
que no sean de tal entidad como autorizar la formación de un nuevo incidente,
ellas se deben resolver cuando sucedan y de manera inmediata.

2. Otras cuestiones
Los incidentes son parte integrante de la causa, por lo que las costas
deben ser impuestas una vez que el expediente llega a su fin.
Tratándose de incidentes que no tienen monto determinado, a fin de
establecer el valor cuestionado para la procedencia del recurso de apelación,
debe tenerse en cuenta el capital reclamado en la demanda. En cambio, si en
los incidentes se controvierten importes determinados o determinables, éstos
constituyen el valor cuestionado (CNCiv., Sala B, 1995/10/31, "Obras Sanitarias
de la Nación c. Propietarios Bolivar 120", DJ, 1996-1-500).

Resolución

Art. 185. -- Contestado el traslado o vencido el plazo, si ninguna de las partes hubiese
ofrecido prueba o no se ordenase de oficio, o recibida la prueba, en su caso, el juez, sin
más trámite, dictará resolución.

1. Sentencia interlocutoria
Procede resolver el incidente tras la sustanciación de la prueba, o
inmediatamente después de advertido que no existe necesidad de producción
probatoria.
No hay necesidad de llamar autos para dictar sentencia (art. 161), ni
declarar la cuestión como de puro derecho.

Tramitación conjunta

Art. 186. -- Todos los incidentes que por su naturaleza pudieren paralizar el proceso,
cuyas causas existieren simultáneamente y fuesen conocidas por quien los promueve,
deberán ser articulados en un mismo escrito, siempre que sea posible su tramitación
conjunta. Se desestimarán sin más trámite los que se entablaren con posterioridad.

1. Generalidades
El incidente, por vía de principio, no suspende el trámite del juicio
principal; sin embargo, cuando existan causas conocidas por quien deduce la
pretensión, debe alegarlas todas ellas en un mismo escrito y tramitarlas en un
solo proceso incidental.
Por ejemplo, no se puede reclamar la continuidad del trámite principal,
mientras se este resolviendo un acuse de caducidad de la instancia. Porque el
efecto inmediato del incidente de perención o caducidad es detener o paralizar
la instancia en que ha sido deducido, hasta tanto se determine la supervivencia
de ésta. Hasta que ello ocurra, deviene imposible activar o instar la marcha del
proceso en ningún sentido, salvo para arribar a la resolución que determine si
hay o no instancia.
Tampoco es posible la pretensión de la demandada de acumular el juicio
ejecutivo al juicio ordinario iniciado posteriormente en sede civil, a los efectos
de obtener una decisión conjunta en ambas causas, contradice lo dispuesto en
los arts. 188 inc. 4° y 553, párr. final del Código Procesal, ya que la decisión
que pretende importaría tanto como paralizar la ejecución en espera de la
sustanciación del proceso de conocimiento para luego dictar una única
sentencia (CNCiv., Sala B, 1989/03/13, "Treger c. Bustos", La Ley, 1989-D,
552).
Igualmente, el juez no puede disponer una medida de no innovar que
tenga por efecto paralizar la tramitación de otro proceso, pues en tal supuesto
ejerce un acto de imperio que provoca una alteración sustancial, la cual si fuere
legalmente admisible, sólo puede provenir de quien tiene jurisdicción originaria
-exclusiva y excluyente- en el juicio y no de un juez que entiende en otra causa
por muy vinculada que se encuentre a la primera.
Tampoco puede impedir el cumplimiento de una sentencia firme, pues el
ámbito de la cautela no puede extenderse fuera del litigio en que se intenta, ya
que de lo contrario, más que una prohibición contra las partes, significaría
limitar las facultades del órgano judicial en el ejercicio de la aplicación del
derecho o en el cumplimiento de sus propios pronunciamientos (CNCiv., Sala J,
1997/07/17, "O., M. S. c. I., A. D.", La Ley, 1998-A, 158).
Asimismo a estas actitudes vinculadas, cuando se las relaciona con
incidentes que se repiten o reiteran, el código indica que se deben rechazar sin
más trámite, por no haberse articulados en conjunto.

Incidentes en procesos sumarios y sumarísimos

Art. 187. -- En los procesos sumario y sumarísimo, regirán los plazos que fije el juez,
quien asimismo adoptará de oficio las medidas adecuadas para que el incidente no
desnaturalice el procedimiento principal.

1. Alcance
La derogación de la ley 25.488 de todo el capítulo destinado a regular el
proceso sumario (arts. 320, 486 a 497), no impide aplicar esta disposición a los
procesos indicados en el Libro Cuarto del código que, aun sin recibir el trámite
sumario (por su expresa eliminación) tienen por su estructura y desarrollo una
brevedad del conocimiento que los instala en la categoría de plenarios
abreviados.
Respecto a los sumarísimos, la concentración de sus actos impide
aplicarle los arts. 175 a 186, por lo cual es lógico que sea el Juez quien adapte
los tiempos procesales.

CAPITULO II -- Acumulación de procesos

Procedencia

Art. 188. -- Procederá la acumulación de procesos cuando hubiere sido admisible la


acumulación subjetiva de acciones de conformidad con lo prescripto en el art. 88 y, en
general, siempre que la sentencia que haya de dictarse en uno de ellos pudiere producir
efectos de cosa juzgada en otro u otros.
Se requerirá, además:
1. Que los procesos se encuentren en la misma instancia.
2. Que el juez a quien corresponda entender en los procesos acumulados sea
competente por razón de la materia. A los efectos de este inciso no se considerarán
distintas las materias civil y comercial.
3. Que puedan sustanciarse por los mismos trámites. Sin embargo, podrán acumularse
dos o más procesos de conocimiento, o dos o más procesos de ejecución sujetos a
distintos trámites, cuando su acumulación resultare indispensable en razón de concurrir
la circunstancia prevista en la última parte del 1er. párr. En tal caso, el juez determinará
el procedimiento que corresponde imprimir al juicio acumulado.
4. Que el estado de las causas permita su sustanciación conjunta, sin producir demora
perjudicial e injustificada en el trámite del o de los que estuvieren más avanzados.
1. Conceptos generales
Cuando existe la posibilidad de entablar varias demandas sucesivas o
simultáneas contra uno o varios demandados, y se originan distintos procesos
que, por esta causa, se encontrarán vinculados entre sí, la parte puede (es
facultativo) solicitar, o el Juez disponerlo de oficio (si tiene radicadas ante sí
dichas causas), la acumulación de litigios por razones de conveniencia y
basado en el principio de eventualidad que supone evitar el dictado hipotético
de sentencias contradictorias. Para que ello sea procedente debe darse el caso
de acumulación subjetiva de pretensiones.
Se denomina proceso acumulativo a esta reunión de causas conexas
que se sustanciarán independientemente, pero que tendrán una única
sentencia por razones de seguridad jurídica.
El concepto de conexidad se vincula con el principio de la "perpetuatio
jurisdictionis", cuya finalidad, afín con la acumulación de procesos, está dada
por la conveniencia de que un mismo tribunal conozca en las cuestiones
conexas o derivadas de la relación jurídica básica, sea para evitar
pronunciamientos contradictorios como para facilitar la decisión de aquél que
está en mejores condiciones de pronunciar sentencia por su previo
conocimiento del asunto.
A los efectos de la acumulación de procesos, son pretensiones conexas
las que, no obstante su diversidad, tienen elementos comunes o
interdependientes que las vinculan, sea por su objeto, causa o efecto procesal.
Así, las decisiones que recaen en uno u otro proceso deben tener el mismo
fundamento, que no puede ser admitido o negado en una u otra sin que exista
contradicción o imposibilidad de ejecución, aun si no existen sentencias
contradictorias (CNCiv., Sala A, 1998/07/14, "Microómnibus Norte S. A. c.
Ferrari Taxi S.A. y otro", La Ley, 1999-C, 70).
Por ejemplo, existe conexidad que determina la acumulación de los
procesos si en el juicio de alimentos seguido entre las partes se dispuso el
embargo de un inmueble ganancial, y ello motivó a la actora a promover juicio
por disolución de sociedad conyugal (CNCiv., Sala C, 1997/08/08, "Rearte,
Ofelia H. c. Costilla, E.", LA LEY, 1998-A, 515).
Asimismo, se afirma que, desde que la redargución de falsedad de la
escritura pública tiene por objeto la falsedad del testamento y la otra demanda
la nulidad de ese instrumento, aunque la recurrente alegue que por una vía se
intenta la inexistencia del acto y por la otra su invalidez, es indudable que por
distintas vías es atacado el acto. La finalidad perseguida en ambos procesos
consiste en hacer caer el testamento objetado, lo cual torna procedente la
acumulación (CNCiv., Sala C, 1979/10/26, "Fernández de Villaverde E.", La
Ley, 1980-B, 343).

2. Requisitos
El art. 188 establece que la acumulación es procedente siempre que la
sentencia que haya de dictarse en uno de los procesos, pudiere producir
efectos de cosa juzgada en otro u otros.
Se exige, además:
a) la conexidad sea admitida por el art. 88 del Código Procesal;
b) que se encuentren en la misma instancia, aunque tengan avances
distintos;
c) que el Juez sea competente por razón de la materia, siendo
indiferente en el fuero nacional que sea juez civil o comercial;
d) que se puedan sustanciar por los mismos trámites, aunque se prevé
el supuesto de acumulación de dos o más procesos de conocimiento
sujetos a distintos trámites, cuando concurran situaciones de
evidente conveniencia para el trámite conjunto.
e) Que no se encuentren en situación tal que uno no provoque la
demora de otro, o sucedan demoras inútiles que sean perjudiciales
para las partes.
La Corte ha dicho que corresponde la acumulación de dos expedientes
si en ambos se demanda a la misma persona, por un mismo hecho, ya que la
evidente conexidad entre ambas causas lo requiere, para evitar sentencias
contradictorias y como medio de lograr la economía procesal. A ello no obsta la
naturaleza de la competencia originaria de la Corte Suprema, que es
insusceptible, de ser ampliada o restringida, pero que no puede tornar
inaplicables las normas del Código procesal referentes a la acumulación de
procesos (CS, 1976/11/04, "Barrera Valverde, Alfonso c. Basilio, Héctor E.",
Fallos, 296:315).
Ante la necesidad de unificar el criterio con el que habrá de juzgarse en
uno y otro proceso la triple identidad de sujetos, objeto y causa, como requisito
para la procedencia de la acumulación de procesos no es indispensable.
En consecuencia, basta que entre ellos medie suficiente conexidad
como para autorizarla, recaudo que se configura si se ha invocado en ambos la
misma situación de hecho (CNCiv., Sala A, 1995/07/17,"Urquijo, María Eugenia
c. Zeni, Alicia D.", La Ley, 1995-D, 681. - DJ, 1995-2-838).

3. Independencia de los procesos


La sola acumulación de procesos a los fines de evitar el pronunciamiento
de sentencias diferentes respecto de algunas cuestiones comunes y procurar
una mayor economía procesal, no quita a cada proceso su autonomía (CS,
1988/02/25, "Sabbag, Máximo", La Ley, 1988-C, 479).
De este modo aunque todos los procesos estén vinculados y de alguna
manera pendientes de lo que entre ellos suceda, ninguno pierde individualidad.
Por ello se sostiene que, aunque no haya identidad de sujeto y objeto
entre dos procesos, se admite la acumulación de éstos, si es evidente que
existe la probabilidad del dictado de fallos contradictorios (CS, 1998/02/17,
"Ríos, Nilda A. c. Willging, Oscar y otro", La Ley, 1999-C, 737 (41.492-S).
4. Estado procesal
La acumulación de procesos es un caso de excepción que debe
apreciarse con criterio restrictivo, por lo que no se debe extender a hipótesis en
las que media una mera relación de afinidad de pretensiones, que dista de ser
expresiva de una identidad de materia controvertida o, al menos, de asuntos
que se originen y giren en derredor de iguales elementos (CNCiv., Sala A,
1993/03/30, "Carrefour Argentina S. A. c. Verdinelli, Jorge", La Ley, 1993-E,
96).
Constituye un obstáculo para la acumulación de autos la diferencia en el
estado procesal de los procesos.
Sin embargo, no es esta una regla rígida pues la Corte ha dicho que,
procede la acumulación al juicio universal de las causas alcanzadas por el
fuero de atracción aun respecto de los procesos terminados por sentencia,
mientras el ejecutante no haya percibido el importe de su crédito (CS,
1977/12/27, "Molina, J. C., suc.", Fallos, 299:383).
El mismo temperamento se advierte en la afirmación de que no puede
constituir un obstáculo para la pretendida acumulación de dos procesos la
pérdida por el comprador de la posibilidad de reconvenir en el pleito por
resolución del contrato y producir las probanzas que ahora pretende en el de
escrituración pues la ley siempre la acuerda el derecho de hacer valer su
pretensión en otro proceso (art. 357) (CNCiv., Sala A, 1984/05/22, "Miserere,
Soc. en Com. por Accs. c. Pagano, Antonio J. y otro", La Ley, 1985-A, 142).
No obstante, la autorización de acumular dos o más procesos de
conocimiento, o dos o más procesos de ejecución sujetos a distintos trámites,
no permite la acumulación de un proceso de conocimiento a otro de ejecución,
tal como actualmente lo prescribe el art. 188.
Tal regla responde a principios de orden procesal y cobra mayor fuerza,
toda vez que, como es sabido, la sentencia a dictarse en un juicio ejecutivo no
causa instancia (CNCiv., Sala A, 1993/03/30, " Carrefour Argentina S. A. c.
Verdinelli, Jorge", La Ley, 1993-E, 96).

5. Caducidad de la instancia
Si la acumulación de procesos se ha dispuesto porque entre las causas
existe una verdadera comunidad de medios y resultados, en tanto son idénticos
los trámites y existe riesgo de sentencias contradictorias, es improcedente la
caducidad de instancia en una de ellas si la otra se mantiene viva (CNCiv., Sala
A, 1994/09/14, "Rodríguez de Cuoco, Sofía c. Gómez, Indalecio E.", DJ, 1995-
2-953, con nota de Alicia Noemí Santiago).
Criterio que tiene su disidencia al sostener que, la acumulación de
causas dispuesta al solo efecto de resolver dos litigios con una sola sentencia,
no importa supeditar el procedimiento de uno a otro juicio al punto de unificarse
en una causa única, razón por la cual no revisten carácter interruptivo de la
caducidad de instancia los actos procesales llevados a cabo en uno de los
procesos solamente, en especial si el trámite de cada uno es independiente
(misma causa).
Hasta llegar a consolidarse que este instituto no impide que se produzca
la perención de instancia, pues las causas acumuladas conservan su
individualidad y las alternativas de sus respectivas secuelas son inherentes a
cada una de ellas, razón por la cual son susceptibles de finalizar por separado,
por caducidad de instancia, transacción o desistimiento (CNCiv., Sala A,
1996/03/13, "Pérez, Eufemia c. Dos Anjos Do Vale, Antonio", La Ley, 1996-C,
776).

Principio de prevención

Art. 189. -- La acumulación se hará sobre el expediente en el que primero se hubiese


notificado la demanda. Si los jueces intervinientes en los procesos tuvieren distinta
competencia por razón del monto, la acumulación se hará sobre el de mayor cuantía.

1. Principio de prevención
La conexidad basada en el principio de prevención, en cuanto consagra
una excepción a las reglas generales en materia de competencia, se configura
en supuestos en los cuales la materia litigiosa traída con posterioridad a la
radicación originaria constituye una prolongación de la misma controversia, de
modo que debe ser sometida al tribunal que previno, permitiendo continuidad
de criterio en la valoración de los hechos y derechos invocados, conforme al
principio de perpetuatio jurisdictionis.
En los casos de prioridad indebida en la iniciación de procesos
sucesorios, la acumulación no debe resolverse teniendo en cuenta sólo
criterios prácticos de economía procesal. No sólo porque el art. 722 del Código
Procesal permite apartarse del principio general que contempla el adelanto en
los trámites y las medidas útiles cumplidas, sino también porque el principio de
economía procesal, si bien es respetable, debe ceder ante otros de mayor
entidad moral, como lo es la prevención de la violación de los deberes de
lealtad y buena fe (CNCiv., Sala F, 1979/09/10, "M., P. A., suc.", La Ley, 1979-
C, 449).
En materia concursal, la acumulación de procesos se debe efectuar -en
principio- sobre la quiebra en la cual se han publicado edictos en primer
término. En caso de que por las especiales circunstancias de la causas ello no
fuera posible, se deberá estar al principio de prevención por cuanto es el que
gobierna la radicación de los pedidos de quiebra según la reglamentación de la
Cámara Nacional de Apelaciones en lo Comercial (Del dictamen del Fiscal de
Cámara) (CNCom., Sala D, 1981/06/16, "Sasetru, S. A., quiebra", La Ley,
1981-C, 181).
En definitiva, el criterio más aceptado es aquél que indica que el art. 189
sienta, en cuanto a a l acumulación, el principio de la prevención, o sea que
corresponde tener en cuenta el expediente donde primero se hubiera notificado
la demanda ; en virtud de ese principio, la acumulación debe efectuarse en el
expediente en el cual la otra parte tuvo con anterioridad, conocimiento de su
existencia (CNEsp. Civ. y Com., en Pleno, 1976/05/21, "Amaral, Mario R. c.
Rodríguez, José M.", La Ley, 1976-C, 102).

2. Prioridad por el monto


Cuando fuere el caso de acumular procesos entre jueces de igual
competencia pero diferenciados por los montos económicos que determinan el
límite de su jurisdicción (v.gr.: juez civil y juez de paz) la radicación de las
actuaciones se prefiere en el de mayor cuantía.

Modo y oportunidad de disponerse

Art. 190. -- La acumulación se ordenará de oficio, o a petición de parte formulada al


contestar la demanda o, posteriormente, por incidente que podrá promoverse en
cualquier instancia o etapa del proceso, hasta el momento de quedar en estado de
sentencia, siempre que fuere admisible con arreglo a lo que dispone el art. 188 inc. 4.

1. Oportunidad y modo de disponer la acumulación


La ley 22.434, al modificar el art. 190 eliminó la posibilidad de obtener la
acumulación de procesos mediante la excepción de litispendencia, de manera
tal que la procedencia de la defensa se reduce actualmente a los supuestos en
que exista la triple identidad (partes, objeto y causa).
Es que ambos institutos a pesar de las similitudes, son claramente
diferenciables no solamente por cuanto la acumulación de procesos no
requiere que coincidan los tres elementos mencionados sino también por
cuanto éste sólo determina el desplazamiento de la competencia y el dictado
de una sentencia común, en tanto la litispendencia el archivo de las
actuaciones (CNCiv., Sala A, 1984/05/22, "Misserere, Soc. en Com. por Accs.
c. Pagano, Antonio J. y otro", La Ley, 1985-A, 142).
Lo importante de la reforma -dice la jurisprudencia-, es que elimina la
interposición de la excepción de litispendencia como camino para llegar a la
acumulación de procesos. Es que la litispendencia, como la cosa juzgada,
apunta al ejercicio de una segunda acción ya ventilada en otro proceso
(pendiente o sentenciado, respectivamente), razón por la cual el segundo
proceso, en el que se opone la excepción, debe concluir. La acumulación se
apoya en la existencia de acciones conexas -no idénticas- y su finalidad es
poner ambas bajo la lente del mismo juez a fin de que componga ambas litis en
una sola sentencia. Ninguno de los dos procesos muere (CNCiv., Sala D,
1982/10/05, "Grande, Sergio L. y otros c. Sánchez, Rubén", La Ley, 1983-A, 29
- ED, 100-786).
A pesar de ello, se ha dicho que, si bien es cierto que la admisibilidad de
la excepción de litispendencia en el juicio ejecutivo sobre la base de una
consignación paralela, ha sido objeto de deferente ponderación
jurisprundencial; también lo es que en el caso aparece como elemento decisivo
para resolver la cuestión, la circunstancia de estar frente a una conexión
sustancial habida cuenta de que entre ambos procesos existe ligazón suficiente
como para motivar el dictado de sentencias contradictorias, con el consiguiente
escándalo jurídico que ello implicaría. Por ello, y a los fines de evitar un doble
juzgamiento sobre una misma situación de hecho y de derecho, cabe hacer
lugar a la excepción de litispendencia y ordenar la acumulación, lo que en
virtud de lo dispuesto en el art. 189, se hará sobre el expediente en que tramita
el juicio sumario (principio de prevención) (Se revocó la resolución que rechazó
la excepción de litispendencia y mandó llevar adelante la ejecución). (CNCom.,
Sala E, 1983/05/09, "Mazzeo, Francisco c. Barros de Martínez y otra", La Ley,
1983-C, 543).
En consecuencia, si bien la circunstancia de que en un proceso se haya
dictado sentencia, obsta a la acumulación (art. 190), ello no significa que otro
proceso conexo no deba tramitar por ante el mismo juez que intervino en el
anterior.
Esa conexidad revela la conveniencia de que sea un mismo juez el que
conozca en el trámite y decisión de ambos (CNCiv., Sala C, 1980/09/11,
"Rebasa, Leonor B. y otro c. Vanelli, J.", BCNCivil, 981-1-8).

Resolución del incidente

Art. 191. -- El incidente podrá plantearse ante el juez que debe conocer en definitiva o
ante el que debe remitir el expediente.
En el primer caso, el juez conferirá traslado a los otros litigantes, y si considerare
fundada la petición solicitará el otro u otros expedientes, expresando los fundamentos
de su pedido. Recibidos, dictará sin más trámite resolución contra la cual no habrá
recurso y la hará conocer a los juzgados donde tramitaban los procesos.
En el segundo caso, dará traslado a los otros litigantes, y si considerare procedente la
acumulación remitirá el expediente al otro juez, o bien le pedirá la remisión del que
tuviere en trámite, si entendiese que la acumulación debe efectuarse sobre el que se
sustancia ante su juzgado, expresando los motivos en que se funda. En ambos
supuestos la resolución será inapelable.
Si se declarase improcedente el pedido, la resolución será apelable.

1. Trámite incidental
Las situaciones a considerar son varias.
1.1 Trámite ante Juez que debe conocer, o hubiera prevenido
El planteo se puede formular al contestar la demanda o por vía de
incidente siempre que aun no se hubiese dictado sentencia. El Juez ordenará
el traslado de lo peticionado a la contraparte, y requerirá simultáneamente la
remisión de los expedientes vinculados. Cumplidos los plazos deberá resolver.
La decisión que disponga la acumulación de procesos es inapelable, aun
cuando ello se hubiera dictado en el trámite incidental (CNCiv., Sala G,
1985/11/05, "Ponieran, Gaspar", La Ley, 1986-B, 12).

1.2 Trámite ante el Juez que debe inhibirse


Si al contestar la demanda el accionado plantea la acumulación de
autos, al no poder plantearlo como litispendencia, deberá correrse traslado al
actor para que formule sus observaciones. Cumplido, deberá resolver.
Si interpreta que la medida procede, remite las actuaciones al juzgado
que previno, sin más trámite.
Pero puede suceder que considere necesario contar con los expedientes
relacionados que se invocan como fundamento y necesidad de la acumulación,
en cuyo caso deberá requerir la remisión de la causa que tramita en otro
juzgado, advirtiendo en los motivos de la petición que, prima facie, se entiende
que la acumulación debe hacerse en la causa que ante él tramita. Con ellos,
resolverá.
En caso de considerarlo procedente enviará su causa al juez que haya
prevenido; pero si decide declarar la acumulación en su juzgado, podrá ocurrir
que el magistrado requerido lo consiente y, en tal caso, no habrá conflicto
alguno; pero de oponerse se dará un claro supuesto de conflicto entre
jurisdicciones (art. 192).
Por aplicación de lo prescripto en el art. 191 -párr. tercero-, el
pronunciamiento que ordena la acumulación de procesos no es susceptible de
apelación. Unicamente en el supuesto en que se planteara conflicto o
contienda entre los magistrados que entienden en ambas causas podría
justificarse la intervención del tribunal de alzada (arts. 192, y 9° a 12 CPC)
(CNCiv., Sala G, 1980/12/11, "C. de P., A. B. c. P., A. B.", La Ley, 1981-C, 658
(35.933-S).
Cabe agregar que la inapelabilidad prevista por el art. 191 para la
resolución del incidente de acumulación articulado por una parte, no se
extiende a la disputa de oficio por el juez conforme al art. 190 (CNCiv., Sala G,
1987/12/03, "Longo de Salimbeni, Zulema c. Benidor, S. R. L.", La Ley, 1990-C,
574, J. Agrup., caso 7137).

Conflicto de acumulación

Art. 192. -- Sea que la acumulación se hubiese dispuesto a pedido de parte o de oficio, si
el juez requerido no accediere deberá elevar el expediente a la cámara que constituya su
alzada; ésta, sin sustanciación alguna, resolverá en definitiva si la acumulación es
procedente.

1. Conflicto entre jueces


Más allá de si el turno judicial o, en este caso, la radicación de causas
en los juzgados puede estimarse como una cuestión de competencia en los
términos puros en que a ésta se considere, lo cierto es que en nuestra
legislación no caben dudas de que se encuentra sujeta al control judicial.
Esto se comprueba en la norma en comentario, que de alguna manera
constituye una excepción a los principios generales advertidos en los arts. 7 a
13 de este código.

Suspensión de trámites

Art. 193. -- El curso de todos los procesos se suspenderá; si tramitasen ante un mismo
juez, desde que se promoviere la cuestión. Si tramitasen ante jueces distintos, desde
que se comunicare el pedido de acumulación al juez respectivo. Exceptúanse las
medidas o diligencias de cuya omisión pudiere resultar perjuicio.

1. Causas donde se produce la suspensión


De conformidad con lo dispuesto por el art. 193, el pedido de
acumulación de procesos, en caso de que los mismos tramitasen ante distintos
jueces, produce la suspensión de los juicios involucrados desde que se
comunica la solicitud al juez respectivo. Sus trámites no se reanudan hasta
tanto no quede resuelta, firme o ejecutoriada, la acumulación que los
suspendió.
Las decisiones sobre la suspensión de trámites deben tomarse
atendiendo razones de orden práctico, pues no puede perderse de vista el
fundamento de esta norma, cual es la conveniencia de evitar que el avance de
los trámites dificulte o torne imposible la acumulación solicitada (Del voto en
disidencia del doctor Boggiano) (CS, 1994/06/09, "Punte, Roberto A. c.
Provincia de Neuquén", ED, 160-151).
Por ejemplo, se ha dicho que el solo pedido de acumulación de los autos
de consignación con el juicio de desalojo en trámite por ante otro juzgado
donde se formuló no produce la suspensión de los trámites en aquélla, ya que
tramitando ambas ante distintos jueces la suspensión recién opera desde la
comunicación al otro juez del planteo de acumulación, siendo que el
anoticiamiento no había tenido lugar al momento de articularse el planteo de
caducidad de la instancia en la primera causa (CNCiv., Sala B, 1990/12/12,
"Dayan, Rafael O. c. Zadoff, Ricardo", La Ley, 1991-E, 774, J. Agrup., caso
7456).
Sentencia única

Art. 194. -- Los procesos acumulados se sustanciarán y fallarán conjuntamente, pero si


el trámite resultare dificultoso por la naturaleza de las cuestiones planteadas, podrá el
juez disponer, sin recurso, que cada proceso se sustancie por separado, dictando una
sola sentencia.

1. Fundamentos
Conforme al art. 188, será procedente la acumulación de procesos
siempre que la sentencia que haya de dictarse en uno de ellos pudiese producir
efectos de cosa juzgada en uno u otros.
Además de los requisitos advertidos, existe una razón implícita de
conveniencia que se advierte en múltiples situaciones. La idea es el trámite
independiente pero la sentencia comñun.
Por el caso, se ha dicho que, la circunstancia que en la especie se trate
de juicios promovidos por dos actores diferentes contra un mismo demandado
y que en ambas acciones se reclamen objetos diferentes -en una la
escrituración del inmueble y en la otra transferencia del fondo de comercio- no
obsta a la acumulación si a pesar de ello puede darse el presupuesto previsto
en aquella norma, porque la operación de venta -del fondo y de la finca donde
funcionaba con indicación de los adquirentes de cada uno- contiene
estipulaciones comunes a los vínculos contractuales generados, entre ellos, el
precio (el tribunal señala que para un mejor ordenamiento procesal es mejor
que continúen tramitando por separado -art. 194, Código citado-) (CNCiv., Sala
C, 1980/02/14, "Ensenada, S. A. c. García Pablo", La Ley, 1980-C, 23).
La doctrina procesal restringe la posibilidad de acumular procesos,
cuando ello pudiera conducir a favorecer la actitud de quienes, pudiendo
reconvenir, han diferido la formulación de sus pretensiones para proceso
autónomo posterior, lo que les otorgaría la expectativa de prolongar
indebidamente el primer proceso.
También se analiza que si bien es cierto que el litisconsorcio
contemplado por el art. 88 del Código Procesal, en principio hace alusión a la
facultad que tienen varias partes para demandar en un mismo proceso;
también lo es que, cuando ocurre -como en la especie- que la acumulación
intentada puede complicar extremadamente tratamiento de las cuestiones, más
aun si cada uno de los litisconsortes además de invocar un contrato distinto, ha
acumulado acciones que no coinciden en todos los casos con las pretensiones
de los demás, la decisión de ordenar el trámite por separado de cada una de
esas acciones, manteniendo la acumulación, no sólo importa una solución
prudente como medio enderezado al buen ordenamiento procesal y a facilitar
oportunamente el examen de las constancias para el dictado de la sentencia,
sino que también encuentra fundamento legal en el principio consagrado por el
art. 194 del Código Procesal. Nada obsta, a juicio del tribunal, a que esta
norma sea aplicado cuando se presentan dificultades como la de que la
acumulación de acciones puede complicar el tratamiento de las cuestiones
(CNCiv., Sala C, 1982/10/21, "Ale, Elena J. y otros c. El Camino, S. A.", La Ley,
1983-B, 29).

CAPITULO III -- Medidas cautelares

SECCION 1ª -- Normas generales

Oportunidad y presupuesto

Art. 195. -- Oportunidad y presupuesto. Las providencias cautelares podrán ser


solicitadas antes o después de deducida la demanda, a menos que de la ley resultare
que ésta debe entablarse previamente.
El escrito deberá expresar el derecho que se pretende asegurar, la medida que se pide,
la disposición de la ley en que se funde y el cumplimiento de los requisitos que
corresponden, en particular, a la medida requerida.
Los jueces no podrán decretar ninguna medida cautelar que afecte, obstaculice,
comprometa, distraiga de su destino o de cualquier forma perturbe los recursos propios
del Estado, ni imponer a los funcionarios cargas personales pecuniarias.

1. Nociones generales
Dentro de las funciones jurisdiccionales y, específicamente, como
manifestación de la eficacia de la gestión judicial, se establece la posibilidad de
requerir medidas preventivas tendientes a garantizar el resultado
eventualmente favorable de un proceso iniciado o próximo a ello.
El fundamento que las autoriza se encuentra en la incidencia del tiempo
en el proceso, el cual, naturalmente, ocupa un largo plazo hasta que llega al
reconocimiento del derecho. La lentitud de la justicia se cubre preventivamente
con estas medidas provisionales, obrando como paliativos de los riesgos que
puede llevar la tardanza en obtener un pronunciamiento judicial.
Las exigencias operan también como reaseguro de la sentencia, de
modo tal que, además del interés de quien las pide, está el del mismo órgano
jurisdiccional que pretende asegurar la ejecución forzosa.
Pero el curso de actividades posibles no se reduce a este juicio
hipotético de probabilidades. La función de las medidas cautelares no quiere,
simplemente, ser un medio de satisfacción de intereses que esperan una
respuesta jurisdiccional.
En la dimensión del peligro que lleva el tiempo en el litigio puede ocurrir
que sea necesario cubrir necesidades inmediatas (por ejemplo, ordenando la
internación de una persona para evitar que cause a otros o a sí mismo, daños
irreparables), o bien que deba lograrse una paz social rápida, aun cuando sea
provisoria (v.gr.: en un conflicto sobre alimentos, la cuota que se fija en tal
carácter), también para resguardar la permanencia de cosas o lugares en la
eventualidad de su destrucción por el no uso, la degradación posible, o la
pérdida de huellas imprescindibles para tomar una pauta de acción.
En suma, el tiempo incide directamente sobre los hechos del proceso y,
de alguna manera, en los derechos que se pretenden propios, porque si éstos
se consiguen declarados en una sentencia favorable, y después de ello no
pueden cumplirse por que el objeto se perdió, ese mandato es virtualmente
ineficaz, ha sido dictado para una situación abstracta que, oportunamente,
pudo preverse.

2. Autonomía del proceso cautelar


Presentado como remedio sustitutivo contra los riesgos del tiempo, la
medida cautelar aparece como accesoria o instrumental de otro proceso al que
accede para asegurar su eficacia.
Carnelutti, por ejemplo, dice que "cautelar se llama al proceso cuando,
en vez de ser autónomo, sirve para garantizar (constituye una cautela para) el
buen fin de otro proceso (definitivo)" (Instituciones de Derecho Procesal Civil,
tomo I, cit., pág. 86).
La complementariedad que se denuncia, no obstante, tiene
particularidades propias y exigencias que la condicionan a formas y
fundamentaciones para disponer sobre su procedencia.
Este marco de adecuación legal, previamente formulado, demuestra que
existe cierta autonomía para el desempeño, circunstancia que podría llevar a
confundirlo como un proceso independiente, cuando, en realidad, es una
autonomía de procedimiento. Son recaudos de procedibilidad y admisibilidad.
Estos requisitos mostrarían, prima facie, que la promoción de una
medida precautoria, al menos teóricamente deja de lado su parentesco con el
juicio principal para ubicarse con un interés propio y específico. Habría,
entonces, un derecho sustancial de cautela, muy común en la justicia
preventiva que instala al juez en un miraje atento a los pasajes y desventuras
posibles que tiene el desarrollo procesal, acompañando esos repliegues
probables con providencias necesarias y suficientes para atemperarlos.
En este sentido se aprecia que la providencia cautelar tiene un alcance
claramente sustancial y, por tanto, extraprocesal.
Desde otro aspecto, se acentúa el carácter temporal de la cautela,
estableciendo que ellas culminan con la terminación del proceso, ya sea
porque el derecho fue reconocido y entonces la medida cobra plena
satisfacción, o bien porque se declaró inexistente el derecho y aquélla, en
consecuencia, debe revocarse. Esta posición otorgaría autonomía funcional,
aun cuando la mantiene en el campo de la pretensión procesal (Calamandrei
Piero, Providencias cautelares, editorial Bibliográfica Argentina, Buenos Aires,
1945, pág. 85).
Por eso, se dice que las medidas cautelares, en la amplia concepción de
la materia, carecen de autonomía y son accesorias de la demanda, sea que se
planteen antes, contemporánea o posteriormente a aquélla (arg. arts. 195, 196,
207 y concs.) (CNCiv, Sala G, 1996/05/06, "D'Amico, Juan C. c. Municipalidad
de Buenos Aires", La Ley, 1997-C, 969 (39.559-S) - DJ, 1997-3-576
La oscilación doctrinaria perfila las posiciones características de esta
disputa dialéctica:
1- No existe el proceso cautelar, sino providencias o medidas que
aseguran el resultado hipotético de un proceso, al cual acceden e
instrumentan;
2- El proceso cautelar tiene un contenido sustancial propio que se
inserta como manifestación de la justicia preventiva;
3- Existe un proceso cautelar por las características procesales como se
lo dispone, donde la superficialidad del conocimiento y las
condiciones que se exigen para su procedencia, revisten las
principales notas de su independencia respecto del juicio principal.
En nuestro parecer es cierto que el proceso cautelar no tiene una
autonomía propia e independiente al margen del proceso principal, salvo que
quiera identificarse dicha autonomía con el aspecto procedimental. En este
sentido, dice Ramos Méndez, cualquier incidente que ocurra a lo largo del
proceso tendría la misma significación (Derecho Procesal Civil, tomo II, cit.,
pág. 944).
En efecto, el carácter accesorio de las medidas cautelares, aun cuando
orquestan un procedimiento propio -anticipado o inserto dentro del litigio al que
concurren- no llevan una finalidad asegurativa propia. El concepto de un
derecho sustantivo de cautela sería por demás discutible. De otro modo, podría
pensarse en un proceso autónomo cuya única finalidad es la de obtener una
medida precautoria, la que una vez lograda abastece la pretensión del
interesado.
Es verdad que actualmente la parsimonia de la justicia lleva a exacerbar
la tutela preventiva propiciando, antes que el proceso, el reaseguro de la
ejecución (por el análisis de los referentes tiempo, inversión y beneficios).
También es cierto que, sobre los pilares del proceso cautelar, se ha formado
otro de tipo preventivo autónomo, utilizado para mediar en los conflictos
colectivos (intereses difusos, daños ocasionados a grupos indeterminados de
consumidores de productos mal elaborados. etc.).
Allí cumplen, como coronación de un proceso de conocimiento cabal, no
inaudita parte sino con bilateral sustanciación, ni tampoco de modo superficial o
prima facie de las causas determinantes (v.gr.: emanaciones tóxicas de una
fábrica), un rol principal, autónomo. no conexo ni instrumental de otro proceso.
Se agotan en sí mismo al brindar autosatisfacción. La esencia de la resolución,
a pesar de esos efectos en el caso, no desdibuja sus características de
provisionalidad y mutabilidad toda vez que esto opera siempre que se alteren o
cambien las circunstancias (hechos) que justificaron el sentido de aquella
providencia (es el fenómeno de la cláusula rebus sic stantibus). Si en el
ejemplo se suprime la causa de la contaminación lo decidido preventivamente
carecer ya de justificación..
Pero nada de ello descarta que sea propio de las medidas cautelares
prestar un servicio de asistencia al proceso. Esa es su finalidad, y todo el
campo ganado en su efectiva predica por la seguridad y la justicia, corroboran,
nada mas, que la enérgica respuesta que posibilitan.
Se ha dicho que la función jurisdiccional de cautela no es diversa de la
ejecutada en procesos ordinarios o ejecutivos pues se trata siempre del
ejercicio, en diversa medida, de las facultades que integran la jurisdicción. El
conocimiento es sumario o sumarísimo, pero siempre existe en algún grado.
Además, no hay un proceso cautelar específico, en el sentido de que la
autonomía de la medida sólo se refleja en la circunstancia de que ella pueda
ser impetrada separadamente (art. 195), del proceso donde se actuará el
derecho. Se explica así que el levantamiento de las medidas precautorias debe
ser dispuesto, salvedad hecha de la hipótesis del art. 588 del Código Procesal
por el juez que las ordenó (CNCiv., Sala D, 1982/06/14, "Statharakos, Nicolás",
La Ley, 1982-D, 138).
La evolución alcanzada a partir de su modelo no las ha dotado de
suficiencia científica. Aun cuando resguardan la ejecución, y potencian -
eventualmente- el cumplimiento de una acción declarativa de mere certeza,
continúan en el marco de sus condiciones y solemnidades.
En la síntesis, puede ser posible encontrar un proceso cautelar solo por
sus presupuestos y condiciones de ejercicio. También, se puede decir que
proceso, pero instrumental y accesorio de otro al que sirve, destacando el
fenómeno de su evolución y eficacia, casi sin parangón con otras técnicas del
proceso.

3. Naturaleza de las medidas cautelares


La denominación del instituto discurre enfocada como acción,
pretensión, proceso, providencia, medida, aseguramiento, entre otras
nominaciones; sin perjuicio de otro problema colateral que escala en su
definición declarativa, ejecutiva, como proceso de conocimiento, o tertium
genus entre ellos.
Como acción la entendió Chiovenda, refiriendo incluso a sentencias
provisionales o asegurativas (Principios de Derecho Procesal Civil, tomo I, cit.,
pág. 279); relación fuertemente criticada por quienes receptan la acción como
un concepto unitario. Redenti, decía que era aberrante configurar una acción-
derecho que no tuviera por finalidad obtener una providencia final de mérito
(Derecho Procesal Civil, tomo III, editorial Ejea, Buenos Aires, 1974, pág. 53).
Como proceso fue nomenclado en la línea expuesta en el punto anterior.
Como pretensión y peticiones procesales extracontenciosas las atiende
Palacio ( Derecho Procesal Civil, tomo VIII, cit., pág. 16); en coincidencia con
Guasp que las desarrolla a partir de su explicación sobre el embargo (Derecho
Procesal Civil, cit., pág. 450).
Como providencia particular y específica, distinta a cualquier otra
providencia que emite la jurisdicción, las sostiene Calamandrei (ob. cit., pág.
33). A su entender no puede hablarse de un proceso cautelar debido a que el
proceso dirigido a obtener una providencia cautelar no tiene una característica
y constante estructura exterior que permita considerarlo formalmente como un
tipo separado. Tampoco acepta se las ubique como acción, "no sólo porque,
concibiéndose la acción como el poder de provocar un acto jurisdiccional con
determinados efectos, es el contenido de la providencia jurisdiccional el que
puede servir para definir los varios tipos de acción y viceversa; sino también
porque si se presentasen casos en los que existiese una providencia a la que
no correspondiera una acción, éstos no podrían encontrar adecuada colocación
sistemática en una clasificación que se limitase a encuadrar los varios tipos de
providencia jurisdiccional en el campo de los varios tipos de acciones" (cit.,
pág. 34).
Con mayor comodidad y adecuación a la manera como se legisla sobre
la materia, se prefiere designarlas medidas cautelares o precautorias, sin
perjuicio de recordar sus contenidos formales que los diferencian de otras
providencias de trámite o conocimiento.
Precisamente, esta distinción da pie para entrar en el segundo problema
anticipado.
No queda resuelto aun en la doctrina, si las medidas cautelares son una
especie de resoluciones cognoscitivas o de ejecución.
Dentro de las clases de decisiones jurisdiccionales que tuvimos
oportunidad de enumerar, las cautelares no tienen un espacio específico. Ellas
no fueron descifradas en ninguna de las categorías conocidas (de trámite,
interlocutorias, sentencias -condenatorias, declarativas y constitutivas- ).
Ocurre que se dictan dentro de las funciones jurisdiccionales que el juez
ostenta y, de acuerdo con la modalidad de la precautoria que dicta, cobran una
fisonomía particular. Por eso resulta que las medidas cautelares adecuan sus
formas con plena subordinación al objeto que tienden a preservar.
Si bien es cierto existe una pauta común de condiciones, ellos no
abastecen la fusión en uno u otro tipo de resoluciones. La disciplina formal
esta bastante deteriorada y genera confusiones lógicas en la interpretación de
cada una.
Una de estas se da cuando se trata de resolver la protección de
personas, u otra similar, porque en éstas el juez necesariamente conoce en
una situación de hecho y obra consecuentemente. Asimismo, cuando se dicta
un embargo, secuestro, inhibición general, etc., son decisiones de tipo
ejecutivas, no obstante cuando se reserven el mote de provisionales.
Ante semejante ambigüedad, otros prefieren referir a un tertium genus
del proceso contencioso, obrante junto al de cognición y al de ejecución,
porque el presupuesto esta en la litis y no en la composición de la litis, de la
misma manera que su efecto no es la declaración de certeza de una relación
jur¡dica, sino la tutela del proceso a través de otro proceso.
Ninguna de ellas consigue demostrar suficientemente la lógica
instalación de las medidas cautelares en el concierto de las decisiones o
resoluciones jurisdiccionales.
En las funciones que opera la jurisdicción esta presente como premisa
de observación regular para la eficacia del servicio, los dos continentes del
conocimiento y de la ejecución. La jurisdicción ejercida al dictar una providencia
precautoria, en principio y apariencia, no manifiesta otra actividad que no sea
jurisdiccional. Son atribuciones propias de la función, con la doble finalidad de
asegurar la eficacia de la sentencia y la ejecución posible del mandato que
reciben las partes.
Pero además de aclarar como labora la jurisdicción en este terreno,
debe aceptarse el contenido utilitario de las medidas cautelares como servicio
dado fuera del proceso principal, o por vía de incidente si este fue propuesto.
El carácter instrumental se refleja inmediatamente, y no solo como
remedio a la impaciencia de las partes, sino también, como una forma de
aumentar el contenido publicístico del proceso.
En tal sentido se dice que "este carácter eminentemente publicístico de
las providencias cautelares se pone de relieve, también en materia civil, en la
mayor energía con que la jurisdicción se ejercita cuando esta dirigida a fines
cautelares; no solo en la aceleración del procedimiento y en el carácter sumario
de la cognición, sino también en el acrecentamiento de los poderes de iniciativa
del juez" ( Calamandrei Piero, Providencias cautelares, cit., pág. 141).
Es necesario apuntalar esta idea de eficacia, porque allí se instalan las
medidas cautelares. Ellas no son salvaguardas del derecho subjetivo, sino de
la finalidad jurisdiccional. Si es necesario actuar el conocimiento o provocar la
ejecución es, la misma cuestión que presenta un proceso ordinario cualquiera:
siempre depende de la pretensión que se formule.
Nuestro código procesal participa -en la lectura particular que
efectuamos- de esta orientación, toda vez que las ubica en la parte general del
ordenamiento.

4. Clasificación de las medidas cautelares


Nuestro ordenamiento procesal no clasifica porque prefiere enumerar las
medidas que se tienen previstas, a saber: embargo preventivo, secuestro,
intervención judicial con sus modalidades de veedor y administrador, inhibición
general de bienes, anotación de litis, prohibición de innovar y contratar,
protección de personas y una más, de contenido amplio con fines propios
complementarios de las otras medidas en cuanto lo que ellas no cubriesen,
denominada medida cautelar genérica.
Podetti (Tratado de las medidas cautelares, editorial Ediar, Buenos
Aires, pág. 58) las divide refiriéndose al fin de las precautorias (bienes, pruebas
y personas) y al nexo que tienen con las materias.
Este último criterio es adecuado y, en su sentido, pueden dividirse las
siguientes:
1- Las que tienden a asegurar el resultado de la ejecución forzosa:
embargo preventivo, inhibición general de bienes, intervención y
administración judicial y anotación de litis.
2- Las que previenen situaciones de peligro sobre los bienes o las
personas: prohibición de innovar, exclusión de hogar conyugal en la
separación, guarda o protección de personas.
3- Las que aseguran la producción anticipada de la prueba, que en otras
legislaciones lleva el nombre de instrucción preventiva, y que en el
código está previsto en el art. 326.
Existen otras medidas similares relativas a bienes, cosas y personas
que, a veces, se incluyen en una y otra clasificación. Lo cierto es que no
corresponde admitirlos como cautelares o precautorias por estas simples
razones:
1- Procesos que se denomina cautelares pero que no lo son por su falta
de relación con un juicio de conocimiento posterior. Es decir que, obtenida la
medida, cumplen la finalidad de su cometido: proceso concursal o de quiebra,
interdictos y acciones posesorias, alimentos provisionales urgentes.
2- Procesos que anticipan estadios procesales, que cumplidos sirven
para formar la convicción del juez en ese mismo proceso. Es el caso de la
prueba anticipada, el arraigo, etc.
3- Procesos que disponen medidas sobre las personas preservando la
seguridad de situaciones que requieran de ellas posteriormente:

5. Presupuestos de las medidas cautelares


La procedencia de las medidas cautelares depende de tres condiciones;
dos de ellas objetivan el requerimiento y la restante, depende (es contingente)
de un análisis subjetivo en quien la pide.
Los presupuestos objetivos son: a) la verosimilitud del derecho y b) el
peligro en la demora.
El presupuesto subjetivo se denomina contracautela.

5.1 Verosimilitud del derecho (fumus bonis juris).


En los términos como planteamos la admisibilidad de estas medidas,
interesa apuntalar esa noción de conocimiento que tiene el juez cuando debe
resolver una medida de carácter provisional y precautorio.
La función jurisdiccional de cautela no difiere, en este sentido, de la que
ejercita un proceso de conocimiento cualquiera o de pura ejecución, pues
siempre se trata de la misma actividad, aun cuando orientada a una medida
diversa.
Es posible que la cognición difiera, que sea mas limitada o focalizada a
un solo aspecto, pero siempre hay conocimiento.
Esta actitud preventiva que el interesado propicia, constituye, de alguna
manera, un anticipo de la garantía constitucional prevista en el art. 29 de la ley
Fundamental. Por ello, se requiere juzgamiento previo, a efectos de no caer en
una intolerable arbitrariedad o discrecionalidad abusiva.
Los límites para la autorización están en la apariencia suficiente del
derecho alegado, lo que supone que la pretensión intentada en el juicio
principal (o que pretende instaurarse) tenga una probabilidad suficiente de éxito
y no que esté supeditada a la contingencia o expectativa de agotar el trámite
respectivo.
La verosimilitud escala, entonces, en el derecho (el humo de buen
derecho, conforme reza el brocárdico fumus bonis juris), lo cual se obtiene
analizando los hechos invocados con las demás circunstancias que rodean la
razón del proceso.
Interesa agregar que no debe el juez perseguir la certeza, porque ella es
el producto de una secuencia activa de verificaciones y deducciones lógicas
que juegan armónicamente en un momento diferente del juicio. Al órgano
jurisdiccional le basta y es suficiente "la apariencia fundada del derecho", lo
que equivale a responder acertivamente a la viabilidad jurídica de la pretensión,
pero sin que ello signifique adelantar opinión alguna sobre el fondo del
problema.
Ciertas situaciones procesales consiguen mostrar contundentemente
esa verosimilitud, por ejemplo, cuando en el litigio ocurre la rebeldía del
accionado, la vigencia de ficciones legales cuando a la demanda notificada
sigue el silencio de la contraparte, o bien, en la confesión judicial motivada por
la prueba de absolución de posiciones, o en la sentencia de primera instancia
favorable a una de las partes que, prima facie, acierta en un sentido
determinado.
La comprobación del derecho se realiza "sumariamente". El interés que
justifica cada medida, sea por el temor a ver frustrado el objeto, o la misma
urgencia que ella manifieste, permiten disminuir o suprimir la instrucción y
demorar la participación de uno de los interesados hasta que la medida se
haya trabado.
Dado que la finalidad práctica de las cautelares es asegurar el
cumplimiento eventual de una sentencia de condena, la superficialidad o
periferia en el estudio de la causa petendi, autoriza a decidirlas sobre la mera
probabilidad acerca de la existencia del derecho discutido en el proceso.
La acreditación de esa apariencia de buen derecho a veces opera en
forma presuncional, de modo tal que basta con la petición del interesado para
surtir efecto inmediato la orden de trabarla. Por ejemplo, el art. 212 establece la
procedencia del embargo preventivo en los casos de la rebeldía firme
decretada, o cuando hubiese confesión expresa o ficta derivada de la
incomparecencia del absolvente a la audiencia de posiciones o, si el
demandado deja de contestar la pretensión notificada debidamente y,
finalmente, si quien lo solicita hubiese obtenido sentencia favorable aunque
estuviere recurrida.
En los demás supuestos, de contenido patrimonial, la verosimilitud se
aprecia conforme a procedimientos especialmente reglamentados que veremos
al discurrir sobre el trámite cautelar.
Si fuesen procesos de otra naturaleza (v.gr.: incapacidad, cuestiones de
estado, etc.) la procedencia se dispone sobre los presupuestos que cada
acción requiere y que, por lo general, abastecen la demostración inmediata del
daño potencial e inminente que importan.

5.2 Peligro en la demora (periculum in mora)


Se trata de un requisito independiente que puede o no actuar en
conjunto con el anterior. Se explica como aquél presupuesto que justifica
otorgar una medida cautelar para disipar el peligro que significaría dejar que
las cosas sigan el curso normal del proceso. Este, con su abulia y fatiga para
laborar con la necesaria celeridad, tolera que se decreten medidas precautorias
que vulneren esa incierta situación, asegurando el objeto procesal y material,
en el supuesto que debiera ejecutarse forzosamente.
Esta es una definición posible, pero no debe descartarse que el peligro
en la demora puede estar en situaciones extrañas o distintas a las que
presentan las sentencias de condena. En tal caso, el estado de peligro debe
radicar en el derecho principal, al punto de constatar que la demora en otorgar
la medida crearía un serio riesgo a la tutela que el requirente tiene
liminarmente; sin perjuicio, de la condición instrumental que asume la cautela
para robustecer el carácter ejecutivo de las decisiones judiciales.
El requisito debe acreditarse objetivamente. No es suficiente la simple
creencia o angustia del solicitante, sino que debe ser la derivación de hechos
razonablemente apreciados en sus posibles consecuencias.
Sin embargo, el código no considera de igual manera este requisito
previo de admisibilidad. En algunas oportunidades impone explícitamente el
"peligro en la demora" (art. 210 inciso 1º, embargo preventivo que peticiona el
coheredero, condómino o socio, sobre los bienes de la herencia, del
condominio o de la sociedad, respectivamente), o en el caso de la prohibición
de innovar, cuando el art. 230 inciso 2º dispone que procede, siempre que:"
Existiere el peligro de que si se mantuviera o alterara, en su caso, la situación
de hecho o de derecho, la modificación pudiera influir en la sentencia o
convirtiera su ejecución en ineficaz o imposible". En otras, solamente la sugiere
en términos distintos como "urgencia o circunstancias graves" (v.gr. art. 235, la
guarda de personas ser decretada..."cuando existiese urgencia o
circunstancias graves..."). En la medida cautelar genérica, en cambio, opta por
referenciar a "perjuicios inminentes o irreparables" (v.gr.: art. 232).
Las fórmulas emprendidas no cambian el temperamento del riesgo cierto
e ineludible; se trata siempre de un conocimiento objetivo sobre la incidencia
del tiempo en el proceso que nos permite coincidir con Palacio cuando afirma
que las denominaciones contenidas en las normas mencionadas "implican el
otorgamiento a los jueces de un arbitrio extraordinario que deben ejercer
conforme a las valoraciones jurídicas vigentes en la comunidad de la que son
órganos y con las limitaciones emergentes del ordenamiento jurídico" (Derecho
Procesal Civil, tomo VIII, cit., pág. 35).
Como acontece en la verosimilitud del derecho, también en este recaudo
la ley procesal contiene disposiciones que, a la simple presentación de la parte,
la ordena por darse el encuadre circunstancial previamente determinado. Es el
supuesto del art. 209 inciso 1º que da procedencia al embargo preventivo
cuando "el deudor no tenga domicilio en la República", y del inciso 5º respecto
de aquél que, "aun estando la deuda sujeta a condición o plazo, se acredite
sumariamente que el deudor trata de enajenar, ocultar o transportar sus bienes,
comprometiendo la garantía o siempre que se justifique del mismo modo que
por cualquier causa ha disminuido apreciablemente la solvencia del deudor,
después de contraida la obligación".
De manera genérica, el periculum in mora está pensado como paliativo
de las demoras del proceso, circunstancia que por esa condición, lleva a que
cuando opera en conjunto con la verosimilitud del derecho, se la tenga como
presente.

5.3 Contracautela
La contracautela o caución es el reaseguro del sujeto pasivo de la
medida cautelar, por ella obtiene una relativa seguridad respecto a los daños
hipotéticos que podrían surgir si la precautoria que se ordene fuera sin derecho
o abusiva.
El motivo que la inspira reposa también en el equilibrio que las partes
deben conservar en el proceso (arts. 16 y 18 de la Constitución Nacional),
frente a la cautela que se decreta en base a una cognitio sumaria y sin
contradicción alguna.
Es una condición previa a la ejecución de la medida, no así de su
admisibilidad y procedencia. Viene a importar, una limitación impuesta al juez
para que, antes de efectivizar la medida cautelar, disponga el cumplimiento
estricto de la contracautela.
Si ésta no fuera observada antes de trabar la precautoria, y no obstante,
ella tuviere ejecutoriedad, corresponde emplazar perentoriamente al
beneficiario para que la otorgue "bajo apercibimiento de levantarse sin ms
trámite" (Podetti, ob. cit., pág. 69). En consecuencia, la falta de prestación de la
caución o, en su caso, la insuficiencia de la misma, no constituyen
circunstancias decisivas que determinen, necesariamente, la revocabilidad de
la medida decretada.

6. Oportunidad para requerirlas


La ley procesal autoriza a solicitar medidas cautelares antes de
promover la acción de fondo, sea cual fuere el objeto de ésta. De este modo se
consagra la posición de quienes interpretan la autonomía procesal de las
providencias cautelares. Mientras que la subsidiariedad se basa en la
oportunidad de pedirlas con el proceso en trámite y cuando ocurren situaciones
provenientes de nuevos hechos que inciden en los presupuestos de admisión
(v.gr.: rebeldía decretada; sentencia favorable, etc.).
No obstante, en uno y otro caso, la admisibilidad está condicionado a los
requisitos objetivos ya mencionados. Entonces, ha dicho la jurisprudencia, si la
peticionaria expresó el derecho que pretende asegurar, concretó la medida
pedida con arreglo al art. 230 del Código Procesal, e invocó el cumplimiento de
los requisitos genéricos exigidos por las normas rituales, es inadecuado
desestimar la cautela con base en mutarse la pretensión principal aún no
incoada: la vía del art. 195, no exige especificación de la "cosa litigiosa", ni
veda la sustitución de una "cosa litigiosa" por otra (CNCom., Sala D,
1997/09/05, "Industrias de Maíz S. A. c. Alberio, Ricardo C. y otros", La Ley,
1998-B, 935, J. Agrup., caso 12.623).
Es común repetir que, si bien las medidas cautelares se pueden solicitar
antes de la promoción de la demanda, en tal caso debe surgir del escrito en
que se pide cuál es la acción o el derecho que se tiende a tutelar, pues la traba
de las medidas está íntimamente vinculada al objeto de la litis (CNCiv., Sala H,
1997/03/31, La Ley, 1997-D, 823).

7. Pretensión cautelar
Para disponer sobre cautelares, es preciso que quien las solicite
identifique con precisión que clase de medida requiere. En consecuencia,
además de tener que demostrar la razón de sus derechos y la necesidad
urgente de resolver en su favor, tendrá que argumentar sobre la procedencia
de la precautoria requerida.
Téngase presente que alguna de ellas son subsidiarias o dependientes
de otras (v.gr.: inhibición respecto del embargo), y por ello la exigencia del
principio dispositivo y de congruencia.
En cambio, para resolver sobre medidas cautelares no se exige el
examen de la certeza sobre la existencia del derecho pretendido, sino sólo su
verosimilitud.
No acreditados por el peticionario los recaudos de procedencia de la
medida cautelar -art. 195, Código Procesal- solicitada en el marco de un
proceso de daños, corresponde revocar la medida(CNCiv., Sala L, 1999/12/16,
"Kleiman, Ana M. c. Vitti S. A. y otros", RCyS, 2000-880).
Las especiales características del régimen procesal en esta materia,
carente de autonomía para algunos, sin perjuicio de su naturaleza contingente
(arts. 202, 207, texto legal citado), excluyen la posibilidad de una condena
específica en costas en el incidente de medidas precautorias cuestión que será
objeto de consideración al tiempo de dictarse sentencia en el principal,
oportunidad en que deberá valorarse la actitud asumida por la demandada en
el proceso (CS, 1976/11/16, "Cifen c. La Avícola Gualeguaychú S. A.", Fallos,
296:397).
En cuanto al carácter definitivo que tienen, se ha dicho que las
resoluciones referentes a medidas cautelares, sea que las acuerden,
denieguen, modifiquen o levanten, son, por vía de principio, ajenas al recurso
extraordinario por no constituir sentencia definitiva, no obviando tal requisito la
invocación de arbitrariedad y de garantías constitucionales, salvo que medie
cuestión federal bastante para sustentarlo y un agravio que, por su magnitud y
las circunstancias de hecho, pueda ser irreparable (CS, 1978/05/30, " Diez
Sierra, Clara A. Z. de y otros c. Vicente, Cándido", JA, 980-II-439).

8. Medidas cautelares contra el Estado


8.1 Antecedentes
La denominada ley de equilibrio fiscal (Déficit Cero) dictada por el
gobierno del ex presidente Fernando De la Rúa, que llevó el nº 25.453 (B.O.
31.07.01) dispuso un nuevo párrafo en el art. 195 del Código Procesal, que lo
integra actualmente.
Como el obstáculo dispuesto se creyó insuficiente, el decreto 1387/01
agregó un artículo, 195 bis, que transformó el mecanismo de obtención, e
impugnación de las medidas cautelares. Posteriormente, se sancionó la ley
25.561 que entró en vigencia el 6 de enero de 2002, que modifica la redacción
del art. 195 bis, indicando en el art. 18 el texto legal definitivo:
Cuando se dicten medidas cautelares que en forma directa o indirecta afecten,
obstaculicen, comprometan o perturben el desenvolvimiento de actividades esenciales
del Estado Nacional, las Provincias, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las
Municipalidades, de sus reparticiones centralizadas o descentralizadas, o de entidades
afectadas a alguna actividad de interés estatal, podrá interponerse recurso de
apelación directamente ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La
presentación del recurso tendrá por sí sola efecto suspensivo de la resolución dictada.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación requerirá la remisión del expediente.


Recibido éste, conferirá traslado con calidad de autos a la parte que peticionó la
medida por el plazo de CINCO (5) días. Contestado el traslado o vencido el plazo para
hacerlo, previa vista al Procurador General de la Nación dictará sentencia confirmando
o revocando la medida

El juego, pretendidamente armónico de ambas disposiciones, en los


hechos persiguió evitar que los jueces dispusieran medidas cautelares que
obligasen a devolver importes de dinero (pesos o dólares) a los ahorristas que
tenían invertidos sus fondos en el sistema financiero.

8.2 La ley "antigoteo"


Más allá del contexto social y económico que motivaron estas normas
flagrantemente inconstitucionales, lo cierto es que el 26 de abril de 2002 se
promulgó la ley 25.587 que deroga el art. 195 bis, pero deja vigente el párrafo
tercero del 195, motivando en consecuencia, severas incongruencias que es
del caso exponer.

a) ¿Armonía o incongruencia?:
La ley se fundamenta en la necesidad de preservar las actividades
esenciales del Estado, a cuyo fin se podría deducir que por ello los jueces no
pueden afectar, obstaculizar, comprometer o distraer del destino previsto,
fondos o recursos propios del Estado (art. 195 párrafo tercero); sin embargo,
los fondos o recursos no pertenecen al Estado, son de personas físicas o
jurídicas, suficientemente reconocidas y que gozan del amparo de una ley (nº
25.466 -B.O. 25.09.01-) que les garantiza la intangibilidad de sus depósitos, y
que se encuentra plenamente vigente.
Pensando en esa dimensión temporal del problema, la ley argumenta
sobre la situación de emergencia establecida en la ley 25.561, y establece
limitaciones a la procedencia de medidas cautelares, provocando una total
inconsistencia con el sistema como rigen y se ordenan las providencias
precautorias.

b) Actividades esenciales del Estado:


En la ley 16.986 las actividades esenciales del Estado constituyeron un
obstáculo en la sustanciación del juicio de amparo. Hoy día la cuestión se
presenta difusa, aunque un análisis sumario del artículo 43 constitucional,
permite afirmar que esta valla preliminar no puede mantenerse estoico sin
alterar el principio de acceso inmediato a un proceso rápido y expedito; lo que
equivale a sostener el derecho a la tutela judicial continua y sin condiciones.
No obstante, se puede aceptar que el Estado procure preservar la
eficacia de sus instituciones con la finalidad de cumplir adecuadamente sus
funciones esenciales. Pero ¿cuáles son esas actividades?.
La imprecisión conceptual es manifiesta, y por eso, suele desvirtuarse
con interpretaciones elásticas, y con cierta inclinación al proteccionismo
judicial.
"Actividades esenciales del Estado", es un concepto demasiado errático
que por su ambigua presentación deja en manos de los jueces la única
expectativa posible de tutela.
Ahora bien, el cuadro descripto por la ley federal de Amparo se debe
espejar con el artículo 43 constitucional, pues evidencia cierta oscuridad
cuando se trata de responder al concepto de servicios públicos que no se
pueden revisar por la acción de amparo, cuando ellos son atacados en la
condición de consumidor, usuario, empresario que defiende el derecho de
competencia, o a través de un amparo colectivo por la supuesta agresión
conjunta al tejido social.
En estos casos, una vez más -y en ausencia de reglamentación
especial- el juez tiene en sus manos dar inteligencia y equidad al problema,
considerando en consecuencia, que subsiste o no, la vigencia de este recaudo
de admisión.
Con la ley 25.587 se pretende extender a las relaciones pactadas entre
personas privadas y entidades del sistema financiero, un problema de liquidez
que tiene el Estado. Recordemos que el fundamento de todo el andamiaje
normativo dispuesto es evitar el colapso final del sistema financiero
(Considerandos del Decreto 214/02).
No se advierte (rectius: se omite decirlo) que la situación de bancos,
seguros o mutuales de ayuda económica es producto de la crisis del Estado y
no de la actividad del sector, más allá de puntuales situaciones particulares.
La procedencia del amparo es entonces evidente y prospera ante la
potencialidad del perjuicio representativo de la lesión de orden constitucional,
de tal manera que, interpretando como suficientemente razonable el temor o la
situación de incertidumbre que acarrea la reacción de la comunidad, ningún
Juez puede desestimar la vía constitucional, por entender que se afectan
actividades esenciales del Estado.

c) Las entidades financieras y el amparo:


Nuestra historia jurisprudencial y política, muestra que la ley 25.587
renueva sucesos ya conocidos. En efecto, en ocasión de la emergencia
económica y administrativa que padeció Argentina en la década de los años 80,
se decía que el amparo era improcedente porque afectaba a las entidades
financieras al actuar ellas como un servicio público impropio.
Esta inadmisión formal basada en el art. 2°, inc. c) de la ley 16.986,
carece de andamiento puesto que la actividad bancaria no es estrictamente un
servicio público -aun cuando pueda ser visto como un servicio público impropio
o como una actividad esencial del Estado-, y ello lleva a decir que lo impropio
es aquello "falto de las cualidades convenientes" o "ajeno de una cosa o
circunstancias, o extraño a ellas". Por lo tanto, aun admitiendo que fuera un
"servicio público impropio" (contradictio in terminis), carece de las cualidades
de lo que estrictamente debe entenderse por "servicio público" (CNFed.
Contenciosoadministrativo, sala IV, 1985/06/13, "Peso, Agustín C. c. Banco
Central", La Ley, 1985-C, 374, ED, 114-236).
Por eso, los fallos han reiterado que la interpretación del art. 2°, inc. c),
de la ley de amparo, debe ser restrictiva, desde el momento en que represente
una excepción a la procedencia de esta particularísima acción tendiente a la
protección de los derechos fundamentales de la persona humana receptados
constitucionalmente.
Lo que consagra a un Estado democrático no es la inscripción de la
libertad en su texto fundamental sino su vigencia, y en este terreno es la acción
procesal el elemento que, en muchos casos, puede afirmar el derecho, el
medio de hacerlo valer y la vía para demandar su amparo.
En cada caso, el deber jurisdiccional está en estudiar el estado de
necesidad, lo que supone confrontar el interés del usuario y/o consumidor con
el del prestador del servicio, y como el párrafo segundo del artículo 43 abre
expansivamente la legitimación procesal, que sumado al artículo 42 y su
correlato en la ley de Defensa del consumidor (nº 24.240), puede aseverarse
que esta limitación se encuentra absolutamente derogada, y que cualquier
obstruccionismo basado en cualquiera de las conclusiones precedentes es
inoficiosa y no puede ser causa ni fundamento para alterar la protección que el
amparo dispensa.
Con las actividades esenciales del Estado el problema está en la
indeterminación de su contenido. Una actividad esencial es “hacer las cosas
bien”, de modo que, genéricamente hablando, si el Estado no obra con
eficiencia puede ser sujeto emplazado por el amparo.
En cambio, si por actividades esenciales, se entiende aquellas que
hacen a los fines necesarios para la buena administración, sin que la acción
particular perturbe las decisiones adoptadas, la cuestión gira hacia la legalidad
de los actos y de las conductas.

d) Improcedencia de la prohibición de innovar:


La prohibición de innovar es una medida precautoria de tipo
conservatorio, que actúa sujeto a condiciones y de manera supletoria. Por eso,
la reproducción que hace la ley 25.587 en el artículo 1º de los motivos que la
indican como única posibilidad cautelar, son insuficientes e inoficiosos, porque
en los hechos la prohibición de innovar solamente procede "si la cautela no
pudiere obtenerse por medio de otra medida precautoria" (art. 230 inciso 3º,
CPC).
Ahora bien, supongamos que aplicando principios generales del
derecho, la ley especial derogue la ley general, de modo tal que se interprete la
modificación del requisito procesal dando lugar a este nuevo cuadro de
situación: pues aun así la modificación es errónea. Veamos porque:
El art. 230 del código procesal tiene por objeto impedir un cambio en la
situación de hecho o de derecho, mientras dure el proceso y con miras a lograr
la ejecución de una eventual sentencia de condena. La disposición se
complementa con el art. 179 del Código Penal que reprime con prisión de seis
meses a tres años al que durante el curso del proceso o después de una
sentencia condenatoria, maliciosamente destruyere, inutilizare, dañare o
hiciese desaparecer bienes de su patrimonio, o fraudulentamente disminuyere
su valor, y de esa manera frustrare, en todo o en parte, el cumplimiento de las
correspondientes obligaciones civiles.
En conjunto, persiguen mantener el "status quo" inicial o impedir que
durante el transcurso del pleito se modifique o altere la situación de hecho o de
derecho existente al tiempo de la promoción del litigio.
Obsérvese que la prohibición de innovar analiza dos hipótesis probables.
La primera apunta a la posibilidad de que el proceso principal resulte
comprometido si, desde el principio, no se dispone determinada modificación
en el estado fáctico o jurídico, retrotrayéndolo a un estado anterior o
estableciendo uno nuevo. La segunda contempla el peligro que para el
resultado del proceso principal significaría la modificación de la situación de
hecho o de derecho existente al tiempo en que se requiere tal medida cautelar
(Cfr.: CNCiv., Sala E, 1998/02/24, "Mendizábal, Fanny T. y otros c. Gobierno de
la Ciudad de Buenos Aires", La Ley, 1998-C, 938).
Por tanto, cuando estas situaciones no se producen, la prohibición de
innovar, no puede interferir en el cumplimiento de pronunciamientos judiciales
ya dispuestos, ni tampoco puede ser empleada para impedir el derecho de
índole constitucional de ocurrir a la justicia para hacer valer los reclamos que el
acreedor entienda legítimos.
La jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación es
conteste en afirmar que con esta medida no se pueden invadir espacios
pertenecientes a las relaciones entre particulares, cuando no sean estos
quienes lo soliciten.
Se afirma que, la prohibición de innovar señalada en el art. 230 del
Código Procesal, está destinada a ser utilizada en los conflictos entre
particulares relativos a los bienes, al orden familiar o a la libertad personal, pero
no a las cuestiones que resulten de las designaciones de los magistrados y
funcionarios públicos de las provincias, que aquéllas pueden efectuar "sin
intervención del gobierno federal" (art. 105, in fine, Constitución Nacional) (Del
voto en disidencia del doctor Caballero (CS, 1987/03/24, "Magín Suárez, Luis",
La Ley, 1987-C, 255).
De igual modo, se ha dicho que la orden judicial de no innovar en el
despido constituye una intervención inaceptable en las relaciones laborales
entre la empresa y sus dependientes, que interfiere en un ámbito que el orden
jurídico reserva a la apreciación discrecional del empleador, cuya conducta
eventualmente antijurídica ha de resolverse, en su caso, en la declaración de
responsabilidad y en la determinación pecuniaria de las consecuencias,
extremo que desvirtúa la calificación de ilusoria de una eventual sentencia
desfavorable a la actora y destruye el presupuesto contemplado en el art. 230,
inc. 2° del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación (Del voto de los
doctores Belluscio y Petracchi) (CS, 1991/12/26, "Unión Obrera Metalúrgica c.
SOMISA", La Ley, 1993-B, 9, con nota de Carlos María Del Bono).
En consecuencia, la prohibición de innovar no se puede volver en contra
de quienes requieran medidas cautelares, porque entre los requisitos
solicitados para que ella proceda, ha de considerarse comprendida la exigencia
de que por sí misma, resulte garantía para la protección del derecho que es
objeto de la respectiva acción entablada.
Advertimos como se ha puesto de manifiesto esta inconsistencia de la
medida, cuando se sostiene que no es procedente que el poder jurisdiccional
autorice al deudor, por esta vía, a no pagar la parte de la cuota del mutuo que
considera excesiva. Este podrá pagar, no pagar, o en su caso, consignar lo que
estime justo o indexar sus deudas como crea razonable asumiendo las
consecuencias de su actitud. Luego, es en la sentencia que se juzgará si obró
de acuerdo a derecho. La posibilidad de que el acreedor persiga el cobro en un
proceso de ejecución -que es lo que intenta vedarse con la medida solicitada-
no altera esta conclusión, toda vez que será en dicho proceso y a través de las
defensas que resultan oponibles donde deberá juzgarse la procedencia del
reclamo (CNCiv., Sala G, 1982/05/24, "Montes de Oca, Alberto O. y otro c.
Viviendas Guillermo A. Peña y Hnos., S. A.", La Ley, 1982-D, 310).
e) Incongruencia entre el fin de la medida con los hechos que la motivan:
Para que resulte admisible una medida de no innovar en el marco de lo
previsto por los arts. 230 del Código Procesal y 15 de la ley 16.986, se
requieren dos requisitos:
a) La verosimilitud del derecho invocado, en forma tal que, de
conformidad con un cálculo de probabilidades, sea factible prever
que en el proceso principal se declarará la certeza de ese derecho.
b) El peligro probable de que la tutela jurídica definitiva no pueda, en los
hechos realizarse; es decir que, a raíz del transcurso del tiempo, los
efectos del fallo final resulten prácticamente inoperantes.
Insistimos, la prohibición de innovar se funda en el principio de la
inalterabilidad de la cosa litigiosa y por tanto presupone que un cambio en la
situación de hecho o de derecho pueda perjudicar a una de las partes en una
relación jurídica, modificando los bienes motivo de ella, o los derechos que los
litigantes tenían sobre dichos bienes.
La traba de la citada medida cautelar requiere, entonces, que la
modificación pueda influir en la sentencia o convertir su ejecución en ineficaz o
imposible (art. 230, inc. 2°) (CNCiv., Sala G, 1983/10/18, "Colón, S. R. L. c.
Municipalidad de la Capital", La Ley, 1984-A, 61).
A estar por los dichos de nuestros funcionarios, y de la manifiesta
confesión que se efectúa sobre la situación del sistema financiero, mantener el
status quo y confirmarlo con medidas de no innovar, supone precisamente,
dejar de pagar a los ahorristas el dinero que han confiado a las instituciones
bancarias.
Este es el contrasentido no advertido, o quizás la traición del
subconsciente. No se puede soslayar, además, que el promedio de vida en
nuestro país es de 72 años, y las excepciones se otorgarán a partir de los 75
años.
Por eso es que reiteradamente se ha dicho que es improcedente la
prohibición de innovar cuando no tenga ella por finalidad asegurar el
pronunciamiento que pudiera dictarse.

f) Eliminación de facultades jurisdiccionales:


El art. 1º de la ley 25.587 establece que solo será admisible la medida
cautelar de prohibición de innovar, generando de este modo, una inadmisible
intromisión del Poder Ejecutivo en el ámbito de las facultades discrecionales
del Poder Judicial.
Es evidente la intención de afectar la independencia de los jueces, y
provocarles una suerte de amenaza que se integra con el inconstitucional
párrafo tercero del art. 195.
La imparcialidad e independencia del juez son nexos imprescindibles
para concretar las garantías constitucionales. En todo proceso constitucional es
importante conservar la libertad de criterio porque cualquier limitación estorba o
elimina la fortaleza del derecho fundamental.
En el ejercicio de la potestad jurisdiccional ningún juez puede hallarse en
condición sumisa, soportando las indicaciones interesadas que otros le
aporten; individualmente, tampoco podría estar subordinado a decisiones
producidas por otros, salvo las provenientes del sistema jurisprudencial (stare
decisis, o doctrina del precedente obligatorio, también, los fallos plenarios).
En suma, las garantías de la jurisdicción consideran la libertad de
actuación del órgano judicial respecto a otros; y respecto al propio sistema
procesal. Mientras por un lado se espera el máximo de respeto por las
garantías de imparcialidad e independencia; por el otro, se pretende que el
control de constitucionalidad (o la tutela de los derechos fundamentales) no
sufra limitaciones absurdas (Cfr. Gozaíni, Osvaldo A., Derecho Procesal
Constitucional. Amparo, editorial Rubinzal Culzoni, Buenos Aires, 2002, pág.
84).

8.3 Anulación del sistema cautelar


Las facultades jurisdiccionales para decretar medidas cautelares son, y
deben ser, discrecionales. No se puede imponer, ni prohibir la admisión o
procedencia de alguna de ellas, porque de hacerlo se viola la garantía del
acceso a la jurisdicción, y en tal caso, se afecta el derecho de defensa en juicio
(arts. 18 y 43, CN).
Las precautorias no responden al presupuesto general de los principios
dispositivo, y de congruencia, es decir, que siguiendo con esta directiva, el
Juez no podría fallar fuera del marco de lo peticionado. Pero en las medidas
cautelares, el Juez puede otorgar o denegar lo pedido, modificar las cautelas
dispuestas, sustituirlas u ordenarlas de oficio.
La ley 25.587, en el artículo 1º desvirtúa la finalidad de aseguramiento
que se persigue; se trata de impedir el uso de facultades discrecionales del
juez en torno a las modalidades de la precautoria, y no tiene en cuenta lo
dispuesto en el inciso 3º del art. 230.
La libertad para decidir debe ser una garantía para la seguridad del
justiciable y para la eficacia del servicio jurisdiccional. Por tanto, la directriz que
encomienda este principio, admite que las medidas cautelares que se requieren
deben ajustarse a sus límites precisos, sin ocasionar daños innecesarios a la
contraparte, y preservando la materialización de la ejecución en el supuesto
hipotético que fuera necesaria.
El art. 204 del Código Procesal dice:" El juez, para evitar perjuicios o
gravámenes innecesarios al titular de los bienes, podrá disponer una medida
precautoria distinta de la solicitada, teniendo en cuenta la importancia del
derecho que se intentare proteger".
Esta disposición pone en claro la libertad del juzgador para proveer las
medidas útiles y efectivas, esto es, de acuerdo con la naturaleza de los bienes
y demás circunstancias que rodeen el proceso.
Interesa apuntar que, ordenada la medida precautoria pedida por la
parte y puesta en ejecución, al juez le está prohibido modificarla por encontrar
consentida la precautoria y con principio de ejecución. El art. 204 que
referimos, se refiere a la cautelar solicitada, mas no a la que ha sido ordenada,
si no media recurso.
El fundamento de estas facultades radica en evitar que las medidas
cautelares sean fomento de actitudes extorsivas o abusivas, sin perjuicio de la
flexibilidad que pondera el uso adecuado de cada una de las precautorias.
El sentido preventivo acusa otra manifestación en el art. 205 del
ordenamiento, cuando indica: "Si hubiere peligro de pérdida o desvalorización
de los bienes afectados o si su conservación fuere gravosa o difícil, a pedido de
parte y previa vista a la otra por un plazo breve que fijar según la urgencia del
caso, el juez podrá ordenar la venta en la forma mas conveniente, abreviando
los trámites y habilitando días y horas".
Esta es una forma anómala de preservar la seguridad de una ejecución
hipotética, anticipando la venta de los bienes embargados por el peligro
inminente de su desaparición, o por el alto costo que representa su depósito,
mayor de los que por sí produce.
La conformidad requerida a la parte para proceder a la venta, no muda el
carácter ejecutorio que asume esta modalidad, transfiriendo el monto obtenido
en la subasta a la nueva caución constituida.
Por supuesto, al sujeto pasivo de la precautoria le queda siempre la
posibilidad de sustituir los bienes por otros de valor equivalente.
Además, las medidas cautelares son esencialmente preventivas. No
juzgan ni prejuzgan sobre los derechos del peticionante, pero conservan
presente el objeto que tienden a proteger de manera que es fundamental el
carácter protector de bienes del cautelado, y de seguridad para el justiciable.
El art. 206 del código muestra una faceta de esta condición preventiva:"
Cuando la medida se trabare sobre bienes muebles, mercaderías o materias
primas, pertenecientes a establecimientos comerciales, fabriles o afines que los
necesitaren para su funcionamiento, el juez podrá autorizar la realización de
actos necesarios para no comprometer el proceso de fabricación o
comercialización".
El principio de conservación y continuidad de la empresa, tan particular
en el derecho comercial, continúa en sede procesal con las condiciones que se
indican. En esencia responden al criterio por el cual se sostiene que las
medidas cautelares no han de irrogar perjuicios innecesarios.
Opera también aquí la discrecionalidad del juzgador para decidir la
medida adecuada (v.gr.: si fuese un embargo sobre mercaderías producidas,
puede sustituir la precautoria por una administración o intervención judicial).
En síntesis, la reunión de todas las cautelares en solo una, priva de
sentido a la finalidad tuitiva que tiene esta institución, y socava en sus
cimientos la garantía constitucional de la defensa en juicio.

a) La muerte de la medida autosatisfactiva:


El segundo párrafo del artículo 1º de la ley 25.587, elimina la medida
cautelar cuyo contenido sea idéntico al de la pretensión perseguida.
Si bien es cierto esta tutela cautelar no se encuentra consolidada en la
práctica tribunalicia, también lo es que ha recibido el apoyo de la doctrina
procesal más prestigiosa.
Así como el derecho de fondo emplaza la revisión de sus criterios, lo
mismo sucede en el derecho procesal cuando persigue abandonar su condición
de técnica pura para fomentar un sistema de discusión y debate más próximo
con la realidad del conflicto y con un lenguaje más apropiado a lo cotidiano.
En vías de lograr la preciada eficacia y confianza en la sociedad, la
relación entre el derecho procesal y el derecho material deja basarse en la pura
aplicación mecánica, donde el primero presta la herramienta para que el
segundo trabaje con sus dogmas; para argumentar sobre las necesidades
inmediatas que requiere el derecho material.
La urgencia cobra vida en el proceso desde diversas manifestaciones,
donde especialmente se mencionan las medidas cautelares; sin embargo no es
igual la tutela cautelar que la urgencia de tutela.
Peyrano, con su habitual lucidez y anticipando lo que después otros
desarrollaron, efectuó la diferencia precisa. Mientras lo cautelar exige la
apariencia del derecho invocado, el peligro en la demora y la prestación de una
contracautela; en cambio, lo urgente, si bien requiere el peligro en la demora,
no precisa de la verosimilitud sino de una fuerte probabilidad para que sean
atendibles las pretensiones deducidas en juicio (Cfr. Lo urgente y lo cautelar,
en Jurisprudencia Argentina, 1995-I, 889). Agrega Vargas, citando al profesor
Rosarino, que además, el proceso cautelar es “abierto” (es que cualquiera
fuere la coyuntura correspondiente –si están reunidos los recaudos referidos- el
interesado podrá postular exitosamente que se despache en su favor una
diligencia cautelar) y “sirviente” (puesto que sólo puede existir en función de
asegurar las eventuales resultas de un proceso principal del cual es accesorio);
mientras que el proceso urgente es “autónomo” en el sentido que no es
accesorio ni tributario respecto de otro, agotándose en sí mismo (Cfr. Abraham
L. Vargas, Estudios de Derecho Procesal, tomo I, editorial Cuyo, 1999).
Es decir, la actuación del juez en el proceso permite que resuelva
cuestiones de urgencia sobre la base de lo cautelar (con las medidas
específicas que disponga, v.gr.: embargo, secuestro, etc.) o anticipándose a la
sentencia definitiva (en cualquiera de las formas de tutela, v.gr.: medidas
autosatisfactivas, medidas provisionales), logrando autonomía respecto al
modelo clásico de confrontación entre partes.
Las modalidades referidas son:

Medidas asegurativas de prueba


Actuación cautelar  Medidas asegurativas para la ejecución
Medidas provisionales
Sentencias anticipadas que definen la relación
jurídica material (subsidiaria)
Actuación urgente 
Medidas autosatisfactivas (proceso autónomo)

El derecho procesal ha discernido estas modalidades estableciendo


clasificaciones como las expuestas, que permite dividir a las medidas
cautelares clásicas, de aquellas otras que se presentan nominadas como
cautela material, incluyendo entre ellas a las medidas autosatisfactivas y las
sentencias anticipatorias.
Cada una reporta una finalidad similar pero difieren en sus requisitos y
contemplaciones, poniendo entre ellas mismas una suerte de discusión
generalizada acerca de si participan o no de los presupuestos generales de las
medidas cautelares (es decir, de las características de instrumentalidad,
provisionalidad, mutabilidad o flexibilidad).
Esta simple presentación que no pretende ser más que un esbozo,
porqué de otro modo, debiera analizarse si existe una auténtica diferencia entre
medidas cautelares y materiales en torno a los presupuestos que las
caracterizan, la calidad intrínseca que portan respecto al derecho de defensa
en juicio, y el alcance de la cosa juzgada, entre otros temas pendientes;
decimos que esta síntesis pretende comparar una actuación procesal que es
idéntica pero que se confunde con denominaciones y alcances según lo estudie
el derecho procesal o el sustancial.
En suma, este emplazamiento agiliza las facultades del Juez en orden a
la eficacia del servicio que presta; admite el criterio de la urgencia como pauta
que fundamenta la postergación del contradictorio; pero no tiene en cuenta que
las formas procesales se corresponden con procedimientos adecuados para
cada pretensión en particular, y la amenaza de producir un daño o impedir su
agravamiento, puede o no lesionar, alterar, modificar o restringir, con
arbitrariedad o ilegalidad un derecho subjetivo o de incidencia colectiva.
En consecuencia, al ser eliminada la potestad jurisdiccional de dictar
medidas autosatisfactivas, también se agrede la independencia jurisdiccional.

b) Excepciones:
La protección efectiva al derecho a la vida, la salud, la integridad física y
un reconocimiento expreso a la ancianidad (mayores de 75 años) se hace
presente en la ley, produciendo que estas situaciones que se deberán acreditar
como presupuestos de verosimilitud del derecho, y en algún caso, como peligro
en la demora, sean resueltas como excepciones que autoricen el dictado de
otras medidas cautelares.

8.4 Orden público y retroactividad de la ley


En oportunidad de ponerse en práctica la reforma procesal que incorporó
el art. 195 bis, la Corte Suprema sostuvo que era inadmisible interpretar que
ella podía afectar las situaciones procesales consumadas; mucho menos si
ellas habían sido notificadas con anterioridad (CS, 2002/03/05, "T.15 .XXXVIII",
La Ley, suplemento de jurisprudencia de Derecho Administrativo, del 26/04/02
pág. 17, con nota de Pablo Fernández Lamela).
Con la ley 25.587 se establece un régimen diferente, porque asigna
vigencia para todas las medidas pendientes de ejecución, cualquiera fuere la
fecha de la orden judicial.
Esto es muy grave, y conculca manifiestamente las facultades
jurisdiccionales y la autonomía del Poder Judicial.
Supongamos que se hubiera resuelto una medida de embargo
preventivo sobre bienes del accionado (un banco o entidad financiera) hasta
alcanzar la suma de pesos necesaria para adquirir en el mercado libre de
cambios una suma correspondiente con el total o parcial de la cuantía
oportunamente depositada, y que ella no se hubiera concretado aun por la
resistencia a cumplir con el mandato jurisdiccional.
En los hechos, la ley viene a dar una causa de reversión de las cautelas
permitiendo revocarlas por estar pendiente de ejecución; también, admite
eximir de responsabilidad a quien hubiera desconocido una orden judicial; y
permite convalidar el exabrupto de quienes maquinan el uso de la normas de
inferior jerarquía aplicándolas como si fueran el orden superior normativo del
Estado.
Vale decir, si la Constitución y los derechos humanos obrantes en el
bloque de constitucionalidad englobado en el art. 75 inciso 22 de la
Constitución Nacional, tutela y defiende el derecho de propiedad, no se ve
como por regulaciones infraconstitucionales (y de dudosa legalidad como son
las Comunicaciones del Banco Central de la República Argentina), decretos de
necesidad y urgencia que no han tenido ratificación legislativa; o inclusive, con
leyes cuya inconstitucionalidad se presume sin demasiado esfuerzo, se pueda
afectar el derecho individual obtenido de un mandato judicial que analizando
las circunstancias del caso, ordenó la medida cautelar que ha estimado más
conveniente.
Es evidente que esta norma necesita de un esclarecimiento técnico,
pues no puede el Poder Ejecutivo disponer la anulación de providencias ya
dictadas, ni pretender que ellas no se apliquen sin dar una respuesta de
seguridad equivalente con la preventiva lograda.
¿Cómo puede el Estado, reconocidamente insolvente, garantizar que los
fondos cuya orden judicial de embargo y/o secuestro se ha dispuesto, se
mantendrán intangibles y a disposición del Juez de la causa mientras dure el
proceso?.
¿Cómo pretende modificar el sistema cautelar de la discrecionalidad
técnica obligando a prohibiciones de innovar que, de hecho, suponen admitir
que se garantiza lo que no se puede cumplir?
Es evidente, entonces, que la medida de no innovar es la cautela más
perjudicial que recibe el amparista, y por eso, es un contrasentido su
regulación.
No escapa asimismo, observar que existe una indebida intromisión del
Estado en las regulaciones entre particulares, porque bien podría cada banco
ofrecer garantías alternativas para el crédito que contra él tiene el demandante.
Inclusive, si la doctrina tradicional que emite la jurisprudencia sostiene
que la prohibición de innovar no puede interferir en un proceso distinto de aquél
en que se la solicitó, toda vez que un Juez no tiene imperio para imponer tal
medida respecto de otro de igual jerarquía (CNFed. Contenciosoadministrativo,
Sala IV, 1992/06/18, "Banco de Italia c/ Banco Central de la República
Agentina"); menos aun se puede admitir que sea una disposición legal la que
anule las facultades judiciales emergentes de normas de superior jerarquía
como son las que provienen de la organización constitucional del poder judicial.

a) Sumas depositadas en el Banco Central:


También se ordena la prohibición de ejecutar medidas cautelares sobre
fondos de propiedad del Banco Central de la República Argentina, aunque
estén por razones transitorias u operativas en poder de las entidades
financieras.
Esto es un silogismo que impide aplicarlo con lógica, más allá de los
argumentos que en su favor se pueda realizar.
En efecto, cuando se ingresa al tesoro de una entidad financiera, a
través de una medida cautelar de embargo y secuestro, lo único que se ve es
dinero sin que tenga el cartel indicador de su titularidad. De otro modo,
seguramente el Estado no habría echado mano a la utilización de esos
recursos que no eran propios, y como no lo están, creemos que por equívoco
decidió utilizarlos para responder a compromisos asumidos.
Esta inocente deducción, no lo es tanto en la disposición comentada,
porque constituye un artilugio que pretende a través de asientos contables,
indisponer aun más la liquidez que deben tener las entidades para afrontar las
deudas que tienen con sus ahorristas.

b) Informe previo del Banco Central:


El art. 3º de la ley 25.587 es inaceptable. Condiciona con presupuestos
innecesarios la procedencia de la única medida cautelar autorizada que es la
prohibición de innovar. Inserta en un trámite que se debe dictar sin oír a la otra
parte, a quien probablemente sea uno de los sujetos pasivos de la acción; y
obstaculiza con requerimientos burocráticos e inoficiosos, la admisión de una
medida que tiene como únicas condiciones, la verosimilitud en el derecho y el
peligro en la demora.
Por eso, esta norma es inconstitucional, porque como ya hemos dicho,
para que resulte admisible una medida de no innovar en el marco de lo previsto
por los arts. 230 del Código Procesal y 15 de la ley 16.986, se requieren dos
requisitos: 1) la verosimilitud del derecho invocado, en forma tal que, de
conformidad con un cálculo de probabilidades, sea factible prever que en el
proceso principal se declarará la certeza de ese derecho y, 2) el peligro
probable de que la tutela jurídica definitiva no pueda, en los hechos realizarse;
es decir que, a raíz del transcurso del tiempo, los efectos del fallo final resulten
prácticamente inoperantes (CNTrab., Sala III, 1996/08/29, "Dadon, Carlos D. c.
Poder Ejecutivo nacional", DT, 1996-B-3132).
Inclusive, aun manteniendo dudas respecto al tiempo procesal en que
debe o puede ser dictada la prohibición de innovar (es decir, si requiere o no de
proceso iniciado), lo cierto es que se da intervención al BCRA por cuestiones
absolutamente ajenas a lo que es propio de su función.
Es solamente el Juez quien debe estudiar la fehaciencia del título que
sostiene la presunción de actuar con derecho (bumus bonis juris), y para ello,
jamás se ha requerido la intervención de agentes extraños al proceso; mucho
menos si estos son o serán partes.
Con el criterio establecido, bastaría con que el BCRA dijera que el
documento no es "legítimo" (porque increíblemente la ley pide que la entidad se
refiera sobre la existencia y legitimidad documentaria) para impedir que se
diera una medida cautelar, en un proceso donde después deberá intervenir. De
este modo, consigue una ventaja procesal inaceptable que quiebra las reglas
del principio de igualdad de las partes en el proceso.

8.5 Recursos
Los desaciertos mayúsculos que tiene la ley 25.587 se tornan de
extrema gravedad en el sistema recursivo dispuesto.
El legislador no advierte que estas medidas, como todas las cautelares,
tienen carácter provisional y son esencialmente mutables, por tanto ningún
incidente planteado por el destinatario de la medida podrá detener su
cumplimiento (art. 198 primer párrafo, CPC).
El régimen procesal que se aplica en las medidas cautelares se debe
guiar por las disposiciones del artículo 198, es decir que se podrán impugnar
por vía de reposición, con apelación subsidiaria o directa, en su caso.
El cuarto apartado aclara que el recurso de apelación, en caso de
admitirse la medida, se concederá en efecto devolutivo.
Por su parte, la novedad agregada en esta norma de emergencia (art.
4º) pretende que la apelación se conceda con efecto suspensivo y que, en las
causas pendientes de estudio (ex art. 195 bis) por la Corte Suprema de Justicia
de la Nación, las mismas sean devueltas a la Cámara Federal que sea
competente en cada caso (art. 8º), para que ésta adecue el trámite a las
normas vigentes.
Ambas cuestiones son inconsistentes, y claramente inconstitucionales,
porque introducen reformas procesales contradictorias con el régimen general
(provocando desaciertos e inseguridad jurídica), y no tienen en cuenta que los
procesos que indica el artículo 1º deben estar vinculados a una causa exclusiva
de circunstancias que los torne aplicable.
Por el caso, es menester advertir que la gran mayoría de acciones que
se pretenden socavar en esta ley, son procesos de amparo, cuyo régimen
procesal también es distinto (y especial).
Veamos puntualmente los errores:

1) El artículo 1º establece que solo se puede disponer la prohibición de


innovar, encontrándose prohibidas todas las demás cautelares y las que, aun
con otra denominación (v.gr.: medida autosatisfactiva) coincida con la
pretensión o el objeto de la sentencia.
Esta disposición confrontada con el art. 4º muestra que la apelación solo
es factible para quienes, actualmente, tengan ordenada una precautoria de
este carácter o sean de aquellas nominadas como de tutela cautelar material,
porque las otras, como son embargos, secuestros, inhibiciones, etc. no están
alcanzadas por el texto legal.

2) El artículo 1º se refiere a procesos judiciales de cualquier naturaleza,


que analizado con el recurso de apelación del art. 4º no resuelve los plazos y
términos diferentes que entre ellos existe.
La Ley 16.986 que reglamenta el juicio de amparo dice en su art. 15 que
sólo serán apelables la sentencia definitiva, las resoluciones previstas en el art.
3 y las que dispongan medidas de no innovar o la suspensión de los efectos del
acto impugnado. El plazo de interposición es de 48 hs. contados desde que se
notifica la resolución y debe presentarse fundamentado. El trámite de admisión
concede o deniega, en ambos efectos, debiendo elevar de inmediato al tribunal
de alzada dentro de las 24 hs. Si el recurso se deniega, la parte puede efectuar
una presentación directa ante el Tribunal de apelación en el plazo de 24 hs de
ser notificado. La sentencia, en ambos casos, se debe dictar en el término de
tres días.
Por su parte, ya hemos advertido como son los plazos y términos
cuando existen agravios contra medidas cautelares dispuestas, de manera que
simplificando la exposición, queda elocuentemente demostrada la
confrontación entre normas.

3) El art. 5º de la ley reglamenta el trámite del recurso, disponiendo que


no sea el tribunal a quo quien otorgue la admisión, sino que se eleven a
Cámara de inmediato para que esta sustancie los agravios, otorgando cinco
días para que se contesten.
Sin considerar la diferencia de plazos que en materia de amparo exigen
rapidez y expeditividad (art. 43, CN), ni cuestionar las facultades exageradas
que se otorgan a la Cámara, que puede revocar o modificar los alcances de la
medida cautelar; cabe observar que la bilateralidad que se acuerda es impropia
con el régimen inaudita pars que rige en materia de providencias precautorias.
Tanto el primer párrafo del art. 198 como el art. 273 dejan en claro que
no hay sustanciación del recurso cuando la queja proviene de quien tiene
rechazada la cautelar que pretende. En consecuencia, nada se dice respecto a
la denegatoria de cautelares, ni al régimen procesal que para ellas se piensa.
Por ello, siguiendo los principios generales, en esta cuestión debe regir el
Código Procesal.
Entonces ¿qué sucede si es la Cámara quien otorga la medida? ¿a
quién hay que plantearle la discrepancia? Creemos que esto solo es atacable
por reposición y en el plazo del art. 238 y con las formas del art. 240 del Código
Procesal.
Lo grave de la situación es que al abrir una instancia contradictoria ante
la Alzada, únicamente se piensa en la confirmación, revocación o modificación
de las precautorias, sin dar posibilidad a que ellas se acuerden pues no se ha
previsto esta facultad en la Alzada.
Claro está que es un error más del texto legal, de manera que se corrige
aplicando los principios generales de las potestades revisoras que tiene la
Cámara de Apelaciones.

4º) El art. 8º, finalmente dispone que los recursos pendientes de


sentencia de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, deberán ser resueltos
por las Cámaras de Apelaciones adecuando el trámite a lo establecido en los
artículos precedentes.
Si tenemos en cuenta que los artículos precedentes son aquellos que
establecen que solamente se pueden decretar medidas de no innovar, que
éstas serán apelables con efecto suspensivo; que las autosatisfactivas se
deberán revocar o modificar por prohibiciones de innovar; que se dará
bilateralidad a un trámite que, esencialmente, se debe resolver inaudita pars,
con todo ello podrá concluirse en la más severa restricción al Estado de
Derecho que se haya conocido desde que nuestro País y su jurisprudencia
prohíja los excesos de los estados de emergencia.

La Ley 25.587 ( Ejecución de medidas cautelares) dice:

ART 1º - En los procesos judiciales de cualquier naturaleza en que se demande al


Estado nacional, a entidades integrantes del sistema financiero, de seguros o a
mutuales de ayuda económica en razón de los créditos, deudas, obligaciones,
depósitos o reprogramaciones financieras que pudieran considerarse afectados por las
disposiciones contenidas en la ley No. 25.561 y sus reglamentarias y complementarias,
solo será admisible la medida cautelar reglada por el Art. 230 del Código Procesal Civil
y Comercial de la Nación cuando existiere el peligro de que si se mantuviere o alterare,
en su caso, la situación de hecho o derecho la modificación pudiere interferir en la
sentencia o convirtiere su ejecución en imposible o ineficaz.

En ningún caso las medidas cautelares que se dispongan podrán tener idéntico objeto
que el perseguido respecto de lo que deba ser materia del fallo final de la causa, ni
consistir en la entrega, bajo ningún título, al peticionario de los bienes objeto de la
cautela.

Quedan exceptuados de lo dispuesto en el párrafo anterior aquellos casos, en los que


se prueba que existan razones suficientes que pongan en riesgo la vida, la salud, o la
integridad física de las personas, o cuando la reclamante sea una persona física de
setenta y cinco (75) ó mas años de edad.

Esta disposición de orden público, se aplicará a todas las causas en trámite y alcanzará
también a todas las medidas cautelares que se encuentren pendientes de ejecución,
cualquiere fuere la fecha de la orden judicial.

ART 2ª - Las medidas cautelares indicadas en el artículo anterior no podrán en ningún


caso ser ejecutadas sobre fondos del Banco Central de la República Argentina, aunque
los mismos se encuentren por razones transitorias u operativas en poder de las
entidades financieras.

ART 3º - A los fines del cumplimiento de toda medida cautelar, deberá oficiarse
previamente al Banco Central de la República Argentina, a los efectos de que informe
sobre la existencia y legitimidad de la imposición efectuada ante la entidad financiera,
los saldos existentes a la fecha del informe en la cuenta de la parte peticionaria, como
así también el monto y la moneda de depósito pactada originalmente.

ART 4º - Las medidas cautelares a las que ser refiere el Art. 1º de esta ley, serán
apelables con efecto suspensivo ante la Cámara Federal de Apelaciones que sea
tribunal de alzada del juzgado que las dictó. Quedan efectuados de este efecto,
aquellos casos en que se pruebe que existe razón suficiente que ponga en riesgo la
vida, la salud o la integridad física de las personas o cuando la reclamante sea una
persona física de setenta y cinco (75) años o mas de edad.
Dicho recurso deberá ser presentado en el juzgado dentro del plazo de cinco (5) días,
contados a partir de que el interesado tomare conocimiento de la resolución que
concedió la medida cautelar. Los fundamentos de la apelación deberán expresarse en
el mismo escrito. Están legitimados a interponerlo tanto la parte demandada, la actora
como las entidades bancarias o financieras afectadas por la medida cautelar, aunque
éstas no revistieren aquel carácter.

ART 5º - Interpuesto el recurso a que se refiere el artículo anterior, el Juez de Primera


Instancia deberá limitarse a remitir el expediente a la Cámara sin mas trámite. Recibido
el expediente en la Cámara, ésta correrá traslado del recurso a la contraria por el plazo
de cinco (5) días. Contestado el traslado o vencido el plazo para hacerlo, la Cámara de
pronunciará sobre la procedencia o improcedencia del recurso, pudiendo, en su caso,
confirmar, revocar o modificar los alcances de la medida cautelar.

ART 6º - La tramitación de los procesos mencionados en el artículo 1º corresponden a


la competencia de la Justicia Federal.

ART 7º - Derógase el Art. 195 bis del Código Procesal Civil y Comercial de la Nación.

ART 8º - En los supuestos que se hubiera interpuesto recurso de apelación


directamente ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación en virtud de lo establecido
por el artículo 195 bis del Código Procesal Civil de la Nación que por el artículo anterior
se deroga, la Corte Suprema de Justicia de la Nación remitirá a las respectivas
Cámaras de Apelación, las actuaciones que se encontraran pendientes de decisión a la
fecha de entrada en vigencia de la presente ley. Las Cámaras de Apelaciones deberán
resolver los recursos adecuando su trámite a lo establecido en los artículos
precedentes.

ART 9º - La presente ley comenzará a regir desde el momento de su promulgación y


tendrá vigencia mientras dure la emergencia pública en materia social, económica,
administrativa, financiera y cambiaria, dispuesta por la ley 25.561, por encontrarse
comprometido el desenvolvimiento de una actividad esencial del Estado.

ART 10º - Comuníquese al Poder Ejecutivo


DADA EN LA SALA DE SESIONES DEL CONGRESO ARGENTINO, EN BUENOS
AIRES, A LOS VEINTICINCO DIAS DEL MES DE ABRIL DEL AÑO DOS MIL DOS.

Art. 195 bis — Cuando se dicten medidas cautelares que en forma directa o indirecta
afecten, obstaculicen, comprometan o perturben el desenvolvimiento de actividades
esenciales del Estado Nacional, las Provincias, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las
Municipalidades, de sus reparticiones centralizadas o descentralizadas, o de entidades
afectadas a alguna actividad de interés estatal, podrá interponerse recurso de apelación
directamente ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La presentación del
recurso tendrá por sí sola efecto suspensivo de la resolución dictada.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación requerirá la remisión del expediente. Recibido


éste, conferirá traslado con calidad de autos a la parte que peticionó la medida por el
plazo de CINCO (5) días. Contestado el traslado o vencido el plazo para hacerlo, previa
vista al Procurador General de la Nación dictará sentencia confirmando o revocando la
medida

Derogado Ley 25.587

Medida decretada por juez incompetente

Art. 196. -- Los jueces deberán abstenerse de decretar medidas precautorias cuando el
conocimiento de la causa no fuese de su competencia.
Sin embargo, la medida ordenada por un juez incompetente será válida siempre que
haya sido dispuesta de conformidad con las prescripciones de este capítulo, pero no
prorrogará su competencia.
El juez que decretó la medida, inmediatamente después de requerido remitirá las
actuaciones al que sea competente.

1. Validez de la cautelar dictada por Juez incompetente


Según lo dispuesto por el art. 196, ni la incompetencia manifiesta ni la
declarada por la alzada en virtud de la apelación autorizan el levantamiento de
las medidas cautelares decretadas. De subsistir éstas, quien debe ordenarlo es
el juez competente, es decir, el juez natural del proceso principal.
El principio general es que los jueces deben abstenerse de decretar
medidas precautorias cuando el conocimiento de la causa no sea de su
competencia, máxime cuando no se advierte que la remisión al juez que se
estima competente pueda tornar abstracto el pronunciamiento a dictarse
(CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala IV, 1999/11/19, "L., N. O. y otro c.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires", La Ley, 2000-D, 9 - DJ, 2000-2-833).
En tal sentido, no corresponde hacer lugar a la cautelar solicitada por el
rector de la Universidad de Buenos Aires con el objeto de ordenar al Jefe de
Gabinete de Ministros que se abstenga de dar un destino distinto a los fondos
asignados por la ley de presupuesto, pues el art. 196 dispone que los jueces
deberán abstenerse de decretar medidas precautorias cuando el conocimiento
de la causa no fuese de su competencia (CNFed. Contenciosoadministrativo,
Sala IV, 2000/05/09, "Universidad de Buenos Aires c. Jefe de Gabinete de
Ministros", La Ley, 2001-A, 270 - DJ, 2001-1-920).

Trámites previos

Art. 197. -- La información sumaria para obtener medidas precautorias podrá ofrecerse
acompañando con el escrito en que se solicitaren el interrogatorio de los testigos y la
declaración de éstos, ajustada a los arts. 440, primera parte, 441 y 443, y firmada por
ellos.
Los testigos deberán ratificarse en el acto de ser presentado dicho escrito o en primera
audiencia.
Si no se hubiese adoptado el procedimiento que autoriza el 1er. párr. de este artículo, las
declaraciones se admitirán sin más trámite, pudiendo el juez encomendarlas al
secretario.
Las actuaciones permanecerán reservadas hasta tanto se ejecuten las medidas.
Tramitarán por expediente separado, al cual se agregarán, en su caso, las copias de las
pertinentes actuaciones del principal.

1. Información sumaria
La declaración testimonial que complementa la presunción de verdad o
verosimilitud del derecho que fundamenta el pedido de medidas cautelares
(v.gr.: art. 209 inciso 2º) sigue las formas de la prueba de testigos, con la
diferencia que estos pueden exponer sus dichos en el mismo escrito donde se
solicita la precautoria.
Luego, sea al tiempo de presentar el escrito en el juzgado, o en primera
audiencia que convoque el juez interviniente, deberán ratificar sus dichos y la
firma que acompañó el pedido.
Por ejemplo, se ha dicho que a los fines de la procedencia de la medida
cautelar solicitada en el juicio por escrituración -en el caso, embargo preventivo
e inhibición general de bienes del deudor-, corresponde tener por acreditada la
verosimilitud del derecho mediante la información sumaria de testigos a través
de la cual se abonaron las firmas del instrumento privado que sirve de sustento
a la solicitada obligación de escriturar (C.Civ. y Com. Quilmes, Sala II,
2000/03/14, "Todoro, Paola F. y otro c. La Unica S. A. y otros", LLBA, 2000-
1384).
Antes este mecanismo se denominaba información de abono, pero con
la ley 22.434 se establecieron los recaudos de la prueba testimonial en todo
cuanto refiere a quienes pueden ser testigos y lo que han de testimoniar.
Si para acreditar la propiedad de los bienes muebles afectados por una
medida cautelar se acompaña documentación cuya autenticidad debe
comprobarse (art. 1026 y 1031, Cód. Civil), y dicha prueba excedería el ámbito
de la información sumaria, no es procedente el levantamiento, máxime si los
bienes se encontraban en el domicilio del demandado al tiempo de realizarse la
diligencia (CNCiv., Sala L, 1994/12/02, "Trelles Méndez, Joaquín c.
Municipalidad de Buenos Aires", La Ley, 1995-C, 86. - DJ, 1995-2-235).

2. Reserva de las actuaciones


Mientras las cautelares no se ordenen, el trámite debe ser reservado y
secreto, e independiente del expediente principal, toda vez que las
providencias precautorias se han de ordenar sin oír a la otra parte.

Cumplimiento y recursos

Art. 198. -- Las medidas precautorias se decretarán y cumplirán sin audiencia de la otra
parte. Ningún incidente planteado por el destinatario de la medida podrá detener su
cumplimiento.
Si el afectado no hubiese tomado conocimiento de las medidas con motivo de su
ejecución, se le notificarán personalmente o por cédula dentro de los tres días. Quien
hubiese obtenido la medida será responsable de los perjuicios que irrogare la demora.
La providencia que admitiere o denegare una medida cautelar será recurrible por vía de
reposición; también será admisible la apelación, subsidiaria o directa.
El recurso de apelación, en caso de admitirse la medida, se concederá en efecto
devolutivo.

1. Trámite individual y sin oír al afectado


Lo característico de toda medida cautelar es actuar preventivamente,
persiguiendo obtener una medida precautoria que garantice o afiance el
resultado eventualmente favorable de quien las pretende.
Por eso, en los trámites previos a la traba de medidas precautorias no
procede dar intervención al eventual afectado, pues aquéllos se sustancian
"inaudita parte" (CNCiv., Sala C, 1997/05/20, "V ., F. c. S., J.", La Ley, 1997-E,
572).

2. Prohibición de incidentes
Cuando el afectado toma conocimiento de la medida en el acto que
ocurre (v.gr.: embargo de bienes muebles), o por medio de la notificación
expresa que debe cumplirse por cédula dentro de los tres días siguientes
(hábiles) al momento de la traba, solamente puede recurrir la medida sin estar
facultado a deducir incidentes de nulidad.
Inclusive, aun consintiendo puede requerir con posterioridad el
levantamiento o la modificación (art. 202) siempre que hubieran variado las
circunstancias que la determinaron.

3. Notificación de la medida
La notificación debe ser firmada por el secretario cuando se practique
por cédula; pero se admite la comunicación notarial después de la reforma
introducida por la ley 25.488.
Lo que la ley quiere, es la notificación de la cautelar trabada y no la
agregación de la copia del oficio al registro (art. 198, 2ª . parte), ello en función
del conocimiento real de la medida exigido por el Código de rito al propiciar la
notificación personal o por cédula, lo que importa que el mismo deba ser
directo y efectivo (C1ª .Civ. y Com. Mar del Plata, Sala I, 1999/07/01, "T., C. B.
c. Bolsa de Comercio de Mar del Plata", LLBA, 2000-54).
Si bien quien interpone una demanda tiene la facultad de desistir del
proceso antes de notificarla sin que se requiera la conformidad del demandado,
esta facultad ya no le es disponible en caso de haber trabado una medida
cautelar que le obligaba a interponer la demanda en un tiempo determinado,
pues viola el principio procesal de igualdad de las partes el pretender prolongar
una medida cautelar con el pretexto de postergar la notificación de la demanda
(C1ª .Civ. y Com. San Nicolás, 1996/08/08, "Alvarez e hijos, Alfredo", LLBA,
1997-914).
Una vez notificada al demandado la obtención una medida
autosatisfactiva -en el caso, a fin de otorgar una jubilación por invalidez-, ésta
podrá oponerse o impugnar lo resuelto conforme lo previsto en el último párrafo
del art. 198 del Código Procesal, a fin de garantizarle los derechos de igualdad
ante la ley y de defensa (JNFed. Seg. Social, nº 7, 2000/03/17, "Alonso, Hugo
M. c. ANSES", La Ley, 2000-E, 554).

4. Recursos
El régimen legal de las medidas cautelares que autoriza a que las
mismas sean dictadas "inaudita parte", como medio idóneo para asegurar su
eficacia, permite que la decisión sea recurrida por reposición o apelación,
subsidiaria o directa, con lo cual, la limitación del derecho a ser oído -antes de
que se emita pronunciamiento judicial- se equilibra con la seguridad de que
podrán intervenir dos tribunales, estableciendo así un doble control en el
juzgamiento.
El código presenta con cierta confusión el sistema recursivo, pues si
toda medida cautelar se resuelve sin oír a la otra parte, es posible que la
denegación del juez de primera instancia habilite a que sea la Alzada quien la
resuelva, en cuyo caso, pensamos que el afectado sólo podrá plantear
reposición, habiendo perdido por la instancia donde ocurre, el recurso de
apelación.
Por eso se ha dicho que, es improcedente el recurso de queja contra la
resolución de la Cámara que decretara una medida cautelar, pues la apelación
sólo es admisible contra resoluciones dictadas por jueces de primera instancia,
correspondiendo, en el caso, interponer el recurso de reposición previsto por el
art. 198 del Código Procesal. (CNFed. Civ. y Com., Sala II, 2000/08/10, "Ruiz,
Julio A. c. Obra Social del Personal de la Sanidad", La Ley, 2001-B, 544 - DJ,
2001-1-977).

5. Efectos de los recursos


Todo recurso interpuesto contra una medida cautelar determinada, de
ser concedido, tendrá únicamente efecto devolutivo.
Además, cabe destacar que, si bien las especiales características del
régimen de las medidas precautorias (v. gr.: arts. 198, 202 y 207) excluyen la
posibilidad de la condena en costas, en tanto se desconoce la suerte definitiva
del derecho sustancial que se invoca, tal regla juega únicamente en orden a la
instancia principal del incidente cautelar, pero no si en el transcurso de ella se
promovieron otros incidentes que, autónomos respecto del trámite de aquél, y
con contradictor, justifican por sí solos disponer sobre las costas, ponderando
para ello sus propios y distintos presupuestos procesales, así como el resultado
obtenido, ya que tales incidentes constituyen una alternativa del proceso
cautelar que no podría ser alterada por la resolución que dirima la cuestión de
fondo (CNFed. Civ. y Com., Sala III, 1995/07/19, "ANSeS c. Cruz Azul
Asistencia Médica S. A.", ED, 166-315 - JA, 1996-II-481).

6. Recurso extraordinario
Las resoluciones sobre medidas cautelares sea que las ordenen,
modifiquen o levanten no revisten, en principio, carácter de sentencias
definitivas en los términos que exige el art. 14 de la ley 48 para la procedencia
del recurso extraordinario. Sin embargo, tal doctrina cede en los supuestos en
que aquéllas causen un agravio que, por su magnitud y circunstancias de
hecho, pueda ser de tardía, insuficiente o de imposible reparación ulterior.
Por ello, la Corte ha dicho que, si bien las medidas cautelares no son
susceptibles de revisión por la vía del recurso extraordinario, ello cede cuando
la decisión produce un agravio de insuficiente, tardía o dificultosa reparación
ulterior, o cuando la alteración de la situación de hecho o de derecho, puede
influir en la sentencia o convertir su ejecución en ineficaz o imposible (CS,
1997/08/07, "Camacho Acosta, Maximino c. Grafi Graf S. R. L. y otros", La Ley,
1997-E, 653).
Se insiste al destacar que en principio, las resoluciones referentes a
medidas cautelares no constituyen sentencia definitiva o equiparable a tal, a los
fines de habilitar la instancia extraordinaria. Máxime cuando por medio de ellas
se cuestionan actos administrativos o legislativos, habida cuenta de la
presunción de legitimidad que ostentan. Sin embargo, cabe apartarse de esta
regla general cuando la impugnación se sustenta en bases "prima facie"
verosímiles y dichas resoluciones causan agravios de insuficiente, tardía o
dificultosa reparación posterior, y se advierte cuestión federal bastante para
admitir tal recurso extraordinario (Del voto del doctor Vázquez) (CS,
1998/05/28, "Club Universitario de Buenos Aires c. Municipalidad de Malvinas
Argentinas", DJ, 1998-3-85 - LA LEY, 1999-B, 510, con nota de Redacción -
JA, 1998-IV-137).
Las excepciones se reiteran, cuando se indica que es procedente el
recurso extraordinario contra resoluciones que decretan medidas cautelares, si
la decisión recurrida puede perturbar la oportuna percepción de la renta pública
(CS, 1996/07/16, "Frigorifico Litoral Argentino S.A. c/ D.G.I.", IMP, 1996-B,
2311).

Contracautela

Art. 199. -- La medida precautoria sólo podrá decretarse bajo la responsabilidad de la


parte que la solicitare, quien deberá dar caución por todas las costas y daños y
perjuicios que pudiere ocasionar en los supuestos previstos en el 1er. párr. del art. 208.
En los casos de los arts. 210, incs. 2 y 3, y 212, incs. 2 y 3, la caución juratoria se
entenderá prestada en el pedido de medida cautelar.
El juez graduará la calidad y monto de la caución de acuerdo con la mayor o menor
verosimilitud del derecho y las circunstancias del caso.
Podrá ofrecerse la garantía de instituciones bancarias o de personas de acreditada
responsabilidad económica.

1. Definición
El art. 199 del código reglamenta la contracautela, estableciendo que
debe decretarse en toda providencia cautelar con el fin de responder por los
daños y perjuicios emergentes que pudiera ocasionar si la cautelar fuese
obtenida sin derecho o ejercitando un franco abuso, o bien, para utilizar la
medida como una acción conminatoria.
Se vincula por ello con el art. 208 del mismo ordenamiento, respecto a la
responsabilidad que tiene el que requiriendo una medida cautelar, luego se
demuestra que abusó o se excedió en el derecho que la ley otorga para
obtenerla. Eventualmente, la resolución inmediata será condenarlo a pagar los
daños y perjuicios que la perjudicada reclame.

2. Destino de la contracautela
Del análisis de estas disposiciones se desprende que la caución no tiene
por objeto asegurar al presunto deudor el cobro de las costas si el litigio se falla
a su favor, de manera que, para afectar el dinero depositado a dicho fin al
crédito por las costas, el demandado debe obtener el correspondiente
embargo.
La seguridad que aporta la caución solamente beneficia a las partes, de
modo tal que, aun cuando la medida trabada perjudicase a un tercero, e
incluso, si ésta dedujese una tercería, los daños y perjuicios que a posteriori se
reclamen deben serlo en un proceso independiente; a diferencia de los sujetos
procesales (actor y demandado), que siendo partes, pueden deducir los
incidentes o el juicio sumario a que refiere el art. 208 parte final.

3. Monto de la contracautela
El importe que debe caucionarse queda librado al arbitrio judicial. Es el
juez quien resuelve la calidad y el monto, a cuyo fin ha de tener en cuenta la
intensidad de la verosimilitud del derecho y otras circunstancias particulares de
la causa.
Existe una regla no escrita, pero que se adapta a un modismo
jurisprudencial, que establece la contracautela sobre la base de la solidez del
fumus bonis juris, y de la magnitud de los peligros patrimoniales que,
eventualmente, pudiere ocasionar la medida cautelar.
La prudencia para la fijación es vital en este aspecto, porque una
determinación gravosa tornaría ilusoria la posibilidad de trabar cualquier
precautoria.
En actitud opuesta debe alertarse, también, acerca de los peligros que
importa una caución nimia o de escaso compromiso económico.
Dentro de los tipos posibles de contracautela, la caución juratoria tiende
a eliminarse en la aplicación actual, en tanto como solo importa una promesa
de responder por los daños posibles, nada agrega a la responsabilidad gen‚rica
que la norma procesal dispone.
De todos modos, esta eliminación por superflua resulta razonable en
procesos de contenido patrimonial, pero en otros, la estimación sobre las
causas y razones puede ser mas justo y equitativo.
El art. 199 párrafo segundo (incorporado por la reforma de la ley 22.434)
viene a introducir un caso atípico de caución previamente establecida. Al juez
le queda graduar el monto, no así la calidad (personal) por cuanto ella se ha
determinado.
Cuando la fianza es real debe depositarse el importe fijado en el
expediente y a nombre del titular del juzgado. No obstante y como sustitución,
puede ofrecerse la garantía de un bien inmueble o mueble registrable propio
sobre el cual se constituir un embargo u otra medida que el juez considere
apropiada, si hace lugar al cambio.
Las sumas que se otorgan como contracautela, permanecen
indisponibles por el tiempo que perdure la medida precautoria, de manera que
cesan conjuntamente. Sin embargo, la modalidad de la cautelar determina la
suerte de este principio, porque debe atenderse el tipo de traba que se ordena,
y el juego de los arts. 207 -sobre caducidad de las medidas- y 208 -
responsabilidad- del código procesal.
Sin perjuicio de ello, no debe olvidarse el carácter provisional y aun
revocable que tienen las medidas precautorias (Cfr. art. 202).

4. Clases de cauciones
Son de dos tipos, personales o reales.
La personal se funda en el juramento que presta la beneficiaria de la
medida cautelar para responder por los daños potenciales que puede causar la
precautoria lograda.
Como dijimos, es una modalidad que no agrega seguridad alguna y se
sostiene en la simple confianza que se tenga de la contraparte; por lo tanto,
existe una tendencia a suprimirla.
La caución real puede ser propia o de terceros. Consiste en la fianza o
garantía que se otorga mediante el depósito de la suma de dinero que el juez
ordena como contracautela.
Esos montos pueden sustituirse por títulos valores representativos (v.gr:
títulos, acciones, seguros de caución), o bien, por la garantía de instituciones
bancarias que acreditan mediante las respectivas cartas de fianza.
La verosimilitud del derecho y el peligro en la demora constituyen los
requisitos específicos que fundan la pretensión cautelar y, junto con la
contracautela, configuran la tutela precautoria en el régimen procesal. Con
respecto al primer recaudo, la precautoria a dictarse debe significar un anticipo
que asegure la garantía judicial, para impedir que el derecho cuyo
reconocimiento se pretende obtener a través del proceso, pierda su virtualidad
o eficacia durante el lapso que transcurre entre su iniciación y el
pronunciamiento de una sentencia definitiva (CNCiv., Sala A, 1997/09/08,
"Information Techonlogy College c. Exo S. R. L.", La Ley, 1997-F, 933)
Si fuese pretendido suplantar la caución real a través de la solvencia de
personas de acreditada responsabilidad económica, es preciso informar
sumariamente al órgano jurisdiccional sobre esta seguridad económica.
La contracautela exigida por el art. 199 del Código Procesal como
requisito para el dictado de toda medida precautoria debe ser, en principio y
salvo supuestos excepcionales, de carácter real o personal y no simplemente
juratoria, con la finalidad de garantizar debidamente los eventuales derechos
de aquél contra quien se traba la medida (CS, 1997/05/19, "Distribuidora
Química S. A. c. Subsecretaría de Puertos y Vías Navegables y otra", La Ley,
1997-D, 679).
Ello es así porque, en principio la contracautela debe ser real o personal
y no simplemente juratoria, pues ésta se encuentra reservada para el supuesto
de máxima verosimilitud del derecho (CNCiv., Sala A, 1996/06/03, "Mannella,
Rosario c. Savino, Graciela", La Ley, 1997-D, 850)
Se afirma también que, si la medida cautelar protege la pretensión del
actor sobre un derecho que aun es litigioso, la contracautela debe contemplar
la efectividad del resarcimiento de los perjuicios que aquélla pudiera ocasionar
de trabarse indebidamente, por lo que en principio ha de ser real o personal y
no simplemente juratoria, sin dejar de señalar que el monto que se estime no
debe ser tan gravoso que torne ilusorio del derecho de quien solicita la medida
precautoria (CNCiv., Sala C, 1994/06/07, "Fernández, Noemí c. Agesta,
Domingo", La Ley, 1995-C, 682)
Exención de la contracautela

Art. 200. -- No se exigirá caución si quien obtuvo la medida:


1. Fuere la Nación, una provincia, una de sus reparticiones, una municipalidad o persona
que justifique ser reconocidamente abonada.
2. Actuare con beneficio de litigar sin gastos.

1. Exención de la contracautela
La contracautela se convierte en un requisito de carácter subjetivo que
tiene en cuenta, además de la prudente igualación de las partes en el proceso,
algunas condiciones particulares del sujeto que las solicita.
En efecto, el art. 200 exime de ella al Estado Nacional, las provincias, los
municipios o persona que justifique ser reconocidamente abonada, o actuare
con beneficio de litigar sin gastos.
La calidad de suficientemente abonado para justificar la exoneración de
afianzar, debe medirse en relación adecuada a la importancia económica de la
cuestión a satisfacer, es decir, comparativamente con el patrimonio de la
persona física o jurídica que pretende reunir las condiciones procesales de
liberación.
Si se trata del Estado, las provincias o alguna de sus dependencias
autorizadas a litigar en ejercicio de una representación propia, o de una
Municipalidad, la suficiencia económica se presume.
Alguna jurisprudencia extiende a los bancos y otras entidades
económicas, el beneficio de la eximición; sin embargo creemos que ella es
improcedente a tenor de lo normado en la parte final del art. 199, porque sería
una contradicción del código admitir que afiance en los casos de asistencia a
terceros, y que no lo haga a su propio respecto.
En verdad, el carácter de "reconocidamente abonado" en un banco sería
difícil desconocer, pero como empresas comerciales que son, no están libres
del riesgo financiero. Sin perjuicio de ello, la solvencia tiene como parámetro la
diferencia entre activos disponibles y pasivos que responder, hecho que
subraya la incógnita emergente y la inconveniencia, en general, para admitir la
exención prevista.

2. Beneficio de litigar sin gastos


Ahora bien, si la medida precautoria se dicta a resultas del beneficio de
litigar sin gastos, corresponde atender si ya se otorgó, o se encuentra en
trámite.
En el primero caso, el carácter provisional del beneficio de pobreza no
impide proceder tal como a ley procesal establece, esto es, asignando la
medida cautelar sin caución alguna.
En este aspecto se afirma que la exención del otorgamiento de la
contracautela a quien actuare con beneficio de litigar sin gastos prevista por el
art. 200, inc. 2º, del Cód. Procesal, supone que la franquicia ha sido concedida;
sin embargo, igualmente cabe relevar transitoriamente de la exigencia
establecida en el art. 199 del Cód. citado, aún antes de que recaiga
pronunciamiento sobre la procedencia del beneficio, si no existen presunciones
que conduzcan a concluir que será denegado (CNCiv., Sala B, 1996/09/05,
"Esteves, Carlos M. c. Sylvester, Ricardo y otro", La Ley, 1998-D, 886).
Si la precautoria se ordena condicionada al beneficio de litigar sin gastos
que se encuentra en trámite, no es pertinente establecer fianza, ya que dicho
beneficio está destinado a asegurar la defensa en juicio, la que se vería
frustrada de no contarse con los medios suficientes para afrontar los gastos
que comporta.
También se ha resuelto que la eximición alcanza si el trámite de pobreza
está pendiente y no surgen presunciones que inclinen a pensar que aquél
pueda denegarse. En cambio, si la alegación formulada acerca de la carencia
de otros bienes o rentas no fue propuesta por la vía procesal conducente del
beneficio de litigar sin gastos, la solicitud de obtener la concreción de la cautela
ya decretada con la sola caución juratoria de los demandantes, no resulta
posible ni procedente ( CNCom., Sala B, 1999/04/28, La Ley 1999-B, 456).
Así se ha dicho que La circunstancia de que el pedido de beneficio de
litigar sin gastos se encuentre en trámite no impide la fijación de una
contracautela real para la procedencia de una medida cautelar, pues con
excepción de los supuestos previstos en los arts. 200 y 199, párr. 3º del Cód.
Procesal, la caución deber ser real o personal y no simplemente juratoria
(CNCiv., Sala C, 1995/07/18, "Pérez Botta, José A. c. Coello, María L.", La Ley,
1996-B, 463, con nota de Jorge Horacio Zinny).

Mejora de la contracautela

Art. 201. -- En cualquier estado del proceso, la parte contra quien se hubiere hecho
efectiva una medida cautelar podrá pedir que se mejore la caución probando
sumariamente que es insuficiente. El juez resolverá previo traslado a la otra parte.
La resolución quedará notificada por ministerio de la ley.

1. Mejora de la contracautela
Nos encontramos en una etapa posterior a la traba de la precautoria. Se
ha superado el principio inaudita pars, y quien se encuentra sometido a una
medida cautelar tiene derecho a exigir un mejoramiento de la contracautela, a
cuyo efecto debe demostrar sumariamente la insuficiencia de la prestada.
El trámite procesal es el incidente, si bien el juez puede disponerla sin
mas trámite cuando se trata de ampliar una cautela ya otorgada.
Existen múltiples circunstancias que inciden en las disposiciones que
pueden ordenarse en este tema. Vayan, como ejemplos, algunas cuestiones
jurisprudenciales que orienten al respecto: "El hecho de que el bien ofrecido
para satisfacer la contracautela se halle hipotecado, no es suficiente para
desdeñarlo, pues en la medida que su valuación exceda, al menos iguale, el
monto del crédito garantizado con mas la cifra fijada como caución, no se
aprecia reparo que lo torne insuficiente". Igualmente "es improcedente la
contracautela o su mejora, si el bien se encuentra hipotecado a favor de quien
la solicita" (en Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Código Procesal Civil y Comercial de
la Nación, editorial La Ley, Buenos Aires, 1988, pág. 130).
En todo caso, se afirma que la modificación de la contracautela debe
basarse no sólo en la mayor o menor verosimilitud del derecho y en las
circunstancias del caso, sino también en la magnitud del menoscabo
patrimonial que eventualmente pudiera derivarse, elementos de ponderación
que el art. 199 del Cód. Procesal ha encomendado a la discreción y prudencia
del juzgador (Del voto en disidencia parcial del doctor López) (CS, 1997/05/19,
"Distribuidora Química S. A. c. Subsecretaría de Puertos y Vías Navegables y
otra", La Ley, 1997-D, 679).

2. Notificación
La decisión judicial que admite o deniega el incidente de mejora de la
contracautela, se notifica "ministerio legis" lo que parece un contrasentido con
lo dispuesto en el art. 180 que manda notificar por cédula o personalmente la
admisión de un planteo incidental.
En todo caso, suponiendo que se traten de cauciones otorgadas que
deban mejorarse, la notificación por nota no supone más que un conocimiento
ficto, lo cual no condice con la finalidad perseguida al entablar la petición.
La jurisprudencia indica que, una vez decretada una medida precautoria
y fijada una determinada caución, si se pretende su sustitución por otra distinta,
debe darse traslado de dicha solicitud a la parte afectada, pues si bien esta
situación no está prevista, resultan aplicables al caso otras normas en forma
analógica, como los arts. 201 y 203 de la ley ritual (CNFed. Civ. y Com., Sala I,
1999/04/29, "Abrego y Goncalves S. A.", La Ley, 2000-B, 564 - DJ, 2000-2-
471).

Carácter provisional
Art. 202. -- Las medidas cautelares subsistirán mientras duren las circunstancias que las
determinaron. En cualquier momento en que éstas cesaren se podrá requerir su
levantamiento.

1. Características generales
La ausencia de un proceso cautelar independiente de acuerdo con los
argumentos desenvueltos en los artículos que anteceden, sirven para destacar
las características que tienen las medidas cautelares.
La relación que guardan con otro proceso (principal) lleva a sostener su
condición subsidiaria, o instrumental.
Esta noción de instrumentalidad viene pergeñada por varios autores, y
segun Calamandrei, muestra el ligamen inevitable que tiene toda providencia
cautelar respecto a la providencia definitiva en previsión de la cual se dicta,
otorgando "el carácter que más netamente distingue la providencia cautelar de
la llamada declaración de certeza con predominante función ejecutiva: ésta
nace con la esperanza de que una providencia posterior no sobrevenga y le
impida convertirse en definitiva; aquélla nace en previsión, e incluso en espera
de una providencia definitiva posterior, en defecto de la cual no solo no aspira a
convertirse en definitiva sino que est absolutamente destinada a desaparecer
por falta de objeto" (Providencias Cautelares, cit., pág. 44).
La subsidiariedad emerge distintiva hacia otros procesos naturalmente
preventivos que, a veces, se confunden con las medidas cautelares.
Sin perjuicio de lo dicho ut supra, corresponde agregar que los perjuicios
que tienden a evitarse con estas providencias asegurativas, responden a
tiempos desiguales de la urgencia para dictarlas. Algunos procesos preventivos
como la condena de futuro o la de mere certeza, operan sobre una base
conocida que est en la conducta de quien sufre la cautela; en cambio, las
medidas cautelares inspiran su aparici¢Ón en la demora consustancial al
trámite de los procedimientos.
De igual modo, se observa como uno cumple la finalidad dentro del
mismo proceso, en tanto las otras subordinan su eficacia al resultado del litigio
que apoyan.
La accesoriedad es de tal significación que extiende sus efectos
mientras persistan en el proceso principal las causas que la motiven. Si ese
proceso no fuese iniciado, caducarían de pleno derecho, dando lugar inclusive,
a responsabilidades procesales y civiles por la actitud imprudente.
A partir de la instrumentalidad se derivan las notas características de las
medidas cautelares: sumariedad del conocimiento y cosa juzgada formal (art.
198); provisionalidad de las disposiciones sobre la materia como de las
medidas que se dictan en consecuencia (art. 202); mutabilidad o variabilidad de
las precautorias dispuestas (art. 203); discrecionalidad para resolver el tipo de
medidas cautelares (art. 204); preventividad como fundamento y razón de
procedencia (art. 205); y responsabilidad emergente por los daños potenciales
que pueda ocasionar la traba, plano dentro del cual se encuentra, la caducidad
de las medidas (art. 208).
2. Sumariedad y cosa juzgada
La condición subsidiaria que acarrean las medidas cautelares respecto a
otro proceso (vinculación que subyace en los límites entre el derecho sustancial
en conflicto y los derechos subjetivos que persiguen asegurar el resultado
eventual), no impide considerar que exista en los procedimientos para
concretar una providencia precautoria, un conocimiento sobre los presupuestos
y condiciones que posibilitan el ejercicio de la pretensión.
Hay, entonces, una pretensión cautelar. Ella para ser procedente debe
cubrir una serie de aspectos que la determinan formalmente, siendo
precisamente en estos roles, donde el juez debe conocer.
La pretensión cautelar tiene un objeto claro y preciso, de modo tal que,
la resolución consecuente tiene la virtud de ponderar y resolver sobre toda la
materia deducida.
Como es sustancial a este tipo de providencias, la cognición se recorta a
los requisitos de admisibilidad, circunstancia que demuestra el alcance limitado
que el juicio efectúa. En realidad es un perfil de probabilidades que aparecen
prima facie evidentes, a diferencia de los procesos sumarios propiamente
dichos, donde existe un grado de certidumbre concreto y abarcativo, al punto
que a veces, consigue hacer cosa juzgada material.
El carácter instrumental, adicionado a la sumariedad del conocimiento,
delimita la cosa juzgada que consiguen forjar las medidas cautelares.
Dado que éstas, en su mayor parte y disposición, sólo producen la
eliminación del riesgo que importa sustanciar un conflicto a través de un
proceso independiente que puede ser largo y complejo, el rendimiento que
aportan se mide en relación con el tiempo del proceso principal y con las
circunstancias que en éste se cumplan.
De esta manera existe una variabilidad contingente en las medidas
precautorias que se corresponde con los hechos por los que atraviesa; del
análisis de todos estos componentes se desprende que la cosa juzgada que
alcanzan es meramente formal.
Claro está que, las decisiones que ordenan medidas cautelares no son
definitivas. Además, al ser dictadas sin oír a la otra parte, e inclusive,
sorprendiendolo con su traba, la condición bilateral no es propia de las
precautorias.
En tal sentido, la cosa juzgada tampoco podría sentarse como tal,
porque si ella supone inmutabilidad e indiscutibilidad de las resoluciones
judiciales, se observa inmediatamente que la ausencia posterior de discusión
no la alcanza, por ser las medidas cautelares provisorias y modificables.
En todo caso, m s que de cosa juzgada podríamos hablar de una
preclusión de las acciones para discutir sobre la procedencia de una medida
cautelar.
O bien, considerar presente en ellas la cláusula rebus sic stantibus, de
modo tal que sea posible concebir una vigencia temporal que se modifica
cuando desaparecen o transforman las circunstancias relativas a la razón
misma que le dieron origen.

3. Provisionalidad
En comunión con lo dicho precedentemente, se destacan dos
características de las resoluciones que versan sobre medidas precautorias.
Una refiere al estado jurídico provisional (modificable) de la cautela dispuesta,
que puede cuestionarse y, en su caso, cambiar por otra, aun cuando conserven
plenitud las providencias ordenatorias. La restante, se relaciona, precisamente,
con el acto procesal resolutivo.
Cada una recibe la influencia de instituciones vertebrales del proceso
civil, como son la preclusión de los actos y la bilateralidad de las acciones.
Respecto a la providencia que dispone proceder a la traba de una
medida precautoria, debe aclararse que ella no causa instancia, característica
que permite tornarla cuando varían los hechos fundantes que antes la
permitieron.
Pero debe apuntarse una situación muy particular en la especie, porque
a veces la transformación se da en el terreno de la insuficiencia de la
prevención cumplida, de modo tal que el cambio no opera en la resolución sino
en la medida.
En otras, la pretensión de remover la cautela sobre la base de nuevas
alegaciones, que fueran sustanciadas, exige un nuevo pronunciamiento judicial
que advierta la dimensione en su adecuado fundamento y trascendencia la
incidencia planteada. Este replanteo obliga a pormenorizar, una vez mas, la
verosimilitud del derecho y el peligro en la demora, porque de resolverse por el
levantamiento se caería en la inconsciencia de ordenar una derogación
dejando subsistentes los presupuestos que antes la motivaron.
Si la revisión se intenta sin modificar argumentaciones, es obvio que la
provisoriedad alegada tiene fines conservatorios, a cuyo fin puede el juez
rechazar "in limine" el planteo en virtud de los principios preclusivos de los
actos procesales.
En idéntico sentido cuadra subrayar la forma como opera la preclusión
en esta instancia. La base que permite la reedición del planteo de admisibilidad
y procedencia radica, solamente, en las circunstancias posteriores a la
resolución que ordena la traba. Va de suyo que todas las anteriores se han
tenido en cuenta y, a su respecto, obra actuante la preclusión. Por eso, si la
medida precautoria quedó firme ante la ausencia de impugnaciones por el
sujeto afectado, no puede por la vía incidental reclamar un levantamiento sin
acreditar, sumariamente, esa alteración de las contingencias fácticas que le
dieron origen.
Otra particularidad reposa en la competencia del órgano que admite la
medida cautelar, porque por vía de principio, él debe conservar la jurisdicción
para finiquitar la temática precautoria. En este aspecto, si se pretende un
levantamiento, debe plantearse al mismo juez que oportunamente lo ordenó,
aun cuando el juego de las competencias favorece el cambio de magistrado si
el primer interviniente resulta, luego, incompetente, y la jurisdicción se desplaza
hacia otro, quien asume en toda su extensión la competencia.
De todos modos, creemos que debe imperar el principio de prevención, según
el cual el juez que dictó las medidas tiene preeminencia para conocer en la
sustitución o levantamiento de las precautorias.

Modificación

Art. 203. -- El acreedor podrá pedir la ampliación, mejora o sustitución de la medida


cautelar decretada, justificando que ésta no cumple adecuadamente la función de
garantía a que está destinada.
El deudor podrá requerir la sustitución de una medida cautelar por otra que le resulte
menos perjudicial, siempre que ésta garantice suficientemente el derecho del acreedor.
Podrá, asimismo, pedir la sustitución por otros bienes del mismo valor, o la reducción
del monto por el cual la medida precautoria ha sido trabada, si correspondiere.
La resolución se dictará previo traslado a la otra parte por el plazo de cinco días, que el
juez podrá abreviar según las circunstancias.

1. Cambio o variación de las medidas cautelares


La eficacia que contiene cada medida cautelar propicia variarlas cuando
se entienda que otra es más útil que la vigente. Como en el caso anterior, se
incursiona en el ámbito de la movilidad de las circunstancias.
El deudor podrá requerir la sustitución de una medida cautelar por otra
que le resulte menos perjudicial, siempre que ésta garantice suficientemente el
derecho del acreedor. Podrá, asimismo, pedir la sustitución por otros bienes del
mismo valor, o la reducción del monto por el cual la medida precautoria ha sido
trabada si correspondiere.
Una vez mas, en estas variaciones que puede ocupar el interés de cada
medida, está presente el doble juego de satisfacer los derechos expectables
del acreedor, con la posible agresión innecesaria sobre los bienes del deudor.
El equilibrio prudente -necesario- debe igualar las situaciones, por eso, cuando
de mudar una medida hacia otra se trata, deben cuidarse los presupuestos que
permiten esa alteración.
Al cabo y como síntesis, la mutabilidad característica de las medidas de
resguardo, obliga a no prescindir de la realidad económica litigiosa, lo cual
conduce a que las mismas deban ser efectuadas con la máxima prudencia para
no incurrir en excesos perjudiciales a los intereses de todos, contemplándose la
situación del afectado y, desde luego sin desmedro del acreedor.

2. Modificación
La modificación puede consistir en una ampliación de las sumas, del
tiempo o de las modalidades decretadas; también en la mejora de la cautela
lograda, o bien por la sustitución de la precautoria.
La suma de importes que se acumulen al embargo decretado, responde
a la mayor cuantía de la pretensión principal que se encuentra en trámite, sea
por el vencimiento de nuevas cuotas emergentes de la misma obligación, o de
otra; o bien, por la incidencia de la inflación en el valor del dinero.
El tiempo de la cautela, supone que deban ampliarse los plazos del
término por el cual se la dispuso. Vgr.: si fuese una intervención o
administración judicial, la extensión consecuente en el tiempo de vigencia.
También pueden acumularse medidas, siempre que entre ellas no existe
incompatibilidad. Por ejemplo, el embargo puede complementarse con el
secuestro correspondiente.

3. Sustitución
La sustitución consiste en la variación hacia una medida más enérgica, o
en el reemplazo de una medida por otra, o de un bien por otros de valor
equivalente. Son supuestos que impulsa el interés del acreedor o beneficiario
de la precautoria.
También la sustitución puede deducirla el sujeto perjudicado con la
cautela, proponiendo fórmulas alternativas que no sacrifiquen el beneficio
conseguido con la cautela. Ello significa que, aun cuando prevalece el principio
dispositivo, el juez debe procurar no perjudicar los derechos obtenidos.
Por eso no procede ofrecer en sustitución bienes que se indican
genéricamente, o sin discriminar ni con valores determinados.
La sustitución de la medida cautelar prevista en el art. 203 del Cód.
Procesal, consiste en la transformación de la medida decretada en otra menos
enérgica, o el reemplazo del bien o bienes afectados por otro u otros de valor
equivalente, siempre y cuando garanticen suficientemente el derecho del
acreedor (CNCiv.,Sala A, 1998/11/09, "Devita, María C. c. Cohen, Salomón",
La Ley, 2000-A, 549).
Desde otra perspectiva, Calamandrei involucra en este punto la
limitación propia que sigue el rumbo de todas las providencias cautelares, en el
sentido de que ellas se extinguen ipso jure al momento de ser resuelta la
pretensión principal. "Surgida para dar tiempo a nacer a la providencia principal
a través de la larga gestación del proceso ordinario, y para desempeñar
provisoriamente sus veces dentro del limitado campo en el que el retardo
habría sido peligroso, la providencia cautelar ve con el nacimiento de la
providencia principal, agotada su función, cumplido su ciclo vital" (Providencias
cautelares, cit., pág 49).
Este aspecto se puede cubrir con el art. 202 del ordenamiento procesal.
Cuando el juez de la causa verifica que el objeto se ha satisfecho, no
existen obstáculos para que las cautelas decretadas se dejen sin efecto o se
modifiquen. Siendo una función de garantía, alcanzada la sentencia pareciera
que pierde virtualidad, consumando su misión preventiva.
Esta es la situación concreta que pone de manifiesto la provisoriedad de
las cautelas. Llegada la sentencia, pierden el sustento que las fundamentó
oportunamente, de modo tal que para conservarlas, debería mudarse el
carácter de prevención para dar paso al carácter ejecutivo que ellas pudieren
portar (v.gr.: embargo, secuestro de bienes, etc.).

4. Variación
La variabilidad de las medidas no impide, una vez efectivizadas, el
recurso o impugnación del sujeto pasivo. La queja se plantea sobre una
situación que tiene curso de ejecución, sin que el escrito tenga efectos
suspensivos para la precautoria.
La recurribilidad típica se plantea por reposición o apelación, directa o
subsidiaria; y a través del incidente. Pero debe distinguirse la impugnación de
la traba por vía de recurso, del pedido de levantamiento, porque en el primero
se cuestionan los presupuestos que fundan el progreso de estas medidas
(verosimilitud del derecho y peligro en la demora), mientras que en el segundo,
se canalizan argumentaciones vinculadas con el cambio de circunstancias.
Además, el recurso debe deducirse dentro de los plazos previstos por
cada uno de los medios impugnativos (cinco días si se trata de recurso de
apelación, o tres días si se intenta el remedio de reposición).
Si bien el art. 203 del Cód. Procesal dispone que debe correrse traslado
a la contraparte por cinco días el juez puede abreviar dicho plazo cuando
-como en el caso- las cuestiones a tratar no admiten demora (CNFed. Civ. y
Com., Sala II, 1998/12/03, "Droguería Magna S. A. c. Imos", La Ley, 1999-C,
571).
Cabe apuntar que no puede recurrir quien ha consentido la traba de la
medida, por lo cual deben atenderse los plazos preclusivos del proceso. Quien
recurre fuera de ese tiempo, ha convalidado la medida, y solamente puede
controvertirla por vía del incidente en las condiciones ya señaladas.

Facultades del juez

Art. 204. -- El juez, para evitar perjuicios o gravámenes innecesarios al titular de los
bienes, podrá disponer una medida precautoria distinta de la solicitada, o limitarla,
teniendo en cuenta la importancia del derecho que se intentare proteger.

1. Discrecionalidad
Esta característica queda en evidencia cuando las medidas cautelares
que son peticionadas no se otorgan por que la voluntad jurisdiccional decide en
contrario con los intereses planteados.
Las medidas cautelares no responden al principio de respuesta concreta
a la pretensión, por cuanto ella puede ser denegatoria, o afirmativa, pero con
matices que la diferencian del específico reclamo.
No se desvirtúa la finalidad de aseguramiento que se persigue; se trata
de aceptar facultades discrecionales del juez en torno a las modalidades de la
precautoria.
La libertad para decidir se da en los dos planos ya comentados de la
seguridad del justiciable y de la eficacia del servicio jurisdiccional. Por tanto, la
directriz que encomienda este principio, admite que las medidas cautelares que
se requieren deben ajustarse a sus límites precisos, sin ocasionar daños
innecesarios a la contraparte, y preservando la materialización de la ejecución
en el supuesto hipotético que fuera necesaria.
Constituye un principio de aplicación insoslayable que si bien la traba de
una medida cautelar no debe causar perjuicios o gravámenes innecesarios,
debe resguardar debidamente los derechos de la contraparte (CNCom., Sala A,
1997/11/26, "Tarzi, Roberto M. c. Microómnibus Ciudad de Buenos Aires", La
Ley, 1998-E, 720).
2. Facultades del Juez
El art. 204 deja en claro la libertad del juzgador para proveer únicamente
medidas útiles y efectivas, esto es, de acuerdo con la naturaleza de los bienes
y demás circunstancias que rodeen el proceso.
Toda vez que la traba de una medida cautelar no debe causar perjuicios
o gravámenes innecesarios, para acceder a la sustitución de bienes cautelados
es necesario que los bienes ofrecidos representen igual o similar garantía que
lo embargado, en tanto se resguarden debidamente los derechos de la
contraparte(CNCom., Sala A, 1999/04/29, "Omega Coop. de Seguros c. Fantini,
Alejandro O.", La Ley, 1999-D, 618).
Se afirma que el principio rector en supuestos de embargo es que su
traba no debe causar perjuicios o gravámenes innecesarios, regla que resulta
aplicable aun cuando los derechos de la contraparte aparezcan suficientemente
resguardados(CNCom., Sala A, 1999/11/29, "Kuzmicz, Sofía c. Valladares,
José M. y otro", La Ley, 2000-C, 906).
Interesa apuntar que, ordenada la medida precautoria pedida por la
parte y puesta ella en ejecución, al juez le esta prohibido modificarla por
encontrar consentida la precautoria y en etapa de cumplimiento.
En un juicio de ejecución de sentencia el juez puede, para evitar
perjuicios o gravámenes innecesarios al titular de los bienes, disponer una
medida cautelar distinta a la solicitada o bien limitarla teniendo en cuenta la
importancia del derecho que se intenta ejecutar (C1ª . Civ. y Com. San Nicolás,
1996/12/10, "Damo, Domingo E. c. Laule Riega, Eduardo", LLBA, 1997-371.

Peligro de pérdida o desvalorización

Art. 205. -- Si hubiere peligro de pérdida o desvalorización de los bienes afectados o si


su conservación fuere gravosa o difícil, a pedido de parte y previo traslado a la otra por
un plazo breve que fijará según la urgencia del caso, el juez podrá ordenar la venta en la
forma más conveniente, abreviando los trámites y habilitando días y horas.

1. Preventividad
Las facultades del Juez en materia de medidas cautelares, son
esencialmente discrecionales y preventivas. Es decir, actúan sobre la base de
proteger anticipadamente sin que ello signifique prejuzgamiento; y procurando
evitar perjuicios innecesarios.
El principio de conservación de la cosa debe guiar el comportamiento
cautelar, pero si esa continuación irroga el peligro de pérdida o desvalorización
de los bienes, se puede disponer la venta en la forma que mejor convenga a
los intereses de las partes, a cuyo fin deberá previamente oírlas.
Opera también aquí la discrecionalidad del juzgador para decidir la
medida adecuada (v.gr.: si fuese un embargo sobre mercaderías, puede
disponer de ellas y embargar las sumas resultantes).

Establecimientos industriales o comerciales

Art. 206. -- Cuando la medida se trabare sobre bienes muebles, mercaderías o materias
primas, pertenecientes a establecimientos comerciales, fabriles o afines, que los
necesitaren para su funcionamiento, el juez podrá autorizar la realización de los actos
necesarios para no comprometer el proceso de fabricación o comercialización.

1. Complementariedad normativa
Este norma relaciona con las disposiciones de los arts. 203 y 535 párrafo
tercero, aunque cada uno tiene finalidades específicas.
El art. 203 se vincula con la calidad de la cautela y la gravedad que
puede ocasionar al afectado, de manera que fomenta el levantamiento cuando
se pueda sustituir por otra menos perjudicial.
El art. 206 se relaciona con establecimientos comerciales o industrias
fabriles que puedan encontrar afectada su funcionamiento o producción,
respectivamente, por la traba de medidas precautorias sobre sus bienes . En
este caso, no procede el levantamiento sino el mantenimiento de la misma pero
autorizando actos necesarios para que no se entorpezca el proceso productivo.
Mientras que el art. 535 párrafo tercero, establece que si los muebles
que se hubieran embargado son de un establecimiento comercial o industrial, o
fueren los de uso de la casa habitación del deudor, éste podrá exonerarlos del
embargo presentando otros bienes no gravados, o aun estándolo, si ellos
fuesen suficientes para cubrir la deuda reclamada.

Caducidad

Art. 207. -- Se producirá la caducidad de pleno derecho de las medidas cautelares que se
hubieren ordenado y hecho efectivas antes del proceso, si tratándose de obligación
exigible no se interpusiere la demanda dentro de los diez días siguientes al de su traba,
aunque la otra parte hubiese deducido recurso. Las costas y los daños y perjuicios
causados serán a cargo de quien hubiese obtenido la medida, y ésta no podrá
proponerse nuevamente por la misma causa y como previa a la promoción del proceso;
una vez iniciado éste, podrá ser nuevamente requerida si concurrieren los requisitos de
su procedencia.
Las inhibiciones y embargos se extinguirán a los cinco años de la fecha de su anotación
en el Registro que corresponda, salvo que a petición de parte se reinscribieran antes del
vencimiento del plazo, por orden del juez que entendió en el proceso.
1. Caducidad
La provisoriedad de las medidas precautorias depende del tiempo en
que se instauran. Si ellas se dictan en un proceso ya iniciado, extiende sus
efectos en tanto perduren las circunstancias que la determinaron. En cambio, si
son el producto del procedimiento previo establecido específicamente para su
procedencia, una vez trabada, empieza a correr el plazo para deducir el
proceso principal.
Se advierte con suficiente nitidez en este pasaje, la subsidiariedad del
proceso cautelar; el tiempo opera de pleno derecho, sin necesidad de petición
de parte y con efectos automáticos.
La caducidad de las medidas trabadas es la primera consecuencia. Las
restantes se dan en relación con los perjuicios irrogados y las costas
emergentes.
La preclusión de los tiempos para articular la acción principal,
manteniendo en ejecución la cautela lograda, responde a razones de orden
público e interés general, porque no sería posible sostener un estado de
incertidumbre que ocupe un tiempo mas prolongado de aquél que naturalmente
justifica la urgencia de las precautorias.
El art. 207 párr. 1º responde a razones de orden público y de interés
general. Su finalidad es evitar la subsistencia de medidas cautelares, cuando el
transcurso de determinado lapso autoriza a suponer una pérdida de interés
actual por parte del acreedor, ante su falta de actividad (CNCiv., Sala E,
1995/03/09, "Monlao, Ana M.", La Ley, 1995-E, 374. - DJ, 1995-2-1272).
Interesa agregar que aun las doctrinas que aceptan la existencia de un
proceso cautelar exigen una correspondencia entre la cautela y la carga de
instar el procedimiento continente de la pretensión asegurada

2. Caducidad automática
Las medidas cautelares carecen de autonomía como tales, pues están
preordenadas a la actuación del derecho sustancial que presuponen, y
sometidas al plazo de caducidad establecido, cuyo fundamento responde a un
doble orden de propósitos: la presunción de desinterés que cabe extraer de la
inactividad procesal del beneficiario de la medida y la necesidad de evitar los
perjuicios que ésta puede irrogar a su destinatario (CNFed. Civ. y Com., Sala I,
1997/03/04, "Lozano, Elba del Valle", La Ley, 1997-D, 138).
El perentorio plazo de diez días se computa desde la efectiva traba de la
medida cautelar, aun cuando la resolución no se encuentre firme, operándose
la caducidad por el solo transcurso del plazo y sin necesidad de declaración
judicial; es decir que se trata de un supuesto de caducidad automática
La presentación de la demanda en la Oficina de Informática no tiene
efectos sobre la caducidad prevista en el art. 207, párr. 1º , pues dado que el
cargo judicial es el que confiere fecha cierta y hora de presentación a los
escritos judiciales en secretaría, sólo la presentación de la demanda en el
juzgado asignado y dentro del plazo de diez días impide que opere la
caducidad de la medida cautelar (CNCiv., Sala E, 1995/03/09, "Monlao, Ana
M.", La Ley, 1995-E, 374. - DJ, 1995-2-1272).
En síntesis, la caducidad de las medidas cautelares surge de la falta de
actividad procesal del beneficiario de la medida y en la necesidad de evitar los
perjuicios que ésta puede ocasionar a su destinatario.
En otros supuestos, el plazo corre a partir de la fecha en que se terminó
de hacer efectivo el embargo que respalda el crédito del actor, y no desde que
se ordenó o notificó la medida, o desde que se tomó conocimiento en el
expediente de la traba de la misma (CNCiv., Sala F, 1997/04/17, "Consoli,
Nicolás A. P. B. J. c. Ingeniería de Obras S. A.", La Ley, 1997-E, 437).

3. Excepciones
La caducidad de las medidas cautelares contenida es inaplicable a las
decretadas en función del proceso de separación de bienes, pues no se trata
de una obligación exigible y la pérdida del derecho que la caducidad trae
aparejada impide la extensión a casos no previstos específicamente (CNCiv.,
Sala G, 2000/07/03, "F. de M, M. N. c. M., M.", La Ley, 2001-B, 110).
Se justifica la suspensión del plazo, cuando al mismo tiempo de
solicitarse una medida cautelar en sede judicial se interpone un recurso en
sede administrativa, pues, de otro modo, quien obtuvo a su favor tal medida se
podría ver obligado a iniciar una acción formalmente inadmisible a los fines de
evitar la caducidad de la primera (CNFed. Contenciosoadministrativo, Sala IV,
1994/08/24, "Hisisa Argentina S. A. c. Banco Central", La Ley, 1995-B, 290).
La caducidad que dispone el art. 207 del Código Procesal no es
aplicable a las medidas decretadas en función del art. 1295 del Código Civil. Un
supuesto de caducidad no puede aplicarse por analogía a un caso no
contemplado específicamente, máxime cuando de ello puede seguirse un
perjuicio irreparable para el cónyuge que la dedujo (CNCiv., Sala F,
1998/04/17, "B. de S., G. c. S., H. H.", La Ley, 1999-C, 472, con nota de
Xanthos).

4. Actos interruptivos
No obstante el plazo perentorio y fatal que el código fija para deducir la
demanda después de obtenida una medida cautelar, se han reconocido actos
interruptivos que no suponen, específicamente, excepciones sino modalidades
que amplían el término inicial.
Por ejemplo, la sucesiva solicitud de distintas medidas precautorias, con
el objeto de comprometer el patrimonio de los codemandados ante el fracaso
de alguna de ellas, hace que las diligencias cumplidas para hacerlas efectivas
revistan naturaleza interruptiva del curso de la caducidad dispuesta por el art.
207l, máxime cuando las ulteriores pretensiones cautelares se interponen ante
el fracaso de las medidas inicialmente ordenadas (CNCiv., Sala A, 1998/06/22,
"Aguerre, Gregorio C. c. García Nuñez, Ramiro y otros", La Ley, 1999-D, 40).

5. Mediación y medidas cautelares


En hipótesis sometidas al procedimiento de mediación obligatoria, los
diez días a que se refiere el art. 207 del Cód. Procesal deben referirse al
pedido de mediación a que alude el art. 4º de la ley 24.573, con el cual se
suspende el curso del plazo de caducidad, pero una vez concluida la
mediación, el plazo vuelve a computarse desde que el mediador expida el acta
con la constancia de que no se llegó a acuerdo alguno (CNCiv., Sala B,
1997/12/26, "Neyra, José A. c. Botello, Miguel", La Ley, 1999-D, 772).
Por ello, el plazo de caducidad deja de correr mientras subsista la etapa
de mediación obligatoria, pues la imposibilidad del actor de interponer en
término la demanda, determinaría la inicuidad de admitir la operatividad del
plazo de extinción.
La jurisprudencia afirma que, el tiempo que señala el art. 207 se
encuentra sujeto, desde la vigencia de la ley de mediación, a la presentación
del formulario de mediación en el término de diez días contados a partir del
agotamiento de las instancias recursivas ordinarias en relación a la medida
cautelar (CNCiv., Sala L, 1999/10/20, "Consorcio J. F. Segui 3541 v. Alonso,
Santiago", JA, 2000-I-446).

6. Caducidad de embargos e inhibiciones


El plazo de 5 años que prevé el art. 207 para la vigencia de la anotación
de los embargos sobre inmuebles es un verdadero plazo de caducidad,
verificándose la extinción de la inscripción por el mero transcurso del tiempo, lo
que acarrea al acreedor que no lo haya reinscripto a su vencimiento la pérdida
de su preferencia.

Responsabilidad

Art. 208. -- Salvo en el caso de los arts. 209, inc. 1, y 212, cuando se dispusiere levantar
una medida cautelar por cualquier motivo que demuestre que el requirente abusó o se
excedió en el derecho que la ley otorga para obtenerla, la resolución lo condenará a
pagar los daños y perjuicios si la otra parte lo hubiere solicitado.
La determinación del monto se sustanciará por el trámite de los incidentes o por juicio
sumario, según que las circunstancias hicieren preferible uno u otro procedimiento a
criterio del juez cuya decisión sobre este punto será irrecurrible.

1. Responsabilidad
Toda medida cautelar lleva implícita la responsabilidad de quien la pide.
Recuérdese que la pretensión no tiene traslado, de manera que el
conocimiento que toma el juez se basa en los hechos y fundamentos que la
misma parte le presenta.
Inclusive, la precautoria que se requiere se puede plantear como
adecuado, y esconder en realidad, una severidad inusual para la protección
que se propicia.
El abuso o el exceso de las medidas determinan esa responsabilidad,
que la doctrina debate si es objetiva o con reglas procesales propias, o
subjetiva, y en su caso, derivada de las normas del derecho civil.
De acuerdo con la primera, se configura la responsabilidad por el simple
hecho de requerir una precautoria sin derecho, o por presentar con silogismos
los presupuestos que condicionan su procedencia. Se trata de penar el peligro
potencial que arrastran, sin necesidad de que se demuestre el daño a la
contraparte.
Según Podetti estas medidas "son como una arma rápida y celosa que
debe ser manejada con suma prudencia. Por eso se otorga por cuenta y riesgo
de quien la pide. La justicia procura, mediante la contracautela, asegurar la
igualdad de los litigantes y descarta así su propia responsabilidad al hacer fe
de la existencia del derecho que se quiere cautelar en base a una prueba
sumarísima o sin ella...Es difícil concebir que se admita la necesidad de probar
la mala fe o simplemente imprudencia de quien usa semejante franquicia, para
obtener resarza daños injustamente ocasionados. Entre quien usó en su
beneficio una medida cautelar, con la mejor buena fe del mundo, pero a la
postre sin derecho, y quien la sufre, sin que en ninguna hipótesis pueda de ella
obtener un beneficio, no parece dudoso a quien han de cargarse las
consecuencias" (Tratado de las medidas cautelares, cit., pág. 128).
En otra línea se postula que la responsabilidad es civil es de naturaleza
extracontractual. De este modo se exige dolo, culpa o negligencia para imputar
al sujeto las consecuencias dañosas de la medida cautelar. Por tanto, debe
añadirse la existencia de una relación de causalidad que vincule el perjuicio
efectivo con la precautoria y sus efectos nocivos.
Pareciera que la responsabilidad civil en esta problemática se guía por
los arts. 512, 1067, 1109 y concordantes, requiriendo siempre la intención de
provocar daño (por culpa, dolo o negligencia) al agente pasivo y como medio
de atribución al que lo genera (agente activo).
La lectura de la norma exige la demostración de que el requirente abusó
o se excedió en el derecho a trabar la medida cautelar, de manera que la
prueba tiende a cobrar la virtualidad del art. 1071 del Código Civil en sus
precisos términos: conducta contraria a los fines que la ley tuvo en miras al
reconocerlos o que exceda los límites impuestos por la buena fe, la moral y las
buenas costumbres.
Jurisprudencialmente se admite esta responsabilidad como subjetiva,
donde la noción de culpa por abstención de la conducta debida, es la regla
señal de la materia.
De todos modos el factor de atribución debe encontrarse en el origen de
la cautela, de manera que pueda advertirse el derecho existente a ese
momento, pues bastará acreditar la negligencia para determinar la
responsabilidad propia de la culpa aquiliana. Por tanto, para configurar esta
responsabilidad se exige obrar de manera irreflexiva, precipitada, imprudente,
negligente o dolosa, excediendo los límites impuestos por la buena fe.

2. Determinación de la responsabilidad
Si quien pidió la imposición de sanciones procesales al solicitante de las
medidas precautorias no expuso presupuestos de hecho de aplicación del art.
208 -abuso o exceso del derecho a solicitar medidas cautelares-, no procede
declarar esa eventual responsabilidad no invocada.
De este modo, tampoco procede aplicar a una hipótesis que se
encuentre dentro del criterio aquellas conductas que se sancionan por
inconductas procesales (CNCom., Sala D, 1997/12/16, "Ferrostal Argentina S.
A. c. Super Type S. A.", La Ley, 1998-B, 938).
En realidad, para que se genere un supuesto de responsabilidad civil por
medidas cautelares trabadas sin derecho, no basta el solo hecho de haberse
dispuesto el levantamiento de la medida cautelar, sino que es preciso, además,
que se acredite tanto el abuso o exceso del que la obtuvo como la producción
del daño mismo, toda vez que no se trata de una responsabilidad refleja,
automática ni objetiva.
Ahora bien, el art. 538 del Código Procesal no altera sustancialmente el
régimen genérico de medidas cautelares, dentro del cual se establece
específicamente que la medida precautoria sólo debe ser decretada bajo la
responsabilidad de la parte que la pide, quien debe dar caución por todas las
costas y daños y perjuicios que pueda ocasionar (CNFed. Civ. y Com., Sala I,
1997/04/03, "Hansa Mar S.R.L.", La Ley, 1997-D, 779)
Una vez que el solicitante de una medida precautoria prestó una
contracautela determinada -en el caso, en dinero en efectivo-, ésta no puede
ser sustituida sin darle intervención al afectado, toda vez que constituye la
garantía para responder por los daños y perjuicios que eventualmente pudieran
ocasionarse en los supuestos del art. 208 del Código Procesal. Se le debe dar,
por tanto, la oportunidad de expedirse respecto de la suficiencia de la nueva
caución ofrecida (CNFed.Civ.y Com., Sala I, 1999/04/29, "Abrego y Goncalves
S. A.", La Ley, 2000-B, 564 - DJ, 2000-2-471).

SECCION 2ª -- Embargo preventivo

Procedencia
Art. 209. -- Podrá pedir embargo preventivo el acreedor de deuda en dinero o en especie
que se hallare en alguna de las condiciones siguientes:
1. Que el deudor no tenga domicilio en la República.
2. Que la existencia del crédito esté demostrada con instrumento público o privado
atribuido al deudor, abonada la firma por información sumaria de dos testigos.
3. Que fundándose la acción en un contrato bilateral, se justifique su existencia en la
misma forma del inciso anterior, debiendo en este caso probarse además sumariamente
el cumplimiento del contrato por parte del actor, salvo que éste ofreciese cumplirlo o que
su obligación fuese a plazo.
4. Que la deuda esté justificada por libros de comercio llevados en debida forma por el
actor, o resulte de boleto de corredor de acuerdo con sus libros, en los casos en que
éstos puedan servir de prueba, o surja de la certificación realizada por contador público
nacional en el supuesto de factura conformada.
5. Que aun estando la deuda sujeta a condición o plazo, se acredite sumariamente que el
deudor trata de enajenar, ocultar o transportar sus bienes, comprometiendo la garantía,
o siempre que se justifique del mismo modo que por cualquier causa ha disminuido
apreciablemente la solvencia del deudor, después de contraída la obligación.

1. Principios generales.
Se denomina embargo a la afectación de bienes dispuesta por orden
judicial con el fin de resguardar con ellos la eventual ejecución de una
sentencia de condena.
Se distinguen tres modalidades: Dos primeras tienen en común ser de
naturaleza precautoria, propiamente dicha, por eso se llaman embargo
preventivo regulado en los arts. 209 a 212 del código procesal, cuya finalidad
coincide con la definición anterior; y el embargo ejecutivo que se otorga al
acreedor de una obligación documentada en un título que trae aparejada
ejecución (Arazi, Roland - Rojas, Jorge, Código Procesal Civil y Comercial de la
Nación, tomo 1, editorial Rubinzal Culzoni, Buenos Aires, 2001, pág. 675). El
restante, se denomina embargo ejecutorio que se admiten en los procesos de
ejecución forzada (ejecución de sentencias) y persigue la realización inmediata
de los bienes que se indisponen.
El embargo, aún ejecutorio, no consagra automáticamente derechos, su
ámbito es por naturaleza instrumental. Aquél sirve al fin del cumplimiento de la
ley que es la única fuente esencial de derechos. Si el contenido de esta fuente
se altera no cabe que por un mero juego de relaciones temporales de índole
procesal, ciertos derechos se petrifiquen al margen del cambio legislativo y
aseguraren a quién no es sino titular de una disposición de tal carácter
instrumental el goce de un derecho de fondo que ha cesado de asistirle (del
voto en disidencia del doctor Fayt) (CS, 1994/02/15, "Idear Publicidad S. R. L.
c. Provincia de Santa Cruz", ED, 162-79).
Por su parte, aquellos que obran como embargos de naturaleza
preventiva, cuando dictada la sentencia ésta no se cumple en el plazo
acordado, deducida su ejecución la medida se torna ejecutoria y procede la
subasta inmediata de los bienes tomados en caución.
2. Procedimiento de embargo
El embargo es una actividad compleja que se resume en el cumplimiento
de varias etapas.
a) Es un procedimiento que se cumple en una pluralidad de actos;
b) Estos actos constituyen un procedimiento que sucede en tres etapas:
1) La localización de los bienes del ejecutado sobre los que se
pueda trabarse la medida.
2) La afectación de los bienes elegidos.
3) La adopción de las medidas de garantía de la traba.
4) Algunos de los actos que integran la estructura del embargo
tienen carácter esencial; mientras que otros pueden faltar, sin
que esto afecte la existencia del embargo.
5) Normalmente, los elementos que componen la estructura del
embargo no son aislables conceptualmente, por que en
realidad se producen en forma conjunta o entremezclada (Cfr.
Cachon Cadenas, Manuel, El embargo, editorial Bosch,
Barcelona, 1991, pág. 46).

Se ha dicho que la procedencia del embargo preventivo no se agota en


los supuestos enumerados en los arts. 209 a 212 del Código Procesal, pues
cabe decretarlo en todos aquellos casos que concurran los presupuestos
comunes a las medidas cautelares, esto es, la verosimilitud del derecho, el
peligro en la demora y la prestación de contracautela. (CNCiv Sala F,
1995/11/06, “L, A. B. c. Consultora Walk S. A.”, LA LEY, 1996-B, 708.)”

3. Supuestos
El art. 209 enumera distintos supuestos de procedencia del embargo
preventivo. Para solicitarlo no esta especificado tiempo alguno del proceso, de
manera que, al no existir norma positiva que funde la desestimación de una
petición de embargo por la sola circunstancia temporal de haber sobrevenido a
la petición la contestación de la demanda; mas bien parece que la solicitud de
embargar puede ser formulada en cualquier etapa procesal, y que la
procedencia -o la ausencia de ella- de tal cautela derivará del examen de los
recaudos legales.
Por ello, cada uno de los casos enumerados en los arts. 209 a 212 del
Código Procesal, exige que además de la situación particular que se indica,
han de concurrir los presupuestos comunes a las medidas cautelares, esto es,
la verosimilitud del derecho, el peligro en la demora y la prestación de
contracautela.
Se afirma, entonces, que los supuestos contemplados en el art. 209
como idóneos para habilitar la traba de una medida cautelar, presuponen la
existencia de una relación entre las partes, de base convencional, previa al
acaecimiento del hecho que se reputa dañoso (CNCiv., Sala F, 1998/09/24,
"Ismail, Máximo S. y otro c. Torre, Juan A. y otros", La Ley, 1999-B, 782).
De este modo, procederá el embargo preventivo sobre bienes del deudor
cuando concurran las circunstancias siguientes: a) Relación convencional
previa; b) Verosimilitud del derecho; c) Peligro en la demora; d) Supuestos del
art. 209.

3.1 Deudor sin domicilio en Argentina (Inciso 1º)


Si el deudor contra quien se promueve una demanda por sumas de
dinero o en especie no tiene domicilio en la república, esa sola circunstancia
basta para decretar el embargo preventivo.
En el caso de personas jurídicas extranjeras sin domicilio cierto en el
país, pero con filiales conocidas, no rige el supuesto de marras pues
constituiria una suerte de desconocimiento de las leyes vigentes en materia de
sociedades que permiten la constitución de sucursales.
Por eso se ha dicho que, si todas las sociedades, matrices y filiales,
integran un grupo empresario, incluso la sociedad argentina demandada, ésta
no puede eludir su responsabilidad escudándose en la personalidad jurídica
que le confiere la ley argentina, pues tal circunstancia no alcanza para
desconocer su carácter de filial de las matrices extranjeras (CNCiv., Sala L,
1995/05/12, "Cueva, Rubén P. c. Mercedes Benz Argentina S. A.", La Ley,
1997-D, 855).
Inclusive, la condición de extranjero sin domicilio verificable no determina
por sí la presunción de que se habrá de eludir la acción de la justicia o
entorpecer la posibilidad de lograr cauciones, pues ello poco sugiere sobre su
persona para concluir en una valoración negativa; en realidad lo que importa es
que no tenga bienes en la república antes que un domicilio propiamente dicho.
Obsérvese así que, el arraigo es una suerte de contrapartida del
embargo, ya que entra en función de garantía al demandado por las eventuales
consecuencias derivadas de un resultado adverso al demandante (CNCiv.,
Sala D, 1982/04/29, "L., P. y otra c. S., P.", La Ley, 1982-C, 376).

3.2 Información de abono (Inciso 2º)


Procede con instrumentos públicos que contengan el reconocimiento de
una deuda que se encuentre vencida.
También se puede argumentar con documentos privados que tengan
igual admisión y se reconozca el contenido y las firmas insertas en el
documento por dos testigos que produzcan la denominada información de
abono.
Por eso, resulta improcedente el embargo preventivo trabado en los
términos del art. 209, inc. 2º, si no se está ante una obligación documentada en
un título ejecutivo, esto es, ante un reconocimiento autosuficiente de deuda
líquida y exigible que exhiba el grado de verosimilitud característico de aquél
(CNCom., Sala B, 1999/08/13, "Banco de la Provincia de Buenos Aires c. Itatic
S.A. y otro", La Ley, 2000-B, 126).
En cambio, si la actora ha acreditado sumariamente la celebración del
contrato que la vinculara con la accionada, como así también el cumplimiento
de las prestaciones a su cargo, corresponde aplicar los arts. 209 incs. 2º y 3º
del Código Procesal que autorizan en tal supuesto el dictado del embargo
preventivo, sin que pueda exigirse además al peticionario la prueba de las
obligaciones que se hallan incumplidas, pues ello significaría establecer un
recaudo no exigido por la ley (CNCom., Sala C, 1994/10/12, "Carnexpal S. A. c.
Frigorífico San Miguel S. A.", La Ley, 1995-C, 666).

3.3 Contratos bilaterales (Inciso 3º)


El legislador ha previsto diversas situaciones en las cuales puede
prescindirse de los presupuestos de las medidas cautelares respecto del
embargo preventivo. Así, la situación establecida en el art. 209 inc. 3º, el cual
no sólo debe aprehender el supuesto en que se demanda el cumplimiento, sino
también la resolución de un contrato bilateral y los daños y perjuicios derivados
de la inobservancia (CNCom., Sala A, 1997/06/10, "Zeitune, Claudio c.
Residencias Coop. de Turismo", La Ley, 1997-F, 99).
Aun en la hipótesis del cumplimiento de los recaudos previstos en el art.
209 inc. 3º, resulta menester para la procedencia del embargo preventivo la
demostración de la concurrencia de peligro en la demora, sin que quepa
soslayar el cumplimiento de esta carga (CNCom., Sala E, 1999/07/13, "Carini,
Miguel A. c. Fénix Producciones S. A.", La Ley, 2000-A, 578).
Por eso, corresponde desestimar el embargo preventivo fundado en este
inciso, ante la carencia de prueba instrumental que acredite -aun sumaria y
provisoriamente- la celebración del acuerdo, pues dicha circunstancia torna
inoperante el presupuesto contemplado en la norma citada (CNCom., Sala A,
2000/07/14, "García, Rodolfo D. c. Integralco S. A.", La Ley, 2001-A, 486).

3.4 Deuda justificada en libros de comercio (Inciso 4º)


Los casos previstos se refieren a distintos supuestos: a) libros de
comercio en general llevados por el actor en debida forma; b) boleto del
corredor de comercio asentado en sus libros; c) certificación contable en el
supuesto de factura conformada.
Sin embargo, los supuestos son indicativos, pues a fin de disponer un
embargo preventivo de conformidad con lo dispuesto en el inc. 4º del art. 209,
es improcedente restar credibilidad al informe contable emanado de
profesionales contratados por la parte accionante, por cuanto más allá del pago
o retribución que pudieren haber percibido de sus contratantes, los firmantes
comprometen su responsabilidad profesional por las consecuencias que
pudieren derivarse de una errónea información, lo cual en principio no cabe
presumir (CNCiv., Sala K, 1995/04/11, "Ezcony International Corp. c. Dandial S.
A.", JA, 1995-IV-415).
Inclusive, este embargo preventivo se justifica si se considera que los
asientos de los libros de comercio son llevados conforme con la ley son
admitidos como medio de prueba entre comerciantes y como principio de
prueba cuando se trata de actos no comerciales, por lo que pueden acreditar
prima facie la verosimilitud del crédito en que se funda el derecho invocado.
Se afirma, también, que el régimen del art. 209, inc. 4º supone el
dictamen del experto designado de oficio por el Tribunal de grado (CNCom.,
Sala A, 1996/06/28, "Caballito Sud. S. R. L. c. Tignanelli, Jorge", La Ley, 1996-
D, 864 (38.889-S), - DJ, 1996-2-1384).
Y por tanto, corresponde prescindir de los presupuestos de las medidas
cautelares en el supuesto previsto por el art. 209, inc. 4º del Código Procesal,
si el dictamen del perito designado de oficio por el tribunal otorga la
verosimilitud del derecho, dentro del estrecho marco de la cognición cautelar y
sin que ello implique adelanto de opinión sobre lo que deberá ser objeto de
decisión en la oportunidad procesal correspondiente, prescindiéndose así de la
acreditación del peligro en la demora. (CNCom Sala A, 1997/06/10,
“Inmobiliaria Fiaz S. A. c. Zampini, Virgilio F.”, LA LEY, 1997-F, 460)”

3.5 Deuda sujeta a plazo o condición (Inciso 5º)


Las figuras descriptas en el art. 209, inc. 5º transmiten claramente la
idea de una maniobra instrumentada con el propósito de resguardar el
patrimonio del deudor de todo tipo de medidas que puedan afectar su
disponibilidad, es decir, se procura evitar que los bienes puedan ser
alcanzados por diligencias precautorias, disminuyendo la solvencia de aquél.
Es aquello que genera la presunción de que el deudor intenta ocultar su
patrimonio con el propósito de sustraerlo del alcance de sus acreedores.
(CNFed. Civ. y Com., Sala I, 1996/11/05, "Compañía Arg. de Navegación
Intercontinental S. A.", La Ley, 1997-C, 852).
Por ejemplo, se advierte que, si al contraer la obligación la accionada
contaba con tres aeronaves, y casi dos años más tarde tenía sólo una que,
además, se encontraba a la venta, corresponde tener por sumariamente
demostrado el requisito establecido en el art. 209 inc. 5º del Código Procesal
referido a la disminución patrimonial del deudor para trabar embargo preventivo
sobre los bienes de la demandada (CNFed. Civ. y Com., Sala II, 1998/09/24,
"American Resource Corporation c. Radeair S. A.", La Ley, 1999-A, 378).
El art. 209 inc. 5º, otorga la facultad de solicitar embargo preventivo
cuando se acredita: 1º) la titularidad de un crédito sujeto a condición y 2º) se
demuestra sumariamente la disminución patrimonial del deudor (mismo fallo
anterior).
Este inciso, que es producto de la reforma procesal anterior (Ley 22.434)
no significa que la disminución patrimonial sea provocada o fraudulenta, sino
que a través de actos ostensibles se demuestre sumariamente la disminución
apreciable del patrimonio que debiera garantizar la deuda en ejecución.
Otros casos

Art. 210. -- Podrán igualmente pedir el embargo preventivo:


1. El coheredero, el condómino o el socio, sobre los bienes de la herencia del
condominio, o de la sociedad, si acreditaren la verosimilitud del derecho y el peligro de
la demora.
2. El propietario o locatario principal de predios urbanos o rústicos, haya o no contrato
de arrendamiento, respecto de las cosas afectadas a los privilegios que les reconoce la
ley. Deberá acompañar a su petición el título de propiedad o el contrato de locación, o
intimar al locatario para que formule previamente las manifestaciones necesarias.
3. La persona a quien la ley reconoce privilegios sobre ciertos bienes muebles o
inmuebles, siempre que el crédito se justificare en la forma establecida en el art. 209, inc.
2.
4. La persona que haya de demandar por acción reivindicatoria, petición de herencia,
nulidad de testamento o simulación respecto de la cosa demandada, mientras dure el
juicio, y siempre que se presentaren documentos que hagan verosímil la pretensión
deducida.

1. Supuestos especiales
La enumeración que trae el código refleja el anacronismo producto de
las primeras leyes procesales de nuestro país. La única explicación que
encuentra este artículo es para dar supuestos especiales que permiten la
procedencia del embargo preventivo, pero aun así son innecesarios pues basta
con los presupuestos generales para que ellos entren en consideración.
La confusión que plantean es evidente, entre otros casos, en los casos
del inciso 1º que exigen la demostración del fumus bonis juris y el periculum in
mora, mientras que para el inciso 4º solamente se pide que la documentación
sea verosímil.
En la jurisprudencia, se indica que si la ley concede un privilegio a favor
del abogado por los gastos de justicia y honorarios (conf. art. 3879, Código Civil
y doctrina que lo informa y art. 3900), ningún obstáculo hay para la procedencia
del embargo preventivo tendiente a garantizar el cobro de ese crédito, pues el
art. 210, inc. 3°, prevé tal supuesto. (CNCiv Sala A, 1979/09/13, “Ricciuti, Juan
M. y otra sucs.”, ED, 85-626)”.
Asimismo, se dice que como el art. 210, inc. 4°, hace referencia al
embargo preventivo que se traba con respecto a la cosa demandada mientras
dure el juicio, la sustitución del inmueble sobre el cual se trabó dicha medida es
improcedente. (CNCiv Sala C, 1981/09/22, “Martínez López de Vázquez, Celsa
H. c. Vázquez, Carlos A.”, La Ley, 1982-A, 198).
Demanda por escrituración

Art. 211. -- Cuando se demandare el cumplimiento de un contrato de compraventa, si el


derecho fuese verosímil el adquirente podrá solicitar el embargo del bien objeto de
aquél.

1. Características
El art. 211 recogió la jurisprudencia imperante admitiendo la procedencia
del embargo del inmueble objeto de la escrituración, fundada en un boleto de
compraventa, con el solo abono de la autenticidad del instrumento que la
exterioriza (CNCiv Sala C, 1986/06/12, “Izquierdo de Rodríguez c. Izquierdo,
Ricardo”, LA LEY, 1987-B, 586 (37.584-S), - ED, 120-636).
Cuando se demanda la escrituración de una unidad de un inmueble que
aún no se encuentra subdividido, el embargo decretado con sustento en el art.
211, debe trabarse sobre la totalidad de aquél. Sólo cabe fijar una
contracautela (art. 199), pero atento la verosimilitud del derecho que surge del
boleto base de la pretensión y que el precio de venta fue abonado en su
totalidad, no cabe exigir caución real por su traba, bastando sólo la juratoria del
peticionario (CNCiv Sala C, 1987/08/24, “Lorna, S. A. c. Copropietarios
Charcas 3611/21”, LA LEY, 1988-C, 271-DJ, 988-2-880).
La caución juratoria se considera implícitamente prestada en el escrito
mediante el cual se requiere la traba de la medida cautelar. Sin embargo,
aquélla sólo se limita a los supuestos de máxima verosimilitud del derecho,
como los contemplados en los arts. 212 incs. 2º y 3º del Código Procesal. Si no
se configuran tales extremos, debe fijarse una caución real (CNCiv., Sala F,
1997/08/28, "H., G. A. c. H., D. M.", La Ley, 1998-D, 95).
De lo que se resume se observa que, a mayor fehaciencia de la prueba
instrumental menores son los requisitos de acreditación para el embargo
preventivo, es decir que si la demanda de escrituración se fundamenta en
cuestiones muy controvertidas, no se podrá soslayar el requisito establecido de
manera general en los arts. 195 y ss.; mientras que la existencia de un boleto,
por ejemplo, y el pago a cuenta del precio, son elementos contundentes para
demostrar la buena fe y el derecho aparentemente fundado en que funda la
pretensión.

Situaciones derivadas del proceso

Art. 212. -- Además de los supuestos contemplados en los artículos anteriores durante el
proceso podrá decretarse el embargo preventivo:
1. En el caso del art. 63.
2. Siempre que por confesión expresa o ficta derivada de la incomparecencia del
absolvente a la audiencia de posiciones, o en el caso del art. 356, inc. 1, resultare
verosímil el derecho alegado.
3. Si quien lo solicita hubiese obtenido sentencia favorable, aunque estuviere recurrida.

1. Características de la enumeración.
La verosimilitud del derecho puede ocurrir a través de reconocimientos,
admisiones o declaraciones implícitas o expresas que suceden en el curso de
las instancias. En virtud de ello, el código admite que esos hechos procesales
tengan suficiente entidad para fundar una medida cautelar de embargo, sin
necesidad de tener que recurrir a los pasos y presupuestos de los arts. 195 y
ss., a excepción de la contracautela, la cual se entenderá prestada en el pedido
de la medida cautelar (art. 199 párrafo segundo).
El dictado de medidas cautelares derivadas de las situaciones del
proceso, autorizadas por el art. 212 del Código Procesal, tienden a garantizar la
eficacia del pronunciamiento, evitando que éste se torne ilusorio o que la
eventual ejecución de hechos posteriores prive al vencedor de consolidar en su
patrimonio el resultado favorable que probablemente obtuviere con el dictado
de la sentencia (CNCiv., Sala B, 1997/08/28, " Sodeguit Vivas de Verrascina,
Luz c. Barraca Asunción S.C.A.", La Ley, 1997-F, 936).
En otros supuestos, se afirma que si la tramitación del juicio por parte de
los letrados generó un derecho a la regulación de honorarios a su favor, al
estar devengados dichos honorarios a la fecha de la afectación como bien de
familia procedía el embargo, no teniendo ninguna relevancia que la sentencia
se encontrara apelada y que se hubiese diferido la regulación de los
emolumentos para una vez determinado el monto del pleito (art. 212, inc. 3°).
(CNCiv Sala C, 1986/11/24, “Adad, Abib S. c. Barreiro, Antonio”, La Ley, 1987-
B, 175 - DJ, 987-2-314.).
Finlmente cabe agregar que el art. 212 no limita a las partes la
posibilidad de pedir embargo preventivo, mientras que el art. 40 de la ley
orgánica faculta a los auxiliares de la justicia designados de oficio a exigir el
pago de sus honorarios a cualquiera de las partes y, en el supuesto en que los
actores hayan sido vencidos en una acción contra una entidad del sector
público, no estarían en condiciones de realizar una cesión de créditos en los
términos del art. 1º de la ley 23.982, por lo que es procedente la solicitud de
embargo preventivo respecto de bienes de los accionantes efectuado por el
perito, aun cuando se haya interpuesto queja ante la Excma. Corte Suprema de
Justicia de la Nación ya que ésta no suspende el curso del proceso a menos
que haya sido admitida (CNTrab., Sala IV, 1994/11/30, "Altamirano, Pedro N. c.
Argentina Televisora Color - Canal 7", DJ, 1995-1-685 - DT, 1995-A, 235).

2. La rebeldía (Inciso 1º)


Si bien es cierto que la rebeldía en las posiciones no tiene un valor
absoluto, sin embargo, mientras no se encuentre desvirtuada o neutralizada por
otros elementos de juicio trascendentes, la misma es por sí sola
suficientemente apta y eficaz para tener por acreditados los hechos
relacionados en el pliego respectivo (CNCiv., Sala K, 1989/12/21, "Zapata,
Reinaldo M. c. Ibarra, José A.", La Ley, 1990-C, 83).
La razonable interpretación de los arts. 212 y 417 del Código Procesal
ha de reposar sobre la distinción entre los efectos de la confesoría ficta y los
que conciernen al solo hecho de tenerse por absueltas las posiciones que, de
suyo, nada adelanta sobre la apreciación de la prueba pero habilita para una
declaración sobre la verosimilitud a los fines del embargo preventivo.
Adviértase que la solución propiciada tendría, en definitiva, un alcance
análogo al previsto para el caso del inc. 212 que autoriza la cautelar por el solo
hecho de la rebeldía, sin que a tal fin resulten relevantes los efectos que a ella
se atribuirá sentencia.
La falta de contestación de la demanda sirve de fundamento a la medida
cautelar adoptada, por aplicación del art. 212 inc. 1º (CNCom., Sala B,
1998/03/31, "Centro Comercial La Prudencia S. A. s/quiebra", La Ley, 1998-D,
749).
Los documentos exhibidos por el actor, deben tenerse por reconocidos
ante la incontestación de la demanda y rebeldía posteriormente declarada, sin
embargo ello ha de experimentar las lógicas flexibilizaciones ya que, ningún
Juez podrá tener como real un documento, cuando de una forma u otra se han
incorporado pruebas o evidencias que acreditan con fehaciencia la falsedad de
aquél, ello aunque no se hubieren incorporado en el estadio procesal oportuno,
ya que, prima la verdad real sobre el exceso de ritual manifiesto.

3. La confesión (Inciso 2º)


La posibilidad de decretar un embargo en un proceso en marcha, en
virtud de lo dispuesto por el art. 212 inc. 2º, no implica que la medida cautelar
deba ser otorgada en forma automática, es decir, por el solo hecho de mediar
reconocimiento ficto en los términos del art. 356 inc. 1º del mismo
ordenamiento. Por el contrario, debe manejarse esa posibilidad con suma
prudencia, de modo que es necesario valorar razonablemente sus alcances,
determinando si están reunidos los requisitos de verosimilitud del derecho y
peligro en la demora. (CNCiv Sala B, 1997/08/26, “Ponce, Jorge G. c. Roman
S. A. C.”, La Ley, 1998-B, 175).
La procedencia del embargo, en los términos del art. 212, inc. 2º, está
supeditada a que de la confesión expresa o ficta del demandado se pueda
inferir el reconocimiento de la obligación que motiva la promoción de la litis, a
efectos de demostrar la verosimilitud del derecho. (CNCom Sala E, 1996/06/20,
“Lepera, Fernando R. c. González, Gustavo A”, LA LEY, 1997-C, 959 (39.516-
S).

3. Sentencia favorable (Inciso 3º)


Resulta procedente el embargo solicitado en los términos del art. 212
inc. 3º del Código Procesal, toda vez que, si bien los honorarios profesionales
aún no han sido regulados, tal extremo no constituye obstáculo para la
admisión de la medida, pues la circunstancia de tratarse de un crédito aún
ilíquido no impide ponderar la labor desarrollada por el interesado, que debe
ser debidamente retribuida, tornándose verosímil el derecho invocado sin
perjuicio de los derechos que -ante una traba abusiva- correspondan al
embargado (CNCiv., Sala A, 1994/08/22, "Cachizumba, Delfín c. Banfi, Blanca
B.", La Ley, 1995-C, 665).
La sentencia favorable supone que las pretensiones han sido acogidas
en su mayor parte, aunque él mismo hubiera recurrido la sentencia, y pese a
que el demandado ya hubiera hecho la presentación de sus recursos.

Forma de la traba

Art. 213. -- En los casos en que deba efectuarse el embargo se trabará en la forma
prescripta para el juicio ejecutivo. Se limitará a los bienes necesarios para cubrir el
crédito que se reclama y las costas.
Mientras no se dispusiese el secuestro o la administración judicial de lo embargado, el
deudor podrá continuar en el uso normal de la cosa.

1. Procedimiento
Trabado el embargo preventivo en seguridad del crédito emergente del
honorario regulado por sentencia sujeta a recurso, esto es, por un rubro
comprendido en el concepto de "costas" que proporciona el art. 77 del Código
Procesal, va de suyo que se agota el derecho de la parte que obtiene la medida
a estar al enunciado expreso del art. 213, en cuanto limita la facultad que
reconoce "a los bienes necesarios para cubrir el crédito que se reclama y las
costas". Es decir que, en el caso planteado, el embargo dispuesto ya responde
a la seguridad de "las costas" y esta circunstancia excluye, por lo tanto, la
procedencia del embargo adicional para responder a las costas de las costas,
sencillamente porque el honorario que ha favorecido al embargante no
constituye "el crédito que se reclama" (art. 213, citado), en la especie (CNCiv
Sala D, 1983/09/23, “Heduan de Terrile, Emma c. Terrile, Juan P., suc.”, La
Ley, 1984-B, 324).
En otro caso, se ha dicho que el embargo del automóvil constituye
suficiente garantía del derecho que sobre él pudiese tener uno de los cónyuges
cuando, como en el caso, el vehículo está asegurado, por lo que la privación
del uso al que lo tiene en su poder mediante el secuestro, es exagerada
cuando no median circunstancias especiales que lo hagan aconsejable (CNCiv
Sala C, 1985/06/24, “T. de T., N. H. c. T., J.”, La Ley, 1986-C, 554 (37.350-S).
El art. 7° de la ley 22.172 dispone que cuando se trate de cumplir
resoluciones que deben inscribirse en los registros de otra jurisdicción
territorial, debe presentarse testimonio del pronunciamiento, con los recaudos
previstos en el art. 3° de dicha ley. Y de acuerdo al precepto contenido en este
último artículo, el instrumento en cuestión debe llevar -entre otros requisitos- el
sello del tribunal y la firma del juez y del secretario en cada una de sus hojas.
2. Depositario
Los bienes que se toman en embargo quedan en poder del afectado,
quien de aceptarlo, queda con la posesión de los mismos en calidad de
depositario.
La restitución de la cosa depositada debe hacerse por el depositario
inmediatamente después del requerimiento que en tal sentido haga el
depositante. Si así no lo hace, este último puede ejercer la correspondiente
acción civil para exigir la restitución con los daños e intereses de la demora
(CNCiv., Sala B, 1981/10/27, "López, Francisco S. c. Dolub, Luis", ED, 98-389).

Mandamiento

Art. 214. -- En el mandamiento se incluirá siempre la autorización para que los


funcionarios encargados de ejecutarlo soliciten el auxilio de la fuerza pública y el
allanamiento de domicilio en caso de resistencia, y se dejará constancia de la
habilitación de día y hora y del lugar.
Contendrá, asimismo, la prevención de que el embargado deberá abstenerse de
cualquier acto respecto de los bienes objeto de la medida, que pudiere causar la
disminución de la garantía del crédito, bajo apercibimiento de las sanciones penales que
correspondieren.

1. Requisitos
El mandamiento es la orden judicial para que se trabe embargo sobre
bienes muebles de propiedad del demandado, de modo tal que no corresponde
esta modalidad cuando se trata de afectar bienes inmuebles o muebles
registrables, los que se embargan por oficios diligenciados ante los respectivos
registros.
En el caso de embargo sobre bienes muebles, útiles y/o mercaderías, la
orden se debe practicar a través de la Oficina de Mandamientos con
jurisdicción en el lugar donde se encuentren los bienes. Si están en el radio del
juzgado, la diligencia se practica mediante simple requerimiento del Juez
interviniente y con el auxilio del abogado o de las personas que se autoricen al
efecto.
En cambio, si los bienes están en extraña jurisdicción, la orden judicial
se debe requerir al Juez competente mediante el mecanismo de la ley convenio
22.172.
Todo mandamiento debe indicar las características como se dispone
practicar la diligencia, esto es: personas autorizadas, requerimiento de auxilio
de la fuerza pública, intervención de cerrajero, y constancia de habilitación de
días y horas inhábiles cuando así se haya ordenado.
Asimismo, practicado el embargo, se debe informar al depositario sobre
las responsabilidades del cargo y las sanciones penales consecuentes con la
desaparición, pérdida o destrucción de los bienes que quedan en su custodia.
Suspensión

Art. 215. -- Los funcionarios encargados de la ejecución del embargo sólo podrán
suspenderlo cuando el deudor entregue la suma expresada en el mandamiento.

1. Suspensión del embargo


La única forma de suspender la diligencia de embargo sobre bienes
muebles, útiles y/o mercaderías, es cuando el afectado ofrece sustituir en el
acto con la entrega de una suma de dinero que deberá depositar el oficial de
justicia a la orden del juzgado dentro de las 24 hs. de haber practicado la
diligencia.
Pensamos que no es requisito exigible ni la conformidad de las partes, ni
que las sumas ordenadas en el mandamiento se entreguen como dación en
pago, pues la norma en comentario no se refiere a ello como condiciones para
la sustitución.
Basta con la entrega de la suma que el oficial de justicia debe embargar
en bienes, para que se suspenda la medida sin más trámite.
Del art. 215 del Código Procesal surge en forma inequívoca que el
"monto" del embargo, es el consignado en el mandamiento judicial que lo
ordena, toda vez que haciendo entrega de la "suma" en él expresada, se
suspende la trata del mismo y si la medida cautelar puede impedirse en tal
forma, es indudable que el embargo "en cuanto su monto" está "limitado" a la
suma expresada en el mandamiento (C.Fed. Córdoba Sala A, 1985/05/10,
“Gobierno nacional -D.G.I.- c. hijos de Santiago Baldi, S. A.”, LLC, 986- 49).

Depósito

Art. 216. -- Si los bienes embargados fuesen muebles, serán depositados a la orden
judicial; pero si se tratase de los de la casa en que vive el embargado y fuesen
susceptibles de embargo, aquél será constituido en depositario de ellos, salvo que, por
circunstancias especiales, no fuese posible.

1. Contingencias posteriores
En nuestro ordenamiento procesal la designación de depositario sólo
está prevista -en forma expresa- para muebles, según resulta de este artículo,
que determina que una vez practicado el embargo, si los bienes fueron
muebles, se procederá a su depósito.
De todos modos se ha observado que si los peticionantes arriman
información acerca del estado de abandono de la finca, se entiende que
corresponde disponer de todos modos alguna medida cautelar para evitar el
deterioro del bien (art. 204, Código Procesal) (CNCiv., Sala C, 1985/03/06,
“Acuña, Marcelo y otros c. Acuña de Vidal Domínguez, J.”, La Ley, 1985-E,
200).
De igual modo, se afirma que el contrato entre la depositaria judicial y el
empresario de un local de depósito, no constituye título válido para ejercer el
derecho de retención frente a la orden judicial de restitución de los bienes
embargados (CNCom Sala C, 1984/12/17, “Papelera Amadasi, S. A. c. Cavallo,
Juan D.”, La Ley, 1985-B, 87).

Obligación del depositario

Art. 217. -- El depositario de objetos embargados a la orden judicial deberá presentarlos


dentro del día siguiente al de la intimación judicial.
No podrá eludir la entrega invocando el derecho de retención.
Si no lo hiciere, el juez remitirá los antecedentes al tribunal penal competente, pudiendo
asimismo ordenar la detención del depositario hasta el momento en que dicho tribunal
comenzare a actuar.

1. Obligaciones del depositario


Una vez que los bienes quedan en custodia por el depositario, éste debe
velar por su conservación hasta que sea requerida la entrega. Por supuesto
que, aun siendo propietario de esos bienes, si tiene calidad de depositario, su
obligación es entregarlos al juzgado dentro de las 24 hs. siguientes del
requerimiento que se debe notificar por cédula o acta notarial practicado en el
domicilio donde se ha dejado constancia que será el lugar del depósito.

2. Consecuencias
Para que el depositario pueda eximirse de responsabilidad por la pérdida
de las mercaderías depositadas que fueron destruidas por un incendio, es
necesario que haya empleado todas las medidas preventivas ordinarias. Tal
cuidado no puede considerarse acreditado si no existió una efectiva e
ininterrumpida vigilancia, circunstancia que demuestra la irrelevancia, por
imposibilidad fáctica de usarlos, de la existencia en el local de elementos
suficientes para combatir el incendio. De tal modo, unido ese hecho a la
ausencia de alarmas automáticas o sensores contra incendio, corresponde
atribuir la responsabilidad al depositario, máxime considerando la alta
combustibilidad de la mercadería depositada (CNCom., Sala A, 1996/04/17, "La
Holando Sudamericana Cía. de seguros c. Mavi S. R. L. y Río Cuarto S. A. c.
Mavi S. R. L.", La Ley, 1997-A, 51).
La comprobación formal indiciaria de un perjuicio potencial que deriva
directamente del apartamiento del bien de la esfera de custodia protectora con
que lo había aislado y protegido la actividad jurisdiccional, quebrantada por el
encausado, sirve de sustento suficiente en la especie a la imputación penal
formulada contra aquél como depositario infiel, por malversar en sentido amplio
caudales privados equiparados a público, arts. 261 y 263 del Cód. Penal, no
siendo necesario ahora comprobar perjuicios efectivos que sean diferentes a
los inherentes a derivados de la acción misma de disponer, apartar o sustraer
los bienes confiados, porque se trata de un delito dirigido básicamente contra la
administración pública
En cambio, no se configura el delito de depositario infiel, si la conducta
del depositario no revela la clara intención de sustraer algunos de los efectos
que le habían sido confiados en depósito (C.Penal Rosario, Sala II, 1980/10/13,
Zeus, 981-22-64).

Prioridad del primer embargante

Art. 218. -- El acreedor que ha obtenido el embargo de bienes de su deudor, no afectados


a créditos privilegiados, tendrá derecho a cobrar íntegramente su crédito, intereses y
costas, con preferencia a otros acreedores, salvo en el caso de concurso.
Los embargos posteriores afectarán únicamente el sobrante que quedare después de
pagados los créditos que hayan obtenido embargos anteriores.

1. Prioridad del primer embargante


Con el art. 218, se ha consagrado el principio reconocido anteriormente
por la doctrina y la jurisprudencia, de otorgar al primer embargante preferencia
en el cobro de su crédito, respecto de embargantes posteriores. Por ello, la
medida cautelar trabada no puede afectar los derechos del presentante que
con anterioridad había obtenido un embargo sobre el inmueble que es objeto
tanto de este juicio de escrituración como del que obra agregado "ad affectum
videndi". (CNCiv Sala A, 1979/12/18, “D'Imperio, Juan C. c. De Paula, María
R.”, La Ley, 1980-B, 511).
Este encuadre permite reafirmar que no se trata de un privilegio, sino tan
solo, de una preferencia, un orden de prelación dispuesto para el cobro de
acreencias.
Los privilegios especiales se reglan en los arts. 3852, 3853, 3875, 3878,
3883, 3884, 3886, 3887, 3891, 3924, 3927, 3928, 3930 al 3934 y demás
concordancias del Código Civil.
La prelación no surge de la fecha en que el embargo se decretó, sino
fundamentalmente, de aquella que indique la traba del mismo, que variará
según la naturaleza de los bienes. En el caso de muebles no registrables, será
desde el acto de afectación por el funcionario encargado de la diligencia; en el
supuesto de bienes inmuebles o muebles registrables, desde el momento de la
anotación en el registro pertinente; y si los bienes estuvieren en poder de un
tercero, desde la notificación a éste.
Si hubiere embargos sucesivos en la misma fecha, se dará preferencia a
los que hubieren ingresado en primer término y así sucesivamente.
2. El problema del monto embargado
Por lo general, el embargo se dispone sobre una suma determinada que
afecta el bien. Pero en tiempos inflacionarios, este valor no se corrige
automáticamente, de manera que el paso del tiempo incide en la depreciación
o desvalorización de la cautela, obligando a sucesivas actualizaciones que
deben ser notificadas al depositario o a quien tiene la asentación registral de la
indisponibilidad.
El plenario de las Cámaras Comerciales dictado en la causa "Banco de
Italia y Río de la Plata c. Cobeira Rey Teresa" (1983/10/10, La Ley, 1983-D,
476) tiene dicho que el comprador de un inmueble embargado por una suma
determinada que deposita en pago el importe a que asciende el embargo,
puede obtener el levantamiento de la pecautoria".
Hemos sostenido que esta conclusión es de difícil tolerancia pues se
pondera el valor seguridad en una dimensión excesiva, desatendiendo la
finalidad del embargo preventivo. Incluso más, se alienta con este fallo a las
ventas simuladas dándole oportunidad a los deudores recalcitrantes para eludir
la acción de la justicia (Gozaíni, Osvaldo Alfredo, Respuestas Procesales, tomo
1, editorial Ediar, Buenos Aires, 1991, pág. 78).

Bienes inembargables

Art. 219. -- No se trabará nunca embargo:


1. En el lecho cotidiano del deudor, de su mujer e hijos, en las ropas y muebles de su
indispensable uso, ni en los instrumentos necesarios para la profesión, arte u oficio que
ejerza.
2. Sobre los sepulcros, salvo que el crédito corresponda a su precio de venta,
construcción o suministro de materiales.
3. En los demás bienes exceptuados de embargo por ley.
Ningún otro bien quedará exceptuado.

1. Reglas generales
La prohibición de embargar bienes tiene dispuesto en el código una
clasificación que enumera tres calidades o condiciones que no representan
siquiera una mínima parte de las múltiples excepciones que en la práctica
cotidiana suceden.
Este no es un problema nuevo, pues con el paso del tiempo y en razón
de fundamentaciones distintas (humanitarias, políticas, sociales, económicas,
etc.) se ha ido produciendo un notable incremento en las causales de exención.
Suelen clasificarse las reglas de inembargabilidad con criterios dispares:
a) razones de interés público, social o privado; b) por razón de los sujetos; c)
por la finalidad que el bien tiene previsto para su realización; d) por tener
carácter alimentario; e) por afectar un servicio público, etc. (Cfr. Cachón
Cadenas, Manuel, ob. cit., pág. 312).
Hay bienes que además de ser inembargables son inalienables como los
bienes del dominio público; las partes en copropiedades de edificios afectados
al régimen de propiedad horizontal; o se trate de bienes afectados como
patrimonio cultural, artístico o arquitectónico.
El principio según el cual los bienes del deudor constituyen la garantía
de sus acreedores no es absoluto. Así se ha reconocido al deudor el derecho
de preservar de toda injerencia de sus acreedores, aquellos bienes que le son
necesarios para la subsistencia material y moral de sí mismo y de su familia y
para llevar una vida digna y mínimamente decorosa.
En síntesis es este el criterio que se encuentra plasmado en el art. 219
del Código Procesal, aunque ciertamente existen confusiones reconocidas
como al indicarse que, tratándose de muebles sobre los cuales la interpretación
judicial no ha sido unánime, corresponde que quien solicita la aplicación
extensiva de la norma que contiene el art. 219, demuestre que ellos, en su
caso concreto, le resultan imprescindibles para el mantenimiento del bienestar
propio y el de su familia (CNCiv., SalaF, 1980/08/20, "La Mercantil Andina, Cía.
de seguros c. Bencasa, Mario", La Ley, 1981-A, 71).

2. Lecho cotidiano
La ley establece la concepción de "lecho" con el mismo sentido que
acuerda el código civil, es decir, lugar donde se descansa con carácter
permanente y se tiene como residencia o morada.
Se extiende a las ropas y muebles de uso indispensable, que no
signifiquen ajuares o lujos desmedidos, circunstancias que se deben analizar
en el contexto que se alegue.
La finalidad es no dañar y permitir que, pese al embargo, se pueda
soportar con dignidad.

3. Sepulcros
La ley 4128 en su art. 12, disposición ésta que ulteriormente ha pasado
al art. 219 del Código Procesal, al hacer la salvedad referida al precio de
compra o construcción del sepulcro, resulta evidente que admite el embargo
por estos créditos; y en igual medida permite la ejecución judicial, es decir, la
venta en remate público, lo que no podía ocurrir de admitirse la calificación de
bienes fuera del comercio o extrapatrimoniales.
Aun cuando la ley 4128 es anterior al régimen jurídico vigente para la
concesión de sepulcros, de carácter temporario, la disposición comentada -que
no hace distingos de ninguna naturaleza- persuade de su aplicación al sistema
de concesión por tiempo determinado; de otro modo, sería inimaginable que el
constructor de una bóveda no pudiera percibir su crédito por esa causa, por la
indisponibilidad establecida en normas administrativas municipales.
En suma, de los términos del art. 219, inc. 2°, resulta que no se trabará
nunca embargo sobre los sepulcros salvo que el crédito corresponda a su
precio de venta, construcción o suministro de materiales.
Por eso, cabe concluir que corresponde su interpretación con criterio
estricto ya que así fluye de su propio carácter de excepción. De allí que no
dándose tales supuestos es improcedente la oposición del letrado en resguardo
de sus honorarios, que deviene equivalente a la medida precautoria que
prohíbe la norma procesal. Máxime cuando, como resulta de la denuncia de
bienes, manifestación del mismo profesional e informe de la Dirección de
Cementerios, lo transmitido por la causante es la 1/32 ava parte de la bóveda y
mantener su título en autos también afectaría a los restantes condóminos. (Se
revocó una resolución que había admitido la oposición formulada por un letrado
a que se desglosase el título de propiedad de una bóveda hasta tanto
percibiese sus honorarios) (CNCiv., Sala B, 1981/06/11, "Croce de Murchio,
Sara A.", La Ley, 1982-B, 476 (36.096-S).

4. Bienes de uso indispensable


La restrictiva aplicación del art. 219, no obsta a que se viabilice el
embargo en supuesto de justicia incuestionable, v.gr.: muebles cuyo precio
insoluto se ejecuta, bienes sanitarios, de superfluidad manifiesta, etcétera.
Si bien el televisor puede ser calificado como inembargable en los
términos del art. 219 inc. 1º, pues permite al usuario captar ideas,
conocimientos y noticias conforme al nivel medio de vida alcanzado por la
población, el ejecutado que pretende que sea decretado inembargable debe
demostrar que satisface necesidades primarias, pues principalmente se trata
de un medio que tiende al esparcimiento o la diversión del televidente y su
aporte cultural puede ser suplido perfectamente mediante la utilización de otros
medios (CNCiv., Sala B, 1996/03/13, "López, Ignacio c. Olmo, Raymundo", La
Ley,1996-D, 201 - DJ, 1996-2-706).
También se ha dicho que, si el televisor embargado es en blanco y
negro, dada sus características constituye un bien de uso indispensable en los
términos del art. 219 del Código Procesal (CNCom., Sala A, 1983/11/21,
"Banco Financiero Argentino, S. A. c. Kazimir, Alberto J.", La Ley, 1984-B, 58).

5. Elementos de trabajo
El art. 219 en cuanto alude a la "profesión", "arte" u "oficio", consagra
una norma que propende a proteger el trabajo individual a fin de que el deudor
obtenga el salario o remuneración suficientes para su sustento.
Por lo tanto, sólo resultan comprendidos dentro de su marco los
implementos, herramientas, y útiles manuales de trabajo, quedando -por ende-
excluidas, las instalaciones, maquinarias o instrumental mecánico que importan
una acumulación de capital.
Si los bienes sujetos a embargo conforman objetivamente instrumentos
necesarios para la profesión, arte u oficio que ejerza el afectado, corresponde
aplicar la regla que en torno a su inembargabilidad establece el art. 219, inc. 1°,
siendo a cargo del embargante la demostración de que, por su abundancia o
características, la afectación de esos bienes no obsta el ejercicio de aquellas
actividades (CNCiv., Sala A, 1991/10/07, "Delbene, Gustavo c. Bianchi,
Fernando", La Ley, 1992-A, 462 - ED, 145-157).
La inembargabilidad establecida para los instrumentos necesarios para
la profesión, arte u oficio, no alcanza a los implementos utilizados para el
ejercicio del comercio, en especial a un camión destinado al transporte de
mercaderías (CNCiv., Sala F, 1998/03/17, "Rodríguez, Carlos M. c. Condori,
Gustavo D.", La Ley, 1998-E, 285).
Asimismo, se ha dicho que la "Enciclopedia Británica" y una antigua
máquina de escribir, no son bienes embargables del alimentante -que es
escritor-, por ser- en el caso- instrumentos necesarios para su profesión, "arte"
u "oficio", de acuerdo con lo dispuesto en el artículo en comentario.
Ello más si se tiene en cuenta que el demandado consintió el embargo y
remate de una gran cantidad de obras literarias de su pertenencia,
oponiéndose sólo respecto de aquellos elementos (CNCiv., Sala B, 1979/04/10,
"S. de B., M. V. c. B., R.", La Ley, 1979-C, 215).
Lo que persigue el dispositivo legal, no es salvaguardar todos los
instrumentos útiles para el mejor desempeño profesional, sino que propende a
proteger el trabajo individual a fin de que el deudor obtenga ingresos para su
sustento.
Por eso, no es procedente el levantamiento del embargo trabado sobre
un automotor de propiedad del demandado, por entender que al encontrarse
afectado al servicio de taxi constituye el medio necesario para su sustento, en
virtud que los bienes no resultan inembargables por su propia naturaleza sino
que es menester probar su necesariedad para el ejercicio de la profesión, arte
u oficio. (C.Civ. y Com. Quilmes, Sala II, 1998/06/26, "Mansilla, Mónica c.
Estebac, Carlos D.", LLBA, 1999-254).

6. Bienes exceptuados por ley


Las excepciones son varias y se pueden enunciar entre otras:
a) Los créditos por alimentos (art. 374, Código Civil).
Se afirma que el art. 374l, en concordancia con lo dispuesto en el art.
825 del mismo ordenamiento, establece que la obligación de prestar alimentos
no puede ser compensada con ninguna obligación. Este criterio legal se basa
en el principio en virtud del cual no pueden ser compensados los créditos
inembargables, pues la compensación supondría para el acreedor un pago
forzado sin su voluntad o aquiescencia (CNCiv., Sala B, 1998/05/21, "O., S. M.
c. B., O.", La Ley, 1999-B, 840, J. Agrup., caso 13.609).
Asimismo, se agrega que la compensación legal es una forma directa de
la compulsión o ejecución coactiva, pues el acreedor que la invoca provoca un
resultado similar al de un cobro forzado al lograr una liberación coactiva
patrimonialmente equivalente. Por ello, el crédito que se pretende compensar
no debe estar sustraído al poder de agresión de los acreedores; característica
esta última que no se compadece con el crédito alimentario, que es
inembargable en virtud del art. 374, "in fine", del Código Civil (mismo fallo
anterior).

b) El usufructo de los padres sobre los bienes de los hijos


El usufructo de los padres sobre los bienes de los hijos es el derecho
que les asiste de percibir los frutos de aquéllos, con cargo de invertirlos en
primer término en el cumplimiento de los deberes legales que les son
inherentes; por ello, el derecho del padre a incorporar a su patrimonio el
producido del usufructo no se ejerce sino en la medida del excedente, una vez
satisfechas las cargas previstas en el art. 291 del Código Civil.
Estas cargas del usufructo de los padres por gastos de subsistencia y
educación de los hijos -previstas en el art. 291 inc. 2º, Código Civil- son
debidos no como usufructuarios, sino con prescindencia de que los hijos
tengan o no bienes, pues la propiedad de bienes en cabeza del menor no
excluye la obligación alimentaria de los padres inherente a la patria potestad,
sin perjuicio de su absolita inembargabilidad (CNCiv., Sala E, 1999/11/04, "B.
L., M. L. c. G., A.", La Ley, 2000-E, 253 - ED, 188-86).

c) El bien de familia (art. 38, Ley 14.394).


El art. 38 de la ley 14.394 establece el principio de inembargabilidad e
inejecutabilidad del bien de familia por deudas posteriores a su inscripción
como tal, e implica, "a contrario sensu", la posibilidad de embargar y ejecutar
dicho bien por créditos anteriores a su inscripción (CNCiv., Sala F, 1998/10/06,
"Guzmán, Julio S. c. Villar, Nilda E.", La Ley, 1999-F, 739 (42.026-S).
La renuncia a la afectación de un inmueble como bien de familia obsta a la
aplicación de esta norma, lo cual torna viable el pedido de citación de venta del
inmueble embargado.
La noción de "deudas posteriores" sobre la que se otorga indemnidad, debe
interpretarse como referida temporalmente al nacimiento de la obligación, y no
a su vencimiento o a la fecha desde la cual ésta se hizo exigible, pues de lo
contrario se prestaría al fraude a los acreedores (CNCom., Sala A, 1999/04/29,
"Morrone Automotores S.A. c. Castelli, Pedro H.", La Ley, 1999-E, 125 - DJ,
1999-3-422).

d) Los sueldos y jornales


El decreto-ley 6754/43 -ratificado por ley 13.894 (Adla, IX-A, 431)-, al
exigir como requisito formal para la traba del embargo que el juicio en que se
decrete sea ordinario con sentencia firme, no constituye un privilegio para
determinado sector del país ni viola norma constitucional alguna, sino que, por
el contrario, sus disposiciones se limitan a proteger la retribución del empleado,
dejando intacto el derecho de los acreedores para perseguir otros bienes
(CNCom., Sala A, 1998/12/23, "Leonardi, Domingo c. Arévalo, Emilia", La Ley,
1999-D, 13 - DJ, 1999-2-858).
Este decreto -que declara inembargables los sueldos, salarios,
pensiones y jubilaciones de los empleados y obreros de la Administración
nacional, provincial y municipal y de las entidades autárquicas- no es aplicable
a quienes integran el Poder Judicial o sus empleados. Ello es así, pues, no
corresponde interpretar analógicamente una regla que establece una
excepción, toda vez que la interpretación de las mismas debe efectuarse
restrictivamente (CNCom., Sala B, 1998/12/29, "Díaz, Oscar J. c. Masud de
Sánchez Parruchi, Marcela A.", La Ley, 2000-A, 62).

Levantamiento de oficio y en todo tiempo

Art. 220. -- El embargo indebidamente trabado sobre alguno de los bienes enumerados
en el artículo anterior podrá ser levantado, de oficio o a pedido del deudor o de su
cónyuge o hijos, aunque la resolución que lo decretó se hallare consentida.

1. Levantamiento de embargo
Las normas sobre inembargabilidad son de orden público, de manera
que de haberse practicado sobre un bien que no corresponde, y aun cuando
las terceristas carezcan de legitimación para solicitar el levantamiento del
embargo, ello no impide que el juez haga uso de las facultades otorgadas que
el código le acuerda para levantarlo de oficio (CNCom., Sala C, 1996/11/29,
“San Román, Alicia y otros en Moyano, Carlos c. Sánchez, Avelino”, La Ley,
1997-F, 433).
El pedido de levantamiento efectuado por el deudor, cónyuge o hijos en
su nombre, o por derecho propio si estuviesen afectados por la medida, se
puede requerir hasta el momento de realización de los bienes, y aun estando
éstos en poder del martillero y estuviesen listos para el remate judicial.

SECCION 3ª -- Secuestro

Procedencia
Art. 221. -- Procederá el secuestro de los bienes muebles o semovientes objeto del juicio,
cuando el embargo no asegurare por sí solo el derecho invocado por el solicitante,
siempre que se presenten instrumentos que hagan verosímil el derecho cuya efectividad
se quiere garantizar. Procederá, asimismo, con igual condición, toda vez que sea
indispensable proveer a la guarda o conservación de cosas para asegurar el resultado
de la sentencia definitiva.
El juez designará depositario a la institución oficial o persona que mejor convenga, fijará
su remuneración y ordenará el inventario si fuese indispensable.
1. Conceptos generales
Si bien el Código Procesal, al tratar la procedencia del secuestro, lo hace
sólo con respecto a los muebles o semovientes, en el mismo art. 221 se dice
que procederá, asimismo, con igual condición, toda vez que sea indispensable
proveer a la guarda o conservación de cosas para asegurar el resultado de la
sentencia definitiva (CNCiv Sala C, 1985/03/06, “Acuña, Marcelo y otros c.
Acuña de Vidal Domínguez, J.”, La Ley, 1985-E, 200).
Con ello se quiere aclarar que el secuestro, como medida cautelar actúa
complementando al embargo, pero que también adquiere identidad como
medida conservatoria y necesaria para asegurar, por sí misma, el resultado
eventual de la sentencia.
Por eso, se ha dicho que el secuestro sorpresivo de la historia clínica,
documentación complementaria y eventuales anexos constituye una medida
preliminar de decisiva importancia para afirmar la necesaria primacía de la
verdad jurídica en el proceso seguido contra establecimientos médicos por
negligencia e impericia profesional de sus empleados, por lo tanto debe ser
admitida como diligencia preparatoria en los términos del art. 323 del CPC.
(CNCiv., Sala C, 1999/02/25, "D., M. M. c. Hospital C. A.", ED, 187-42).
En cambio, resulta improcedente si con ello se pretende asegurar antes
que el resultado del juicio, la prueba del derecho alegado (CNCom., Sala A,
1998/12/23, "Chiri S. A. y otros c. House of Fuller", La Ley, 1999-D, 240).
También actúa como medida conservatoria, cuando se trata del
secuestro de la documentación relacionada con un siniestro, obrante en poder
de una compañía de seguros, donde se requiere la demostración de que
resulta necesaria, dado que constituyendo su dictado una excepción al trámite
normal del proceso, la falta de tal recaudo podría comprometer los principios de
igualdad y lealtad, al procurarse una de las partes informaciones por vía
jurisdiccional sin la plenitud del contradictorio (CNCom., Sala A, 2000/04/14,
"Belchor, Carlos A. c. Omega Cía. de seguros", La Ley, 2000-E, 110 - DJ,
2000-3-694).

2. Embargo y secuestro
El secuestro es complementario del embargo, cuando éste por sí solo,
no pueda garantizar el derecho que se pretende resguardar. Por ejemplo, si el
depositario de cosa mueble o semoviente -únicos objetos sobre los que
procede el secuestro- denuncia que estos pierden valor por su conservación, o
por el estado en que que se encuentran el Juez puede ordenar el secuestro de
los bienes para su inmediata realización (art. 205, CPC).
También, si es la misma cosa embargada la que debe responder por el
crédito impago, el secuestro es consecuencia inevitable de la subasta a
realizar, salvo que se deposite en pago las sumas condenadas.
3. Secuestro prendario
En este caso, el secuestro se las cosas responden a un procedimiento
especial.
En efecto, el secuestro prendario tiende a facilitar al acreedor de prenda
la recuperación del crédito que hubiera concedido al deudor moroso, a través
de la ejecución privada del bien gravado.
La orden se dispone en los términos del art. 39 de la ley 12.962 (Adla,
VII, 229) y no importa la iniciación de un proceso de ejecución, pues tiene por
fin que determinados acreedores prendarios procedan a la venta del bien
gravado (CNCom., Sala A, 2000/04/14, "Citibank N. A. c. Sosa, Edgardo", La
Ley, 2000-D, 625, con nota de Redacción).
Por eso se ha dicho que, el secuestro establecido por el art. 39 de la ley
de prenda -en los casos en que el acreedor es el Estado, sus reparticiones o un
banco o entidad financiera autorizada por el Banco Central-, se encuentra
excluido del fuero de atracción del concurso dadas sus características
peculiares y la ausencia de una intervención necesaria del deudor (CNCom.,
Sala C, 2000/03/21, "Banco Río de La Plata c. I. M. P. A. Coop. Ltda.", La Ley,
2000-E, 905 (43.094-S).

SECCION 4ª -- Intervención judicial


Ambito

Art. 222. -- Además de las medidas cautelares de intervención o administración judiciales


autorizadas por las leyes sustanciales, que quedan sujetas al régimen establecido por
ellas, podrán disponerse las que se regulan en los artículos siguientes.

1. Diferencias
El artículo presenta la designación de interventores, en las modalidades
de recaudador e informante, como un supuesto posible pero sujeto a las
disposiciones de las leyes particulares.
Por intervención judicial se entiende a la medida cautelar en cuya virtud
una persona designada por el juez, en calidad de auxiliar externo de éste,
interfiere en la actividad económica de una persona física o jurídica, sea para
asegurar la ejecución forzada, caso del interventor recaudador, o para impedir
que se produzcan alteraciones perjudiciales en el estado de los bienes, caso
del interventor informante, o del interventor administrador o coadministrador
(CNCiv Sala A, 1994/06/28, “Cocimano, Victorio c. Consorcio de Propietarios
Avenida del Libertador 4730”, La Ley, 1995-C, 143).
Por su parte, la figura del interventor recaudador sólo resulta viable si es
insuficiente el embargo trabado con anterioridad, pues se trata de una medida
complementaria de aquél que carece, por ende, de autonomía procesal, en
tanto sólo funciona subsidiariamente (CNCom., Sala A, 1996/10/29, "Magatelli,
Ariel c. Vallejos, Carlos R.", La Ley, 1997-B, 662).

2. Requisitos
La designación de un administrador judicial (dado que el código
interpreta que es una modalidad de la intervención) requiere cumplir varias
etapas:
a) La primera es que el órgano que actúa como administrador de la
sociedad o empresa, sea removido de su cargo simultáneamente con la
decisión judicial, o se haya planteado en forma previa; pues de otro modo, de la
misma manera que el Código Procesal otorga la posibilidad de obtener una
medida cautelar antes de que se haya promovido el juicio, debe disponerse su
cesación cuando la demanda no se entable dentro del plazo fijado de diez días
de su traba, so riesgo de conceder a una de las partes la facultad de presionar
a la otra utilizando el poder jurisdiccional (CNCom., Sala B, 2000/05/18,
"Vásquez Pini, Carlos R. c. Vásquez Pini, Horacio A. y otro", La Ley, 2000-F,
984 (43.225-S) - DJ, 2001-1-516).
Si no se ha promovido la acción de remoción del administrador de la
sociedad irregular, la intervención judicial prevista en los arts. 113 de la ley
19.550, y 222 del Cód. Procesal carece de respaldo instrumental que la
justifique (CNCom Sala C, 1994/11/28, “Russo, Alfredo c. Alvarez, Sergio”, La
Ley, 1995-C, 285.)”

b) Asimismo la acción debe plantearla quien sea o haya sido socio,


porque la legitimación procesal radica en su persona.
La designación de un interventor de una sociedad requiere que el
perjuicio que se invoque a esos fines sea de naturaleza tal que exista un
verdadero peligro en la demora en su designación, relativo al interés objetivo
de la sociedad (CNCom., Sala A, 1996/10/15, "Rodríguez, Hilda C. c. Tintorería
Tricolor S. A.", La Ley, 1997-E, 1037 (39.886-S).

c) La designación debe ser el último camino restitutivo para la


ordenación societaria, pues de no haberse promovido la remoción de
coadministradores, la única vía posible es la intervención judicial.
No obstante, es inadmisible la pretensión de remoción del interventor
judicial fundada en que éste estaría ejerciendo una deficiente representación
de la sociedad intervenida en el juicio, pues la gestión del administrador judicial
es absolutamente independiente de las causas que motivaron su
nombramiento y de la sustanciación del pleito (CNCom., Sala A, 1997/08/28,
"Romero, Roberto c. Eabsa S. A.", La Ley, 1998-F, 757 - DJ, 1998-2-562).

d) Finalmente, la intervención no exime de cumplir con los requisitos


generales del art. 195 respecto a la necesidad de acreditar la verosimilitud del
derecho y el peligro en la demora.
Por eso, la medida cautelar de intervención judicial que regulan los arts.
113 y sigtes. de la ley 19.550 (Adla, XLIV -B, 1319), y 222 y ss. del Código
Procesal, en principio, no resulta procedente respecto de sociedades no
constituidas regularmente. (CNCom., Sala C, 1994/11/28, "Russo, Alfredo c.
Alvarez, Sergio", La Ley, 1995-C, 285).
También es improcedente la designación de un interventor judicial para
obtener la recaudación de un porcentaje de los ingresos brutos de una
sociedad de responsabilidad limitada, como medida cautelar complementaria
de un embargo recaído sobre las cuotas sociales de dicho ente societario cuyo
titular sería el accionado (CNCom., Sala E, 1995/04/11, "Lami, Mirta G. c.
Bigñe, Francisco A. y otro", IMP, 1995-B, 2854).

3. Sociedades conyugales
Las medidas cautelares solicitadas durante la tramitación del divorcio por
uno de los cónyuges sobre los bienes del ente del que el otro es socio son
improcedentes cuando afectan el desenvolvimiento de la sociedad; pero
cuando no perjudican a los demás socios, como ocurre con la designación de
un interventor cuya función es informar sobre las utilidades que en principio le
corresponderían al accionante, resultan procedentes (CNCiv., Sala M,
1999/11/29, "L., A. v. L., E. E.", JA, 2000-II-458).

Interventor recaudador

Art. 223. -- A pedido de acreedor y a falta de otra medida cautelar eficaz o como
complemento de la dispuesta, podrá designarse a un interventor recaudador, si aquélla
debiere recaer sobre bienes productores de rentas o frutos. Su función se limitará
exclusivamente a la recaudación de la parte embargada, sin injerencia alguna en la
administración.
El juez determinará el monto de la recaudación que no podrá exceder del cincuenta por
ciento de las entradas brutas; su importe deberá ser depositado a la orden del juzgado
dentro del plazo que éste determine.

1. Procedencia del interventor recaudador


Cabe recordar que esta medida solo procede cuando se trata de
sociedades efectivamente constituidas y no respecto de sociedades de hecho o
unipersonales. Por eso se reitera que la medida cautelar de intervención
judicial que regulan los arts. 113 y sigtes. de la ley 19.550, y 222 y sigtes. del
Código Procesal, en principio, no resulta procedente respecto de sociedades
no constituidas regularmente (CNCom Sala C, 1994/11/28, “Russo, Alfredo c.
Alvarez, Sergio”, La Ley, 1995-C, 285.)”
La medida únicamente se dispone a pedido de parte, y siempre que sea
acreditada la insuficiencia del embargo o de otra medida cautelar ya otorgada.
La orden debe procurar no entorpecer la marcha regular de la empresa,
aun cuando se le puede afectar hasta el cincuenta por ciento (50 %) de los
ingresos provenientes de su recaudación diaria.
Finalmente, el interventor recaudador no participa ni tiene injerencia en
la administración.
En este sentido se afirma que, de conformidad con el art. 223, la
intervención del recaudador no implica interferir en el aspecto profesional del
consultorio donde el demandado desempeña su profesión. Para cumplir con su
función de retener los ingresos y liquidarlos, el interventor recaudador puede
expresar únicamente el número de facturas o recibos que se otorguen sin
expresar el nombre de las personas que abonen las consultas y actuando de
modo tal que su presencia no altere la privacidad propia del quehacer
profesional (CNCiv Sala A, 1992/12/09, “H., C. S. c. P., O. A.”, La Ley, 1993-A,
432).
Ahora bien, corresponde rechazar la medida cautelar de nombramiento
de interventor recaudador, toda vez que si procede la acción principal de
rendición de cuentas, la eventual condena de rendir cuentas no se asegura con
aquella medida cautelar. En efecto, resulta evidente no sólo la falta de
congruencia entre la medida solicitada y la acción de fondo en trámite sino
también la ausencia de verosimilitud actual del derecho (CNCom., Sala A,
1999/05/28, "González, Urbano c. Cosolito, Claudia P.", La Ley, 1999-E, 562).

2. Funciones del interventor recaudador


Como complemento de su función, puede acotar situaciones puntuales
respecto a las dificultades que tenga para realizar su cometido y recaudar
conforme le ha ordenado el Juez en la diligencia que le encomendó celebrar.
Con este encuadre, se advierte que, atento a lo informado por el deudor
acerca de la inexistencia de contabilidad en la empresa debido a su gran
atraso, la reticencia del personal en facilitar los datos que solicita, la ausencia
permanente del único gerente y la virtual cesación de pagos en que se
encuentra la entidad, no parece dudoso que los derechos de la actora de la
esposa actora en el juicio de divorcio, nunca socia -junto con su cónyuge- en la
sociedad de responsabilidad limitada, pueden verse seriamente afectados de
mantenerse la situación actual. Por ello, aun cuando los hechos enunciados no
parecen de una magnitud tal como para autorizar la remoción del cónyuge
administrador, procede la designación de interventor judicial, a los efectos de
que vigile el desenvolvimiento de la empresa, con los alcances establecidos en
el art. 223 (anterior redacción) (CNCiv Sala A, 1980/12/19, “B. de C. M. D., L. c.
C. M. D., F. J.”, ED, 93-399).
Además, si la designación de un interventor recaudador procede cuando
se trata de materializar la recaudación sobre bienes productores de rentas o
frutos, constituyendo una forma de ejecución del embargo que está sujeta a los
requisitos de éste (CNCiv., Sala H, 1997/06/24, "Falke, Rolando H. y otros c.
Asociación Mutual Latinoamericana de Viviendas", La Ley, 1997-F, 964
(40.115-S).
Si la medida se practica en extraña jurisdicción, le corresponde al juez
oficiante proveer la pretensión de ampliación de facultades del interventor
recaudador designado, aun cuando las medidas relativas a la ejecución de la
cautelar hayan sido delegadas en el juez oficiado, pues lo solicitado implica la
graduación de la intensidad de dicha medida precautoria.
No obsta a ello la delegación de competencia en lo referido al
cumplimiento de la misma, que no hace a la determinación de sus alcances
(CNCom., Sala A, 1996/05/08, "Beneventano, Osvaldo L. c. Empresa Hotelera
Americana y otro", La Ley, 1997-C, 970 (39.566-S).
En orden a una eventual clasificación de las atribuciones y deberes del
interventor judicial, cabe decir que ello depende no sólo del tipo de intervención
sino también de las atribuciones que puntualmente le indique el juez en cada
caso particular; por ello es que la designación de un interventor, aun con las
más amplias facultades de administración, no implica la pérdida de legitimación
de las autoridades naturales de la sociedad para seguir actuando en el proceso
en que la medida cautelar fue decretada (CNCom., Sala A, 1997/08/28,
"Romero, Roberto c. Eabsa S. A.", La Ley, 1998-F, 757 - DJ, 1998-2-562).

3. Condiciones de procedencia y características


La medida precautoria de intervención judicial (recaudador) procede,
únicamente, como complemento del embargo y siempre que no hubiera una
medida cautelar más eficaz.
Tratándose de ejecutar una sentencia, si no se ha intimado ni practicado
liquidación que permita conocer suficientemente el monto final que se debe
sufragar, la medida es prima facie improponible.
Por eso, afirma Palacio, que pese a la aparente generalidad de los
términos que utiliza la primera parte del artículo 223, "la intervención sólo
procede como complemento de un embargo, el cual además, debe haber
recaído sobre ingresos que se perciben en forma sucesiva, como sucede, v.gr:
con los honorarios profesionales, los arrendamientos o las entradas a
espectáculos públicos" (Derecho Procesal Civil, tomo VIII, cit., pág. 205).
Además, insiste en reconocido profesor argentino, "...constituye requisito
de procedencia de la medida analizada el hecho de que el destinatario del
embargo no haya cumplido con la intimación judicial de depositar las sumas
embargadas" (pág. 206).
Es también el pensamiento de Podetti, quien afirma que no corresponde
decretar "in limine" la intervención sin antes haberse efectivizado el embargo
preventivo, pues esta medida cautelar es complementaria o subsidiaria del
embargo, llegándose a su adopción cuando los bienes embargados por su
naturaleza no son susceptibles de ser realizados económicamente (Tratado de
las medidas cautelares, cit., nº 84).
También así lo sostienen Morello-Sosa-Berizonce, al interpretar que es
una medida de excepción que resulta carente de autonomía procesal pues,
previamente, debe haberse decretado el embargo y gestionado
infuctuosamente su cumplimiento (Códigos procesales en lo civil y comercial de
la provincia de Buenos Aires y la Nación, editorial Platense-Abeledo Perrot,
tomo II-C, cit., pág. 864).

Interventor informante

Art. 224. -- De oficio o a petición de parte, el juez podrá designar un interventor


informante para que dé noticia acerca del estado de los bienes objeto del juicio o de las
operaciones o actividades, con la periodicidad que se establezca en la providencia que
lo designe.

1. Procedencia de interventor informante


El art. 224 prevé la posibilidad de designación, como medida
precautoria, de un interventor informante, que ilustre al tribunal acerca de las
operaciones que constate en el lugar de su destino y sin abrir juicio, en
principio, sobre la regularidad o corrección con que se desempeña la actividad
sujeta a contralor.
El propósito aludido no equivale a la realización de una exhaustiva
pericia contable, ni se confunde con el gobierno del establecimiento mercantil
afectado. De allí que el nombramiento del colaborador vaciaría de contenido
principal la propia intervención dispuesta (CNCiv Sala B, 1982/03/26, “T. de G.,
M. E. c. G., A.”, La Ley, 1982-D, 434).
Ya hemos señalado en los requisitos generales, la necesidad de
acreditar los extremos de verosimilitud del derecho y el peligro en la demora;
por tanto es improcedente la designación de un interventor veedor solicitada
como medida cautelar, si el derecho invocado asi no se presenta, pues existe
controversia entre las partes y hechos sujetos a comprobación, que
demandarán instrucción probatoria (CNCom., Sala B, 1996/06/11, "Laboratorio
Beta S. A. c. Besser, Alberto J. y otro", La Ley, 1996-E, 648 (39.009-S).

2. Supuestos de exclusión
Es improcedente solicitar la designación de un interventor informante si
con ello se pretende obtener una prueba directa o indirecta merced a la
información que el veedor produzca.
Por eso, la simple manifestación de que los elementos que acreditan los
argumentos expuestos como fundamento de la medida pueden reunirse con el
resultado de la intervención, significaría de ser designado un interventor, la
adopción de una medida ex extremo peligrosa para los derechos del afectado.
En este sentido conviene remitir al fallo dictado por la Cámara Comercial
Sala B, 1996/09/10, "Transportadora de Productos Argentinos S. A. s/ ped.
quiebra por: Rodríguez Consoli, Maximiliano", La Ley, 1998-D, 878 (40.655-S).
Asimismo, se ha observado que la designación del interventor
informante prevista se encuentra excluida del régimen de la intervención
cautelar de la ley de sociedades comerciales, pues el cometido genérico de ese
funcionario es dar noticia acerca de los bienes objeto del juicio o de las
operaciones de la sociedad, sin interferir en la administración de ella (CNCom.,
Sala D, 1996/08/30, "Scalercio, Fernando A. y otros c. Rossi, Cristián y otros
s/medida prec. s/inc. prev. por el art. 250 del Cód. Procesal", La Ley, 1997-D,
890, J. Agrup., caso 11.862).
Ahora, si se designó interventor por seis meses de un comité ejecutivo
de un sindicato de acciones, resulta improcedente que los integrantes del
mismo objeten la medida, con fundamento en que deviene inaplicable la ley
19.551, sin controvertir la aplicabilidad del régimen común de las medidas
cautelares (CNCom., Sala D, 1999/06/04, "Di Leo, Vito y otro c. Comité
Ejecutivo de Acciones clase C de Telecom S. A. y otros", IMP, 1999-B, 2792).

3. Ejemplos de procedencia
Corresponde designar un interventor veedor si desde la constitución de
la sociedad el socio no logró conocer la marcha de los negocios del ente, ni
consultar los libros de comercio y se le negó el ingreso al lugar fijado para la
realización de la asamblea por él impugnada (CNCom., Sala D, 2000/04/06,
"Límoli, José J. c. Corrientes 2048 S. A. y otro", La Ley, 2000-F, 982 (43.215-S)
Asimismo, se ha dicho que si de la documentación agregada surge que
el demandado posee el 80 % del capital accionario de la sociedad en
comandita por acciones, siendo además el único socio comanditado, el tribunal
conceptúa que se encuentran reunidos en la especie los extremos
excepcionales que justifican la intervención judicial decretada por el a quo,
máxime cuando la misión encomendada al funcionario designado se limita a la
de veedor o mero informante en los términos del art. 224 del Código Procesal,
por lo que su situación, por su propia y limitada naturaleza, no habrá de afectar
la normal actividad de la sociedad (CNCiv., Sala F, 1985/08/09, “T. de D., R. A.
c. D., P. F.”, La Ley, 1986-A, 44).

Disposiciones comunes a toda clase de intervención


Art. 225. -- Cualquiera sea la fuente legal de la intervención judicial y en cuanto fuere
compatible con la respectiva regulación:
1. El juez apreciará su procedencia con criterio restrictivo; la resolución será dictada en
la forma prescripta en el artículo 161.
2. La designación recaerá en persona que posea los conocimientos necesarios para
desempeñarse atendiendo a la naturaleza de los bienes o actividades en que
intervendrá; será, en su caso, persona ajena a la sociedad o asociación intervenida.
3. La providencia que designe al interventor determinará la misión que debe cumplir y el
plazo de duración que sólo podrá prorrogarse por resolución fundada.
4. La contracautela se fijará teniendo en consideración la clase de intervención los
perjuicios que pudiere irrogar y las costas.
5. Los gastos extraordinarios serán autorizados por el juez previo traslado a las partes,
salvo cuando la demora pudiere ocasionar perjuicios; en este caso, el interventor deberá
informar al juzgado dentro del tercero día de realizados.
El nombramiento de auxiliares requiere siempre autorización previa del juzgado.

1. Criterios comunes
La designación de ambos tipos de administración o intervención judicial
es de carácter restrictivo, operan siempre sobre la base de la inutilidad o
inoperancia de otras medidas cautelares.
Además, como se observó con anterioridad, estas medidas atienden las
administraciones societarias que sin perder el control de la empresa, pueden
verse resentidas en cuestiones donde los derechos en conflicto pueden estar
controvertidos y sin suficiente verosimilitud para cualquiera de las partes.
La admisión de una de estas formas se dispone como providencia
interlocutoria de manera que admite sendos recursos de reposición con
apelación en subsidio, o directo (art. 198 párrafo final).
La designación de interventor es intuito personae, de modo tal que se
debe tener en cuenta los conocimientos adquiridos en la función que deba
desempeñar y su absoluto desinterés respecto a las partes. Por eso no se
puede designar a quien haya estado vinculado con la empresa donde deba
cumplir la tarea rogada.
El inciso 259 de la ley 24.522 establece que debe ser una persona
especializada en el área respectiva o con título universitario en administración
de empresas.
La intervención o administración se dispone por un tiempo determinado,
o hasta recaudar un importe establecido, de modo tal que son plazos
prorrogables por resolución fundada.
Se disponen mediante contracautela adecuada con la verosimilitud del
derecho invocado, y pueden originar costas que se han de autorizar dentro del
quinto día de sustanciado el pedido entre las partes.
Si los gastos se debieran practicar de urgencia, el interventor deberá
informarlo al juzgado dentro del tercer día de realizados, con el fin de resolver
su admisión.
Finalmente, la designación de colaboradores solo es posible si las
circunstancias lo demuestran, habiéndose resuelto que no corresponde la
contratación de un auxiliar del interventor informante, si dicho nombramiento
excede, prima facie, el volumen relativo del negocio en cuestión y no se
justifica, ni por la complejidad de la tarea del interventor, ni por la índole
alimentaria de la materia en cuya virtud se procede inmediatamente. (CNCiv.,
Sala B, 1982/03/26, “T. de G., M. E. c. G., A.”, La Ley, 1982-D, 434).

Deberes del interventor. Remoción

Art. 226. -- El interventor debe:


1. Desempeñar personalmente el cargo con arreglo a las directivas que le imparta el juez.
2. Presentar los informes periódicos que disponga el juzgado y uno final, al concluir su
cometido.
3. Evitar la adopción de medidas que no sean estrictamente necesarias para el
cumplimiento de su función o que comprometan su imparcialidad respecto de las partes
interesadas o puedan producirles daño o menoscabo.
El interventor que no cumpliere eficazmente su cometido podrá ser removido de oficio;
si mediare pedido de parte, se dará traslado a las demás y al interventor.

1. Deberes propios del cargo


Sin perjuicio del auxilio o colaboración que puede requerir el interventor
en cualquiera de sus modalidades, el cargo a desempeñar tiene en cuenta la
idoneidad que acredita y el carácter intuito personae de la designación.
Se trate de interventor recaudador o informante, en ambas situaciones
deben ser presentados informes periódicos, con la frecuencia que el Juez
indique en las instrucciones dispuestas, con el fin de mantener suficientemente
informado a las partes y al tribunal sobre la eficacia de la cautelar ordenada.
El exceso en las funciones, o las acciones propias de quien pretende
beneficiar con su conducta a alguna de las partes, es causa bastante para
producir la remoción del interventor, sea de oficio o a pedido de partes.

2. Gastos de la gestión
Los eventuales importantes gastos que origina la intervención judicial no
son, ni aproximadamente, equivalente a la de los daños y perjuicios que
contempla el art. 199 del Código Procesal, pues el hecho de que la adopción
de una medida cautelar irrogue gastos, no significa que los mismos constituyan
un perjuicio, pues puede tratarse de simples erogaciones operativas o que, en
definitiva, originen otros ingresos (CNCom., Sala E, 1989/08/02, “Angueira,
Guillermo c. Justo, S. A., Juan B.”, La Ley, 1989-E, 552.)
Los actos realizados por un interventor judicial que no sólo se extralimitó
en sus funciones, sino que también contrató al margen de lo que exigían las
circunstancias y los principios jurídicos y morales, no obligan a la asociación
intervenida que no se benefició o aprovechó de tales actos (CNCiv., Sala B,
1965/02/26, Rep. La Ley, XXVI, 842, Sum. 5).

Honorarios

Art. 227. -- El interventor sólo percibirá los honorarios a que tuviere derecho, una vez
aprobado judicialmente el informe final de su gestión. Si su actuación debiera
prolongarse durante un plazo que a criterio del juez justificara el pago de anticipos,
previo traslado a las partes, se fijarán éstos en adecuada proporción al eventual importe
total de sus honorarios.
Para la regulación del honorario definitivo se atenderá a la naturaleza y modalidades de
la intervención, al monto de las utilidades realizadas, a la importancia y eficacia de la
gestión, a la responsabilidad en ella comprometida, al lapso de la actuación y a las
demás circunstancias del caso.
Carece de derecho a cobrar honorarios el interventor removido del cargo por ejercicio
abusivo; si la remoción se debiere a negligencia, aquel derecho a honorarios o la
proporción que corresponda será determinada por el juez.
El pacto de honorarios celebrado por el interventor será nulo e importará ejercicio
abusivo del cargo.

1. Honorarios del interventor


La actuación del interventor, a diferencia del sistema anterior que lo
fijaba en seis meses, no tiene en la actualidad tiempo establecido por la ley,
porque lo deja a la discrecionalidad del Juez atendiendo las circunstancias del
caso.
Por ello, la extensión del tiempo puede originar gastos que el interventor
tiene derecho a requerir como pago anticipado. Estas erogaciones anticipadas
a la liquidación final que determina el monto de los honorarios, se pueden
justificar por decisión judicial, y requerirse a las partes previa sustanciación con
ellas sobre el pedido formulado.
Ahora bien, no es este un anticipo de gastos periciales, de manera que
la falta de depósito no origina la pérdida del derecho a que se practique la
medida, pues son honorarios que se anticipan y no gastos que condicionan la
medida precautoria.
Respecto a los honorarios definitivos, estos se fijarán teniendo en cuenta
las pautas generales de toda regulación (importancia del trabajo, eficacia de la
gestión, responsabilidad comprometida, tiempo invertido, etc.); pero no se
establecerá el derecho cuando el interventor sea removido del cargo por causa
suficientemente fundada (el código dice: ejercicio abusivo, o negligencia).
El interventor, finalmente, no puede convenir con las partes un honorario
determinado, porque ello significa ejercer con abuso la función conferida.
Los honorarios regulados siguen las pautas de fijación y arancelamiento
de la ley 21.839.
Ahora bien, si, frente al pedido de aclaratoria formulado, al tribunal
declaró ser suficientemente clara su decisión "sin perjuicio de que los
profesionales oportunamente hagan uso de la facultad acordada por la última
parte del art. 47 de la ley 21.839", el agravio expresado en el recurso
extraordinario, derivado de que no se habría tenido en cuenta la
desvalorización monetaria posterior a la tasación, aparece susceptible de
reparación ulterior al ser posible aun un pronunciamiento sobre el tema de su
reclamo (CS, 1981/03/24, “Sánchez Alzaga, Horacio c. Sánchez Elia, Horacio”,
Fallos, 303:451).

SECCION 5ª -- Inhibición general de bienes y anotación de litis


Inhibición general de bienes

Art. 228. -- En todos los casos en que habiendo lugar a embargo éste no pudiere hacerse
efectivo por no conocerse bienes del deudor, o por no cubrir éstos el importe del crédito
reclamado, podrá solicitarse contra aquél la inhibición general de vender o gravar sus
bienes, la que se deberá dejar sin efecto siempre que presentase a embargo bienes
suficientes o diere caución bastante.
El que solicitare la inhibición deberá expresar el nombre, apellido y domicilio del deudor,
así como todo otro dato que pueda individualizar al inhibido, sin perjuicio de los demás
requisitos que impongan las leyes.
La inhibición solo surtirá efecto desde la fecha de su anotación salvo para los casos en
que el dominio se hubiere transmitido con anterioridad, de acuerdo con lo dispuesto en
la legislación general.
No concederá preferencia sobre las anotadas con posterioridad.

1. Concepto
La inhibición general de bienes es una medida de excepción, sustitutiva
del embargo que puede ordenarse únicamente por carencia, insuficiencia o
desconocimiento de bienes del deudor y siempre que concurran las
circunstancias que autorizan el embargo preventivo.
Como las demás medidas cautelares, la inhibición se traba previo
cumplimento de los presupuestos genéricos de verosimilitud del derecho y
peligro en la demora.
Por eso, para que sea procedente levantamiento, debe probarse que
han desaparecido estos requisitos (CNCom., Sala D, 1997/06/05, "Caja de
Crédito Flores Sud, quiebra", La Ley, 1997-F, 600).
También se afirma que, la inhibición general de vender y gravar bienes
es una medida cautelar de carácter subsidiario, pues el mismo art. 22
determina que debe dejarse sin efecto cuando se presentan a embargo bienes
suficientes o se otorga caución bastante (CNCiv., Sala C, 1995/07/18, "Pérez
Botta, José A. c. Coello, María L.", La Ley, 1996-B, 463, con nota de Jorge
Horacio Zinny - DJ, 1995-2-928).
En sentido opuesto, frente al embargo decretado y en caso que éste no
pueda hacerse efectivo por no conocerse bienes del deudor, puede solicitarse
la inhibición general de bienes. Dicho extremo -desconocimiento de bienes- se
tiene por cumplido con la sola afirmación del solicitante (CNCiv., Sala M,
1997/10/21, "Cecchi c. Cía. de Automotores", La Ley, 1998-C, 197).

2. Inhibición derivada de casos judiciales concretos


En tanto la inhibición general de bienes es una medida cautelar derivada
del estado mismo de quiebra e impuesta por la ley, las exigencias relativas a su
dictado y concreción contenidas en el ordenamiento procesal común quedan
relativizadas o directamente pierden virtualidad (CNCom., Sala A, 1994/11/30,
"Banco Central c. Credibono Cía. Financiera", La Ley, 1995-C, 358. - DJ, 1995-
2-396 - IMP, 1995-B, 2163).
Por tanto, y en virtud del art. 106 de la ley 24.522, la sentencia de
quiebra importa el inmediato desapoderamiento de los bienes del fallido sin
necesidad de su publicidad mediante edictos o la inscripción de la inhibición
general de bienes en el correspondiente registro (CNCom., Sala A, 1996/02/05,
"Viuda de José Pons e Hijos S. C. A. y otros s/quiebra", La Ley, 1996-C, 273,
con nota de Eduardo A. Teplitzchi).
Si bien en principio la inhibición general de bienes comprende sólo los
inmuebles, puede hacerse efectiva también sobre otros bienes del deudor que
cuenten con una forma específica de registración y publicidad, como sucede
con los depósitos bancarios. Ello es así porque el art. 228 del Cód. Procesal no
alude exclusivamente a los inmuebles sino a los bienes del obligado, expresión
que debe interpretarse en sentido amplio y en tanto sea posible su
individualización a través de una inscripción registral, no hay motivo para limitar
su alcance (CNCiv., Sala A, 1992/11/18, “M. de W., C. c. W., M. A.”, La Ley,
1993-C, 443, J. Agrup., caso 9088).
También la inhibición puede ser dispuesta en forma voluntaria
instrumentada por acuerdo entre partes, suscripta por instrumento público,
aunque esta modalidad es resistida por las normas registrales (art. 3º inciso d)
del decreto 2080/80 reglamentario de la ley 17.801).

3. Monto de la inhibición
A los efectos de la inhibición general de bienes resulta necesario que se
determine el monto por el cual deberá trabarse dicha medida, pues la
indeterminación trae aparejada la imposibilidad de que el afectado por la misma
pueda conjurar sus efectos de la forma dispuesta por la última parte del art. 228
del Código Procesal (CNCom Sala A, 1999/10/06, “Bayer Argentina S. A. c.
Agroveterinaria Las Perdices S. R. L.”, La Ley, 2000-C, 719 - DJ, 2000-2-638).
A los efectos de la procedencia de la medida de inhibición general de
bienes, si la pretensión principal tiende al cobro de daños y perjuicios deviene
necesaria la acreditación, al menos "prima facie", del daño que haría posible el
resarcimiento pecuniario, pues tal medida debe adecuarse a la importancia
económica del derecho que se persigue garantizar para no trabar
innecesariamente al presunto deudor en la libre disposición de sus bienes,
causándole un perjuicio inútil (CNCom., Sala A, 1999/05/28, "Cartecolor S. A. c.
Publipal Publicidad S. R. L.", La Ley, 1999-E, 279 - DJ, 1999-3-646).

4. Preferencias
La inhibición general de bienes no concede prioridad sobre otra medida
de igual naturaleza trabada con posterioridad y mucho menos respecto del
embargo (CNCom., Sala A, 2000/06/29, "Pirosanto Zavalla, Miguel A. c.
Resnik, Silvia B.", La Ley, 2000-F, 978 (43.200-S).

Anotación de litis

Art. 229. -- Procederá la anotación de litis cuando se dedujere una pretensión que
pudiere tener como consecuencia la modificación de una inscripción en el registro
correspondiente y el derecho fuere verosímil. Cuando la demanda hubiere sido
desestimada, esta medida se extinguirá con la terminación del juicio. Si la demanda
hubiese sido admitida se mantendrá hasta que la sentencia haya sido cumplida.

1. Fundamentos de la medida
La medida cautelar contemplada por el art. 229 está destinada a
asegurar la publicidad del juicio cuya pretensión pueda tener como
consecuencia la modificación de la inscripción del bien en el registro
correspondiente.
Si bien de su se desprende que la anotación de litis es de aquellas
medidas que sólo pueden solicitarse una vez deducida la demanda, lo que
descarta implícitamente la posibilidad que la litis se anote con anterioridad a la
interposición de la demanda principal, debe tenerse en cuenta el impacto
producido sobre tal norma por la ley 24.573 de mediación obligatoria. En virtud
de ello, dado que quienes solicitan la medida cautelar han formalizado la
presentación prevista en el art. 4º de esa ley, la petición resulta oportuna.
(CNCiv., Sala B, 1997/04/24, “Harcavi, Meir y otro c. Gdud, Juan y otros”, La
Ley, 1997-E, 843 - DJ, 1997-3-671).
En tal sentido se ha dicho que, la falta de iniciación del procedimiento de
mediación obligatoria no obsta a que se decrete la anotación de litis (CNCiv.,
Sala L, 1999/06/16, "Consorcio Libertad 1168/70/72 c. Bevacqua, María G.",
JA, 2000-III-604).

2. Requisitos
Para la procedencia de la anotación de litis, no es necesario acreditar el
peligro en la demora, pues se desprende de la misma finalidad de la medida.
Este peligro por la morosidad resulta de la plena disponibilidad de bienes
de relativamente fácil enajenación que, de concretarse, implicaría el
frustramiento de la sentencia eventualmente favorable a los actores (CNCiv.,
Sala B, 1997/04/24, "Harcavi, Meir y otro c. Gdud, Juan y otros", La Ley,1997-
E, 843 - DJ, 1997-3-671).
Asimismo, no es menester exigir contracautela previa a la anotación de
la litis si el banco peticionario de la medida es "reconocidamente abonado"
(arts. 200, Cód. Procesal) (CNCom., Sala D, 1997/10/31, "Sviatschi, Miguel O.,
s/ ped. de quiebra por: Banco Mercantil Argentino", La Ley, 1998-B, 937, J.
Agrup., caso 12.640).
No obstante, la medida cautelar que se comenta está condicionada a la
deducción de una pretensión que pueda tener como consecuencia la
modificación de la inscripción en el Registro correspondiente, y a la
circunstancia de que el derecho invocado como fundamento de la acción sea
verosímil (CNCiv., Sala A, 1995/11/21, "Siraveña de Denatale, Mary Rosa c.
Bernal, Luis y otros", La Ley, 1996-A, 727).

3. Efectos
La anotación de litis no impide la libre disposición del bien litigioso, pues
su finalidad consiste en descartar la posibilidad de que quien adquiera u
obtenga la constitución de un derecho real sobre el bien en cuestión, se
ampare válidamente enla presunción de buena fe que como principio general
instituye el art. 2362 del Código Civil (CNCiv., Sala A, 1995/11/21, "Siraveña de
Denatale, Mary Rosa c. Bernal, Luis y otros", La Ley, 1996-A, 727).
Por ejemplo, se ha dicho que es procedente cuando va dirigida a que los
terceros que puedan disponerse a contratar con la afectada por una de las
medidas derivadas de la aplicación del art. 79 de la ley 11.723 (Adla, 1920-
1940, 443), tengan conocimiento de la existencia del pleito (CNCiv., Sala C,
1994/02/24, "The Walt Disney c. Multimedia Ed.", La Ley, 1994-C, 584, J.
Agrup., caso 9847).
Cabe observar que la noticia de litigio no impide la transferencia del bien
afectado a ella, pero permite que su adquirente esté informado de la existencia
del juicio y de la naturaleza del mismo.
Por ello, no podrá luego, si quien pidió la medida triunfa en el pleito,
ampararse en la presunción de buena fe (CNCiv., Sala F, 1997/08/14, "Salinas,
Nélida R. c. Reija, Rubén", La Ley, 1998-A, 430).

4. Modalidades
La anotación marginal que consta en el plano, ordenada por la autoridad
administrativa -en el caso, observación indicativa de una superposición de
límites- se asemeja, en cuanto a su finalidad, a una anotación de litis. En
efecto, su objeto es dar publicidad al litigio para que los terceros no puedan
alegar buena fe en el caso de modificarse la inscripción registral (CNCom.,
Sala B, 1996/09/19, "Arroyo de Alpataco S. A. s/quiebra s/inc. de reiv. por la
quiebra de: Falaschi de Fernández, Hermenegilda", La Ley, 1997-B, 744).
También se ha dicho que la medida cautelar de anotación de litis en el
libro de registro de acciones resulta formalmente procedente cuando el juicio
pudiera tener como consecuencia la modificación de sus asientos. Además, si
se ha admitido el embargo de acciones con inscripción en el mentado libro, no
existe óbice para conceder una medida de entidad inferior a aquélla (CNCom.,
Sala E, 1997/08/20, "MYF S. A. c. Sociedad Entrerriana de Electrificación
Sedelec S. A. y otros", IMP, 1998-3-135).
En este aspecto se afirma que es procedente acoger la precautoria que
se comenta, en el libro de registro de acciones dentro del marco de un proceso
en el que se demanda el cumplimiento del contrato de compraventa de
acciones, que se han adquirido mediante el ejercicio del acuerdo de
"preferencia". Ello porque: a) la eventual admisión de la demanda podría incidir
sobre la registración respectiva; b) media dual inteligencia de cláusulas
estatutarias que reglan la transferencia de acciones cuyo real significado, su
extensión y su interpretación definitiva sólo podrá efectuarse en la sentencia; y
c) existe interés de los demandados en vender sus tenencias accionarias
(mismo fallo anterior).

SECCION 6ª -- Prohibición de innovar. Prohibición de contratar

Prohibición de innovar

Art. 230. -- Podrá decretarse la prohibición de innovar en toda clase de juicio, siempre
que:
1. El derecho fuere verosímil.
2. Existiere el peligro de que si se mantuviera o alterara en su caso, la situación de
hecho o de derecho, la modificación pudiera influir en la sentencia o convirtiera su
ejecución en ineficaz o imposible.
3. La cautela no pudiere obtenerse por medio de otra medida precautoria.

1. Concepto
La prohibición de innovar apunta a la preservación de una situación de
hecho o de derecho existente en un momento procesal determinado, pero de
ningún modo constituye la vía idónea para evitar la promoción o prosecución de
otras causas, aunque posean actual o eventual incidencia sobre el objeto del
juicio en el que se pide la medida.
En caso contrario, se violaría el derecho de índole constitucional de
ocurrir ante el órgano jurisdiccional, o se estaría reconociendo a un magistrado
facultades de revisión de la actividad jurisdiccional de otro, que nuestro
ordenamiento jurídico no le otorga.
Como las demás medidas cautelares, la presente no exige el examen de
la certeza sobre la existencia del derecho pretendido, sino sólo su verosimilitud.
Por ello se ha dicho que, resultan suficientemente acreditados los
presupuestos establecidos por el art. 230, por lo que corresponde hacer lugar a
la medida de no innovar respecto de las actividades que la Dirección Provincial
de Rentas pueda eventualmente efectuar tendientes al cobro de la suma
devengada por la aplicación del impuesto a los ingresos brutos (CS,
1997/05/22, “Empresa Distribuidora Sur Sociedad Anonima -Edesur S.A. c/
Provincia de Buenos Aires y Otro.”, IMP, 1997-B-2780).
En líneas generales, estamos frente a una medida cautelar de carácter
excepcional cuya admisibilidad debe valorarse con criterio restrictivo, debiendo
agregarse otro requisito para su procedencia, cual es la posibilidad de que se
consume un daño irreparable (CNCiv., Sala A, 1996/03/15, "Savastano, Pablo
A. c. Municipalidad de Buenos Aires", La Ley, 1996-D, 868 (38.910-S)

2. Requisitos
El art. 230 prevé la prohibición de innovar bajo dos hipótesis posibles. La
primera apunta a la posibilidad de que el proceso principal resulte
comprometido si, desde el principio, no se dispone determinada modificación
en el estado fáctico o jurídico, retrotrayéndolo a un estado anterior o
estableciendo uno nuevo. La segunda contempla el peligro que para el
resultado del proceso principal significaría la modificación de la situación de
hecho o de derecho existente al tiempo en que se requiere tal medida cautelar
(CNCiv., Sala E, 1998/02/24, “Mendizábal, Fanny T. y otros c. Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires”, La Ley, 1998-C, 938 (40.433-S)
Ya se ha dicho que la prohibición de innovar requiere la concurrencia de
los presupuestos básicos generales, esto es, la verosimilitud del derecho y el
interés jurídico que la justifique, que se traduce en el estado de peligro en que
se encuentra el derecho, la posibilidad o certidumbre de que la actuación
normal de la justicia llegará tarde.
Pero, si el mantenimiento de la situación existente no causa perjuicio
evidente a la contraparte, no se justifica la exigencia de una caución real previa
al otorgamiento de la prohibición de innovar (CNCiv., Sala B, 1995/08/24,
"Asociación Mutual Vida Activa Mutual c. Municipalidad de Buenos Aires", La
Ley, 1996-A, 372).
En algunos juicios, como el de simulación, procede de inmediato porque
existe verosimilitud en el derecho indudable. Por tanto se otorga con el fin de
que la realización de actos físicos y jurídicos no altere la situación de hecho o
de derecho y logre influir en la sentencia o convertirla en ineficaz o imposible
(CNCiv., Sala C, 1994/03/29, "Fernández, Noemí c. Agesta, Domingo J., suc.",
La Ley, 1995-C, 683, J. Agrup., caso 10.348).
En otros, la finalidad es impedir que mediante su alteración por las
partes durante el curso del proceso, la sentencia se haga de cumplimiento
imposible, o ilusorio el derecho que ella reconoce (CNCiv., Sala F, 1996/06/06,
"Carrefour Argentina S. A. c. Tribunal Municipal de Faltas", La Ley, 1997-C, 954
(39.493-S).
La orden judicial de no innovar en el despido constituye una intervención
inaceptable en las relaciones laborales entre la empresa y sus dependientes,
que interfiere en un ámbito que el orden jurídico reserva a la apreciación
discrecional del empleador, cuya conducta eventualmente antijurídica ha de
resolverse, en su caso, en la declaración de responsabilidad y en la
determinación pecuniaria de las consecuencias, extremo que desvirtúa la
calificación de ilusoria de una eventual sentencia desfavorable a la actora y
destruye el presupuesto contemplado en el art. 230, inc. 2° del Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación. (Del voto de los doctores Belluscio y
Petracchi). (CS, 1991/12/26, “Unión Obrera Metalúrgica c. SOMISA”, La Ley,
1993-B, 9, con nota de Carlos María Del Bono).

3. Mediación
Se entiende que es impertinente la prohibición de innovar cuando se la
solicita en forma previa a la iniciación de la demanda, pues de la norma legal
que sustenta la petición art. 230 surge que la misma puede decretarse en toda
clase de juicio, lo que supone la existencia del mismo criterio ratificado en el
inc. 2º de dicha norma, cuando como requisito para su admisión, se requiere la
existencia de peligro en la demora (CNCiv., Sala K, 1995/09/29, “Mefina S. A.
c. Municipalidad de Buenos Aires”, La Ley, 1996-B, 62.).
No obstante, si los actores que habían obtenido el dictado de una
prohibición de innovar no informan haber incoado juicio en los términos del art.
230 párr. 1º, luego de consumida la mediación, y habiendo transcurrido el plazo
del art. 207 del Código Procesal entre el tiempo en que concluyó
infructuosamente tal trámite y la fecha en la que aquéllos informaron el fracaso
del mismo, apréciase producida la caducidad de la medida cautelar decretada
(CNCom., Sala D, 1997/05/12, “Pineda, María N. A. y otros c. Rotau S.R.L. y
otro”, La Ley, 1998-B, 938, J. Agrup., caso 12.650)”

4. Suspensión de actos administrativos


Si bien, por vía de principio, medidas como la prohibición de innovar no
proceden respecto de actos administrativos o legislativos habida cuenta de la
presunción de validez que ostentan, tal principio debe ceder cuando se los
impugna sobre bases "prima facie" verosímiles (CS, 1994/06/09, "Cadopi,
Carlos H. c. Provincia de Buenos Aires", ED, 161-183 - JA, 1995-IV-509).
Inclusive, la ley 25.587 que derogó el art. 195 bis, la adopta con
preferencia a toda otra medida cautelar, pese a la virtual derogación que ello
significa para el sistema cautelar.
De todos modos, la jurisprudencia insiste en decir que, si bien la
prohibición de innovar no está marginada en aquellos pleitos en los que se
impugna judicialmente la validez de actos emanados de la Administración
Pública, se acentúa el criterio restrictivo para su otorgamiento a partir de la
presunción de legitimidad de que gozan los actos administrativos y de la que
deriva su ejecutoriedad (CNCiv., Sala A, 1994/10/04, "Consorcio Schiaffino
2179 c. Municipalidad de Buenos Aires", La Ley,1995-B, 323 - DJ, 1995-2-107).

Prohibición de contratar

Art. 231. -- Cuando por ley o contrato o para asegurar la ejecución forzada de los bienes
objeto del juicio, procediese la prohibición de contratar sobre determinados bienes, el
juez ordenará la medida, individualizará lo que sea objeto de la prohibición, disponiendo
se inscriba en los registros correspondientes y se notifique a los interesados y a los
terceros que mencione el solicitante.

1. Concepto
La cautela prevista en el art. 231, por su gravedad, es de carácter
excepcional, y de interpretación restrictiva, debiendo disponerse sólo cuando
no exista otra medida idónea para obtener el fin perseguido, máxime si se tiene
en cuenta que ella afecta no sólo al desenvolvimiento de la accionada, sino que
además puede lesionar los derechos de terceros.
La cautela quedará sin efecto si quien la obtuvo no dedujere la demanda
dentro del plazo de cinco días de haber sido dispuesta, y en cualquier momento
en que se demuestre su improcedencia (CNCiv Sala F, 1984/07/12, “Club
Atlético Vélez Sársfield c. Club Atlético Huracán”, ED del 25/10/84, p. 7).
Por ello se repite que, en consideración al carácter provisorio de las
medidas cautelares, no es obstáculo para plantear su improcedencia que la
misma se halle consentida, puesto que coartar la posibilidad de demostrar
dicho extremo so color de resultar extemporáneo el pedido, contraviene lo
dispuesto por el art. 231 apart. 2º del Código Procesal (CNCiv., Sala K,
1994/05/11, “Videla, Alejandro E. c. Canosa, Silvana P.”, DJ, 1995-1-550).

2. Supuestos particulares
La prohibición de contratar sólo procede cuando surge de la ley, cuando
se ha estipulado en el contrato o cuando se propone asegurar la ejecución
forzada de los bienes objeto del juicio.
El impedimento que tienen los cónyuges durante la vigencia de la
sociedad conyugal, se funda en la inmutabilidad del régimen patrimonial del
matrimonio, prohibición que no existe cuando se extingue el vínculo
matrimonial.
Asimismo, la prohibición de contratar prevista en la "abstain" o
"disclosure rule" -prevista en la resolución general 227 de la Comisión General
de Valores- (Adla, LIII-A, 533) comprende a todo aquel que posea información
referida a una oferta pública de adquisición, realizar o hacer que otro efectúe
cualquier operación con los valores de la sociedad destinataria de la oferta,
siempre que conozca o tenga motivos suficientes para conocer que ha sido
adquirida, directa o indirectamente, del oferente, de la sociedad destinataria de
la oferta o de los órganos, empleados o cualquier otra persona que actúe por
cuenta de ellos (CNCom., Sala A, 1997/12/05, "Comisión Nac. de Valores en:
Establecimiento Modelo Terrabusi", La Ley, 1999-C, 764 (41.575-S) - DJ,
1999-2-644 - ED, 177-31).

SECCION 7ª -- Medidas cautelares genéricas y normas subsidiarias

Medidas cautelares genéricas

Art. 232. -- Fuera de los casos previstos en los artículos precedentes, quien tuviere
fundado motivo para temer que durante el tiempo anterior al reconocimiento judicial de
su derecho, éste pudiere sufrir un perjuicio inminente o irreparable podrá solicitar las
medidas urgentes que, según las circunstancias, fueren más aptas para asegurar
provisionalmente el cumplimiento de la sentencia.

1. Medida cautelar innominada


La medida cautelar genérica es aquélla que se encuentra sin nominar en
el código procesal, permitiendo que el juez la ordene atendiendo las
necesidades del caso y las circunstancias que la fundamenten.
Es como las demás una providencia precautoria cuya naturaleza no la
exime de revestir los presupuestos generales, esto es, la verosimilitud en el
derecho y el peligro en la demora.
Como testimonio y ejemplo, se dice que si la pretensión es prima facie
legítima, el número de medidas precautorias previstas expresamente no
constituye un límite a la posibilidad de asegurar la sentencia.
Para ello existen las medidas cautelares genéricas, entre las que
siempre se encontrará una indicada para el propósito que se quiere satisfacer
(CNCiv., Sala G, 1984/11/27, “Palacio, Juan M. c. Hagman, Ricardo”, La Ley,
1985-B, 508 - DJ, 985-39-276).

2. Supuestos
La atribución del hogar conyugal responde a los principios inherentes a
las medidas precautorias y encuadra implícitamente en el régimen de las
denominadas medidas cautelares genéricas o innominadas previstas por el art.
232 del Código Procesal. (CNCiv., Sala A, 1993/07/06, “B., L. N. c. P., F. B.”,
JA, 1994-II-50).
También se dice que la medida tendiente a que se reponga a los
solicitantes en los cargos de los cuales fueron suspendidos, persigue lograr la
modificación anticipada de la situación jurídica que es materia del proceso, lo
que se puede otorgar a través de esta vía cautelar genérica (CNCiv., Sala A,
1996/09/19, “Sanguinetti, Nicolás A. c. Círculo de Oficiales de Mar”, La Ley,
1997-B, 587).
Se ha hecho diferencias entre el art. 228 que establece la inhibición
general de bienes como una típica medida cautelar sustitutiva, ya que tiene
lugar en defecto del embargo; y el art. 232 del ritual establece que quien tuviere
motivos fundados para temer que durante el tiempo anterior al reconocimiento
de su derecho éste pudiere sufrir un perjuicio inminente o irreparable, podrá
solicitar las medidas urgentes que, según las circunstancias, fueren más aptas
para asegurar provisionalmente el cumplimiento de la sentencia (CNCiv Sala K,
1992/11/18, “A., A. M. c. G., N.”, La Ley, 1993-B, 354 - DJ, 1993-2-463).
Por tanto, si la situación planteada excede el marco común de las
cautelares y se inserta en los supuestos en los cuales es necesario disponer
ciertas medidas de excepción a efectos de satisfacer una necesidad de
aseguramiento provisional específica y a cuyo respecto resulten insuficientes o
excesivas las medidas precautorias expresamente contempladas en la ley
procesal, el juez tiene facultades y atribuciones para adoptar medidas urgentes
de tal índole con el fin de asegurar el cumplimiento de la sentencia conforme
con lo dispuesto en el art. 232 del Código Procesal.
En tal sentido, puede ordenar que el demandado deje de hacer algo en
sentido contrario al representado por la situación vigente(CNFed. Civ. y Com.
Sala II, 1998/02/12, “Landa, Jacinto E. c. Instituto de Ayuda Financiera para
pago de retiros”, La Ley, 1998-C, 696).
Igualmente se afirma que, dDado que media certeza provisional del
derecho a indemnización invocado en la demanda así como respecto del daño
causado por lucro cesante a los actores, corresponde hacer lugar a la medida
cautelar innovativa solicitada y otorgar el anticipo provisional de la
indemnización de daños y perjuicios, sin que ello importe prejuzgamiento
alguno y al solo efecto de la tutela urgente pretendida (CNCiv., Sala F,
2000/05/10, “Elías, Julio y oros c. G.C.B.A.”, JA, 2000-IV-520).
A veces, esta forma cautelar asume el nombre de innovativa, por
ejemplo el anticipo de indemnización por daños y perjuicios; y configura así la
llamada "tutela anticipada", cuya finalidad estriba no en asegurar el objeto del
proceso o la eficacia de la sentencia, función típicamente cautelar, sino en
adelantar total o parcialmente la pretensión contenida en la demanda cuando
de la insatisfacción de tal pretensión urgente deriva un perjuicio irreparable.
(CNCiv., Sala F, 2000/05/10, “Elías, Julio y otros c. G.C.B.A.”, JA, 2000-IV-
520).
Por eso, ante la ausencia de regulación específica de la medida
innovativa por el ordenamiento procesal, su admisibilidad puede concluirse
acudiendo al art. 232 (CNCiv., Sala H, 1997/06/27, “G., M. c. Municipalidad de
Campana”, LA LEY, 1998-D, 522).

Normas subsidiarias
Art. 233. -- Lo dispuesto en este capítulo respecto del embargo preventivo es aplicable al
embargo ejecutivo, al ejecutorio, y a las demás medidas cautelares, en lo pertinente.

1. Remisión a los principios generales


La norma aplica los principios generales de las medidas cautelares a
todo el espectro de providencias que se deban disponer en la especia,
particularmente el embargo.
Sin embargo, no esclarece como deberán dictarse esta nueva fisonomía
de la tutela cautelar urgente, que por sus características, permitiría aplicarlas
sin exigir estrictamente los recaudos generales.

2. La tutela inhibitoria
La transformación que trae el derecho sustancial se evidencia en la
innovación que tiene pensar en el hombre como tal, antes que en la riqueza
frustrada por el daño ocasionado. Es decir, si en el derecho civil clásico la idea
de reparación es producto del daño causado, actualmente se torna el ángulo de
observación con el objeto de prevenir el daño que se puede frustrar con
acciones judiciales oportunas.
Si la dimensión moderna enclava el respeto por la persona humana
evitando la indigna relación con su capacidad de producir, este cambio supone
otorgar un alcance más genérico al derecho otorgado. No se trata de la
reparación única, o de la satisfacción económica integral; ahora, el norte está
en la vida humana, como una manifestación vital para la sociedad y esencia de
sus semejantes.
Teniendo en cuenta esta dimensión constitucional, las posibilidades de
actuación pueden:
§ Impedir la práctica de un hecho ilícito
§ Impedir la continuación o repetición del hecho ilícito
En ambos casos, el objeto de la tutela inhibitoria se parece a las
medidas cautelares del derecho procesal, aunque tienen diferencias que
veremos inmediatamente.
Donde mayor proximidad manifiestan es con los mecanismos procesales
de urgencia donde lucen la tutela anticipada (también llamada, cautela material,
o tutela urgente) y las medidas autosatisfactivas.

2.1 Tutela jurisdiccional y técnicas de protección anticipada


Así como el derecho de fondo emplaza la revisión de sus criterios, lo
mismo sucede en el derecho procesal cuando persigue abandonar su condición
de técnica pura para fomentar un sistema de discusión y debate más próximo
con la realidad del conflicto y con un lenguaje más apropiado a lo cotidiano.
La urgencia cobra vida en el proceso desde diversas manifestaciones,
donde especialmente se mencionan, las medidas cautelares; sin embargo no
es igual la tutela cautelar que la urgencia de tutela.
Es decir, la actuación del juez en el proceso permite que resuelva
cuestiones de urgencia sobre la base de lo cautelar (con las medidas
específicas que disponga, v.gr.: embargo, secuestro, etc.) o anticipándose a la
sentencia definitiva (en cualquiera de las formas de tutela, v.gr.: medidas
autosatisfactivas, medidas provisionales), logrando autonomía respecto al
modelo clásico de confrontación entre partes.
Las modalidades referidas son:

Medidas asegurativas de prueba


Actuación cautelar  Medidas asegurativas para la ejecución
Medidas provisionales

Sentencias anticipadas que definen la relación

jurídica material (subsidiaria)


Actuación urgente 
Medidas autosatisfactivas (proceso autónomo)

Enseguida observaremos las características de cada una, bastando por


ahora indicar que, mientras lo cautelar exige un proceso principal donde las
partes sustancien el conflicto que los enfrenta; en la actuación urgente, la
bilateralidad es contingente, porqué puede el Juez, frente a lo manifiesto del
caso, resolver de inmediato.
En materia civil, la tutela inhibitoria está diseñada para el primer caso,
pero no es una actuación cautelar propiamente dicha, tampoco es un amparo
por su propia naturaleza (la tutela inhibitoria no es un proceso constitucional);
puede o no ser una medida autosatisfactiva, y con tantas afirmaciones sobre lo
que no es, entonces, ¿qué es la tutela inhibitoria?.

2.2 Las acciones inhibitorias en el derecho argentino


Sin presentarse como inhibitorias, el Código Civil contiene numerosas
disposiciones que procuran la cesación de daños proferidos o evitar la
reiteración de los mismos.
a) La intimidad: El art. 1071 bis establece la obligación de cesar en
actividades lesivas de la intimidad ajena. (“El que arbitrariamente se
entrometiere en la vida ajena, publicando retratos, difundiendo
correspondencia, mortificando a otro en sus costumbres o sentimientos, o
perturbando de cualquier modo su intimidad, y el hecho no fuere un delito penal
será obligado a cesar en tales actividades, si antes no hubiere cesado, y a
pagar una indemnización que fijará equitativamente el juez, de acuerdo con las
circunstancias: además, podrá éste, a pedido del agraviado, ordenar la
publicación de la sentencia en un diario o periódico del lugar, si esta medida
fuese procedente para una adecuada reparación”.
b) La propiedad intelectual: La ley 11.723 (art. 79) tiene previstas
medidas de carácter preventivo de protección a los derechos que reglamenta;
ellas permiten suspender un espectáculo; decomisar obras antes de su
distribución; embargar recaudaciones, etc.
c) Derechos reales: Se trata de derechos vinculados con peligros
inminentes o restricciones continuas al ejercicio del dominio o el
restablecimiento de derechos acordados.
Por ejemplo, el artículo 2499 párrafo segundo dice: ”Quien tema que de
un edificio o de otra cosa derive un daño a sus bienes puede denunciar el
hecho al Juez a fin de que se adopten las oportunas medidas cautelares”. El
artículo 2500 agrega que, en tal caso, la acción tiene por objeto “que la obra se
suspenda durante el juicio, y que, a su terminación se mande a deshacer lo
hecho”.
El artículo 2618 faculta al afectado a iniciar juicio sumario por la
perturbación que le ocasionen los ruidos molestos, el humo, calor, vibraciones
o cualquier hecho generador de daños.
Este aspecto, antes considerado una típica expresión del derecho de
propiedad, de carácter sustancial, modifica su calidad para encontrar en la
calidad de vida, el sustento constitucional que, eventualmente, admite encausar
la pretensión a través del amparo.
Las acciones reales (confesoria y negatoria) propician restaurar aquellos
derechos afectados por actos de otros que impiden la plenitud de su utilización
efectiva (arts. 2795 a 2799 y 2800 a 2804).
d) Derechos patrimoniales: El acreedor hipotecario cuenta con la
posibilidad de ejercer medidas de protección de su crédito contra aquellos
actos de disposición que “directamente tengan por consecuencia disminuir el
valor del inmueble hipotecado” (art. 3157 y 3158).
e) Leyes específicas: A su tiempo existen leyes que reglamentan
medidas preventivas o restitutivas adecuadas al caso que tienden a tutelar.
Entre otras, la ley 23.592 (trato discriminatorio) establece que “quien
arbitrariamente impida, obstruya, restrinja o de algún modo menoscabe el pleno
ejercicio sobre bases igualitarias de los derechos y garantías fundamentales
reconocidos en la Constitución Nacional, será obligado, a pedido del
damnificado, a dejar sin efecto el acto discriminatorio o cesar en su
realización…”.
En materia de propiedad horizontal (Ley 13.512), se prohibe a los
propietarios u ocupantes asignar un destino diferente al que corresponde a la
unidad funcional, como a realizar dentro del mismo actos que atenten contra la
tranquilidad de los vecinos o la seguridad del edificio. En cada caso, el Juez
puede tomar las medidas preventivas correspondientes.
La ley del nombre (Ley 18.248) establece acciones que reconocen la
elección del nombre, su uso y aplicación, evitando que otros lo usen en su
provecho.
La ley 22.262 (Competencia desleal) permite adoptar medidas de no
innovar, o el cese o abstención de conductas, cuando éstas puedan causar
daños o perjuicios irreparables.
La Ley de Defensa del Consumidor (Ley 22.240) admite que tanto el
usuario como el consumidor puedan demandar por sus intereses afectados o
simplemente amenazados, a través del proceso que sea más rápido y
abreviado en la jurisdicción pertinente (arts. 52 y 53). Ello, frente a la dificultad
de fórmulas simples y sencillas del proceso ordinario, lleva a repensar el
amparo como la vía judicial más idónea.
La ley 23.551 (actividad sindical) tipifica la práctica desleal, como son las
conductas contrarias a la ética de las relaciones laborales, sean éstas
ejecutadas por los empleadores o sus asociaciones. La medida que se permite
radica en un procedimiento particular que busca la decisión judicial de cesar
inmediatamente en dicha práctica nociva (art. 55 inciso 4º).
En materia ambiental algunas de las acciones mencionadas
(especialmente la de daño temido) encuentra posibilidades de aplicación, que
además, han sido respaldadas por la doctrina, como surge de las conclusiones
del XI Congreso Nacional de Derecho Procesal (La Plata, 1981) que sostuvo:
“Debe reconocerse la procedencia de una acción preventiva de toda
manifestación que al producir daños, por ejemplo, al medio ambiente o a la
ecología, requiera la enérgica y perentoria neutralización de sus efectos
negativos”.
El gran desarrollo que en definitiva ha tenido este mecanismo de tutela
denominado por la doctrina civilista como inhibitoria, se consolida en las
conclusiones de la XIII Conferencia Nacional de Abogados (Reforma del
derecho privado. Homenaje al 200º aniversario del nacimiento de Dalmacio
Vélez Sarsfield) celebradas en el Colegio de Abogados de San Salvador de
Jujuy del 6 al 8 de abril de 2.000. Allí se dijo que:
La tutela inhibitoria es un eficaz medio de evitación, tanto desde el
derecho sustancial como desde el procedimental. Tiene sustento constitucional
(art. 43, Constitución Nacional), puede aplicarse tanto a las partes en un juicio
como a un tercero, consistiendo en una orden de hacer o de abstenerse. Más
allá de su reconocimiento de lege ferenda, son numerosos los supuestos ya
existentes de lege lata.

3. Características de la tutela inhibitoria en relación con el amparo.


La acción inhibitoria es preventiva; su admisión depende del peligro
actual o inminente que tenga el acto o la amenaza, respectivamente
considerados.
El peligro de daño debe ser acreditado sin necesidad de forzar el
proceso de prueba, pues debe ser manifiesta la gravedad del hecho o estar
apoyado en una fuerte probabilidad para que suceda.
El requerimiento de protección lo puede plantear el afectado, que es
quien ostenta el interés directo e inmediato (derecho subjetivo), pero no se
puede agregar ningún pedido indemnizatorio porqué no es materia
constitucional que pueda ser tutelada a través del amparo. En su caso, si la vía
elegida fuera otra, por ejemplo un proceso de conocimiento sumario o
sumarísimo, de igual modo habría que dividir las pretensiones entre lo que es
urgente y exige una rápida decisión, y aquello que no lleva dicha celeridad para
resolver.
También resulta procedente cuando el daño o el peligro inminente afecta
a un grupo indeterminado y el interés de éstos se representa como derechos
de incidencia colectiva, o derechos de pertenencia difusa. En este supuesto, el
amparo colectivo tiene mejor relación con la tutela inhibitoria como veremos
más adelante.
La tutela inhibitoria, finalmente, se resuelve sin oír a la otra parte, lo que
le produce algunas reservas para ubicarlo estrictamente en el terreno del
proceso (porqué una de las características esenciales es la bilateralidad y la
contradicción, que en el caso, quedan postergadas). Obsérvese que la
pretensión se plantea para que se resuelva rápidamente, porqué de otro modo,
el daño se puede generar de inmediato. El Juez analiza los hechos, la
verosimilitud del derecho, e inmediatamente, decide. Por tanto, la finalidad
queda satisfecha con la sentencia que ordena el cese del daño u obstruye con
la decisión el peligro que acechaba.

3.1 Variables de la tutela inhibitoria


Las modalidades de la inhibitoria que, dicho en otros términos supone
encontrar una vía procesal por la que un Juez pueda ordenar medidas
inmediatas que eviten la producción de daños o impidan su continuación,
puede tener algunas de estas variables:
a) Protección inmediata a través de una medida provisional o definitiva,
pero donde el proceso continúa;
b) Protección inmediata que satisface plenamente la pretensión y, como
tal, termina el procedimiento con la sentencia.

a) En el primer caso, la tutela opera como medida cautelar dictada en un


proceso en trámite, que puede tener cualquiera de las características de la
actualmente denominada tutela de urgencia; en el segundo, la protección se
otorga sin oír a la otra parte y con una providencia asimilable a los efectos de la
cosa juzgada formal (pues la característica es la provisionalidad y la posibilidad
de revisión en un juicio pleno).
Cuando la pretensión se sustenta dentro de un proceso en trámite, la
tutela se puede plantear como medida de no innovar o de innovar, según el
caso.
Por ejemplo cuando se demanda por la construcción de un edificio en
una zona residencial que no tiene posibilidad de hacerlo en virtud de un
probable código específico, la tutela inhibitoria persigue que se ordene el cese
de la obra para impedir el perjuicio que se generaría a los vecinos por la
construcción en sí misma, como para el supuesto de una eventual demolición
posterior. En el caso, la inhibitoria se concede como medida innovativa, porqué
modifica la autorización oportunamente concedida.
El espacio procesal puede ser diferente. Puede tratarse de un juicio
ordinario que subordina la cautelar; puede ser un procedimiento precautorio
autónomo; se puede dar dentro de un amparo, o bien resolverse en una
instancia administrativa con facultades para hacer o actuar la petición
respectiva.

b) Otra variable es plantear la medida de prevención como pretensión


autónoma, en cuyo caso la decisión judicial agota (en teoría, se satisface el
objeto procesal) la instancia y termina el proceso.
Por ejemplo, la jurisprudencia destaca el caso resuelto en los autos
“Clavero, Miguel Angel c/ Comité Olímpico Argentino” (Juzgado Nacional en lo
Civil de feria, Julio/1996) donde se reclamaba la inmediata inscripción de un
ciclista para que pudiera intervenir en los XXVI Juegos Olímpicos.
El caso tuvo amplia difusión periodística. Se trataba de un joven
ciclista (Miguel Angel Clavero) con muchos antecedentes deportivos y
que había sido nominado para integrar la delegación de ciclismo en
los Juegos de la XXVI Olimpíada de Atlanta (EE.UU.). El deportista
viajó con pasajes oficiales a Atlanta e inicialmente se alojó en la Villa
Olímpica. Sin embargo, al día siguiente e inopinadamente, el jefe de
la delegación le habría informado que “por no estar en los listados
oficiales, debía retirarse inmediatamente de la villa”, lo que provocó
su regreso a Buenos Aires. Ante la inminencia de la realización de la
puja deportiva de su especialidad, Clavero logró el despacho cautelar
siguiente: “Disponer que la demandada arbitre de inmediato las
medidas necesarias e idóneas para que, en cuanto de ella dependa,
se proceda a la acreditación de Miguel Angel Clavero en su condición
de integrante del equipo de ciclistas de nuestro país ante los juegos
de la XXVI Olimpíada, solventando a su costo o de quien corresponda
el importe del pasaje, alojamiento y viáticos necesarios; debiendo
adoptar asimismo las medidas pertinentes en la sede de los juegos
olímpicos para la efectiva participación del actor en los mismos (cfr.
Arts. 230, 232 y concordantes del CPCC)”.

Si bien la medida se articuló dentro de un proceso de amparo, era


evidente que la cautelar dictada resolvía el fondo del problema, haciendo
inoficiosa la continuidad de las actuaciones.

c) También suele mencionarse como una alternativa al uso de la tutela


inhibitoria, las acciones llamadas “negativas” y “positivas”.
Son los casos donde la medida se confronta con las famosas injuction
del derecho anglosajón, donde el juez puede ordenar que un acto se produzca
con el fin de evitar un perjuicio (mandatory injuction), o prohibir la ejecución de
otro con idéntica finalidad (prohibitory injuction).
Se trata de supuestos donde el ilícito se puede concretar a través de una
conducta o mediante la omisión; en el primer supuesto, la orden impide la
continuidad del daño; en el segundo evita su aparición.
Asimismo, la orden de hacer también se puede aplicar cuando se
pretende impedir la reiteración de actos perniciosos o nocivos.

d) La actitud preventiva puede llegar a instancia del Juez que resuelve


en una causa común. Por ejemplo, cuando advierte de los hechos juzgados la
posibilidad de causar daños a terceros y ordena, respecto a estos, medidas
que impidan esa probabilidad.
Cuando se constata la efectiva producción de un daño y la amenaza
fehaciente de su reiteración, puede el magistrado, basándose en el principio de
necesidad y urgencia tan aplicado por la administración del Estado, resolver sin
caer en el riesgo de la sentencia extra petita o en el llamado obiter dictum.
Por ejemplo, en el caso resuelto por el Tribunal Colegiado de
Responsabilidad Extracontractual nº 4 (octubre(1989, publicado en Zeus,
febrero/1990 boletín 3543) se trataba de una pretensión resarcitoria derivada
de la muerte de una persona electrocutada en virtud del mal estado de las
líneas de electricidad. El tribunal hace lugar a la demanda, pero además,
notifica a la demandada la imperiosa necesidad de sustituir los conductores
eléctricos y dio participación al Ministerio Público Fiscal a fin de que tutele los
intereses de los terceros.
Sin embargo esta medida adoptada de oficio es resistida por la doctrina
que apoya a pie juntillas el principio ne procedat iudex ex oficio. Es decir, no
puede el juez actuar allí donde las partes no lo pidan.
Inclusive, otros argumentan que se puede ir más allá de la pretensión
deducida y declarar la inconstitucionalidad de la norma en que se funde el acto
o la omisión lesiva, permitiendo así –como afirma Lorenzetti- que la tutela
inhibitoria desmonte el andamiaje legal que funda la amenaza de daño.

4. Paralelos de la tutela inhibitoria con la tutela urgente


El desarrollo doctrinario de la denominada “tutela inhibitoria” le pertenece
al derecho civil, donde lucen varios juristas argentinos como Andorno, Alterini,
Galdós, López Cabana, Lorenzetti y Matilde Zavala de González entre otros.
Buena parte de ellos toman información y fundamentos del derecho italiano y
francés donde existen medidas similares a las que aquí se presentan.
El derecho procesal, de su parte, ha discernido esta modalidad de tutela
con otras denominaciones, pero que a título general puede llamarse como
“tutela de urgencia” o “procesos urgentes”.
Esta categoría permite dividir a las medidas cautelares clásicas, de
aquellas otras que se presentan nominadas como cautela material, incluyendo
entre ellas a las medidas autosatisfactivas y las sentencias anticipatorias.
Las conclusiones de la Comisión VI de las VII Jornadas Bonaerenses
de Derecho Civil, Comercial y Procesal (Junín, 1996) asentaron que:
1) Corresponde regular legalmente como categoría autónoma y
diferenciada al llamado proceso urgente, género que se
caracteriza por registrar en su seno un reclamo acentuado de una
pronta, expedita y eficiente respuesta jurisdiccional. El mismo
está integrado, entre otras, por las siguientes especies: las
medidas cautelares, las medidas autosatisfactivas, las sentencias
anticipatorias y la variante de esta última especie, constituida por
la denominada cautela material.
2) Interin se concreta la regulación legal sugerida puede recurrirse –
en casos absolutamente excepcionales- al art. 232 del Código
Procesal Civil y Comercial de la Nación o normas análogas
igualmente consagratorias del poder cautelar genérico, para
proporcionar soluciones urgentes no cautelares…

Cada una reporta una finalidad similar pero difieren en sus requisitos y
contemplaciones, poniendo entre ellas mismas una suerte de discusión
generalizada acerca de si participan o no de los presupuestos generales de las
medidas cautelares (es decir, de las características de instrumentalidad,
provisionalidad, mutabilidad o flexibilidad).

Las medidas cautelares responden al esquema tradicional del


aseguramiento de la eventual sentencia condenatoria. Están sujetas a la
condicionalidad de un proceso simultáneo o de producción inmediata –bajo
pena de caducidad de las medidas otorgadas-, y no causan estado, es decir
que son provisorias y esencialmente fungibles.

La medida autosatisfactiva es una solución que debe tomarse en forma


expedita y rápida, no se vincula a proceso alguno diferente, se despacha “et
altera pars” y se funda en una fuerte probabilidad de que el planteo formulado
sea atendible por su evidencia manifiesta. Su singularidad está en que se agota
en sí misma, porqué al despacharse la orden judicial se satisface de inmediato
el requerimiento sin necesidad de generar un proceso accesorio o subsidiario.
La Corte Suprema de Justicia de la Nación, en la causa “Camacho
Costa, Maximinio c. Grafi Graf SRL y otros” (sentencia del 7 de Julio de 1997)
reconoció esta modalidad intentada a través de una medida cautelar innovativa,
por la cual el demandante reclamó el pago de una prótesis en reemplazo de su
antebrazo izquierdo que había sido amputado por una máquina de propiedad
de aquéllos. Allí se dijo que “el mencionado anticipo de jurisdicción que
incumbe a los tribunales en el examen de este tipo de modalidades cautelares,
no importa una decisión definitiva sobre la pretensión concreta del demandante
y lleva ínsita una evaluación del peligro de permanencia en la situación actual a
fin de habilitar una resolución que concilie –según el grado de verosimilitud- los
probados intereses de aquél y el derecho constitucional de defensa del
demandado”.

La sentencia anticipatoria, mejor llamada, tutela anticipada, presupone la


necesidad de satisfacer de manera urgente, total o parcialmente, la pretensión
que se plantea en un proceso, sin que éste deba llegar a su total y absoluta
tramitación, pues el tiempo que ello insumiría agravaría el riesgo o tornaría
irreparable el daño producido.
La característica de esta resolución jurisdiccional es que se da en un
proceso en trámite y atiende, esencialmente, la urgencia que se advierte para
decidir, y la manifiesta probabilidad de alcanzar una sentencia favorable.
La cuestión de la defensa en juicio permite distinguir entre aquellas
atenciones urgentes que se prestan sin necesidad de oir a la otra parte, y que
se fundan en una presunción muy intensa del derecho a la razón definitiva;
respecto de otras que mejoran sus posibilidades después de correr traslado al
sujeto pasivo y escuchar su posición al respecto.
Las exigencias que se solicitan para estas acciones tutelares son: a)
contracautela, b) provisionalidad de las medidas que faciliten su modificación,
cambio o sustitución, c) prueba inequívoca de la razón de pedir.

SECCION 8ª -- Protección de personas

Procedencia

Art. 234. -- Podrá decretarse la guarda:


1. De mujer menor de edad que intentase contraer matrimonio, entrar en comunidad
religiosa o ejercer determinada actividad contra la voluntad de sus padres o tutores.
2. De menores o incapaces que sean maltratados por sus padres, tutores, curadores o
guardadores, o inducidos por ellos a actos ilícitos o deshonestos o expuestos a graves
riesgos físicos o morales.
3. De menores o incapaces abandonados o sin representantes legales o cuando éstos
estuvieren impedidos de ejercer sus funciones.
4. De los incapaces que estén en pleito con sus representantes legales, en el que se
controvierta la patria potestad, tutela o curatela, o sus efectos.

1. Contenido y fundamentos
La protección de personas tiene como finalidad evitar que aquéllas que
tengan una causa de inhabilitación para obrar (por la edad o por incapacidad
diferente) pueda resultar afectada en su seguridad física o psíquica a causa de
la acción propia o de terceros.
La guarda es sinónimo de protección directa persiguiendo la custodia de
quienes asuman la vigilancia directa.
Estas son acciones que se complementan con otras medidas
precautorias que dispone el Código Civil, como resultan los casos de los arts.
375 (alimentos provisorios), 231 (exclusión del hogar), 482 (internación de
personas), así como las que puede realizar quienes ejerzan la patria potestad
para impedir la entrada en una comunidad religiosa o el matrimonio en edad
prohibida.

2. Modalidades
La guarda de menores a que se refiere el art. 234, se encuentra limitada
a casos que revisten gravedad. Por lo que no corresponde innovar sobre la
tenencia de hecho que ejercía la madre, si no ha quedado probado "prima
facie" el grave riesgo moral al que estaría expuesto el menor (CNCiv., Sala C,
1986/04/04, “V. c. M.”, La Ley, 1986- D, 256).
Se ha dicho que, los extremos de procedencia de la medida de guarda
que requiere el art. 234, inc. 2°, se encuentran configurados en el caso, desde
que el precepto no configura necesariamente una actitud positiva que redunde
en desmedro de la incapaz, sino que basta el hecho de que ella se
desenvuelva en un clima no acorde con la tradicional estructura monogámica
del matrimonio ni con las conductas propias de los integrantes de una familia
construida en base a tal unión (CNCiv., Sala D, 1979/07/04, “L. A. c. S. de L.,
L.”, La Ley, 1980-A, 130 - ED, 84-566)”
Como las demás precautorias, se dictan sin oír a la otra parte, de
manera que cuando procede el pedido de guarda provisoria de un menor, esto
se debe decretar y cumplir sin audiencia de la otra parte.
Sin embargo, se afirma que dada la naturaleza y el objeto de la medida y
el interés que en ella predomina, no es necesario que se tome sin audiencia del
otro cónyuge y parece más conveniente oír a ambos (CNCiv., Sala D,
1979/07/04, “L. A. c. S. de L., L.”, La Ley, 1980-A, 130 - ED, 84-566).
Es muy interesante ver la extensión de la medida en el siguiente caso,
donde se dice que frente a la medida cautelar tendiente a la protección que
pueda requerir un conjunto incierto pero determinable de incapaces -en el caso,
embriones no implantados y ovocitos pronucleados- cuyas vidas y salud física
o psíquica podrían resultar comprometidas y encuadrables en la norma del art.
234, inc. 3º, del Código Procesal, el pronunciamiento del tribunal sólo puede
referirse a situaciones existentes a la fecha de su dictado (art. 163, inc. 6,
párrafo segundo, Código Civil), y a los sujetos involucrados en ellas,
individualizados o individualizables en la etapa de ejecución, circunstancia que
no quita carácter actual y concreto a ese dictamen (CNCiv Sala I, 1999/12/03,
“Rabinovich, Ricardo D.”, La Ley, 2001-C, 824 - JA, 2000-III-630 - ED, 185-
412).
En definitiva, los intereses que se procuran tutelar a través de la
protección de personas revisten singular trascendencia por estar referidos a la
salvaguarda de la integridad psicofísica de quienes se encuentran inmersos en
situaciones negativas. Estas medidas, por su naturaleza cautelar, no requieren
una prueba acabada para emitir las decisiones que tienden a tutelar los
intereses en juego; basta con que sumariamente surja "prima facie" la
verosimilitud del derecho y la urgencia para que el órgano judicial esté en
condiciones de adoptar las resoluciones del caso.
Juez competente

Art. 235. -- La guarda será decretada por el juez del domicilio de la persona que haya de
ser amparada, con intervención del asesor de menores e incapaces.
Cuando existiese urgencia o circunstancias graves, se resolverá provisionalmente sin
más trámite.

1. Competencia
Se ha señalado que, por medio de la protección de personas, se
propende a salvaguardar la integridad física y psíquica de quienes, de no
contar con el apoyo del dispositivo legal, podrían resultar seriamente dañados.
La finalidad de la aplicación de la medida cautelar, tiene en mira el
resguardo de los tutelados en el lugar en que se encuentren al comenzar a
actuar el órgano jurisdiccional (específicamente, en un ámbito hospitalario), sin
que interese, en ese estadio del trámite, en qué jurisdicción se encontraba el
domicilio de las personas previo a la internación, a los fines de determinar la
competencia territorial (CNCiv., Sala H, 1996/03/29, “L., M. C. y R., N. B.”, La
Ley, 1997-E, 1074, J. Agrup., caso 12.063).

Procedimiento

Art. 236. -- En los casos previstos en el art. 234, incs. 2, 3 y 4 la petición podrá ser
deducida por cualquier persona, y formulada verbalmente ante el asesor de menores e
incapaces, en cuyo caso se labrará acta con las menciones pertinentes, la que será
remitida al juzgado que corresponda.

1. Legitimación
La legitimación para solicitar la protección de personas puede ser directa
y con facultades propias como resulta el ejercicio de la patria potestad, el caso
de tutores y/o curadores, y la representación promiscua del Ministerio Pupilar; o
indirecta y actuarse a través de la denuncia deducida por cualquier persona, lo
que no significa una suerte de acción popular sino, simplemente, la puesta en
conocimiento a la autoridad de una situación de peligro.

Medidas complementarias

Art. 237. -- Al disponer la medida, el juez ordenará que se entreguen a la persona a favor
de quien ha sido ordenada, las ropas, útiles y muebles de su uso y profesión. Ordenará,
asimismo, que se le provea de alimentos por el plazo de treinta días, a cuyo vencimiento
quedarán sin efecto si no se iniciare el juicio correspondiente. La suma será fijada
prudencialmente por el juez, previa vista a quien deba pagarlos y sin otro trámite.

1. Medidas que complementan la protección


Con la orden judicial que dispone la protección de personas, el
magistrado interviniente debe resolver:
a) La provisión de vestimenta necesaria para el tiempo que se ordene la
medida;
b) La entrega de muebles y útiles necesarios para el desarrollo de su
oficio o profesión;
c) La entrega de alimentos por el plazo de treinta días, vencido el cual
se dejará sin efecto la medida, de no deducirse el juicio respectivo
d) La estimación de la suma necesaria para dar cobertura a los gastos
de alimentación y vivienda, que se disponen previa vista a quien
deba pagarlos.

Você também pode gostar