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Texto tomado con fines educativos

Asignatura Evaluación Educacional


Profesora Daysi Reinoso S.

HISTORIA DE LA EVALUACION CURRICULAR

Hernández Rojas, Gerardo y J.J. Carlos Guzmán. (1991) Evaluación curricular. En: Módulo Bases
Psicopedagógicas, Maestría en Tecnología Educativa, Unidad 5, Diseño Curricular I, Tema IV.
ILCE-OEA, México, pp. 59-88

INTRODUCCION
Conocer los efectos de las acciones educativas ha sido una preocupación constante de los
educadores, por eso gran parte del esfuerzo y de la finalidad de sus actos están encaminados a la
consecución de este propósito. Por ello, este último capítulo de la unidad está dedicado a
proporcionar las bases teóricas de la evaluación y dar el antecedente necesario a los aspectos
metodológicos que serán revisados en la siguiente unidad.
La evaluación forma parte inherente de las tareas de planeación educativa, en la medida que le
ofrece información y juicios acerca del funcionamiento del sistema o institución educativos para
que a partir de los mismos, puedan diseñarse las políticas de cambio institucional tendentes a
fortalecer los aspectos adecuados, o a modificar aquellas acciones o condiciones productoras de
resultados no deseables. La evaluación es, sin lugar a dudas, un ejercicio de autoconocimiento que,
cuando es ejercido con toda honestidad, contribuye a comprender mejor y a valorar el quehacer
educativo.
En este capítulo pretendemos ofrecer un contexto teórico general que permita al lector conocer los
principales problemas y debates existentes. En primera instancia está centrado en la aclaración
conceptual del término y en analizar las dimensiones que lo componen. Este apartado intenta
responder las siguientes preguntas: ¿Qué características debe tener el evaluador?, ¿A qué tipo de
problemas se enfrenta al desempeñar su labor?, ¿Para qué se evalúa?, ¿Cuál es el ámbito de
análisis?, ¿Cuándo se evalúa?, etc. La siguiente sección comprende la parte histórica de la
evaluación, porque se consideró relevante mostrar las vicisitudes que este concepto ha tenido a lo
largo del tiempo para conocer, de esta manera, su utilización en diferentes épocas y lugares. En
otra parte se ofrecen los lineamientos teóricos más influyentes en estos momentos, con
descripciones amplias acerca de las características principales de ellos y ofreciendo las dos
posturas antagónicas en las que se centra el debate de la evaluación curricular, mostrando las
ventajas y limitaciones de cada una de ellas. Se termina el capítulo con una breve descripción de
criterios para llevar a cabo la tarea de evaluar la propia evaluación.
Una idea subyacente que impera en el capítulo es el deseo de brindar los elementos teóricos
necesarios para llevar a cabo la evaluación y no quedarse como mero ejercicio intelectual. Por eso
el énfasis en mostrar las dificultades, reales y concretas presentadas para realizar la evaluación en
las escuelas e instituciones. Se quiso evitar que la información quedara en un plano "técnico",
"aséptico", sin exponer los problemas verídicos a los que inevitablemente se enfrenta el evaluador.
Es más útil presentar la verdad de las cosas que mentir por omisión. Creemos que ésta es una
manera veraz de proceder; además a la larga es más fructífera.

1. LA CONCEPTUALIZACION Y DIMENSIONES DE LA EVALUACION CURRICULAR

Definiciones de la Evaluación.
En las páginas siguientes analizaremos el término evaluación con el fin de precisarlo y distinguirlo
de conceptos afines, posteriormente expondremos las dimensiones que lo conforman centrándonos
en los aspectos éticos y sociopolíticos, también describiremos los niveles en que se divide y
distintos momentos para efectuara
Una de las primeras dificultades que surge al intentar definir evaluación es que, en apariencia todos
comparten un mismo significado; sin embargo, si presentamos diferentes definiciones del
concepto, veremos que está lejos de representar lo mismo para todos. Así la evaluación ha sido

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definida como: "... un proceso para determinar en que medida han sido logrados los objetivos
educativos" (Tyler,1973): "...es un proceso sistemático que formula juicios de valor acerca de lo
que es a lo que debería ser" (Carreón, 1983); "...es un proceso organizado que permite la obtención
de información útil para apoyar la toma de decisiones" (Stufflebeam, 1969); "...es la investigación
sistemática para determinar el mérito o valor de un objeto" (Comité Conjunto, 1988), "...es la
construcción de significados, que en una acción hermenéutica tratan de construir una comprensión
de determinado proceso educativo" (Díaz-Barriga, 1988); "...es la examinación sistemática de los
eventos ocurridos durante y corno consecuencia de un programa" (Nevo, 1983), "...es la medición
de consecuencias deseables e indeseables de las acciones realizadas para alcanzar una meta que
valoramos" (Riecken, 1952).
Un punto consensual de las definiciones expuestas es la de concebir a la evaluación como un
procedimiento o acto sistemático, organizado y propositivo, lo cual implica que su realización
precisa del dominio de elementos teóricos, metodológicos y técnicos. Es decir, para efectuar
evaluaciones es imprescindible una adecuada preparación de quien lo realiza, porque es una
actividad organizada no azarosa, metódica no incoherente, propositiva no confusa.

Propósitos de la Evaluación.
Por lo que toca a las finalidades de la evaluación existen discrepancias, aunque un uso generalizado
del término es aquel que lo interpreta como proceso de emitir un juicio u opinión para volar al
fenómeno estudiado (Carreón, 1983, Comité Conjunto, 1988). Otros autores la conciben como un
mecanismo para averiguar al impacto o a las consecuencias de una acción, quedando en segundo
plano el interés por juzgar (NUEVO, 1983, Riecken, 1952). Lo usual es utilizarla para comparar los
resultados obtenidos contra ciertos objetivos, normas o criterios (Tyler, 1973, Carrión 1983 y
Riecken, 1952). En resumen, d e acuerdo con estos autores, la evaluación tendrá la finalidad de
ofrecer información para saber lo sucedido para una experiencia educativa, luego comparar dichos
resultados con los objetivos, normas o criterios y finalmente, formular un juicio de valor a partir de
todo lo anterior.
Un aspecto controversial es que varios autores señalan que la finalidad primordial de la evaluación
es ayudar a racionalizar la toma de decisiones, aquí el énfasis es puesto en los aspectos pragmáticos
(Stufflebeam, 1969). Otros se oponen a este uso, argumental que hacerlo es darle un carácter
utilitarista, oscureciendo y desviando la atención sobre la función más importante de la evaluación:
ayudar a comprender lo acontecido durante el evento educativo (Díaz-Bariga, 1988). Para este autor
la evaluación ha sido tomada sólo como un instrumento y proceso meramente técnicos, pasando por
alto sus referentes teóricos, políticos y sociales, Díaz-Barriga sostiene que construir una teoría es el
reto principal de la evaluación.
Resumiendo, aunque existen claras diferencias en cuanto a los fines de la evaluación podemos
decir, sin embargo, que los autores están de acuerdo en que ésta se realiza de manera organizada
para obtener información que nos permita comparar los resultados logrados con los propósitos,
juzgar a partir de criterios si lo logrado valió la pena y si (aquí es donde surgen las divergencias) lo
obtenido sirve para diseñar políticas que modifiquen una situación, mientras para otros la
evaluación es un fin en si mismo, siendo su función más apreciada la de ayudarnos a entender mejor
la dinámica y complejidad de los educativos.

Carácter Axiológico de la Evaluación.


Hemos dicho que la evaluación emplea parámetros, criterios o indicadores, lo que implica que, de
una u otra forma, no nos podemos escapar de los aspectos éticos y de valor. Al juzgar una situación
implícita o explícitamente estamos usando juicios, es decir; empleando nuestras nociones de lo que
es “bueno”, “deseable”, “negativo”, “irrelevante”, ”prioritario”, ”malo”, etc. Aun alejándonos de
la controversia de si hay valores absolutos o relativos este terreno es conflictivo. Es así, por que
muchas veces hay discrepancias en cuanto a los valores admitidos, o inconsciencia de los mismos,
otras no hay acuerdo sobre su interpretación y lo usual es la incongruencia entre los valores

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aceptados y las acciones realizadas. Por lo tanto, una primera tarea del evaluador es ayudar a los
participantes a clarificar los marcos de valor de la situación y debatir sobre los principios, fines,
metas, propósitos de la misma y su correspondiente aplicación. Estas reflexiones, sin lugar a dudas
enriquecerán el trabajo evaluativo. Igualmente los aspectos axiológicos obligan a definirse, a
adoptar y defender posturas, por lo mismo el evaluador tiene el deber de dilucidar sus propios
marcos de valor que asume, para posibilitar que su trabajo sea juzgado de forma clara, abierta y
para evitar que los mismos distorsionen su labor.

Aspectos Sociopolíticos de la Evaluación.


Realizar evaluación es una tarea difícil porque es multicasual e involucra inevitablemente los
aspectos sociopolíticos. Es un fenómeno complejo porque su objeto de estudio, el
conocimiento de las consecuencias de los actos humanos, también lo es. Como dice Cronbach
(1986) es un proceso por medio del cual la sociedad aprende sobre sí misma".
El carácter político se debe a que el currículum concentra una serie de conflictos, luchas por el
poder y dinámicas institucionales donde convergen diversos problemas sociales, ideológicos y
académicos. Así, por ejemplo, los profesores tienden a conquistar espacios, dentro del plan de
estudios, que consideran propios, el hecho de impartir determinada materia hace que se agrupen
por departamentos, áreas y academias. Desde ahí puede influir el proceso de evaluación curricular
y tener ingerencia en la elaboración del nuevo plan de estudios. Es obvio que cada grupo docente
defenderá su propia “cosmovisión" de lo curricular, por razones académicas, de preferencias
personales y de tipo laboral, ya que quitar o incorporar contenidos implica necesariamente ajustes
de personal.
El carácter conflictivo de la evaluación se demuestra en que generalmente constituye uno de los
primeros pasos para realizar cambios en la vida institucional, con la consecuente redistribución del
poder. Si algunos grupos institucionales sienten que perderán sus privilegios, harán todo lo posible
para evitar o sabotear la evaluación. Aunado a los problemas anteriores esta el innegable temor a
ser evaluados, ya que ello implica el hecho de ser juzgados por otras personas. Como definió
Patton (1980) de manera un tanto chusca "evaluar es hacer a otros lo que no permitirías que ellos te
hicieran a tí". Si a este miedo natural se suma el hecho de que muchas veces la evaluación se ha
empleado para justificar decisiones previamente tomadas; no es extraño entonces que su sólo
anuncio despierte sospechas y suspicacias, cuando no un franco rechazo.
Otras dificultades provienen de las más variadas dinámicas institucionales, políticas académico
institucionales y formas de organización académico administrativa, etc. Por eso Díaz-Barriga
(1989) afirma que quien realiza evaluación curricular "necesariamente hace política gremial,
académica e institucional"
Para afrontar adecuadamente los problemas antes descritos, el evaluador precisa de tacto y
sensibilidad política para detectar las posiciones académicas y políticas de los distintos grupos que
forman la institución. Igualmente necesita conseguir credibilidad para obtener la confianza del
mayor número de participantes y tener capacidad de convocatoria para lograr el trabajo conjunto de
personas pertenecientes a diferentes grupos.
El papel del evaluador es mediar entre las personas que patrocinan el estudio y los afectados por el
mismo. Debe por un lado cumplir con las expectativas de los primeros, pero también necesita
contar con el apoyo o, por lo menos, la disposición de los sujetos. Es evidente que quienes
financian el estudio tienen gran ingerencia sobre sus resultados y los usos de los mismos; sin
embargo, la participación de los afectados es crucial para llevarla a cabo. Si el evaluador pierde
credibilidad y la confianza de los participantes, su labor se verá severamente afectada, no obstante
su adecuación técnica.
Todas estas situaciones toman muchas veces áspero y difícil el trabajo evaluativo, pero la
necesidad de hacerlo y los beneficios resultantes hacen que sea un esfuerzo valioso y es un reto
para los individuos que deseen trabajar en este campo. Concluimos este apartado proponiendo que
una buena evaluación debería de explicar y socializar los intereses y preocupaciones de los

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participantes, incrementando el autoconocimiento grupal e individual acerca de sus actividades,


tareas, funciones, etc. El resultado ideal es contribuir a que los involucrados puedan participar con
conocimiento en las decisiones que les afectan.
La búsqueda de los determinantes y las condiciones adecuadas para lograr el aprendizaje llevó a los
educadores a extender los términos en que se circunscribía la evaluación curricular. Por lo tanto,
fue necesario precisar sus diferentes niveles, debido a que muchas veces se emplea el término de
manera tan imprecisa provocando dificultad para poder entender a qué tipo de evaluación se hace
referencia. Revisaremos en este apartado cómo se ha redefinido su objeto de estudio, veremos de
qué manera cada modificación implicó un rompimiento con la concepción hasta entonces vigente,
pasando de una visión estrecha a otra más global pero sin excluir la anterior.
Distinguiremos tres niveles de evaluación: micro, meso y macro evaluación. Por microevaluación
entendemos aquella que es realizada por el profesor en el salón de clases, para constatar el dominio
que tienen los alumnos de los objetivos de aprendizaje; así como el desempeño docente. Este tipo
de evaluación es al que tradicionalmente se refieren las personas cuando hablan de evaluación
curricular.
Los instrumentos de evaluación utilizados son las pruebas objetivas, los exámenes de ensayo, los
trabajos escolares, los reportes de investigación, los controles de lectura y, recientemente los
simuladores escritos (Lizárraga, 1 990). El rendimiento docente es, en general, medido a través de
cuestionados y de guías de observación. Como puede notarse los aspectos a evaluar y las variables
involucradas son relativamente simples, unidíreccionales, aisladas, etc. ya que este nivel se
caracteriza por su concreción, especificidad y aparente sencillez. Desde esta visión, los
componentes básicos del proceso y, por ende, de la calidad de la enseñanza, son los docentes y los
alumnos, de ahí que las políticas propuestas pretendan incidir sobre éstos, más que sobre cualquier
otro aspecto.

Niveles de la evaluación educativa

Ahora pasaremos a reflexionar sobre el significado de los términos medir, acreditar y evaluar.
En fechas recientes se ha desatado un debate para preguntarse si los conceptos evaluar y medir son
sinónimos, ya que tradicionalmente son tratados así dentro del campo educativo. Las razones
históricas de esta asociación serán revisadas en la parte correspondiente. Aquí sólo mencionaremos
que el afán de lograr una evaluación objetiva de los resultados del aprendizaje indujo a los
educadores a buscar instrumentos que tuvieran el mismo grado de rigor y precisión como los de las
ciencias denominadas "duras" (física, química, etc.". Una de las consecuencias fue que la asociación
continua entre medir y evaluar condujo a considerarlos términos equivalentes. También se difundió
la idea de que cuantificar era contribuir a la cientificidad de la educación
Estas nociones han sido severamente criticadas por pedagogos tales como Díaz-Barriga y Morán
Oviedo, quienes manifiestan que no es posible cuantificar los fenómenos educativos debido, a que
sus propias características y complejidad no lo permiten. Argumentan que la pretensión de medirlos
impide su comprensión ya que se centran sólo en los aspectos susceptibles de medirse, los cuales,
generalmente son los superficiales y no los transcendentes en la educación. Para apoyar sus
afirmaciones citan el caso de las pruebas objetivas; éstas, si bien pueden ayudar a identificar la
adquisición y comprensión de conocimientos, son incapaces de medir los resultados más apreciados
del acto educativo como son la creatividad, la capacidad de razonar, juzgar y analizar; o los cambios
de actitudes, valores, creencias, etc. Aspectos complejos que por lo mismo resulta difícil, sino
imposible medirlos “objetivamente”. La postura de estos autores es tan radical y opuesta a la
medición, que llegan a declarar: “en el campo educativo los aspectos cuantitativos no tienen cabida
y pretender imponerlos sólo distorsiona nuestra capacidad para comprender los fenómenos
educativos”. (Díaz-Barriga, 1987).
Otra aportación importante de esos autores es la de distinguir evaluación de la acreditación. Desde
esta perspectiva acreditar sería la función de asignar notas para promover o retener a los alumnos,

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función que hace el maestro para cumplir con los requisitos establecidos por la normatividad
institucional. Evaluar, por otra parte, sería la actividad con la que se pretende reunir toda la
información posible para profundizar en el conocimiento del acto educativo. De ahí se deduce que
la medición está implicada, pero va mucho más allá y es más que certificar conocimientos. Así, en
las escuelas e instituciones educativas las funciones que cotidianamente se realizan son las de medir
y acreditar, pero rara vez se evalúa.
La evaluación curricular en su afán de ayudar a formar políticas y estrategias para mejorar la
calidad educativa, comprensión que tenía que adoptar enfoques integrales y sistémicos, donde se
tomaran en cuenta la multitud de variables y la interrelación dinámica, las cuales inciden sobre los
resultados educativos El propósito de esta nueva perspectiva era tener acceso a una información
integral para retroalimentar adecuadamente a los educadores. De esta manera, ellos podrían diseñar
las políticas pertinentes.
Esta situación conjunto a crear dos niveles más inclusivos y abarcadores que el anterior; uno que
llamaremos mesoevaluativo o evaluación institucional y otro macroevaluativo o evaluación del
sistema. El primero se refiere al conjunto de mecanismos creados por una institución para conocer
el funcionamiento de los elementos importantes que afectan el desempeño de sus funciones
sustantivas. La aportación más importante de este enfoque fue la de integrar, en un solo
mecanismo, las actividades de diagnóstico, programación y evaluación del quehacer institucional
(Conaeva,1991). En este momento fue claro que para valorar el desempeño institucional era
necesario incluir dos tipos de evaluación: uno interno y otro externo. El interno se refiere a todo
aquello que la institución educativa realiza para saber como interactuan los alumnos, los docentes,
la organización y la normatividad institucional, el currículum, los recursos financieros, la
infraestructura, los materiales didácticos, etc. los principales indicadores considerados en la
evaluación interna son: los índices de eficiencia terminal, de reprobación, de acreditación etc.
Aunado a esta evaluación interna, la externa implica el grado en que la institución cumple con las
expectativas y necesidades de su entorno socioeconómico y cultural de la comunidad donde opera.
Ambos tipos de evaluaciones serán expuestos con mayor detalle en la siguiente unidad.
Ejemplos de mesoevaluaciones son los autoestudios donde la propia institución realiza acciones y
pone en marcha estrategias para conocer y determinar sus sectores “fuertes” o “débiles”. Una
consecuencia importante de adoptar esta perspectiva fue el hecho de darse cuenta que las
condiciones básicas para realizar la evaluación son: la organización de los participantes, legitimar
los procedimientos y estrategias, fortalecer los mecanismos participativos y crear una instancia
reguladora de los procesos de planeación y evaluación (Conaeva, 1991).
Recientemente el proceso evaluativo ha sido colocado a nivel macro o de evaluación del sistema
donde la unidad de análisis no es el salón de clases o una institución, sino todo un sistema o
subsistema educativo; como por ejemplo el sistema de educación básica, el de educación superior,
el tecnológico, el no formal, etc. la evaluación global del sistema está orientada a estudiar las
macrovariables que, en forma regional o nacional, inciden sobre la ejecución y calidad educativas.
Ejemplos de macrovariables son: el grado de cobertura educativa; los índices de infraestructura
institucional; la eficacia de las políticas sectoriales; los procesos, los productos y el impacto social
del conjunto de instituciones; el grado de vinculación con su entorno social, la interrelación con
otros sectores como el social, el económico, el cultural, etc. La finalidad de obtener información
sobre estas variables es propiciar un uso racional de los recursos, así como generar políticas
sectoriales coordinadoras y planificadoras de acciones nacionales, regionales o ambas, que
conduzcan a cambios deseables en el funcionamiento global de sistema educativo.

Momentos de la Evaluación.
Es común colocar la actividad evaluativa hasta el final del acto docente o de las fases
metodológicas de los diseños curriculares. Por eso resulta adecuado discutir, aunque sea de manera
breve, sobre los momentos para realizar la evaluación. Aceptando, como dicen varios educadores,
que no es posible ni deseable evaluar todo de una sola vez (De Alba, 1986), es necesario distinguir

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las diferentes circunstancias de la evaluación. Una tiene que ver con la puesta en marcha del
proceso evaluativo, resultado de la voluntad política y de la disponibilidad de recursos para
hacerla. la segunda se refiere a los períodos de recopilación de la información sobre el objeto; de
estudio; que es la fase sobre la que profundizaremos.
Nos basaremos en el entendido de que la actividad evaluativa es continua, permanente y no se da
sólo al final del proceso educativo. Hecha esta aclaración podemos decir que en ocasiones es
pertinente realizar un estudio histórico acerca del desarrollo del programa, institución o sistema,
para conocer su evolución, desarrollo y transformaciones. A esos estudios también se los
denominan diacrónicos (Marín y Galán, 1988).
Hay otros donde, por el contrario, el interés es conocer el estado actual del objeto abordado para
identificar discrepancias al respecto de las metas y propósitos previamente establecidos. A esta
evaluación se le denomina diagnóstico o sincrónica. Aunque en general es la primera que se hace
al iniciar un estudio evaluativo, es insuficiente por sí misma. Para completarse requiere contrastar
los datos obtenidos con información sobre el desempeño posterior de programa para valorarla
adecuadamente.
Hay otra evaluación denominada formativa que se efectúa durante la operación de las diferentes
fases del programa, aquí la atención se centra en lograr información acerca del funcionamiento de
los procesos y hechos ocurridos antes de terminar o finalizar el programa.
La que se realiza al término del programa, proyecto o plan se llama sumativa, en ella los datos
recolectados se refieren a los logros finales del programa o al funcionamiento global del plan de
estudios.
En resumen, la evaluación utiliza datos provenientes de diversos momentos. La naturaleza de las
decisiones, las preferencias, el tipo de información que se desea lograr, los intereses, las
posibilidades, los recursos, etc., determinan el modo de evaluación a utilizar.

Quien desconoce la historia está condenado a repetirla, de ahí la relevancia de incluir un apartado
acerca del desarrollo histórico de la evaluación para disponer de una visión en perspectiva de este
campo. El beneficio resultante de saber acerca de las experiencias y situaciones por las que ha
pasado la evaluación en diferentes épocas y países, nos permite aprender de sus logros y errores.
Asimismo, este repaso histórico nos ayudará a comprender cómo los cambios en posturas y
aproximaciones fueron resultado de los retos y problemas afrontados.
Es conveniente aclarar que la revisión histórica presentada no es exhaustiva sino sólo muestra las
distintas fases generales por las que ha pasado, centrándose básicamente en lo acontecido en el
mundo anglosajón. La razón por la cual no se hace un estudio más profundo es que la parte
histórica de la evaluación es aún una tarea por realizar (Madaus, Stufflebeam y Scriven, 1986);
también un tratamiento completo del tema rebasaría los propósitos de este documento. Se centra en
el mundo anglosajón porque es donde se dispone de mayor documentación y, además ha sido una
escuela con amplia influencia sobre otras partes del mundo, incluyendo el Continente Americano.
No obstante, se hará al final un breve repaso de la situación en Latinoamérica y, de manera
especial, en México.
Puede decirse que la historia de la evaluación se remonta hasta los antiguos chinos, quienes
aplicaban exámenes a los aspirantes a ingresar a un puesto público, esta práctica sirvió para
promover a gentes capaces hacia puestos gubernamentales, sin importar su origen social. Las
mejores pruebas de la efectividad de esta práctica son los siglos que estuvo vigente y la
homogeneidad cultural que produjo en la elite gobernante (Scott, 1988). Se dice también que
Sócrates aplicaba cuestionarios evaluativos como parte de su forma de enseñar (Stufflebeam y
Shinkfield, 1987).

Etapas de la Evaluación.
La práctica moderna de la evaluación curricular comenzó en la segunda mitad del siglo pasado.
Madaus, Stufflebeam y Scriven (1 986) distinguen seis etapas acontecidas en el mundo anglosajón:

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• La Edad de la Reforma (siglo XIX).


• La Época de la Eficiencia (1900-1930).
• La Época Tyleriana (1930-1945).
• La Edad de la Inocencia (1946-1957).
• El Periodo del Realismo y Expansión (1958-1972).
• La Época de la Profesionalización (1973 a la fecha).

La Edad de la Reforma (1800 - 1900)


Los grandes cambios producidos por la revolución industrial impactaron a todas las esferas
sociales, impulsando a los gobiernos a buscar maneras de modernizar el funcionamiento de sus
distintas instancias. Un mecanismo utilizado fue formar comisiones para recabar información
acerca del desempeño de ciertas áreas y formular recomendaciones. La educación no escapó a esta
práctica; por ejemplo, en Gran Bretaña se creó una comisión para evaluar la educación en Irlanda.
Son interesantes sus conclusiones porque resultan actuales, decían: " El progreso de los niños (en
las escuelas estudiadas) era menor al que debería ser. Terminaban recomendando que para
remediar el problema adoptaran el esquema de "pagar por resultados", consistente en hacer
depender parte del salario de los profesores en proporción a las calificaciones obtenidas por sus
alumnos al final del año escolar.
Los grandes cambios producidos por la revolución industrial impactaron a todas las esferas sociales,
impulsando a los gobiernos a buscar maneras de modernizar el funcionamiento de sus distintas
instancias. Un mecanismo utilizado fue formar comisiones para recabar información acerca del
desempeño de ciertas áreas y formular recomendaciones. La educación no escapó a esta práctica;
por ejemplo, en Gran Bretaña se creó una comisión para evaluar la educación en Irlanda. Son
interesantes sus conclusiones porque resultan actuales, decían: " El progreso de los niños (en las
escuelas estudiadas) era menor al que debería ser. Terminaban recomendando que para remediar el
problema adoptaran el esquema de "pagar por resultados", consistente en hacer depender parte del
salario de los profesores en proporción a las calificaciones obtenidas por sus alumnos al final del
año escolar.
En el año de 1845, se inició en Boston el empleo de pruebas de rendimiento escolar como fuente
básica de información para evaluar a las escuelas y a los profesores. Entre 1887 y 1898, el
pedagogo Joseph Rice utilizó por primera vez grupos de comparación para medir la eficacia de los
programas. Pugnaba porque los educadores se convirtieran en investigadores de sus prácticas
pedagógicas empleando para ello grupos de comparación, así constató la efectividad de los
programas escolares. Recomendaba a los profesores buscar la manera de cuantificar la información
utilizada.

La Época de la Eficiencia (1900-1930)


Este momento se caracteriza por la gran influencia de las ideas de la administración científica del
trabajo, las cuales transformaron muchas prácticas industriales. Los educadores
al ver su éxito intentaron aplicarlas en las escuelas. Durante este periodo hubo gran interés por
desarrollar mecanismos y procedimientos para buscar y ordenar de manera sistemática la
información. Surgió el interés por hacer “objetiva” la evaluación, para ello fueron elaborados tests
con la finalidad de aplicarlos a grandes poblaciones. El propósito primordial de estos esfuerzos fue
medir la eficiencia escolar juzgándola por medio de tasas de reprobación, acreditación y costos. En
resumen, durante este periodo fue institucionalizada la práctica de emplear los resultados de
pruebas estandarizadas como los principales indicadores de la eficiencia educativa; desde entonces
comenzó la asociación entre medir y evaluar, ocasionando frecuentemente que se les considere
sinónimos.

La Era Tyleriana (1930-1945)

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Ralph Tyler es considerado el padre de la evaluación educativa por la gran transcendencia que
sobre posteriores educadores tuvieron sus postulados acerca del currículum y la evaluación. Tyler
fue también quien acuñó el término de evaluación educativa.
La parte medular de su propuesta consiste en considerar al currículum como un conjunto amplio de
experiencias educativas, diseñadas para lograr que los alumnos alcancen objetivos claramente
especificados. De ahí la conveniencia de que los educadores precisaran las metas educativas
porque ellas determinan los contenidos, la organización y la evaluación curricular. La parte más
atractiva de su modelo fue considerar que para evaluar un currículum no se precisa disponer de
grupos de comparación (como lo postulaba Rice) los cuales son costosos y problemáticos. De
acuerdo con Tyler las comparaciones se hacen entre los resultados obtenidos y las metas
propuestas, esto permite medir, directamente los resultados del aprendizaje, sin necesidad de
utilizar medidas indirectas como son la forma de organización escolar, los costos o el número de
libros existentes en la biblioteca. Estos argumentos fueron bien recibidos por los educadores
norteamericanos y su influencia perduró durante los siguientes 25 años (ver capítulo dos).

La Edad de la Inocencia (1946-1957)


A esta época también se le pudo denominar la edad de la irresponsabilidad social, debido a que era
tanto el afán de las personas por olvidar la reciente guerra que dieron rienda suelta a su deseo de
"disfrutar la vida". Fue el momento cuando se incrementaron los prejuicios raciales y la pobreza en
el campo, aunque nadie pareció notario salvo los afectados. Hubo un desorbitado consumo y
despilfarro de los recursos naturales que, se consideraban eternos con muy poca conciencia de las
secuelas negativas que traería para futuras generaciones. Fue una época de gran autocomplacencia
social y optimismo, los problemas parecían no existir, por lo tanto no tenía sentido preocuparse en
solucionarlos.
Esta situación dominante tuvo un impacto negativo en la educación, ya que no parecía haber
interés en formar profesores competentes, solucionar las necesidades de los menos privilegiados o
identificar problemas en el sistema educativo. Aunque hubo desarrollo de mejores instrumentos y
tests, se dispuso de taxonomías de aprendizaje y de nuevas formas de análisis de datos, estas
innovaciones no impactaron al sistema educativo ni contribuyeron a cambiar la forma de
enseñanza. Fue un período de estancamiento para la evaluación educativa debido a que la
autocomplacencia social la impedía.

Época del Realismo y la Expansión (1958-1972)


A la edad del optimismo le puso fin, un Sputnik, el satélite soviético lanzado en 1957 que dió
inició a la carrera espacial. Las repercusiones del hecho fueron tremendas (no olvidar que se estaba
en plena guerra fría), pues el adelanto de los rusos implicaba que su ciencia y su tecnología eran
superiores a la norteamericana. La educación fue acusada de obsoleta y, deficiente y por lo mismo
responsable del atraso tecnológico. La preocupación desatada se refleja claramente en lo declarado
por un senador norteamericano "o hacemos cambios y reformas radicales a la educación o vamos a
tener que enseñarles ruso a nuestros alumnos".
Como consecuencia de esta inquietud, el gobierno federal apoyó financieramente grandes
proyectos nacionales de reforma curricular. La prioridad asignada fue hacia la búsqueda de
propuestas innovadoras tendentes a mejorar, sobre todo, la enseñanza de las ciencias y las
matemáticas.
La función desempeñada por la evaluación, en este contexto, fue la de juzgar la efectividad de los
nuevos currícula y controlar el uso adecuado de los recursos económicos asignados. Los estudios
evaluativos se caracterizaron por: 1) incorporar la propuesta tyleriana de formular objetivos
curriculares muy precisos; 2) diseñar pruebas y tests para aplicarse masivamente y disponer así de
parámetros nacionales de evaluación; 3) utilizar por primera vez evaluadores profesionales para
que emitieran un juicio externo sobre los resultados obtenidos y 4) disponer de amplios recursos
económicos.

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Sin embargo, no obstante los apoyos y la aplicación de las mejores técnicas evaluativas disponibles
hasta ese momento, los evaluadores se sintieron desencantados. Ello se debi6 a la percepción de
que sus enfoques y procedimientos eran simplistas para abordar de manera adecuada la
complejidad de los problemas afrontados y, además, lo que obtenían de sus evaluaciones servía
más para una evaluación de resultados, proporcionando muy poca información sobre otros
aspectos. De esta manera fue notorio que sus actividades y resultados no parecían ayudar mucho a
los diseñadores curriculares ni daban una respuesta clara para identificar las causas de la
efectividad de los programas. Hubo dudas con respecto a la utilidad de los tests, porque se vió que
los mismos estaban sesgados culturalmente, al no tomar en cuenta las peculiaridades de grupos
distintos a los de la clase medía norteamericana, de igual manera eran inútiles para mostrar
diferencias entre escuelas y programas. Asimismo, se percataron de que los coeficientes utilizados
eran medidas indirectas del aprendizaje; si bien identificaban habilidades y destrezas generales,
eran incapaces de mostrar logros concretos en el dominio de contenidos escolares. En resumen,
como fruto de una amplia aplicación a programas curriculares de nivel nacional de los modelos y
técnicas evaluativas disponibles hasta ese momento, vino una época de crisis de la evaluación al
ser clara sus deficiencias y limitaciones.
La situación imperante en esos momentos es reflejada por la polémica sostenida por Cronbach y
Scriven, quienes son considerados los padres de la evaluación curricular moderna. Cronbach
(1963) estaba en desacuerdo con los planteamientos de entender a la tarea evaluativa como una
mera aplicación de test e instrumentos estandarizados. Mucho menos en concebida como una
"carrera de caballos" para saber cual programa triunfaba; porque reconoce a la evaluación como
una actividad sumamente compleja y diversificada, incapaz de ser abordada mediante
procedimientos simples o ser entendida únicamente como aplicación de instrumentos. Para
Cronbach la evaluación debería de tener el propósito de recopilar y utilizar la información para
permitir decidir sobre el programa educativo. Estableció como sus funciones las siguientes:
1) servir para mejorar la impartición del programa, es decir la evaluación debe proporcionar
elementos para identificar qué aspectos del curso (profesor, materiales, programa, métodos, etc.)
son los adecuados y en cuáles habría que hacer cambios;
2) de la misma manera la evaluación debería utilizarse para tomar decisiones con respecto a las
personas, como por ejemplo, identificar sus conocimientos y habilidades, sus aspiraciones,
intereses, capacidades, etc., y a partir de esta información colocados donde sea más pertinente, y
3) emplearse para emitir juicios acerca de la eficacia de una escuela o institución educativa.

Cronbach señaló también que las calificaciones no deberían de ser el criterio único para evaluar un
curso, sino ser multidimensional; es decir incluir medidas separadas para cada objetivo. Por
ejemplo, para evaluar la efectividad del programa se deben de utilizar otras mediciones que
identifiquen los efectos a largo plazo del mismo; utilizando para ello la metodología de los estudios
longitudinales.
Un aspecto que desató polémica fue que Cronbach se oponía al uso del método experimental en la
educación, particularmente estaba en desacuerdo con la comparación de los cursos como
mecanismo para decidir su efectividad. Argumentaba que, por las propias características de la
educación, es difícil, sino imposible, la comparación intergrupal, ya que es inevitable que los
sujetos sepan a qué tipo de grupo (experimental o control) pertenecen y actuar en consecuencia.
Así por ejemplo, si los alumnos están enterados de que pertenecen a un grupo innovador, este
conocimiento muchas veces va a tener el efecto de despertar su entusiasmo y colaboración, lo que
evidentemente influirá en los resultados finales, donde no será posible diferenciar la contribución
propia del curso de lo producido por la motivación de los participantes. Señalaba, además, que lo
importante en la educación no es saber si cierto programa es mejor, sino averiguar cuáles son los
efectos del curso en los participantes e identificar las variables productoras de esa efectividad. Es
decir, en lugar de poner a competir a los educadores, lo fundamental es determinar el impacto del
programa, constatar que objetivos educacionales fueron alcanzados y conocer los efectos

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colaterales o no esperados del mismo.


Scriven (1967), en contrapartida difería de esta postura, ya que apoyaba las comparaciones en
educación, afirmando que es crucial identificar cuáles programas son los mejores; sostenía además,
que las mismas son inevitables de cualquier forma.
Aunque Scriven reconocía que el empleo de grupos control hace difícil y cara la tarea evaluativa,
valía la pena realizarla por los beneficios resultantes. Sugirió varias maneras de efectuar
comparaciones interprogramas; como por ejemplo: formar varios grupos control donde se probaran
diferentes variables (secuencia didáctica, profesor, nivel de dificultad, etc.) de tal manera que todos
los participantes sintieran que son parte de un “equipo experimental”; así, variables motivacionales
y de novedad se diluirían. Señalaba que si se efectuaban los procedimientos descritos, era posible
afirmar que los cambios observados en los grupos obedecían a las variables estudiadas y no a
factores extraños. Para Scriven elaborar buenos diseños evaluativos era cuestión de ingenio y
creatividad.
Otra aportación de este autor al campo evaluativo fue la de distinguir los distintos momentos de la
evaluación; la formativa, se realiza cuando el programa o curso está en proceso; la sumaria, se da al
final de la aplicación del programa. Al proponer estas etapas de la evaluación hizo notar que cada
una de ellas requería de diferentes métodos y personas. Así por ejemplo, en la evaluación
formativa los participantes del programa son los encargados para realizarla; mientras, en la sumaria
se precisa del empleo de evaluadores externos para darle credibilidad.
Una contribución significativa de Scriven fue la de señalar que en cualquier tarea evaluativa es
menester juzgar el valor o importancia de los objetivos del programa, antes de evaluarlos, porque si
las metas y objetivos no valen la pena, entonces no resulta importante hacer el esfuerzo por saber si
se lograron. Pocos teóricos evaluativos han mencionado este aspecto.
Scriven, junto con Bloom, fue de los primeros en reconocer que, para confirmar el rendimiento
académico de los estudiantes, es imprescindible tomar en cuenta otros aspectos además de los
cognoscitivos, por ejemplo, los efectivos, los actitudinales, los sociales, los motores, etc.; así como
estar consciente de los efectos no educativos de la escolaridad, como es la situación de que asistir a
la escuela evita que las personas presionen al campo laboral, posponiendo la ocurrencia de un
problema social grave.
Las ideas de Cronbach y Scriven contribuyeron a clarificar la función y los propósitos de la
evaluación, y sirvieron de punto de partida para desarrollar modelos evaluativos posteriores
formulados por esos años, como los de Stake, Eisner, Stufflebeam, etc. (algunos de los cuales serán
expuestos en otro apartado). Los nuevos modelos a diferencia de los anteriores reconocían la
necesidad de evaluar no sólo aspectos "educativos", sino tomar en consideración otros factores que
repercuten en los logros educacionales como son: las formas en que se emplean los recursos
económicos, la valoración de las propias metas educativas y estar pendiente de los efectos
deseables e inesperados de los programas educativos. Insistieron también en la necesidad de que la
evaluación sirva para juzgar el mérito o valor del objeto de estudio. Este periodo se cierra con
grandes debates y discusiones acerca de lo que es y lo que debería de ser la evaluación educativa.

La Era de la Profesionalización (de 1973 a la fecha)


Distinguen a este periodo tres aspectos fundamentales: uno, la creciente diferenciación del campo
evaluativo como una disciplina distinta, con teorías, métodos y objetos de estudio particulares
adquiriendo en consecuencia, una identidad propia. Segundo, está ampliando su marco de
ingerencia al no quedar circunscrita a los aspectos educativos, sino hacia otras esferas sociales e
institucionales; con esto la evaluación pierde su adjetivo y se consolida como una disciplina cuya
aplicación rebasa el marco educativo, para incluir la valoración de la efectividad de políticas y
programas sociales, realizar evaluación institucional o de macrosistemas, y ya no limitarse al
estudio de aspectos aislados o colocados a un nivel micro. Finalmente un tercer aspecto se refiere a
la explosión de modelos y metodologías divergentes, muchas veces opuestas, donde parecería que
el evaluador tiene forzosamente que elegir, aunque en la actualidad hay una tendencia hacia la

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integración. Estos tres aspectos serán abordados con mayor detalle a continuación.
Actualmente en Norteamérica, la evaluación está en camino de convertirse en una disciplina propia
y autónoma que, como cualquier otra profesión, presta un servicio especializado y ya comienza a
impartiese como tal en varias universidades. Muy distinta era la situación al comienzo de este
periodo, en primer lugar el propio evaluador no tenía muy clara cuál era su identidad, no sabía si
era un investigador, administrador, organizador institucional, un aplacador de test y pruebas o un
filósofo. Con respecto a la situación profesional no existían organizaciones ni asociaciones de
evaluadores profesionales, tampoco había publicaciones donde pudieran comunicarse e
intercambiar experiencias y había pocos lugares donde prepararse. Otro hecho un tanto
incongruente es que, siendo la evaluación una disciplina dedicada a juzgar con base en ciertos
parámetros una situación, careciera de normas, reglas y criterios aceptados por todos sobre como
debería conducirse el trabajo evaluativo. El campo era amorfo y fragmentado. Muchas
evaluaciones eran realizadas por personas sin la debida capacitación, otras veces los investigadores
experimentales intentaban aplicar mecánicamente sus metodologías, sin percatarse de las
diferencias en el objeto de estudio. En general los estudios evaluativos estaban cargados de
confusión y ansiedad.
En estos momentos la situación ha cambiado en forma radical. Uno de los logros importantes es
que la evaluación está adquiriendo su propia identidad, con una caracterización de su actividad, su
metodología, sus propósitos y su objeto de estudio, Hay varias universidades donde se ofrecen
cursos de metodología evaluativa y algunas han creado programas para graduarse en evaluación.
Asimismo, se han fundado centros para investigación desarrollo de la misma. Ahora hay
publicaciones y revistas donde los evaluadores dan a conocer sus estudios, propuestas y reflexiones
como son Educational Evaluation and Police Anaysis, Studies in Evaluation, Evaluation
Review, Evaluation and Programa Planinning, entre otras. Hay numerosos libros, manuales y
monografías que tratan exclusivamente el tema de la evaluación. Un gran avance lo construyó la
elaboración de normas y criterios para juzgar la evaluación, lo que vendría a ser una
metaevaluación o evaluación de la evaluación.
Una conquista importante fue la independencia metodológica de los estrictos cánones de la
investigación experimental, pues se aceptó que ésta última no puede aplicarse tal cual en el campo
evaluativo debido a que entre otras cosas, abarcan objetos y propósitos diferentes. El evaluados,
por ejemplo, tiene que considerar los intereses y necesidades de quien pide la evaluación, destacar
los valores, enfrentarse al dinamismo y complejidad de los fenómenos de la vida real, aunque al
igual que la metodología experimental debe cumplir, de otra forma, con los criterios de la
confiabilidad y veracidad.
Un segundo aspecto del periodo es que la evaluación ha ampliado continuamente su rango de
ingerencia tanto dentro de lo educativo, como fuera de él. Un ejemplo de esto es el libro de Rossi y
Freeman (1989) quienes proponen una metodología evaluativa para juzgar la efectividad,
relevancia, impacto y relación costo-beneficio de programas sociales. Con ello la evaluación
adquiere una complejidad y generalidad que hacen difícil disponer de un lenguaje común para
comunicarse. Sin embargo, la evaluación está teniendo mayor importancia en la sociedad; quizá,
entre otras razones, por lo siguiente: vivimos en una era de crisis económica, donde los escasos
recursos disponibles tienen que cuidarse y utilizarse eficazmente; la complejidad y especialización
de las esferas e instituciones sociales, hacen difícil y diversa la administración y el manejo de ellas,
existe, también, una creciente demanda de la sociedad de “pedir cuenta” a las instituciones e
instancias gubernamentales sobre el manejo de los recursos otorgados así como la repercusión
social de ellas. Para contribuir a realizar en forma adecuada esas tareas la evaluación posee
herramientas, procedimientos y mecanismos.
Señalamos en el primer punto que si bien la evaluación se había independizado de los cánones de
la metodología experimental, ello no quiere decir que la desecha, sólo toma aquellos elementos que
se adecuen a sus propósitos y necesidades. Este momento se caracteriza por la existencia de un
gran número de modelos, esquemas enfoques y metodologías evaluativas. Varias de ellas serán

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expuestas en el siguiente apartado. Ahora sólo adelantamos que la metodología evaluativa se ha


enriquecido por las aportaciones de disciplinas como la antropología, la abogacía, la crítica de arte
y el periodismo entre otras. Sin embargo, la controversia está entre las aproximaciones
denominadas cuantitativas y las cualitativas. El enfoque cuantitativo se refiere a aquellos
estudios que siguen una metodología preexperimental, cuasiexperimental, se caracterizan por
emplear datos objetivos obtenidos a través de tests, pruebas y cuestionarios, luego los somete a
análisis estadísticos para probar hipótesis o compararlos con metas previas, al enfoque le interesa
la precisión, el control experimental pero sobre todo medir los fenómenos. En el enfoque
cualitativo importa lograr una descripción y comprensión cabales del fenómeno estudiado, por lo
que emplean observaciones, entrevistas y análisis de documentos. Su interés principal es obtener
los significados que la experiencia produce en los participantes. Estas aproximaciones serán
presentadas con mayor amplitud en la siguiente sección.
En resumen, aunque el periodo analizado muestra grandes avances y logros en el campo
evaluativas hay, sin embargo, ciertos aspectos que constituyen retos por superar. Si bien hay mayor
posibilidad de publicación y difusión, también como fruto colateral a este fenómeno se ha
producido también “mucha paja”; es decir, se han publicado cosas intrascendentes reiterativas o
simplistas. Aunque hay ahora más y mejores gentes preparadas en este campo, existen temores de
que se convierta en un círculo cerrado y exclusivista. La cooperación entre organizaciones y
asociaciones es un hecho muy importante, pero también se reconoce que su unión es todavía muy
frágil. En el aspecto metodológico, aunque hay tenencias a enviar las polarizaciones para optar por
un u otro enfoques metodológicos, aún hay peligros de sectarismos o de caer en un eclectisismo
ingenuo. Finalmente, a pesar de la amplia gama de posibilidades y opciones teóricas,
metodológicas y tecnológicas no se practica a todos los niveles y tipos de educación. Por ejemplo,
en un resumen acerca del estado del arte de la evaluación curricular elaborado por la Review of
Educational Research, de una lista bibliográfica de 100 publicaciones, sólo 15 de ellas eran
estudios empíricos (citado por De Alba, 1986). Concluiremos señalando que ahora a la evaluación
le importa adecuar su metodología y sus técnicas a las necesidades e intereses de la sociedad, las
instituciones, el grupo y los individuos a los que sirve; ahora, no pretende que ellos se adapten a las
necesidades, requerimientos y propósitos de la metodología.

Breve Historia de la Evaluación Educativa en Latinoamérica.


En Latinoamérica es difícil hacer historia de la evaluación por las pocas fuentes documentales que
se poseen en la actualidad. Estas son prácticamente inexistentes, tienen circulación restringida o es
difícil acceded a ellas. Aunado a estas limitantes se encuentran la propia magnitud de la tarea que
impide ir más allá de una descripción superficial.
No estamos muy convencidos de que la evaluación en Latinoamérica la podemos dividir en
períodos como los expuestos por Madaus y colaboradores. Sin embargo, podemos señalar que
existen momentos, los cuales, a diferencia de los descritos por estos autores, son fases no
excluyentes ni secuencias, sino simultáneas.
Primero partiremos de afirmar que, por nuestra propia cultura e idiosincrasia no somos muy dados
a cuantificar o darle racionalidad a nuestras acciones. El pragmatismo norteamericano no tiene
tradición en nuestro medio y choca con nuestras tradiciones y concepciones educativas (Díaz-
Barriga, 1989). Por eso, las grandes reformas educativas por las que pasaron muchos de nuestros
países en los años cincuenta y sesenta, fueron realizadas sin haber existido, con anterioridad,
estudios o diagnósticos serios y precisos acerca del estado prevaleciente, para poner en marcha los
cambios necesarios. Ante todo estaba claro que la evaluación era prescindible, porque lo
importante, en todo caso, era la voluntad política de los gobernantes en turno para imponer las
reformas.
En los años sesenta, cuando comenzó la gran expansión educativa y el crecimiento desorbitado de
la matrícula escolar, los esfuerzos de las autoridades educativas estuvieron destinados a la
satisfacción de la demanda social, lo prioritario era construir nuevas escuelas, contratar y capacitar

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más profesores. En este momento la salida se buscó por medio de la modernización de los sistemas
educativos, en particular a través del uso de la tecnología educativa; entendiendo por ella el uso de
los modernos medios de comunicación masiva y las mejoras al proceso de enseñanza-aprendizaje.
Pero curiosamente m la evaluación no fue muy tomada en cuenta. Al contrario, la prioridad estuvo
asignada a la atención de la creciente demanda de servicios educativos y hubo grandes esperanzas
de que la tecnología educativa resolviera los problemas.
A fines de los años setenta paro principalmente durante los ochenta, la atención estuvo enfocada en
resolver los problemas estructurales de la educación. Por eso la planeación educativa y, como uno
de sus componentes, la evaluación, comenzaron a tener mayor injerencia en la elaboración y la
puesta en práctica de las políticas educativas. Es decir, la prioridad estuvo dirigida a mejorar la
administración del sistema educativo. Un ejemplo que forzó a consolidar esta tendencia fue la
crisis económica, producto principal del endeudamiento externo y de los excesivos gastos
militares. La repercusión mayor del problema fue enfrentar a los educadores al reto de hacer más y
mejores cosas contando con menos recursos. Por eso una cuidadosa administración educativa
construyó uno de los ejes fundamentales de la nueva política y la evaluación comenzó a adquirir
mayor importancia y auge en nuestros países; aunque todavía no era una disciplina diferenciada
como tal, sino utilizada entre otras por disciplinas como: psicología, sociología, administración,
ingeniería, etcétera.
A partir de los ochentas es cada vez mayor el número de subsistemas e instituciones educativas que
disponen de experiencias en evaluación (Carreón, 1983). En particular, en las instituciones
mexicanas de educación superior comenzaron por ejercicios aislados de evaluación. En general a
través de autoestudios, antecedente importante para diseñar posteriormente, un modelo integral de
evaluación (Anuies, 1984). La aplicación del mismo ha propiciado una consolidación de la albor
evaluativa en las instituciones (Gago, 1991). Sin embargo, muchos ejercicios evaluatorios son
todavía superficiales, “impresionistas” y poco sistematizados. Tal como dice Gago (1991) “Son
problemas sentidos, que conocidos, tenemos más creencias que evidencia respecto a lo que ocurre
en nuestro sistema de educación superior”.
Para describir la situación actual nos referirnos de manera particular al caso mexicano, donde
actualmente existen dos posturas antagónicas, una tecnócrata y otra contestataria. La primera
concibe a la evaluación como un mecanismo para recopilar información y racionalizar la toma de
decisiones, teniendo como meta fundamental lograr una mayor eficiencia, eficacia e impacto de la
educación; busca cuantificar la información por medio de indicadores, definiciones, criterios,
parámetros, etc., con el fin de conocer “con certeza y veracidad, con más orden y congruencia lo
que ocurre en las instituciones” (Gago, 1991). Todo ello, para cuidar el uso de los recursos y
averiguar los efectos de las políticas educativas. Esta corriente está enraizada sobre en los sectores
público y privado.
La postura contestataria se localiza sobre todo en el ámbito académico y universitario, se
caracteriza, principalmente por criticar y señalar deficientes de la postura tecnócrata, argumentando
que sus postulados son simplistas y reduccionistas, porque no consideran la influencia de otros
factores como son los políticos, económicos y sociales; además, culpa a los postulados tecnócratas
de utilizar la evaluación como mecanismo de control para imponer políticas contrarias a los
intereses, tradicionales y formas de organización de los educadores. Algunos de ellos rechazan de
plano el uso de lo cuantitativo en la educación y pugnan por una construcción de una teoría
evaluativa. Sin embargo, la carencia principal de esta corriente en su falta de propuestas visibles
para los problemas y deficiencias que señala. Las propuestas prácticas no existen o son una copia
disfrazada de las técnicas usadas por la postura tecnócrata. El gran obstáculo para construir una
conceptualización propia de la evaluación es que las dos posturas están polarizadas,
descalificándose unas a otras, sin querer buscar un entendimiento que posibilite la comunicación y
el enriquecimiento mutuos.

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Problemas y Retos Actuales de la Evaluación.


La evaluación ya se está aplicando en muchos de los países latinoamericanos. Se han encontrado
algunos problemas que describiremos a continuación. Una primera dificultad señalada
reiteradamente es la inexistencia de una “cultura de la evaluación”, definida como la “aceptación
consensual (de los participantes) de valores, normas, criterios y procedimientos que son parte de
una ética de trabajo académico” (Fuentes 1991), con ésta la evaluación se convertiría en un hecho
cotidiano en nuestras instituciones y no en una novedad que continuamente debiera demostrar sus
beneficios. Estas dificultades convierten a los intentos evaluativos en procesos desgastantes.
Algunos problemas extraídos de documentos publicados por instancias educativas
gubernamentales (SEP, 1991; CONAEVA, 1991), son:
− La evaluación no ha cumplido con su tarea de fundamentar la toma de decisiones, ya que la
información llega de manera extemporánea y existente carencia de mecanismos que faciliten la
comunicación.
− Hay duplicación y aislamiento entre las diversas instancias encargadas de la tareas evaluativa.
− Escasa infraestructura con la que cuentan las instituciones para realizar esta función.
− Poco personal especializado y dedicado a esta tarea, instrumentos y metodologías
rudimentarios y prácticamente inexistentes, apoyos normativos, económicos y de autoridad
para los evaluadores.
− La gran heterogeneidad de instancias e instituciones hace difícil que un solo modelo evaluativo
satisfaga las necesidades de cada institución.
− Hay problemas políticos como falta de voluntad para propiciar una real participación de los
involucrados, además de que existe rechazo al cambio.
− La escasa incidencia que la evaluación ha tenido para diseñar políticas de asignación de
recursos a las instituciones.
En un futuro próximo parece que se realizarán la búsqueda y la experimentación de nuevas formas
de pensar y conducir la evaluación. Es probable que comience a tener una mayor aplicación y un
enriquecimiento de las técnicas hasta ahora usadas; habrá también una mayor pluralidad de teorías
y metodologías, así como de gentes capacitadas en el campo. Quizá se logren fundir en un crisol
posturas en otras latitudes consideradas opuestas o incompatibles. De suceder esto no sería la
primera vez que se lograra, ejemplos de ello son artes y teorías educativas en Latinoamérica.

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