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CRUZ DE DURROW:
Esta obra maestra del arte irlandés es del siglo IX, y está ubicada junto a lo que
fuera el monasterio de Durrow, fundado por Columba en el 553.
Es más que evidente que este sistema eclesiástico jamás podría cuajar en las
islas, y mucho menos en Irlanda, en donde la romanización fue nula. Las ciudades
eran inexistentes en la mayor parte del territorio, y la sociedad estaba poco
jerarquizada. Y sin embargo el cristianismo, adaptándose a las características de
aquellas sociedades, cristalizó de manera brillante. ¿Cómo pudo ser?
A medida que en el imperio el cristianismo se hizo más popular, podríamos decir
que se vulgarizó. Gentes ambiciosas y de precaria moralidad decían ser cristianas,
con lo cual se fue difuminando el mensaje original, de humildad y sencillez. Surgen
por ello una serie de personajes que deciden distanciarse de todo aquello.
Basándose en los místicos anacoretas de oriente, marchan igualmente al desierto,
intentando así acercarse al verdadero mensaje, lejos de las corruptelas que
imperaban en Roma y en las ciudades de provincias. Los anacoretas de la Galia -
a un paso ya de Britania - al contrario que los místicos de oriente, vivieron en
bosques y montañas, y en ellos encontraron habitantes, los paganos, con lo cual a
su deseo de retirarse se unió el de predicar y convertir. Predicar primero con el
ejemplo, para convertir después, adaptándose si es necesario a la espiritualidad
del campesino o del pastor, “rebajarse para conquistar” que decían los padres de
la Iglesia, convencidos de la superioridad del mensaje de Cristo.
Fue este tipo de cristianismo, capaz de adaptarse al medio bárbaro, el que llegó a
las islas. Sí es cierto que en las ciudades del sur de Britania hubo comunidades
cristianas muy pronto, sin embargo el mensaje llegó más rápido y de forma más
eficaz a las zonas menos romanizadas. “Regiones inaccesibles a los romanos
pero accesibles a Cristo” que dijera Tertuliano en el siglo III, un hecho confirmado
por nuestro cronista Beda. Así los celtas adoptaron el cristianismo con relativa
facilidad, mientras que los romanos, acostumbrados a racionalizarlo todo, tuvieron
serias dificultades para comprender el mensaje original, y cuando lo hicieron, lo
adaptaron a las estructuras sociopolíticas del Bajo Imperio, convirtiéndolo en una
forma de poder político, jerárquico y centralista, que justificaba guerras y
fomentaba las ambiciones de la mayoría de los reyes bárbaros que ya empezaban
a instalarse en occidente.
El cristianismo que llegó a los lugares inaccesibles a Roma fue llevado por
misioneros, muchas veces eremitas vagantes que se adentraron en la espesura
de los bosques para predicar. Así sabemos que cierto Ninián, en el siglo V predicó,
entre los pictos y britanos de la actual escocia, mientras su contemporáneo
Patricio hacía lo propio con los paganos de Irlanda, abriendo sin duda camino a la
exaltación cristiana del siglo VI, que traerá consigo innumerables fundaciones
monásticas y el surgimiento de santos y mártires en todos los rincones celtas de
las islas.
Mientras tanto Roma intentaba organizar las comunidades cristianas de Britania a
su manera, es decir, aprovechando la escasa estructura urbana de la isla, y
tejiendo una red de obispados y parroquias que en absoluto resistió a la llegada
anglosajona, con lo cual se vería obligada, andando el tiempo, a liderar la
reconquista cristiana, ya en tiempos de Gregorio el Grande - finales del siglo VI -.
PELAGIO:
En los primeros tiempos del cristianismo el sistema de conversiones fue un tanto
anárquico. Aún no había un dogma oficial establecido, y así cada vez que un
pueblo optaba por convertirse no era difícil que optara por una visión particular de
la nueva fe. Surgen así innumerables herejías, o diferentes visiones del
cristianismo, que tratan de hacerse un hueco en el ideario religioso del momento.
Fue el cristianismo de Roma, apelando a la herencia de Pedro, quien intentó hacer
valer sus tesis como oficiales y verdaderas frente a las incontables desviaciones
que salpicaban Europa y el Mediterráneo. Una de estas herejías la protagonizó
cierto Pelagio, cuyo origen bien pudo ser britano, y cuyas tesis calaron entre las
poblaciones celtas de la isla.
Sabemos seguro que predicó en Roma y el Mediterráneo durante más de 20 años,
ganándose allí muchos adeptos, y chocando con las tesis de los santos Agustín y
Jerónimo, que no cejarán en su empeño de conseguir la excomunión del hereje, y
a quien tildarán peyorativamente de “escocés”, o “relleno de papilla escocesa”.
Independientemente de su vida y de sus discusiones – más o menos refinadas –
con los padres de la Iglesia, y para no extendernos demasiado, nos centraremos
en su doctrina:
Los dos puntos más conflictivos de su pensamiento tienen que ver con el pecado
original y con la Gracia.
Para Pelagio el pecado original viene de un acto de desobediencia que cometió un
solo hombre, Adán en este caso, y que no tiene que implicar al resto de su
descendencia. Con esto viene a decir que todos nacemos limpios de pecado, y no
tenemos que pagar por los actos de un solo hombre. El ser humano no nace
bueno o malo, por tanto, sino limpio y con capacidad de elegir su destino. Con
esto Pelagio atribuye libertad individual al hombre – libre albedrío – a la vez que
rechaza el maniqueísmo. No hay bien ni mal, sino que todo se funde en un todo
homogéneo, que incluye no solo al hombre, sino a Dios.
Si hablamos de libre albedrío negamos entonces la predestinación, chocando con
el problema de la Gracia. ¿Qué es la Gracia? Pues podríamos definirlo como la
salvación eterna que Dios ofrece al hombre por creer en Él. Dios sabe si alguien
se salvará en base a la fe que le procese. Pelagio decía sin embargo que la
salvación se consigue con obras. Solo con su propio esfuerzo, el hombre es capaz
de salvarse, porque es libre. Sin mediación alguna de Dios, y mucho menos de la
jerarquía eclesiástica.
Ante semejante bombazo no es de extrañar que Pelagio y los suyos fueran
expulsados de Roma por el papa. No volviéndose a saber de él.
El Pelagianismo ganó adeptos en Roma, pero solo las clases cultivadas fueron
capaces de entender su doctrina. Sin embargo en Britania caló tan profundamente
en la sociedad céltica que el papa hubo de enviar al obispo Germán de Auxerre a
combatir la herejía – y de paso a combatir por las armas a los pictos –.
Lo cierto es que las tesis pelagianas coincidían con el espíritu celta en muchos
factores, lo cual explica el éxito de su pensamiento en la isla. Para empezar el
libre albedrío concuerda perfectamente con el espíritu libre e individualista celta, y
con su sociedad horizontal y poco jerarquizada. En cuanto al valor de las obras y
la voluntad como medio de salvación está en relación directa con las proezas
inhumanas de los héroes mitológicos en su busca de la perfección. Así no solo nos
encontramos a los esforzados héroes del Grial sino a los propios monjes celtas,
cuya austeridad y rigor son casi legendarios, creyéndose capaces incluso de
cambiar la intención divina solo con su sacrificio.
El Pelagianismo desapareció de Britania, sin embargo el cristianismo celta tendrá
muchos puntos en común con esta herejía, aún en el caso de que muchos de
estos monjes apenas habían oído hablar de Pelagio. Simplemente se trata de dos
formas de espiritualidad cristiana que los celtas adoptaron en uno u otro momento,
aunque sin influencia mutua.
PATRICIO EN IRLANDA:
LA ORGANIZACIÓN MONÁSTICA:
Al igual que los héroes de los mitos célticos, los monjes de Irlanda también
partieron en busca de aventuras. Esta acción de salir de su patria, que tenía algo
de proeza y también de sacrificio, estuvo siempre en la mente del monje.
Sabemos que Brandan de Clonfert se aventuró por el Atlántico hacia el oeste, y
que otros monjes irlandeses descubrieron Islandia antes que los vikingos. Aunque
la gran labor del cristianismo celta tuvo lugar con las fundaciones monásticas
continentales, como veremos.
El gran precedente de esta peregrinación lo encontramos en la exitosa aventura
de un monje llamado Columba, Collum Cill en gaélico. Columba nace hacia el 521
en el norte de Irlanda. De estirpe real, era además un fili, y por tanto gran
conocedor de la religión druídica. Dotado de poderes religiosos y políticos, el rey
sacerdote, parte hacia las islas de Escocia y funda allí un monasterio, en Iona.
Columba era de la dinastía de los reyes de Dal Riada, que como sabemos, era un
doble reino situado parte en Irlanda y parte en Escocia. La isla de Iona sirvió no
solo como puente entre ambos, sino que fue el punto de donde partió la
evangelización de los britanos, pictos y sajones. Así Columba contribuyó a la
cristianización de Britania y a la expansión de Dal Riada como entidad política, lo
que indudablemente contribuyó a la gaelización de Escocia.
Columba muere en el 600, sin embargo el legado que dejó le sobrevivirá con
creces. Iona siguió ejerciendo gran influencia sobre Britania. Además se copiaron
y recopilaron libros que se creían perdidos en el continente - el propio Columba
era un gran copista – y mientras Europa vivía su particular oscuridad, Iona e
Irlanda entera guardaban en sus anaqueles obras vitales para el resurgir de la
civilización durante la plena Edad Media.
Llena Irlanda y Britania de monasterios celtas, y con los papas enviando a toda
prisa legados a Kent para convertir a los anglosajones, nuestros monjes deciden
pasar al continente.
Pronto lugares como la Galia, la actual Suiza o Italia se llenarán de monjes celtas
que vagarán por los caminos, hablarán con los reyes y sobre todo fundarán
monasterios. El más destacado de todos ellos fue Columbano.
En efecto, apenas medio siglo después de que los monjes celtas del continente
tuvieran que someterse a la regla benedictina y a las directrices de los obispos y
de Roma, los monjes isleños correrían la misma suerte.
Ya hemos visto como san Agustín de Canterbury trató de convencer a los abades
y monjes de Britania e Irlanda para que se colocasen bajo la tutela romana, sin
resultado alguno. Hay que tener en cuenta que en aquel momento los
anglosajones aún no habían abrazado la causa cristiana romana, así que los
celtas andaban a sus anchas sin presión alguna por su parte. Mientras fueran
paganos, ellos podrían seguir firmes en su peculiar modo de ver el cristianismo.
Así nos encontramos a monjes y misioneros celtas en Escocia, en la Galia o en
lugares tan remotos como Islandia, mientras dejaban a los ingleses ajenos a su
mensaje - al menos a la mayoría de ellos -. Los cristianos romanos, sin embargo,
pronto se lanzaron a la cristianización de Inglaterra. Si desde Roma era difícil
controlar a los díscolos scottos y britanos, los anglosajones lo harían por ellos,
como así fue.
Como ya hemos visto en el capítulo previo, a la conversión de Ethelbert de Kent y
de buena parte del reino, siguieron otras como la de Edwin de Northumbria y otros
tantos, lo cual motivó la entrada en escena de los monjes de Iona, para
contrarrestar de alguna manera los éxitos romanos, y logrando algunos triunfos
importantes en Northumbria, plasmados brillantemente en la cristianización para
su causa de los futuros reyes Oswald y Oswiu. Pero estos logros no serán
suficientes. El cristianismo romano había cristalizado con fuerza en Canterbury, y
tanto sus monjes, como el resto de los reyes ingleses presionaban cada vez más a
los northumbrios y a los propios celtas para que abandonaran sus creencias. En la
corte de un dubitativo Oswiu, en el 664, tendrá lugar el sínodo de Whitby, en
donde representantes sajones y celtas debatirán los pormenores de su doctrina, y
en donde el rey northumbrio, como buen político, eligió la causa de los que a todas
luces estaban destinados a vencer. De este modo, al igual que el resto de sus
hermanos anglosajones, Oswiu – y pronto el resto del reino – optaron por el
cristianismo romano.
Sin duda esta decisión, a los celtas, no les hubiera importado nada en absoluto de
no ser por que el poder anglosajón era ya demasiado importante. La mayor parte
de Britania estaba ya en manos inglesas, y lo que era peor, estos ingleses eran
católicos. Roma había logrado su objetivo, y los sajones ahora terminarían el
trabajo que ellos no pudieron hacer. Legitimados por los papas, la presión sobre la
Céltica se hizo insoportable. Así poco a poco, las comunidades desobedientes se
fueron colocando bajo la tutela de Roma y de Canterbury. El puente entre las dos
islas, el monasterio de Iona, se someterá en el 716, llegando de este modo la
influencia romana a la propia Irlanda.
Sin duda esta alineación en el bando romano por parte de las comunidades
célticas fue un hecho verídico, sin embargo más de dos siglos de un cristianismo
celta, que bebía además de fuentes milenarias, no podían borrarse en unos años.
Sabemos que en el norte de Irlanda fue el Cister quien erradicó los últimos
vestigios - hablamos del siglo XII -. Lo cual no impidió que el recurso al genocidio
fuera usual desde los tiempos de Enrique II Plantagenet hasta el siglo XX. Es
decir, la eliminación física como única manera de extirpar una idea, de aniquilar un
concepto que a pesar de todo se mantiene, debilitado pero firme, en los rincones
más remotos de las islas.
PÁGINA DEL LIBRO DE KELLS, del año 800, que nos da una idea del grado de
desarrollo cultural y artístico de los monjes irlandeses.
© Carlos de Miguel
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