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Cautivo

Aquella mañana lo había decidido, y aunque le dolía, pensaba que era lo


mejor.

Se apresuró a bañarlo, luego cuidadosamente lo secó y le puso crema en


todo el cuerpo (siempre evitaba pasar sus manos por el pene y los
testículos), aquel cuerpo enjuto, que poco a poco se había ido encorvando.
-¡ándele mi viejito, camine!, yo lo voy deteniendo- dijo - y caminaron con
pasos inseguros (más los de él, que los de ella) rumbo a su dormitorio;
una vez ahí, se sentó frente a él y untó con una mezcla especial, cada una
de sus piernas, luego le puso talco en los pies y por ultimo los calcetines, a
los que había cortado el elástico para evitar que la presión agravara el
problema circulatorio que lo aquejaba desde hacia bastante tiempo, no
obstante sus pies habían adquirido un tono violáceo que la preocupaba.

Terminó de vestirlo y lo afeitó con aquella maquinita eléctrica que había


comprado la semana pasada y que le parecía un milagro, ya que evitaba
las cortaduras que antes le hacía con los rastrillos convencionales.

Lo peinó, le puso loción y satisfecha de su aspecto, lo guió al minúsculo


comedorcito, donde lo sentó en una silla amplia y cómoda.

“Hoy le hice un desayuno muy rico, ¡ya vera!, le va a gustar.”

Siempre había tenido un ritual para cada una de las comidas que le
preparaba, a quien ella llamaba con respeto: “don Horacio”, aunque en
algunas ocasiones le decía familiarmente: “mi viejito”.

Sobre la mesa brillaba de limpio un mantel y no obstante que la vajilla


era de mala calidad y de pésimo gusto, estaba dispuesta en un orden
irreprochable.

Horacio sonrió con agrado cuando percibió el olor del café y saboreo de
antemano los huevos “a la poblana”, que estaban casi listos. En medio de
su extravío, sabia que aquella buena mujer era excelente cocinera.

Mientras lo veía comer, recordó la vez que llegó a su vida:

Ella se encontraba viendo su telenovela de las seis de la tarde, de pronto


la puerta se abrió de golpe y entró Luis, su hijo, llevaba a rastras a un
hombre, tenia atadas las manos por detrás, los ojos tapados con unas
vendas y en la boca un pañuelo detenido con cintas adhesivas. De un
empellón lo había hecho trastrabillar y caer de rodillas a escasos
centímetros de donde ella se encontraba sentada.
Su hijo se puso un dedo en los labios indicándole silencio, la levanto de un
brutal jalón y la llevó aparte, - mire MA, no quiero que pregunte nada, ni
diga nada, usted nomás mire y calle -

A ella se le hizo imposible que aquél hombretón tan despiadado hubiera


salido de su vientre. Pero si, era verdad, ella, la fea e insignificante mujer,
a la que nunca había requerido de amores hombre alguno, cuando al
fin se fijaron en ella, hubiera preferido seguir pasando desapercibida, ya
que tuvo la desgracia de toparse con un trío de borrachos, cierto día en
que regresaba de misa (acababa de cumplir 38 años). Los vio venir y
como de costumbre, se hizo a un lado para esquivarlos, pero fue detenida
por una garra que la sacudió y le hizo entrar a una miserable vecindad,
apestosa a mugre y orines. Después de burlarse de ella y llamarle por
todos los nombres despreciables que se les ocurrieron, le hicieron conocer
el lado asqueroso y miserable del sexo. Se sintió usada y humillada hasta
la exasperación.

Cuando al fin terminó su martirio, se dio cuenta que estaba tirada en


medio de la calle, cubierta de sangre, tierra, semen y vergüenza.

Todos los que pasaban solo la miraban con desprecio, sin que la
auxiliaran, ni sintieran la más mínima compasión por ella.

Desde aquel día despertaba asustada y sudando, mientras sentía todavía


el olor nauseabundo a alcohol y a cuerpos sin lavar que no podía
desterrar de sus recuerdos. Pero aquel atropello no había terminado,
pronto se dio cuenta que la nausea mañanera no solo venía de sus
recuerdos, sino de un presente que le decía que había quedado preñada.

Muchas veces, mientras lloraba su desventura, recordaba la cara cruel y


enorme de uno de ellos, tal vez el que más se ensañara con ella y no tuvo
duda de que ese era el padre de Luis, su hijo, el King Kong como muchos
lo llamaban, ese muchacho que desde muy pequeño comenzó a dar
muestras de una maldad que rayaba en lo preocupante. Nunca lo había
podido someter y de nada sirvieron regaños, ruegos o lágrimas, él parecía
hecho de un material impermeable a cualquier expresión de ternura o
bondad, mucho menos de obediencia.

Desde que Carmen emigrara de su pequeño pueblo hacia la capital


huyendo de la maledicencia de la gente, se había dedicado a trabajar en
algunas casas ricas. Pero después la suerte la favoreció. Conoció a una
solitaria mujer, doña Lucha, dueña de un restaurantito y comenzó a
trabajar, primero de lavaplatos y luego de cocinera, quiso el destino que
esa mujer enfermera y Carmen la cuidó con esmero y solicitud, la
enfermedad agotó las reservas monetarias de doña Lucha y hubo que
vender el restaurantito, pero de nada valieron los esfuerzos de los médicos
para salvarla, la mujer murió y Carmen heredó una pequeñísima casita, y
unos muebles viejos, pero que en medio de la pobreza fueron
una bendición para ella, ya que gracias a ello, por fin tenía un techo
donde vivir con su hijo.

El trabajo nunca disminuyó, ella siguió lavando ropa ajena y haciendo


todo el trabajo honrado que podía para aumentar sus ingresos; su sueño
era darle una educación a Luis. Pero él tenía otros planes, decía que la
escuela no se había hecho para él e hizo cuanto pudo para que lo
expulsaran de cada una en las que ingresó.

Pronto dominó la calle y aprendió a cometer pequeñas raterías y poco a


poco estuvo al margen de la ley.

Carmen tuvo que rescatarlo varias veces de la cárcel, siempre con la idea
de que su hijo cambiaría. La vida le enseñó que eso no iba a suceder, esta
vez tuvo la fatal certeza de que estaba frente al peor delito de su hijo: “El
Secuestro”.

Lo escuchó hablando por el teléfono celular, para exigir dos millones de


pesos por la vida de aquel hombre, que se debatía en el suelo tratando de
gritar bajo el pañuelo que se le atragantaba en la boca, mientras pateaba
la pared con todas sus fuerzas.

La lucha del hombre terminó pronto, el King Kong le llevó por la fuerza
al dormitorio de su madre, lo tiró sobre la cama y acto seguido sujetó sus
manos y sus pies con gruesas cadenas a la cabecera y la piecera de la
misma. Ella no pudo más y entró a suplicarle que no lo hiciera, pero la
respuesta fue una bofetada que la hizo chocar contra la pared; en
realidad nunca la había golpeado y ese hecho le provocó un terrible
estado de pánico que la impelió a alejarse corriendo rumbo a la cocina,
donde lloró larga y silenciosamente, luego, se limpió las lágrimas con su
delantal y se dispuso a preparar la cena.

El segundo día del secuestro, Luis la llevó fuera y le dijo: “Escuche bien
MA, quiero que vaya a un lugar (y le dio la dirección), va a encontrar una
maleta ahí, la recoge, toma un taxi y se regresa, ¿me oyó bien? Ella
asintió con la cabeza, ¡ándele pues, ya váyase!, ¡ah! y si se quiere pasar de
lista avisando a la policía, sepa que antes de que lleguen por el
desgraciado ricachón que está allá adentro, primero lo mato, así que
mejor obedezca.”
Dio con el lugar que le indicara, pero por más que buscó no encontró
nada. Después de esperar por mucho tiempo, regresó a dar las malas
nuevas, con el miedo cabalgando en sus entrañas.

Al tercer día Carmen percibió el clásico olor a marihuana que ya le era


tan familiar y poco después la voz exasperada de su hijo exigiendo de
nuevo el rescate. De pronto oyó el golpe del celular contra la pared y
luego una lluvia de majaderías, su corazón comenzó a latir con fuerza,
presintiendo una tormenta, sabía lo violento que podía ser bajo el efecto
de la droga. “¡Rotos hijos de la **?$%&! Decirme que haga lo que
quiera, que al cabo el maldito es un hijo de %*$+.”

Entró al dormitorio y comenzó a golpear al hombre. Era una paliza


despiadada y cruel, se había puesto unos anillos de acero en los dedos,
para hacer el mayor daño posible a su víctima y si no lo mató, fue porque
su madre venciendo su miedo, entró y suplicó por su vida. Luego se
dirigió a su dormitorio, tomó una pistola, se la puso al cinto y salió como
una tromba.

Ella inmediatamente auxilió al pobre hombre, le levantó la cabeza con


cuidado, le quitó las vendas de los ojos y el esparadrapo de la boca. Lo
que encontró fue una masa sanguinolenta en la que solo destacaban los
azules ojos, que se habían salvado gracias a las vendas; de pronto sintió
que su mano se llenaba de sangre, y tenía una gran abertura en la cabeza.
Como pudo la desinfectó y trató de cerrarla apretándola fuertemente con
unas tiras de tela, luego limpió su rostro y con mil esfuerzos lo acomodó
de nuevo en la cama, ya que había quedado suspendido de las cadenas
con que lo sujetara su hijo. Luego buscó afanosamente la copia de las
llaves de los candados que cerraban las cadenas y finalmente las encontró
en un cajón y desencadenó al secuestrado, ya no le importaron las
represalias que pudieran ocasionar su lástima, sólo pensó en salvarle la
vida y quitarse de encima el inmenso pecado que caería sobre su
conciencia, si ese hombre muriese.

Toda la noche la pasó vigilando la respiración de aquél, que de pronto


dejó de ser un extraño, ya que, gracias a los noticiarios televisivos, supo
quien era el moribundo. Según decían, se llamaba Horacio Ramírez de la
Cruz, alto empresario y conocido político, esposo de la señora Martha
Galván de Ramírez y padre de Horacio y Manuel. Luego dijeron que “La
inconsolable familia” exigía que respetaran la vida de don Horacio,
Carmen no pudo evitar una sonrisita sarcástica.

Muy entrada la madrugada, escuchó el ruido inconfundible de la puerta


de la entrada, luego pasos apresurados, rebuscar de cajones, nuevos pasos
con prisa y el golpe de la puerta. En ese momento la mujer no se imaginó
que nunca más volvería a saber de ese hijo mala cabeza, que acababa de
salir de su casa para siempre.

Al otro día supo la causa por la que Luis saliera huyendo:

Los telediarios informaron ampliamente a cerca del asesinato de Manuel


Ramírez, hijo del empresario secuestrado, don Horacio Ramírez. Había
sido acribillado a balazos a la puerta de su casa. A continuación daban la
descripción del hombre que le disparara, ya que uno de los empleados lo
había visto huir del lugar. El retrato hablado, describía al King Kong con
bastante fidelidad.

Una duda tremenda se hizo en su mente: ella estaba dispuesta a hablar


con la familia y decir que don Horacio se encontraba en su casa mal
herido, pero… ¿la acusarían a ella como cómplice de aquel secuestro?, ¿la
meterían a la cárcel de por vida?, ¿pagaría por algo de lo que ella había
sido simple espectadora? Tal vez fuese cierto que en cierta medida era
culpable, por no haber tenido el suficiente carácter para detener las
fechorías de su hijo, pero no estaba dispuesta a pagar a tan alto precio su
tibieza para educar a ese malandrín, al que lloraba a pesar de todo, más
sabiendo sobre él, el pecado del homicidio.

Decidió esperar.

Al paso de los días y mientras escuchaba la respiración cada vez menos


agitada del herido, en su mente comenzó a filtrarse una idea. Una
mañana tomó su chal y salio rumbo al sitio que una vez le indicara su
hijo. Cuando llegó, buscó afanosamente por todo el lugar, finalmente
encontró un maletín, tomó un taxi a toda prisa y ya más tranquila dentro
del auto, se puso a pensar que una de dos: a) que la primera vez no había
buscado con tanta minuciosidad, o b) que la familia de don Horacio,
temiendo que siguieran matando a los de más miembros de la misma,
habían decidido pagar el rescate.

De regreso a su casa abrió el maletín y se sintió mareada ante la presencia


de tantos billetes. Pasó toda la noche contándolos, a veces perdía la
cuenta y volvía a comenzar. Cuando finalmente terminó de contarlos,
supo que tenía una fortuna y se propuso administrarla con sabiduría.

Casi un mes después Horacio despertó, pero su mente estaba extraviada y


solo respondía a estímulos como el hambre, la sed o la necesidad de ir al
retrete.

Fue así como de pronto al estar frente a Carmen, su captora, obedeció a


su voz y dócilmente se dejó atender como a un niño.
Don Juan Manuel Ramírez de la Cruz, era un hombre que lo dominaba
todo, al entrar a la enorme sala de su hacienda, lo primero que se veía era
un cuadro de cuerpo entero en el que se había captado con fidelidad la
personalidad de tan prominente hacendado: alto, rubio, de gran bigote,
su cuerpo como hecho de granito y bajo su cejas arqueadas se adivinaba
un recio carácter. En su mano derecha tomaba con firmeza un fuete. Casi
todos los miembros de la familia, los criados y los animales, habían
probado la furia de aquel fuete.

Don Juan Manuel era venerado y temido. Sólo algunos sabían su


verdadero origen, entre ellos el cura del lugar, que recibía generosas
ofrendas destinadas a tenerle siempre contento y con la boca cerrada.

Su madre, Guadalupe Sosimo, era una muchacha humilde del pueblo, su


casa estaba en una ranchería y la necesidad obligó a sus padres a
llevarla como criadita a la casa unos adinerados, que vivían en la Capital
del Estado. Con solo 14 años de edad y dueña de una carita de virgen y
una figura agraciada, entró al servicio de la señora Stéfana, mujer dulce,
que hablaba con voz suave y de inflexiones musicales, a Lupita le
encantaba oírla porque evocaba las voces del zorzal o del canario, que
tanto le gustaba escuchar, cuando estaba en su casa.

Se sentía afortunada de vivir en ese hogar, aunque extrañara a su mama,


a su tata y a sus hermanos.

Sólo la amargaba el ver los ojos libidinosos del señor Filipo, el dueño de la
casa, le recordaban la vez que había ido a recoger leña al campo y se topó
de frente con aquel enorme puma de ojos terriblemente fieros, corrió y
corrió para salvarse y gracias a que Panchito, su hermano, le aventó una
piedra, el puma se intimidó y salió corriendo en dirección contraria. Pero
frente a don Filipo se sentía más amenazada, algo le decía que de ese
puma no podría salvarse, y tenía razón; una noche la asaltó mientras
dormía en el suelo de la cocina, ella no pudo ni gritar, pues le puso una
mano en la boca y la inmovilizó para violarla.

Doña Estefanía vio cómo cambió el rostro de Lupita de la noche a la


mañana e intuyó la causa, pero no dijo un solo reproche a su marido, tal
vez su esterilidad le hacia sentirse con menos derecho a reclamarle sus
infidelidades.

Con total impunidad, Filipo siguió disfrutando de la chiquilla, hasta que


se dio cuenta que le estaba creciendo la barriga. Sintiéndose un tanto
intimidado, abandonó del todo la cama improvisada de la cocina, cosa
que hizo sentir aliviada a Lupita.
La chica no sabía a ciencia cierta a que se debía su malestar, aunque al
ver su estómago creciendo, recordó a las vacas, las cabritas y las gatas
preñadas y pensó que eso era lo que le pasaba a ella.

Cierto día, sorprendió una conversación entre sus patrones. El decía:


“Está bien, tienes razón, no debí hacerlo, pero míralo por el lado práctico,
nosotros no tenemos descendencia, podemos quedarnos con el
bastardito, regresamos a Nápoles y allá decimos que es tuyo”. Lupita
sintió un miedo enorme, en ese momento tuvo exacta conciencia de que
sería madre y en lo único que pensó, fue en proteger a su bebé, ¡nadie le
quitaría a su hijo!, de manera que salió de esa casa sigilosamente, sin
llevarse más que lo puesto.

Se dirigió al hogar de Maura, una costurera, buena mujer que conociera


cuando iba por los encargos de Stéfana, le contó lo que le pasaba y ella se
conmovió de su desgracia y le ofreció ocultarla, mientras tenía a su bebé.

Cuando el niño nació, Lupe sintió un amor inconmensurable por él, quiso
llamarle Juan Manuel, como el doctor que le atendiera sin cobrarle un
solo centavo.

Así transcurrieron los primeros tres años de su hijo, su piel blanca y sus
cabellos rubios, fueron la causa de que lo tuviera escondido durante todo
ese tiempo. Pero un día se enteró de que don Filipo había caído de un
caballo y había muerto.

*****************

La tarde del entierro, Lupita recibió la visita de Stéfana, una Stéfana


diferente con su bellos rostro demacrado y doliente, le dijo que ella
siempre había sabido donde se ocultaban ella y su hijo, pero que no había
ido a verlos porque no estaba de acuerdo con los planes de su difunto
esposo, ya que ella nunca le hubiera quitado a su hijo. Le proponía que
regresara a su casa, como su dama de compañía y que le daría a Juan
Manuel la educación que merecía. Lupita sabía que en ausencia de don
Filipo, no habría quién deseara quitarle a su hijo, había pasado el peligro.
Pronto se encontró instalada cómodamente, junto con su hijo, en la casa
de donde había salido huyendo.

Aquellos años fueron bastante agradables para las dos mujeres y el niño.
Las dos gozaban de sus juegos y sus mimos, que, intuitivo, daba con más
generosidad a Stéfana.
Pronto Stéfana tomó el papel de madre en la vida de Juan Manuel y
Lupita se dejó ganar por los argumentos de ella, que le decía que cuando
muriera lo dejaría como heredero de todos sus bienes; Lupita no era
ambiciosa, pero pensaba que a su hijo le correspondía otro tipo de
vida, de hecho se sentía inferior a él y veía con más naturalidad que
Stéfana fuese su madre, sobretodo por el color tan parecido de sus ojos y
su piel.

Cuando Juan Manuel cumplió cinco años, Stéfana lo adoptó


legalmente y el chiquillo la siguió llamando mamá y “Pita” a su
verdadera madre.

Pronto fue el tirano de la casa. Caprichoso y exigente, trataba con


insolencia a los criados, pedía a gritos lo que deseaba y debía ser
complacido al instante. Stéfana y Lupe vivían pendientes de sus
caprichos.

Así creció y pronto dio muestras de un gran talento para dirigir el rancho
al que se habían ido a vivir, para evitar las habladurías de la gente.

Con mano dura y poca piedad, hizo crecer la fortuna que dejara su
padre.

Cuando tenía 28 años, conoció a Raquel Oviedo, hija de un rico


hacendado, en el Desfile de la Primavera del pueblo, era la reina de ese
año y lucía su espléndida belleza enmarcada entre gasas y sedas, mientras
sonreía encantada, sentada sobre un carro alegórico. Juan Manuel le hizo
un comentario a Stéfana: “Solo esa mujer es digna de ser mi esposa, y no
dudes que lo será”. Seis meses después se casaba con Raquel en la iglesia
principal de Cuautla. La boda fue espléndida y a ella acudieron los más
prominentes hombres y mujeres del lugar.

Dos años después, cuando Raquel y Juan Manuel esperaban su primer


hijo, Stéfana enfermó gravemente, victima del cáncer, cuando supo que
estaba próxima a morir, llamó a Juan Manuel y pidió hablar con él a
solas : “Hijito, me duele mucho tener que decirte esto”, hizo una
larguísima pausa, que a Juan Manuel le pareció eterna; “la verdad yo no
soy tu madre, tu verdadera madre es Pita”, vio la desilusión y el horror
pintados en su rostro y se apresuró a decirle: “pero tu padre si fue mi
esposo. Como ya lo sabes, venimos de Palermo, Italia, entramos a
México ilegalmente, veníamos sin un centavo, huyendo de la guerra y el
hambre que se desató en nuestro país. Tu padre, comenzó a trabajar con
un paisano, haciendo mantequilla y quesos, allá por Chipilo, poco a poco
iba progresando esa industria y nuestra vida se hizo un tanto más fácil,
aunque siempre faltaba el capital para comprar buenas máquinas.
Pero nos esperaba una sorpresa, ya que, pocos años después de terminada
la guerra, me llegó una carta donde me avisaban que mi padre había
muerto (mi madre murió cuando yo tenía 17 años y fui hija única), y me
había dejado como herencia algunas propiedades en Palermo. Como yo
estaba esperando un bebé (el único que concebí y que perdí cuando
nació), Filipo fue solo a Italia, a vender dichas propiedades y regresó
dueño de una regular fortuna, que agrandó al paso del tiempo.

El único problema con el que siempre tropezábamos era, que prohibían a


los extranjeros hacer negocios y adquirir propiedades en México, la
mayoría de los extranjeros que tenían negocios, estaban casados con
mexicanas (como el socio de tu papá). De manera que, gracias a un
amigo, nos hicimos pasar por mexicanos y cambiamos nuestro apellido
que es Lemaire, por el de Ramírez de la Cruz”. Ella calló y Juan Manuel
explotó indignado por la confesión de la que consideraba su madre: “¡DE
MANERA QUE NI SOY TU HIJO, NI LLEVO TU APELLIDO!
¿PORQUÈ ME HAS ENGAÑADO TODO ESTE TIEMPO?”, espetó
furioso, pero Stéfana no pudo escucharlo, cuando volteó a mirarla, ella
acababa de morir.

La revelación de Stéfana detonó la furia que tenía en su interior, su


naturaleza de por sí cruel, se tornó irascible. Cualquier pretexto le
bastaba para castigar a quien considerara un infractor de las leyes que él
dictaba en su hacienda e incluía a cualquier ser humano o animal que
viviera en los límites de sus propiedades. Sus hijos no se libraron de su
crueldad. Aunque los amaba, nunca se los demostraba y en el fondo
sentía envidia y coraje en contra de los cuatro hijos que engendrara con
Raquel, ya que los sabía legítimos y poseedores de un apellido, que,
aunque era robado, nadie podría arrebatarles, ni cuestionar su origen.

Horacio, el hijo mayor, era el más castigado, su rebeldía era todo un reto
para su padre. Se había curtido por los golpes y los soportaba sin emitir
una queja, al final, cuando lo veía sudoroso y sin poder dar un golpe
más, se dibujaba en su rostro una casi indetectable sonrisa de triunfo. El
muchacho a diario recibía agrios comentarios: “El señorito esconde la
cabeza en los libros, para evitar el trabajo de la hacienda, claro, ¡para eso
estoy yo!, que me he partido el alma para sacarla adelante" o "Raquel,
dime, ¿Catalina es la única mujercita que engendramos?, porque me
parece que tenemos dos”, decía, volteando a ver a su hijo mayor.

Pero a pesar de querer dejar en mal a su hijo, solo recibían elogios de


parte de sus maestros, su inteligencia pronto le hizo destacar en la escuela
y se convirtió en uno de los mejores alumnos, cada fin de cursos
acumulaba galardones, incluso en los deportes.
Cuando, siguiendo la tradición, su progenitor quiso ponerlo al tanto en la
administración de sus negocios, él puntualizó : “Padre, con todo respeto,
no me opongo a que me informe a cerca de los libros de contabilidad y el
estado financiero del rancho, pero no se haga ilusiones, pienso ir a
estudiar a la universidad en la ciudad de México, quiero ser abogado”,
Juan Manuel se encolerizó e inmediatamente enarboló su fuete, para
castigar al insolente, pero él solo le dijo: “puede usted pegarme todo lo
que quiera, no voy a cambiar de opinión”, sólo los gritos asustados de sus
hermanos y los sollozos de su madre, consiguieron que dejara de
golpearlo.

Al otro día, Horacio salió de su hogar, rumbo a la capital a vivir en casa


de uno de sus tíos maternos.

La vida de Horacio en la ciudad de México fue un oasis, lejos de su padre


se sintió como liberado de un gran peso y comenzó a incursionar en lo que
realmente le interesaba: su carrera de abogado.

Sus altos promedios le hicieron acreedor a una beca en la universidad de


Harvard en E.U. Cuando regresó, se encontró dueño de un titulo de
abogado criminalista, pero no sabía que hacer con él, pues no encontraba
empleo en ninguna firma importante, todos pedían experiencia, pero
¿cómo iba obtener experiencia si no lo dejaban litigar?

Sus primas se peleaban por el derecho de llevarlo a los bailes y las


reuniones que frecuentaban, el círculo en el que se movían era de lo mejor
de la sociedad, había dinero y lujo, mucho lujo. El era un profesionista
joven y bien parecido, y eso lo convertía en un “soltero codiciado”. Pronto
se vio rodeado de chicas de “buen ver”, que se le ofrecían en charola de
plata y él se aprovechaba de la situación, teniendo incontables romances,
que terminaban en la cama, sin ninguna consecuencia, ya que la mayoría
de las chicas eran bastante liberales, a pesar de la época en que se
encontraban, tan prejuiciosa y llena de tabúes.

Esa tarde iba a encontrarse con Malena, una chica muy linda, que
conociera en el “Club Albatros “, uno de los clubes que frecuentaban sus
primas. Cuando revisó su cartera, la encontró vacía, pero recordó
que traía un cheque que su madre le enviara, ya que a escondidas de su
padre mensualmente recibía una generosa cantidad. Cada vez él se
prometía que sería la última ayuda que aceptara, pero mientras no
tuviera trabajo y llevara ese tren de vida, tendría que tragarse su orgullo.

Cuando entró al banco a cambiar el cheque, le llamó la atención el tono


enojado de una chica, que discutía con un empleado: “¡Óigame! ¿Cómo
que no puede cambiarme el cheque?” “No le estoy diciendo que no puede
cambiarlo, lo único que le digo es que no podrá ser hoy, tiene que pasar a
cobro y eso tardará cuatro o cinco días.” “Ah, ¡que bien! ¿Y me puede
decir mientras con qué llevo a mi madre al doctor y le compro sus
medicinas?” Sacudía sus largos cabellos y gesticulaba con las manos,
como si tuviera aspas, en lugar de dedos. ¡Era preciosa!, tenía unos ojazos
cafés claros, orlados por largas pestañas, una boca que le pareció un
poema y un cuerpo que era un peligro para su estabilidad.

“Espere un momento”, dijo Horacio, acercándose a la ventanilla donde


discutía con el empleado. “Mire, usted me conoce, tengo una cuenta de
cheques, páguele a la señorita y yo respondo, no hay problema.” Ella
volteó a verlo con ojos encolerizados. “¿Y a usted quien le habló? ¿Por
qué se está metiendo en lo que no le importa?” “Disculpa preciosa,
solamente quiero ayudar.” ¡Pues vaya usted a ayudar a la más vieja de su
casa, yo nunca le pedí su intervención!” Horacio la vio tan enojada, que
su reacción fue reír a carcajadas. Ella se enfureció más y dijo: “mire”,
dijo al empleado que la miraba desconcertado, “vendré a cobrar el
cheque dentro de cinco días” y acercándose a Horacio, le dijo: “para
usted esto es lo que tengo, por metiche:” y le propinó tremenda bofetada,
que le dejó ardiendo la mejilla. Entonces tuvo la certeza (mientras
la miraba alejarse, con ese andar señorial) de que por primera vez sentía
algo diferente por una mujer y el conocimiento lo desconcertó.

Silvia Pérez, era una chica que había demostrado un carácter lleno de
fortaleza desde que era muy pequeña.

Su hogar se vio siempre afectado por el alcoholismo de su padre, que por


el vicio, descuidaba sus obligaciones para con sus hijos y su esposa. Su
madre sostenía el hogar, haciendo pasteles y diversos postres, que ella y
sus hermanos repartían en panaderías y tiendas del rumbo, gracias a lo
cual, podían llevar una vida digna.

Una noche, cuando ella contaba con once años, fue despertada por gritos
y ruido de muebles cayendo, asustada corrió a investigar el origen de
esos ruidos y encontró a sus padres enzarzados en una discusión , ella le
decía: “No Pablo, no te lleves ese dinero, mañana necesito comprarle
algunos libros a Mario y la provisión para la semana.” “No me importa
para que quieras el dinero, me lo llevo, porqué bastante los he mantenido
para que por lo menos alguna vez me den algo.” Ella trató de quitarle el
dinero que tenía apresado en su mano derecha, pero él de un fuerte golpe
en la cara se la quitó de encima.
En ese momento Silvia, enarbolando una escoba, se fue sobre su padre y
lo golpeó haciéndolo trastabillar y caer cuan largo era, antes de que se
levantara, le dijo: “¡te largas de aquí, ahora mismo y no queremos volver
a verte!” Lo dijo con tal autoridad y convicción, que su padre no hizo más
comentario, dejó los billetes y salió sosteniéndose la cabeza.

La madre y los hermanos la vieron como a una heroína y a pesar de que


tanto Mario, como Adela eran mayores que ella, se estableció desde
entonces que ella tomara el mando de la casa y que no se haría nada sin
consultárselo primero.

Pocos años después el doctor diagnosticó leucemia a Adelita y comenzó


una lucha desigual con dicha enfermedad, que terminó venciéndola, ya
que a la edad de 17 años murió la más dulce y mimada de las hermanas
Pérez, con el consiguiente dolor por el vació que dejaba en la vida de la
familia.

Como consecuencia de tanto gasto por la enfermedad y el consiguiente


desceso de Adelita, Mario se vio en la necesidad de cruzar la frontera
para trabajar en E.U, dejándolas solas, a doña Adela enferma de una
cardiopatía crónica y a Silvia, haciéndole frente a la situación.

Esto no la arredró y siguió con la elaboración de pasteles por las


mañanas y estudiando en la facultad de filosofía y letras por las tardes, su
vida era un tanto complicada, pero estaba llena de proyectos y aunque
había tenido algunos novios, decía que no tenía mucho tiempo para
pensar en el amor.

Horacio por su parte, se dedicó a investigar el nombre de la chica, por


medio del cajero que la atendiera y aunque no pudo averiguar sus
dirección, cinco días después, se plantó desde muy temprano en el banco,
para ver aparecer a esa mujer que tanto lo atrajera.

Efectivamente, Silvia llegó a los pocos minutos y se dirigió a la ventanilla


para cobrar el cheque que les mandaba mensualmente su hermano, desde
los E.U.

Cuando salió a la calle, Horacio la saludó: “¡Buenos días señorita Silvia!”


“¿Cómo sabe mi nombre? ¡Ah, ya! Usted es el metiche, ¿viene por más o
que quiere?” “No sea así, preciosa, solamente quiero ser su amigo.” “Pero
yo no, así que con su permiso” e hizo el ademán de seguir su camino, pero
él rápidamente se paró frente a ella, “no sea así, ¿qué le cuesta regalarme
unos minutos para que platiquemos y nos conozcamos un poco?” “Mire,
da la casualidad que yo no tengo ni así de ganas de conocerlo y además mi
tiempo es precioso, voy con bastante prisa.” “Bueno, en ese caso,
permítame llevarla en mi auto, adonde vaya llegará más rápido.” “No
gracias, yo tengo el mío en la siguiente cuadra, gracias.” Y caminó de
prisa para desaparecer de la vista del impertinente (que por cierto estaba
bastante guapo, se dijo). Pero, cuando se encontraba esperando el
autobús, se detuvo un auto frente a ella y asomó la cara burlona de
Horacio, “¿qué pasó, se le descompuso el auto?, ande suba, no me la voy a
comer.” Ella sólo volteo la cara para otro lado y en ese momento llegó el
autobús y subió en él. Pero no, él no se dejaba vencer tan fácilmente,
siguió al autobús y cuando la vio bajar, la siguió hasta su casa. Le
sorprendió el barrio pobre y la casa modesta donde vivía, en realidad
nunca había conocido la clase proletaria, ya que su existencia siempre
trascurrió en medio de la opulencia y últimamente hasta del despilfarro
en que vivían los Oviedo, que ostentaban más de lo que realmente tenían.

Un tanto mosqueado por la curiosidad que despertaba en los vecinos de


Silvia, tocó el timbre de la puerta y salió a abrirle una mujer madura en
la que se adivinaba una antigua belleza y unos ojos muy parecidos a los
de Silvia, lo vio un tanto sorprendida y le preguntó: “¿dígame, en qué lo
puedo servir?” “¿Está Silvia?” “Sí, pase usted.” El interior, aunque
modesto, denotaba la personalidad de quien lo poseía, se sentía una
grata sensación de comodidad y bienestar, que, aunado al olor a pan
recién hecho, envolvía al visitante en un encanto especial.

Cuando la chica salió, su sorpresa no tuvo límites, “pero.... ¿qué hace


aquí?” “Como no me quiso aceptar un café, vine a ver si usted me lo
invitaba.” Ella lo miró un momento y terminó soltando una carcajada
“¿habrase visto? ¡Mire que es un descarado!” y se dio la media vuelta,
para volver después con una charola con dos tazas y una generosa
rebanada de pastel. Eso fue el inicio de su incipiente amistad, que se
convirtió en amor con el transcurso del tiempo.

Por primera vez, tanto Horacio como Silvia, se encontraban enamorados


y felices. Él no quería plantearse la situación, sabía que su familia nunca
aprobaría su relación con una chica de clase media baja y por otro lado,
en realidad era un desempleado subsidiado por su madre, tenía que
encontrar pronto un empleo, para poder pedirle matrimonio a Silvia,
como era su deseo. Solo una cosa lo trastornaba: Cuando tuvo relaciones
sexuales con la chica, comprobó que ella no era virgen como él lo
esperaba, y cuando le hizo el comentario, ella solo le dijo: “pues, tú
tampoco eres virgen o ¿me equivoco?” “No, claro que no, pero yo soy
hombre.” “Y yo soy mujer y, ¿qué privilegio te faculta para exigirme algo
que tu no me das?” El no pudo contestarle nada, pero una rabia
silenciosa, nublaba el panorama de su relación.
Se acercaba el baile “Blanco y Negro” en el salón del Hotel Ritz. Horacio
notó una actividad febril por parte de sus primas y antes de
que preguntara a que se debía tanto ir y venir, Magda, su prima mayor,
le dijo, cuando bajaron a desayunar: “no quiero que me digas que esta
vez tampoco nos acompañarás al baile anual “Blanco y Negro” “Y ¿qué
tiene de especial ese baile?” “Aparte de la originalidad, pues todo el
mundo va vestido de blanco o de negro; pues nada menos que toda la
crema y nata de la sociedad mexicana e internacional, se dan cita en dicho
evento. Se supone que tu quieres entrar a formar parte de una firma
importante de abogados o corrígeme si me equivoco.” “Sí, claro que
quiero, pero que tiene que ver....” ¡Ay primito! No cabe duda de que no
estás enterado de como se mueven los negocios en esta ciudad, lo
importante son la relaciones, si no tienes relaciones, sencillamente no se te
abre ninguna puerta y las adquieres haciendo amistades importantes y
¿cómo?, pues yendo a los clubes de gente nice y a las fiestas más
relevantes donde conoces a lo mejor de lo mejor.”

“Magda tiene razón, Horacio”, dijo Vicky que bajaba al comedor en esos
momentos, “necesitas un poco de “roce”, ¡ya basta de estar en el
anonimato! Oye, por cierto, Malena está enojadísima, dice que siempre la
dejas plantada, no seas cruel, ella es una chica muy linda, desinhibida y
bastante simpática, hasta podrías llegar con ella al Ritz, sería una buena
“carta de presentación” para ti, bueno, es solo una sugerencia.”

El baile estaba en su apogeo cuando llegaron. Horacio notó algunas caras


conocidas, sobretodo de chicas con las que había salido antes de conocer a
Silvia y en ese momento se dio cuenta de cuanto se había aislado de ese
círculo de “gente bien”, por ella.

Malena iba luciendo en todo su esplendor, su rubia cabellera daba justo


marco a su rostro hermoso e impecable, aunque un tanto frío, no pudo
menos que hacer la comparación con Silvia, que era toda expresión,
fuerza y fogosidad y le dolió haberle mentido para poder asistir con
Malena y sus primas a ese lugar repleto hasta los topes de gente vestida
con lujo y ostentación.

Fue presentado a muchísima gente y se sintió mareado, no tanto por los


cocteles, como por la música mezclada con las charlas y el asedio de las
chicas, que se peleaban por bailar con él.

Malena furiosa, trataba de acapararlo, pero en un momento dado, una


chica bastante hermosa, caminó insinuante hasta ellos y dijo: “Hola
Malena, ¿no me presentas a tu amigo?” Cuando Malena la vio, hizo un
gesto, mezcla de disgusto y aprensión “ah, hola Martha, mira, te presento
a mi novio.” “Mucho gusto, Martha Fernández de Hoyos.” “¡Vaya, no me
diga! ¿Qué relación tiene con la firma Fernández de Hoyos?” “Bueno, mi
padre es el dueño de la firma, por cierto ahí viene, ¿quiere conocerlo?”
“¡Desde luego!”, tomándolo del brazo lo apartó de Malena (que se quedó
echando chispas) y se dirigieron a saludar a tan importante personaje.

Horacio no quería creer su buena suerte, tenía una cita el lunes siguiente,
para encontrarse con el dueño de la firma de abogados más
importante en la ciudad de México, casi no podía esperar y su domingo
con Silvia se le hizo insulso, pobre y desmotivado. Se despidió temprano y
cuando lo hizo, no notó la sombra que había en los ojos de su novia.

Para las doce del día, Horacio había sido agregado a la lista de abogados
de la firma Fernández de Hoyos y dos horas más tarde, compartía el
almuerzo con Martha, que coqueta y elegante tomaba un “etiqueta roja”,
mientras lo veía divertida tras su vaso. “Bueno, no es para tanto, amigo,
solo fue un empujoncito el que te di, mi padre no te hubiese contratado
sino hubieses valido la pena, no es ningún tonto, lleva ya muchos años en
el negocio.”

Su nuevo empleo y las salidas constantes con Martha, fueron un


impedimento para ver con frecuencia a Silvia, que poco a poco se iba
sintiendo relegada a un segundo término.

Don Andrés Fernández de Hoyos, a su manera era un tirano y Horacio


recordó a su padre, que era como él, altanero y nunca permitía una sola
negativa de parte de sus subordinados.

En realidad no tenía un horario de trabajo, era requerido casi a cualquier


hora de día o incluso de la noche. Pero eso no era lo que más le
molestaba, cada vez que tenía algún caso en sus manos, se daba cuenta
de que la firma Fernández de Hoyos se dedicaba a defender solo a
personajes con cuentas bancarias de muchos ceros. Fueran inocentes o
culpables, salían libres tarde o temprano. “Y más les vale que sea
temprano”, les decía, para aprontar la libertad de sus defendidos y
recibir el resto de las sumas exorbitantes que siempre estipulaba por sus
honorarios. También se dio cuenta que tenía comprados a los fiscales y a
los jueces, sus tentáculos se habían extendido por todo el sistema judicial.
Era un dios todopoderoso a quien incluso se atribuían delitos
inconfesables, pero también incomprobables.

Por ese tiempo, la madre de Silvia se puso bastante enferma, a tal grado
que tuvo que ser hospitalizada. Ella llamó a Horacio por teléfono y le
avisó lo que sucedía, él quedó de ir a verla por la tarde; pero don Andrés
lo requirió con urgencia y lo mandó a San Antonio Texas a arreglar un
asunto según él impostergable.
Mientras el avión despegaba, Silvia recibía la noticia de que su madre
acababa de morir.

Sintiendo una gran desolación, lloró sola en aquél frío pasillo, por el que
nunca apareció Horacio.

En cuanto bajó del avión corrió al hospital. Lo único que encontró fue la
noticia de que el día anterior había muerto la madre de Silvia, preguntó
por la ubicación del velatorio y hacía allá se dirigió.

La sala se encontraba prácticamente vacía, solo cuatro personas con


caras de desvelo estaban ahí. Levantó la cara seca ya de lágrimas y con
una semisonrisa hizo un gesto a Horacio para que se acercara, él se sentía
extrañamente cohibido y comenzó una disculpa, pero ella le puso dos
dedos en los labios para silenciarlo. En ese momento cuatro hombres
entraron a quitar los cirios y las flores. Una mujer le dijo a Silvia: “tienes
que ser fuerte, viene la parte más difícil, pero ineludible”, ella hizo un
gesto de asentimiento y entraron nuevamente a llevarse el ataúd.

Durante toda la ceremonia, mientras veía bajar los restos mortales de


doña Adela, no dejó de observar a su novia, le extrañó verla tranquila,
fuerte y segura, sin una sola lágrima, cuando trató de abrazarla, un leve,
muy leve rechazo le llenó de frío y sintió un dolor que le impedía respirar
con libertad, tenía un presentimiento, algo que no sabía definir.

Caminaron rumbo a la salida del cementerio y casi al llegar a la reja del


mismo, apareció un hombre con la cara lívida y llena de lágrimas, abrazó
a Silvia y le dijo: “Hermanita, ¿he llegado tarde? Han sepultado a mamá,
¿verdad?”, ella asintió y quiso regresar a la tumba, para acompañar a su
hermano, pero él hizo un gesto, “no, déjame solo con ella, necesito estar
solo.”

“Lo esperaremos, quiero que conozca al hombre con el que te vas a


casar.” “No Horacio, me temo que esto ya no será así.” “¿Por qué dices
eso? ¿Estás celosa? ¿Crees que no te vengo a ver como antes, porque
ando con otras?” Ella enfrentó su mirada, “¡ojalá fuera así de simple! Sé
de seguro que me amas, competir con otra mujer no sería problema para
mí, pero no, hay algo más de fondo, sé con quien trabajas y sé también
qué clase de hombre es tu patrón, mis maestros de la facultad lo conocen
demasiado bien. Don Andrés Fernández de Hoyos es un ser despreciable y
corrupto. ¿Sabes por que te contrató? No, no fue porqué se lo pidió su
muy atractiva hija”, Horacio enrojeció al saberse descubierto, “sino
porqué eres el sobrino de otro corrupto, don Eladio Oviedo, próximo
candidato a la gubernatura del Estado de Morelos. El le financiará su
campaña, claro, le conviene porque es uno de sus títeres. ¿Leíste que
murió el anterior candidato en un accidente automovilístico? Pues no
murió tan accidentalmente, simplemente no aceptó los términos de don
Andrés y firmó su sentencia de muerte. ¿Por que lo sé? Pues porque mi
maestro Carlos Manríquez, es el padre de Fernando Manríquez, el
candidato que se “accidentó”. Carlos denunció los hechos, pero nada
puede probar, ya que por una fortuita razón, el auto se incendió y no
quedó ninguna evidencia.”

“Ese es tu empleador, ese es el mundo al que has entrado por la puerta


grande, yo no puedo evitar que te contamines con toda esa podredumbre,
pero si puedo evitar contaminarme y elijo dejarte, porque en eso si no
transijo, ese no es mi estilo.” El estaba demudado y sorprendido. “Sé que
no lo vas a creer, pero no estaba enterado de todo lo que me informas,
nada tengo que ver con mi tío, ni con la dichosa campaña; no voy a negar
que muchas de las negociaciones en las que me he visto involucrado se me
hacen deshonestas y mal intencionadas, pero todo lo he digerido con tal
de acortar el camino. Recuerda que yo no contaba con ningún empleo, ni
tenía nada que ofrecerte. ¿O piensas que nos podíamos casar y vivir con
lo que mi madre me mandaba cada mes?”, en su rostro triste se dibujó
una sonrisa sarcástica. “Pues flaco favor quisiste hacerte y hacerme, en lo
que no pensaste es en que yo nunca iba a aceptar vivir de un dinero
podrido y que jamás aceptaría traicionar mis principios por nadie, ni aún
por ti.” El la miró esperanzado, “dime, si dejo la firma, ¿aceptarás
casarte conmigo?” “¿Dejar la firma? ¡Vamos! ¿En qué mundo vives?
Pero no seré yo la que ponga obstáculos, anda, ve, trata de salir de la
trampa, te deseo buena suerte.”

Horacio se despidió más tarde de Silvia y su hermano, sin decir palabra,


por respeto a su dolor. Caminó triste hacia su auto, abrumado por las
palabras de esa mujer que amaba y que de pronto se volvía inalcanzable.

La llamada de don Andrés era urgente e ineludible, él acudió con una


terrible tempestad en el pecho.

“Horacio, es necesario que dejes todos los asuntos que tengas, en manos
de alguno de tus compañeros, vamos a hacer un despliegue publicitario
sin precedentes y quiero nombrarte jefe de campaña.” “¿Jefe de
campaña, de qué campaña me habla?” “Oye, no seas tan discreto, de
seguro Eladio te habló de su candidatura.” “Pues no, no estaba enterado
de nada.” “Bueno, ahora lo sabes, ¡tu tío Eladio para gobernador de
Morelos! ¿Qué te parece?” Horacio sintió que bullía una rabia sorda
dentro de sí y contestó: “mire, don Andrés, espero tengan mucho éxito
con sus planes, pero yo no le entro, es más, considéreme fuera de su
firma.” Andrés no se inmutó, dándole la espalda fue a servirse un vaso
de whisky y mientras vaciaba los cubos de hielo le dijo: “tranquilo,
piénsalo bien, esta puede ser tu gran oportunidad, no serás uno de los
tantos abogaditos que tengo bajo mis órdenes, sino nada menos que el jefe
de campaña del gobernador de Morelos, porque de que será gobernador,
lo será, sin lugar a dudas.” Horacio iba a iniciar una protesta, pero lo
siguiente que escuchó lo dejó helado: “oye, quiero felicitarte por tu buen
gusto. ¡Qué chica te cargas! Muy linda y muy inteligente, Silvia Pérez,
bueno el apellido no dice nada, pero, bueno, no se puede tener todo en
esta vida. Lástima que sea una lidercilla revoltosa, de esas que hablan mal
del gobierno y se oponen a todo nada más por fregar, dile que desista de
sus tonterías, una belleza como ella en la cárcel es un desperdicio, ¿no
crees? Por cierto, dale mis condolencias por la muerte de su madre.”
Inmediatamente entendió la amenaza velada que había en sus palabras y
se le vinieron a la mente las palabras de Silvia: “¿Dejar la firma? ¡En qué
mundo vives!” Sí, se había metido en una trampa de ratón, se podía
entrar, pero no salir.

La carga de trabajo era abrumadora, ya no recordaba cuando había sido


la última vez que durmiera por lo menos cuatro horas seguidas, se vio
envuelto en preparaciones de rimbombantes discursos, de carteles para
ser pegados en las calles y autobuses, de anuncios en todos los medios
publicitarios y hasta de hechuras de trajes y camisas a la medida que
pudieran disimular la gordura de don Eladio Oviedo.

Nunca como entonces se sintió tan asqueado por tanta frivolidad y


ostentación. Sus primas y su tía, llenaron la casa de modistas, maquillistas
y toda clase de inútiles que les halagaran el ego y les hiciera gastar en
cremas, masajes y moda. Para él no era un secreto que la fortuna de los
Oviedo era una quimera, don Eladio se había casado con una manirrota
que había enseñado a sus hijas a gastar sin cortapisas. Pero ahora que
sabían que era candidato al gobierno de Morelos, con altas posibilidades
de ganar, sentían que el dinero llamaba a sus puertas y trataban de
gastarlo antes de recibirlo.

Fue un alivio para Horacio encontrar un departamento (pisito) pequeño,


pero muy bien amueblado, cerca de la oficina donde se llevaba a cabo la
campaña publicitaria del candidato. Se despidió de sus parientes, y una
vez instalado en su nuevo hogar, de pronto albergó la idea de ir a decirle a
Silvia que lo perdonara, que se casara con él y que tratase de entenderlo,
si, ella lo entendería, no podía dejar de amarlo, lo que ellos sentían era
muy grande como para tirarlo por la borda como si nada.

Pulsó el timbre, le sudaban las manos, estaba ansioso por ver de nuevo a
Silvia, nunca como en ese momento sintió esa necesidad tan grande de
tenerla de nuevo entre sus brazos. Después de una larga espera se abrió la
puerta y en lugar del aroma conocido de pan recién hecho que siempre
percibía al llegar, un fuerte olor a pintura le llenó la nariz y tras el olor la
casa vacía y el rostro de un hombre sucio que le dijo: “yo no enseño el
departamento, si quiere informes, vaya a ver al portero, está en el 16.”
“Oiga, pero… las personas que vivían aquí, ¿adónde se fueron?” “Mire,
yo no se nada, vaya al 16.”

El portero lo miró con ojo crítico. “¡Ah, sí, lo recuerdo! Usted venía a ver
a la niña Silvia, pues se fue la semana pasada, mire, nos regaló sus
muebles.” Le pareció una blasfemia ver aquellos amados sillones y la
mesita donde tomara por primera vez el café con la rebanada de pastel
más perfecta y exquisita que hubiera probado en su vida. “Pero, ¿adónde
fue?” “Parece que a Estados Unidos, con su hermano, pero, espere, creo
que me dejó algo para usted, pase mientras lo busco.” “No, aquí lo
espero.” No quería sentirse más desolado contemplando el naufragio en
que se habían convertido las pertenencias de su querida Silvia.

Sintió que había pasado una eternidad antes de que regresara el viejo,
que de pronto se materializó con lo único que necesitaba en esos
momentos, unas simples hojas de papel.

Horacio:

Sabía que tarde o temprano me buscarías, yo no hubiese podido


contenerme más tiempo para ir a buscarte, por eso tengo que poner tierra
de por medio.

No lamentaré nunca el tiempo que te dediqué, que me dedicaste,


aprendimos mucho uno del otro.

Es triste la herencia que nos marca de por vida, esa de la que no nos
podemos desprender o que nos lleva a seguir una línea que quizás no nos
gusta, pero que nos impele a desgastarla, como si fuese la misma ropa. Sí,
a veces quisiéramos andar desnudos, libres, como cuando niños sin
prejuicios nos bañábamos en el río despreocupadamente, cubrirnos nos
disgustaba; pero al paso del tiempo aprendimos a vestirnos, casi como
autómatas. Cubrimos nuestro cuerpo, nuestras ideas, nuestros deseos y
aprendemos que el futuro debe también estar cubierto, la seguridad ante
todo; una casa, un auto del año, un prestigio, un nombre, eso es lo más
importante.

No, no te culpo, eso es lo que te heredaron, lo que aprendiste; yo quise


enseñarte la otra parte de ti que no conocías, la parte libre de tu corazón,
de tu mente, de tu espíritu, esa para la que no es necesario tener casa,
auto o prestigio social. Creo que faltó tiempo, descuidaste al Horacio que
más importaba, el hombre puro, el honrado, no con los demás, sino
consigo mismo. El que podía caminar erguido, sintiéndose dueño del
mundo por que no dependía de la opinión de los otros, sino de la llenura
de su propia sombra, de su propia luz.

¿Te hablé de Tlaltelolco?, si, yo estuve ahí hace cuatro años, cuando
apenas tenía 19 años y cursaba la preparatoria. Los maestros nos
hablaban con la verdad, nos situaban en la realidad social en que nos
encontrábamos, aparentemente teníamos libertad, pero el gobierno
controlaba a la opinión pública, coartaban la libertad de expresión y
daban concesiones al capital extranjero, prestándose a toda clase de
corrupción y componendas a su favor. Los pobres, cada día eran más
pobres y los ricos veían aumentar sus ganancias. Las cárceles se llenaban
de las personas que levantaban la voz para denunciar la verdad, se hizo
frecuente la palabra “presos políticos”.

Las grandes revoluciones se inician en las universidades y el gobierno lo


sabía, por eso aquel 18 de octubre en la Plaza de Tatelolco, cuando se
convocó a un gran mitin, al que acudimos un gran número de estudiantes,
mientras hablaba un compañero frente al micrófono, de repente
comenzaron a disparar desde las azoteas. ¡Se desató el pánico! Yo
estaba al lado de un chico, que de repente se desplomó, flojo, como
si fuese de cera, le llamé, pero no me contestó, estaba muerto. Mi instinto
me llevó bajo una ventana y me replegué junto a la pared un segundo
antes de que estallaran miles de partículas de vidrios frente a mí. En el
momento que sentí que disminuía el tiroteo, corrí con todas mis fuerzas,
junto con otras tantas personas, entre las que iban hombres, niños,
mujeres y ancianos, a veces veía caer a algunos, me tapé las orejas para
no escuchar los gritos y los disparos, que se habían reanudado.

No supe como llegué a mi casa, no llevaba zapatos, e iba toda llena


de tierra y sangre, mamá pensó que me habían herido, pero no, mi cuerpo
estaba íntegro, lo que llevaba herida era el alma.

Al otro día solo hubo una pequeña nota en los periódicos, diciendo que
una turba de maleantes se habían enfrentado en la Plaza de Tlatelolco
por el liderazgo de unas pandillas, que incluso había habido un tiroteo y
habían salido heridos algunos pandilleros. Pero los muertos, los muertos
estaban, madres, padres, esposas, hijos, buscaban a sus muertos.

El campo militar número uno se llenó de cadáveres y hasta ahí llegamos


Laura y yo, buscando a su hermano. Nunca imaginamos encontrarnos
con ese espectáculo, era como algo salido del infierno de Dante, algunas
mujeres lloraron de pronto e intuimos que habían encontrado a sus seres
queridos, nos abrazamos deseando que él no estuviera ahí, pero nos
portamos valientes y nos sumamos al resto de los que seguían buscando,
no apareció. Alguien nos dijo que también habían cadáveres en varios
anfiteatros y presos, muchos presos. Fuimos a las cárceles y vimos
muchachos, casi niños, golpeados cobardemente, conviviendo con
maleantes, hombres recios y peligrosos. En medio de todo ese horror,
vimos de pronto a Víctor, el hermano de mi amiga, un Víctor delgado,
sucio e indiferente a su entorno.

Nos mandaron a hablar con el jefe del ministerio público, un hombre de


aspecto vulgar y grosero, hablaba con un palillo entre los dientes: “Miren
preciosas, estamos hartos de tener a esos señoritos ocupando los
cubículos, no nos damos a basto con la comida, ya no hay lugar para un
solo preso más y nos siguen llegando, de manera que si ustedes se ponen
generosas con unos buenos billetes, es posible que se puedan llevar al
mariquita ese.” “¡Mi hermano no es ningún marica!”, protestó Laura,
pero yo le apreté la mano para calmarla, “cállate, puede cambiar de
opinión.”

Logramos llevárnoslo; junto con él salió un hombre que parecía un


obrero: “señoritas, llévenselo pronto y ayúdenlo, nos llevaron juntos, yo
tuve la mala fortuna de ir pasando por la Plaza de Tlatelolco y me
agarraron unos judiciales, cuando me subieron a la camioneta, ya iba
repleta de muchachos. Nos metieron en una celda grande, llena de tipos
mal encarados, no se metieron conmigo, pero a algunos los comenzaron a
insultar y a golpear, creo que el peor problema para su hermano y dos de
los chicos, fue que eran jóvenes y bien parecidos, los atacaron y los
violaron toda la noche, oía sus gritos de dolor y me dolía no poder hacer
nada por defenderlos. Al otro día, uno de los muchachos estaba inmóvil,
vinieron los custodios y se lo llevaron, no regresó; el otro chico lloraba
calladamente en un rincón y su hermano quedó así, como lo ven, quieto,
sin una lágrima, como si se hubiera ido a otro mundo, para no sufrir.
Ayúdenlo, ha pasado por algo quizás más terrible que lo que sucedió en
Tlatelolco.”

Laura y yo pensamos que habíamos crecido de golpe, ya no éramos las


jovencitas que soñábamos con un príncipe azul o que nos deleitábamos
con las canciones de los Beatles, habíamos nacido a la conciencia, a la
ardua tarea de luchar por nuestro futuro, para que nuestros hijos y los
hijos de ellos, encontraran un mundo mejor. Víctor se perdió entre la
bruma, las dos lloramos cuando tuvimos que dejarlo en un hospital
psiquiátrico. “Manita, ¿dónde quedaron nuestras ilusiones? ¡Pensar que
yo un día creí que podríamos ser cuñadas!” “No, Silvia, cuñadas no,
somos hermanas, ¡hermanas!” “Tienes razón. ¡Somos hermanas!”

Esa fue la primera vez que tuve un nombre de verdad, no con el que
había nacido, entonces comprendí que no tiene ningún valor el nombre
que se hereda, porque no cuesta ningún trabajo obtenerlo, lo que vale es
el nombre que te ganas a pulso. ¿Sabes?, tú me diste mis dos últimos
nombres, me llamaste: “mi amor, mi bien”, sé que también me pertenece
porque cuando me lo pusiste, me viste a los ojos y decías la verdad.

Hasta siempre.

Silvia tu hermana, tu amor, tu bien.

La boda se realizó dos meses después de que don Eladio recibiera la


gubernatura de Morelos, en medio de la euforia del recién nombrado
gobernador y su familia, se llevó a cabo la ceremonia. Se ofició el
matrimonio en la catedral de la Ciudad de México y la recepción fue en
El Hotel Ambassador, donde acudió la flor y nata de la sociedad.

Don Juan Manuel Ramírez de la Cruz, su esposa y sus tres hijos, llegaron
dos días antes de la boda y fueron recibidos con muestras de agrado por
parte de los Oviedo, que les ofrecieron su casa encantada.

Conoció a la Marcha Galván, cuando fue llamado por el presidente de la


república. Súbitamente recibió una carta de la presidencia, donde le
pedían se presentara al día siguiente a las 10 a.m.

El presidente lo recibió muy cordialmente, junto con otros seis jefes de


campaña de otros tantos candidatos a gobernadores. Les dijo los errores
que veía en algunas de las propagandas que hacían y les daba los
lineamientos que debían seguir para no perjudicar su imagen. Todos
asentaron sus órdenes, solo Horacio las rebatió: “Disculpe señor, pero, yo
tenía la idea de que éramos autónomos, que podíamos realizar las
campañas a nuestro libre albedrío y ahora resulta que nos pone
cortapisas, yo no creo poder seguir sus órdenes al pie de la letra, no lo
considero ético.” “¿Cómo se llama jovencito?”, dijo el presidente.
“Horacio Ramírez, señor.” “¡Ah sí! Es sobrino de Eladio Oviedo, ya me
habían hablado de usted, mire Horacio, yo solo sugiero, ustedes saben si
siguen mis consejos, créanme , yo podría dejar en manos de mi jefe de
prensa esta conversación, pero quise hacerlo personalmente, porque estoy
casi seguro de que cada uno de los candidatos que ustedes representan
llegarán a la gubernatura de su estado, bueno dije casi…” y sin
transición, “bueno amigos, eso era todo lo que deseaba decirles, les deseo
suerte, pueden salir.”

Horacio salió furioso, pensando en que siempre los políticos tenían la


costumbre de amenazar velada, pero muy efectivamente. Tan
ensimismado iba, que no se fijó cuando empujó sin mucha fuerza a una
chica que pasó junto a él, inmediatamente dos hombres, lo tomaron de los
brazos y lo inmovilizaron, murmuró un “disculpe” y el aroma de su
perfume lo hizo voltear a verla, “señorita, no fue mi intención…” “No
importa, no se preocupe,” y ordenó: “¡déjenlo!” En ese momento se abrió
la puerta del despacho del presidente y un hombre se dirigió a él: “¿Usted
es Horacio Ramírez?” “Sí.” “Pase, le llama el señor presidente.” Una
protesta salió de los labios de la hermosa muchacha que empujara
minutos antes, “¡ay no!, dígale a papá que lo estoy esperando desde hace
mucho, tengo prisa, me urge hablar con él”, “esperen un momento, en
seguida regreso”, dijo el tipo, ella le miró con impaciencia y después
volteo a ver al intruso por el que retrasaban su entrevista con su padre.
“Por mí puede entrar inmediatamente, a mí no me hace ninguna gracia
volver a hablar con él” dijo, mientras señalaba la puerta, en ese momento
oyeron la mismísima voz del presidente: “Pasen los dos.” “Papi, ¡cómo
crees que voy a ventilar mis asuntos en presencia de este… señor!” “No
seas impaciente, no tardaré mucho, lo que tengo que decirle no me llevará
más de dos minutos.” Ella se mordió el labio inferior y se sentó haciendo
un ruido de fastidio.

“Óigame Horacio, de su buen desempeño depende que usted tenga en su


futuro un panorama que ni siquiera imagina, sé de buena fuente que
usted es uno de los mejores jefes de prensa, me gusta su estilo y su
empuje, tiene mucho futuro amigo, no lo eche a perder, oiga lo que le
digo, los viejos sabemos más, no, no lo estoy amenazando, solo lo
aconsejo. Puede irse, no lo retengo más.” Él se sintió desconcertado,
cuando salió, solo alcanzó a decir: “Muchas gracias, con permiso.”

Buscó el baño de hombres, abrió la llave del lavabo y refrescó su rostro


con agua fría, se sintió más calmado. Todavía se quedó un momento
pensando en las palabras del presidente, no entendía por que lo había
llamado y cual era en realidad su intención.

Cuando salió del baño, le extrañó ver a los dos hombres que lo habían
inmovilizado fuera del despacho del presidente, uno de ellos hablaba en la
puerta del baño de mujeres: “Señorita, este no es el sitio correcto para
usted, si quiere puede ir al baño del despacho del señor presidente o de
cualquiera de los baños interiores, usted peligra aquí.” “¡Déjenme!, es
que no puedo estar a solas por lo menos un minuto”, gritó una voz
llorosa y desconsolada. Horacio identificó la voz, era la hija del
presidente. Camino rumbo a la salida y de pronto la puerta del baño se
abrió y casi lo tira, los hombres volvieron a sujetarlo y la chica le dijo:
“Oiga, ¿me está siguiendo?” No señorita, simplemente vine al baño, ¿es
un delito?” “No claro que no, a ver, usted que es tan buen “jefe de
campaña”, ¿por qué no me hace propaganda para que mi padre me
entienda? Porque creo que lo escucha más a usted que a mí”, dijo entre
llorosa y sarcástica.
Horacio rió de buena gana. “¡Que caso! ¡Una hija me pide que la
comunique con su padre!, pues permítame decirle que no tengo esa
solución, es la primera vez que veo al señor presidente”, su rostro de
pronto cambió, asomó una linda sonrisa y dijo: “¡Ah! ¿La primera vez?
Bueno, pues no será la única, a ver venga, vamos a hablar un poco.” Lo
tomó del brazo con familiaridad y lo llevó a un saloncito muy agradable,
luego pidió café y galletas.

Eso fue solo el principio, pronto semblanteo la posibilidad de tener un


noviazgo con Martha Galván, ¡nada menos que la hija del presidente! No
dudo en enamorarla y pronto se hicieron novios formales.

Sus amigos bromeaban con él: “¡Vaya, quién lo dijera!, ¡Horacio “El
conquistador”!, tuviste la oportunidad con las dos Marthas más
codiciadas del reino, ambas hermosas, ambas ricas, pero desde luego,
escogiste a la mejor, ¡FELICIDADES!”

Siempre pensó que la siguiente vez que viera a su padre, él le diría: “Hijo,
perdóname, me equivoqué al ponerme intransigente contigo, tú me
demostraste que tenías razón.”

Pero al estar frente a frente, lo único que encontró fue el mismo gesto
orgulloso que le conociera y la fría mirada que no había cambiado en lo
más mínimo. Solo le dijo después de estrecharle la mano: “Ya ves, que tal
sino te aprieto el cincho (el cinturón)” Ese comentario lo hirió más que
cuando trataba de someterlo a fuetazos.

Amainó un poco su ira, el abrazo cariñoso de su madre, que, aunque aún


conservaba su belleza, la sintió más frágil y con pequeñas arruguitas
alrededor de sus hermosos ojos. “Hijo, ¡no sabes cuanto te he extrañado!”
Lo sabía, porque él nunca dudó del amor de su madre por todos sus hijos,
pero siempre supo que tenía especial predilección por su hijo mayor.

Se fueron a las islas Hawai de luna de miel. Descubrió que Martha era
virgen, pero su maestría en la cama estaba muy lejos de ser la de una
chica inexperta, y aunque le sorprendió agradablemente, también le dejó
desconcertado.

Año y medio después nacía Horacio y solo dos más tarde, nació Manuel.
Martha pretextó un problema ginecológico y se las arregló para decirle
adiós a la maternidad.

El matrimonio fue un desastre, Horacio pasaba mucho tiempo fuera de


casa y en brazos de otras mujeres y Martha solo vivía para acicalarse y
copiar el último grito de la moda. Los hijos eran chicos rebeldes y
mimados, acostumbrados a ser atendidos por los sirvientes y a ser
compensados de la ausencia de sus padres, con juguetes y regalos.

Cada vez que Horacio llegaba a su casa, se encontraba con que no estaba
su esposa y que sus hijos rehuían su presencia. La sirvienta le preguntaba
con un tono que en el fondo era de fastidio: “¿Va a cenar señor?” “No,
puedes irte a dormir.”

Solo en el ámbito del trabajo se realizaba satisfactoriamente, una vez


eliminados sus escrúpulos, se lanzó de lleno al mundo de la política. Con
el apoyo de su suegro, encontró la manera de sacar a la luz la inmundicia
de su antiguo patrón, don Andrés Fernández de Hoyos, había cometido la
tontería de asociarse con un jefe policiaco, que manejaba el negocio de la
droga y la prostitución. Le llamaban “El Perro Canchola” y así era, como
un perro rabioso, duro, peligroso y muy cruel. El presidente estaba
fastidiado de don Andrés, porque según decía: “Se le había subido a las
barbas y eso no podía tolerarlo,” ¡Faltaba más que quisiera estar por
arriba del Poder Ejecutivo!

Horacio solo esperaba la luz verde del presidente para poder tirar por
tierra a puros hachazos ese tremendo árbol que parecía tener un poder
ilimitado, pero él sabía por donde cortar para tirarlo. Cuando le fue dada
la orden, recurrió a la amistad que tenía con algunos
periodistas, comenzó a hacer la labor de informante secreto y los puso al
tanto de los malos manejos del “Perro Canchola” y terminó denunciando
también a don Andrés, como cómplice y socio de dicho sujeto.

Los periodistas tenían miedo de poner dicha información en sus


columnas, ya que tanto el Perro, como don Andrés, eran hombres
poderosos, pero cuando supieron que Horacio tenía el respaldo del
gobierno, comenzaron con una avalancha de información, que terminó
con poner en evidencia a los dos hombres y finalmente fueron a dar a la
cárcel, el jefe de la policía capitalina y uno de los más prestigiosos
abogados de la ciudad. ¡Fue el escándalo del siglo!

El triunfo sobre don Andrés, le dio una inmensa satisfacción, nunca le


había perdonado el haber perdido a Silvia por su culpa.

Silvia, Silvia, cada vez que la recordaba, un dolor le removía las entrañas.

Tocaron a la puerta del baño, mientras se duchaba, “te llaman por


teléfono”, dijo la voz desvelada de su esposa. “¿Quién es?” “Diego, dice
que es urgente.” Se apresuró a vestirse, Diego, su secretario, nunca se
atrevía a llamarlo sino fuese algo urgente, marcó el número de su
despacho: “¿Qué pasa Diego? ¿Quién?” Se puso lívido, “voy para allá,
trata de controlarla, llama a seguridad.”

El panorama que encontró fue desastroso, papeles tirados por doquier,


ceniceros rotos, cuadros tirados, sillas volcadas. “¿Dónde está?” En el
salón de juntas”, contestó Diego, mientras trataba de poner orden en todo
ese caos.

Encontró a Martha sentada en un sillón, fumando un cigarrillo, su rostro


manchado de rímel y despeinada. Cuando lo vio se removió su coraje y
trató de caerle encima, pero los guardias de seguridad la detuvieron
poniéndole los brazos en la espalda. “¡MALDITO COBARDE! ¿Qué?
¿Pensaste que nunca lo iba a saber? Sí, tú fuiste el que inició el complot
contra mi padre. ¡ERES UN TRAIDOR!”

Horacio ordenó a los guardias: “¡Déjenla y salgan de aquí!” “Pero


señor…” “¡Obedezcan!” La soltaron y salieron sin agregar nada.

“¿Te preocupa que oigan los guardias? No importa, esto ya es del dominio
público, lo que no sabes es que mi padre todavía tiene amigos, ten
cuidado porque puede pasarte algo desagradable, gracias a tu traición
tienes muchos enemigos acechando a que te descuides solo un poquito.”

“Martha te equivocas, esto fue un error de tu padre, se asoció al Perro


Canchola y perdió el piso.” “¡Aja! y tú, ni tardo ni perezoso,
aprovechaste su debilidad. ¡No hay quién te detenga en tu ambición! Por
eso preferiste a la Martha más rentable ¿o no? Sí, no me mires así. ¿Qué
me vas a decir? ¿Que fue amor a primera vista? Dime, ¿has oído hablar
de “Las Marthas”?” El negó con la cabeza. “Pues déjame informarte:
Ella y yo, fuimos muy amigas (como lo fueron nuestros padres), nos
conocimos en la escuela. Juntas fuimos invencibles, siempre tuvimos las
mejores notas y también los mejores chicos, nos hicimos famosas por las
fiestas que dábamos e incluso llegamos a imponer la moda. Fuimos
amigas hasta que te conocí. Los problemas mayores que habíamos tenido
eran porque siempre nos gustaban los mismos hombres y más de una vez,
nos quitamos los novios y después nos quitamos los amantes. Sí, así como
lo oyes, ¡los amantes!” Horacio sonrió divertido, ¿cómo se le ocurría decir
eso de su esposa? A él le constaba que había llegado virgen al matrimonio.
Como si le leyera la mente, comenzó a reír, “¡Jajajajaja!, ¡Mira que hay
ingenuos! Todo, absolutamente todo, estuvo planeado. Cuando ella supo
que tú eras mi novio, comenzó a investigarte, pronto estuvo enterada de
tu vida y de tus actividades. El encuentro que tuviste con ella en la
presidencia fue deliberado, sabía perfectamente que su padre iba
entrevistar a los jefes de campaña de los candidatos a gobernadores y se
las arregló para estar ahí. ¿Que cómo sé todo esto? Pues por uno de sus
guardaespaldas, que es mi nuevo juguetito, él me contó todo y más.
También me dijo que Marthita, había tenido una intervención quirúrgica
secreta. ¿En qué consistió? Pues nada menos en que le cosieron el himen,
para que tú creyeras que nadie la había tocado. ¿No me digas que no
sabías que existía este muy conveniente procedimiento? Pues sí, esto y
más es tu querida mujercita, la otra Martha. No sé por qué me molesté en
romper tus cosas, me gusta ver la humillación en tu cara, me da mucho
más satisfacción, pero esto y más te mereces por cobarde y traidor,
porque ni siquiera tuviste los güevos suficientes para poner tu firma en
los desplegados de los periódicos que ensuciaron nuestro nombre. No cabe
duda que tienes un futuro promisorio, pero de ahora en adelante, no vas a
sentirte seguro, ni a dormir tranquilo.” Lo miró con coraje y salió,
dejando el aroma de su perfume.

Llegó a su casa como una tromba. “¿Dónde está la señora?”, preguntó a


la sirvienta. “La invitaron a desayunar a la casa de la señora Vicky, su
prima.”

Solo dijo un “hola” y tomando del codo a su esposa, la sacó de la casa.


Ella se soltó de su mano y le dijo: “¿qué te pasa, te has vuelto loco?” La
tomó del brazo, la arrojó dentro del auto y arrancó dejando huellas de las
llantas en el piso. “Horacio, ¡baja la velocidad, nos vamos a matar!” De
pronto frenó y se volvió hacia ella, su bello rostro lucía pálido de susto,
“¡de manera que me viste la cara de estúpido todo el tiempo! Que dijiste:
“A este tonto provinciano lo mareo, ¿no pensaste que todo se sabe tarde o
temprano?” “¿Qué te pasa? ¿De qué hablas?” “¿De qué hablo? Hablo de
la mascarada que ha sido nuestro matrimonio, sé que planeaste
conocerme, que tuviste el descaro de hacerte una operación para hacerme
creer que eras virgen, y que yo caí como un tonto en todas tus trampas.”
“¿Te das cuenta de que me estás faltando al respeto? No sé quien te dijo
semejante monstruosidad, tú sabes que llegué virgen a tu lado.” “Sí,
¡gracias a tu alcahuete médico! Ahora me doy cuenta de que no era
posible que fueras tan experta en la cama. Mira, yo te hubiera perdonado
si hubieses sido franca conmigo, diciéndome que no eras virgen, pero
trataste de engañarme. ¡Cómo se habrán reído tus amantes cuando saliste
de blanco de la iglesia del brazo de este crédulo! ¡Pues se acabó todo!
¡Quiero el divorcio, inmediatamente! Por lo pronto hoy mismo salgo de la
casa, esa casa que me es ajena, con unos hijos que no me quieren, con una
esposa que nunca veo, porque siempre está fuera, dizque de compras o
con las amigas, mira, ni siquiera me importa si es con los amigos, tú y yo
hace mucho tiempo que no tenemos nada en común.” Ella dejó de llorar y
se irguió, aparentando dignidad, “como quieras, pero te aconsejo que lo
pienses mejor, yo no quiero divorciarme.” El la arrojó del auto, cerró la
puerta y arrancó, dejándola en mitad de la calle.
“Pasa”, le dijo su suegro, “¿quieres tomar algo? “No gracias, estoy bien.”
“Mira hijo, Martha vino a hablar conmigo, estoy enterado de que se han
distanciado debido a calumnias, los matrimonios a veces tiene sus crisis.
No creas, la doña y yo muchas veces hemos estado a punto de separarnos,
pero sabemos lo que significa el matrimonio, los hijos, la estabilidad y
damos marcha atrás.” Notó que ni un músculo de su rostro había movido
y agregó: “Espero que ésta sólo haya sido una crisis pasajera, recapacita,
no me gustaría que mi hija sufriera, ya sabes, la debilidad de los padres
son los hijos; además navegamos en el mismo barco, estamos logrando
grandes cosas, todavía me faltan dos años en la presidencia e
imagínate cuanto trabajo tenemos por delante. ¿Cómo vas a anteponer
una simple discusión de pareja, por un proyecto tan importante?”
Horacio sopesó sus palabras: “Creo que el cargo que usted me ha dado, es
muy aparte de mi vida personal, yo he sido engañado por su hija y no me
es fácil sobreponerme a esto.” “¿Engañado? No me digas que te ha puesto
los cuernos, ¿o sí?” “Bueno, eso no puedo asegurarlo, pero…” “¿No
puedes asegurarlo?, y ¿con solo suposiciones quieres hasta divorciarte?”
“No es eso… usted no entendería.” “Sí, ella me dijo que te puso una
trampita para que la conocieras, pero eso no es tan grave, “en la guerra y
el amor, todo se vale”, ¿no crees?” El apretó las manos y suspiró,
sintiéndose atrapado en un callejón sin salida.

Aparentemente regresó a su casa, pero la vida en ella se volvió más densa,


él y su mujer no se hablaban y sus hijos solo se dirigían a él para
infórmale de sus necesidades económicas.

Se refugió en la política y en sus negocios, aprendió con marrullerías y


astucia a eliminar los obstáculos que se le ponían en le camino para lograr
sus propósitos y pronto se vio dueño de un buen capital con el que
compró una armadora de autos. Su vida era próspera y llena de éxito.
Aunque muy dentro de él se escondiera una indefinible nostalgia.

Esta vez estaba en Londres y su desesperación por no poder adaptarse al


cambio de horario lo hizo salir a la calle a buscar un café o un
restaurante. Apenas eran las 4.30 am y había dejado en el cuarto a
Louise, una azafata que conociera dos años antes durante un vuelo a
Holanda, era de origen norteamericano y volaba siempre en rutas
europeas. Era bastante bonita, desinhibida y nada complicada,
posiblemente cuando estuviera de regreso en el hotel, ella ya se hubiese
ido, nunca le informaba de sus rutas o sus horarios, para él eso estaba
bien, una noche de buen sexo y… hasta la próxima.

Después de caminar un poco, encontró un restaurante que abría las 24


horas, entro y pidió un café con una rosquilla. A través de la ventana vio
a un hombre que llegaba a entregar los periódicos de ese día y decidió
salir a comprar uno. Pronto se encontró leyendo las páginas principales y
las financieras, pero de pronto una nota llamó su atención y su corazón
dio un vuelco, ahí estaba retratado el rostro de Silvia. Leyó con avidez la
nota al calce: La escritora Silvia Pérez presentó con mucho éxito, su libro
“Mitos y Verdades del Corazón”. Desde que lanzara
sus interesantes encuestas “¿Dónde están las valientes?”, en el London
Post, se ha vuelto una de las escritoras consentidas de los lectores
londinenses.

Se levantó de su asiento como impulsado por un resorte, pagó su consumo


y salió rumbo al hotel; una vez ahí, pidió un directorio telefónico, buscó
afanosamente el nombre de Silvia y no dio con él, entonces buscó la
dirección del London Post y cuando la hubo obtenido pidió un taxi , llegó
al edificio donde estaban las oficinas del periódico, pero estaban cerradas,
no se notaba actividad alguna, consultó su reloj, las 6.15.

Aguardó impaciente a que llegara el personal. Como a las 8.30 al fin


pudo entrar al despacho principal a investigar la dirección de Silvia. No
pudo obtener dicha información, ya que según le dijeron la política del
periódico prohibía dar las direcciones de sus reporteros y escritores. Una
chica de figura delgadísima, se le acercó y le preguntó: - ¿Es usted
mexicano? -, -si, señorita -, ah! entonces es compatriota de Sil -, - si, ¿la
conoce?- , - si, el año pasado compartimos un pisito-, - ¿ya no viven
juntas? -, -no, pero sé donde vive ella ahora-, - ¿de verdad?-, ella dijo si
con la cabeza,- ¿puede darme su dirección?-, - si, pero no le diga que yo se
la di, ¡por favor! -, -lo prometo- , dijo, levantando la mano.

El barrio era bastante agradable, a su lado pasaban chicos y chicas en sus


bicicletas. Subió la escalera y tocó en una pequeña puerta con un cuadro
de vidrio azul, nadie respondió, se fijó en una hilera de timbres que
estaba del lado izquierdo, buscó el nombre de Silvia y lo pulsó, una voz
le preguntó : -¿ Me trajiste de nuevo tus trabajos?, de una vez te digo que
no tengo tiempo para hacerlos - lo dijo en inglés, pero Horacio hubiera
reconocido esa voz en medio de una multitud, los ojos se le llenaron de
lágrimas y tuvo que aclararse la voz para contestar: - Silvia, soy Horacio
-,se hizo una larga pausa y de pronto se abrió la puerta y la chica se
abalanzó en sus brazos, - ¡Horacio, no lo puedo creer ! -.

Habían pasado ocho años y en ella casi en nada había cambiado, estaba
hermosa, quizás más madura, pero sus ojos seguían irradiando esa luz
que tanto había echado de menos, aunque notó una chispita especial en
sus ojos. - Pasa, ven, cuéntame como te ha ido -, - pues, que te puedo
decir, todo me parece árido no teniéndote cerca -, Silvia hizo un gesto
divertido, - te ves muy elegante, ya se ve que eres un señor importante-, -
¿que me dices de ti?, leí que eres una escritora de mucha aceptación -, -
jojana, ¡como corren los rumores!, pues si, he tendido cierto éxito
escribiendo, pero no es de lo que estoy más orgullosa, mi orgullo es mi
grupo de teatro , pero antes que eso, mi hija -, él la miró sorprendido , -
¿tienes una hija?- , si , es una preciosa criatura de solo dos añitos -,
-¿eeestàs casada?-,- no, tuve una relación, pero no funcionó, ahora vivo
sola con mi hija , ¿quieres conocerla?-, - si , desde luego- , lo tomó de la
mano y le indicó silencio, la camita contenía una replica en miniatura de
Silvia, era una bella niñita de largas pestañas, que dormía profundamente
abrazada a una muñeca de ajado vestido, ella le informó : - Se llama
Jimena -.

El conocer a ese bebé, lo impactó, sintió que esa debería ser su historia,
estar ahí, en ese cuarto, con Silvia y una hija de ambos, respirando esa
atmosfera de paz y equilibrio perfecto.

• Silvia, no te he dejado de amar, no lo sabía, me he ocultado esta


verdad y para no sentirme vacío me he dedicado a ganar dinero y
prestigio, pero nada de lo que he logrado hasta ahora ha valido la pena,
nada- , ella lo miró largamente - sé que te casaste, que tienes dos hijos,
que eres nada menos que yerno del presidente de México, tu escogiste tu
destino, lo hiciste de la forma fácil y así no es como funcionan mejor las
cosas -, - lo sé, ahora lo sé, pero todavía estoy a tiempo, puedo dejar atrás
todo, mi matrimonio es una farsa, para mis hijos no soy más que un
promovedor de dinero y comodidades, nadie me necesita -, - es triste esto
que me dices, lo malo es que en el camino dejaste al hombre que amaba,
este hombre, en el que te has convertido ahora me es ajeno, te lo digo
porque estando frente a ti, sigo añorando al Horacio que me puso mi
maravilloso segundo nombre -, sintió vergüenza de verla a los ojos, tenía
razón, había dejado la piel en los pinchos de las guerras sucias y las
triquiñuela que cometiera para pisotear a los que le estorbaban. Ella no
tenía mancha alguna, su mirada seguía siendo limpia, pero la de él no,
había cruzado los límites y no había marcha atrás.

Pasearon por un tranquilo parque empujando el cochecito de Jimena,


jugaron con ella, bromearon, recordaron su idilio y sus ideales de
entonces. Supo que había emigrado de Estados Unidos junto con Mario,
su hermano, aceptando la oportunidad que les ofrecieran de nuevos
empleos, él como empleado de una firma y ella como maestra de
literatura española en una universidad. Que Mario se había casado y que
vivía con su esposa norteamericana, a solo unas cuadras de la casa de ella,
que no tenían hijos. Pero sobretodo que ella hacía lo que le gustaba,
escribir y darles sus conocimientos a los jóvenes, en general era feliz.

Regresaron y ella le preparó una opípara comida, que él casi no probó.


Luego, se dieron un largo beso y se despidieron, sabían que no se
volverían a ver, o tal vez si, pero sus vidas habían tomado rumbos
diferentes.

Regresar a México o seguir viajando le daba lo mismo, nunca como


entonces sintió la vaciedad de su vida. Un telegrama le aguardaba en el
hotel, su madre lo llamaba con urgencia, decía que su padre se
encontraba muy grave.

El destino le había deparado en el lapso de unas horas, el confrontarse


con su vida pasada, pinero Silvia y ahora su antiguo hogar.

Le dolió ver que la hacienda estaba descuidada, el gran portón de madera


de la entrada estaba desprendido de tres de sus goznes y lucía despintado
y viejo.

Su madre y su hermano Carlos, salieron a recibirlo: - Hijo, que bueno


que viniste -

No estaba preparado para lo que siguió, - Tu padre sufrió un derrame


cerebral, hizo un coraje muy fuerte y como resultado quedó paralizado de
la mitad del cuerpo -.

Yacía sobre la cama visiblemente delgado, su antigua figura orgullosa


había desaparecido, tenía encogido un brazo, caída la comisura de la boca
y el ojo izquierdo lucía casi cerrado. - hola papá, ya estoy aquí -, ni en sus
más funestos enojos había deseado verlo así, le dolió demasiado y pensó
que ningún hombre se merecía ese castigo. Una lágrima corrió por la
mejilla derecha de don Juan Manuel.

Su antiguo cuarto estaba intacto, parecía que había salido de ahí el día
anterior ; pasó los dedos por el lomo de sus libros de texto y sus novelas,
esas novelas que le había hecho concebir un mundo lleno de nobleza y de
actos heroicos, un mundo ideal, tan diferente al que ahora vivía.

Recordó las madrugadas en que se levantaba a las cinco de la mañana,


montaba a su caballo “El Consentido” y alcanzaba a su padre y a lo
peones en las tierras de cultivo. Veía a hombres y mujeres inclinados
sobre la tierra, piscando el tomate, por lo menos tenían una hora en la
cosecha. Las carretas iban llegando poco a poco, con cajones de madera
que iban llenando rápidamente con el rojo producto.

A veces su padre lo mandaba a supervisar los campos de maíz y hierba,


parte de esta cosecha estaba destinada a alimentar a las vacas, que había
que llevar a pastar cuando la hierba estaba crecida, el trabajo era arduo,
difícil y muy cansado. Ellos, como patrones, hacían una pausa a las 9 de
la mañana y regresaban a la hacienda para desayunar, pero lo peones
comían hasta las dos de la tarde.

Todo esto sucedía cuando él estaba de vacaciones y el trato con su padre


era más sencillo, pero cuando la escuela estaba abierta y no podía ayudar
en el trabajo del campo, don Juan Manuel se volvía un energúmeno y lo
castigaba por cualquier motivo, decía que la escuela era un pretexto para
andar de flojo. Las palizas eran continuas y cuando trataba de buscar
refugio y comprensión en su madre, siempre encontraba la misma
respuesta: - Tu padre tiene la razón -, nunca se atrevía a desautorizarlo,
aún cuando él llevara la piel llena de verdugones y la boca hinchada y
sangrante. Sabía que le dolía, lo adivinaba en sus ojos aguaditos, pero era
más el respeto o el miedo que sentía por su esposo. Entonces buscaba
refugio en Pita, esa mujer casi anónima que siempre estaba entre las
negras ollas de la cocina.

Desde que él era muy pequeño, se había acostumbrado a verla rumiando


algo entre dientes, parecía como si siempre estuviera enojada por la
forma ruda en que les hablaba a las sirvientas que le ayudaban en la
cocina; pero cuando lo veía a él o a alguno de sus hermanos, sus ojos
cambiaban y se llenaban de dulzura. Los mejores bocados que probó en
su vida, eran los que le daba ella en “taquitos”, la tortilla blanca, recién
hecha, llena de alguno de los exquisitos guisos que preparaba.

Cuando llegaba golpeado, lo llevaba a su cuarto, ese cubículo pequeñito,


pero impecable que siempre olía a limpio, como olía ella: A pan y a
limpio. Asociando las ideas, pensó que cuando entró por primera vez a la
casa de Silvia, el aroma del pan le hizo recordar a Pita.

Muchas veces la vio llorar mientras limpiaba y curaba sus heridas,


¡pobrecito de tu padre!, decía, ha cometido muchas injusticias, yo le he
pedido a Dios que no lo castigue, pero del juicio de Él nadie escapa. En
cierto modo yo tengo la culpa por querer que fuera un hombre de dinero,
de buena posición social, pero, ¿sabes hijo?, eso no sirve de nada, las dos
cosas echan a perder a la gente, las pudren - . ¿Por qué dices que tú
tuviste la culpa? -, le preguntó un día Horacio, - pues porque yo soy su
mamá, pero cometí el error de dárselo en adopción a esa arrogante mujer
,Stéfana, ella me lo quitó y lo hizo así, como es ahora, duro y cruel. Él
abrió los ojos muy grandes y le dijo: -Entonces si él es tu hijo, yo soy tu
nieto -, ella lo tomó entre sus brazos con inmenso cariño, -si mi venadito,
yo soy tu abuela, pero eso solo lo sabemos tu y yo, no se lo digas a nadie,
no lo entenderían. Pero no se pudo aguantar la curiosidad y cierta vez vez
le dijo a su madre que Pita le había dicho que era su abuelita, -¿es
cierto mamá?-, ella lo volteo a ver como si hubiese dicho una blasfemia, -
¡no vuelvas a repetir semejante tontería, tú solo tienes dos abuelas, mi
madre y la difunta Stéfana!, esa vieja está loca, desvaría.

Algo pasó después que lo hizo arrepentirse de haber abierto la boca. Pita
salió un día con su atadito de ropa, para no regresar jamás, antes llegó a
la puerta del despacho de don Juana Manuel: - Me dolió que aunque
Stéfana te dijera que yo soy tu madre, tú nunca lo reconociste y me
refundiste en la cocina, para que nadie me viera, todo lo aguante por no
dejar de ver a mis nietos, si, ¡mis nietos!, aunque tu mujer y tú digan que
no lo son. Ahora me sacas de tu casa y me alejas de mis niños, pues ya no
tienes mis bendiciones, ¡me das lástima y desde hoy, de verdad has
dejado de ser mi hijo! Horacio lloró tras los cristales de su cuarto,
sintiéndose culpable.

Lo peor era que ya no tenía quien lo consolara, a veces se refugiaba en el


cuartito, pero ya no olía a limpio, ni a pan. Cierta vez, cuando acababa de
recibir una paliza de su padre, fue al cuartito y encontró a su hermano
Jorge, sentado en el suelo y apoyando la cabeza en la humilde cama, -¿tú
también la querías mucho? -, - si, ¿crees que es cierto que Pita es nuestra
abuela? -, Horacio se encogió de hombros -, pero ambos sabían que era
verdad.

Hizo todos los trámites para trasladar a su padre a la ciudad de México,


para que recibiera una atención más especializada. El enfermo se movía
nervioso en su cama y su único ojo parpadeaba como queriendo
comunicar algo.

Horacio tomó un cuaderno y una pluma, se lo acercó y le dijo: - Mire


papá, trate de escribir con la mano que puede mover, dígame lo que
quiera y necesite.

Con mil esfuerzos tomó la pluma y escribió en el papel: “Dame un tiro,


por favor”.

Por fin estaba en uno de los mejores hospitales especializados en


enfermedades cardiovasculares, inmediatamente recibió atención y le
hicieron toda clase de análisis. Doña Raquel lo acompañó en todo
momento, aún cuando se veía terriblemente cansada. - Mamá váyase a
descansar un poco -, había reservado un cuarto en un hotel cercano al
hospital, para que pudiera ir a dormir y a cambiarse, cuando ella lo
deseara. - No hijo, estoy bien, no quiero irme, tu padre puede necesitarme
-, -hay enfermeras y si quieres yo puedo quedarme si es necesario -, luego
la miró a los ojos, - mamá, quiero saber algo, ¿Por qué no estaba Jorge en
la hacienda y nadie habla de él ?, mis hermanos esquivaron mi pregunta,
espero que tu me aclares el misterio -, a Raquel se le llenaron los ojos de
lágrimas, - ¡ay hijo!, es muy difícil para mí explicártelo, él fue el motivo
por el que tu padre enfermó -, Horacio la vio extrañado, -¿ pero que le
hizo para ponerlo en ese estado? -, - no me preguntes, no puedo decírtelo
-. Yo si te lo diré -, dijo Catalina, que en ese momento iba llegando de la
hacienda para estar con sus padres. - Papá pensó que como tú te habías
ido, lo más normal era que Jorge ocupara tu lugar, nunca lo defraudó en
ese sentido, se daba tiempo para seguir estudiando y ayudar en el campo,
hasta veíamos optimista a papá. En las vacaciones, Carlos invitó a varios
amigos de la escuela a venir a casa, ya sabes, les gustaba nadar en el río y
pasear a caballo etc. Ese verano fue muy alegre y todos hasta nos
olvidamos del mal carácter de papá. Se fueron terminando las vacaciones
y volvió la rutina. Carlos cayó enfermo y le diagnosticaron una
cardiopatía severa, no debía hacer ejercicios violentos y debía reposar. Oí
decir a papá: -Sino fuera por Jorge, no sé quien me ayudaría con el
trabajo, ya ven, Horacio de señorito de ciudad y Carlos enfermo - .

Un día fue Jorge al pueblo a comprar unos aperos que necesitaban, papá
buscó las notas de la venta del tomate y no las encontró en su despacho,
pensó que tal vez Jorge las tendría en su dormitorio y se dirigió allá, las
buscó en sus escritorio, cuando las encontró, y comenzó a leer las notas de
las ventas, de la carpeta resbaló una carta; aparentemente era de uno
de los chicos que habían estado el verano pasado, el remitente decía :
Armando Hernández y reconoció el nombre, la carta era para Jorge ; lo
que decía la carta dejó en shock a papá, ya que hablaba de un gran
enamoramiento por parte de Armando hacia Jorge y lo peor era, que al
parecer Jorge correspondía a ese amor.

Cuando regresó, papá lo esperaba en el umbral de la puerta con la carta


en la mano, Jorge palideció, - ¿que me puedes decir de esta porquería?, al
principio se empequeñeció y tomó una actitud defensiva, pero de repente
se envalentonó y erguido le dijo mirándolo a los ojos : - Que no es
ninguna porquería y que es verdad - papá no esperaba esa respuesta, casi
automáticamente buscó su fuete, cuando lo tuvo al alcance de su mano, lo
tomó y estaba a punto de iniciar el castigo, pero la mano no le respondió,
cayó como fulminado por un rayo. Jorge salió con rumbo desconocido y
yo (que lo había visto y oído todo), pedí ayuda.

Horacio se quedó de una pieza, no esperaba esa noticia, sintió vergüenza


por haber oído todo eso de boca de su hermana y en presencia de su
madre. Lo siguiente que dijo fue: - Mamá, la hacienda ahora no tiene
quien la atienda, el capataz no está capacitado para manejarla solo, ¿has
pensado en venderla? -, - ¿venderla? - , dijo Claudia, mira hermano,
aunque la idea de ustedes los machos, es, que las mujeres no estamos
preparadas para afrontar el trabajo del campo, yo me siento capaz de
hacerlo, nunca se me consideró como una opción, pero soy fuerte y
conozco cada una de las necesidades de la hacienda, solo estaré un poco
aquí, ayudando a mamá, pero después regresaré a afrontar todo lo que
sea necesario. A papá no le gustaría que la vendiésemos, ni a mi tampoco,
yo soy mujer del campo y me gusta vivir en él -, - Dios te bendiga Hija - ,
dijo Raquel.

Solo dos meses soportó don Juan Manuel su desgracia y aunque al


principio mejoró notablemente, ya que comenzó a mover un poco los
dedos de la mano paralizada, de repente comenzó a desmejorarse y un
día antes de su aniversario de bodas, amaneció muerto.

Casi no podía creerlo, la apariencia de su madre era la de una mujer


mucho mayor de cuando llegó a la ciudad, se veía ¡tan desamparada!
Llegaron al funeral sus hermanos Claudia y Carlos, pero Jorge nunca
apareció, - mejor - dijo Horacio, - no le habría permitido entrar -.

Se dieron abrazos y besos, subieron al auto de la familia y se despidieron.


Horacio dijo adiós a otra parte de su vida.

La fiesta era espléndida, como era de esperarse. Se celebraba el final de


sexenio y había una gran añoranza en los ojos del que ya casi era ex
presidente.

Los mariachis cantaban : - Si me han de matar mañana, que me maten


de una veeeeez - súbitamente, un matón , disfrazado de mesero, se puso
frente a Horacio y sacó una pistola de entre la servilleta que llevaba en la
mano, este se puso pálido y pensó que era su fin, pero uno de los
mariachis que se encontraba tras el agresor, alcanzó a ver como lo
encañonaba y con un rápido movimiento, golpeó al tipo con la guitarra ,
la bala se desvió y alcanzó a rozar a Martha, se desmayó y todos pensaron
que estaba muerta, pero afortunadamente solo sangró un poco del
hombro. Los guardaespaldas habían reaccionado tarde y apuntaban con
sus pistolas a todo el mundo, mientras alguien llamaba a una ambulancia
y a la policía. Poco tiempo después llegaron casi simultáneamente y
mientras los guardianes del orden esposaban y se llevaban al asesino
frustrado, los paramédicos subían a Martha a una camilla y
posteriormente a la ambulancia. Horacio declinó el ir a hacer su
declaración al ministerio público, diciendo que más tarde lo haría y se
fue al hospital donde llevaran a su esposa. Ella fue dada de alta muy poco
tiempo después, ya que la herida era insignificante. Subieron al auto y
ella le dijo:- Esta es la última vez que te acompaño a un acto público, no
soy ninguna suicida y esta es la tercera vez que te tratan de matar -.
Era verdad, como le había vaticinado la “Otra Martha” ya no dormía
bien por las noches, un insomnio crónico de había apoderado de él,
siempre temeroso de que lo fueran a matar.

Solamente Angelina lograba calmarlo y excepcionalmente, las noches que


precedían a las visitas a Angelina podían conciliar el sueño.

Algunas veces , cuando el tiempo lo permitía, solía pasear en su auto por


los alrededores del antiguo barrio donde viviera Silvia, le parecía
entonces que en alguna forma estaba más cerca de la vida sencilla,
que, quizás le hubiera gustado tener, pero que nunca llegó a tocar del
todo.

Cierta vez le llamó la atención un pequeño negocio que ostentaba un


letrero con la leyenda: “Baños Pérez”, ¿Pérez?, pensó e hizo que su chofer
se detuviera, bajó e hizo un gesto a su guardaespaldas para que lo dejara
entrar solo. Ni siquiera sabía por qué quería entrar, lo recibió la cara
indiferente de un hombre en camiseta, que tras una caja registradora
contaba unas toallas. -¿Solo baño o servicio completo? -, preguntó, - si-
contestó Horacio, casi por inercia; el hombre lo miró medio
desconcertado, luego selló un pedazo de papel y se lo entregó diciendo: -
Son 50 pesos.

Entró a un pequeño cuarto y en seguida lo recibió una chica. Él se quedó


pasmado cuando la vio, era una verdadera belleza morena de ojos y
cabellos negrísimos Tenía solamente una sábana amarrada sobre un
hombro, al estilo romano, que dejaba adivinar su armonioso cuerpo.

• Aquí puede desvestirse, lo espero en el otro cuarto - , él obedeció, se


quitó la ropa y se puso la toalla alrededor de la cintura. Entró a un cuarto
hecho con mosaicos blancos, se veía bastante limpio. - Yo me llamo
Angelina, acuéstese aquí por favor - dijo, mientras señalaba una tumbona
café, con una sábana encima, se acostó boca bajo e inmediatamente
comenzó a sentir el masaje más placentero de su vida. Parecía que la
chica tenía un radar para adivinar los nudos que el stress le había
formado en el cuello, en los hombros, en la espalda, en los brazos, en las
piernas. El calor de sus manos, junto con el de alguna substancia especial,
deshicieron cada nudo y tuvieron el don de relajarlo, hasta hacerle entrar
en un duermevela delicioso. Sus ojos entrecerrados, advirtieron que
Angelina se despojaba de la sábana y se metía bajo la ducha; sus
movimientos no eran deliberadamente sensuales, pero por eso mismo
derrochaban sensualidad mientras enjabonaba su piel morena. Cuando
terminó de ducharse, tomó la ducha de mano, se dirigió a la tumbona y
comenzó a enjabonarlo, lo enjuagó y pronto sintió ese cuerpo de suave
miel sobre su propio cuerpo. Antes de entrar al paraíso, alcanzó a ver sus
cabellos, que, como negra cascada cosquilleaba su pecho y se dejó llevar
por un sentimiento que creía olvidado: La ternura, mil palabras
acudieron a su mente, pero al final solo imaginó que ella le decía: -“Te
amo con todas las fuerzas de mi alma”- , y que él le contestaba: - “Mi
amor, mi bien”. Hacía mucho tiempo que no disfrutaba de una mujer así,
tan plenamente y la experiencia lo asustó un poco, se dijo que no
regresaría a ese lugar, pero regresó muchas veces más.

A veces los celos hacían presa de él, pensaba en que otros disfrutaban las
mismas vivencias con Angelina y hasta deseó sacarla de ahí y llevársela a
donde solo fuera para él. Pero no, le gustaba encontrarla en ese lugar,
abrir la puerta del pequeño cuarto y ver su carita fresca, como un
anticipo del placer que le proporcionaba siempre que lo solicitaba.

Otras veces imaginaba que la chica sufría cada vez que él se iba y que
cuando salía, ella se echaba llorar, haciendo esfuerzos por no salir a
decirle: - ¡por favor, no te vayas! Entonces la espiaba y lo único que veía,
era que Angelina se afanaba en limpiar el cuarto de baño, sin voltear ni
una sola vez a la puerta.

Su suegro estaba realmente enojado con él, llegó a las oficinas de su


negocio echando materialmente espuma por la boca. - ¡Cómo es posible
que me hayas traicionado de esa manera!, tú sabías que Plinio
Bastamente era el candidato que nos convenía y estás financiando con tu
propio dinero a Lucio Gálvez -. Horacio sonrió sarcástico, - ¿Nos
conviene? , le conviene a usted suegro, la verdad a mí Plinio nunca me ha
interesado. ¿De que se queja?, después de todo usted tiene su trasero
limpio, nadie lo va a juzgar por nada y se lleva su buen dienerita ¡ya deje
la política!-. -¡Eso es lo que tu quisieras!, pero no, ¡voy a hacerte la vida
de cuadritos!, como enemigo no te convengo, querido yerno, sé todas tus
movidas chuecas y conozco tus debilidades. ¡Uy, qué miedo!, la edad le
está haciendo amnésico, querido suegro, ¿no me diga que ya se le olvidó
la matanza del pueblo de Nopalito?, tengo pruebas de que usted la
ordenó, para deshacerse de algunos estorbos que le estaban haciendo
sombra, no me gustaría que el abuelo de mis hijos se llenara de lodo de
repente y menos al final de su muy limpia trayectoria gubernamental.
¡Eres un zorro!, aprendiste muy bien mis enseñanzas, es más, me has
rebasado, tus ganas por ahora, pero no estés tan seguro de que ganarás
siempre.

Efectivamente, su candidato ganó y junto con él, su prestigio. Se vio


envuelto en juntas, sesiones de trabajo y largas horas de acuerdos. Su
insomnio se acentuó y su mal humor también; el personal temblaba ante
su presencia, temiendo un nuevo estallido.
• Horacio, no me lo tomes a mal -, le dijo uno de sus abogados, -pero
has algo, cada día estás más neurótico- Ese comentario le hizo recordar a
Angelina y haciendo todos sus compromisos a un lado, enfiló rumbo al
barrio donde se encontraban los baños Pérez.

Nada había cambiado, el mismo lugar, con el mismo letrero, el mismo


hombre tras la caja registradora, el mismo papel sellado de 50 pesos.
Pero, cuando entró al pequeño cuarto, lo recibió una chica que rezumaba
vulgaridad. - ¿dónde está Angelina? - , preguntó desconcertado,
¿Angelina?, no sé. Salió airado a encararse con el dueño del negocio, -
¿DONDE ESTÀ ANGELINA? -, el hombre no reaccionó al momento y
fue levantado en vilo por la camiseta,- ¡CONTÈSTEME! - , - señor,
cálmese, Angelina no está, pero Rosita también puede darle un buen
servicio....-, - ¡le doy un minuto para que me diga donde está Angelina,
sino quiere que le destruya todo su piojosos lugar! , el hombre puso una
cara aterrada, - señor... Angelina se fue -, - ¿ COMO QUE SE FUÈ ?, ¿
adonde?,
dígame donde vive -, el hombre se veía de verdad enfermo, - pues no sé
adonde, ya ve como son estas chicas, vienen y van, parece que estaba
trabajando para juntar dinero y casarse, bueno, eso me dijeron, pero le
juro que no sé donde vive -. Horacio lo soltó, por alguna razón pensó que
el hombre lo engañaba y se puso a buscar a la chica en todos los cuartos,
por dondequiera se oyeron gritos de gente sorprendida en la intimidad.
Cuando se convenció de que ella no estaba ahí, volvió a entrar al cuartito
que compartiera con ella, tomó una sábana , la besó y lloró sin pudor
alguno, después salió y subió a su auto, sintiendo que la vida se reía a
carcajadas del gran Horacio Ramírez de la Cruz, dueño de dinero, fama ,
prestigio y ......dueño de nada.

La noche anterior a su secuestro llegó a su casa temprano, un terrible


dolor de cabeza le obligó a dejar a un lado sus asuntos. Pensaba tomar
algunos analgésicos y meterse en la cama.

No le extrañó encontrarla casi en tinieblas, un solitario foco iluminaba la


puerta. Al entrar, encendió la luz de la enorme sala, el decorador había
pensado muy bien en los juegos de luces porqué hacían un efecto
magnífico sobre las paredes, el techo y los muebles, que se veían elegantes
y lucían impecables; sonrió pensando en que casi nunca disfrutaba de ese
lugar y que pocas veces había estado sentado en esos confortables sillones,
ni siquiera para oír la música del magnífico sistema de audio, que , según
la factura que pagó, había costado un dineral.
Subió la ostentosa escalera forrada de una mullida alfombra, donde casi
se hundían los pies. al llegar a la parte de arriba, oyó una risita ahogada,
buscó el origen de dicho ruido y se dio cuenta que salía del dormitorio de
Manuel, su hijo; la risa se repitió , era indudablemente femenina, llegó
hasta la puerta del dormitorio y dio vuelta a la chapa, abrió y lo que vio le
heló la sangre , sentados en la cama, con una mesita enfrente, su hijo y
una chica, aspiraban lo que sin duda era cocaína, - que diab...- dijo el
chico, antes de darse cuenta que se trataba de su padre. Horacio se puso
furioso, llegó hasta donde estaba Manuel y le propinó un bofetón, el chico
cayó, mientras la aterrorizada chica salía del cuarto a toda prisa.

Le escurría sangre del labio y de la nariz, pero cuando su padre estaba a


punto de volverle a pegar, se levantó y le dijo con una rabia enorme, que
le hacía resoplar,- ¿quieres pegarme otra vez?, ¿para eso si estás
presente? - en su actitud se recordó a si mismo, desafiando a su
propio padre y se sintió incapaz de seguirlo castigando. Cuando lo vio con
las manos colgando a sus costados, supo que podía seguir hablando , - ¿te
escandaliza ver a tu hijo drogándose?, ¿ por que?, ¿ por que te preocupa
mi salud o por que piensas en el desprestigio que puede causarle a tu
imagen, el que se enteren que el hijo del gran Horacio Ramírez de la
Cruz, es un drogadicto sin remedio ?, él lo miró suplicante, negando con
la cabeza, pero siguió implacable,- si, sin remedio, hace casi un año que
me drogo, obviamente no lo sabías, como tampoco sabes cuando es mi
cumpleaños o el de mi hermano, ni si seguimos estudiando o no, o como
nunca supiste si estábamos enfermos , ¿acaso te enteraste de que Horacio
estuvo hace poco al borde de la muerte ?, si ese chico que se llama como
tú por una grandiosa casualidad, se salvó de una peritonitis, porqué yo
estaba en casa y le pude avisar a mi madre, que, como de costumbre se
encontraba jugando canasta uruguaya con las Concuera y de la Riva o
con cualesquiera de esas fulanas con las que pasa el tiempo.

Cuando el Dr. nos dijo que mi hermano estaba fuera de peligro, le sugerí
a mi madre que te avisara, pero ella, con toda lógica pensó que para que,
si tú te encontrabas en New York y ni modo que regresaras, solo porque
tu hijo menor estaba hospitalizado.

Ese has sido tú papá, el fantasma, el nunca aparece en los momentos


cruciales y que siempre ha estado ausente en la vida de mi hermano y la
mía -, hizo una pausa, se pasó la mano por los cabellos y le dio la
espalda, - Una vez , cuando estaba en la escuela primaria, vi que a uno de
mis amigos , su padre lo abrazaba y le daba un beso, extrañado le dije : -
¿ Tu padre te abraza y te besa? , si, ¿qué tiene de malo?- , me contestó él,
- jajajaja - , me burlé, - ¡esas son mariconadas!-, pero en el fondo pensé
en lo que sentiría si mi padre me diera aunque fuese una palmadita en la
espalda. Te juro que por mucho tiempo esperé a que miraras mis
calificaciones y me felicitaras con una sonrisa o algo así, siempre trataba
de sacar las más altas notas, para enseñártelas, guardaba mi papeleta
para que fueses el primero en verla, pero la mayoría de las veces me
quedaba dormido sin que aparecieras, a veces preguntaba por ti y
siempre me contestaban: - “Anda de viaje “.

Mi fantasía terminó una vez que escuché una discusión entre mi madre y
tú, le decías que dudabas que tanto mi hermano, como yo, fuésemos tus
hijos; entonces supe por qué nunca te acercabas a nosotros y ya no esperé
más tu reconocimiento, me lancé de lleno a odiarte y la verdad, lo he
conseguido.

Horacio no dijo nada, miró a su hijo con tristeza y salió cerrando con
suavidad la puerta.

Se vio en el espejo del baño y no se reconoció, no había tenido tiempo de


ver pasar el tiempo. Este, el hombre que estaba frente a él, había
usurpado gran parte de su vida; Silvia tenía razón, ¡qué bien hizo en
salvarse de ese del espejo! ¿Por qué nunca se dio cuenta de lo cerca que
estaba de los que de verdad eran suyos? Esos dos pobres chicos que hasta
ahora habían pasado desapercibidos en su vida, eran su responsabilidad y
quiso llenar el requisito dándoles dinero, pero no les dio más que eso. Las
palabras de Manuel sonaban como piedras: - “Me lancé de lleno a odiarte
y la verdad, lo he conseguido”- ¡Mis hijos me odian!, no, no debo
permitirlo, desde mañana trataré de hablar con ellos, algún resquicio
debe haber, después de todo, soy su padre, ¡todo tiene que cambiar!

El timbre del teléfono sonó, Martha a su lado dio un resoplido y se tapó la


cara con la almohada, - si, a ver Diego, ¿cuantas citas dices que tengo?,
¡cancélalas!, si, dije bien, ¡c-a-n-c-è-l-a-l-a-s!, no sé que les vayas a decir,
¡improvisa! , yo tengo algo muy importante que hacer, colgó y se levantó a
afeitarse y ducharse, cuando estuvo listo, despertó a su esposa, - anda,
levántate, necesito hablar contigo -, ella contestó de mala gana : - oye,
¿por que no hablamos otro día ?, tengo sueño -, -no, tiene que ser hoy -,
Martha se incorporó en la cama , - a ver, ¿que es eso tan importante que
no puede esperar ?-, el la miró a los ojos, - ¿ sabías que Manuel se droga,
que aspira cocaína? -, ella abrió los ojos asustada, disipándosele el sueño
de golpe, - ¿ QUE DICES??, ¿ESTAS LOCO???, ¡ nada más faltaba que
salieras con ese cuento !, no, no es cuento, ayer , cuando llegué a casa, lo
vi en su cuarto, drogándose , junto con una chica -, manoteó en el aire ,
como quien trata de disipar una pesadilla, - no, ¡ eso no es cierto ! - y sus
ojos se llenaron de lágrimas, - ¡ya ves, tu tienes la culpa, nunca te han
importado los chicos!, esto no es más que el resultado de tu indiferencia -,
-si nos vamos a poner a ver quien tiene la culpa, te podría decir que tan
ausente he sido yo, como tú, pero no se trata de eso, lo que debemos hacer
es ayudar a Manuel. En este momento vamos a hablar con él y trataremos
de convencerlo para que se interne en un institución especializada en
desintoxicación, yo voy a estar con él, de verdad quiero ayudarlo. Fueron
a su dormitorio, pero este se encontraba vacío. Una de las sirvientas les
dijo que lo acababa de ver saliendo por la parte de atrás, rumbo al
garaje, - me iré a cambiar, alcánzalo, iré en cuanto me vista.

Horacio rodeo la casa, para buscar a su hijo, pero cuando llegó al patio
trasero, él ya había subido a su auto y enfilaba hacía la calle, corrió a
alcanzarlo, pero el chico al verlo, aceleró y por el espejo lateral, vio como
corría desesperado, tratando de detenerlo. Sonrió complacido: - ¡Que se
joda!, pensó.

A Angelina se le complicó la vida, antes era rutinaria y tranquila, pero


de pronto se le había vuelto una pesadilla.

De origen humilde, desde niña aprendió que nadie le daría nada de lo que
deseaba y que ella misma tendría que conseguirlo.

Tenía 8 hermanos, casi todos de padres diferentes, el actual compañero de


su madre, era más joven que ella y su amor por él, rayaba en la
adoración. Para tener contento a “su marido “, se cuidaba de no
despertarlo, para que durmiera la “resaca” de la borrachera del día
anterior y apuraba a sus hijos para que salieran a trabajar recién
empezada la mañana, todos trabajaban en distintos oficios (desde el más
pequeño, que tenía 6 años ), unos lavando autos, otros cargando bolsas en
el mercado, otros más limpiando los parabrisas de los automovilistas en
los diferentes cruceros de la ciudad y la mayor, que era Angelina,
trabajaba de prostituta.

Por las noches, llegaban los chicos y tenían que entregar a su madre lo
que ganaran durante el día, a veces se enojaba y les espetaba furiosa:-
¿nomás traes esto?, ¡güevòn!, ¡si mañana no me traes más, te quedas en
la calle a dormir! -, a veces comían unos tacos de frijoles con café aguado
y se iban a dormir todavía con hambre, había dos colchones viejos tirados
en el suelo de la paupérrima vivienda y ahí se acomodaban, pero era tal
su cansancio que se dormían en seguida.

Angelina se prostituía desde los 14 años, su madre le dejó “su esquina”,


después de trabajar en ella por casi 25 años, para terminar poniendo un
puesto de dulces afuera de la vecindad donde vivían, en realidad lo de los
dulces era una pantalla, pues también vendía droga, esta se la
conseguía su marido, los viciosos sabían donde podían comprar carrujos
de mariguana, alcohol y pastillas alucinógenas.
Lo que obligó a Angelina a abandonara la esquina que heredara, fue, que
conoció a Jesús.

A veces por la mañana, después de que terminaba de “trabajar”, pasaba


a comprar pan para sus hermanos, (se los daba a escondidas, sin que los
viera su madre). Jesús la había visto pasar frente a la escuela donde
estudiaba y quedó prendado de su morena belleza, comenzó
a buscarla y la abordó en la panadería: -¿Tú también vas a la prepa?-, la
chica se sorprendiò, - noooo, trabajo cerca de aquí, e...n unas oficinas
-, me gustaría ser tu amigo -, ella sonrió coqueta, - ¡claro, por qué no! - ,
le pareció muy guapo y le extrañó su forma de hablarle, con timidez.
Siguieron viéndose y pronto se hicieron novios.

Angelina vivía su romance con verdadera ilusión, nunca había tenido


novio y le parecía el colmo de la felicidad. Su experiencia con los
hombres, no le había robado los sueños que toda chica tiene a los 16 años.
Pero le preocupaba que él supiera a lo que se dedicaba, no era difícil que
un día pasara por su esquina y la viera, por eso se puso a buscar otro
empleo, pero no encontraba nada. Hasta que don Pascual, que pasaba con
frecuencia por la calle en que “trabajaba”, le dijo que la podía
emplear en sus baños, -te daré 20 pesos diarios, pero tendrás aparte las
propinas de los clientes. Le pareció una buena oportunidad y aceptó en
seguida.

Así pasó casi dos años teniendo una relación de noviazgo con Jesús y
trabajando en los baños, sin que él se enterara de su verdadero
oficio. Con el tiempo él le dijo que quería conocer a su familia y ella le
mintió, le contó que era huérfana y que vivía con una tía. Luego buscó a
una antigua compañera de trabajo y le pidió que le permitiera vivir con
ella.

Al día siguiente dejó su casa y su madre salió tras ella gritándole


palabrotas y maldiciones: - ¡ingrata, desgraciada, así me pagas que te
haya criado, pero te va a ir mal, por mala hija!-.

Pronto conoció a la familia de Jesús, por primera vez sintió que ella podía
haber tenido una familia así, modesta y pobretona, pero honrada, con un
padre, una madre y hermanos que iban la escuela y que eran atendidos
con cariño.

Hablaron de casarse, pero él apenas comenzaba su carrera de contador


público. Le dijo que si ella estaba dispuesta a vivir modestamente y a
seguir trabajando hasta que él terminara sus estudios, podían hacer
algunos ahorros y casarse. Ella se puso feliz y le dijo que estaba de
acuerdo y se dedicó a trabajar y a juntar la mayor parte de sus ingresos,
para realizar el proyecto más ambicioso de su vida.

Por algún tiempo todo fue bien, el jefe estaba contento con ella;
era puntual, disciplinada, limpia y atractiva. Sus clientes, hombres de la
clase baja, no le daban mayores problemas.

Para colmo de su buena suerte, de pronto tuvo por cliente a aquel gentil
señor, tan guapo y tan generoso. A veces era medio extraño y decía cosas
entre dientes, que ella no entendía, pero a pesar de sus rarezas, le parecía
muy distinto a los hombres con los que acostumbraba tratar. A veces le
regalaba cosas y siempre le daba jugosas propinas.

Le gustaba verlo llegar con esos trajes tan elegantes, su ropa era suave y
la loción que usaba olía muy bien.

Lo único que le molestaba era que le preguntara cosas de su vida: -


¿Dónde vives?, ¿tienes padres?, ¿tienes marido?, ¿has estado
enamorada? - eso a ella no le gustaba, pero siempre le contestaba con su
vocecita dulce y tratando de no incomodarlo: -Eso no se dice -.

A veces se iba y no aparecía en mucho tiempo, pero luego veía que se


estacionaba su cochezote frente a los baños y trataba de adivinar que
regalo le daría, siempre que pasaba mucho tiempo sin visitarla, se
acordaba de agradarla con alguna bella sorpresa.

Pero un día apareció por los baños, Luis, “El King Kong”, cuando lo vio
entrar se asustó, era un hombre muy alto y muy corpulento, lo primero
que le dijo fue:-¡que me miras pendeja!, ¡quítate esta fregadera! - le
arrancó la sábana que la cubría y la poseyó con lujo de crueldad, no
estaba preparada para su acometida y la lastimó, parecía un animal en
brama. El suplicio terminó pronto, salió sin más, ni siquiera le dejó
propina. Se levantó como pudo y se miró en el espejo, tenía algunos
moretones y sentía como si le hubiera pasado un auto encima.

Le dijo a don Pascual: -Oiga, cuando vuelva ese animal, no lo pase a mi


cuarto, ¡mire como me dejó! -, él la vio enojado, - nomás faltaba que te
pusieras a escoger los clientes, ¡te aguantas o te vas!

Desde que le tocara la mala suerte de encontrarse con “El King Kong”,
sentía desconfianza y se asomaba a ver quien llegaba. Un día lo vio
regresar y comenzó a temblar de miedo, esperaba verlo entrar,
pero cuando se abrió la puerta se llevó una agradable sorpresa, era su
cliente favorito, sonrió con alivio y se dispuso a atenderlo. Antes de irse, le
entregó una bonita blusa de seda y una muy buena propina, ella le sonrió
agradecida y por primera vez le dijo: - gracias -, la sonrisa en el rostro de
él, le pareció radiante, la tomó de los hombros y le dio un beso suave en la
mejilla diciéndole: - gracias a ti - y salió.

Casi en seguida entró el “King Kong”, - ¡hola chula!, ¿como estás? -, le


sonrió con sorna, - a ver, ¿dime quien es ese ricachón que acaba de salir ?,
ella abrió muy grandes los ojos, - pues a veces viene, pero no sé quien es -,
¿no sabes o no quieres decirme?, la había tomado por los cabellos y
comenzaba a hacerle daño, - necesito que me digas todo lo que sabes de
él, sino quieres que te vaya mal, ella temblaba, - no sé, no sé nada,
¡créeme por favor!, lo único que te puedo decir es que viene por aquí
desde hace casi dos años, -bueno, ¡eso ya está mejor!, ahora desvístete,
¡ya sabes que me gusta que me obedezcas rapidito! -, ella negó con la
cabeza, - ¡que te pasa!, a mi nadie me dice que no -, y comenzó a
golpearla con los puños. Por puro instinto de conservación, corrió hacia la
salida, algunos de los empleados se dieron cuenta de que la estaba
golpeando y la fueron a defender, don Pascual llegó y trató de calmarlo, -
tranquilo Luis, ¡ que me estropeas la mercancía ! -, el hombrón se detuvo
y escupió en el suelo, - bueno, está bien, pero para la próxima dígale que
no se ponga tan delicada, porque le va peor - y se fue silbando como si
nada.

Tadeo, uno de los empleados de don Pascual, llevó a Angelina a la parada


de los autobuses y la ayudó a subir al bus. Ella no supo ni como llegó a la
casa donde vivía, su amiga se asustó al verla en ese estado y la acostó en
seguida. Más tarde despertó sobresaltada, al oírla delirar, la encontró
ardiendo en fiebre, alguien tocó a la puerta, era Jesús, lo hizo pasar.
Cuando vio a su novia tan enferma, preguntó: -¿que le pasó, por qué está
así?-, la amiga se encogió de hombros, no sé, es posible que la hayan
asaltado -. No dudó un instante, la enredó en un cobertor, salió por un
taxi y la llevó a su casa.

Su madre los recibió en la puerta, sin preguntar nada hizo los arreglos
necesarios para instalarla en el cuarto de Jesús y en seguida salió a
buscar un doctor.

No podía creer el cambio que había ocurrido en su vida, de pronto era la


mujer de Jesús y vivía en medio de la familia que siempre había deseado
tener. La mamá de él era una buena mujer, que aceptaba la decisión de su
hijo sin reservas, pasó a ser la hija que no había tenido (ya que concibió
tres varones). Angelina pidió a Dios que pudiera conservar por siempre
ese sueño y apretó las manos con fuerza, tratando de no dejarlo escapar.

Solo una cosa le hizo entristecer: - Una noche cuando veían las noticias en
la TV, supo quien era y como se llamaba el que fuera su cliente favorito.
Escuchó que lo habían secuestrado y sintió pena por él; algo muy dentro
de su mente le llevó la imagen terrible del “King Kong”, cerró los ojos y
se abrazó a su marido.

Luis regresó a los Baños Pérez, al día siguiente, pero no entró a ningún
cuarto, se dedicó a tomar un refresco en el mostrador con don Pascual,
que le informó que Angelina no había regresado, pero él estaba más
interesado en el cliente ricachón del día anterior, muy sutilmente le
preguntó por él, -que raro se me hizo ver ayer a un tipo tan elegante en
unos baños como estos -, - ¿de quien hablas, del tipo del carraco? -, - aja-,
pues a mí también se me hace raro verlo por aquí, pero ya sabes que los
ricos tienen sus caprichos, pa mí que le tiene ley a la Angelina, hace ya
mucho tiempo que es su cliente -, - ¡uy!, pues más le vale que regrese
pronto la palomita, sino se queda sin los buenos billetes -.

Don pascual pensó que “El King Kong” también se había prendado de
Angelina, pero no era eso lo que le impulsaba a ir a diario por ahí, su
verdadero objetivo era encontrarse con el tipo adinerado que conociera el
día que golpeo a Angelina.

Había ido madurando una idea, para esto había robado un viejo
Volkswagen.”El Toribio”, que era propietario de un dehuesadero de
autos, pintó el carrito y le cambió las placas. Luis le había llevado muchos
autos robados y él se dedicaba a cambiarlos o a desbaratarlos, para evitar
que fueran detectados por la policía.

Su constancia dio buen resultado. En una cuantas semanas más, vio llegar
el auto de Horacio. Espero afuera de los baños y fue testigo del terrible
coraje que hiciera el tipo aquel cuando no encontró a Angelina. Lo miró
salir triste y abatido, luego subió a su auto, él lo siguió y así supo donde
vivía y comenzó a planear su secuestro.

Con la misma paciencia que había tenido para verlo llegar a los baños,
vigiló cada uno de sus pasos, se enteró que tenía un guardaespaldas y un
chofer, que llegaba muy tarde a su casa y que salía temprano. “Un día se
va a descuidar”, se dijo a si mismo.

Ese día llegó, fue un golpe de suerte para Luis, iba llegando al lugar en
su autito y antes de doblar la esquina, vio a Horacio en la parte de atrás
de su casa, se regresó a ver que pasaba y se dio cuenta de que uno de sus
hijos había subido a su auto y que por más que lo llamara, él no le había
hecho caso, salió acelerando, mientras el padre corría tras el Chevy, sin
que lograra alcanzarlo. Se quedó parado a media calle, desalentado.
Era la oportunidad que había esperado, él también acelero para llegar
junto al hombre, frenó, bajó de su auto, lo amagó con una pistola y lo
subió con lujo de fuerza. La maniobra no duró ni dos minutos. El
hombre quiso luchar por su vida, pero lo tenía encañonado detuvo el
auto un momento en una calle solitaria. Horacio comenzó a forcejear
con él y a tratar de quitarle la pistola, ganó Luis y le dio un golpe en la
cabeza con la cacha de su pistola, se desmayó, aprovecho esto para
taparle los ojos y amarrarle las manos y los pies, con las vendas y
cuerdas, que tenía preparadas para este fin, después enfiló rumbo a su
casa.

Martha salió al patio y buscó a su marido y a su hijo, pero no encontró a


ninguno de los dos. En ese momento uno de sus vecinos llegó corriendo y
casi sin aliento le dijo que acababa de ver como un hombre se llevaba a su
esposo en un viejo Volkswagen, - ¿a mi esposo?, ¿está seguro?, ¿no se
llevó también a mi hijo?, - no, solo vi que se llevaba a don Horacio, le
apuntaba con una pistola - le aseguró el vecino. Corrió al interior de su
casa sin siquiera darle las gracias al hombre, tomó su teléfono celular y
marcó el número de Manuel, - hijo, regresa, alguien secuestro a tu padre
-.

Pronto la casa se llenó de Policías, llenaron de preguntas a todos los


integrantes de la casa, desde la esposa, los hijos, los criados etc.

Intervinieron los teléfonos y montaron vigilancia en la casa.

Martha estaba exhausta, se sentía frustrada y tremendamente reprimida,


no podía salir de su casa y ni siquiera había analizado cuales eran sus
sentimientos al saber el secuestro de su esposo. Era obvio que desde hacía
bastante tiempo entre ellos existía un distanciamiento, pero le preocupaba
pensar que iban a pedir un rescate por su vida y por lo general siempre
eran cantidades exorbitantes, de manera que se dispuso a hablar con
Diego, para que citara al abogado y la pusiera al tanto de la situación
financiera. En su cabeza solo tenía números y cálculos. Pero entró
Horacio, su hijo menor, cuando lo tuvo enfrente, con su cara de
preocupación, recordó lo que le dijera su esposo apenas unas horas antes
y los ojos se le llenaron de lágrimas, - no llores mamá, recuperaremos a
papá -, ella se limpió la cara y le preguntó : - hijo, quiero que me digas
algo, ¿tu sabes si tu hermano se droga?, el chico se puso nervioso y
carraspeó, - mamá, ¿ que tiene que ver esto con el plagio de mi papá?, -
no eludas mi pregunta ¡ contéstame !,-mira, si quieres saber “eso”,
pregúntaselo a él -, en ese momento entró Manuel,- mamá, acaba de
llegar Diego, dice que quiere hablar contigo-, hizo un gesto de
impaciencia, -está bien, iré a hablar con él, pero también tenemos que
hablar tu y yo, Manuel. ¡Hoy mismo!
Diego esperaba en la biblioteca, estaba demudado, - señora Martha,¡
estoy consternado!, discúlpeme que le diga esto, pero yo le advertí a don
Horacio que tuviera más precaución, alguna vez lograrían esto que pasó,
ya ve cuantos atentados tuvo, -si, si Diego, yo también estoy como tú, pero
debemos sobreponernos y ver la parte practica, es posible que pidan un
rescate, tenemos que saber con cuanto contamos, para eso necesito que
cites al abogado , tengo la esperanza de que finalmente lo podamos
rescatar.

Martha se llevó una tremenda sorpresa cuando habló con el abogado, él le


dijo que en realidad era muy poco el dinero de que podían echar mano,
ya que Horacio había iniciado el financiamiento del nuevo candidato del
PSD para la gubernatura de Guerrero, claro que se podían hacer las
ventas de algunas acciones, pero eso tomaba algo de tiempo, solo
esperaba que ella lo aprobara, para poder hacer los trámites necesarios.

La plática se pospuso, ya que esa misma noche, recibieron la llamada del


plagiario, este exigía 3 millones de pesos y daba las señas de donde debían
llevar el dinero, hubo una interferencia y no pudieron captar el lugar
preciso. El secuestrador colgó, sin darse cuenta del error.

La policía les dijo que tenían que estar alerta, para captar el siguiente
llamado. Este se recibió al día siguiente, Manuel se apresuró a contestar y
en el otro extremo un policía escuchaba la conversación. El hombre al
otro lado de la línea, le dijo que si ese mismo día no le llevaban el dinero
que había exigido, su padre moriría y le dio nuevamente las señas, el
policía escribió la dirección, pero mientras lo hacía, Manuel, que estaba
drogado, sintió que salía todo el odio y el resentimiento que sentía hacia
su padre y dijo : - Mira, no llevamos ningún dinero, ni pensamos hacerlo,
así que has lo que quieras, al cabo que es un hijo de puta - y le colgó el
teléfono. El policía que escuchaba en el otro teléfono lo miró con ojos
fieros y se le enfrentó: - Mira niñito, esto que acabas de hacer, es la peor
tontería de tu vida, no sabes como te vas a arrepentir, pídele a Dios que
vuelva a hablar el tipo ese.

El policía que estaba vigilando la puerta, entró un momento al baño,


Manuel aprovechó para escabullirse , estaba desesperado por ir a
conseguir más cocaína, abrió la puerta y de buenas a primeras se
encontró con un hombre descomunal que llevaba una pistola, le disparó a
quemarropa y huyó en seguida, Manuel cayó como fulminado por un
rayo y los policías salieron con las pistolas desenfundadas tratando de
encontrar al agresor, pero todo había sido tan rápido, que ni siquiera
supieron para donde había corrido, solamente uno de los criados, que en
ese momento se levantaba del suelo, donde se había refugiado, pudo
describir al hombre que le disparara al “niño Manuel”.
Cuando Martha salió, se encontró a su hijo en medio de un charco de
sangre, la ambulancia llegó, pero nada pudieron hacer, Manuel había
muerto instantáneamente.

En un instante el luto y el miedo se habían apoderado de la familia. La


policía se lanzó a buscar al asesino y estuvieron pendientes del teléfono,
pero este nunca mas sonó.

Horacio hijo, lloraba la muerte de su hermano, pero a la vez temía por su


vida y la de su madre, que se encontraba aislada en su habitación, sin
querer saber nada. Pensó que solamente él podía hacerse cargo de la
situación y llamó al abogado. Consiguió el dinero que había exigido el
secuestrador, copió la dirección de la libreta del policía y llevó el dinero.
Tal vez así regresarían a su padre y ya no peligrarían sus vidas. Pero él
nunca volvió.

Carmen decidió que se irían a otro lugar para evitar que reconocieran a
don Horacio y la culparan de haberlo secuestrado.

Esperó un tiempo prudente, poco a poco dejaron de salir las notas de su


desaparición, estas fueron reemplazadas por otras noticias de más
actualidad.

Compraba a diario en periódico buscando casas y lugares donde


pudieran irse. Al fin encontró el lugar ideal, una casa pequeña y cómoda
en Tlaxcala.

Habían transcurrido cinco años, desde que vivieran una existencia


pacífica, ella se sentía acompañada por “su viejito”, a los ojos de todos sus
vecinos, era una señora que vivía con su esposo enfermo; la dedicación
que ella demostraba por Horacio despertaba simpatías y siempre
encontraba quien la auxiliara con las compras o quien la ayudara a subir
a “su marido” al taxi, cuando lo llevaba al doctor.

Había un estudiante que era particularmente simpático y muy servicial


con ella, se llamaba Javier, él vivía solo, se había separado de su familia
por problemas con el padrastro. Trabajaba en un hospital y estudiaba,
pero siempre tenía limitaciones económicas, Carmen se dio cuenta de
esto y casi a diario lo invitaba a comer y alguna vez lo ayudaba a
comprar los libros de medicina que eran demasiado caros para
adquirirlos con su escaso sueldo. El chico le tomó mucho cariño y ella a
él, en el fondo le daba tristeza, no haber tenido un hijo como ese
muchacho tan sano y bien intencionado, tan distinto a Luis.
Esa tarde habían salido a tomar el sol en el jardincito, ella cuidaba con
esmero las flores y los arbustos que había sembrado, el jardín lucían
espléndido y notaba como le gustaba a Horacio contemplar la policromía
de las flores.

Sentado cómodamente, en un sillón especial, saboreaba un refresco hecho


por Carmen, mientras ella removía la tierra y la cubría de abono o de
vitaminas, para finalmente regarla. Ella pensaba en que al día siguiente le
llevarían las camisas de Horacio, las mandaba hacer a la su medida, como
el resto de su ropa, era muy minuciosa tratándose de él, en contraste, ella
casi nunca se compraba nada, apenas uno o dos pares de zapatos al año y
algunos vestiditos modestos, trataba de gastar lo mínimo en ella, pero a
él lo llenaba de comodidades y hasta de lujos, después de todo era “su
dinero” se decía a si misma.

De pronto escuchó un ruido extraño y volteó, era Horacio que se había


puesto morado y comenzaba a respirar con dificultad, sintió pánico y
corrió a llamar a Javier, afortunadamente el muchacho acababa de llegar
e inmediatamente fue a auxiliarlo. Se dio cuenta de que era un infarto y
llamó a una ambulancia.

Lo ingresaron en Terapia Intensiva, cuando permitieron entrar a


Carmen, esta se sintió desolada al verlo con tantos tubos y monitores a su
alrededor, lloró pensando que lo podía perder, Javier la consoló: - No se
apure Carmelita, ya pasó lo peor, se ha salvado y pronto lo tendrá de
vuelta en casa -, ella lo miró esperanzada y le dio las gracias.

Dos semanas después le permitieron llevarse a Horacio, tenerlo de nuevo


en casa y el “mamá Pita “, que salió de sus labios cuando la vio junto a su
cama, le hizo tranquilizarse un poco, pero en su cabeza resonaban las
palabras del médico : - Este infarto fue solo un aviso, tiene que ser muy
estricta con la dieta de su esposo y debe darle los medicamentos
exactamente como se lo indico, puede volver a tener otro infarto y no le
quiero mentir, podía ser el definitivo -.

Paso la noche junto a su cama, mientras lo veía dormir tranquilo, pensó


en la posibilidad de regresarlo con su familia, el solo pensamiento la hizo
sufrir, lo quería mucho y para ella conjuntaba el amor de padre, de hijo,
de hermano, de esposo; si lo perdiera, sentiría que se acababa toda su
razón de ser. Pero por otro lado pensaba que le había negado durante
cinco años, la posibilidad de estar con los suyos, si él muriese, su esposa y
su hijo nunca más sabrían de él.

Carmen había seguido de cerca la trayectoria, tanto de doña Martha, la


esposa de Horacio, como la de su hijo. En el periódico leyó que el
muchacho se había casado dos años antes y su esposa había tenido
gemelos, hacía apenas tres meses. Ella no tenía derecho de negarles la
oportunidad de volverlo a ver.

Era domingo, el día le sorprendió sin haber dormido ni un solo minuto.


Javier tocó a la puerta y ella le abrió, - Carmelita, vengo a ver si quiere
que le ayude a sacar a don Horacio al jardín, hace un día muy bonito y
soleado -, no hijo, mira, voy a preparar café, ve a comprar pan y cuando
regreses quiero platicar contigo de algo muy importante.

Sentados frente a sendas tazas de café, comenzó a narrarle la extraña


razón por la que vivía con Horacio, omitiendo solo lo del dinero, para no
despertarle ninguna ambición.

Javier la escuchó sin poder creer lo que le contaba. Luego ella le


preguntó: - ¿Que piensas de todo esto? - , -¡caray Carmelita!, yo nunca
hubiera pensado que había una historia tan increíble detrás de una
pareja como la de ustedes. No voy a juzgar las razones que tuvo para no
entregar a don Horacio, comprendo que usted temía que la
encarcelaran como cómplice del secuestro, es muy posible que ahora
estuviera todavía en prisión. En cuanto a lo que piensa de ir a dejarlo con
su familia, medítelo muy bien, yo estoy dispuesto a apoyarla en lo que
usted decida y no tema, su secreto está a salvo conmigo, yo los quiero a los
dos, se han convertido en mi familia y los secretos de “mi familia”, nadie
tiene por que saberlos -.Carmen lo abrazó aliviada y agradeció al cielo el
haberlo conocido.

Javier se fue a la ciudad y se dedicó a investigar el paradero de la familia


de Horacio. Supo que Martha vivía con su hijo y su nuera.

Ese mismo día se dirigió a la dirección y pudo ver salir a Horacio jr., le
asombró el parecido que tenía con el hombre que el conocía, tras él salió
su esposa, una chica muy joven y linda, se despidieron con un beso, se
les veía enamorados y felices.

Apenas unos minutos después de que se fuera Horacio jr., llegó otro auto,
de él salió un hombre mayor vestido de manera elegante y Javier pudo
constatar que se trataba del ex presidente, bajó del auto con cierta
dificultad y salió a recibirlo una mujer mayor, él recordaba haber visto
alguna vez a la hija del presidente, le pareció bastante atractiva, pero
ahora lucía avejentada y la tristeza había resquebrajado sus facciones.

Le platicó todo esto a Carmen, ella le preguntó si pensaba que sufría por
su esposo, - es posible Carmelita, pero recuerde que también perdió a un
hijo - , se le llenaron los ojos de lágrimas, - Dios, ¡por que tuve un hijo tan
malo!, - ¿nunca volvió a saber de él ?, Carmen asintió con la cabeza -
Una vez leí en el periódico, que habían capturado a una banda de
robacoches, lo reconocí entre los maleantes, creo que lo encerraron en el
Reclusorio Sur -, - ¿cree que todavía siga ahí? -, ella subió los hombros,
¿quisiera ir a visitarlo?- , -no creas que no lo he pensado, pero me da
miedo verlo, creo que no lo he podido perdonar, pero trato. Cuando esté
limpia de rencores, podré verlo a los ojos, antes no -La recuperación fue
lenta, ella notó que había quedado afectado en su salud y se esmero en
cuidarlo.

Después de un tiempo, pensó que no podía retrasar más el día que debía
llevarlo junto a su familia y quedó con Javier para salir al siguiente día
por la mañana, rumbo a la ciudad.

Pensó en darle un rico desayuno, aunque se saliera de la dieta rigurosa


que le había ordenado el doctor, además lo vestiría lo mejor posible. Puso
su ropa en dos maletas y en la bolsa interior de su saco, le puso un cheque
con la cantidad de dinero que quedaba en el banco.

Javier había alquilado un auto para ir a la ciudad, el tráfico era intenso,


contrastaba con la tranquilidad del lugar de donde venían y Horacio se
aferró a la mano de Carmen.

Por fin llegaron a la calle en que vivía la familia de Horacio. Se


estacionaron a unos metros de la casa y Carmen le dijo :- Mira, esa que
ves allá, es tu casa, te espera a tu familia, tienes unos nuevos nietos, son
unos gemelitos muy lindos que desean conocerte. Quiero que sepas
que Javier y yo te queremos mucho, siempre te vamos a querer, pero
debes regresar con lo tuyos. Ya no pudo seguir hablando, sus ojos se
llenaron de lágrimas y un nudo inutilizó su garganta, solo pudo abrazarlo
y decirle adiós con el pensamiento. Javier también lo abrazó, luego
encendió el motor del auto y lo acercó lo más posible a la casa, pensaba
bajarlo y luego llamar para que salieran a recibirlo, mientras ellos se
alejaban del lugar.

Cuando trató de bajarlo, él comenzó a mover la cabeza , ¡no, no!, dijo,


tanto Carmen , como Javier lo miraron sorprendidos ante esta
manifestación, estaban acostumbrados a su pasividad y no esperaban ese
gesto de rebeldía, - tienes que bajar, tu familia te espera- , él tomó la
mano de Carmen, - ¡no, Pita no! -, dijo negándose de nuevo a bajar,
pronto su respiración se hizo dificultosa y sus ojos se llenaron de
lágrimas. Se alarmaron ante su reacción y Javier le dijo: - No podemos
forzarlo, se puede volver a infartar -, - demos una vuelta a la manzana,
tal vez solo necesita un poco de tiempo para tranquilizarse-. Así lo
hicieron, pero cuando pensaron que ya estaba tranquilo y quisieron
intentarlo de nuevo, tuvo la misma reacción.

• ¿Quiere que le diga algo? -, - si, dime-, -por alguna razón, él no


quiere que lo dejemos aquí, el corazón de un hombre es indescifrable, yo
creo que no debe obligarlo a quedarse-.

Carmen ya no dijo nada, acomodó de nuevo a “su viejito” en el auto y


Javier sin preguntarle nada enfiló de regreso a Tlaxcala.

Las facciones de Horacio se relajaron, sonrió y miró con cariño a


Carmen, - mamá Pita -, le dijo mientras aferraba su mano a la de ella.
-¿Quién es “Pita”?-, ella le contestó aliviada: - No lo sé, pero ¡bendita sea!
-.

Fin
Gracias por leer esta historia, me disculpo por lo errores que haya tenido, ya que cada capítulo fue
saliendo día a día, pero lo escribí con mucho cariño.

Daniela Matos Coster : Deseo (Madame Lechart)

Los errores han sido enmendados Madame, conjuntamente por Agata et moi

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