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Max Weber y la democracia

plebiscitaria del líder

La idea del antiguo liberalismo, en el sentido de que una


élite de personalidades económica y socialmente
independiente, a diferencia del "ciego" dominio del
principio de la mayoría, es la más adecuada para hablar en
representación de toda la nación, también está presente en el
pensamiento de Max Weber, que en 1908 escribe una carta a
Robert Michels en la cual sostiene que conceptos tales como
"voluntad del pueblo" o "verdadera voluntad del pueblo"
resultan ficciones (Mommsem, p. 52).

El interés de Weber por la democracia no responde a las


preocupaciones comunes a varios autores de la teoría clásica
en torno a la mejor forma de lograr la expresión de la
"voluntad general" o de la "voluntad de las mayorías", sino a
una obsesión específica por lo que considera un dominio
burocrático incontrolado que puede convertirse en la "jaula
de hierro" de las sociedades futuras. "Quien esté
familiarizado con la obra de Weber sabe que el juego
dialéctico de personalidades carismáticas en contra de
poderes burocráticos niveladores es fundamental para su
concepción del mundo" (Mommsem, p.67).

En opinión de Weber las funciones del burócrata y del


político deben ser claramente distinguidas: "...no es propio
del funcionario entrar combativamente es sus propias
convicciones en la lucha política y, en este sentido 'hacer
política', que siempre es lucha". Mientras el funcionario
profesional "vive de la política", el verdadero líder político,
el caudillo de "gran calibre" vive para la política (Weber,
1982, p. 106, 116-9).

En la visión de Weber, la burocracia tiene una tendencia que


le es inherente, que le lleva a rebasar sus funciones
administrativas y asumir tareas estrictamente políticas. La
mejor forma de evitar la posibilidad de colocar a personas
con una mentalidad burocrática en posiciones de caudillaje
político es mediante una democratización que impida a la
burocracia dominar los puestos de liderazgo para los que no
está preparada (Beetham, 1987, p. 68).
En la medida en que los votos electorales son expresiones de
confianza sobre la capacidad de los individuos, la lucha
democrática hace posible la elección de los líderes más
capaces y se convierte así en un antídoto efectivo contra el
poder de la burocracia: "...los políticos han de proporcionar
a la burocracia un contrapeso..." (Weber, 1982, p. 106).

A Weber le preocupa la creciente burocratización que ve


aparejada a la disminución de la importancia de las
funciones estrictamente parlamentarias como la vigilancia y
control sobre el ejecutivo; la selección y entrenamiento de
los representantes partidarios y futuros líderes y la
posibilidad de la renovación de los mismos en el caso de
haber perdido la confianza pública (Beetham, 1969; Weber,
1982, p. 108-9).

En este sentido, la "democratización" de acuerdo con Weber


no significa un mayor poder de las masas -que incluso llega
a considerar como una idea ilusoria de la nueva sociedad. La
democracia es, en primer lugar, la posibilidad óptima para
escoger a los mejores líderes mediante una competencia
pública que les otorgue la legitimidad necesaria para poder
imponer su propia dirección sobre la burocracia. En segundo
lugar, el parlamento elegido democráticamente se convierte
en un foro de debate público que revisa las políticas que se
llevan a cabo y permite remover a los líderes si hay una
severa pérdida de confianza.

Como ha señalado Mommsem, "la idea de que la


democracia parlamentaria, bajo las condiciones de la
sociedad de masas es el medio que permite la selección y
formación de conductor político, domina absolutamente las
exposiciones de Weber y desplaza a todas las demás
fundamentaciones" (Mommsem, p. 64). En Weber se
encuentra "una concepción elitista de la esencia del líder
político, que en todo caso no era armonizable sin más con la
teoría democrática clásica según la cual el dirigente tenía
que llevar a cabo su política de acuerdo con la voluntad del
pueblo, aún cuando ésta naturalmente fuera formulada de
manera general. Weber señala constantemente la exclusiva
autorresponsabilidad del político, en cuya iniciativa reside
una conducción que no tiene que ser compartida
(Mommsem, p. 55-6).

Lo significativo de la teoría weberiana de la democracia


es que muestra los mecanismos para la emergencia de los
líderes en la competencia y la legitimación de los
procesos electorales. La "democracia plebiscitaria" -el
tipo más importante de la democracia del líder- es, de
acuerdo con su sentido genuino, una especie de
dominación carismática que se oculta bajo la forma de
una legitimidad derivada de la voluntad de los
dominados y que sólo persiste en virtud de ella. El líder
(demagogo) domina efectivamente en virtud de la
independencia y de la confianza de sus partidarios
políticos con respecto a su persona en tanto tal
(Mommsem, p. 71).

Como señala Beetham, esta concepción responde a una


teoría de inspiración liberal que, fundamentándose en la
creatividad histórica y en la fuerza del individuo, nos
advierte del papel que las colectividades pueden tener en la
frustración de la acción individual. Weber rompe con los
presupuestos sociológicos de la ideología del viejo
liberalismo, pero mantiene la adhesión al principio de que la
política es un asunto de personalidades independientes. Con
el énfasis en el papel del líder se destacan la importancia de
la libertad y del campo de acción de la iniciativa individual
(Beetham, p. 69; Mommsem, p. 52 y 82).

Basándose en estos planteamientos weberianos Beetham


explica la existencia de dos áreas de nuestra
organización social: la de la autoridad política y la del
intercambio voluntario. Mientras que en esta última se
producen las elecciones individuales, la primera se
constituye a su vez en dos esferas: la democrática donde
se dan las decisiones colectivas y la de la autoridad
burocrática jerárquicamente organizada (Beetham, 1967,
p. 99).
Max Weber: El desencanto del mundo.?
La idea de desencanto ha sido utilizada modernamente en
sociología por Max Weber y Ernst Troeltsch para interpretar
el paso de una etapa a otra en el proceso socio-cultural de la
historia del mundo.
El término contiene en sí la idea de "encanto", bajo su forma
negativa y está vinculado a las categorías de secularización
o "desdivinización".
No hay que olvidar al respecto que mundo se dice en griego
cosmos (kosmoV) que significa primariamente "limpio o
bello". En nuestros días quedó la cosmética como la ciencia
del embellecimiento. Las mujeres la utilizan sobre todo para
"encantar a los hombres". Las ideas de mundano y
mundanal nos indican una inserción extralimitada en el
mundo. Una sobrecarga de cosméticos, para seguir con el
ejemplo, que termina, en general desencantando.
Por otra parte la idea de "encanto" que viene de incanto y
que significa en latín pronunciar fórmulas mágicas,
hechizar, someter a poderes mágicos indica con el sufijo in
aquello que está dentro del canto que en latín significaba
cantar para ensalzar acompañándose de un instrumento
musical. La idea de encanto tiene dos vertientes, una
compuesta por el sometimiento a poderes mágicos, donde el
mito está detrás y otra por el sometimiento de los sentidos a
la hermosura, la gracia, la simpatía o el talento. Pero
además, no debemos olvidar que el encanto encierra
también, y este es su aspecto negativo, la idea de aducir
razones aparentes y engañosas, pues encanto también
significa vender en pública subasta, que como es sabido por
todos, es el lugar propicio para el engaño. Y el mundo,
nuestro mundo, es todo esto, el lugar donde nos gozamos y
también donde nos padecemos unos a otros. Observamos, al
menos etimológicamente, como la idea de encanto está
estrechamente vinculada a la de mundo. Nosotros vemos
cuatro etapas en el desencantamiento del mundo, que
marcan a su vez cuatro períodos bien determinados de
nuestra historia socio-político-cultural. .

1.- El desencantamiento del mundo arcaico

El mundo hasta el surgimiento de la filosofía griega en


Mileto hacia el siglo VI a.C. estaba considerado por las
cosmologías de los pueblos antiguos - India, Egipto, Caldea,
Grecia - como un conjunto de fuerzas de la naturaleza que
se personificaban en divinidades.
El salto cualitativo, y nunca acabado de estudiar sobre qué
produjo el surgimiento de la filosofía griega, consistió en
que ésta reemplazó esas divinidades por elementos
naturales- agua, aire, fuego, tierra- y por explicaciones
racionales de condensación-dilatación, frío y calor.
Los primeros filósofos buscaron, dentro del mundo y no
fuera de él, un principio, un arjé, como causa primera de
todas las cosas y a la que debían retornar. Todo salía de los
elementos y volvía a ellos en un proceso cíclico de cierta
duración (el gran año). Anaximandro (610-546 a.C.)el
tercero de los milesios, en el texto más antiguo de la
filosofía occidental nos dice: "De donde los entes (toiV
ousi)tienen su origen, hacia allí tienen también su perecer
según la necesidad. Pues se pagan pena y castigo unos a
otros por su injusticia según el orden del tiempo" Y agrega
Teofrastro de quién nos llega el fragmento: "diciendo estas
cosas con palabras un tanto poéticas".
Los dioses siguieron formando parte del mundo pero ya no
lo explican, son los distintos principios y sus combinaciones
los que lo hacen.
El mundo antiguo, aquel de la sabiduría primordial, sufre el
primer desencanto: El mundo puede ser explicado no ya por
los dioses sino por los hombres, a través del estudio de las
causas y los principios de las cosas.
Se ha producido el paso del mito al logos, aún cuando
perduran en los presocráticos, sobre todo en Empédocles y
Pitágoras, muchos elementos de las antiguas cosmogonías.

2.- El desencantamiento del mundo pagano

La plenitud de la filosofía griega lograda con Platón y


Aristóteles comienza a descender en nuevas y limitadas
escuelas filosóficas como el epicureísmo, el estoicismo, el
escepticismo y el eclecticismo. Roma recibe así sólo retazos
de la gran filosofía griega. El hombre que para el griego es
"ánthropos= anqrwpoV", que proviene de "anathrón ha
hopopé= anaqron a opwph", investigador de lo que ha visto,
es decir, el que contempla, pasa, en el mundo romano, a ser
considerado como "homo" que proviene de "humus", esto
es, aquél que tiene los pies en la tierra porque con ella está
constituido. La filosofía termina limitándose al derecho y a
su arte supremo la eloquentia u oratoria ciceroniana.
Es en este momento que aparece el cristianismo, con la
"novedad histórica" de un Dios único y trascendente al
mundo y con ello produce el segundo gran
desencantamiento del mundo. Éste deja de estar habitado
por dioses de todo tipo y espíritus de todo pelaje, para ser
considerado como otra cosa distinta de Dios, incluso lo
opuesto a Él.
El cristianismo primitivo no sólo rompe con la cohabitación
en el mundo pagano entre hombres, dioses y espíritus, sino
que incluso rechaza por boca de San Pablo la filosofía como
acceso al saber: "Mirad que nadie os engañe con filosofías
falaces y vanas, fundadas en tradiciones humanas, en
elementos del mundo y no en Cristo"(Col.2,8)
Así, la única vez que aparece en el Nuevo Testamento la
palabra filosofía es bajo un acepción negativa.
Ahora bien, la ruptura de la unidad dioses-mundo producida
por el cristianismo con su propuesta de un Dios trascendente
al mundo y su consecuente desencantamiento, la intenta
salvar con un nuevo "encantamiento". Esto es, poblando la
distancia que hay entre Dios y el mundo con seres
espirituales, ángeles, arcángeles y criaturas espirituales que
median entre unos y otros. Ejemplo de ello nos dejó San
Dionisio Areopagita en su tratado Sobre la Jerarquía
Celeste.
El cristianismo posterior recupera la gran tradición de la
filosofía griega y vuelca en sus categorías la teología
cristiana. Las figuras emblemáticas de Platón y Aristóteles
son asumidas respectivamente por San Agustín y Santo
Tomás que son los grandes expositores teológico-filosóficos
del misterio teándrico, del Dios hecho hombre.

3.- El desencantamiento del mundo cristiano

El mundo cristiano se desarrolla sin sobresaltos hasta finales


del siglo XVII en que aparece un nuevo orden de cosas.
Finis saeculi novam rerum faciem aperuit, afirmará Leibniz,
el último filósofo que concentró en sí todo el saber de su
tiempo (1). Comenzaba, pues, la entronización del culto a la
"diosa razón". Hasta ese momento se sucede un período,
casi mil años, de gran expansión misional y, al mismo
tiempo, de gran acumulación del saber antiguo. Caballeros,
misioneros y monjes realizan el trabajo más pesado de la
Alta edad media, también denominado peyorativamente
período oscuro. Viene luego la denominada Baja edad media
que tiene su plenitud en el siglo XIII, siglo de las grandes
Summas -Alberto Magno, Tomás de Aquino, San
Buenaventura, Duns Escoto, etc.-. Nace, en el siglo
siguiente con el nominalismo, lo que justamente se
denominó la vía moderna, que es proseguida por el
Renacimiento en el XV, la Reforma en el XVI y el
Racionalismo del siglo XVII. Estos grandes movimientos
aún son y pertenecen mutatis mutandi al mundo cristiano. El
desencantamiento de éste mundo se produce en el siglo
XVIII con la propuesta del racionalismo, ahora, Iluminista y
con el movimiento de la Ilustración enciclopédica.
Se inaugura la época de la razón calculadora como
acertadamente la denominó Heidegger. Dios deja de ser el
centro del universo, el productor de sentido para convertirse
en un capítulo de la filosofía denominado teodicea. Aún
cuando ya hace dos siglos que los métodos han cambiado, se
privilegia el método experimental al especulativo, el
desancantamiento del mundo se produce cuando, al decir de
Hegel, el bosque sagrado de toda la tradición medieval y
premoderna se transforma en "mera leña". El objeto ya no es
lo bello sino que degradándose a objeto material es sólo lo
calculable, lo mensurable, lo dominable por la razón. Sin
embargo la razón iluminista intenta su propio
"encantamiento" del mundo a través de cinco o seis relatos
universales: el progreso indefinido, el poder omnímodo de
la razón, la democracia como forma de vida, la
subjetivización del cristianismo, la manipulación de la
naturaleza por la técnica, la libertad como capricho
subjetivo.

4.- El desencantamiento del mundo moderno

La modernidad que a través de otro de sus relatos, el


igualitarismo, creyó construir un mundo igual para todos y
con validez universal se fue percatando poco a poco que
aquellos principios sobre los cuales había sido edificada se
derrumbaban irremisiblemente.
Ahora bien, el fracaso estruendoso de estos principios
sagrados de la modernidad ilustrada - el progreso fue en
muchos aspectos un retroceso; la razón no pudo explicar
todo; la democracia ha sido sólo procedimental o formal, el
cristianismo subjetivado se partió en infinitas sectas, la
técnica terminó en Hiroshima y la libertad en un mito. Todas
estas contradicciones hicieron de la conciencia
postmoderna, conciencia desencantada de la modernidad.
Y aquí llegamos a nuestros días en donde observamos que la
postmodernidad pasa a ser en definitiva mera conciencia
desilusionada de la modernidad. El publicitado filósofo J.
Habermas sostiene, en síntesis, que estamos mal porque no
acabó de plasmarse el proyecto moderno. Con esta
afirmación el filósofo de la Escuela de Frankfurt sigue
manteniendo el enfoque particular propio de la modernidad
y su propuesta política en una visión aggiornada de la
socialdemocracia europea. Y en estos términos no hay salida
posible que no sea el desencanto, el nihilismo, el
pensamiento débil, lo políticamente correcto. En el fondo el
hombre resignado y en desazón, como gustaba decir
Gonzalo Fernández de la Mora.
El desencantado nihilismo se expresa, en los mejores, como
una crítica ácida de la situación en que vivimos. Ejemplo de
ello es Emile Ciorán. Pero en una crítica simplemente
fenomenológica, descriptiva, y no metafísica como debiera
ser. Porque nuestros mejores hombres hoy son, también
ellos, producto de la modernidad. Hace casi un siglo el
filósofo alemán Georg Simmel (1858-1918) en Philosophie
des Geldes decía que la causa de nuestro estado era: "La
falta de algo nítido en el núcleo del espíritu, y es ello lo que
nos impulsa a buscar la satisfacción momentánea en
estímulos, sensaciones y actividades siempre nuevas. Así es
como nos enmarañamos en los tumultos de las metrópolis,
en la manía de viajar, en la salvaje competencia y en la
típicamente moderna infidelidad con respecto a los gustos,
estilos, opiniones y a las relaciones personales". Esta
carencia de algo nítido en el núcleo del espíritu, de
convicciones profundas, arraigadas y permanentes es la
marca a fuego de la postmodernidad.
Llegamos así al final de los distintos desencantamientos del
mundo. Hoy éste no es otra cosa que una sucesión de
imágenes truncas, una especie de zapping político-cultural
en donde todo vale y nada tiene valor, y entonces nos
preguntamos: ¿Es otro mundo posible o diferente?

Nosotros consideramos que la única crítica válida, total,


eficaz y superadora de la modernidad es la crítica
premoderna. Así, es desde las ecúmenes premodernas como
la eslava, la iberoamericana o la china desde donde se puede
llevar a cabo más genuinamente esta crítica, porque aún
habemos términos de comparación. Fuimos menos zapados
por la modernidad porque la nuestra fue una
tardomodernidad.
En cuanto al método optamos por el disenso como el único
capaz de crear teoría crítica, pues pensar, y sobre todo
pensar desde América, es disentir. Disentir ante el
pensamiento único y políticamente correcto, pero disentir
también ante la normalidad filosófica impuesta por el
pensamiento europeo.
El disenso consiste, desde nuestro genius locci en expresar
la opinión de los menos, de los diferentes ante el discurso
homogeneizador de la ética discursiva o comunicativa de los
Habermas y los Apel, que solo otorga valor moral al
consenso. Es que la ética comunicativa viene, en definitiva,
a fundamentar el mensaje globalizante y homogeneizador de
los productores de sentido que son siempre los dueños del
poder.
Esta ética discursiva e ilustrada viene en tanto que
"discursiva", como un nuevo nominalismo a zanjar las
diferencias con palabras i.e. la democracia
discursiva(Bohman-Avritzer) de las asambleas populares, y
no a través de la preferencia o postergación de valores. Y en
cuanto "ilustrada" sólo permite la crítica de aquellas
situaciones sociales que no encarnen los ideales ilustrados
de igualdad y postilustrados de democracia. Así su crítica
nunca va dirigida a los regímenes socialdemocratas sino a
los que decididamente no lo son, como en Iberoamérica,
Castro o Chávez.
La ética de la comunicación es así heredera directa de las
sociedades de ideas de la Revolución Francesa y estas
sociedades - corazón del jacobinismo- por definición no
pensaban sino hablaban. La ideología no se piensa porque
puede correr el riesgo de ser criticada, sino que ella habla a
través de su intérpretes como verdad socializada a través del
asambleísmo y se expresa en la religión del consenso (2).
En realidad, este modelo discursivo, que en criollo debería
denominarse modelo conversado, muestra la gran
contradicción del pensamiento progresista de estos primeros
años del siglo XXI, que consiste en creer que se puede
reformar la sociedad recurriendo a los mismos instrumentos
que la han llevado a su situación actual.
Hoy el dios monoteísta del libre mercado ha llegado a
privatizar la opinión pública ya que sólo existe la opinión
publicada. Los agentes mediáticos se han quedado hoy día
con la representación exclusiva del pueblo que ellos han
transformado en "gente". La patria locutora y escribidora
viene reemplazando a los políticos quienes ante la furia
privatizadora de los activos fijos estatales se han quedado
sin aparatos del Estado para ejercer el poder y han cedido su
iniciativa al periodismo y los tecnócratas. Así como la
imagen televisiva ha reemplazado al concepto escrito, de la
misma manera los massmedia han desplazado a los partidos
políticos en el manejo del poder. No es ya el Estado quien
tiene el monopolio del poder como gustaba decir Max
Weber, sino que el poder ha deslizado su centralidad hacia
un ciberespacio inasible y siempre cambiante como lo es el
mundo de las redes informáticas que son la que determinan
que países como el en caso de Malasia, México, Brasil o
Argentina entren, de la noche a la mañana, en crisis
financieras tremendas, gestadas por operadores anónimos
que especulan desde terminales a miles de kilómetros de
distancia.
Unos pocos políticos y escasísimos pensadores se dan
cuenta que esto no va más. Y si nosotros y nuestras
sociedades están mal no es porque el proyecto moderno no
se completó como piensa Habermas, sino porque doscientos
años de pertinaz liberalismo nos ha llevado a tal extremo.
Sin un cambio en los grandes campos de actividad del
hombre en sociedad, todo no será otra cosa que
gatopardismo, cambiar algo para que nada cambie.
Nosotros debemos reinventar una nueva representación
política, la democracia postmoderna no propone valores a
intentar sino que en tanto conciencia política desengañada
ha quedado reducida a democracia procedimental. Y si bien
hoy , se ha extendido a casi todo el mundo, lo ha hecho sin
profundidad, como en el caso de las democracias africanas o
sudcentroamericanas. La modificación de régimen de
representatividad política de la democracia liberal implica el
dejar de lado de una vez para siempre la falsa ecuación "un
hombre un voto", pues el hombre es más que un voto y
tiene, por respeto a su propia dignidad, que ser representado
en la totalidad de lo que es. Hay que intentar una
democracia de carácter participativo donde el hombre se
manifieste también como trabajador, profesional,
comerciante, docente, cura o milico.
En el campo económico modificar el régimen de propiedad
de la economía liberal, que entiende a aquella como valor
absoluto en sí misma. Debemos pasar del sentido de
propiedad, hoy reducido a cada vez menos propietarios, para
ir a la difusión de la propiedad al mayor número posible de
ciudadanos. Así mismo se debe quebrar el monopolio de la
ley de la oferta y la demanda, recuperando la vieja ley de la
reciprocidad de los cambios de la que ya hablara el viejo
Aristóteles en la Etica Nicomaquea (1132b 33) nos dice: "la
reciprocidad debe ser según la proporción y no según la
igualdad". Lo justo en las transacciones económicas es que
uno de "proporcionalmente" a lo que recibe y no
"igualmente". No se trasmuta una casa por un zapato. La
proporción del cambio de un producto por otro, más allá de
la razón de necesidad, está dada por la diversidad de
trabajo(la acción) que uno u otro ha requerido. La cuestión
del justo precio se ubica aquí.
En el ámbito de la cultura dejar de lado la versión liberal de
la misma que nos viene desde la época de la Enciclopedia
francesa con su idea del valor universal de la cultura
racional-occidental e ir al rescate del principio de identidad,
no solo como afirmación de nosotros mismos sino también
como defensa de la diversidad cultural, que se expresa en el
reconocimiento del otro, del diferente a nosotros. Rechazar
la nefasta teoría del multiculturalismo y proponer el
pluralismo intercultural. Esto es, un pluralismo sin
relativismo que hace que el mundo sea en realidad un
pluriverso y no un universo como ha pretendido el
pensamiento moderno-ilustrado desde la época de su
nacimiento

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