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Antón Chéjov
—¡A ver, Marfa, ese esturión! —dijo Ajiniéiev frotándose las manos y
relamiéndose. ¡Qué olor, madre mía, y qué vaho! ¡Me comería la cocina entera! ¡A ver,
a ver, el esturión!
Marfa se acercó a uno de los bancos y con mucho cuidado levantó un poco una
hoja de periódico manchado de grasa. Debajo, en un enorme plato, reposaba un gran
esturión en gelatina, salpicado de alcaparra, aceitunas y rodajas de zanahoria. Ajiniéiev
vio el esturión y se quedó boquiabierto. Se le iluminó la cara, se le pusieron los ojos en
blanco. Se inclinó y emitió con los labios un sonido que recordaba el de una rueda sin
engrasar. Así permaneció unos momentos y luego, rebosante de satisfacción, hizo
castañear los dedos y una vez más volvió a chasquear los labios.
—¡Hola! ¡Qué beso más sonoro!... ¿Con quién te estás besando ahí Marfuchka?
—se oyó que decía una voz desde la habitación contigua, y por la puerta se asomó la
cabeza rapada de Vankin, ayudante de preceptores del instituto—. ¿Con quién te
permites? ¡O-o-oh! ¡Qué bien! ¡Con Serguéi Kapitónich! ¡Vaya con el abuelo, no está
mal! ¡A solas con la femenina!
“¡Está hablando de mí! —pensó Ajiniéiev. ¡Está hablando de mí, mal rayo lo
parta! Y la otra cree... ¡lo cree! ¡Se ríe! ¡Dios del cielo! Esto no puede quedar así... no,
no... Es necesario evitar que lo crean. Hablaré con todos y será él, con sus chismes,
quien va a quedarse con un palmo de narices”
—He estado ahora en la cocina a ver cómo marcha la cena —dijo al francés. Sé
que a usted el pescado le gusta y tengo preparado un esturión, amigo ¡así! ¡De dos
varas! Je, je, je... Y a propósito... por poco lo olvido... Ahí en la cocina por el esturión
ese acaba de sucederme una anécdota la mar de chistosa. Entro y quiero echar un
vistazo a la comida... Veo el esturión y chasqueé los labios de gusto... ¡qué apetitoso! En
ese momento el tonto de Vankin entra y dice: ¡ja, ja, ja!... “¡0-o-oh!.. ¿Se están
besando?”. Quería decir con Marfa, ¡con la cocinera! ¡Se necesita ser tonto para
imaginárselo! Es fea como un pecado y él... ¡que se están besando! ¡Vaya idiota!
Y contó lo de Vankin.
—¡Cómo me ha hecho reír, el tonto! Para mí, ha de ser más agradable besar a un
perro de la calle que a Marfa —añadió Ajiniéiev, que volvió la cabeza y vio a su espalda
a Mzdá.
Ajiniéiev se quedó tan tranquilo que se echó al coleto cuatro copitas de más por
su mucha alegría. Terminada la fiesta, acompañó a los novios hasta la alcoba, se retiró a
sus aposentos y se quedó dormido como una inocente criatura; al día siguiente no se
acordaba ya de la historia del esturión. Pero ¡ay! El hombre propone y Dios dispone. La
fementida lengua realizó su viperina acción y de nada le sirvió a Ajiniéiev su astucia.
Exactamente una semana después, terminada la tercera clase, mientras Ajiniéiev, en la
sala de profesores, hablaba sobre las malas inclinaciones del alumno Visiekin, se le
acercó el director y lo llamó aparte.
Ajiniéiev se quedó pasmado, patitieso. Volvió a su casa como picado de una vez
por un enjambre entero, como abrasado por agua hirviendo. Volvía hacia su casa y tenía
la impresión de que toda la gente le miraba como si estuviera tiznado de hollín... En su
casa lo esperaba una nueva desgracia.
—¡Eres un miserable! —le dijo Ajiniéiev. ¿Por qué me has hundido en el fango
ante todo el mundo? ¿Por qué me has calumniado?
—Pues quién ha ido con el chisme de que yo he estado besando a Marfa? ¿Dirás
que has sido tú? ¿Nos has sido tú, bandido?
“Pero ¿quién habrá sido, pues? ¿Quién? —se preguntaba Ajiniéiev pasando
revista en memoria a todos los conocidos y golpeándose el pecho. ¿Quién habrá sido?”