Discover millions of ebooks, audiobooks, and so much more with a free trial

Only $11.99/month after trial. Cancel anytime.

Los tiempos de la desenfrenada democracia: Una antología general
Los tiempos de la desenfrenada democracia: Una antología general
Los tiempos de la desenfrenada democracia: Una antología general
Ebook570 pages6 hours

Los tiempos de la desenfrenada democracia: Una antología general

Rating: 0 out of 5 stars

()

Read preview

About this ebook

El quinto volumen de la nueva Serie Viajes al Siglo XIX de la colección Biblioteca Americana contiene una selección de títulos que repasa lo mejor de la poesía del autor, y de su narrativa. Con respecto a su obra dramatúrgica, el libro incluye la pieza Deberes y sacrificios, un drama escrito en verso y en tres actos.
LanguageEspañol
Release dateDec 13, 2016
ISBN9786071642677
Los tiempos de la desenfrenada democracia: Una antología general

Related to Los tiempos de la desenfrenada democracia

Related ebooks

General Fiction For You

View More

Related articles

Reviews for Los tiempos de la desenfrenada democracia

Rating: 0 out of 5 stars
0 ratings

0 ratings0 reviews

What did you think?

Tap to rate

Review must be at least 10 words

    Book preview

    Los tiempos de la desenfrenada democracia - José Tomás de Cuéllar

    BIBLIOTECA AMERICANA

    Proyectada por Pedro Henríquez Ureña

    y publicada en memoria suya

    Serie

    VIAJES AL SIGLO XIX

    Asesoría

    JOSÉ EMILIO PACHECO

    VICENTE QUIRARTE

    Coordinación académica

    EDITH NEGRÍN

    LOS TIEMPOS DE LA DESENFRENADA DEMOCRACIA

    JOSÉ TOMÁS DE CUÉLLAR

    LOS TIEMPOS DE LA DESENFRENADA DEMOCRACIA

    Una antología general

    Selección, estudio preliminar y cronología

    Adriana Sandoval

    Ensayos críticos

    Carlos Illades

    Manuel de Ezcurdia

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    FUNDACIÓN PARA LAS LETRAS MEXICANAS

    UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

    Primera edición FCE/FLM/UNAM, 2007

    Primera edición electrónica, 2016

    Enlace editorial: Eduardo Langagne

    Diseño de portada: Luis Rodríguez/ Mayanín Ángeles

    D. R. © 2007, Fundación para las Letras Mexicanas, A. C.

    Liverpool, 16; 06606 Ciudad de México

    D. R. © 2007, Universidad Nacional Autónoma de México

    Ciudad Universitaria; 04510 Ciudad de México

    Coordinación de Humanidades

    Instituto de Investigaciones Filológicas

    Coordinación de Difusión Cultural

    Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial

    D. R. © 2007, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-4267-7 (ePub-FCE)

    ISBN 978-607-02-8398-7 (ePub-UNAM)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Índice de contenido

    ESTUDIO PRELIMINAR

    LOS TIEMPOS DE LA DESENFRENADA DEMOCRACIA

    CON EL ALMA NOBLE ESTREMECIDA. de Obras poéticas (1856)

    EN EL PANTEÓN

    EL CLARÍN DE LA SELVA

    EL CARNAVAL

    HERMINIA LA CRISTIANA

    MARÍA DE LOS ÁNGELES

    TEATRO

    DEBERES Y SACRIFICIOS. Drama en tres actos y en verso

    ADVERTENCIA

    ACTO PRIMERO

    ACTO SEGUNDO

    ACTO TERCERO

    NOVELA. Yo convidaré a las Machucas

    BAILE Y COCHINO… Novela de costumbres mexicanas

    CAPÍTULO I. Preparativos del baile y del cochino

    CAPÍTULO II. De cómo se reclutaban parejas y se alistaba concurrencia

    CAPÍTULO III. De las Machucas y de otras parejas

    CAPÍTULO IV. De cómo, entre otras cosas, se preparaban para el baile del coronel las niñas de la Alberca Pane

    CAPÍTULO V. Que trata de lo que hizo con su virtud una señora invitada al baile de Saldaña

    CAPÍTULO VI. De cómo las apariencias de las niñas cursis suelen comprometera resultados serios

    CAPÍTULO VII. Comienza el baile

    CAPÍTULO VIII. De cómo el calor de las velas, en combinación con el coñac de cinco ceros y otros peores, suelen hacer de un baile un pandemónium

    CAPÍTULO IX. Conclusión

    EL REFLEJO DE LA HISTORIA DE LOS PUEBLOS. De La Ilustración Potosina (1869-1870)

    LA LITERATURA NACIONAL. Apuntes

    YA NINGUNO AMA AQUÍ COMO DIOS MANDA. De Versos (1891)

    LA POESÍA ERÓTICA

    EPÍSTOLA SOBRE EL ABUSO DE LA CHANZA

    EL 13 DE SEPTIEMBRE DE 1847 EN CHAPULTEPEC

    A LA PRIMAVERA DE 1886 CON MOTIVO DE MIS ACHAQUES DE SALUD

    A CERVANTES. Oda

    A MÉXICO CON MOTIVO DE SUS GUERRAS CIVILES. Canto elegiaco

    A LOS MÁRTIRES SIN NOMBRE. Canto elegiaco

    LOS MALES SON CLAROS Y PALPABLES. De Artículos ligeros sobre asuntos trascendentales (1891)

    EL CARÁCTER Y LA EDUCACIÓN

    EL AGIO, EL PAUPERISMO Y LA CARIDAD

    LA CARIDAD. Pesadilla dramática

    EL DIVORCIO

    EL ASEO, EL AYUNTAMIENTO Y LAS OBRAS PÚBLICAS

    LA SOCIABILIDAD ES HIJA DE LA CIVILIZACIÓN Y MEJORA A LOS HOMBRES. De Vistazos (1892)

    EDUCACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA EN LAS ESCUELAS

    LA INDEPENDENCIA INDIVIDUAL

    EL ESPÍRITU DE ASOCIACIÓN

    LOS ARTESANOS

    DISCURSO

    EL LICEO HIDALGO

    APUNTES SOBRE LA INSTRUCCIÓN PÚBLICA Y SOBRE LOS PELADOS, DEDICADOS AL NUEVO AYUNTAMIENTO

    EL ÚLTIMO RIEL

    ENSAYOS CRÍTICOS

    LOS MEXICANOS PINTADOS POR CUÉLLAR/ Carlos Illades

    …MENOS REALISTA. LAS GENTES QUE SON ASÍ, DE JOSÉ TOMÁS DE CUÉLLAR /Manuel de Ezcurdia

    CRONOLOGÍA

    ÍNDICE DE NOMBRES

    ESTUDIO PRELIMINAR

    LOS TIEMPOS DE LA DESENFRENADA DEMOCRACIA

    ADRIANA SANDOVAL

    Instituto de Investigaciones Filológicas

    En la ciudad de México nació (18 de septiembre de 1830) y murió (11 de febrero de 1894) este niño héroe, poeta, cuentista,¹ dramaturgo, pintor (estudió en la Academia de San Carlos), fotógrafo, articulista, diplomático y, sobre todo, novelista.

    Formó parte de la Bohemia Literaria, una asociación de practicantes de las letras que surgió cuando las Veladas Literarias de 1867 llegaron a su fin. Ignacio Manuel Altamirano fue huésped y posiblemente animador de este grupo de literatos. La dinámica del segundo grupo era similar a la del primero: se reunían para leer y comentar sus producciones; como amigos que eran, asistían juntos, además, al teatro. El medio a través del cual este grupo dio a conocer sus escritos fue una revista de nombre La Linterna Mágica² —homónima de la colección de novelas de Cuéllar que lo haría famoso. Ahí colaboraron, entre otros, Altamirano, Guillermo Prieto e Ignacio Ramírez. Alicia Perales asienta que de esta revista semanal se conservan once números; la misma investigadora registra el nombre de Cuéllar en varias otras asociaciones.

    En 1872 José María Lafragua, ministro de Sebastián Lerdo de Tejada, envía a Cuéllar a Washington; tres años después, en 1875, llegará a ser secretario de la legación mexicana. Su estancia terminará en 1881, al parecer por motivos de salud. Al volver a México, volvió a la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde fue oficial mayor interino y luego titular. Sus funciones en esa oficina llegaron a su fin en 1890. Sus últimos años parecen haber transcurrido en la oscuridad literaria y literal, pues, a decir de González Peña, murió ciego.

    Fundó, con José María Flores Verdad, la revista La Ilustración potosina (1869-1870)³ en la ciudad de San Luis Potosí, donde publicó por entregas la primera versión de Ensalada de pollos. En esa misma ciudad publicó El pecado del siglo. Del mismo modo, en El federalista, sale a la luz El comerciante en perlas (1871). Estas dos últimas novelas, con la siguiente, Las gentes que son así (1872) caen bajo el signo romántico y, específicamente, del melodrama, de una visión dicotómica de la realidad, dominada por la ética y moral católicas. Están escritas en la línea de las novelas de aventuras, las históricas y las de folletín. A diferencia de las incluidas en La Linterna, en éstas las descripciones son más y de mayor longitud, los personajes más numerosos, al igual que los intentos de subtramas. Prácticamente no hay sentido del humor.⁴ Las novelas se ubican antes de la época de Cuéllar (la colonia; el periodo de la fiebre del oro en California: 1848-53), a diferencia de las siguientes, que se desarrollan en un tiempo contemporáneo al autor —ya más en una vena realista. Estas novelas de mayor extensión son menos afortunadas que las demás. El estilo del novelista se fue haciendo más económico a medida que pasaba el tiempo; las descripciones se hicieron cortas e incisivas, el lenguaje más preciso. El sentido del humor formó parte sistemática de los textos siguientes. Pero lo que es tal vez más significativo, el estilo y la intención de sentido caen ya dentro del modo realista.

    En El pecado del siglo (1869)⁵ hay robos, asesinatos, brujas, amores interrumpidos, vírgenes deshonradas pero puras de corazón, un hombre que descubre el furor de la adolescencia en la madurez y afecta a su familia… Todo termina en un equilibrio moral, como se espera en un melodrama. El amante de la virgen mancillada pero buena muere ajusticiado por sus robos y crímenes; ella entra a un convento. El hombre adúltero finalmente descubre que su amante, por la que ha dejado su vida decente y familiar, no lo ama realmente; enferma y muere, después de haberse arrepentido y reconciliado con la iglesia. Los tres ladrones y asesinos son descubiertos y mueren en un espectáculo público de vindicta publica. Bajo el signo romántico huguiano,⁶ Cuéllar se manifiesta en contra de la pena de muerte.

    Esta novela da inicio el día de la llegada a la ciudad de México del licenciado Francisco Primo de Verdad y Ramos en octubre de 1789. Aunque la novela no apareció por entregas, guarda, de manera discreta, una estructura similar a este tipo de publicaciones, al igual que las de los llamados novelistas sociales.⁷ Sin embargo, hay que mencionar que, aunque al final se restablece el equilibrio social e individual, los personajes no caen tan automática y ramplonamente en una clasificación maniquea. Doña Mariana, la esposa ultrajada del adúltero don Manuel, es en realidad una fanática religiosa manipuladora y le encanta el papel de víctima, que la convierte en centro de la atención social. Teodora, una bruja cubana que ha buscado al hijo del que ha sido separada, está consciente de la importancia de los trucos y de cierta espectacularidad en el desempeño de sus funciones —a tono con la crítica sistemática de los liberales hacia las prácticas supersticiosas (proveniente de la ilustración). Más que las artes adivinatorias, utiliza una especie de psicología intuitiva, apoyada con algunos recursos herbolarios y de efectos teatrales. El licenciado don Francisco Primo de Verdad y Ramos sostiene una interesante discusión con un fraile, a propósito de la conducta escandalosa de don Manuel, en la que carga parte de la responsabilidad de ese tipo de conductas a la educación religiosa un tanto más cuanto represora y fomentadora de una obediencia ciega, sin dejar demasiado lugar a una toma consciente y responsable de decisiones.

    Siguiendo una convención folletinesca, hay una escena de reconocimiento entre una madre y su hijo, que le fue arrebatado hace años. La ortodoxia dictaba una profusión de lágrimas, de sentimentalismo —como en los novelistas sociales. Cuéllar, sin embargo, maneja la situación de manera bastante aséptica para la época, por lo que coincido con Ezcurdia: Lo que para mí distingue y distancia a Cuéllar de sus contemporáneos es su antisentimentalismo (1997, p. 62). Hay también algunos crímenes de un discreto gusto tremendista⁸ —prevaleciente en la época— y descripciones del ajusticiamiento de los ladrones y asesinos en la plaza pública, con pregonero y clarines. Sin embargo, hay que mencionar que este aspecto cuellariano es bastante más recatado que el de Payno, por ejemplo, en Los bandidos de río frío.⁹ de hecho, Facundo —el seudónimo de Cuéllar— se manifiesta en contra de ese tipo de descripciones, como es patente en el siguiente párrafo tomado de Isolina la ex figurante:

    Ya hemos manifestado en otras ocasiones que no somos afectos a lo horripilante, y que abandonamos con gusto la tarea de relatar esas escenas de sangre y devastación a las que tan repetidas ocasiones han dado lugar nuestras revueltas intestinas; de manera que al tropezar con hechos de esta especie tomaremos de ellos sólo la parte que se ligue con el hilo principal de la historia que referimos (p. 41).

    Una nota final curiosa, de naturaleza sorprendentemente masoquista, sobre esta novela: la casi niña isabel encuentra por accidente un silicio en el cofre de su madre. Intrigada, ensaya sus posibles usos:

    Y se desnudó una pierna. Su manecita palpaba alternativamente la suavidad de la piel, y la aspereza del silicio, y al fin se lo aplicó suavemente.

    El contacto frío del acero y aquella superficie homogénea de puntas, produjeron una sensación que comenzó por ser extraña, después fue grata y finalmente fue voluptuosa. […]

    La voluptuosidad en la inocencia, por medio de una sensación desconocida (pp. 165-166).

    Después de esta breve e inquietante mención, no vuelve a hablarse del asunto.

    Podemos inscribir a El comerciante en perlas (1871) en la línea de novelas de aventuras con viajes continuos. El héroe, Eduardo Mercier, es romántico y justiciero, llamado el Monte cristo de California; su principal opositor se llama Garcí. La derrota final sobre este enemigo incluye nada menos que la salvación del país, siguiendo la acepción del superhéroe definido por Umberto Eco.¹⁰ Al final, un tribunal popular decide la condenación de Garcí y de lo que queda de su grupo de bandidos.

    Las novelas de la colección de La Linterna son menos positivas y optimistas, y en ellas participan ya de manera significativa elementos realistas, entendiendo al realismo de manera amplia, como la corriente literaria en la novelística que se ocupa de la vida contemporánea al escritor y de escenas comunes y corrientes —a diferencia de alguna tendencia romántica, cuyas obras se ocupaban de sitios lejanos en tiempo y lugar, así como de personas no ordinarias. Recordemos el multicitado prólogo de Facundo a la serie, que arranca con Ensalada de pollos. Ahí, en la plática con el cajista, dice: Pero no tema usted que invente lances terribles ni fatigue la imaginación de mis lectores con el relato aterrador de crímenes horrendos, ni con hechos sobrenaturales (p. XVI). Y en el último párrafo subraya que en sus novelas todo es mexicano, todo es nuestro, que es lo que nos importa (p. XVII), en una apelación directa al lector, conminándolo a incluirse en ese nosotros: un rasgo del nacionalismo romántico.

    Antes de ser novelista, Cuéllar incursionó en el teatro. Se conserva, hasta donde tengo noticia, únicamente uno de sus dramas, incluido en este volumen: Deberes y sacrificios (representada en 1855 y publicada en 1856), en verso. En esa época solían editarse las obras de teatro que habían gozado de un éxito señalado; ignoro si otros títulos de Cuéllar merecieron la página impresa, o si simplemente se han perdido. En cualquier caso, vale mencionar que muchos de los novelistas del siglo XIX aspiraron al éxito en las tablas y que este interés es perceptible en un uso constante y dinámico de los diálogos.

    De su interés y práctica teatral surge la novela Isolina la ex figurante, centrada en una compañía de teatreros itinerantes. El lenguaje es más cercano al de El comerciante en perlas y El pecado del siglo, aunque vemos ya algunos atisbos del humor que después será más sostenido. En un capítulo que Cuéllar reconoce como digresión, comenta el lamentable estado del teatro mexicano, sobre todo en términos morales, por la degeneración de la mayor parte de sus integrantes. Con no poca frecuencia, afirma, algunas madres que no encuentran otra manera más redituable de sobrevivir, colocan a sus hijas en los escenarios, quienes terminan siendo poco más que unas simples meretrices que utilizan el proscenio como escaparate para promover la renta de sus encantos.

    El empresario don Gervasio, un ex militar metido a teatrero, es tratado con especial dureza de parte de Cuéllar. Al preparar una corta temporada en la ciudad de San Luis Potosí, se preocupa mucho más por quedar bien con los personajes sobresalientes de la ciudad, por el uso de propaganda ni muy digna ni apegada a la verdad, que por presentar un producto de calidad: prácticamente no hay ensayos previos, y no tiene prurito alguno en hacer cortes en el texto dramático, sin importar que el resultado sea incoherente e inverosímil. Cuéllar conocía con seguridad a varios empresarios de este tipo, pues al decir de Gamboa, ante continuas diferencias con ellos, optó por improvisar un teatro en su propia casa, donde se representaron al menos tres de sus obras.

    La historia de isolina es terrible: va de una desgracia a otra. Su familia entera es asesinada por unos ladrones, la hacienda que era su casa desaparece consumida por el fuego. Los mismos bandidos la secuestran; un cacique (don Pepe) enamoriscado de ella la libera, pero sólo para volverla su prisionera. De su segundo encierro logra escapar gracias al apuntador Pico, quien logra que ella sea aceptada en la compañía de la que forma parte. Entre los actores encuentra oposición y envidias, y pese a sus dotes verdaderas de actriz y su deseo vehemente de serlo, sus celosos compañeros echan a perder la escena en la que debuta.

    Los pollos y seductores la asedian constantemente. Entre ellos destaca don Fernando, dispuesto a llevar a cabo su conquista poco a poco, presentándose bajo el disfraz de amigo. Al final coinciden en una representación teatral los tres hombres (Pico, don Pepe y don Fernando) que han girado alrededor de ella; cada uno de ellos la quiere para sí. La tensión es demasiada para la joven y cae en una postración nerviosa. Don Pepe se ofrece a traer una medicina que se le administra, después de lo cual muere —lo cual sugiere la posibilidad de un asesinato. Podríamos decir que es una novela de las conocidas como de víctimas. Como heroína de novela de folletín, isolina murió pura, víctima de su honor; y su memoria es ese aroma imperecedero, único homenaje digno de la virtud y del amor (p. 249). Queda simplemente la posibilidad de la justicia divina con respecto al cacique: el autor entrega a la execración pública y perenne al cacique, con la íntima convicción de que la verdad y la justicia, como los formidables gigantes de la eternidad, ahogan al fin el alma de los delincuentes en la amargura del remordimiento, en la desolación del precito condenado por sus propias obras (p. 250).

    La mayor parte de los críticos que se han ocupado de Cuéllar lo han clasificado como costumbrista (Azuela, Ocampo y Prado, Martínez, entre otros). Martínez y Salazar Mallén hablan de la colección de novelas de La Linterna Mágica como una galería de estampas. Se basan, fundamentalmente, en la capacidad de observación de estos escritores —que fue también parte importante de la escuela realista. Montesinos menciona que esta clase de literatura tiende a tipificar a sus personajes: los de Cuéllar pueden ser considerados también como tipos, en el sentido original balzaciano, concepto de suma importancia para la Comedia humana, cuyo autor definió en diversas ocasiones: Un tipo, en el sentido que se debe adjudicar a este término, es un personaje que resume en sí mismo los rasgos característicos de todos aquellos a los que se asemeja más o menos; es el modelo del género (Vauchon, p. 83, la traducción es mía). Es la misma idea de Facundo: Ensalada de pollos arranca con la siguiente línea: don Jacobo Baca es un padre de familia, de esos que hay muchos… (p. 3).

    El mencionado autor español señala que el costumbrismo surgió en una época de transición, de movimiento, en la que costumbres y maneras de vida tendían a desaparecer: al recuperarlas a través del lenguaje, se las preservaba —no pocas veces, ello ocurría también a través de la imagen: los cuadros costumbristas iban acompañados con frecuencia de litografías, ilustrando el texto.

    En el México del siglo XIX, el de la desenfrenada democracia, a decir de Cuéllar, el país pasa por una etapa de cambios constantes, que producían nuevos modos de ser, estar y de querer ser. Más que con la intención de preservar lo antiguo, Facundo sería un costumbrista distinto, en la medida en que señala situaciones nuevas, inéditas. (ello no impide, valga decirlo, que Cuéllar incluya, sobre todo en sus primeras novelas, cuadros que podríamos considerar costumbristas, según la noción de Montesinos, como la procesión con velas para contribuir a la salvación de don Manuel de la Rosa en El pecado del siglo; o, en la misma novela, la descripción de una ejecución pública, a garrote vil.) es decir, contrariamente a la nostalgia de lo perdido o en vías de extinción, que imperaría en el costumbrismo español, en el de Cuéllar se da más bien un deseo de registrar las nuevas costumbres que surgen en un periodo cambiante.¹¹ (Y en ello hay coincidencia de nuevo con Balzac, para quien la idea de movimiento social es capital.) Por eso escribe Ezcurdia que, en todo caso, Cuéllar sería un costumbrista crítico, o incluso un costumbrista anticostumbrista (1997, p. 64).¹²

    En el siglo XIX están muy presentes los propósitos didácticos de la ilustración. Lizardi, mencionado usualmente como antecedente importante y directo de Cuéllar, practica su convicción de enseñar a través de sus textos literarios. El costumbrismo hispánico, asimismo, tiene su dosis importante de enseñanzas y de moralina. Los novelistas mexicanos inmediatos a Cuéllar, conocidos como los novelistas sociales, también recurrieron a un uso didáctico de la literatura, a fin de defender y dar a conocer los principios liberales, atacados por los conservadores, y para reafirmar los valores cristianos originarios que consideraban en peligro. Es frecuente, en estos textos, encontrar párrafos en que se defiende o ataca alguna idea, desde la voz autoral, de manera clara e insistente. Cuéllar lo hace menos que sus predecesores, pero lo sigue haciendo. Como muestra de la importancia que Facundo otorga a la educación, leamos la dedicatoria a los obreros mexicanos en Gabriel el cerrajero o los hijos de mi mamá (1892):

    A vosotros, apóstoles del trabajo, veneros legítimos de la riqueza pública, a vosotros que cumplís con Dios regando el pan con el sudor de vuestro rostro, a vosotros dedico este libro.

    El trabajo y la educación son las bases de la regeneración social. El trabajo y la educación son el origen de la más sublime de las emancipaciones.

    Trabajando sois la riqueza. Instruyéndoos seréis la patria.

    Tal vez encontraréis alguna enseñanza provechosa en este libro: leedlo, y cuando descanséis de vuestro trabajo, acordaos de que tenéis un amigo que está trabajando por vosotros.

    Vale destacar de esta cita la admiración y el reconocimiento a los obreros mexicanos, el énfasis en los valores del trabajo y la educación como bases de la regeneración social, todo dentro de un ámbito religioso.¹³

    Dentro del contexto del romanticismo social, los predecesores (en términos literarios, porque en términos cronológicos son contemporáneos) de Cuéllar incorporan usos lingüísticos mexicanos, en particular de las clases bajas; él continúa con la tendencia.

    Montesinos anota también, con respecto al costumbrismo peninsular, la defensa de lo español frente a lo extranjero. Habría, señala, la intención de rescatar, mostrar, preservar y apreciar lo propio, de revalorizarlo frente a lo externo. De ello se desprende la idea de que el escritor costumbrista no es desinteresado. Esta preocupación es también visible en Cuéllar, quien constantemente contrasta las costumbres mexicanas frente a las afrancesadas —en detrimento de las segundas, claro está. De ahí que los críticos hablen de la mexicanidad (Pérez Martínez, Magdaleno) en los textos de Cuéllar, en este sentido nacionalista —no sobra recordar que el siglo XIX, según Walter Bagehot, fue el siglo de la construcción de las naciones (Hobsbawm, p. 8)—; el nacionalismo cultural floreció, lo sabemos, en medio del romanticismo. Y de ahí, asimismo, la declaración del escritor, tantas veces citada, del prólogo a Ensalada de pollos:

    Esta es La Linterna Mágica; no trae costumbres de ultramar, ni brevete de invención; todo es mexicano, todo es nuestro, que es lo que nos importa; y dejando a las princesas rusas, a los dandíes y a los reyes de Europa, nos entretendremos con la china, con el lépero, con la polla, con la cómica, con el indio, con el chinaco, con el tendero y con todo lo de acá (p. XVII).

    El sustantivo singular genérico, acompañado del artículo determinado apuntaría, efectivamente, a una intención de ocuparse de tipos y no de individuos.

    El novelista, asimismo, sería costumbrista a la manera francesa (irónicamente en un escritor nacionalista), es decir, entendiendo costumbres como mœurs, término que abarca una idea de moralidad, de modo de vida, y que va más allá del simple recuento de las conductas externas. Cabe añadir en este punto, que el realismo tendría en común con el costumbrismo la idea de ser, en una medida más amplia, la historia del presente fugitivo; ambos tendrían como propósito capturar el espíritu de su época. Balzac, admirado y citado por Cuéllar, en su Avant-propos (1842, reelaborado en 1846) a la publicación de sus obras en conjunto, bajo el título de la Comedia humana (1842-1847) escribió:

    Si la sociedad francesa era la historiadora, entonces yo simplemente debía ser su secretario. Al levantar el inventario de los vicios y de las virtudes, al recopilar los principales hechos de las pasiones, al pintar a los personajes, al elegir los principales sucesos de la sociedad, al componer tipos a través de la reunión de las características de diversos personajes homogéneos, tal vez podría yo llegar a escribir la historia olvidada por tantos historiadores: la de las costumbres [mœurs] (Vauchon, pp. 286-287, la traducción es mía).

    Además de ocuparse de estas costumbres, Cuéllar aspiró, emulando a su admirado escritor francés, a escribir una comedia humana mexicana (en oposición a la divina, de dante), que nunca llegó a concretarse de esa manera: Yo he copiado a mis personajes a la luz de mi linterna, no en drama fantástico y descomunal, sino en plena comedia humana, en la vida real, sorprendiéndoles en el hogar, en la familia, en el taller, en el campo, en la cárcel, en todas partes (p. XVI). Algunos de los personajes de una novela vuelven a aparecer en otra, pero con variaciones y adaptados a las circunstancias de la nueva, y no necesariamente como antes lo hizo Balzac, o luego Zola: es decir, estableciendo una continuidad entre ellos, o trascendiendo a una sola generación.

    De Balzac, asimismo, le viene a Cuéllar la idea de clasificar y organizar sus observaciones. (Balzac toma la idea de Buffon, es decir, es una continuidad del afán cientificista y catalogador dieciochesco, amén de un afán totalizador de inclusión, como el que el científico desplegó en su Histoire naturelle y el novelista, por su parte, en la Comedia humana.) Basta recordar la clasificación y definición de los pollos, en el capítulo llamado Monografía del pollo, en Ensalada de pollos. De Balzac, Cuéllar toma, asimismo, una terminología científica, médica, técnica, que permea sus textos. Pero este lenguaje no parece estar acompañado de una visión materialista ni parece conllevar la creencia de que la ciencia conllevará un mejoramiento en el nivel de vida de la población en general. Además, desde fines de la década de 1860 en México ya se empezaban a difundir las ideas positivistas, que también se asentaban en bases científicas.¹⁴ en el fondo de toda la obra de Cuéllar, sin embargo, es perceptible un sólido basamento moral y religioso cristiano.

    A Balzac le interesaban, entre muchísimas cosas, los contrastes entre los provincianos y los parisinos: la dualidad campo/ciudad, a la manera de Rousseau, en contradicción con la hipócrita vida de la sociedad de la ciudad.¹⁵ Cuéllar adopta este interés, en particular, en su novela Los fuereños, donde esta oposición es central; ahí, una familia de provincianos se topa con los antivalores de la capital. Si bien en el balance final pesan de manera negativa los antivalores citadinos, o la ausencia de valores, Cuéllar no cae en un maniqueísmo simplista, pues es —casi— igualmente crítico e irónico con los provincianos que con los oportunistas, vividores e inmorales citadinos. Los fuereños son cursis, un poco ridículos, ignorantes, ingenuos y hasta cierto punto primitivos. No obstante, eso es mejor que ser oportunista (uno de los antivalores más criticados por Facundo), ocioso, borracho, licencioso, corrupto, aprovechado, ladrón.

    Varios de los personajes cuellarianos podrían ser clasificados como antihéroes. La idea le viene, probablemente, de nuevo, de Balzac. El francés, a su vez, admiraba a sir Walter Scott, creador, de alguna manera, del antihéroe romántico. Sus personajes no son particularmente sobresalientes en cuanto a valentía o inteligencia y muchos provienen de los estratos medios o bajos. Al no concentrarse en un personaje, el novelista escocés puede dedicar más tiempo e interés al contexto social. Este aspecto sería desarrollado más tarde en la novela realista. Los personajes de Cuéllar, especialmente los de las novelas de la serie de La Linterna, son comunes y corrientes, de clase media y con frecuencia de clase media baja. Sin ser nada más tipos propios del cuadro costumbrista, se empiezan a despegar un poco de esta corriente, para empezar a ser personajes por derecho propio. El escritor mexicano ubica a estos seres comunes y corrientes en su contexto y los vincula, de manera implícita y extrapolatoria, con otros similares. Los personajes de Cuéllar, entiende el lector, no están solos en sus actitudes, ambiciones, desgracias y defectos.

    La ironía, elemento fundamental de la sátira,¹⁶ así como el sentido del humor predominan felizmente en las novelas. Azuela va más allá y dice que Cuéllar nos ha dejado un magnífico álbum de caricaturas (p. 99). Cuéllar elige deliberada y conscientemente estas herramientas con fines de crítica social y moralizante. En Ensalada de pollos, en una sección de preguntas y respuestas, a la manera de los catecismos en boga en el siglo XIX, se pregunta cómo corregir a los pollos y responde: Sólo por medio del ridículo. Señáleseles con el dedo; exhíbanse ante el mundo con todos sus defectos, y al arrancar sonrisas mofadoras y gestos de desdén, tal vez le teman más al ridículo que al crimen (p. 33).¹⁷

    La intención correctiva y mejoradora de la ironía satírica presupone un conjunto de valores a los que se aspira, como nos recuerda Linda Hutcheon (pp. 52-53). Este modo tiene una amplia gama de matices, que van desde lo simplemente juguetón hasta lo abiertamente peyorativo. Cuéllar está más cerca del punto de partida, y no llega del todo al cinismo, al abandono total de la posibilidad de mejoramiento social —aunque en términos generales la imagen resultante de la clase media mexicana no es precisamente halagüeña.

    Se ha dicho también, con razón, que la sátira implica, por un lado, una superioridad moral a partir de la cual se juzgan y condenan ciertas conductas y se desea corregirlas. En esa medida, asimismo, es una herramienta de origen conservador, puesto que encomia valores considerados como dignos de ser preservados y defendidos. La utilización de este recurso, junto con la ironía, implica una intención de divertir —de nuevo, en consonancia con las ideas balzacianas: "Un livre doit amuser ou doit instruire" (Un libro debe entretener o educar). Cuéllar persigue ambos propósitos. En su economía, en sus insinuaciones, en el uso de la ironía, es posible adivinar en este autor una prefiguración de lo que en el siglo XX caracterizaría a Jorge ibargüengoitia,¹⁸ después de haber pasado por la pluma igualmente burlona de Emilio Rabasa.

    A partir de Fernández de Lizardi ha habido en la literatura mexicana, como consecuencia de las ideas de la ilustración,¹⁹ la presencia importante de una actitud didáctica en los textos, que culmina con las tesis de Altamirano. Cuéllar no es una excepción. Critica de manera explícita, por ejemplo —como Lizardi y otros escritores del XIX—, a las madres consentidoras que echan a perder a sus hijos, planteando la necesidad de hacer lo contrario. Estas madres permisivas, en particular, han sido objeto de fuertes reprobaciones (La Quijotita y su prima, de Lizardi, Ensalada de pollos y Chucho el Ninfo de Cuéllar, Astucia de Inclán, por mencionar sólo tres ejemplos). En el fondo se trata de plantear las actitudes que habrán de contribuir a la creación y mejoramiento de los mexicanos. O, en las palabras de Sergio González Rodríguez: ver es criticar; criticar es colaborar al progreso nacional (p. 25).

    Cuéllar se ocupa sobre todo de la clase media y en particular de la clase media baja, como sus predecesores inmediatos (Rivera y Río, Díaz Covarrubias, Tovar), pero con una visión menos optimista que la de sus contemporáneos. A diferencia de estos novelistas sociales, la clase media de Cuéllar ya no es la portadora de la esperanza del México del futuro, sino que despliega características como la superficialidad, poner la apariencia en un primer plano, practicar la hipocresía, querer ser otra cosa de la que es, aspirar de manera frívola a lo que no se tiene pero en realidad no es necesario: sufre de la ambición del lujo banal e inútil.

    El tema del querer ser aparece de manera recurrente a fines del siglo XIX, en novelas como La desheredada de Galdós o La Calandria de Delgado, que podemos emparentar, asimismo, con una ambición, legítima o no, de avanzar y de pertenecer a una clase superior: ahí caben las dos novelas recién mencionadas, así como La rumba de Ángel de Campo. Concha, en Ensalada de pollos empieza a desclasarse al codearse con amigas de una clase más acomodada que la de ella. La admonición de Cuéllar es terrible y contundente: concha, aspirando al lujo, por imitar a sus amiguitas, se había apoyado en el pasamano de Arturo para subir en la escalera social, y no estaba haciendo otra cosa que preparar su caída al abismo de la prostitución (p. 105). El personaje de Leonor, en Baile y cochino, incita los siguientes comentarios a Facundo:

    Es que van pasando a toda prisa aquellos tiempos felices que han hecho de la mujer mexicana el modelo [de] las esposas. La irrupción del lujo en las clases poco acomodadas, va oscureciendo el fondo inmaculado de las virtudes domésticas, y convirtiendo la modestia y la humildad en esa sed insaciable de atavíos costosos para engañar a la sociedad con un patrimonio y un bienestar [que] no existen.

    La mujer, tocada por ese nuevo estímulo, se coloca voluntariamente al borde de los precipicios, porque cree haber descubierto en el mundo real algo superior a la virtud.

    Hay, por cierto, una nostalgia de aquellos tiempos felices —aunque no especifique cuáles son— en los que las mujeres mexicanas eran modelo de virtud. Hay, también, el registro de la nueva manera en que se conducen algunas mujeres, que sustituyen, equivocadamente, la persecución de la modestia y la virtud, por el lujo y la apariencia.

    En Las jamonas, Cuéllar es implacable con Amalia. Como en otras novelas de este autor, la mujer de clase baja ambiciona vivir con más comodidad y lujo. Amalia hace lo único que sabe hacer: arreglarse, acicalarse, emperifollarse. Vive razonablemente bien mientras su único instrumento de sobrevivencia, su físico, se mantiene fresco. Una vez marchito, lo perderá todo. Como La Calandria de Delgado, la ambición de cambiar su estatus está más ligada a la frivolidad y la superficialidad, que a un legítimo deseo de superación y de mejoramiento de vida. La vía de acceso a esa comodidad es también central en sus críticas. Cuéllar y Delgado coinciden en reprobar estas actitudes y castigan con el suicidio a sus protagonistas. De la misma opinión es Ángel de Campo en su novela La rumba. Ahí, Remedios ubica su desilusión en términos de mala suerte: Amé a Arturo; yo debía haber amado al sastre o al de la guitarra; pero esa fue mi suerte (p. 191). Al final, aprende bien su lección: Ah, señor Borbolla, nunca, nunca he de querer ya parecerme a las rotas (p. 341).

    Vinculado con este tema

    Enjoying the preview?
    Page 1 of 1