de mucha cosa. (Guimarães Rosa. Habla de Riobaldo, en Grande Sertão: Veredas)
Lo bello, para el sapo, es la sapa.
(Un profesor)
0. Introducción
Este ensayo tiene por objetivo analizar la relación entre la Estética
y la Semiótica, del punto de vista de sus objetos. Teniendo en vista este objetivo, podemos definir la Semiótica como ciencia del sentido o de la semiose y la Estética como ciencia de la belleza o, más precisamente, del sentido de la belleza.
Todo aquello que es visto como manifestación de un sentido, no
importa su naturaleza, entra en la categoría de objeto de la Semiótica; y todo aquello que es visto como manifestación de un sentido de carácter particular, que es el sentido de la belleza, entra en la categoría de objeto de la Estética.
El concepto de Semiótica aquí utilizado es amplio e incluye tanto
la tradición saussureana cuanto la peirceana (Cf. Deely, 1990; Sebeok, 1996).
1. El objeto de la Estética y de la Semiótica
Entre la Estética y la Semiótica, bien como entre el objeto de la
Estética y el de la Semiótica, hay pues una estrecha relación, y esto puede ser fácilmente demostrado: sólo existe un objeto para la Estética si existe un sentido de carácter particular, que es el sentido de la belleza; y la ciencia que estudia el sentido no sólo de la belleza (sentido particular), sino de todo lo que existe (sentido general), es la Semiótica. 2
Trátase pues de una relación de naturaleza específica, que es la de
una jerarquía. En esta jerarquía, si el objeto de la Estética, mientras sentido de carácter particular, que es el de la belleza, es incluido en el objeto de la Semiótica, el objeto de la Semiótica, mientras sentido de carácter general, que es el de todo lo que existe, incluye el de la Estética. Y lo mismo se puede decir de las dos disciplinas. Si la Semiótica, en cuanto ciencia que trata del sentido en términos generales, que es el de todo lo que existe, incluye la Estética, la Estética, en cuanto ciencia que trata del sentido en términos particulares, que es el de la belleza, está inclusa en la Semiótica.
1.1. Esferas objetuales de la Estética
En tanto que objeto de la Estética, el sentido de la belleza existe
en dos esferas particulares: la de los fenómenos naturales y la de los fenómenos culturales. La diferencia básica entre el sentido de la belleza en la esfera de los fenómenos naturales y el sentido de la belleza en la esfera de los fenómenos culturales está, ante todo, en lo siguiente: si en la esfera de los fenómenos naturales es un sentido referente a algo que surge espontáneamente y sin ninguna intencionalidad, en la esfera de los fenómenos culturales es un sentido referente a algo que surge por iniciativa e intencionalidad del propio hombre, en tanto que ser dotado de inteligencia, voluntad y razón.
El sentido de la belleza en los fenómenos culturales, por su vez,
existe en dos otras esferas: la de los fenómenos culturales en términos generales y la de los fenómenos culturales en términos artísticos. Tanto en los fenómenos culturales en términos generales cuanto en los fenómenos culturales en términos artísticos, el sentido de la belleza es un sentido referente a algo que – como decimos anteriormente – surge no espontáneamente, sino por iniciativa e intencionalidad del propio hombre. Una intencionalidad que, tanto en los fenómenos culturales en términos generales como en los fenómenos culturales en términos artísticos, está vuelto para un doble objetivo: satisfacer una necesidad de orden práctico y propiciar un placer de orden espiritual y afectivo. La diferencia entre las dos esferas, en lo tocante al alcance de ese objetivo, es la siguiente: si en la esfera de los fenómenos culturales en términos generales, es la satisfacción de la necesidad de orden práctico que viene en primer lugar, viniendo en segundo lugar la propiciación del placer de orden espiritual y afectivo, en los 3
fenómenos culturales en términos artísticos, sobretodo en las artes
comunicativas, es la propiciación del placer de ordene espiritual y afectiva que viene en primer lugar, viniendo en segundo lugar la satisfacción de la necesidad de ordene práctico. Una diferencia, por lo tanto, en términos no de una presencia absoluta de este o aquel de los dos factores, sino de una jerarquía entre ellos (Mukarovsky, 1975). Una jerarquía en la cual: ora viene en primer lugar la satisfacción de la necesidad de orden práctico y en segundo lugar la satisfacción de la necesidad de orden espiritual y afectivo, y ora viene en primer lugar la satisfacción de la necesidad de orden espiritual y afectivo y en segundo lugar la satisfacción de la necesidad de orden práctico.
El sentido de la belleza en la esfera de los fenómenos artísticos
puede, por su vez, ser considerado a partir de dos sub-esferas: la de los fenómenos artísticos en general, manifiestos a través de no importa que categoría de arte (literaria, teatral, cinematográfica, musical, arquitectónica etc.), y la de los fenómenos artísticos verbales (orales o escritos), manifiestos por medio de categorías de arte como la de la poesía, de la prosa artística, de la pieza teatral escrita, del canto etc. Trátase, en este último caso, de la esfera correspondiente a aquello que constituye el objeto de la Poética, en oposición al de la Estética propiamente dicha, en tanto que totalidad en la cual aquella se halla incluida (Cf. Mukarovsky, 1979).
2. Factores particulares del sentido de la belleza
2.1. Propiedades y categoría
En principio, el sentido sea de la belleza, sea de la fealdad, está
directamente ligado a las formas y propiedades de los propios fenómenos en los cuales él se manifiesta y, por consiguiente, a nociones como las de unidad, totalidad, grandeza, proporcionalidad, simetría, simultaneidad, armonía y, consecuentemente, perfección. Pero, estas nociones sólo significan de hecho alguna cosa cuando consideradas con relación a una otra noción, que es la de categoría. Un fenómeno solo es de hecho considerado como manifestación del sentido de la belleza cuando se halla en conformidad con la esencia de la propia categoría a la que pertenece y, por consiguiente, con lo que, en tal categoría, es lo ideal. 4
Aquello que se halla en conformidad con la esencia de su propia
categoría y, por consiguiente, con lo que en ella es lo ideal, es generalmente visto como manifestación de lo que es bueno. Lo que es bueno generalmente agrada y, agradando, no por un motivo cualquier, sino por el motivo de se hallar en conformidad con la esencia de su propia categoría y, por lo tanto, con lo que en ella es lo ideal, es generalmente visto como configuración de lo que es bello. Inversamente, aquello que se halla no en conformidad, sino en desvío con relación a la esencia de su propia categoría y, por lo tanto, con aquello que en ella es lo ideal, es generalmente visto como configuración no de lo que es perfecto, mucho menos de lo que es bueno, pero de lo que es imperfecto y, por consiguiente, de lo que es ruin. Lo que es ruin generalmente desagrada y, desagradando, no por un motivo cualquiera, sino por el motivo de estar en desvío con relación a la esencia de su propia categoría y, consecuentemente, con lo que en ella es lo ideal, es comúnmente visto como manifestación no de lo que es bello, sino de lo que es feo.
Es el caso, por ejemplo, del individuo que, aunque con apariencia
de un ser humano, o mejor, de un hombre, tiene una estatura y una robustez que, de cierta forma, excede a las medidas y, además, posee un único ojo y bien en el medio de la frente, y se alimenta – además de otros alimentos – inclusive de carne humana, extraída de individuos cogidos a uñas secas.
2.2. Función, circunstancias y perspectiva de visión
Pero, en muchos casos, el sentido de la belleza, así como de su
contrario, que es la fealdad, no tiene, en principio, nada que ver con tales factores. Tiene que ver, esto sí, con la función, las circunstancias y la perspectiva de visión a partir de las cuales tales fenómenos son considerados (Mukarovsky, 1989).
La introducción en la industria moderna de una tecnología como la
de los robots, por ejemplo, considerada del punto de vista del dueño de la empresa, que ve en esto la posibilidad de sustituir el trabajo humano por el trabajo electro-mecanizado y, de este modo, alcanzar un mayor progreso en la producción y en la acumulación del capital, surge como manifestación, ante todo, de lo que es bueno y, por lo tanto, de lo que es bello, o sea, de aquello que, al ser contemplado, agrada; considerada entretanto del punto de vista del trabajador industrial, que vive del propio trabajo y que, 5
en consecuencia de tal innovación, se ve en la inminencia de
perder el empleo y tener que enfrentar, como muchos otros, las peores dificultades, surge como manifestación, ante todo, no de lo que es bueno y, mucho menos, de lo que es bello, sino del que es ruin y, por consiguiente, del que es feo, o sea, de aquello que, al ser contemplado, desagrada.
En la Guerra de las Malvinas, ocurrida años atrás entre argentinos
e ingleses, vimos por la televisión, en un de los momentos más decisivos de la lucha entre los dos ejércitos, salir un cohete (en portugués, foguete) de uno de los aviones de combate argentino e irse – como luminoso cometa – bien de encuentro a un de los navíos de ataque ingleses, dividirlo al medio y llevarlo, con decenas de soldados, al fondo del mar. Este fenómeno, considerado de la perspectiva de visión de los telespectadores argentinos, que vieron en tal acontecimiento el indicio de una posible victoria, surge como manifestación no apenas de lo que es bueno y, consecuentemente, de lo que es bello, sino también, en términos superlativos, de lo que es maravilloso o sublime; considerado entretanto de la perspectiva de visión de los telespectadores ingleses, que vieron en tal acontecimiento el indicio de una posible derrota, surge como manifestación no apenas de lo que es ruin y, por consiguiente, de lo que es feo, sino también, en términos igualmente superlativos, de lo que es horrible o monstruoso.
Por otro lado, el mismo fenómeno, interpretado del punto de vista
del pueblo inglés, que – después de muchos imprevistos, donde estuviera a las puertas incluso de una grande derrota – fue finalmente victorioso, daría – reproducido artísticamente – una bella epopeya; interpretado entretanto del punto de vista del pueblo argentino, que – después de muchos contratiempos, donde estuviera a las puertas inclusive de una gran victoria – fue finalmente derrotado, daría – reproducido artísticamente – una bella tragedia.
2.3. Objetividad y subjetividad
El sentido sea de la belleza o de la fealdad es, por consiguiente, un
sentido ligado a factores de orden tanto objetivo cuanto subjetivo. Los de orden objetivo se refieren, a las propiedades de los propios fenómenos en los cuales el sentido se manifiesta y, por otro lado, a las circunstancias en las cuales se manifiestan los dichos fenómenos, bien como a las funciones por ellos desempeñadas. Los 6
de orden subjetivo dicen respecto, de una parte, a la postura
(psicológica, moral, ideológica etc.) del sujeto a partir de cuya visión ellos son considerados y, de otra parte, al sistema de valores (morales, ideológicos etc.) a partir del cual él asume tal postura. De modo que, considerados desde esta perspectiva de visión (o postura subjetiva), si el sentido de la belleza surge como manifestación de lo que es positivo y, por consiguiente, merecedor de una cierta aprobación, el de la fealdad surge como manifestación de lo que es negativo y, por consiguiente, merecedor de una cierta reprobación. Las formas por las cuales el individuo humano, frente al objeto de su visión y observación, expresa su aprobación o reprobación, son las más variadas. En el caso de la reprobación, una de ellas es la de la risa, como tentaremos demostrar en seguida.
2.3.1. Lo risible y lo ridículo
Dependiendo de su naturaleza, de las circunstancias en que él se
manifiesta y de la perspectiva de visión a partir de la cual él es considerado, un mismo fenómeno puede tornarse configuración, al mismo tiempo, tanto del lo risible cuanto de lo ridículo. Un individuo va por una carretera y, de repente, tropieza en alguna cosa ahí existente y sale tambaleando igual que un borracho. Para nosotros, que – estando del lado de fuera de la situación en que eso acontece – lo observamos de fuera para dentro, es algo realmente risible; pero, para aquel que, estando del lado de dentro de tal situación, sufre sus efectos, es algo no propiamente risible, sino ridículo. Sometiendo dicho ejemplo a una cierta generalización, podemos decir entonces que, por lo menos en casos como éste, lo cómico sólo es realmente cómico para quien, estando del lado de fuera de la situación en que ocurre el acto de comicidad, lo observa de fuera para dentro; y no para quien, estando del lado de dentro, sufre sus efectos; para este, lo cómico es, no propiamente cómico, sino trágico. Generalizando un poco más, podemos acrecentar todavía que, por lo menos en ejemplos de esta naturaleza, en el seno de la comedia está la propia tragedia: comedia para quien, estando del lado de fuera, observa lo que acontece; y tragedia para quién, estando del lado de dentro, sufre los efectos de lo que acontece.
Por los ejemplos ahí mencionados, se percibe que lo ridículo y lo
risible solo existen de hecho en una situación en que, ocurriendo el acto en que ellos se originan, hay un observador que lo aprecia. No 7
habiendo este segundo sujeto, no hay lugar ni para lo risible, ni
para lo ridículo, a menos que el mismo sujeto, desdoblándose en dos (imaginariamente), asuma, al mismo tiempo, ambos los papeles. Y es justamente la posibilidad de la existencia de tal observador que faz con que, al tropezarnos en alguna cosa, volvamos las vistas para ver lo que se pasó, bien como para constatar si no hay alguien a nos observar; y, se percibimos que hay, esbozamos generalmente una sonrisa medio descolorida, como a querer disculparnos por nuestra propia falta de inteligencia en el momento.
2.3.1.1. La naturaleza de lo risible y de lo ridículo
Pero, ¿qué es que, en un momento como aquel, provoca de hecho
el surgimiento del mencionado efecto? En nuestro entender, trátase de una especie de choque, ocurrido momentáneamente y de forma inesperada, entre dos mecanismos: lo correspondiente a la acción de una determinada norma, que prescribe a cada individuo lo que, en dado momento y situación, debe o no debe ser hecho, y lo referente a un desvío o trasgresión con relación a ella.
En el ejemplo anteriormente indicado, la norma se refiere, por un
lado, al principio según el cual cualquier individuo que tenga sus facultades mentales en perfecto funcionamiento, y que es inteligente, al pasar por una carretera – aunque se trate de una carretera por donde él suele transitar todos los días –, generalmente observa sus características; y, por otro lado, al principio segundo el cual la realidad, por más estática que se nos presenta, generalmente se modifica, pudiendo venir a no ser hoy lo que era ayer. El desvío, o la violación, se refiere, por vez, a la no- observancia de tales principios. De ahí el sentido moral – en el mencionado ejemplo – de la conducta de aquel individuo, mientras expresión, al mismo tiempo, de lo risible y de lo ridículo: ridículo para él, que – inadvertidamente – cometió aquel desvío, asumiendo aquí en la tierra la postura de quién anda en el mundo de la luna (o de quién se halla emborrachado); y risible para nosotros, que – al observarlo de fuera para dentro – nos divertimos con el efecto entonces provocado.
Dicho proceso puede referirse sea a la existencia física o natural,
sea a la existencia moral o espiritual. Tratándose de la existencia física o moral, el desvío generalmente no es de orden voluntario, o sea, muchas veces no depende del deseo del propio individuo. En 8
otras palabras, el hecho de – por ejemplo – el individuo posea una
pierna más corta que la otra y, por ese motivo, tener que adoptar una forma de conducta que, a quien la observa, desagrada y, muchas veces, causa repugnancia, es algo que no depende de voluntad y, se dependiese, él no andaría de tal manera. Y, por este motivo, su conducta, cuando observada directamente, no provoca en el observador (por lo menos en principio) la sensación de la risa, así como no provoca en él propio (también por lo menos en principio) la sensación de lo ridículo. Entretanto, tratándose de la existencia moral o espiritual (como en el caso del tropezón ya mencionado), la cuestión se modifica. En este caso, el desvío, aunque de forma inadvertida, no independe de la voluntad del individuo, pues, si en vez de agir como un lunático o sonámbulo, hubiese colocado la inteligencia para funcionar (cosa que cualquier persona normal puede muy bien hacer), él había fácilmente evitado aquel incidente.
2.3.2. Lo risible en el contexto de la vida real y de la
representación artística
Una cosa, entretanto, es lo que se pasa en el contexto de la vida
real; otra, bien diversa, es lo que se pasa en el contexto de la representación artística (teatral, cinematográfica etc.), donde un acto ficticio de comicidad viene a sustituir – como modelo interpretativo – un acto real de comicidad. En el contexto de la vida real, reímos generalmente apenas de los defectos de orden moral o espiritual (como en el ejemplo antes mencionado); no de los de orden físico o natural. El comportamiento de una persona (como en el ejemplo antes indicado) que, tiendo una pierna más corta que la otra, anda de forma desconcertada, como un carro de bueyes cuya reeda ha perdido una de sus “cambotas”, * sólo es de hecho risible en un contexto como el de la representación artística, y no en el de la vida real, que está siendo ahí modelado. ¿Por qué esto? Porque, si en el contexto de la vida real la manifestación de tal defecto se da a partir de la conducta del propio individuo que lo posee, y que – evidentemente – es un ser humano como nosotros, que no tiene siquiera culpa de ser así, en el contexto de la representación artística, que es un modelo al mismo tiempo interpretativo y representativo de lo que se pasa en el contexto de la vida real, la manifestación del mencionado defecto se da a partir de la conducta no más del individuo que lo posee, sino del individuo que, en la categoría de un actor, o sea, de un sujeto desempeñando el papel de un personaje (y que, como tal, no posee 9
dicho defecto), reproduce, imitativamente, lo que se pasa con
relación a la conducta de un individuo como aquel, inserido en el contexto de la vida real (y que, en tal contexto, no es único).
2.3.3. El mecanismo del desencadenamiento de la risa y sus
causas más profundas
En la verdad, el mecanismo a partir del cual la risa se
desencadena viene de causas aún más profundas, que pueden ser explicadas de la siguiente manera. Si, frente a aquello que, en el contexto de nuestra propia especie, así como de la esfera – cultural, racial etc. – en la cual nos hallamos inseridos, corresponde a la perfección y, por consiguiente, a la manifestación de lo que es bello, nuestra postura es generalmente en el sentido de una aprobación y, por consiguiente, de una aceptación; en contrapartida, frente a aquello que, en tal contexto, corresponde no a la perfección, sino a la imperfección y, por consiguiente, a la manifestación no de lo que s bello, sino de lo que es feo, nuestra postura es generalmente en el sentido no de una aprobación, sino de una reprobación y, por consiguiente, no de aceptación, sino de un repudio.
Pero, ya que tal postura no siempre se puede manifestar
directamente, porque nuestra propia conciencia (que es también la conciencia de todos) no lo permite y, además, lo reprime, de ahí el papel a ser desempeñado por la risa (sobretudo en las representaciones humorísticas), en tanto que expresión indirecta de aquello que no puede ser expreso directamente.
2.3.3.1. El papel de la risa como medicamento y de sus
efectos como catarse
Tratase, pues, de un papel a la manera de un medicamento,
destinado a la producción de un efecto al modo de una catarse (o limpieza espiritual), como en la teoría aristotélica de la tragedia. Un medicamento, por sinal, de los más atractivos (como en el caso de la píldora, que – para hacerse de hecho atractiva y, de este modo, alcanzar sus objetivos – es generalmente redondita, colorida y dulcificada, como a los niños generalmente les gusta).
Y, para tenerse una idea de cómo es de hecho atractivo, basta
imaginar lo que se pasa en nuestras propias residencias (contexto brasileño) en el momento en que están siendo presentados 10
programas televisionales como “A Praça é Nossa”, “Sai de Baixo” y
“A Escolinha do Professor Raimundo”, que son verdaderos festivales de idiotas, paralíticos y débiles mentales.
Como el objeto de la representación humorística se refiere
generalmente a lo que es deformativo y, consecuentemente, imperfecto (muchas veces en términos incluso repugnante), es claro que, en este caso, el sentido de la belleza – que hace con que tal tipo de representación sea también incluido en la esfera de lo estético – es un sentido proveniente no de lo que es representado, sino de como es siendo representado, o sea, de la forma de la propia representación; o, en otras palabras, de la habilidad y perfección con que un individuo normal, funcionando como un actor, consigue, a través de sus propias acciones, imitar aquello que es propio no de él mismo, sino de un otro sujeto, es decir, de (por ejemplo) un idiota, un paralítico o un paranormal.
3. Referencias bibliográficas
DEELY, John. Semiótica Básica. Ed. Ática. São Paulo, 1990.
MUKAROVSKY, Jan. Escritos de Estética y Semiótica del Arte. Editorial Gustavo Gili S.A. Barcelona, 1975. PEIRCE, Charles Sanders. Semiótica e Filosofia. Ed. Cultrix. São Paulo, s/d. SEBEOK, Thomas A. Sinos: una introducción a la semiótica. Ed. Paidós, Barcelona, 1996. SUASSUNA, Ariano. Iniciação à Estética. Ed. Universitária da UFPE. Recife, 1992. * “Cambota”, en portugués: Parte circular da roda dos carros, onde se fixam os raios e na qual é fixado o aro. (Dicionário Aurélio)
(Traducción del porgugués por José Fernandes da Silva; revisión por José Maria)