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Octave Mirbeau
INTRODUCCIÓN
B ARBEY D’AUREVILLY
1848
1858-1866
1867
Después de cursados los estudios de segunda
enseñanza, Mirbeau se traslada a París para estudiar la
carrera de leyes. Es la época en que el futuro escritor
pensaba mucho más en una carrera política que
literaria.
1870
1872
1877
1882
1883
1885
1886
Aparece Le Calvaire, la primera novela de Mirbeau
y, para muchos, su mejor obra, pues el autor, «si bien en
otros libros posteriores conseguiría mayor habilidad
técnica, nunca conseguiría darnos una nota de color y
de tristeza como aquí». Su héroe, Jean Mintié, de
carácter débil y sensual, va dejando en manos de su
amante, Juliette Roux, todas las fibras de su alma y
todas las energías de su cuerpo. En Le Calvaire, reunió
también sus recuerdos de la guerra franco-alemana, a
los que dedicó un magnífico capítulo, describiendo con
un admirable verismo la derrota del ejército francés.
En este año Mirbeau contrajo matrimonio con Alice
Régnault, actriz de teatro y novelista, después de lo cual
el escritor vivió definitivamente en su finca de Poissy
(Seine-et-Oise).
1887
1888
1890
1893
Aparece La société mourante et l’anarchie, obra
teórico-política de Jean Grave, cuyo prefacio lo escribe
Mirbeau, pudiéndose considerar como la profesión de
fe del escritor en favor del anarquismo, pues en las
pocas páginas de que se compone hace afirmaciones
concluyentes a ese respecto: «El Estado mata las
facultades intelectuales del hombre desde su
nacimiento, o las falsea administrativamente, que viene
a ser igual. Asesino o ladrón, es lo mismo; estoy
plenamente convencido de que el Estado es una especie
de doble criminal... La anarquía, por el contrario, es la
reconquista del individuo, es la libertad del desarrollo
del individuo, en un sentido normal y armónico».
La amistad de Mirbeau con Grave y otros escritores
anarquistas se consolidó cuando el novelista empezó a
colaborar en algunas publicaciones de inspiración
libertaria, como La Revolté y En Dehors.
1894
1899
1900
1901
1902
1903
A fuerza de insistir, Mirbeau acabó obteniendo un
auténtico y casi multitudinario éxito teatral con Les
affaires sont les affaires, un drama de tendencias
sociales que cautivó, irritó y emocionó al público. En
cualquier caso, la obra triunfó, siendo traducida
inmediatamente a varios idiomas.
Ante este éxito, Mirbeau publicó Farces et
moralités, una serie de pequeños dramas.
1905
1907
1908
1914-1917
Mi querido amigo:
Ha sido mi deseo inscribir su nombre al principio de
estas páginas, por razones muy concretas. En primer
lugar, como testimonio del aprecio que siento por usted.
Y después —lo digo con sosegado orgullo por que creo
que este libro le agradará, a pesar de sus defectos, ya
que está escrito con sinceridad y presenta la vida tal
como usted y yo la entendemos... Aún siguen vivos en
mi mente, mi querido Huret, todos los personajes que
en su día desfilaron por sus distintas encuestas sociales
y literarias. En realidad, me obsesionan, porque nadie
ha sido capaz de sentir mejor que usted, ni más
profundamente, la tristeza y la comicidad que habitan
tras la máscara del ser humano... Una tristeza que hace
reír y una comicidad que hace llorar. Usted podrá volver
a encontrarse aquí con una y otra...
O CTAVE M IRBEAU
Mayo, 1900.
NOTA DEL AUTOR
O. M.
I
14 de septiembre
15 de septiembre
18 de septiembre
26 de septiembre
28 de septiembre
Ha muerto mi madre.
Esta mañana me ha llegado una carta en la que se
me comunica la noticia. Aunque de mi madre no he
recibido nunca más que golpes, no he podido evitar
sentir una gran pena, por lo que me he puesto a llorar
desconsoladamente.
La señora Lanlaire me ha visto y me ha preguntado:
—¿Qué le ocurre, Celestine?
—Mi pobre madre ha muerto...
Y entonces, en su tono de costumbre, se ha limitado
a decir:
—Es una desgracia, indudablemente. Espero que
comprenda que yo nada puedo hacer... Y espero
también que el trabajo de la casa no se resienta de su
natural aflicción. A fin de cuentas, una cosa no tiene
nada que ver con la otra.
Estas palabras demuestran que la bondad es algo de
lo que la señora Lanlaire no anda muy sobrada.
Mi sentimiento de desdicha es doble. No sé por qué,
pero tengo la impresión de que la muerte de mi madre
y la del hurón del capitán Manger... son una misma
cosa. Veo en ambas muertes una coincidencia, no sólo
en el tiempo, sino también en la forma de destino que se
oculta en ellas. Hasta he pensado en un castigo del cielo,
y me digo que es posible que mi madre no hubiese
muerto... si yo no hubiera acosado al capitán para que
matara al hurón. En este sentido, no me sirve de nada
razonar que forzosamente tuvo que morir mi madre
bastantes horas antes que el hurón. No creo que haya
nada que pueda convencerme de tan maléfica idea... Me
viene persiguiendo como un remordimiento durante
todo el día.
Habría querido ir al entierro..., pero, para mí,
Audierne es como si estuviera al otro lado del mundo, y
no dispongo del dinero suficiente. Cuando cobre el
primer mes de mi sueldo, tendré que pagar a la oficina
de colocaciones, además de lo que quedé a deber
durante los días que estuve sin trabajo.
¿Y para qué ir allí? Mi hermano está haciendo el
servicio militar en la marina y en estos momentos creo
que se halla por China... No sé a ciencia cierta dónde,
pues hace ya bastante tiempo que no tengo noticias de
él. En cuanto a mi hermana Louise, tampoco sé dónde
se encuentra. Desde que lo abandonó todo, para seguir
a Jean le Duff, en Concarneau, no hemos sabido nada de
ella. Hay que suponer que habrá ido rodando de aquí
para allá, sin que nadie sepa dónde, y puede que ni
siquiera el diablo... A veces incluso pienso si estará
muerta. También mi hermano habría podido dejar de
existir. En el fondo, es como si estuviera sola en el
mundo.
Estoy en lo cierto, no me cabe la menor duda...
¿Para qué ir a Audierne? ¿Qué adelantaría si no tengo
ya a nadie allí? Mi madre no habrá dejado nada de
valor, estoy segura, y sus pocos muebles no serán
suficientes ni para pagar el aguardiente que deba a la
cantina.
Lo que me extraña más es que mientras vivió casi no
me acordaba de ella ni deseaba verla... Sólo le escribía
cuando cambiaba de empleo, para darle mi nueva
dirección. ¡Me maltrató tanto en mi niñez esa mujer que
ahora ha dejado de existir y por la que yo estoy en el
mundo...! Y sobre todo, ¡fui tan desgraciada con ella...!
Estaba siempre borracha... La vida no fue para ella un
cuento de hadas. Y ahora, cuando he sabido que ha
muerto, no puedo evitar sentir pena, aunque sólo sea
porque desde que he recibido la noticia me siento más
sola que nunca en el mundo.
Recuerdo mi infancia con la mayor precisión... y veo
con claridad los seres entre los que comencé el duro
aprendizaje de la vida. Las cosas de este mundo están
injustamente repartidas: mucha felicidad para unos y
muchas penas para otros. Esto fue lo primero que
aprendí.
Una noche, cuando yo aún era muy pequeña,
recuerdo que nos despertó con sobresalto la sirena de
un barco salvavidas. Nadie que no haya vivido junto al
mar puede saber lo lúgubres que son esos avisos de
alarma en las noches de tormenta. La barra del puerto
estaba cubierta por las aguas desde la víspera y una
violenta tempestad azotaba toda la costa. Sólo habían
conseguido regresar unas pocas chalupas... y las demás
estaban en peligro.
Mi padre había salido a pescar por los alrededores
de la isla de Sein, y por eso mi madre estaba tranquila,
pues suponía que habría podido refugiarse en el puerto
de la isla, como ya había hecho otras veces... Sin
embargo, aquella noche, cuando fue despertada por la
sirena del barco de salvamento, se levantó de la cama
pálida y temblorosa, me cogió en brazos, me envolvió en
un grueso chal de lana y se dirigió al muelle. Mi
hermana Louise, que era ya mayorcita, y mi hermano,
algo más pequeño, la siguieron, gritando y gimiendo:
—¡Ay, Virgen Santa!
—¡Ah, Jesús. Nuestro Señor!
Mi madre también exclamaba:
—¡Dios mío! ¿Qué habrá ocurrido? ¡Ay, Virgen
Santa!
Las calles del pueblo estaban llenas de gente. Las
mujeres, los ancianos y los niños corrían de un lado a
otro como llevados por el diablo. La multitud, como
sombras asustadas, se iba amontonando en los muelles,
que era donde gañían las sirenas de los barcos.
El viento soplaba tan fuerte y las olas eran tan
gigantescas que no había nadie que pudiera acercarse
adonde amarraban los barcos.
Mi madre tomó el sendero que rodeaba el estuario
y llegaba hasta el faro. Todo se hallaba sumergido en las
sombras, tanto en tierra como en el mar. Los haces de
luz del faro, allá lejos, iluminaban la espuma de las
enormes olas blanquinosas.
—¡Ay, Virgen Santa!
—¡Ah, Jesús Nuestro Señor!
—¡Dios mío! ¿Qué habrá ocurrido?
Acunada por el ir y venir de mi madre, acabé por
quedarme dormida en sus brazos. Recuerdo que cuando
me desperté me encontraba en una sala muy grande...
y entre la gente, muy triste, y junto a un par de velas, vi
un cadáver, un espantoso cadáver, desnudo, rígido y con
la cara destrozada, además de tener el cuerpo y las
piernas llenos de heridas... Era mi padre.
Aún me parece estar viéndolo... Tenía los cabellos
pegados al cráneo, mezclados con algas, que formaban
como una corona alrededor de su cabeza. Algunos
hombres se hallaban inclinados sobre él, frotando con
paños calientes su cuerpo e insuflándole aire en los
pulmones por la boca. Allí estaban el alcalde, el párroco,
el encargado de las aduanas, el guardia marítimo... De
pronto sentí miedo. Me quité el chal, y deslizándome
por entre las piernas de los hombres y por las baldosas
mojadas, me puse a gritar y a llamar a mi padre y a mi
madre... hasta que una vecina me llevó a casa.
Los esfuerzos de aquellos hombres para reanimar a
mi padre fueron inútiles.
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24 de noviembre
Amor, amor...
Amor de un día...
y de siempre.
Amor, amor...