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La Ingeniería Biológica abre fronteras insospechadas para el ser humano. Sin embargo, se plantean dudas
acerca de sus efectos a corto y largo plazo. Hay reportes en todo el mundo que señalan que los cultivos
transgénicos y sus pesticidas son una fuente de enfermedad, discapacidad y hasta de muerte.
La actividad económica
Desde la producción de los primeros utensilios hasta la actualidad, la actividad económica del hombre se
desarrolló en progresión geométrica. Hasta comienzos del siglo XX, si bien existían señales de mutaciones
ambientales por la actividad humana, éstas eran someras y/o localizadas; pero de allí en más, y sobre todo a
partir de la década de 1950, al acelerarse el proceso que hoy se denomina “globalización”, los efectos se
multiplican y se universalizan, porque también se potencian como consecuencia de los avances científicos y
tecnológicos que no tienen en cuenta su impacto sobre el ambiente. Las alertas lanzadas por científicos y
estudiosos desde hace décadas, que en su momento parecían argumentos de ciencia ficción y a los cuales se
los tildaba de alarmistas, retrógrados y a contramano de la historia, se están haciendo patentes paulatinamente
y algunos se encuentran a la vista: agujeros en la capa de ozono, tormentas de violencia creciente,
inundaciones, extinción de especies, alteraciones climáticas, etc., etc.
Seguramente que cambiar el paradigma productivo llevará tiempo, pero es necesario hacerlo hacia formas que
tal vez produzcan menos ganancias materiales, pero que aseguren que este ínfimo lugar del universo continúe
siendo habitable.
Transgénicos
Desde 1983, en que se creó la primera semilla transgénica, su uso se ha potenciado notablemente.
“Transgénico” es cualquier organismo al que se le han incorporado genes de otra especie. No es una práctica
nueva, puesto que el hombre desde que dejó la trashumancia y se hizo agricultor, comenzó a seleccionar
aquellas que le brindaban las mejores posibilidades en cuanto a adaptabilidad al medio y a rendimiento,
descartando las más débiles o pobres. Estos métodos de hibridación natural se potenciaron por la explosión de
la bioingeniería, con los descubrimientos genéticos. En el pasado, la mezcla debía hacerse dentro de la misma
familia botánica; en la actualidad, no necesariamente. De hecho, por la manera en que las plantas se
reproducen, es posible que muten otras naturales ubicadas a grandes distancias por la polinización.
Con ello se aceleran los tiempos (menor costo) y se asegura la efectividad de la mutación para el efecto
deseado, que usualmente es de dos tipos: permitir la adaptación de plantas a climas no propicios para su
proliferación y (sobre todo en los últimos tiempos) crear mutantes resistentes a las plagas zoológicas. A ello se
agrega un tercero: hacerlas inmunes a la devastación indiscriminada de los herbicidas como el glifosato.
También simplifican las tareas de sembrado, puesto que en muchos casos se puede realizar su siembra directa,
es decir, no requieren tanta preparación de la tierra en la cual se depositarán, ni cuidados muy intensivos.
La justificación que se empleó para que las causas de su implementación masiva no sonaran tan egoístamente
económicas fue que esta nueva generación ayudaría a la disminución del hambre, puesto que permitirían su
diseminación por todo el mundo, lo cual, como sabemos, no se ha producido.
Además, un mecanismo comercial perverso conspira en su contra: el proveedor del herbicida y de las semillas
resistentes a él es el mismo. En muchas ocasiones, como si fuera poco, las empresas proveedoras participan
de la compra intermediada (siempre gravosa para los extremos de la cadena económica -productor y
consumidor-) de las cosechas, cuando no poseen sus propias plantaciones, silos de acopio, etc., etc.
Cabe preguntarse: si esta forma de producción es tan beneficiosa, ¿por qué no es universal? Son muy pocos
los países en los que los cultivos transgénicos ocupan superficies destacadas. De hecho, el 99% de los
transgénicos vegetales se halla repartido entre apenas 6 países (ver gráfico 1).
A su vez, los que producen estas semillas son apenas 4: Monsanto (80% del mercado), Aventis (7%),Syngenta
(ex Novartis, 5%), BASF (5%) y DuPont (3%).
Otra cuestión a resolver es por qué los habitantes de la Unión Europea declinan su consumo, al punto que, tras
un boom de exportaciones de estos productos, en los últimos años éstas han caído radicalmente, mientras que
los nuevos mercados se ubican en Asia, pero no para su ingesta por humanos, sino que los destinatarios
finales son los animales bajo crianza.
Tampoco se explica por qué aquellos que manufacturan estas materias primas genéticamente modificadas se
niegan sistemáticamente a rotular los envases para identificar la calidad transgénica de sus contenidos.
Por ello, entre otras circunstancias tales como la falta de estudios independientes a largo término (de altísimo
costo), se sospechan, aunque no se tiene certeza, efectos negativos sobre la población humana y la animal. Su
incidencia en apenas 25 años, con una explosión reciente de su utilización, tampoco permite realizar
afirmaciones terminantes. Sus defensores, que sí cuentan con fondos para investigar (aunque no
independientes) arguyen que en un futuro muy próximo se podrán incorporar modificaciones genéticas a los
alimentos que logren controlar y hasta vencer enfermedades y ya existen variedades vegetales que incluyen
vitaminas y otros elementos que antes no poseían. Pero aunque aceptemos que los transgénicos no afectan la
salud, sí lo hacen los insumos necesarios para su producción, por lo cual el beneficio de su utilización resulta,
cuanto menos, dudoso.
Conclusiones
Cuesta creer que algunos seres humanos puedan actuar con tal grado de irresponsabilidad, en el mejor de los
casos, como para no preocuparse de las secuelas discapacitantes y hasta mortales que su actividad provoca en
otros. Quizás si recurrimos a la historia y apreciamos los genocidios, las guerras y las hambrunas provocadas
por la economización de la vida humana hasta grados insufribles, podamos pensar que tal vez es así.
La sumatoria de los casos aislados que acusan a estas formas de cultivo a través de todo el mundo debería
inducirnos, al menos, a dudar de sus beneficios. Nosotros, los ciudadanos comunes, no podemos dilucidar
quién tiene la razón, si los que las apoyan o quienes las detractan. Pero sí podemos exigir de nuestros
representantes, que poseen los medios necesarios, que lo hagan. Deberíamos estar seguros de que lo que
ingerimos no es nocivo para nuestra salud y que los elementos que se utilizan para producirlos tampoco lo
son.
Ronaldo Pellegrini
ronaldopelle@yahoo.com.ar
Fuentes consultadas:
Sugerimos especialmente consultar: http://www.foco.org.ar/oetdocumentacion%20y%20base
%20de%20datos/oet-informes/informe%20glfosato%20y%20 transgenicos.pdf
- http://www.pesticide.org/
- http://www.biodiversidadla.org /content/view/full/27549
Fuente: El Cisne