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Emociones Restauradas

Ricardo Chigne C.

Que sucede con Susana, 43 años, 21 años casada, madre de dos


hijos con un ministerio en la iglesia de ayuda social en el cual trabaja y da lo
mejor de si pero le es casi imposible confiar en la fidelidad de su esposo,
hombre honrado y trabajador, buen padre y buen cristiano; ella no pierde
ocasión para discutir hasta airarse con su esposo por “sospechas” de
infidelidad a pesar de que el nunca le ha sido infiel. La relación se torna
muchas veces insufrible, aunque tiene periodos de relativa paz.

Pensemos en Eduardo, 35 años, profesional con un buen empleo,


responsable y buen cristiano; sin embargo teme hasta el absurdo, de entablar
una relación sentimental seria que le permita la posibilidad de ser un buen
marido y buen padre.

Rebeca, 27 años, soltera, con un gran potencial profesional y que


dedica buena parte de su tiempo al ministerio con los jóvenes en la iglesia;
todo anda bien pero la perturba su imagen física. No es muy agraciada pero
tampoco podemos decir que sea de mal parecer; sin embargo vive la terrible
angustia de sentirse fea, especialmente ante los hombres, lo que la lleva a
pensar que nunca encontrara pareja, ni formara un hogar. Vive con su madre
y dos tías, solteras ellas; podemos decir, que no es feliz.

¿A que se debe que estas personas y muchas otras que teniendo


todas las opciones para vivir satisfechas y con una gran proyección como
personas y mejores cristianos aun, sin embargo, no viven como se espera,
sino mas bien, sus angustias emocionales las cautivan y sucumben ante
ellas?
Muchas pueden ser las causas de estas emociones alteradas que
están haciendo también a muchos, presas de si mismas en vez de gozar de
una plena libertad en lo espiritual como en lo emocional.

Hoy pues nos parece que hay más enfermedades que nunca. No sé si
han de atribuirse al que haya en sí una verdadera proliferación de los males
que aquejan a la humanidad, o si se debe sencillamente a que hoy por hoy
somos más aptos en descubrirlos y catalogarlos. Entre esos males no están
solamente los problemas físicos atribuidos a las enfermedades o lesiones
limitantes, sino también hay aquellos que son males del alma, males como
las emociones afectadas o dañadas, que necesitan, al igual que el cuerpo,
ser debidamente atendidas a fin de alcanzar una deseable calidad de vida,
que no solo la da el tener buena salud física, ni aun siquiera el goce de
solvencia económica, sino, la paz y armonía interna de las emociones y del
espíritu.

No pretenderemos en ningún modo remitirnos a cada una de las


causales que producen estas alteraciones emocionales, no es nuestro campo
y sin duda, existe mucha especialización en el tema; con todo, bueno será
reflexionar en algunas de estas anomalías de las emociones que están
generando mucha infelicidad a mucha gente, aun en cristianos honestos y
que luchan por conocer cuales son las salidas de fondo para estos
problemas.
Confiamos traer alguna luz, entre las muchas que se han encendido y
publicado en la literatura cristiana especializada, para el adecuado enfoque
de una sanidad de las emociones.

Emociones Perturbadas
Hablar de emociones restauradas es también hablar de las emociones
que previamente fueron dañadas. En tiempos de mucha inestabilidad familiar,
económica, sentimental, laboral, etc. es un lugar común también hablar de
inestabilidad emocional. La pregunta es, ¿cuando la inestabilidad emocional
en una persona la hacen totalmente vulnerable a debilidades que la ponen
fuera de control?
Sin duda, todos hemos padecido o padecemos algún grado de
inestabilidad emocional; la hemos sentido cuando hemos vivido experiencias
especialmente difíciles, y en algunos casos, hasta traumáticas; hemos visto
como el ánimo puede cambiar abruptamente, y con esos cambios, no solo
sentirnos abrumados, descontrolados y confundidos, sino también generar
problemas en nuestro entorno, desde el conyugal, familiar, laboral y hasta en
la iglesia.
Esa falta de control o estabilidad emocional, cuando se hace constante
y permanente en la conducta del individuo puede estar señalando ya, de
algún grado de daño en sus emociones que la van a alejarse del sano
disfrute, tal vez no perfecto, pero disfrute en buen grado, de mejores
momentos en la vida matrimonial, familiar, laboral, etc.

Categorías Emocionales

A fin de identificar las principales emociones, nos referiremos a seis


categorías básicas.
• MIEDO: Anticipación de una amenaza o peligro que produce ansiedad,
incertidumbre, inseguridad.
• SORPRESA: Sobresalto, asombro, desconcierto. Es muy transitoria.
Puede dar una aproximación cognitiva para saber qué pasa.
• AVERSIÓN: Disgusto, asco, solemos alejarnos del objeto que nos
produce aversión.
• IRA: Rabia, enojo, resentimiento, furia, irritabilidad.
• ALEGRÍA: Diversión, euforia, gratificación, contentos, da una sensación
de bienestar, de seguridad.
• TRISTEZA: Pena, soledad, pesimismo.

Si tenemos en cuenta esta finalidad adaptativa de las emociones,


podríamos decir que tienen diferentes funciones:
• MIEDO: tendemos hacia la protección.
• SORPRESA: ayuda a orientarnos frente a la nueva situación.
• AVERSIÓN: nos produce rechazo hacia aquello que tenemos delante.
• IRA: nos induce hacia la destrucción.
• ALEGRÍA: nos induce hacia la reproducción (deseamos reproducir aquel
suceso que nos hace sentir bien).
• TRISTEZA: nos motiva hacia una nueva reintegración personal.

Estado Emocional Saludable


Partiendo de lo que podríamos considerar un saludable equilibrio
emocional, podemos señalar las principales características que la
identificarían:
• Poseer suficiente grado de autoestima; o el llamado autoconcepto en
“cordura” (Romanos 12:3)
• Ser personas asertivas.
• Saber dar y recibir.
• Empatía (entender los sentimientos de los otros)
• Reconocer los propios sentimientos.
• Ser capaz de expresar los sentimientos positivos como los negativos.
• Ser capaz también de controlar estos sentimientos.
• Motivación, ilusión, interés.
• Sentir y actuar de acuerdo a sus valores.
• Superación de las dificultades y de las frustraciones.
• Encontrar equilibrio entre exigencia y tolerancia.

Ejemplos bíblicos de posibles emociones afectadas:

Tribulación (Génesis 41:7b-8; Daniel 2:1-3; Juan 13:21); angustia u


opresión (I Samuel 1:15); enfado (Eclesiastés 10:4); desanimo (Isaías 19:3);
abandono o agravio (Isaías 54:6); furia (Ezequiel 3:14); aflicción (Daniel
7:15); dureza (Deuteronomio 2:30); duda (Marcos 11:23; Lucas 24:25); altivez
(Proverbios 16:18); ultrajado (II Corintios 7:1).

Emociones que nos Asedian


Podemos señalar algunos conjuntos de emociones que son comunes a
todos (sea que aceptemos por fe los principios de la Palabra de Dios o los
rechacemos) que nos asedian y, a menos que nos protejamos de ellos
adecuadamente, podemos sucumbir a ellas.

• Síndrome de temor-ansiedad-desasosiego. El mundo está atrapado en


esto en gran medida porque dice: "No hay ayuda para la humanidad, este
es un universo sin sentido." Al mundo no le importa nada el individuo que
es sólo un número y, si bien cada individuo es una persona única, en
realidad no hay ninguna ayuda para esa persona. Cada individuo es sólo
una entre miles de millones de otras personas. Vivimos en un mundo
amoral que es hostil al individuo. Por lo tanto, debido a esto es fácil para
muchos, sucumbir a temores, ansiedades y desasosiego con relación a lo
que viene.
• Síndrome de ira-hostilidad-odio, ya que básicamente todos tenemos
miedo. Esto es una fachada, y así exhibimos nuestros temores que salen
como ira, hostilidad y odio. Y la hostilidad es la acción directa ante la
impotencia en nuestras vidas por lo que tememos. Esto aflige al cristiano
además del no cristiano.

• Síndrome de depresión-culpa-dolor psíquico. Es interesante notar que


la mayoría de las personas que ocupan camas en los hospitales no están
ahí por una enfermedad física, sino debido a problemas emocionales,
mentales y psicológicos. Si, como seres humanos, pudiéramos liberarnos
de estos problemas, habría suficientes camas libres en todos los
hospitales hoy. Es una pena persistente que aflige a cada individuo. Para
el no cristiano, es una sensación inconsciente de culpa, por más que esa
persona pueda no admitirlo o reconocerlo. Para el cristiano, puede ser un
pecado no confesado que por lo tanto lleva a sentimientos de depresión y
de culpa.

• Egoísmo destructivo. Esta es otra forma de temor; "Yo soy yo mismo,


tengo un ego, y tengo el deseo de edificarlo hasta cierto grado. Y, sin
embargo, en mis deseos de edificar mi ego, hay también cierto grado de
temor, así que estoy intentando equilibrar mis temores con mi ego como
individuo," y eso causa problemas a todos.

Necesidades Básicas
Por sobre estos cuatro conjuntos de emociones adversas, hay
necesidades que necesitan ser satisfechas, porque si no estas tendencias
destructivas nos vencerán como seres humanos. Aquí es donde los principios
de la Palabra de Dios están fuertemente dirigidos a que el hombre logre una
vida abundante, como era el propósito de Jesús que viviésemos.
Brevemente podemos ver cuatro de las principales necesidades que
todo ser humano requiere cubrir:

• La primera necesidad emocional que necesitamos satisfacer es la del


afecto: amar y ser amados. Todo bebé que nace en el mundo desea
esto. Hace un tiempo, se hizo un experimento en Colorado (Estados
Unidos) en el cual un médico tomó un grupo de bebés no deseados que
habían sido abandonados. Encontró que dentro de un año la mayoría de
ellos murió. Sí, todos fueron bien cuidados y bien alimentados, y las
enfermeras los atendieron; pero murieron porque les faltó afecto y amor,
porque todo ser humano necesita esto. Es por esto que Dios nos dio
madres, para dar de mamar a los bebés, no sólo por el beneficio de la
leche de la madre que recibe el bebé, sino por esa sensación de
seguridad que recibe el bebé mientras está en brazos de su madre. Esto
es algo que no logrará ningún biberón, y todo ser humano necesita este
afecto, no sólo como bebé sino por el resto de su vida.
• Necesidad de aceptación de lo que uno es. Necesitamos sentirnos
aceptados por otras personas.
• Necesidad es la de aprecio: tener una estimación crítica favorable hecha
en nuestro propio interior. Cierto sentido de aprobación, una palmada en
la espalda por un trabajo bien hecho. Damos medallas, cartas de
recomendación, relojes, banquetes de apreciación-entregamos premios y
recompensas, y muchas clases de cosas. ¿Por qué? Porque todos lo
necesitamos. Necesitamos ser apreciados y valorados.
• Necesidad de logro, realización; no sólo una sensación de satisfacción o
de logro, sino también de aquello que es digno de encomio, para que
cuando logremos cierto objetivo haya cierta cantidad de apreciación por
ese logro, y nos haga sentir bien, para que lo deseemos.

Estas cuatro necesidades psico-emocionales son básicas para todo


individuo, y a fin de vencer las emociones que nos asedian constantemente,
que minan nuestras capacidades de paz interna y a fin de contrarrestarlas,
Dios nos dirige su Palabra y nos faculta sabiduría de lo alto para que
encontremos el saludable equilibrio de nuestras desconcertantes y muchas
veces, perturbantes emociones.
A fin de enfocar algunas respuestas que tienen que ver con nuestra
salud emocional, muchos han dirigido el enfoque a ciertas ayudas
sicológicas, pero que a nuestro modo de ver, y sin desdeñar estos aportes,
sino tenemos que ponderar su valor y saber aplicarlos siempre con la
oportuna y sabia aplicación y dirección de la Palabra de Dios; solo así podrán
ayudar a resolver problemas emocionales que son muchas veces, de raíces
profundas.

Pasados que Afectan el Presente.


Esta teoría psicoanalítica, muy usada en la actualidad en su variante
bíblica en lo que se conoce como Sanidad Interior, plantea el hecho que
parece irrefutable: que los recuerdos comienzan a partir de la vida
intrauterina, desde el mismo instante de la concepción, porque desde ese
mismo momento el nuevo ser es un ser completo, dotado de cuerpo, alma y
espíritu, aunque en desarrollo (Cf. Lucas 1:44; Salmos 139:13-18; Jeremías
1:5).
Por un mecanismo de defensa y de preservación, la mente bloquea y
desplaza fuera, hacia el inconsciente, aquellos recuerdos penosos que no
pueden ser tolerados o afrontados, sepultándolos en el inconsciente.

Tipos de Recuerdos Traumáticos

Existen diferentes maneras de categorizar los recuerdos o memorias


que requieren sanidad. David Seamands, conocido psico-terapeuta cristiano,
presenta una manera de clasificar basada en:
• Heridas, son los daños producidos en lo interno de un individuo a
causa del abuso físico, emocional o del rechazo.
• Humillaciones, son esa clase de heridas en una área especialmente
sensible de un individuo, que conlleva a la devastación de su
personalidad.
• Horrores, que producen más adelante en la vida miedo y temor y
conducen a comportamientos fóbicos. Presenciar hechos de violencia,
accidentes, muertes, abusos generan recuerdos que afectan la vida de
una persona.
• Odios, lo que constituye una manera básica muy básica de responder
a alguna de las categorías anteriores, en la forma de odio hacia algún
individuo, incluyéndose allí el odio hacia si mismo.

La mayoría de los eventos traumáticos de una persona ocurren en la


niñez y la adolescencia donde la comprensión del mundo que se posee no
permite el entender ciertas situaciones. El problema está en qué clase de
efecto posterior van a causar cuando son reprimidas, escondidas y muchas
veces temidas. A continuación se presentan algunos de las situaciones
traumáticas más devastadoras para una persona:

Mecanismos de Evasión
El ser humano emplea tres mecanismos para evitar enfrentarse con lo
que le es doloroso:
• Negación: “esto no me ocurrió, esto no es verdad, esto no es real. Esto no
me afecta.”
• Racionalización: trata de encontrar una razón que satisfaga la mente,
aunque las emociones o los sentimientos no queden satisfechos sólo con
razones.
• Proyección: “No soy yo el que tiene este problema, sino el otro. Mi
prójimo, mi familiar.”

Ahora bien, estos recuerdos penosos, sepultados en el inconsciente, al


no permitírseles el acceso a la vida consciente por la puerta de la mente,
entran en la persona de muchas y variadas maneras (en el cuerpo, el alma o
el espíritu), de formas disfrazadas y destructivas.

El pasado incide en el presente, entonces, de dos maneras:


- Produciendo dolor y angustia sicológica-emocional; y
- Determinando erróneamente los modos de conducta, la personalidad y la
manera de vivir del individuo.

Temor e Inseguridad

Dentro de ese pasado que ha dejado huellas, muchas veces indelebles


en las emociones de muchos, están entre otros, el temor y la inseguridad que
ahora paralizan o causan conductas que afectan la paz y armonía interna.
Dice Semands lo siguiente acerca del temor y la inseguridad y su
conexión con los recuerdos enfermos:
“…muchos….temores están arraigados en experiencias que a su vez
han producido temor, enseñanzas no sanas y relaciones pobres en algún
punto del pasado, especialmente durante los años de infancia. Han sido
empujadas al fondo de la mente tantas veces que la persona es posible que
solo tenga un recuerdo vago de ellas. Con frecuencia no son recuerdos
específicos y el individuo se ve acosado por sentimientos de angustia
globales y generales que se adhieren a veces a un punto y luego al otro…..”

Entre los diversos temores comunes que causan disfunción de la


personalidad cuando llegan a dominar a una persona se encuentran:
Temor a la oscuridad
Temor de ser abandonado o dejado solo
Temor al fracaso, a no realizar nada de valor
Temor de perder el control de las emociones o el juicio
Temor del sexo, pensamientos y deseos sexuales,
Temor de las personas y de confiar en otros
Temor del cáncer y otras enfermedades graves
Temor de Dios y del juicio final
Temor de cometer un pecado imperdonable
Temor del futuro
Temor de la muerte de otros, deudos o amigos, o la propia
Temor a confrontar a otros

Todo esto puede resumirse en un temor de revelarse a si mismos, o de


exponerse francamente a los demás, de intentar nuevas experiencias, y una
necesidad de invadir anormalmente la personalidad de otros. Básicamente lo
que se produce en las personas es una necesidad de controlarse a sí
mismos, a aquellos que están a su alrededor y a las personas con las cuales
tienen relaciones, y una meticulosidad excesiva para la toma de decisiones y
riesgos.

Raíces Emocionales
Dice la Biblia en Hebreos 12: 15 “Mirad bien, no sea que alguno deje
de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os
estorbe, y por ella muchos sean contaminados.” La Palabra de Dios es clara,
a través del símbolo de la raíz: la raíz, escondida, sepultada, enterrada donde
la vista no llega, en cualquier momento puede brotar y llegar a ser un gran
árbol, que nos estorbe, y contamine, además, a aquellos que nos rodean.
Uno puede talar el árbol, cortarlo a ras de tierra, quemarlo o ignorarlo: pero la
raíz definitivamente está allí, y podrá brotar en cualquier momento, hasta que
nos decidamos a sacarla. Ahora bien, es necesario hacer dos
puntualizaciones muy precisas:

1ª No todos los problemas del presente se deben a traumas del pasado. Si


no tenemos esto en claro, corremos un serio riesgo de que sea la excusa
perfecta para no hacernos cargo de nuestras actitudes, errores y pecados,
costumbre muy arraigada en los cristianos de este tiempo, para quienes la
cruz ha pasado a ser sólo un relato, más que una vivencia personal.

2ª Los pecados son pecados, aunque intentáramos disfrazarlos de cualquier


otra cosa. La Palabra de Dios es consistente en afirmar la libertad absoluta
del ser humano para escoger qué camino quiere seguir, y la capacidad,
mediante el auxilio del Espíritu Santo, para no pecar. Por lo tanto, echarle la
culpa a traumas del pasado por mis pecados presentes es una excusa poco
válida a la luz de las Escrituras, y como veremos, tampoco aceptable para
quienes entienden correctamente la sanidad interior.

El aconsejamiento pastoral nos enseña que los problemas


emocionales están a la orden del día en estos tiempos, y que además se ven
con mucha asiduidad en las iglesias, ya que los sanos no tienen necesidad
de médicos, y sí en cambio los enfermos... La Iglesia, en este sentido, opera
como comunidad terapéutica, ciudad de refugio, adonde acuden todos
aquellos que tienen necesidad, y Dios quiera que nos hallen preparados para
recibirlos, y dispuestos a ayudarlos.
Sin embargo, es necesario dejar muy bien establecido que si bien son
verdad buena parte de los postulados de la llamada “sanidad interior”
(siempre considerándola desde este punto de vista), esta no es una receta
mágica aplicable a toda especie de mal físico, emocional o espiritual, ni
mucho menos un “curso” al que deban asistir todos los creyentes que se
precien de serlo o que pretendan haber alcanzado madurez.

El pastor, consejero, que es sensato, medido, equilibrado, inteligente, y


por sobre todas las cosas espiritual, habrá de discernir el problema que tiene
en frente. Si el caso que se presenta es uno que tenga sus raíces o sus
causas en alguna circunstancia dolorosa del pasado, echará mano de toda la
ayuda del Espíritu Santo y/o especializada para restaurar la vida herida.

Pasos que Ayudan a Sacar las Raíces

1. Develar lo Oculto: Puesto que los recuerdos penosos están sepultados


en el inconsciente, porque resultan demasiado difíciles de sobrellevar en
un nivel consciente, el primer paso, necesariamente, será ir en busca de
ellos. Pero no hay que confundirlos con el mero recuerdo en sí mismo,
porque en la mayoría de los casos el recuerdo no se habrá borrado. Lo
que estará sepultado será algo más que el simple recuerdo: será la
vivencia de ese hecho, la emoción que haya producido, el dolor
ocasionado, y como duele, es preferible olvidarlo. Es así como se pueden
escuchar los relatos más desgarradores de hechos ocurridos en la vida de
las personas, desprovistos totalmente de emoción alguna, de manera que
nos vemos tentados a pensar que la tal persona tiene el asunto totalmente
superado, y sin embargo, lo que ha ocurrido es que el dolor ha sido tan
fuerte, que se ha racionalizado todo el asunto, sepultando la emoción en
el desván de la memoria.
Ir en busca de esos recuerdos no es una tarea fácil, que pueda
realizarse de acuerdo con las instrucciones de un manual del buen
“sanador interior”, tal como, tristemente, es práctica habitual en algunos
círculos cristianos. Porque los legos no sabemos qué resorte estamos
accionando y qué consecuencias podemos producir en las personas al
pretender hacer tarea de psicoanalistas habiendo leído algún librito que
nos enseñe el “ABC” de la sanidad interior. En el ámbito del
aconsejamiento pastoral, y sólo en él, podrá ser que surja este tema
espontáneamente, con la ayuda del Espíritu Santo, y cuando eso
ocurriera, no se debe hurgar en la intimidad de las personas con
curiosidad malsana, sino simplemente permitir que el recuerdo surja, y
acompañar en el trance penoso, con empatía y gracia de Dios.
Las sesiones grupales (tomadas de las seculares “terapias de
grupo”), tienen por cierto algunos peligros:
- El más inmediato, es aquel producto de tratar de hacer encajar en la
vida de la iglesia moldes traídos del mundo, que si bien no son malos en
sí mismos, no tienen por qué ser bíblicamente adecuados, con el peligro
agregado de que en general en las iglesias las sesiones no están
conducidas por un profesional.
- El segundo peligro es que muchas veces esas sesiones alientan la
morbosidad de los asistentes, por saber lo que les sucede a otros, y por
contar la historia más truculenta.
- El tercer peligro es que, desgraciadamente, la mayoría de los hermanos
que se someten a sanidad interior no tienen realmente traumas del
pasado, y por esto no hay ningún recuerdo penoso que surja
espontáneamente. Por esta razón, el conductor de la sesión comienza a
rebuscar en el pasado y a “sacar de la galera” traumas por doquier: un
hermano que no me invito a su fiesta de cumpleaños y no se disculpó, un
padre que un domingo me dejo sin propina, etc., etc., etc.

El sentirnos con lástima de nosotros mismos es algo muy humano,


que acaricia el ego, pero no tiene nada que ver con lo espiritual: es la
actitud de Pedro pidiéndole al Señor que no vaya a la cruz...¡Pobrecito el
Señor, cuánto va a sufrir! De dónde provenía ese sentimiento, lo
advertimos en la respuesta que le da el Señor “Apártate de mi, Satanás”.
Los mensajes que hablan de los recuerdos penosos y de la sanidad
interior, son muy populares, porque acarician ese ego a flor de piel, y
tienden a poner la culpa o la responsabilidad fuera de uno mismo, en
otros, a los que además podemos perdonar: de golpe, somos los héroes
de la historia...Y así, una verdad bíblica y sana de como el Señor quiere
hacernos libres y también sanar todas nuestras heridas, termina siendo
una verdad a medias, estereotipada hasta el límite de la tontería.
Este primer paso de Develar lo que estaba cubierto descansa sobre
el hecho bíblico fundamental de que el Espíritu Santo, nuestro ayudador,
es el “Espíritu de la verdad” ( Juan 14 y 16), y la verdad nos hace libres
(Juan 8:32).
Ir en busca del recuerdo penoso es hacer el recorrido inverso,
hasta llegar exactamente al punto doloroso que ha operado un cambio
radical a nuestra vida (sea severo o leve). Tenemos un ejemplo en las
Sagradas Escrituras: allí lo encontramos a Pedro (Lucas 22:54-62) en el
patio del sumo sacerdote, calentándose alrededor de un fuego y
consumando el hecho más cobarde y más vil de toda su vida: negar a
Jesús, a quien por cierto amaba tanto. Luego de ese hecho el cual
hubiera preferido no recordar más, viene una época muy oscura de su
vida, llena de desaliento, tristeza y fracaso: aquel era, con toda seguridad,
un recuerdo muy penoso de su pasado. El Señor lo sabía, El lo sabía
todo, y por eso lo esperaba en la playa, junto a un fuego (Juan 21:9), un
fuego parecido a aquel con que intentaba calentarse Pedro aquel frío día
de la negación... El Señor sabía qué preguntarle para restaurar su
atormentado corazón. Lo fue a buscar exactamente en el punto donde se
había quedado, para curar sus heridas y encomendarle una gran tarea.
No acarició su carne con lástima: enjugó sus lágrimas con misericordia,
confrontándolo con su pasado para ya no volver a él jamás, y poder así
mirar hacia el futuro.
2. Enfrentamiento: Dice el dicho popular que el tiempo cura todas las
heridas...Aunque la experiencia nos dice que esto no es verdad, o no es
verdad del todo. Porque el tiempo puede curar las heridas sencillas, pero
ciertamente no cura por sí solo las que se hayan infectado. Y de lo que
hablamos acá es de heridas infectadas, de recuerdos que no han podido
asumirse, de tristezas que no han podido superarse, de cosas que no se
han aceptado.
Una vez que se han descubierto los recuerdos penosos, el segundo
paso es enfrentarlos. Porque el sólo traerlos a la memoria consciente
puede no servir de mucho, y por el contrario, puede producir un daño muy
grande, agudizando el dolor, la pérdida o la tristeza. Como ese recuerdo
es un punto irresuelto de nuestra historia, este paso intentará resolver el
conflicto que genera tensión emocional.
Se resuelve con la aceptación y el perdón (a terceros o a uno
mismo), no sin antes haber dado lugar a la experimentación de los
profundos sentimientos que el hecho en cuestión haya generado: ira,
enojo, asco, tristeza, remordimiento, culpa. Porque el sentimiento
reprimido es lo que actúa como una olla a presión: una vez que se ha
aflojado la válvula y se ha permitido que el gas emane, el contenido
retornará a su estado normal, y terminará el riesgo de explosión.
En este paso también se corren riesgos, porque no es seguir las
pautas del manual, 1ª, 2ª, 3ª, y luego obtener los resultados, tan fácil
como dos y dos son cuatro: porque no estamos tratando con números,
sino con personas, de carne y hueso. Generalmente, luego de la sesión
de escabrosos buceos en la memoria, se le dice al aconsejado: ‘Tienes
que perdonar, ora conmigo...’ Y así se lo despacha a casa, tan
emocionados con el éxito obtenido que sólo podemos atribuir una recaída
a la falta de fe del tal hermano...Es SU culpa, nunca la nuestra...
No siempre es cuestión de perdonar, aunque muchas veces sí.
Pero de lo que sí estamos persuadidos es de que sólo por decir las
“palabras mágicas” seguro que no nos sanaremos.

3. Confesión: Indivisible del paso anterior tenemos este, que implica la


apertura del corazón, y la verbalización del problema. Porque es claro que
parte importante de cualquier sanidad es poder individualizar claramente
cuál es el problema y además poder decirlo, esto es, poder entenderlo, y
explicarlo. No es este paso necesariamente una confesión en busca de
perdón, aunque si el problema fuera alguna culpa por una falta cometida
contra alguien, confesar el pecado y pedir disculpas es muy saludable y
bíblico. Más bien este paso implica la individualización del problema y el
poder hablarlo, sobre todo con quien esté capacitado para escucharlo y
obrar en consecuencia.

En el Salmo 32:1-7, tenemos el caso patético de David, arrastrando


un recuerdo por demás doloroso, el de su pecado con Betsabé. Ahora,
cuando tiene que enfrentarse con las consecuencias de su proceder,
vuelve atrás en el tiempo y exclama dolorido : “Mientras callé, se
envejecieron mis huesos”, dando cuenta de la terrible tensión interior que
debe sobrellevarse como consecuencia de tener algo irresuelto en el
alma.
Santiago 5:16, dice: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y
orad unos por otros, para que seáis sanados.”
El poder hablar del problema es un paso decisivo por varias
razones:

-Da cuenta de que el problema doloroso se ha traído a la vida consciente,


desenterrándolo de la memoria.
-Hablándolo, uno puede enfrentar el problema, y aun llegar a descubrir a
través de las propias palabras la real dimensión del dolor.
-Abrir el corazón siempre implica el primer paso para sanar.

La verdadera sanación

La verdadera sanación no radica en la bondad del método aplicado,


sino en la voluntad cierta de parte de Dios de que seamos sanados. Dios es
un Dios de misericordia y de gracia, y siempre está dispuesto a ponerse en
lugar del que sufre.
Hay dos textos claves para comprender esta gran verdad:
Juan 1:14 “Y aquel verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (...) lleno
de gracia y verdad”
Mateo 1:23 “He aquí una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamarás su
nombre Emanuel, que traducido es Dios con nosotros.”
Cristo no es sólo palabras: se ha hecho carne, para estar entre
nosotros y con nosotros. Cristo es la esperanza para el que sufre, porque
sólo El ha podido descender de su condición a la nuestra para sumergirse en
nuestra pobreza y miseria, y además ocupar nuestro lugar.
“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el
Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión.
Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de
nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra
semejanza, pero sin pecado.
Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para
alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos
4:14-16)

El Señor ha provisto los mejores medios de que podamos echar mano. Nos
ha dejado un ayudador, Dios mismo, la tercera persona de la Trinidad divina.

En el capítulo 16 del Evangelio de Juan, el Señor Jesús les habla a sus


discípulos y nos habla acerca de este ayudador, llamado el “Consolador” o el
“Parakleto” (en Griego). Esta palabra griega quiere decir algo así como “uno
que está llamado a estar al lado de otro”. El Espíritu Santo está llamado a
estar al lado nuestro, para guiarnos a toda verdad, para consolarnos, para
asistirnos, para sostenernos, para hacernos compañía, para ser nuestro
amigo, para sanarnos, para escucharnos, para ayudarnos en nuestra
debilidad (Romanos 8:26). Este Espíritu Santo mora con nosotros, y está con
nosotros (Juan 14:17), y por eso no estamos huérfanos.

Responsabilidad. Este es un paso muy importante, que dará cuenta de si la


sanidad ha sido completa, o si ha sido un mero ejercicio de la carne. Porque
una vez que se ha podido reflotar el sentimiento penoso, que se lo ha
enfrentado cabalmente, que se lo ha asumido como una realidad dada con la
cual hay que empezar a aprender a convivir. Una vez que se hubo cerrado el
círculo abierto sobre el cual la vida había comenzado a girar
concéntricamente, una vez que se pudieron atar los cabos sueltos,
perdonando y dejándolos definitivamente en el pasado, la persona debe
asumir total responsabilidad por quién se es y qué se hace.
El ir en busca del recuerdo penoso no debe ser jamás un ejercicio
masoquista: el ir en busca del recuerdo penoso es para traerlo a la vida
consciente y aceptarlo (quitándole de esta forma su peor malignidad), para
dejarlo ir, definitivamente, hacia el pasado. De esta forma, ya no vivir más
con los ojos del alma hacia el ayer, sino con la mirada, una nueva y sana
mirada, puesta en el mañana, ser una persona libre: con cosas buenas y
otras muy malas en su haber, pero que ha podido aceptar lo que le ocurrió en
el pasado pero sabiendo que el soberano y amoroso Dios estuvo, está y
estará siempre a su lado.

“Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no


confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el
cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará de tan
gran muerte.” (2ª Corintios 1:9 y 10).

Manejando y Sanando Nuestras Emociones


¿Cómo manejamos nuestros sentimientos? ¿Podemos responder a
nuestras emociones, como un dictador implacable o como un objeto de
desdén y reproche en nuestras vidas. ¿Cuál es el balance?

El conflicto

Las emociones probablemente son la parte más difamada e


incomprendida de nuestra vida como cristianos, particularmente para gente
que viene de un trasfondo de homosexualidad. Cuando venimos a Cristo, se
nos dice que vivamos nuestras vidas "por fe y no por sentimientos".
Nos damos cuenta que nuestro comportamiento externo pecaminoso
necesita cambiar y nuestra mente debe ser renovada, pero ¿Qué se supone
que debemos hacer con nuestros sentimientos? Las emociones son algo que
todos tenemos en común, pero pocos realmente sabemos cómo manejarlos.
Para muchos, son una fuente de vergüenza y aflicción. Leemos en la
Biblia que debemos "amarnos unos a otros entrañablemente, de corazón
puro (1 Pedro 1:22) y a deshacernos de "ira, enojo, malicia..." (Colosenses
3:8). La brecha entre el camino de vida descrito en las Escrituras y las
emociones que realmente experimentamos puede conducirnos a cuestionar
incluso nuestra salvación.
El fallar en comprender y tratar con nuestros sentimientos puede
hacernos que perdamos muchos años preciosos, trancados en un lugar
emocional y espiritualmente, sosteniendo una forma externa de
comportamiento "cristiano" mientras se falla en ser verdaderamente
transformado en el interior. Para ayudar a aliviar este problema, miremos en
esta área de nuestras emociones y sentimientos: algunas de las formas
comunes en que nuestras emociones son mal manejadas, y algunas nuevas
perspectivas en tratar con nuestros sentimientos en formas que conduzcan al
crecimiento y la restauración.

Dos extremos

Hay dos extremos en la forma en que manejamos mal nuestros


sentimientos: el ser obviamente regidos por nuestras emociones,
permitiéndoles que dicten nuestras acciones; o la reacción opuesta de tratar
de vivir como si nuestros sentimientos no existieran.

• Totalmente regido por emociones.


Ejemplos del primer enfoque son fáciles de señalar: "Me siento tan
confortable con mi ex-amante, incluso mejor que con otros cristianos", así
que con él es con quien paso la mayor parte del tiempo. O bien, "me
siento fuera de lugar en esta congregación", así que evito hacer un
compromiso. Estos son algunos ejemplos obvios de cómo vivimos por
nuestros sentimientos. Otros son más sutiles, como cuando llegamos a
casa después de un mal día, azotando puertas y refunfuñando con la
gente. O cuando nos cambiamos a un estudio bíblico diferente para evitar
ver al amigo que nos ofendió la semana pasada.
Estos son incidentes en los que permitimos que nuestras
emociones sean las que tomen la decisión que conducen nuestras
acciones. El ser conducido por las emociones es bastante común entre
nuevos cristianos, pero incluso en aquellos que son más maduros caen
dentro de algunas de las formas más sutiles de esta práctica.

• Rechazo total a las emociones.


En otro extremo se encuentran aquellos que le han declarado la
guerra a sus emociones, tratando de vivir como si los sentimientos no
influenciaran sus vidas en lo absoluto. Esto se aplica a todos nosotros en
alguna ocasión.
Por ejemplo, un amigo nos desilusiona y somos profundamente
heridos, pero "apiñamos" nuestros sentimientos de dolor e ira bajo
nosotros mismos. Continuamos viendo a nuestro amigo, pero surge una
muralla que nos impide una cercanía real.
Otra situación es cuando sentimos atracción sexual por un
hermano cristiano o una hermana pero nos negamos a admitirlo con
nosotros mismos o con Dios. Incluso mientras estemos negándonos a
encararla, nuestras expectativas tácitas ponen una tirantez en nuestra
relación con esa persona y un vago sentido de culpabilidad nos separa de
Dios.
Luego está la ocasión cuando un compañero de trabajo es honrado
por un logro. Aunque sonreímos y le felicitamos, por dentro estamos
demasiado avergonzados para admitir que por dentro estamos hirviendo
de resentimiento y envidia.
Debido a nuestra confusión sobre lo que se espera de nosotros
como cristianos, podemos responder con orgullo en nuestro afán de
sofocar nuestras emociones. Pero en realidad, estamos cultivando una
forma de deshonestidad.
Aquellos que ni siquiera soñamos en ser deshonestos en la
mayoría de las áreas, podemos estar mintiendo sobre nuestros
sentimientos, a nosotros mismos a Dios y a los demás. Aquellos que se
dan palmaditas en la espalda por tener un gran control emocional
realmente están controlados por sus sentimientos tanto o más que
aquellos que son más evidentes. Sufren de dolores de cabeza por
tensión, malestares estomacales y finalmente crisis nerviosas.

Encontrando el balance
Ahora que hemos visto algunas de las formas no productivas en que
manejamos los sentimientos, ¿qué podemos hacer con respecto al cambio?
Es fácil para alguien decirnos que nuestras emociones necesitan estar "bajo
el control del Espíritu Santo", ¿pero qué es lo que eso significa realmente?
Primero, podemos empezar tomando una perspectiva más
balanceada. Nuestras emociones no deben conducirnos a guiarnos
instintivamente. Ni tampoco deben ser sofocadas y ahogadas. Dios creó
nuestras emociones así como nuestras mentes y cuerpos físicos. Vamos a
glorificarlo y a disfrutar con Él con cada parte de nuestro ser, incluyendo
nuestros sentimientos. Incluso los sentimientos que calificamos como
"negativos" o "fuera de la voluntad de Dios" no deben ser totalmente
rechazados o ignorados. Nuestra naturaleza emocional puede llegar a ser
íntegra cuando aceptamos y comprendemos nuestros sentimientos, tratando
con ellos en una forma sana. ¿Así que por dónde comenzamos?

• Aprende a estar consciente de tus sentimientos.


Este primer paso puede ser el más duro. Cuando nos vemos
tentados a actuar de acuerdo a un impulso de negar nuestros
sentimientos, necesitamos detenernos y mantenernos en contacto con lo
que está ocurriendo en nuestro interior.
Reconocer nuestros sentimientos y encararlos nos ayuda a romper
con su control. Puede requerir práctica y tiempo aprender a llamar
nuestros sentimientos por nombre.
Una vez que hemos localizado nuestros sentimientos y los
admitimos, podemos comenzar a trabajar con ellos.

• Expresa tus sentimientos a Dios.


Dios ya conoce nuestros sentimientos, pero es crucial que
aprendamos cómo abrirle nuestro corazón a Él. Le podemos decir cada
detalle de lo que estamos experimentando, incluyendo la forma en que
nos sentimos hacia Él en medio de esto. Si sentimos que esto es tonto o
innecesario, podemos leer Salmos, los cuales están llenos de clamores al
Señor. David permitió que Dios entrara en sus iras y temores, dolores y
alegrías.
Mientras disponemos nuestros sentimientos delante del Señor, nos
acercamos a Él, permitiéndole que Él se acerque a nosotros y nos de
consuelo y aliento. Mientras abrimos nuestros corazones a Él, el Espíritu
Santo puede venir y darnos revelación en nuestra situación. Él puede usar
las emociones para revelar heridas que necesitan sanidad o pecado del
cual necesitamos arrepentirnos.

• Comienza a compartir tus sentimientos con otros.


La honestidad emocional comienza con nosotros mismos, luego
con Dios y finalmente con otras personas. Abrirnos con otros puede
atemorizarnos grandemente al principio. Tenemos temor de ser
rechazados por nuestros mal llamados sentimientos negativos de ira,
celos, o avidez, o incluso por sentimientos positivos de ternura o bondad.
El abrirnos requiere sensibilidad a la guía del Espíritu Santo de
hacia quién nos vamos a abrir, ¿qué tanto compartir y cuando
compartirlo? Si vamos a evitar a Dios y a compartir solamente con gente,
podremos estar cargando a otros con aquello que solamente Dios puede
sostener. Pero la mayoría de nosotros podría tolerar el llegar a ser mucho
más abierto. Necesitamos aventurarnos audazmente al permitir que otros
conozcan lo que ocurre en nuestro interior.
Mientras llegamos a ser sinceros con aquellos hacia quienes Dios
nos conduce, el Espíritu Santo puede ministrarnos a través de aquellos
con quienes compartimos, trayendo amor, aceptación, sabiduría o lo que
sea que necesitemos.
Esta honestidad nos limpia, nos sana y nos lleva a relaciones más
íntimas con otros. Aquellos sentimientos que parecen tan oscuros y
controladores cuando los mantenemos ocultos, comienzan a perder su
poder cuando los traemos a la luz.

• Cambiar toma tiempo.


Si hemos pasado toda una vida desarrollando patrones
equivocados de encubrimiento, necesitamos permitirnos tiempo para
aprender nuevas formas. Esto es algo que tampoco Dios quiso que
hiciéramos por nosotros mismos.
Si lo invitamos a Él a tomar control del área emocional de nuestras
vidas, Él será fiel para cambiarnos en Su forma y en Su tiempo. El
proceso de cambio de manejar las cosas de nuestra manera a la manera
de Dios puede ser sumamente difícil de establecer, pero no tan doloroso
como continuar en un patrón destructivo.

Si abrimos el área emocional de nuestras vidas al Señor y le damos


total permiso de enseñarnos nuevas formas de comprender y tratar con
nuestros sentimientos, cambiaremos. Comenzaremos a conocernos a
nosotros mismos, a Dios y a otros en las formas más profundas que nunca
imaginamos posibles. Seremos capaces de manejar nuestras emociones con
estabilidad y confianza.

Que todos y cada uno de los hijos de Dios podamos decir con el apóstol:

“...una
“...una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y
extendiéndome a lo que está delante,
delante, prosigo a la meta, al
premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”
(Filipenses 3:13-
3:13-4)

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