Estas líneas son escritas mientras la guerra contra Hamás en Gaza continúa con toda intensidad, a la vez que se multiplican los esfuerzos de miembros de la comunidad internacional para interrumpir la lucha. En esos esfuerzos están implicados muchos factores: los Estados Unidos; la Unión Europea, con Francia al frente; los países árabes descriptos como moderados, encabezados por Egipto; Turquía, cuyo líder consideró oportuno descargar una virulenta crítica contra Israel; y, desde luego, las Naciones Unidas, el marco organizacional y la arena de disputas de virtualmente toda la sociedad universal. En este momento, es imposible vaticinar que curso seguirán los acontecimientos, tanto en el plano militar como en el político, diplomático e informativo. Pero se pueden ya formular algunos juicios. Israel ha puesto ya en evidencia su superioridad militar. El Ejército ha demostrado que supo consolidar su preparación. El Gobierno supo tomar decisiones cruciales. La opinión pública israelí, con pocas excepciones, ha expresado su conformidad con la línea de acción trazada por el gabinete. Comienza, pues, ahora, la batalla política. E Israel entra en ella en condiciones difíciles. Virtualmente nadie en el mundo occidental pone en duda la legitimidad del ejercicio por parte de Israel del legítimo derecho a la auto-defensa contra la prolongada agresión de Hamás. Pero en el terreno de la opinión pública Israel enfrenta una creciente crítica contra lo que algunos califican de excesivo uso de la fuerza contra un enemigo cruel e irresponsable con respecto a la suerte de su propia población, pero obviamente incapaz de oponerse a la superioridad bélica israelí. En resumen, se le atribuye a Israel falta de proporcionalidad en la aplicación del derecho a la auto-defensa. Facilita esta actitud la cantidad de víctimas sufridas por la población de Gaza y la comparación con el número reducido de víctimas israelíes. Por injustificada y chocante que sea esta comparación, ella tiene su impacto sobre la gente común y también sobre la prensa y gobiernos, que no toman en cuenta los probados esfuerzos del Ejército israelí de prevenir a la población local cuando se avecinan ataques y evitar daño a los civiles no beligerantes. Hay indicios de que en la batalla por la opinión pública Israel esta debilitado. Aun cuando parece obvio que la mayoría de las manifestaciones públicas anti israelíes están organizadas por grupos musulmanes y anti israelíes claramente catalogados como tales, no se puede ignorar que órganos de opinión, intelectuales y políticos se solidarizan con Israel y participan en la campaña anti israelí. Es muy simplista encarar esta situación con la gastada argumentación de que la culpa de todo la tiene la hasbará, la explicación y/o justificación y/o clarificación de lo que hace Israel por intermedio del nutrido grupo de voceros que la Cancillería israelí y otros factores gubernamentales movilizan. Estos contribuyen a desmentir algunos infundios que Hamás propala. Pero en lo esencial no logran sobreponerse al efecto negativo de las imágenes que documentan el sufrimiento de la población de Gaza, por un lado, y por el otro, de la fuerza masiva que Israel se ha visto obligado a utilizar para poner fin a la agresividad de Hamás y su prolongada e ininterrumpida política terrorista contra la población israelí que se encuentra al alcance de sus misiles y armamentos. Hay otro elemento fundamental: la ocupación militar, la falta de acción para desmontar las hitnajluiot” que se encuentran en zonas que Israel no pretende retener, la falta de progreso en las negociaciones con la Autoridad Palestina encabezada por Abu Mazen, el control militar y económico que Israel tiene con respecto a la zona de Gaza no obstante la evacuación de los pobladores decidida y realizada por Ariel Sharón, todo esto no opera a favor de Israel. El conocido argumento de que ello no pesa tanto como la seguridad de la población israelí acosada por los misiles puede ser válido para israelíes y judíos pero de escaso impacto en general. En estas condiciones, aun antes de que comiencen las negociaciones para poner fin a una insostenible situación, Israel debe refinar sus metas. Ello puede ser difícil en vísperas de elecciones en las que se enfrentarán no sólo el Gobierno con la oposición sino los distintos sectores dentro de la coalición gobernante, y hasta las distintas fracciones dentro del principal partido de Gobierno. Pero es indispensable en la etapa en que comienza la compleja lucha política en la que actúa virtualmente toda la comunidad internacional. Es difícil saber si estas observaciones tendrán toda su actualidad cuando lleguen el jueves a manos del lector. La velocidad de los acontecimientos en esta parte del mundo es sideral. Tal vez haya ya alguna tregua o cese de fuego. Tal vez se produzca una nueva escalada. Las amenazas no vienen sólo del sur. De todos modos, el conflicto entre Israel y Hamás, parte aguda del conflicto entre Israel y los palestinos, tiene ya la envergadura de un problema mundial de primera magnitud. Como tal, requiere un tratamiento global y puede probablemente requerir medidas en las que esté involucrada toda la comunidad internacional. Desde un punto de vista interno, es de esperar que se mantenga la unidad nacional sin quiebras. Los partidos políticos no tienen por qué abandonar sus posiciones pero es de desear que ello no impida que el Gobierno sepa proceder conforme a los mandatos de la sana razón, con la cautela y serenidad que la hora demanda, sin sucumbir a presiones emocionales que pueden ser malos consejeros. Las elecciones están muy cerca y ello también exige sobreponerse a intereses sectoriales tanto por parte de los partidos que están en el Gobierno como por los que están en la oposición. Es hora de cordura.