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Si repasamos uno a uno los textos de José Antonio comprobaremos cuán poco dado es a la
lamentación. José Antonio no es quejumbroso y la prueba eminente de ello la encontramos en su
último escrito, en su testamento, que también contiene la elocuente excepción confirmadora de la
regla. Aquella sosegada conformidad que resplandece en todos los párrafos del documento
ejemplar, se quiebra de pronto en un solo y breve período en que late la congoja: "Me asombra
que, aun después de tres años, la inmensa mayoría de nuestros compatriotas persistan en
juzgarnos sin haber empezado ni por asomo a entendernos".
Pues bien: esta dolorida recriminación sigue golpeando nuestras conciencias, si no en su
literalidad, en un sentido no menos conminatorio. Ahora no se trata, es cierto, de
desconocimientos o ignorancias más o menos inocentes o culpables, sino de deformaciones o
confusiones producidas, a veces, desde el más cumplido aunque hostil conocimiento, y, a veces-
reconozcámoslo con remordimiento efectivo-, por nuestro propio egoísmo o pereza, como
puntualizaremos más adelante.
Creemos, en consecuencia, que sigue siendo misión ineludible y primordial nuestra, si no la
de divulgar principios y conceptos-ya sabidos-el de esclarecerlos y dilucidarlos, para restablecer
la contemplación y valoración exacta y fiel. Tarea que creemos conviene particularmente en
ocasión como ésta, en la que concurre la solemnidad del día-la víspera de la fecha conmovedora-
y lo singular del sitio: esta casa, este templo, me atrevería yo a decir, en que arde perpetuamente
aquella "lámpara votiva" de que nos hablaba Eugenio d'Ors.
Pero, como, según dijimos, no se trata ahora de un empeño de difusión doctrinal por el
establecimiento de afirmaciones o definiciones, sino de una tarea de desbrozo y depuración, y, en
cierto modo, de aislamiento, conviene escoger un método semejante al que nos ofrece la
Botánica cuando clasifica-aisla- por aquel sistema dicotómico en que por sucesivos contrastes
eliminatorios llega a la perfecta identificación de la especie en litigio; sistema que, por cierto,
tiene, en nuestro caso, la ventaja de quedar al alcance de cualquier principiante en Ciencias
Naturales.
Creemos que si, como ya se nos previno con autoridad máxima, hace hoy veintiún años, y
desde el puesto de mando, en Burgos, de la mezcolanza, de la confusión más o menos
premeditada, vamos arrancando, vamos separando todo lo que no es José Antonio, acabaremos
por tener en nuestras manos y ante nuestros ojos aquello que queremos volver a contemplar y
utilizar en su pura, eficaz y actual originalidad.
Pero antes de iniciar este empeño habremos de precisar qué es lo que queremos decir
cuando decimos José Antonio.
Cuando decimos José Antonio no nos referimos exclusivamente a su persona. manifestada
a través de la anécdota, por sugeridora o edificante que sea, pero proyectada hacia el claustro de
la intimidad, hacia los círculos de la vida profesional brillantemente ejercida y después
dolorosamente abandonada por servicio de mayor trascendencia; no nos referimos a las
vivencias puramente personales, sino a la persona del Fundador en una proyección total que en
los últimos años de su vida constituye una entrega sin reservas a una inquietud suprema,
España, y a una obra de su propio espíritu y de su propia acción, la Falange, creada para servir el
destino de aquélla. Al hablar de José Antonio, decimos doctrina política, actividad creadora de un
movimiento de unidad entre los españoles, de esfuerzo organizador de un dispositivo hábil rara
encauzar por nuevas rutas los destinos de la Patria. Cuando decimos José Antonio decimos la
Falange, fundada por él para vivir después de la muerte del Fundador con vivencia propia, y
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JOSÉ ANTONIO, LO QUE NO ES
decimos, por tanto, y, sobre todo, pensamiento; es decir, doctrina joseantoniana, doctrina de la
Falange.
Pensamiento y obra qué, tras vencer la etapa de tanteo, de preludio, se perfila ya con
caracteres firmes de proyecto político, de empresa histórica, en el discurso pronunciado en
Madrid el 19 de mayo de 1935; y que va luego desarrollándose más o menos específica y
concretamente, pero siempre con máxima severidad corolaria, en sucesivos discursos,
minoritarios o abiertos, intervenciones parlamentarias, artículos, circulares internas, actitudes y
hasta gestos... ; acervo conceptual, normativo y preceptivo, que se acrisolaría en síntesis
resplandeciente en aquella explicación que dió a sus jueces y ejecutores de Alicante, en la última
media hora que los hombres le concedieron para la siembra de su idea.
¡Qué calidad alcanzaría aquella última lección de José Antonio en que el pensamiento y la
teoría iban trágicamente corroborados por el cumplimiento exacto de sus clamantes predicciones;
cuando ya los españoles, por no haber escuchado antes aquella lección, tantas veces gritada, se
estaban desgarrando en una lucha terrible, cuyo torrente de sangre podía resultar estéril...! Y
también en su testamento quedó la huella de aquella lección, pero ya no en los apóstrofes de una
queja, sino en las palabras de una oración; oración ferviente que, como toda oración buena,
estaba fundada en la fe y levantada por la esperanza: "Ojalá sea la mía la última sangre española
que se vierta en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en
buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia.".
Ya dentro de nuestro propósito hay que advertir, también, que la busca, la identificación, por
vía negativa, que hoy empezamos, tendrá que referirse, en estos principios, al grado más amplio
de la clasificación, el genérico; es decir, que apuntará, tan sólo, de momento, a la determinación
de la "naturaleza" de la concepción política de José Antonio, de la "naturaleza" de la Falange; por
lo que no debe extrañar que nuestras primeras conclusiones resulten casi ofensivas de puro
sabidas y vulgares.
Y efectivamente, los primeros contrastes de nuestro sistema eliminatorio nos ofrecen dos
negaciones fulminantes.
Cualquier confrontación, por superficial que sea o por lejana que venga, de los textos
joseantonianos, concluye inmediata y primeramente que la Falange no es un remedio
circunstancial; que la Falange no es una receta, un específico, una fórmula político-social para
ser aplicada en momentos de anormalidad o enfermedad y ser archivada en el botiquín debajo de
los frascos medio vacíos, una vez advenida la tranquilidad o iniciada la convalecencia. No; es
evidente que la Falange esencial, en la acción y en la previsión de José Antonio, no había de
pertenecer al género de los regímenes políticos quirúrgicos o de emergencia.
Pero, en segundo lugar, hemos de establecer en seguida que tampoco la doctrina
joseantoniana entraña una reacción. Tampoco la Falange pertenece al grupo de los impulsos
políticos o sociales nacidos contra un movimiento pendular y extremoso y sin otro designio o
función que la de restablecer el equilibrio y con él la inmovilidad.
Quienes hayan intentado suponer por un momento el carácter reaccionario o meramente
equilibrador de la Falange frente a un extremismo de cualquier signo, tuvieron que soslayar con
los ojos bien vendados y las orejas bien tupidas el propósito y el procedimiento quizás más
evidentes y palpables, más permanentes y definidores, en las expresiones y actos de José
Antonio: contra el término medio, que es la mediocridad estabilizada a costa de la mutilación de
los límites, del cercenamiento de las alas, la conciliación de extremos por vía de superación
integradora.
Pero si la obra tan concienzuda y tan personalmente ejecutada por José Antonio no es un
remedio circunstancial ni es, tampoco, una reacción equilibradora ; si la doctrina joseantoniana no
pertenece al género de las construcciones políticas emergentes, esencialmente coyunturales y
transitorias, habrá que preguntarse en seguida, ¿supone, entonces, el pensamiento de José
Antonio un cuerpo de doctrina plenamente estructurado, definitivamente desarrollado,
determinante de un sistema político, en sí mismo, a punto de inmediata y concreta ejecución?
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JOSÉ ANTONIO, LO QUE NO ES
Pues, otra vez no, camaradas; no, otra vez, a despecho de desilusiones de los más fervientes, de
los más apasionados y, acaso, de los más puros. La doctrina de José Antonio no se aplicó a la
elaboración de soluciones concretas referidas a los problemas inmediatos de una función de
gobierno, aunque, sin embargo, hemos de decir, desde este momento, que el pensamiento de
José Antonio no presentaba lagunas ni vaguedades ni utopías.
No, por tercera vez, pero, al fin, tanta contestación negativa, tanta eliminación de
posibilidades nos deja desnudo y entero el núcleo sustancial, definidor y afirmativo. José Antonio
no es un instrumento de emergencia o de reacción, ni un sistema estructurado y desarrollado,
porque José Antonio es un germen.
¿Un germen nada más? ¡Un germen nada menos! Germen, sí; pero germen vivo y
completo; completo y acabado en su orden. germinar, en su orden de semilla.
Y me vuelve aquí a morder el recelo de que estoy malgastando vuestro tiempo y benévola
atención con descubrimientos pueriles, ya no de mares mediterráneos, sino de albercas
domésticas; pero si me otorgáis un momento más de paciencia, quizá lleguemos inmediatamente,
a través de esta primera conclusión, si afirmativa todavía elemental, a comentarios más
enjundiosos e interesantes.
Ya hemos identificado a José Antonio y su Falange: germen conceptual y activo; vivo y
completo en su orden.
Y esta identificación de la' naturaleza de la obra joseantoniana, nos va a suministrar
inmediatamente seguras directrices para su valoración y tratamiento.
En primer lugar, ese germen, vivo y completo, no puede ser partido, dividido, para ser
utilizado en trozos. El medio .más fácil, no ya de deformar, sino de contradecir radicalmente el
planteamiento y las conclusiones de José Antonio, es el de emplearlo parcialmente, el de
utilizarlo en pedazos.
¡Qué fácil es por este sistema de parcelación hacer de José Antonio, bien un ultra
conservador egoísta-"el magisterio de costumbres y refinamientos "-o bien un demagogo
irresponsable-"a los hambrientos de siglos hay que instalarlos como primera medida; luego se
verá si se pagan las tierras"-.
Pero en estas deformaciones, estas falsificaciones, por escisión, por división, de José
Antonio, cuánta parte corresponde a nuestra propia responsabilidad y nuestras propias culpas.
Porque, con cuánta frecuencia, no los ajenos a nosotros, lectores por extraños, superficiales y
apresurados de "nuestra doctrina familiar", no los enemigos claros y abiertos o los turbios y
agazapados, sino nosotros mismos, camaradas de todas las horas, hemos contribuido a la
confusión, a la adulteración del pensamiento político de José Antonio, por este medio que estoy
denunciando.
¡Cuántas veces hemos sido también nosotros apresurados y superficiales y hemos
despedazado el pensamiento de José Antonio en fragmentos sin querer darnos cuenta de que
José Antonio, como germen vivo, es una unidad indivisible, indestructible; y, sin embargo,
recurríamos a esos fragmentos, a esas frases poéticas, sonoramente concisas como
inscripciones lapidarias, o todavía peor, a algunos de sus conceptos estructurales o
fundamentales, pero aislados de los otros, sólo porque nos venían como anillo al dedo para
avalar nuestros propios juicios, nuestras propias opiniones preconcebidas; y cuántas veces esas
frases, esos conceptos partidos, han sido el punto de apoyo inocente para la gran deformación
interesada!
José Antonio no puede ser dividido ni utilizado en trozos, ,como no puede serlo la semilla
que sinceramente pretendemos fecunda, en despliegue de toda la fuerza de su naturaleza. Pero
José Antonio tampoco puede ser valorado y ofrecido como una solución total o definitiva, lograda
y en actividad inmediata que si bien tendría la virtualidad de ofrecer respuesta concreta a cada
una de las cuestiones que plantea un 'determinado momento político, sería también como el
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JOSÉ ANTONIO, LO QUE NO ES
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JOSÉ ANTONIO, LO QUE NO ES
voluntades y de recursos al servicio de una convivencia bajo nuevo signo; una convivencia alegre
y eficaz en que se hiciese necesaria y solidaria la existencia de cada uno de los españoles y en
que la comunidad nacional quedase potenciada con algo más que con recursos materiales para
desempeñar el ineludible destino de la Patria; destino de vocación espiritual que señalara el
rumbo a un mundo a la deriva... Un mundo en el que clama el insatisfecho divagar de las
naciones, el apático vacío de las soluciones materiales; un mundo en el que ya no basta armar a
los pueblos de Occidente ni acrecentar su potencial económico, sino que exige como tarea
acuciante e inaplazable la de contribuir a armar, dar alma, de nuevo, a esta naciente, pero añeja
Europa, como centro de acaecer histórico, reavivando sus más altos y vigentes valores
tradicionales con toda su fuerza creadora.
Sí; José Antonio es trascendencia o no es nada. 0 pervive trascendentemente en la
renovada potencia germinativa de su obra o se convierte en un doloroso y nostálgico recuerdo de
otra posibilidad malograda.
Pero en esta trágica alternativa no nos quedamos, como él nunca se quedó, en el lamento.
No ocultemos la grave y urgente responsabilidad que nos corresponde. Esa responsabilidad que
hace veintiún años nos señaló desde su puesto de mando en Burgos aquella voz de máxima
autoridad, cuando nos anunció, al mismo tiempo, la muerte física y la inmortalidad de José
Antonio. Recordemos en todo momento el sentido entrañable y exigente de cada una de aquellas
palabras. José Antonio, germen vivo y completo, está ahí; palpitante y cálido, enraizado en las
entrañas mismas de la Patria; pero también está en nuestras manos. Y de nosotros depende que
José Antonio muera. otra vez definitivamente, o que sea, como aquella voz quería y ordenaba, "la
semilla que no se pierda, que un día y otro se renueve con nuevo vigor y lozanía".
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