Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Introducción:
Para mejor comprender esa nueva disposición del hombre con respecto a la
verdad que es Sócrates, trataremos de ponerlo en relación con dos tipos de sabiduría
anteriores a su emergencia: la presofística y la sofística.
Pero aclaramos que es tan solo por el convencimiento de que para exponer en
sus dimensiones más significativas el núcleo problemático a abordar en este trabajo, que
debemos situar a Sócrates en perspectiva histórica. De modo que apelaremos a esta
estrategia lo mínimo indispensable dado que está implicada tan solo tangencialmente en
nuestro recorrido.
Desarrollo:
El texto fuente que utilizaremos para guiar los contornos de este recorrido es el
diálogo del Platón inicial llamado Apología de Sócrates (AP en adelante) dado que nos
presta el material suficiente para el cumplimiento de los objetivos trazados en el
presente trabajo.
Para mejor diagramar el territorio cuya fractura Sócrates torna patente y tiende a
reconstituir de un modo no conservador, a continuación presentaremos brevemente las
principales características de la presofística y la sofística.
Presocráticos:
Presofística:
La presofística habita una realidad sin fisuras, una Physis cuya plenitud
desentiende al hombre de búsqueda alguna. Carece de sentido buscar lo que ya esta allí,
eso es evidente. Y lo que está allí no es otra que la verdad, el Logos. De aquí se
desprenden dos cuestiones que se harán manifiestas en las figuras de las que nos
serviremos para caracterizar brevemente dicho período: Heráclito y Parménides.
Sofistas:
A partir de los sofistas este contacto directo con la verdad ya no será posible.
Estos operan una torsión muy importante en cuanto al status mismo del discurso
desacralizándolo al tiempo que lo conciben como instrumento. Para ellos el discurso ya
no será ni podrá volver a ser el Logos, es decir, manifestación de la Verdad como lo era
en Heráclito, sino tan solo un logoi, un discurso humano. Este será descompuesto en sus
características a fin de optimizar sus “efectos”. Se torna Tékhne, es concebido como
manipulable a partir del conocimiento y manejo del conjunto de reglas que lo rigen.
También aquí nos serviremos de dos de las figuras más destacadas para hacer un
breve bosquejo de dicho período: Protágoras y Gorgias.
Sócrates:
además no está seguro de que exista algún sabio en tales cuestiones [19c-d]1), sino que
se trata de una sabiduría humana. En esta, sí se atreve decir que es realmente sabio.
Así, salió al encuentro en primer lugar de políticos, luego de poetas y por último
de trabajadores manuales. Tornándosele cada vez más irrefutable la sentencia de Apolo
a medida que encontraba que “los de mayor reputación eran los más deficientes o poco
menos, mientras que otros, que eran tenidos por inferiores, eran más próximo a la
posesión de inteligencia” (22 a). Pero todos ellos caían en la penosa falta de creer
1
En adelante todas las citas del diálogo platónico corresponderán a PLATÓN, Apología de Sócrates, trad.
Eggers Lan, Buenos Aires, Eudeba, 1996.
2
“El señor cuyo oráculo está en Delfos, no dice (légei), no oculta, sino significa (semaínei)” [fragmento
92] Citado en: PLATÓN, Apología de Sócrates, trad. Eggers Lan, Buenos Aires, Eudeba, 1996. Nota al
pie, p. 128.
7
saber lo que no sabían. Creían ser sabios sin serlo, y la polis también los señalaba
equivocadamente como tales.
Dice Sócrates: “…al alejarme hice esta reflexión: yo soy más sabio que este
hombre; en efecto probablemente ninguno de los dos sabe nada valioso, pero este cree
saber algo, aunque no sabe, mientras yo no sé ni creo saber. Me parece entonces, que
soy un poco más sabio que él por que no sé ni creo saber. Después fui hasta otro de los
que pasaban por ser sabios, y me pasó lo mismo” (21 c-d-e). Así es que sobre la base
del oráculo se preguntó sino era mejor ser como era “no siendo sabio en cuanto a la
sabiduría de ellos, ni ignorante en cuanto a su ignorancia” (22c).
Aquellos a los que refuta creen en cada ocasión que él es sabio en aquellas
cosas en que los refuta, pero en realidad Sócrates remarca que el dios es sabio y con
aquella sentencia quiere decir que la sabiduría humana vale poco o nada. “Y cuando
dice ‘Sócrates’ parece servirse de mi nombre para poner un ejemplo. Algo así como si
dijera: ‘El más sabio entre ustedes, entre ustedes seres humanos, es aquel que, como
Sócrates, se ha dado cuenta de que en punto de sabiduría no vale nada’.” (22 a-c)
“Si no sé que no sé, creo que sé. Si no se que sé, creo que no sé”, dice Laing4. Al
no saber que no sabemos algo creemos que sabemos ese algo cuando en realidad lo
ignoramos. Pero puede ocurrir que tengamos consciencia de ser ignorantes en tal o cual
materia o acerca de tal o cual cuestión, por lo que no nos creeremos sapientes en esos
asuntos sino tan sólo sabedores de nuestra ignorancia en ellos. Siguiendo esta línea bien
podemos imaginar, por ejemplo, que aquellos políticos con reputación de sabios a los
que interpelaba Sócrates creyeran con firmeza ser sabios en sus asuntos pero no así en
los asuntos de los poetas o de los trabajadores manuales.
Ahora bien, ese saber y no saber acerca de una determinada ignorancia particular
pueden convivir. Es decir, podemos ser conscientes de nuestra ignorancia en ciertos
casos e ignorantes de esa misma ignorancia en otras cuestiones, y al mismo tiempo
4
Citado en PAUL WATLAWICK, ¿Es real la realidad?, trad. Marciano Villanueva, Barcelona, Ed.
Herder, 1979, p.78.
9
saber que sabemos acerca de otras cosas en particular. Esto sería más o menos
equivalente a decir que alguien que en la polis tiene reputación de sabio político crea,
erróneamente, también serlo en las cuestiones poéticas pero se sepa, no obstante,
ignorante en las habilidades manuales. Allí saberes de saberes e ignorancias particulares
conviven.
Tomemos la parte final de la frase: “no se nada”. Allí se manifiesta que el no-
saber al que se refiere no es un no-saber acerca de algo en particular (trabajos manuales,
por ejemplo) o acerca de un conjunto bien delimitado de cosas (todas aquellas asuntos
que no sean parte de la tékhne política, por ejemplo). Por el contrario, con dicha
afirmación se nos está señalando que la ignorancia de la que se habla hace referencia a
la totalidad de las cosas que según el sentido común de la polis pueden dársenos a
conocer. Esto podría traducirse aproximadamente en: “no se nada ni de política, ni de
poética ni de trabajos manuales ni de ninguna otra cosa acerca de la cual la polis de la
que soy parte cree que es posible ser sabio”.
El “sólo” nos advierte que no simplemente es eso lo que él sabe, sino que eso
que él sabe es lo único que puede un hombre saber. Pero ¿qué es eso único que puede un
hombre saber? Su ignorancia. No ya su ignorancia en asuntos particulares, sino una
ignorancia que le es constitutiva. Ahora bien, esto va indefectiblemente de la mano de
10
aquello que el ateniense sabe pero no explicita: el saber qué es la verdad. Y la verdad es
para él conocer el fundamento. Fundamento que no es otra cosa que Apolo mismo
quien, como ya señalamos, esta ausente y desde su ausencia da signos para que los
hombres lo busquen.
No es otra cosa que la figura del filósofo como, según se cifra en el término,
amante/buscador de la sabiduría lo que cobra consistencia en el paso del Sócrates que
no tiene “ni mucha ni poca consciencia de ser sabio” al que afirma sólo saber que no
sabe nada. Al decir de Poratti:
5
ARMANDO PORATTI, Diálogo, comunidad y fundamento. Política y metafísica en el Platón inicial,
Buenos Aires, Ed. Biblos, 1993, p. 155
11
Preguntar imposible:
Ir con otro a través del discurso humano (logoi) en busca de la mismidad perdida
(pero manifiesta en tanto ausencia) de las cosas es el signo singular de la práctica
socrática. El “diálogo” es la forma de dicha práctica de la que el preguntar será su
motor y la lógica su medio. Este implica un estar con otro en, o atravesar con otro, un
espacio discursivo que ya no es el de la revelación ni tampoco el de la manipulación de
una técnica de la palabra. El diálogo involucra de la misma manera a todos los que
participan de él por lo cual, podemos agregar también, que se trata de algo que está más
cerca de lo público que de lo unipersonal.
Podemos leer en AP que Sócrates dialoga con quienes creen ser sabios (y la polis
los reconoce como tales) preguntándoles acerca del fundamento de aquella sabiduría
que creen poseer, acarreándose el odio de estos tras hacer manifiesto la hasta allí
inaparente ignorancia de dichos sabios a consecuencia de la opacidad del fundamento.
Pero lo que no se lee en AP es la forma canónica del preguntar cuyo impulso regirá la
dinámica del diálogo: la pregunta por el “¿qué es?”. Así, por ejemplo, Sócrates se
dirigirá al valiente Laques y le preguntará “¿qué es la valentía?”, irá al piadoso Eutifrón
y le preguntará “¿qué es la piedad?” y ni Eutifrón ni Laques sabrán responderle. No
obstante, y esta la cuestión a remarcar, ¡Sócrates tampoco podrá hacerlo!
Preguntar que debe reiniciarse cada vez. Preguntar que al final encuentra lo
mismo que al principio: la no respuesta, la ausencia de aquello que podría darle fin. Lo
que puede darle fin a una pregunta es la respuesta, lo que da fin a la vida es la muerte,
cifra de nuestra finitud. Pero cómo dar muerte a un preguntar cuando lo que se pregunta
es lo infinito mismo, la verdad. Dice Poratti:
Conclusión:
estructura y el conjunto de reglas que lo rigen con fines persuasivos. “Por poco me
olvido de [cómo soy] yo mismo, tan convincentemente han hablado. Y sin embargo
poco o nada de lo que han dicho es cierto” (17 a), dice Sócrates al comienzo de AP.
Poniendo de manifiesto que la voz pública ya no enuncia la verdad sino que se ha
convertido en medio de difusión de la calumnia. En ella el hombre ya no se reconoce,
ha ocurrido una fractura entre doxa y ser.
Es en tal escenario que Sócrates irrumpe como consciencia de este hiato, pero
también como necesidad de reposición de una cierta noción de verdad. Reposición que
recupera la confianza en la existencia del fundamento, a la vez que lo problematiza,
pero desde un discurso ya no divino sino plenamente humano. Por tanto, al no disponer
de un Lógos con mayúscula se ve lanzado a buscar la verdad en el seno de este lenguaje
falible. Pero no la hará sólo sino en compañía de otro, es por esto que el itinerario de
dicha búsqueda adoptará los contornos del diálogo.
Apolo (el fundamento) es el único sabio “yo sólo sé que no sé nada”, dirá
Sócrates, situando así en un terreno vedado a la razón la mismidad de las cosas que en
ellas se manifiesta como exceso y ausencia. Es decir, como verdad no presente que hace
ser a las cosas y hacia la cual las cosas tienden. De la misma manera que el filósofo,
siguiendo los signos que le son dados, tiende hacia el fundamento sin nunca hallarlo,
pero al que si embargo nunca deja de buscar.
“¿Qué es?” es la pregunta que guía el paso por este trunco camino del preguntar
que al final se reencuentra con su inicio como si nada hubiese ocurrido salvo su
recorrido. Una linealidad que ve coincidir sus extremos cuyo fruto será lo infinito de
una tarea: el filosofar. Sócrates pregunta, la verdad permanece ausente… otra vez la
pregunta. Esa parece ser su respuesta.
BIBLIOGRAFÍA