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La Navidad

de Cristo
gran misterio de piedad

Obispo Alejandro Mileant


Traducido por Dra. Elena Ancibor / Michael Shurov

Contenido: El acontecimiento de la Navidad de Cristo. Adoración de los magos. Hijo de Dios e


Hijo del hombre. La finalidad de la Encarnación del Hijo de Dios. El oficio Divino, el Tropário
y el canon de Navidad.

En la historia de la humanidad no hay un acontecimiento más feliz, que la Encarnación del Hijo
de Dios y su venida al mundo. Este hecho es el acto del infinito amor de Dios Padre, Quien
“amó tanto al mundo, que entregó a Su Hijo, para que todo el que crea en Él, no se pierda, mas
tenga la vida eterna.”
La Encarnación del Hijo de Dios de la Virgen María, modifico radicalmente al mundo, para
mejorarlo: dio a los hombres una nueva forma de pensar, ennobleció sus costumbres, dirigiendo
por un nuevo camino todos los acontecimientos mundiales. Trajo a los hombres fuerzas para lu-
char contra el pecado, los reconcilió con Dios, los convirtió en hijos de Dios y regeneró a toda su
naturaleza. Agregó al decrépito organismo humano la corriente de vida Divina y con esto, trajo a
los hombres la vida eterna. Por estas razones, la encarnación del Hijo de Dios, ocupó el centro
mismo de los acontecimientos mundiales y es a partir de ella que se enumeran los años antes de
Cristo y después de Cristo. La Navidad de Cristo, se convirtió en la fiesta más alegre de la huma-
nidad creyente.
En el presente trabajo relataremos los acontecimientos relacionados con la Navidad, habla-
remos del significado espiritual de este hecho y finalmente nos detendremos en los principales
momentos del oficio religioso de la fiesta.

El Acontecimiento
de la Navidad de Cristo
Antes del Nacimiento de Jesucristo, existía una espera universal del Salvador. Los Judíos espe-
raban Su llegada basándose en las profecías; los paganos, sufriendo a causa de su gran descrei-
miento y libertinaje moral, también aguardaban un Redentor. Todas las profecías sobre la encar-
nación del Hijo de Dios, se cumplieron. El Patriarca Jacob, profetizó que el Salvador llegará
cuando “se aparte el cetro de Juda” (Génesis 49:10). San Daniel dijo que el Reino del Mesías lle-
gará 490 años después de la decisión de reconstruir Jerusalén, bajo el dominio de un reino paga-
no, que será tan fuerte como el hierro (Dan 9:24-27).
Efectivamente, pasados los 490 años, Judea cayó bajo el yugo del poderoso Imperio Roma-
no y el cetro de Judá pasó a Herodes, quien era de origen idumeo. Llegó el tiempo de la venida
de Cristo. Los hombres, apartados de Dios, deificaron los bienes terrenales, la riqueza y la gloria
mundana. El Hijo de Dios rechazó estos ídolos, insignificantes frutos del pecado y de las pasio-
nes humanas y se dignó llegar al mundo en un entorno muy humilde.
Los acontecimientos vinculados con la Navidad, están descritos por dos Evangelistas: el
Apóstol San Mateo (de los 12) y S. Lucas (de los 70). Como el Evangelista Mateo escribió su
Evangelio para los hebreos, se fijó como meta demostrar que el Mesías provenía de la estirpe de
Abraham y del rey David, tal como fue anunciado por los profetas. Por eso San Mateo comienza
el relato del nacimiento de Cristo desde su genealogía (Mat. 1:1-17).
Sabiendo que Jesús no era hijo de José, el Evangelista dice: “Jacob fue padre de José el es-
poso de María, de la cual nació Jesús, que es llamado Cristo (Mat. 1:16) ¿Pero por qué nos deta-
lla la genealogía de José y no la de María? La respuesta es, que los hebreos no tenían por cos-
tumbre seguir la genealogía por la línea materna. La ley los obligaba inevitablemente a casarse
con una mujer perteneciente a su misma tribu. Por eso el Evangelista, sin faltar a la costumbre,
describe la genealogía de José demostrando así que Maria era su esposa y, consecuentemente,
que Jesús, nacido de Ella, pertenecía a la tribu de Judá y a la familia de David.
Cuando el Arcángel Gabriel le anuncia a Maria que será la Madre del Mesías, la Santísima
Virgen visita a Isabel, siendo solo la prometida de José. Desde de la Buena Nueva del Ángel, pa-
saron casi 3 meses. José, desconociendo el misterio, notó su estado, que podría significar la infi-
delidad de su prometida. Él pudo acusarla públicamente y someterla a un cruel castigo, regla-
mentado por la ley de Moisés. Pero, siendo bondadoso, José no quiso seguir este curso tan drásti-
co. Luego de muchas vacilaciones, él decidió dejar ir a María, entregándole, en secreto, la carta
de divorcio.
Pero, el ángel se le apareció en sueños manifestándole que el embarazo de su prometida es
fruto del Espíritu Santo y que el Hijo que ha de nacer será llamado Jesús (Ieshua) es decir, Salva-
dor, pues salvara a su pueblo del pecado. “Por eso no tengas miedo de recibir a tu esposa Ma-
ría.” — José entendió que este sueño era un mensaje del Altísimo y obedeciendo, recibió a Ma-
ría por esposa sin embargo “no la conoció” es decir vivió con Ella, no como un esposo, sino
como un hermano o, considerando la enorme diferencia de edad entre ellos, como un padre con
su hija. Relatando todo esto, el Evangelista agrega: “Todo esto pasó para que se cumpla lo que
dijo el Señor a través de su profeta,: ‘He aquí que la Virgen recibe en su seno y da nacimiento a
un Hijo y le darán el nombre de Emmanuel’” (Is. 7:14) “Emmanuel” significa “Dios esta con no-
sotros.” Isaías no llama Emmanuel al que nació de la Virgen tan solo dice que así lo llamarán los
hombres. Este no es el nombre propio del Nacido de la Virgen, es solamente la indicación profé-
tica que Él será Dios.
El Evangelista San Lucas, señala que el tiempo del Nacimiento de Cristo coincidió con el
censo de los habitantes del Imperio Romano, ordenado por el Cesar Augusto, es decir el empera-
dor Romano Octavio, quien recibió del senado romano el título de Augusto, — “Sagrado.” El
edicto sobre el censo fue emitido en el año 746, desde la fundación de Roma sin embargo en Ju-

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dea, el censo comenzó, aproximadamente en el 750, durante los últimos años del reinado de He-
rodes, llamado el Grande.
Los hebreos confeccionaban sus genealogías según las tribus y linajes. Esta costumbre esta-
ban tan arraigada que, al conocer la orden de Augusto, ellos fueron a inscribirse, cada uno en la
ciudad de su linaje. José y la Virgen María, procedían de la estirpe de David, por eso debieron ir
a Belén, llamada la ciudad de David, pues el nació allí.
Entonces, por la voluntad Divina se cumplió la antigua profecía del profeta Miqueas, Cristo
nacerá en Belén, “Mas tu Belén — Efrata, aunque eres la menor entre los millares de Juda, de tí
me ha de salir aquel que dominará en Israel, y cuyos orígenes son desde el principio, desde los
días de la eternidad “ (Miqueas 5:2, Mat.2:6).
Según las leyes romanas, debían censarse tanto los hombres, como las mujeres. Por esto
José fue a Belén a censarse, en compania de la Santísima Virgen. El viaje inesperado a Belén, su
patria, ante el inminente nacimiento del Niño, debió convencer a José que la orden dada por el
Cesar, era una herramienta en las manos de la Divina Providencia dirigida a que el Hijo de María
nazca justamente allí donde debía nacer el Mesías-Redentor.
Luego de un viaje extenuante, el anciano José y la Virgen María llegaron a Belén, pero para
la futura Madre del Salvador del mundo, no hubo lugar en la posada. Ella y su acompañante, de-
bieron refugiarse en una gruta en la que se reunían los rebaños cuando había mal tiempo. Allí, en
una noche de invierno y en el mas humilde de los lugares, nació Cristo el Salvador del mundo.
La Santísima Virgen dio a luz al Hijo, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Con
estas palabras el Evangelista nos dice que el parto de la Madre de Dios fue indoloro. La expre-
sión del Evangelista: “Y dio a luz a su Hijo primogénito” ha dado ocasión a los incrédulos para
decir que la Santísima Virgen, además de su primogénito Jesús, tuvo otros hijos, pues los Evan-
gelistas mencionan a “los hermanos” de Cristo (Simón, Josías, Judas y Santiago). Pero hay que
recordar que según la ley de Moisés (Éxodo 13:2), se llama primogénito a todo niño de sexo
masculino “que abre el seno de la madre,” aunque sea también el último. Los que aquí son llama-
dos “hermanos” de Jesús no son sus hermanos verdaderos , sino sólo parientes. Son dos hijos que
el anciano José engendro con su primera esposa Salome y también los hijos de María de Cleofas
a quien el Evangelista Juan llama “la hermana de su Madre.” De cualquier manera todos ellos
fueron bastante mayores en edad que Cristo y no pudieron ser hijos de la Virgen María.
Jesucristo nació de noche, cuando todo Belén y sus alrededores estaban sumidos en profun-
do sueño. Los únicos que no dormían eran los pastores que vigilaban sus rebaños. A estos hom-
bres trabajadores, humildes y fatigados, se aparece el Ángel con la feliz noticia del nacimiento
del Salvador. La resplandeciente luz, que rodeo al Ángel, asustó a los pastores. Pero el Ángel los
tranquilizo diciendo: “No teman, porque les anunció una gran alegría, para ustedes y para to-
dos los hombres: hoy nació, en la ciudad de David el Salvador, que es el Mesías, el Señor.” Con
estas palabras el Ángel dio a entender la verdadera misión del Mesías, que llegó no solamente
para los hebreos sino para todos los hombres pues dijo: “alegría para todo los hombres,” que lo
recibieron como el Salvador.
El Ángel explicó a los pastores que ellos encontraran a Cristo, el Señor envuelto en pa-
ñales, acostado en el pesebre. Pero, ¿ por qué el Ángel no hizo el mismo anuncio a los dirigentes
judíos, los fariseos y escribas instándolos a adorar al Divino Niño, la explicación es que todos
ellos eran “ciegos conductores de ciegos” que dejaron de entender el verdadero significado de las
profecías sobre el Mesías. Según la típica arrogancia judía, ellos imaginaron que el Redentor pro-
metido, aparecería con todo el esplendor de un rey conquistador para someter al mundo. Para
ellos era inaceptable un humilde predicador de la paz y el amor a los enemigos.

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Los pastores no dudaron que el Ángel fue enviado por Dios, y por eso, tuvieron el honor de
escuchar el magnífico himno celestial: “Gloria a Dios en las Alturas y paz en la tierra a los
hombres de buena voluntad.” Los Ángeles glorificaron a Dios que envió al Salvador de la huma-
nidad ya que desde ese momento se restableció la paz de la conciencia y desapareció la ene-
mistad entre el cielo y la tierra, surgida como consecuencia del pecado.
Los Ángeles se alejaron y los pastores se apresuraron a ir a Belén para encontrar al niño
acostado en el pesebre y ser los primeros en saludarlo. Ellos contaron a María y José sobre lo
acontecido y que fue lo que los condujo hasta la cuna de Cristo. También contaron esto a otras
personas y todos los que escuchaban sus relatos quedaban maravillados.
“En cambio, María guardaba todas estas palabras en su corazón” es decir, Ella recordó
todo lo escuchado. El Evangelista Lucas, describe la anunciación del Arcángel Gabriel, el naci-
miento de Cristo (Luc. cap. 2) y otros hechos relacionados con la Virgen María, basado, eviden-
temente, en los propios relatos de la Madre de Dios.
Al octavo día fue realizada la circuncisión del Niño, como está indicado en la ley de Moi-
sés. Posiblemente la Sagrada Familia, pudo instalarse en una casa, que fue desocupada por quie-
nes vinieron a Belen a censarse y luego se retiraron.

La Adoración de los Magos


El relato evangélico sobre la adoración de los Magos (Mat. cap. 2), es muy ilustrativo. Es, en
primer término, el relato sobre la “Epifanía” o la revelación de Cristo a los paganos.
José, la Santísima Madre de Dios y el niño Jesús, se encontraban aun en Belén, cuando des-
de un lejano país de oriente (Persia o Babilonia), llegaron los magos a Jerusalén. Magos o sabios,
se llamaban los hombres que se ocupaban de la observación y el estudio de las estrellas. En aquel
tiempo, la gente creía, que cuando nacía un hombre eminente, en el cielo debía aparecer una nue-
va estrella. Muchos paganos en Persia, informados por los judíos de la diáspora, sabían que debía
llegar el Mesías, el gran Rey de Israel. Por los hebreos ellos conocían la profecía de Balaam,
acerca del Mesías: “Le veo, pero no como presente, le contemplo, mas no de cerca. Una estrella
sale de Jacob y se yergue el cetro de Israel y (Él) vencerá a los príncipes de Moab” (Num.
24:17). Aquí hay que entender por Moab la personificación de los enemigos del Mesías. Los ma-
gos persas esperaban que en el cielo aparezca una nueva estrella que señale el nacimiento del
Rey prometido. A pesar de que la profecía de Balaam hablaba de la estrella en sentido espiritual,
el Señor, por su misericordia y para conducir a los paganos hacia la fe, mostró en el cielo una se-
ñal, en la forma de una extraordinaria estrella. Los magos, al verla, comprendieron que el Rey es-
perado, había nacido.
Después de un camino largo y difícil, al fin llegaron a Jerusalén la capital del reino de Ju-
dea, y comenzaron a preguntar: “¿Dónde está el Rey de Judea que ha nacido? “ Nosotros vimos
su estrella en el oriente y vinimos para adorarlo.” Estas palabras de los ilustres extranjeros, con-
movieron a muchos de los habitantes de Jerusalén particularmente, al rey Herodes, que fue inme-
diatamente notificado sobre la llegada de los misteriosos sabios orientales.
El trono de Herodes tambaleaba desde los primeros días de su reinado. El pueblo lo odiaba
considerándolo como un usurpador del trono de David y un tirano despreciándolo también por su
origen pagano. Los últimos años de la vida de Herodes se complicaron por diversos inconvenien-
tes personales y sangrientas venganzas. Se tornó muy desconfiado y ante la mínima sospecha, or-
denaba ajusticiar a sus enemigos verdaderos y supuestos. Así murieron algunos de sus hijos y su

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amada esposa. Enfermo y anciano, Herodes vivía en su nuevo palacio sobre el Sión. Al oír sobre
el nacimiento de un Rey, se inquietó, temiendo que el pueblo aprovechándose de su vejez, lo des-
poje de su poder y se le de al Rey recién nacido.
Para aclarar quién es éste nuevo pretendiente a su trono, Herodes reunió a todos los sacer-
dotes y escribas — personas conocedoras de los libros de las Sagradas Escrituras, y les preguntó:
“¿Dónde debe nacer el Cristo?” Ellos contestaron: “En Belén de Judea, ya que así esta escrito
en el libro del profeta Miqueas.” Entonces Herodes, en secreto llamó a los magos. Les preguntó
cuándo apareció la nueva estrella y los envió a Belén. Simulando una gran piedad, el astuto He-
rodes les dijo: “Vayan allá y averigüen todo sobre el Niño y cuando lo encuentren vuelvan y
cuéntenme para que yo también pueda adorarlo.” En realidad Herodes pensaba aprovechar sus
informaciones para matar al Niño.
Los magos, después de oír al rey Herodes, partieron a Belen sin sospechar nada. La misma
estrella que ellos observaron en el oriente, apareció en el cielo y moviéndose delante de ellos les
mostró el camino. En Belén, se detuvo sobre el lugar donde se encontraba el Niño Jesús.
Los magos entraron en la casa y vieron al Niño Jesús y a su Madre. Ellos se presentaron
ante Él y le acercaron sus dones: el oro, el incienso y la mirra (un precioso y fragante aceite) . En
los regalos de los magos se advierte un sentido simbólico. El oro le fue obsequiado como a un
Rey (como un tributo), el incienso, como a Dios (porque el incienso se usa en las ceremonias re-
ligiosas) y la mirra como al Hombre que debe morir (a los muertos, en aquel tiempo, se los unta-
ba con aceites mezclados con mirra).
Después de adorar al Rey esperado, los magos se aprestaron para regresar a Jerusalén. Pero
un Ángel se les apareció en sueños y les reveló los infames planes de Herodes, ordenándoles vol-
ver a su país, por otro camino sin pasar por Jerusalén. La tradición conservo los nombres de
aquellos magos, que luego se convirtieron al cristianismo: Melchor, Gaspar y Baltasar.
En el relato sobre el Nacimiento de Cristo, es notable que los primeros en adorar al Salva-
dor, fueron los pastores, verdaderos hijos de la naturaleza. El único tesoro que podían presentar
ante El era el de sus corazones, llenos de humildad, fe y mansedumbre. Mas tarde, vinieron los
magos de oriente, plenos de sabiduría científica. Ellos ofrecieron a Dios, junto a su piadosa ale-
gría, el oro, el incienso, y la mirra. Ellos debieron recorrer un largo camino antes de llegar a Ju-
dea y ya en Jerusalén, no pudieron encontrar enseguida el lugar del nacimiento del Rey de Israel.
Esto nos enseña que la simpleza del corazón así como el profundo y honesto conocimiento cien-
tífico conducen de igual manera, a Cristo. Pero el primer camino es más recto, corto y seguro que
el segundo. Los pastores, fueron guiados por los Ángeles, mientras que los magos “aprendieron”
de una estrella irracional y de los sabios judíos en la corte de Herodes. No sin dificultades y peli-
gros arribaron ellos a su meta y escucharon la armonía celestial que sonó sobre la tierra: “Gloria
a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad! “ (pensamientos del Metropolitano
Anastasio).

Hijo de Dios e Hijo del Hombre


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“ ran misterio de la piedad. Dios se ha manifestado en la carne” (Tim. 3:16). Estas palabras
del Apóstol, testifican que el milagro de la Encarnación, del Hijo de Dios, sobrepasa al entendi-
miento de nuestra mente limitada. En realidad, podemos creer, pero no podemos explicar lo
acontecido hace 2000 años en Belén cuando en la Persona Única de Jesucristo, se unieron, dos

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naturalezas, tan diversas y antagónicas. la Divina, sobrenatural , eterna e infinita y la humana,
material, limitada y débil.
Sin embargo, los Evangelios y las Epístolas de los Apóstoles nos revelan, en la medida de
nuestras fuerzas, algunos aspectos del milagro de la Encarnación del Hijo de Dios. Así, San Juan
el Teólogo, en el comienzo de su Evangelio, eleva nuestro pensamiento hacia la existencia eterna
de la segunda Persona de la Santísima Trinidad, a Quien llama “el Verbo” (Logos), diciendo:
“En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. El estaba en el
principio con Dios. Todo se hizo por El y sin El no se hizo nada de cuanto existía. Y el Verbo se
hizo carne y habito entre nosotros” (Juan 1:1-3; 14).
Nombrar al Hijo de Dios, el verbo, indica que su nacimiento del Padre, no debe ser entendi-
do como un nacimiento ordinario: Este nacimiento ocurrió insensiblemente y sin separación. El
Hijo de Dios nació del Padre, como la palabra nace del pensamiento. El pensamiento y la palabra
son diferentes pero al mismo tiempo son inseparables. No hay palabra sin pensamiento y el pen-
samiento se expresa indispensablemente por la palabra.
La prédica ante de los Apóstoles, revela aun más plenamente la verdad sobre la naturalez
Divina — humana de Cristo. El es el Hijo Unigénito (único) de Dios, Quien nació del Padre an-
tes de los siglos, es decir — Él es eterno como Dios Padre. El Hijo de Dios tiene la misma natu-
raleza Divina que Dios Padre y por eso Él es Omnipotente, Omnisciente y Omnipresente. Él es el
Creador del mundo visible e invisible y también de es nuestro creador. En una palabra Él, siendo
la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, es Dios verdadero y perfecto. La fe en Jesucristo,
como Hijo de Dios encarnado, es el fundamento, es la piedra sobre la cual está afirmada la Igle-
sia, según la palabra del Señor: “Sobre esta piedra [la fe en Mi]edificare mi Iglesia y las puertas
del infierno no prevalecerán sobre ella” (Mat. 16:18).
Cristo Redentor, siendo Dios perfecto, es al mismo tiempo un hombre perfecto. Teniendo
vos cuerpo y un alma, con todas sus cualidades, mente voluntad y sentidos. Como un hombre, Él
nació de la Virgen María. Como Hijo de María, Él obedeció a Ella y a José. Como hombre, El se
bautizó en el río Jordán, visitó ciudades y aldeas con su prédica salvadora. Como hombre, Él sin-
tió hambre, sed, cansancio, necesitó del sueño y el descanso y percibió el dolor y el sufrimiento
físico. Como hombre, el Señor vivió la vida del cuerpo y también la del alma e incremento su
fuerza espiritual con ayuno y oración. Él tuvo sentimientos humanos: alegría ira, congoja, derra-
mó lagrimas Señor Jesucristo aceptando nuestra naturaleza humana, fue semejante a nosotros,
excepto en el pecado.
Teniendo ambos naturalezas, Jesucristo tuvo también dos voluntades libres. En Jesucristo la
voluntad humana racional y consciente con sus deseos y apetencias quedó subordinada inexora-
blemente a la voluntad Divina. Esto se advierte, con sobrecogedora claridad, durante la dolorosa
experiencia de Cristo en el Huerto de Getsemaní, “Padre mío, si este caliz no puede pasar sin
que yo lo beba, hágase Tu voluntad” (Mat. 16:39).
Así con Su obediencia a Dios Padre, el Señor Jesucristo corrigió nuestra desobediencia y
nos enseño que la voluntad Divina, esta por encima de nuestros deseos.

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La finalidad de la
Encarnación del Hijo de Dios
Sobre la finalidad de la venida al mundo del Hijo de Dios, nos cuenta muy claramente la pará-
bola de la oveja perdida. El Buen Pastor deja las 99 ovejas, es decir el mundo de los Ángeles, y
va a las montañas para buscar a Su oveja perdida, el genero humano, perdido en el pecado. El
gran amor del Pastor por la oveja en peligro, no está sólo en el hecho de ir a buscarla con dedica-
ción sino que, cuando la encuentra, la sube a sus hombros y la lleva de regreso. En otras pala-
bras, Dios, con su poder, devuelve al hombre lo que éste perdió: la inocencia, la santidad y el la
felicidad. Uniéndose a nuestra humana naturaleza el Hijo de Dios, según el Profeta “tomó sobre
Si nuestras iniquidades y llevó nuestros dolores” (Isaías cap. 53).
Cristo se hizo hombre, no sólo para enseñarnos el camino ó mostrarnos un buen ejemplo. El
se hizo hombre para unirnos a Él, a fin de unir nuestra naturaleza débil y enferma a su Divinidad.
El Nacimiento de Cristo atestigua que si nosotros alcanzamos la meta final de nuestra vida
no es tan sólo con la fe y la tendencia hacia el bien, sino que es principalmente con la fuerza re-
generadora del Hijo de Dios encarnado a Quien nos hemos unido.
Penetrando más profundamente en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, vemos
que está estrechamente vinculada con el Sacramento de la Eucaristía y con la Iglesia que es, se-
gún las enseñanzas de los Apóstoles, el cuerpo místico de Cristo. En la Comunión del Cuerpo y
la Sangre de Cristo, el hombre comulga con la naturaleza Divino-Humana de Cristo, se une a Él
y en esta unión se transfigura. Simultáneamente en la Comunión, el cristiano se une con otros
miembros de la Iglesia — y así crece el místico Cuerpo de Cristo .
Los cristianos de otras confesiones, que no admiten la Eucaristía, entienden la unión con
Cristo en sentido figurado, indirecto , sólo como la unión espiritual con Él. Entonces, para tal
unión espiritual, la Encarnación del Hijo de Dios es superflua, pues antes del Nacimiento de
Cristo, los profetas y los hombres rectos experimentaron una relación espiritual con Dios, a tra-
vés de la Gracia.
No debemos entender, que el hombre está enfermo tanto espiritual como físicamente. El pe-
cado vulneró toda la naturaleza humana. Es imprescindible, por eso, sanar íntegramente al hom-
bre y no sólo su parte espiritual. Para disipar todas las dudas sobre la necesidad de una total co-
munión con El Señor Jesucristo, en Su sermón sobre el Pan de la Vida dice: “Si no coméis la
carne del Hijo del Hombre y no bebéis Su sangre, no tenéis vida en nosotros. El que come Mí
carne y bebe Mí sangre, tiene la vida eterna y Yo lo resucitaré‚ el último día... El que come Mí
carne y bebe Mí sangre permanece en Mí y yo en él” (Juan 6:53-54). Mas tarde, en el sermón
acerca de la vida verdadera, Cristo explica a sus discípulos que sólo mediante una estrecha unión
con Él, el hombre recibe las fuerzas necesarias para su desarrollo espiritual y su perfecciona-
miento: “Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid,
así tampoco vosotros sino permanecéis en Mí. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que
permanece en Mí y Yo en él, ese dará mucho fruto, porque‚ separados de Mí no podéis hacer
nada” (Juan 15:4-6).
Es correcta la comparación que los Santos Padres hacen entre la Comunión y el misterioso
árbol de la vida del que se alimentaron nuestros ancestros en el Edén y al que contempla San
Juan el Teólogo en el Paraíso (Gen 2:9; Apoc. 2:7, 22:2). ¡En la Eucaristía, el cristiano comulga
con la vida inmortal de Dios hecho hombre!

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Así, la finalidad de la encarnación del Hijo de Dios, se concentra en el renacimiento espiri-
tual y físico del hombre. La renovación de su naturaleza física concluirá el día de la resurrección
universal de los muertos cuando “Los justos resplandecerán como el sol en el reino de su
Padre” (Mat. 13:43).

El Oficio de Navidad
Después de la Pascua, la Navidad es la Fiesta más alegre del año, y con justicia, se la llama en
el hemisferio norte “la Pascua del invierno.” La celebración de la Navidad comenzó muy tempra-
no, posiblemente en el primer siglo. Hasta fines del siglo cuarto , la Navidad era festejada junto
al Bautismo en el Jordán el 6 de enero (19 de enero según el nuevo calendario) bajo la denomina-
ción de Teofanía que quiere decir: Manifestación de Dios. A partir del siglo cuarto, la Navidad
paso a celebrarse el 25 de diciembre (día de la fiesta pagana “del Sol Invencible”). Actualmente
esto coincide con al 7 de enero (cal. Gregoriano). La Iglesia prepara a los creyentes, para recibir
dignamente la Navidad, con un ayuno de 40 días que comienza el 28 de noviembre (cal. Juliano),
día del Apóstol San Felipe (por eso se llama el ayuno de San Felipe).
La Víspera de Navidad los cristianos ortodoxos observa un ayuno muy estricto. Según la
tradición, ese día solo puede ingerirse el trigo hervido con miel.
En la Víspera de Navidad, por la mañana se leen “Las Horas Reales” Rey.” Este oficio divi-
no difiere de las “horas” comunes pues en el se leen las“parimias” (correspondientes a la fiesta
(parima es un fragmento de la Biblia principalmente del Viejo Testamento). Además se leen el
Apostol y el Evangelio.
Luego se oficia la Liturgia de San Basilio el Grande seguida del oficio vespertino. En este
último se cantan los versículos “Señor a Ti he clamado” en los que, por un lado, se expresa el
significado intimo de la Encarnación del Hijo de Dios, gracias a la cual desaparecerá el conflicto
entre Dios y los hombres; la espada de fuego con la que el Ángel, mantuvo cerrada la entrada de
Paraíso, es retirada para que nosotros nuevamente podamos ingresar Paraíso.. Por otro lado, se
representa el cuadro de la Navidad: la Glorificación de los Ángeles, la inquietud de Herodes, y
unificación de los hombres, bajo el poder de Augusto, emperador de Roma.
Las 6 “parimias” contienen los siguientes pensamientos: en la primera (Gen. cap. 1:1-13) se
habla de la creación del hombre por Dios; la segunda (Num. cap. 24:2-9;17-18), se refiere al sig-
nificado profético de la estrella de Jacob y el nacimiento del Mesías, ante Quien se someterán to-
dos los hombres; la tercera (Miq. cap. 4:6-7 y cap. 5:2-4), recuerda que Cristo ha de nacer en Be-
lén; la cuarta (Isaías cap. 11:1-10) habla sobre el retoño que brotará de la raíz de José (Isai) (el
Mesías) y que sobre Él estará el Espíritu de Dios, en la quinta (profeta Baruc 3:36-38;4:1-4) se
habla sobre la llegada de Dios a la tierra y Su vida entre los hombres; la sexta (Dan. cap. 2:31-
35; 44-45) menciona el restablecimiento del Reino de los Cielos por Dios. Al finalizar la Liturgia
los celebrantes glorifican a Cristo, ante el icono de la festividad, en el centro del templo, cantan-
do el Tropário y el Kondakio de la Navidad.
En la Víspera de Navidad se celebra un oficio solemne, que comienza con los Grandes Post-
vespertinos, donde se canta: “Dios esta con nosotros” Los versículos contienen la profecía sobre
el nacimiento del Mesías (ver Js.7:14; 8:8-15 y 9:6-7). En los versículos de la “Litia” se expresan
las ideas sobre el júbilo en el cielo y en la tierra, de los Ángeles y de las personas, que se alegran
por la venida de Dios a la tierra y, en consecuencia al cambio espiritual y moral en los hombres.
En los versículos finales del oficio Vespertino expresan que se produjo un glorioso milagro: “El

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verbo nace impasiblemente de la Virgen y sin separarse del Padre. Después del cántico “Ahora,
Señor despide a tu siervo” se canta el Tropário de la Festividad: Tu nacimiento, Cristo Dios nues-
tro, iluminó al mundo con la luz del entendimiento: pues los hombres que servían a las estrellas,
a través de la estrella, aprendieron a adorarte a Ti, Sol de la verdad y a reconocer en Ti el Oriente
que nace desde lo alto, Señor, Gloria a Ti!
Al iniciarse el oficio de maitines y previo a la lectura del Hexa-salmo, el coro de la Iglesia,
uniéndose al coro de los Ángeles canta: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hom-
bres de buena voluntad!”
En el “Canon” — parte del oficio que sigue luego de la lectura del Evangelio —, se expresa
que El que nació de la Virgen, no es un hombre común, sino Dios que se encarnó en la tierra,
para salvar a los hombres- Según fue profetizado en el Viejo Testamento. Jesucristo es llamado el
Bienhechor pues nos reconcilió con Dios Padre y nos liberó del poder del diablo y salvándonos
del pecado, la maldición y la muerte (Ver más adelante el Canon de maitines). Después de la sex-
ta oda del Canon y la pequeña letanía, se canta el siguiente“Kontakios.”
“Hoy la Virgen da a luz a Aquel, que es más alto de todo cuanto existe y la tierra ofrece su
gruta al Inaccesible. Ángeles y los pastores glorifican, los magos viajan siguiendo a la estrella,
porque para nosotros nació el Niño — Dios eterno.”
En la mañana del día de la Navidad al comenzar la Liturgia, en lugar de los habituales sal-
mos: “Bendice” y “Alaba”; se cantan unas “Antífonas” especiales. En el “proquimen” antes de la
Lectura del Apóstol, se expresa que toda la creación adora a Jesucristo “Que toda la tierra te ado-
re y cante a Tú altísimo nombre.” La lectura del Apóstol enseña que mediante la Encarnación de
Jesucristo, nosotros nos convertimos en hijos del Padre Celestial: “al llegar la plenitud de los
tiempos, Dios envió a Su Hijo, Unigénito nacido de mujer, sujeto a la ley, para redimir a los que
estaban sometidos a la ley y hacernos hijos adoptivos suyos. La prueba de que ustedes son hijos
es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama a Dios llamándolo:
Abba Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y sí eres hijo, también eres heredero de
Dios a través de Jesucristo” (Gal. 4:4-7).
El Evangelio relata la adoración de los magos al Señor que ha nacido (Mat. 2:1-12). En lu-
gar de “Verdaderamente es digno bendecirte” (cántico habitual a la Virgen María) se canta “Por
temor a ofenderte, oh Virgen! sería mejor guardar silencio, que es menos peligroso, porque por
nuestro amor a Ti, no es fácil componer alabanzas. Pero, Tú misma, Madre danos la facultad por
nuestro esfuerzo.

Canon de la Navidad
Durante el oficio vespertino de Navidad se cantan dos “cánones,” que pertenecen a famosos
compositores del siglo 8: San Cosme de Maium y San Juan Damasceno. Ambos están llenos de
pensamientos superiores y profundos, imágenes vivas y de magnífico estilo, absolutamente acor-
des la magnitud de la festividad. En el “canon” de San Cosme, predomina la idea que Cristo, al
encarnarse, sigue siendo, tal como era — Dios. Sobrecogido por el acontecimiento, el composi-
tor, con éxtasis y veneración, glorifica a Dios- hombre, que bajó a la tierra, usando los términos
acuñados por los antiguos profetas. El inspirado poeta alienta a otros a la alegría y al digno reci-
bimiento del Rey de la Gloria, Recién nacido, comenzando con las palabras de San Gregorio el
Teólogo: “Cristo nace, glorificadle”(sermón de San Gregorio, sobre la Navidad) Al final del “Ca-
non,” repite las palabras de San Juan Crisóstomo: “Un misterio extraño y glorioso contemplo .”
San Juan Damasceno, en su “Canon” habla de las acciones salvadoras a favor del género huma-

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no, a partir de la llegada del Hijo de Dios, encarnado y que claramente están mencionados en los
libros del Nuevo Testamento.
Ofreceremos aquí sólo el “Canon” de San Cosme Maium. Los “Cánones” siempre constan
de 9 odas, pero la segunda oda, sólo aparece en los “cánones” de la Gran Cuaresma.

Oda 1
Irmos: ¡Cristo nace — glorificadle ¡Cristo viene del cielo — recibidle! Cristo esta en la tie-
rra — elevaos! Que cante al Señor toda la tierra y con alegría canten los hombres. ¡pues El se ha
glorificado!
El Hombre creado a imagen de Dios se corrompió por su iniquidad, se descompuso comple-
tamente, y se privó de la sublime vida Divina. ¡Pero es restaurado por el sabio Creador pues El se
ha glorificado!
El Creador, viendo la perdición del hombre creado por Sus manos, inclinando los Cielos
Cielo, desciende y acepta todo su ser, se encarna verdaderamente de la Virgen Divina y pura.
¡Pues El se ha glorificado!
Siendo, Sabiduría, Verbos, Fuerza: Hijo y resplandor del Padre, Cristo-Dios, en secreto de
todas las fuerzas del cielo y la tierra, se hizo hombre, renovándonos, Pues El se ha glorificado!

Oda 3
Irmos: A Cristo Dios Hijo engendrado, incorruptiblemente del Padre, antes de los siglos y
en los últimos tiempos Encarnado de la Virgen, clamamos:¡Santo eres Tu, oh Señor! Que enalte-
ciste nuestra dignidad.
El Adán perecedero, comulgante del sublime habito de la vida, y que se volvió corrupto
cuando fue seducido por la mujer, al ver nacer a Cristo de una Mujer exclama: Por mí causa te
hiciste semejante a mí. Santo eres Tu, oh Señor!
Cristo, te hiciste semejante a nuestra condición humilde y uniste nuestra carne con el Ser
Divino, te hiciste hombre y sin dejar de ser Dios enalteciste nuestra dignidad. Santo eres Tu, oh
Señor!
Alégrate Belén, ciudad real, entre las ciudades de Judea: pues Cristo que se ha entronizado
sobre todos ha surgido claramente de ti para enaltecer a nuestra dignidad, y ser el pastor de Israel
desde los hombros de los Querubines.

Oda 4
Irmos: Oh Cristo Retoño y flor de la raíz de José! Tú germinaste de la Virgen, Glorioso. En-
carnado de la que no conoció esposo. Tú llegaste, Dios Inmaterial como del monte rodeado de
espesura. Gloria a Tu Fuerza, oh Señor (Isaías 11:1, Hab. 3:3).
Oh Cristo! a Quien, en la antigüedad Jacob llamara “la esperanza de los pueblos.” Tú res-
plandeciste en la tribu de Juda y viniste para derrocar el poder de Damasco y la rapiña de Sama-
ria. Sustituyendo al error por la fe agradable a Dios. Gloria a Tú Fuerza, oh Señor! (Gen.49:10;
Is. 8:4).
Tú, Señor, brillando como la estrella de Jacob llenaste de alegría a los sabios observadores
de las estrellas y discípulos del profeta Balaam, llevados a Ti como principio de los paganos y los
recibiste claramente. Gloria a Tú Fuerza, oh Señor! (Num. 24:17).
Oh Cristo! Tú descendiste al seno de la Virgen como la lluvia sobre el vellocino y como go-
tas de rocío que caen sobre la tierra. Etiopía y Tarsis, las islas arábigas y Saba, que dominan la
tierra de los medos, se prosternaron ante Ti, Salvador. Gloria a Tú Fuerza oh Señor (Juec. 6:37).

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Oda 5
Irmos: Siendo Dios de la Paz y Padre de la misericordia. Tú nos enviaste al Ángel del Gran
Consejo, que da la paz, Por eso despertándonos de noche y siendo llevados a la Luz del conoci-
miento de Dios, Te glorificamos a Ti que amas a la humanidad (Isaías 9:6).
Oh Cristo! Tú, cumpliendo la orden del Cesar de inscribirte en el número de sus ciudadanos,
nos liberaste, esclavos del enemigo y del pecado. Despojado de todo por nosotros, por medio de
esta unión y comunión Tú deificaste al hombre mortal.
He aquí que la Virgen, como se predijo en la antigüedad, concibió en su seno, dio a luz a
Dios, que se hizo hombre, y permaneció Virgen. A través de Ella nos reconciliamos con Dios,
nosotros pecadores y le cantamos como a la verdadera Madre de Dios.

Oda 6
Irmos: Jonás, como el niño del seno, fue devuelto por el animal marino tal como fue recibi-
do El Verbo, que habito en la Virgen se encarno y paso, conservándola intacta porque El mismo
es incorruptible y protege de la corrupción a la Madre.
Encarnado ha venido Cristo nuestro Dios, a Quien el Padre dio a luz antes de la estrella ma-
tinal (estrella matinal — o aurora, es una metáfora poética de la eternidad del Mesías — ver sal-
mo 109) El que gobierna a las fuerzas purísimas, es colocado en el pesebre de los animales, en-
vuelto en pañales. Pero Él deshace la maraña de los lazos del pecado.
De la naturaleza de Adán, nace el Hijo, pequeño niño que es dado a los fieles. El es el Padre
y Príncipe del siglo venidero y Su nombre es el Ángel del Gran Consejo (La Trinidad). Dios
fuerte, que tiene a todo lo creado en Su poder (Isaías 9:6).

Oda 7
Irmos: Los jóvenes, educados en la piedad, despreciaron la orden impia sin temor a la ame-
naza del fuego. Parados en medio de las llamas cantaban: “Bendito seas, Dios de nuestros pa-
dres” (Dan. cap. 3).
Los pastores, tocando sus flautas, fueron dignos de una maravillosa visión de Luz, pues la
Gloria del Señor los iluminó y el Ángel les dijo: Canten pues ha nacido Cristo, Bendito seas,
Dios de nuestros padres.
De repente, después de las palabras del Ángel los ejércitos celestiales exclamaron: ¡Gloria a
Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad! Cristo resplandeció, Bendito seas,
Dios de nuestros padres.
“¿Qué significa esta palabra?” decían los pastores — “vayamos a ver que ocurrió, veamos ,
al Divino Cristo — Llegando a Belén, lo adoraron a El y a la que le dio a luz. Exclamado: Dios
de los padres, Bendito seas.”

Oda 8
Irmos: Un rocío refrescaba a los tres jóvenes arrojados al fuego del horno babilónico (Dan
3:50). Este horno mostró la imagen del milagro sobrenatural: pues no quemó a los jóvenes, del
mismo modo que el fuego Divino no quemo el seno de la Virgen, al cual descendió. Por eso can-
tando exclamemos: que toda la creación bendiga al Señor y lo enaltezca, por los siglos.
La hija de Babilonia toman prisioneros de Sión a los jóvenes hijos de David, pero al mismo
tiempo envía con obsequios a los magos, sus hijas, para posternarse ante la Hija de David, que ha

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recibido a Dios en su seno. Por eso cantando exclamemos: que toda la creación bendiga al Señor
y lo enaltezca por los siglos.
Las lamentaciones obligaron a los hijos de Sión a apartar de sí los instrumentos musicales,
pues ellos no podían alegrarse en un país extraño. Pero, Cristo que resplandeció en Belén, disper-
so toda la seducción y la armonía musical de Babilonia. Por eso cantando exclamemos: que toda
la creación, bendiga al Señor y lo enaltezca por los siglos (Sal.136).
Babilonia se apoderó de la riqueza del reino de Sión, prisionero. Cristo, en cambio, con la
estrella-que guía atrajo a Sión a reyes-astrónomos con sus riquezas. Por eso cantando exclame-
mos: que Toda la creación, bendiga al Señor y lo enaltezca por los siglos (Re. cap. 24).

Oda 9
Irmos: Veo a un insólito y maravilloso misterio: la gruta-como cielo; la Virgen-como altar
de los Querubines; el pesebre-como la morada, donde yace Cristo-Dios, al Cual cantamos y glo-
rificamos.
Los magos, viendo el movimiento de una nueva y extraordinaria estrella, que iluminaba los
cielos, se convencieron que, Cristo-Rey nació en la tierra de Belén para nuestra salvación.
Cuando los magos decían: “¿Dónde está el recién nacido Niño-Rey, sobre el Cual la estrella
atestigua? Nosotros hemos venido para adorarlo. Entonces Herodes, que luchaba contra Dios, su-
frió una feroz confusión y pensó matar a Cristo.
Averiguó Herodes el tiempo en el que apareció la estrella, que guió a los magos para adorar
a Cristo con sus ofrendas. Guiados por la misma, volvieron a su patria, dejando ridiculizado al
malvado infanticida.

Entonces, podemos decir que los himnos de Navidad, recuerdan a los fieles, que en esta noche
memorable, toda la creación se apresuró a traer al Rey-Salvador sus dones: el cielo, su estrella; la
tierra, su gruta; el desierto, su pesebre; los Ángeles, su canto; Los pastores, su adoración; los ma-
gos sus dones. Por eso, nosotros también debemos acudir a El no con nuestras “manos vacías,”
sino trayendo, lo que es de mayor valor: nuestro corazón, puro y fiel. Pues “¡el Altísimo Dios
vino a la tierra para elevarnos al Cielo!”

En la noche de Navidad ( por V. Ivanov).

Oh, cómo desearía, ardiendo con el fuego de la fe.


Y habiendo purificado de los pecados mi alma acongojada
Ver la tiniebla de aquella humilde gruta.
Donde resplandeció para nosotros el Amor eterno.
Donde la Virgen se reclinaba sobre Cristo,
Mirando al Niño, con ojos llenos de lagrimas,
Como previendo los terribles sufrimientos,
Que Cristo soportó en la cruz, por el mundo pecador!
Oh, cómo desearía mojar con lagrimas el pesebre!
Donde reposo Cristo niño, y con un ruego
Acercarme y pedirle que se apaguen
El mal y la enemistad, sobre la tierra pecadora,
Para que el hombre apasionado, iracundo, cansado.

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Destrozado por la congoja y la lucha cruel.
Olvide los siglos de ideales enfermizos.
Y de nuevo se impregne de una fe santa y fuerte.
Que para el, igual que a los humildes pastores,
En la noche de Navidad, desde lo alto del cielo.
Resplandezca la Estrella maravillosa con su Luz sagrada,
Plena de belleza sobrenatural.
Que a el, cansado y enfermo,
Como a los antiguos pastores de la Biblia, y a los magos,
Ella siempre guíe, en la noche de la Navidad de Cristo.
Nacía allí donde nació el Amor y la Verdad.

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Panfleto Misionero # S31


Copyright © 2000 Holy Trinity Orthodox Mission
466 Foothill Blvd, Box 397, La Canada, Ca 91011
Editor: Obispo Alejandro (Mileant)

(navidad.doc, 05-03-2001).

Sumplemento
Navidad de Nuestro Señor Jesucristo
Oración a Dios Verbo Encarnado
Cristo Dios nuestro, que, del seno del Padre eterno, resplandecías purísimamente entes de
todos los siglos, y que en las últimos tiempos te hiciste hombre y naciste de la Virgen santa: Tú
fuiste pobre para enriquecernos con tu pobreza recién nacido, te envolvieron en pañales, y aun-
que eras Dios, te acostaron en un pesebre. Señor que cuidas de todo, acepta nuestras pobres ala-
banzas y ruegos como aceptaste la alabanza de los pastores y la adoración y las dones de los Ma-
gos. Concédenos que exultemos con el ejército celestial, y que heredemos la celeste alegría que
está preparada para los que celebran dignamente tu nacimiento: porque tú amas a los hombres y
eres glorificado con tu Padre que es sin origen y tu santísimo Espíritu Bueno y Verificador, ahora
y siempre, y por las siglos de los siglos. Amén.

En las Vísperas
Dios Con Nosotros:
cantado en las Completas mayores de la Vigilia de la Navidad

Primer coro: Dios con nosotros, aprended, pueblos, y sujetaos, porque Dios con nosotros.

Segundo coro: Dios con nosotros, aprended, pueblos, y sujetaos, porque Dios con nosotros.

Y luego, cada coro, a su vez, canta un verso, y a cada uno se añade el responso: Porque Dios
con nosotros.

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Oid hasta los términos de la tierra. Responso:
Vosotros, los potentes, sujetaos. Responso:
Ceñíos de nuevo, y seréis quebrantados. Responso:
Tomad consejo, y será deshecho. Responso:
Proferid palabra, y no será firme. Responso:
De vuestro temor no tendremos miedo ni temor. R Mas el Señor Dios nuestro a él santifi-
caremos y será nuestro temor. Responso:
Si esperas en Él, será tu santificación. Responso:
Esperaré en él y seré salvado por Él. Responso:
He aquí, yo y los hijos que me dio Dios. Responso:
El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz. Responso:
Los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos. Responso:
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado. Responso:
Y el principado sobre su hombro. Responso:
Y su paz no tendrá término. Responso:
Y llamaráse su nombre Angel de gran consejo. Responso: Admirable Consejero. Respon-
so:
Dios fuerte, Dueño, Príncipe de paz. Responso:
Padre del siglo venidero. Responso:
Luego Dios con nosotros, aprended, pueblos, y sujetaos, porque Dios con nosotros.
Gloria... Porque Dios con nosotros; y ahora... Porque Dios con nosotros.
Y otra vez: Porque Dios con nosotros.

Tropario Tono 4:Tu nacimiento, oh Cristo Dios nuestro, ha irradiado sobre el mundo la luz de la
sabiduría. Porque los que se postraron ante los astros, aprendieron del astro, de adorarte a Ti, oh
sol de justicia. y de saber, que del resplandor de las alturas viniste, oh Señor gloria a Ti.

Kontaquio Tono 3:Hoy la virgen da a luz al excelso en esencia. la tierra ofrece la gruta al que es
inaccesible. los ángeles con los pastores alaban, y los magos siguen la estrella en el camino. Por-
que por nosotros ha nacido un Párvulo nuevo, que es Dios pre-eterno.

En la Liturgia

Primera Antífona, tono 2:

Verso: Te alabaré, Señor, con todo mi coraz6n; contaré tus maravillas. (Salmo 9:1).
Responso: Por la intercesión de la Madre de Dios, Salvador, sálvanos.
Verso: en la compañía y congregación de los rectos; grandes son las obras del Señor. (Salmo 110
(111):1-2).
Responso: Por la intercesi6n de la Madre de Dios, Salvador, sálvanos.
Verso: Buscadas de todos los que las quieren. (v.2).
Responso: Por la intercesi3n de la Madre de Dios, Salvador, sálvanos.
Verso: Gloria y hermosura es su obra; y su justicia permanece para siempre. (v. 3).

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Responso: Por la intercesión de la Madre de Dios, Salvador, sálvanos.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos.
Amén.
Responso: Por la intercesi6n de la Madre de Dios, Salvador, sálvanos.

Segunda Antífona, tono 2:

Verso: Bienaventurado el hombre que teme al Señor, y en sus mandamientos se deleita en gran
manera. (Salmo 111 (112) : 1).
Responso: Hijo de Dios, nacido de la Virgen, salva a los que te cantamos, Aleluya.
Verso: Su simiente será poderosa en la tierra: la generación de los rectos será bendita. (v. 2).
Responso: Hijo de Dios, nacido de la Virgen, salva a los que te cantamos, Aleluya.
Verso: Hacienda y riquezas hay en su casa; y su justicia permanece para siempre. (v. 3).
Responso: Hijo de Dios, nacido de la Virgen, salva a los que te cantamos, Aleluya.
Verso: Resplandeció en las tinieblas luz a los rectos: es clemente y misericordioso y justo. (v. 4).
Responso: Hijo de Dios, nacido de la virgen, salva a los que te cantamos, Aleluya.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos.
Amén.

Hijo unigénito y Verbo de Dios...

Tercera Antifona, tono 4:

Verso: el Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra en tanto que pongo tus enemigos por estra-
do de tus pies. (Salmo 109(110):1).

Tropario: Tu Navidad, Cristo Dios nuestro, amaneció en el mundo como la luz de la sabiduría, y
los que adoraban los astros, de un astro aprendieron a adorarte, Sol de justicia, y a conocerte,
Oriente de lo alto, Señor, gloria a ti.

Verso: La vara de tu fortaleza enviará el Señor desde Sión. (v. 2).

Tropario: Tu Navidad, Cristo Dios nuestro...

Verso: Tu pueblo de buena voluntad en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad. (v. 3).

Tropario: Tu Navidad, Cristo Dios nuestro...

Isodicón (Introito).
Desde el seno de la aurora, yo te engendré: Juro el Señor y no se arrepentirá: Tu eres sacerdote
para siempre según el orden de Melquisedec. Salmo 109(110): 3-4).

Después del isodícón, el Tropario de la fiesta, Gloria...Y ahora... y el Kontaquio, tono 3:

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Hoy la Virgen da a luz al Transcendente, y al Inaccesible la tierra ofrece una cueva; ángeles y
pastores le glorifican; los magos se guían por una estrella; porque ha nacido por nosotros un In-
fante pequeño, Dios eterno.

En vez del Trisagio, cantamos:

Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos. Aleluya. tres veces

Gloria ... y ahora... de Cristo estáis vestidos.

Aleluya.

Una vez Mas: Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos. Aleluya.

Proquímeno, tono 8:

Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; cantarán a tu nombre. (Salmo 65(66):4).

Verso: Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra: cantad la gloria de su nombre: poned gloria en
su alabanza. (Ibid., 1-2).

Lectura de la Epístola del Santo


Apóstol Pablo a los Galatas (4:4-7).
Hermanos: Venido el cumplimiento del tiempo, Dios envío su Hijo, hecho de mujer, hecho súb-
dito a la ley, para que redimiese a los que estaban debajo de la ley, a fin de que recibiésemos la
adopci6n de hijos. y por cuanto sois hijos, Dios en vid el Espíritu de su Hijo en vuestros corazo-
nes, el cual clama: Abba, Padre. Así que ya no eres más siervo, sino hijo: y si hijo, también here-
dero de Dios por Cristo.

Aleluya, tono 1:

Los cielos cuentan la gloria de Dios, y la expansión denuncia la obra de sus manos. (Salmo 18
(19): 1).

verso: El un día emite palabra al otro día, y la una noche a la otra noche declara sabiduría. (Ibid.,
2).

Lectura del Santo Evangelio según Mateo (2:1-12):


Y como fue nacido Jesús en Bel4n de Judea en días del rey Herodes, he aquí unos magos vinie-
ron del oriente a Jerusalén, diciendo: ¿Dónde está el Rey de los Judíos, que ha nacido? porque su
estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle. y oyendo esto el rey Herodes, se turbó, y
toda Jerusalén con él. y convocados todos los príncipes de los sacerdotes, y los escribas del pue-
blo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo. y * ellos le dijeron: en Belén de Judea; porque
así está escrito por el profeta: y tu, Belén, de tierra de Judá, no eres muy pequeña entre los princi-
pies de Judá; porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel. Entonces Hero-

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des, llamando en secreto a los magos, entendió de ellos diligentemente el tiempo del apareci-
miento de la estrella; y enviándolos a Belén, dijo: Andad allá, y preguntad con diligencia por el
niño; y después que le hallaréis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore. y ellos,
habiendo oído al rey, se fueron: y he aquí la estrella que habían visto en el oriente, iba delante de
ellos, hasta que llegando, se puso sobre donde estaba el niño. y vista la estrella, se regocijaron
con muy grande gozo. y entrando en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose,
le adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron dones? oro e incienso y mirra. y siendo avisa-
dos por revelaci6n en sueños que no volviesen a Herodes, se volvieron a su tierra por otro cami-
no.

En vez de Digno es en verdad bendecirte... cantamos el megalinario y el Hirmos de la Novena


Oda del primer canon:
Magnifica, alma mía, a la que es más honorable y más gloriosa que las potestades celestiales.

Hirmos: Misterio extraño y maravilloso contemplo: la cueva es el cielo; la virgen el trono de los
querubines; el pesebre una cámara, en que está Cristo, que no puede ser contenido. a el le alaba-
mos y le magnificamos.

Quinonicón:
El Señor ha enviado redención a su pueblo (Salmo 110 (111): 9). Aleluya.

Y hasta el 7 de enero hay dispensación general del ayuno.

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