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L as clases transcurrieron por primera vez sin ningún altercado. Ambos

profesores sometían a sus alumnos a situaciones que ponían al límite tanto sus
cualidades físicas como espirituales. El que peor lo llevaba era Ancel. Se cansaba antes
que todos los demás y las pruebas de intelecto tampoco eran su fuerte. La hecatombe
llegaba cuando tenía que enfrentarse contra algún compañero suyo. Todos poseían de
alguna forma alguna habilidad sorprendente, sin embargo, él… Anteriormente había
bromeado con sus amigos sobre este asunto, pero llegado el momento no resultaba tan
divertido. Lo mismo provocaba un terrible tsunami que arrasaba con parte de la isla,
como que acababa bailando y cantando una rumba con su rival. Su primer combate lo
perdió, aunque dejó a su contrincante un llamativo tono azulado en la piel que no se le
fue en varios días.
—Voy a suspender —se lamentaba un día con sus amigos.
—No seas tan pesimista —le intentaba animar Nathan.
—Es muy fácil decirlo pero, ¿de qué sirve que le cambie el color de piel a un
demonio?
—Quien sabe. Quizás le vuelvas de color rosa y al verse le da algo y se desmaya —se
le ocurrió a Yael.
—Lo que tienes que hacer es aprender a controlar tu poder —le dijo Amara.
—Eso es muy fácil decirlo, ¿cómo quieres que sepa el poder de cada pluma?
—Las plumas son nuestro poder sagrado materializado. El único que puede controlar
tu cuerpo eres tú.
El joven ángel meditó aquellas palabras pensando que tenía razón.
—Sabes mucho, Amara. Seguro que apruebas sin ningún problema —le agradeció,
más animado, con una sonrisa.
—¡Qué va! —se ruborizó ésta.
—Lo importante yo creo que no es aprobar o suspender —comentó el elemental de
fuego. Amara se sorprendió. Cuando ella hablaba él solía ignorarla— sino esforzarse al
máximo.
—Yo pienso que todo esto es una patraña, pero bueno —exclamó Yael—. Si Dios nos
creó es por algo, porque se nos ha encomendado una tarea. Esta prueba para determinar
si valemos o no como ángeles es absurda.
—¡No digas eso! —le reprochó Lisiel que había estado atenta a la conversación—. Los
demonios son seres muy poderosos. Si envían a un ángel que no está preparado contra
alguno de ellos sería aniquilado al instante y no podemos permitirnos más bajas. Estoy
segura que a los que son destinados a Vilon, el cielo más bajo, se les encomienda alguna
tarea especial.
—No es tan fácil comprender las ideas de alguien superior a nosotros —concluyó
Ancel. Era lo que siempre les habían dicho y no tenían más remedio que tener fe en su
creador.
—Por cierto, Evanth está tardando. ¿No va a venir, verdad? —preguntó Nathan.
A amara no le pasó desapercibido el interés mostrado por parte del muchacho en su
compañera.
—No creo…—respondió Lisiel. No hacía falta que añadiera más pues sabían que
estaría con Haziel, aunque los chicos no terminaran de comprender qué veía en alguien
tan insoportable como él.

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Gabriel había meditado mucho la situación. Suspiró, sabía que no podía alargarlo más.
La encontró preparando la clase del día siguiente cerca del volcán.
—¡Gabri! Me tenías preocupada —exclamó entusiasmada mientras se lanzaba a sus
brazos.
Él no se lo permitió y la apartó. Ella le miró, preocupada. El ángel había pensado en
utilizar la voz para esto. Sus pensamientos estaban inundados de sentimientos
contradictorios y tenía que resultar convincente.
—Iraia, lo nuestro se ha acabado —intentó que su voz sonase fría e impersonal, pero
segura—. Fue un juego divertido mientras duró, pero ha llegado el momento de afrontar
la realidad. —ella nunca entendería lo duro que le resultó arrastrar esas palabras por la
laringe.
—No entiendo qué quieres decir, Gabri…
—Que este juego se ha vuelto demasiado peligroso. Se acabó, olvídate de mí. Con el
tiempo me lo agradecerás.
El sol ya se ocultaba por el ocaso y las estrellas más intrépidas se atrevían a asomar en
el firmamento. Las pequeñas erupciones del volcán añadían más pintura magenta al
paisaje. La montaña ígnea aún no entraría en erupción, pero para Iraiel fue como si lo
hubiese hecho, arrasando la lava con su invulnerable corazón.
—¿Cómo que te lo agradeceré? —Se había puesto nerviosa y no sabía qué hacer con
sus manos—. ¿El qué te tengo que agradecer exactamente? ¡Me dejas plantada y encima
te tengo que dar las gracias por ello! ¿Acaso te gusta otra? Llevas unos días muy raro.
Algo pasó cuando marché a aquella misión… —entrelazaba fuertemente sus dedos para
evitar estrangularle.
—Lo único que ha pasado es que Raphael me ha presionado demasiado y ya no puedo
más. Le Finale. Emborráchate e insúltame todo lo que quieras, pero no pienso darte ni
una caricia más.
—Así que se trataba de eso, eres un cobarde… No, eso es lo que intentas hacerme
creer. Estoy segura de que te han amenazado con hacerme algo, ¡cómo si no te
conociera! ¡Idiota! Pues, ¿sabes qué? Me resbalan todas sus amenazas. No me importa.
Te amo. Hace tiempo decidimos que nuestra relación valía más que nuestras vidas. ¿Me
has oído? Me res-ba-lan. —gritaba al cielo mientras alzaba gestos ofensivos.
—Iraia, por favor. Pensaba que serías más madura.
No importaba lo que dijera, sabía que no se lo iba a poner fácil, pero ¡maldita sea!
Intentaba dañarla lo menos posible y al oponer resistencia acabaría hiriéndola más de lo
que quería. El cielo sangraba como su amor. Unas hojas crujieron no muy lejos de allí y
Gabriel vio que se trataba de Amarael. Era la oportunidad que necesitaba
desesperadamente. Decidió intentarlo. Se giró descaradamente y fingió que
contemplaba boquiabierto a la muchacha.
—¡Cabrón! —sus manos no se resistieron más y le abofeteó. Así que pensaba dejarla
por su alumna. Salido de mierda—. ¡Pederasta!
Le dio la espalda para que no la viera derramar lágrimas por alguien como él y ya no
tenía fuerzas para añadir nada más. Se marchó corriendo y Gabriel pudo escuchar cómo
reprimía su llanto mientras veía su silueta que tantas veces había abrazado desvanecerse
entre la maleza.
<<Lo hago por tu bien. Porque te quiero demasiado>>

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Tenían un pacto que cumplir y él lo sabía. Tenía que volver a aparecer, no podía
abandonarla. ¿O sí podía? Si un diablo rompía el trato, ¿recibiría algún castigo? Amara
negó bruscamente con la cabeza, tenía que sacarse esas ideas. No, él no la abandonaría.

Llegó al lugar donde se habían visto por última vez y pudo reconocer el lugar exacto
donde le había sostenido entre sus brazos, moribundo. La aplastada hierba aún seguía
salpicada de su sangre. La imagen de él agonizando, con la piel cubierta de llagas y
quemaduras la había estado persiguiendo en sus pesadillas y al revivir el momento aún
temblaba. Tenía que hablar con él. Un escalofrío recorrió su cuerpo provocando que su
piel se endureciese. Estaba cerca.

Abandonó el claro de luna y se adentró bosque adentro. Le encontró de pie, con la


espalda apoyada sobre el tronco de un árbol. Cuando intentó acercarse a él, Caín giró,
quedando oculto tras el tronco. Cada vez que ella se acercaba, él se cambiaba de árbol.
Así empezaron una persecución.
—¡Deja de comportarte como un niño! —le gritó cansada de jugar al escondite.
—Apóyate sobre el tronco —le ordenó él.
Se trataba de un árbol bastante antiguo por lo que sus raíces y tronco eran más anchos
que los del resto.
—Esto es absurdo…— mascullaba. Sin embargo, obedeció y dejó su espalda caer
sobre la rugosa corteza. Así permanecieron un rato, espalda contra espalda pero
separados por el robusto tallo de madera. Una lechuza ululaba inspirada por la luna
animándoles a que arreglaran la situación. El viento removía furioso las hojas de las
copas. La radiante melena de la joven que esta vez iba recogida en una larga trenza, se
unió al carrusel aéreo mientras que el pelo de Caín permanecía estático. Al fin y al cabo
no era más que una ilusión.

—¿Por qué has venido? —le preguntó éste por fin sin tan siquiera cambiar de postura.
—¿Cómo que por qué? Tenemos un pacto que cumplir —ella tampoco se movió.
—¿Aún quieres seguir con él?
—Aunque no quisiese, ya es demasiado tarde, ¿no?—suspiró—Sé por qué lo dices. Tu
aspecto, tu verdadero aspecto… ¿Quién te hizo eso?
—Sabes la respuesta.
—¡Los arcángeles! —se imaginó a Raphael descubriéndoles y torturándole con fuego.
Se estremeció de nuevo.
Una piña cayó al suelo sobresaltando a las pequeñas criaturas nocturnas. El ángel buscó
las manos de él y cuando las encontró, entrelazaron sus dedos. La piel volvía a ser tersa
y perfecta, pero sólo a sus ojos. Su tacto sí que percibía la aspereza y de las quemaduras
y ya no resultaba tan agradable. Amara probó a girarse lentamente para comprobar si él
iba a volver a escabullirse. Permaneció inmóvil así que esta vez fue ella la que se puso
sobre él, acorralándole. Un trocito de corteza se había quedado enganchado en el
entrelazado pelo. Caín lo retiró con delicadeza.
—¿Cómo lo haces? —le susurró la joven mientras acariciaba su mejilla con los labios
—. Me refiero a engañar a todo el mundo de esta forma. Hasta ahora no había percibido
la aspereza de tu piel.
—Sugestión. El poder de la mente. La imagen que creo sobre mí engaña a vuestros
cerebros haciéndoles crear falsas sensaciones. Zadquiel ha sido la única con lo que esa
sugestión no ha funcionado porque nunca logré seducirla —Recordó cómo ella le había
dejado bien claro que Nosferatus le había gustado más. También recordó lo que hace
unas horas había ocurrido con Agneta. Si a él ella le repugnaba, se hacía una idea sobre
él mismo. Ése era uno de los motivos por lo que no quería llegar a nada con Ireth.
Quería ahorrarla ese horripilante momento. Y sin embargo allí estaba esa chica,
sabiendo cómo era realmente y aún así besaba su piel. La verdad es que le sorprendía y
no dejaba de fascinarle— ¿Intentas provocarme?
—Caín, el otro día, cuando pensé que te perdía, me asusté mucho.
—¿Tanto te importo?
Ella tardó en responder.
—Eres lo mejor que me ha pasado.
Sus ojos lanzaban destellos turquesa reflejando los rayos lunares.
—Lo mejor que te ha pasado se llama Nathan —la corrigió mientras la apartaba.
Buscó un lugar más espacioso donde poder sentarse y se escabulló. Ella le siguió
pensando todavía en lo que le había dicho.
—Bueno, ¿qué tal te fue explorando tu mente?
Amarael recordó su otra yo insultándola y los bloques de cristal hundiéndose en la carne
de sus piernas. Intentó ocultar el fracaso, pero Caín había sido más rápido y ya la había
leído la mente.
—Estás hecha un lío. Cuando tu propia mente te derrota es porque algo no anda bien y
te preocupa —le dijo frotando sus nudillos contra la cabecita de ella.
—La próxima vez tendré más cuidado —proclamó, decidida.
—Imagínate entonces cómo tiene que ser explorar mi mente.
—¡Sería más fácil! Tu mente sí la comprendo. Te torturas a ti mismo repitiendo las
palabras de los que te odian.
—Todavía te falta mucho para comprenderme del todo.
—Lo que sigo sin entender es qué buscas de mí.
—A veces ni yo mismo lo sé —confesó—. Lo que sí tengo claro es que odias a
Metatrón, ¿cierto?
—Odiar es demasiado…Es solo que sabiendo la verdad luego ves la situación actual…
Ya no sé qué pensar.
—Tú me ayudarás a derrotarle.
—No soy tan poderosa.
—Claro que sí, te falta un poco más de entrenamiento y terminar por espabilar del
todo. Eres una flor muy hermosa y has comenzado a abrirte. Cuando florezcas por
completo tú misma te sorprenderás de lo que eres capaz de hacer.
Sentía un impulso irrefrenable de hundir sus dedos en su oscura cabellera, pero
consiguió frenase a tiempo. Le costaba creer que algo con ese brillo no fuese real.
—¿El pelo también? —con la de veces que había deseado removerlo…
—De todas formas por eso no suelo dejar que me toquen. Sobretodo el pelo, es
demasiado arriesgado… ¿Recuerdas cuando intentaste derrotarme hundiendo cabellos
míos en un veneno? El frasco estuvo vacío desde siempre.
La estaba costando asimilar que tan engañada había estado, aunque ahora comprendía
por qué su plan había fracasado. Aún así, seguía siendo tan sensual como siempre.
—Caín…
—Chsss —la silenció. Bajó delicadamente sus párpados—. Concéntrate. Intenta
adivinar qué estoy imaginando ahora mismo.
Amara se centró, aún teniendo los ojos cerrados, e intentó localizar el puente que le
estaba tendiendo. Aún no lo había encontrado cuando comenzó a percibir las primeras
imágenes. Desolación. Todo tenía un tono rojizo y desalentador. Ruinas. Pánico. Todo
lo consumía el fuego.
—¿El Apocalipsis? ¿Es eso en lo que piensas ahora?
Caín asintió con un gesto. Amara seguía con los ojos cerrados por lo que no pudo
verlo, pero lo percibió.
—Pensé que estabas a favor de él.
—He estado pensando, sí, me haces pensar. El caso es que yo quiero que surja un
mundo nuevo, sin Metatrón, pues éste lo único que quiere con el Apocalipsis es acabar
con los humanos y las razas que ha creado. Los odia y considera como la prueba de su
fracaso y por eso quiere acabar con todo, para eliminar esa espina. Los humanos tienen
libre albedrío, allí cree que radica su error cuando es lo mejor que ha hecho.
—Así que quieres ayudar a los humanos.
—Yo nací medio humano pensando que lo era completamente. Muchos de mis
súbditos son humanos. Gracias a mis esfuerzos y al que ellos han puesto hemos podio
salir adelante trabajando la tierra. No quiero que ese esfuerzo haya sido en vano. Es
cierto que me aprovecho de ellos cuando quiero, pero sin los humanos este mundo no
sería igual, tanto para lo bueno como lo malo. Sería demasiado aburrido.
—Eres un tonto, Caín.

A medida que el tiempo transcurría, las clases de taumaturgia se iban volviendo más
complicadas, pero Amara seguía poniendo todo su empeño e interés, mucho más del
que le ponía a las clases normales pues no entendía por qué pero la profesora parecía
haberla tomado con ella. Caín solía pedirla que hiciese cosas que iban en contra de su
moralidad y siempre que ella intentaba oponerse, él sabía convencerla recitando las
palabras necesarias para que todo se viese desde otra perspectiva. A veces temía que
estuviese siendo manipulada, pero no podía quejarse. Estaba aprendiendo una senda
oscura por lo que unos animales sacrificados no era nada comparado con lo que
seguramente habría tenido que hacer si su maestro fuese otro.

El entrenamiento con los chicos tampoco marchaba mal. Parecía ser que los esfuerzos
de Gabriel estaban comenzando a dar pequeños frutos. A veces sus clases se salían de lo
normal, pero eso hacía que les gustasen más. Su profesor…, bueno, ya se habían dado
cuenta de que era raro. Por muy mal aspecto que mostrase a veces, siempre intentaba
seguir siendo igual de amable, como si nada malo ocurriese, pero muchas veces les
dejaba corriendo y desaparecía. También se comportaba de forma extraña con Iraiael.
Cuando ella intentaba acercársele, él se las apañaba para huir de allí. Luego se ensañaba
con Ancel que seguía en actitud de “paso de todo porque voy a suspender”.
Llegó el fin de mes y los jóvenes ángeles habían preparado una salida para divertirse.
Querían conocer alguna discoteca de algún lugar más desarrollado, pero Alemania
estaba con una guerra civil y las famosas fiestas venecianas resultaban demasiado caras.
Al final decidieron ir simplemente de bares para tomar algo y divertirse con la música.
Entraron en una taberna que resultó ser una tasca y las provocativas mujeres les trajeron
recuerdos a Ancel y Yael. Evanth y Lisiel se divertían bailando con los humanos. Al
principio Nathan se mostraba reticente en probar tan siquiera una cerveza. El humo le
irritaba y el caldeado ambiente le sofocaba. Lo consideraba una pérdida de tiempo, ellos
no tenían problemas que ahogar con el alcohol.
—Lo que te pasa es que no ha venido Amara —le dijo Yael con suspicacia.
—¿Amara? Conociéndola estará el algún lugar oscuro haciendo quién sabe qué…
—¿Qué te ha pasado con ella? —le preguntó Ancel—. Antes siempre estabais juntos,
pero desde que ha empezado el entrenamiento incluso la evitas.
—Estáis exagerando —trató de restarle importancia al asunto—. Tenemos opiniones
diferentes así que para no discutir lo mejor es ignorarnos.
—Algo ha pasado, como si no te conociéramos—concluyó Yael— ¡Le pediste que
fuera tu pareja en el baile y te ha rechazado!
—¿De qué baile hablas?
—Estás en la parra, tío. El de después del examen, ¡la fiesta! Es una tradición.
—Pues ya veis que no es eso —sin pensárselo dos veces le quitó la jarra de cerveza a
su amigo y le pegó un largo trago. Casi no sintió la blanca espuma caer por su garganta,
pero le supo terriblemente amarga así que intentó disimular la mueca de asco que la
cerveza le había arrancado.
—Ay omá, ¡qué rica!—exclamó Ancel.
—¿De dónde has sacado eso?
Su amigo se encogió de hombros, ruborizado.
—Lo he oído en la barra.

Para poder oírse tenían que hablar a gritos y eso les resultaba molesto. Habían acordado
utilizar las cuerdas vocales para no llamar la atención entre los humanos. Resultaría algo
extraño ver un grupo de jóvenes que no parpadean ni hablan.
Aquel lugar resultaba maravilloso. Todo el mundo parecía feliz y al brindar con sus
rebosantes jarras los problemas parecían evaporarse. Los hombres y mujeres disfrutaban
con la compañía de los unos a los otros, no como en el Cielo. Cantaban, bailaban,
follaban y reían.
—¡Mirad ese pervertido como mira a Lisiel!—exclamó un cabreado Yael— Se va a
enterar.
Se levantó súbitamente mientras hacía crujir sus nudillos.
—Yael, detente —le pidió Nathan— Sabes que con tan sólo tocarle puedes mandarlo
muy lejos.
—Deja que por lo menos sea feliz mirando—le detuvo a tiempo Ancel.
Ambos se miraron de reojo y advirtieron cómo dos mujeres cuchicheaban sobre lo
mucho que les gustaba las rastas de Ancel. Se rieron y chocaron con fuerza sus jaras.
—Ay omá, ¡qué ricas! —exclamaron al unísono.
Nathan echaba de menos a Amarael. Quería verla tan feliz como el resto. La chica no
había podido ir con ellos aunque le hubiese gustado, pero aquel día tenía clase con Caín,
así que tampoco lo lamentaba demasiado. Ya podía crear pequeñas ilusiones como unas
mariposas azules que las hacía revolotear alrededor de Caín. Aun así con eso no
engañaría a nadie así que tenía que seguir esforzándose.
Algo le sacó de sus cavilaciones y se encontró con Evanth, la elemental del hielo, que le
tiraba del brazo para sacarlo a bailar.

En una mesa próxima a la de ellos un hombre oculto en una gabardina negra reía
maliciosamente mientras daba la vuelta a sus cartas.

()
En una oscura celda tan sólo iluminada por unos cirios rojos, Ireth yacía encarcelada en
lo alto de un castillo de mármol negro. Había permanecido allí según el diablo “por su
bien”. Caín la iba a visitar todos los días, pero ella lo único que hacía era insultarle.
Sabía que se estaba comportando como una niña y que aquello no era propio de ella,
pero si había algo que la enfurecía era que la encerrasen en una celda y la retuviesen con
cadenas. En cuanto saliese de allí lo primero que haría sería desplumar a ese maldito
cuervo y después la haría tragar por el pico toda la humillación que estaba sintiendo.

Estando encerrada tuvo varios sueños. Como no tenía nada mejor que hacer se dormía
con la vaga esperanza de que todo fuese simplemente una pesadilla y que despertaría
con una resaca del demonio abrazada al desnudo cuerpo de Caín. Cuando regresaba del
reino de Morfeo sentía las extremidades entumecidas, pero no por lo bien que lo había
pasado precisamente. Aún así no se despertaba de mal humor porque había podido ver a
aquel ángel de nuevo. No estaba segura de que lo fuera, el hombre de la mezquita, pero
en sus sueños siempre la acogía con seis hermosas alas blancas. De alguna forma ese
hombre había calado hondo en su subconsciente. Lo extraño del asunto es que ella
siempre le susurraba lo mismo: “ayuda a Caín”. Le había llamado monstruo y ahora el
daño causado regresaba a ella como un boomerang. Se estaba arrepintiendo de haber
dicho algo así, aunque todavía le dolía la bofetada en su mejilla, por lo que era incapaz
de disculparse. Ya era demasiado tarde para eso, el daño estaba hecho. Aún así por
dentro se sentía culpable.
<<Dile que no es un monstruo>> —le suplicaba al hombre de mirada gentil y largos
cabellos — <<Dile que le amo aunque a veces también le odie>>, era demasiado
orgullosa como para decírselo ella y ya estaba cansada de hacer el ridículo.

En uno de estos sueños se despertó, sobresaltada, al sentir unos cuidadosos dedos


secándola las lágrimas con las yemas.
—¿Caín? —le llamó con un débil susurro.
Pero no era él, sino una mujer de celestes cabellos.
—¿Qué haces aquí?
—Esconderme —fue lo único que respondió el arcángel.
Desde entonces todas las noches ella entraba allí y se sentaba junto a Ireth, sobre la fría
piedra negruzca.
—¿Te escondes de Nosferatus?
—No necesito huir de él. Simplemente no me apetece verlo.

En las largas horas que pasaron respirando cera consumida Zadquiel le habló del Cielo,
o de cómo lo recordaba ella, y de cómo había sido la vida de Selene.
—Selene, como la diosa de la luna.
—Sí, así es. Tu hermano y tú sois ángeles de la noche.
—Mi hermano…
—Sí, aquel joven que se veía tan tímido… Decías que temías que otras mujeres
abusasen de él así que decidiste adelantarte…
—¡Por Satanás! —ocultó su ruborizado rostro entre su lacio cabello. Era una, una…
Zadquiel rió. Hacía tiempo que no lo hacía de esa forma así que se sintió bien y decidió
que lo haría más a menudo.
—Tu hermano era muy mono, ahora tiene que ser toda una tentación. Se hizo famoso y
temido entre los demonios. Las diablesas bromeaban con lo que sería enfrentarse a él, el
ángel Blanco.

Zadquiel comenzó a visitarla con más frecuencia. Además, convenció a Caín de que en
el tiempo que ellas pasasen juntas, Ireth estuviese libre de cadenas.
—¿Cómo acabaste así? —le preguntó un día el arcángel.
—Me mataron y Caín me resucitó. ¿Cómo acabaste tú casándote con Nosferatus?
—Era la única forma de seguir junto a mi hermana. No puedo dejarla sola… —un
silencio estalló en sus labios—. ¿Amas a Caín?
—No puedo evitarlo, aunque intente autoconvencerme de que es un imbécil. —Otro
silencio—. Y… ¿aún amas a Mikael? —se atrevió a preguntarle.
El semblante de ella cambió, pero no se había enfurecido como cabría esperar, más bien
se puso melancólica. Sus ojos brillaban con una acuosidad especial. Inconscientemente
se llevó la mano izquierda sobre la derecha, que estaba enfundada en un guante negro.
—Claro que le sigo queriendo. Pero él forma parte del pasado, un pasado que debo
borrar.
—Él volverá y te salvará, estoy segura— la intentó animar.
Ella negó con la cabeza y sus finos cabellos se movieron recordándole al vaivén de las
olas.
—No quiero que me rescate, ya no se puede hacer nada. Lo nuestro no volverá.
La semidemonio no volvió a preguntarle por el ángel Azul.

Un día Zadquiel no le desató las cadenas como solía hacer. En lugar de eso, se arrodilló
frente a ella y depositó un húmedo beso en sus resecos labios. Su boca sabía a violetas
de azúcar y la fragancia de rosas negras con la que perfumaba su cabello se le quedó
clavada en la pituitaria de su nariz.
—Lo siento… Tienes parte de ángel por lo que me recuerdas a él. Necesitaba
hacerlo… —su voz resultaba ser como el canto de una alondra acorralada y
desesperada.
Zadquiel advirtió los pequeños orificios que perforaban el cuello de la semiángel.
También los besó. Sus finos labios la quemaban mientras grababan algo en su piel.
Cuando terminó, Ireth se llevó como pudo la mano al cuello y palpó una especie de
sello que quemaba la materia oscura de su mano.
—Ya no te dará más problemas, pero por favor, que mi marido no lo vea— y la
alondra estalló en lágrimas—. ¡Soy la peor madre que existe! ¿Cómo puedo permitir
algo así? —sollozaba.
Ireth no sabía cómo reaccionar.
<<Ha perdido el juicio>>, pensó. Ni siquiera sabía que tuviese un hijo. Zadquiel
seguía llorando. Cinco lágrimas caían sobre su desalentado rostro.
—Ese loco de Astaroth lo tiene todo planeado y sabiéndolo lo único que puedo hacer
es mirar. Y Caín… ¡Caín aprovechándose de ella!
De alguna forma aquello le hizo recordar a la angelucha esa, ¿Amara se llamaba?
Lo único que se escuchaba cuando sus llantos hacían una pausa eran los latidos de su
congelado corazón que había comenzado a derretirse. Y eso picaba y escocía en su
pecho. —¡Todo es culpa de este maldito sello! —exclamó clavándose sus largos dedos
en su mano derecha.
Una daga plateada se materializó en su otra mano y ante el asombro de la prisionera la
clavó entre los pétalos de la rosa negra que adornaba su mano enguantada. La sangre
brotó, formando pequeñas flores carmesí. Los gritos de dolor del arcángel la estaban
destrozando los tímpanos, no por la intensidad de ellos, sino porque escuchar algo así de
una criatura como ésa resultaba más terrible, más desesperanzador que el canto del
Katekate1, el ave mensajera de la muerte. Una y otra vez levantaba el arma blanca y
cada vez con más furia se lo clavaba, hasta dar en el hueso. La daga resbaló entre sus
ensangrentados dedos y cayó sobre la piedra, produciendo un pequeño estrépito.
Zadquiel contemplaba el estropicio que había hecho impasible, como si la mano que
observaba fuese la de un ajeno.
—Si te entrego a los demonios quizás… —murmuró clavando su mirada en el
asombrado rostro de la semidemonio—. …Si te entrego podría hacer algún trato.
—Zadquiel, cálmate. Nada de lo que ocurre es tu culpa…Si me entregas estarás
ayudando a aquellos que te arruinaron la vida.
—¿Crees que a estas alturas eso me importa? Me da igual a quien ayudar, sólo quedan
dos seres que me importan y no permitiré que les dañen.
Los ojos del arcángel comenzaron a brillar de un violeta intenso. La sangre que seguía
tiñendo su mano de escarlata comenzó a brotar por los ojos de una asustada Ireth. El
sello del cuello la estaba abrasando. Intentó detenerla, pero el imbécil de Caín había
hecho algo que anulaba sus poderes. Un intenso dolor la hizo sacudirse. Infinitas
puñaladas le estaban siendo atestadas desde manos invisibles. No las podía ver, pero
percibía el frío metal rasgando su piel. El canto de la alondra taladraba sus oídos. Dicen
que el canto de las sirenas es muy hermoso, pero mortal para sus pobres víctimas.

Consiguió volver a levantar la cabeza y el arcángel la aguardaba con una enorme


jabalina apuntando hacia ella. La jabalina se deshizo en fragmentos de destellos púrpura
y Zadquiel cayó al suelo con su larga melena ocultando su rostro. Caín apareció junto a
Ireth y le susurró unas palabras que la hicieron caer en un profundo letargo.

Cuando despertó todo estaba en penumbras salvo una pequeña vela que permanecía
prendida y no quedaba rastro del arcángel. Escuchó la puerta abrirse. Se trataba de Caín
otra vez. Se acercó a ella al igual que antes había hecho Zadquiel y la rodeó con sus
brazos.
—Lo siento, Ireth. Pensé que su compañía te agradaría —hablaba en susurros.
El sentirle tan cerca volvió a despertarla sensaciones que había tratado de sepultar.
—Todavía no lo entiendes, idiota.
—El otro día hubiese huido del mundo contigo. Lo habría dejado todo y olvidado mi
venganza por estar junto a ti. Sé que soy un monstruo, ¿pero acaso los monstruos no
pueden amar?
—Idiota, tú no eres un monstruo. Lo dije porque estaba herida y no sabía cómo
defenderme…
La llama de la única vela se tambaleó y amenazó con extinguirse. Las cadenas le
pesaban pero no cortaban la circulación de su sangre. Ni siquiera estaban hechas de
materia oscura. Aquella oscura celda en ese momento se transformó en la más hermosa
capilla. Los labios de Caín dibujaban arabescos en su cuello. Su aliento era frío, pero a
ella le abrasaba. Sintió sus ásperos dedos recorrer su espalda y entretenerse con los
cierres de su corpiño. Con un suave clic, la despojó de él. El diablo se alejó unos pocos
1
En la mitología de los indígenas de la altiplanicie Perú Boliviano
centímetros para poder admirarla. Yacía semidesnuda colocada sobre una cruz invisible,
con los brazos extendidos para él. No poseía la belleza virginal que quitaba el habla de
Amara, pero para Caín era la más hermosa del mundo. Tenía los ojos del mismo añil
que su hermano. Según el estado de ánimo se volvían más oscuros o brillaban más. En
ese momento la emoción contenida les dotaba de una chispa de electricidad. Su liso
cabello caía sobre sus afilados rasgos, marcándolos más. La llama de la vela proyectaba
sombras místicas sobre su piel mestiza despertándole fantasías de ensueño. Sus
turgentes pechos, uno blanco como la nata y el otro negro como el chocolate, flotaban
sobre una nube de excitación al suave compás de su respiración. Aquella peculiaridad la
dotaba de un exotismo especial. No quería apartar la vista de aquella visión por miedo a
que si lo hacía, ella se desvaneciese en un halo de tinieblas. Tocar su cuerpo
representaba un tabú para él, demasiado sagrado aquel templo para profanarlo. Pero ella
le conocía bien. Le mostró una radiante sonrisa de perlas blancas. Si hay algo en ella
que de verdad le gustaba era su sonrisa. Sin ella era una más, pero cuando sonreía el
mundo era un lugar mejor. En unos segundos de impulsividad se deshizo de aquellas
barreras que él mismo había levantado y se sumergió de lleno en ella.

Los movimientos que Caín ejercían sobre ella parecían muy cuidados, como si estuviese
siguiendo meticulosamente los pasos de un ritual muy complicado que había ensayado
numerosas veces, pero que no se había atrevido a ponerlo en práctica hasta ese
momento. Ireth quería gemir, pero temía estropear el ritual. Hasta sus pestañas
temblaban. Se había demorado demasiado, pero por fin el momento había llegado.
Había sido la primera que había descubierto cómo era el interior de Caín y lo quería
entero para ella. Aunque fuese un idiota, era su idiota.
Él se detuvo bruscamente. La puerta se había abierto y un triángulo de luz le había
traído nuevamente al Infierno.
—No es que quiera interrumpir—se aclaró la garganta—pero tampoco me siento bien
siendo un mirón.
Samael les contemplaba desde el arco de la puerta con sus mechones dorados y
plateados y su intimidante mirada. Una capa blanca cubría su cuerpo desde los hombros
hasta el suelo.
—¿Qué haces aquí? ¿Quieres que te consiga unas cadenas y te haga un sitio en esta
celda? —replicó su hijo fríamente.
—Como siempre tan cortés —Caín arropó a la chica con su propio cuerpo, aún sin
salir de ella. No quería ni que Samael la mirase siquiera—. Sólo venía a avisarte de que
Astaroth planea algo contra Amarael.
Al escuchar el nombre del ángel, Caín notó como Ireth protestó silenciosamente.
—¿Te crees que no lo sabía? Yo también tengo mis informadores.
Sabía que él estaba disfrutando de este momento. Cualquier cosa con tal de molestarle.
—¿Vas a dejar que la pase algo? —insistió.
—Eso no es asunto tuyo. Además, ahora estoy ocupado.
Volvió a buscarlos labios de Ireth y no le importó que el otro estuviese delante para
besárselos.
—Creo que no has entendido. No quiero que sigas con esto. Me parece muy bien que
la tengas retenida, pero con lo idiota que eres ella te acabará dominando.
—Ya sé lo que tengo que hacer y lo que no. Lárgate.
—Todo el mundo la busca, ¿por qué no la matas? Así acabarías con los planes de
todos.
—Y serviría a los tuyos. Es la hija de Belial, muerta no serviría de nada.
—Viva sólo es veneno para ti y una fuente de akasha. Ahora eres el Señor de los
Infiernos. Olvídate de esta pobre criatura. Tengo planes mejores para ti.
—Deja de entrometerte en mi vida, Samael —le dijo con voz cansada.
—Primero estropeas la vida de tu madre y la mía y luego quieres olvidarte de nosotros.
Qué poca vergüenza. Si no hubiese sido por nosotros a saber que hubiera sido de ti.
Ya se estaba pasando demasiado. Aquellas palabras sí que le habían hecho enfurecer.
Sin darse cuenta estaba apretando más fuerte de lo que quería a Ireth. Ella no protestó.
—No sé qué quieres de mí. Si torturándome os sentís mejor, seguid haciéndolo, pero
Ireth no tiene nada que ver en esto. ¿Qué más te da lo que yo haga con ella?
—Por eso mismo. Tú lo estropeaste todo y tú lo vas a arreglar. Enamorándote de un
semiángel no solucionas nada. Todo es culpa tuya ya que si la hubieses conquistado
antes, si me hubieses pedido ayuda en vez de resucitarla por tu cuenta… Pero ya es
demasiado tarde. Y también sé cual es la única forma de hacerte reaccionar. Amarael es
peligrosa. Cuando Metatrón descubra que es un elohim la matará, y Lucifer, donde
quiera que esté, también. La hija de Belial es útil, a Amara la temen por lo que
intentarán eliminarla al no ser que encuentren la forma de utilizarla. Mata a Ireth para
que no la puedan utilizar y utiliza tú antes a Amarael contra ellos.
Las cadenas que sujetaban a la semidemonio comenzaron a fundirse, produciéndola
marcas incandescentes.
—¡Samael, detente! —estaba tan enfadado como aterrado. Desató su furia provocando
el desmoronamiento de la pared.
Un pequeño corte en la mejilla acabó con la perfección del rostro del ángel traidor. Se
llevó la mano lentamente hacia el corte para comprobar que, efectivamente, estaba
sangrando.
—Has conseguido herirme —su voz sonó completamente impersonal, como si un
robot estuviese haciendo ventriloquia a través de él. Sin embargo, tras estas palabras
aparentemente vacías se ocultaba una terrible amenaza. Caín la descubrió y se dio
cuenta de que seguía temiéndole como desde el primer día. No era su vida la que le
preocupaba, sino la de Ireth. —Quizás Brella tenía razón, a fin de cuentas. Te he dado
demasiado poder, pero aún así no conseguirás derrotarme. Nunca lo conseguirás.
El duro y sólido suelo comenzó a fundirse también y el peso de las botas de Caín le hizo
hundirse en él. Se había separado un momento de ella para hacerle frente a Samael, pero
ahora se arrepentía de haberlo hecho. Reaccionó rápidamente teletransportándose y
reapareciendo de nuevo ante Ireth, pero no fue lo suficientemente veloz. El aire que
rodeaba a la chica se había transformado en una barrera de cristal inquebrantable. Caín
lo golpeó con fuerza, sin conseguir absolutamente nada. Ése era el poder de la alquimia
taumatúrgica: podía modificar la estructura atómica de la materia. Samael se había
situado dentro de la barrera, enfrente de la semidemonio, amenazante.
—Déjame que te cuente un cuento, pequeña —silbó con falsa simpatía.
Ireth le escupió en la cara. Aquel hombre era el causante del sufrimiento de Caín.
Pensaba cobrárselo caro. Él la abofeteó con su mano de akasha en su mitad demoníaca.
El sabor del aliento de Caín fue sustituido por el de su propia sangre. Le volvió a
escupir. La mancha de saliva teñida levemente de carmín le cayó sobre el ojo. Samael la
agarró por la barbilla y la obligó a que le escuchara. Mientras tanto, Caín seguía
golpeando el aire inútilmente.

—Érase una vez un rey de un reino muy pobre. Estaba completamente arruinado y
tenía deudas por todos lados. Sin embargo, tenía un gran corazón. Por ello una
hechicera se apiadó de él y le concedió un don: todo lo que tocase se volvería de oro. —
Los ojos de la chica se abrieron de par en par imaginándose su destino. Samael continuó
con su relato—. Pronto se volvió el hombre más rico del mundo. Su codicia se despertó
con un apetito voraz, hambre de riquezas. Sus sirvientes, el agua, los animales del
reino… todos ellos se volvieron estatuas de oro.
—¡Aléjate de ella! —gritaba el diablo desesperadamente. Ireth nunca le había visto así,
pero Samael seguía forzándola a que le mirase a él.
—Aquel bondadoso rey había cambiado bruscamente corrompido por la avaricia. Su
amada se dio cuenta de ello y trató de detenerle, pero él no la escuchaba. Una noche en
la que regresaba de haberse gastado parte de su fortuna, encontró durmiendo a su amada
sobre un lecho de flores de lis. Bajo el efecto de los rayos lunares era tan hermosa…
—¡Samael, haz lo que quieras conmigo pero aléjate de ella!
—…Tan hermosa que no se pudo resistir a acariciarla.
La voz de Samael se iba haciendo más fría, más gélida, como si pudiese modificar
también la estructura de las palabras. Ireth se resistía con todas su fuerzas intentando
asestarle una patada, moviendo enérgicamente las alas, pero el aire resultaba
terriblemente denso y se sentía terriblemente pesada. Si Caín no hubiese anulado su
poder… Ese maldito ángel no podía ser tan poderoso, ni siquiera era un arcángel, uno
de los que habían torturado a Caín con fuego…
—Cuando el rey reaccionó ya era demasiado tarde, su amada era ahora otra estatua
dorada más, de ese material que ahora amaba por encima de cualquier cosa.
En sus ojos violáceos un destello dorado se encendió y un último grito desesperado de
Caín fue lo último que escuchó antes del silencio total. La piel por donde la estaba
agarrando adquirió un tono amarillo y ante el fracaso de Caín, su piel, sus ojos, sus
labios y su sonrisa se metalizaron. Ireth ya no era ni un ángel, ni un demonio, sino una
estatua del noble metal. El cristal que Caín golpeaba frenéticamente volvió a ser aire y
él cayó miserablemente a los pies de la mujer que instantes antes se estaba entregando a
él. Las lágrimas mojaban sus mejillas y párpados, pero la frialdad del suelo las absorbía.
Levantó la cabeza, esperando encontrarse con esa sonrisa que le solía iluminar, pero
sólo se topó con los pies de una estatua. Sus pechos ya no se movían con el vaivén de su
respiración y su piel ya no se erizaba con sus caricias. Era un monstruo, un monstruo
inútil que no había sido capaz ni de protegerla.

—Contempla su expresión facial, la movilidad de sus alas... ¡Es maravilloso! ¿Te gusta
el arte, hijo mío? ¿Por qué crees que las estatuas de Avarot son tan realistas? ¿Qué crees
que Metatrón hace con los ángeles que no le sirven? —Su hijo ya no le escuchaba,
seguía aferrado a ese trozo de metal—. La he hecho un favor. Los ángeles no quieren
una estatua y Lucifer no podrá matarla. Ahora, si no quieres que la transforme en humo
más te vale que seas obediente. —Ahora fue él el que la devolvió el escupitajo cayendo
la saliva sobre su duro pezón—. No le cuentes a nadie este desagradable gesto, no es
muy elegante.
Caín seguía sin reaccionar.
—¡Vaya un Satanás más idiota! —se arrodilló junto a él y apoyó los labios sobre su
lóbulo—. ¿No me has oído? ¿No querrás que la transforme en humo? —repitió, esta vez
más despacio e intentando sonar más amenazador. El vello de la nuca se le erizó, como
a un felino. Samael movió la cabeza negativamente.
>>Eres guapo, has heredado la belleza de tu madre. No sé por qué te empeñas en
mostrar una imagen diferente de ti —seguía contándole al oído mientras le acariciaba—.
Te acariciaría el pelo también, si tuvieras —aunque no daba muestra alguna, sabía que
le estaba escuchando—. Tú también puedes ser un arma muy peligrosa si se sabe
manejarte bien. Tráeme la cabeza de su hermano y ella volverá a reír y a susurrarte
falsas esperanzas de nuevo.
—La cabeza de su hermano… —se preguntó si Samael sabía que lo que le estaba
pidiendo era nada más y nada menos que la cabeza de Lucifer. No, él no esperaba tanto
de “un hijo tan idiota”, era algo demasiado ambicioso incluso para alguien tan
conspirador como Samael.
—Tengo entendido que es un Mikael en potencia. No quiero más Mikaeles y a ti te
encanta matarlos, ¿verdad?
Le quedaba una última bala en la recámara y la disparó dando de lleno en su ya
malherida víctima.

Tenía frío, mucho frío, y todo estaba completamente oscuro. Intentó ver a su alrededor,
pero un velo áureo cubría sus ojos. Intentó escuchar, mas el sonido rebotaba en la
dureza de sus tímpanos. Intentó gritar, aterrada, y sus cuerdas vocales no vibraron.
Estaba sumida en la más absoluta oscuridad. ¿Era así como se había sentido Caín?
Consiguió recordar lo que le había pasado y comprendió que ahora era una pobre
alma encerrada con vida en aquella figura metálica. Volvió a gritar y el eco del
silencio la respondió.

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