Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Amigas,amigos:
En el corazón del invierno, el sol –¡oh señor hermano sol!– asciende en el cielo hacia la
primavera. Vive el sol y nos hace vivir. Las estaciones siguen su curso, y pronto
revivirá la naturaleza dormida. La vida continúa en la tierra a pesar de todo, y nos
felicitamos. Los cristianos nos felicitamos doblemente, porque en el solsticio de
invierno celebramos el nacimiento de Jesús, y así lo celebramos porque Jesús es para
nosotros como el sol naciente –señor y hermano–, que alumbra, acompaña, consuela la
vida. La Palabra originaria –la Sabiduría creadora, la Energía, el Espíritu, el Amor,
Dios– “se hizo carne y puso su tienda de campaña entre nosotros”, para hacer con
nosotros vida itinerante. “La Palabra se hizo carne” en Jesús de Nazaret, y su carne nos
alumbra cada día, y por eso nos felicitamos.
Es más, nos postramos ante cualquier niño y ante cualquier ser humano, y veneramos la
gloria y la dignidad de la carne humana, tan humilde. Nos postramos ante el joven
drogadicto que se busca y no se halla, ante el anciano abandonado que no es dueño de
sí, ante el inmigrante despreciado que no tiene trabajo ni familia ni pueblo, y los
honramos como a Jesús, pues también ellos son divinos como Jesús. Y más aún:
también la piedra y la planta y el animal son divinos, y veneramos a todos los seres,
pues todos somos de la misma tierra y de la misma entraña, y Dios hace suya nuestra
humilde carne común hecha de tierra. Tampoco Dios está solo, ni arriba, ni separado.
Dios está en el corazón del mundo, en lo hondo de nuestro ser. Los cristianos lo
reconocemos en Jesús como en ningún otro, y por eso en el s. IV pusieron el nacimiento
de Jesús –que nadie sabe cuándo fue– el 25 de diciembre, la fiesta del solsticio de
invierno, día en que muchos en aquella época celebraban también el nacimiento del dios
Mitra. Y es verdad que los cristianos quisieron así suplantar toda fiesta “pagana”, pero
Jesús no quiere suplantar ninguna fiesta humana anime a vivir.
Y los cristianos no tenemos por qué pensar que la encarnación de Dios sea un
acontecimiento singular que haya tenido lugar una única vez en un único lugar en toda
la historia del universo. Todo es creación de la Palabra de Dios, y la Palabra de Dios es
vida de todo cuanto vive. En todas partes y siempre, desde siempre y para siempre, Dios
está en el corazón de todos los seres; es destello de belleza y chispa oculta de amor, es
bondad dichosa en el fondo más íntimo de todo cuanto es. Y eso es lo que, en última
instancia, han querido decir todas las religiones del mundo, cada una a su manera: el
hinduismo enseña que Brahman es la esencia de todos los seres, el budismo afirma la
naturaleza búdica de todo ser, el judaísmo confiesa que la presencia de Dios cubre y
llena toda la creación, el islam cree que la palabra de Allah el misericordioso se ha
hecho libro en el Corán. Los cristianos ponemos en Jesús los ojos y el corazón: en él –
en el Jesús misericordioso, en el Jesús sanador, en el Jesús crucificado, y también en el
Jesús recién nacido– miramos la plena humanidad de Dios y la plena divinidad del ser
humano. No le quitamos nada a Jesús, pues en su humanidad compasiva reconocemos la
suprema gloria del Dios invisible. Y quisiéramos vivir esa humanidad compasiva, hasta
que toda nuestra vida, como la de Jesús, llegue a ser divina, hasta que la misericordia y
la belleza de Dios lo colmen todo. Todo viene de Dios, y todo está llamado a ser divino
en Dios, como Jesús. Todo es divino en el fondo, y todo está llamado a ser plenamente
divino, es decir, enteramente bueno y feliz.
Pero ¿cómo te felicitaré si estás triste, o te han matado al marido, o tienes un hijo en la
cárcel, o has perdido el empleo, o miras de cerca el infierno de Gaza? ¿Cómo vamos a
felicitar al inmigrante que carece de papeles, o aquel que llega en patera desde una tierra
en que iba a morir hasta una tierra en que no podrá vivir? No, no es fácil, pero miremos
a Belén, o a Nazaret: Dios está en el fondo del mundo, en lo más bajo, en lo más herido;
la humanidad y la naturaleza heridas están en el corazón de Dios. También Dios es de
nuestra carne. Nuestra carne, con todos sus gozos y dolores, es carne de Dios. Cuando
una criatura tiembla de gozo, Dios tiembla de gozo; cuando una criatura se estremece de
dolor, Dios se estremece de dolor.
José Arregi
Para orar