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Desde mediados de los 1990s, SEPADE ha definido su visión en los siguientes términos: “Mediante su acción,
aspira a contribuir a la construcción de una sociedad chilena más acogedora, solidaria e inclusiva. Una sociedad
que no limite el desarrollo de las personas y comunidades, ni las discrimine arbitrariamente por motivos
sociales, culturales, étnicos, religiosos, políticos, sexuales, de género, edad, salud, discapacidad física o
mental”. En coherencia con lo anterior, en su Plan Estratégico para el periodo 2007 – 2011, elaborado durante
2006, incluyó como una de sus tareas contribuir a la “aprobación de una iniciativa legal contra la discriminación
en términos adecuados”.
No me parece que estemos frente a una reacción espontánea de pastores y miembros de base
de las iglesias evangélicas, sino ante el resultado de una campaña muy organizada por
determinados grupos de líderes, quienes han presentado como verdades absolutas los siguientes
argumentos: que se trata de un proyecto de ley promovido exclusivamente por las
organizaciones de homosexuales; que representa una grave amenaza en contra de la libertad
para la predicación y enseñanza evangélica; y que se trata de una iniciativa legal inútil, ineficaz
e inconstitucional. En realidad son argumentos fácilmente rebatibles, pero han sido suficientes
para provocar temor en un sector importante del mundo evangélico.
Si no son solamente las minorías sexuales ¿qué otros sectores de la sociedad chilena han
promovido una ley contra la discriminación?
¿Por qué estás tan seguro de que esta ley, si se aprueba, no limitará la libertad para la
predicación y enseñanza evangélica?
En primer lugar, porque esta ley tiene el propósito de sancionar acciones u omisiones
arbitrariamente discriminatorias, y no determinadas ideas o doctrinas. Las personas podrán
recurrir a esta ley cuando puedan probar que han sido concretamente perjudicadas por un acto
de discriminación arbitraria, ya sea porque perdieron su trabajo, o les fue negado un servicio al
que tienen derecho, o fueron agredidas física o psicológicamente, etc. Estar simplemente en
desacuerdo con una opinión, doctrina o enseñanza, no es motivo suficiente para recurrir a esta
ley, menos aún si se trata de la opinión de una asociación voluntaria a la que no se pertenece.
El principal argumento que se ha dado para suprimir la categoría de “orientación sexual”, es que
implicaría legitimar conductas reñidas con la moral y los principios cristianos. Pero, en realidad,
la mención de la “orientación sexual” no obliga a nadie a aprobar moralmente la conducta sexual
de una persona, sino a respetar sus derechos ciudadanos. De lo contrario, uno podría decir que
tampoco debería incluirse la categoría de “religión”, puesto que implicaría validar doctrinas que
desde el punto de vista cristiano son heréticas. Si, en el caso de la libertad religiosa,
entendemos perfectamente que respetar los derechos de seguidores de otras religiones no nos
obliga a aceptar sus doctrinas, ¿por qué nos cuesta tanto entender que respetar los derechos de
las personas homosexuales no nos obliga a legitimar moralmente sus conductas?
Los motivos de discriminación incluidos en el proyecto de ley responden a los estudios concretos
sobre la discriminación en Chile. Si se aprobara la ley omitiendo algunos de esos motivos, el
mensaje que se estaría dando es que en Chile se puede seguir discriminando impunemente, si
es por motivos de género u orientación sexual.
Da la impresión, entonces, que el mayor problema para los evangélicos que se oponen al
proyecto es la homosexualidad.
Aunque los líderes que he escuchado insisten en decir que están actuando motivados por la
defensa de los principios cristianos, y no por homofobia, es evidente que el tema que les
incomoda es la homosexualidad. En el debate sobre el proyecto de ley, mi actitud hasta ahora
ha sido evitar entrar en ese tema, simplemente porque no se trata de un proyecto sobre la
homosexualidad. Pero como ese tema vuelve una y otra vez, me parece que sería bastante
saludable que el mundo evangélico se atreviera a asumirlo no como un problema que está allá
afuera, en el “mundo”, sino como un desafío pastoral que las iglesias no pueden seguir
evadiendo.
Desde este punto de vista, vale la pena reflexionar sobre una frase contenida en declaración en
la que el Senador Adolfo Zaldivar manifiesta su apoyo a la campaña evangélica en contra del
proyecto de ley: "La tolerancia es nuestra regla y en este caso específico no podemos negar una
realidad de la naturaleza. El homosexualismo existe y es un hecho no de ahora, de siempre, hay
hombres y mujeres con tal condición sexual que han hecho grandes aportes a la cultura, el arte
y la ciencia".
No estoy seguro si los líderes evangélicos que han difundido con tanta satisfacción esta
declaración, han notado que el Senador considera la homosexualidad como un hecho de la
naturaleza y no como una desviación moral. Por otra parte, invita a reconocer los aportes
culturales de personajes de la historia con tal condición sexual. Respecto a esto último, como
evangélico me resulta inevitable preguntarme acaso, en medio de las celebraciones del primer
centenario del pentecostalismo chileno, ¿seguiremos escondiendo que la primera gran división se
debió a una acusación de homosexualidad, nada menos que contra el principal líder del
avivamiento pentecostal?
Cuando en mi juventud escuché comentarios sobre esto en boca de líderes antiguos de la Iglesia
Metodista Pentecostal, pensé que se trataba de comentarios mal intencionados de una parte en
el conflicto. Pero cuando tuve la oportunidad de leer uno de los libros mejor documentados sobre
historia de las iglesias evangélicas en Chile, la tesis doctoral del misionero holandés Juan
Kessler, descubrí que no se trataba de un rumor.
El pastor Hoover fue acusado en 1932, y él mismo se declaró culpable frente a la comisión de
presbíteros que se constituyó para tratar la acusación. La comisión estimó que existían
circunstancias atenuantes, y resolvió abordar el tema pastoralmente, en lugar de hacerlo
disciplinariamente. La ruptura de este acuerdo por parte del pastor Umaña, que llevó el caso
ante la Conferencia Anual de 1933, desencadenó la división entre quienes apoyaron al pastor
Umaña y quienes mantuvieron su lealtad con el pastor Hoover. Entre los testimonios que recogió
Kessler, una versión sostenía que Hoover reconoció haber “contraído el hábito homosexual como
estudiante en los Estados Unidos” , mientras que otra versión señalaba que fue una conducta
adquirida en la soledad de la viudez.
¿Tenemos que seguir ocultando este hecho para poder seguir reconociendo el papel protagónico
del pastor Hoover en el avivamiento pentecostal chileno? ¿O, si reconocemos el hecho, debemos
borrar a Hoover de la historia del pentecostalismo? ¿O será preferible dejar humildemente el
juicio en las manos de Dios, y a la vez pedir de su gracia para discernir con espíritu
misericordioso las complejidades de nuestra existencia humana?
¿Crees que este debate quebrará el espíritu de unidad que venía manifestando el pueblo
evangélico Chile?
Creo que esta discusión nos ayudará a reconocer que la unidad no se puede lograr sin el respeto
y la valoración de nuestra propia diversidad. El pueblo evangélico tiene mucho que contribuir a
la sociedad chilena actuando en conjunto, pero también puede contribuir a la calidad de la
deliberación pública permitiendo que se expresen con transparencia las miradas distintas
respecto a temas sobre los cuáles no tenemos una opinión única. Lo importante es que las
iglesias evangélicas estamos aprendiendo que no podemos evadir la responsabilidad de
pronunciarnos sobre los temas de interés público.