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Gombrowiczidas
Juan Carlos Gómez
2008
WWW.ELORTIBA.ORG
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ZYGMUNT GROCHOLSKI
A su juicio la pintura es el ejemplo más señalado de ese vicio que compara al del
cigarrillo para caracterizar la polémica que mantuvo con Jean Dubuffet.
Este mecanismo de la convivencia humana hizo que el comprador de un Ticiano fuera
un hombre muy respetable, pues mostraba su riqueza. El objeto bonito estimuló, pues,
el instinto de posesión de reyes, de príncipes, de obispos hasta llegar a la burguesía, y
poco a poco se fue creando una escala de valores.
Un mecanismo complicado y gregario con origen histórico, estimula una sobre
atención sobre el cuadro, y una vez arrancado el éxtasis que tiene origen en esta sobre
atención se concluye que si el éxtasis existe es porque la obra es digna de él.
Gombrowicz tenía debilidad por un pintor polaco que sorprendía a todo el mundo con
sus extravagancias.
Zygmunt Grocholski, llamado Zygro, tenía la costumbre de hacerse el loco con un estilo
que a Gombrowicz le encantaba. Mis recuerdos volvieron a Zygro en el año 1999,
cuando el Pterodáctilo y el Buey Corneta presentaron “Cartas a un amigo argentino”
en el Centro Cultural de España, una jornada inolvidable en la que tomé contacto con
el Bucanero.
Antes de los discursos una hermosa mujer puso en mis manos la copia de un retrato
que Grocholski le había hecho a Gombrowicz en la casa de la Madame du Plastique,
una obra en la que reina una tranquilidad y un equilibrio que es difícil deducir del
aspecto de Zygro y de su comportamiento, no así del mismo Gombrowicz que
acostumbraba a posar de una manera inexpresiva e impasible tanto para los retratos
como para las fotografías. Pero vayamos al grano.
A fines del año 1954 Gombrowicz estaba poseído por un estado hipomaniacal que le
había desbocado la imaginación. Cuenta en los diarios unas aventuras sorprendentes
en una exposición de cuadros de Zygmunt Grocholski, connotado pintor polaco,
invitado frecuentemente a las bienales, al que a veces sorprendían los que llegaban a
su casa pintando desnudo.
Era amigo de Gombrowicz y lo había defendido con entusiasmo en un debate "Pro y
contra Gombrowicz", organizado por el Club Polaco en el año hipomaniacal de 1954,
recitando unos versos extraños.
Las paredes de la Vernissage estaban colmadas de composiciones abstractas saturadas
de colores inmovilizados, mientras una multitud de bípedos caóticos desfilaba
salvajemente ante ellas.
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Aunque Gombrowicz no era indiferente a la vida difícil de los pobres, mientras vivió en
Polonia, tuvo una vida fácil sin necesidades materiales. La familia, las institutrices y el
servicio doméstico lo mantuvieron alejado de la parte dura de la existencia. Las cosas
cambiaron brutalmente cuando llegó a la Argentina, el mundo doble y acolchado de
ese noble burgués se derrumbó y Gombrowicz tuvo que enfrentar el hambre, la
humillación y toda la variedad de las penurias materiales.
Este cambio fatal de las circunstancias acentuaron el rechazo que siempre había tenido
por los artificios, el idealismo y las ilusiones al punto que se obligó a definir de una
manera drástica su axiología.
“¿El vacío? ¿Lo absurdo de la existencia? ¿La nada? ¡No exageremos! No se necesita de
un Dios o unos ideales para descubrir el valor supremo (...)”
“Basta permanecer tres días sin comer para que un mendrugo adquiera ese valor;
nuestras necesidades son la base de nuestros valores, del sentido y del orden de
nuestra vida”
Gombrowicz es un caso singular en el que se cruzan con igual intensidad la seriedad y
la falta de seriedad. Por su nacimiento estaba preparado para ser absorbido por la
clase de los terratenientes como sus hermanos, por las organizaciones políticas,
militares, eclesiásticas, o por la mundología, pero por razones misteriosas se mantuvo
al margen. Hizo todo lo posible por estar apartado también del trabajo y del
matrimonio, pero ocho años después de haberlo perdido todo se empleó durante casi
ocho años en el Banco Polaco, y algún tiempo después de haber regresado a Europa se
casó con la Vaca Sagrada.
Una idea de cuánto ha participado la familia en su formación artística nos la pude dar
la foto de un Gombrowicz de tres años que forma parte de este gombrowiczidas.
Todas las historias que conciernen a los hombres tienen un principio y un fin, veamos
entonces un poco de cómo empezó la historia de Gombrowicz.
En el tiempo en que Onufry Gombrowicz, el abuelo de Gombrowicz, es obligado a
vender sus propiedades en Lituania y a trasladarse a Polonia se sintió injustamente
desclasado, se mostró hostil a su nuevo medio y se quedó orgullosamente apartado en
su clan cerrado.
Su hijo, Jan Onufry, a la muerte de su padre, abandona sus estudios, compra una
propiedad en Maloszyce y contrae matrimonio con Marcelina Antonina Kotkowska,
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una hermosa mujer que le da cuatro hijos; Janusz 1884, Jerzy 1885, Irena 1899 y
Witold 1904.
el peso de la tradición, por los lugares comunes de las madres y de las tías contra las
que no querían rebelarse demasiado.
Polonia era por aquel entonces un país de estilos agonizantes, uno de los alimentos
principales de los que dispuso Gombrowicz para la concepción de “Ferdydurke”.
Los diez años de diferencia que tenía con su hermano Janusz bastaban para mostrar
con qué rapidez se producían los cambios. Janusz aún pertenecía a la juventud dorada,
en vías de desaparición, era del campo, elegante, caminaba balanceando el bastón y se
daba vuelta cuando se le cruzaba una mujer, con cara de tenorio. En el teatro se le veía
siempre en las primeras filas conservando el porte de la nobleza terrateniente. Aunque
no tuviera nada en el bolsillo, llegaba siempre a uno de los cafés más distinguidos de
Varsovia en un coche elegante que, cuando ya estaba en las últimas, tomaba en la
esquina más cercana sólo para descender en el café con su gala correspondiente.
Janusz se preocupaba más por el honor de los comerciantes que por el de los nobles,
en su visión del mundo la economía jugaba un papel más importante que las
tradiciones y la carga hereditaria de las antiguas castas.
Excluido de la complicidad que se había establecido entre los hermanos y el padre, se
vio dominado por ellos, especialmente por su hermano Jerzy, el favorito de la familia,
que lo hacía víctima de bromas continuas. Gombrowicz estaba subyugado y trataba de
imitarlos, pero cuánto más crecía su admiración más humillado se sentía.
El gusto que tenía Gombrowicz por decir tonterías le hacia decir a su hermano Jerzy: –
cuando voy de visita con mis hermanos lo único que temo es que Janusz se acueste y
que Witek se ponga a contar tonterías.
Contar tonterías constituía en la época de su juventud una de las ocupaciones que más
lo absorbía pero nunca se censuró esta actividad idiota. El desorden, la confusión y la
torpeza de una existencia que elegía la idiotez para relacionarse con los demás fueron
para él la mejor escuela en la se formó y que le permitió más adelante sobresalir y
entrar en el gran mundo.
Jerzy manifestaba durante el tiempo de su carrera universitaria, un gran gusto por
todo el ritual y todo el protocolo solemne utilizados en los asuntos del honor, sin
embargo, no los tomaba en serio. El benjamín de los Gombrowicz en cambio estaba
completamente desprovisto de honor, en esa materia era un salvaje incapaz de
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distinguir las jerarquías de las partes del cuerpo y comprender por qué una bofetada
era algo más terrible que un golpe en la oreja.
El deporte que más practicaba con su hermano Jerzy era el de arrastrar a la madre a
discusiones absurdas, una de las primeras iniciaciones en el ejercicio de la dialéctica
que tuvo Gombrowicz.
–¡Otro divorcio en la familia!; –¿Qué estás diciendo?, ¿otro divorcio en la familia?, ¡no
es posible!; –Te lo aseguro, me lo contó la tía Rosa, parece que ella se enamoró de su
peluquero; –Cielos, qué escándalo. Al final de esta conversación teatral entre Jerzy y
Witold aparecía la madre temblando de indignación: –¡Si la mujer de Henryk es tan
desvergonzada no volveremos a recibirla!: –Pero, ¿por qué?, la tía Ela se divorció dos
veces y ahora juega al bridge con sus tres maridos, dice que forman un equipo
perfecto y que gracias a sus divorcios sus hijos tenían el doble de parientes.
Todos los hombres, según sea el lugar donde nazcan, empiezan a tener desde jóvenes
algún sentimiento negativo hacia alguna nación, pueblo o religión. La geografía y la
historia pusieron a los polacos en el trance de temer y de odiar a los alemanes y a los
rusos.
Sin embargo, Gombrowicz decide correr un riesgo, aunque más pequeño que el de la
guerra, y se va de la Argentina a Berlín en el año 1963 invitado por el senado alemán y
por la Fundación Ford para gozar de una beca de un año de duración.
El representante más conspicuo de esa tierra a la que Gombrowicz odiaba y temía era
para nosotros nuestro Alemán al que yo conocí como el comparsa del café Rex que lo
ayudaba a confeccionar las lecciones de filosofía que Witold daba de vez en cuando.
El Alemán era un representante típico del valor y de la estupidez de los alemanes que
tan bien describe Gombrowicz. De una cierta humildad que apenas podía ocultar la
soberbia propia de la raza, y de una gran timidez. Gombrowicz, durante algún tiempo,
tuvo planes especiales para él, lo quería presentar en el círculo de la nobleza como un
príncipe, un Hohenzollern recién llegado de Alemania, y desarrollar para él una nueva
situación social que podía terminar en matrimonio. Al pobre Alemán le daban
verdaderos ataques de vergüenza cuando Gombrowicz lo presionaba, y el miedo y su
carencia absoluta de mundología malograron este proyecto.
El cambio brusco de la Argentina por Alemania que sufre Gombrowicz es amortiguado
en parte por la poetisa austríaca Ingeborg Bachmann, también con una beca de la
Fundación Ford, de la que se hace muy amigo.
reprochar nada, ya que Gombrowicz era muy extraño, orgulloso, y con unas poses que
a veces resultaban terroríficas”
Los alemanes necesitan una renovación a gran escala, a la medida del idealismo y de la
música alemanes, pero están metidos hasta el cuello en el trabajo y la producción,
necesitan reconstruir a Alemania. El cientificismo les invade incluso las disciplinas que
hasta ahora habían sido una reserva de la libertad humana.
El Berlín Oeste donde vivía Gombrowicz era un caos que se ordenaba al azar, pero en
Berlín Este imperaba la idea, inflexible, silenciosa y rigurosa. Resulta extraño que el
espíritu reine con más facilidad en las tinieblas que en algo más humano. Gombrowicz
habla con un berlinés sobre este asunto.
–Vea usted, si uno mira por la ventana, tiene aspecto de siniestro. Pero, sabe usted, en
Berlín del Este la gente es mucho más simpática... Son amables, amistosos...
Desinteresados. No hay ni comparación con el berlinés occidental, tan materialista...; –
¿O sea que usted es partidario de aquel sistema?; –No, todo lo contrario. La gente es
mejor porque vive en la miseria y en la represión... Siempre es así. Cuanto peor es el
sistema, tanto mejor es el hombre...
Gombrowicz estaba conversando con una colega en un café de Berlín sobre los
berlineses: –Después de París nada tranquiliza tanto como ver a un berlinés tomando
café en la terraza de una cafetería un día de verano. Él y su café, es algo así como el
absoluto.
“En efecto. Pero... ¿son realmente humanos? Sí lo son, y mucho, pero al mismo tiempo
son humanos de algún modo ilimitado, ya casi no hombres, sino seres para los cuales
la forma hombre no es más que un puro azar, una fase de transición. Yo desconfiaría
de esa americanización de Berlín. La extinción, en la actual generación, de la raza de
los ‘grands seigneurs’, que se arrojaban de cabeza al abismo de la existencia, no me
tranquiliza en absoluto (...)”
Gombrowicz no era de los que andaba diciendo por ahí que Nietzsche y Wagner eran
nazis, pero... Las ideas del superhombre y de la bestia rubia, que le gustaban a Hitler, y
la idea del eterno retorno, que le gustaba a Borges, lo ponían hecho una furia.
Con estos antecedentes a Gombrowicz se le estaba presentando un problema bastante
peliagudo cuando se ponía a analizar una naturaleza de los alemanes que le aparecía
como contradictoria y a la vez concurrente, un asunto al que debía encontrarle alguna
solución literaria en los diarios que estaba escribiendo.
Así como el cigarrillo y los fósforos le habían dado una mano en la lucha permanente
que libraba con la pintura, fueron precisamente las manos las que le ayudaron a
encontrar un sistema que le permitiera pasar del satanismo a la santidad alemanas, y
viceversa, pero esta es harina de otro costal.
Gombrowicz se había convertido en una maestro utilizando las partes del cuerpo en su
obra creativa, tanto que algunos escritores de su época consideraban que había creado
algo así como una psicología del cuerpo complementaria de la Freud. Desde
“Ferdydurke” a “Cosmos”, la nariz, las orejas, la boca, los dedos, las manos, las
pantorrillas, los muslos y el culo se convirtieron en verdaderos personajes de sus
narraciones. Diez años antes de su estancia en Berlín ya había utilizado la mano para
recorrer un laberinto metafísico.
Y es aquí donde empieza a darle vuelta a las manos, ve a esos jóvenes nórdicos
encadenados a sus propias manos, una manos por otra parte perfectamente
civilizadas.
“Y las cabezas acompañaban esas manos como una nube acompaña la tierra (no fue
una sensación nueva, ya en alguna otra ocasión, en la Argentina, Roby Santucho se me
había asociado, identificado con sus propias manos)”
Eran unas manos nuevas e inocentes y, sin embargo, iguales a aquellas otras
sangrientas. Manos amistosas, fraternales y amorosas, como las de aquel bosque de
manos alzadas, tendidas hacia delante en su heil, en las que también había amor.
Pero en estos jóvenes alemanes de hoy no tenían ni una sombra de nacionalismo, era
la juventud más madura que había visto jamás.
Una generación que parecía no engendrada por nadie, sin pasado y suspendida en el
vacío, sólo que seguía encadenada a sus propias manos, unas manos que ya no
mataban, sino que se ocupaban de gráficos, de la contabilidad y de la producción. Eran
ricos.
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“Para llenar una laguna de mi alemán chapurreado cité el Hier ist der Hund begraben
(Aquí está el perro enterrado) de Goethe, y enseguida vino a pegárseme un perro
enterrado, no, no exactamente un perro, sino un muchacho igual que ellos, de su
edad, que podía estar enterrado en algún lugar próximo, a orillas del canal, debajo de
las casas, donde una muerte joven debió ser muy frecuente en el último combate. Ese
esqueleto estaba en algún lugar cercano... Y al mismo tiempo miré la pared y vi allá, en
lo alto, casi tocando el techo, un gancho clavado en la pared, clavado en una pared
lisa, solitario, trágico como aquellas anillas de hierro de las que colgaban o asfixiaban a
los que luchaban contra Hitler”
Ese año nuevo en Berlín le resultó plácido, sin la presencia del tiempo ni de la historia.
Sólo aquel gancho en la pared, el esqueleto fraterno y esas manos se le asociaban con
las paradas militares amorosamente mortales. De esos jóvenes se habían extraído unas
manos puestas en la avanzada de un bosque de manos que mostraban el camino hacia
delante.
“Aquí y ahora, en cambio, las manos estaban tranquilas, desocupadas, eran privadas,
y, sin embargo, los vi de nuevo encadenados a sus manos (...) En realidad no sabía a
qué atenerme: nunca había visto una juventud más humanitaria y universal,
democrática y auténticamente inocente..., más tranquila. Pero... ¡con esas manos!”
“Efectivamente, no los admitía, era profeta y payaso, pero sólo entre seres iguales a
mí, aún no del todo formados, sin pulir, inferiores..., a los otros, los honorables, con
quienes no me podía permitir una broma, una mofa, una provocación, a quienes no
podía imponer mi estilo, prefería no tratarlos; me aburrían y sabía que yo también los
aburría (...) Los poetas de Skamander eran conscientes de su lugar sólo hasta cierto
punto, conocían su lugar en el arte, pero no sabían cuál era el lugar del arte en la vida.
Conocían su lugar en Polonia, pero ignoraban el lugar de Polonia en el mundo, ninguno
de ellos se elevó tan alto como para ver la situación de su propia casa”
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Jan Lechon y Jaroslaw Iwaszkiewicz eran dos miembros distinguidos del grupo de los
Skamandritas, vamos a decir entonces algunas palabras sobre ellos.
A pesar de todo Gombrowicz a veces tenía algunos encuentros con los Skamandritas.
En una de las tardes del café Ziemianska Gombrowicz tuvo una conversación con el
poeta Jan Lechon, un miembro del grupo Skamander: –Ayer lo escuché atacando la
ingenuidad judía; –¿Qué quiere decir?; –Verá, es que los judíos y yo somos carne y
uña, me he especializado tanto en judeología, que podría escribir sobre ellos un
tratado. Quienes no conocen a los judíos piensan que son astutos, perversos refinados,
fríos. Pero, en verdad, solamente cuando uno ha comido con ellos un barril de
arenques se entera de hasta qué punto son ingenuos. Sin embargo, el caso es que es
una ingenuidad ligada a la astucia, así como su romanticismo (ya que son más
románticos que Chopin) está ligado a la lucidez; verá, ellos son ingenuamente ladinos y
románticamente lúcidos; –No es tanto así; –Oiga, ayer al escuchar cómo los pinchaba,
me dije en seguida: vaya, éste les dará una lección, éste sí que ha encontrado su talón
de Aquiles.
Son unas palabras que Lechon pronunció en una conferencia que dio en Nueva York
para la colonia polaca.
Dice Gombrowicz respecto a estas palabras que justamente ése era el azúcar con el
que los polacos se fortalecían desde hacía tiempo.
“Pero me gustaría llegar a ver el momento en que el caballo de la nación agarre con los
dientes la dulce mano de los Lechon”
Gombrowicz nos pronunciaba con picardía la palabra Lechon, pues el nombre del
poeta se nos asociaba con el cerdo mamón o con el de un joven obeso. Y como una
cosa lleva a la otra, las palabras de Lechon me hicieron recordar a una carta que me
había escrito la Vaca.
“Entendí que tienes un gran suceso en la esfera de 'Tworczosc'. Muy bien, pero no
construyas demasiado sobre esto, porque 'Tworczosc' es una sociedad respetable pero
bastante cerrada y apegada a las viejas tradiciones (después de Iwaszkiewicz)
homoeróticas. Tengo miedo de que te tomen, casualmente, en tanto que amigo de
Gombrowicz, como uno de ellos (...) Yo estimo mucho a Kalicki y lo valoro por todas
sus publicaciones sobre Gombrowicz pero el dulce que te dan en esa redacción para mi
gusto es demasiado dulce. Acuérdate de la frase de Gombrowicz en el primer tomo del
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¿Qué son estos papelotes?; –Eso... nada... son míos. Eran los textos mecanografiados
de los cuentos de Gombrowicz a los que Iwaszkiewicz trataba con un aire de
desconsideración. Este encuentro terminó por helarlo completamente y le quitó las
ganas de acercarse a los Skamandritas.
Con Iwaszkiewicz las cosas fueron distintas, poco antes de venir a la Argentina ya le
pedía consejos, por ejemplo para ver cómo podía resolver la historia de terror que
había introducido en esa novela policial que hoy conocemos con el nombre de “Los
hechizados”, no sabía cómo terminarla. Iwaszkiewicz, igual que Breza, también lo
asistió a Gombrowicz en Polonia y a lo lejos, cuando Gombrowicz ya estaba con
nosotros.
GOMBROWICZ VA A RETIRO
Entre los recuerdos de sus miserias argentinas, incluidos los de sus días entre rejas, el
que permanecía en Gombrowicz como un símbolo misterioso era Retiro.
Vamos a dar entonces un paseo por Retiro a ver si podemos dejar caer los velos de
tanto misterio, aunque el misterio es el bocado más sabroso del que se alimenta el
arte.
Retiro es también uno de los puntos de comparación que utiliza el Filósofo Payador
para encontrar un parecido entre Gombrowicz y el Asiriobabilónico Metafísico.
Estos dos hombres no sólo eran diferentes sino que, además, querían ser diferentes,
pero por aquello de que sólo pueden ser diferentes las cosas que son parecidas el
Filósofo Payador sale a buscar las semejanzas que tienen estos dos escritores.
Gombrowicz dice que el Asiriobabilónico es europeizante y se ocupa de literatura y
que él, en cambio, no es europeizante y se ocupa de la vida.
El Payador intenta desmontar una parte de esta reflexión afirmando que Gombrowicz
tenía la costumbre de preguntar si había personas inteligentes cuando llegaba a las
ciudades del interior argentino, de lo que concluye que era más partidario de la
inteligencia que del vitalismo.
Los encuentra parecidos en: el esnobismo aristocratizante, uno, con los antepasados
militares y los orígenes ingleses, otro, con las pretensiones nobiliarias y las manías
genealógicas; en la atracción por lo bajo, uno, con el culto al coraje y a los matones de
comité, otro, con la atracción por Retiro y la inmadurez.
“El secreto de Retiro, un secreto realmente demoníaco, consistía en que allí nada
podía llegar a la plenitud de su expresión, todo tenía que estar por debajo de su nivel,
y de alguna manera en su fase inicial, inacabado, inmerso en la inferioridad..., y, sin
embargo, aquello era precisamente la vida viva y digna de admiración, la encarnación
más alta de las cosas accesibles para nosotros”
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Fue con Mastronardi, también homosexual, con quien mantuvo los diálogos más
escabrosos sobre la sodomía, cada uno disfrazándose como podía en este juego
prohibido. El factor atenuante en este diálogo era el infantilismo. A mi juicio
Gombrowicz se manejaba mejor con la forma infantil que con la inmadura, porque la
infancia, con las pulsiones sexuales en estado de nacimiento, es menos drástica que la
juventud.
Gombrowicz tuvo que abandonar dos proyectos literarios fundamentales: una obra
cuyo tema era el dolor, y otra sobre sus experiencias homosexuales de Retiro. La
enfermedad, en el caso del dolor, y el pudor, en el caso de la homosexualidad, fueron
las causas de esta frustración.
Ese fermento de Retiro nunca encontró su forma, pero Gombrowicz siempre sintió la
necesidad de narrar esa experiencia argentina. Consideraba que un hombre que toma
la palabra públicamente, un literato, debe introducir a los lectores, de vez en cuando,
en su historia privada.
La fuerza de un hombre sólo puede aumentar cuando otro le presta la suya. De modo
que el papel del literato no consiste en resolver problemas, sino en plantearlos para
concentrar en sí la atención general y llegar a la gente: allí ya quedarán de alguna
manera ordenados y civilizados. Gombrowicz necesitaba que los otros conocieran su
homosexualidad de una forma artística, para ser más fuerte.
“¿Qué puede saber ese cactus, me pregunto, sobre el Eros, pervertido o no? Para él el
mundo erótico siempre será una habitación aparte, cerrada con llave, que no se
comunica con otras habitaciones de la vivienda humana. La sociología, sí, la
psicología..., éstas son las habitaciones donde se siente como en su casa. Pero el
erotismo es para él una monomanía”
Las fábulas volátiles de los artistas son consistentes sólo cuando nos revelan alguna
realidad, la que fuere, y la pregunta que nos debiéramos hacer sobre las perversiones
eróticas de Gombrowicz es si ellas han llevado al descubrimiento de alguna verdad; si
no fuera así no vale la pena romperse la cabeza, sería un caso para ser tratado en un
hospital.
Para Gombrowicz el hombre joven debe convertirse en un ídolo del hombre realizado
que envejece. El dominio orgulloso del mayor sobre el menor sirve para borrar una
realidad, la realidad de que el hombre en declive sólo puede tener un vínculo con la
vida a través del joven, ese ser que asciende, porque la vida misma es ascendente.
La naturaleza insuficiente y ligera del joven es un factor clave para la comprensión del
hombre y del mundo adultos, existe una cooperación tácita de edades y de fases de
desarrollo en la que se producen cortocircuitos de encantamientos y violencias, gracias
a la cual el adulto no es únicamente adulto.
Estas afirmaciones, aunque no están formuladas abiertamente en "Pornografía", son
las que determinan la naturaleza del experimento que lleva a cabo Gombrowicz.
Pero, para cierta especie de críticos, la acción de esta novela es un fábula arbitraria y
mágica que ocurre simplemente por orden de Fryderyk, un personaje sobrenatural y
casi divino, que vendría a ser algo así como el alter ego de Gombrowicz.
Las naturalezas no eróticas tienen dificultades para penetrar en los mundos eróticos,
además, las obras de Gombrowicz son difíciles, sin embargo, la estupidez de los críticos
debiera tener un límite, el límite de no escarbar en las perversiones de Gombrowicz sin
la capacidad de descubrir a qué consecuencias llevan.
Éste es el fragmento de una carta que me escribió Rita. Lo de los hijos ilegítimos me
inspiró para llamar gombrowiczidas a los miembros de nuestro club, y su actitud de
reina intocable para apodarla la Vaca Sagrada.
Es un apodo que le tuve que poner a la viuda cuando trató de hijos ilegítimos a mis
corresponsales estableciendo una diferencia de casta, como las vacas sagradas de la
India a las que no se las puede mirar, tocar ni ordeñar.
Sobre el hijo legítimo que Gombrowicz sí podía haber tenido la Vaca Sagrada hace
unos comentarios llamativos.
“Siempre estuvo fascinado por la bastardía (...) Puede ser que Gombrowicz no se
sintiera reconocido por su padre como adulto, como bueno y como adaptado a la vida
(...)”
Lo primero que atinó a hacer fue a preparar una lista de sus enemigos literarios,
regocijándose de antemano con la amargura desesperante que les iba a producir. Ya
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con el premio en la mano escribe el famoso diario del hijo ilegítimo para mortificar a
sus enemigos polacos de Londres.
En este diario relata cómo después de algunas dudas se compra una casa con los
veinte mil dólares del Premio Formentor, y cómo la empieza a decorar con cuadros,
tapices y muebles del gusto más refinado.
Una carta que le llega de la Argentina le anuncia que Henryk quiere aparecer por la
casa para darle una sorpresa. Entonces se le despiertan los recuerdos sobre una
mulatona llamada Rosa, y la alegría que le había aparecido con la mudanza se le
esfuma.
La oscura mulatona es como las algas en el fondo del agua, una cosa negruzca que se
distingue mal. En el lugar comienzan las habladurías, chismean que el señor
Gombrowicz espera la llegada de alguien de la familia.
Tener un hijo era una idea que no había tenido en toda su vida, pero le importaba
poco que fuera legítimo o ilegítimo, su desarrollo espiritual y su evolución intelectual
lo ponían fuera de la órbita de ese dilema. Sin embargo, el hecho de que un
semimulato se le acercara con su tierno papi... ¿estará bien de salud? Tenía miedo de
la visita porque Henryk podía chantajearlo, un hijo suyo concebido con una mulatona
indefinida, en una noche de hotel que se abismó en las tinieblas del olvido.
De una fealdad negra le surge un hijo ilegítimo que quizás no esté bautizado ni tenga
partida de nacimiento.
“Vendo al hijo y a Rosa con sus alcobas y redondeces. Urgente vendo una villa en muy
buenas condiciones Tel. 36-580-1 de 15 a 17 h. He vendido por doscientos catorce mil
dólares, con alcobas con vista panorámica, hijo y mulata. ¡Me he quedado sin nada!”
El crítico francés Michel Mohrt, defiende la candidatura de Gombrowicz con una
magnífica intervención en la sesión del jurado.
“En la creación de este escritor hay un secreto que yo quisiera conocer, no sé, tal vez
es homosexual, tal vez impotente, tal vez onanista, en todo caso tiene algo de
bastardo y no me extrañaría nada que se entregara a escondidas a orgías al estilo del
rey Ubú”
Vence al verlo pasar comentaban por lo bajo: –Mirad, es ese viejo bastardo, impotente
y homosexual que organiza orgías.
“Y puesto que la delegación sueca me apoyó en ese jurado por mi condición de escritor
humanista, algunos informes de prensa llevaban un título rimado: ¿Humanista u
onanista?”
Gombrowicz toma el caso de Milosz para analizar este asunto polaco. Milosz
pertenece, dice Gombrowicz, a este tipo de autores cuya vida personal les dicta la
obra. La mayor parte de su literatura está relacionada con su historia personal y la
historia de su tiempo.
Se fue convirtiendo poco a poco en el informante oficial del Este para los escritores del
Oeste. Esta actividad lo colocó en un terreno en el que, para cuidar su prestigio,
intentó ser más profundo que los ingleses y que los franceses, y para cuidar el
rendimiento de sus temas, tuvo que recurrir con frecuencia a la grandeza y al terror.
Gombrowicz terminó por ubicar a Milosz, no como al guardián de un verdadero
misterio, sino como a un borrachín más de la gran taberna polaca.
El cuño literario y existencial de Gombrowicz se mueve entre la templanza religiosa de
Milosz y el demonismo metafísico de Witkiewicz; de ambos fue amigo aunque en
épocas diferentes.
polaco y que fueron apreciados en el mundo, se encontraban por fin juntos. Si dejamos
un poco de lado el entusiasmo de Bruno por Gombrowicz se podría decir que el
escepticismo y la frialdad reinó siempre entre ellos. Gombrowicz no creía en el arte de
Witkacy, y Witkacy pensaba que Gombrowicz era demasiado hijo de mamá y no
esperaba de él nada extraordinario.
Stanislaw Ignacy Mitkiewicz quiso tener más de un nombre, como también los tiene el
diablo, y adoptó el seudónimo de Witkacy para distinguirse de su padre, Stanislaw
Witkiewicz, pintor y escritor como él.
“La derrota que sufrió Witkacy era inteligente: el demonismo se convirtió para él en un
juguete, y ese payaso trágico estuvo muriéndose durante su vida, como Jarry, con un
palillo entre los dientes, con sus teorías, con la forma pura, sus dramas, sus retratos,
sus 'tripas', su 'panza' y sus colecciones porno-macabras (...)”
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Zofia Nalkowska en Varsovia, tanto como Victoria Ocampo en Buenos Aires, fueron
damas que convirtieron a sus casas en verdaderos centros culturales para el desarrollo
de la vida literaria. Gombrowicz conoció a Bruno Schulz en la casa de Zofia, después de
la publicación de “Las tiendas de color canela”. Ese modesto maestro, un ser indefenso
al que todo el mundo le daba palmaditas en la espalda para animarlo, fue consagrado
en la casa de Nalkowska. Schulz estaba deslumbrado: –Me pidió que le leyera las
primeras páginas, después se detuvo y me rogó que le dejara el manuscrito para
terminar de leerlo ella sola. Es una mujer maravillosa. A la tarde de ese mismo día
Nalkowska exclamó: –Es la revelación más sensacional de nuestra producción
novelística. Mañana mismo iré a la editorial para que publique el libro.
La obra existía en otra parte y poco podía hacer por Gombrowicz. Se dio cuenta que
entre “Ferdydurke” y él ocurría exactamente lo mismo que les había acontecido en las
páginas del libro a sus personajes. La obra, metamorfoseada en cultura volaba
libremente a plena luz del día mientras Gombrowicz se hallaba en un pozo.
Schulz fue el artista más eximio de todos los que Gombrowicz conoció en Varsovia y
digno de contarse en el círculo de la más alta aristocracia intelectual y artística de
Europa, pero su talante de maestro amilanado y provinciano malogró hasta cierto
punto su aceptación universal y se quedó en lo que siempre fue: un príncipe de
incógnito.
Nadie le demostró a Gombrowicz una amistad tan generosa como la de Bruno ni lo
apoyó con tanto fervor desde el mismo comienzo de la relación en el que empezó a
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Esa actitud de segundo violín no podía ocultar, sin embargo, una concentración
apasionada, trágica y ardorosa que lo identificaba con su destino, de modo que sus
afirmaciones modestas adquirían grandes dimensiones, y esto se veía con mucha
claridad en las frases majestuosas y espléndidas de su escritura poética desbordante
de metáforas y de una forma irónicamente barroca.
Pero en la medida que Gombrowicz lo conoció fue descubriendo que su prosa era
demasiado metafórica y que no podía hacerse cargo del mundo pues no era capaz de
asimilarlo. Schulz elaboró una forma profunda pero estrecha y no pudo salir de esa
problemática limitada porque su estilo y sus concepciones no eran originales, seguía
las huellas de Kafka a quien lo unía la sangre semita.
Si bien se mostraba creativo en más de un punto, la visión del mundo del checo
fecundó su universo, y esto le puso límites a su alcance en el mundo a pesar de que era
admirado en Francia e Inglaterra.
La cuestión central para Gombrowicz era la forma, pero él trataba de destruirla y de
ensanchar el campo de acción de su literatura para poder abarcar cada vez más
fenómenos, mientras que Schulz se cerraba en su forma como si fuera una fortaleza o
una prisión.
El maravilloso altruismo de Bruno se mostró en todo su esplendor cuando apareció
“Ferdydurke” y llegó a Varsovia. El amilanado y taciturno Schulz pronunció una
conferencia en la Unión de Escritores en la que comunicó a todos los artistas reunidos
allí que acababa de levantarse un sol que hacía palidecer a todas las estrellas.
Eran dos conspiradores: Schulz hablaba del código ilegal y de la vía secundaria de la
realidad, Gombrowicz de hacer estallar la situación y de desacreditar la forma. Ambos
hablaban de la subcultura, de la belleza incompleta y de la pacotilla.
“Mi naturaleza jamás me permitió acercarme a Schulz más que con recelo; desconfiaba
de él y de su arte. ¿Acaso leí alguna vez, honestamente, desde el principio hasta el final
alguno de sus relatos? No, me aburrían. Así pues, todo lo que tenía que decirle tenía
que decírselo con prudencia para que no se percatara del vacío que lo acechaba,
incluso en mi propio caso”
Schulz se daba cuenta de todo esto. Una tarde estaban conversando frente al
monumento a Chopin.
En el café lo llamaban “el rey de los judíos” porque a su mesa concurría una gran
cantidad de semitas, eran sus oyentes más fieles. Pero no era solamente la libertad y la
audacia el atractivo que tenían los judíos para él, tardó algún tiempo en descubrirlo
pero, finalmente, se dio cuenta que tenía con ellos algo más en común: la actitud
frente a la forma.
No era de extrañar que ese pueblo trágico, sufriendo a través de los siglos enormes
deformaciones, tuviera una forma grotesca: barbudos, con levitas, poetas en éxtasis
concurriendo a los cafés, millonarios en la bolsa, unos personajes increíbles. Los judíos
sienten en su propia carne la vergüenza de este ridículo, pero no saben liberarse de la
deformación que los oprime, por tal razón se perciben a sí mismos como una
caricatura, como una broma extraña del Creador.
Esta actitud tensa de los judíos hacia la forma que les impide ser del todo judíos, como
son del todo campesinos los campesinos o del todo nobles los nobles con una forma
heredada por generaciones, lo fascinaba a Gombrowicz, era eso precisamente lo que
destacaba en sus creaciones: la pugna del hombre con la forma para descubrir su
tiranía y para luchar contra su violencia.
“Eran entonces problemas casi inconcebibles para la gente de mi medio, que se movía,
pensaba y sentía según un modo establecido de una vez por todas, heredado de sus
antepasados. Sólo cuando la guerra y la revolución vinieron a romper este ritual y se
pusieron a modelar a la gente como si fueran muñecos de cera, cuando todo lo que
parecía eterno resultó ser frágil y huidizo, entonces mis ideas adquirieron peso (...)”
“Pero yo ya me había dado cuenta antes de cómo, justamente respecto a los judíos,
esas maneras soberanas y altivas de la gente de mi esfera se derrumbaban
penosamente. Los judíos parecían ser un elemento comprometedor ante el cual uno
no podía comportarse adecuadamente”
Gombrowicz tenía con los judíos una unión espiritual nada superficial, fueron siempre
y en todas partes los primeros en comprender y valorar su trabajo de escritor, sin
embargo, sus relaciones intelectuales no se extendieron nunca al terreno de la amistad
personal. No era tanto su frialdad intelectual lo que le chocaba, sino la ingenuidad con
la que se dejaban impresionar por el intelecto, una admiración confiada e infantil por
la razón científica, las teorías y la cultura en general.
Algunos miembros de la nobleza polaca se unían a los judíos para darle un poco de aire
financiero a sus blasones, eran unas uniones desgraciadas pues sus hijos no llegaban
nunca a ser reconocidos en los salones. Los integrantes de la clase alta se comportaban
como si nada se supiera, la buena educación los obligaba a evitar en presencia de esas
familias la más ligera alusión a los judíos. Krysia Skarbek, una hermosa joven polaca
que tuvo un desempeño heroico en una brigada británica de paracaidistas durante la
segunda guerra mundial, pertenecía precisamente a esa categoría de desgraciados
mestizos. Nacida de padre conde, su madre era Goldferer. La traban según los cánones
de comportamiento que ya mencionamos, pero un día ocurrió una catástrofe.
Krysia se hallaba sentada en la terraza de un hotel en compañía de personas con título.
De repente se detuvo delante del hotel una señora entrada en años, gorda y vestida de
una manera llamativa: –¡Krysia, Krysia! Todos se quedaron de una pieza, la joven, en
lugar de contestar, hizo como si no se tratara de ella: –¡Krysia Skarbek, Krysia Skarbek!
En ese grupito de gente tan mundana sólo había miradas clavadas en el suelo y caras
tensas, como si hubieran sufrido un ataque de parálisis.
“Que bendición si alguien hubiera dicho simplemente: Krysia, ¿no oyes?, una de tus
tías te está llamando. Pero nadie fue capaz de pronunciar esas sencillas palabras (...) En
la actitud de esos nobles no había nada de menos precio ni de odio, solamente había
una falta terrible de sentido práctico, una incapacidad para superar lo convencional y
adoptar un estilo más moderno”
“Se equivoca usted de plano. La injuria que se utiliza contra un judío es “roña”. La
palabra “roñoso” se usa en el leguaje coloquial igualmente respecto a los arios, de
modo que aunque ambas palabras tienen la etimología común, nada nos autoriza a
creer que haya sido usada a causa del origen hebreo de la susodicha persona. Hace
unos días leí el texto al que usted se refiere y ni se me pasó por la cabeza sospechar
que el autor de esa frase fuese antisemita. Además debo confesarle que a mí también
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–aunque es fácil deducir de mi literatura que tengo poco que ver con el
antisemitismo– se me escapa a veces la palabra “roña” cuando algún semita concreto
me saca de las casillas. Y sucede así porque no soy un filosemita estricto, forzado, sino
un filosemita flexible, con todos los atavismos propios de un, ¡ay, Señor!, noble de
campo”
LA VACA Y EL COCODRILO
Nos las estamos viendo otra vez con las aproximaciones de Gombrowicz a la
naturaleza. Ya sabemos que se sentía confuso y en contradicción con la naturaleza al
punto que al momento de ponerse en contacto con ella se transformaba en un
demonio, en una anti-naturaleza. La importancia que fue tomando el dolor respecto de
la muerte era, a su juicio, la causa de esta inseguridad, pero la causa también podría
ser el papel preponderante que le daba Gombrowicz a la actuación y al artificio. Sea
como fuere vamos a ver qué cosas le ocurren cuando se pregunta cómo debía
comportarse en los encuentros que había tenido con una vaca en los campos de su
amigo Wladyslaw Jankowski.
Pero Gombrowicz no sólo tenía problemas con las vacas, también los tenía con los
cocodrilos.
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En efecto, en noviembre de 1954 relata un paseo campestre que hace por la estancia
que los Rússovich tienen en Goya. Después de tres días de viaje en coche y setenta
kilómetros de vuelo en el último tramo del viaje, baja del aeroplano bastante
confundido, sudando a mares, cuando de repente ve una mansión entre los eucaliptos
mientras escucha el griterío de los papagayos.
Le aburría que Sergio Rússovich hiciera siempre lo que se esperaba de él, así que le
pide que deje de aburrirlo y que se comporte de un modo menos previsible.
Al día siguiente pasean por la estancia y Sergio, de repente, se trepa a un árbol: –
Sergio, ¿no puedes inventar algo más original?
“Sergio no decía nada, pero yo sabía que todo eso llevaba agua para su molino..., y no
me sorprendió en absoluto cuando, de una manera incompleta pero ya abiertamente,
voló hacia una rama y gorjeó un poco (...) De alguna manera me preparo para huir.
Hasta cierto punto hago las maletas. ¡El cocodrilo, no total, el cocodrilo incompleto!
Los padres de Sergio ya casi han subido al coche tirado por cuatro caballos y en cierto
modo se alejan..., casi sin prisa... Calor. Bochorno. Ardor”
Después de esta narración metafísica y bucólica Gombrowicz sigue todavía en un
estado hipomaniacal, así que mete en los diarios los relatos de la casa de los
Pueyrredón, del cretino de la columna de Creta y del fotógrafo impostor. Finalmente
una lectora de Canadá se cansa y le manda una carta.
“Al principio, lo que usted escribía tenía carácter polémico, despertaba controversias,
producía reacciones, incluso negativas, pero fuertes. Los últimos fragmentos no me
producen ninguna reacción aparte del estupor de que usted los escriba y de que
Kultura los publique”
Gombrowicz lee con atención la carta y reconoce que el diario publicado en noviembre
le salió un poco frívolo, especialmente con el cuento del cocodrilo, pero no está
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dispuesto a escribir sólo para la satisfacción de los lectores, les pide que le dejen cierta
libertad y que no se entrometan demasiado en su trabajo.
“Cuidad de que mi diario tenga el mínimo indispensable de inteligencia y vitalidad, la
cantidad exigida por el nivel medio de la palabra impresa, pero en cuanto la resto,
dejadme las manos libres. En este saco meto muchas cosas distintas: todo un mundo al
sólo os acostumbraréis en la medida que adquiera superioridad sobre vosotros;
mientras tanto, muchas cosas de este diario os parecerán innecesarias e incluso os
quedaréis sorprendidos de que se acepte su publicación”
Hace más o menos dos lustros, Eugenio Noworyta, mejor dicho, el Camaleón, por
aquel entonces Embajador de Polonia en la Argentina, en el medio de una conferencia
muy seria que estaba dando en el Centro Naval de Buenos Aires, relató la historia del
encuentro de dos perros, uno checo y el otro polaco. Los pichichos se encuentran en la
frontera, el perro checo está bien alimentado y va camino de Polonia, al perro polaco
se le ven las costillas y va camino de Checoslovaquia: –¿Adónde vas, pregunta el perro
checo; –Voy y a ver si puedo comer algo, ¿y vos?; –Voy a ver si puedo ladrar un poco.
Porque les damos de comer y por su instinto altruista los perros polacos, los checos y
todos los demás perros del mundo han llegado a tener un gran afecto por nosotros al
punto que, según se dice, no hay hombre por más ruin y miserable que sea que no lo
pueda querer un perro o una mujer.
Los terratenientes tienen en general una buena relación con los animales, a
Gombrowicz lo alcanzan las generales de la ley, es una predisposición que
paradójicamente humaniza el carácter de los hombres, como también le ocurría a Bioy
Casares.
Gombrowicz era muy tierno con los gatos y con los perros. En cierta oportunidad en
que le había pedido ayuda a dos jóvenes señoritas para pasar al francés la versión
española de “El casamiento” les pagó con siete gatitos que había encontrado en la
calle; también dio muestras de una gran congoja cuando murió el perro de la Frau
Schultze, la encargada de la pensión de la calle Venezuela.
Cuando apareció “Ferdydurke” en la Argentina Gombrowicz se convirtió en el editor de
una revista literaria a la que le puso el nombre de “Aurora”, se tiraron cien ejemplares
del primer número que, lamentablemente, también fue el último.
Es indudable que con esta intervención de los perros Gombrowicz nos quiere provocar
la risa.
Reír resulta agradable porque nos satisface el triunfo del conocimiento intuitivo, la
forma natural del conocimiento inseparable de nuestro ser animal, sobre el
pensamiento abstracto.
Nos agrada comprobar que el pensamiento es incapaz de comprender todas las
variantes que presenta la realidad, es placentero ver perder a la razón de vez en
cuando, un dominio severo, perpetuo y molesto. Gombrowicz mezcla la seriedad con
la ligereza para hacernos reír a nosotros y para provocarse la risa a sí mismo.
Un canon que aparece en los diarios y que Gombrowicz utilizaba sistemáticamente era
el de hacer seguir la ligereza a la seriedad y viceversa, para satisfacer este principio a
veces recurría a los perros.
“Mi perorata sobre la problemática contemporánea la di ayer (...) ¡Dios mío!, hablaba
como hablan hasta los más célebres, es decir, simulando que me sentía como en mi
casa, que aquello era para mí pan comido, cuando en realidad cualquier cuestionario
indiscreto me hubiera dejado desarmado”
Después de esta memorable intervención de carácter intelectual en una charla
magistral que había dado a los estudiantes de Santiago del Estero, rematada con una
persecución vana que le hace a un muchacho indígena por las calles de la ciudad,
aparecen unos pichichos que le dan título a una serie de pensamientos bastante serios.
Se refiere a los abogados y a los ingenieros, a los que ve como naturalezas vulgares
condenados únicamente a la ciencia, todo lo demás era para ellos una tomadura de
pelo de la que tenían que defenderse para no ser engañados.
A cada una de estas reflexiones más o menos serias las acompaña con sendas
publicidades para perros.
“Perrito mojado o sólo húmedo a elegir”; “Perrito blanco, sabroso, bien nutrido”;
“Cambio perro negro mordedor por dos viejos”; “Perro mojado y gordinflón”; “Los
perros se mordisquean en la canícula”
En ese panfleto humorístico al que dio en llamar “Aurora” también utiliza a los perros
para atacar la responsabilidad por la palabra.
El escritor Hipólito Alonso Pereiro estaba escribiendo a máquina la primera página de
su novela en la que un mucamo le pregunta a la señora si había ordenado llamar el
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coche. Cuando Matilde le estaba diciendo que sí, pero que no había ningún apuro, en
vez de pero, y por error, a Pereiro le salió perro.
Un escritor con menos fuerza de carácter hubiera corregido el error, pero Pereiro era
consciente de su misión y aceptó con responsabilidad la palabra que había escrito: –
¡Perro, insolente perro! Y esta respuesta de Matilde obligó al pobre Pereiro a modificar
la respuesta del mucamo: –Si yo soy un perro, entonces usted, señora, es una pera.
Este nuevo error que se le deslizó en el teclado de la máquina, pues en vez de perra
escribió pera, lo obligó a cambiar otra vez : –Si yo soy un perro, entonces usted es una
pera perra, una perra pera para mí, señora, porque sepa que a mí me gusta la bruta.
Quiso decir fruta pero ya era tarde: –¡Ah, soy bruta, que me muerda si yo soy bruta!
Había querido decir muera: –¿Morderte? ¡Con pusto!; –¡Infame, sos coco!; –¡La Coca-
cola es usted!; –¡Lococo!; –¡Co-coco, cocococo!
Así que el pobre Gombrowicz terminó cayendo en las manos de un mundo extraño al
que podríamos llamar el mundo de los hombres de letras.
“El escritor puede, si quiere, describir la realidad tal como la ve o como se la imagina,
entonces nacen obras realistas (...). Pero puede también utilizar otro método que
consiste en descomponer la realidad en sus partes elementales para luego, al igual que
se construye un edificio con ladrillos, emplear esas partes para edificar un mundo
nuevo o mundillo... que debería diferenciarse del mundo normal y, no obstante, que
de alguna manera le correspondiera... como dicen los físicos: diferente pero
adecuado”
Uno de los propósitos deliberados que tenía Gombrowicz era el de desvincular la
conducta humana de la voluntad y del determinismo psíquico. A la voluntad la
trasponía con el automatismo y al determinismo psíquico con partes del cuerpo.
El caso del Gnomo Pimentón tiene algún parecido con el de Gombrowicz por la
franqueza con la que habla de su familia y de su pasado, pero también es muy distinto
por la diferencia de clases, Gombrowicz era terrateniente y el Gnomo Pimentón es
metalúrgico.
Un lacaniano de primera cepa como lo es el Gnomo Pimentón, repasando la obra de
Gombrowicz descubrió que ni en sus narraciones ni en sus piezas teatrales hay
consumaciones sexuales, afirmación que caracteriza con claridad uno de los vicios de
su profesión.
Cada hombre de letras tiene su vicio: el del Orate Blaguer es la verborrea, el del Pato
Criollo es la logorrea, el del Buey Corneta es la belorrea y el del Gnomo Pimentón, no
podía ser de otra manera, es la psicorrea, para poner tan solo unos ejemplos de
personalidades connotadas vinculadas a la actividad de escribir e integrantes del club
de gombrowiczidas.
Es muy útil descubrir los vicios asociados a los hombres de letras pues nos orientan en
el recorrido de los laberintos del mundo que construyen en sus escritos.
“Es claro que tu compulsión anal por Witoldo no te da respiro. Lo tuyo es preocupante
y masturbatorio: el buen polaco se merece un poco de descanso. ¡No lo dejás tranquilo
ni un segundo! Y lo peor: es realmente retrógrado de tu parte creer que lo único que
nos interesa en el mundo es el autor de Ferdydurke y sus sagas. Calmate. Hacete ver.
Te lo digo por tu bien”
El Gnomo Pimentón, después del primer conflicto que había tenido conmigo me dio
una segunda oportunidad que yo no supe aprovechar, como tantas otras
oportunidades que desaproveché en mi vida.
“Nuestra amistad en Gombrowicz evita cualquier juego ‘suma cero’. Mandá lo que
quieras yo lo leo y lo difundo. Pero si preferís que algo no sea difundido basta con que
lo notifiques.”
La materia dramática había adquirido una forma bella, y aquí, como en tantas otras
ocasiones, recordé una frase que Gombrowicz nos repetía a menudo: –¡Ojalá dure!,
como decía la madre de Napoleón. Pero no duró, al poco tiempo se enojó otra vez
conmigo.
“(...) el último texto enviado por Juan Carlos Gómez, falta a la verdad en relación a mi
persona y utiliza calificaciones ofensivas. Me temo que tendrá que seguir divirtiéndose
sin mi ayuda. Le ofrecí una amistad en Gombrowicz, pero no me ofrecí para ser parte
de su necesidad de injuriar (...)”
Debo reconocer sin embargo que el lío que se me armó con el Gnomo Pimentón lo
empecé yo con gombrowiczidas un poco provocativos, pero nunca creí que hubiera
guardado tan tenazmente en la memoria sus modales de metalúrgico.
La relación amarga que tengo con el Gnomo Pimentón no me dejaba ver con claridad si
mi conflicto era con el diván o con él mismo, pero la aparición reciente en el club de
gombrowiczidas de un psicoanalista de pura cepa tan encumbrado como él me puso al
descubierto que el desencuentro es personal.
En efecto, Jorge Gómez Alcalá me ha dado pruebas sobradas de que mi talante
existencial no es tan ajeno a su profesión de una manera amena y afectuosa que
espero dure, como decía la madre de Napoleón.
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“Juan Carlos Gómez me ha enviado desde Argentina varios artículos todos muy
interesantes y de buen nivel literario. Giran sobre la vida y obra de W. Gombrowicz,
ese escritor y/o pensador irreverente al que ya he dedicado un post. Sin embargo,
estos ‘frescos’ nos ubican también frente a una forma muy original de ver el mundo y
la vida y reconocer nuestra insignificancia, enfrentada, eso sí, a otras cosmovisiones de
signos diversos (...) Juan Carlos Gómez, se va convirtiendo en un ‘infaltable’ en
mi/nuestro blog. Periódicamente me envía sus trabajos, iluminados siempre por la
lámpara de Gombrowicz, que me da mucho gusto leer y ponerlo en conocimiento de
los lectores del Diván”
De la observación atenta de las fotos que forman parte de este gombrowiczidas
podemos deducir la fuerza destructiva que emana de las rostros de Miller y del Gnomo
Pimentón y, en cambio, la plácida y esfumada contemplación del mundo que realiza
Jorge Gómez Alcalá.
“Cosmos” es la obra más abstracta de todas las que escribió Gombrowicz, pero es por
ella que recibió el “Formentor”, es decir, el Premio Internacional de Literatura.
Las relaciones que Gombrowicz tenía con la abstracción, especialmente con la
matemática que es su forma más pura, se pusieron de manifiesto muy
tempranamente.
“Volvió a repetirse lo mismo, desgraciadamente, en el examen escrito de matemáticas.
Mi falta de talento en esta materia se dejó ver con toda claridad. Ataqué el problema
de trigonometría con la bravura de un suicida y, para mi mayor sorpresa, lo resolví en
diez minutos. Todo iba como la seda: bastaba sumar unas cuantas cifras y ya estaba
listo. Pero yo sabía que era demasiado hermoso para ser cierto y me dispuse a buscar,
horrorizado, otras soluciones... mas no había nada que hacer, cada vez, como un tren
sobre una vía muerta, llegaba a la misma solución sencilla, clara, deslumbrante por su
evidencia (...)”
“Por fin sucumbí, no pude resistirme más a la evidencia y, presa de los peores
presentimientos, entregué el trabajo. Sabía que me iban a poner un cero pero, ¿qué
podía hacer si no existía mancha ninguna en mi obra? Sí, un cero en trigonometría, un
cero en álgebra, un cero en latín: tres ceros coronaron mis esfuerzos. Parecía que no
tenía salvación”
La naturaleza de “Cosmos” tiene sin embargo una extraña relación con la ciencia de
Pitágoras, especialmente en los desarrollos de series y en el análisis combinatorio, un
asunto que ha despertado el interés de dos filósofos connotados, el de nuestro
Revólver a la Orden y el de Gilles Deleuze.
En agosto de 1963 Gombrowicz retoma “Cosmos”, una obra que había interrumpido el
19 de febrero de ese año al enterarse que la Fundación Ford lo invitaba a pasar un año
en Berlín.
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En mayo, recién llegado a Berlín, nos empieza a decir que tenía dificultades para
terminarlo. En septiembre nos escribe que le faltaban aproximadamente cuarenta
páginas muy difíciles y que no le aparecía claro el título, dudaba entre Cosmos, Figura y
Constelación. En octubre nos confiesa que la obra lo había aburrido en tal forma que
no tenía ganas de terminarla, que el final era bravísimo y que ensayaba nuevos
métodos y concepciones. En diciembre nos cuenta que le faltaban tres páginas para
terminar pero que no sabía cómo hacerlo y que a lo mejor lo dejaba sin terminar. En
junio de 1964 nos dice que le faltaban diez páginas y en agosto, que lo había
terminado.
A Gombrowicz no le gustaba dar datos sobre su obra cuando la estaba escribiendo ni
detalles sobre su vida privada, por esta razón es que no nos informaba qué parte de la
historia no tenía resuelta cuando le faltaban cuarenta páginas.
Pero por esa cantidad de páginas yo calculo que todavía no había decidido hacerlo
masturbar a Leon, ahorcar a Ludwik ni desencadenar el diluvio final que se parece
bastante a dejar sin terminar la historia.
Si bien la masturbación de Leon, el ahorcamiento de Ludwik y el diluvio son elementos
verdaderamente dramáticos del final de “Cosmos” todavía nos podemos imaginar que
Gombrowicz podía haberlos cambiado por otros. Sin embargo, hay un momento de las
obras en el que ya han aparecido las escenas claves, las metáforas fundamentales y los
símbolos que apuntan en una dirección determinada y no se pueden cambiar por
otros. Del caos inicial, por una acumulación de forma, se pasa a las escenas, a los
personajes, a los conceptos y a las imágenes que el proceso de control ya no puede
eliminar, y de lo ya creado se creará el resto.
Ese momento es para “Cosmos” la integración del análisis combinatorio con el sistema
de series de las dos bocas y los tres elementos colgantes: el gorrión el palito y el gato.
Gombrowicz zambulle al matemático de la combinaciones que tiene dentro en los
mundos de la causalidad, del azar, de la lógica interna y externa, del intento de
organizar el caos, de la formación de la realidad, de las bocas erotizadas y sexualizadas,
de la pasión enfermiza de un joven estudiante, de la masturbación y de la muerte. La
acción está constituida por ideas que se perfilan poco a poco y luego se vuelven
nítidas, el protagonista le sigue la pista a estas formas para asociarlas pero
constantemente le vuelven a caer en el caos.
La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de
equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la
forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que
se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en
los bastidores de la realidad.
Las reflexiones que hace Revólver a la Orden sobre “Cosmos” deben ser puestas en
tela de juicio en razón de las características teatrales con las que se manifiesta este
filósofo gombrowiczida.
En efecto, el periodismo lo suele consultar sobre los asuntos más variados. En cierta
oportunidad respondió por radio una consulta que le hacían sobre la veracidad de la
medición del índice de inflación que hacía el gobierno. La respuesta fue paradojal,
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como lo suelen ser las respuestas de este pensador profesional, la medición podía ser
o no ser verdadera pero teníamos que estar a ella para evitar que nos sobrevinieran
tiempos apocalípticos. Este miembro del club de gombrowiczidas tuvo una
intervención rutilante en una de las Ferias del libro.
Con su carácter categórico y versátil, que ejercita todos los jueves desde hace veinte
años en una aquelarre filosófico que tiene un apartado llamado Gombrowicz,
presentaba un libro sobre la pasada crisis argentina en la que cayeron en picada el
principio de autoridad y la economía.
Se paseó con erudición por las ideas del pasado y del presente, afirmó que el negocio
de la filosofía permanecía más o menos sin variantes desde hacía algunos años, que
Heidegger no era tan nazi como la gente creía pero sí era un cagón, y manifestó que
había estado de acuerdo con el actual presidente de la Argentina hasta el momento en
que se había declarado un adalid de los derechos humanos al tiempo que le daba
entrada a los años setenta como si hubieran sido el mismísimo siglo de Pericles.
“Sólo hay una manera de salir del caos, haciendo series. La serie es la primera palabra
después del caos, es el primer balbuceo. Gombrowicz hizo una novela muy interesante
que se llama ‘Cosmos’, donde él se lanza, como novelista, en la misma tentativa.
‘Cosmos’ es el desorden puro, es el caos, ¿cómo salir del caos?
La novela de Gombrowicz es muy bella, muestra cómo se organizan las series a partir
del caos, sobre todo hay en ella dos series insólitas que se organizan. Una serie de
animales ahorcados, el gorrión ahorcado y el pollo ahorcado, y una serie de bocas,
series que se interfieren la una con la otra y poco a poco trazan un orden en el caos. Es
una novela muy curiosa que uno no habría terminado de leer si no se hubiera metido
de cabeza en ella”
beca?, es difícil responder esta pregunta pero más que pensamientos debieron ser
impulsos obscuros los que lo pusieron en movimiento.
Estos impulsos obscuros le impedían conocer lo que quería, lo ponían en contacto con
lo que él rechazaba, con lo que no quería. A mí me parece que cuando Gombrowicz
recibe la invitación de la Fundación Ford ya sentía la necesidad de volverse extranjero
otra vez.
Como Cioran mete en la misma bolsa de gatos a todos los escritores exiliados,
Gombrowicz se ve obligado a hacer una aclaración: antes que ninguna otra cosa hay
que distinguir de qué escritor se trata. Si bien es cierto que es desagradable no poder
editar las obras y, en consecuencia, no tener lectores hay que decir que el arte está
cargado de soledad y encuentra su razón de ser en sí mismo.
Los hombres célebres suelen ser extranjeros en su propia casa y son célebres porque
se valoran más a sí mismos que al éxito. El arte en general, y no sólo el del exilio, está
en estrecha relación con la descomposición y la enfermedad a las que transforma en
salud. Cioran dice que un artista en el exilio es un ambicioso, un derrotado agresivo y
asimismo un conquistador, pero eso también lo son los artistas que se quedan en casa.
No hay que olvidarse tampoco de que el arte es un cementerio, de cada mil personas
que no han logrado realizarse y se han quedado en la esfera de la dolorosa
insuficiencia, apenas una o dos consigue existir de verdad. La suciedad que proviene de
estas ambiciones insatisfechas no tiene tanto que ver entonces con el destierro sino
más bien con la naturaleza misma del arte.
Para recuperar la patria debe resignar su propio yo, no sabe ser escritor sin patria,
pero al resignar su propio yo para recuperar la patria deja de ser escritor, escritor en
serio. El artista en el exilio no sólo vive fuera de la nación, también vive fuera de su
elite, tiene que enfrentar personalmente la presión de un vida brutal e inmadura.
Algunos son empujados por esta razón a una trivialidad democrática, otros a un vulgar
realismo, y otros más al aislamiento.
El escritor debe encontrar una forma de sentirse otra vez superior para recuperar su
valor. No es extraño que en estas condicione el escritor esté paralizado por la
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inmensidad y por su propia debilidad, que esconda la cabeza y fabrique una parodia
del pasado, que huya del mundo para ir a parar a su pequeño mundillo.
“Y, sin embargo, tarde o temprano nuestro pensamiento tiene que labrarse las vías de
salida del impasse. Nuestros problemas darán con la gente adecuada. En este
momento no se trata de la creación misma, sino de la recuperación de la capacidad de
crear. Debemos crear esa porción de libertad, valor y decisión, y hasta diría
irresponsabilidad, sin la cual la creación es imposible. Debemos simplemente
familiarizarnos con la nueva escala de nuestra existencia. Tendremos que tratar con
sangre fría y sin miramientos nuestros sentimientos más queridos para llegar a unos
valores nuevos. En el momento en que nos pongamos a formar el mundo desde el
lugar en el que nos encontramos y con los medios de que dispongamos, la inmensidad
menguará, la infinitud tomará una forma y comenzarán a bajar las turbulentas aguas
del caos”
El Pato Criollo y el Orate Blaguer son dos gombrowiczidas ilustres que tuvieron
conmigo una muy buena predisposición desde el mismo comienzo de nuestra relación,
luego las cosas fueron cambiando.
Hace ya algunos años por razones completamente desconocidas para mí me vinieron
ganas de mortificarlos a los dos al mismo tiempo y se me ocurrió mandarle una carta al
Pato Criollo en la que le decía que el Orate Blaguer tenía las facultades mentales
alteradas, y al Orate Blaguer otra en la que le decía que el Pato Criollo era un
bartolero, puse en el sobre del Orate Blaguer la carta del Pato Criollo y viceversa, en el
sobre del Pato Criollo la carta del Orate Blaguer, y acto seguido los mandé por correo.
El Orate Blaguer se enojó y no me escribió más.
La reacción del Pato Criollo en cambio fue benévola, me pareció entonces que el Orate
Blaguer era un ser más limitado y el Pato Criollo una persona de un panorama más
amplio.
Esta historia uruguaya estaba colgada de alfileres, formaba parte de esa clase de
relatos en los que no se sabe cuánto hay de cierto y cuánto es producto de la
imaginación, y es más o menos así. Gombrowicz y el Asno hacen un viaje a Montevideo
y van a una conferencia que da Dickman en la Asociación de Escritores. En la sala flota
el aire de la cortesía, la banalidad y el aburrimiento. Paulina Medero preside la sesión:
–Tenemos el honor de tener entre nosotros al señor Gombrowicz a quien saludamos;
quizás quiera decirnos unas palabras; –Bien, Paulina, pero de hecho ¿qué es lo que he
escrito? ¿Cuáles son los títulos de mis obras? Dickman acude en auxilio de Paulina: –Yo
sé, Gombrowicz publicó una novela en Buenos Aires traducida del rumano, no, no, del
polaco, “Fitmurca”... no, “Fidefurca”. Se produce entonces un malestar generalizado.
Gombrowicz no aguantó más y lanzó una carcajada tras la espalda del Asno, que
también soltó una carcajada pero sin ninguna espalda que lo protegiera. En medio de
miradas indignadas se levantó el laureado para soltar su discurso, Gombrowicz y el
Asno aprovecharon la oportunidad y ahuecaron el ala.
Del aspecto que tiene el Pato Criollo debajo del nombre de una calle de Montevideo
que es igual al mío no pude deducir ni la verdad ni la falsedad de esta historia que
cuenta Gombrowicz en los diarios del año 1960.
El Pato Criollo había quedado deslumbrado con las cartas que me había escrito
Gombrowicz y un lustro después de la publicación de “Cartas a un amigo argentino”,
no sin cierta renuencia, animado por ese entusiasmo prologó “Gombrowicz, este
hombre me causa problemas”, un libro en el que se hacen reflexiones sobre el
“Diario”.
En un almuerzo que tuvimos para celebrar el fin del año 2003 y la conclusión del
prólogo el Pato Criollo me dijo mientras me lo entregaba: –Me parece que este
prólogo le va a traer algunos contratiempos a nuestra amistad. Y así ocurrió momás.
La última novela del Pato Criollo tiene algunos pasajes realmente gombrowiczidas. En
“Las aventuras de Barbaverde” el Pato Criollo piensa en Rosario. Esta ciudad tiene para
él algo de mágico y de raro, y tiene también una fuerza magnética que lo inspiró para
escribir una novela a la que dio en llamar “Los misterios de Rosario”.
Todo comienza y termina en la ciudad de Rosario, en la que un periodista joven recibe
el encargo de entrevistar al señor Barbaverde hospedado en el Hotel Savoy y cuyo
rostro nadie jamás había visto, un verdadero representante del bien que intenta
detener los diabólicos designios del representante del mal por excelencia, el malvado
profesor Frasca que se propone dominar al mundo desacreditando el poder del señor
Barbaverde haciendo todo lo posible para que nadie lo tome en serio.
“No es mi intención reírme del mundo, no sé bien para qué escribo, pero sería más
bien para una exploración de mi mismo, para entenderme y para entender mi vida
(...)”
“Se me acabó la cuerda, como lo que hacemos los escritores no tiene un fin práctico,
las ganas que tengo de escribir se me están terminado, son muy volátiles”
El grado de indefensión que expresan las declaraciones de este hombre de letras tan
encumbrado es equivalente por su debilidad infantil al aspecto que tiene en la foto
sentado en una bañadera.
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“Supongo que el libro que tenéis en las manos os parecerá bastante chocante, porque
un espíritu laico y hasta herético ha irrumpido en vuestros sentimientos
religiosos...(...)”
“(...) no pretendo ganarme la gracia de nadie, quiero responder con desprecio al
desprecio con el que me han tratado mis compatriotas y que sigue amenazándome”
El caldo se estaba poniendo espeso entonces recurre al ya ilustre Josef Wittlin a ver si
le puede escribir un prólogo que atempere un tanto la tempestad, pues el prefacio que
había escrito para presentar los fragmentos era una nueva provocación.
Fueron los lectores los que colocaron a Gombrowicz en el campo de la seriedad y del
conflicto, sin embargo, “Transatlántico”, tiene también una buena dosis de infantilismo
y de humor.
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A Wittlin, en cambio, no sólo no lo ataca sino que en los diarios va preparando poco a
poco un panegírico sin fisuras describiendo algunas características de su carácter
excepcional: un poeta prosista, un santo rebelde, un clásico vanguardista, un patriota
cosmopolita, un activista social solitario. Es difícil de creer que este dinamitero
profesional no le hubiera encontrado ningún lado flaco al bueno de Wittlin.
“Y la fuerza de toda la rebelión de Wittlin consiste en que él por nada del mundo
quiere rebelarse y, si se rebela, es porque debe hacerlo. Ésta es la razón de que
ninguno de nosotros sea tan consciente como él, y de que las palabras de nadie sean
tan capaces, como lo son las suyas, de conquistar a la gente endurecida por los
prejuicios. Experimenté en mí mismo esa fuerza, ya que el prólogo de Wittlin a mi libro
es una obra maestra llena de una fuerza transparente que persuade, y de una bondad
cargada con el más moderno de los dinamismos (...)”
Ese ángel con gorro de dormir bueno como el pan, es como es para no ser su contrario,
su doble perverso, es santo para no ser diabólico, y su fe es de las que persiguen a Dios
como los caballos de una calesita se persiguen en una carrera sin fin.
Una carrera brillante que nace de un espíritu burgués, el tiempo no lo ha cambiado
pero quedó suspendido en el vacío porque la tierra se hundió bajo sus pies, un burgués
al que se le desmoronó su burguesía, de ahí su demonismo. Es un enfermo que tiene
una capacidad especial para vivir con su enfermedad.
A través de su propia enfermedad, a través de su neurastenia, a través de Hitler, a
través de su herencia judía, alcanzó el corazón de la noche.
Puede ser que en la naturaleza de los combates que libraba Gombrowicz esté presente
el conflicto sartreano de la lucha de las trascendencias en la que cada uno trata de
exceder al otro con la suya... puede ser. Al ser vistos por otra persona, somos esclavos,
mirando a la otra persona somos amos, este imprevisible reverso de la realidad es la
parte del diablo. Sería vano el esfuerzo del hombre para escapar a este dilema, la
esencia de las relaciones humanas no es la de ser-con, sino el conflicto, y es por esto
que el respeto por la libertad de los otros es una palabra hueca.
¿Pero por qué Gombrowicz habrá querido sobrepasar a un hombre tan benévolo cómo
Wittlin que no mentía ni disimulaba, un hombre que había sido tan bondadoso con él?
El fin de la guerra no supuso una liberación para los polacos, fue tan sólo la sustitución
de los verdugos de Hitler por los verdugos de Stalin. Si por su situación geográfica y por
su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente desgarrada entonces había
que cambiar algo en los polacos para salvar su humanidad. En la relación de los
polacos con el mundo había algo malo y alterado, como artista Gombrowicz se sentía
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un poco responsable de esa fatídica leyenda polaca con la que había que terminar de
una manera u otra. A pesar de que estaban encerrados en una maraña de quimeras y
de fraseología los polacos se hallaban al mismo tiempo muy cerca de la realidad cruda,
esa realidad que rompe los huesos. Gombrowicz creía en el poder purificador de la
realidad, pero no de una realidad polaca, sino de una realidad más fundamental, la
humana sencillamente.
Yo fui amigo de dos grandes escritores del siglo XX, de Gombrowicz y del Pterodáctilo,
ambos con un sentido del humor que no podían ejercer abiertamente cuando estaban
próximos.
Sin embargo, el hombre de letras argentino es una persona seria, aparte de escribir
enseñaba filosofía con un método que le explicaba a Gombrowicz para que lo utilizara
en un curso sobre Heidegger que estaba preparando. Había que arrancar a los alumnos
de la realidad a la que estaban acostumbrados y hacer que lo vean todo de nuevo, la
angustia los obligará a buscar soluciones nuevas y entonces se dirigirán al maestro,
pero hay que destruir todo, hay que crear un estado de peligro. El saber, sea el que
fuere, desde la matemática pura hasta las sugestiones más oscuras del arte, no está
hecho para tranquilizar el alma, sino para ponerla en estado de vibración y tensión.
“¿Qué pensar de la categoría intelectual y demás cualidades de una persona que aún
no se ha enterado de que las palabras cambian en función de su uso, de que incluso la
palabra 'rosa' puede perder su perfume cuando aparece en labios de una pedante
pretenciosa y en cambio la palabra 'm...' puede resultar correctísima cuando su uso
está sometido a una disciplina consciente de sus objetivos?”
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Esta forma de ver las cosas se volvió muy importante cuando la editorial
“Sudamericana” se propuso editar “Ferdydurke” por segunda vez en la Argentina, cosa
que ocurrió en 1964.
En un tiempo en que Gombrowicz estaba débil y desmoralizado después del año
penoso que había pasado en Berlín, yo tomé contacto con el Pterodáctilo por expreso
pedido de Gombrowicz, para discutir la reedición de Ferdydurke.
Yo sabía que el Pterodáctilo había desarrollado con el tiempo una gran habilidad para
excusarse, me contaba que se atrevía a cualquier cosa, desde las enfermedades hasta
los yesos, que en una oportunidad, renovando las excusas con la misma persona, se
había convertido en un hombre tronco. Me preparé para lo peor, dicho y hecho, dos
días antes del almuerzo me avisó que estaba orinando sangre y que no sabía si podría
ir. Finalmente, se apiadó de mí y a último momento me dijo que iba. Las reuniones en
las embajadas no gozaban de la simpatía del Pterodáctilo como tampoco gozaban de la
simpatía de Gombrowicz.
“También acudí una o dos veces a la embajada y saqué de estas visitas una lección
para toda la vida: que hay que huir de las ostras de las recepciones en dichas
embajadas, así como del tedio”
Esta arrogancia simpática de las señoras me dio ánimo para mudarme de mesa
después de unas palabras confusas que el Camaleón pronunció a los postres. Me fui a
la mesa del Pterodáctilo en la que también estaban Alicia Noworyta, la mujer del
embajador de Polonia, y Peter Landelius, el embajador de Suecia.
El oso sueco era un gran conversador muy versado en asuntos hispanoamericanos,
siendo él mismo escritor se refería con autoridad a los temas de la literatura. En el
tiempo que traducía “Cien años de soledad” le dijo a García Márquez que su libro no le
presentaba mayores dificultades. El autor latinoamericano se ofendió y le respondió en
una larga nota que circuló por toda España en la que se refería a las múltiples
complejidades y tramas de esa obra que el traductor ni siquiera sospechaba.
Después de pasearse con soltura por Cortázar y por otros escritores hispanohablantes
muy señalados la conversación de Landelius recayó en el Pterodáctilo, y debajo de las
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mismísimas barbas de ese hombre de letras tan celebrado miró desde arriba la
traducción de “Sobre héroes y tumbas”.
Dijo que algunos escritores se preocupan pensando en las dificultades que para los
traductores suponen esos traslados lingüísticos, que conocía a varias de sus víctimas
las que no siempre entendían en qué consiste el problema. Había recibido larguísimas
cartas de Sabato explicándole cosas que no necesitan explicación, de otras que sí lo
requerían no se daba cuenta. El escritor no necesariamente es la autoridad sobre estos
problemas.
No creo que haya habido presentación más rimbombante de libros que la que le
hicieron a “Cartas a un amigo argentino” en el Centro Cultural de España. Lo
presentaron el Pterodáctilo, que además había escrito el prólogo, y el Buey Corneta en
un ICI al que asistió tout Buenos Aires.
Resultó ser un acontecimiento tan importante que entusiasmó al Bucanero, tanto que
me invitó a un encuentro en la Casa de América de España. Lamentablemente para mí
el viaje fracasó, Íñigo Ramírez de Haro lo mandó de paseo al Bucanero, le manifestó
que yo era un don nadie y que sólo le daría el visto bueno al proyecto si también lo
invitaba al Pterodáctilo.
Este ilustre hombre de letras hispanohablante, que ya tenía a cuestas el Premio
Cervantes de Literatura, pidió una suma considerable de dólares que Íñigo no pudo
soportar y mi viaje a España se vino abajo en caída libre.
Gombrowicz tuvo que abandonar dos proyectos literarios fundamentales: una obra
cuyo tema era el dolor encarnado en una mosca, y otra sobre sus experiencias
homosexuales de Retiro. La enfermedad, en el caso del dolor, y el pudor, en el caso de
la homosexualidad, fueron las causas de esta frustración. ¿Pero por qué no escribió
Gombrowicz una novela sobre Retiro?
Antes de llegar a París Gombrowicz no conocía a Genet, pero la lectura de “Pompas
fúnebres” y la historia de su vida privada se le asociaron inmediatamente con Retiro.
“¡Genet! ¡Genet! Imaginaos qué vergüenza, se me pegó ese pederasta y me seguía a
todas partes; iba yo con unos conocidos y allí estaba bajo un farol, como si me
llamara... ¡haciéndome señas! ¡Como si fuéramos del mismo club! ¡Qué descrédito! ¡Y
también la posibilidad del chantaje! Antes de salir del hotel miraba por la ventana...,
no estaba..., salía... ¡y helo allí! ¡Su espalda encorvada me hacía guiños!”
Pero Genet no era un alma gemela de Gombrowicz. ¿Por qué no era un alma gemela?
La respuesta la encontró en “San Genet, comediante y mártir”, de Sartre. En este libro
el Genet pederasta y ladrón pierde su carácter de anormal para unirse a los normales
en su más profunda humanidad. Sin embargo, poco a poco, Gombrowicz empieza a
tener la sensación de que o Sartre se había dejado engañar por Genet, o Genet se
había engañado a sí mismo.
Sartre dice que Genet atenta contra sí mismo eligiendo ser ladrón, pederasta y malo,
pero las contradicciones internas del mal hacían imposible, inclusive, la existencia de
ese mal. Entonces, Genet, a través de la nada, recupera la libertad a la que había
renunciado, y con ella el mundo.
Realmente, ¿existe esa elección en Genet?, Gombrowicz piensa que no. De muchacho
se puso a robar porque necesitaba dinero, y se convirtió en pederasta siguiendo la voz
de su cuerpo, de una manera fácil, con despreocupación e irresponsabilidad, en la
vorágine de la vida, entre compañeros igualmente fáciles. Pero Sartre anda en busca
de alimento para sus teorías.
El proyecto fundamental de Sartre puede llegar hasta la elección de la negación como
valor. Si elijo la muerte y no la vida, todo lo que me conduce la muerte tiene un valor
positivo, por ejemplo, la falta de alimentación. Ésta es la razón por la Sartre se interesa
tanto en Genet, puesto que Genet eligió el mal.
A juicio de Gombrowicz esto es una tontería, pues cualquier comisario de París sabía
que Genet no había elegido nada.
Pero para Genet la juventud es crimen, crueldad, pecado, santidad y tortura, y no una
insuficiencia que no alcanza la existencia plena.
“¡Ese monje pecador, santo, criminal y verdugo abordaba a la juventud con un cuchillo
para volverla horrible y llevarla al extremismo!”
Su intento de divinizar la juventud acabó precipitándose en el infierno y el pecado y,
por consiguiente, en la moral y en la cultura.
“¡Ah, París! ¿No conseguiremos nunca ni tú, ni Sartre, ni Genet, ni yo, ni todos
nosotros, detenernos en ese camino, cada vez más pedregoso, que lleva a la maestría?
¿Nunca una sola mirada hacia atrás? ¡Ah, Argentina! ¿Acaso el pasado es inaccesible?”
Poco antes de su muerte, en la última entrevista, Gombrowicz habla de Genet.
“Evidentemente, Genet es un gran creador y, tal vez, el mejor artista francés porque
ha descubierto una nueva realidad. En la obra de Genet nos encontramos con una
belleza ruinosa, una belleza sucia, inferior y perseguida. A mis ojos es un gran
descubrimiento, una belleza moderna; eso es lo que ahora y en el porvenir va a
atraernos y no la belleza de una madona de Rafael, que para nosotros resulta
terriblemente aburrida porque la perfección aburre. Sólo interesa lo que florece... Hay
otra cosa en Genet que tiene mucha fuerza, y es que une la belleza a la fealdad. Ha
mostrado el reverso de la medalla, ha encontrado una potente unión entre el aspecto
positivo de la belleza y su aspecto negro”
Mascolo se transformó para Mascolo en un obstáculo más, de modo que ahora no sólo
tenía que dominar el mundo sino también a Mascolo.
“Por eso su libro está escrito más para él mismo que para los demás: Mascolo
transforma a Mascolo cortándole ante todo los caminos de retirada”
Cuando alguien se corta la retirada se pone inmediatamente en la vereda de enfrente
de Gombrowicz. Como un gato, anda buscando ese punto de ruptura donde el
comunismo se le vuelve extraño y hostil. Gombrowicz está de acuerdo con el marxismo
en que la necesidad está en la base del valor, pero esta relación entraña una dificultad
que los comunistas no han podido resolver. El dilema que plantea la doctrina no es
filosófico sino productivo, es decir, tiene como imperativo demostrar que es más
eficiente para producir bienes y distribuirlos que el sistema capitalista; hasta que esta
capacidad quede demostrada, todas las otras deliberaciones no son más que sueños.
que retirarse de su exceso hacia una dimensión más humana. La capacidad que puede
desarrollar un hombre para tomar distancia, para retirarse, escaparse, huir de una
situación, de las ideas, de los sentimientos, de sí mismo o de lo que sea, es la única y
verdadera libertad. No es que tenga que huir, pero tiene que tener la posibilidad de
hacerlo.
De un viejo refrán aprendimos que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. No
es el caso de Gombrowicz, no hay regla que no tenga su excepción, pero podría ser el
caso de Mascolo. Nadie le puede regatear los méritos a este intelectual
comprometido, pero es más bien recordado como compañero sentimental de
Marguerite Duras.
No está nada mal que Gombrowicz haya puesto la atención en este marxista francés
cuya existencia estuvo marcada por una rebeldía e inquietud innatas. “Le
Communisme” es una obra en la que Mascolo refleja la contradicción de un espíritu
que se atormenta entre la imposibilidad ser comunista y la necesidad de ser el
comunista, una contradicción que tiene alguna analogía con la de Gombrowicz, pero al
revés. Forzando un poco las cosas podríamos decir que Gombrowicz tenía una
necesidad de ser el comunista que no era, pero le resultaba imposible serlo.
Mascolo se puso del lado de los estudiantes franceses en los acontecimientos de mayo
de 1968, y firmó la condena de la Unión de Escritores de Francia que calificó a
Gombrowicz de reaccionario.
Tanto Pirro como Gombrowicz querían lo mismo, querían conquistar, pero sus
proyectos no eran iguales.
El rey de Epiro conocía lo que deseaba conquistar, y sabía también que después de
someter a vastas regiones de la tierra su mayor deseo sería descansar, lo que a los ojos
de Cineas convertía el proyecto de Pirro en una empresa ilógica.
Gombrowicz no deseaba descansar y aunque quería conquistar no sabía lo que quería
conquistar. Este desconocimiento, a los ojos de algunos Cineas de la literatura,
convirtieron a sus proyectos en una empresa arbitraria.
“Oh, qué propiedad tan genial y generosa de la literatura: esa libertad de tejer tramas
como si se tratara de escoger sendas en el bosque, sin saber adónde nos llevarán ni
qué nos espera (...)”
“Escribir es para mí sobre todo un juego, no pongo en ello intención, ni plan, ni objeto.
He ahí por qué no resulta nada fácil extraer de mis obras un esquema ideológico. Mi
esquema, lo subrayo una vez más, me aparece a posteriori”
Simone Weil –una judía conversa que ingresó a la Ecole Normale Superiore con la
calificación más alta seguida de Simone de Beauvoir– se graduó en las carreras de
filosofía y de literatura clásica. Investigadora de la doctrina marxista, sus
preocupaciones más señaladas eran la cuestión social, la pureza y la verdad. Sus
ejercitaciones en la praxis del trabajo fabril y una procesión católica que presenció en
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Gombrowicz se estaba enfrentando con la grandeza de una mujer que supo liberar de
su interior corrientes y torbellinos espirituales de una potencia sobrehumana.
¿Grandeza?, sí, pero resulta que es así como la humanidad común y corriente se
aburre con lo profundo y lo sublime y, por cortesía, aguanta a los sabios, los santos, los
héroes, la religión y la filosofía. ¿Qué es Weil entonces?, una histérica que fastidia y
aburre, una egoísta cuya personalidad inflada y agresiva no sabe ver a los demás, ni es
capaz de verse a sí misma con ojos ajenos.
“¿Es la carpa metafísica de Simone Weil, cocinada en su propia salsa, la que debo vivir
como una experiencia profunda? (...) Yo exigiría una grandeza capaz de soportar a
todos los hombres, en cualquier escala, en cualquier nivel, que abarcara todos los tipos
de existencia, una grandeza tan irresistible arriba como abajo (...) Es una necesidad
que me fue inculcada por el universalismo de mi tiempo, que quiere atraer al juego a
todas las conciencias, superiores e inferiores, y ya no se contenta con la aristocracia”
LA DESNUDEZ Y EL CONOCIMIENTO
La desnudez es una idea que rondaba en la cabeza de Gombrowicz, una idea que se le
aliaba la más de las veces con la juventud para librar su constante batalla con la forma.
Gombrowicz nos presenta por primera vez la idea de la desnudez en “Aurora”.
Con la aparición de Ferdydurke Gombrowicz decide publicar una revista a la que llamó
“Aurora”. El vocablo aurora formaba parte de aquellas palabras e ideas, como Poesía
Pura y Perfección, que Gombrowicz detestaba.
La revista era un panfleto escrito en plan humorístico, una farsa estudiantil, teatral y
vulgar. En esta revista Gombrowicz hace una publicidad canina distribuida
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estatuas y parece que los parisinos han renunciado con alegría a la belleza joven y
desnuda.
La belleza que se adquiera en la madurez es incompleta, mancillada por la falta de
juventud, por eso la belleza joven es una belleza desnuda, la única que no necesita
avergonzarse de sí misma.
La desnudez es una idea que gira alrededor de la cabeza del hombre desde hace
muchos siglos. Acteón era un cazador que sorprendió a la hermosa Diana bañándose
desnuda. Se quedó mirándola fascinado por su belleza, la diosa se irritó, lo convirtió en
ciervo y fue devorado por sus propios perros.
En “El ser y la nada”, Sartre, al que no le alcanzaban los complejos de Edipo y de
inferioridad, se inventó otros dos: el de Acteón y el de Jonás. El de Acteón está
relacionado con la mirada curiosa y lasciva de la desnudez humana cuya sublimación
es el origen de toda búsqueda.
Para Sartre, la esencia de las relaciones humanas, incluido el amor, es una tentativa de
posesionarse de la libertad del otro, de esclavizarlo.
Pero esta actividad de apropiación del hombre no está relacionada solamente con las
personas sino también con las cosas. El conocimiento, en el sentido de descubrimiento
de la verdad, es un cazador que sorprende una desnudez blanca y virgen, para robarla,
apropiarse de ella y violarla con la mirada. El conocimiento o descubrimiento de la
verdad es un modo de apropiación, es algo análogo a la posesión carnal que nos ofrece
la seductora imagen de un cuerpo desnudo que es perpetuamente poseído y
perpetuamente nuevo, y en el cual la posesión no deja rastro alguno.
Casi veinte años después de la aparición de “Aurora”, de la que lamentablemente se
editó un solo número, Gombrowicz confronta otra vez, ahora en los diarios, al
refinamiento de las máscaras humanas con la desnudez.
El relato que hace en los diarios sobre el día en que se bajó los pantalones en un
restaurante de París no parece cierto –no era capaz de ponerse un traje de baño
cuando iba a la playa– pero las consecuencias que saca no están tan mal que digamos.
Estaba almorzando en un local muy distinguido a orillas del Sena conversando
animadamente con gente del ambiente literario: –¡Quién es ese escritor; –Es un
escritor eminente; –Sí, eminente, pero ¿quién es?; –Viene del surrealismo y se pasó al
objetivismo; –Muy bien, objetivismo, pero ¿quién es?; –Pertenece al grupo
Melpomène; –No tengo nada en contra de Melpomène, pero ¿quién es?; –Una
combinación de géneros: el argot con una metafísica de elementos fantásticos; –Sí, la
combinación me parece bien, pero ¿quién es?; –Cuatro años atrás le concedieron el
Prix St. Eustache..., y tú cómo te consideras; –Yo no soy escritor, ni miembro de nada,
ni metafísico ni ensayista, soy yo mismo, libre, independiente, vivo...; –Ah, sí, eres
existencialista.
Los contertulios estaban turbados con la mirada ingenua de Gombrowicz que les
traspasaba la ropa, y es aquí cuando decide hacer un experimento crucial para poner
en juego la desnudez: se empieza a bajar los pantalones.
“(...) cundió el pánico, salieron corriendo por puertas y ventanas. Me quedé solo. El
restaurante estaba desierto, hasta los cocineros habían huido... Sólo entonces me di
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cuenta de lo que estaba haciendo, de lo que pasaba..., y me quedé así, hecho un tonto,
con una pernera puesta y la otra en la mano”
Era muy difícil pescarlo a Gombrowicz sin saco, pero en la foto aparece sin saco y sin
corbata, aunque no parece puesto en una situación cercana a la del banquete en
“Aurora”, ni a la del restaurante de París.
“Bien, al diablo con vosotros, ¡os perdono! Y no espero que ninguno balbucee hoy algo
parecido a unas tímidas disculpas, sé demasiado bien qué es lo que se puede esperar
de unos pillos como vosotros.
Pero ¿cómo perdonaros el que hayáis logrado vencerme en mi victoria final sobre
vosotros? Sí. Alegraos. Habéis ganado en vuestra derrota. Porque habéis hecho que mi
éxito haya llegado demasiado tarde..., diez, veinte años más tarde..., cuando ya estoy
demasiado cerca de la muerte y ella contamina de derrota hasta mis triunfos...;
¿sabéis?, ya no soy lo suficientemente vigoroso para poder disfrutar de mi desquite,
¿Triunfo? ¿Megalómano? ¿Presumido? Pero si hasta de esto me habéis privado, no
puedo gozar ni de mi ascensión ni de vuestra derrota, ¿cómo voy a perdonarlo?”
Pero le falló el estilo, las palabras que pronunció resultaron mediocres y Pla le
reprochó el tono sentimental de unos razonamientos ingenuos. Sin embargo, dos
meses después del derrumbe que había sufrido en la casa de Berni, se anima a dar otra
conferencia que resultó famosa por el escándalo que se armó con los polacos. Decidió
rehabilitarse de su fracaso anterior e insistió con el tema: “Regresión cultural en la
Europa menos conocida”, la dio en el Teatro del Pueblo invitado especialmente por su
director, el escritor Leónidas Barletta. Le adelantaron que era un teatro de primera
clase, frecuentado por la flor y nata del ambiente cultural de Buenos Aires, en vista de
lo cual decidió preparar un texto del más alto nivel intelectual. Otra vez planteó la
cuestión de cómo la ola de barbarie que había invadido a Europa central y oriental
podía aprovecharse para revisar los fundamentos de la cultura.
Un escándalo, resulta que la conferencia fue aprovechada por los comunistas allí
presentes para atacar a Polonia. Una parte de la elite intelectual argentina era medio
comunistoide y no exactamente la flor y nata de la intelectualidad de Buenos Aires, de
modo que su ataque a la Polonia fascista no se distinguió precisamente por su buen
gusto.
Barletta, igual que Gombrowicz, no podía digerir al Asiriobabilónico Metafísico, se
refería a él en forma despectiva. ...:“Cachafaz… Fracasado… El pobre Borges… Vate
criollo y vate septuagenario… Buscador de puestitos… Pergeñador de cuentos persas...
y lávese de toda esa mugre metafísica.”
Esta comunidad de opiniones respecto de Borges le encantaba a Gombrowicz y quizá
debido a esto pasó por alto que Barletta era también un hombre de izquierdas.
Sería injusto hacer responsable a Barletta de lo que ocurrió ese día en el Teatro del
Pueblo, hay que decir sin embargo que Gombrowicz se las vio mal y pasó verdaderos
apuros.
Al día siguiente de la conferencia que había dado en el Teatro del Pueblo fue a la
Legación de Polonia donde lo recibieron en forma fría, como si fuera un verdadero
traidor. En vano les explicó que el director del teatro, el señor Barletta, no le había
informado que era costumbre seguir las conferencias con un debate y que, por otra
parte, no podía considerar como comunista a ese señor pues él mismo se hacía pasar
por un ciudadano honrado, ilustrado, progresista, adversario de los imperialistas y
amigo del pueblo. Pero lo peor fue lo de la bailarina: su colorete, sus polvos, su escote
pronunciado y el collar de monedas hicieron aparecer a Gombrowicz como un cínico
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No obstante el misterio polaco tenía los pies de barro. Polonia era un país que no se
destacaba demasiado, que carecía de una cara propia, pero los polacos, sin embargo,
no pasaban por el mundo desapercibidos, aunque en la mayoría de los casos llamaban
la atención por sus extravagancias. A pesar de todo, el misterio polaco existe, una
cierta manera polaca que atrae e interesa al extranjero.
“Estuvimos discutiendo sobre este tema con grupo humano de varias lenguas, al volver
de la proyección de una película cuyo título en polaco debe ser Zamach (El atentado).
A aquellos argentinos, ingleses e italianos la película le había parecido bastante
exótica, pero cuando los acosé a preguntas, resultó que no era por el tema, ni por la
forma artística ni por la acción (...)”
“No, todo eso es más que conocido, ese patriotismo, la lucha contra el invasor, el
heroísmo de la juventud, sí, es un tema bastante sobado..., pero aquellas gorras..., y
aquella manera de andar... Precisamente esos detalles de tercer orden, que no se sabe
cómo llegan a la pantalla, eran los que más les habían interesado”
Gombrowicz acostumbraba a poner en juego esta forma extravagante de ser que
tienen los polacos, especialmente en las conferencias.
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Una de las charlas más apremiantes la dio unos meses antes de renunciar al Banco
Polaco, había decidido dejar el trabajo y empezó a preocuparse por la pérdida del
sueldo. Eran charlas de filosofía a domicilio en las que pasaba el sombrero después de
terminar cada clase: –Yo les ilumino la mente y ustedes hacen economías con un pobre
genio.
La conferencia "Contra los poetas" que dio en la librería Fray Mocho fue tumultuosa,
los poetas presentes se empezaron a alterar, reaccionaron con insultos y un viejo
poeta le revoleó su bastón. Las palabras que pronunció resultaron tan elocuentes que
Nowinski se decidió y lo empleó en el Banco Polaco.
El Asiriobabilónico Metafísico y el Dandy tenían un talante especial para enfrentar las
extravagancias de Gombrowicz. El Dandy escribe una página en sus diarios en la que
recuerda lo que había ocurrido en esa conferencia que Gombrowicz había dado contra
los poetas.
“Domingo, 22 de julio de 1956. Borges: ‘En una reunión el conde pederasta y
escritorzuelo Witold Gombrowicz declara (...)”
“Yo voy a decir un poema. Si en cinco minutos nadie propone otro tendrán que
reconocer que soy el más grande poeta de Buenos Aires. Recita: Chip Chip me decía la
chiva/ (Scherzo, no desprovisto de ironía, porque chip chip se usa para llamar a las
gallinas)/ mientras yo imitaba al viejo rico/ (Parte descriptiva. No significa –aclara
Borges– 'remedaba yo al viejo rico' sino 'copiaba a máquina lo que el viejo rico
dictaba')/ Oh rey de Inglaterra ¡viva!/ (Castañeteos. Exaltación patriótica)/ El nombre
de tu esposo Federico/ (Dénouement aristotélico).
Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró las papeletas. Gombrowicz se
declaró rey de los poetas. El marido de Wally Zenner, radical de Forja, tembló de
indignación y estuvo a punto de proceder”
Höllerer –una especie de Victoria Ocampo nos decía en sus cartas– le inspiraba
confianza, tanto como profesor como por su talante de estudiante, algo que se le hacía
evidente cuando escuchaba su risa jocosa y juvenil. Gombrowicz esperaba que esa
jovialidad lo librara justamente de ese compromiso con los estudiantes de la
universidad, pero el alemán que el profesor llevaba adentro lo obligó a representar su
papel y se dispuso a abrir la sesión.
Entonces se dirigió a Barlevi, al que podía hincar el diente como compatriota y como
pintor, y en un tono apasionado le empezó a hacer reproches incomprensibles, hasta
que Barlevi se durmió. Sonaron los aplausos, los estudiantes se levantaron y Höllerer
dio por terminada la reunión.
Los que nos hacíamos sus adeptos y sus amigos le testimoniábamos de entrada
nuestra simpatía. Su tendencia innata a llevar siempre la contraria le acentuaba todas
las características que lo diferenciaban de nosotros, ésa era su política. Teníamos
debilidad por ese noble polaco venido a menos, nos divertía y nos hacía reír, delante
de él sentíamos que nuestra vida tenía más colorido y era más interesante.
Cuando lo conocí en el café Rex en 1956 hacía ya algunos años que escribía sus diarios
y que había roto las relaciones con la gente de Polonia y con lo que creaban. Sus
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colegas tenían necesidad de asimilar una fe, fuera la que fuese, una postura ideológica
o estética, porque los ayudaba a organizarse, con la esperanza de que se convertirían
en escritores auténticos, pero sólo se sumergían en una orgía de irrealidad.
“Me bastaba pues, con que de este lado me llegara un soplo de vida auténtica.
Avanzaba en esta dirección a ciegas, simplemente porque cada paso en este sentido
hacía mi palabra más fuerte y mi arte más auténtico. Lo demás no me preocupaba
demasiado. Lo demás, tarde o temprano, llegaría por sí solo”
Pero Polonia no era tan cándida como lo éramos nosotros, no podía jugar con ella
como el gato con el ratón, en consecuencia se produjeron cortocircuitos y entonces se
puso a escribir los diarios.
“Había pues que evitar dar al ‘Diario’ un carácter de confesión; debía presentarme en
él en acción, en mi intención de imponerme al lector de una determinada manera, en
mi voluntad de crearme a la vista y conocimiento de todos como lo que quería ser para
ellos, y no como lo que era”
En los diarios manifiesta también esa tendencia que se le había despertado desde
joven que lo inclinaba inexorablemente a la búsqueda de víctimas, y empieza a
componer en ellos una obra maestra. Este género literario era pariente cercano de su
otra obra maestra: las conversaciones que mantenía con nosotros en los cafés. En el
“Diario” se pone de relieve a sí mismo, se explica, provoca la indignación de los
lectores, comenta su obra y le declara la guerra a la crítica. Libra batallas con la
literatura y el arte, y lleva ataques sostenidos contra la poesía, la pintura y París. Abre
frentes contra el existencialismo, el catolicismo, el marxismo y el estructuralismo, y
también contra las culturas secundarias. Ve al hombre como una criatura y un creador
de la forma, como a un ser insuficiente e inmaduro.
pérfidamente simplista: todos jugamos a ser más sabios y más maduros de lo que
somos”
La sabiduría y los conflictos son vapores en medio de los cuales se mueve a menudo
Gombrowicz, como si de la mano de Minerva –la diosa de la sabiduría, de las artes y de
las técnicas de la guerra– quisiera dar cuenta de buena parte del mundo.
“Y si a Sócrates se le hubiera aparecido Casandra con la siguiente profecía: –¡Oh,
mortales! ¡Oh, estirpe humana! Mas os valdría no alcanzar a ver el lejano futuro que
será diligente, escrupuloso, laborioso, liso, llano, miserable... Ojalá las mujeres dejasen
de parir, pues todo lo que nazca nacerá al revés: la grandeza engendrará la pequeñez,
la fuerza la debilidad, y de vuestra razón procederá vuestra estupidez. ¡Oh, ojalá las
mujeres diesen muerte a sus recién nacidos...!, porque tendréis funcionarios por jefes
y héroes, y los buenazos serán vuestros titanes. Se os privará de belleza, de pasión y de
placer (...)”
“Os esperan tiempos fríos, tediosos y secos. Y todo eso será obra de vuestra propia
Sabiduría, que se despegará de vosotros y se volverá incomprensible y feroz. ¡Y ni
siquiera podréis llorar, puesto que vuestra desgracia estará ocurriendo fuera de
vosotros!
¿Será esto una blasfemia contra nuestro Supremo Hacedor? ¿Nuestro Creador de hoy?
(Naturalmente me estoy refiriendo a la ciencia) ¡Quién se atrevería! También yo me
postro ante la más joven de las Fuerzas Creativas, también yo me prosterno, hosanna,
pues esta profecía canta precisamente al triunfo de la omnipotente Minerva sobre su
enemigo, el hombre”
La sabiduría que menos soportaba era la de la ciencia, con la ciencia nos estamos
encaminando a convertirnos en una raza de pigmeos de cabezas hinchadas y de
delantales blancos.
Los científicos son unos especialistas que manipulan nuestros genes, se inmiscuyen en
nuestros sueños, modifican el cosmos y manosean nuestros órganos íntimos. La
ciencia tiene un carácter abominable, es como un cuerpo extraño introducido en la
razón, que la razón lleva como una carga con el sudor de su frente. Es como un
veneno, y cuanto más débil es la razón tantos menos antídotos encuentra y tanto más
fácilmente sucumbe.
El crecimiento del cientificismo terminó por estimularle su naturaleza profética y
blasfema, una naturaleza con la que combatió a una buena parte de los promontorios
de la cultura contemporánea.