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EL DESAFÍO DE SER ABOGADO EN ÉSTA ÉPOCA.

Paulina Digmann Cuadra.

“Nadie nace sabiendo”, es una popular frase dentro de la sociedad chilena. Adagios
tales como “No sé nada”, “Ojala no me pregunten eso”, “No sabía que tenía que leerlo”, “Eso no
me lo dijeron”, “No tengo porque saber la ley” y “Sólo sé que nada sé” son típicas en la verborrea
popular, pero escasamente se dimensionan los alcances de las mismas.

Resulta gracioso que una de las frases que se le atribuyen a una de las personas más
brillantes de nuestra historia se use de forma tan liviana, cuando para Sócrates, el inmortalizado de
Platón, representaba un método para ampliar el espectro de una forma de pensar y analizar. Con
todo, no parece que esto sorprenda a nadie, más aún cuando las mayores preocupaciones de nuestra
sociedad parecen estar en la farándula, las noticias alarmantes, las profecías del fin del mundo y el
último grito de la moda.

Y es que, a diferencia de lo que ocurría siglos y siglos atrás, la cuna de los actuales
abogados no descansa en el manto de la sabiduría, sino en los trapos sucios y gastados de la
ignorancia y la vanalidad.

Cuando alguien pronuncia la voz “abogado” en frente del rústico común, la figura
dibujada en el inconciente colectivo se asemeja a un sujeto de buen vestir, lenguaje complejo,
mentiroso y embustero, dispuesto a sacar hasta el último quintil por resolver cosas que – de tenerse
la oportunidad y el seso para ello – podría resolver cada uno por si solo. Es más, parece improbable
que los mismos advocātus, - palabra que deriva de la expresión latina “ad auxilium
vocatus”, que traducido se entiende como “el llamado a auxiliar” – conozcan el origen
lingüístico de su profesión.

No es fácil asumir la idea de convertirse en este agente social, más aún si en


las etapas más tempranas de nuestra existencia se condena a quien denuncia un acto
irregular en el colegio, si se excede con una propuesta el análisis de profesores,
compañeros o familiares que se saben más sabios que quien la interpone o si, por azares
del destino el sujeto en cuestión presenta inclinación natural hacia la lectura y la oratoria.
Es inevitable escuchar al menos una vez otra frase del populus: “Tú estás pintado para
abogado”.
Algunos caen – por conocimiento de causa, soberbia, curiosidad u presión
filial – y asumen tomar la montaña rusa de convertirse en abogado. Hay los que se
encuentran de frente con lo que consideraban o sabían ocurriría, otros se ven sobrepasados
por el panorama, desistiendo y otros, los más probablemente, se quedan a ver como cambia
la escenografía de la obra “licenciatura en ciencias jurídicas”.

He aquí el comienzo real de la formación de un abogado por las razones que se


expondrán en lo sucesivo, pero que baste decir vagamente, no son indiferentes al final del camino y
de ellas puede depender el enfoque necesario para superar no sólo la primera impresión de los
postulantes, sino de los sujetos que le rodean.

¿Qué es un abogado? La Real Academia Española lo define como “Licenciado o


doctor en derecho que ejerce profesionalmente la dirección y defensa de las partes en toda
clase de procesos o el asesoramiento y consejo jurídico1.” Esta definición parece ser un
poco restrictiva toda vez que la actividad del abogado representa mucho más que la
asesoría y la defensa. Este agente dedicado a la asesoría y consejo jurídico debe pensar
antes de realizar su tarea y el arte de pensar supera en mucho a otras actividades que
tienden a un sentido práctico.

El abogado no se dedica a seguir meras reglas técnicas, puesto que su labor


principal surge de la abstracción, de conceptos tan ambiguos como lo correcto y lo
incorrecto, lo conforme a la ley y a los derechos de toda persona, lo que debe ser y lo que
no debe ser, aunque sea.

Cuando alguien elige la profesión de auxiliar a otro en sentido jurídico


debería ser advertido de que su actividad primaria no será leer o hablar frente a otros, sino
pensar en la solución de conflictos que suponen las más básicas y profundas
consideraciones morales y patrimoniales y que muchas veces deberá posponer sus propios
ideales y convicciones para dar cumplimiento cabal a la prestación que se le ha
encomendado.

Es efectivo que el abogado se vale de la retórica para sus argumentos, y con


razón Sócrates y Platón veían con peligro éstas actividades, pero son escasas las defensas
1
www.rae.es abogado, da.(Del lat. advocātus).

1. m. y f. Licenciado o doctor en derecho que ejerce profesionalmente la dirección y defensa de las


partes en toda clase de procesos o el asesoramiento y consejo jurídico.

MORF. U. t. la forma en m. para designar el f.

2. m. y f. Intercesor o mediador.

3. m. y f. Nic. Persona habladora, enredadora, parlanchina.


jurídicas que terminan victoriosas ante una acertada y precisa intervención, no de la ley, no
de una norma de un reglamento, sino de los principios generales que informan todo
ordenamiento jurídico y esa debe ser la principal labor de éstos sujetos letrados, toda vez
que los mencionados principios de fundan en máximas que trascienden los años y las más
diversas tendencias.

Es en mérito de lo expuesto anteriormente que el abogado tiene la misión de


dedicar su vida a la abstracción del pensamiento, al estudio de las normas como bienes de
incalculable valor incorporal puesto que él sabe, a diferencia de quienes pueden rodearle,
que ellas regulan gran parte de las actividades del ser humano y por ello, se debe mantener
una mirada celosa que evite abusos y desvalores que afecten la esencia de los normados2.

Cumplido este primer objetivo – el de entender al abogado como sujeto


pensante, crítico y analítico – debemos agregar otro elemento de relevancia a nuestro
análisis, el que estaría dado por entender que el agente en cuestión debe empaparse del
momento histórico-social en el que vive.

De escasa utilidad resulta un agente que no exprese su forma de pensar a los


miembros de su comunidad o peor aún, aquél que carezca de las competencias necesarias
para darse a entender con claridad y simpleza a aquellos que requieren de su ayuda, pero
que no están dotados de los conocimientos necesarios para abstraerse en los niveles que un
abogado debe. No está de más recordar el discutible artículo octavo del código civil 3 que
presume conocidas, por todos los habitantes de la república, las normas que imperan en
nuestro ordenamiento jurídico.

Bien podría decir alguno que elevar el tono intelectual de una discusión es
una licencia que pocos pueden darse y que en último caso no es resorte del abogado la
ignorancia de su entorno. Sin embargo, parece que la natural característica que inviste al
colega de traje y corbata, cual es la defensa de una persona, se disuelve en un antónimo
agresor.
Al contrario, se infiere que más que un servicio intelectual de un agente a
otro, lo que se configura es un castigo, una represión sin brújula a la ignorancia de otro que

2
En este sentido, Politoff, Matus y Ramirez en relación a la pena de presidio perpetuo calificado. Lecciones
de Derecho Penal Chileno, año 2006 – Parte General, Pág. 479 y siguientes
3
Art. 8º. Nadie podrá alegar ignorancia de la ley después que ésta haya entrado en vigencia. Código Civil
Vigente, año 2009. www.bcn.cl
se pone en sus manos y asume residualmente las cargas de éste sujeto que quizás se sienta
superior o meramente incomprendido.

La única explicación que se presenta de lógica consecuencia es que el


sabiondo abogado no entienda su entorno y haya pasado demasiado tiempo abstrayéndose,
divagando en las etéreas dimensiones del derecho, tratando de tomarse un café con un
divorcio o charlando de inmuebles con algún derecho real.

El abogado debe entender lo que es una lesión por el dolor que causan y no
por lo que está prescrito en el código penal, debe saber qué significa el matrimonio más
allá de lo que expresa la ley civil de la materia y por sobretodo, debe comprender los lazos
de confianza y necesidad recíproca que se forman entre las personas para constituir una
sociedad, defender un caso de violación o dar curso a un cobro tributario.

Es el abogado no sólo un agente del conocimiento sino también un elemento


de humanidad en la aplicación del derecho, un ente que convive con sus pares, que
entiende de otras artes, que lee de otras materias, que se informa de ciencias, de
arquitectura, de psicología de criminología, porque son esas herramientas y no otras lo que
le validan como un agente competente para enfrentar el asunto controvertido entre dos
ajenos.

Y por último, no puede desatenderse el compromiso social que contrae ipso


factum todo abogado, no como sujeto de derecho, pero sí como privilegiado de la sociedad.

Como se mencionó al principio de ésta exposición, la cuna del abogado


actual está marchita, envenenada y nubosa entre la confusión de conceptos sociales y la
sobre-estimulación de los medios de comunicación. Es deber del que más sabe combatir la
ignorancia y realizar aportes concretos, aunque aparezca como una invasión al desempeño
de otras profesiones u oficios. Si un periodista es incapaz de escribir una columna que
entregue una información veraz, es deber del abogado criticarle con argumentos sociales y
normativos. Si la sociedad no entiende las demandas de determinados grupos sociales, es
deber de los abogados informar a otros la validez y fundamentos que les acompañan o
destruir sus pretensiones en aras de conseguir una sociedad más conciente de sus derechos
y también de sus obligaciones.
Los canales que tienen los abogados para realizar estos aportes sociales
están en un momento histórico tal que sólo basta con querer hacerlo. Las universidades no
deben perder éste rol histórico y ciertamente deben acomodarse a las nuevas necesidades
de quienes buscan refugio formativo, más aún en las facultades de ciencias jurídicas donde
se forja no sólo al aprendiz en materias y contenidos jurídicos, si no que también se les
conduce en una determinada dirección moral, profesional y comunitaria.

La incorporación de nuevas formas de impactar el medio, sobretodo cuando


la profesión se ha prostituido descaradamente y sin freno, son el gran desafío de quienes
tienen a su cargo la supervigilancia de éstos recintos y no puede de forma alguna verse
permeabilizada por principios cuantitativos y monetarios que rindan cuenta de gestiones
desinteresadas por el porvenir de una nación y la sociedad toda.

A decir verdad, los abogados son en parte, los filósofos amateur de nuestro
tiempo. En medio de ese predicamento es fácil percibir en que momento y de que manera
zozobrará la gestión de algún sujeto que tenga el título en su oficina, pero no lo cargue con
la responsabilidad que exige la profesión.

El desafío está en encarar de frente las pedregosas tareas que se presenten,


instruirse en las materias que mayor interés le produzcan al agente, por muy desestimables
y absurdas que parezcan y por sobretodo, mirar con compasión al grupo social con el que
se convive, puesto que el abogado vive en el olimpo que han erigido los esclavos de la
ignorancia y la cita con la historia está, precisamente, en apartarles de sus cadenas.

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